Pesadillas Para Antes de Dormir Vol.2 (2024)

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Me Duele, Mamá

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Dany.

Lo sé, mi niña, no llores, ya sé que duele. Pero son sólo heridas y moretones. Yo te dije, ese cabrón de mierda es puro pedo. Sabía que terminaría haciendo algo como esto. Tu mamá es vieja pero no pendeja.

Ya, tranquila, no digas esas cosas. No es cierto, no lo digas. Tú lo quieres mucho, lo amas y eso no es pecado. Pecado es usar una navaja para marcar tu carita, pecado es cerrar los puños y meterte unos chingadazos. Pecador él, ¿tú qué? Ven, dame un abrazo. Te quiero mucho, mi cielo.

Repite conmigo, “aquí y ahora” ... ¨se necesita tu presencia” ... Una vez más, “aquí y ahora, se necesita tu presencia” ... piensa en ella y repítelo una tercera vez, pero con huevos mija, con muchas ganas.

Toma la copa y escúpele dentro dos veces, échale una cucharada de barro, ahí está en el estante. Ese no, el de Oaxaca, es más poderoso.

¿Ves esa daga? Ya sé, ya sé; te trae malos recuerdos. Tienes que usarla en tu cara, donde está la herida que te hizo. Sácate sangre y échala en la copa. Shhhh… sí puedes mi huerca, sí puedes. Tú eres bien chingona, lo sé porque saliste de mi vientre. No, no puedo ayudarte, tiene que ser por tu propia mano. ¡Eso es! ¡Así mero! Ya ves, esa es mi hija, bien pinches fuerte.

Ahora échale unas gotas de veneno. ¿Pre eres de víbora o alacrán? Va, va; de serpiente de cascabel, un clásico. Ahora agarra un poco de mezcal de la alacena. No se lo eches, ese es para ti, chíngate un caballito porque esta madre sabe bien culero y sirve que entras en calor. Mejor dos.

¿Estás lista? Falta el último ingrediente. Córtale el miembro al cabrón, ya te lo preparé. No tengas miedo, está muy bien atado, pero le rompí las manos y pies por si acaso. También le cosí la boca pa’ que no esté de bravucón. Míralo ahí encuerado como el animal que es. No te preocupes, mientras no le haya cortado nada de su cuerpo, todo va a salir a la perfección. Solo tú puedes hacerlo.

¡Síguele cerdo! Ahora sí, muy valiente ¿verdad? Gime como el puerco sucio que eres. Ni sabe que ya está muerto y sigue tratando de lanzar golpes. ¿Qué pasa mi niña? No tiembles, toma otro mezcalito. No llores, no pienses en el enojo, piensa en cuánto lo amas, piensa en cuando lo conociste, en lo mucho que te ilusionaba, deja que tu amor te inunde.

Agárraselo como si fuera la primera vez, acerca el cuchillo y deja que tu mano se deslice como si te estuvieras entregando. No lo escuches, es normal que grite,

tienes que pensar en otra cosa como en sus besos, su sonrisa y se que te pido básicamente un sacrilegio después de lo que te hizo, pero es el ingrediente más importante. Rebana más fuerte, esa cosa es suave, pero es más difícil de cortar de lo que parece. Acuérdate de aquel hombre que amabas tanto, antes de que se convirtiera en esto. Anda mi cielo, con más fuerza, yo lo agarro para que no se retuerza tanto, ya casi, no te preocupes no va a abrir la boca por más que le duela. Deja que tu amor se desborde, rápido ¡Se desangra! ¡Más rápido! ¡Arráncaselo ya!

¡La copa! Échale la sangre, antes de que se muera, ahorita que está todavía caliente. Bebe todo el menjurje mientras piensas en ella y entrégale todo eso que sentías por él. Piensa en ella, la madre de todas las cosas, en su poder, en sus bendiciones y hazle saber que eres suya. ¡Ay, ‘perate no te me caigas! Siéntate, casi te me descalabras, los mareos son normales.

Abre los ojos, por favor, abre los ojos. ¡Ay sí! ¡Gracias mi señora creadora! Me diste un susto. Mírate nomas mi vida, que hermosa te ves. Tus dientes ya están saliendo de nuevo y ya no está la marca en la cara. ¿Qué tienes? Está bien, ahora sí déjalo ir. Llora, llórale todo lo que quieras. Yo te cuido, este es el precio de una juventud eterna. No, no lo vamos a enterrar, tu abuela me enseñó a usar cada una de las partes de un hombre. Además, cuando decidas morir, necesitaremos sus ojos y dientes, así su alma se irá al in erno en lugar de la tuya. Ya lo sé mi niña, desahógate, ya sé que duele mucho.

Jayden

¡¡¡Ayuda!!! ¡¡Alguien que me ayude!! ¡Estoy aquí! No entiendo porque me está pasando a mí. ¿Quién y cómo me pudo traicionar de esta manera? Estoy esperando que alguien escuche mis gritos y me saque de aquí. Toda mi vida fui claustrofóbico y solo mi familia lo sabe, es algo que no suelo ir contando por la vida con facilidad, es tan sofocante tener que soportar esta oscuridad, no sé dónde estoy, no sé cuánto espacio tengo, es tan oscuro que no puedo ver mis propias manos. ¡Demonios! Estoy sintiendo mis palpitaciones cada vez más rápidas, no sé si lograré salir de aquí. Siento como el oxígeno se reduce cada segundo y trato de calmarme pero no puedo; me ahoga, me desespera este encierro, pero ¿en qué momento? ¿Cómo llegué aquí? No dejo de preguntarme si es que incluso fue mi propia familia y su ambición, esa sed de poder que siempre los ha caracterizado, incluso a mí mismo, pero ¿¡cómo pudieron intentar silenciarme de este modo!?

¡Espera!, ¿Escucho un ruido? Pareciera una voz familiar, o tal vez es más bien mi desesperación por ser escuchado, ni siquiera me preocupé por traer mi celular para llamar a la policía, ¿donde diablos lo deje? El sitio que me parecía tan reducido está cambiando, ¿cómo es posible? Poco a poco siento más espacio y veo una diminuta luz, tal vez estoy en un sótano, si, eso es debe ser, un sótano. Por eso nadie me ha escuchado, un momento, siento una pared, eso es, al n llegue al límite de la habitación, solo tengo que seguirla y encontraré la puerta.

Ahora sí estoy seguro de que escucho pasos, se que no es falso incluso interrumpen la luz ligera que vi tras la puerta, había estado solo en esta habitación todo este tiempo, y me ilusiona la idea de que al n pueda salir y escapar de quien sabe que loco. ¡Ayudaaaa! ¡¡Por favor, sáquenme de aquí!! ¡Ayudaaa! Nadie parece responder, ¡un momento! Los pasos se detuvieron justo frente a la puerta, sé que hay alguien del otro lado aun cuando no se mueve, ¡¡Por favor!! Ayúdame, prometo no decir nada, solo quiero irme lejos de aquí, ¡ayúdame! Grito con desesperación y golpeo la puerta…

De la nada, la puerta se abre lentamente pero no hay nadie del otro lado. Estaba seguro de ver sus pies a través de la puerta, yo los vi. Pienso que apenas he pasado un par de horas en la habitación como para que mi cabeza me esté jugando una trampa, claro que no, sé que lo vi, alguien tuvo que abrir la puerta, no soy lo su cientemente fuerte para abrirla de un golpe, nunca fui alguien musculoso o con buena forma, alguien lo hizo estoy seguro…

Mis ojos poco a poco se acostumbran a la luz del pasillo y comienzo a ver, ¡Estoy en shock! ¿Qué? ¿Todo este tiempo estuve en mi propia casa? Eso no tiene sentido, yo no tengo sótano, ni habitaciones con una oscuridad total. No, algo más está pasando. Llamo a mis hijos pero ninguno responde, hay un silencio total en la casa. Voy subiendo por las escaleras y algo me parece peculiarmente raro, es mi casa, pero hay cosas cambiadas, han movido los muebles, pero no hay nadie visible, es como si quisieran hacerme a un lado como si quisieran hacerme pensar que estoy loco, no, no tiene sentido, no entiendo que mi familia quiera deshacerse de mí.

Me dirijo a mi habitación subiendo las escaleras, tengo una sensación espeluznante, tengo el presentimiento de que algo no anda bien y me detengo en la entrada … ahora estoy viendo a mi esposa! Luci ¿¿¡¡¡Qué!!!?? ¡¡¡No puede ser ella!!! Ella falleció de insu ciencia cardíaca hace dos años, yo mismo estuve a su lado hasta el último minuto en el hospital. Tengo sentimientos encontrados, estoy muy confundido, pero luce igual a ella, debo estar drogado o alucinando, pero y si fue ella ¿ella fue verdad? Ella me encerró, ¿no? ¿Espera porque haría algo así? Sus ojos son muy extraños, no como los dulces ojos que recordaba, aún no ha notado mi presencia, así que avanzo lentamente, pero tropiezo en la esquina de mi propia cama… NO, esto no puede estar pasando, que estoy viendo, ¿Estoy muerto? ¡¡¡Porque no hay nadie auxiliándome, mi cuerpo aún puede revivir, solo necesito ayuda, si es un buen plan tengo que hacer que alguien me vea, no quiero estar muerto, no, esto no está pasándome, ¡¡¡¡Vamos, hagan algo!!!! ¡Ayúdenme! Grito con todas mis fuerzas.

Mi mujer miraba jamente mi cuerpo inerte, como si estuviera esperando este momento por un largo rato, como si disfrutara lo que veía, mi cadáver. Gira la mirada y veo sus ojos siniestros, está mirándome, y yo estoy sintiendo miedo, mucho miedo, ¿¿porque siento miedo?? ¡Ella me ama!, o No? Ahora que me ha notado me siento inmóvil, no, no soy capaz de moverme y siento como me falta la respiración, espera no, no lo hagas, ¡¡¡al sótano no!!! ¡Nooooo! ¡¡¡Noooooo!!!

Regreso al paraíso

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Soul Chávez.

— ¡Puja! ¡Puja maldita vaca gorda! — Dijo Arnav, la coneja partera del bosque — Si no lo haces voy a dejarle al oso un rastro de tu sangre para que venga a devorarte.

— ¡Jodete, dientes largos! ¡Jodete! — la cierva Gazali gimió dolorosamente quien lidiaba con su primer parto — Ya no puedo, ya no quiero hijo, ya no quiero nada, haz que se detenga.

— Ok, déjame presiono el botón mágico para que se regrese la cría por donde vino — dijo la coneja riendo burlonamente.

— Chinga tu ¡aaahhh! — gritó.

— Pinche cierva, una cría y ya te estás muriendo, no aguantas nada, intenta tener hijos como una.

Los quejidos y burlas ahogaban los pasos cercanos entre arbustos y maleza. Arnav reía y presumía su fertilidad, una felicidad interrumpida por una punción en su costado cuyo impacto le arrojó a unos metros donde había estado parada. Divisó en su cuerpo una echa atravesándola. Su último pensamiento fue un intento de nombrar a todos sus hijos en un acto de despedida. Sólo pudo recordar tres.

Gazali gritó agudamente a causa de la visión y el dolor que le causaba el cervatillo que ya asomaba su cabeza por la salida de su madre.

— No asesino, aléjate hijo de Adán — imploraba en pánico, solo el dolor de las contracciones convertía su miedo en arranques de ira — Estúpido hombre ¿Por qué? Maldito seas, hoy no, cualquier día menos hoy.

— No hay otro día, cierva — dijo el hombre mientras se acuclillaba para recoger la recompensa de su puntería.

Las hojas de los árboles se sacudían sin haber viento, atónitas ante las palabras del cazador.

— ¿Tú me entiendes? ¿Entiendes lo que digo? Por favor, no me hagas daño. Vete con esa coneja y déjame ver a mi hijo dar su primer respiro.

El hombre sacó un cuchillo de su bolsillo dando un par de pasos hacia el animal. Sus pisadas se manchaban en el charco de sangre proveniente de las piernas de la cierva.

— Algo que detesto de sus súplicas, de la mirada de cada uno de ustedes — dijo acercando el cuchillo al cuello de la criatura — es que reniegan de mi especie,

nos ven como monstruos.

El cazador deslizó su navaja por el cuello de la cansada criatura quien lanzaba un grito ahogado al mundo, dejando que la vida se le escapara de su herida y observando al cervatillo atorado a medio camino. Su nombre hubiera sido Azizi.

— Cuando fuimos expulsados, este lugar era solo un jardín y ustedes no hicieron más que observar en silencio — el hombre limpió su arma contra su pierna — Niegan nuestros instintos y nos demandan clemencia mientras que le piden al cielo que nos castiguen. Bola de hipócritas. Pero esta vez, no venimos por frutas, ni riquezas. Sólo por ustedes, hijos de Dios.

El bosque parecía avivarse y la noche temblar ante el aullido unísono del dolor de diversas criaturas.

Las mañanitas

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Susana Fabiola Tovar Chávez.

— ¡Mamá! ¡Carmen no me quiere prestar su muñeca!

— ¡Me la va a romper!

— ¡Carmen! ¡Juega con tu hermana!

— Pero no quiero Mamá

— ¡Carmen! ¡Que me hagas caso!

— ¡Pero es mi muñeca!

— A ver, trae pa’ ca. Ni una, ni la otra. Nadie juega con la dichosa muñeca.

— ¡Pero no es justo!

— ¡No chille! Ve a poner las mesas y tú, Julieta, deja de sonreír canija si no quieres que te tumbe los dientes.

— ¡Ay! Fijate escuincla, ya casi me tumbas. Vieja ¿Por qué llora la Carmen?

— Ahorita no, Arturo. Dime que ya trajiste la piñata.

— Ya está lista allá afuera.

— ¿El pastel?

— Ya nomas falta encender las velas.

— Dile a Carmen que las prenda ella, a ver si así se calma ¿Y la niña?

— Ya está en la mesa, esperando a los demás.

— Bueno pos, ya hay que darle que estos escuincles ya están muy inquietos y yo muy desesperada.

— ¡Carmen! ¡Ya prende las velas! No llores, tu mamá me dijo que podías hacerlo. Rápido que la niña ya casi despierta.

— ¡Josue, Paco, Ramiro! Siéntense, vamos a cantar las mañanitas.

— Estas son las mañanitas que…

— ¿Quienes son ustedes?

— Ah, ya despertó vieja.

— ¿Dónde está mi mami?

— Arturo, rápido, sienta a Victoria.

— … que cantaba el rey David…

— ¿Dónde está mi mami? Quiero a mi mami…

— ¡Arturo! Agarra a Leticia, se va a quemar.

— …hoy por ser día de tu santo…

— ¡Déjenme ir con mi mami! ¡Mami!

— …te las cantamos a ti.

— ¡Mami! ¿Dónde estás? ¡Déjenme!

— Sopla las velas mija. Andale es tu esta.

— ¡Nooo! ¡Quiero a mi mami!

— Mamá…¿Mordida?

— No, Carmen. Es de mala educación. Deja que sople las velas.

— ¡Mamaaa! ¡Mamaaaa!

— No quiere Mami, mejor ya rompamos la piñata.

— ¡Mamaaaaaaa!

— No, Ramiro. Se soplan las velas, comemos, y luego piñata.

— ¡Mamaaaaaaa!

— Ya vieja, los huercos ya tienen hambre.

— ¡Ay, ya chingados! Yo las soplo chingada madre.

— ¿Mordida?

— Sí, Carmen. Mordida.

— ¡Aaahh! ¡Mamaaa! ¡No! ¡No me toquen!

— Ya no te enojes vieja. Alégrate.

— ¡Nooo! ¡No me muerdan!

— Me vuelven loca, Arturo. ¿Qué les cuesta esperarse?

— ¡Me duele! ¡Me duele! ¡Mamaaaa! ¡No me muerdan!

— Bien que los quieres. Tú misma me pediste una nueva. ¿Te gustó?

— ¡Mami…!

— Ay Arturo, me encanta. Es que mírala, es tan bonita. No puedo esperar a que resucite.

— Pos a ver cuánto se tarda. ¿Ya pensaste en un nombre?

— No lo sé, viejo. Aunque viéndola ahí, llena de sangre, parece una or, una rosa.

Le queda, ¿no?

— Andale pos. Feliz cumpleaños, Rosa.

Flor de Narciso

Las hojas arrugadas se acumulan sobre el pasto, Laura intenta hacer un boceto pero no le sale, lleva muchos intentos, alguien levanta uno de ellos y lo desarruga.

— ¡Hermoso dibujo! ¿Qué or intentas dibujar? — dice la anciana que se acercó a Laura con curiosidad.

— Una or de Narciso, pero no me sale.

— Yo veo que es preciosa ¿Por qué no le das una oportunidad?

— ¡Porque es horrible! no me sale como yo quiero — Contesta Laura con frustración.

— Te estás enfocando más en cómo quieres que se vea, que en disfrutar dibujarla.

— No lo sé señora, la verdad es que he perdido la inspiración desde que nadie me hace caso.

— ¿De qué hablas mi niña?

— No la conozco, y no la quiero aturdir con mis problemas.

— Adelante mi niña ¡Te escucho!

— Antes era el centro de atención, a donde iba robaba miradas, todo mundo admiraba mis pinturas, y ahora nadie me voltea a ver.

— ¿No será que tú misma dejaste de verte? Te preocupas más en agradar que en tu verdadera esencia.

— Ese es el problema, no sé quién soy.

— ¿Quieres respuestas? —La anciana saca algo de una bolsa de tela que traía consigo, extiende la mano — Ten, toma esto.

— ¿Qué es eso? — pregunta Laura desconcertada

— Son semillas sagradas, cuando estés sola y en un lugar seguro toma una de ellas.

— ¿Qué pasará?

— Tendrás tu respuesta.

— ¿Qué pasa si tomo más de una?

— ¡No te lo recomiendo! es un regalo que te hago, tal vez después de la primera pregunta, tengas más dudas y necesitarás más respuestas, ¡respeta la planta! una respuesta a la vez.

La anciana toma la hoja arrugada, envuelve las semillas en ella, con delicadeza las pone sobre la mano de Laura.

— ¡Ten mucho cuidado mi niña! se ve que tienes buen corazón, por eso te ayudo, esto es sagrado, las plantas fueron creadas para servir y ayudar al ser humano, pero si estos abusan de ellas, pierden su humanidad.

— Ok, tomaré solo una ¿Quién es usted? — Pregunta Laura mientras mira la bola de papel, cuando voltea, la anciana ya no está.

— ¡Que extraña mujer!

Laura camina por el centro comercial, buscando hacer algo diferente, buscando inspiración, se detiene frente al escaparate de una tienda de ropa, su propio re ejo llama su atención — ¿Por qué ya nadie me mira? Soy demasiado hermosa Luego se impresiona ante la presencia de un vestido amarillo. — ¿Lo compraré? ¡No! Es demasiado atrevido, mis padres me podrían desheredar si me ven con él — Se fue de ahí sin dejar de verlo, imaginándose dentro de ese hermoso vestido.

Más tarde asiste a la esta de una amiga, que realmente era solo una conocida, y la amistad no es más que una fachada, pero Laura está aburrida, ya no importa la calidez humana, solo necesita anestesiar su monotonía con vodka y jugo de naranja. Después de perderse en el alcohol y bailar con desconocidos, uno llama su atención, lo toma de la mano y lo lleva hasta el baño, se besan apasionadamente aturdidos por la música y la sustancia, poco a poco se quitan su indumentaria, la toma de la cintura mientras besa su cuello, ella empieza a sentir el éxtasis que la lleva poco a poco a la euforia, se siente excitada, pero la excitación se vuelve poco a poco en nauseas; y las náuseas se convierten en una fuerte erupción de vómito, manchando la cara y el pecho de aquel hombre que estaba hundido en pasión. El chico queda atónito y se molesta al instante.

— ¡¿Qué te pasa, estás loca?!

— Perdóname, no lo vi venir — Suplica Laura

— ¡Déjame! — dice él mientras se desenreda de sus brazos y la empuja, se sacude la parte sólida del vomito — ¡Qué asco me das! — Le dice mientras la deja tirada llorando. Sigue vomitando, alcanza a ver un poco de su rostro re ejado en el agua del excusado

— ¡Tiene razón, soy un asco! — intenta tomar un poco de papel para limpiarse, pero no hay, entonces busca en su bolsa y encuentra algo más, es la bola de papel con las semillas que le dio la anciana, las mira recordando la advertencia de que solo debía tomar una, pero Laura no hace caso y se toma todas.

Al día siguiente, Laura se despierta con una horrible resaca, hay demasiadas lagunas mentales — ¿Dónde estoy? — Se pregunta mientras observa el lugar, está en una banca del centro comercial, trae un hermoso vestido amarillo, sus pertenencias no están, tampoco trae zapatos, siente un fuerte escalofrío que la llena de pánico y angustia, sale corriendo de ahí, en el pasillo ve a un encargado, piensa pedirle ayuda para conseguir un taxi, pero pasa algo raro con él, la mira con

mucha admiración, como si quedara hipnotizado por su presencia, Laura se siente incómoda y sigue su camino, se encuentra con una señora del aseo, esta hace lo mismo que el encargado — ¡Hay algo raro aquí! dice Laura.

En el pasillo principal hay muchas personas mirando las tiendas, ella sigue caminando, sigilosamente, hombres y mujeres la miran de pies a cabeza, primero se extrañan de que va descalza, pero luego la miran por completo, todos se estremecen — ¡Que bella es! — se escucha entre los murmullos, se acercan a ella como si fuera una celebridad, la rodean, una mujer toca su cabello y lo empieza a oler mientras un hombre intenta tocar su cintura; y así cada persona intenta obtener algo de ella, corre al sentirse acosada, en todos los pasillos es el mismo caso, la gente la mira y se empieza a juntar en multitud para perseguirla — ¡Ahí va, Ahí va¡ — gritan todos.

Laura llega a un lugar familiar, la tienda de ropa, el vidrio donde se había visto el día anterior está roto, se mete para protegerse.

— ¿Qué haces aquí? — pregunta la dueña.

—¿Ayúdeme señora, me vienen persiguiendo!

— ¡Lárgate de aquí! — Contesta enojada la mujer.

— Ayúdeme ¡Se lo ruego!

— ¿Tienes el descaro de pedir mi ayuda después de que robaste mi tienda en la madrugada?

— ¿De qué habla?

— Tu vestido. No recuerdas nada ¿verdad? Te reconocí desde que llegaste gracias a las grabaciones, solo porque no recuerdas nada te haré un favor, la policía viene en camino, te dejaré ir para darte ventaja ¡Vete!

Sale de la tienda tratando de recordar — ¡Ahí está! — grita un hombre, la multitud viene de nuevo hacía ella, corre aterrada, sus pies cada vez le pesan más, está sedienta, percibe una incontrolable sed, como si el agua fuera aliviar su dolor, se encuentra con un guardia de seguridad, pero este, al verla toma su radio — ¡Creo que la encontré! — Dice informando a la base, ella corre al saber que no es buena idea acercarse a él, se agota su energía poco a poco, se detiene, alza la mirada y de nuevo queda frente a un escaparate, se toca el rostro frente a su re ejo, luego recorre su cuerpo entero como si se estuviera seduciendo a sí misma ¡Realmente soy preciosa! Dice quedando hipnotizada, de pronto llega la multitud y se avientan sobre ella, la empiezan a tocar, recibe caricias, besos, pero también golpes, rasguños y mordidas. Se pierde de vista entre la montaña humana, vuelan pedazos del vestido, como en forma de pétalos amarillos, Laura logra salir de la multitud herida, dejando un rastro de pétalos y sangre, el aroma a humedad que viene de una maceta la llama, camina lentamente hacia ella, la multitud cae en la cuenta de que ya no está aquella mujer — ¡Se fue, sigamos el

rastro! — No hay señales de ella, el camino los lleva a la maceta, no estaba la mujer, solo una hermosa Flor de Narciso apuntando hacia el cielo.

Don Benito

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Edgar Rivas Valdés.

Hacía tiempo que Don Benito observaba a los niños de la cuadra jugar fútbol en la calle. Los veía entre las cortinas y disfrutaba cuando emocionados se quitaban la playera y la ondeaban en el aire en gesto de celebración por un gol. Se repetía para sí mismo la palabra “pronto”, una y otra vez, “pronto, pronto, pronto”.

Repasaba los planes que había pensado durante meses. Así que al día siguiente salió al jardín mientras los niños tenían su partido. Estuvo horas arreglando la maleza que había dejado crecer desde hace dos meses. En ocasiones los saludaba o animaba cuando metían gol, algo que causaba risas alegres entre los jugadores al saberse vitoreados. Don Benito sonreía ante la imagen y se decía en murmullos, “pronto, muy pronto”.

Un día por n se atrevió a pedirles ayuda para levantar cosas pesadas y llevarlas dentro de su casa. Les daba un par de monedas en retribución, emocionandolos con la idea de comprar un nuevo balón para sus partidos. Repitió la estrategia un par de veces más. Si movían una maceta a la sala, recibían una palmada en la espalda; si llevaban unas herramientas a la cocina, unas palmaditas en la cabeza; una silla al cuarto, un toque en el hombro. Cada favor llevaba a los buenos samaritanos más adentro de la casa y a Don Benito le daba la oportunidad de oler a cada uno de ellos, “pronto”, se repetía.

Era muy importante que cada día sus visitantes vieran las maletas en la sala, les decía que se iría de viaje a la playa. Ya le había avisado a Doña Petunia, encargándole que le echara un ojo a la casa de vez en cuando durante su ausencia. Luis, el mejor portero de la banda y favorito de Don Benito, siempre le preguntaba cuándo se iría, a lo que el hombre solo respondía, “pronto”.

Finalmente una tarde, los niños poco a poco regresaban a casa. Los últimos dos se despedían bajo la promesa de verse al siguiente día para un nuevo juego. Luis tomaba su habitual camino frente a casa de Don Benito, sin embargo, se detuvo al percatarse que el viejo se encontraba en el suelo pidiendo ayuda. El joven portero no tardó en socorrerlo. Le ayudó a erguirse, a entrar a la casa y a acostarse en su cama. Tras unos cuantos minutos, la puerta de la casa fue cerrada cuidadosamente por Don Benito, asegurándose de que ningún vecino le tomara importancia.

Tras unas semanas, la policía llegó a revisar la residencia en cuestión a solicitud de Doña Petunia quien estaba preocupada por el extraño olor proveniente del

lugar. Los policías tomaron esto como señal de una posible calamidad y al acercarse a la puerta, la notaron sin llave. Al entrar, las dos autoridades encontraron la sala destrozada, había señales de lucha; el suelo se cubría de trozos de vidrio y al llegar al cuarto principal, sobre la cama yacía el cuerpo de Don Benito; retorcido, hinchado, visiblemente podrido.

Ambos o ciales corrieron rápidamente a la salida, vomitando casi instantáneamente. Doña Petunia espantada les preguntaba qué había pasado, los vecinos comenzaban a acercarse curiosos y en la acera de enfrente los niños observaban el bullicio. Luis se acercó a ellos con un nuevo balón en manos y les invitó a jugar. Todos gritaron emocionados, y corrieron para asumir sus posiciones. Luis volteó una última vez a la casa de Don Benito y sonrió, recordando el sabor de sus gritos.

Soliloquio

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Vivian Piedra.

Dios, Dios. ¿Por qué me obligas a hacer esto? Por favor, detén mi mano. Mira, los niños están llorando, te lo imploro. Ya fue mucho, estoy cansado, no puedo con esto, Señor.

¡Callate idiota! Arrastra el escritorio contra la puerta. Puedo sentir como se acercan los policías desde la entrada.

¡No quiero! Déjame ir, quiero irme a casa. Quiero lavarme las manos, me siento sucio. ¿Por qué me hiciste hacer esto, Dios?

Como si no lo hubieras disfrutado, mira el cuerpo de ese infame ahí tendido. Por n te pagó todas las que te debía. Disfrutaste romperle el cráneo, cada uno de los golpes que le diste con el palo ese. Te encantó cómo cambiaba su mirada mientras le des gurabas la cabeza. ¿Quién diría que eras tan bueno para el baseball?

Por favor, deja ir a los niños. Ellos no tienen la culpa, son inocentes.

¿Entonces por qué los mojaste con gasolina? ¿No te acuerdas? Querías vengarte del bastardo que logró que te despidieran y lo primero que hiciste fue venir aquí, su casa, y cubrir a sus hijos en gasolina. Míralos nomas, todos tiernos, rubios, cachetones y huérfanos.

¡No! Yo no lo hice. ¡Tú! Tú me obligaste. Yo no puedo controlarme. ¡Callate, zorra! Todo esto es tu culpa en primer lugar.

No le grites a la viuda, que irrespetuoso de tu parte, acaba de perder a su esposo, está encerrada en un baño y sus hijos están empapados en un líquido in amable mientras sostienes un encendedor.

¿Qué? ¿De dónde salió esto? ¿Por qué me haces esto, Dios?

¿Por qué de repente me estás llamando Dios?¿De que me estas hablando?

¿Qué?

Hijo.

¿Quién eres tú?

Soy Dios. Me has estado llamando. ¿Qué estás haciendo?

No, no, no. Si tu eres Dios ¿Quién es él?

Amigo, ¿Estas bien? ¿Con quién hablas? ¿Vas a prenderle fuego a todo esto o no? Los policías ya están dentro y vienen bien armados.

Hijo mío, por favor, detente, esto no es lo que realmente quieres.

Dios, no soy yo. Él me obliga a hacerlo.

¿De quien hablas? Por favor apaga el encendedor, realmente no quieres hacer esto, piensa en tu familia.

¡¿Qué familia, Dios?! ¿Hace cuanto no hablo con mi padre? ¿Dos años? Mi madre vive en su burbuja y niega cualquier cosa que le afecte su vida y eso me incluye. ¿Mi hermano? Apenas me habla, no que lo culpe.

Me emociona el hecho de que por n estés tomando la iniciativa con el fuego y todo pero esta plática de victimización se está volviendo bastante patética. Me estas avergonzando en frente de los rehenes aquí presentes.

¡Silencio! No se que eres tú, pero no eres un Dios. Eres una clase de demonio que me ha poseído. ¡Eso es! Es la única explicación.

¿A quién le gritas?

Al demonio, Dios.

¿Demonio? Que grosero.

Por favor, apaga eso. Sé que han sido tiempos difíciles pero piensa en toda la gente que realmente te aprecia.

Nadie me aprecia Dios, cualquiera que se ha acercado se ha largado al tercer día con una pieza de mi vida. La gente solo me llama cuando necesita algo. Y este bastardo y su esposa. Todo lo que me quedaba era mi empleo y solo porque no había en la tienda el juguete que querían, me despidieron.

¡Aburrido! Ya prende todo en llamas.

¡Cállate, Demonio! Ahora se quien eres, no te haré más caso.

No hay ningún demonio aqui, hijo mio. A quien quiera que le hables, no existe.

¿Qué? No, él es un demonio. Él es quien realmente controla mi cuerpo, quien hizo todo esto.

Yo sabría si hay un demonio aquí. Y no. Todo lo que ha sucedido este día, ha sido por tu mano. Te imploro, por favor.

Pero si él no es real, entonces. ¿Quién me obligó a hacer esto?

Amigo, no se de que hablas. Pero desde hace varios días que llevas planeando esto. Tu casa está repleta de fotos de esta familia y notas bastante perturbadoras. Y el “Señor Bastardo” aquí presente, sus tres hijos llorando en la esquina y la esposa histérica en el baño… todo tú. Yo soy un mero espectador.

Pero… pero yo no… si yo hice esto, entonces… ¿Qué pasará conmigo? ¿Me detengo y mi alma es salvada?

Así no es como funcionan las cosas. Pero si te detienes, entonces, las almas de estas inocentes personas serán salvadas.

Que se jodan.

Wuau, todo se prendió en fuego muy rápidamente. La policía no pudo hacer nada.

Escuché que dos de ellos están graves en el hospital.

Sí, al parecer se salvarán. Que lástima. La esposa también se libró.

Pues es lo que pasa cuando encierras a alguien en un baño, le das un lugar con agua para protegerse de un incendio.

Hey, ¿qué te parece si la visitamos por las noches con recuerdos de los gritos de sus hijos.

Uuh, eso la quebrará rápidamente. Bien podríamos llevarla a atacar una escuela. Ya sabes, si no puedes ser madre, nadie puede serlo.

Estaba pensando en la estación policiaca. No salvaron a sus hijos, no hicieron su trabajo, toda esa basura humana para justi car un buen asesinato.

Me agrada como piensas, “Demonio”.

Gracias, “Dios”. Que pendejo neta.

24 Horas

P or Abril Sanchez. Ilustración por Batmanuel

Dana siempre había sido una mujer inquieta, de esas que se angustian con mucha facilidad. Las noches para ella eran interminables, una abrumadora avalancha de pensamientos, temores y ansiedad que le impedía descansar incluso después de las pastillas que toma y pocas veces funcionaban para apagar su mente. Desde hacía meses, el insomnio la obligaba a buscar refugio en el gimnasio de 24 horas al que había empezado a asistir después de que una amiga le sugirió el lugar pues conocía la incomodidad de Dana hacía con las multitudes. Entrenaba en la madrugada, el único momento del día en que podía intentar acallar el ruido en su mente.

Aquella noche, el gimnasio estaba especialmente vacío. Las luces frías iluminaban las máquinas inmóviles y los espejos re ejaban la soledad de aquel vasto espacio. Dana ajustó sus audífonos, intentando concentrarse en su rutina, pero volvía la comezón nuevamente en su oído, inquietándola. Pero algo estaba mal. Un susurro en el aire, un roce tal vez. Se detuvo y miró alrededor, el sonido parecía venir desde los vestidores.

"Debe ser el guardia", se dijo, pero su corazón comenzó a latir más rápido.

Trató de continuar con su rutina, pero el malestar crecía. Cada máquina que utilizaba parecía rechinar más de lo normal, como si algo invisible la acechara. Las sombras de las elípticas parecían moverse y los espejos devolvían una imagen distorsionada, como si detrás de ella algo la esperara. Respiró hondo, intentando calmarse.

De repente, un ruido fuerte resonó desde los vestidores, como si alguien hubiera tirado algo pesado. Dana dio un salto rápidamente dejando sus casi 10K y tirándose al suelo, realmente estaba asustada. Decidió dejar todo y salir de ahí. Se convenció de que tal vez era su mente jugándole una mala pasada (no era la primera vez), una mezcla de ansiedad y cansancio debía ser la razón de lo que imaginaba que pasaba.

Cuando se dirigía a la salida, sintió claramente que la estaban siguiendo. Los pasos se sincronizaban con los suyos, acelerándose cuando ella lo hacía, deteniéndose cuando ella se detenía. Ya no era solo una sensación. Se giró rápidamente, pero no había nadie. Solo el eco de sus propios pasos.

El corazón le martilleaba en el pecho. Sentía una opresión, cada respiración se hacía más difícil. Tenía que salir de allí. Cruzó la puerta de cristal con manos

temblorosas y vio al vigilante en su caseta, un hombre mayor que siempre le daba las buenas noches al entrar. Lo intentó llamar, pero las palabras se atoraron en su garganta, reemplazadas por un llanto silencioso.

El guardia la miró con extrañeza, pero no se acercó. “¿Estás bien?”, preguntó con voz grave, pero distante.

Sin poder responder, Dana salió corriendo al estacionamiento, buscando desesperada las llaves de su auto en su bolsa. Las luces de la calle iluminaban débilmente el pavimento, creando largas sombras que parecían moverse a su alrededor.

Finalmente encontró sus llaves y abrió el auto. Cerró con seguro y apoyó la cabeza en el volante, intentando recuperar el aliento. Los latidos de su corazón comenzaban a desacelerarse. Estaba a salvo.

O eso pensaba.

Un olor metálico, nauseabundo, se apoderó del coche. Lentamente levantó la cabeza y miró por el espejo retrovisor.

El cuerpo inerte de un hombre ocupaba el asiento trasero, sus ojos abiertos y sin vida la observaban jamente. Lo reconoció al instante: era el vigilante del gimnasio. El sudor frío corrió por su espalda. Sus manos, que antes temblaban de miedo, estaban ahora cubiertas de sangre seca.

Las imágenes fragmentadas comenzaron a regresar, como destellos de una pesadilla. El ruido en los vestuarios, el impulso de seguirlo, la confrontación. Pero todo era confuso, caótico. No sabía cómo, pero lo había matado.

En la soledad de la madrugada, dentro de ese coche que creía su refugio, Dana comprendió que la verdadera amenaza no estaba afuera. Había estado en ella todo el tiempo.

La rutina de la muerte viviente

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Venus.

Como cada mañana desde hace dos meses, Nicolás camina por las calles rumbo al mercado. Le gusta pasearse por los pasillos y ser inundado por los diversos estímulos del lugar, como los olores y los colores del puesto de ores de doña Olivia. Al visitarlo, no puede evitar extrañarse al tomar un ramo marchito de una de sus mesas y pensar que los colores no parecían tan vibrantes. Sin embargo, un ruido fuerte proveniente del edi cio le hace distraerse de ese pensamiento y un impulso le obliga correr por los pasillos buscando su origen.

En el tercer mes, Nicolás fue a la carnicería de Don Chuy, aunque ni siquiera supo cómo llegó al lugar. La carne mostraba colores oscuros y estaba cubierta por larvas y moscas, un ecosistema dentro de una vitrina. Pasó horas observando el espectáculo, sentía hambre pero por más que veía la comida frente de sí, no concebía la idea de consumirla. No porque estuviera visiblemente podrida, sino que aquella visión era más cercana a un paisaje o a una fotografía. Una rata caminó rápidamente sobre la vitrina, atrapando las larvas rastreras. La mano fugaz de Nicolás se cerró sobre el cuerpo del roedor, haciéndola chillar y retorcerse. La boca del joven se abrió instintivamente mientras se acercaba a la cabeza del pobre animal.

La frutería de Don Jorge se encontraba saqueada en el cuarto mes. Nicolás miraba como las pocas frutas que quedaban en el lugar eran negras. Nuevamente le invadió la idea de estar viendo un objeto extraño, sin embargo, no podía recordar cuándo había tenido ese pensamiento en primer lugar. El hambre era muy fuerte en esta ocasión, le parecía que nunca había comido. Tomó una de las manzanas y le dio una mordida, la escupió casi de inmediato con tristeza y añoranza, aun cuando no tenía recolección de cómo sabía una manzana. Un grito le interrumpió, al voltear vio a una joven con chamarra roja quien corrió apresuradamente, Nicolás soltó un extraño alarido al mismo tiempo que comenzaba una persecución.

Apenas empezaba el quinto mes y Nicolás se limitaba a vagar por los pasillos del mercado, este día en particular se sentía desorientado. Una vez más era torturado por una hambruna persistente y su re ejo en los espejos de la vidriería de Don Rafa, le parecía ajeno. Podía reconocer en él un impulso y urgencia por venir a este lugar pero no podía identi car el signi cado que conllevaba, si tan solo pudiera recordarlo. Un estrepitoso sonido le hizo alejarse de esas cavilaciones

y acercarse al origen del mismo. La joven con chamarra roja se encontraba tumbada frente a la carnicería de Don Chuy, al ver a Nicolás su rostro se deforma en terror e intenta pararse pero su pierna le falla y el dolor la hace caer nuevamente. Este gesto lastima a Nicolás, la expresión de la mujer le hace entender lo que él mismo sentía al verse en aquellos espejos, su falta de humanidad. Su atención pronto se jó en la complexión de la joven quien parecía… tan viva; recordando al n, así es como luce alguien vivo, así es como suena, como huele y preguntando ¿Cómo sabe alguien vivo?

Como cada mañana, Nicolás camina por los pasillos del mercado, toma un ramo marchito, escupe una manzana podrida, se ve en los espejos y mira, frente a la carnicería, la mancha de sangre seca junto a los restos de huesos y trozos de tela rojos. No puede recordar la causa de la familiaridad con esa escena, pero le hace sentir algo.

Sus ojos

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Susana Fabiola Tovar Chávez.

— ¿Aquí adentro? ¿Estás seguro? ¿Y si nos mata un humano?

— Te juro que no hay nadie, bueno, nadie vivo. Hay que apurarnos antes de que vengan más.

— ¿Cómo sabes que vendrán más?

— Somos ratas, obviamente van a venir más, si yo pude olerlo, ellos también. En tiempos de hambruna es necesario ser sigiloso y nunca subestimar al enemigo. Nuestros pequeños protagonistas han decidido aventurarse a la casa abandonada de la cuadra. Hacía tiempo que no se encontraba alimento ahí, pero hoy, hoy huele a un exquisito y raro manjar.

— ¡Ahí está!

— No puedo creerlo, ¡es real!!

— ¿Cuánto llevará muerto?

— No tengo idea, pero espero que sus ojos sigan ahí, son la parte más rica.

Las criaturas aventureras se re eren al cadáver de un hombre de edad media. Visiblemente deteriorado, no putrefacto, sino que era notable que las decisiones de su vida habían afectado su salud. La complexión delgada denotaba desnutrición provocando una visible pérdida muscular. Su boca abierta revelaba la falta de dientes y la negrura de aquellos que quedaban. Pelo largo y sucio, uñas mugrosas, orina seca en la ropa. El cuerpo estaba prácticamente sazonado para las ratas.

— Puedo olerlos venir. Come, come tanto como puedas.

— Calma avaro, hay su ciente para saciarnos y a otros veinte de nosotros.

— Son más de veinte, linda, muchos más.

El primer bocado fue un pequeño mordisco en los dedos. El pedazo de carne se desprendió fácilmente al roce de los a lados dientes. La sangre brotó inevitablemente y salpicó los bigotes de la ratita, quien maravillada por la explosión de sabor en su lengua volteó con su compañero y le miró en aprobación, felicidad y agradecimiento.

— ¿Está bueno?

— Jamás había probado algo tan… tan… ¿vivo?

La mirada de ambas ratas cambiaron a extrañeza. Treparon al pecho del cuerpo, acercándose a la cuenca que tenía por boca y notando suaves y débiles aspiraciones de aire.

— No lo entiendo, huele a muerto pero aún respira.

— Apenas. Ni siquiera puede moverse. Ha de llevar aquí mucho tiempo sin comer.

— ¿Escuchas algo?

— ¿Qué? ¿Acaso ahí vienen los otros?

— ¿Qué hacemos?

— Sus ojos.

Las garras de las ratas se clavaron en la cara de aquel hombre, excavaron a través de su piel y músculo. Pequeños sonidos salían del pobre diablo tendido en el suelo, evidentes intentos de gritos. Ya habían devorado los párpados de aquella harapienta gura cuando una marea de famélicos roedores invadió el cuarto.

— ¡Ay no! ¡Apurate linda!!

— Eso intento pero está muy bien pegado, muerdele el nervio.

— Te ayudo, ¡jalalo!

La horda de pequeñas bestias subterráneas rodeaban al cuerpo invalido. Atravesaban sus extremidades, costados y genitales con feroces garras y desesperados mordiscos. Aquel hombrecillo empezaba a sacudirse por el dolor pero sobretodo por el abatimiento de los cuerpos de las plaga que se arremolinaba a su interior, envolviendo casi completamente al pobre drogadicto que había quedado tan prendido de su viaje químico que se le había olvidado guardar energía para sobrevivir.

— Apúrate, apúrate. Muérdele más rápido.

— Pinche madre, parece elástico, no se rompe.

En esfuerzo de equipo las ratas lograron arrancar uno de los ojos corriendo de inmediato lejos del caos con su preciado tesoro. Al voltear hacia la madeja de cuerpos peludos alcanzaron a ver como uno de sus hermanos arremetió sus fauces directamente contra el globo ocular restante, devorándolo directo del cráneo y sin escatimar tiempo.

— ¿Por qué no hicimos lo mismo?

— Sabe mejor así.

— ¿En serio?

— Sí, toma, pruébalo.

— Pero… es tu ojo, tú lo querías.

— Lo quiero para ti.

Las ratas no se sonrojan pero la sangre en sus mejillas concordaba con el fulgor de dicha reacción. Los dientes de la roedora se cerraron delicadamente sobre el regalo, tratando de disfrutarlo tanto como su naturaleza se lo permitiera. Al acabar puso la atención en la mirada de su compañero, una expresión que le con rmó estar en el lugar correcto.

— ¿Escuchas eso? Querido, nariz arriba, aquí hay algo.

Como soldado siguiendo a su coronel, la rata olisqueó el aire guiado por el oído de su amada. Subieron a un segundo piso alejados de sus hermanos borrachos de sangre. En el suelo de un cuarto yacía una cría de humano, probablemente de unos cuantos meses. Su rostro denotaba rastros de lágrimas pero parecía haberse acostumbrado al abandono, mostraba signos de debilidad pero aún con vida movía sus manos en acto de incertidumbre.

— Linda, ¿Qué hacemos?

— Sus ojos primero.

La vi hundida en medio de una enferma luz glacial, rodeada de paredes grises y un techo sin fondo. Usaba un atuendo blanco que caía pesado hasta sus pies y sin otro contraste más que una pesada y oscura melena que le cubría la mayor parte del rostro, la gura permanecía erguida, dándome la espalda, sin moverse un solo centímetro. En otro contexto, el sentido común me habría indicado señalarla como un maniquí, o una escultura de cera; sin embargo, estando en el lugar en el que estaba, supe que era una creación de mi mente, un retrato de pesadilla que identi qué como una exponencial amenaza. Con la nalidad de encontrar una salida, miré el entorno y noté que los objetos que rodeaban a la gura espectral jugaban a ser bosquejos en blanco y negro. Y detrás de mí, una extraña estela brumosa sostenía mi peso; percibía su contacto en el borde de los hombros y en la planta de los pies. Me encontraba, en suma, dentro de alguna de aquellas fases del sueño donde uno se advierte a sí mismo como parte de alguna trama del inconsciente.

Abrigué la esperanza de cambiar la situación y di un par de pasos hacia atrás, cuidando de no darle la espalda a aquella aparición, pues con la sabiduría onírica que a veces se adquiere en tales ocasiones, tenía la certeza de que, si me quedaba en ese recinto, correría un terrible peligro.

De pronto, un inesperado grito quebrado delató mi posición. Las paredes se agitaron y por efecto, cual felino con su presa, el espectro se reveló tras un brusco giro: un rostro cutre y demacrado de piel marcada con un grisáceo brillo húmedo, cuyos ojos supuraban deseos de sangre en conjunción con una boca bestial que hervía en hambre. Tras un movimiento convulso, se precipitó hacia mí con una velocidad tal, que solamente alcancé a frenar su embestida con uno de mis antebrazos. El impacto me desequilibró, y aunque traté de recomponerme, la criatura atacó de nuevo. Esta vez, quise repelerlo con las manos, pero nada pude hacer ante su desmedida fuerza.

Un punzante dolor se replicó con helados ecos alrededor de mi nuca al golpear el suelo, las manos me ardían al mínimo contacto, pero, aun así, nada mitigó la urgencia de huir. Por desgracia, aquella ánima se deslizó con una facilidad serpenteante hasta mí, acorralándome con sus pegajosas extremidades. Su cercanía me hería y yo era demasiado lenta para su naturaleza salvaje. Lo único que capté al vuelo, fue que se alzó con los brazos en impulso, y dirigió sus puños

en dirección recta a mi cabeza.

Desperté, con el corazón redoblado y una inhalación tajante. Me encontraba recostada en mi cama, en la misma posición en la que me había arrinconado el espectro dentro del sueño. Me gustaría decir que reconocer un espacio familiar me consoló enseguida, no obstante, eso sería una rotunda mentira. El alivio que experimenté duró tan solo una fracción de segundo, pues, al tratar de moverme, me fue imposible. Mi cuerpo se sentía más pesado de lo normal, y detecté que todos mis músculos habían adoptado aquella aqueza característica del estado febril. Mis manos estaban sujetas a una rebeldía mortal y mis piernas se habían sumergido en un inerte y doloroso desgano. Una opresión en el pecho encadenaba cualquier intento de reacción; y parecía como si el cuello y la cabeza se hubieran convertido en un busto de hierro. Incluso, mis ojos, aunque despiertos, se sentían débiles y a merced de cualquier hipnotismo. Por instinto supe que sería un fatal error dejarme vencer por el sopor, así que me obligué a permanecer despierta y me esforcé en recuperar el control.

Por la inclinación de la postura en la que estaba, deduje que tenía el brazo derecho debajo de mí, lo lamenté de inmediato, a esas alturas de la noche seguro ya estaría adormecido, mas no podía asegurarlo, no era capaz de sentir conexión con él. Traté de reacomodarlo, pero, no tenía la fuerza mínima para tirar de él.

El intento de ayudarme con la mano izquierda fue inútil, pues tampoco me respondía. Tenía el rostro vuelto hacia el techo y probé volverme hacia donde sabía que estaba recostado Diego, mi pareja. Pero ni el más mínimo giro pude lograr. Sabía que él estaba allí y quería llamar su atención, de esa forma quizá él me despertaría del todo y podría liberarme.

¡Diego!, ¡Diego!, gritaba, pero solo interiormente, pues, ni siquiera la primera letra de su nombre pude articular, ni un rastro de voz quedaba en mí.

Fue entonces cuando noté que lo único que movía de forma voluntaria, era el corazón. Sus tamborazos resonaban en mis sienes, cual caballo en galope. Necesitaba escapar de mí; de mí y de aquella mancha negra que de pronto comenzaba a deslizarse sobre el techo. Era como una nube de oscuridad que crecía y crecía en la super cie lisa, contaminando cada rincón de la habitación. ¡Diego! volví a gritar desesperada aún sumergida en mi mutismo. Pero nada sucedió.

Simplemente podía ver cómo aquella negrura profunda iba extendiendo sus brazos amorfos hacia mí. Descendió hasta la altura de la cama y noté su peso opresivo sobre mi cuerpo hecho estatua.

¡Diego! ¡Despierta! ¡Despiértame! ¡Ayúdame, Diego!

En la medida que repetía su nombre, incrementaba al mismo tiempo la pesadez de mis ojos, y si hacía unos instantes por lo menos podía vislumbrar un

poco con las pupilas, para ese momento ya era imposible desenfocarlas de ese agujero negro que comenzaba a consumirme.

Como último recurso cerré los ojos, para protegerlos de ser absorbidos. Pero al instante, como si me hubiese estado esperando, el rostro del espectro que había visto en sueños surcó como relámpago mi visión.

Sujeta a un peligro interno y externo, quise escapar, empujé una pierna por debajo de mí hacia la dirección donde se encontraba Diego. Apliqué toda la fuerza de la que fui capaz. Percibí, por n, el contacto de la cama contra la planta de mi pie. Un escalofrío me recorrió la espalda y sentí cómo la sangre acudía a mis piernas para ayudar, acompañada de un extraño hormigueo eléctrico que se instaló como base de apoyo. Volqué todas las esperanzas en ese impulso de voluntad que, tan pronto como estalló el golpe, algo se desgarró.

Fue acaso aquel hechizo sofocante, o la presencia de aquel ominoso ser, tal vez mi visión, o ni más ni menos, que mi propia conciencia. Jamás lo sabré. Tan solo desperté hundida en medio de una enferma luz glacial, rodeada de paredes blancas y un techo surcado de estática parpadeante.

Tenía ambas manos sostenidas por agudas notas musicales que marchaban a un ritmo frágil, mi garganta estaba impedida y mi rostro se encontraba atrapado en una mascarilla de cristal.

Desde arriba, Diego me miraba con sus permanentes ojeras retocadas de pesar. No me hablaba, tan solo estaba allí, acariciando mi cabello empapado en sudor; sin saber que yo podía verlo, sin tener idea de que había regresado.

En vano moverme, en vano hablar, en vano cualquier intento de indicarle que me encontraba allí. Me dediqué a mirarlo, a sentir su cálida compañía, disfrutar de su ser; y aferrarme a su real esencia, a su tangible corporeidad, deseando con todas mis fuerzas, ignorar que, al fondo de la estancia, una bella y etérea mujer de cabello negro, ataviada con un pulcro vestido blanco, me miraba aterrada.

Últimas palabras

Por Filiberto Balderrama García. Ilustración por Darshan.

¿Eh? ¿Qué sucede? ¿Por qué están todos corriendo de un lado a otro? ¿Elisa? ¡Elisa! ¿Dónde estás? ¿Por qué lloras? ¿Estás bien? Yo estoy bien, no tengas miedo, dame un abrazo. No puedo moverme, ¿qué sucede? Elisa no llores amor. Tranquila ¿Por qué no me escuchas? No siento mover mi boca. ¿Por qué no puedo ponerme de pie? Ayúdame mi amor, no se que esta pasando.

— Señorita, no se mueva ¿Que ha sucedido? ¿Conoce a la víctima?

¡¡Un policía!! ¡¡Rápido!! ¡¡Ayúdeme!! Haz tu trabajo maldito cerdo, ella está bien, levántame. ¡Hey tú! la de los guantes, eres enfermera ¿verdad? Haz algo, levántame, no me dejes aquí en el suelo, tengo que ir a calmar a mi novia.

— Con rmo el estado de la víctima como fallecido. Entonces sí es un caso de homicidio.

¿Homicidio? ¿De qué están hablando? Estoy justo aquí pedazos de mierda. Elisa no llores, no les creas, sigo vivo, estoy bien. Mírame, tócame, por favor, déjame sentirte amor.

— ¿Elisa? ¿Estás bien?

— ¡Alto! no se acerque, seguimos investigando joven, tiene que dar su declaración.

— No, o cial. Por favor. Él viene conmigo. Me salvó la vida.

¿Qué? ¿Qué hace él aquí? ¿Qué chingados está haciendo aquí? Te advertí, ¡¡te dije que pasaría si lo volvías a ver!! ¡¡¿Cómo te atreves a burlarte de mi?!! ¡¡DE MI!! Maldita perra, vas a pagar. Tú y tu pinche pendejo, maldita puta.

— Por lo que me explicas este sujeto intentó atacarlos. Un ex-compañero de trabajo que le acosaba señorita. Y usted joven ¿con rma lo del arma?

—Sí, lo vi apuntarle y corrí para empujarlo pero no pensé… el carro… todo fue muy rápido.

Eres una puta Elisa, ¿Para qué chingados? Entonces ¿para qué chingados me ilusionaste? Diles, ¡¡DILES!! Como te me insinuabas, como me decías hola coquetamente en la hora de la comida. LA MUY PERRA. Diles como me sonreías por las mañanas. PERRA SUCIA. ¿Ahora me niegas? Tú aceptaste mis ores y después las tiraste a la basura. MALDITA PERRA. ¿Que hay cuando me pediste prestada mi grapadora? Me la pediste a mi ¡¡A MI!! COMO SE ATREVE.

— Me informaron que revisaron las cámaras y con rmaron su historia jóvenes. Estarán bien.

— Gracias o cial. Elisa, no llores. Esto no es tu culpa, dame tu mano. ¡¡NOOO!! ¡No la toques! Es mía, hijo de tu pinche madre. MALDITA ESCORIA. Voy a matarlo, voy a hacerlo pedazos. PEDAZOS. Voy a hacer que te lo comas Elisa. INTERESANTE. Me voy a joder tu cuerpo y hacerte la perra que realmente eres ¿EN SERIO? Voy a quitarte tu paz. TE ESCUCHO. A perseguirte, torturarte y hacerte desear haberme amado. ¿Y DESPUÉS? Me tragaré su alma y la haré mía por siempre, a ella y a cada una de las Elisas del mundo. ¿TODAS? A cada una de ellas, por haberse atrevido a no amarme ¡¡A MI!! ¿LO PROMETES? Lo juro. TRATO HECHO.

Próximamente Gratis en forma digital

https://www.issuu.com/halloweendemuertos/docs/hdm_-_pre_final_compressed

Vol. I Disponible AQUÍ

https://www.issuu.com/halloweendemuertos/docs/hdm_-_pre_final_compressed

García
Chávez
Sr Morga
Susana F. Tovar Chávez
Vivian Piedra
Serafo Darshan Venus
Dany
Soul Chavez

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