folk.

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folk. juan soriano


arte de tapa Santiago López (@sangarufa). corrección & diseño Mala Ludwig. Folk - Juan Soriano. Hypatia Editora. Primera edición junio 2020. Ningún derecho reservado. Pero si me robás algo, sos un policía.



Este libro no es un gran libro. Por eso, está dedicado a todas las personas que creen que si quisieran, serían: estrellas de rock, autores famosos, cineastas, cantores, grandes actores, presidentes de algún país, buena gente, pintores de renombre, reyes de la noche, diputados, campeones de batallas de gallos, madres ejemplares, dueños de supermercados, mejores que Maradona, referentes feministas, boxeadores, altos, rubios, delgados, musculoses, influencers, no calvos, graciosos, comediantes, cocineros, y todo eso que ninguno de nosotros será.


MENÚ PRÓLOGO TE JURO QUE NO ME ESTOY RIENDO MI AMOR NO ME HAGAS ESTO LUCÍA LIKE SON ÓRDENES DE ARRIBA ME LLEVARÉ TU SANGRE UN ESTORNUDO PLANETARIO GALAXIAN ANTES ESCRIBÍA UN MONTÓN LA DRAMÁTICA FAENA LOS ÍDOLOS DE LOS QUEBRADOS MUCHA GENTE UN MUY BUEN CONSEGO PAPÁ, MAMÁ, LAS HERMANAS, MI PERRO, YO Y LOS DEMÁS ABACABB LA ENFERMEDAD DEL MUNDO AL CHINO


PRÓLOGO Escribir un libro a conciencia debe ser para mucha gente algo parecido a un trabajo. Yo no nací con esa suerte. Nací con un talento bastante básico para poder combinar algunas palabras, letras y puntos y que entonces ciertas oraciones que escriba tengan una musicalidad que simule estar diciendo algo más o menos memorable. Recordable. Y todas esas cosas. Pero no. De un tiempo a esta parte me puse a pensar lo poco que importa un libro nuevo. Lo patético de publicarlo en una editorial que nadie conoce, o peor, en una que conoce todo el mundo porque te fue bien en Twitter y que luego no puedas sostener un mes de escritura o bajada. El libro del verano. El que habla de la enfermedad. El oportuno. El del asesinato. El de la política. Luego el libro canchero. Y toda esa basura que en muchos casos engalana vidrieras y en muchísimos más, es una caja a los pies de una cama. Un hombre en Balvanera cree que en sus sueños escritos y volcados a un papel descansa el interés de un otro que no existe que se verá atraído por saber con quién garchaste de chico para ahora estar resentido y escribir sobre astrología, cupcakes, recetas para guitarristas solteros, o barberías de diestros. Bah, nada de eso importa. Tampoco a nadie le importa la presentación de tu libro. Se juegan cartas de cumpleaños, homenajes que te hacés a vos mismo. Tu madre si está viva y es decente te va a comprar el libro. El novio de ella también. Tus hermanas van a ir a verte y por dentro van a sentir un poco de vergüenza. O cringe. O ganas de morirse. O de irse. Y mientras estés leyendo tu relato con una pasión desmedida, la persona que te gusta va a estar poniéndole like en Instagram a un gato disfrazado de cocodrilo en la orilla de un cuerpo pulposo que no habla español. Ahí, y sólo ahí, vas a creer que sos cool por tomar tu traguito oscuro, que sos noir por fumar y usar lentes de carey, y que sos maldito porque alguna vez te sacudiste la pipa en un baño de Almagro. A nadie le importa. Si no le importaste a la policía lo que estabas haciendo no era tan grotesco. A tu mamá no le gustó tanto el cuento tal. A tus amigos les gustó todo porque son tus amigos y tampoco te dijeron nunca que tu señora es fea y tu hija es estúpida. Todos los que te dijeron que iban a ir y no fueron a la presentación de tu libro en realidad nunca pensaron en ir. Pensá bien: vos tampoco comprarías un libro como el tuyo. Pesado. Aburrido. Lento. Obvio. Romances de romances de romances. Choques de choques de choques. Todo como una canción de Diego Torres pasado a metal.


Pero a vos te hace bien. Le anotás una dedicatoria a una persona que vez seguido. Hacen como un pacto de pelotudos en los que vos jugás a ser escritor y ellos a que leen algo alguna vez. El objeto inerte del libro termina en una biblioteca al lado del libro de Cristina, de alguna porquería de editorial Dunken, de un libro de Stephen King que salió en una colección en kioscos, de seis diccionarios y de alguna historieta que ni termina ni empieza en ese número. Libros que jamás serán abiertos salvo para una piadosa única lectura. Libros que jamás serán prestados. Libros que terminarán huérfanos sin leche en Mercado Libre. Y que nadie va a comprar. Por eso, ya sin motivos para la clandestinidad pues pasó de moda y no existe, hoy pasamos a la virtualidad.

Esto no pretende ser un prólogo. Esto pretende ser un llamado de atención a toda la humanidad para que ya mismo dejen de publicar libros. Para que todo el mundo deje de leer. Ahora las historias se relatan en una sola oración. El Padrino es la historia de un mafioso y su familia. Seven es la historia de dos cobanis que no pueden cazar a un asesino hasta que el asesino caza a la señora del fachero. Y así. Basta de largos relatos costumbristas. Basta de repetición. Basta de querer simular. Nadie está leyendo nada. Nadie está cantando canciones. Nadie está ya dispuesto a morir por vos.


TE JURO QUE NO ME ESTOY RIENDO - A ver, Fabi, mirá para acá, serio. — pedía Lolo, el creativo pop del momento, el genio del diseño, master of the universe de la propaganda, mago del marketing, exquisito chef. Fabián Gabriel Gordon-Trent, candidato a senador por una provincia importante, guiñó un ojo y se acomodó el saco sin desordenarse la camisa celeste sin corbata. - ¿Así? - preguntó Fabián, y Lolo resopló tipo mala onda, no copado. - No, no... no, no y no. Serio. Pensá en tu trabajo. Fabián miró al techo del estudio y el murmullo del equipo creativo de Planta Permanente, la agencia de Palermo Chaco que había sido contratada para llevar al candidato a sus funciones, ganó el aire viciado de charuto. Fabián observó a la cámara. Lolo corrió el ojo de la lente de la cámara IMAX en la que estaba apostado. - Fabi, eu, Fabián. Te estás riendo. - Ni a ganchos. Dale, filmá ahora. — contestó Gordon-Trent, confiado e inversor de su propia campaña política. - Sí, te estas riendo. ¿A vos tu trabajo te da risa? A nosotros el nuestro, no. Por favor, te pido que colabores, todos estamos cansados. —dijo Lolo con un poco de ironía fina y alguito de chicana. - Yo nunca me canso, nene... - Vos sí te cansás y después todos nosotros tenemos que soportarte. Por favor, ¿podés mirar hacia la cámara pensando en tu trabajo, en la gente, en lo que vas a hacer cuando ganes? Fabián asintió, se tocó el bolsillo del pantalón, pensando, y miró confiado a la cámara. - Ahí tenés. Votame, no te voy a cagar. Lolo se acomodó otra vez detrás de su cámara de once millones de botones y ocho de dólares. Apretó el botón. Fabián, candidato por la lista número 8569 del partido “Democracia Por Ahora” aparecía resplandeciente ante la chroma azul de fondo, esa que tendría, luego, en moderno spot, un nuevo mundo que se vislumbraba como posible en base a las encantadoras frases que el candidato solo había aprobado, craneadas en el Laboratorio de Planta Permanente, la agencia ganadora de nueve Orejas de Mudo, el revolucionario y desafiante premio que entregaba la Asociación de Agencias Publicitarias de Remís y Loterías. Fabián, el pueblo hecho hombre, movía despacio sus cejas, cada vez más altas, y Lolo empezaba a preocuparse, quizás porque sabía que eso quedaba mal o, tal vez, porque no era ese tipo de plano el que había aprendido en la Escuela Guevarista de Cine y Momentos Fuertes.] - Paren todo. — dijo Lolo y Fabián se sorprendió por ésto. — Pongan música. Algo tecno. Bien arriba. Traiganme un agua. Temperatura natural. AHORA. Las dos asistentes de Lolo, Vicky y Vicky Dos, salieron corriendo y volvieron casi al instante con la botella de agua redonda, de marca impronunciable e irrecordable. Lolo tomó un trago largo. - Fabián, contame: ¿querés joder a todo el equipo de trabajo? - Lolo, te juro que no me estoy riendo... - Te estás riendo. Por adentro al menos. Eso se ve. Esto lo capta esta cámara de cine. Esto lo capta mi ojo. Esto, lo van a captar tus votantes y entonces vas a perder las elecciones. Y vas a volver a atender la tienda de ropa. Y yo voy a perder clientes. Y mucha gente se va a quedar


sin trabajo. Y eso va a hacer que muchos padres empiecen a beber. Esos padres irán a comprar armas. Esas armas se van a usar contra chicos. Esos chicos se morirán y no alimentarán más a los animales, a sus mascotas. Esas mascotas se morirán. Y a nadie le gusta que lo acusen de matar animales. ¿No te parece? Fabián, boquiabierto y cariacontecido, miró a Lolo, casi con lágrimas en los ojos. - No, no me parece. A nadie le gusta que lo acusen de matar animales. Vicky Dos se acercó con un paño fresco hasta Fabián y le limpió las lágrimas, luego lo maquilló y Fabián volvió a observar a la cámara. Lolo, sonriendo, se acomodó detrás de la cámara otra vez. Fumaba con la mente. - Ahora. — pidió, firme, Fabián Gordon-Trent, ex empleado de famosa cadena de tiendas de ropa para policías. Lolo presionó “SOUL” en su cámara, y luego el botón de captura. Sonó fuerte una canción de Lady Gaga: era el teléfono del candidato. - No lo puedo creer, me da un ACV. —dijo Lolo resignado mientras Vicky Dos le acariciaba el cabello rojo a Vicky y, Fabián, levantando la mano como bloqueando a un paparazzi, atendía su teléfono. - Intendente, cómo le va... sí, estoy filmando... claro... — Fabián levanto la cabeza y levantó su pulgar hacia Lolo, solo que Lolo no estaba allí: había partido raudo hacia su camerino, a darse una buena dosis de delicioso oxígeno francés, traído de contrabando en latas de gaseosa. - No, intendente... no, le juro que no me estoy riendo... ok, señor... un beso para su esposa... bueno, un abrazo. Lo quiero mucho, señor intendente. Lolo volvió de su ducha de oxígeno con el cabello un poco más inflado. - Ahora sí. Filmemos y terminemos con este infierno. — pidió ofuscado, el director famoso por filmar un corto de veinte segundos llamado “Infeliz”. Fabián, perfecto en el plano, con buen semblante, sonrió con sinceridad. Lolo apretó la botonera. Afuera, una mujer manejaba una 4x4 a toda velocidad, desmayada sobre el volante, un poco borracha y muy drogada, con dirección al estudio. En el stéreo de su camioneta, sonaba una canción de amor de Luis Miguel.


MI AMOR NO ME HAGAS ESTO Me caminé más de cien kilómetros subido a las nubes del engaño. Supuse que aprendería con tanto cabecear a la vida, tanto lamentar haber nacido, tanto conocerme mala leche, la buena fe. Entendí todo de un día para el otro y la cicatriz de la canción me siguió rondando en la cabeza: “Mi amor, no me hagas ésto”, decía una y otra vez, quizás una peruanita hermosa que nunca mostraría su cara del altiplano porque ganaba más y mejor poner a una rubiecita haciendo playback. Yo soy de la era del cassette. Yo sé lo que es mentir y sé lo que es una birome. Y, sin embargo, mis dos piernas seguían cansadas de caminar más de mil kilómetros, en la espalda de un dragón o de un drogón; qué me importa, y qué te importa a vos, chabón. No obstante, sentía la necesidad de ponerme a escribir. De escribir una carta de amor. Una letra perfecta. Reescribir la Biblia en minúscula y entonces saber que Dios también podría haber salido de esta yema virgen de cardos y maderas, de espinas y de rosas, y de figuras tan grasas como patéticas como la de jugar con dios, el diablo, las rosas y las espinas. Estas orejas, hartas de escuchar a escritores que suponen que son los mejores, hartas de soportar la reverberancia boluda de la gola engolada de un cualunque que se cruza con una computadora y que, entonces, cree que puede escribir. Caminé más de diez mil kilómetros, mi amor. Así que no, “no me hagas ésto”, repite esa negrita tan linda, tan mojada de sudor en la espalda y recién es, es su cuarto o quinto show de la noche, es. “Diga”. — me pregunta el ortiva del kiosquero. No lo pienso, pido puchos, pago, me voy. Destesto al kiosquero. Todos los kiosqueros se creen que son los grandes señores. Oh, claro, sí. Imbéciles, sueñan con tener un taxi para perder ahí y volver al kiosco. Macacos con tanques de guerra. Guerras perdidas, soldados de la nada, desenganchaditos de la miseria real, la miseria esa que se disfruta, la que nos deja abrazarnos. Mi nombre no importa: nunca fui una persona de decir el nombre verdadero. Mi cara sí importa, y es por eso que ando así, tan maquillado, tan con una barba de mentira y un bigote que es mío, y esta gorra, la llevo desde hace años en el maletín tan cheto que uso cuando voy al Congreso. Mi gorra dice NIKE. Sí, salgo en la tele re seguido. Sí, soy un alto funcionario, un señor importante, claro. Sí, me garcho a mi secretaria y no, jamás cambié trabajo por sexo pero igual, me garché a todas las que laburan para mí. Caminé cien mil kilómetros para ser tan genial. Peiné millones de veces mi pelo, otras doce rasqué mi pecho lampiño y blanco y ya hace años que ni me miro al espejo para ver si me veo óptimo: doy notas en televisión y ahí mismo me puedo dar cuenta de si está bien o no mi cabello. Siempre odié ser opositor, pero la vida me puso del lado de los que nunca ganan. No te voy a decir mi partido político, ni mi aspecto verdadero: quizás todo esto sea mentira, pero si no lo digo, voy a poder volver a decirte, mi amor, que nunca más me hagas ésto. Soy hijo de una noche en la que mi viejo —al que jamás conocí— se revolcó con mi vieja, que era casada. Mi apellido es materno. Mi furia, paterna: no sé ni lo que soy, ni lo que seré.


Pero sé lo que fui. Yo era el gordito boludo antes. Y ahora soy el gordito hijo de puta. Mi rigor es conocido, así como no es conocido ni que fumo, ni que escribo, ni que suelo decir “mi amor”, ni que me disfrazo porque mi vida es una puta mierda aburrida, y eso que me recibí de abogado y gran señor. Soy el tío de dos hermosos nenes y, a mi hermana, en la vida, le va mucho mejor que a mí, que nunca pude tener ni un perro: ella, mi hermana, hija única, putísima, es chofer de un remís. Eso no clasifica ni como tachera. Eso no es un trabajo. Eso es vivir para comer y después para contarla, exagerada, a todos tus amigos o compañeros de pucho. - Disculpe, jefe, ¿Tiene una moneda? — me pide un cabecita negra, un termito, un pobre. Le niego con la cabeza porque no solo no le quiero dar, sino que me indigna. Yo laburo todos los días para que éste no pida. Mi amor, no me hagas ésto. No me pidas a mí. Pedile a los que tienen poco, cosa de que se sientan mejor. De que se amen y se abracen y cosa de que, de noche, le puedan contar a su mujer, tan cornuda y buena, que hicieron algo genial y te dieron dos pesos. Claro que todo esto ni se lo digo sino que camino rápido, con la botellita escondida en el bolsillo. Me encuentro con un perro. Nos miramos. Me alejo moviendo la cola asustado. Caminé trillones de kilómetros para ser todo esto que hoy proyecto. Toda esta sanidad moral. Toda esta brillantez ególatra, este regalo gigante de navidad que podría ser para cualquier hija medio estúpida, buen culito, media chispa en la cabeza. Toda esta gelatina con olor a monóxido de carbono, a caño de escape en un túnel. Mi amor, no me hagas ésto. Miro el compact disc que me compré en la calle, trucho, con decenas, centenas de mp3. Me siento mucho más puro que cada vez que me toca levantar la mano, al pedo pero temprano. Matenme.


LUCÍA La niña no tenía más de tres años. Había quedado sola, en el pasto del frente de su casa. El sol quemaba tanto que lastimaba. En una mano tenía un chupetín de cola y, en la otra, una muñeca empapada de saliva.Tenía un poco de miedo, pero, quizás, no lo sabía. A lo lejos, un auto estrellado contra un árbol aún ronroneaba su motor en un sonido agonizante de mecánica rota. La niña se puso de pie y llamó a su mamá. Nadie le contestó. Miró a la puerta de su hogar, que estaba abierta: podía verse, si la niña fuera más alta, una mancha de sangre en el suelo. Pero ella era bajita. De nuevo miró a la calle y los dos vecinos de enfrente estaban abrazados en el suelo: el señor Ramírez carecía de mandíbula y de su esposa solo quedaba el torso. No había sangre allí. La niña con algo de pena y poca comprensión empezó a caminar hacia su izquierda, chupando el chupetín de cola. Empezó a cantar su canción favorita, inventando algunas partes de la letra moviendo la cabeza hacia ambos lados. Pasó junto al perro del vecino, que aún respiraba con ojos tristes, con su vientre destrozado y abierto: la cría de la cual estaba preñada ya no latía. La niña se llamaba Lucía. Lucía llegó hasta la puerta de una casa enorme, esa casa que todos en la cuadra decían estaba maldita, que vivía un mal hombre. Observó la blanca madera de la puerta cerrada con miedo y siguió caminando. El chupetín sabía agrio, entonces Lucía lo dejó caer en el suelo. Las hormigas se abalanzaron a toda velocidad como desesperadas, saliendo de todos lados y de ninguno a la vez, hasta hacer desaparecer al caramelo y al palito de plástico. Lucía le hablaba al oído a su muñeca y enfrente, las cabezas de dos policías guardaban el terror de una última mirada. A lo lejos, un grito asustó a Lucía, porque no era grito humano, no era grito animal. Era grito de bestia, doliente y sufrido, que molestaba a los tímpanos. Lucía se puso en cuclillas y se tapó los oídos, pero de nada sirvió. Comenzó a correr en contra del sonido, con los ojos cerrados y gritando, dejando atrás para siempre a su muñeca llena de saliva. Lucía tenía hambre y, ahora, miedo. Dobló la esquina y la pila de cuerpos contra la pared no la asustó: ni la imagen ni el olor de todos esos hombres, mujeres y niños que, en pedazos, yacían ahí en un último esfuerzo por alcanzar algo. La niña se acercó hasta el supermercado chino que estaba llenísimo de mercadería. Entró corriendo y se sacó las manos de los oídos. Eligió papas fritas, una gaseosa light pequeña y fría. Jugó a que la pagaba, en la caja, mirando al chino que atendía, muerto con la garganta abierta, desgarrada, y la lengua saliéndole de la tráquea. Lucía abrió el paquete de papas fritas y se sentó en el suelo, desesperada de hambre. Comía y bebía de la lata de gaseosa como un animal. Cuando terminó de comer, eructó suavecito y se tapó la boca, con algo de vergüenza y picardía. Se puso de pie. Satisfecha, con su lengua rodeó todas sus cejas y la frente y todas sus orejas y toda su cabeza y la nuca, terminando en su mentón.


LIKE te mirás al espejo, con admiración, y tratás de ser parecido a lo que te gustaría ser parecido: te sabés alejado de la imagen más perfecta con la que podrías soñar pero te gusta ser ese personaje brillante y sin errores con el que soñás cuando mirás una película o un concierto en vivo. Subir. quisieras ser la estrella de rock de este bacanal o la actriz más trola de las intimidades perpetuas que morirán con vos en una agonía de orgasmo algún agosto y, así, te elegís un nombre, un nickname, un apodo, una magia donde no la hay: la carne y el hueso te atornillan a una realidad que simplemente es plana. Llana, lisa y blanca. Compartir. tu camisa tan linda, vamos a contarlo en tuiter, tu comida tan rica, es motivo de instagram, tu agradable común peinado nuevo para vos y viejo para las mil cabezas que se pudren en cementerios es algo tan digno como un perro, un gatito, un chiste, una canción, un texto o cosas que solo viven en el nuevo universo en el que más te gustas, el del facebook. Anular envío de mensaje. te amás. Qué asco. te candidateás para el premio mayor, sabiendo que te conformás con la última galleta rancia del tarro, porque naciste un día y nada más que por eso. A quién le importa. querés ostentar alegría y cinismo, chicanas y amor, cuando no se trata del desamor que busca al amor o de la pena que busca la alegría: no le importarías a nadie, si no fuera porque a vos mismo te importa tanto cada detalle de tu vida, cada momentito miserable. Probar filtro. antes (no sé cuándo empezó el antes si ahora es el antes de dentro de un ratito) no tenías la opción de demostrarle a tu caja de zapatos que eras la zapatilla más turra de todas y eras el piojo más piojo de todos, estéril, sin cría, con liendres de sal movidas por el viento como caspa en un hombro de camisa negra. Jamás te puso un like un famoso. todas tus memorias escritas para un “siempre” que es ahora, por ahora y para siempre, quisieras creer y viralizás una y otra vez el lamento tribal del buen gel, los barquillos de las camisas y la birome que tenga un motivo dorado, mas no de oro. todos tus argumentos son válidos, porque válida es la vida y válida es la muerte: en el medio, sacale las rebarbas a lo que sobra, que estaría siendo, en todo caso, la oferta de verdulería de la vida real, en diferido. Reaccionar. será la culpa de la luz del baño o será la alegría de vivir de un cachorro que se va a morir, quieras o no, antes que vos, como todos tus animales, como tu padre y tu madre y antes tus abuelos y en el camino, muchas personas que querés y las que no querés, no importan porque no duele y si no duele no importa: todo debería doler un poco más y deberíamos romper más espejos para tener muchos años de mala suerte y saber que la culpa, fue del vidriero. Retuitear y bloquear.


será la culpa de esa cosa que un doctor llamó genética o será la necesidad de ponerle nombre a todo, a un vaso, a una remera, a un hijo o a todas esas cosas que tienen nombre porque etiquetarse está bueno, en la mayoría de los casos. Borrar etiqueta. El vecino es espantoso. será la culpa de dormir demasiado, de comer demasiado, de amar demasiado, de que los mosquitos piquen, de que las ratas rateen, de que los asesinos maten o de que las mujeres dejen a los hombres un rato antes que esos hombres dejen a esas mujeres. Qué incorrecto. Denunciar. será la culpa de la presidenta, del presidente de estados unidos, de los dientes, de la lumbalgia, del cáncer, del SIDA, de la droga, de la televisión, del coronavirus, del calzado deportivo, de la comida rápida, de la digestión lenta, de las toallitas femeninas o de los calzoncillos tipo slip. Las redes no tienen olor. pero, atención: hoy es un hermoso día de sol, si querés, aunque la tormenta atormente, y también te podés morir. ¡Ojalá!


SON ÓRDENES DE ARRIBA El negrito petiso del interior con orejas enormes que le sobresalían rabiosas del pelo duro y aceitoso miraba con desconfianza al funcionario de la fuerza opositora y bien gorila que asentía con un escarbadientes entre los colmillos: así, medio de costado. −

Son órdenes de arriba, Gancedo. Qué quiere que le haga. — le dijo al negrito, el funcionario.

¿De qué arriba, señor? ¿De Dios? — preguntó el hombrecito.

Dios es una construcción bastante chota, muchacho. De arriba. De este mundo. Del jefe.

Gancedo miraba sus tres hojas manuscritas sobre la mesa, dobladas, nadie las había abierto y, si lo habían hecho, había sido con extrema precaución. El funcionario se miraba su traje, impecable y negro, con corbata amarilla. −

¿Usted me dice que es imposible que me ayuden con ésto? Es el proyecto del auto que funciona a a palabras. — dijo Gancedo.

Sí, lo leí.

¿Lo leyó?

¿Qué está sugiriendo, Gancedo?

Nada. ¿Sabe la cantidad de plata que se ahorraría, no? — preguntó Gancedo.

Nosotros no estamos para ahorrar. Estamos para invertir. Y para que este Gobierno de mierda que nos tiene las piernas atadas, nos deje hacer cosas. — contestó el funcionario.

Esto es hacer cosas. Creo que no me está prestando atención.

Prestar implica devolver. Devolver es vomitar. ¿Quiere vomitar, Gancedo?

No entiendo de qué me habla.

Claro que no. Nadie entiende. Para eso se estudia. Hay que estudiar, Gancedo – dijo el funcionario con un dedo levantado.

Soy físico nuclear, señor.

El físico es algo importante. El alma también. Pero la mente... ¡ah!, esa entelequia que llamamos la mente... ¿Sabía usted que los delfines en su edad adulta son más inteligentes que un niño de cinco años? Claro que no lo sabía. Porque usted es chaqueño. Y en el Chaco no hay delfines. Cuando nosotros seamos gobierno, y no este gobierno de mierda que tenemos ahora que no gobierna sino que roba, vamos a tener delfines en el Chaco. ¿Cómo la ve, Gancedo?

Quisiera que hablemos de mi proyecto.

El proyecto. Esa entelequia que llamamos proyecto. Nacional y popular. Uh, sí, qué


nacional y qué popular. Los detesto. ¿Quiere agua, Gancedo? — consultó el funcionario, mientras se prendía un cigarrillo y cruzaba las piernas en el escritorio. −

Es un auto que funciona mientras le vamos hablando. O cantando. No usa nafta. No usa gas. No usa electricidad. No usa agua. Solo palabras. El precio final es seis veces más económico que un auto convencional. Y entran seis personas.

No se gana una elección con seis personas, Gancedo. — dijo el funcionario, burlón y dándole otra pitada a su pucho.

Y no tiene límites de kilómetros. Funciona casi solo. Es un estudio que estuvimos haciendo en Canelón Chico, en el Uruguay. — continuó Gancedo, entusiasmado.

No puede haber un pueblo que se llame Canelón Chico, Gonzáles.

Gancedo. Sí, está en las afueras de Montevideo.

Me dio hambre.

Y lo podemos hacer completamente en la República Argentina. Una fábrica por provincia, produciría para todo el país y dejaría jugosos dividendos para el país, en exportaciones. Ya se mostraron interesados en más de veinte países.

¿Qué le parece la selección de fútbol, Gancedo? — preguntó el funcionario mientras su cigarrillo se quemaba en el cenicero de cristal.

Y yo no quiero nada. Ni yo ni mi equipo. No nos interesa el dinero.

El dinero va y viene, Gancedo. Lo que importa son los intereses.

Y mi interés es que me preste atención al menos cinco minutos. Cinco. Hace un rato que venimos hablando de cosas diferentes.

El teléfono celular del funcionario comenzó a sonar sobre la mesa. Gancedo lo miraba, sin tocarlo. Negaba, asentía. Fumaba su cigarrillo. Levantó la cabeza y miró a Gancedo.

Esta putita me llama seis veces por día. No la soporto más. Me pide, me pide, me pide. Nunca me da. Todo el tiempo pide. No la voy a atender nunca. — indicó el funcionario.

¿Quién es? — fingió interés Gancedo.

Mi hija menor. Volviendo al tema que nos compete... jé, “con pete”... ¿En qué estábamos?

En el proyecto de Audioauto, que funciona con palabras.


Cierto.

¿Me va a prestar atención?

Se la voy a regalar.

Ok.

A mi hija.

Gancedo, en silencio, abrió los ojos muy grandes. El funcionario lo imitó. Ambos estaban helados, aunque Gancedo sinceramente, y el funcionario para burlarlo. El funcionario se acercó a Gancedo por encima de la mesa.

Usted sabe cómo es ésto. Si X es igual a Y, pero Y no está cerca de X, nos daría ¿Qué cosa, Gancia?

Gancedo.

¿Qué cosa?

No lo estoy siguiendo. — dijo estupefacto, Gancedo.

Porque ustedes son todos iguales.

¿Nosotros, los físicos nucleares?

Ustedes los que se creen que el Estado les va a resolver todo. Que les va a dar dinero. Que ustedes van a poder prenderse de la estriada teta del Estado para succionar y mamar y beber de la leche corrupta y podrida con la que no se puede hacer ningún queso. Ustedes, los diablos orejudos del interior que vienen acá como el pueblo tranquilo que espera. ¿Quién se cree que es usted, Gancedo, para pedirme a mí algo como si yo a usted le debiera algo? Colón tenía razón. Padre del aula, Sarmiento inmortal.

Me está ofendiendo. — contestó Gancedo acomodándose en su asiento.

El funcionario se volvió a recostar sobre su fina butaca enorme y apagó el cigarrillo que hacía bastante no fumaba. Se desabrochó el cinturón y se bajó el cierre del pantalón del traje. Sacó su pene, fláccido.


¿Sabe qué es esto? — preguntó el funcionario a Gancedo, quien velozmente se puso de pie, sonrojado y confundido.

Me voy. Usted está loco.

Esta es la birome con la que rubrico y lubrico todo lo que me vienen a manguear acá ustedes. Con ésta, anoto todo. ¿La quiere tocar? Se la presto.

Abrame la puerta o llamo a la policía. — dijo Gancedo asustado.

Aaaay, el señor llama a la policía. Maricón. Ahora con este gobierno de mierda, un enano feo altiplanado como usted se puede casar. ¿O ya se casó?

Usted es un hijo de puta.

Y usted no entiende nada. — dijo el funcionario.

El funcionario se guardó el pene en el boxer y se subió el cierre del pantalón, mientras se abrochaba el cinturón nuevamente. Se dejó caer en el sillón. Giraba en el mismo, lentamente.

Abrame la puerta. — pidió Gancedo, confundido y avergonzado.

Siéntese, Gancedo. Le pido disculpas.

Gancedo suspiró: sabía que en ese hombre, podía estar la clave que desenrollara la larga madeja burocrática para alcanzar el sueño de toda su vida.

Va a salir su proyecto. Lo estaba jodiendo. — dijo el funcionario, seguro y sonriente.

¿Me está cargando? —contestó Gancedo mientras se volvía a sentar.

No. Son órdenes de arriba. Me dijeron que lo pruebe. Y lo probé.

Gancedo no comprendía exactamente si ese era el manejo habitual de un funcionario: era la primera vez que entraba al Congreso y que se reunía con un funcionario.

¿Entonces? — se ilusionó Gancedo.

Entonces está todo bien. Y todo va a salir. ¿Ya almorzó?

¿Qué significa que todo va a salir?

Usted no para de hacer preguntas. Y nosotros queremos respuestas. Ya vuelvo. — dijo el funcionario, poniéndose de pie.


El funcionario agarró su celular, rodeó el escritorio y se puso al lado de Gancedo, que seguía sentado. Lo besó en la cabeza y lo acarició como a un animal. Y salió de la oficina cerrando con fuerza la puerta.

Gancedo se preguntó con mucho miedo qué sucedería. Por qué lo habían dejado solo. Si ese era el precio que tenía que pagar para que el proyecto tuviera luz verde, o si era solo un tentempié del horror burocrático. Gancedo abrió su celular, observó el contacto de su esposa, tenía ganas de mandarle un mensaje, pero no se animó. Miraba a la puerta, pero el funcionario no volvía. Tomó un trago del agua del funcionario, con algo de culpa y algo de venganza. Miraba las fotos en la pared y se preguntaba quiénes eran esos señores de las fotos. Lamentaba a la bandera argentina en el rincón de la oficina, en un mástil de madera vieja: esa bandera no se merecía ser testigo del abuso de poder. El pobre Gancedo observó su ropa: estaba mojada, mezcla de sudor y lluvia, porque afuera el día era un cielo vomitando con malestar estomacal.

Pasaban los minutos y el funcionario no volvía. Gancedo tomó una revista del escritorio en la que en letras de molde, se leía: FUNCIONARIO DEL PARTIDO PROVINCIAL PROGRESISTA GANA DEBATE TELEVISIVO. Gancedo hojeó la revista buscando la nota. La encontró. En la página impar, se veía enorme, una foto de Álvaro Parral, el funcionario que le había dado la audiencia para hablar de su proyecto: no se parecía en nada al funcionario que hacía instantes, había abusado psicológicamente de él. Gancedo cerró la revista. Se sentía estúpido: había tenido una reunión con cualquier persona. Con un usurpador. Alguien que tenía traje, que se había metido en la oficina. No lo podía creer. Se puso de pie. Y se abrió la puerta. Álvaro Parral, de pelo corto, chomba y pantalón de jean, idéntico a la foto de la revista, se disculpó:

¡Señor Gancedo! Disculpe la demora. ¿Hace mucho que espera? — se preocupó.

En verdad no... pasó algo raro...


Raro es que este gobierno deje de robar, Gancedo. Eso es raro. Digame, ¿Trajo el proyecto que me contó por teléfono?

Sí, señor, está arriba de la mesa. Hace un rato se lo estaba... — explicaba Gancedo cuando fue interrumpido por Parral.

Hace un rato empezó el futuro, Gancedo. A ver... - dijo Parral mientras miraba las tres hojas, despreocupado, leyendo algunos párrafos en voz alta.

Si quiere le explico...

Shhhh. No hace falta. Esto está buenísimo. Y sirve.

Gancedo decidió no preguntar ni contar lo que había vivido hacía instantes. Era parte del pasado.

¿Cómo seguimos? — preguntó Gancedo.

Parral cruzó las manos sobre la mesa. Asintió. Luego se tiró hacia atrás en la butaca. Resopló y silbó una canción.

Y se bajó el cierre, sosteniendo a su pene entre las manos.


ME LLEVARÉ TU SANGRE Acorralé una noche, al viento y su miseria, en un abrazo amigo, de aquel Gaucho encendido.

Silbé una pena enorme, bajo un árbol hachado, mojao ‘e luz de luna, con su recuerdo helado.

El cigarro mojado, los ojos que se van, y ella... que desde lejitos mira como si estuviera viva.

Corriendo por la espalda, las penas de los demás. Sin darle tantas vueltas, mira, espera y se va.

Si la jornada fue larga, y pasaron temporadas, si duele el hueso y la nuca, como si fuera estacada.

Porque la verdad es del otro, no es del patrón ni el peón. De los que callan y hacen,


gritan sin pedir perdón.

Pero viene tranquilito, el Gaucho del corazón. Que cumple cuando no miente y miente si no cumplió.

Te levanta ‘e la catrera, de un salto, un grito por vos. Si está tuto lo que viene, más tuto lo que dejó.

Con el eco de su tripa, que repite al alimento, alimento que no llega y la hambre que ya llegó.

El futuro es el pasao, y el pasao ya le pasó. Pero espera allí sentao, ganarle a quien ya ganó.

Corre el petiso en el barro, tierra mojada por vos. Y relincha al sol que lleva a ese Gaucho tan varón.

Antonio le dice alguno, Cruz Gil pa’ quien lo parió.


Valiente señor del pobre, mordiendo a su matador.

Porque cumple como la luna, que sale siempre y el sol, que se persiguen malditos, como a la muerte voy yo.

Si las niñas que mañana, serán mujeres benditas. O los niños que mañana, serán señores malditos.

Si lo justo ya es injusto, y lo que dicen, mentira. Si lo que juran no cumplen, ni lo que cumplen, pedido.

Si desde abajo se mira, y desde arriba se pisa. Si desde atrás se atropella, y desde frente se almira.

Si lo que viene es más frío, y lo que pasó fue un hielo. Si lo que quiero es al río, si lo que muerdo es anzuelo.

Si lo que lloro no es pena, ni lo que río es sonrisas.


Si lo que tengo es mentira, y lo que deben falsía.

Si todo aquello pasara, y la posta se quebrara. Voy a empezar a cazarlos, para no quedar tirao.

Me llevaré tu sangre, la haré regarme el cielo, pateando a muerte al hambre, con las ganas nomás.


UN ESTORNUDO PLANETARIO Dame la paz, yo traigo la furia. Dame el silencio, yo traigo al grito. Dame al sueño, yo traigo la pesadilla. Dame a la vida, yo traigo a la muerte.

La furia viene, en paquetes de a diez. Cerrada al vacío, con amables letritas de colores. A no confundir, con pena y dolores. Con ardor en los pies. Con errados rencores.

El grito viene, te quiere asustado. Pinchando en el ojo, a un pobre pescado. Te podría dejar sordo si quisiera. Si él quisiera. Prefiere guardarse, en una heladera. (Que ya no funciona, ¡Je!)

La que no se elige, es la pesadilla. Sentada en su silla, transparente y valiente,


se mira las manos, llena de sangre de peces que gritan, furiosos y furiosas, a veces levitan, otras veces imitan, al bebé-demonio, que vuelve a nacer.

La muerte en una mecedora de plástico, comprada en un negocio en Laferrere, se disfraza de cartonero elástico, para fumarse sus puchitos armados, (para mirarte mejor), o para criar a sus hijos adorados, de dientes blancos, cabellos dorados, que cabalgan en caballitos de juguete, en una calesita conurbana, de buena muerte, y sé de buena fuente, en tercera persona, (del plural y el singular) que no le gusta jugar, porque es mentira que gana, porque es mentira que juega, porque sabe que no quiere, porque quiere no saber.

La paz aburrida, no sabe bailar. La paz tierna como un ternero, no usa armas y armas son


las que le pongas al tiempo, (todo a su debido tiempo), mi amigo, y si la paz no te alcanza, porque corrés demasiado, porque rompiste la lanza, o ni sabés preparar un asado, será, es, o fue causa, de haber vivido sin prisa.

En el silencio de la tierra, lo aburrido de La Tierra, los misterios de la guerra, aúllan cual preñada perra. Que fornicó nadie sabe, cuándo, cómo ni por qué, pero hoy seis cachorros, que nacerán de a chorros, mirarán al cielo y sin saberlo ni quererlo preguntarán ¿Qué carajos? Y volverán a ser perros. Quizás nada de esto pase y, justo surque el cielo un platillo volador desde Unquillo, unicornias lesbianas color fuego, rodearán a la nave que te ofrece en su andar un maniático espectáculo


y trazando las nubes de Buenos Aires, a toda velocidad con diez alas NO LOS VERÁS pero o porque justo te tocaba mirar el noticiero.

La vida, es todo lo antes mencionado a esta oración y a la que le sigue.

El sueño es eso que pasa cuando no estás miserablemente con los ojos abiertos.


GALAXIAN Un sapo. Nadie le pone nombre a un sapo. O sí, y le pone Pepe. Así de imbéciles podemos ser para lo simple. A una perra con manchas le pondremos “Manchita”, a un gato negro le pondremos “Negro” y a un sapo le pondremos “Pepe”. Pero nadie elije tener como mascota a un sapo. El pobre idiota me miraba con ojos de sapo, porque sapo es, y movía su papada con el ritmo de sus pulmones, de sus órganos, de su sangre que iba y venía. Yo lo empujaba con el dedo, y el sapo saltaba un poco, lo empujaba con la mano y saltaba un poco más. Esto no es una mascota, y tampoco se puede comer. Si al menos fuera rana. Probé acariciarlo con la yema de algún dedo para ver su reacción, y el sapo, sin nombre, (no tiene sentido bautizar a algo que va a morir), cerraba los ojos. Me hacía acordar a alguna mascota que tuve cuando era chico, que no recuerdo de qué raza era, ni si era un animal. Agarré una birome que ya no funcionaba por seca, no por uso, y le pegué en la cabeza una vez. El sapo abrió los ojos bien grandes y pareció mirarme. En mi poder sobre ese sapo sentí la misericordia de los reyes y los dioses, y bauticé en el momento al sapo. Galaxian se llamaría, como un juego que jugaba de chico, cuando tenía mascotas, o algo similar. Galaxian sería sacrificado en nombre de todas las cosas que me molestaban. Las señoras que tardaban mucho en la fila del supermercado porque no habían preparado su dinero, ni calculado, como si fuera una puta sorpresa que el chino te cobre lo que te estás por llevar. Los hombres que mastican y hacen mucho ruido. Quienes usan paraguas. Los hombres muy delgados con enormes barbas. Los taxistas y sus cuestiones climáticas. Los kiosqueros y sus complejos de Grandes Empresarios Internacionales. Los sapos que no se llaman Galaxian. Los videojuegos mal hechos. Los jugadores de hockey sobre hielo. La salsa marinara. La policía. Los bigotes mal recortados. El aliento de los trabajadores en el tren.


Los pedos huérfanos e impunes. Los productos electrónicos imitación. Las señoras que se ríen y chillan o que chillan y que el resto tiene que adivinar si están riendo, sufriendo o acabando. Y millones de micromiserias.

Galaxian me miraba mientras yo armaba un cigarrillo con muchas colillas de cigarrillos que había levantado en la puerta de un bar, ahora que estaba tan de moda ser sano, en el mundo de los abogados, justicieros, personas buenas y todo lo que corresponde hacer mientras nos miran. Puse la radio, ahí contaban cuántos habían muerto ayer y cuántos morirían mañana, en forma de noticias sobre un producto para el cabello que era magnífico, algunos secuestros y un hombre bomba que había entrado a un circo y se había detonado junto a un elefante. Que tampoco se llamó Galaxian y en la noticia... nadie dice si el elefante estaba bautizado.

El sapo era amarillo y verde y estoy seguro que vas a pensar que, en realidad, entonces, era una rana: me importa un carajo lo que vos pienses, se llama Galaxian y es un sapo. Es mi sapo. Que hoy se convertiría en leyenda y su nombre trascendería al infinito atravesando los ecos de frases menos poéticas que ésta, menos trilladas, y vengaría a todos los inocentes. Inocentes que no saben jugar al fútbol. Que nacieron gordos, pelirrojos, con pecas y millonarios. Mujeres demasiado flacas para saber lo que es una mirada mala leche. Escritorios repletos de papeles sin firma, mugre escrita y truquitos y miserias de empleado público que revuelve con su dedo su cerebro usando como acceso la nariz. Inocentes como esos reyes locos incomprendidos que, por el bien de su pueblo, hambrean, violan y matan a los más pequeños: ellos también, los reyes, son víctimas de un tiempo que no los comprendió, porque de haber nacido miles de años antes, serían amos y señores, venerados en cruces, con sus revólveres de oro puro, mucho más puro que un Táser. Galaxian posiblemente crea en dios, en su dios sapo, o en el mismo Cristo que todos y todas conocemos pero que a él le habla en sapo y lo somete al silencio de no poder decir que está más conectado con alguna porquería celestial que las personas. Pero Galaxian estaba a mi merced. Yo haría con Galaxian lo que nunca jamás nadie había hecho, y le daría un momento único. Estrolaría su cabeza contra la mesa o la pared, y Galaxian se convertiría en infinito, y entonces sí, toda la inocencia del mundo miraría ese instante supremo, el puento entre acá y allá o nada de allá y menos allá.


Yo rompería mis documentos, me borraría del planeta, y mi nombre, mi nombre sería Galaxian en homenaje al inocente batracio desagradable y baboso, brillante y con ojos inmensos para verme a mí. ¿A alguien podría importarle que supe ser un buen agente inmobiliario, que estafé a muchas personas cobrándoles tarifas por tener un techo, que fui parte de un engranaje mucho más grande donde una partícula de mi sangre alimentaba a un lecho enorme de muchas sangres de millones de personas que le daban de comer a los enormes gordos del poder secreto? A Galaxian, seguro que no. Porque Galaxian supo ser un sapo. Sin pasado. Con un enorme futuro. Que empieza ahora, justo, justo, cuando lo levanto en el aire dentro de mi puño sin apresurar la presión que decantaría en muerte, y apunto a la blanca pared del baño de esta estación de servicio.


ANTES ESCRIBÍA UN MONTÓN A medida que uno elige caminar ciertos aspectos de la vida, empieza a perder otros aspectos y más cuando se mete de cabeza. Fijate: esa oración con la que empiezo mi texto tiene problemas por todos lados. Es fría, es rústica, no tiene vuelo, le falta toda la sangre que merece un texto. Esta oración posterior podría empezar a querer tener cierto vuelo pero otra vez, es descriptiva, es simplemente chota. Y quería hablar de política. Porque hablar de política se convirtió en un infierno. Escribir de política se convirtió en un infierno. Y vivir en política es un infierno mucho peor. Un infierno encantador, si se me permite la grasada. Un mundo en el que si te metés para vivir de la política, te va a ir bien. Vas a ser una porquería de persona, vas a engordar, tener un auto, reirte de todo y vivir bastante relajado. Incluso vas a poder cumplir un horario. En cambio si lo que buscás es vivir en política, preparate. Porque vas a perderlo todo. Vas a perder a la persona que creías que eras y te vas a convertir en un asesino rabioso tratando de cambiar al mundo. Vas a volverte loco por las noches, enfermo durante el día y lo que sos vos o eras, va a quedar encerrado en una bañadera llena de hielo, tiritando y pidiendo que lo ayuden. Vas a ponerte a llorar cuando veas que algo está mal y cuando empieces a entender: esas encías que te van a sangrar, ese dolor de cabeza que vas a tener durante la mitad del día, es la conciencia que te va a atormentar por no haber podido resolver un carajo. En un día. Sólo en un día. Nunca vas a ver que a un docente alguien le diga “yo te pago el sueldo” o a un policía. O a un médico. Porque el médico, el docente y el policía tienen un garbo de honor del que la política carece. La política para el pueblo a pie o no tanto no es honrada, no es algo sano. Es corrupción, robar, prebendas, quedarse con el vuelto y cagar a los vecinos. Aprovechar para poder comprar una casa mejor, un auto bonito e irse de viaje por el mundo: todas esas cosas que hacen los empresarios que se quedan con la tuya mes a mes pero si ellos lo hacen vendiéndote puchos, gaseosa, remedios o tortas, “está bien”. Pero no está bien si el tipo o la tipa que lo hacen, hace política. Toda tu vida cuando vivís en permanente estado de política pasa por la política. El jugo en polvo pasa por la política. La televisión pasa por la política. Los videojuegos pasan por la política. Tus relaciones familiares pasan por la política. El cariño por los animales pasa por la política. El criterio de visión y el ángulo de enfoque de todas las cosas para por la política. No te relajás ni aunque bebas, no te relajás (y mucho menos), cuando dormís. No descansás en ningún momento: ¿Viste que un policía nunca deja de ser policía y que si hay un choreo (o un vuelto para quedarse), ahí está con su fierro en la mano? Lo mismo para quien vive en política. Yo solía escribir un montón. Escribía cosas divertidas, cosas leves. Luego escribía cosas emotivas, cosas “al hueso”. Pero escribía más que nada por lo que me tocaba atravesar o exageraba situaciones que se me ocurrían cuyo real disparador estaba en el día a día. Pero cuando vivís en política, tu día a día es político. Pensás cómo resolver desde la democracia en el mundo hasta las PASO de tu país, pasando por las zapatillas de una nena en un barrio hasta el nombre de un mural. Contener a tus compañeros y compañeras, escucharles y pensar juntos, reunirse y planear, comer o no comer, pagar el alquiler de tu básica, poner de tu bolsillo guita todo el tiempo para hacer cosas que no sabemos ni si sirven, si van a ayudar a recuperar un proyecto o recuperar cierto estado de felicidad que supimos construir (El Kirchnerismo, bah, no tan nosotros).


Mis dedos percuten en un teclado a las cuatro de la mañana de un miércoles mientras mi cabeza repercute y el cerebro se destroza: de fondo tengo a un programa que se hace el costumbrista pero que baja línea todo el tiempo. Entonces escribo ésto, quizás jamás lo publique, quizás lo borre, quizás lo haga posteo, tenga seis me gusta, dos me encanta, un me sorprende y doce compartidos. ¿Servirá para conseguir un voto? ¿Sumará para dignificar a la política? ¿Moverá el estómago de los y las caminantes para que se den cuenta que se tienen que organizar? ¿Pasará que esa gente que dejó de hablarme porque estaba “muy politizado” entenderá finalmente qué carajo y crucialmente, para qué hacemos lo que hacemos? Difícilmente. Pero esto es boxeo, por el título del mundo, un peso pesado de 150 kilos contra un enano: y el enano somos nosotros. Ganar por demolición, no perder la retórica nunca, discutir con todos y todas, no enojarse, construir, construir y construir. Trabajar, trabajar y trabajar. Entender los procesos de producción de todos los productos o cosas del mundo, analizar las ganancias de cada cosa, los costos, quién gana más que quién y por qué. Quién pierde. Quién jamás gana. Quién lamenta siempre los días perdidos y pasan vidas sin romperse el cerebro jamás en la vida, sumidos en la más hermosa y agradable negación del dolor. Tratar de instalar diferentes conceptos y plantearlos en términos filosóficos, no exagerar en la dialéctica, trampear dialéctica para conseguir un voto y luego luchar contra los monstruos internos para que nadie nunca jamás tenga que sufrir absolutamente nada. Pensar en los muertos y las muertas, los desaparecidos y las desaparecidas, tratar de pensar en los gritos, cerrar los ojos y oler en el aire la madera húmeda bajo nuestra nariz debajo de una cama cuando nos vienen a buscar. Vivir con sobrevivientes y vivir sus historias, continuarlas, honrar al tiempo y a los brazos. Comprender que los cristos nacen y mueren todo el tiempo y ese paso por este mundo que no está preparado para la desagradable enfermedad que somos (hemos creado hasta aviones, así de monstruos somos), no tenga que llorar al pedo. Que lloren por penas de amores, que lloren por fracasos deportivos. Que lloren por películas, por canciones. Que lloren de alegría pero que nunca más nadie vuelva a llorar porque lo estafaron. Que la política vuelva a ser fuego como nunca jamás lo fue de este lado de la vida y sea el agente de cambio que incluya a la popular y a la platea, y el fútbol deje de ser un circo romano de millonarios tirándose con muertos por la cabeza. Hacer más agradable el vuelo bajo. No mentirle a la gente por intereses horrendos, individuales, para El Mal. Reventarle la nariz contra la pared al Impostor, y luego darle algodones y un vaso de agua y pedirle por favor que no lo vuelva a hacer. Tratar de pensar como quienes viven en política primero una vez por día, luego dos, luego seis, luego doce, luego una vez por vida.


Repensarse en actores sociales de fuste, creadores, imagineros. ¿Acaso creemos que la Revolución de Mayo la hizo una persona sonriendo? El dolor y la organización pintada de revancha nos mete por la ventana de la historia y mañana escribirán sobre nosotros, los que permitimos o hacemos a las repúblicas del mundo, los y las que tratamos de que el universo conspire para los que jamás van a conspirar porque no les queda mucho hilo en el carretel. ¿Para qué carajo era que escribía ésto? Sí, para ganar una elección. Suena Johnny Cash en este par de auriculares viejos y pienso si tendré que estar en realidad escuchando a Alí Primera. O a Victor Heredia. O metal. Pero suena Johnny Cash y uno no va a negar lo que es, ni lo que pasa. Puedo cambiar la canción rápido como un rayo pero no puedo cambiar el mundo: porque al mundo no lo vamos a cambiar sólos ni vamos a ser lacras bañadas en pus que liben el placer del afiche, de la gloria cortita, de mirar así o asá a este camarógrafo que siente más vergüenza que nadie de sacarle esa foto a esa persona que gris, hoy es foto, mañana afiche, pasado encima de él pegarán un cartel de la cumbia que se avecina, del yogur nuevo más rico pero más light y la maquinaria hecha con tu sudor crecerá, brillará y no le vas a haber importado más que como le importa a un enormísimo lobo, un cordero herido. Piso las tres páginas: no escribía tres páginas hace muchísimo tiempo porque la inmediatez del mundo celular y el ardid digital en el que cancherea el planeta busca justamente eso, la cosa ya, el asunto al toque y olvidate. De algo hay que opinar. Todos quieren leer nuestros pensamientos sobre todos los temas que nos incumben. Ya los juegos de video no traen Player 2. Ready. Press Start. A jugar. Nos meten en historias de los demás y absolutamente todos sabemos cómo es la cara de Fede Bal pero pocos saben cómo es la cara de TAL MINISTRO. He aquí la noticia: Fede Bal no te va a cambiar la vida, salvo que lo vivas o lo mates, pero TAL MINISTRO te la está cambiando ahora mientras lees esta cosa, viviéndote y matandote. Hoy se llama X, mañana Y. Tu nombre, nunca. Y se puede llamar de otro modo. Pero el poder, agazapado y vibrante, te la va a poner: ¿Qué decías, que no te escuché? No sé bien adonde quiero llegar con ésto, pero creo que estamos parados en el trampolín, con los ojos cerrados y rogando que abajo haya agua y no piedras y no estoy hablando de una elección de medio término. Estoy hablando de ciudadanía, de conciencias, de ser generosos. De poner más de lo que nos llevamos: a nadie puede interesarle la foto de tu gato, pero si pegado a tu gato contás que con Cristina estabas mejor, caramba, ahí hay algo. Somos mejores y más sinceros y sinceras cuando somos mejores y más sinceros y sinceras. Pero siempre sin miedo. Siempre con el filo en los ojos. En algún lugar del reloj las agujas se empujan con extraños artefactos que moderan que cada segundo dure exactamente un segundo. Adiviná qué: lo inventó una persona, te embrolló en un sistema métrico y ese sistema luego te embrolló en otro y en otro más y estamos tan presos de esas agujas que será difícil no romper todo hasta que la aguja caiga gélida desde el pináculo hasta el pecho. ¿Vas a sonreir cuando pase o vas a mirar sobre el hombro y ver una vida el pedo con dos millones de posteos de Facebook?


Los buenos y las buenas, son los buenos y las buenas. No te escondas más, no dejes de ser lo que sos. Crecé hoy lo que no creciste en dos años. Repensá hasta dónde entregás qué cosa en pos de qué otro asunto más grande. Bailá a los gritos, hacé una sonrisa en el espejo empañado pero no vayas a creer que eso se llama felicidad. ¿Oraciones sueltas, ahora? Quizás en algún momento todo esto, cada palabra, cada posteo de gatitos, cada canción, cada foto tenga sentido. Quizás sea una ópera de la barbarie. Quizás sea el teatro en silencio. O quizás sea una ensalada para agilizar al bocho porque queda mucho, mucho, mucho por construir. Ni lo pienso releer, ni sé cuánto estará esto publicado. ¿Volvemos? ¿Por favor?


LA DRAMÁTICA FAENA Las memorias de las cosas que ya vienen, los latidos de aquellos que nunca mueren. Son la música, el ritmo y la fanfarria, de los negros, una pagana plegaria.

Cuando el cielo en su misterio se detenga, y la luna se avergüence y se contenga. Parirán las nubes la tormenta: las canciones de una trémula osamenta.

Tantas pieles curtidas por la arena, la erosión de las risas y las penas. Pulso grasa, pabellón y montonera: es la danza que ensombrece a los horteras.

Los tambores de los dioses ignorantes, no sabrán de amores trashumantes. Y los cóndores rabiosos y obedientes, como un pueblo, siempre mostrando los dientes.

La penita mal rimada, es la gran pena: de las artes su más rábida mecenas. Sin nostalgia salan carnes los morochos, que orgullosos acompañan con bizcochos.


Suelo y cielo se asemejan a un consuelo, Donde un río de un vil monte es un anzuelo. Suda, americana, porque bueno es parir, siendo cosas de cobardes, eso que llaman partir. Lo que no mata y duele, duele y duele en un montón, es conocido y sabido, que a eso lo llaman dolor. Los pibitos y las pibas, que se besan sin querer, encienden la llama bendita, de lo que viene después.

Pues la mesa está servida, habrá verdurita hervida, un encanto en la vereda, último tropezón no es caída. Voy a querer para siempre, al romance de la luna, que junto al sol son pareja, su millonaria fortuna.

Que no me cuenten la historia, si histeriquea memoria cuando el silencio me abrace, no habrá lugar en la gloria. Y de cada refunfuñe, de cada mirada reptante, me llevaré su recuerdo, me comeré a su talante.


Para devorarse al sueño, sin que reclame algún dueño, no hay más que cerrar los ojos, con dramático despojo. Revisar la piel morena, no cavilar noches buenas: atragantar los tesoros, de una Patria Enorme y llena.


LOS ÍDOLOS DE LOS QUEBRADOS Todos los quebrados y las quebradas, que se cambian de remera porque dejan de tener calor, esos y esas que dicen, que votan, que proponen en base a lo que nosotros proponemos, esos mismos que hasta ayer les gustaba el dulce de leche porque era dulce y hoy no les gusta más porque tiene leche. Todas las quebradas y los quebrados que silenciosos, felaron con infatuaciones de gloria las mismas porongas que hoy rechazan por no ser suyas, todas las rotitas que con su mejor vestido de seda se recuestan vestidas de quinceañeras en las camas de los diablos malos, cuando supieron hacerlo en las camas de los diablos buenos. Todos los quebrados que buscan quebrar y a veces lo logran, los que vomitan en su plato liso y ardiente


para servirse de comer su defecación bucal, sin globito, rechazando a gritos lo que en silencio mastican, que se miran al espejo solo para masturbarse, sin mirarse demasiado a los ojos, por la magnífica vergüenza y la moral que siempre gana. Todas las quebradas que hasta anoche nadaban en las piscinas del poder como si fueran tiburones y hoy lo hacen como amebas sin sistema nervioso central, con sopladores de tempestades que mueven y revuelven todo el guiso tibio y sin gusto del acomodaticio y lleno de moho orinal de los esperanzados por la viyuya patética. Todos los ídolos a quienes siguen con fruición y sonrisita prostituta los quebraditos de mañana, esos ídolos que encajaban hasta que se les infló tanto la tripa de comida gratis


y deliciosa (de la que no come el pobre jamás), que ya no entran más, no encajan, y arman su propio jueguito, porque para ellos y ellas, esto... es un juego. Y van a perder. Todas las ídolas que en mampostería de fría porcelana boliviana encargan sus rostros para luego afichar una ciudad que les grita en la cara que no saben quién carajo son, son adoradas por los rotos a los que se les agrietó el cuero y entonces quieren tener su propio show televisivo: usualmente, lo consiguen. Es que esos ídolos y esas ídolas, y todos sus seguidores mordidos por su fracaso son exactamente, la misma persona.


MUCHA GENTE Mucha gente rica suave y calentita, piden más y más (mucho más que vos).

Mucha gente dulce con sueldos y purpurina, piden más y más (siempre que lo hagas vos).

Mucha gente buena con frazadas y TV, piden pan, y les dan piden queso y les dan besos.

Mucha gente linda ¡Con dentaduras nuevas! piden sal, piden gas, piden besos, le dan huesos.

Mucha gente seria que supo ser valiente, pide mano dura, y quiere que sea ya.

Mucha gente alegre que se va de vacaciones,


le grita al policía: ¡Y usted para qué está!

Mucha gente blanca pide muerte urgente, que se muera el otro, así disfruto yo.

Mucha gente limpia cocina en sus plasmas, sueños y delirios, de una gran nación.

Mucha gente mansa que ayer no opinaba, hoy piden vestidos la revolución.

Mucha gente rubia trona sus vajillas, desesperados por no tener canción.

Mucha gente suave brama por justicia, siempre que lo justo entre en su pantalón.


Mucha gente clara serรก muchedumbre, la รบnica verdad serรก la realidad.

Y en la noche oscura guardarรกn sus ollas, sus bellos collares su animosidad.

Gritarรกn callados que algo habrรกn hecho, todos estos negros de esta sociedad.

Morirรกn un poco y tendrรกn revancha, siempre ganan siempre quienes tienen mรกs.

Mucha gente joven se sentirรก vieja, con un esqueleto siempre bailarรก.

Dirรกn que no fueron que es culpa de otros, que en la tele dicen que ella volverรก.


Morderán el polvo de sus propias pieles, vestidos de gala para el Buen Final.

Brindarán con vino hecho de la sangre, de todos los pobres que no estarán más.

Bailarán desnudos en un aquellare, guiñarán sus ojos sin fingir llorar.

Pero lejos, lejos mucha gente buena, mirará con bronca lo que hacen los demás.

Volverán las aves a comer los huesos, de una patria injusta que no quieren más.


UN BUEN CONSEGO Cuando nos sentamos frente a una computadora o miramos nuestro celular tenemos que terminar sí o sí, leyendo interacciones con otras personas, luego de pasar por unas quince selfies, cuatro posteos indignados por algo, alguna foto truculenta y cuarenta y seis tiros por elevación a novios que no son novios, contactos que ya esas personas no tienen o acciones que jamás serán llevadas a cabo salvo aquellas que indican un pronto suicidio y que luego de muchos meses esa persona no vuelve a escribir. Personas que pueden escribir bien o pueden escribir mal, y usualmente todas estas personas escriben mal, aunque estén seguras de estar escribiendo bien. A mí me toco hoy leer unos documentos sobre técnicas de escritura de determinado género y no recuerdo ya al autor, de hecho, creo que ni leí quién había escrito eso, pero leía el empeño que había puesto ese ser humano en escribir ese documento. Una persona que quizás de chico fue golpeado por alguien más grande, o mucho peor: por alguien más chico, por ser un ratón de biblioteca que solamente escribía documentos. Quizás es una persona que su primera novia lo engañó y se fue con otro. Que no escribiría jamás documentos en internet. O una persona que es petisa. Vaya acá el eterno dilema sobre si petiza va con z o va con s. Para mí es con s: una Z es una letra muy fuerte para que enmarque a alguien de talla pequeña. O quizás sea una persona que tiene algún tipo de dificultad para manejarse entre la gente. Y por eso escribió documentos en páginas de internet. Tal vez esa persona que escribió ese documento que hoy traigo a colación (o más o menos, porque no voy a dejarles acá ni el link), lo hizo soñando con que un gordo sin empleo llamado Juan luego iba a analizarlo y leerlo a las 3 de la mañana de un viernes en la madrugada en un país que se iba convirtiendo en algo horrible. Fumando. Tomando gaseosa. Al que le faltan tres muelas. La cosa es que esta persona desarrolla todo lo que quería contar, pensando en un otro que lo iba a leer. Que lo iba, quizás, a estudiar. E, incluso, quizás, tenía pensado dejarlo para la posteridad porque nadie jamás en la vida había hecho algo así con él. Quizás esta persona tenía un vecino de mierda que cantaba baladas melosas sistemáticamente todos los miércoles y siempre la misma canción pero él, que escribía, no se animaba a pedirle que al menos cambie el tono, o que se dedique a otra cosa porque cantaba horrible. Quizás esa persona que legó un documento para que todos escribamos mejor lo hizo para exorcizar que jamás pudo escribir algo decente, aun ateniéndose a esas reglamentaciones que plasmó un día, en una computadora, en determinado lugar, enter, subir.

Divide su texto en tres instancias, consejos de apertura, sostén y remate. Inicio, nudo y desenlace. Principio, medio y fin. Pan, chorizo, pan.


No espera que alguien se ría de lo que escribió, y de hecho, espera en ese momento previo a quedarse dormido, que alguien lo lea, lo aprenda, se haga millonario por algún motivo relacionado a su texto y luego le comparta sus millones. Esas cosas no suceden. O al menos no le suceden a la persona que escribe ese texto en una página web. Todos tenemos, alguna vez, una idea que nos puede hacer millonarios. Todos tenemos alguna vez, una idea que nos puede hacer mejores personas. Pero nadie, nunca, jamás, tiene una idea para que alguien se haga millonario, y la cuenta gratuitamente en Internet. Sería torpe. O fracasaría su propia estrategia de revelar algo que no hay modo que alcance para todo el mundo. Imaginemos que dos vecinos leen un documento en donde se indican las instrucciones precisas para la realización económica eterna de una persona: CÓMO SER MILLONARIO. En mayúscula y bold, toda la historia. Estos vecinos se odian, pero ambos tienen acceso a internet, y de la misma empresa. Abren el link, casualmente, a la misma hora, en el mismo barrio. Lo estudian y dan pie con bola, decidiendo llevar a cabo la misión descripta. Comienzan el paso a paso y, cuando van por el segundo paso, abren este link otras dos personas en otro huso horario en cualquier otro lugar del planeta, que pasan el texto, escrito en otro idioma, por el traductor de Google. No entienden absolutamente nada y siguen siendo pobres. Pero otras setenta y cuatro personas en efecto abren el posteo cuando los dos primeros ya están encaminados por el tercer punto del documento original. Y lo envían en una cadena de mail: ya nadie usa cadenas de mails, entonces fracasan setenta y cuatro estrategias: sí, era un grupo humano muy extraño que todavía conservaba viejas costumbres, como mandar cadenas de mails, y creer en todo lo que se lee en internet. ¿Qué sucede con los dos vecinos que se odiaban y que desarrollan en plan para cumplir su sueño de ser millonarios y coleccionar a la colección completa de los muñecos de He-Man primera generación? ¿A quién puede importarle? Difícilmente alguien esté leyendo ésto. La cuestión es: tengamos cuidado con lo que sucede en una red. Podés escribir un texto largo, y la respuesta puede ser aberrante. Por caso, de las múltiples páginas que un señor real escribió en un sitio real, de este texto del que te hablaba al principio, para que los miles de millones de habitantes del planeta puedan escribir bien, la única respuesta que obtuvo, con g, fue la que titula este texto: “Muy buen consego”. Buenas noches.


PAPÁ, MAMÁ, LAS HERMANAS, MI PERRO, YO Y LOS DEMÁS Padre tiene una cabeza enorme. Es un hombre muy feo y, cada vez que lo veo, no estoy seguro de si sentir asco, pena o alegría. No es un hombre malo. Tiene las orejas más grandes que ví en mi vida, y es plena, total y absolutamente burro. Es una persona que no conoce las cosas. Toda su vida fue vivir para el trabajo, comer, tirarse pedos. Comer asados a veces. Tiene muchísimo pelo en la nariz y ahora tiene abundante cabello en las orejas. Adentro de las orejas. Usa pelo largo, lo tiene grasoso y adelante es pelado. Finos hilos de cabello corren desde la frente rala hasta la nuca y se estrangulan en una gomita de pelo negra que Dios no querría oler ni si eso le diera la garantía de derrotar a Satán. Padre tiene dos nombres comunes que no repetiré. Un apellido obvio, que es su herencia hacia mí. Padre es de uno de los dos equipos de fútbol grandes. Le gustan las películas de tiros, y las llama “películas de escopeta”. Padre se duerme temprano, se despierta temprano, cena temprano, hace todo temprano. Llega antes a los lugares. Se va último. Su vida social está sumida en la miseria de lo común y, sin embargo, padre es alguien a quien yo debería amar.

Mamá es delgada como la paja de una escoba. Sus huesos de la espalda sobresalen de las blusas extrañas y floreadas que porta sin gracia ni garbo. No tiene ninguna enfermedad y tiene mucho mal humor. Mamá no habla con padre desde hace más de diez años. Son todo señas, pero padre se supone que la sigue amando. Mamá tiene sus razones válidas para no hablar con padre pero no las conozco. Mamá no sabe cocinar, nunca quiso hacerlo. A mamá le gustan las telenovelas de países centroamericanos con galanes de frondoso cabello pompadour. Siempre tiene su rosario en la mano, en un perpetuo rezo. Reza en el baño. Reza en la cocina. Reza cuando toma mate. Reza cuando mira por la ventana. Reza cuando insulta al gobierno. Reza en el supermercado chino. Reza en la iglesia. Reza en su habitación. Reza cuando saca la basura. Reza cuando pasa algo malo. Reza cuando pasa algo bueno. Mamá es la persona más aburrida que conocí. Mamá no sé si es mala o buena, pero sé que es antipática, que no tiene amigos y que Los Demás no la respetan.

Hermana mayor falleció hace algunos años. Tenía una enfermedad por la cual tenía que hacer esfuerzos con su cerebro para todas las tareas cotidianas de la vida. Esfuerzo para comer y esfuerzo para respirar. Hermana mayor tenía que recordar que respirar no era opcional y por tal motivo dormía con un pulmón de acero que le insuflaba aire en el ajado cuerpo que tenía. Hermana mayor vivió más de cuarenta y cinco años y Los Demás la cuidaban. Cuando hermana mayor perdió la vida una amarga mañana de navidad, Los Demás lloraron con fuerza y cantaron La Danza de los Catorce Gritos durante seis días. El barrio prefería obviar lo que claramente se escuchaba desde lejos, del mismo modo que obviaron durante todos esos cuarenta y cinco años lo que se sabía que sucedía en casa entre hermana mayor y hermana menor. Hermana mayor tenía los dientes color marrón y en la casa se decía que


había nacido con esos dientes. Olía siempre a madera mojada, a trapo encerrado, a perro callejero. Hermana mayor no me quería pero quería sobremanera a hermana menor. Perro nunca la mordió, a diferencia de lo que hizo con todos nosotros.

Hermana menor sigue viva pero se fue de casa. Viene algunos fines de semana pero no tengo la menor idea de dónde se va cuando se va. Siempre fue de insultar mucho y la situación empeora con el tiempo. Habla mal, insulta mal, camina mal, hermana menor vive mal y todos le decíamos siempre que iba a terminar viviendo mal porque quien mal anda, mal acaba, tal y como dicen siempre y nos lo recuerdan en cada chandelaire Los Demás. El juicio de ellos nunca es erróneo, y cada vez que creímos que estaban equivocados, bien, ya imaginarán lo que sucedió. Hermana menor vestía como varón todas las veces. Elegía los pantalones bien de varón. Zapatos de varón. Colores de varón. Música de varón. Que el infierno la corra si en realidad alguien pensó que esa persona era una mujer. Llevaba el pelo corto, más que corto, pelado. Hermana menor estaba harta de todas las cosas y se parecía más a madre que a padre aunque, en el fondo de su rostro, gritaba el aspecto de padre como una tormenta o un tormento de fealdad y mala suerte facial. Ah, y su nariz. Su nariz no podía ser algo permitido en los cánones de la humanidad. No obstante, hombres y mujeres caían a los pies de hermana menor de manera regular. Hermana menor estaba suelta de la suerte de nuestra familia.

Mi perro vivía en mi habitación y era enorme. Negro. A veces me dejaba dormir encima de él. Dormía más que yo, durante todo el día. Comía poco o nada y se encargaban de darle de comer las hermanas. No ladraba, no molestaba. Estaba duro, como embalsamado, y no tenía ninguna expresión. En verdad no sé si alguna vez vi a mi perro despierto. Entiendo que quizás alguien imagine que nuestro perro en realidad estaba muerto y que me engañaron durante tanto tiempo pero, por un lado, no soy tan tan estúpido y, por el otro, a todos, menos a hermana menor, ese perro nos había mordido y siempre del mismo modo: mientras dormíamos, en un pie, y ninguno de nosotros lo había visto hacerlo. A todos nos tocó despertarnos con el dolor demencial en el pie, la sangre caliente cortando el sueño y manchando el suelo donde dormíamos y ver luces detrás de los ojos, del dolor, del tremendo dolor, del peor dolor que puedas imaginar que se siente cuando dientes muerden la parte de arriba de tu pie como si fuese un pedazo de pan dulce. Los Demás lo habían dicho en sus primeros libros. Nos habían hablado de las mordidas de nuestros perros. Todos tenemos un perro por aquí.

En cuanto a mí... no me gusta mucho hablar de mí. Pero tengo que convivir con todo lo que veo. Con estas realidades que se fueron construyendo.


Por los libros entiendo que hubo otro tiempo en el que era común llevar un diario. Pero también me pareció, leyendo eso, que no había manera de que si uno iba a escribir que estaba por dispararle a toda su familia, Los Demás no se enterasen. Era tinta y papel o una computadora. Y todo lo que se escribía era publicado. Quién sabe. Por ahora voy a seguir disfrutando lo que se pueda disfrutar. Quizás llegue el día en el que podamos salir de casa. Y descubrir si esa persona exactamente igual a mí que me saluda con su mano todos los días desde la casa de enfrente, es parte de mi familia.


ABACABB Querido Brunito, yo Puedo secuestrar a la princesa Que sale en el Mario Bros Dársela a Koopa con un moño Y matar a Luigi y al patrón. Puedo ganarle a Ken y a Ryu Aunque al Street Fighter Nunca fui el mejor. Hacerles las fatalitys del Mortal Y por abajo definir el gol. Querido Brunito, yo Puedo cocinarte a mi corazón. Me lo saco del pecho y ni te digo Y vos crees que es hamburguesa Con jamón. Querido Brunito, yo Doy la vida, la muerte y la razón Para verte sonreír un ratito Soy capaz de decir que no amo A Perón. Es mentira eso nunca lo haría Porque negar a Perón es negar A dios, Y Dios no quiere a los mentirosos Y de vez en cuando charla con Perón. Querido hijito tan hermoso, Bruno Néstor, un rato de sol La tormenta después de un par De semanas En las que hizo cuarenta y tres de calor. Chiquilín que está más loco que su vieja Un día a otro planeta vamos a viajar Todos juntos y será la moraleja, Una fuerza que Darth Vader no pudo parar. Enano de panza lisa, Príncipe Piernitas, gloria de amor. Con tus sueños te construyo un castillo, Un pasillo, un poligrillo, un puño gigantesco


Derrotando con pasión. Hijo loco, hijo distinto, Cada abrazo que cuando duermo te doy, Si despierto sin latidos cada noche Es para poder latirte mejor. Pajarito-puchirilo-cuchitril. Al otro día que me toque retirarme Voy a estar al lado tuyo como dios, Agarrándote del brazo en tus tropiezos, Descansándote cuando hagas papelón. Te soñé, te desperté, te vivo lindo. Te armé, te ayudé y te alimenté. Tu mamá te infla el pecho cada día, Y te aplaude cada caca que hacés. Hijo lindo, bueno, gordo y tan gracioso, La tierra funciona más lento que vos: Las personas son malditas y muy grandes, Como el ruso malo en una de acción. Siempre hacé lo que no moleste a nadie, O lo que lastime a quien sea un patrón. No le temas a la yuta aunque te odie, No hagas nada malo a nadie o la yuta Me va a tocar tener que entonces ser yo. No camines por el borde de los techos, Salvo que hayas aprendido a planear, Si planeaste alguna vez sabés qué digo, En el PES te lo van a explicar mejor. Cuando mires a tu espalda en tu camino, Qué dejaste atrás, cuál es tu pergamino. Que no quede nadie vivo si está herido, No te metas con mujeres con maridos. Y si todos los días o todas las noches, Pienso que del cielo, un piano me puede caer. O una caja fuerte. Vacía. O que me pase algo y me gane alguien, Y me tenga que ir de repente a comprar cigarrillos al cielo, Quiero que sepas, Hijo mío, Que lo único que me importa sos vos.


Que en lo único que sueño sos vos. Que lo que más me emociona sos vos. Que te prometí un castillo. Que te prometo un país. Y que te prometo un gigante. Y el Gauchito y los santos. Y las santas y Jesú. Y Evita y la Virgen. Y Perón y Dios. Y Néstor Carlos y mi abuelo. Y todas esas cosas que las personas aterradas prefieren creer que no existen, porque si dicen que no existe el más allá, Creen que pierden el miedo a la muerte, Y no te olvides nunca: la vida es como dijo Rocky. No importa cuán fuerte pegues. Sino cuántos golpes podés recibir. Y seguir moviéndote para adelante. And keep moving forward. ABACABB es el código para Que la vida la vivas con sangre, Que nunca dejes que le gane el hambre, A una persona que te toque haber mirado. El compromiso acá con la historia Es desde bien chiquito. Y si de pronto esta cosa no rima, Si este texto le gusta a tu prima, Si Brunito prefiere sardinas, Si decide amar a Argentina, Si como yo, adora a Cristina, Si conoce una chica latina, O un chico, y se va a las Malvinas, O decide una vida bien fina, Y una dieta que no tenga harinas, Entonces no estaría pudiendo comer pizza, Y bien sabemos que puede ser Cualquier cosa Bruno puede ser, Menos gorila, de River o malo, Y no puede no amar a la pizza. Le tendrán que gustar Las Cuartetas, Como al padre le gustan las tetas, No escribí esa oración, qué careta, Soy más forro que Horacio Larreta. Si me extiendo escribiendo este asunto,


Y a una tostada Roquefort le unto, Cada vez que Macri dice “juntos”, Le debemos más guita al FMI. No rimó un carajo esa oración, Pero bueno, no es una canción, Bruno Néstor no usa pantalón, Prefiere una vida en calzón. Y lo extraño ahora mientras duerme, Y la noche me viene a buscar, Me propone salir a bailar, Gracias pero ya no bailo más. Que te hacés, gordo, el bailarín, Si en tu vida pudiste moverte Salvo para escribir en segunda Este texto que trae buena suerte. Amuleto de brindis y afines, Para rimas usamos alfiles, Porque avanzan siempre en diagonal, Y ahola te ponen a gozal. Ese cierre estuvo arbitrario, Hijo no confíes en comisarios, Tengo que revisar, sí, ya dije, Esa frase como corolario. Queda un día de versos y besos, Para celebrarte tu cumpleaños, Te amo gordo, batata, bebito, Muchos más allá del infinito. Chau. ¡Hola!


LA ENFERMEDAD DEL MUNDO Cuando no dejás propina. Cuando no mirás a los ojos. Cuando te vas sin saludar. Cuando no cedés tu asiento. Cuando no participás en cuestiones sociales. Cuando te quedás en silencio. Cuando te morís antes. Cuando te vas de madrugada. Cuando volvés después de tiempo. Cuando hacés de cuenta que no viste a la persona que le afanás el taxi. Cuando no llenás la botella de agua a la que le queda poquito. Cuando no completás la cubetera de hielo. Cuando no tomás tus remedios. Cuando no vas al médico. Cuando te quedás dormido. Cuando no ayudás. Cuando elegís tener un corazón malo. Cuando no mirás a los demás. Cuando matás. Cuando robás. Cuando hacés trampa en un juego. Cuando mentís. Cuando te quedás horas de más en la cama. Cuando te quedás horas de menos en la cama. Cuando no respirás. Cuando dejás un cigarrillo mal apagado en un cenicero. Cuando lastimás.


Cuando perdés el rencor de las causas justas. Cuando te quedás con un vuelto. Cuando llamás a un delivery un día de lluvia. Cuando pegás mocos debajo de las sillas. Cuando bebés de más. Cuando bebés de menos. Cuando te quedás con cosas adentro del pecho. Cuando votás a la derecha. Cuando sos de derecha. Cuando le pegás a otra persona con las manos. Cuando le pegás a otra persona con palabras. Cuando te come crudo el hígado, el ego. Cuando cantás mal y lo sabés y seguís cantando. Cuando cantás bien y lo sabés y no cantás. Cuando no cantás. Cuando hacés de cuenta que te ganó el sueño en un medio de transporte para ni mirar. Cuando le creés a la televisión. Cuando admirás a quienes no son admirables. Cuando tomás atajos incorrectos. Cuando mirás poco por la ventana. Cuando abusás de las drogas. Cuando no pedís disculpas ni agradecés. Cuando te afeitás mal. Cuando cerrás demasiado fuerte la puerta de un auto. Cuando pensás que los chinos tienen olor. Cuando no te gusta Batman. Cuando le tenés bronca a los niños. Cuando usás azúcar. Cuando comés carne.


Cuando abusás de la droga y no te das cuenta. Cuando mirás de más. Cuando sos policía. Cuando sos kiosquero. Cuando sos taxista. Cuando sos juez. Cuando abrís demasiado las piernas en el asiento del subte. Cuando hacés listas. Cuando te quedás dormido en el hombro de alguien que no te conoce ni conocés. Cuando tocás la cacerola y tenés comida en la heladera. Cuando escuchás a Lerner. Cuando te quedás pelado a los veinte años. Cuando tirás el café sobre la computadora. Cuando hervís demasiado el mate y convidás. Cuando no convidás. Cuando sacás un cigarrillo de adentro del paquete de tu bolsillo sin sacar el paquete. Cuando no te gusta la pizza. Cuando no te das cuenta que tenés mal aliento. Cuando caminás abajo del techito en día de lluvia y con paraguas. Cuando sos Baby Etchecopar. Cuando preferís al tennis antes que a cualquier otro deporte. Cuando usas aviones. Cuando creés que ser nazi es una ideología y que es válido discutirlo. Cuando no te gusta la Coca-Cola. Cuando tenés problemas REALES con los gatos. Cuando sos comisario. Cuando tenés empleados en negro. Cuando te molesta el uso de la e en términos inclusives. Cuando dejás mocos pegados al alcance de otras manos que también llevarán mocos ahí.


Cuando sos Viviana Canosa. Cuando usas Taringa! en 2020. Cuando filmaste Justice League. Cuando sos Luis Brandoni. Cuando aumentás tus precios en base a la demanda. Cuando no sos peronista. Cuando tenés las orejas demasiado grandes. Cuando creés que Breaking Bad es mejor que Better Call Saul. Cuando trabajás de panelista. Cuando sos DJ y decís que tocás. Cuando decís que no tenés cambio y, en realidad, tenés. Cuando le decís peyeto y no peseto al peceto. Cuando opinás en contra de algo que ese preciso día tiene un enorme apoyo popular. Cuando trabajaste en el gobierno de Macri. Cuando te anotás al gimnasio. Cuando creés que Wendy’s es mejor que McDonald’s. Cuando sos Alfredo Leuco. Cuando le contestás cosas a alguien en alguna red social y no lo seguís. Cuando decís que las letras del Indio son difíciles. Cuando trabajás en la municipalidad de La Matanza. Cuando tocás la bocina en el peaje. Cuando no te gustan Los Simuladores. Cuando no sabés chistes de Los Simpsons. Cuando escuchás de refilón que hay un partido, que gritan penal y no dejás absolutamente todo lo que estés haciendo en ese momento para ir a ver la definición desde los doce pasos. Cuando decís que Maradona te gusta pero la persona no. Cuando hacés cosas que no son para tu edad. Cuando tenés pelo en los hombros. Cuando malflashás. Cuando desafinás y no te das cuenta.


Cuando no devolvés el changuito en el supermercado. Cuando nunca tomaste vodka sin saber la marca. Cuando le ponés demasiado agua al café. Cuando usás el saquito del té para tres té en lugar de dos máximo. Cuando denunciás a quien roba para comer. Cuando sos skinhead. Cuando usas twitter. Cuando no ponés a gente que trabaja para vos en blanco. Cuando hacés rosca en la política por la rosca misma. Cuando tu apellido es Bullrich. Cuando hacés listas. Cuando escribís libros. Cuando los publicás. Cuando creés que a alguien le importa. Cuando leés un libro. Cuando no lo leés. Cuando sos humano. Cuando vivís. Cuando te morís. Cuando amás. Cuando reís. Cuando llorás. Cuando te caés. Cuando te levantás. Cuando te arrastrás. Cuando te matan sin gloria. Cuando nadie te recuerda. Cuando sos troll. Cuando sos garca.


Cuando no tocas algún tema en la mesa familiar. Cuando tu vieja te odia. Cuando odiás a tu hija. Cuando tu viejo te odia. Cuando odiás a tu hija. Cuando no bajás el vidrio ante el mangueo en el semáforo. Cuando decís “ya di”. Cuando usás gel en el cabello. Cuando hacés algo o todo ésto y no exclusivamente, sos parte de la enfermedad del mundo.


AL CHINO Voy a tratar de ajustarme lo máximo posible a lo que en realidad pasó, aunque en el diario haya salido otra cosa, aunque nunca hayan encontrado a nadie y aunque al día de hoy la gente murmure en la calle cuando me ve pasar, como si supieran algo. Lo que pasó esa vez en el supermercado del chino de mi casa lo sabemos el chino, yo, el borracho que entró a comprar la cerveza, la cajera venezolana y el alien gordo. Empezó a cualquier hora de una tarde cuando fui a comprar unos rollos de cocina. En mi casa había cocinado una carne que me había salido horrible y estaba toda llena de sangre la mesada de cuando la preparé. Mi mesada es blanca. Y se me hace mejor secar con papel de rollo de cocina. Como sea, fui hasta el chino en el que atendía, por supuesto, un chino con el que me llevaba bastante bien. Lo saludé, me hizo un chiste con connotación sexual por una musculosa rosa que yo llevaba puesta. Le contesté algo referido a su señora y entré. Saludé a la cajera sin mirarla y fui a donde está toda la mercadería de papel. Papel higiénico barato, papel higiénico caro, rollos de papel baratos y rollos de papel caros. Agarré el barato, pero no el más barato de todo: verán, los rollos de papel más baratos, más allá de traer muy muy pocas hojas, son más cortos. Y al ser más cortos, a veces son más incómodos para un montón de cosas o usos que uno le puede dar a esos papeles. Este dato aleatorio ahora, en este momento que lo leés lo vas a considerar totalmente inútil, y para lo que estamos acá, que es tratar de contar lo que pasó ese día, tampoco es útil, pero para vos, el día que vayas al supermercado chino a comprar papel, sí te va a servir. Tratá de no olvidarte. En fin. Agarré el rollo de papel y antes de irme me di una vueltita por donde están las galletitas. Era una tarde más sin trabajo, era una tarde más cobrando la del gobierno y la verdad es que parecía que todo iba a durar una eternidad, cuando empecé a sentir un olor horrendo, y no sabía si era olor a podrido. Levanté mi vista, y como si fuera lo más normal del mundo, un hombre con la cabeza de pescado observaba fijo a las mismas galletitas de chocolate que yo pensaba llevar, a unos metros de donde estaba yo, francamente, congelado. El hombre con cabeza de pescado respiraba denotando una falta de aire preocupante, boqueando y chorreando agua o gelatina. Yo no sabía si ayudarlo o si gritar pero, como nunca había estado en una situación en estas condiciones, opté por gritar. Abrí la boca y ningún ruido salió. Miré a los costados desesperado y cerré los ojos hasta sentir una presión monumental en mi cerebro y no pasó nada. No podía gritar. Abrí los ojos y veía destellos de luz en una oscuridad que daba paso a la luz del supermercado. Ahora el hombre con la cabeza de pescado ya no miraba a las galletitas sino que me miraba fijo. El terror me comió la movilidad, mientras me pareció como si fuera un cuento de terror, que el hombre con cabeza de pescado pestañeaba en cámara lenta. Traté de salir corriendo pero caminé hacia atrás como había aprendido de muy chiquito, porque todos los niños chiquitos aprenden a temprana edad a caminar así. Sin golpearme con absolutamente nada salí de la góndola y me di vuelta para decirle al chino que algo andaba muy mal con una persona ahí en su negocio, pero también pensaba que lo que había visto no podía ser real, no, no podía, entonces ¿Qué acababa de ver? No quería sentirme estúpido. Miré al chino que me saludó y me preguntó si había visto a mi suegra, por la cara que tenía. No llegué a responderle mientras levantaba mi mano para señalarle hacia donde estaba el hombre con cabeza de pescado, cuando justo entró un borracho sin ningún envase en su mano a pedir si podía llevarse una fresca sin envase. El chino le dijo que se mande a mudar, dicho así en argentino pero con acento chino, y eso siempre suena gracioso. Pero se lo dijo de mal modo. El borracho le dijo al chino que no le hable mal y le dijo “coronavirus”. El chino le respondió que no le diga eso, que le pida disculpas. La venezolana de la caja se incomodó en su silla, y yo me olvidé del hombre con cabeza de pescado. El chino salió de atrás de la caja gritando de manera desaforada. Se acercó peligrosamente al borracho que sonriendo, corpulento o gordo como era, empujó al chino que cayó contra los caramelos y los encendedores. La venezolana salió de atrás de la caja corriendo para atrás del supermercado. Yo llegué a verla pasar por al lado de los papeles, llegar a las galletitas y quedarse fría mirando


al hombre cabeza de pescado que, ahora, estaba encima de un enorme charco que parecía agua, que parecía pis y que podía ser aceite. Demasiado cerca la venezolana del hombre con cabeza de pescado, al punto que esta monstruosidad abrió la boca y llegué a ver su paladar. La venezolana cayó al suelo aterrada y el hombre con cabeza de pescado rodeó la cabeza de ella pero no le hizo nada, ya que luego se separó de la venezolana ahora él casi aterrado y ella temblando, empapada de una gelatina extraña, se desmayó. Pensé en mejor irme, no comprar ningún papel porque esto estaba muy raro cuando llegué a observar cómo el hombre con cabeza de pescado corría hacia atrás del supermercado. Rápido creí que había que hacer algo y cuando miré al chino sacar una pistola automática de abajo de la caja registradora y pegarle dos tiros al borracho y al borracho caminar para atrás, agarrándose el cuello y la nariz, me dí cuenta que no era todo ni parecido a lo que se veía en las películas. Le grité al chino, “qué hacés chino, estás loco”, mientras el chino no paraba de gritar en su idioma a lo loco, como un loco, enfermo de miedo o locura, y agarraba su celular y llamaba a alguien y se le caía el celular al suelo. El borracho trastabilló hacia atrás sobre un cajón de cerveza y se cayó como un muñeco al suelo. De su nariz corría un enorme chorro de sangre, como si hubieran roto un caño ahí, una pierna le temblaba y tenía un agujero chiquito en el pecho de donde salía un hilo de sangre negra sin parar. El chino salió afuera gritando y se fue corriendo. Yo no tenía la más puta idea de qué tenía que hacer. Miré el rollo de papel que tenía en la mano y pensé si irme o quedarme. Si dejarlo o llevarlo. Si pagar o llamar a la policía. Entonces pasó esto que dicen en el barrio, y que solamente yo ví, así que cualquier persona que diga que pasó otra cosa, miente. El hombre con cabeza de pescado apareció corriendo desde el fondo del supermercado trayendo de la mano arrastrando como un nene que lleva a su osito, a la venezolana. Cuando me alcanzó me empujó el hombro con el hombro y me tiró sobre el borracho, cayéndome yo ahí enchastrándome toda la ropa en su sangre con alta graduación alcohólica. Antes de salir del supermercado llevándose para siempre a la venezolana desmayada, el hombre con cabeza de pescado se dio vuelta y me miró. −

No se te ocurra abrir la boca.- me dijo.

Me asusté tanto que me desmayé. Cuando me desperté estaba esposado a una cama. El chino me había acusado de haber secuestrado a la venezolana, que nunca más nadie volvió a ver en ningún lugar de la tierra. Esta es mi declaración. Y si tuviera otra cosa para contar, la contaría.



Fin. (Si creĂŠs que podĂŠs hacerlo mejor, hacelo).


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