EDUCACIÓN CÍVICA Y CIUDADANÍA: CONSTRUCCIONES ESCOLARES Y SOCIALES Zhared Pérez Pérez
zharedpp@hotmail.com
UNIVERSIDAD DE COLIMA
Resumen: Este artículo se desprende de la investigación “La cultura cívica en los estudiantes de la Universidad de Colima”. Para efectos de este trabajo, su énfasis se centra en conocer los elementos o situaciones que dieron lugar a la ciudadanía a través de un sucinto recorrido histórico que muestre las distintas concepciones producto del discurso vigente en el ámbito social y político; además se retoman algunos modelos de ciudadanía clásicos dada la importancia de su surgimiento para su época; asimismo, se reflexiona acerca de su aparición en la educación formal dentro del currículum con la asignatura de educación cívica, la influencia de la escuela como formadora de ciudadanía y, finalmente, se discute la socialización como un elemento colaborador de la construcción ciudadanía. Palabras claves: ciudadanía, educación cívica, currículum, socialización y jóvenes.
Introducción La ciudadanía es un término presente desde hace mucho tiempo en nuestras sociedades, su aparente surgimiento obedece a distintos factores, por un lado, se ha subrayado la apatía y desafección que reflejan los jóvenes hacía la esfera política y, por otro, la discusión académica y la investigación empírica han enfatizado el análisis en torno a los aspectos socio-políticos en los jóvenes. En consecuencia, según Moran (2003), se incorpora al estudio socio-político el estudio de los cambios en los procesos de aprendizaje de la ciudadanía, en especial entre los jóvenes. Además la ciudadanía, actualmente, posee un fuerte contenido en las sociedades modernas, específicamente en América latina, ya que a la par que se están conmemorando los bicentenarios de la independencia, se ha colocado un acento particular en este tema, pues resulta interesante analizar cuál es la situación en la que nos encontramos, cómo ha influido el transcurrir del tiempo en nuevas configuraciones y representaciones de lo que inicialmente pretendía la formación de la ciudadanía, como la de crear patriotas y amantes de los símbolos patrios y rituales cívicos, que un sujeto político capaz de influir en la vida pública. En México, la ocupación de los/las investigadoras por este eje temático no ha sido la excepción, diversos estudios demuestran el interés por indagar la dimensión ciudadana en el ámbito cultural entre ellos se encuentran los de Hernández (2009) y Molina (2009), desde las prácticas o el ejercicio ciudadano Benedicto, J. (2005) y Tapia, E. (2003), otros se enfocan evaluar los dominios de la asignatura de civismo como Contreras (2009) y otros más abordan el papel de escuela en la participación ciudadana Escámez (2002).
Argumentación y desarrollo Contexto histórico de la ciudadanía Conviene explicar el recorrido histórico del elemento central de este documento, ya que sirve de contexto para conocer la evolución del concepto, adentrarse a las nociones de ciudadanía, formas de construcción de ésta y los procesos escolares y sociales que influyen en su constitución. La ciudadanía liberal1 existe en México desde antes de la Independencia. La democracia, como práctica social, fue monopolizada por los pueblos por medio de los municipios, proceso que encarna en distintas culturas producto del carácter pluriétnico del país; culturas en las que subyace una estructura comunitaria propia de la cultura indígena (Annino, 1999 en Elizondo, 2000). Lo cual indica que, si bien no se conocía de una manera formal el ejercicio de los derechos que se otorgan al ciudadano cuando se desenvuelve en un ámbito social, estaba sentado las cualidades de dicho ciudadano y qué actividades le eran inherentes para constituirse dentro de una comunidad. Bajo esta premisa, la ciudadanía en México no desarrolló un sentido de pertenencia al Estado sino que por el contrario, reforzó y legitimó la resistencia a él, además de consolidarse en el plano político, dejando un vacío en el plano civil (Elizondo, 2000). Es decir, como consecuencia de una mala orientación, se establece una relación discordante que no hace sino rechazar la idea de ser partícipe de la formación del contexto al que se pertenece. En el ámbito nacional, Marcelo Carmagnani y Alicia Hernández (1999) sostienen que el elemento fundador de la ciudadanía en México es la vecindad, situación que enfrenta al liberalismo con una “sociedad de sociedades” en la que, por diversas razones y a diferencia de lo sucedido en Europa, los nuevos derechos se afirmaron en un derecho consuetudinario colonial, familiar a cada localidad. Aunado a que, si bien es cierto que el voto universal directo, con todo lo que ello significa en la construcción de una ciudanía liberal, se instrumentó en México, también es cierto que se articuló de manera muy contradictoria con una visión corporativa y clientelar que la ciudadanía orgánica generó en el siglo XIX (Elizondo, 2000).
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Modelo de ciudadanía que concibe al individuo como referencia prioritaria, por ende, se da primacía a los derechos individuales con deberes mínimos. Además tiende al pluralismo ético y cultural universal. Gimeno Sacristán, J. Educar y convivir en la cultura global. Las exigencias de la ciudadanía. Madrid: Morata. 2da ed. P.166.
Como resultado de esta situación se fue priorizando la necesidad de incluir, no sólo de manera interactiva e informal el ejercicio de la ciudadanía, sino más bien se requería que la escuela tuviera injerencia y educara para una formación integral, donde el plan de estudio incluyera contenidos específicos para conformar al ciudadano. Es de aquí que nace la educación cívica como respuesta a la demanda de la sociedad.
Concepciones de ciudadanía El recorrido histórico que ha tenido la ciudadanía repercute indudablemente en las nociones que se le han adjudicado el término, pues se ha relacionado con el momento histórico, político y social en el que se desenvuelve. En este sentido, Escalante (1992) señala que es un “proceso largo e inacabado. Se va construyendo en un proceso histórico, en una construcción permanente y se va ejerciendo en el marco de un régimen político, entre los que destaca el democrático”. Entonces, la formación de la ciudadanía2 es un trayecto en permanente construcción y reconstrucción que esta inmerso en un sistema político y social, por ende, en uno educativo. Que tiene que ver, no sólo con los espacios mencionados anteriormente sino con toda la cultura que rodea al individuo y que éste mismo construye. En este sentido, Sacristán concibe al ciudadano como un proyecto de vida social “artificial”, una modalidad de ejercicio de la sociabilidad culturalmente elaborado, que pertenece al ámbito de lo político y un modelo de individuo cultivado a construir. Forma cualitativa superior acerca de cómo se inserta el individuo en la sociedad. Además señala que requiere de organización social sentada en una determinada cultura formada por aquellas creencias, normas y procedimientos que el sujeto debe subjetivar como atributos incorporados a su pensamiento, a sus valores y a su comportamiento. En el entendido de que el ciudadano es un entramado de influencias de distinta índole que constituyen su bagaje cultural incorporado por medio de las interacciones entre los sujetos pertenecientes a su contexto propone tres modelos de ciudadanía. La ciudanía liberal enfatiza en que sólo la vida de los individuos tiene valor, esto es que tiene al individuo como referencia prioritaria. Asimismo, las entidades colectivas han de servirle a él y son válidas en tanto tengan esa prioridad. Es decir, se caracteriza por una primacía de los derechos individuales y deberes mínimos. Por tanto posee lazos débiles con los demás sujetos, dada la importancia de su autonomía y de su privacidad.
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Para el caso de este trabajo se utilizará como sinónimo de la construcción ciudadana.
Por su parte, concibe a la ciudadanía en el pluralismo democrático y cultural como la compatibilidad con los derechos individuales y los deberes hacia la comunidad a la que hay que sentir como cercana y propia. Otorga importancia al bien común y los deberes para los individuos. Se fundamenta en una democracia participativa y una comunicación a través del diálogo entre individuos diferentes para construir el bien común. Este tipo de ciudadanía se orienta a la práctica. A este respecto, la ciudadanía comunitaria también da importancia a las obligaciones con los demás y a los deberes hacia ellos mismos. Se da primacía a la entidad colectiva sobre los derechos previos de los individuos. Puesto que parte de que la identidad se enraíza en el comportamiento con otros. Es una ciudadanía activa donde la comunidad gira en torno a valores compartidos, a la cultura. La tipología que nos presenta es una muestra de la evolución del significado conceptual y, a la vez, de la importancia que se la ido adjudicando al tema de la ciudadanía en las sociedades contemporáneas. Asimismo la carga de contenido que se esperan del ciudadano ha ido reformulándose, al respecto (Woldenberg: 84) señala que en la sociedad moderna son hombres con capacidad de discernir racionalmente entre las ofertas que se les presentan, que pueden contribuir con su opinión a la toma de acuerdos, que ellos mimos pueden agruparse para participar en los asuntos públicos y que como individuos gozan de una serie de derechos. En una palabra, que los individuos son considerados ciudadanos. Por las razones mencionadas anteriormente, se demuestra que la construcción de ciudadanos es un proceso histórico que se engarza con la modernidad y tiene su cabal expresión en un régimen democrático. Apareciendo como un conjunto de prácticas que definen a una persona como miembro de pleno derecho dentro de una sociedad, esto es un conjunto de los ciudadanos de un país. Además, debe quedar claro que la construcción de la ciudadanía, ya sea entre pares o a través de la educación formal, es un compromiso y una responsabilidad con uno mismo y los demás. Como apunta Cajas (2003), ejercer la ciudadanía obliga a instruirse en el oficio cívico: aprender a hablar en público, ser capaz de ubicar y definir problemas, deducir contradicciones internas, enfocar multilateralmente los conflictos, intervenir en la resolución de conflictos y generar mecanismos de trabajo grupal y acción práctica. Lo anterior no se logra por sí solo, requiere de la influencia de los procesos escolares y sociales en los que vive y aprende el individuo. Ya que éstos inciden en su actuación social y política.
La ciudadanía desde el currículum: Educación cívica La ciudadanía, como se ha señalado, es un compromiso, deber y responsabilidad con uno mismo y los demás, es un derecho otorgado legalmente. Y debido a su importancia en el ámbito social y, por tanto político, la escuela tuvo que incluirla en sus planes de estudio dentro de la asignatura de Educación cívica. No fue fácil su acceso y, quizá menos, su permanencia, pues las prioridades de los que poseen el poder siempre aparecen muy lejos de las necesidades y exigencias que la sociedad demanda. Para el caso de la educación, su vínculo cercano entre la sociedad incide de forma recíproca entre ambas. La educación cívica no es la excepción, a lo largo de la historia de México ha presentado diversas orientaciones y matices que reflejan los procesos políticos y sociales por los que ha atravesado la nación. La educación cívica a través del tiempo y hoy en nuestros días, ha sido objeto de controversias, desde su inclusión y exclusión en los programas educativos en nuestro país hasta las finalidades que persigue. Aunado a ello, se ha malentendido la educación cívica con la información de contenidos acerca de sistemas políticos, conocimientos de obligaciones y derechos de los Poderes de la Unión, entre otros. Por el contrario, la educación cívica [a lo largo de su historia] buscó socializar a los individuos en función del nuevo Estado que se constituía, por medio de la enseñanza de valores, normas y costumbres de una nueva cultura nacional que se gestaba (Tapia, 2003). Ejemplo de esto, fue que a partir de 1833 la coordinación y distribución del servicio escolar se llevaría acabo mediante la Dirección General de Instrucción pública para el Distrito y Territorio Federales. Esta decisión incluía todos los sectores de enseñanza, desde la primaria, los y las estudiantes mexicanos (as) recibirían instrucción cívica y política. Con el afán de crear conciencia cívica y política. La nueva orientación pedagógica se sujetaría a los cambios establecidos por el gobierno. Si bien la instrucción religiosa se toleraba, las escuelas se ajustarían a la disposición nacional para proveer a México de personas capacitadas para el trabajo y la participación en asuntos de carácter sociopolíticos (Robles, 1998). Hubo una serie de cambios en los sistemas y estructuras tradicionales que dieron lugar a un posicionamiento prioritario en la enseñanza y la creación de una consciencia cívica y política desde el ciclo primario del sistema escolar. Las reformas y la política pedagógica presentadas intentaron fomentar, a través de algunas generaciones, cierta homogeneidad en los habitantes de la República mexicana. Se pretendía que el conocimiento de las
características generales del país contribuyera a fomentar sentimientos de ciudadanía, susceptibles de convertirse en una participación más amplia en los asuntos políticos y sociales. De acuerdo con ello, Justo Sierra, uno de los principales ideólogos de la educación en México, Subsecretario de Justicia e Instrucción Pública (1901-1905), promovió la aplicación de un nacionalismo liberal educativo mediante una reforma integral en la educación mexicana sustentada en principios del liberalismo. Ésta pretendía garantizar la impartición de la educación primaria en todo el país. Sierra tenía la convicción de que “sin hombres bien preparados se hace imposible el gobierno y el progreso de las naciones” (Robles, 1998). Consecuentemente, José Vasconcelos, fundador de la Secretaría de Instrucción Pública y precursor de la educación en el país, inició un ambicioso proyecto educativo que vinculó la actitud liberadora de la educación y el nacimiento de una civilización lograda mediante el mestizaje que daría a luz al espíritu para exaltar los más altos valores de la condición humana. “Educar, para Vasconcelos, significaba un proceso armonizador para favorecer la libertad y democracia” (Robles, 1998). Bajo estas premisas se fundamentó el período de José Vasconcelos en la Secretaría de Instrucción Pública, su proyecto pretendía inculcar un nacionalismo3 concientizando al pueblo desde sus propios orígenes, respetando el mestizaje y partiendo de la idea de una educación liberadora e impulsado por el comienzo de una sociedad que enalteciera los valores más sublimes del ser humano. A lo largo de las diferentes etapas que se han revisado, se observa que la educación cívica estuvo orientada más a formar ciudadanos como patriotas y amantes de los símbolos patrios y rituales cívicos, que crear un sujeto político capaz de influir en la vida pública. Éste era un civismo discursivo, doctrinario e informativo que resaltaba el valor del patriotismo y ponía énfasis en el culto a los símbolos patrios, la celebración de fechas conmemorativas y la repetición de rituales (Tapia, 2003:20). Es decir, no se planteaba de manera formal y estructurada la formación de un(a) ciudadano(a)
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que
interiorizara
mediante
la
socialización
escolar
los
valores,
Según Martha Robles, el nacionalismo mexicano sería concebido como la realización propia de una civilización creada por la mezcla étnico-cultural que, mediante la unión, favorecería una nueva concepción de la vida…su realización por medio de expresiones estéticas, morales y de organización. Ibíd., pp.96-97.
conocimientos y prácticas que requiere la democracia. Esto no quiere decir que el nacionalismo y la democracia sean concepciones antagónicas. La educación cívica hoy en día incluye nuevas fundamentos basados en valores y actitudes apoyadas en la interdependencia de preceptos democráticos y nacionalistas. Conviene explicitar que el concepto de educación cívica, primeramente desde su etimología proveniente del latín-Civis, que significa ciudadano(a) o habitante de la ciudad (Gurrola, 1994). Indica, que es la formación y orientación que recibe el alumnado para actuar debidamente como ciudadano de un país. Es decir, apegados a la raíz conceptual del término, la educación cívica tendría que estar presente en los proyectos de nación, en los planes y programas de estudio, para verlo representado en el actuar de los y las ciudadanos(as). Como se mencionó, la evolución histórica que ha tenido la educación cívica a lo largo del tiempo, no ha estado exenta de los debates y es a partir de éstos que se ha conformado, puesto que ha sido muy cambiante, en cuanto a sus nombres, contenidos, objetivos e intereses, y lo demuestran los debates que en torno a ella se han hecho. A nivel nacional, en el año de 1876 nace como asignatura, en aquellas épocas se le definía con diversos nombres, algunas de estas denominaciones fueron: Instrucción cívica, Moral y Urbanidad, Derecho Usual, Civismo, Prácticas e Informaciones Socialistas, Cultura Cívica y Educación Cívica. Y es, en 1932 cuando se precisó la definición, extensión y finalidades de la materia. Durante ese periodo donde se designaron diferentes nombres, se especificó que la asignatura de educación cívica tendría como objetivo principal contribuir a la formación de la conciencia cívica (Gurrola, 1994), para lo cual sería necesario impartir nociones de: organización social, economía, derecho, garantías constitucionales y formación gubernamental. Es el 27 de noviembre de 1973 que se expide la Ley Federal de Educación, sustituyendo a la Ley Orgánica de Educación Pública de 1941. A partir de esto se vienen una serie de reformas educativas entre las cuales se estructuraba un nuevo plan de estudios y en los programas correspondientes se consideraron los siguientes criterios: a) adaptabilidad. b) estructura interdisciplinaria, c) continuidad, d) graduación, e) verticalidad y horizontalidad, f) educación armónica y capacidad creadora, g) pensamiento objetivo, h) educación democrática, i) preservación de los valores nacionales, j) solidaridad internacional, k) educación permanente, l) conciencia de la situación histórica, m) verdades relativas, n) énfasis en el aprendizaje y o) la preparación para el cambio. Sin embargo, en este periodo
la educación cívica como tal se difumina, se pierde entre la historia, la geografía y la conmemoración de fiestas, símbolos y personajes patrios. En la constante búsqueda por generar una identidad nacional, la educación cívica fue casi nula durante dos décadas (Tapia, 2003:39). La ausencia del civismo fue un golpe fuerte a la democracia, pero sobretodo a los y las ciudadanos(as), pues se concebía a la educación cívica como una educación destinada al contexto social, [y] las escuelas sirvieron para reforzar la lealtad de los ciudadanos al estado, promover valores compartidos, respetar la ley y la lealtad a los gobernantes4. Pero la educación cívica que se impartía no incorporó el desarrollo efectivo de habilidades y competencias para la participación democrática en la sociedad, reduciéndose esta manera al ciudadano a un patriota. Sin embargo, la enseñanza de la educación cívica a partir de la década de los noventa comenzó a incorporar una visión más completa sobre el ejercicio y la participación democrática. (Tapia, 2003:40). Esto indica que se situaba en un plano formativo, cuyos objetivos, persiguieron centrar actitudes encaminadas a la cooperación y ejercicio de derechos cívicos. Esta nueva orientación supera la visión de décadas anteriores centradas prácticamente en la promoción de los valores nacionalistas y patrióticos, y busca ahora capacitar a los futuros ciudadanos para intervenir en los asuntos de interés público de manera activa. Este giro en la promoción de la educación cívica esta relacionado con el proceso de transición política que experimenta México. (Tapia, 2003:41). Su evolución se da a partir de los cambios sociales, históricos y políticos por los que pasó México. Como el cambio de un régimen democrático instaurado durante 71 años en el que se posicionó un único partido político y que finalmente a principios del siglo XXI se dio entrada a la oposición, los movimientos sociales y estudiantiles de las décadas de los 60´s y 70´s denotaban nuevas exigencias y revelaban inconformidades no externadas durante un largo tiempo. Esta serie de transformaciones que se han venido configurando en épocas recientes en la historia política y social del país. Distan en considerar a nuestro régimen plenamente democrático, pero demuestran que la educación cívica recibida en la escuela ha abierto
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Según Erika Tapia esto llevó al Estado a dar una formación deficitaria en la promoción de la confianza, la participación política y el conocimiento de la democracia y sus mecanismos, puesto que estos aspectos no eran objeto de interés central. Erika Tapia (2003). Socialización política y educación cívica en los niños.p.40
nuevas formas de participación y de expresión antes no visibles. Es decir, ha sido posible abrir paso a la tolerancia y el respeto dejando de lado prácticas autoritarias que conformaron nuestro anterior régimen político y social. A partir de esto se ha generado una preocupación creciente en el ámbito educativo por fomentar en la escuela el conocimiento sobre la democracia como medio de expresión social, el respeto al voto como actividad inherente de los y las ciudadano(as), así como el reconocimiento a la participación ciudadana en asuntos de interés público. Esto a llevado a dar un viraje en el tipo de educación cívica que se promueve, pues ahora se busca a un ciudadano capacitado para a intervenir con acciones en la vida social y por ende, en la democracia. Esta preocupación puede ser vista de manera más clara en México, cuando a partir de 1993, la educación cívica apareció de nuevo como asignatura en los planes y programas de primaria y secundaria, suprimiéndose el área de ciencias sociales como se hizo en las décadas de los setenta y los ochenta. Es en este marco que la Secretaría de Educación Pública (SEP) reconoció que México vivía un proceso de transformación5 en el que se fortalecía la vigencia de los derechos humanos, la democracia, el Estado de Derecho y la pluralidad política (Tapia, 2003). Es decir, desde el punto de vista curricular, la asignatura de educación cívica toca aspectos filosóficos, éticos, plantea el sentido de la identidad nacional, propicia la formación de valores se fundamenta las obligaciones éticas. Respecto a esto, existe un criterio, especialmente importante que le toca a la educación cívica, para la formación de futuros ciudadanos del país, es la realidad con que se plantean los problemas de la vida pública nacional. Y puesto que no es posible plantearse la educación cívica de las generaciones actuales de espalda a la realidad, es indispensable partir de lo que vivimos hoy a nivel nacional, es decir, estamos en una sociedad que ha entrado en el límite de los problemas cívicos, se manifiestan en los niveles de corrupción, impunidad, desconfianza política, poca credibilidad a la instancias gubernamentales, e incluso la apatía hacia la democracia como sistema de vida.
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Desde esta perspectiva, la SEP advirtió que era necesario fortalecer la identificación de los niños y los jóvenes con los valores, principios y tradiciones que caracterizaban a nuestro país. A la par que buscó formar ciudadanos respetuosos de la diversidad cultural de la humanidad, capaces de analizar y comprender las diversas manifestaciones del pensamiento y de la acción humana. Erika Tapia (2003). Socialización política y educación cívica en los niños.p.48
Es, a partir de esta realidad que se vuelve necesaria la formación de ciudadanos (as) educados (as) en una realidad con las características mencionadas con anterioridad. Como lo señalan los programas de estudios oficiales, los estudiantes deberán aprender a “considerar y asumir su entorno social como un ambiente propicio para el ejercicio de actitudes comunitarias y cívicas”. La educación está llamada a hacerlo. Esto es, que “la formación cívica debe estar referida a la realidad y arraigada en la experiencia del alumnos” (Latapí, 1999). Este autor, hace hincapié en considerar esta contradicción desde lo educativo: “El actual programa de estudio de esta asignatura, por lo que hace al civismo, se refugia en el ámbito seguro del deber ser de nuestra democracia y se complace en abstracciones inocuas; se explican leyes, respecto
a la práctica, se concede generosamente que
nuestro sistema de gobierno todavía “es perfectible”; los valores que los alumnos deberán asimilar son “los que consagra el artículo 3ro constitucional-la libertad, la justicia, la igualdad, la tolerancia, el respeto a los derechos humanos, el respeto al estado de derecho, el amor a la patria y la democracia como forma de vida-, todo lo cual está muy bien como orientación pero es insuficiente para que los alumnos confronten con la realidad”.
Lo anterior nos lleva a plantearnos la pertinencia de los programas, la eficacia de éstos y cómo lo traducen los jóvenes en su interacción social. Ya que éste es el espacio donde se puede visualizar la formación recibida en las aulas. Además, la formación en lo cívico, fue llevando a indagar más allá de la educación básica, en donde se implementaron los contenidos civiles, para analizar cómo era esa información recibida traducida a la actuación social. Es por esto que, a partir de los 80´s surgen con mayor rigor las investigaciones acerca de la cultura política y la formación ciudadana de los jóvenes, desde la perspectiva de la dimensión social y cultural, pues se demuestra que las interacciones sociales contribuyen a construir la ciudadanía. Es el contexto el que influye fuertemente en la vida de los sujetos en formación, pues si bien, el individuo transcurre una parte importante de su tiempo en la escuela, el medio social, acompañado de sus interacciones colabora en la incorporación de nuevos elementos, además de favorecer la construcción y reconstrucción de saberes que otros sujetos elaboran.
De la socialización a la construcción de la ciudadanía La ciudadanía está fuertemente determinada por la vida pública, puesto que el aprendizaje social proviene de todo proceso vivo más que de contenidos en espacios educativos estructurados. La conexión entre ciudadanía y educación se visibiliza cuando esta última repercute en la actuación de los sujetos que educa, ya que es en el plano de la acción donde se puede medir la incidencia de la escuela en la sociedad. Puesto que, es precisamente a ésta a la que le corresponde propiciar una formación integral, porque para eso fue creada, donde se incluya, el bagaje político, cívico, ético y moral. La relación que existe entre éstas es muy estrecha y dependiente, ya que su articulación tiene que ver dentro de un universo de signos o discursos socialmente construidos, por lo que se conciben instrumentos de primer orden para accionar sobre la composición y la organización de la vida y del mundo social. Aquí es posible distinguir dos momentos, en el primero es donde se da por sentado las normas y ritos propios de una institución como la escuela y el segundo, es la parte donde se reproducen ciertas conductas e ideologías a partir de la interacción e intercambios cotidianos que constituirán a la cultura.
Es
decir,
no existe cultura sin actores ni actores sin cultura, por lo que la cultura realmente existente y operante es la cultura que pasa por las experiencias sociales y los mundos de vida de los actores en intervención (Giménez: 2005, citado por Gutiérrez y Arbezú, 2007 en Hernández 2009). En este sentido los adultos, los padres, docentes o los pares que rodean al sujeto representan un papel importante en la promoción de la ciudadanía; en el contexto escolar el docente como guía o facilitador es la persona que media entre el conocimiento y el aprendiz. Por su parte, la familia o amistades proporcionan herramientas que promueven y generan la actividad del sujeto como una práctica social mediada por artefactos y por condiciones sociohistóricas. El desarrollo cultural en los sujetos aparece en dos planos. Primero en el plano social y luego en el plano psicológico. Primero aparece entre la gente como una categoría interpsicológica y luego dentro del niño como una categoría intrapsicológica (Werstch, 1988 en Carrera, 2001:43). Es decir, el joven construirá su ciudadanía en la medida en que interactúa con otras personas y en distintos contextos. Estos procesos de adquisición de la ciudadanía se reproducen en la interacción social y posteriormente son internalizadas en el mismo proceso de aprendizaje social. Esto es, que la formación ciudadana se desarrolla de afuera hacia dentro por medio de la interacción social. Por tanto, la ciudadanía
proporciona al individuo las herramientas necesarias que le permitirán modificar su entorno, adaptándose activamente a él, ya que los utiliza como mediadores en la interacción entre sujeto y entorno. En este sentido Segovia (2001) argumenta la influencia que tiene el centro escolar en que estudian los sujetos, ya sea público o privado, la edad, el sexo, la escolaridad de los padres, entre otros. Es decir, nos muestra cómo la niñez va configurando bajo sus propias categorías, un universo de signos y representaciones influidas por el medio social, escolar y vivencial en el que están inmersos. Por lo tanto, podemos analizar que el desarrollo cultural del sujeto proviene del exterior al interior del sujeto. A este respecto, Tapia (2003) demuestra que las representaciones y las orientaciones que poseen los niños y niñas sobre la democracia están vinculadas estrechamente con el tipo de socialización política, el nivel de escolaridad de los padres y el estrato socioeconómico al que pertenecen. Este estudio muestra que la socialización proporciona conductos para inculcar las nociones que se refieren a la educación cívica en la medida en que diferentes tipos de entrenamiento hacia la vida política se dan simultáneamente por medio de los agentes de socialización. De esta forma, se explica que la socialización hacia la política se dificulta debido a la falta de interés de sus padres para hablar de política con ellos, y que uno de los factores que intervienen en el interés y la disposición de los padres hacia la política es su grado de escolaridad. Estas condiciones les brindan un capital cultural que es heredado a los menores junto con los valores, las actitudes y los esquemas de percepción que más tarde son reforzados o reelaborados en la escuela, los medios de comunicación o el grupo de amigos (Tapia, 2003: 152). Aquí se manifiesta el vínculo y la influencia que ejercen los adultos sobre los menores, a partir de sus concepciones, ideas, pues según Tapia (2003, 153-154) el conocimiento que tienen los y las menores de cada uno de los valores está relacionado con su experiencia propia, ya sea en la familia, en la escuela, con la información recibida a través de los medios de comunicación o con el grupo de pares. Es decir, se da lugar a la socialización, como un proceso de carácter cultural en cuanto representa los mecanismos con base en los cuales se construye el sujeto en el mundo de lo social, en función de normas, valores, actitudes, expectativas, modos de conducta, pensamientos y emociones (Elizondo, 2000). Precisamente, el quehacer cotidiano tiene como actores a sujetos racionales y capaces de elegir, la socialización surge “como un proceso de aprendizaje e interiorización de
valores, símbolos y actitudes, de larga duración […] Se trata de un proceso eminentemente cultural en la medida en que inserta al individuo en su sociedad al hacerlo partícipe del código de valores y actitudes que en ella son dominantes” (Zenil, 2000 citada en Elizondo 2000). Como actores sociales conforman un universo social discontinuo y cambiante, sus características son fruto de una suerte de negociación-tensión entre la categoría sociocultural asignada por la sociedad particular y la actualización subjetiva que sujetos concretos llevan a cabo a partir de la interiorización diferenciada de los esquemas de la cultura vigente (Fernández, 2003). Sin embargo, el modelo de alargamiento de la juventud que se ha impuesto en los últimos años en las sociedades desarrolladas está provocando que cada vez les sea más difícil a los jóvenes acceder a su condición de ciudadano, la cual sigue estando estrechamente vinculada a la autonomía que proporciona la independencia económica y la emancipación familiar (Morán y Benedicto 2000). Lo anterior indica, que los jóvenes se encuentran en la situación paradójica, por un lado se les presiona para que asuman sus responsabilidades personales y colectivas y, al mismo tiempo, carecen de los recursos necesarios para poder ejercer de manera efectiva la ciudadanía. Lo cual repercute, indudablemente en la construcción de una ciudadanía plena donde el joven sea capaz de construirla, deconstruirla y reconstruirla.
Reflexiones y/o conclusiones A lo largo del documento se mostraron algunos de los elementos que dieron lugar a la ciudadanía, se aborda brevemente las distintas concepciones y modelos de ciudadanía clásico que la han fundamentado. Además se expuso cómo según el discurso, social, político e ideológico imperante en la época surgió el concepto y las transformaciones que implicó para su contenido. Asimismo, se reseñan los esfuerzos de los grandes precursores de la educación de nuestro país por intégrala de forma armónica, incluyendo no sólo la transmisión de información, sino que, promoviendo una reforma integral que favoreciera la democracia y el respeto a la nueva sociedad que estaba surgiendo. Posteriormente, surge la iniciativa de incluir en el curriculum una materia con contenidos de valores, moral, buenas costumbres y respeto y amor a la patria, para lo cual se establece la materia de civismo en la educación básica. Las controversias surgidas en
torno a su permanencia en el curriculum fueron múltiples, lo cual implicó una ausencia de casi dos décadas en los planes de estudio. Del mismo modo, aparece de forma transversal la ciudadanía dentro los procesos escolares, principalmente, la influencia de la escuela como formadora de ciudadanía a través de la asignatura de educación cívica y, se discute la socialización como un elemento colaborador de la construcción ciudadanía. Es decir, la incidencia de los padres de familia, grupo de compañeros y amigos en la constitución de la ciudadanía. De acuerdo con el Diccionario de Ciencias de la Educación (1997), la educación cívico-social “se enmarca dentro de las relaciones que el ser humano mantiene con sus semejantes ubicados en la propia comunidad local o municipal y, por extensión, en el ámbito más amplio de la comunidad nacional”. En este sentido, la educación cívico-social tiene como finalidad proporcionar al ciudadano los elementos precisos para que pueda conducirse con seguridad y respeto dentro de la localidad local y nacional. Finalmente, como señala este análisis, la ciudadanía, más que un concepto, es un conjunto particular de nociones, actitudes y formas de reflexión y acción en personas y organizaciones, que motiva y orienta su participación activa en asuntos de interés colectivo. La capacitación en temas de ciudadanía y participación social o política no puede estar limitada a una simple transmisión de información desde un núcleo de expertos hacia la sociedad; formar ciudadanos activos y organizados implica no sólo transferir conocimientos sino principalmente promover en personas y organizaciones el desarrollo de habilidades de análisis, reflexión y sistematización de información junto con capacidades autónomas de organización y gestión. Referencias bibliográficas Benedicto, J. (2005). El protagonismo cívico de los jóvenes: autonomía, participación y ciudadanía. Monografía, Documentación social. Ponencia presentada al III Congreso Internacional de Ocio Juvenil Dinamia. Benedicto, J. y Morán, M. (2002). La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes. Madrid: Instituto de la juventud. Págs. 141. Contreras, L. (2009). Examen a gran escala de referencia criterial para evaluar el dominio de la Formación Cívica y Ética al egreso de la Educación Secundaria en Baja California. Trabajo presentado en: X Congreso Nacional de Investigación Educativa. Área 6: educación y valores. Diccionario de Ciencias de la Educación (1997). México: Santillana. Editor Caja, J. Elizondo, A. (2000). El discurso cívico en la escuela. Perfiles 2000. Vol. XXII, núms. 8990, pp. 115-129. Escámez, J. (2002). La Educación de la ciudadanía. De la participación en la escuela a la participación ciudadana. Madrid: CCS. Pp.84. Gurrola, G. (1994). Educación Cívica 1. México: Patria. Pp.246.
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