C erroAlegre Cr贸nica de los Cerros Alegre y Concepci贸n de Valpara铆so
erro legre A C Cr贸nica de los Cerros Alegre y Concepci贸n de Valpara铆so Piero Castagneto G. Patricio Gonz谩lez G.
CERRO ALEGRE Crónica de los cerros Alegre y Concepción de Valparaíso ISBN 978-956-9205-02-6 Registro de Propiedad Intelectual nº 192.332 Derechos Reservados © Patricio González G. / Piero Castagneto G., año 2013 © Ediciones Altazor, de esta edición 2013 Arlegui 646, local 1-B Tel. (56-32) 271 1391 Viña del Mar / Chile altazorediciones@yahoo.es www.altazorediciones.cl Producción editorial Altazor [ediciones&diseño] Impresión
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C ontenidos Presentación
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Capítulo 1
Se forja un carácter
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Capítulo 2
El Cuartel Inglés
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Capítulo 3
Aparece una iconografía
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Capítulo 4
Iglesias, hospitales y colegios
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Capítulo 5
Un barrio consolidado
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Capítulo 6
Paseos y ascensores
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Capítulo 7
Los escritores del cerro
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Capítulo 8
El resurgimiento
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Bibliografía
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Presentación O
riginalmente sitio de una fortificación de la época colonial, el barrio conformado por los cerros Alegre y Concepción nació junto con el Chile Independiente, y fue creciendo en paralelo con el engrandecimiento de Valparaíso como puerto. No podía ser de otro modo, ya que fue el lugar elegido para vivir por los cada vez más numerosos y prósperos comerciantes extranjeros que llegaban a hacer sus negocios o en representación de grandes casas comerciales. Pronto este sector, genéricamente llamado Cerro Alegre, fue sinónimo de barrio inglés, por ser sus residentes de origen principalmente anglosajón y germano, quienes, con su particular estilo de vida, dieron su sello a este nuevo sector de la ciudad, estilo que aún se aprecia en la sobria belleza de sus edificaciones. Así, este binomio de cerros pronto adquirió una identidad propia y distintiva respecto de otros sectores de la ciudad, como bien lo observaron diversos viajeros, quienes constataron –no sin asombro– la existencia de un pedazo de Europa inserto en el sur de América. Y si bien este distrito extranjero también tuvo componentes de aislamiento, segregación y reticencia a mezclarse con la población local, no es menos cierto que nos legó un barrio conservado como hay pocos en Valparaíso, inclusive con sus propios colegios, iglesias y hospitales. Con el declive de la importancia comercial de esta ciudad a lo largo del siglo XX, los “gringos” comenzaron a emigrar, y los chilenos fueron ocupando su lugar como habitantes de los cerros Alegre y Concepción. En esta época, desde la segunda mitad hasta el final de dicha centuria, Valparaíso ganó en nostálgica belleza lo que perdió en poderío económico, y en este proceso este binomio cerril tuvo un papel protagónico. En el rescate de su acervo que vivió este puerto en los años del cambio de siglo, el barrio conformado por ambos cerros no pudo sino tener un papel preponderante,
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Cerro Alegre
tanto así que fue incluido en el casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por UNESCO, en el año 2003. Desde los tiempos hispanos a nuestra época de revalorización patrimonial, el libro “Cerro Alegre. Crónica de los cerros Alegre y Concepción de Valparaíso”, condensa por primera vez la historia de uno de los sectores más conocidos y emblemáticos del principal puerto chileno, a través de un relato de estilo ameno y un mérito muy simple: recopilar el máximo de antecedentes y testimonios sobre el tema, trazando una historia urbana, social y humana, pero también literaria y artística. Similar método se siguió con el complemento iconográfico, obtenido de un amplio abanico de fuentes de época y fotografías realizadas especialmente para esta publicación. Así, obras pictóricas y cartografía, se amalgaman con los relatos de viajeros y antecedentes históricos para conformar un libro modélico sobre Valparaíso, además de indispensable por el vacío que viene a llenar.
Los Editores
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valparaíso en la década de 1830, óleo de charles wood. en los cerros alegre y concepción ya se pueden ver las primeras casonas de los “gringos” (del álbum “valparaíso 1”, de allan browne y roberto chow).
Capítulo
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Se forja un carácter S
i cada uno de los cerros de Valparaíso implica una singularidad, una identidad propia, o a lo menos, una diferenciación por sectores, dependiendo del lugar que ocupan dentro del anfiteatro de la bahía, esta personalidad es todavía más acentuada en el caso del Cerro Alegre. Por su ocupación humana relativamente temprana; por ser una suerte de distrito extranjero; por el rol que en calidad de tal tuvo en la conformación del paisaje urbano porteño; por su arquitectura, simple y noble a la vez; por haber conservado el aspecto que tuvo en la época del florecimiento de la ciudad; en fin, por ser capaz, a partir de estos elementos de su pasado, de replantear una nueva vida presente y con proyecciones al porvenir. Cerro Alegre es por lo tanto sinónimo de un lugar físico, geográfico, como de una forma de ser, un espíritu del que sus habitantes están concientes, y cuyos visitantes pueden advertir con toda facilidad. Una idiosincrasia que es más fuerte e importante, creemos, que la cartografía, y que rebalsa los límites estrictos de lo que se entiende por Cerro Alegre, para englobar también al Cerro Concepción, con el que está conectado de forma natural. Este último, ligeramente más avanzado hacia la costa que aquél, es, por decirlo así, “abrazado” por el Cerro Alegre que, en cambio, tiene una mayor profundidad tierra adentro. Los límites entre ambos, si bien claros, no impiden una fluida comunicación entre ambos, hasta el punto que por momentos podrían parecer difusos. Por ello, ante la disyuntiva de tratar en este libro estrictamente al Cerro Alegre, o incluir a su vecino, el Concepción, hemos optado por esto último, y en la práctica, al hablar de tal, de ahora en adelante englobaremos a esta dupla, que en realidad es un conjunto con un claro sentido de unidad. Una unidad que tiene esos límites claramente definidos, en especial el cerro Concepción, flanqueado por el oriente por la antigua quebrada de Elías, actual su-
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Cerro Alegre
bida Cumming, que parte de la Plaza Aníbal Pinto, ex Plaza del Orden, donde en los orígenes de esta ciudad puerto había un embarcadero. Enfrenta al cerro Panteón. Hacia el otro extremo, hacia el oeste, el límite de este cerro es la subida Urriola, antiguamente conocida como quebrada o subida del Almendro, la que, ya en la altura, se prolonga hasta abrazar, en la práctica, rodear a este cerro, hasta el sector del Paseo Dimalow. Ello implica que el Cerro Concepción es más pequeño y compacto que su vecino el Cerro Alegre que, decíamos, aparece como montado sobre éste. Su límite, por el oeste es la subida José Tomás Ramos, antigua quebrada de San Agustín; al otro lado de ésta, lo enfrenta el cerro Cordillera. Como bien señala el autor Leopoldo Sáez, siguiendo la prolongación natural de las quebradas que lo enmarcan, el Cerro Alegre limita al sur, siguiendo José Tomás Ramos, con Guillermo Münnich (antigua calle del Hospital) y luego Pezoa Véliz hasta llegar a la Población Montedónico de Playa Ancha. En seguida, retomando su límite oriental, y desde el interior (sur) hacia la costa (norte), sigue por Tomás Pérez, Avenida Alemania y Almirante Montt, esta última antigua subida Tubildad.
plano del camino proyectado en el puerto de valparaíso en 1805 desde la cruz de reyes (actual sector reloj turri) hasta san juan de dios (actual calle condell). esta ruta planeada, hasta cuyo borde llegaba el mar, tenía contemplado discurrir por la parte baja de los cerros concepción y panteón. (“cartografía histórica de valparaíso”).
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Se forja un carácter
En la práctica, el límite del desarrollo histórico del Cerro Alegre durante la época de auge de Valparaíso en el siglo XIX, se prolongó aproximadamente hasta la altura de la corta calle Mackay, transversal a Guillermo Münnich. Por el lado norte, ambos cerros limitan con la extensa calle principal del Plan, en el tramo en que se denomina Prat y después Esmeralda, arteria que debió ser trazada siguiendo las formas de aquéllos.
«el primer topónimo en aparecer fue el de la prominencia o península rocosa que prolongaba hacia el mar el actual cerro concepción, y que era llamada el cabo. ello porque, por su peligrosidad, hacía analogía con el cabo de hornos, en el extremo sur de chile.»
En la actualidad, los cerros Alegre y Concepción están situados en un sector privilegiadamente central de la ciudad, siendo del conjunto de alturas que rodea a la bahía, las que tienen una posición más avanzada hacia el mar; por eso mismo, poseen también algunos de los miradores más privilegiados de la ciudad. En cuanto barrio, también están en una posición que podríamos llamar estratégica, equidistantes entre la Plaza de la Victoria, límite con el sector Almendral, y la Plaza Sotomayor, que colinda con el comienzo del Barrio Puerto. Dicho de otro modo, Valparaíso ha crecido de manera tal que este barrio cerril ha quedado en una suerte de eje, en torno al cual pueden proyectarse desde recorridos hasta concepciones urbanas. Pero ello no siempre fue así. En efecto, estos cerros, que a partir del siglo XIX estarían asociados a las élites porteñas (fenómeno que se repite en cierto modo a comienzos del siglo XXI), son una muestra de cómo van cambiando los puntos centrales de una ciudad como Valparaíso ya que en los pretéritos tiempos de la Colonia eran sectores prácticamente deshabitados que estaban en los extramuros de la ciudad, cuyo corazón de gobierno y comercial estaba en torno a La Matriz y sectores aledaños. El primer topónimo en aparecer fue el de la prominencia o península rocosa que prolongaba hacia el mar el actual cerro Concepción, y que era llamada el Cabo. Ello porque, por su peligrosidad, hacía analogía con el Cabo de Hornos, en el ex-
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Cerro Alegre
tremo sur de Chile, semejanza que se hacía dramáticamente efectiva en los días de temporal del Valparaíso de la colonia. Hay que imaginar no sólo un puerto más pequeño, sino mucho más desprotegido, sin obras de abrigo o malecón ninguno, donde los frágiles buques eran presa fácil del viento y los oleajes. Esta celebridad, a decir verdad, más bien triste, hizo que, por extensión, a este cerro se le llamase también cerro del Cabo. Para los porteños y visitantes de nuestra época, la referencia obligada es el edificio del diario “El Mercurio” para mejor entender dónde se hallaba dicha península o cabo, la construcción del edificio del diario “el a lo que habría que agregar que la mercurio de valparaíso”, entre 1899 y 1901, actual calle Esmeralda, donde dicho tapó definitivamente la oquedad conocida como “cueva del chivato”. inmueble se halla, también se llamó calle del Cabo, desde su paulatina construcción, hacia fines del siglo XVIII, hasta tiempos de la Guerra del Pacífico. Y más todavía, el trazado de esta calle fue en un principio la línea de la costa, de manera que el cerro llegaba directamente al mar, y lo mismo podía decirse de su vecino, que más tarde sería conocido como Cerro Alegre. Una oquedad de cierta profundidad en dicho sector del Cabo, dio también pie a una de las más emblemáticas leyendas del Valparaíso de antaño, la de la “Cueva del Chivato”. Leyenda curiosa además, porque fue una suerte de importación a esta incipiente urbe marítima, de un género del imaginario sobrenatural más propio del Chile campesino y tradicional o del archipiélago de Chiloé, como es el de las cuevas de brujos, custodiadas por seres deformes, imbunches y chivatos. Una bestia de estas últimas, que en su condición de macho cabrío además simboliza lo demoníaco, habría habitado en una oquedad o caverna situada en el sector del Cabo de Hornos, como si su peligrosidad para los marinos no fuese suficiente. Y tal vez fueron precisamente estos hombres de mar quienes propagaron la leyenda
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Se forja un carácter
de aquel ser monstruoso, de enorme e incontrarrestable fuerza, que devoraba a los náufragos que lograban llegar a tierra en días de temporal. El escritor Víctor Rojas Farías, estudioso del mundo mítico y legendario porteño, recrea así la percepción que se tenía del lugar a principios de la época colonial: “Los indígenas, que están siendo cristianizados, han confesado que esa cueva es temida desde hace mucho antes. Y los cristianos advierten que a su alrededor no aparecen sobrevivientes de los naufragios, ni se acumulan –cuando está la marea baja– los cadáveres de lobos marinos, aves y peces extraños que siempre están llegando a las orillas; porque la bahía hierve de vida y –donde hay vida– hay muerte. Mucha muerte… “En las partes superiores del roquerío Cabo de Hornos, los marinos pueden ver un cerro con vegetación más o menos rala… donde a veces pasan algunos animales. Sin embargo, también ha sido visto allá abajo, para extrañeza de todos, en la casi inexistente franja costera un animal extraño: ¿un chivato? ¿un chivo vive en esa cueva? ¿cómo es posible, de qué se alimenta? Y comienzan las especulaciones. Pronto a todo el cerro cercano al roquerío se le llamará “Cerro del Chivato”, nombre que aparecerá en documentos porteños ya en el siglo XVII, porque el misterioso animal se ha adueñado de las conversaciones y de los miedos”. Por esta historia, también el cerro del Cabo o de la Concepción fue conocido como cerro del Chivato.
el difícil paso del almendral al sector del puerto, pasando por delante de la cueva del chivato. recreación de renzo pecchenino, “lukas”, de una escena anterior a 1833. (“apuntes porteños”).
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Cerro Alegre
En una época anterior, el escritor José Victorino Lastarria quiso recoger, en su novela “Don Guillermo” (1860), considerada la primera obra de este género en Chile, aquellas antiguas y terroríficas historias, poniendo en el papel lo transmitido hasta entonces por tradición oral: “Los que se arrojaban a correr aquellos peligros tenían que combatir primero con una sierpe que se les subía por las piernas, y se les enroscaba en la cintura y en los brazos y en la garganta, y los besaba en la boca; después tenían que habérselas con una tropa de carneros que los topaban atajándoles el paso, hasta rendirlos; y si triunfaban en esta prueba, tenían que atravesar por entre cuervos que les sacaban los ojos, y por entre soldados que los pinchaban. Por consiguiente, ninguno acababa la tarea y todos se declaraban vencidos antes de llegar a penetrar en el encanto. Entonces no les quedaba más arbitrio para conservar la vida que dejarse imbunchar, y resignarse a vivir para siempre como súbdito del famoso chivato, que dominaba allí con voluntad soberana y absoluta, como muchos sultanes de este mundo. “Es, pues, excusado decir que nadie volvía de la cueva a referirnos sus misteriosas peregrinaciones, y que todas esas historias que contaba el pueblo se sabían sólo por revelación o intuición. Pero lo cierto es que casi no había familia que no contase la pérdida de algún pariente en la cueva, ni madre que no llorase a algún hijito robado y vuelto imbunche por el chivato, pues es de saber que éste no se limitaba a conquistar a sus vasallos entre los transeúntes, sino que se extendía hasta robarse a todos los niños mal parados que encontraba en la ciudad”. Hasta entrado el siglo XIX, la zona de la “Cueva del Chivato” era de riesgosa travesía, aunque a decir verdad, más plausible que tener un encuentro con una deidad maléfica, lo era el toparse con una cuadrilla de asaltantes, por lo que no era recomendable transitar por allí, salvo que se anduviera en grupo y armado. El vestigio físico de esta leyenda ancestral fue –literalmente– enterrado a partir de 1899, cuando se inició la construcción de la sede actual del mencionado Diario “El Mercurio”. El primer asentamiento humano de importancia fue el castillo de la Concepción, construido en 1678, y guarnecido por cincuenta soldados y artilleros, y que daría al cerro el nombre que, en definitiva, permaneció hasta hoy. Obra que, por su naturaleza defensiva, fue levantada en un sector que entonces estaba más bien alejado de la población principal, y que posteriormente cedería en importancia ante el mucho más grande Castillo de San José del cerro de la Cordillera, que empezó a ser construido a partir de 1682. Es decir, aquella expresión de la “aldea de frailes y
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plano de perfil y planta del fuerte o castillo de la concepción (1678), construcción más antigua en el cerro que después tomaría este nombre. el plano es de 1764. (“cartografía histórica de valparaíso”).
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cañones” con que Vicuña Mackenna aludía al Valparaíso colonial, se aplicaba plenamente a este binomio de cerros. A propósito de esta alusión, durante el siglo XVII ellos fueron también propiedad eclesiástica, de la orden de los agustinos, hasta que en 1724 fueron vendidos a un civil, el capitán Luis García Venegas. Con la llegada del siglo XIX llegarían también sucesivas subdivisiones, y una paulatina urbanización.
antigua casa antoncic del cerro alegre. (óleo de rené tornero).
Entretanto, en los cerros vecinos se construyeron un polvorín en 1806, en el actual cerro Cárcel, y los primeros cementerios en 1825, en el cerro Panteón, instalaciones cuyas características también aconsejaban mantenerlas aparte del núcleo urbano. De manera que el cerro de la Concepción enfrentaba a los extramuros de la ciudad en ese entonces, y es fácil imaginar que desde allí se percibía al Almendral como una población ajena, e incluso lejana.
Pero en cambio, en el cerro Alegre ya había comenzado su poblamiento para fines residenciales, y la primera vivienda de la que se tiene registro es la del comerciante inglés William Bateman, en 1822, quien murió trágicamente asesinado por sus peones. Por ese entonces esta elevación ya había sido elegida como barrio por los compatriotas de este malogrado “gringo” y, como apunta Roberto Hernández en su libro “Valparaíso en 1827”, una razón podría ser el elevado precio de las propiedades en el estrecho Plan de la ciudad, lo que inducía a pensar en el mejoramiento de las quebradas. Una referencia más directa y contemporánea del malogrado primer habitante del sector, nos la proporciona el marino británico al servicio de Chile, Richard Longeville Vowell, quien tomó parte en campañas navales de fases tardías de la Guerra de Independencia. Dicho sea de paso, también es, hasta donde sabemos, la primera vez que un autor menciona al Cerro Alegre, nombrándolo explícitamente como tal: “Entre la quebrada de San Agustín y la del Durazno se alza un cerro muy alto, casi plano en la cumbre, que a nadie se le había ocurrido habitar, hasta que un comerciante inglés de apellido Bateman, edificó allí la primera
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casa, en 1822. Construyó también un camino circular para facilitar su acceso, y habiendo adquirido el suelo, tuvo el propósito de edificar en grande allí. Por desgracia, antes de que lograra ver realizado su plan de fundar una aldea, fue asesinado en su solitaria mansión por los peones de que se valía, tentados probablemente, por las riquezas que se le suponía guardar y por el desamparado sitio en que vivía. Hay al presente en ese lugar un número considerable de casas aseadas, con jardines en el frente, edificadas al estilo de cabañas, desde donde se logra una espléndida vista de la bahía y del ancho mar. Están habitados exclusivamente por familias inglesas, entre las cuales se cuenta la del vicecónsul inglés Mr. White. Hay también una cómoda casa de huéspedes, tenida por el capitán Ross, y una pieza de billar. Hasta nombre inglés tiene, pues los extranjeros la llaman “Mount Pleasant” y los chilenos “Cerro Alegre”.
plano de la parte central de valparaíso en 1862, donde se evidencia la progresiva urbanización del cerro alegre, y las construcciones, un poco más incipientes, de su vecino, el cerro concepción. (reproducido de la obra “cartografía histórica de valparaíso”).
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Cerro Alegre
Esta última impresión bien pudiera datar de 1828, cuando este oficial abandona Chile, para publicar sus recuerdos de América en Londres, en 1831. Pocos años más tarde, el también oficial naval norteamericano William S. W. Ruschenberg, quien escribió sus recuerdos de su estancia en nuestro país entre 1831 y 1832, anota: “Enfrente al fondeadero hay una alta meseta, o trozo de terreno, formada por dos quebradas, una a cada lado, que se llama Cerro Alegre, y que a veces llaman vulgarmente el “Cerro de los Judíos”. Encima de ella se han construido algunos hermosos edificios en que habitan los residentes ingleses y americanos, que viven casi enteramente aparte del país”. Sin duda que llama la atención el nombre de “Cerro de los Judíos”, aunque se ha estimado que no se refiere a esta etnia en sentido estricto; más bien, sería una forma en que los porteños de aquella época llamaban genéricamente a los extranjeros. Por lo demás, los judíos llegados ese entonces a Chile eran más bien de origen portugués, o bien, se hacían llamar portugueses. Por otro lado, ya llama la atención la temprana referencia a la hermosura de las viviendas que ya se habían levantado para ese entonces. Incluso un poco antes, en los comienzos de la larga vida del diario “El Mercurio de Valparaíso”, apareció varias veces, durante el mes de octubre de 1827, un aviso de venta de una casa situada en el Cerro Alegre o Mount Pleasant, ya que el anuncio se publicó tanto en castellano como en inglés. Firmado por R. Ridley, carpintero, rezaba así: “Una casa situada en el cerro Alegre, construida con la mayor comodidad: con dos cuadras, una sala, dos dormitorios, cuarto de criados, despensa, cocina, caballeriza, y un hermoso corral; todo en superior orden”. De esta corta descripción ya se puede deducir que ésta bien podía ser una de las primeras viviendas de la ciudad construidas fuera de los cánones hispanos, y acaso con atisbos del estilo y concepto del calor de hogar anglosajón. Y así como el aspecto del sector empezaba a transformarse para adquirir el aspecto que en definitiva sería tradicional, la mano del hombre también alteraba la geografía circundante, ya que la ciudad en crecimiento necesitaba abrirse paso, arriba y debajo de los cerros. En 1833 el hombre de negocios británico Joshua (o Josué) Waddington, una de las mayores fortunas, si no la que más de la plaza, adquirió una parte del cerro de la Concepción, precisamente donde se hallaba el Cabo, y enseguida dinamitó éste, con lo que de paso quedó totalmente descubierta la Cueva del Chivato.
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Más allá del ocaso de esta leyenda, esta voladura implicó un despeje que en definitiva permitió la prolongación de la larga calle del pie de cerro que era y es la columna vertebral del Plan de Valparaíso. Es así como la calle del Cabo, eliminado el promontorio que le dio su nombre, pudo por fin unirse con su continuación natural, la calle de San Juan de Dios (actual Condell), uniéndose también una ciudad que hasta entonces había estado dividida en dos. Esto no nos aparta de nuestro tema, puesto que desde ese momento, el binomio Alegre-Concepción, quedó situado en una posición aún más central en el contexto de la ciudad.
aviso publicado en el periódico “el mercurio de valparaíso” durante el mes de octubre de 1827, que es una de las primeras referencias al cerro alegre como tal.
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“puerto de valparaíso en 1844”, óleo del pintor bávaro johann moritz rugendas, perteneciente a la colección del museo de bellas artes de valparaíso. en esta composición cuyo eje es el edificio de la antigua aduana, se aprecia claramente, a la izquierda de ésta, el cerro alegre, poblándose de amplias casonas de un piso.
Capítulo
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El Cuartel Inglés E
n 1823 ya empezaba a formarse la calle de Monte Alegre o Montealegre, que en su tiempo fue eje de la población del cerro de este nombre. En un mapa de 1848 aparece claramente delimitada, flanqueada por grandes manzanas irregulares que indican que allí había casas-quinta. A partir de entonces y en menos de una década, aquellas elevaciones se convertirían en el barrio de los extranjeros, principalmente comerciantes británicos, alemanes y norteamericanos; por ejemplo, uno de los primeros hombres de negocios instalados en la plaza después de la Independencia, el británico Templeman, quien fuera socio de Joshua Waddington, es recordado en una de las calles más centrales y características del Cerro Concepción. Ellos vivirían en un verdadero “ghetto” de segregación respecto de la población criolla y/o de clases inferiores, división que también tiene otro matiz: En la dicotomía entre cerros y plan, el conjunto Alegre-Concepción sería la gran excepción a la regla general del anfiteatro en las alturas como sinónimo de refugio de los sectores más modestos de la población, en especial los periféricos, que se fueron poblando en épocas posteriores, y conforme avanzaba la urbanización de Valparaíso. Y, otro contraste, el solo nombre de los cerros Panteón y Cárcel lo dice todo respecto de su funcionalidad inicial, que poco tenía que ver con la calidez de los hogares de los “gringos” del otro lado de la Quebrada de Elías. Acabamos de rozar un punto que eventualmente no está exento de polémica, asociado a la cara más amable de estos cerros europeos. La segregación, o si se quiere, auto-segregación, o aislamiento por propia voluntad. ¿A qué respondía, dónde están sus orígenes? Una posible explicación puede atribuir esto a un velado rechazo al mezclarse con la sociedad local, salvo para lo que concierna a hacer negocios, y acaso, a un cierto sentimiento de superioridad respecto del país o de la población nativa.
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comerciantes británicos en valparaíso, retratados probablemente en la calle de la aduana (hoy prat), por john searle. como señala el visitante alemán eduard poeppig en la década de 1820, por las calles de esta ciudad se podía escuchar casi más el inglés que el español; eso sí, al mismo tiempo, los extranjeros cultivaban la más cerrada segregación y aislamiento de los nacionales, refugiándose en sus hogares del cerro alegre. (reproducido de “estudios sobre historia del arte en el chile republicano”, de eugenio pereira salas).
Sin embargo, también es posible que este aislamiento, que sabemos, fue cediendo muy gradualmente a una mayor integración con los chilenos, puede deberse al solo hecho de encontrarse en tierra extraña. De la década de 1820, es decir, del momento en que Valparaíso empieza a cobrar importancia como plaza marítimo-comercial, gracias a la llegada de capitales extranjeros, data el testimonio del científico Alemán Eduard Poeppig, quien estuvo en Chile entre 1826 y 1828. Si bien él, por un lado, señala que en las calles centrales porteñas ya en ese entonces se veían mayoritariamente extranjeros, que casi podía escucharse más el inglés que el español, y que incluso cualquier toque autóctono se pierde entre los inexpresivos trajes europeos, ello no bastaba para que aquellos comerciantes del viejo continente se sintiesen como en casa. Así, ejemplifica, sólo les quedaban los goces más sensuales, a falta de esparcimientos más espirituales, como el teatro, la música o buenos interlocutores en una conversación, cosa que esta plaza comercial de incipiente prosperidad todavía no estaba en condiciones de ofrecerles.
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“Estas privaciones son quizás, en parte –explica Poeppig–, la causa por la cual los extranjeros mantienen relaciones muy cordiales entre sí, y restan importancia a muchos prejuicios nacionales o aristocráticos. Los escasos forasteros se mezclarán sólo poco con los criollos mientras observen muchos rasgos extraños en las costumbres nacionales y su influencia no sea suficiente para hacer predominar las formas civilizadas de su país. Cada cual siente entonces doblemente su situación aislada y la gran distancia que lo separa de su patria, por lo cual busca un contacto más íntimo con aquellos a que atribuye los mismos sentimientos, pero también la misma necesidad de un acercamiento”. Como se ve, ésta es una perspectiva evidentemente eurocentrista, pero a la vez muy humana, del fenómeno de acentuado aislamiento que observaron los extranjeros llegados en aquella generación, y que seguirían, acaso por ser ya un hábito establecido, británicos, alemanes, franceses y norteamericanos de las oleadas de comerciantes y empleados que llegarían en las siguientes décadas. Y eso que desde aquella época temprana en que escribe Poeppig, Valparaíso había demostrado una tolerancia que iría en aumento hacia estos nuevos vecinos, no hispanos y no católicos: En 1825 ya disponían de un Cementerio de Disidentes en el cerro Panteón, y también pudieron ejercer sus respectivos cultos religiosos, aunque de una manera discreta. La primera señal visible y aún palpable de este pluralismo, fue la edificación de la Iglesia Anglicana “Saint Paul’s” del Cerro Concepción, en 1858, aunque la congregación organizada como tal se remontaba a 1837. El citado William S. W. Ruschenberg, que visitó Valparaíso pocos años después de Poeppig, lo complementa al apuntar: “Los extranjeros de habla inglesa en Valpa-
típicas casas quintas del cerro alegre en la segunda mitad del siglo xix. (grabado del libro “chile ilustrado”, de recaredo santos tornero, 1872).
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raíso con pretensiones de ser hombres de fortuna y al mismo tiempo de pertenecer a familias algo aristocráticas, han formado entre ellos pequeños círculos, y jamás tienen relaciones con los chilenos, salvo en ocasión muy excepcional, o cuando una dama chilena es esposa de algún inglés o norteamericano. Todas las inglesas y norteamericanas que viven aquí son casadas, de manera que los jóvenes (extranjeros) buscan su entretención en la sociedad de los chilenos, por lo menos hasta que lleguen a adquirir el idioma. Son pocos los que al llegar aquí lo poseen, y aún después de permanecer en el país largos años, casi nunca lo hablan bien”.
«en un principio no cabía hablar de calles propiamente tales, y las evidencias fotográficas o de mapas nos muestran más bien una progresiva acumulación de casas o quintas.»
Otro visitante de origen diverso, el francés Max Radiquet, quien escribió de su visita a Chile en 1847, habla de este cerro “inglés” por contraste, luego de referirse a la pobreza, suciedad y sordidez de los promontorios vecinos en torno al Barrio Puerto. Y de sus palabras, se desprende de forma implícita la enorme diferencia de idiosincrasia que hizo que los extranjeros se hubieran agrupado de forma apartada de la población local: “En cuanto uno sube al cerro Alegre, se reconoce por las pinturas coquetas de las casas, por los jardines olorosos a flores, por los senderos cubiertos de pasto, ese amor al orden y a la comodidad que distingue en todas partes a los rubios hijos de Albión. Aquí las habitaciones muy bajas para resistir al ímpetu del viento y muy sólidas para resistir a los temblores, cobijan a algunas familias que hasta cierto punto han transplantado su patria al suelo de la América. “Estas familias encuentran entre ellas muchas ocasiones para tener sus reuniones, en las cuales generalmente no se admiten a los extraños. Las alegrías y las fiestas de Valparaíso apenas si tienen su eco en el seno de la tranquila colonia; sólo los intereses comerciales poderosos y múltiples la unen a la ciudad que bulle a los pies de su montaña”. En un principio no cabía hablar de calles propiamente tales, y las evidencias fotográficas o de mapas nos muestran más bien una progresiva acumulación de casas o quintas donde, no obstante, la urbanización habría de llegar tarde o temprano, a
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lo que ayudaba la topografía de meseta de las zonas centrales de estas elevaciones. Por lo demás, ello se correspondía con el sentido de orden y pulcritud propio de los caracteres nacionales de sus habitantes y de que dan testimonio unánime diversos viajeros; para los visitantes europeos, este lugar era un oasis en el tráfago porteño, a la vez que un recuerdo de sus patrias lejanas. En efecto, algunos testimonios de visitantes de mediados del siglo XIX, incluyeron descripciones verdaderamente idílicas del Cerro Alegre. Les cederemos nuevamente la palabra, teniendo presente que se trataba de marinos que pasaban largas temporadas en alta mar y lejos de su tierra nativa. El cronista de la expedición científica de la fragata “Novara” de la marina austríaca, que estuvo en Valparaíso en 1859, destaca en general que el visitante se siente como en una ciudad del norte de Europa al caminar por las calles porteñas. Y del que ya entonces era el reducto extranjero por excelencia, consigna: “No todas las quebradas de Valparaíso están desfiguradas con míseras chozas. Algunas de estas alturas se decoran más bien con casas sumamente graciosas y bonitas; en especial el Cerro Alegre, donde actualmente residen muchos prestigiosos alemanes, se distingue por sus pequeñas y encantadoras villas y, más todavía, por el ambiente hogareño y la hospitalidad que en ellas se dispensa al visitante. El Cerro Alegre es uno de los lugares más amenos, simpáticos y saludables del contorno de la ciudad, y dotado de un espléndido panorama”.
“cerro alegre”, óleo de alfredo valenzuela puelma. (del catálogo de la exposición “valparaíso, de rugendas a nuestro tiempo”, museo lord cochrane, 2002).
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Cerro Alegre
Poco después un marino, esta vez ruso, el teniente N. Fesún, de dotación de la corbeta de guerra “Morzh”, cuya visita a Valparaíso coincidió con las Fiestas Patrias de 1861, no menciona explícitamente a este cerro, pero a estas alturas no cabe duda que se refiere a él, en esta encantadora descripción donde se transparenta su nostalgia por el hogar lejano: “Sin conocer nada ni a nadie prendí un habano y me puse a caminar tranquilamente adónde me llevaran los ojos. Abajo viven los comerciantes y se extienden filas de oficinas y de tiendas; no hay edificios interesantes; pero tampoco hay ruinas, en todas partes hay vida, actividad, todo está lleno de abundancia. Subiendo más y más, uno comienza a encontrarse con chalets de un verdadero gusto inglés, y con las bonitas casas de los comerciantes alemanes y americanos. La vista desde el cerro a la ciudad es encantadora. En la rada no hay ni un movimiento, se ha oscurecido; han aparecido fueguitos en centenas de barcos comerciales, se han prendido los faroles en las calles. Por las ventanas abiertas de las casas y palacios de los magnates del mundo comercial local, se pueden ver varias escenas familiares. Así, por ejemplo, un anciano encorvado, está leyendo un libro en la mesa; a su alrededor hay una multitud de niños escuchando atentamente. Al lado hay una casa grande con el balcón lleno de flores y una linda y joven dama está sirviendo el té; junto a ella, están jugando en una alfombra un niño pequeño con una niña preciosa; en un gran sillón-mecedor está sentado un señor que debe ser el marido, el padre de familia; está leyendo el diario y de vez en cuando se da vuelta y le dice algo a sus hijos… Voy más allá; se oyen sonidos de música, alguien toca con destreza las sonatas de Beethoven, en el piano está sentada una jovencita; puedo ver sólo su pelo rubio, pero, por su interpretación, el ambiente y la selección de la obra, la intérprete, a lo mejor, es alemana. Unas casas más allá, y de nuevo hay un concierto gratis, pero ahora interpretan a cuatro manos y no cabe duda de que son enamorados; están tocando un “Nocturno” de Chopin con tanta pasión, con tanto sentimiento, que involuntariamente me quedo escuchando; el paseo de hoy me ha dejado muchas impresiones; las escenas de una tranquila felicidad familiar, del amor y del placer que han pasado ante mis ojos, le han dado a mis pensamientos cierta dirección. Cada minuto mis recuerdos se orientan hacia mi querida patria, mis amigos, mis conocidos y familiares…” Para completar estos trazos debidos a visitantes de paso, tenemos también por lo menos un testimonio de cómo era la vida cotidiana de este virtual barrio extranjero, gracias al diario de vida de una inmigrante alemana, Marie Bulling. Contratada como institutriz por una familia de comerciantes y compatriotas, los Müller, per-
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El Cuartel Inglés
algunos viajeros europeos de mediados del siglo xix señalaron que valparaíso en general y el cerro alegre en particular, les traían reminiscencias de sus tierras de origen. (el puerto visto desde la cueva del chivato, litografía de carlos fuchs sobre un daguerrotipo).
maneció en Valparaíso entre 1850 y 1861, dejando, por lo tanto, un testimonio lo suficientemente representativo de las colectividades extranjeras de la época de auge de Valparaíso. Dejando de lado las anotaciones relativas a su vida personal, de los apuntes de Marie se desprende una sensación que confirma el carácter más bien cerrado de los inmigrantes germanos, quienes interactuaban escasamente con los chilenos, y se relacionaban un poco más, aunque al parecer, sólo hasta un cierto límite, con extranjeros de otras nacionalidades, como británicos y norteamericanos. De la casa de sus empleadores, dice que “debido a su elegancia y tamaño me causó una agradable impresión”, y prosigue con una descripción que mucho dice de los niveles de bienestar e incluso refinamiento que habían traído estos extranjeros: “Encontré encantadora mi pieza, reúne belleza y comodidad; la sala de clase es sobria, pero bonita y amplia, más grande que mi pieza. Ambas tienen vista al mar, el que se encuentra casi bajo nuestras ventanas, de modo que siento constantemente el bramar del oleaje, cosa que en un comienzo tuve por rugir del viento. Desde el corredor se tiene la más hermosa vista al puerto y a los buques. La casa del Sr. Müller es muy grande, tiene dos pisos y muchos cuartos, provistos todos de bonitas alfombras y amoblados elegantemente, de modo tal que uno cree encontrarse más bien en
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Cerro Alegre
Hamburgo o Bremen y no a orillas del océano Pacífico. El parlour de Mad. M. es un espacioso salón con 4 ventanas grandes y con pomposos candelabros y lámparas y todos los demás lujos. Sobre todo es muy confortable por las noches, cuando encendemos la chimenea y tomamos allí nuestro tecito. La vida en general es muy cómoda aquí; con siete criados no podría ser otra cosa, al menos nos dejamos atender a las mil maravillas”. La investigadora Elisabeth von Loe, editora de este Diario en forma de libro, ha determinado que seguramente esta casa se ubicaba al pie o más bien en la ladera del cerro Concepción. Y eso, en una época en que el borde costero seguía avanzando, hasta llegar a la calle Blanco. Visitas entre familias y veladas que los chilenos llamarían tertulias, que solían prolongarse hasta altas horas de la madrugada y que, al menos en el caso de los alemanes, incluían altas dosis de música, a cargo de los propios contertulios, donde al parecer abundaban los cantantes e instrumentistas aficionados, eran el centro de la vida social dentro de los hogares. Fuera de ellos, la vida social se prolongaba en funciones al Teatro de la Victoria y excursiones campestres a quintas del sector de Las
la familia osthaus retratada frente a su casa en el paseo después llamado atkinson, en el cerro concepción, 1866. (reproducida en el libro “marie bulling: una institutriz alemana en valparaíso. diario de vida 1850-1861”, investigación y edición de elisabeth von loe).
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El Cuartel Inglés
Zorras, además de alguno que otro viaje hacia puntos del interior, como Quillota. Otro auténtico motivo de entretención era la esperada llegada de los “steamers” (vapores), que traían noticias de la patria lejana. Fuera de los mencionados Müller, nombres como los de Theodor Bluhm, Robert Claude, Johann Georg Fehrmann, Ludwig Osthaus, Theodor Piderit, Aquinas Ried, u Otto Uhde, necesariamente aparecen a todo aquel que lea o indague sobre la historia económica y comercial de Valparaíso, pero no sólo eso: Ellos son también personajes que tienen figuración más destacada en un plano que podemos llamar cívico, respecto de la ciudad que los acogió, o cuando menos, en el ámbito de su colectividad, y es así como también figuran en el Cuerpo de Bomberos, el Club, Hospital y Colegio alemanes, en la Cámara de Comercio o la Masonería. Ellos y muchos otros provenían de diversas zonas de la Alemania todavía no unificada, desde Prusia a Baviera, aunque parecía haber una cierta mayor presencia de inmigrantes originarios de puertos hanseáticos como Hamburgo o Bremen, puertos de embarque por excelencia hacia latitudes distantes.
«puede resultar paradojal que siendo esa su fama, de ser un trozo de gran bretaña implantado en el lejano chile, queden tan pocos vestigios de su huella, salvo por algunos nombres, edificios y recuerdos.»
En ello coincide con Marie Bulling, al menos en lo general, otro compatriota, que vivió en Chile casi exactamente en la misma época, el ingeniero en minas Paul Treutler. Su permanencia se prolongó entre 1851 y 1863, incluyendo varias estancias en Valparaíso, y una de las primeras sorpresas que se llevó, apenas desembarcado, fue encontrar a más de 60 alemanes de diversas regiones, cenando en los salones del hotel donde se alojaba. Asimismo, en impresiones sobre Valparaíso escritas en un retorno posterior, en 1855, apunta que “muchas de las colinas de Valparaíso se habían modificado considerablemente” respecto de su primera visita en 1852, y que “sobre todo, se había levantado todo un barrio nuevo en el Cerro Alegre”. En esto último, más que todo un barrio nuevo, que en realidad ya existía desde hacía algunos años o décadas, seguramente debió haberle impresionado el golpe de vista de nuevas edificaciones;
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vista de valparaíso de autor anónimo, hacia 1860. claramente, el artista es uno más que ha elegido el “cuartel inglés” como mirador para tener una perspectiva ventajosa y amplia.
El Cuartel Inglés
finalmente, destacaba que por estar poblado “sólo por extranjeros”, principalmente británicos, se lo llamaba “el Cuartel Inglés”. Cuartel evidentemente como sinónimo de barrio, lo que de paso añade otra nueva denominación al sector, otra más de las que no han permanecido, pero de la que al menos nos queda registro. Puede resultar paradojal que siendo esa su fama, de ser un trozo de Gran Bretaña implantado en el lejano Chile, y teniendo la importancia que en su momento tuvo dicha colectividad en Valparaíso, queden tan pocos vestigios, o tan diluidos, de su huella, salvo por algunos nombres, edificios y recuerdos. La explicación reside en gran parte en que las razones para la permanencia de un súbdito del Reino Unido en estas latitudes no era otra que los negocios, y por lo tanto, duraba lo que durasen éstos, o bien, el tiempo de estadía que le hubiese asignado la casa matriz de su firma, en el caso de empleados o gerentes. Al menos, consta con certeza que en los años ’70 del siglo XIX vivían en este barrio de alturas, familias británicas de empresarios y comerciantes como Samuel Oxley, Jorge Rose Innes, Juan Atkinson, Santiago Heywood, Stephen Williamson y Alexander Balfour, entre otros, nombres recordados por Leopoldo Sáez. Al igual que el brillante reverendo presbiteriano norteamericano David Trumbull, activo animador de la vida intelectual y espiritual de Valparaíso en varios ámbitos. Debemos mencionar de nuevo al mismo Sáez, a propósito de una curiosidad que él rescata del olvido en su “Toponimia de Valparaíso”, que es, ni más ni menos que la existencia de un pequeño cerro o promontorio entre los Alegre y Concepción: el cerro de la Mina. Aparece en un plano de la ciudad de 1854, situado entre las quebradas de Elías y del Almendro, y se debía a la existencia de un yacimiento minero, propiedad de los hermanos Enrique y Carlos Brown, quienes lo vendieron en 1882 por resultarles demasiado oneroso. Por lo demás, en el mapa de Valparaíso editado en 1876, el Cerro de la Mina ya no era considerado. En el Plan de la ciudad, en tanto, crecía, a un ritmo cada vez más acelerado, el alto comercio de importación-exportación de la ciudad, del que estos súbditos extranjeros eran sus artífices. La calle de la Planchada (actual Serrano), fue la primera arteria comercial en surgir, en la época tardo-colonial, a la que siguió su continuadora natural, la calle de la Aduana (hoy Prat), y luego, ya entrado el siglo xix, la del Cabo (Esmeralda); y paralela a todas ellas, la calle de Cochrane y luego la de Blanco. Es decir, la columna vertebral de la prosperidad de los “cerroalegrinos” corría paralela a sus confortables hogares, sólo unos metros más abajo.
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de las varias telas donde thomas somerscales retrató el borde costero de valparaíso, durante la década de 1880, ésta es una de las menos conocidas, y a la vez, donde más destaca el cerro alegre.
Capítulo
5
U n barrio consolidado P
ese a que las prósperas colectividades de países sajones no contaban con arquitectos –profesión que fue importada más bien de Francia–, sino con ingenieros, constructores e incluso carpinteros, el aspecto de los cerros Alegre y Concepción terminó por adquirir un aspecto armónico y homogéneo. Semblante que no es sinónimo de monotonía, sino de unidad, coherencia, que se conserva hasta hoy, salvo unas pocas alteraciones. En las décadas siguientes a 1850 se había afianzado un estilo de raíces anglo norteamericanas, con viviendas de líneas simples, puras, paredes forradas en planchas de zinc, ventanas de guillotina y algunos frontis con largas galerías. En suma, sobrios exteriores, que no revelaban las comodidades e incluso lujos de que disfrutaban puertas adentro sus moradores. Todo un contraste con los edificios del Plan, de arquitectura de influencia francesa, cada vez más ornamentada y hasta ostentosa; por el contrario, los sobrios usos y hábitos costumbres germanos y anglosajones, se mantenían constantes, frente a la evolución en los gustos de la oligarquía local criolla. El ya varias veces citado investigador Leopoldo Sáez, informa que hacia 1870, había la cantidad no pequeña de 80 casas, aproximadamente, en el Cerro Alegre. Como ya hemos mencionado, cita entre varias familias, la de los Oxley; por su parte, el historiador Juan Eduardo Vargas, en una investigación sobre el estilo de vida de las élites porteñas, abunda en más detalle sobre los mismos. Señala Vargas que la casa habitada por el matrimonio de Samuel Oxley y Margarita Gaze, situada en el Cerro Alegre, tenía una superficie de 769 metros y estaba avaluada en 7.960 pesos en 1873. Sus dimensiones eran de 12,90 metros de largo por 13,90 de ancho, el primer piso estaba edificado sobre un cimiento de piedra y el suelo estaba entablado, lo mismo que el cielo, de madera pintada. Había cuatro habitaciones en el primer piso y las paredes estaban empapeladas. El segundo piso
en este mapa, que forma parte de la “geografía de chile” de enrique espinoza (1897), se aprecian los avances de la urbanización en el cerro alegre, y el hecho que, de ser parte de la periferia de valparaíso hacia 1820, pasó a estar en el corazón de la ciudad.
Un barrio consolidado
realzado por la construcción de nuevos edificios para entidades bancarias y la Bolsa, en los primeros años del siglo XX. Y por su parte, calle Esmeralda, sin dejar de ser el corazón del comercio elegante, se ampliaba hacia la antigua calle de San Juan de Dios, después rebautizada como Condell, que congregaría algunas de las tiendas más importantes y tradicionales de artículos al por menor hasta bien entrado el siglo XX. Estos cerros de “gringos”, que estaban en los límites de la ciudad hacia 1820, se hallaban, 60 u 80 años más tarde, en su pleno corazón, con vecinos de índole muy dispar. El cerro Cordillera, eje de la defensa del Puerto en la Colonia y sinónimo de provista de la calle templeman hacia la pietarios importantes en los primeros segunda década del siglo xx, donde se aprecia cómo el cerro alegre “abraza” años de la República, había visto subal concepción, gracias a las torres de dividirse una y otra vez aquellos sitios, la parroquia de san luis gonzaga, que se divisan al fondo. y su población se había proletarizado, (tarjeta postal, colección privada). conservando siempre un sentido de barrio, siendo como es uno de los más antiguos de Valparaíso. En el costado opuesto, los cerros “utilitarios”, Cárcel y Panteón, otrora extramuros que ahora también estaban situados en el corazón de la ciudad, se habían transformado por ello en una de las anomalías más características y llamativas de la urbe portuaria. Y al oriente de éstos, el tramo del anfiteatro cerril que enmarca el Almendral, se había poblado rápidamente de casuchas y conventillos, a menudo miserables, teniendo cada una de estas cumbres una calle central, medianamente trazada, tal como había surgido décadas atrás las calles Montealegre y Templeman. Estos cerros eran los nuevos barrios de Valparaíso, las poblaciones que recogían la inmigración del campo o de otras ciudades, por contraste con los cerros del entorno de La Matriz, tradicional hogar de trabajadores portuarios y marinos.
ubicada en la esquina de la calle montealegre y el originariamente llamado paseo americano, la mansiĂłn petrinovic, hoy convertida en un hotel, enfrenta al palacio baburizza. por el origen de los propietarios de ambas residencias, dicho paseo pasarĂa a ser conocido como yugoslavo hasta nuestros dĂas.
Capítulo
6
Paseos y ascensores A
fines del siglo XIX, mientras avanzaba el borde costero y se trazaban nuevas arterias como la Gran Avenida del Brasil (1895), surgían también nuevos avances que vinieron a dar rasgos nuevos y propios a Valparaíso en general y a la dupla Alegre-Concepción en especial, obras que permanecen hasta el día de hoy: los ascensores o funiculares, y los miradores o paseos que, al menos en este caso, están íntimamente relacionados. Atkinson, Gervasoni, Yugoslavo y Dimalow son sinónimos de los más espléndidos miradores de Valparaíso, y tienen en común no sólo el estar situados en el sector objeto de este libro. Además, empezando por sus propios nombres, tienen sus orígenes en iniciativas de mejoramiento urbano debidas a vecinos. Ello porque, al menos en lo que al Cerro Concepción respecta, su urbanización había partido de la época en que –recordemos– era propiedad privada del magnate Joshua Waddington. Durante la administración de sus sucesores, este proceso siguió avanzando, y es así como en un plano de 1875 ya aparece la configuración característica del paseo que después sería conocido como Atkinson, con once viviendas pareadas, y una vía de acceso sobre el borde del cerro, génesis del mirador. En 1897, el empresario naviero Juan Atkinson Mac Farlane realizó tres compras sucesivas de lotes de ese sector, por lo cual éste, uno de los paseos más característicos de la ciudad, recibiría su nombre. Ya en ese entonces estaba dotado de un pretil o muralla de contención en la ladera del cerro, y gozaba de una vista directa a la bahía, vista que, por desgracia, fue parcialmente obstaculizada con la construcción del edificio Banco de la Solidaridad Estudiantil, en 1962. Ese mismo año de 1897, el pintor Alfredo Helsby obtendría una medalla de segunda clase en el Salón de Bellas Artes por su famoso cuadro titulado, precisamente, “Paseo Atkinson”, o más exactamente, “Niña en el Paseo de Atkinson”. Conocido también familiarmente como “la niña del aro”, éste se convirtió en uno de los cua
“Muchas reformas se han introducido en este ascensor en beneficio de los pasajeros –proseguía–, siendo notables en primer lugar la desaparición del ruido molesto del engranaje de ruedas, por medio de cueros que lo amortiguan y el escape de humo de la chimenea de la máquina a distancia suficiente para que no moleste a las personas”. Este nuevo vehículo se ubicaba a un costado de la Plaza de la Justicia y el edificio de los Tribunales (sede distinta de la actual, aunque en el mismo lugar). Alcanza los 30 metros de altura con un largo de 52 metros de rieles, su pendiente es de 48 grados y ambos carros, aunque originalmente contaba con sólo uno, pueden transportar diez pasajeros. Su actual estación superior, contigua al Paseo Yugoslavo, se caracteriza por tener el mecanismo a la vista del público y por su galería vidriada, que la hace un mirador en sí. Su propiedad actual es municipal. Siempre a propósito de estos funiculares, es un hecho casi olvidado que, apenas fallecida la reina Victoria de Inglaterra en 1901 se decidió poner su nombre al cerro Concepción, muestra evidente de la gran influencia de la colectividad británica; sin embargo, este rebautizo no prendió en la costumbre de la población, que siguió llamando al cerro por su antiguo nombre. En cambio, un nuevo ascensor, puesto en funcionamiento el 4 de marzo de 1903 y aún en servicio, que conecta la subida Almirante Montt con el Paseo Dimalow, sí recibió el nombre de Reina Victoria. Inaugurado con el ceremonial ya acostumbrado para estos medios de transportes, cada vez más indispensables para la ciudad, fue construido por la firma de Onfray y Naylor, y funcionaba con un sistema hidráulico de moderna invención. Desde aquel entonces una de sus características fue un puente ligero que lo unía con el Paseo Dimalow el que, a su vez, es una vía de acceso tanto al cerro Alegre como al Concepción, ya que desemboca en la encrucijada de Almirante Montt con Urriola. Según recuerda Juan Cameron en su libro-guía sobre ascensores porteños, el Reina Victoria fue seriamente afectado por los terremotos de 1971 y 1985 y se temió por su continuidad, aunque ésta se vio asegurada por las reparaciones realizadas en 1988. Indica este autor que éste es uno de los funiculares con menor trayectoria, sólo cuarenta metros de rieles que se elevan a 30 metros de altura, con un ángulo de 57 grados y carros de capacidad para siete pasajeros. “La estación inferior –prosigue– es una construcción de tipo transparente, donde prima la madera y el vidrio, de dos pisos de altura. Ello hace que la vista se concentre en sus edificaciones de acceso, dejando un muy breve trecho a la pendiente”.
el empinado ascensor reina victoria en su entorno del empalme de las subidas cumming y elías. (fotografía gentileza de manuel peña muñoz).
el cerro alegre no escapó al gradual declive de valparaíso durante el siglo xx. pero, al igual que el resto de la ciudad, también sirvió de inspiración a las plumas que formaron el imaginario literario de esta época.
Capítulo
7
Los escritores del cerro D
el mismo modo que desde una época relativamente temprana los cerros Alegre-Concepción atrajeron el interés de cronistas, ilustradores y fotógrafos, tarde o temprano debía llegarles la hora de la literatura. El encargado de inaugurar esta nueva época del barrio, la de la inspiración literaria, no podía ser más ilustre y auspicioso: nada menos que Rubén Darío. Este escritor nicaragüense (1867-1916), llegado a Valparaíso como un modesto y tímido inmigrante, pero que daría a este puerto su lugar en el mundo de las letras por haber publicado aquí su libro pionero “Azul”, también se fijó en este sector. Una de las partes de este volumen, impreso en modesto formato en 1888, lleva por título “Álbum Porteño”, y arranca con la historia de un artista en busca de inspiración que guía sus pasos a nuestro Barrio Inglés. Los que siguen son pasajes que al lector de nuestra época le parecerán pintorescamente descriptivos, pero que en su época sin duda llamaron la atención por su invocación a los sentidos, renovadora del lenguaje literario entonces vigente: “Sin pinceles, sin paleta, sin papel, sin lápiz, Ricardo, poeta lírico incorregible, huyendo de las agitaciones y turbulencias de las máquinas y de los fardos, del ruido monótono de los tranvías y el chocar de los caballos con su repiqueteo de caracoles sobres las piedras; del tropel de los comerciantes; del grito de los vendedores de diarios; del incesante bullicio e inacabable hervor de este puerto; en busca de impresiones y de cuadros, subió al Cerro Alegre, que, gallardo como una gran roca florecida, luce sus flancos verdes, sus montículos coronados de casas risueñas escalonadas en la altura, rodeadas de jardines, con ondeantes cortinas de enredaderas, jaulas de pájaros, jarras de flores, rejas vistosas y niños rubios de caras angélicas. “Abajo estaban las techumbres del Valparaíso que hace transacciones, que anda a pie como una ráfaga, que puebla los almacenes e invade los bancos,
exteriores e interiores que incitan a ser retratados en letras
Los escritores del cerro
Elías Madrid, “bolsista”, es decir, agente o corredor de la Bolsa, quien presenta el detalle novedoso de ser el primer criollo retratado en la literatura o la crónica como residente del Cerro Alegre, hasta entonces, ya sabemos, un coto exclusivamente extranjero: “Madrid habitaba en el Cerro Alegre, en una casita pequeña colgada sobre el barranco y desde cuyas ventanas se dominaba toda la bahía, y por las noches, se veía el oleaje luminoso de la ciudad trepar por las laderas y romperse en las quebradas. El bolsista vivía allí solo. “La casa, como casi todas las del Cerro Alegre, tenía algo de barco. Las habitaciones eran pequeñas, de techos bajos, muy luminosas y aireadas. La escala que conducía al segundo piso parecía la escala de un puente de mando. Las ventanas amplias permitían que toda la casa fuera barrida por el viento apenas los postigos se abrían. Madrid la había arreglado muy a su gusto, con profundos sillones, grabados ingleses, estanterías con libros de lomos brillantes. Flotaba sobre todo un leve olor a colonia y a tabaco rubio”. Dicho sea de paso, el que Elías Madrid habite allí también refleja implícitamente la progresiva emigración de los “gringos”, y por lo tanto, la lenta disolución de su cerrada trama social. Además, la descripción anterior que ya tiene algo de pintoresco o de otra época en el momento que se escribió, lo que se reafirma, avanzando en la novela, en una conversación nocturna que este personaje tiene con un amigo: “Los cerros son admirables de colorido. Hay tradición en los cerros porteños. Algo ha quedado aquí flotando del gran Valparaíso de los negocios y de los viajes; se respira el recuerdo penetrante de 1900; del puerto violento, impregnado de inglesismo y de acción. ¿Has visto esas casas de este cerro que parecen lustradas y frotadas constantemente? En las mamparas de algunas hay pequeñas planchas de bronce con nombre sajón o alemán, medio borrado por el constante trabajo de sacarle brillo. Son casas de viejos marinos, de gerentes de antiguas compañías que conservan la costumbre de hacer frotar los metales todos los días; casas de gentes tan personales como las que producía el siglo pasado y los primeros años del presente. De esas gentes quedan muy pocas. Valparaíso ha ido también perdiendo su carácter. Le queda sólo esta maravilla nocturna”. Un párrafo que, como se podrá apreciar, basta por sí solo para justificar el título de la novela, dando cuenta de un mundo que se extinguía.
la iglesia evangélica alemana del cerro concepción y la característica arquitectura adyacente, ha sido una imagen –literalmente– de postal durante más de un siglo, y en la actualidad, un icono plenamente vigente. (fotografía archivo ediciones altazor).
Capítulo
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El resurgimiento L
a geografía humana y social porteña de buena parte del siglo XX, o al menos, la de su segunda mitad, ha sido uno de los puntos en que han fijado su interés los escritos del profesor Leopoldo Sáez, a quien ya hemos hecho referencia anterior. Los datos que entrega en sus libros, verdaderas enciclopedias de lo local, hacen el efecto de complementar las siluetas de vecinos del Cerro Alegre trazadas por Manuel Peña, a las que ya hemos aludido. Extractando algunas de las informaciones proporcionadas por el profesor Sáez, señalemos algunos nombres de residentes que ya ocupan su lugar en la historia o la memoria porteña. En calle Higuera –ya anticipábamos– ha vivido largo tiempo el docente, filósofo y ex alcalde de Valparaíso, Sergio Vuskovic, en una casona de la que se dice es una de las más bonitas del Puerto; no lejos, entre Montealegre y Miramar, tuvo su taller el grabador Medardo Espinoza y en Leighton con Montealegre estuvo la casa de los Karlsruher, familia iniciada por un inmigrante germano del principios del siglo XX, uno de cuyos hijos fue cónsul de aquel país. Más arriba, en calle Guillermo Münnich, estuvo la gran residencia de la familia Reed, evocativamente descrita por Manuel Peña y por desgracia incendiada; en el Pasaje Oxford estuvo la casa de la familia de Vladimir Huber Wastavino, ex alcalde de Viña del Mar en la década de 1950 y cerca de allí estuvo otra gran casona, la de Victorio Pescio, abogado y profesor de derecho de personalidad de contornos cuasi míticos. En el Pasaje Délano, aledaño a Almirante Montt, vivió el Arquitecto italiano Arnaldo Barison quien, junto a su compatriota Renato Schiavon o por separado, fue el artífice de una larga lista de edificios destacados de Valparaíso, Viña del Mar y alrededores que aún perduran; el Palacio Baburizza y la Biblioteca Severin, entre otros, se cuentan entre las obras realizadas en conjunto. Los hermanos Clarence y Henry Leeson, destacados basquetbolistas, vivieron en subida Almirante Montt,
el eclecticismo que combina arquitecturas académicas con soluciones espontáneas y vernáculas, es uno de los valores de valparaíso que fueron tomados en cuenta por parte de unesco para declararlo patrimonio de la humanidad en 2003. cualidades que se hallan presentes sobre todo en las piezas arquitectónicas de los cerros objeto de esta obra.
El resurgimiento
exhibiciones de arte, charlas y conferencias, además de una exposición permanente de una muestra representativa de la producción de Renzo Pecchenino. Entretanto iba tomando forma la idea de postular a Valparaíso ante unesco, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, como Patrimonio de la Humanidad, proceso que se inició con gestiones entre el Consejo de Monumentos Nacionales y la Municipalidad de Valparaíso en 1997. Ese mismo año, el Municipio porteño dictó dos seccionales: “Preservación de Inmuebles y zonas de Conservación Histórica” y “Preservación de vistas desde los Paseos y Miradores”, los que fueron incorporados al Plan Regulador de la ciudad, y que en la práctica serían la base del área objeto de la postulación. Ésta se realizó por primera vez en 1998, y fue retirada en 2000, ante la detección de diversas falencias de gestión tras la visita preliminar de una inspectora. El expediente primitivo comprendía un área como candidata a ser protegida por unesco que, entre otras zonas, incluía la totalidad de los cerros Alegre y Concepción; una de las consecuencias de la recomendación de retiro y reformulación de esta postulación, fue la reducción del área protegida, lo que también incluyó a este sector, como ya veremos. Finalmente, y tras la presentación de un expediente mejorado (enero de 2002), el casco histórico de Valparaíso fue declarado Patrimonio de la Humanidad por UNESCO, en la 6ª Sesión Extraordinaria del comité de Patrimonio Mundial realizada en París, el 2 de julio de 2003. La importancia de este sector aparece fundamentada en el expediente de postulación en los siguientes términos: “La arquitectura de los cerros de Valparaíso está representada, dentro del área de postulación, fundamentalmente por los Cerros Alegre y Concepción. Se trata de un área urbanizada a partir de mediados del siglo XIX por la élite de inmigrantes alemanes e ingleses, estimulados por la falta de espacio en el plan y por los ideales de la “ciudad-jardín”. El área –dos cerros y sus quebradas– fue objeto de planificación en su trazado, el que debió adaptarse a la topografía. Por su origen y altos ingresos, sus habitantes aplicaron los modelos europeos y norteamericanos en residencias de diversa magnitud, materialidad, estilo, forma y carácter. Se trata de una arquitectura ecléctica de gran calidad que combina el academicismo con lo vernáculo y que enfrentan la pendiente la pendiente de las formas ya señaladas. El factor topográfico; las quebradas, los pasajes, escaleras, miradores, los quiebres de la trama, confluyen todas para crear la diversidad de perspectivas que caracterizan a la ciudad”.
Cerro Alegre
Chapter 1
Forging a character If every hill in Valparaíso implies a singularity, a definite identity or at least a differentiation among its sectors, depending on the place they occupy in the bay’s amphitheater, this identity is even more stressed in the case of Alegre Hill. For its relatively early human settlement; for being a sort of foreign district; for the specific role it had in the conformation of Valparaíso’s urban landscape; for its achitecture, simple and noble at the same time; for conserving the appearance it had when the city was flourishing; in short, for being capable –from these elements of its past– of restating a new life in the present, with future prospects. Alegre Hill is therefore a synonym of a physic, geographic place, as well as of a way of being, a spirit of which its inhabitants are aware of, and which tourists can easily notice. A peculiarity that is, we believe, stronger and more important than cartography, and that overflows the strict limits of what is understood by the Alegre Hill, so that it also includes Concepción Hill, to which is naturally connected. This last hill, heading more slightly towards the coast, is –shall we say– embraced by the Alegre, which, on the other hand, is more deeply located inland. The boundaries between them, though clear, do not restrain a fluent communication with each other, up to the
point that their limits may seem vague sometimes. That is why, in view of the alternative of dealing strictly with the Alegre Hill, or including its neighbor, Concepción, we have made this last choice and, when talking about the Alegre, we will deal with these two hills as a couple, because they actually have, as a whole, a clear sense of unity. A unity that has its boundaries clearly determined, specially Concepción Hill, which is flanked on its East side by the old Elías ravine, the current Cumming street that starts from Aníbal Pinto Square (old Plaza del Orden), where there used to be a dock originally. The Concepción faces Panteón Hill. Towards its West end, the Concepción is bounded by Urriola street (old Almendro street) which, on top, continues up to embrace or surround this hill, and ends in a spot called Paseo Dimalow. This means that Concepción Hill is smaller and more compact than its neighbor, the Alegre that, as we said, seems to be mounted over the Concepción. Its limit to the West is José Tomás Ramos street (old San Agustín), across from which Cordillera Hill faces Concepción. As author Leopoldo Saez well states, following the natural ravines that surround it, the Alegre Hill is bounded by Guillermo Munich street (old Calle del Hospital), and then by Pezoa Véliz street up to Montedónico neighborhood in Playa Ancha Hill, on the South. Then, resuming its East border,
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Nuestros agradecimientos a: Fundación Renzo Pecchenino “Lukas” The Mackay School Deutsche Schule Valparaíso Mauricio Pergelier Manuel Peña Muñoz Michelle Prain
Editor General Patricio González González Investigación y edición de textos Piero Castagneto Garviso Edición gráfica Patricio González G. Traducción Pablo León Acevedo Nedda Ferretti Stange Diseño Antonia Gómez Carvallo Javier Bórquez Aros Diseño de portada Héctor Aguilera Araya Fotografías Víctor Calzadillas Suazo Págs. 106, 107, 126, 129, 135, 138. María Jesús González Sáez Págs. 92, 111, 112, 119, 121, 124, 125,127, 128, 130, 131, 134, 136. Mauricio Guerrero Neyra Págs. 140, 192. Jaime Pardo Guerrero Págs. 82, 90, 94, 99, 101, 102, 109, 112, 118, 122, 130, 133, 191, 195.
Este libro
Cerro Alegre. Crónica de los cerros Alegre y Concepción de Valparaíso se terminó de imprimir en el mes de marzo del año 2013,
en los talleres de Gràfhika Copy Center,
Santo Domingo 1862, Santiago de Chile.