LIBRO XI
1. He aquí las propiedades del alma razonable: ella se ve a sí misma, se organiza a sí misma y se adorna a sí misma como le place, recoge los frutos que produce, en vez de, como ocurre con los productos de la plantas, que son recogidos por otros. Ella alcanza siempre su propio fin, no importa el momento en que la vida termine. Porque no ocurre lo mismo con ella que con una danza, una pieza de teatro u otra clase de representaciones que quedan imperfectas si se las interrumpe. En cualquier sitio o tiempo que la muerte la sorprenda, ella hace del momento un todo finalizado y completo, de manera que puede decir: “tengo todo cuanto me pertenece”. Además, ella recorre el mundo entero y el vacío que le rodea; examina su configuración; su vista se extiende hacia la eternidad; ella abarca y aprecia la renovación periódica del universo; ella cree que los que vendrán después de nosotros no verán nada nuevo, como aquellos que nos han precedido no han visto más que lo que ahora vemos, y que un hombre que ha vivido cuarenta años, por poco entendimiento que tenga, ha visto poco más o menos cuanto le ha precedido y lo que le seguirá, puesto que todo sigue uniformemente. La propiedad de un alma razonable es también el amor al prójimo, a la verdad, al pudor, y, ante todo, el respeto a ella misma, lo que es también el carácter propio de la ley. Es así como el derecho razonable no difiere en nada de las reglas de justicia.
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