LIBRO III 1. No se debe pensar sólo que cada día que pasa abrevia la vida y que, por consiguiente, la parte que nos resta por vivir es más corta; no, es preciso pensar que si se llega a una edad madura (si bien no es más segura), no es probable que se conserve la misma claridad para los negocios y para entregarse a un detenido estudio de las cosas divinas y humanas. Verdad es que cuando un hombre cae en la infancia no por eso deja de respirar, de nutrirse, de emitir ideas, de expresar sus deseos y de llevar a cabo tal o cual función por el estilo; pero la facultad de disponer de sí mismo, de darse cuenta exacta de todos su deberes, de analizar sus ideas, de saber si ha llegado la hora de terminar sus días y, en fin, de examinar cuerdamente todas las cuestiones que lleva consigo el ejercicio de la razón, esta facultad, vuelvo a decir, se extingue en él mucho antes que las anteriores. Es preciso, pues, aprovechar el tiempo, y ello no solo porque cada instante es un paso más que damos hacia la muerte, sino por el hecho de que antes de morir perdemos la capacidad de concebir las cosas y de prestarles la atención que merecen. 2. Es necesario tener en cuenta verdades como las siguientes: todo lo que resulta de las obras de la Naturaleza, aun las cosas accesorias, tiene su gracia y su atractivo. Examinemos el pan, por ejemplo: al cocerse se producen algunas grietas; y estas grietas, que por un lado causan el disgusto sin duda del panadero, celoso de su arte, no dejan de dar al pan un aspecto 20 http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx