Cuentos cortos de terror

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Cuentos cortos de terror



Cuentos cortos de terror

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Š Todos los derechos reservados Diciembre 2019



CONTENIDO

AMÉNDOLA 9 Sopa de zanahorias 11 Sirenas 13 Peine de bruja 17

AYIL 21 Lo que no se sabía de ellos 23 Abel 27

WITINEA 31 Paranoia 33 Estigmas 39



AMÉNDOLA



Alison Améndola

SOPA DE ZANAHORIAS

Lina traga las pastillas blancas de prisa, cuando escucha la risa de su hermano se da cuenta de que son mentas, el maldito las ha vuelto a cambiar. ―Un día de estos voy a dejar que te mates― Lina sabe que a pesar de sus risas su hermano habla en serio. ―tus hormonas me están volviendo loco ― Ignora su voz mientras abre el refrigerador y saca un manojo de zanahorias, últimamente es lo único que soporta comer. ― ¿no jodas, pero que mierda es esto? ― Su hermano le pregunta cuando le sirve el plato caliente de comida. ― Huevo revuelto con zanahoria― le contesta con voz ronca, se siente cansada. No ha dormido en varios días, sus ojos rojos, hinchados y ojerosos son prueba de ello. ― Debes superarlo Lino, no sé porque querrías tener hijos, los bebes solo cagan y lloran―

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Sopa de zanahorias ― ¡No hables así de tu sobrino! ― Le responde Lina estallando en llanto, decidiendo ignorar la manera en que su gemelo la ha llamado, no importa cuántas veces le pida que no lo haga él siempre la ignora. Sus sollozos aumentan cuando al abrazar su vientre lo siente plano y no redondo como quisiera. ― ¡Que no estás encinta estúpido! Los hombres no pueden embarazarse― Lina está a punto de contestarle con una grosería cuando se acuerda. Al alzar el rostro se da cuenta de que su hermano no está en la cocina, sino acostado en el mueble con el plato de la cena de anoche -sopa de zanahorias- tirado en el suelo a medio comer. Había olvidado que la noche anterior envenenó la cena, su hermano lleva muerto más de 10 horas.

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Alison Améndola

SIRENAS - ¿Estás seguro de que esto es una buena idea papá? Ya escuchaste a mamá… -

¡Bah! tu madre no sabe de lo que habla, como ella se la pasa todo el día en la casa sin

hacer nada no sabe apreciar el trabajo duro que yo realizo todos los días.-

¡Pero la epidemia! todos en el pueblo lo dicen, que ya no es seguro adentrarse en el mar.

La otra vez incluso escuché que el pueblo está maldito, que no es la primera vez que pasa, dicen que los que se adentran en el mar en realidad nunca vuelven, si no que en su lugar los que regresan son demonios que han tomado su forma después de devorarlos.-

¡Pero que tonterías dices chamaco! no te mando a la escuela para que me vengas con

esas cosas, puede que sea un pescador pero no soy ignorante, pero mira que me salgas con que la “epidemia” es producto de demonios…- El hombre de mediana edad rueda los ojos; es corpulento, de brazos musculosos y con un rostro moreno producto de horas de trabajo bajo el sol, su hijo en cambio pareciera nunca haber ido a pescar y es que en realidad ha acompañado

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Sirenas muy pocas veces a su padre, aunque en esta ocasión no ha habido más remedio, pues ningún otro pescador ha querido arriesgarse a ir tan lejos de la costa. Entre las desventajas de vivir en un pueblo tan pequeño como Cabo de Tormentas, en especial cuando un tercio de la población está formada por supersticiosos e ignorantes, estaba esa, hasta el más pequeño problema terminaba por ser preocupación de, si no todo el pueblo, al menos la mitad, aunque la verdad sea dicha, la “epidemia” no era algo que se tenía que tomar tan a la ligera como Lorenzo quería ver, lamentablemente él no era un hombre que escuchase consejos cuando se trataran de situaciones como aquella, para él, la “epidemia” no era más que un brote de fiebre amarilla leve o algo semejante, su hijo en cambio era algo supersticioso y creía que era mejor idea quedarse en casa a salvo. – en lugar de que digas esas tonterías ponte a trabajar que para eso te traje. - Masculla Lorenzo con molestia, pero su hijo no lo está escuchando, su atención está presente en otra cosa o más bien, alguien. -

Una sirena- susurra asombrado.

-

¿Sirena? Deja de pensar en otras cosas y escucha lo que te digo. -

-

¡No papá! ¡una sirena!- Lorenzo se voltea listo para regañarlo, pero la conmoción no le

permite hablar, ninguno de los dos puede escuchar el zumbido que se hace presente, ni siquiera notan como las aguas se oscurecen, están demasiado sorprendidos por lo que ven, una “mujer” de mirada obscura se dirige nadando hacia ellos, está sumergida hasta el cuello, pero mientras se va acercando a ellos su cuerpo empieza a emerger mostrando su torso desnudo, para cuando ha llegado al bote ya es demasiado tarde para tratar de huir pues ella clava sus manos en la orilla del bote, con tanta fuerza que este se bambolea. -

¡Paco aléjate de esa cosa! - Lorenzo demasiado crispado para hacer algo solo alcanza a

gritarle aquella orden a su hijo, quien completamente absorto por la belleza de la “sirena” lo ignora. 14


Alison Améndola -

Ho-hola- la “sirena” sonríe en respuesta, es una sonrisa vacía y extraña, una sonrisa que

no presagia nada bueno y en el momento en que Paco inclina su cuerpo hacia ella atraído por su hermosura, la “sirena” aprovecha para jalarlo y hundirlo en el mar. Lorenzo inmediatamente trata de acudir en ayuda de su hijo, pero no puede moverse, está paralizado y ni siquiera del miedo sino de algo diferente, aunque eso él no lo sabe. Poco a poco en medio de su parálisis empieza a ser capaz de escuchar el zumbido, lo que significa que ellos no tardaran en hacer acto de presencia. Por largos minutos Lorenzo no puede hacer más que rezar, pidiéndole a Dios que su hijo emerja del mar y lo hace, pero siendo cargado por la sirena, quien tira el cuerpo inmóvil dentro del bote, el cual vuelve a sacudirse. Cuando el bamboleo se detiene la criatura aprovecha para impulsarse con las manos y subirse al bote, no tiene cola alguna, lo que su hijo había creído una sirena resultaba ser algo peor e inclusive más peligroso, eso sí estaba desnuda y chorreaba agua por todo el cuerpo. La mujer entonces empieza a acercarse lentamente a Lorenzo y mientras lo hace unas extrañas luces empiezan a aparecer a lo lejos, para cuando han llegado a rodear el bote, el zumbido se ha vuelto insoportable y las manos de la mujer han rodeado el cuello de Lorenzo. Lo último que éste ve antes de que su rostro sea sumergido en el agua no es el rostro de la mujer sino las luces, brillantes y llenas de vida, justo lo que él está a punto de perder.

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Alison Améndola

PEINE DE BRUJA

En retrospectiva todo había empezado el día que mi mamá había comprado el estúpido peine, ese día llegó diciendo que había escuchado de un buen remedio que arreglaría los problemas que traía mi pelo rebelde. En lo personal, yo ya estaba más que harta de los menjunjes y plastas que me había puesto y obligado a beber, ni que decir de las otras torturas por las que me hacía pasar con tal de que “mis greñas”, como ella las llamaba, fueran domadas. Así había sido desde que era pequeña, incluso, recuerdo que en una ocasión, en que harta de las habladurías de los demás decidió hacer lo que algunos recomendaban para los bebés y me rapó por completo. Fue una cosa horrible y eso que era muy pequeña cuando lo hizo y casi no recuerdo nada. Mi mamá pronto se arrepintió de haberme rapado cuando la gente empezó a decir que estaba enferma de cáncer y más tarde (después de las aclaraciones y de que me empezara a crecer el cabello) cuando me confundían con un niño y al enterarse que era chica me decían “machito”. Pero entre que me llamaran eso o que le criticaran a ella por traerme descuidada, prefirió que me llamaran así, porque de ahí en adelante nunca más llegué a tener el 17


Peine de bruja cabello largo. Aparentemente se enredaba menos si lo traía corto, y como me llegaba debajo de las orejas era lo suficientemente largo para que mi mamá me hiciera una colita. Creo que mi mamá me resentía porque soñaba con tener una hija a la que pudiera hacerle peinados extravagantes y ponerle chucherías en el cabello. Y la hubiera tenido con mi hermanita, pero a ella le pasaba al revés, su cabello era tan lacio que todo se le caía. “Cuando menos” decía mi señora madre “aunque ande con el cabello suelto se ve bien bonita con su diadema” y es que de tan lacio que lo tenía que nunca se le enredaba a la condenada. Lo peor era cuando me comparaban con ella “hay Marianita ¿por qué no puedes ser como Ixchel? ella siempre anda bien arregladita”. Neta que me daban unas ganas de contestar que Ixchel no era más que una mocosa malcriada que solo andaba de arrimada, pero después de que una vez lo hiciera y mi mamá, tras enterarse, me pegara semejante bofetada, prefería quedarme callada e imaginarme que algo malo le pasaba. Esa era una de mis actividades favoritas, imaginarme que le pasaba mil y un infortunios a mi hermanita. Le digo hermanita, pero la verdad es que es hija del hermano de mi mamá y al quedarse huerfanita a los cuatro años mi mamá la adoptó. Su mamá había sido una de esas pobres e ingenuas chicas que mi tío Gil había seducido y que quedó embarazada después de acceder a darle “la prueba del amor” cuando mi tío le prometió casarse con ella. Mi tío, la verdad sea dicha, siempre ha sido de esos cabrones infieles a los que les gusta jugar con los sentimientos de las mujeres y abandonarlas tan pronto como pueda, pero con Lila se encontró con la horma de su zapato. Mi tía Lila, y la llamo así aunque mi madre me regañe, siempre actuó de manera tímida y gentil y por mucho tiempo rechazó los avances de mi tío porque ya sabía de su reputación, pero como él se encaprichó con ella no dejó de intentar conquistarla hasta que logró sacarle lo que quería. Fue tanto el esfuerzo que le puso que para el final hasta él mismo se creía enamorado y dispuso de organizar la boda. La boda, por supuesto, nunca ocurrió, porque el condenado 18


Alison Améndola aparentemente se largó sin ninguna explicación días antes de la ceremonia. Pero como dije, con Lila mi tío se encontró con la horma de su zapato, porque resultó que el día que todos pensaban se había fugado Lila lo encontró en brazos de su amante y en un acto de ira lo mató. Y no solamente eso, sino que nos enteramos de que en todo el tiempo en que estuvieron de novios ella andaba con otra. Pero de esto no nos enteramos sino hasta años después cuando las autoridades encontraron su cadáver junto a evidencia de que mi tía lo había matado. Como mi mamá se había enterado de que Lila andaba con otra mientras salió con mi tío, antes de adoptar a Ixchel le hizo las pruebas pertinentes para asegurarse de que realmente era su sobrina, porque “si lo engañó con una mujer nada me asegura que no lo hubiera estado engañando también con algún tipo”. Mi mamá no quería entender lo que había pasado realmente, que mi tío Gil no había sido sino la tapadera de Lila y que la razón por la que lo había matado no era por celos sino por orgullo. Esto lo sospechaba yo desde un inicio y me lo confirmó mi tía en una ocasión en que fui a visitarla, y hasta me confesó que la razón por la que se quería casar con mi tío era para sacarle dinero y que solo se había embarazado porque le salía más barato que buscarse un donante. Esto lamentablemente significaba que Ixchel sí era mi prima y que por lo tanto mi mamá estaba dispuesta a adoptarla. La verdad que era una lástima, porque aunque Lila me caía muy bien y me había pedido que cuidara de su hijita, yo odiaba a la bastarda a más no poder y después de que mi mamá consiguiera el estúpido peine y mi cabello empezara a crecer a niveles descomunales mi odio fue creciendo todavía más. El famoso peine del que hablo no era más que uno de los famosos peines de brujas que se decía que quien lo usara, además de crecerle, tendría el cabello más bonito y sedoso. En cuando mi mamá escuchó de esto decidió que sería la solución a mi problema y en efecto, en pocos días no solo me creció mi cabellera, sino que se volvió imposible de enredar. Me volví la envidia de las chicas y mi mamá, loca de alegría, no paraba de alagarme y regodearse. En poco tiempo 19


Peine de bruja yo empecé a desear regresar a las torturas anteriores con tal de deshacerme del maldito peine, porque desde que mi mamá lo había traído a la casa yo ya no podía dormir, cada noche me despertaba al escuchar un tarareo melodioso y aterrador, porque lo que nunca te dicen de los peines de bruja es que la Xtabay misma se aparece en la noche para peinarte.

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AYIL



Militza Ayil

LO QUE NO SE SABÍA DE ELLOS

Eran principios de diciembre cuando los dos solíamos ir al monte, terreno de mi abuelo, a bajar naranjas y después pasar a venderlas en triciclo por todo el pueblo. Melecio siempre lloraba cuando el dinero de las ventas apenas alcanzaba para ayudar a mamá con el gasto del almuerzo. Lloraba solo de pensar que no habría suficiente dinero para la cena de noche buena, como cada año. Cuando me preguntan algunos conocidos sobre él, solo les cuento la terrible enfermedad que terminó con sus ilusiones y sueños de tener una cena digna en navidad y recibir un carrito de madera o un trompo de Santa Claus. Como todos saben, la ilusión de un niño es recibir juguetes en navidad. Melecio no tuvo ninguno. Sus ilusiones, y él, murieron el día en que los dos estábamos obsesionados por bajar muchas naranjas. Ese día fuimos muy temprano al monte para regresar pronto a casa y ayudar a nuestro

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Lo que no se sabía de ellos abuelo a cortar leña. Estábamos concentrados bajando las naranjas dulces cuando de pronto escuchamos unas voces, como de niños, hablando en maya: -¡xoot´uh neh!

(¡Córtale la cola!)

- léeyli’e’u ook, hoots’ u ich… (También los pies, sácale los ojos…) Nos dio curiosidad el saber qué era lo que pasaba, caminamos hasta llegar donde se escuchaban las voces y nos escondimos detrás de un árbol de ramón. ¡No podía creer lo que mis ojos veían, eran los aluxes!, estaban reunidos en grupos, su fisionomía era extraña: pequeños, colmilludos, ojos negros y grandes, se cubrían con taparrabos de piel de venado y andaban descalzos. Mis abuelos siempre hablaban de ellos y nos contaban que eran buenos y traviesos, pero mi hermanito y yo, fuimos testigos de que esa creencia no era del todo cierta. Aquellos aluxes habían matado a varios gatos, sus cabezas estaban atadas por una soga muy gruesa, ellos solo se reían y reían cada vez que destrozaban el cuerpo del animalito y se tomaban la sangre, todos los restos de los gatos fueron vaciados en una lata, de esas donde viene la leche nido. Era tanta la infamia de esos seres, unos descuartizaban, otros encendían fuego y hervían agua en las latas con el resto de los felinos, tal pareciera que preparaban una sopa con los retazos de los cuerpos maltrechos de los gatos. Después de observar tal aberración, le dije en voz baja a Melecio que nos fuéramos a casa, pero él insistía en quedarse y seguir observando. Era demasiada mi desesperación por irme que cargué a Melecio y salí corriendo, por desgracia los aluxes oyeron mis pasos y comenzaron a perseguirnos, nos tiraban piedritas y las naranjas que habíamos recolectado.

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Militza Ayil Corrí. Corrí muy rápido hasta lograr salir del monte con Melecio. Mi hermanito lloraba mucho, ambos estábamos asustados por todo lo ocurrido, pero también tristes porque no pudimos rescatar ni una naranja para vender; nunca había llorado tanto como aquel día. Al llegar a casa recuerdo que mi abuelo nos estaba esperando para cortar leña, le contamos todo lo ocurrido y no creyó ni una palabra, él afirmaba que nunca había ocurrido algo parecido en el pueblo o siquiera escuchado rumores que se acercaran a la veracidad de nuestra historia. Al día siguiente Melecio ardía en fiebre, tenía mucha tos y diarrea. Mi mamá estaba preocupada, sólo le daba menjunjes caseros, era tan poco el dinero que teníamos que ni nos alcanzaba para llevar a Melecio con el doctor. Pasaban los días y mi hermanito enflaquecía, las plantas medicinales no ayudaban mucho. De pronto recordé el discurso del presidente de mi pueblo cuando dio su primer informe y se reía de felicidad: -Amigos ciudadanos, nunca duden en acudir a mi oficina cuando necesiten ayuda, todos los de mi gabinete estaremos a la disposición de brindarles… No dudé en decirle a mi abuelo que me acompañara a pedirle ayuda para los medicamentos de Melecio, estaba seguro que comprenderían nuestra situación y se apiadaría de un ser inocente que sufría, además de carencias… Llegamos al palacio municipal, preguntando por Mertiras: -Buenos días señorita, ¿se encuentra el presidente municipal? - El señor Mertiras se fue de viaje, no sabemos cuándo regresa. Ya no tenía esperanzas, la enfermedad de Melecio empeoraba, no había monedas ni para la comida, tampoco podía regresar al terreno por naranjas, le temía a los aluxes, solo pensaba en mi hermanito y en aquella tragedia espantosa que arruinó nuestras vidas. 25


Lo que no se sabía de ellos Veinticuatro de diciembre y no comprendieron nuestra situación. Melecio murió, no tuvo la oportunidad de tener un juguete. Los aluxes se lo llevaron, nos castigaron por ser testigos de sus actos; ahora sabía que pasaba con los gatos desaparecidos del barrio y también sé lo que no se sabía de ellos.

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Militza Ayil

ABEL Me nombraron gerente de la tienda Dunosusa de mi pueblo, estoy muy feliz; cuando el jefe me dio la información sólo pensaba en el poco incremento del sueldo que me ayudaría a pagarle las terapias a mi ama. Ese día, saliendo del trabajo, fui a la casa de mi primo Caín. Él es el hermano que nunca tuve, siempre nos revelábamos nuestros más íntimos secretos. Caín es un chico agradable y buenísima onda, siempre ha estado conmigo en los buenos y malos ratos, estuvo en todos mis cumpleaños y graduaciones. Por voluntad de Diosito él no logró terminar sus estudios, le costaba mucho resolver ecuaciones en matemáticas, y prefería escaparse de la secundaria para ir a tomarse unas chelas con los chavos del barrio; yo siempre le decía que estudiara, que estudiar es el pilar para conseguir un buen trabajo, pero le valió un dedo y ahora se dedica a ayudar a nuestro tío en su tapicería. El caso es que, ese día, llegue a su casa y me hizo pasar, me senté en el sofá y me ofreció unas sabritas y una cerveza:

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Abel Fíjate primo que me nombraron gerente del Dunosusa, mañana comienzo con mi nuevo puesto, ¿a poco no te sientes orgulloso de mi? Claro Carnal, estoy orgulloso de ti y discúlpame hermano, pero tengo prisa y tengo varias cosas por hacer, nos vemos otro día. Me salí inmediatamente de la casa y le dije que nos vemos otro día para tomar una cuantas. Su expresión no confirmaba la emoción sobre mi nuevo puesto de trabajo, pensé que quizá fui muy tonto al decirle, sabiendo su condición de trabajo y lo poco que ganaba. El tiempo pasó, todo marchaba bien con mi familia, con la linda de Juanita, mi novia, en general, en toda mi vida. Pero todo acabó cuando me dio una fuerte gripe, ardía en calentura y mi ama se preocupaba. Lo espantoso y extraño de esta situación es que en la mejilla derecha me salió una bolita que cada día crecía un poco más, como el tamaño de una uva. Al tercer día de estar enfermo sucedió algo terrible, comencé a gritar y de pronto reía como un psicópata; decía cosas como “soy tu dueño satán, llévame contigo”. Parecía un loco a punto de morir, no sentía nada, no era yo, alguien estaba dentro de mí. Escuchaba ruidos extraños “Abel hijo de… te llevaré conmigo”, “Abel, muérete…”; todo era extraño que recorría todo mi cuarto haciendo gestos psicópatas, mi mamá lloraba y decía que me calmara, pero todo seguía igual. Al ver tal aberración mi mamá mando hablar al cura de la iglesia, fue cuestión de unos minutos cuando el sacerdote llego a mi casa. El padre Tomás le dijo a mi madre que se trataba de un hechizo, que se debía romper antes de que yo muriera. El sacerdote me ató en una silla, saco un bote de agua bendita y comenzó a tirarla por todo mi cuerpo, leía unas frases de la biblia y yo me convulsionaba; en ese momento, en la bolita que tenía en la mejilla salieron dos gusanos que recorrían todo mi rostro, el padre logró romper el hechizo, los gusanos desaparecieron y la bolita se desinflamo.

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Militza Ayil Al día siguiente mi mamá fue con una de sus primas para que me leyeran la suerte, pues quería saber cuál era el motivo de mi desgracia, su prima le dijo: Mercedes, las cartas muestran que alguien muy cercano a Abel, lo quiso matar. Todo era claro, no dudaba en saber quién había sido.

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WITINEA



Helen Witinea

PARANOIA

“Si un hombre se acuesta con otro hombre como se hace con una mujer, los dos cometen una infamia y serán castigados con la muerte; caiga su sangre sobre ellos." Levítico, 20:13

I –Y bien, ¿hay algo entre Miguel y tú? –¿Algo? –No, mira, lo que quiero decir es, bueno, estaban mirándose el uno al otro muy fijamente en la clase de química. 33


Paranoia –Y también, últimamente te estás yendo después de la escuela con él. –Quiero decir, no es como que me importe, ni nada… –Yo sólo me preguntaba, ya sabes, Miguel es de una clase totalmente diferente a la nuestra. –¿Clase? –Sabes de qué hablo, no te hagas el inocente. Verlos a los dos juntos es bastante… –¿Raro? –Sí, creo que es raro. Y deja de reírte, que me pones los pelos de punta. –¡Basta ya, Gabriel! ¿Y qué hay con esa risa? ¿Sabes acaso que ya se están esparciendo rumores de esa clase? –¿Qué quieres decir con esa clase de rumores? –¡Vamos, no te hagas! Sabes de lo que hablo, de esos rumores que sólo se dan en un colegio de varones…

II Había presenciado la escena entre Sariel y Gabriel a través de una pequeña ranura dejada por la puerta sin cerrar. Lo último no había podido escucharlo, hablaron tan quedito, que pasó desapercibido a sus oídos. Sin embargo, la expresión desquiciada en la cara de Gabriel dejaba mucho que desear. Miguel no se hacía una idea de lo que sea que Sariel habría de decirle a su, autoproclamado, mejor amigo. Aun así, suponía que no debía de ser algo para nada agradable, lo que era aún más desconcertante, porque estaba seguro de que se trataba de algo que en cierta medida lo inmiscuía de manera maliciosa sin más. 34


Helen Witinea Sabía de qué clase era él, y en qué clase figuraba Gabriel, más no tenía cabeza para pensar concretamente en qué tan malo sería que, estando con tres tristes pesos en el bolsillo; él y Miguel, se llevaran de las mil maravillas. Buenos amigos, solo eso, con una increíble diferencia económica, pero nada más. ¿Tantos problemas veía la gente de ese colegio clasista, que se jactaba de transmitir buenos valores a sus estudiantes, en que un becado anduviera por sus lares? Miguel nunca llegaría a entender del todo la causa del problema.

III –¡Miguel! –Completó el camino a concienzuda carrera para poder alcanzarlo. –Caminemos juntos a la clase de química, el profe debe estar ansioso de enseñarnos todas esas maravillas de los experimentos. –Quedaba más claro que el agua, que Gabriel apreciaba en demasía las clases de química, Miguel por el contrario, siempre se debatía entre faltar o reprobar automáticamente, ostentaciones que claramente no podía darse. La cháchara de Gabriel se extendió todo el camino rumbo al laboratorio, caminando a la par de su ahora amigo, le cruzó un brazo por los hombros acercándose más a él y originando el continuo rose de sus costados. Al llegar al lugar de destino, seguía sin soltarse de su agarre. –Gabriel, creo que deberías soltarme antes de entrar, no querrás que tu amigo se entere de que gustas de juntarte con los de mi clase. –Agregó sin pensar. Gabriel y Miguel se dieron paso en el laboratorio cogiendo, cada uno, una de las batas colocadas en el perchero de la entrada. –¡Hey, Micky! –Gabriel se acercó a Miguel y seguidamente añadió susurrante–, no hagas caso de lo que el idiota de Sariel llegue a decir, está algo paranoico y cree que todos se fijan 35


Paranoia hasta en las horas que le dedico a ir al baño; además está celoso de que me gustes más tú, de lo que me gusta él. Miguel sonriente y más despreocupado se colocó las gafas protectoras y el cubre bocas, y se dirigió a la mesa de trabajo que compartía con María, otra de las más listillas en química. Sariel los miraba a la distancia con recelo.

IV Él y Gabriel se llevaban más que bien. Meses siendo como el pan y mantequilla, abejas y miel. Inseparables, esencialmente accidentales dirían otros. Gabriel pensaría que Miguel seguía siendo tan accidental como la primera vez que le conoció. Inesperado y, al mismo tiempo, oportuno; que aún no había podido asimilar ni cuándo ni cómo había llegado para simplemente quedarse. Tenía la sensación de que llevaba formando parte de él mismo, toda la vida. Supondría que eso era lo que se siente cuando te encuentras a ti mismo en otra persona, que es como tú, pero incluso en un grado más elevado, más extraordinario. Esencial como quererse, era querer que Miguel le quisiera, accidental como sus idas y venidas. era querer que se quedase. Era su sonrisa un tanto chueca, el brillo de sus verdes ojos, su lado tan como Gabriel, oculto, ese que le decía que no merecía la pena tener todas las gemas del mundo, sino que hay que vivir. Ese corazón que enseñaba apretando fuerte las manos para evitar que se viera demasiado grande, como si así no se lo fuesen a dañar. Miedoso. Mirarle era lo más parecido a mirarse a sí mismo en un espejo y gustarse tal cual era. Como si el reflejo que le devolvían sus esmeraldas fueran una versión propia y mejorada. Tan desastre

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Helen Witinea y a la vez tan detallista, tan fuerte y frágil, risa y lágrima, guerra más paz. Tormentosa y tan calma. De antes de Miguel, Gabriel se recordaba siempre fuera de lugar, como si no perteneciera a ninguna parte. Y entonces llegaba él, con su risa escandalosa, su paso de modelo, sus cabellos desgarbados y su voz entrecortada; rompiendo todos los esquemas a los que se habría acostumbrado en casa. Era el mejor ejemplo de cómo las apariencias engañan. Y aunque para otros, Gabriel pudiera verse pequeño, frío y lejano a sentir, tenía la certeza de que con Miguel nunca le faltaría calor, ni besos en la frente, ni abrazos con miradas cómplices, ni vicios de no pagar. Y nunca estaban de más las caricias en la espalda, porque bien sabía que Miguel, como si fuera consigo mismo, podía contar.

V –Tenía que hacerlo Gabriel –aseguró Sariel mostrándose tan o más desarreglado que los pordioseros fuera del McDonald´s–, él te estaba arruinando. –El cuerpo inerte de Miguel yacía desmadejado en uno de los cubículos de los baños del segundo piso. Sariel se frotó la cara sucia manchándola de sangre si aún quedaba algún espació sin cubrir del líquido vital del cuerpo del pobre e inocente chico de ojos verdes. –. ¡Él se robó a mi amigo! –Enfatizó, para seguidamente tirarse de los cabellos de manera desesperada – Gabriel, no podía permitirles que te llamaran marica a tus espaldas. –Finalizó con ojos desorbitados y llenos de locura. Nadie hablaba a espaldas de Gabriel, nadie odiaba a Miguel por su clase social, nadie le prestaba atención a Sariel más que el siempre benévolo y preocupado Miguel que obligaba a Gabriel a permanecer junto a él. Su escuela no era solo de chicos, era una escuela mixta. Nunca existieron tales rumores lacerantes en contra de la homosexualidad de Gabriel, a nadie parecían importarle sus preferencias. 37


Paranoia Excepto a las alucinaciones de Sariel. Sariel había dejado de lado su medicación varias semanas atrás…

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Helen Witinea

Estigmas “…Llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús” Gálatas, 6:17

Aún recuerdo, con pesadumbre y buena lucidez, la gran primera vez que mi madre me llevó a la iglesia. Tenía tres años, era mi presentación, justo como María y José hicieron con Jesús hace más de dos mil años sólo por ser varón y ser el primogénito; y no es como que haya visto o sabido a ciencia cierta la veracidad de este gran acontecimiento en la vida de nuestro salvador, simplemente eran vanas conjeturas de una mente infantil. En realidad, la tradición del Jerusalén de antaño dictaba que los padres del niño debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o pichones de paloma; lo bueno era que ni vivíamos en Jerusalén, ni cerca del año cero, ni yo tenía “padres”, así, en plural. Mi madre me había mantenido por sí misma y de mi padre, ni siquiera sabía el nombre. Desde el momento en que nací, mi destino ya estaba marcado, yo estuve marcado. 39


Estigmas El dichoso acontecimiento ocurrió una madrugada, de un 25 de diciembre, a los treinta y tres minutos de un nuevo día; por dicha temeridad se resolvió llamarme Pablo de Jesús. Mi madre, y su madre, y la madre de su madre, precedían una tradición por demás católica; siempre fueron de esas señoras fufurufas que no se conformaban con ir todos los domingos a misa de siete de la mañana, sino que se la pasaban metidas en la iglesia cada que podían; y presta atención a todo esto que te estoy diciendo, porque es la clave de cómo van a terminar las cosas. También recuerdo, con más pesadumbre y aún más lucidez, la primera vez que mi madre me llamó pecador. Tenía seis años, había comenzado la escuela primaria y ya vislumbraba que no quería llamarme Pablo nunca más, que al igual que el Espíritu Santo, mi existencia se concebía en algo más abstracto, más allá de mí ser varón. Si mi madre hubiese podido, me habría apedreado hasta morir, como a una vil prostituta. La segunda gran vez que mi madre me llevó a una iglesia, fue para participar de una misa de sanación, tenía diez años. Un acto fantástico en el que los asistentes caían uno a uno y se retorcían en el piso mientras el cura ofrecía la homilía, a los más raudos se les separaba del grupo y se les aplicaba un exorcismo en una sala contigua a la capilla. Mi graciosa madre creyó conveniente que yo debía recibir uno de esos, como si fuesen caramelos que podías repartir a diestra y siniestra, que porque la “aberrante situación” que me involucraba no podría ser de otra causa más que la de un demonio queriendo usurpar mi cuerpo y mente. Ojalá nunca hubiera tomado tan equivocada decisión. A los doce años, mi madre me abofeteó en frente de la madre que era directora de la escuela católica a la que asistía. Estaba en primero de secundaria y Juan me parecía bastante bonito, a pesar de odiar mi nombre, adoraba imaginarme siendo Jesús y él, mi discípulo más amado. Blasfemia.

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Helen Witinea A los quince, las primeras señales se presentaron como manchas rojas visibles en las palmas de mis manos. Dolían, dolían demasiado. A los dieciséis, no sólo había marcas en mis manos, mis pies también habían comenzado a doler. A los diecisiete fue mi costado. A los dieciocho la sangre se tornó visible. Mi madre estaba extasiada, los médicos no encontraban causa posible de “mi enfermedad” sin embargo, yo lo sabía, mi madre lo sabía, mi abuela lo sabía, todos los sacerdotes que vi a lo largo del proceso lo sabían. Era un elegido y yo lo odiaba. El frenesí que presentaba mi progenitora nunca tuvo punto de comparación con cualquier otra cosa que hubiese conseguido antes, ella era quien se sentía bendecida y recompensada, para todo el tiempo fue un infierno. Recuerdo que solía decir que Dios la estaba recompensando por mis años de absurda adolescencia en los que ella sufrió más que nunca –y en los que yo amé, a mi adorado Juan, más que nunca–, que si presentaba las marcas y dolencias de la pasión de Jesucristo era únicamente porque se me consideraba santo y que, si era una señal divina, ella no era quien para cuestionar los designios del Señor. Lo odiaba, odiaba las marcas, odiaba la sangre, odiaba el dolor. La odiaba a ella. Aún recuerdo, con infinita pesadumbre y muy poca lucidez, la última vez que mi madre me llamó por mi nombre. Tenía dieciocho y estaba cansada, cansada de ser Pablo, cansada de ser un elegido, cansada de ser elogiada por algo que no había pedido, por algo que no tenía justificación otra, más que el egoísmo humano, la locura y la obsesión de una mujer fanática que con sus acciones buscaba eximir los pecados de su hijo. –Pablo, ¡¿qué has hecho?! 41


Estigmas –Yo nunca quise ser Pablo, mamá. Mucho menos, jugar a ser Jesús. De poder haber elegido, me hubiera gustado ser María Magdalena. Entre mis manos, marcadas por los estigmas, sostenía unas tijeras; y la sangre que supuraba de mis yagas, no tenía comparación con la que salía a borbotones de mi miembro amputado. Mi cuerpo lloraba sangre al igual que todas las noches, desde hacía tres años, mi madre rasgaba mi piel con amable parsimonia.

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Estigmas

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