EL CINE Y LA ENFERMEDAD MENTAL DEL ESTIGMA A LA VISIBILIDAD
Eduardo Nabal Aragรณn 1
PRESENTACIÓN Esta no es una historia del cine ni una historia de la locura sino la de una sola locura: la pasión por el cine incluso en sus manifestaciones más extremas, aquellas que nos hablan de un factor social o psicosocial estigmatizado donde los haya: la enfermedad mental y los llamados “enfermos mentales”. Posiblemente los grandes perdedores en las batallas por los derechos civiles del siglo pasado. Al documentarme para escribir sobre este tema iba dándome cuenta de que entraba en un terreno peligroso en cuanto al nivel de mi propia implicación emocional ya que el cine ha sido una de mis grandes patologías al menos hasta los treinta años. Algo así como un sucedáneo de la llamada “vida real” propio de un personaje de Tennesse Williams o de algunos personajes más recientes retratados por Almodóvar, Cronenberg o incluso el mítico Bergman. Creo, no obstante, que hubiera sido una cobardía por mi parte dejar de
abordarlo por temor
de
que
mis conocimientos de
cine,
descompensados respecto a mis difusos conocimientos de psiquiatría y psicología, fueran a reforzar la visión crítica de una institución que “ya no se lleva” y que, a la vez, está atemorizada por la opinión de que tiene algo de ciencia todavía a prueba, de control social y de alienación del individuo. Nadie quiere que “advenedizos” se metan en su terreno, pero esto se da con mayor vigor aun en el estamento médico-psicológico que se escuda tras la aparente neutralidad ideológica de “lo científico” con mayúsculas. No obstante, los testimonios de enfermos, la antipsiquiatría de los sesenta y setenta, la propia evolución de la sociedad o casos concretos como su timorata reacción frente a elementos como el VIH han demostrado que hay una enorme, variada y dispersa ideología detrás de prácticas institucionalizadas y aparentemente nada relacionadas con la política o el inmovilismo social. Neutralidad que, afortunadamente, ya no profesan tampoco los psiquiatras y psicólogos que no abrazan la institución a ciegas.
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LA ENFERMEDAD MENTAL EN LA PANTALLA
1 – Los precursores Antes del cine estuvo la fotografía y antes de “los locos” ( luego “enfermos mentales”) estuvieron, como dice Foucault, “los anormales”. El sufrimiento que provoca la enfermedad no implica que debamos ignorar algunas tesis sobre el nacimiento de la institución psiquiátrica relatada, entre otros, por Foucault en “Historia de la locura en la época clásica”. El pensador
estudia con
demoledora precisión de historiador
iconoclasta el paso de las brujas y los curanderos a los modernos médicos, pero ante todo analiza cómo surgen los distintos tipos de enfermos y enfermedades: la mujer histérica, el criminal, el vagabundo, el asocial, el mendigo, el llamado “discapacitado intelectual”, el pervertido, la ninfómana, el exhibicionista etc. Ni la enfermedad ni los remedios surgen de la noche a la mañana. Basta ver a Ofelia y a Hamlet de Shakespeare, a Edipo y Antígona de Sófocles y a otros recogidos por la cultura psicoanalítica. Pero, siguiendo a Foucault y a historiadores en su misma línea, es obvio que la organización urbana y la visibilidad de los sexos y las clases sociales hacen evolucionar la psicología y la psiquiatría desde la especulación, o incluso el temor de carácter religioso, hasta el campo de una ciencia y de diversas prácticas que van de la asistencia al encierro, y de la nomenclatura al estigma. El nacimiento del cine había coincidido con el cambio de siglo, la revolución industrial, el avance de la fotografía, el desarrollo de las grandes urbes y el auge de la mecanización del trabajo, causa y consecuencia de los cambios socioeconómicos. También con la aparición y consolidación del psicoanálisis, la investigación sobre “las enfermedades del alma”,
la construcción de “manicomios” y la invención de
determinadas categorías de individuos dentro de la sociedad urbana como prostitutas, antisociales, vagabundos, “gentes de vida disipada”, “sin techo”, homos callejeros, alcohólicos, ladrones, extorsionadores, timadores o gente con parafilias, entonces muy numerosas. Resulta asombroso que hoy –cuando el psicoanálisis se da por desfasado y la antipsiquiatría por perniciosa- sean los biopics los que den algún tipo de visibilidad a
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los enfermos mentales, incluso falseando su historia como sucede con las de Nash, Keats, Plath, Van Gogh (de Minelli a Robert Altman) , Woolf (“Las horas”, “Mrs Daloway”), Dalí, Artaud, Bacon (El amor es el demonio) o Frances Farmer. Son de esta primera época primeras películas centradas tanto en la figura del antisocial como en la del “mad doctor”. Todos los cambios propios de la vida de las ciudades van unidos a la industrialización, la alienación laboral en grandes fábricas y el surgimiento de la burguesía urbana y sus doctores. Hay barrios respetables y barrios temibles. La figura de Jack el Destripador aparece unida a la de la prostituta o la “mujer caída”. También la emergente medicina se fija en los disidentes políticos, en el nacimiento del feminismo o en los que pueblan las tabernas después de salir del trabajo. Un nuevo concepto de moralidad y normalidad, apuntalada por el cristianismo y sus variantes, se ve reforzado en ciertos lugares de encierro, no de delincuentes sino de algo distinto (y puede que incluso peor): “los anormales”. Aparece como dice Williams en una de sus obras “El país del dragón” un país inhabitable que, sin embargo, está habitado. Las fotografías de antiguos psiquiátricos, hoy tan frecuentados por el cine de terror psicológico, son esclarecedoras: a veces parecen cárceles, otras hospitales victorianos y otras casas de campo, pero son, sobre todo al principio, lugares de higiene social y saneamiento, no de las clases populares sino en especial de esa marginalidad – con tintes racistas que aún perviven- que suele acompañar a la pobreza y la exclusión de personas o grupos impopulares. Está bien documentada la persecución de las brujas y sanadoras por parte de sacerdotes y médicos en libros como “Brujas, comadronas y enfermeras” de Bárbara Ennreich y Deidre English o la más reciente “El Calibán y la Bruja: Capitalismo y acumulación originaria” de Silvia Federecci. Es posible que la cuestión no sea tan clara como lo plantean estas autoras pero no hay duda de que el poder que adquieren los médicos se ve investido de cierto carácter religioso y de que persigue las prácticas de las mujeres sabias como muestran las ficciones literarias o cinematográficas que encontramos en algunas películas de Dreyer o en novelas de Jeannette Winterson (“La mujer púrpura”). Ya con anterioridad a Freud habían existido escuelas psicológicas en Europa y, bajo otras coordenadas, en otras partes del mundo, pero era difícil articular como ciencia o medicina lo que eran prácticas de higiene social o de curanderismo cuando no de control y regulación de los “hombres infames” y las “mujeres desviadas” o, como diría 4
Foucault, “de creación de sujetos”. Estudia el autor el nacimiento por esta época de las prisiones
lo que guarda cierto paralelismo, pero no deben confundirse ya que su
desarrollo es distinto: un psiquiátrico penitenciario es mucho más restrictivo en cuestión de derechos que una prisión (como vemos en el filme catalán “Las dos vidas de Andrés Rabadán”, sobre un suceso real). Expresiones con connotaciones médicas como escopofilia, voyeurismo o exhibicionismo tomadas, en ocasiones, de escuelas psicoanalíticas aparecen con posterioridad vinculadas al séptimo arte. En el libro “El árbol mágico” de Peter Sloterdijk vemos retratados los primeros manicomios o más bien lugares de confinamiento y/o custodia en la Francia pre-revolucionaria así como a los antecesores del psicoanálisis, mesmeristas, curanderos, hiponotizadores, un mundo que reaparece en películas como “Bedlam”, de Mark Robson, o “Quills”, de Philiph Kauffman, sobre la vida y “la obra” del Marqués de Sade (otra figura controvertida a la hora de hablar de la construcción de la identidad sexual de aquel momento en la burguesía). Las imágenes de esos antiguos manicomios (no podemos todavía llamarlos psiquiátricos)
-que muestran lugares inquietantes y sombríos, sórdidos y oscuros-
aparecen en películas de terror ( “Bedlam”), son presentadas bajo regímenes totalitarios o mostrando a personajes históricamente nefastos como en “Shutter Island”- con sus ecos del nazismo y la caza de brujas- y, sobre todo, en “Walkoda, el médico alemán” sobre el doctor Menguele refugiado en un pueblo de la Patagonia en Argentina e incluso en “Cukoo” de Milos Forman, que contiene reminiscencias de las terapias agresivas practicadas en la Checoslovaquia y sus falsas terapias de grupo Podemos hablar, sin temor a exagerar demasiado de “La invención de la enfermedad mental” en siglos anteriores, documentada por Foucault en su “Historia de la locura en la época clásica”1 y sus posteriores “Enfermedad mental y personalidad” y “La vida de los hombres infames”. 1
Son infames las brujas, perseguidas ya desde tiempo
Federecci, Silvia. El Calibán y la Bruja. Capitalismo y acumulación originaria. Editorial Traficantes de
Sueños, 2013. Foucault, Michel : Historia de la Locura en la Época Clásica (Editorial Siglo XXI) Mannoni. Maud. Ellas no saben lo que dicen. Virginia Woolf y la feminidad Editorial Nueva Visión Walkowicz, Judith. La ciudad de las pasiones terribles. Cátedra, Feminismos.
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inmemorial, los mendigos, los vagabundos, los borrachos; no son
considerados
propiamente criminales pero si personas a las que hay que tutelar. Las imágenes de estos antiguos manicomios (no podemos todavía llamarlos psiquiátricos) aparecen en películas de terror (como “Bedlam”) o cuando se presentan bajo regímenes totalitarios o nos muestran a personajes históricamente nefastos como en “Shutter Island”- con sus ecos del nazismo y la caza de brujas- y, sobre todo, en “Walkoda, el médico alemán” sobre el doctor Menguele refugiado en un pueblo de la Patagonia en Argentina e incluso en “Cukoo” de Milos Forman, que contiene reminiscencias de las terapias agresivas practicadas en la Checoslovaquia y sus falsas terapias de grupo Si no son inventadas, son al menos categorizadas como tales figuras abstractas la mujer histérica, el sodomita, la frígida, el monstruo moral. “Hysteria” de Tania Drexler es una comedia social británica protagonizada por Hugh Dancy sobre la invención del vibrador en la Inglaterra Victoriana a partir de la patologización de la sexualidad femenina y las ideas que empezaban a separa la sexualidad y la procreación, todavía con grandes resistencias por parte de la Iglesia y otros sectores. No obstante, la directora incluye también al incipiente movimiento de emancipación de la mujer mediante el personaje de la atrevida Maggie Gyllenhaal, un movimiento que aunque cueste creerlo , nació divido desde un primer momento en diferentes corrientes, aunque al principio casi todas orientadas a conquistar derechos básicos como el sufragio, la igualdad de salarios…. Aparece en el cine a comienzos de los 60 la figura del Dr. Freud como objeto de una interesante aunque fallida biografía (cuya mala prensa es, no obstante, algo exagerada) a cargo de John Huston y las de otros médicos de escuelas similares aunque no iguales. Con Freud llega el descubrimiento del inconsciente y las pulsiones, el mundo de los sueños, los traumas y la sexualidad infantil e ideas muy avanzadas sobre la homosexualidad y la heterosexualidad, aunque su inmersión en lo femenino tiene resultados muy discutibles modificados por las feministas que se acercan al psicoanálisis con posterioridad. Sin embargo, las ideas de otros doctores de la época sobre las parafilias o la transexualidad así como el estudio serio de la esquizofrenia tendrán que esperar. Figuras como W.H. Auden dedicaron epitafios en la tumba de Freud y, aunque vieron su arrogancia (una característica de su profesión entonces y, de otro modo, también ahora) alabaron el carácter revolucionario de algunas de sus ideas, investigaciones y postulados. No obstante, los postulados más avanzados elaborados a partir de las teorías y los discursos psicoanalíticos tuvieron que esperar no solo a Lacan 6
o Marcuse sino, sobre todo, a las intervenciones de la teoría y la práctica feminista con Laura Mulvey, Teresa de Lauretis o Judith Butler. Hysteria, la simpática película de Tania Wexler, a pesar de sus chistes gruesos y damas insatisfechas tiene su alegato profeminista e incluye un personaje gay encarnado por Rupert Everet pero se muestra algo superflua al suponer que el vibrador es el mismo remedio para mujeres muy diferentes entre sí, favoreciendo la comedia sexual y e enredo en detrimento de la reflexión. Obviamente “Hysteria” se presta fácilmente al chiste grueso sobre la sexualidad de mujeres de clase media alta, pero la realizadora contrapone al joven e idealista médico encarnado por Hugh Dancy un gay escéptico al que encarna Rupert Everett y, sobre todo, una mujer joven que lo enfrenta a la realidad de la calle, (la pobreza y las mujeres sin recursos) identificada con el naciente movimiento urbano de emancipación femenina y de lucha contra la pobreza urbana. El que algunas de las primeras películas sobre la enfermedad mental sean ya películas sobre científicos locos, maniacos sexuales o mujeres histéricas demuestra que el imaginario mas comercial no se ha renovado mucho. Pero ya Wiene realizando Caligari el año que subió Hitler al poder y algunos literatos como Chejov, Artaud, Mary Shelley o poetas como Rimbaud o incluso Lorca mostraron que el arte puede a la ciencia porque, en el fondo, es una mentira igual pero más hermosa. Muchos autores o cineastas como Dostoievski, Lang o Stroheim (asociando locura y pobreza en “Avaricia” como ocurre en “El viento” de Sjostrom, con Lilian Gish en el papel de una mujer asediada por grandes huracanes que acaban debilitando su salud física y mental) mostraron desde el principio en algunos de sus trabajos que no se puede separar la salud mental de la sociedad, la economía, la historia, la geografía, la religión, las costumbres, la interdepencia con otras “ciencias” e incluso con otras ramas de la “medicina”. Nació la psiquiatría como ciencia
en un momento, los albores del siglo XX, de gran
convulsión política y por eso muchos, antes de la antipsiquiatría, desconfiaron en distinto grado de la salud de los doctores y los intereses que protegían, entre ellos la alienación de la clase obrera, la subordinación de las mujeres, el estigma sobre otras formas de vivir la sexualidad y el mantenimiento de las jerarquías dentro de instituciones como la familia o el espacio urbano Uno de los problemas presentes al hablar del cine y la salud mental es el tema LGTB o femenino/feminista a causa de los cambios culturales y la situación en diferentes países. El suicidio de jóvenes LGTB no supone que todos ellos tengan una visión igual del 7
mundo (según vemos en el deshinbido Patrick (maravilloso Ezra Miller) de “Las ventajas de ser un marginado”). Novelas como “Mrs. Daloway” (que conoció una elegante adaptación a cargo de la realizadora Marleen Gorris. han sido muy estudiadas por especialistas como la psicoanalista Maud Manoni, pero todas las escuelas tienen sus límites, y la autora, universalmente famosa, no analiza el lesbianismo, la clase social, las ambivalentes opiniones políticas ni la sociedad en la que vivió Woolf o Foster (“Maurice”) retratada en películas no solo de la época sino sobre todo de etapas posteriores si bien en el cine primitivo han aparecido ya nombres que van a ser decisivos en la representación de la enfermedad mental como Hitchcock, Dreyer, Lang o Stroheim, el adusto mayordomo que acompaña a la norma Desmond de “Sunset Boulevard” en todas y cada una de sus locuras de actriz del mudo en decadencia y olvidada por los grandes estudios
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2 - El psicoanálisis.
Con el cambio de siglo llegan al panorama médico y al panorama social y cultural el Dr. Freud y sus correligionarios con una nueva disciplina: “el psicoanálisis”, que no surge de la noche a la mañana ni es obra de un solo hombre aunque se hayan identificado las raíces del psicoanálisis con la figura del Doctor Sigmund Freud, hasta la extenuación, para bien y para mal. Como nos muestra la hoy algo caduca película de John Huston, con él llegan sus enemigos, discípulos y rivales. Su pensamiento que hoy nos parece mojigato fue en su momento cuando menos inquietante al poner en cuestión verdades aceptadas que afectaban a la organización social y familiar. Freud hace evolucionar sus primeros postulados, algo reaccionarios al comienzo, y hoy algo desfasados, Atacado en su época por sus ideas sobre la sexualidad infantil, modifica muchos de sus presupuestos iniciales sobre “la mujer caída” o la división homosexualidad/heterosexualidad la burguesía vienesa o el control de los impulsos inconscientes. En uno de sus pocos actos de humildad el Dr. Freud afirmó “Los poetas y los artistas descubrieron el inconsciente antes que yo”. El movimiento feminista, antirracista y LGTBQ ha rescatado algunos aspectos de la obra del médico vienés desde ópticas renovadas tal como ha hecho con la obra de Jacques Lacan, también objeto de fuertes polémicas dentro y fuera de su ámbito de actuación y que entronca a la vez con e análisis y la moderna filosofía . Lacan fue expulsado de la escuela de los psicoanalistas asociados, pero su obra tuvo repercusión y una gran influencia en los estudios raciales y culturales. A pesar de su desfase, algunas de las ideas de Freud (recogidas por pensadores como Marcuse) siguen siendo revolucionarias. Otras siguen empleándose como ocurre con las nociones de Eros y Tanatos (“Un tranvía llamado deseo”, bajo un prisma personal y poético) o de Duelo y Melancolía (en varios dramas sobre la muerte de un familiar 9
cercano como “The door in the floor”, “Imaginary Heroes”, “Una casa en el fin del mundo”, donde se muestra además la doble moral de la sociedad estadounidense en diferentes momentos de su historia y que entronca con aspectos más complejos de la teoría queer. A este respecto, aunque no aborda mucho el tema del cine, es interesante “Teoría queer y psicoanálisis” de Javier Sáez (Editorial Síntesis). El incesto aparece en “Savage grace” del iconoclasta Tom Kalim, que nunca ha temido las llamadas “imágenes negativas”, y está inspirada en un hecho verídico lleno de morbo potencial llevando al exceso y así parodiando ideas sobre el incesto, las enfermedades psicosexuales, el de Edipo o el aburrimiento y la soledad dentro de la familia burguesa. Los abusos sexuales aparecen en “Mysterious skin”, la penúltima película hasta la fecha del gran Gregg Araki sobre una novela de suspense psicológico y esos jóvenes tristes o desesperados pero llenos de poesía interior en la Norteamérica profunda. Las españolas “Elisa K” y “No tengas miedo” de Judith Collell y Montxo Armendáriz, ambas apreciables pero superadas por algunos títulos extranjeros también recientes como la citada “Mysterious skin” de Araki o la italiana “La bestia en el corazón” de Cristina Comencini, que no se limitan a compadecer a las protagonistas sino que muestran su evolución. Los recuerdos y las emociones reprimidas llevan a buscar casi siempre las causas de la enfermedad mental en la infancia o en la adolescencia, pero también esto suele conducir a errores de bulto y a terapias largas, caras y casi inútiles, sobre todo de carácter psicoanalítico. Se incluye además a un sector hasta el momento obviado en el cine LGTB destinado al gran público: los niños, los adolescentes, los y las transgéneros etc. Algunos teóricos como Roland Barthes especularon sobre la capacidad de seducción del cine al tiempo que cuestionaron esos mecanismos de identificación en el cine de Hollywood. Aunque la verdadera revisión la realizarán las y cineastas feministas. Y solapadamente historias como la de Sabina Spielrman (paciente de Jung y posteriormente una de las primeras mujeres en la historia del psicoanálisis) o Virginia Woolf (conocedora de las tesis de Freud) ya pusieron en evidencia (como Lou Andreas Salome) algunos de los presupuestos patriarcales o machistas de los primeros doctores. Freud como muchos otros de los implicados en la misteriosa historia del psicoanálisis combinaba una visión muy radical de la sexualidad, tomada por algunos surrealistas o en una versión más barroca y poética por Tennesse Williams en su legendaria “Un tranvía llamado deseo” de Elia Kazan, que no solo desafió a la censura vigente sino que también hizo que las interpretaciones (al menos las de actores y actrices adscritos al famoso Método inspeccionaran de otra forma las 10
emociones de sus personajes, actuarán con todo el cuerpo y llevaran el dinamismo de la actuación teatral a la gran pantalla. “En “Los misterios del alma” (subtitulada como “un film psicoanalítico”) G.W. Pabst, un pionero del cine mudo alemán aborda el descontrol de las emociones, los sueños, las relaciones familiares deterioradas, el envejecimiento, logrando una de las primeras películas de prestigio sobre el psicoanálisis. Cine mudo visualmente imaginativo para describir el descenso al abismo de un hombre maduro y “corriente”. Aborda el deterioro mental y el descubrimiento del inconsciente mostrando a los vecinos como amenaza difusa, y potencialmente imaginaria, que toma forma en sus barrocas figuraciones oníricas. El filme incide en el mundo de los sueños que dio mucho juego en el cine mudo en trabajos como “La concha y el reverendo” de Germanie Dulac con la intervención de Artaud o
en algunos de los primeros trabajos de Clair, Cocteau o
Buñuel. Pero Pabst forjado en el cine mudo de calidad realiza una cinta tan visualmente fascinante como, en algunos aspectos, llena de ingenuidad al mostrar el desequilibrio de su maduro personaje. Un filme que demuestra más el buen hacer del director que su capacidad para reflejar con veracidad las ideas de Freud y el psicoanálisis, logrando, eso sí,
una atmosfera tensa y onírica que también encontramos en el homoerótico e
igualmente onírico “La sang de un poète” de Jean Cocteau. El filme de Pabst se centra en un matrimonio burgués
y en concreto en el elemento onírico y las pulsiones
inconscientes del “hombre de la casa” inmerso en una extraña pugna con su mujer y sus vecinos. Ya en sus títulos de crédito cita al Dr. Freud, pero desarrolla sobre todo su faceta relacionada con el subconsciente o los sueños eludiendo parte del aspecto más iconoclasta de su obra. Freud estuvo cerca del filme pero al final no quiso participar en él. La película es un poco simple en sus planteamientos con respecto al psicoanálisis aunque Pabst, con su impresionante puesta en escena, logra reconstruir de una forma pionera el universo de los sueños que significan otra cosa de lo que parecen, adelantándose y superando al Dalí de los anticuados sueños “Recuerda” de Hitchcock. Curiosamente el filme de Pabst, a pesar de cierta ingenuidad, es mucho más delirante e imaginativo que la famosa película de Hitchcock, bien realizada pero con un guión bastante chapucero e incluso flojo en lo que a las connotaciones psicoanalíticas del relato . El inconsciente y los sueños volverán a ser los protagonistas de los cortos de Maya Deren y de algunos filmes de Buñuel o Cocteau, siempre ligados a distintas formas de disidencia social, sofocada o no. Pasolini también dibujará paisajes y 11
escenarios familiares donde se mezcla el freudomarxismo (con teóricos como Marcuse) con las ideas poéticas y místicas del autor dejando un campo amplio y subversivo a la literatura y, en concreto, la poesía social como ocurre en “Teorema” o “Edipo Rey”. Aunque hoy nos resulte algo chocante, “Los misterios del Alma” se beneficia de una esforzada interpretación de un maduro Werner Krauss y de una exploración de sus contradictorios laberintos mentales a la luz de una nueva escuela que repercutiría de forma sensacional en el pensamiento moderno: el psicoanálisis y sus variantes. La paranoia de Dalí, los desvaríos de los monstruos, las pesadillas de los doctores fueron objeto de un repaso psicoanalítico bueno o malo, aunque hoy pueden ser leídas de muchas maneras. En el cine primitivo reaparecen resonancias freudianas con elementos de los clásicos de la literatura y también elementos de experimentación y aproximación al cine fantástico en filmes como “La caja de pandora” o “Michael” de Dreyer, con visiones pioneras de personajes sexualmente activos a la vez que rodeados de un cierto aura de irrealidad onírica, al igual que los cortos de Cocteau o Maya Deren (“Meshes in the afternoon”) David Cronenberg en “Un método peligroso” sobre una obra de teatro de Christopher Hampton (Las amistades peligrosas) , una de sus últimas películas y curiosamente unas de las más teatrales, presenta la relación entre Freud, Jung y Sabina Spielrman, mujer pionera en la historia del psicoanálisis y
autora de una densa pero interesante
autobiografía. Se trata de uno de los filmes menos delirantes de Cronenberg a pesar del inflamable material que tiene entre sus manos, la primorosa ambientación y del esfuerzo de los protagonistas, algo que ya ocurrió – de otra manera- con el famoso “Recuerda” de Hitchcock que decepcionó a sus seguidores franceses. En el filme de Cronenberg Sabina hace frente a sus fantasías S/M pero su amor por su terapeuta la lleva a situaciones de confusión que resolverá ella misma, convirtiéndose en doctora. El doctor Freud no pudo aceptar las ideas de Sabina sobre el impulso natural de destrucción en los seres humanos. Su destino fue trágico ya que murió asesinada por los nazis. Es curioso, porque frente a la radicalidad de Freud las tesis de Jung están más conectadas aunque sea de forma indirecta- con ideas de fondo cristiano, y en las facultades de psicología o en la cultura popular (“Mujeres que aúllan con los lobos”) está mejor visto Jung que el famoso Dr. Freud, aunque probablemente las ideas de éste, pese a los resabios machistas -característicos de su clase y su época- que salpican casi toda su obra, son potencialmente mucho más subversivas. 12
El psicoanálisis se interpreta de mil maneras. Pero sobre todo se banaliza con su llegada a EEUU sustituyendo la Viena de cambio de siglo por los estudios cinematográficos de Hollywood y abusando de conceptos como los complejos (el de Edipo, por ejemplo) o los traumas que se curan rápidamente. Esto hace que la secuencia diseñada por Salvador Dalí para “Recuerda” de Hitchcock no logre salvarlo de ser un melodrama romántico inspirado y una eficaz policiaca, pero una versión absolutamente simplista de las teorías psicoanalíticas. Incluso filmes anteriores como “La mujer pantera” o algunos de los títulos más turbios de Josef Von Stemberg resultan más creativos en el sentido de lo onírico o lo fetichista, lo inconsciente y lo reprimido.
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El surrealismo En este apartado pueden caber muchos de los filmes que incluiremos bajo el nombre de cine moderno o incluso algunos citados dentro del cine Primitivo (como Caligari, los filmes mudos de Cocteau, los experimentos de Maya Deren, o los trabajos de Buñuel en determinadas épocas de su vida, desde “Un perro andaluz” a “El ángel exterminador Reúne los nombres de Buñuel, Dalí, Cocteau, Dulac, Maya Deren, Artaud, el cine mudo de Rene Clair o Murnau y creaciones como “Un perro andaluz”, “La edad de oro”, “Le sang de un poete”
Representan la liberación de todos los impulsos como motor
creativo y a la vez socialmente inviable, anarquismo cultural, escritura automática… Por su parte Buñuel continúa desarrollando este carácter surrealista y su aproximación a la locura social o individual en películas como “El”, sobre los celos y la rivalidad, (admirada por Jacques Lacan) “El ángel exterminador”, parábola psicosocial sobre el encierro mental de la burguesía mexicana o, sobre todo, “Belle de jour” donde retrata las variopintas fantasías sexuales y la doble vida de una joven francesa, encarnada por Catherine Denueve, que se llama Severine al igual que la protagonista de “La Venus de las Pieles” de Sacher-Masoch, un clásico estudiado no solo por la psiquiatría tradicional sino también revisitado de otra forma por gente discrepante como el filósofo Gilles Deleuze en su prólogo al famoso clásico. Merece especial atención entre las obras emblemáticas de Buñuel, particularmente en lo que respecta a su relación con la locura o enfermedad mental su obra “ El ángel exterminador”, metáfora de la parálisis de una clase social de Méjico. Las tensiones de Buñuel entre su ateísmo y su educación católica (que de otro modo aparecen en otro surrealista bien distinto, el Villaronga de “El mar”) se ven reflejadas en este título bíblico. No sé si Truffaut estuvo muy atinado al compara esta película del segundo Buñuel con “Los pájaros” de Hitchcock pero ambas, cada una a su modo, nos hablan de fobias sociales, paranoias personal y formas de representar la alteridad en la sociedad cambiante del momento. En “El ángel exterminador” una cena de matrimonios
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burgueses en la casa de uno de ellos se convierte en un infierno cuando nos vamos dando cuenta (antes incluso que ellos mismos) de que no pueden salir, sin razón aparente, de la habitación donde se encuentran: sus conversaciones se alargan, se suceden las excusas hasta que se percatan de que una fuerza invisible y más poderosa que su voluntad les impide salir de la habitación abierta donde acaban de cenar. Buñuel toma elementos del cine de suspense, del melodrama mexicano, de la comedia negra y la sátira social para hacer una extraña radiografía de esa sociedad que llegó a ser -como Francia y de otro modo España- su patria como realizador
y donde se aproximó
también a algunos postulados surrealistas en filmes como “El”, “Archibaldo de la cruz” o “Abismos de pasión”, su personal versión del clásico de la novela británica “Cumbres borrascosas”. Como en muchos de sus filmes, podemos pensar que estamos asistiendo a algo inquietante o algo divertido según el modo en que el director juegue con los personajes, el espacio y finalmente los símbolos de corte freudiana pero también marcados por la religión e incluso por influencias de otros surrealistas, del teatro del absurdo (Ionesco, Beckett) o de la cultura popular mexicana. Así, a medida que cae la noche y los personajes empiezan a derrumbarse ante una situación ridícula pero que se va tornando cada vez más dramática y sombría, aparecen situaciones extrañas que parecen liberar algunos deseos reprimidos de los y las comensales, sobre todo en lo referente al sexo y la violencia) o imágenes que remiten directamente a símbolos de regusto religioso como un grupo de ovejas entrando en el salón, o ciertas cosas que creen ver los personajes cuando tienen sed, hambre o sueño. Hay algo de los “Náufragos” de Hitchcock, cercanos al canibalismo para poder sobrevivir, pero sobre todo las máscaras sociales de una clase biempensante e hipócrita van cayendo con apuntes que nos remiten a otras obras suyas como la Silvia Pinal de “Viridiana” o los recuerdos infantiles de Archibaldo de la Cruz. “El ángel exterminador” muestra más una enfermedad social que una enfermedad mental pero acaba transmitiendo sensaciones que (como en “El proceso” de Orson Welles) remiten a una irritante crueldad, un lacerante sentido del humor y una forma bella de mostrar como “lo siniestro”, “lo atávico” y “lo irracional” se introducen en un entorno cotidiano y nos remiten a obras anteriores y posteriores del cine de terror y suspense como ciertos filmes de Polanski, Carpenter, Araki, Cronenberg o el citado Hitchcock maestros en martirizar al espectador sin dejar de incluir el distanciamiento de un extraño e irreverente sentido del humor.
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No obstante mis dudas iniciales quiero incluir en este apartado “El proceso” de Orson Welles, no solo porque sea una de sus mejores películas (entre las tres o cuatro mejores) sino porque nos devuelve a un autor cuya vigencia atraviesa diversas corrientes y épocas en la teoría y la práctica de la psicología. Hablo de Franz Kafka. Kafka como su protagonista, no solo trabajó mucho tiempo en una gran oficina (algo que, en tono de comedia inteligente, se repite en imágenes de “El apartamento” de Billy Wilder ) sino que además trató de combinar la escritura mas audaz formalmente y más marcado carácter autobiográfico con una vida en la que no obtuvo la fama y el reconocimiento que obtendría después. Kafka y sus criaturas tienen cabida también en la psicología social, en la autobiografía como provocación y en los sujetos que, por su historia personal y familiar han sido objeto de atención del psicoanálisis sino también de corrientes psicológicas que han analizado conceptos como la rutina laboral, la alienación, el complejo de culpa, las taras afectivas o el enfrentamiento con figuras paternas y/o patriarcales. “El proceso”, rodada en 1963, aprovecha el tirón y la falsa fragilidad de Anthony Perkins que acaba de triunfar con “Psicosis” de Hitchcock para convertirlo en un personaje mítico, el Josef K. de una novela de principios de siglo que ha trascendido como un clásico moderno de la literatura. Un adjetivo como kafkiano no solo se refiere a la situación de desazón existencial del Gregorio Sansa- convertido insecto de la noche a la mañana- de “La metamorfosis” sino también a esos laberintos y despachos burocraticos que -subrayados por la iluminación expresionista y las audacias de Welles- crean un clásico moderno que todavía tiene algo de thriller psicológico, thriller metafísico y fabula sobre una sociedad dominada por un miedo que siempre se puede nombrar. En este caso estamos ante un personaje “empapelado” y perseguido sin saber por qué, además de enfrentado a instituciones judiciales todopoderosas con extrañas resonancias al subconsciente atormentado del protagonista, a reflexiones filosóficas y/o teológicas y a un tipo de angustia vital y de aislamiento que volvemos a encontrar en filmes como “Daniel”, “La naranja mecánica” o incluso en algunos personajes de Polanski. Quizá la referencia lejana más interesante sea la de la Alicia de Carroll recorriendo otro laberinto donde se juega con el lenguaje, el doble sentido, la amenaza del poder teñidos aquí de un pesimismo y carga personal lejanos a Carroll pero característicos del autor de “Carta al padre”: . Muestra emblemática de cómo el surrealismo pasa de moda como corriente artística pero se incorpora con libertad en el cine posterior serían algunos episodios o imágenes 16
no solo del último Buñuel sino de autores como Pasolini, Fellini, Bergman o el citado Welles de “El proceso” entre otros muchos. Algo que va a llegar a cineastas contemporáneos harto controvertidos y diferentes entre sí como Haneke, Almodóvar, Akerman, Videnberg (The Hunt) Von Trier, o Bertolucci.
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4- Hollywood años cuarenta y cincuenta. La herencia del psicoanálisis.
El psicoanálisis en su versión reaccionaria estadounidense pasa (de
aquella manera) a la pantalla en los años de la postguerra mundial o incluso antes (como es el caso de La mujer pantera o Noche en el alma de Tourneur). Ejemplos célebres Recuerda (de Hitchcock), Vorágine y Angel Face (Otto Preminger) Secreto tras la puerta (de Fritz Lang) Incidencia en ideas edipicas y causas en la infancia del personaje principal. Timidez en el aspecto sexual y la denuncia socioeconómica. La mujer fatal. El psiquiatra (figuras de distintos tipos). Imágenes pulcras de psiquiatras buenos (Recuerda, Niebla en el pasado) frente a otras imágenes de psiquiatras crápulas o farsantes (Vorágine, La mujer pantera, El callejón de las almas perdidas, El filo de la navaja, Semilla de odio). Este psicoanalis se refina un poco más en títulos de los sesenta como Marnie, la ladrona (con una idea de la curación final tan espectacular como pueril) o algunos títulos de Preminger, Fleischer o Aldrich pero recurriendo también a ideas poco desarrolladas sobre la infancia, los traumas y los complejos adquiridos o recurrentes. Aunque algunos títulos de Hitchcock como La soga, Los pájaros o Marnie han sido reivindicados como filmes potencialmente subversivos por más modernas teorías del género lo cierto es que las explicaciones psicoanalíticas –en algunos de ellosresulta algo simplista. Si la psicología más simple o el psicoanálisis “barato” sirve a Hitchcock en varios para sus resortes de suspense películas aisladas como “Falso culpable”, “Los pájaros” o “Extraños en un tren” parecen indicar que el maestro sabía más de lo que parecía. Hay ejemplos aislados en los que se dan interpretaciones psicoanalíticas discutibles al comportamiento de determinados personajes (Secreto tras la puerta, Vorágine, Cara de ángel- la idea freudiana de Edipo, la mujer fatal, el padre odiado, la madre castradora,
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rivalidad entre hermanos o cuestiones como la cleptomanía, la amnesia o la doble personalidad ) La primera película sería y prestigiosa sobre el alcoholismo es seguramente Días sin huella de Billy Wilder (Basada en la novela “The lost weekend” de Charles Jackson, parcialmente autobiográfica) (Se censura no obstante la homosexualidad reprimida del escritor sin inspiración protagonista de la novela (reflejo del propio autor). Se le presenta como un “adolescente en decadencia” y con una extraña mezcla de celos y recelo de sus seres más cercanos pero su lucidez choca con el convencionalismo de su estirado hermano y su entregada pero algo apocada novia. La secuencia del delirum tremens de “Días sin huella” es una brillante metáfora de la situación interior de un personaje que lucha por salir de la mediocridad, representada ésta por su anodino hermano mayor mientras tiene que enfrentarse a sus propios fantasmas e impulsos autodestructivos. Es el ratón que lucha por salir a la sociedad y es devorado por un murciélago que representa a esa sociedad y a los hombres modélicos de traje gris como su hermano o quienes han conseguido triunfar en sus profesiones. El protagonista de “Días sin huella” ha tenido una infancia de “niño prodigio” con habilidad para la escritura y la falta de inspiración lo sume en una batalla consigo mismo y con un tipo de próspera mediocridad que representa su hermano o de falsa felicidad (que representa su novia, en el filme entregado a él en cuerpo y alma) “Días sin huella” ha influido en películas algo más ligeras – aunque también llenas de zonas sombrías- como “Días de vino y rosas” pero, a pesar de los manierismos de la época, las traiciones al original literario y el algo postizo final feliz sigue conservando una fuerza extraordinaria como melodrama psicológico influido por el neorrealismo y el expresionismo en su estilo visual. “Un tranvía llamado deseo” de Elia Kazan refleja ideas más avanzadas o elaboradas en torno al psicoanálisis, la sexualidad, la depresión grave y el instinto de muerte frente al instinto erótico. Al mismo tiempo está llena de resonancias autobiográficas que pudieron expresarse mejor en Broadway que en Hollywood. Hubo de desafiar a la censura a los ignorantes miembros de la llamada “Legión de Decencia” y, pero su triunfo en Broadway (premio Pulitzer incluido) hizo que llegara a la gran pantalla. El autor y el director mezclan el barroquismo y la sordidez al tiempo que reflexionan sobre la soledad de un personaje que no se hace simpático pero llena la pantalla con su energía 19
dramática y gracias al enfoque poético del autor y la fisicidad que Kazan logro dar a las interpretaciones basándose en las ideas del Actor’s Studio, que con influencia no solo en Brando sino también en otros actores y actrices
que siguieron la pauta de la
introspección e identificación psicológica/psicoanalítica con el personaje y la de actuar con todo el cuerpo (en lugar de solo con el rostro) como se hacía en teatro del momento. Williams refleja en la asfixiante, morbosa y poética “De repente, el último verano” la lobotomía (fallida) a la que fue sometida su hermana, además de insinuar la homosexualidad de uno de los personajes, desafiando -aunque tímidamente-
a la
censura vigente con ayuda del Gore Vidal, encantado de participar en una película tan llena de morbo, estrellas y sorpresas. Williams vivió su homosexualidad en una época represiva y también se acercó al alcoholismo (que queda reflejado en obras como “La gata sobre el tejado de zinc”, sobre alcoholismo, las relaciones parentales y la homosexualidad reprimida o sobre el consumo de drogas y la cultura del éxito y las apariencias en “Dulce pájaro de juventud”, protagonizada por dos seres que temen a la edad). Kazan como a ratos Mankiewicz, Brooks y Huston supo captar la mezcla de drama y poesía del original. Richard Brooks retomaría el tema de la enfermedad mental en su adaptación de la novela de Truman Capote “A sangre fría”, Kazan se aproximará a la depresión de un maduro director de cine en “El compromiso” que guarda un leve paralelismo con “Dos semanas en otra ciudad” de Vicent Minelli, también protagonizada por un maduro e intenso Kirk Douglas, enfrentado a la maquinaria hollywoodiense. Minelli abordó el tema de la salud mental con desigual fortuna en varios de sus filmes, entre ellos la fallida “La tela de araña”, ambientada en un hospital de lujo lleno de gente maniática y malavenida o con mayor fortuna y vigor expresivo en “El loco del pelo rojo” (Lust for life) hoy recordada como “la gran película sobre Van Gogh” aunque muestre algunos tics del cine del momento, ya que Douglas y Minelli- al menos esta vez- vencen a la ñoñería de la Metro. Brooks también retratará el fanatismo religioso en el drama “El fuego y la palabra” y las fantasías sexuales de una joven profesora de niños con diversidad funcional en “Buscando al Sr Goobard”. El último filme comercial de Brooks nos pone en el periplo urbano de una joven en los años setenta que busca sexo y protección ante su caótica situación familiar y a pesar de que su trabajos con niños sordos que parece gustarle se muestra dubitativa e insatisfecha. La película aborda sin evitar cierto tremendismo y moralina final las reprimidas que la 20
protagonista lleva a cabo y su doble vida. Las obras de Tennesse Williams desafiaron a la censura pero, además supusieron una inmersión pionera en un mundo enfermizo, donde se combinan desequilibrio y lirismo, psicoanálisis y sexualidad, vagabundo y miedo a la vida real. Muchos directores se han acercado al universo poético de Tennessee Williams. Uno de ellos fue, contra todo pronóstico, John Huston con su versión fílmica de “La noche de la iguana” realizada en 1964. El universo de Williams, delicado y enfermizo, era opuesto al vitalismo intrépido y viril que desprendía la figura del director de “El tesoro de sierra Madre”. No obstante, compartían dos cosas: el amor por los perdedores y la pasión por las palabras. Huston empezó siendo guionista para la Warner y, salvo en sus mejores trabajos, sus películas descansan más en la fuerza de la construcción dramática de sus criaturas que en una personalidad fílmica coherente. Sé que los admiradores de las imágenes bellas, delicadas o terribles de “Dublineses” y “Fat city” o los que idolatran “clásicos” tan sobrevalorados como “La reina de África” o “El halcón maltés” no me perdonarán una sentencia tan inmisericorde sobre un director hoy muy respetado, aunque algunas de sus películas no tanto. Huston llevaba el cine en las venas, pero desde el mundo de la literatura. La mayor parte de sus filmes son adaptaciones de grandes o pequeñas novelas, de cuentos o artículos periodísticos o, como en ese caso, de una extraña pieza teatral que comenzó siendo un perturbador relato breve. John Huston se atrevió, en la década de los sesenta, a aproximarse a dos de las figuras literarias más controvertidas de su país: el célebre dramaturgo de Mississippi Thomas Lainer Williams, cuando su rutilante figura empezaba ya a declinar en Broadway y la novelista Carson McCullers autora de “Reflejos en un ojo dorado”. Dos escritores de vida azarosa, y personalidad atormentada y dos constructores, desde el lenguaje, de universos poéticos de indudable potencialidad para ser recreados visualmente. Williams tuvo más éxito que McCullers en Hollywood. El teatro bien o mal filmado era un material más cómodo para el cine estadounidense de los cincuenta, y las acotaciones extensas de la prosa poética de T.W atraían a directores, actores, actrices y productores. La sensualidad, la intensidad psicológica y el ocasional desquiciamiento de los seres que poblaban su obra sedujeron, de Broadway a Hollywood, a un público ávido de sensaciones fuertes y de nuevas visiones de la sexualidad, la pareja y la vida americana. El sur, con sus claroscuros y su atmósfera turbia, era un plató ideal para la recreación cinematográfica. Muchos se acercaron a él: Kazan, Brooks, Lumet, Mankiewicz… 21
Huston realizó con “The night of the iguana” una de sus mejores películas a partir de una de las obras más desequilibradas y difíciles de interpretar del autor de “Un tranvía llamado deseo”. Una obra donde la potencia demostrada en otras piezas empezaba a decaer a pesar de la intensidad de los personajes y los elementos líricos recurrentes en su obra. Pero dejemos por un momento el huevo del que salió esta peculiar iguana para centrarnos en el tema de este artículo: La Noche, lo nocturno como espacio de catarsis en un filme apoyado -además de en un espléndido plantel de actores y actrices- en una contrastada fotografía de Gabriel Figueroa. El operador habitual de Buñuel puso luces y sombras a los días calurosos, los cielos nublados y, en especial, a las noches pasionales y tormentosas donde se aman, odian y ayudan las criaturas febriles de “La noche de la iguana”, filmada en un esplendoroso y contrastado blanco y negro. El filme se inicia con un torrente de palabras, un virulento discurso anti-puritano pronunciado por un sacerdote (Richard Burton) que escandaliza a una serie de feligreses que se han sentado en la Iglesia como los espectadores en el cine, en busca de algo perverso o redentor que llene sus vidas. Pero el pastor no pide disculpas por su humana flaqueza sino que injuria a esos fieles que tratan de juzgarlo, interpela a los devotos espectadores y escandaliza con su verborrea a esas damas y caballeros que luego lo van a acompañar en un singular trayecto en autobús hacia un reencuentro con su pasado. Tras el violento prólogo, apoyado en la fuerza de un soberbio y curtido Richard Burton como Shanon- localizado en la blancura de una iglesia- pasamos a los títulos de crédito, la noche, la luna, la iguana, las palmeras, la lluvia, una música lánguida, la oscuridad…y, sobre todo, ese poema que el anciano que acompaña a Hannah busca terminar antes de morir. Williams fue para muchos tan poeta como dramaturgo pues usaba numerosas imágenes, metáforas y trazos líricos (además de tener su propia producción poética) así que podemos encontrar rasgos suyos en casi todos los personajes del filme: el atormentado Shanon, la inhibida Hannah, la promiscua Maxime o el anciano poeta. Aunque la estrella de Williams empezaba a declinar y un nuevo tipo de teatro se imponía aún hoy sus piezas dramáticas siguen siendo una fuente inagotable e inexplorada de argumentos para grandes películas. Eso si, en manos de gente que no se limite a una correcta ilustración como ha ocurrido con la reciente “La pérdida del diamante lágrima”, sobre su único guión cinematográfico y algo tentada por la rutina de la narrativa televisiva, a pesar del esfuerzo del reparto que no se ve compensada por una narrativa que no pasa de la corrección televisiva. 22
En el autobús destartalado donde viaja el atormentado Shanon como guía turístico a zonas tórridas vemos un nutrido grupo de mujeres, generalmente mayores, que, además de hacer fotos y chocar entre sí, vigilan el trayecto tanto físico como espiritual de este sacerdote apartado de la Iglesia por su visión de Dios y del mundo de la carne. Aquí es donde aparece Williams, hijo de predicador y de la cultura de su tiempo, y también Huston que ha apoyado su relato en el retrato complejo de un fracasado, un hombre que ha perdido la batalla más importante de su carrera pero no ha dejado de luchar. El filme está plagado de ese simbolismo que tanto gustaba al autor de “La gata sobre el tejado de zinc” tamizado por el mundo de Huston, un realizador que no solo busca la fuerza narrativa sino también la expresión total de sus intérpretes forzándolos a dar lo mejor de sí mismos en cada secuencia. Como el mesiánico y desquiciado capitán Acab de “Moby Dick”, enfrentado a su tripulación, el reverendo Shanon es un personaje que ha entrado en colisión con el resto de los seres humanos, un “hombre que pudo reinar” y que ahora busca una oquedad desde la que desafiar a ese mundo de estrictas convicciones morales al que un día perteneció. El reino de los cielos está reñido con las pasiones y confesiones que se hacen bajo la luna o las estrellas. El discurso lírico, las situaciones y el universo poético de Williams se lo ponen difícil a un director tentado por las secuencias de acción y -al menos en la primera parte de su filmografía- por los filmes vitalistas y plagados de situaciones trepidantes. Si bien el equipo se fue a rodar a Puerto Vallarta y a conocer los espacios reales de México, la historia transcurre en el interior de los personajes y el relato tiene su núcleo originario en el espacio de una sola y agitada “noche”, que aquí empiezan siendo varias, en las que el mal pastor lucha con sus fantasmas y los de cuantos lo rodean Cuando Shanon (como Blache o como Brick) es desenmascarado de forma inmisericorde por esas mujeres insatisfechas, por esas damas, con cierto aspecto ofídico, en busca de turismo (entre las que se incluye una voraz lolita encarnada por Sue Lyon), arrastra a su tripulación a un pequeño hotel-guarida, la pensión “Dos Mundos” donde se encontrará con dos caracteres femeninos opuestos, la vital y sabia Maxime (espléndida Ava Gadner), una vieja amiga, y la inhibida pero no menos sabia Hannah (un papel hecho a la medida de Derorah Kerr en su mejor época), surgida del universo del autor de “El zoo de cristal”. Con ellas vivirá una de las noches más dolorosas y también más clarividentes de su vida, con las palmeras, la luna, el mar, la poesía y las iguanas como inusitado decorado. Aquí empieza de verdad el teatro, pero Huston no renuncia a hacer 23
buen cine para mostrarnos todo lo que puede transcurrir desde la puesta del sol hasta la desaparición de la luna en un cielo caluroso. En el filme no faltan algunos tópicos algo molestos y varias concesiones al espectador característicos del cine de Huston que casi siempre pensaba en la taquilla y que además rodó este filme para la Metro: esos indios de expresión beatífica lavando a las orillas del río, algunas imágenes turísticas, esas secuencias de Gadner secundada por mulatos con maracas, el lesbianismo de la madura protectora de Sue Lyon presentado de forma posesiva y algo tópica. Si “La noche de la iguana”, a pesar de algunos planos sobrantes, tics del momento y del realizador y de su desigual construcción, se mantiene hoy en pie es porque supone la aproximación de un realizador vitalista a un universo aparentemente enfermo y una visión tal vez menos respetuosa pero no menos lúcida que la que hicieron Kazan o Brooks. La noche a la que hace referencia el filme está construida como una larga secuencia en la que Huston trata de hacer plenamente cinematográfico un pasaje que no oculta su origen teatral. No escatima las palabras del dramaturgo porque sabe que son imprescindibles en el filme, pero las pone en boca de grandes intérpretes filmados con brío a través de primeros planos o planos medios y acompañados de una música frenética o lánguida. Esa imagen de Shanon-Burton agitándose en la hamaca a la que ha sido atado para evitar su autodestrucción, esa visión de Ava Gadner saliendo del agua o de Deborah Kerr ganando la partida verbal al reverendo con su visión peculiar del mundo de la sexualidad y las pasiones reprimidas constituyen algunos de los momentos más tensos y emotivos del cine de Huston: Instantes de buen cine, comparables por su capacidad para seducir al espectador, con el final de “Dublineses”, los momentos más crispados de “Cayo largo” o las imágenes más bellas de “Los que no perdonan” o “Paseo por el amor y la muerte”. Aunque la obra de teatro ofrece otras posibilidades (de hecho fue representada por Bette Davis o Shelley Winters en el papel de una madura pero todavía esplendorosa Ava Gadner) “La noche de la iguana” es una rareza en la carrera de un director que no temió ser devorado por los demonios de la poesía a la vez frágil y violenta del autor de “No sobre ruiseñores”. Este filme constituye una de las cimas de Huston y el inicio de su irregular periodo de madurez que dio lugar a filmes de extraña belleza y marcado 24
carácter literario como “Reflejos…” sobre la novela homónima de McCullers o “Paseo por el amor y la muerte” donde dio a conocer a su hija y su capacidad de adaptarse a los modos del cine de diferentes épocas. Más extremas son su versión de Sangre sabia o su crepuscular y testamentaria Dublineses que muestran que el director busca, con o sin éxito, un lugar el cine moderno de introspección psicológica (no exenta de ironía y un velado pesimismo) , con mayor o menor fortuna. “Nada de lo humano me repugna Sr. Shanon salvo la crueldad y la violencia” dirá Hannah Jackles a ese pastor descarriado, desposeído, al que su falta de fe en la especie humana y su pasión por las jovencitas han llevado a la ruina material y el deterioro espiritual. “Ayudémonos en noches como éstas”. “Soltemos a la iguana”. Williams y los símbolos afloran en el filme como esa luna surcada por las nubes, como esa iguana atada a un cordel, como ese hombre sudoroso y purificado después de un largo viajeprólogo donde no han faltado ni el humor ni la tensión. Por la mañana se ven las cosas de modo distinto, pero lo importante ha sucedido en esa noche de ángeles y diablos y Huston -a diferencia de otros realizadores de segunda fila que se aproximaron sin demasiado éxito al mundo de Williams- ha salido airoso de una empresa tan difícil.
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. Ya en esa época, los años cuarenta y cincuenta, dentro fuera de Hollywood existen algunas películas que sin desprenderse del todo del legado del psicoanálisis vulgarizado analizan el tema del desequilibrio mental desde otras ópticas. Es el caso del filme de Misterio Luz de gas también llamada Luz que agoniza de George Cukor, basada en una obra de Patrick Hamilton y remake de un clásico menor del cine inglés de los treinta. Inducción a la locura por un marido codicioso y manipulador (encarnado por Charles Boyer). Nos muestra un leve alegato feminista respecto a la situación de la mujer dentro del matrimonio y la familia y como el varón se apropia, utilizando todas las armas posibles, de las propiedades de la mujer. Luz que agoniza, muy popular en su momento, cuenta la historia de un estafador (Charles Boyer) que se casa con una mujer (Ingrid Bergman) para obtener su casa y utiliza sus artimañas para hacerle creer que “está perdiendo la razón”. Aparecen elementos como alucinaciones auditivas que no son tales pero también un cierto masoquismo en el personaje femenino que no casa muy bien con el aspecto de Ingrid Berman, aunque como película gótica y de suspense psicológico conserva cierta nobleza, a pesar de algunos elementos manidos o decorados imposibles. En la línea del cine negro o policiaco psicológico encontramos también.“A través del espejo” (Dark Mirror) de Robert Siodmack
una intriga de hermanas
gemelas pero opuestas que incluye la primera aparición en el cine de masas del test de Rorschach ( las láminas se suceden ya en los títulos de crédito), como herramienta para adivinar o resolver un asesinato, distinguiendo a las hermanas. El test se utiliza para 26
revelar quién es la de las dos hermanas que ha cometido el crimen con el que se abre el filme, algo que hoy resulta poco verosímil. Un test que hoy día está algo desprestigiado y cuya finalidad era indagar en el carácter o, mejor dicho, definir la personalidad del encuestado. Frente a la imagen pulcra que dan del psiquiatra oficial algunas películas de Hollywood (como “Recuerda”)
aparecen los crápulas y timadores de “La mujer pantera”
(Tourneur) o el hipnotista estafador de “Vorágine” de Otto Preminger, encarnado por José Ferrer.
También indaga de otra forma en la depresión, sin recurrir a respuestas fáciles, el maestro Hitchcock en su inteligente definición de la mujer del protagonista de Falso Culpable (Vera Miles) , una atípica obra de madurez de Hitchcock rodada en un estilo “realista” poco habitual en el director (depresión, la idea del Estado que destruye al individuo, fobia a la policía de Hitchcock, resonancias kafkianas (El proceso) , ambientación realista, derrumbe de la mujer del protagonista
mostrada con
extraordinaria verosimilitud en su progresivo descenso a las sombras y el mutismo . Las secuelas del miedo y el oprobio social.. En el personaje de Vera Miles vemos que Hitchcock sabía mas de psicología de lo que muestran algunas de sus películas donde los traumas y obsesiones son solo excusa para el suspense o el thriller psicológico. La depresión puede ser una forma de narcisismo o también como en el caso del personaje de la esposa de Balestero en “The Wrong man” “rabia dirigida contra uno mismo/a” El novio de Joan Crawford en el melodrama romántico y a la vez realista “Hojas de otoño” Clift Robertson
es maniaco depresivo, y cleptómano pero el amor
incondicional de una mujer como e y n otros filmes parece redimirlo y ayudarle a salir de sus propia telarañas de autoengaño, la doble personalidad romántico que se acerca, en algunos momentos,
y falsedad. Melodrama
al cine negro con teorías
psicoanalíticas muy básicas de fondo. Solución psiquiátrica como apaño para un final feliz. El personaje de Jack Palance (actor maltratado por la industria y con problemasmaritales) en “El gran cuchillo” o de Richard Burton en “La noche de la iguana” – apartado de la Iglesia por su afición a las jovencitas) evidencian como “Rebelde sin causa” o, sobre todo, “Mas poderoso que la vida” (ambas de Nicholas Ray y rodadas en los años cincuenta) , un sólido y ácido melodrama psicológico y social 27
sobre la
adicción a los medicamentos, en concreto la morfina para unos terribles dolores de espalda en un taxista padre de familia (encarnado por el casi siempre brillante James Manson) con extenuante doble jornada. De fondo, como en “Rebelde…” aparece la crisis de la masculinidad hegemónica en el periodo que se verá aún mas acentuada en películas como la hermosa, lírica y magistral pero deprimente Lilith de Rossen o en “El precio del éxito” de Robert Mulligan (ambientada en el mundo del deporte competitivo y con un duelo interpretativo entre Karl Maden y un joven Anthony Perkins, como padre e hijo en pugna). Películas posteriores como El compromiso de Elia Kazan abordan de forma más o menos realista la depresión que acompaña a la madurez, con resonancias de “Dos semanas en otra ciudad” de Vicent Minelli donde Kirk Douglas interpreta a otro personaje maduro y desencantado arrollado por la industria de Hollywood. Muy popular en los años cincuenta llegó a ser el filme de Nunally Johnson “Las tres caras de Eva” donde Joanne Woordward interpreta el caso real de una mujer con triple personalidad. Pero el filme –a pesar de la esforzada interpretación y algunos momentos intensos esta lleno de un tufillo a la clínica y psiquiatría rancia que acompaña también a las peores adaptaciones de Williams.
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5- Los años cincuenta y sesenta. Otros cines y cine independiente.
Algunas de las películas surgidas a principios de los sesenta (como Lilith, Persona, Corredor sin retorno o David and Liza merecen ser mencionadas aparte no solo por su enrome belleza, hondura y solidez sino porque son pasos adelante en la visión de los lugares de encierro y en las relaciones médico-paciente, cordura-locura) Los cines europeos muestran que hay otras formas menos clínicas y, sobre todo, influenciadas por nuevas escuelas que van surgiendo al margen del ámbito Hollywoodiense. Lilith, una de las películas más desazonadoras sobre la frontera entre la cordura y la enfermedad es el canto del cisne y probablemente la obra maestra de Robert Rossen. Ambientada en un Sanatorio de lujo y de pago frente al hospital público y sin recursos de “Nido de víboras” o “Corredor sin retorno”. Nos recuerda al hospital de lujo de la fallida pero interesante “La tela de araña” de Vincent Minelli, aunque la puesta en escena y la narrativa es más reposada, sombría e inteligente. Como el filme de Minelli el canto del cisne de Rossen apunta la delgada frontera entre lo que llamamos cordura y locura. Hermoso blanco y negro, meticulosa dirección de actores y actrices y evocadora banda sonora de Hopkins para contar esta elegante y cuidada pero triste y demoledora historia de un derrumbamiento progresivo tanto de la joven paciente (Jean Seberg) como del psicológico (Warren Beatty) .Enamoramiento psicólogo-paciente tratado con sutileza incisiva, inestabilidad emocional del cuidador, la lógica del enfermo mental, terapias de grupo, ideas sobre fantasías, psicosis, dramas íntimos, pequeños desgarros y traumas, incluye la famosa frase dicha por una de las pacientes en terapia de grupo. ¿Qué tiene de maravilloso la realidad? Acompañada de una hermosa fotografía en blanco y negro y una melancólica banda sonora Lilith aborda un tema nuevo ¿Quién 29
cuida al cuidador? La belleza plástica de Lilith y su claro pesimismo se ven algo suavizados por el ambiente elitista en el que se desarrolla.
Pero los tiempos cambian y, muy poco a poco, el psicoanálisis es desacreditado como terapia e incluso como algo imprescindible para la historia de la psicología o la psiquiatría. Surge el conductismo mientras los discípulos- díscolos o reaccionarios- de Freud quedan relegados al terreno de la filosofía.
“David y Lisa” de Frank Perry es una producción británica y el debut en el cine de Frank Perry. Basada en una novela de Theodore Isaac Rubin y con guión de Eleonor Perry, sigue siendo la mejor película del director y una de las más peculiares de la década de los sesenta sobre el tema de la salud mental. Frente al envarado y neurótico David al que controla una familia llena de reparos está el personaje de Lisa y su caótico mundo interior que apenas puede expresar con claridad. La institución no queda muy bien parada, pero la historia se ubica en un psiquiátrico cómodo y bien instalado, que poco tiene que ver
con las imágenes de caos, pobreza y de hacinamiento que
encontramos en filmes como “Nido de víboras” o “Corredor sin retorno”. El filme rodado en un brillante blanco y negro- convierte los suaves o agudos ataques de sus protagonistas en momentos de suspense o creatividad, La historia de amor (como ocurre en “Lilith”) es previsible pero no se desarrolla de forma vulgar, porque esos dos personajes (maravillosamente interpretados por Keir Dullea y Janet Margolin) cuentan con secundarios de lujo que sirven de contraste con la insólita personalidad de los dos protagonistas, que superan muchas trabas, reales y/o imaginarias. Nombres como Hodward Da Silva (que ya fuera el barman de “Días sin huella”) completan el reparto de un filme que -rodado en 1962- se mueve entre el “cine sobre psiquiátricos”, el free cinema y el cine independiente de calidad (en la línea de Jack Clayton o incluso Losey). “David y Lisa” se conserva maravillosamente en pie gracias a su valentía y cuidada atención tanto a la definición de los personajes como a pequeños detalles audiovisuales.
Más salvaje y plenamente estadounidense es la única película de fondo progresista del realizador Samuel Fuller (una especie de Arthur Penn algo más conservador y patriotero 30
formado en el cine negro vigoroso). Corredor sin retorno (de Samuel Fuller) denuncia de la violencia en algunos psiquiátricos, investigación periodística sobre los abusos en algunos manicomios, fingimiento, racismo y miedo a la locura. Algunos tópicos junto con algunas novedades poco usuales en el cine de Fuller, con apuntes sobre el periodismo de investigación, el racismo y la interiorización que esquemas dolorosos. La somatización, la imitación de los síntomas que puede conducir a situaciones de enajenación así como el ambiente en que se vive. Algunas claves son las del cine negro, el cine de investigación y el thriller psicológico. Exagerado y algo machista el episodio del “pabellón de las ninfómanas” pero por otro lado el personaje principal no está observado sin demasiada simpatía y algunos secundarios son impagables, siempre rozando el exceso. La narrativa es tensa y vigorosa aunque no siempre convence su mensaje, aunque es inesperadamente combativa teniendo en cuenta el mimetismo de Fuller con la sociedad estadounidense moviéndose el western, el cine negro y el cine bélico. La fotografía expresionista de Stanley Cortez (operador y ocasional realizador) añade sensación de asilamiento, alienación y violencia a un filme que fue descrito por Godard como “La obra de arte de un bárbaro” (una definición que también recaería sobre algunas de las películas de Hitchcock más cercanas al cine de terror como Psicosis, lastrada por la aburrida explicación de un psiquiatra de la época o la mas delirante “Los pájaros” abierta a multitud de interpretaciones. Fuller mezcla personajes y formato, también el blanco y negro, con el color en secuencias muy concretas (contando con el apoyo del excelente operador Stanley Cortez que realiza una de sus propuestas más atrevidas -junto con “La noche del cazador” de Charles Laugtonen cuanto a trucos audiovisuales. En el filme encontramos algunos tópicos heredados del psicoanálisis como el fetichismo hacia el cabello de su hermana que finge el protagonista aunque también virulentos aunque algo confusos apuntes sobre la violencia institucional en la guerra y en una sociedad racista y parapolicial. Algunas figuras como el negro del Klu-Klu-Klan, el veterano de la guerra de Corea o el pabellón de “Las ninfómanas” hicieron las delicias de los cineastas y críticos europeos amantes del cine de Fuller pero hoy se nos antojan muy poco sutiles al lado de las apuestas de Rossen o sobre todo Cassavettes que tanto en “Ángeles sin paraíso” donde retrata un centro para niños con discapacidad intelectual o, sobre todo, “Una mujer bajo la influencia” introducen la locura como un elemento casi doméstico. Aunque el autor consigue que el espectador crea una historia algo descabellada gracias al esfuerzo del protagonista, la fotografía en luces y sombras y, sobre todo, la hiperrealista descripción del interior de 31
un psiquiátrico estatal donde se mezclan todas las patologías pero se separan los sexos algunos apuntes sobre los personajes femeninos dejan bastante que desear en un filme que, a pesar de su documentada ambientación, no deja de ser, como la historia inventada por el codicioso periodista, una sombría fabula con algo de farsa.
Entretanto en Europa el infravalorado Georges Franju (hoy conocido casi tan solo por su película “Los ojos sin rostro”) rueda la popular novela de Herve Bazin “La tête contre le mur” con un resultado más que aceptable pero contagiado de una atmosfera de tristeza que muestra tanto la falta de evolución de la psicología y la psiquiatría en su país como el retrato poco amable de la Francia rural de finales de los años cincuenta, algo que se repetirá en algunas películas de Truffaut (“Los cuatrocientos golpes”) , Bresson o Louis Malle que también se han aproximado, de forma muy distinta, al tema de la enajenación personal, familiar y social . El padre del chico (un adusto juez) y el jefe del manicomio, ubicado en medio del campo donde se ambienta el filme, son dos figuras siniestras. Franju, siempre radical en sus propuestas éticas y estéticas opta por un final infeliz, además de notables libertades para simplificar la intrincada trama del original literario. Un espléndido blanco y negro contrastado y una inquietante partitura de Maurice Jarre apuntalan este filme seco y lánguido que deja una sensación de tristeza e impotencia. En el filme aparece un sanatorio demodé dominado por un psiquiatra con personalidad autoritaria y que dispone de ayudantes para custodiar a “los enfermos”. La película de Franju, muestra -pese a ser su primer largo- un inteligente dominio del lenguaje fílmico y logra más intensidad y menos tremendismo que la novela en que se basa. El tono del filme está a la vez cercano al cine de qualité realista francés de los cincuenta y a algunas propuestas de la “nouvelle vague”, pero sobre todo refleja la forma austera e inquietante con la que Franju cuenta sus historias. Una tristeza algo monótona empaña esta hermosa película injustamente olvidada pero que ocupa un lugar crucial en la carrera un director versátil y adelantado a su tiempo que hoy solo es recordado por su mórbida pero brillante incursión en el cine fantástico con “Los ojos sin rostro”, llena de elementos recogidos mucho después por Almodóvar en su comedia negra, melodrama y thriller psicológico “La piel que habito”. Franju es hoy recordado también por “La sang des betes” uno de los documentales más cruentos y realistas sobre el maltrato animal, ambientado en su integridad en un matadero.
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La depresión y el internamiento reaparecen a principios de los sesenta en filmes de mucho éxito como “Esplendor en la hierba” de Elia Kazan donde se muestra a una joven de familia puritana que, en su búsqueda del amor, se encuentra con el fracaso vital en una sociedad en crisis. La labor de
William Inge y la puesta en escena salvan los
aspectos más relamidos de un filme mucho más adulto que otros protagonizados por Nathalie Wood (que volverá a pisar el psiquiátrico en “La rebelde” de Robert Mulligan) La descripción del hospital donde se recupera la protagonista después de una grave depresión (en la que influyen el desamor y la represión sociosexual en la que vive sin saberlo del todo) Como dice Javier Sáez a propósito del ensayo lacaniano “No future” de Lee Edelman el psicoanálisis es una herramienta valiosa si no nos quedamos en él y lo empleamos para llegar a otros lugares o no-lugares, pero en la institución que muestra Franju está basado en el ostracismo, la hipnosis y un autoritarismo que le confiere (como muestra Franju) poderes parapoliciales.
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6-LUGARES DE ENCIERRO. DE LA CASA DE SALUD AL PSIQUIATRICO ¿Quién eres signo de interrogación? Eres el mas afortunado de los signos de puntuación. Al menos a ti te responden. Pintada encontrada en el muro del manicomio de Clermont Ferrand
(Patricia Dunker, La locura de Foucault)
La primera película hollywoodiense y comercial que denuncia la mala financiación y el verdadero estado de los Hospitales Públicos Psiquiatríco es “Nido de víboras” de Anatole Litvak con Olivia de Havilland (ganadora con varios premios) como Virginia Cunningham, nerviosa
protagonista absoluta de la cinta, una joven con una grave depresión
en un ambiente tenso, frio y sórdido en que encuentra pocas amistades.
Virginia sufre varios traumas que remiten a la visión psicoanalítica de moda en el momento y solo se apuntan algunas de sus causas en la infancia a favor de la ficción. Denuncia de la desidia en los Hospitales Estatales sin financiación y la aglomeración de enfermos, así como la falta de recursos para personal y atención psicológica. Partiendo de una famosa novela se apoya en la eficacia narrativa de Anatole Litvak y en la potencia interpretativa de Olivia de Havilland que conseguiría su primer Oscar a la mejor actriz protagonista y logrando con ello poner el foco en la situación de enfermos con graves depresiones confinados en los psiquiátricos y,
a pesar de sus tópicos
psicoanalíticos (se recurre de nuevo a la infancia de la protagonista como motor último de su desequilibrio, en la tradición de la época ) aportó una bocanada de realismo al tema que hizo cambiar algo la percepción de los enfermos mentales y sus expectativas de curación. La realización de “Nido de víboras”, basada en el best-sellers de Mary Jane Ward (una novela que como el filme ha resistido bastante bien el paso del tiempo) , fue posible gracias a la corriente realista que se impuso de forma vacilante pero más que atractiva en algunos títulos producidos por la Fox como este “The snake pit”, “Odio entre hermanos” y “Un rayo de luz” de Mankiewicz o “El callejón de las almas 34
perdidas” de Edmund Goulding, frecuentando temas de discreta denuncia social con grandes actores y actrices y equipos técnicos que, en ocasiones, imitaron algunas claves del neorrealismo italiano. “Nido de víboras” presenta amables doctores pero en la retina del espectador queda la precariedad, el miedo y sordidez reinantes en el lugar en que es recluida la protagonista femenina. Aunque al contrario que el Cuco no apunta a la clase médica como directora última de la barbarie y gestores definitivas el periplo de Cunningham llamó sin duda la atención mediática sobre lo que ocurría en los psiquiátricos públicos más allá de las imágenes refinadas o simplistas de las películas sobre el psicoanálisis en la clase media y clase media alta.
La todavía aún polémica en algunos sectores reaccionarios de la profesión Alguien voló sobre el nido del cuco es una adaptación algo libre la novela homónima y con tintes autobiográficos del beat de Ken
Kessey, a partir de sus experiencias con LSD
(experimentos que realizó por dinero para el ejercito de los EEUU y para la propia industria farmacéutica.) Narra la rigidez de la vida en un psiquiátrico semipenitenciario, las normas carcelarias, denuncia social, crueldad de la enfermera jefe, desafío a las normas establecidas, el miedo y la insolidaridad humana. La novela y el filme se convirtieron en inesperados fenómenos e iconos de la contracultura estadounidense del momento. El pulso narrativo, la tensión de las relaciones humanas y la bella fotografía del comprometido Haxel Wexler consiguieron un filme respetado desde su estreno y que provocó reacciones contrapuestas, aunque aún hoy día la “clase médica” no le ha perdonado ni a Ken Kessey ni a Milos Forman ni a Jack Nicholson (ganador del Oscar por su interpretación del inconformista McMurphy) que les hicieran cambiar cosas como el uso frecuente del electroshock y la visión del enfermo mental en la sociedad de estadounidense de la época.
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La antipsiquiatría “Los esquizofrénicos son los poetas estrangulados de nuestra época” afirmó David Cooper, responsable del término “antipsiquiatría” que alcanzó su apogeo en los años sesenta y setenta con nombres como Laing, Foucault, los beatniks (Ginsberg, Burroughs) Bassaglia, Deleuze, Guatari y el propio Cooper (“La muerte y la familia”, “La gramática de la vida”). No obstante, estos opositores (muchos de ellos también médicos o con conocimientos de medicina) se opusieron a Freud y sus discípulos, pero no los desecharon del todo. Si desecharon el encierro, las instituciones de control y sus peores prácticas y la alienación social. Laing y Cooper promovieron la idea de las “comunas” (famoso es el centro de Kingsey Hall) para curar o apoyar de forma abierta a los pacientes de la esquizofrenia provocada, según ellos, por la estructura de la familia autoritaria inserta en una sociedad autoritaria de la que la psiquiatría no es más que un eslabón más. . Su legado ha sido limitado pero incontestable y la corriente contrapsicológica o antipsiquiatría sigue viva, aunque claramente desprestigiada. Como testimonio de esa época tenemos no solo los libros publicados por ellos (entre los que se destacan “El yo dividido” de Laing y el “Anti-Edipo” de Deleuze y Guatari). También el cine recogió algunas de sus ideas en forma de terapias. “Family life” uno de los primeros éxitos del británico Ken Loach (desarrollo de su mediometraje para televisión “In two minds”) nace a la
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luz de las ideas de su compatriota Laing, pero muestra cómo la psiquiatría tradicional logra secuestrar y sofocar las nuevas ideas e imponer los viejos métodos parapoliciales. La película más popular de todas dentro de una corriente crítica fue “Alguien voló sobre el nido del cuco” (oscarizada en muchas categorías), basada en un best-sellers de Ken Kessey. Aunque Kessey, que trabajó de enfermero en un hospital además de experimentar en su propio cuerpo con el LSD para obtener dinero, contó una historia de rebeldía que superó las expectativas de popularidad. Como, de forma menos beligerante, “Nido de víboras” de Anatole Litvak, volvió a sensibilizar a la gente sobre la situación real de los internos en los hospitales mentales, además de erigirse en un icono contracultural, aunque el propio Kessey haya desmentido la intención de denuncia social de su libro, exponiéndolo como una visión pesimista de la raza humana, no de la sociedad estadounidense. Kessey ha escrito más libros sin traducir y el algo oportunista periodista Tom Wolfe escribió un libro sobre su famoso “autobús lisérgico”. Pero ya antes gente como Huxley en “Las puertas de la percepción” habló de las drogas (en concreto la mezcalina) como remedios contra la esquizofrenia una idea que a los psiquiatras al uso no solo les desborda sino que va contra sus más elementales principios. Las drogas son su industria, las demás son perniciosas y además ilegales. . La película de Forman- hoy muy discutible desde diferentes ángulos- fue Aclamada por público y crítica (y respaldada por la academia) , no obtuvo el beneplácito de los médicos aunque hizo famosos a Kessey,
a
Nicholson y a una novela regular convertida en película interesante con algunos momentos de humor irónico o salvaje y
también de tristeza conmovedora con cierto espíritu combativo y
anti-institucional que emparentó a Kessey con nombres como Ginsberg, Burroughs o Joseph Heller que en su “Trampa 22” (rodada por Mike Nichols) dada por también muestra un sanatorio para veteranos de la guerra de Vietnam recurriendo a un humor irreverente que llegaría hasta algunas propuestas de la década siguiente ( Robert Altman, Martin Ritt, Mulligan, Lumet, Paul Newman…) Pero luego llega la “revolución conservadora”, el mandato de Reagan y la progresiva banalización de la industria de Hollywood en el campo del cine mainstream. Todavía hoy en hospitales de pequeñas ciudades hay profesionales que no han perdonado a Kessey (que trabajó para ellos como limpiador) que realizara un retrato tan pesimista, vigoroso y combativo contra algunas de las prácticas vigentes en los psiquiátricos y que además enganchara al gran público con ritmo y buenos actores. Resulta curioso que una película hoy tan inofensiva y tan clásica siga irritando a la clase médica. Un estamento, que, desde su endogamia, muestra, con pluma pesimista, lo que allí ocurría y además alcanzó repercusión mundial. Desde un punto de vista de género la película es muy discutible con esas chicas “fáciles” conducidas al psiquiátrico o la maldad de la enfermera (Rachel) encarnada por Louise Fletcher (que se llevó otro Oscar). Kessey aclara que esa enfermera jefe es parte del sistema allí establecido, no deja de ser un elemento más, una víctima-verdugo más, pero la película parece
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mostrar cierta complacencia y sadismo en el comportamiento frio y desalmado de una mujer que llega a incitar al suicidio a uno de los pacientes. El final del filme es doblemente provocador al dar la voz de la libertad a un indio norteamericano, ausente en el cine de Hollywood salvo en las películas del oeste y actualmente recuperado en filmes como “Jimmy P” de Arnaud Desplechin. La todavía aún polémica en algunos sectores reaccionarios de la profesión Alguien voló sobre el nido del cuco es una adaptación algo libre la novela homónima del beat de Ken Kessey, a partir de sus experiencias con LSD (experimentos que realizó por dinero para el ejercito de los EEUU y para la propia industria farmacéutica.) Narra la rigidez de la vida en un psiquiátrico semipenitenciario, las normas carcelarias, denuncia social, crueldad de la enfermera jefe, desafío a las normas establecidas, el miedo y la insolidaridad humana. La novela y el filme se convirtieron en inesperados fenómenos e iconos de la contracultura estadounidense del momento. El pulso narrativo, la tensión de las relaciones humanas y la bella fotografía del comprometido Haxel Wexler consiguieron un filme respetado desde su estreno y que provocó reacciones contrapuestas, aunque aún hoy día la “clase médica” no le ha perdonado ni a Ken Kessey ni a Milos Forman ni a Jack Nicholson (ganador del Oscar por su interpretación del inconformista McMurphy) que les hicieran cambiar cosas como el uso frecuente
del
electroshock y la visión del enfermo mental en la sociedad de estadounidense de la época. En ese tiempo David Cooper escribe “La muerte de la familia” y Laing y Foucault se atreven a discutir desde distintas posiciones la neutralidad social y política de las instituciones relacionadas con la salud mental y algunas de sus prácticas, algo que ya se insinuaba en filmes de los cincuenta y principios de los sesenta “La tete contre les murs” de Franju o incluso “Corredor sin retorno” de Samuel Fuller. Esto será recogido por cineastas pioneros en el cine de denuncia social como el británico Kenneth Loach u otros directores y directoras como Sheila McLughin (“Caged”, sobre Frances Farmer, la violencia psiquiátrica y la caza de brujas ) o algunos de los trabajos de los directores del free cinema o la nouvelle vague o incluso el nuevo cine europeo (“Morgan, un caso clínico”, “Pierrot le fou”, “Providence” de Resnais, “Accidente” de Losey o “El grito”, de Antonioni)
Pero cuando son los propios médicos o
psicólogos (como ocurre en la obra de Laing, Cooper, Bassaglia o Alice Miller, entre otros muchos) los que desenmascaran prácticas institucionales surge el enfrentamiento entre la tradición y el inmovilismo. Esto se refleja en algunas (pocas) películas que nacieron mostrando su oposición a
la ideología de las instituciones como la citada “Family life” de Loach,
“Morgan un caso clínico” de Karel Reisz, basado en un guión de David Mercer (paciente de la psiquiatría tradicional y luego guionista y escritor crítico y mordaz con la institución) , algunos títulos europeos como “El fuego fatuo” de Louis Malle , “Persona”- la obra maestra de Bergman, un autor nórdico que expuso el amor entre mujeres pero, sobre todo, el silencio de Dios y la incomunicación. Bergman tiene varias películas que se acercan (desde su punto de
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vista entre el existencialismo y el pesimismo de raíces protestantes) al tema de la locura como “De la vida de las marionetas”, “Como en un espejo” o “El silencio”, además de una influencia desmedida en el cine posterior a él, que, aunque toma algunos elementos de Dreyer, es absolutamente persona, rabiosamente contemporánea
y con una subterránea carga
autobiográfica. También existen casos aislados como “La naranja mecánica” de Kubrick (a partir de una novela de Anthony Burgues) Un trabajo de mordaz, delirante y brutal pesimismo que, no obstante, pone en evidencia la violencia de las instituciones de reeducación y sus, muchas veces, lamentables resultados. realizador al histrionismo.
Una distopía estropeada por cierta tendencia del
La película de Kubrick como, de otra manera la de Kessey,
cosecharon un extraordinario éxito de taquilla lo que sobre todo en el caso de “El cuco” llamar la atención del público de la época sobre la situación de los enfermos mentales recluidos en centros especiales. El estamento médico más retrógrado no ha perdonado a Kessey que pusiera como ejemplo de la alienación y la insolidaridad de la sociedad estadounidense la vida en el interior de un psiquiátrico El pesimismo de la obra de Kubrick también mostraba la inutilidad de la brutalidad que se escondía bajo ciertas e prácticas psiquiátricas, pero su carácter futurista, irónico e irreverente la hizo mas inofensiva e irreal. Parte de esta corriente antipsiquiatría está relacionada con la llamada “psicología social” o “psicología crítica” que se refleja en filmes sobre la alienación en la sociedad occidental y capitalista en filmes como “La jauría humana” o algunos títulos pioneros dentro del cine europeo como “Morgan, un caso clínico” o las españolas “Con el culo al aire” de Carles Mira o “Mi hija Hildegart” de Fernando Fernán Gómez sobre un episodio negro pero todavía capaz de fascinar acerca de la primitiva unión entre el anarquismo, la eugenesia, la emancipación femenina o la dictadura dentro del núcleo familiar, así como versiones nuevas de presupuestos heredados del psicoanálisis o el nacimiento movimiento de emancipación femenina, levemente reflejado en “Una mujer bajo la influencia” de John Cassavettes en el personaje de Mabel, la esposa sensitiva de un trabajador de la construcción, que se deteriora peligrosamente aunque eludiendo cualquier tipo de tremendismo o explicaciones fáciles además de abordar sus cambios con ironía y naturalidad. “Family Life” de Ken Loach, rodada a principios de los años setenta quizá sea la película más valiente sobre la alienación familiar y la violencia psiquiátrica, pero su repercusión, al estar adscrita al cine de autor y ser “ e bajo presupuesto” la hicieron menos conocida. Recoge algunas ideas sobre la antipsiquiatría europea al mostrar a una joven esquizofrénica que accede a nuevas terapias ajenas al encierro, alejándose de la rigidez de su estirada familia británica y cuestionando los esquemas de la sociedad en la que vive, un modelo de organización social secuestrada, tomada por burócratas, policías, doctores y enfermeros/as sin verdaderos deseos de cambio, un cambio que hubiera implicado romper la barrera fijada entre cuerdos y enfermos. . Al unir médicos y policías como aliados del concepto más tradicionalista de familia plantea un
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desafío pero el final es poco esperanzador ya que la psiquiatría clásica apoyada en las “fuerzas del orden y la ley” impone su criterio. Salvo la secuencia de la terapia en grupo y la breve amistad con un psicólogo poco común (con esa maravillosa secuencia en la que pintan con spray los “enanitos de jardín”, reivindicando la fantasía sobre la mediocridad), el filme está dominado por la presencia policial y los valores de la familia tradicional que imponen sus principios sobre la joven y frágil protagonista femenina. La película de Loach, que desarrolla la idea expuesta en “In two minds,” de nuevo retrata la clase trabajadora donde la joven vive en un entorno caduco y rígido, y los tratamientos y la persecución de que es objeto resultan bastante agobiantes. Algo semejante
vuelve a ocurrir en el
filme posterior “Ladybird,
Ladybird” sobre una mujer a la que los asistentes sociales retiran progresivamente la custodia de sus hijos, creyéndola incapaz de cuidarlos. Salvo excepciones, los psiquiatras oficiales de la época la encontraron digna pero algo maniquea. Las corrientes anti-psiquiátricas, con sus éxitos y fracasos, fueron barridas por una contrarreforma que, sutilmente, fue avanzando y a la vez volviendo a los viejos tratamientos bajo formas más refinadas: la medicación sintética y la relativa criminalización de algunos enfermos mentales. La película pertenece a la primera etapa de Loach que, aunque se ha hecho famoso gracias a películas contra el Gobierno de Tatcher o al retratar a la clase obrera de su país (“Riff-Raff”,” En un mundo libre”), en sus primeros largos realiza algunas piezas minimalistas sobre la alienación juvenil que demuestran su conexión con el free cinema, como esta intimista y desgarradora “Family Life” con un discurso humanista que contiene elementos de la antipsiquiatría inglesa del momento o la lirica “Kess” sobre un joven campesino apegado a su mascota: un halcón.
También perteneciente a la llamada “época hippy” y constestaria de los años setenta con un enfrentamiento satírico y algo más amable a las instituciones encontramos “Harold y Maude” de Hal Asby con un cuidado y mordaz guión del dramaturgo Colin Higgis. Una comedia dramática y negra sobre la relación entre un adolescente depresivo y una anciana vitalista (interpretada por la veterana Ruth Gordon). Retrato intimista y a la vez deslumbrante de la era hippy. La relación- con tintes de amor- con la anciana cambia la forma de ver el mundo del joven depresivo y con ideas suicidas. E¡ Una era Hippy que se refleja en la indumentaria de los protagonistas y en su comportamiento en ocasiones excéntrico y/o imprevisible, buscando la autenticidad, como también se refleja, con menos humor y destreza en películas como “El restaurante de Alicia” de Arthur Penn o en algunos títulos de Robert Altman (“Tres mujeres”, “Images” etc) . Ridiculización del establishement y los valores caducos de la clase alta. Muestra el vitalismo de la
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anciana frente a la tristeza del joven, que finalmente recupera la ilusión de vivir. Una película cercana a los movimientos contraculturales y uno de los últimos papeles de la inmensa Ruth Gordon, guionista de comedias de Cukor y ahora actriz mayor pero enérgica en sus apariciones, siendo este posiblemente su gran papel, aunque se la recuerde el de anciana misteriosa en “La semilla del diablo”). “Harold y Maude” es un canto a la vida dentro de un filme lleno de funerales y tragicómicos, además de aparatosos, simulacros de suicidio. Refleja una ideología vigente en el movimiento hippy y anti institucional de la época al igual que otros filmes como “Trampa 22” de Mike Nichols o algunos trabajos de Robert Altman, el primer Woody Allen o los directores franceses de la nouvelle vague que más se aproximaron al tema de la enfermedad mental (Godard, Resnais) o los británicos (Karel Reisz, Tony Richardson, Joseph Losey, Karel Reisz), manteniendo un sano equilibrio entre la comedia colorista, la comedia negra, el drama y la sátira de costumbres.” Harold y Maude” es, pues, un canto a la vida en un filme lleno de ataúdes y coches fúnebres, pero también de música folk, amor intergeneracional y búsqueda de la autorrealización. Algunos de sus elementos han sido recogidos por películas posteriores como “Taking Woodstock” de Ang Lee o la más reciente “Retless” de Gus Van Sant. En la línea de la crítica al capitalismo como productor de formas salvajes o sutiles de violencia y la psicología social se encuentra el “La jauría humana”. No muy bien recibida en su momento, es hoy un clásico recuperado, sobre todo, por las generaciones jóvenes que vivieron la reacción contra las ilusiones de cambio de los años sesenta, propiciada por el avance de la derecha armada y la presión del caciquismo. La patología ha dejado de ser individual para convertirse en grupal o mejor dicho, social. El filme de Penn muestra la psicosis o paranoia colectiva de un pueblo en los años sesenta por linchar a un preso fugado de la cárcel. Racismo, cultura de las armas, insatisfacción, caciquismo, codicia, violencia socialmente aceptada y estructurada en torno al culto al dinero y el prestigio social. Aunque Lillian Hellman y el propio Penn no quedaron satisfechos con el montaje final, la película se erige en un retrato despiadado de una época y de una sociedad basada en el dinero y la lucha por el ascenso en la escala económica. El filme no aborda directamente la locura como lo hace su anterior apuesta “Acosado” -donde mezcla la paranoia personal con los fantasmas de la persecución y las secuelas del macartismo-, pero es uno de los mejores filmes para mostrar la sumisión del individuo al grupo y la patología de la violencia social y el miedo irracional. La 41
película de Penn es una gran ópera social sobre los años sesenta en EEUU con el fantasma del asesinato de Kennedy y Marthir Luther King, pero
donde también
aparecen las violentas frustraciones de diferentes capas sociales que entrechocan entre sí en una comunidad provinciana y murmurante en la que los ciudadanos “de bien” se erigen en jueces y verdugos. Aunque Hellman y Penn renegaran del montaje final, la película ha sido rescatada por las nuevas generaciones y conserva elementos no solo del director de “Bonny and Clyde” sino también de los afilados diálogos de la autora de “La calumnia” o “La loba”. Arthur Penn eligió más que ser un director de la violencia mostrar de
una forma hiperrealista la violencia, heredada de los postulados del Actor’s
Studio y las nuevas teorías teatrales. Hellman se resintió de la persecución sufrida durante la caza de brujas en Hollywood e incluso en esta película da una visión apocalíptica de los valores mercantilistas y de los prejuicios raciales y sociales en el Sur de los EEUU. Arthur Penn volcó su habitual destreza para la violencia en mostrar los fallos estructurales, el rencor y la avaricia de una sociedad basada en el dinero además del racismo vigente en muchos estados y, sobre todo, pequeñas poblaciones del Sur de EEUU. Un filme mejor acogido en Europa que en el país en el que se estrenó como ha ocurrido con algunos trabajos de Woody Allen, otra gran diseccionador, en clave de comedia de enredo e intelectual, de la mente humana y la estupidez urbana. El amor /odio de Allen hacía su país se refleja en algunos de sus filmes y obras de teatro, en el que también se ve su pasión por el jazz, la comedia inteligente y el cine de Ingmar Bergman, llevado al paroximo en filmes como “Septiembre” o “Interiores”. Como Bergman, Allen se apropia del rostro y las reflexiones de actores y, sobre todo, actrices para mostrar formas de alienación, esperanza o incomunicación, además de centrarse como el autor de “Gritos y susurros” en la familia como paraíso-infierno. El avance del movimiento feminista se hace presente en películas luego discutidas por el propio movimiento como “Buscando al Sr Goodbard” de Richard Brooks, “Una mujer bajo la influencia”, “Images” de Robert Altman o algunos títulos del sueco Ingmar Bergman quien con filmes como “El silencio”, “Como en un espejo”, “De la vida de las marionetas” o sobre todo “Persona” da un nuevo sentido a la psicología tradicional enmarcándola dentro de un ambiente europeo, intimista, que huye de explicaciones fáciles y se acerca especialmente a posturas marcadas por las dudas religiosas, el existencialismo y la dificultad de la comunicación humana, entre el pesimismo y los atisbos de esperanza. -Persona es posiblemente la película más 42
personal y arriesgada del maestro sueco de Ingmar Bergman. Aunque no podemos considerarla como bastión de la antipsiquiatría si que muestra la alienación de un personaje así como las jerarquías vigentes y la delgada línea entre la estabilidad y el desequilibrio, con carácter introspectivo. La película cuenta la estrecha relación entre una paciente (Elizabeth Vogler) que ha perdido el habla y su enfermera, Alma, encarnadas por Liv Ulman e y Bibi Anderson respectivamente. Atmósfera desnuda y calvinista, atrevida composición estética con elementos que pueden irritar al espectador acostumbrado al ritmo del cine comercial Un bello y estremecedor filme sobre la soledad, el silencio de Dios y la violencia soterrada en la sociedad contemporánea. Mutismo, esquizofrenia, toques de transferencia, desdoblamiento
y lesbianismo
reprimido, por todo ello algunos comentaristas la han considerado uno de los pilares del cine moderno, con inesperados saltos espacio-temporales y una intención de experimentación a través de los sentimientos reprimidos o desatados de estas dos mujeres aisladas. Una película sobre la incomunicación y una forma muy personal de locura, marcada por una extraña relación entre la paciente y la enfermera, casi únicas en el conjunto del filme. Persona es la película más psicológica de Bergman pero no la única. Junto a esta obra maestra encontramos títulos muy interesantes sobre la salud mental como” De la vida de las marionetas” o “Como en un espejo”. Bergman ha tenido una enorme influencia en el cine europeo e incluso en algunos autores estadounidenses como Woody Allen que con “Otra mujer” protagonizada por Gena Rowlands o “Blue Jasmine” logra intensos retratos femeninos, al tiempo que en otros de sus filmes expone sus complejos de urbanita neurótico. “Persona” (la máscara de los griegos) nos habla del silencio ante la sociedad y de la incomunicación entre los seres humanos. El filme trata muchos temas y tiene diversas capas de lectura desde la incomución a la aproximación íntima pasando por el consabido silencio de Dios o la angustia existencial. Algunas imágenes son perturbadoras, hay secuencias enteras narrativamente muy arriesgadas (con salto de racord y cortes inesperados) y el filme además de sobre la incomunicación y la enfermedad trata sobre el aislamiento de dos mujeres ante las nuevas formas de violencia sutil instaladas en la sociedad contemporánea: que ya ha conocido Hiroshima y va a empezar a conocer nuevas guerras y nuevas masacres. ¿Pero existe una posibilidad de huir de todo eso como lo plantea la protagonista del filme, el mutismo?. En los años noventa aparecen filmes menores pero incisivos y llenos de sarcasmo como “Some Voices”, esas voces causadas por la proximidad del protagonista (Daniel Craig) 43
al enajenamiento o como consecuencia de la esquizofrenia
o los llamados brotes
psicóticos. Nos cuenta la peripecia de un joven esquizofrénico pero con gran vitalismo (o así parece definido) de talante inestable sale del psiquiátrico y va a vivir con su hermano, que aparece como “socialmente más responsable” y que se dispone a cuidarlo. . Pero el protagonista tiene comportamientos llamados “asociales”, no toma bien la medicación (lo que lógicamente es una imprudencia) y no se encuentra bien trabajando en el restaurante de su hermano hasta que no conoce a una chica nada común que le ayuda a abrirse al mundo. El tono es relativamente amable aunque algunas secuencias no lo son tanto. Impresionante interpretación de Daniel Craig en uno de sus primeros papeles para la gran pantalla. El personaje principal se gana las simpatías del espectador a pesar de su inestabilidad y ocasional temeridad que repercuten en la vida y el negocio de su hermano. En “Some Voices” como en otras películas progresistas la enfermedad mental parece un contraste con la mediocridad o la alienación pero también un riesgo para el personaje que la sufre y los que le rodean. El filme aborda con valentía el choque de un joven pero animoso esquizofrénico con las normas sociales y también sus dificultades para entrar en la normalidad personal y laboral que representa su hermano, superado por las circunstancias. Craig se gana al espectador en secuencias muy concretas y resulta abrumador en otras, aun sin caer nunca en el maniqueísmo. El filme representa
un avance por la naturalidad con la que presenta la vivencia de la
esquizofrenia, el amor y la repercusión ambivalente de las vidas imaginativas y en ocasiones nada prácticas de los enfermos mentales frente a su familia o amigos. “Some Voices” se desmarca del convencionalismo, aunque no en exceso, al mostrar un final abierto en que ambos hermanos se reconcilian a pesar de sus caracteres opuestos y la enfermedad crónica de uno de ellos, que no impide ratos de lucidez e inteligencia con respecto al medio y a la mediocridad en una sociedad desestructurada. Lo que parece claro es que a pocos les interesa saber lo que dicen esas voces que atormentan al incómodo protagonista. Más reciente y ya convertida en un filme de culto es la canadiense Leolo de Jean-Claude Lazon que murió poco después de esta joya inclasificable del cine canadiense o franco-canadiense. “Leolo” es el nombre del niño protagonista crecido en un ambiente empobrecido pero capaz de enfrentarse a nuevas y pintorescas relaciones que incluyen su primer trabajo con su hermano mayor, sus primeros ensueños y experiencias sexuales, el descubrimiento de que toda su familia está marcada por el fantasma de la locura. Porque sueño yo no lo estoy… una frase que glosa este filme que sería una versión más realista y elegante del mundo surrealista de 44
los filmes franceses de Jeunet y Caro superando las expectativas y dotando al devenir de su pequeño, inteligente e inadaptado protagonista de una enorme fuerza interior, acompañada de pensamientos inteligentes expuestos mediante una serena voz en off. “Leolo” ve la locura de sus familiares y vecinos pero no quiere ser rescatado del naufragio por instituciones como la psiquiatría tradicional que pretenden domesticar su lado asocial, salvaje yo errabundo, tanto dentro de los sueños o pesadillas como en una familia desestructurada que no deja de ser la suya.
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SALUD MENTAL Y GÉNERO
Una mujer bajo la influencia (de John Cassavettes): Protagonizada por una inspirada Gena Rowlands, mujer del director en una de sus múltiples colaboraciones muestra el deterioro de la protagonista femenina, un ama de casa sensitiva e insatisfecha con su vida dentro de la casa y con los hombres del campo o que trabajan en la construcción en los alrededores, incluyendo su marido. Demasiado sensitiva para encajar del todo en el ambiente, su deterioro está dado de forma hiperrealista y sin ningún tremendismo. La protagonista huye del paternalismo de los hombres que la rodean, pero su desequilibrio va haciéndose cada vez más evidente. Protagonizada por una inspirada Gena Rowlands mujer del realizador -en un papel de ama de casa proletaria, aislada del mundo de su marido y sus amigos o colegas de profesión- cuya transición de la salud y la enfermedad está dada con pequeñas pero vigorosas pinceladas sociales y familiares. El periplo de Marbel hacia la locura no está dado en términos tremendistas sino mezclando humor, amargura y dolor, con las pinceladas de hiperrealismo características del director quien presenta a la sensitiva mujer de un trabajador de la construcción. La protagonista vive en un entorno humilde y posiblemente su deterioro se deba a rutinas y tareas repetitivas dentro del hogar y a la diferencia de estatus laboral respecto a su marido (encarnado por Peter Falk). El carácter introspectivo pero que intenta ser sociable de la protagonista, en muchas escenas recluida en casa y en otras vagando por la ciudad, contrasta con la rudeza de esos hombres que la tratan con amabilidad pero no pertenecen a su universo psíquico ni pueden comprender la verdadera dimensión de su progresiva demencia. Su camino está lleno de ironía y a pesar de la hondura dramática que Rowlands da al personaje de este ama de casa proletaria el punto de vista de Cassavettes, como en otras ocasiones, es de un extraño naturalismo carente de la tendencia a coquetear con el cine de miedo o de suspense de algunas apuestas, por otro lado interesantes como las realizadas por Alfred Hitchcock, Jack Clayton, Richard Fleischer o algunas películas europeas de Polanski (Cul de sac, El quimérico inquilino). El filme de Cassavettes, a pesar de su lado sórdido, conserva una innegable frescura, esa frescura de la que están impregnados sus mejores filmes. Rowlands volvería al terreno 46
Psiquiatríco con la película de Woody Allen “Otra mujer”, un exorcismo algo bergmaniano de los demonios de una mujer madura. Rowlands aprendió de su marido a encarnar a mujeres poco convencionales, desde la secuestradora de “Gloria” a la actriz llena de pánico de “Opening night” pero su personaje mas redondo como actriz en ese periodo fue sin duda el de la protagonista de “Una mujer bajo la influencia”; superada por las circunstancias y los limites espaciales del hogar, el campo o las calles. El primer gran éxito del polémico Roman Polanski va a ser un filme protagonizado por una joven y excelente Catherine Denueve en el papel de Carol, una joven que se derrumba y se sume en un aislamiento terrorífico y esquizoide. Bastante cuidada en el aspecto formal, con una gran fotografía de Gilbert Taylor y muestra con inteligencia del progresivo e imparable derrumbe psicológico/psicopático de Carol-Catherine Denueve- pero Polanski la lleva al cine de miedo y el thriller psicológico. Descenso al abismo. Alabada por los psiquiatras por mostrar el deterioro progresivo de Carol, una muchacha con aversión al sexo y extremadamente tímida, sensitiva, cerrada y finalmente agresiva e inquietante, acercándose al cine de miedo que desarrollaría en películas como “La semilla del diablo” y alejándose del drama psicológico que desarrollaría en “El inquilino” y “Cul de Sac”. O la comedia de costumbres llena de sátira social y psicológica como “Un dios salvaje”. El deterioro de Carol es lo bastante escalofriante para que Polanski no le añada episodios de sangre y suspense que recuerdan al efectismo de algunas secuencias de
“Psicosis” para
asegurarse un público morboso y sediento de emociones fuertes. No obstante, quizá sea de la mejor película de la primera etapa de Polanski y la más vigorosa de toda su carrera seguida de cerca por la habilidad narrativa de “El cuchillo en el agua”, la belleza de “Tess”, la crueldad refinada de la dramática “La muerte y la doncella” o la más cómica y relajada “Un dios salvaje”, microcosmos asfixiantes ambas. A través de pequeños detalles visuales se nos va mostrando el ensimismamiento de o Carol aunque es en la segunda parte, más parecida a “Psicosis”, cuando el derrumbamiento mentalasociado a su aversión al sexo- , tratado hasta entonces con sutileza, la convierte en una peligrosa e imprevisible homicida. La imagen final de la cámara acercándose a la foto de la familia con Carol niña parece decir que el realizador no puede descifrar el enigma de su atormentada y tormentosa protagonista femenina. Repulsión llevó al cine popular el minucioso derrumbe mental de una mujer joven y contemporánea. Lástima que
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Polanski lo hiciera recurriendo a un desarrollo morboso y sangriento que neutraliza la denuncia social y enturbia el retrato psicológico.
Pionera en el cine español de la transición es Mi hija Hildegart (de Fernando Fernán Gómez, un filme que como, a su manera, “Mi querida señorita” (abordando con sutileza el tema de la intersexualidad) , se adelantó a su tiempo y conserva una inquietante vigencia además de ser un interesante documento sociohistórico. El filme de Gómez narra un episodio real en la España republicana. Una importante eugenista con ideas contradictorias ejerce un férreo control sobre su hija, convirtiéndola en portavoz de sus ideas sobre el amor, el matrimonio, el sexo y la emancipación femenina. Gómez realiza una película correcta y bien interpretada pero que, al contrario de lo que ocurre con otros títulos del periodo (como “Mi querida señorita” o “Cría cuervo”), no ha resistido demasiado bien el paso del tiempo, aunque su interés histórico es indiscutible. La dirección de Fernán Gómez es aplicada y su interés por la enfermedad mental es paralelo al de realizadores de la transición como Jordá, Saura, Zulueta, Pilar Miró, Jesús Garay o Agustí Villaronga. La película de Fernán Gómez se conserva como una rareza bien realizada e interpretada pero algo coyuntural y no del todo bien documentada. Las ideas anarquistas sobre los sexólogos de los años 30 muestran algunos avances de la Segunda República pero también una cierta confusión entre ideas de emancipación y formas dictatoriales.
Frances (de G. Gilford) con Jessica Lange como protagonista absoluta en su mejor interpretación hasta la fecha. La historia real de la actriz Frances Farmer, que logró fama en los treinta, pero tuvo malas experiencias con los hombres, con su rígida madre y debido a sus simpatías izquierdistas. Fue incapacitada por su familia, rechazada finalmente por su madre, traicionada por su marido y sometida a shocks y finalmente a una lobotomía que interrumpió su carrera, relegada a los programas de televisión y recordada como una leyenda incómoda para la fábrica de sueños que por fin podía contarse sin miedo. El tono de melodrama, poco imaginativo visualmente, daña un poco 48
el filme pero la interpretación de Lange, la música de Barry y la cuidada ambientación compensan una dirección algo impersonal. No obstante, la fotografía de Lazlo Kovacks, la música de John Barry, la intensidad del relato original y verídico y el tour de force interpretativo de la Lange logran mantener la atención en un filme algo alargado y lastrado por los tics del cine de la época y las concesiones sentimentales al gran público y a la Academia de los Oscars. El filme Clifford no es ninguna obra maestra y se pliega a algunas concesiones al melodrama, pero se apoya con inteligencia en la fuerza que Jessica Lange da a un personaje desdibujado en la memoria del Hollywood dorado, que aquí muestra su peor cara en un elegante biopic. La actriz (que se desenvolvía mejor en el teatro de denuncia social que en los platós de Hollywood, fue rechazada finalmente por su madre y sus vecinos (que condenaban sus viajes a Rusia y su talente inconformista,. Traicionada por su marido y sometida a shocks y finalmente a una lobotomía que interrumpió su carrera, se vio relegada a los programas de televisión y recordada como una leyenda incómoda para la fábrica de sueños que por fin podía contar ciertas cosas sin miedo. El tono de melodrama, poco imaginativo visualmente, daña un poco el filme pero la interpretación de Lange, y la cuidada ambientación compensan la dirección algo impersonal. No obstante, la fotografía de Lazlo Kovacks, la música de John Barry, la intensidad del relato original y verídico y el tour de force interpretativo de la Lange logran mantener la atención en un filme algo alargado y lastrado por los tics del cine de la época y las concesiones sentimentales al gran público y a la Academia de los Oscars. Puede que el carácter de heroína o víctima que la película le otorga sea algo exagerada (por ejemplo en lo que se refiere a la pasividad de su padre frente a una mujer dominante), pero muestra con solidez el asilamiento de un ser humano frente a dos maquinarias tramposas: la familia tradicional o los estudios de Hollywood y sus exigencias para con una actriz Posiblemente en el campo de la ficción el final de “Frances” sea el alegato más violento del cine de los ochenta y, es posible, que de todo el cine comercial hollywoodiense contra la lobotomía y los abusos psiquiátricos. Relegada a los programas de televisión de segunda el descontrol mental de la protagonista femenina se ve iluminado por un destello de lucidez cuando cara a cara se encuentra con el personaje interpretado por Sam Sheppard (antiguo compañero de batallas perdidas y casi el único personaje masculino positivo del filme.) “A partir de ahora las cosas van a ir despacio, muy despacio. ¿Sabes a lo que me refiero? pero nunca nos detendremos ¿verdad Harry 49
SALUD MENTAL Y DIVERSIDAD SEXUAL
Animals, el debut en el largo de Marçal Forest, es una película del año pasado, extraña y sobre la que es difícil escribir. Un cuento algo surreal acerca de la transición a la madurez que es también es una fábula incómoda sobre la frontera entre la individualidad y la comunidad (representada aquí por un mortecino colegio inglés) y sobre la identidad sexual de un adolescente, cuya única compañía verdadera es un “osito de peluche” parlante. Sobra un poco la desdibujada amiga del protagonista que se limita a observar, con mezcla de fidelidad y extrañeza, cómo éste se distancia de su hermano mayor convertido en mosso d´esquadra y se enamora de un nuevo y misterioso compañero de instituto. Animals está narrada con mucha delicadeza, aunque también con muchas licencias poéticas que hacen que el público crea estar asistiendo a algo demasiado pretencioso y sin mucho fundamento. No obstante, hay en la mirada lánguida de su protagonista masculino una rara belleza que subraya la extraordinaria fotografía de Eduard Grau, lo que la acerca más al universo irreal de Eva de Kike Maillo o al cine de Villaronga que a una versión gay de el Donnie Darko de Richard Kelly, como han sugerido algunos. Los diálogos son inteligentes y las imágenes cuidadas, pero el filme se dispersa un poco en sus motivos temáticos y visuales como si quisiera llegar más lejos y, al igual que su espigado protagonista, no supiera bien como salir de su depresivo, lánguido y algo plúmbeo ensimismamiento. Si el protagonista de Animals tiene o no realmente “un amigo imaginario” (nada menos que un osito de peluche respondón) acaba siendo lo de menos ya que se nos está relatando algo más inquietante: las heridas de la adolescencia que duran toda la vida, el renacer y la muerte del amor fraternal y el descubrimiento de que el medio en el que uno vive no es ni tan hostil ni tan prometedor como podría ser.
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Hay muchos temas en el tintero, muchas subtramas algo traídas por los pelos, pero lo verdaderamente cautivador de Animals es su falta de complejos para hacer patéticos a sus personajes sin reírse de ellos y para observar con distancia casi cruel la vida escolar de élite con sus largos pasillos, la fiereza de los roles asignados y sus pequeñas o grandes rencillas entre amigos, amigas y compañeros. Espléndidos los dos breves encuentros amorosos entre ambos jóvenes y la personalidad de un osito que ya se ha hecho un hueco en la extraña historia del cine español rodada en catalán.
Un verdadero pionero en este sentido es el mallorquín Agustí Villaronga como Zulueta poco reconocido hasta hace muy poco. Las películas de Villaronga, como parte del arte más sólido a impactante de las últimas décadas, están filmadas de espaldas al público, e intentan sumergirse en universos enrarecidos y mentes complejas, donde el pasado determina el presente de sus atormentados personajes. . Es decir, es como si este director estuviera esculpiendo de forma obsesiva una y otra vez los mismos espacios y las mismas obsesiones y de vez en cuando -enteras o en fragmentos- vieran la luz pública causando alternativamente admiración, repulsa, desconcierto, pánico, interés o indiferencia. Entre sus consta sus constantes el tema de la postguerra, el miedo a la locura, la enfermedad y la belleza de lo siniestro. Admirador de Cronenberg, Lynch, Buñuel y Hitchcock estamos ante un realizador que se adelanta al cine LGTB de autor realizado en nuestro país junto a nombres como Almodóvar, Eloy de la Iglesia, Jaime Chávarri o Pilar Miró. Si “Tras el cristal” es “la película que John Waters no enseñaría a sus amigos”, tampoco “El mar” es una película que haya despertado demasiado entusiasmo más allá de ciertos círculos de la crítica especializada, los admiradores del realizador, la cinefilia gay y los incondicionales del cine fantástico porque Villaronga ha erigido otra fábula incómoda, sólo aparentemente más clásica en su trama y sus personajes, e igualmente radical en su resolución estética, que además pone en evidencia algunas las constantes de su cine: la sexualidad fuera de la norma, las heridas, la infancia, la violencia, la soledad y la muerte. “El mar” es una película menos lúgubre y opresiva que “Tras el cristal”, menos surreal y fantástica que “El niño de la luna” y menos ceñida al cine de género que “99.9” pero la construcción del relato, su “mise en abisme” la convierten en otra sombría e implacable bajada a los infiernos del cuerpo y la mente. Tras su brillante 51
y estremecedor prólogo, asistimos a la historia de un reencuentro que desbarata las expectativas del melodrama psicológico al uso para construir otra pieza de cámara obsesiva, a la vez dolorosa y fascinante, sensual y turbadora, pasional y funeraria. Villaronga ha hecho películas buenas (“Tras el cristal”, “El mar”, “Pan negro”), regulares (“Pasajero clandestino”, “El niño de la luna” (“99.9”) pero nunca ha hecho un filme malo o inútil porque su personalidad fílmica es demasiado fuerte y su universo visual demasiado potente. Estuvo cerca del proyecto de Almodóvar y “La mala educación” (cuya atmosfera turbia, a ratos enfebrecida –teñida de sexo y religiónrecuerda algunos pasajes de “El mar”) y ha intervenido como actor en pequeños cameos en algunas de las películas más apreciables del cine fantástico español reciente como “El celo” de A. Aloy o “El habitante incierto” de Guillem Morales. “El mar” está basada en la novela homónima de Blair Bonet y los personajes se encuentran “enteros” de toda la filmografía de Villaronga- a pesar de sus resonancias folletinescas- , sus símbolos y referencias históricas son más claras -con la guerra civil española como terrible leit motiv - pero su puesta en escena desbarata la construcción novelista del relato y también nos incomoda al situar placer y displacer en los momentos más inesperados de la historia. Al contrario que en “El niño de la luna” o “99.9”, el director reduce al máximo los elementos de cine fantástico o los alardes futuristas, de forma que su historia no se saldría de los cánones del relato de infancia y reencuentro, amor y muerte, si no fuera porque su puesta en escena quiebra de nuevo las líneas de la racionalidad dramática y rompiera con lo que esperamos de los personajes y sus acciones. El filme comienza con un prólogo brillante, desgarrador e implacable en el que se nos dan unas pinceladas violentas sobre la infancia de los protagonistas, sacudida y espiritualmente “rota” por el sangriento fin de la guerra civil española que ellos escenifican en una breve y a la vez terrible y bellísima secuencia . El recuerdo de una muerte violenta “un niño que mata salvajemente a otro y después se suicida” va a pesar de un modo obsesivo sobre el resto del filme y sobre esos personajes que quieren vivir hacia fuera y hacia adelante pero viven en el interior de recuerdos vergonzosos, sueños incumplidos, heridas sin cicatrizar y vanas esperanzas de libertad. “El mar” no es una película redonda, no es una obra coral y tan compleja como “Pan negro” (donde como en “9.99 vuelve a dar un gran protagonismo a las mujeres) , 52
los actores jóvenes se muestran algo titubeantes en sus difíciles papeles y hay ecos de la narrativa decimonónica que enturbian un tanto la pureza obsesiva y la deslumbrante oscuridad de sus imágenes, pero es, sin duda, uno de los ejemplos más sólidos del cine y del universo de un autor condenado a ser un mito entre los desconocidos. Hoy por hoy, Villaronga sigue siendo una figura errante en el panorama del cine español contemporáneo, un nadador contracorriente en un mar lleno de escollos, intereses espurios, pequeñas perlas y faros de papel. El estreno de “Pan negro”-adaptación personalísima y potente de la novela homónima de Emil Teixidor- parece abrirle las puertas al gran público- con Goya incluido- sin abandonar algunas de sus constantes temáticas y estilistas. El horror de la guerra, la lucha por la autenticidad y la pérdida de la inocencia en un mundo sacudido por el oscurantismo, la falsedad y la intolerancia. La luz y la oscuridad, la infancia y la madurez, la vida y la muerte, la literatura y el cine, la lucha por la individualidad, el amor más allá de las normas…
Entramos en el cine estadounidense huyendo de las visiones más patologizadoras que han llegado a unir la homosexualidad con la enfermedad mental sin mucho discernimiento como “El asesinato de la hermana George”, “La gata negra”, “El detective” o “Los chicos de la banda”.
Muy reciente es la comedia psicológica y toques de drama “Las ventajas de ser un marginado”, de éxito reciente en el cine comercial y basada en un libro muy popular en EEUU. A partir de su propia novela, la opera prima de Stephen Chbosky Las ventajas de ser un marginado logra trascender, gracias a un guión inteligente y a una excelente puesta en imágenes, el incómodo y transitado subgénero en el que se inscribe: la comedia escolar, sentimental y adolescente venida del cine de Hollywood o el de las historias de iniciación inauguradas por El guardián entre el centeno de Salinger. En las antípodas de American Pie o Porkys, la película de Chbosky lleva más lejos que otras de temática y personajes similares su disección irónica sobre la estupidez instalada
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en la vida norteamericana y sus instituciones más respetadas: la academia, la familia tradicional, la escuela, las relaciones de pareja… Además del trabajo de Logan Lerman como Charlie, el tímido, sensible y aparentemente débil protagonista, destaca el tour de force interpretativo de Ezra Miller en el papel de un joven gay deshinbido y mordaz maltratado por una relación con Brad, jugador de rugby en el armario. Encomiable también el esfuerzo de Emma Watson por construir ese personaje diferente de Sam, la joven enamorada de un profesor petulante pero fiel a sus amigos y con una relación muy intensa tanto con Charlie —nuestro atribulado protagonista amante de la literatura y abrumado tanto por su entorno familiar como por su difícil integración en la vida comunitaria— como con Patrick (Miller), otra rara avis dentro de un entorno marcado por la estupidez, la chabacanería y la petulancia, entorno que el autor observa con cierta nostalgia y fascinación a través de una espléndida banda sonora, una brillante fotografía de Andrew Dunn y una cierta audacia narrativa en su mezcla de la comedia de enredo y el drama sociológico. Contiene más de un giro oportunista y un final feliz algo acomodaticio, pero la cinta no elude los aspectos más oscuros de la compleja psicología de sus personajes y su imparable ritmo logra evitar que nos aburramos a pesar de algunos tópicos y clichés que el director y guionista manejan con soltura. Las ventajas de ser un marginado no elude algunos de los lugares comunes de los dramas y comedias adolescentes venidas del cine indie reciente, con sus interminables fiestas y sus clases aburridas, sus ritos de paso e iniciación y sus romances condenados al fracaso, pero gracias a la solida construcción de los tiempos y los espacios y a la firme definición de los personajes principales consigue enganchar al espectador que se da cuenta progresivamente —gracias a la mirada caústica del realizador— que está asistiendo a algo mucho más negro y demoledor de lo que aparenta.
De este año es también la refinada, gótica, lésbica e inquietante “The moth diaries” no estrenada aún por estos lares pero cuya traducción más cercana podría ser “Los diarios de la polilla”. La directora de I shot Andy Warhol (sobre la figura controvertida de Valerie Solanas) y de la fallida pero interesante American Pyscho (una versión muy 54
personal y a la vez algo fría de la novela de Breaston Ellis) sorprende nuevamente con una película de amor y terror góticos, de exquisita puesta en escena, aunque algo desconcertante en su planteamiento argumental. The Moth Diaries es un filme de internado estricto para señoritas pero también una historia de terror y fantasmas del pasado y una historia de amor pasional, tierno o malsano entre mujeres. Harron no presenta el lesbianismo como algo fantasmal pero sí lo femenino como algo misterioso y que escapa a cánones que quieren fijar algunas figuras como ese profesor de literatura que les enseña el mítico libro de Carmilla, de Sheridan Le Fanu, sobre una vampira lesbiana, anterior al Drácula de Stoker. Es una película ambiciosa en su puesta en escena, con ese gusto por los detalles morbosos que se encuentran, de otra forma, en Stoker de Park Chan-Wook y ante una historia de seducción entre adolescentes y jóvenes con tres temas recurrentes como escribe el profesor en la pizarra: el amor, la muerte y la sangre. No obstante, por su elegante puesta en escena y su desarrollo entre onírico y surreal, The Moth Diaries escapa a una fácil categorización optando por la ironía y la crueldad allí donde Déjame entrar optaba por la ternura y el encuentro. Aquí la historia de Rebeca es, nuevamente, una historia de pérdida de la inocencia, pero la mirada de Harron, saturando el espacio de ese colegio para señoritas “con problemas” de claves sombrías y resonancias del pasado (como el suicidio del paso de la protagonista, la muerta que vuelve, los encuentros eróticos en la clandestinidad, la sumisión, la introspección o la rebeldía), da una dimensión poética muy extraña a una historia en principio poco o nada original. The Moth Diaries obsequia con un aparatoso final feliz pero el filme está presidido por la tristeza y la melancolía de un lugar que no es seguro para nadie y donde las relaciones entre las chicas se vuelven cada vez más complejas. La aparición de la estirada Ernessa, esa niña fantasmal que vampiriza (en varios sentidos del término) a sus favoritas, no hace sino empeorar un ambiente enrarecido por la tensión entre valores caducos y nuevos modelos que se ofrecen a las chicas, deseosas de perder la virginidad pero temerosas de enfrentarse con todos los secretos que se ocultan detrás de un rostro, una puerta o un armario. Un choque entre el pasado y el presente que ejemplifica bien el personaje de Ernessa como lazo con un pasado “casi victoriano” marcado por fantasías perversas o apolilladas que pueden tener doble lectura. 55
Harron, como en American Pyscho, quiere introducir una reflexión sobre la feminidad o la masculinidad (en este caso el llamado “lado oscuro de la sexualidad femenina”) pero no abandona las coordenadas del cine de género. En esta ocasión, al contrario que otros filmes sobre vampiras, como la lúdica e intrascendente Somos la noche, vemos un gusto morboso por los detalles mortuorios y una reflexión incompleta sobre esa amiga íntima a las que algunas siguieron unidas y de las que otras fueron separadas. El tema de los celos y el romanticismo están continuamente en el filme pero cubiertos por una tapa de exquisitez, frialdad y fantasía. Mary Harron abre las puertas a revisitar esas instituciones de encierro y disciplinamiento de cuerpos y mentes, desde el punto de vista del cine lésbico y el cine fantástico a la antigua usanza. La directora de “I shot Andy Warhol” quiere público pero no deja de coquetear y a la vez desafiar al canon.
Muy anterior, abriendo con rabia el cine independiente de principios de los años noventa se sitúa la ya mítica My own private Idaho. Estamos ante tercer largometraje del abiertamente gay Gus Van Sant y puede que el más célebre de todos debido que fue un poco anterior a la muerte por sobredosis de su prometedor protagonista masculino River Phoenix, entrando en el terreno de la leyenda. Es dificil emitir un juicio claro sobre un filme tan mitificado y a la vez poco saludado por los que creían que el cine underground de denuncia social ya pasó a la historia en los años 70. La odisea de Mike (River Phoenix) un joven chapero neuroléptico y Scott (Keannu Reeves), el hijo del alcalde que se prostituye para molestar a su padre pero acaba traicionado a la banda a la que pertenece (incluido el propio Mike) es una de las historias mas tristes (junto con la de Leolo) contadas en los años noventa. La narcolepsia de Mike (recogida por Ramón Salazar en “20 centímetros”) queda definida con la imagen de un diccionario. Suponemos que un manual médico. Pero los ataques de sueño de Mike no están controlados por ningún tipo de medicación que ya existía antes de la película) y su enfermedad va acompañada de accesos depresivos y también de euforia pasajera. La narcolepsia en este caso aparece como metáfora, igual que la traición de Scott, donde la dignidad y la salud son un lujo y 56
es movido por intereses económicos o de poder y buena imagen. Van Sant quitó la secuencia en la que Mike (Phoenix, que moriría poco después del rodaje de una sobredosis) es recogido por un hospital o más bien hospicio público porque eso seguramente daba un aire prosaico a un relato pesimista y devastador sobre la falta de amor y sus manifestaciones en los EEUU de los noventa. Un filme amargo y desilusionado que refleja un modelo de triunfadores de éxito y perdedores anónimos que EEUU ha exportado a otros países del mundo capitalista.
La reciente Kill Your Darlings refleja un episodio turbio en la historia de la “generación beat” pero sobre todo se trata de un thriller psicológico basado en el choque de varios hombres de diferente edad y orientación sexual. La película se ha hecho más famosa por el hecho de que Daniel Radcliffe (antiguo Harry Potter y de trayectoria homófila) encarne al mítico Allen Ginsberg. Pero al margen de la anécdota estamos ante un filme digno (pero nada innovador) que narra un episodio oscuro en la historia de los beatniks y donde destaca el misterioso magnetismo de Dan DeHaan como Lucien Carr uno de los muchos personajes a los que Ginsberg dedicó su mítico “Howl”. Al ingresar en la Universidad (esa academia donde muchos no llegaron y otros fueron expulsados por locos, el palabras del propio Ginsberg) el autor de “Aullido” conoció el misterioso Lucien Carr que le inició en los círculos- todavía semiclandestinos- del amor entre hombres. Kill Your Darlings del comprometido John Kronidas es un filme correcto y, a ratos, intenso, pero e realizado sin el suficiente entusiasmo y con el hecho palpable de que Radcliffe está físicamente tan lejos de Ginsberg como lo estuvo James Franco. Algo banalizada, menos compleja que “On the road” de Walter Salles la película cuenta la historia de una educación sentimental herida por un episodio de crimen y violencia que separó a Ginsberg de su íntimo Carr al final de sus días. Los otros beatniks que aparecen se limitan a responder, con mayor o menor soltura, a la idea preconcebida que tenemos de ellos, como es el caso de Jack Kerouack o Burroughs que años después narrarían este negro en su novela a cuatro manos “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Como Ginsberg, Burroughs (“El almuerzo desnudo”) se enfrentó a a la justicia por la que es hoy su obra más conocida. Pero Ginsberg de carácter mas intelectual que 57
Kerouack y a la vez más comprometido con su tiempo que otros componentes de la llamada “generación beat” es un claro precursor no solo del movimiento hippy y las corrientes pacifistas sino también un creador que se adelanto, desde su verso Whitmaniano, a los movimientos de liberación sexual que surgieron a partir de Junio de 69 y Stonewall. Como decía Hitchcock cuanto mas conseguido es el retrato del malo mejor y eso salva a “Kill Your Darlings” de la mediocridad y falta de imaginación a la hora del contar el periplo de estos rebeldes sin causa en la rígida y homofóbica Norteamérica de los cincuenta. Así Dan DeHann hace un personaje antipático pero seductor, inquietante y complejo, devorando, en algunos momentos, al resto del reparto con la intensidad de su mirada. Cuidadosamente ambientada pero rodada con rutina “Kill Your Darlings” es un filme más interesante por lo que cuenta que por como lo cuenta.
La despatologización trans, pedida durante ya varios años sino décadas concedida aún
pero no
por el estamento médico en su última versión del Manual de
Enfermedades Mentales se recoge en filmes como “XXY” de Lucía Puenzo, “Hegdwig” de John Cameron Mitchell, “Tomboy” o “Boy don´t cry” inspirada en un trágico suceso real, un crimen de odio en una pequeña localidad de Nebraska. Todas ellas apuntan a que es la sociedad la que crea los binarismos de género, no hay enfermos, sino esa dualidad despótica de la que habla Gloria Anzaldúa en “La Frontera”. El último verano de la Boyita (de Julia S. es un hermoso filme argentino sobre la infancia en el campo, mostrando las diferencias socioeconómica y alegato a favor de la despatologización de transexuales, transgéneros e intersexuales. La amistad de Jorgelina y Mario es una de las relaciones entre niños y/o
pre-adolescentes más conseguidas del cine
latinoamericano reciente La niña protagonista rechaza las categorías médicas representas por su padre y se tapa los oídos cuando este lanza su perorata científica. A ella le interesa la persona de Mario no su presunta “anomalía”. Entre el western intimista, el drama romántico, la fábula sobre la infancia y la reivindicación sociopolítica de la diferencia en un ambiente todavía agreste se sitúa el segundo largo de Julia Solomonoff, que ha realizado una película a la vez pequeña y luminosa donde se ven las clases sociales y las formas de transgresión de los cuerpos adolescentes, todo en tono de comedia agridulce llena de ternura, humor y lirismo.
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En
nuestro país tenemos el triste recuerdo de la colaboración de algunos famosos
psiquiatras con la dictadura franquista, que aplicaron lobotomías contra “rojos” y “maricones”, practicas agresivas que aparecen en películas como “Electroshock” (sobre una pareja de lesbianas destruida por las ideas médicas dominantes) o el documental de Javi Larrauri “Testigos de un tiempo maldito”. La historia de gentes que
siguen
esperando alguna reparación ante la violencia, la represión selectiva y el ostracismo del que fueron objeto.
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DENTRO Y FUERA
Resulta curioso que cuando buscas algo sobre cine y psiquiatría o psicología las películas aparecen divididas según patologías o trastornos pero ni siquiera entre los “expertos” hay unanimidad, y lo peor es que tanto médicos como intermediarios o pacientes creen que el etiquetarlo todo tiene alguna utilidad o credibilidad. Enfermos que entran y salen de los hospitales y dependen de un personal muchas veces superado por la cantidad de enfermos y la amenaza de la privatización de la sanidad. La idea de los trastornos, que pueden ser infinitos, ha calado en la sociedad como la nueva asepsia del discurso psicológico y psiquiátrico revelando cierto involucionismo al volver a querer encasillar a cada enfermo bajo una etiqueta (que muchas veces no se sabe si es cierta del todo, negando su singularidad personal y social Algo así ha sucedido con la, por otro lado, excelente película “La herida” de Fernando Franco con una inmensa Marian Álvarez que al poner un nombre clínico a lo que le sucede a su protagonista en la sinopsis produce un efecto retrógrado de encasillamiento y a la vez distanciamiento del espectador. Yo no soy así, se dice con soberbia, esa soberbia reflejada en tantas películas sobre la discrimación de las personas con enfermedades mentales o con algún tipo de discapacidad. Así unos trastornos se superponen a otros y siempre hay una lista de no especificados o, la mas interesando, de psicología social entre las que se suele incluir la famosa y polémica película de Kubrick “La naranja mecánica”, prohibida varios años en Inglaterra. A pesar de esta reacción también hay pequeños pero significativos avances recientes que se reflejan en películas como “Las sesiones” o “Gabrielle” que reivindican la sexualidad de personas con algún tipo de diversidad funcional o enfermedad psicológica poco común. Los enfermos ante la pasividad de los pacientes y las recientes crisis en la financiación de la salud en general empiezan a verse en la calle, prefiriendo un pedazo de libertad 60
que la cuestionable “seguridad” y/o inocuidad del psiquiátrico con mayúsculas y los que lo gestionan que han afianzado una relación paternalista y llena de soberbia hacia el enfermo mental, como ser socialmente improductivo. Por eso muchas películas de los noventa van a empezar con la salida del enfermo a la sociedad y el enfrentamiento con los mecanismos de la normalidad al tiempo que con las exigencias de una sociedad determinada. Esta es la premisa de la interesante Wilbur se quiere suicidar (de Lone Sherfig): Pobreza y exclusión unidas al desequilibrio. Llena de humor y tristeza no cae en el victimismo aunque algunos de sus chistes resulten algo burdos. Estamos en la fría Europa del norte y su carácter, en historia de amor compartido e ilusiones perdidas, cuyo aire de comedia oculta un mensaje combativo y algo desesperanzada. El protagonista tiene varios patéticos intentos de suicidio. Subrayando el patetismo de su situación personal y sentimental. Comedia negra
y llena de tintes sombríos
con
elementos de drama psicológico de trasfondo social sobre la Europa empobrecida y la búsqueda inútil de la felicidad absoluta. El seductor e inteligente Wilbur tiene una visión negra de la vida, pero la realizadora no logra que resulten del todo creíbles sus patéticos intentos de suicido y así queriendo realizar una comedia negra se queda en un drama algo irregular, aunque excelentemente interpretado y con una descripción ambivalente de los servicios de salud mental que solo acuden en ayuda de seres en casos extremos y en su periplo por el amor, la amistad, el humor y la muerte. La película de Sherfig, a pesar de algunos trucos y chistes algo forzados, resulta una visión cuando menos original de la enfermedad mental y su repercusión en las relaciones humanas.
A pesar de la reticencia a mostrar la realidad en un psiquiátrico (mediante el mecanismo más directo del documental), máxime conociendo el carácter combativo del cine de Joaquín Jordá, se logró rodar en un psiquiátrico catalán el que sigue siendo uno de los documentales más interesantes no solo del cine español sino también del cine reciente. Su exceso de retórica no impide la fuerza que desprende la inteligente propuesta deMonos como Becky “Los psicofármacos son lobotomías sociales a gran escala” afirma el autor en el libro sobre su elaborado y elogiado documental. Un documental ambientado en parte en un sanatorio catalán donde hacen una obra de teatro con fines terapéuticos. También entrevistas a intelectuales y filósofos que se han acercado al tema de la salud mental o el deterioro cerebral (que sufrió el propio Jordá). La idea reciente de la desposesión, la alienación y le suicidio. También vemos la convivencia en el 61
interior del hospital con un enfoque positivo de colaboración y una reconstrucción meticulosa del lugar y la época en que desarrolló parte de su carrera el tristemente famoso neurocijano portugués, incluyendo su visita a la España franquista. Un documental muy apreciable y apreciado, uno de los trabajos más brillantes de Jordá, deteriorado por las entrevistas a” famosos pensadores” y potenciado por la lucidez de algunos de los enfermos al hablar de la medicación como lobotomía a pequeña escala y del desdén médico hacia sus sentimientos. Mezcla las imágenes en blanco y negro que testimonian el mundo donde experimentó Moniz primero con chimpancés (Becky) y luego trepanando mentes humanas. Un filme desequilibrado pero perturbador y con momentos muy hermosos y doloridos, un retrato sobre las patologías sociales y también sobre una época, mezclando formatos y texturas. La propia experiencia de Jordá con la enfermedad cerebral sirve de detonante para una historia coral y caleidoscópica donde los “enfermos” toman la palabra e incluso formulan quejas ante la cámara sobre el tratamiento despectivo y basado exclusivamente en la medicación que les ofrecen los doctores, además de contar sus propias historias personales. Una cierta verdad es otro documental informado e inteligente contra los tratamientos habituales en personas mayores con brotes psicóticos, en concreto en las personas ancianas que ya no creen en el efecto beneficioso de esa medicación eterna. Estudia casos de esquizofrenia en gente mayor a través de una mirada joven. Amistad entre el director del documental y un anciano esquizofrénico de gran personalidad y cultura. Es la única película dirigida por el joven Abel García Roure que, como Jordá en la más experimental “Monos…” también aparece entre los personajes y cuestiona el tratamiento que se da, aún hoy, a los pacientes que sufren trastornos psicóticos mostrando a la vez el escepticismo de algunos de los internos respecto al tratamiento que se les aplica. No obstante el lúcido, inteligente e impresionante trabajo de García Roure sigue siendo, como “Monos como Becky” un caso aislado dentro del documental rodado en castellano o catalán. Su visión crítica de la institución está articulada a través de una serie de diálogos, paseos y situaciones intimistas con jóvenes y, sobre todo, ancianos marcados por el estigma de la “esquizofrenia” que rehúsan los tratamientos convencionales y en concreto, algunos de ellos, los antipsicópticos. .De fármacos va también la decepcionante, a pesar de un inicio prometedor, Efectos secundarios de Steven Sodenbergh, un realizador interesante cuando no cae, como en este caso, en la pirotécnica. Película policiaca con una efectiva primera parte sobre los 62
experimentos de las empresas, la avaricia de las farmacéuticas, y de la propia clase médica con medicamentos en pacientes-cobayas. Un reparto de lujo y una puesta en escena ágil no logran ocultar cierta superficialidad y oportunismo del director al abordar el controvertido tema. Lastrada por un final forzado de cine de intriga bastante rebuscado, no llega al fondo del asunto aunque como thriller tiene cierta fuerza a costa de perder coherencia y verosimilitud. Steven Soderbergh es un hábil director con alma de productor capaz de lo mejor y lo peor, pero que, al menos, siempre intenta sorprendernos. Autor de películas tan personales como Sexo, mentiras y cintas de video, Bubble o El buen alemán, nos ha obsequiado, no obstante, con productos para la taquilla arropados por lujosos repartos y cuidada producción pero de escaso calado como Traffic, la saga del Che o de Ocean Eleven, o la decepcionante y catastrofista Contagio. Este singular francotirador, que se mueve de continúo entre el cine independiente y el cine de masas, parece no atreverse a llevar hasta sus últimas consecuencias sus incómodas fábulas sobre la vida y la sociedad estadounidenses. Y es en este terreno donde se sitúa “Efectos secundarios”, que a pesar de sus defectos y de su imposible parte final, nos devuelve a un director audaz y con talento y nos regala además dos grandes interpretaciones: la de Jude Law como un doctor y empresario en aprietos, y la de Rooney Mara en la joven depresiva cuyo marido acaba de salir de la cárcel. Los peores de la función, como era de esperar, Channing Tatum y Catherine Zeta-Jones. La construcción de los espacios fílmicos es más que notable, pero el guión, astuto en sus puntos de giro, con un importante puyazo a las empresas de psicofármacos, se ve lastrado en su parte final por un drama de calado social y suspense convertido en una inverosímil “conspiración de lesbianas”, algo que no sabemos si se debe al miedo a llegar al fondo del asunto o a la tendencia al sensacionalismo del autor de la efectista “Magick Mike”, sobre el mundo del strep-stepase masculino. La crítica a la alta clase médica y empresarial que juega con los enfermos como cobayas está servida, pero Sodenbergh, a pesar de la buena escritura de Scott Z. Burns, acaba estropeando su brillante propuesta (fotografiada con sumo cuidado por él mismo) con una intriga imposible en uno de esos finales que “quieren explicarlo todo” pero que en realidad sólo consiguen echar a perder la confianza depositada por el espectador en la historia y en los personajes convirtiendo una historia sobre el poder de las farmacéuticas 63
y la experimentación con los psicofármacos en una rocambolesca “conspiración de lesbianas” Dirigida por el pulcro James Wright (Orgullo y prejuicio) encontramos la reciente “El solista” que nos acerca a un joven afroamericano que sufre esquizofrenia (Jaimie Fox) y toca el violoncelo en las calles de Nueva York, siempre en la misma esquina. Parece uno más de los muchos desheredados de las grandes urbes occidentales, uno de los sin techo de las grandes “urbes” desarrolladas y occidentales. Pero sin techo con un talento excepcional, que oculta un pasado prometedor convertido en un presente de indigencia. Un periodista en apuros (Robert Downey Jr. acude a entrevistarlo e investigar sobre su trayectoria vital. Pobreza, talento, esquizofrenia, racismo, gente sin techo, vida en las calles
y final amable, levemente acomodaticio en su factura algo hollywoodiense, a
pesar de sus nobles intenciones, cayendo en un tipo de cine más cercano (al menos en su mensaje) a Capra que al cine social de nuestros días.
Más enigmática y perturbadora resulta Keane de Lodge Kerrigan. La película mas premiada de la directora Lodge Kerrigan sigue el periplo de Keane, un hombre joven que busca a su hija “desaparecida”. La cámara de Kerrigan recoge todos los matices del periplo delirante de un angustiado protagonista masculino que encarna con virtuosismo el actor Damián Lewis. Como en la película española “La herida”, la cámara apenas se despega del personaje protagonista, ni de su trayecto, sus heridas interiores, sus ilusiones y, sobre todo, sus frustraciones, angustia, inmensa soledad, agitación y creciente tensión cercana al pavor. Una película independiente y arriesgada en la que el personaje sufre los embites del paro, la pobreza y la precariedad de esa sociedad que le supera a todos los niveles. Solo el encuentro con otra niña y su madre alivian temporalmente la enfermedad, las alucinaciones y el discurso personal del protagonista, al borde de la autodestrucción Existe un montaje alternativo de Sodenbergh productor donde se elimina casi la comunicación verbal del angustiado protagonista pero lo verdaderamente importante en el filme es la destreza de la directora el tour de force interpretativo del Damián Lewis, escrutado de cerca por una cámara casi tan nerviosa como el protagonista absoluto de la cinta . Keane muestra la desestructuración mental como compañera de viaje de la desestructuración social. Aunque el protagonista trasmite angustia, rabia y desazón elude la tentación de caer nunca en el cine de miedo o 64
en el de suspense- deshumanizando al protagonista- algo que no ocurre en otros filmes sobre la alienación y la pobreza como “El maquinista” o “Take Shelter” Recientemente aplaudida en varios festivales encontramos la española “La herida”, un filme modesto pero que produce un intenso desgarro. El joven realizador hace un seguimiento muy estudiado del periplo cotidiano de Ana (Marian Álvarez premiada en varios festivales)
una joven conductora de ambulancias
que sufre humano pero
totalmente imprevisible. Premiada en los Goya a la mejor actriz y director novel es un retrato crudo de la vida cotidiana de la protagonista, con conductas que se contradicen. Una radiografía implacable de un personaje sujeto a reacciones imprevisibles y que solo encuentra espacio vital en su trabajo cuidando ancianos. No obstante Ana ha entrado en un bucle en el que su enfermedad la conduce a la soledad y la desesperación. Excelente opera prima y premios para Marian Álvarez que dedicó su Goya a “todas las Anas del mundo” y a las mujeres que luchan por sus derechos). La herida tiene una narrativa áspera pero sobre todo muestra el lado humano y el sufrimiento de un personaje que, salvo en determinadas secuencias, vive sumido en una aterradora soledad. La ausencia de la institución psiquiátrica en un caso tan claro, así como la ceguera de los que le rodean hacen del personaje un desafío a la ignorancia. La fama y el talento del realizador británico Stephen Daldry (Billy Elliot) se confirman con una arriesgada adaptación de la novela de Michael Cunningham. “Las horas” filme sobre feminidad, asilamiento, amor, suicidio y locura. Basado en la novela de Michael Cunningham incluye el personaje depresivo y esquizoide de la famosa escritora inglesa Virginia Woolf y su trágico suicidio. Contiene escenas inspiradas en “La sra Daloway”, novela de Woolf, y otras propias del universo del autor del libro en que se basa como las vidas entrelazadas o el deterioro causados por el sexismo y el rechazo social al VIH. La locura de Woolf planea como una sombra pero el filme trata sobre todo sobre la feminidad, los prejuicios y las mujeres de diferentes épocas. Posiblemente es más interesante el retrato psicológico que muestra la respetuosa adaptación de “Mrs Daloway” filmada por Marleen Gorris pero “Las horas” basada en el libro de Cunningham es un elaborado y barroco ejercicio de estilo y una reflexión nada complaciente de la situación de las mujeres y la represión sociosexual en determinados momentos de la historia de EEUU e Inglaterra. Un filme brillante algo estropeado por la machacona banda sonora de Philiph Glass y un final demasiado melodramático.
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Recien llegada de la Europa del Este encontramos un filme que es un particular descenso a los infiernos de un joven en la maltrecha Europa de nuestros días. Oslo 31 de Agosto (de Joachin Trier) es una de las propuestas más serias y estimulantes venidas del reciente cine nórdico, aunque también un filme algo tentado por el pesimismo y la falta de esperanza. El meticuloso y frío realizador noruego Joachin Trier vuelve a los temas de la juventud alienada y de la amistad como tabla de salvación, pero en esta ocasión nos presenta la odisea individual de un joven ex toxicómano que intenta salir adelante. Con algunos elementos del cine europeo sobre el desarraigo juvenil (Techiné, Louis Malle) y otros de los filmes sobre la enfermedad mental en su vertiente más digna, Trier opta por una fusión entre la naturaleza y el personaje, el drama y la ironía. Pese a todo la belleza de las imágenes no puede ocultar que estamos ante la historia de una autodestrucción por parte del joven Anders (un gran trabajo de Anders Danielsen Lie) vagando en busca de respuestas, acogido por dos antiguos amigos y con una relación tensa tanto con su pareja como con su familia cercana, con la que mantiene lazos poco satisfactorios. El protagonista de “Oslo 31 de agosto” se ve como un ser innecesario, sin nada que aportar al mundo que lo rodea y, adolescente de futuro prometedor, inhibe sus cualidades a favor de una hostilidad hacia el entorno y hacia sí mismo que cristaliza en una mezcla de alcoholismo y nihilismo que dan como resultado un ser errabundo, desencantado con el mundo y furioso consigo mismo. En este sentido,
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los interiores y exteriores levemente iluminados acentúan esa sensación de melancolía, desapego y desamparo. La película se presenta como una adaptación de El fuego fatuo de Drieu de la Rochelle (que ya dio lugar a una estremecedora obra maestra de Louis Malle), a pesar de lo cual es un filme fresco, sin miedo a experimentar, y una llamada de atención sobre una juventud expuesta a la enfermedad mental o la soledad por la falta de referentes culturales óptimos y, sobre todo, por la ausencia de experiencias laborales duraderas. Un poema desgarrado donde la belleza y el dolor logran, por momentos, acercar el drama juvenil al cine de poesía y a la tragedia
Amable y optimista resulta ser la lúdica e ingeniosa Her de Spike Jonze, a pesar de sus agridulces y/o devastadores apuntes sobre la soledad en un mundo sofisticado. Comedia dramática e irónica sobre un solitario escritor enamorado de su computadora (que cobra voz femenina) y cuanto la rodea. Sus relaciones con las “mujeres reales” son, en cambio bastante insatisfactorias. Presenta un mundo virtual que puede acentuar, sin abandonar el humor inteligente y la ironía, la intensa soledad y la incomunicación del personaje, así como los escenarios con toques futuristas en los que cree desenvolverse). Una comedia amarga en la que Phoenix domina el absurdo y todos los registros de su peculiar personaje pero no logra ocultar su debilidad frente a un mundo aséptico y mecanizado. Apuntes como la adicción a las nuevas tecnologías, la mecanización de lo humano y la humanización de lo mecánico aparecen en un filme que indirectamente (como “El show de Truman) denuncian la alta tecnología como dispositivo de control o alivio de la soledad (las llamadas “smart cities”, el cibersexo, la saturación absurda de plataformas convertidas en fetiches. Aunque el punto de vista lejos de ser Orwelliano se muestra lleno de humor y calidad, al menos en el filme de Jonze. Un filme bello y lúdico aunque algo pomposo Un caso peculiar en el cine español reciente: La isla interior Con La isla interior el tándem formado por Félix Sabroso y Dunia Ayaso pasó con cierta dignidad y soltura de la comedia ligera al drama con mayúsculas.
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Construida como un largo flash-back, la película nos acerca a los problemas de una familia sacudida por el fantasma de la locura. Un guión hábil, unos personajes bien definidos y un sólido reparto son el soporte de una historia que oscila entre el melodrama coral y la comedia negra para acabar desembocando en la tragedia intimista. La isla interior es una historia sobre la psicosis personal y la estupidez colectiva, sobre la frontera entre la cordura y la insania y sobre la familia como germen de las desdichas y también como tabla de salvación. Sin grandes alardes, pero tampoco grandes logros, con una puesta en imágenes sobria, aunque algo plana, los realizadores se acercan sin miedo a cinco seres abatidos por la demencia y sus dificultades por hacer frente a situaciones cotidianas y conjugar la vida personal y laboral, la debilidad y el coraje.
La historia no es nueva ni está tratada con demasiada originalidad y, en algunos momentos, se deja ver la tendencia de la pareja de guionistas y realizadores al trazo grueso aunque, gracias al esfuerzo de los intérpretes, su historia nos llega más o menos de cerca. Ayaso y Sabroso logran hilvanar un tipo de historia poco contada en nuestro cine y que debe algo al cine independiente estadounidense en su forma sencilla de acercarse a familias y personajes “disfuncionales”. No obstante, en los tramos más retóricos los directores se dejan llevar por diálogos y monólogos cercanos a una versión devaluada del teatro de Tennessee Williams mezclado con la comedia televisiva española más elaborada. La isla interior es un filme de perdedores que, a pesar de
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todo, juegan sus cartas, fotografiado con cierta belleza y que sabe que la fuerza del relato reside en el extraordinario trabajo de todo- s los actores y actrices. Aunque los realizadores rozan los estereotipos y la ironía- en varios momento no es todo lo fina que debiera, es una grata sorpresa en el cine español del año gracias a la fuerza de unos seres que deben luchar contra un legado cultural y humano que amenaza con abocarlos al fracaso. En definitiva, un filme imperfecto y algo afectado pero estimable, valiente y lleno de humanidad
La familia como núcleo de salvación pero más de deterioro aparece con virulencia en la francesa “Perder la razón” (de Joaquín Laffosse). El director de “Propiedad privada” como, a su manera Ozon, hurga en las tripas de la decadente familia burguesa en la Francia de nuestros días. Al mismo tiempo muestra lazos de dependencia y formas de ocupar el espacio marcadas por el género, la economía o la edad. La familia tradicional puede ser un núcleo opresivo y alienante. Las creencias religiosas musulmanas del marido (obligación de tener un hijo varón) destruye a la mujer al imponerle una familia numerosa que no puede mantener, ni económica ni emocionalmente. Al mismo tiempo el médico, padre del marido, se erige en figura contradictoria, protectora y destructiva al mismo tiempo. La mujer no quiere depender del padre del marido pero la situación se vuelve cada vez más crispada hasta un trágico desenlace. Una de las mejores películas francesas del año está llena de zonas oscuras, ironía despiadada y un final demoledor que lo emparentan con otros retratistas despiadados de la familia francesa tradicional como François Ozon (Dans la Maison) o André Techine (La chica del tren). El filme de Laffosse muestra la nueva cara de una Europa donde la llamada “crisis” dificulta la independencia económica de los jóvenes y también los prejuicios machistas de algunos árabes con poder, en una sociedad todavía marcada por el racismo y la misoginia. Menos irreverente que el cine de Ozon (La piscina) y menos social que el de Techiné (Rendez vous, Los testigos) Laffosse se convierte en una gran promesa dentro de un cine mucho más avanzado que la sociedad en la que surge. Si el cine de Ozon se aproximado a la locura desde el humor negro y la diversidad sexual el de Techine, mas cercano a Laffosse se ha acercado desde el realismo social. Experiencias extremas que vemos también en la obra del franco-canadiense Xavier Dolan, otro retratista inmisericorde de la pareja y los lazos familiares que acaba de realizara su primera 69
película donde se aproxima con claridad al tema de la depresión y el delirio desde el ámbito del thriller homo, la premiada “Tom a la ferme”.
- “Dallas Buyers Club” es el tercer largometraje del realizador canadiense tras las estimables “Crazy” y “Café de Flore”. La primera una sensible aproximación a la adolescencia de un chico bisexual y la segunda una irregular pero visualmente imaginativa historia de vidas cruzadas. Jean Marc Vallée demuestra una gran valentía para acercarse a personajes complejos y en situaciones adversas sin descartar nunca cierta magia en la puesta en escena y un saludable sentido del humor. “Dallas Buyers Club”, se apoya en un tour de force interpretativo del versátil Matthew McConaughey (Paper Boy) que sale más que airoso al interpretar a Ron un maduro, otoñal
y
mujeriego cowboy que descubre su seropositividad en la Norteamérica de los ochenta. Vallée se apoya con inteligencia en la fuerza que el actor da al personaje y en la mezcla de humor, tristeza, rabia y melancolía que destila un relato sobre la intolerancia y los prejuicios. El personaje de Ron no es necesariamente simpático pero consigue cierta empatía al no tomarse demasiado en serio a sí mismo. El filme mantiene el ritmo hasta el final pese a algunas secuencias aisladas que no tienen la misma fuerza dramática o irónica que otras. Vallée evita el sentimentalismo a favor del coraje y la denuncia, como ya hizo en sus dos anteriores largometrajes y no teme el material inflamable que tiene entre sus manos logrando, con pocos detalles, una disección demoledora y a la vez lúdica de un periodo y una sociedad. Tras su apariencia áspera y sus toques de comedia gruesa o negra se esconde una película meditada y sensible sobre la apatía social, la hipocresía y los prejuicios arraigados contra las minorías sexuales o la gente sin recursos. Ron debe enfrentarse a la avaricia, la especulación y los prejuicios de las industrias farmacéuticas y al estigma social vigente en el momento de la pandemia. Conoce a Rooney una transexual enferma (encarnada con encomiable esfuerzo y corrección por el tan sexy como inexpresivo
Jared Leto) que se sitúa en el polo opuesto de la
personalidad avasalladora y sexista de Ron, pero que lo ayuda a montar un negocio de medicamentos ante la pasividad criminal de las instituciones, la cobardía de los gobernantes y el inmovilismo de la clase médica. 70
“Dalla Buyers Club” es una película no solo inteligente e incisiva sino también realizada con dinamismo y brillantez. Del conjunto solo desmerece un poco la falta de intensidad que Leto aporta a su personaje frente a un protagonista que llena la pantalla. Un filme dinámico, que mezcla el humor y lo trágico, la ironía y el patetismo, y una pequeña obra maestra del cine independiente sobre la hipocresía social. Una película honesta sobre los inicios del VIH en EEUU que debió realizarse hace mucho tiempo. La neutralidad de la medicina se pone en entredicho en esta película como ya lo fue puesta por parte de los activistas antisida y numerosas publicaciones escritas desde el amor y la rabia. Los efectos psicológicos de la pandemia también aparecen recogidos en esta mezcla extraña de comedia irreverente y melodrama con trasfondo sociohistórico. Si el siglo XX con sus regímenes totalitarios y diferentes formas de control de los considerados “anormales” pone en evidencia no solo la ideología de la psiquiatría sino también el relativismo de cada escuela psicológica el VIH pone en evidencia el prejuicio vigente en la clase médica en general y los desmedidos intereses económicos, la racanería y el oportunismo de la industria farmacológica en particular. SALIR DEL DSM IV GERONTOPHILIA
de Bruce LaBruce
El director de las polémicas “Hustler White” o “The Raspberry Reich”- con alma de solitario provocador- realiza con “Gerontophilia” uno de las obras mas hermosas, lúcidas e inconclasta del cine LGTB de las últimas décadas. Cambia de registro temático y narrativo pero sigue siendo un autor incómodo, lúcido, inmenso. Es curioso que hayan sido las lesbianas post-feministas y las pioneras del Transfeminismos las que se hayan interesado primero por el cine de Bruce LaBruce al ver en su reinvención de la pornografía una forma de apartarse de la pedagogía uniforme y heterocentrada a la que estamos acostumbrados. LaBruce erotizó un cuerpo discapacitado (el famoso muñón) en “Hustler White” una versión paródica y post-porno de “Sunset Boulevard” de Billy Wilder al mismo tiempo que señalo el espacio de paradoja entre los revolucionarios que adoran al Che y los gays revolucionarios, entrando en un terreno en el que el género/sexo del guerrero era cuestionado. En “Skin Flicks” se ocupo del neonazismo y sus paradojas y en “Otto” puso en primer término las connotaciones homoeróticas y también de re cuestionamiento de lo corporal abyecto (el cuerpo delgado, el cuerpo enfermo) como espacios de combate. Estudiado por pioneras del postporno como Beatriz Preciado el cine de Bruce LaBruce siempre ha causado divisiones aunque con “Gerontophilia” parece dispuesto a ganarse – con su elegancia expositiva- a todo el 71
público sin prejuicios. Aparece el sujeto político del feminismo en varias figuras de diferente estatus encabezadas por la “novia” del a la vez arrojado y atribulado protagonista y que acaba incluyendo a la enfermera negra que hace la vista gorda e incluso a la maltrecha madre del protagonista que debe ofrecer sus favores sexuales al jefe para poder trabajar allí mismo. Este canadiense universal, pornógrafo provocador, adscrito al lado límite del new queer cinema y por otro lado cineasta punk y precursor del Homocore sorprende a propios y logra hacer creíble y casi palpable el amor de Luke, un chico joven (que entra a trabajar en un horrible e inhumano geriátrico) por un Melvyn, un anciano y coqueto albino con el que acaba huyendo. El filme de la Bruce elude con inteligencia muchos tópicos y, aunque se desmarca de su trayectoria de pionero del post-porno y el cine de militancia difusa pero agresiva, logra un filme perturbador por la naturalidad con la que aborda la atracción del chico por las piel con arrugas, su rechazo a tratos degradantes en el hospital, la credibilidad y solidez que logra insuflar a su historia de amor y muerte y también por la entidad que logran los personajes secundarios (como la novia del protagonista, feminista a su manera) o las gentes que trabajan en esa residencia de la que acaban escapando. Esa chica que trabaja en una librería y ha confeccionado una lista de heroínas, esa joven que al enterarse del “secreto” de Luke lejos de sentirse celosa le ayuda a sacar al enfermo Melvyn de esa inhumana “residencia” y le dice: “Lo que haces es revolucionario. Si fueras una chica estarías en mi lista”. Una película donde LaBruce sustituye las proclamas en forma de carteles o sorpresas con el montaje por una erotización progresiva y convincente de otros cuerpos que no entran dentro de la “normalidad”, cercanos a la muerte y además racializados en una sociedad racista. “Gerontophilia”, con sus paisajes canadienses y sus momentos en los que logra conciliar el humor negro y el drama romántico y salvo en un par de secuencias elude el montaje agresivo característico de otros filmes de la Bruce, los carteles políticos, y está dotada de una serenidad y fluidez poco comunes en una historia tan dificil de contar sin caer nunca en el sentimentalismo, la estridencia
o la vulgaridad. Exquisitamente
fotografiada por Nicolas Canniccioni, con una límpida y una mirada transparente estamos ante uno de los mejores y más profundos filmes del 2013 y un verdadero milagro para los amantes del cine LGTBQ poco convencional, juguetón y atrevido en sus propuestas a la vez que convincente en su hermosa, lítica, a ratos alucinada, pero nunca incoherente puesta en escena. Eludiendo la estructura de road movie ya que el 72
viaje de estos dos seres ¿al margen? Es tan breve como intenso LaBruce muestra con humor y calidez la coquetería de un anciano condenado a vivir de los recuerdos y los celos de un joven locamente enamorado y celoso de otros jóvenes que sale del armario como gerotófilo, algo nada sencillo en una sociedad que rinde “culto al cuerpo” y divide la sexualidad no solo en géneros/sexos sino también en edades, razas, capacitismo, clases etc. No sabemos si el último LaBruce llamará la atención de los críticos y la cinefilia con mayúsculas pero se ha ganado un lugar en nuestros corazones. De nuevo LaBruce d plantea interrogantes incómodos ¿Tiene edad o ideología el deseo? ¿Puede ser la libertad y el amor efímeros más poderosos que la vida prolongada? ¿Cómo conquistar en una sociedad llena de prejuicios un espacio propio marcado por la libertad? ¿Cómo sortear los obstáculos pre-establecidos entre lo “normal” o lo “normalizado” y lo todavía considerado por el estamento médico como “abyecto”? Uno filme al que (a diferencia de la mayoría de lo que se estrena en cines comerciales, sean multisalas o universitarios de pacotilla) no le viene pequeña la etiqueta de hermosa y, sobre todo, inmensa y valiente. Un filme necesario en una época de miedo y retrocesos sociales.
EPILOGO Cuando acabo de escribir este libro me entero de que el ministro del Interior del Partido Popular, Gallardón, arremete contra los llamados “enfermos mentales” y quiere recluir de por vida a aquellos que comentan un pequeño delito. Veo un tren Austwichz, nuevos poderes a los médicos y policías del género, miedo de otros tiempos y un nuevo caldo de cultivo para el prejuicio y el estigma hacia los llamados “anormales”. Esto hace, si cabe, a pesar de sus errores e imperfecciones, más urgente trabajos como este desde muchos campos, todavía incómodos, no sé si buenos, pero necesarios.
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En memoria de Sigmund Freud (muerto en sept. de 1939) W. H Auden Cuando haya demasiados que lamentar, cuando el dolor se haya hecho público y se haya expuesto a la crítica de toda una época la fragilidad de nuestra conciencia y de nuestra angustia,
¿de quiénes hablaremos? Pues todos los días mueren entre nosotros los que nos hacían bien, los que sabían que nunca era bastante, pero tenían la esperanza de mejorar algo las cosas con sólo vivir.
Así era este médico: aún a los ochenta quería pensar en nuestra vida, a cuya turbulencia tantos jóvenes y plausibles futuros
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con la amenaza o la adulación exigen obediencia,
pero no pudo ser: cerró los ojos ante esta última imagen, común a todos, de problemas como parientes reunidos, intrigados y celosos por nuestra agonía.
Pues a su alrededor, hasta el mismo fin, perduraban aquéllos que él había estudiado, la fauna de la noche y las sombras que todavía aguardaban para entrar en el brillante círculo de su reconocimiento
acudieron a alguna otra parte con su desencanto cuando él, un judío importante muerto en el exilio, fue arrancado del interés de su vida para volver a la tierra en Londres.
Sólo el Odio fue feliz, pues esperaba aumentar ahora sus pacientes y su sórdida clientela, que cree poder curarse matando y cubriendo de cenizas el jardín.
Ellos siguen vivos, pero en un mundo que él cambió sólo con mirar hacia atrás sin falsos pesares; todo lo que hacía era recordar con memoria de viejo y honestidad de niño.
No fue para nada ingenioso: simplemente le dijo al infeliz Presente que recitara el Pasado como una lección de poesía, hasta que tarde o temprano titubeara en un verso en donde
hacía mucho comenzaron las acusaciones, y de repente sabría quién lo había juzgado, conocería la riqueza o necedad de su vida, y perdonaría y sería más humilde,
capaz de enfrentar el Futuro como amigo, sin un vestuario de excusas, sin una máscara fija de rectitud ni un
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molesto gesto, familiar en exceso.
No es de extrañarse que las antiguas culturas de la vanidad previeran en su técnica de agitación la caída de príncipes, el derrumbe de sus lucrativos patrones de frustración:
si él tenía éxito, pues, la Vida Generalizada se tornaría imposible, el monolito del Estado se quebraría, y se impediría la cooperación de los vengadores.
Por supuesto que invocaron a Dios, pero él siguió su camino hacia abajo entre los condenados, como Dante, hacia abajo hasta la hedionda fosa donde los lastimados llevan la fea vida de los rechazados,
y nos mostró que el mal no es, como pensábamos, los hechos que hay que castigar, sino nuestra falta de fe, nuestro modo deshonesto de negar y la concupiscencia del opresor.
Si algunos rastros de la aristocrática pose, el rigor paternal, del que desconfiaba, aún persistían en su expresión y en sus rasgos, se trataba de una coloración protectora
para quien viviera tanto tiempo entre enemigos: si muchas veces se equivocó, e inclusive fue un tanto absurdo, para nosotros ya no es más una persona, sino todo un clima de opinión
bajo el cual conducimos nuestras vidas diferentes: como el tiempo, sólo puede ser un obstáculo o una ayuda; los orgullosos pueden seguir siendo orgullosos, pero lo encontrarán un poco más difícil; el tirano intenta
llevarse bien con él, pero no lo quiere demasiado: tranquilo, él circunda todos nuestros hábitos de crecimiento y se extiende, hasta que los cansados, inclusive
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en el ducado más remoto y miserable,
han sentido el cambio en los huesos, y se han alegrado, hasta que el niño, infeliz en su pequeño Estado, un fogón donde la libertad se excluye, una colmena cuya miel es el miedo y la preocupación,
se siente más tranquilo ahora, de alguna manera confiado en escapar, mientras que, esparcidos por el pasto de nuestra indiferencia, tantos objetos, largo tiempo olvidados, revelados por su brillo, que no se desanima nunca,
nos son devueltos y otra vez son preciosos; juegos que creíamos que había que abandonar al crecer, ruiditos de los cuales no nos atrevíamos a reírnos, o las caras que hacíamos cuando nadie miraba.
Pero él quiere mucho más para nosotros. Ser libre muchas veces es sentirse solo. Él quería unir las desiguales mitades fracturadas por nuestro bien intencionado sentido de justicia,
restituir al más grande la voluntad y el ingenio que posee el más chico, pero que sólo puede usar para áridas disputas; quería devolverle al hijo la riqueza del sentimiento materno;
pero sobre todo quería que recordáramos sentir entusiasmo por la noche, no sólo por el sentido de asombro que tiene que ofrecernos, sino también
porque necesita de nuestro cariño. Con grandes ojos tristes, sus entrañables criaturas miran hacia arriba y en silencio nos ruegan que les pidamos que nos sigan: son exiliadas que anhelan el futuro
que está en nuestro poder; ellas también se alegrarían si se les permitiera servir al esclarecimiento, igual que él, inclusive soportar nuestro grito de "Judas",
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como lo hizo ĂŠl, como deben soportarlo todos los que le sirven.
Nuestra voz racional calla. Sobre su tumba, la casa del Impulso llora por el bienamado; triste estĂĄ Eros, constructor de ciudades, y desolada la anĂĄrquica Afrodita.
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