El inquilino Joaquín Guirao
Joaquín Guirao Marín 3/7/2013
En una habitación oscura a veces podemos sentir la presencia de otra persona aunque no la veamos. Él ya no me causaba ni esa sensación. Con los años, había logrado desaparecer completamente en la oscuridad del cuarto. Sé que está ahí porque, tras horas de paciente escucha, puedo oír el leve frote que produce el movimiento de una persona, por minúsculo que este sea. Mi padre me inculcó un temor casi absoluto, tan completo como falto de datos, por el inquilino de niño. Vivo todavía en la casa que me legó. Es una casa grande, con 4 plantas que ya apenas abandono. Las dos primeras plantas tienen luz, pero la tercera se ilumina con la leve iluminación que pueda haber en las dos primeras, y la cuarta se encuentra en una oscuridad absoluta. En la cuarta planta hay un cuarto, un sótano, y ahí es donde está él. Lo llamo “él” por que cómo se refería mi padre a él. No sé realmente su sexo, ni su apariencia. Por lo que a mí respecta, él no ha salido nunca de la habitación. Mi padre siempre fue extremadamente claro sobre la falta de contacto con la que teníamos que 33
tratar al inquilino. Nunca le subíamos comida ni le hacíamos ningún tipo de caso. No limpiábamos más allá de la tercera planta, algo muy extraño tanto en mi padre como en mí, obsesionados con la limpieza y la pulcritud. Mi “mansión” no puede clasificarse como ruinosa en ningún caso. Está, aunque quede feo decirlo, exquisitamente decorada y tratada por mí. Vivo para ella, nunca he tenido ningún trabajo, y mi padre tampoco, pero de alguna forma me pudo dejar una enorme cantidad de dinero. Acabo de darme cuenta de que, quizás, su trabajo era no tratar con nuestro inquilino. En mi infancia mi padre solía castigarme encerrándome a oscuras en la oscura habitación del inquilino. Como he dicho, notaba su presencia, alejada y desinteresada de mí, como un Dios cansado, pero realmente no interaccionaba conmigo. Creo que no existía el mundo exterior para él. Una vez hablé dentro de la habitación. Mi padre me sometió a tal experiencia que no volví a hablar dentro de ella. 4
Me he negado a mí misma esto con fiereza dogmática, pero parte de mí se niega a aceptar que nunca sale de su habitación. Siempre he temido, en alguna parte trasera de mi cabeza, que use las instalaciones de la casa. Su habitación no huele, así que supongo que se lavará, pero nunca he oído ruido de agua en su habitación. He tenido pesadillas durante toda mi vida con el gran pasillo que me lleva a la cocina, y el inquilino de espaldas al frigorífico, sin terminar de girar eternamente al ser consciente de mi presencia. Por alguna razón, es un hombre y siempre está desnudo. Así lo represento en mi cabeza. Mi padre murió hace tiempo, y ya no salgo de casa. Solía salir a comprar alimentos y, una vez al mes, muebles, pero ya no lo hago. Todos los días, desde que dejé de hacerlo, me levanto con comida en mi casa. Otro dato inconcluso más. El inquilino llegó después de que muriese mi madre, no sé cuando, ese periodo es para mí un desastre gris continuo difícil de ordenar. Curiosamente, la casa estaba construida con sus dos plantas os5
curas antes de que el inquilino llegase. Quizás por eso la seleccionó. Todo tipo de ideas se me han ocurrido sobre su naturaleza y el sentido de su vida, pero considero que todas ellas son una estupidez. Con el tiempo la pesada certeza de un oscuro y enorme “porque sí” ha ido apoderándose de mí. Siempre he sido dada a las fantasías y las elucubraciones, pero la realidad ha ido limando estas hasta encontrarme con, simplemente, a una persona extraordinariamente silenciosa en una habitación. Quizás la única fantasía en la que todavía caigo en la indulgencia es en la de que el inquilino no existe, pero esto sé que es mentira. La mayoría del tiempo lo paso sola. Mi padre, desde muy joven, me dio un mensaje claro, la gente solo te quiere por algo, y yo no era capaz de dar nada a nadie. También me dijo que el inquilino es el único ser que me daría tanto como yo puedo dar. Nunca me he enamorado, creo. Lo recordaría, tengo una excelente memoria. Mi padre apenas habla6
ba, mi madre, que yo recuerde, tampoco. Por suerte ambos murieron cuando yo era relativamente joven. Estos últimos días han sido algo estresantes, puesto que he tenido la sensación inquietante de que el inquilino ha rondado por la casa. He subido en algunas ocasiones a verlo, encerrándome en su habitación. Me he movido, intentando encontrar su tacto, pero ha rehuido mi presencia. Ahora me arrepiento de haberlo hecho, temo que pueda tomar algún tipo de represalias por ello. La enfermedad es cada vez más grave, además, y ahora apenas puedo mover ningún miembro de mi cuerpo a primera hora de la mañana. Sin embargo, no puedo entender que sienta su presencia en la casa, ya que cuando estoy en su habitación ya no la siento, se ha fundido completa y absolutamente con la casa. Quizás por eso siento su presencia, ahora forma parte de su estructura, tanto como las vigas o las paredes. También es las vigas y las paredes de mi vida, toda se ha estructurado en torno a él. 7
Así que estos eran todos los datos que tenía sobre esta persona. Es un hombre, vive en mi casa, no hace nada. Miento, hay un dato más, una vez oí decir a mi padre, poco antes de que muriese, que estaba en el paro. Así que supongo que eso manda al traste mi teoría de que nuestra ingente cantidad de dinero viene de él. No se preocupen, vivo contradiciéndome a mí misma, no es problema. No creía que fuese a saber ningún dato más sobre él. Pero un día la parálisis de mi enfermedad duró más de lo habitual. Mientras yacía mirando los muebles, pensando en el trabajo que debería de estar haciendo en ellos, tomé la decisión de subir una última vez a ver al inquilino. No sé porqué pensé que sería la última vez, quizás cierto nivel de melancolía muy poco propia se apoderó de mí, quizás sentí que algo iba mal. Subí esas escaleras que tanto había subido y llegué a la tercera planta. Ahora que lo pensaba, más allá del pasillo nunca había estado en ninguna habitación de esta planta. Quizás habría más inquili8
nos en ellas. Bueno, otro dato inconcluso más. Esta planta estaba infestada de moho y vegetación, la cual había observado que se paraba en seco una vez que llegaba al borde de la cuarta planta, quizás esperando no molestar al inquilino. Lo sabía por el tacto, por supuesto, puesto que a mitad de camino toda luz desaparecía, al no haber ningún tipo de ventanas. Llegué al cuarto piso y abrí la puerta, de la que solo sé que tiene un pomo, nunca me he molestado en tocarla más allá de eso. Cerré la puerta tras de mí. A veces he tenido la esperanza de que mis ojos se acostumbrarían a la oscuridad y lograría ver un simulacro de la figura del inquilino, pero ahora sé que esto no es así, la oscuridad es demasiada. Esperé, un minuto o unas horas, ya no sé cuánto tiempo, a oír algún tipo de ruido. Nada. El terror se apoderó de mí, una nausea y una sensación de caída. Sabía lo que estaba a punto de hacer, había tenido esa idea tal como abrí la puerta, 9
pero no me terminaba de creer que fuese a hacerlo. Finalmente, en contra de toda mi vida, hablé. - Quiero verte. Y esperé. No sé porqué esperé, mi principal instinto era el de salir huyendo, pero quizás el miedo era tan grande que no podía moverme. Pasaron una cantidad insoportables de minutos, y entonces la habitación se iluminó con una luz violenta y azulada. La habitación era grande, mucho más grande de lo que podría esperar, más grande que como se veía en la casa por fuera, prácticamente un hangar. Él estaba en el centro. Era joven, algo sorprendente, puesto que yo ya era una anciana. Estaba vestido con una camisa gris y un pantalón pardo, y yo que todos estos años había pensado que estaba desnudo. La cara era completa y absolutamente anodina, salvo por el detalle de que no tenía 10
pupilas, sus ojos blancos. Estaba sonriendo, quizás de más, y su cara daba cierta imagen de máscara. Ahora no sé si era o no una máscara. La luz, como con el fogonazo de un flash, poco a poco fue disminuyendo hasta que desapareció del todo. De repente no me podía mover. No sé si sería la enfermedad, o que, simplemente, había aceptado algo que me había dicho toda mi vida, que con un poco de esfuerzo yo podía ser como el inquilino. Oí el crujido de la puerta al abrirse, se cerró y escuché una llave.Ya no podía oír al inquilino, ni siquiera el más leve crujido de su ropa, y no sabía si estaba inmóvil, con los ojos abiertos en la oscuridad, o muerta.
11
12
Fín