SACERDOTES Según su Corazón
Publicación sobre espiritualidad sacerdotal
N° 46, Septiembre de 2013
SACERDOS ALTER CHRISTUSi 3. -LLAMAMIENTO A LA SANT IDAD Jesús considera a sus sacerdotes como a sus íntimos amigos. Prueba de ello son estas palabras que Jesús dirigió a sus Apóstoles inmediatamente después de haberles conferido el sacerdocio: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn., 15, 15). También a vosotros os fueron dichas estas mismas palabras, después de vuestra ordenación, en nombre de Jesús. Vuestra dignidad comporta para vosotros una grave obligación de conciencia y un llamamiento constante para que aspiréis a la perfección que reclama vuestro estado. Todo es sobrenatural en el sacerdocio. Las máximas de este mundo no nos sirven para apreciar en su justa medida este don divino. "El mundo no ha conocido a Dios", ni las cosas de Dios: Pater iuste mundus te non cognovit (Jn., 17, 25).
SACERDOTES Según su Corazón
Ya desde el seminario, el aspirante al sacerdocio debe tener una clara convicción de la verdadera santidad a la cual es llamado. Después de su ordenación deberá mantener y desarrollar esta convicción con una vida de oración y de sacrificio. Nunca podremos exagerar "el valor de la gracia recibida el día de la ordenación": Noli negligere gratiam quae in te est (1Tim., 4, 14). El que se conforma con evitar el pecado, sin tener otras aspiraciones más altas, esto es, sin vivir una vida de fe y de amor, se expone al grave riesgo de perderse. Y aun en el caso que no llegue a tal extremo, consumirá su existencia sin experimentar las íntimas alegrías que Dios depara a los sacerdotes que le son fieles, y sin haber realizado en toda su plenitud la misión sacerdotal que de él se esperaba. Ya en el Antiguo Testamento, Dios exigía que los ministros del culto fuesen santos, aunque los sacrificios de machos cabríos y de terneras que ofrecían no eran sino figura del sacrificio de la Nueva Alianza. ¿Con cuánta más razón, pues, no reclamará de nosotros el Señor una gran pureza de vida?
Hay tres motivos que recuerdan constantemente a todo sacerdote su deber de tender a la santidad: el poder que ejerce sobre el cuerpo y la sangre del Hijo de Dios, su función de dispensador de la gracia (¿no le obliga acaso este título a ser él quien primero se santifique por ella?) y, por fin, el pueblo cristiano, que espera de él la lección de su ejemplo. Si él prédica a los demás la ley de Cristo ¿podrá desmentir con su conducta la verdad de lo que enseña? Santo Tomás, resumiendo la doctrina tradicional sobre esta materia, exalta en los siguientes términos la dignidad sacerdotal: "El que recibe el orden sagrado se hace capaz de ejercer las más excelentes funciones, por las cuales se rinde homenaje a Cristo en el sacramento del altar"1. Y añade: "Los sacerdotes, que han sido elevados a un ministerio tan eminente, no pueden conformarse con adquirir una bondad moral cualquiera, sino que se les exige una virtud extraordinaria"2. ¿Reflexionamos lo suficiente sobre estas consideraciones? Nosotros somos los íntimos de Jesucristo, los ministros de su sacrificio. Esta proximidad al 1 2
Sum. Tlieol., II-II, q. 184, a. 8. Ibid., Supplem., q. 35, a. 1, ad 3.
SACERDOTES Según su Corazón
Salvador nos debiera servir de constante estímulo. Las almas predilectas de Dios que no han recibido el don del sacerdocio no gozan de las
facilidades de acceso que nosotros tenemos para llegar a Él. Una Santa Gertrudis, una Santa Teresa, tan colmadas de gracias, tan familiarmente unidas al Señor, ¿acaso han podido alguna vez consagrar el pan y el vino, tomar la hostia en sus manos o administrar la comunión? Hasta tal punto es la hostia cosa propia del sacerdote que el poder que ejerce sobre ella no tiene otros límites que el de las leyes y prescripciones de la Iglesia. Jesús se confía a su sacerdote como se confió a María y, fuera del caso de necesidad, él es el único que puede tocarlo y darlo a los demás. El guarda la llave del sagrario. Él toma a Jesús para llevarlo a los enfermos, para bendecir al pueblo y para pasearlo en procesión por las calles. ¿Podrá darse la posibilidad de que haya seglares, a veces aun entre las humildes mujercitas del pueblo, que amen a Jesús más que sus sacerdotes? Procuremos, pues, decir a Jesús con todas las veras de nuestro corazón: "Oh Cristo, Vos os habéis entregado a mí, Vos me habéis encomendado el cuidado
de las almas que os pertenecen; también yo quiero entregarme del todo a Vos; servíos de mí como mejor os agrade". Tanto cuando trabajaba en Nazaret como cuando iba por los caminos de Galilea o hablaba de sus Apóstoles o se retiraba a orar en el monte, Jesús siempre tenía conciencia de su sacerdocio. Lo mismo debiera decirse de nosotros, porque no dejamos de ser sacerdotes cuando bajamos del altar, sino que seguimos siéndolo dondequiera y siempre. A la manera de Jesús, vivamos siempre con el alma vuelta a los intereses de Dios: In his quae Patris mei sunt oportet me esse (Lc., 2, 49). Recordad la parábola de los talentos. Nosotros somos de aquellos que recibieron cinco. Reflexionemos seriamente en ello. ¿Cumplimos las funciones de nuestro sacerdocio con aquella dignidad de sentimientos que se merecen? A ejemplo de María, madre de Jesús, que poseía una santidad eminente, el sacerdote, por razón de su intimidad con "el que es la santidad misma", Tu solus sanctus, Iesu Christe, se esforzará en conseguir que toda su vida esté ungida de un gran espíritu de pureza y de una constante elevación de alma. Para no perder el ánimo en esta marcha ascendente, debe reavivar constantemente en su alma el deseo de adquirir la perfección, y recordar aquellas palabras del pontifical que el obispo dirige a los ordenandos: "Poderoso es Dios para aumentar en ti su gracia". Potens est Deus ut augeat in te gratiam suam.
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4. IMITAMINI QUOD TRACTATIS El sacerdote es alter Christus y, a semejanza de su divino Maestro, debe ser una hostia inmolada a la gloria de Dios y consagrada a la salvación de las almas. Puede ser un sabio, un reformador social, un genial organizador; pero si no es más que esto, no responde a las miras que Dios tenía puestas en él. Pues, ¿a qué altura de vida moral invita la Iglesia a sus sacerdotes? El pontifical indica en términos concisos y exactos cuál es el conjunto de virtudes que corresponden al ministro de Cristo. No hay fuente de enseñanza más auténtica. Poco antes del rito de la imposición de las manos, el obispo pronuncia estas palabras: "Que estos elegidos se distingan por una "fidelidad constante a la justicia": diuturna iustitiae observatio; que su conducta sea un reflejo "de la castidad y pureza de su vida". Y les encarece que "prediquen no menos con el ejemplo que con la doctrina y que el perfume de sus virtudes sea la alegría de la Iglesia de Dios": Sit odor vitae vestrae delectamentum Ecclesiae Christi. Debemos fijar principalmente nuestra atención en una de las exhortaciones que hace el obispo consagrante: "Advertid lo que hacéis: imitad lo que tratáis: de suerte que celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuréis mortificar vuestros miembros, huyendo del vicio y de la concupiscencia": Agnoscite quod agitis; imitamini quod tractatis: quatenus mortis dominicae mysterium celebrantes, mortificare membra vestra a vitiis et concupiscentiis ómnibus procuretis. Tal es el verdadero programa de nuestra santidad. Si queremos estar a la altura de nuestro sacerdocio, si queremos que su perfume penetre toda nuestra vida, si queremos, en una palabra, vivir inflamados de amor y de celo por la salvación de las almas (y esta debe ser nuestra más noble ambición), debemos consagrarnos, según nos dice el obispo en la ordenación, a imitar y a reproducir en nosotros a Jesucristo sacerdote y hostia. Si participamos de su dignidad sacerdotal, ¿no deberemos participar también en su oblación?
SACERDOTES Según su Corazón
Podemos contemplar a Jesucristo en cada uno de los estados de su vida, y en cada una de sus virtudes. Él es el ideal que todos deben imitar. Lo mismo el niño que el adulto y el obrero como la virgen o el religioso encuentran en Él el modelo más acabado para su respectivo estado. Pero hay en Jesús un Santo de los santos, un tabernáculo cerrado, donde el alma del sacerdote debe desear entrar, porque allí está la fuente de donde mana toda la vida interior de Jesús. Desde el punto mismo de su encarnación, "el Salvador se entregó enteramente al cumplimiento de la voluntad del Padre": Ecce venio... ut faciam, Deus, voluntatem tuam (Hebr., 10, 7). Y nunca renunció al cumplimiento de esta voluntad. He aquí nuestra consigna: imitar a Jesús en la entrega total de su vida a la gloria de Dios y a la salvación del mundo. Tal es la perfección que corresponde al sacerdote y esta vocación supera a la angélica. Obedecer a esta invitación: "Imitad el misterio del que vosotros sois los ministros", no solamente significa celebrar la Misa con espíritu de piedad, sino, sobre todo, unir a la ofrenda de Jesús la oblación más completa de nuestra vida. Debemos caer en la cuenta de que la muerte de Jesús en la cruz se preparó a todo lo largo de su existencia terrena. "Por nosotros" bajó del cielo, como dice el Credo: Propter nos homines et propter nostram salutem. Cuando vivía en Nazaret, en el modesto taller de José, tenía la plena conciencia de que era la víctima destinada a la suprema inmolación. Y aceptó por anticipado toda la trama de su vida y previo su pasión con todo el cortejo de sus afrentas y sufrimientos. Y cuando llegó su hora, Jesús, movido por un impulso de inmenso amor, se ofreció por nuestra redención: Crucifixus etiam pro nobis. Esta aceptación plena de todos los designios de Dios nos servirá de modelo. Imitamini... Presentemos también nosotros en el altar al Señor todo el desarrollo de nuestra existencia aceptándolo, amándolo, ofreciéndolo y consagrándolo amorosamente a la causa de Dios y al bien de las almas. Esta imitación diaria de la ofrenda de Jesús nos permitirá penetrar gradualmente en la intimidad misteriosa del alma del divino Maestro. (Continúa…) i
Tomado de: Bto. Dom Colmba Marmion, Jesucristo ideal del Sacerdote.