Album de la Sagrada Biblia

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HISTORIASAGRADA.ORG f Presenta

"ALBUM DE LA SAGRADA BIBLIA" de la adaptación como álbum (ECO CATÓLICO DE COSTA RICA – 1962) de la obra original en dos tomos (GRÁFICA RICORDI DE MILÁN – 1955) coordinador del projecto: ESTEBAN GERARDO MORA SÁNCHEZ asistente del projecto: JESUS GERARDO MORA BARRANTES ilustraciones: ALBERTO SALOMONE. digitalización de ilustraciones y diseño: ESTEBAN GERARDO MORA SÁNCHEZ asistente de diseño: LUIS ALFREDO MOISO GREÑAS texto original: FRANCESCO PERLATTI levantado de texto: JESUS GERARDO MORA BARRANTES y MAGDA YADIRA SÁNCHEZ HERNÁNDEZ actualización, revisión, y corrección del texto: PBRO. OSCAR EDUARDO BRENES JAUBERT

www.historiasagrada.org


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INTRODUCCIÓN f

El Álbum de la Sagrada Biblia, en su versión original, fue publicado en Costa Rica en 1962, como álbum de postales coleccionables. Fue patrocinado por el Eco Católico, semanario que aún circula en ese país. La poca información que tenemos de la fuente original está indicada en la nota de presentación que, a modo de prefacio, el entonces Arzobispo de San José, Carlos H. Rodríguez Quirós, incluyó en la primera página del álbum. De ahí sabemos que se trataba de una adaptación de una "publicación italiana en dos volúmenes", impresa por la Gráfica Ricordi de Milán en 1955. La ilustración de las postales estuvo a cargo del pintor Alberto Salomone, y la redacción del texto pertenece a Francesco Perlatti. Lamentablemente el título original de esa aludida publicación y cualquier referencia que nos hubiese dado más información de esta primera fuente se ha perdido en el tiempo. La Gráfica Ricordi de Milán no existe; tampoco el material original utilizado por Eco Católico en la impresión del álbum. El álbum se compone de 488 ilustraciones a todo color, mitad de las cuales se dedican a las historias más destacadas del Antiguo Testamento; el resto corresponde a las del Nuevo Testamento. El álbum está dividido en ocho grandes capítulos o secciones introductorias; cuatro para cada Testamento. Estas secciones ayudan a ambientar y resumen en lo fundamental los acontecimientos que en forma más detallada se desarrollan en las páginas subsiguientes. Cada una de estas secciones está ilustrada por una postal. En el Antiguo Testamento las cuatro postales de estas secciones son: 001 Génesis 042 De Egipto a la tierra prometida 099 Monarquía 204 Hacia el fin de la gran misión.

Las correspondientes al Nuevo Testamento son: 245 Jesús, José y María 302 El Maestro Divino 391 El Hijo de Dios 416 El Redentor.

Las demás ilustraciones quedan distribuidas en páginas de cuatro y ocho postales, dando a cada página un título alusivo al tema a tratar en la misma. El detalle artístico de sus postales y su ameno relato convierten el álbum en una obra única en su género. Tanto la descripción de cada acontecimiento como su respectiva ilustración quedan de tal manera integrados que difícilmente quien lee olvidará los detalles de la historia si se cruza con la postal nuevamente. Y es que en la elaboración del álbum se hizo particular hincapié en el aspecto gráfico como narrativo. Ambas partes forman un todo en la enseñanza de la Historia Sagrada. Siendo en mi casa los dos hijos menores de una familia de seis, tanto a mi hermano Ronald (un niño entonces) como yo (ya un adolescente), siempre nos entusiasmó la idea de completar los álbumes que se ponían en el mercado. Con este álbum en particular, dado el tema religioso y la belleza de sus postales, con mayor razón nuestro padre nos daba el dinero necesario para comprar las docenas de latas de jugos de frutas; en el dorso de sus etiquetas venían las postales adheridas, tres unidades por lata. ¡Nunca tomamos en casa tanto jugo de pera, melocotón o albaricoque, como en aquella época! Debo agradecerle a a mi hermano el haber preservado este álbum de la destrucción, después de tantos años. Siempre lo conservó, hasta que se lo pedí hace aproximadamente cinco años. Supongo que fue con cierta nostalgia que se desprendió de él, y me lo envió desde Costa Rica hasta Texas, donde radico desde hace más de dos décadas. Originalmente lo que me proponía era releerlo, pues en mi memoria habían quedado muy vívidamente ciertas postales e historias; entre otras muchas: la imagen de Jefté levantando la espada (postal 083); Moisés orando con los brazos levantados y siendo ayudado por Miriam y Aarón (postal 056); Elías siendo alimentado por un cuervo en el desierto (postal 148); el sacerdote Helí hablándole a Ana (postal 091 y una de las que más se nos repitió), y muy particularmente la imagen de Jesús enviando a Satanás al fuego eterno (postal 391). Cuando tuve el álbum entre mis manos regresaron también muchos recuerdos, y caí en la cuenta de que, a pesar del tiempo transcurrido, el estado físico de aquella publicación era muy bueno y, más importante aún, su vigencia y utilidad eran tan actuales como lo habían sido ocho lustros atrás. Para cuando recibí el álbum, mi hijo Esteban (quien labora hasta hoy conmigo) trabajaba intensamente en la creación de la tienda virtual de nuestra empresa familiar. Cuando él conoció el álbum me expresó su interés en digitalizarlo, con el propósito de ponerlo al alcance de cualquier navegante de Internet. Creó un diseño, pero al poco tiempo tuvo que viajar a Costa Rica. Este hecho, sumado al incremento de trabajo en nuestra tienda virtual, lo obligó a suspender el proyecto del álbum durante algunos años. No fue sino hasta hace pocos meses que Esteban reanudó su proyecto del álbum, gracias en parte a las insistencias del presbítero Oscar Eduardo Brenes, amigo suyo en Costa Rica y conocedor del proyecto inconcluso. En el diseño virtual del álbum Esteban ha procurado una presentación lo más fiel posible a su versión original. Para ello ha conservado la numeración original de páginas, así como sus títulos originales, y las correspondientes agrupaciones de postales. Gracias a la tecnología actual y al conocimiento y dominio de algunos programas, ha mejorado los colores y contrastes de cada postal, y ha corregido errores de impresión que algunas de ellas presentaban. El tamaño original de las postales también se ha respetado. Todo ello ha dado como resultado una versión digital lo más fiel posible al álbum original. Al poner finalmente a disposición de los usuarios de Internet el Álbum de la Sagrada Biblia, doy infinitas gracias a Dios por haber hecho coincidir todas las condiciones apropiadas para que este proyecto se completara. Deseo expresar mi agradecimiento a todos los que colaboraron en hacer de este proyecto una realidad: A mi esposa Magda, encargada del dictado del texto original ; Al Presbítero Oscar Eduardo Brenes Jaubert, por su insistencia en llevar a cabo este proyecto, así como en revisar y corregir todo el texto, y actualizar los nombres propios de ciudades y personajes ; A Luis Alfredo Moiso, por sus múltiples visitas semanales que aportaron nuevas ideas al diseño ; Y a Esteban, mi hijo, por su iniciativa y empeño puestos en el proyecto. Su gran talento e intensísimo trabajo se ven hoy recompensados con este precioso Álbum. ¡Que Dios los bendiga a todos abundantemente!.

GERARDO MORA Conroe, Texas, 20 de Octubre de 2006


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ANTIGUO TESTAMENTO f 06-07

Génesis

08-09

Los orígenes

10-11

El hombre comienza su vida

12-13

El pueblo elegido

14-15

Los patriarcas

16-17

El pueblo en Egipto

18-19

De Egipto a la tierra prometida

20-21

Esclavitud y liberación

22-23

En el desierto

24-25

La ley

26-27

Hacia la tierra prometida

28-29

En la tierra de los padres

30-31

Jefté y Samsón

32-33

Los últimos jueces

34-35

Monarquía

36-37

La monarquía

38-39

El cetro a la tribu de Judá

40-41

David rey

42-43

David - el hombre y el profeta

44-45

Salomón

46-47

Decadencia

48-49

En el reino de Israel - Elías

50-51

Los profetas de Israel

52-53

Eliseo

54-55

El destierro de Israel

56-57

Entre los paganos

58-59

En el reino de Judá

60-61

Hacia al destierro

62-63

Hacia el fin de la gran misión

64-65

En el destierro

66-67

Liberación

68-69

Después del destierro

70-71

Nuevas persecuciones

72-73

El Mesías está cerca


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NUEVO TESTAMENTO f Jesús, José y María

74-75

La espera

76-77

La Madre del Salvador

78

Los heraldos

79

Anuncios celestes

80-81

Ha nacido el Redentor

82-83

La infancia de Jesús

84-85

Viene el Mesías

86-87

Los comienzos de la vida pública

88-89

El Maestro Divino

90-91

El Padre celestial

92-93

La nueva vida

94-95

El prójimo

96-97

El Reino de Dios

98-99

La conquista del Reino

100-101

El camino de la conquista

102-103

Haced penitencia

104-105

Orad

106-107

Estad alerta

108-109

El gran día

110-111

Los apóstoles y la Iglesia

112-113

El Hijo de Dios

114-115

Obras Divinas

116-117

Demonios y naturaleza le obedecen

118-119

Cura toda enfermedad

120-121

El Redentor

122-123

Hacia la cruz

124-125

El cenáculo

126-127

El Getsemaní

128-129

De un tribunal a otro

130-131

Sea crucificado

132-133

El Calvario

134-135

La muerte de Redentor

136-137

La Pascua de Resurrección

138-139

Las últimas apariciones

140-141


d GÉNESIS f 001 Dios ha hablado a los hombres A la luz de esta gran afirmación y con el espíritu que de ella deriva es necesario leer la Sagrada Biblia. Ella, en efecto, se nos presenta como un mensaje celeste, una carta, decían los antiguos padres de la Iglesia, que Dios ha enviado a la humanidad para guiarla en el camino de la salvación. Mas Dios, en su inmensidad, ¿puede por ventura hablar al hombre, pequeño ser perdido en la tierra, la cual a su vez, por grande que nos parezca a nosotros, no es más que un polvillo en medio de todo lo creado?. ¿Tiene por ventura Dios un lenguaje con que hacerse entender de nosotros?. Sí. Mas aún, Dios tiene muchos modos para hacerse sentir, y todo hombre atento lo puede entender. He aquí que vuelvo en torno la mirada. ¡Cuántas maravillas! ¡Cuánta generosidad en la naturaleza, cuánta sabiduría en el orden que lo gobierna, cuánta belleza! Es Dios que me habla. Me dice a través de estas cosas su existencia, su sabiduría, su bondad, su infinita potencia. Mas el hombre con demasiada frecuencia es sordo a esta voz. Es como una persona ruda delante de una obra de arte. Apenas entrevé su belleza, su mente corre a la ventaja que su posesión puede traer, y sus palabras discuten su precio: ningún pensamiento para el genio del artista que de la materia inerte ha sacado la obra maestra. Así el hombre raramente sube de las cosas creadas a Dios, y, aún cuando da un primer paso, se detiene diciendo - sí, Dios debe existir - y no va mas allá. Pero Dios adopta también otro lenguaje. Esa voz misteriosa que indica el bien y el mal, que alaba íntimamente el bien realizado y lo premia con la tranquilidad de ánimo, que reprueba el mal hecho y lo castiga con la pena del remordimiento, hasta el punto de hacer decir al malvado - tengo el infierno en el corazón - , es también voz de Dios. Pero aun ésta, con ser tan elocuente, no basta al hombre. Atraído por los bienes inmediatos puede él hacerse sordo al llamamiento de la conciencia, hasta puede hacerle callar. Ella es como una armonía que solo quien tiene oído atento y gusto refinado puede entender y gustar. Toda la historia de la humanidad atestigua que inteligencia y conciencia no fueron una guía suficiente al hombre para alcanzar las grandes verdades que, sin embargo, son el fundamento de su existencia. En la investigación de Dios el hombre se perdió en los mas variados senderos: llamó con el nombre de "dios" lo que es solo obra de Dios, y llegó a las mas absurdas supersticiones. De la investigación de una recta norma de vida fue desviado por sus pasiones y se adhirió a los placeres de la tierra como y mas que los animales. ¿Es posible que Dios, que ha dotado a los mismos animales de instintos maravillosos por los cuales pueden satisfacer todas las necesidades de su vida y alcanzar los fines de su existencia, no haya tenido una mirada de mayor bondad para el hombre, su obra maestra, que no logra alcanzar aquellas verdades que le son necesarias más que el alimento y la respiración? Es verdad que fue causa de su debilidad el primer pecado, por el cual la humanidad rompió el hilo de oro que le unía al Creador, pero Dios había también prometido no abandonarlo y prepararle el Redentor que volviese a enlazar el hilo roto por la culpa. Era necesaria, por tanto, una voz de lo alto que llegase a él y lo sacudiese. Dios escogió entonces para hablar a los hombres otros hombres que hablasen en su nombre. Y así, a través de los siglos, Dios envió sus mensajeros, los iluminó para que dijesen solamente sus verdades, y guió su mano para que con los escritos las transmitiesen a todas las generaciones. ¿Mas qué garantías presentarán estos embajadores de Dios, para asegurarnos que verdaderamente hablan en nombre suyo? Los reyes ponen a sus documentos el sello real, y Dios también tiene su sello, único, inconfundible, inimitable: el milagro. Hablará en nombre de Dios quien haga obras que solo pueden ser obras de Dios. Y los hombres que se presentarán con una misión divina serán obradores de prodigios, penetrarán en los secretos mas escondidos, aquellos que solo Dios puede conocer, por estar ocultos en los mas profundo de los corazones, o en el misterio de los siglos futuros: serán taumaturgos y profetas. Así nació la Biblia o Sagrada Escritura. Ella es el libro, o mejor el conjunto de libros, que contiene el mensaje de Dios a los hombres. Escrita por hombres, pero inspirada por Dios. Ella se divide en dos grandes partes que toman el nombre de Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. La palabra Testamento, que para nosotros significa un acto que tiene valor después de la muerte de quien lo ha extendido, tiene aquí un significado particular. Indica, según el sentido de las lenguas antiguas, simplemente un Pacto. El Antiguo recuerda el pacto de alianza y fidelidad entre Dios y Abraham con su descendencia, hasta la venida del Mesías prometido. El Nuevo: El pacto entre Dios y la humanidad en la persona de Jesucristo. Ya que fue este el designio del Creador al guiar los hombres a El. En el centro de la historia de la humanidad está la figura de Jesucristo, el Hombre-Dios, cuya voz divina deberá llegar a todos los hombres. Después de El, no habría mas hombres enviados por Dios a enseñar nuevas verdades, sino pregoneros de su doctrina, hasta los extremos confines de la Tierra. Mas antes de El fueron enviados muchos, pero todos con una única directiva: tener fija la mirada de los hombres en aquel punto central de la historia, en el que se iniciaría con el Mesías una nueva era de salvación. Es éste el hilo conductor de todo el Antiguo Testamento. Los primeros capítulos se refieren a la historia primitiva de los hombres y de las cosas. Mas no han de ser leídos con el ojo curioso e indagador del historiador o del científico, que quiere saberlo todo acerca de los primeros acontecimientos. La Sagrada Biblia es un libro religioso y de los acontecimientos históricos narra solo aquellos que tienen poder de transmitirnos las grandes verdades que nos acercan a Dios. Ella nos quiere hacer conocer cómo todos los hombres vienen de Adán y Eva, creados inmediatamente por Dios, y que, no obstante la culpa, el Creador no los abandona, sino que, cuando es necesario, hace oír su voz, que ahora amonesta, ahora amenaza, ahora reaviva en las almas fieles la confianza y la esperanza con la promesa del futuro Redentor.


He aquí, por ejemplo, que los primeros hombres faltan a la orden de Dios. Hay, sí, entonces la palabra severa y el castigo, pero también en seguida una grande promesa, aquella que dará el tono a todo el Antiguo Testamento: Vendrá el día en que una mujer con su hijo triunfará del mal. Ánimo, allá hay que tener fija la mirada: Dios no abandona la humanidad. Pasaron los siglos, miles de años. Las regiones circundantes a lo que había sido el paraíso terrenal se han poblado de hombres, pero por desgracia han olvidado la ley de Dios. Y he aquí entonces con Noé el llamamiento a la fidelidad y la penitencia. Como no fue escuchado, vino el gran castigo. La humanidad fue destruída por el diluvio. Dios, sin embargo, salva una familia: la de Noé. Ella deberá mantener la antorcha de la verdad y de la esperanza. La estirpe humana rehecha inunda ya todas las partes de la tierra, pero las inunda también el mal: no solo se quebranta la ley de Dios, sino que se olvida al mismo Dios. Los hombres adoran la materia. No vendrá un nueva castigo universal, porque Dios, después del diluvio, ha prometido que no destruirá más a todos los hombres. Dios, sin embargo, ha prometido que no abandonará jamás completamente a su criatura predilecta: vendrá todavía la era de la salvación, no negará un Redentor a la humanidad, aunque sea rebelde a su ley. Y para tener siempre encendida aún en medio del mal que se extiende, una antorcha de verdad, Dios elige a un hombre: Abraham. Desde la lejana Caldea, donde apacentaba sus rebaños en las riberas de los grandes ríos Tigris y Éufrates, lo guía hasta las orillas del Mediterráneo, a aquella tierra que será luego Palestina. Y entonces le revela la gran misión para la cual ha sido elegido. “Esta tierra, le dice, donde tú estás como extranjero, te la daré a tí y a tu descendencia en eterno dominio…”. Sus descendientes serán numerosos como las estrellas del firmamento y los granitos de polvo que están en la orilla del mar y a través de su progenie todos los pueblos de la tierra serán un día bendecidos. En la familia de Abraham pasa de padre a hijo esta promesa y este empeño de fidelidad. Crecido, será el pueblo hebreo, el pueblo elegido, el único que mantendrá viva, bajo el empuje de los milagros y de los castigos de Dios, la verdadera fe y la esperanza en el futuro Redentor. Desde este punto la Sagrada Biblia no narra sino la historia de este pueblo. Historia singular, en la que se pone el acento sobre la sucesión de estos acontecimientos que muestran el viaje hacia la realización de las promesas hechas a los antiguos Padres: hacia el Mesías. Y a este pueblo envía Dios constantemente hombres que hablen en nombre Suyo y que por escrito transmitan fielmente su palabra. Algunos libros narran la historia del pueblo, otros lo sostienen con el recuerdo de las promesas divinas; otros todavía enseñan el camino del recto vivir. Así se distinguen en la Sagrada Biblia los Libros Históricos, los Libros Proféticos y los Libros Didácticos. Doble es el fin de estos escritos. El primero mira al pueblo hebreo: sostener su fe con la aseguración de la perpetua asistencia de Dios. El segundo mira a todos nosotros. En ellos, además de tantas enseñanzas, encontramos una prueba mas de la divina misión de Jesús Redentor, cuya figura estaba ya viva en las mentes de los que tantos siglos le precedieron en la vida terrena. Moisés inició la serie de los libros que componen la Sagrada Escritura. Recogiendo, bajo la inspiración de Dios, aún en la primitivas tradiciones, hace una breve historia de la humanidad desde la creación hasta el diluvio. Después inicia la historia del pueblo de Dios desde Abraham, Isaac, Jacob, hasta la entrada de los hebreos en Egipto por obra de José. La Sagrada Biblia la leerás con mucha fe, recuerda siempre que es un libro Sagrado, ni pretendas encontrar en ella soluciones que no sean religiosas. Si te pareciere demasiado breve el tiempo desde la Creación hasta el diluvio, y desde éste hasta Abraham, piensa que Dios no quería inspirar una historia universal, sino solo asegurar que nunca fue rota la cadena que une a todos los hombres a Adán y, a través de él, al Creador. Si te pareciere que la Creación tenía que haber durado mas de seis días, sepas que tampoco sobre este problema quería enseñar el Señor alguna cosa, sino solo que todas las cosas derivan de El, y que el escritor sagrado usó de los seis días para dar un cuadro de conjunto de la obra universal del Creador. Si todavía en ésta, como en todas las partes de la Sagrda Escritura, encontrares tantos milagros, no te maravilles. Evidentemente el comienzo de las cosas no podía ocurrir según las leyes naturales que todavía no existían, después los demás milagros fueron el medio necesario para que Dios pudiese dar a los hombres la certeza de su real intervención, dar fuerza a sus mandamientos, y mantener a su pueblo, continuamente expuesto al ejemplo deletéreo de la idolatría universal, en la fidelidad a su ley. Con la entrada de los hebreos en Egipto termina el primer libro de la Sagrada Escritura, que toma el nombre de Génesis, palabra que indica su contenido: el origen del mundo y del pueblo de Dios.


d LOS ORÍGENES f

002 En el principio

003 La vida

Antes que el mundo fuese nada existía; solo era Dios infinito de potencia y perfección. En el mundo tomó cuerpo su plan eterno. Dios creó el Cielo. De todo un mundo espiritual rodeó su potencia. Miríadas de criaturas angélicas formaron su corte celeste. Una parte prevaricó, y vinieron a ser demonios. Los fieles debían enlazar al Omnipotente con la otra obra maestra que su potencia creadora se preparaba ya a producir: el hombre. Después Dios creo la Tierra. Ella era una masa informe y tenebrosa: mas el Infinito iba a sacar de ella grandes maravillas. Y fue la suya como obra de seis días. “Sea hecha la luz…” y fue la luz. “Sepárense unas aguas de otras…” y así acaeció. “Sepárense las aguas de la tierra…” y sobre la tierra hubo arena y mar. Así fue puesto el fundamento para la gran casa del hombre.

Al fin del segundo día todo era bello, pero inerte e inmóvil. Dios entonces creó la vida. “Produzca la tierra hierba verde y plantas que den simiente y fruto, conforme a su especie”. Y fue la obra del tercer día. “Haya en el cielo astros que iluminen y fecunden la tierra”. Y aparecieron en el cuarto día. “Peces y aves pueblen las aguas y el cielo”. Y fue el quinto día. “Y la tierra puéblese de animales vivientes, que crezcan y se reproduzcan según su especie”. Y así fue el mundo al principio del sexto día.

005 La mujer

004 El hombre ¡Cuántas maravillas! Mas faltaba un ser que comprendiese su belleza y alabase al Creador. Y este ser lo creó Dios al fin del sexto día: el Hombre. Dijo Dios: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra, que domine a los peces del mar y a las aves del cielo, a las bestias y a todo reptil que se mueve sobre la tierra”. Y el Señor formó al hombre del lodo de la tierra, inspiróle en el rostro un soplo de vida y quedó hecho el hombre persona viviente. Y Dios lo colocó en el lugar mas hermoso de la tierra: en el paraíso de las delicias.

Y dijo todavía Dios: “No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle ayuda semejante a él”. Y mientras Adán dormía, le quito una de las costillas, le dio forma y vida, y fue la primera mujer. La presentó a Adán y dijo: “Creced, multiplicaos y poblad la tierra”. Y los bendijo. Adán exclamó: “He aquí finalmente un otro yo mismo; el hombre dejará a su tiempo al padre y a la madre, se unirá a su esposa y serán como una sola cosa”. Y llamó a su mujer Eva, que significa madre de todos los vivientes.


006 El rey de la creación Dios mostró al hombre toda la obra creada. Pasaron todos los animales delante de Adán y a cada uno dio su nombre propio. Dijo Dios: “Ved que la tierra ha sido hecha para vosotros; enseñoreaos de ella, dominalda toda”. Fue así completada la obra de Dios: el hombre es constituído rey de la misma. Dentro de él brilla la imagen de Dios, el Creador lo trata como un amigo, es bueno y perfecto el hombre. De su corazón brota el himno del reconocimiento y es el himno de todo lo creado que se eleva al Señor. Y siempre, por orden de Dios, el hombre dedicará a la plegaria y al reconocimiento el día séptimo de cada semana.

008 La condena Comprendieron enseguida el engaño del demonio… No vinieron a ser como Dios. Remordimiento y confusión se apoderaron de ellos, y trataron de esconderse de la ira del Altísimo. Dijo el Señor: “Por cuanto has comido el fruto prohibido, he aquí que estás lleno de confusión y de miedo” Dijo Adán: “Ha sido la mujer que tu me diste por compañera” Dijo Eva: “Fue la serpiente que me sedujo y yo comí del fruto”. Fueron arrojados del paraíso. Ahora será dura la vida del hombre sobre la tierra. Encontrará el alimento, mas tendrá que sudar. Conocerá las alegrías de la familia, mas costarán sacrificios. Oirá todavía el reclamo del bien, pero será más fuerte la inclinación al mal: podrá, sí, llegar a Dios, mas el camino será muy fatigoso.

007 La prueba El hombre tiene esto de particular sobre los demás seres: es él el artífice de su destino. Dios lo ha amado hasta el punto de llamarlo amigo e hijo, mas debe aportar su contribución de fidelidad. Y Dios le sometió a la prueba. “Comed de todos los frutos que hay en el paraíso, mas no toquéis el fruto del Arbol de la ciencia del bien y del mal. Si comiéreis de él, moriréis”. El demonio, enemigo de toda obra de Dios, tentó a Eva: “Si comiéres de el, serás grande como Dios”. La mujer es halagada: lo mira; es tan hermoso; lo toma, se lo come. Lo lleva a Adán. La ilusión es tan grande: “Ser como Dios…”. Y también Adán cede a la tentación.

009 La esperanza Mas Dios, infinita justicia, es también infinita bondad. El castigo severo es suavizado por una gran promesa. Vendrá aún el día de la salvación. Tantas gracias lloverán sobre el hombre que todavía podrá llegar a la intimidad con Dios. Al demonio que, bajo forma de serpiente, había tentado a Eva, dijo el Señor: “Yo pondré enemistades entre tí y la Mujer, entre tu raza y al descendencia Suya; Ella quebrantará tu cabeza y tu en vano pondrás asechanzas a su calcañar.” Estas palabras, siempre vivas en la mente de los justos, fueron su consuelo y sostén hasta que se cumplieron en la Inmaculada Virgen María que, con Jesús, trajo al mundo la salvación.


d EL HOMBRE COMIENZA SU 011 El primer delito

010 El primer sacrificio Los primeros hijos de Adán y Eva fueron Caín y Abel. De índole muy diversa, el uno se dio a la agricultura, el otro al pastoreo. Pero también en el ánimo eran distintos: Caín ofrecía su sacrificio a Dios, mas lo hacía con ánimo mezquino. Abel en cambio ofrecía las primicias de su ganado, y escogía los mejores de ellos. Y el Señor miró con agrado a Abel y a sus ofrendas. Pero no volvió sus ojos a Caín, que, dándose cuenta, se irritó sobremanera contra Dios y contra su hermano.

Dios no abandona al hombre asaltado por la tentación. Su voz lo alcanza y lo llama: "¿Por qué motivo andas enojado, oh Caín? Si obrares bien, serás recompensado, de lo contrario el mal entrará en tu corazón; vence la tentación o caerás en pecado". Despreció aquella voz Caín, alimentó aquella ira y aquella envidia, y un día dijo al hermano: "Salgamos fuera juntos". Y estando en el campo desierto, Caín acometió contra su hermano, le hirió y le mató.

013 Noé y el arca

012 Caín Remordimiento y desesperación se apoderaron de Caín, como ya de Adán y Eva después del pecado. Y Dios le habló: Caín, ¿dónde está tu hermano Abel?" "No lo sé; ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Oyó entonces su condena: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra. Tú serás maldito sobre la tierra, que se ha abierto para recibir la sangre de Abel derramada por tu mano. Después que la habrás labrado, no dará sus frutos, y tú la recorrerás errante y fugitivo sin encontrar refugio." Y así fue la vida de Caín roído del remordimiento.

Muy larga fue la vida de Adán y Eva. Tuvieron muchos hijos e hijas, y se pobló la tierra circunstante. Se formaron las primeras familias. Pasaron muchos años. La humanidad crecía. Pero creció pronto también el vicio, y los hombres se alejaron de Dios. Para sacudir las almas con la amenaza de un gran castigo, que habría de destruir toda la humanidad, Dios habló a Noé, hombre justo en medio de la corrupción universal: Haz para tí un arca de maderas bien cepilladas; entrarás en ella tú, tu mujer y los hijos y las mujeres de los hijos, las parejas de los animales y las provisiones, porque mi espíritu no permanecerá en este hombre que se ha hecho adorador del mundo. Yo lo exterminaré de la superficie de la tierra". Obedeció a la orden de Dios, y comenzó la construcción de la gran nave de la salvación.


VIDAf 014 El castigo El trabajo de Noé debía ser amonestación para los hombres: que se convirtiesen y Dios usaría con ellos de misericordia. Pero el placer impuro, la idolatría, el espíritu de soberbia estaban ya tan penetrados en los ánimos, que no fueron impresionados ni por las palabras ni por la obra colosal de Noé, antes bien se reían de él. Y Dios abandonó a la humanidad. "Llegó ya el fin de los hombres; llena está la tierra de iniquidad por sus obras, y yo los exterminaré". Y el castigo que debía purificar el mundo corrompido fue el diluvio. Se abrieron las cataratas del cielo, y arrojaron agua las fuentes del abismo, y tuvo inicio el gran castigo. Toda la tierra se llenó de gemidos y de terror, porque no había sabido elevar a Dios el clamor del arrepentimiento.

015 El diluvio Dios que escudriña el corazón de los hombres, halló que solo Noé y su familia eran dignos de su misericordia; ningún otro se libraría del gran castigo. La construcción del arca estaba ultimada y Noé se encerró en ella, con cuantos hombres y animales había indicado el Señor. Y solo ellos fueron salvados del gran azote que cayó sobre la tierra habitada por los pecadores. Por espacio de 40 días y 40 noches cayó la lluvia. Crecieron las aguas e hicieron subir el arca muy en alto, porque ellas lo cubrían todo, y hasta los montes más encumbrados que había debajo del cielo quedaron sumergidos. Solo la gran nave, con su carga bendita, flotaba ya sobre la inmensidad de las aguas.

016 La ira aplacada

017 El agradecimiento

Después de seis meses cesó el castigo de Dios. Sopló un fuerte viento y las aguas empezaron a disminuir. El arca reposó sobre los montes de Armenia, mientras la tierra estaba todavía toda sumergida. Entonces envió Noé afuera un cuervo, que no volvió más. Ciertamente los cadáveres que flotaban sobre las aguas lo habían entretenido. Después por tres veces soltó una paloma. La primera vez, como no hallase donde poner su pie, volvió pronto. La segunda vez volvió con un ramo de olivo. Noé comprendió que la vegetación volvía a comenzar sobre la tierra. Finalmente la tercera vez no volvió. La tierra estaba seca y la paloma había hallado donde hacer su nido.

Y salió del arca Noé, y todos los que estaban con el. Y recordó el gran beneficio recibido de Dios: edificó un altar y ofreció un sacrificio de acción de gracias. Agradó al Señor el sacrificio de su siervo fiel, y prometió alianza con el hombre. "Creced y multiplicaos" repitió todavía Dios. "Dilataos sobre la tierra y henchidla toda; no habrá ya más diluvio que la despueble y deje desierta" Cuando en el horizonte vieron respandeciente el arco iris, pareció a los nuevos progenitores un abrazo de paz entre el Cielo y la tierra, y prometieron fidelidad a Dios, su Creador y Salvador.


d EL PUEBLO ELEGIDOf

018 Los hijos de Noé Los hijos de Noé que salieron del arca eran: Sem, Cam y Jafet, y con el padre, atendían al ganado y a la agricultura. Y fue precisamente al cultivar la tierra y recoger sus frutos cuando Noé descubrió las excelentes virtudes de la vid. Pero no conocía la virtud embriagadora del vino y, bebiendo de él demasiado, quedó embriagado. En tal caso lo vio el hijo Cam que, en vez de sentir compasión de el, lo escarneció, y llamó a los hermanos para que hiciesen otro tanto. Mas aquellos, de ánimo más noble, desaprobaron su proceder y, con filial piedad, asistieron al padre.

019 La muerte de Noé Desaprobó Dios el proceder de Cam, mientras le agradó la virtud de Sem y Jafet. Y les habló por boca del padre moribundo, profetizando la suerte de los pueblos que de ellos nacerían: "Cam lleva consigo una maldición, será esclavo de los esclavos de sus hermanos" Y de el procedieron aquellos pueblos que más tardaron en subir a la civilización. "Sea bendito el Señor Dios, Él es el Dios de Sem". Entre sus descendientes, predilectos de Dios, estará el Mesías. "Dilatará Dios sobre todos la estirpe de Jafet..." Tendrá una prosperidad material, pero con el Mesías entrará en la verdadera fe.

021 Abraham Se abre una nueva era en las relaciones entre Dios y los hombres. Su poder y bondad se extienden siempre sobre todos, mas como objeto de particulares cuidados escoge a un pueblo al que seguirá luego con mano, ahora suave, ahora severa, para que no caiga en la idolatría: de este pueblo nacerá un día el Redentor. Cabeza de estirpe de este pueblo elegido fue Abraham, descendiente de Sem. Así le habló Dios en el país de Ur en la Caldea, donde habitaba: "Abandona la casa de tu padre y ve al país que te mostraré. Te haré cabeza de un gran pueblo, y en tí serán benditas

020 El desafío a Dios Los descendientes de Noé crecieron en gran número, y se establecieron en la llanura llamada Senaar. Habían ya progresado mucho y sabían construir con ladrillos y betún. Y dejeron: "Vamos a edificar una gran ciudad con una torre que llegue hasta el Cielo, de manera que hagamos célebre nuestro nombre". Pero sus intenciones eran de soberbia y de idolatría, por lo que el Señor no permitió la realización de su obra. Lenguaje y proyecto se confundieron, y cada grupo buscó en distinta dirección un territorio propio. Aquel lugar se llamó Babel, que significa "Confusión".

todas las naciones de la tierra".


023 Melquisedec

022 La tierra prometida Obedeció Abraham y partió con su mujer Sara, su sobrino Lot y sus propiedades, y llegó al país que se extiende alrededor del río Jordán. Dijo Dios a Abraham: "Esta es la tierra que te daré a tí y a tu descendencia". Las dos familias se servían de los mismos pastos, y habiéndose multiplicado sus manadas, se suscitaban frecuentes contiendas entre los respectivos pastores. Dijo entonces Abraham a Lot: "No haya disputas entre nosotros, pues somos hermanos. Ahí tienes a la vista todo el país; escoge la parte que más te agrade, yo tomaré la otra". Lot escogió el valle del Jordán y así Abraham quedó solo en aquella región que será luego Palestina.

En la parte escogida por Lot, había cinco ciudades llamadas: "Pentápolis". Algunos reyes vecinos las invadieron y también Lot fue tomado prisionero. Abraham reunió a sus pastores, invocó la ayuda de Dios, cayó sobre los vencedores, los derrotó y libró a Lot y a su familia. Cuando volvía encontró en el camino a Melquisedec, sacerdote fiel a Dios, que le dijo: "Bendito sea el Altísimo, por cuya protección has vencido a los enemigos". Y ofreció en sacrificio de acción de gracias pan y vino, sobre aquel monte donde luego surgirá Jerusalén. Y en aquel lugar el Mesías, Sacerdote según la Orden de Melquisedec, ofrecerá también su sacrificio bajo las especies de pan y vino.

024 Justicia y misericordia

025 Fuego del cielo

En aquellos días, tres Angeles en forma humana aparecieron a Abraham que los acogió con todos los honores de la hospitalidad. Eran mandados por Dios para renovar las promesas, y para anunciar un gran castigo para las ciudades de la Pentápolis, donde reinaba la impureza. Rogó entonces Abraham a Dios: "¿Si hallares cincuenta justos, perdonarás por su amor a las ciudades?" Respondió Dios: "Si hallare cincuenta justos, perdonaré a todos por amor a ellos". E insistió Abraham: "¿Y si hallares cuarenta justos...treinta...veinte...diez? Respondió todavía Dios: "Aún por amor de estos no destruiré la ciudad".

Mas ni siquiera los diez justos fueron hallados: solo Lot, su esposa y sus dos hijas eran fieles a Dios. Y el castigo fue decretado. Dijeron los Angeles a Lot: "Date prisa, toma tu mujer y las hijas y abandona estas ciudades, si no quieres perecer con ellas. No mires hacia atrás ni te pares en toda la región circunvecina". Apenas el sol se había levantado sobre la tierra cuando Lot y su familia entraban en Segor, la única ciudad exceptuada del castigo. Entonces el Señor hizo llover del cielo azufre y fuego, que arrasó todo. La mujer de Lot habiéndose vuelto hacia atrás para observar aquel infernal espectáculo, murió y quedó convertida en estatua de sal.


d LOS PATRIARCASf 027 El sacrificio de Isaac

026 El hijo de la promesa Abraham y Sara no tenían hijos y por esto la promesa de Dios resultaba misteriosa. Y Abraham rogó: "¿Qué cosa podrás darme, oh Señor, si he de irme de este mundo sin hijos, y un siervo será mi heredero?". Y Dios le respondió: "Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas, así será tu descendencia. He aquí mi pacto contigo: Tu serás padre de muchas gentes. Tendrás un hijo, y él será cabeza de naciones, y de él saldrán reyes de pueblos". Y bendijo el Señor a Abraham y a Sara, su mujer. Tuvieron un hijo y lo llamaron Isaac.

Y habló Dios a Abraham: "Toma a tu hijo Isaac, y sobre el monte que yo te mostraré, me lo ofrecerás en holocausto". Abraham con el hijo llevando la leña para el sacrificio, se encaminó hacia el monte Moria. Temblaba el corazón del Patriarca, pero inmensa era su fe en Dios. "¿Qué cosa sacrificaremos" preguntaba Isaac "pues no tenemos con nosotros la víctima?". "Dios mismo proveerá la víctima para el sacrificio" respondía Abraham. Erigido el altar, estaba ya para sacrificar al hijo, cuando un Angel le habló: "No extiendas la mano sobre el muchacho. Dios ha conocido cuánto le temes, pues no has perdonado ni siquiera a tu hijo único por amor a El". Y sobre el altar preparado, sacrificó Abraham un carnero que apareció allí cerca.

029 La primogenitura

028 Rebeca Abraham no quiso para el hijo una esposa extranjera e idólatra. Mandó al criado Eliécer a su tierra natal a buscar para Isaac una joven fiel a Dios. Eliécer, habiendo llegado allí, oró de esta manera: "Señor, Dios de Abraham, haz que la doncella que primero ofreciere de beber a mí y a mis camellos, sea aquella que tienes preparada para tu siervo Isaac". Y vino al pozo Rebeca, pariente lejana de Abraham, doncella hermosísima y virtuosa. Gentilmente ofreció de beber a la caravana y los quiso a todos huéspedes en la casa de su padre. Allí fue Eliécer, y en nombre de Abraham pidió a Rebeca para esposa de Isaac. Ella partió con él, y fue digna esposa del heredero de las promesas divinas.

Isaac fue padre de dos gemelos: Esaú y Jacob. A Esaú le tocaron los derechos de primogenitura: la herencia y la bendición paterna. Un día Esaú volvió cansado de la caza y vió a Jacob que estaba comiendo una menestra de lentejas. "Dame de esa menestra, pues estoy hambriento y cansado". "Véndeme el derecho de primogénito" "¿Qué me importa la primogenitura, si muero de hambre?" "Pues entonces júrame tu renuncia" Esaú juró y cedió a Jacob la primogenitura. Comió el pan y la menestra de lentejas, y se marchó, dándosele muy poco de cuanto había perdido.


031 La visión de Jacob

030 La bendición Isaac ya viejo y ciego dijo a Esaú: "Con tu caza me guisarás un plato, comeré de él y luego te bendecirá mi alma antes que yo muera". Y Esaú salió a la caza. Rebeca, que había oído, preparó el plato y condujo a Jacob donde el padre. Isaac, ciego, lo creyo Esaú. Le impuso las manos e invocó sobre él la bendición de Dios y el cumplimiento de las promesas hechas en otro tiempo a Abraham. Volvió Esaú, fue descubierto el engaño, mas Isaac no retiró la bendición. Esaú fue presa de gran odio por Jacob, que no consideró ya segura para él la casa paterna, y huyó a la tierra de su madre.

En su huída, fatigado, una tarde se durmió. Y Dios le habló en el sueño. Vio una escala fija en la tierra, cuyo remate tocaba en el cielo, y ángeles de Dios que subían y bajaban por ella. Y el Señor desde lo alto le dijo: "Yo soy el Señor, Dios de Abraham y de Jacob. La tierra en que duermes te la daré a tí y a tu descendencia, y será tu prosperidad tan numerosa como los granitos de polvo de la tierra. En tí y en Aquel que nacerá en tu descendencia serán benditas todas las tribus de la tierra". Se despertó Jacob y comprendió la visión de Dios. Erigió un altar al Señor e hizo voto de perpetua fidelidad.

033 La vuelta

032 Raquel Y llegó finalmente Jacob a la tierra de su madre. Pidió noticias de Labán, su tío, y le fue indicada una doncella que venía a abrevar a su rebaño. "He aquí, aquella es su hija". Jacob removió la piedra del pozo y se presentó a Raquel su prima. Esta lo condujo a casa de su padre. Permaneció algunos años en aquella casa y fueron de paz y prosperidad. Tomó por mujer a Raquel, y sus riquezas crecieron grandemente hasta tal punto que sus parientes tuvieron envidia de él. Oyó entonces la voz de Dios: "Vuelve a la tierra de tu padre. No temas, Yo estaré contigo".

Y partió Jacob con toda su familia. Esaú, siempre lleno de odio, mandó a su encuentro hombres armados. Jacob dividió entonces en grupos sus ganados, y a distancia unos de otros, los enviaba al hermano diciendo: "He aquí cuántos dones te manda tu hermano". Se conmovió Esaú por la prueba de afecto, se aplacó su ira, y los dos hermanos se reunieron reconciliados en la casa paterna. Isaac, cargado de años, vivía todavía, y tuvo de ello gran consuelo. Consumido, en fin, por la edad, fue a reunirse con sus padres en la otra vida.


d EL PUEBLO EN EGIPTOf 034 Los hijos de Jacob Los hijos de Jacob fueron doce. Entre todos José era el predilecto, pues que Dios se lo había concedido como consuelo en la vejez. También Dios amaba a José más que a todos, y con sueños proféticos le trazó la misión a la que Él llamaba. Dijo un día a los hermanos: "Estaba con vosotros en el campo atando gavillas; la mía se tenía derecha, las vuestras se inclinaban como adorando". Y otro día: "Vi el sol, la luna y once estrellas en acto de adorarme". Y dijeron los hermanos enojados: "Pues qué ¿has de ser tu nuestro señor y nosotros tus siervos". Desde aquel momento envidia y odio invadieron sus corazones.

035 José vendido Un día José llegó al pastizal donde los hermanos estaban con el rebaño. Estos viéndole venir dijeron: "He aquí el soñador. Matémosle, diremos después al padre que una fiera lo devoró". Prevaleció empero la idea del primogénito Rubén, que lo castigasen, sí, pero no se manchasen con la sangre fraterna. Lo echaron entonces en una cisterna vieja, y cuando vieron pasar por allí unos negociantes, decidieron venderles a José como esclavo. Así José fue llevado a Egipto. Con la sangre de un cordero mancharon su vestido, y lo enviaron a Jacob, que lloró a su hijo creyéndolo víctima de una bestia feroz.

037 El sueño de faraón

036 José en la cárcel En Egipto José fue vendido a un cortesano llamado Putifar, y alcanzó pronto en su casa una gran posición. Mas la mujer de éste lo acusó de un grave delito y fue encarcelado. En la cárcel halló al copero y al panadero del Faraón. Dijo una mañana el copero: "He soñado servir todavía la copa al rey". José interpretó así el sueño: "Dentro de tres días serás libre". Dijo el otro: "Llevaba los panes al rey, mas las aves me lo comían". Explicó José: "Dentro de tres días morirás". Así sucedió, y creció mucho la fama de José entre sus compañeros.

Dos años después también Faraón tuvo un sueño: "Subían del río siete vacas gordas hermosísimas y luego otras siete feas y consumidas de flaqueza, que las devoraron. Brotaron en el campo siete espigas llenas, y luego otras siete menudas y vacías que consumieron a las primeras". Ningún adivino de la corte supo explicar el sueño. Entonces el copero habló de José y éste fue llamado a la presencia de Faraón. "El Altísimo, dijo, ha mostrado a Faraón lo que ha de suceder. Vendrán siete años de abundancia y después siete años de carestía. Procure, pues, Faraón acumular en la abundancia con que saciar el hambre que seguirá".


038 José virrey Pareció bien el consejo a Faraón, que dijo a José: "Ya que Dios te ha manifestado todo lo que has dicho, ¿podré yo acaso encontrar otro más sabio que tu? Tendrás la superintendencia de mi casa y al imperio de tu voz obedecerá todo el pueblo". Y como señal del poder que le confería, quitándose el anillo con el sello real, se lo puso a José y le puso alrededor del cuello un collar de oro. Ordenó luego que sobre una carroza fuese conducido por las calles de Egipto. La orden de Faraón fue ejecutada, y delante de él un heraldo anunciaba a todo el pueblo su gran autoridad.

039 Los hermanos Vino la fertilidad de siete años y los graneros de Egipto rebosaron de grano. Siguieron después los siete años de carestía. El hambre se hizo sentir en toda la tierra circunstante, pero en todo Egipto había pan. Y también Jacob mandó allí a sus hijos a comprar grano, mas retuvo consigo al último de ellos: Benjamín. Ellos se presentaron al Virrey, y se postraron. José reconoció a los hermanos, pero no fue reconocido por ellos. Venían a su mente los sueños de su infancia, que se cumplían, y en su corazón adoraba los designios de Dios, que así salvaba a su pueblo del hambre.

041 La muerte de Jacob

040 Expiación José sometió a sus hermanos a muchas pruebas. Los acusó de ser espías, y tuvo prisionero a uno de ellos hasta que no le trajesen también a Benjamín. Con el corazón desgarrado Jacob dejó partir al predilecto. José hizo entonces esconder en su saco una copa preciosa, de modo que, acusados de hurto, fueron todos puestos de nuevo en cadenas. "Padecemos justamente" se decían entre sí, "por cuanto hemos hecho a José nuestro hermano". José les oyó, comprendió su arrepentimiento y se reveló. Y luego por su orden, Jacob y toda su familia se trasladó a Egipto, donde le fue asignado un territorio fertilísimo.

Y en Egipto, cargado de años y méritos, Jacob rodeado de los hijos reconciliados, murió. Desde el lecho donde lentamente se extinguía, los bendijo en el nombre del Señor. De ellos tendrán origen y nombre las doce tribus que constituirán el pueblo de Dios, y será grande su descendencia. Pero la bendición mas solemne es para Judá, ya que en su tribu nacerá el Mesías. "Judá" dijo "a ti te alabarán tus hermanos. Te obedecerán los hijos de tu padre. El cetro no será quitado de tus manos, ni de tu posteridad el mando sobre el pueblo, hasta que venga El que ha de ser enviado, El que es la esperanza de todas las naciones".


d DE EGIPTO A LA TIERRA 042 El caudillo Egipto, adonde habían ido a establecerse Jacob y su familia, desde hacía siglos había alcanzado un alto grado de prosperidad. Las grandiosas ruinas, que han desafiado los siglos hasta nuestros tiempos, han revelado en los escritos grabados en las piedras de los templos y de las tumbas de los reyes, un poco de la historia milenaria de este pueblo. Al tiempo del ingreso de los hebreos, los gobernaban los faraones de la dinastía de los Hyksos. Estos no eran de origen egipcio, sino que provenían del Asia. En efecto, alrededor del año 1800 antes de Cristo, un grupo de tribus nómadas asiáticas habían avanzado hasta los confines egipcios, habían logrado penetrar en el país y, habiendo derribado a la dinastía nacional reinante, habían conquistado el poder. Todo entraba en los designios de Dios. Bajo un gobierno nacionalista no hubiera sido posible la rápida ascensión del extranjero José a los más altos cargos del reino, ni el ingreso de Jacob con su familia en una situación de privilegio. Por el contrario, los Hyksos, que eran también asiáticos, no solo apoyaron a José y acogieron con honor a su familia, sino que también lo acomodaron en un territorio vasto y fértil, donde podrían vivir y crecer independientes, manteniendo aquella unidad de raza y de tradiciones, que eran la característica de los descendientes de Abraham. Y así fue por algún siglo. En la tierra de Gosen, confiada a ellos por el faraón, los hebreos vivieron en paz, y crecieron tanto que, cuando la Sagrada Biblia vuelve a hablar de ellos en el momento de su salida de Egipto, los hallamos hechos un pueblo tan grande, que puede constituirse en nación. Los acontecimientos históricos se sucedieron en este orden. Alrededor del año 1580, la dinastía extranjera de los Hyksos fue derribada por un movimiento de liberación nacional, e inició para Egipto un nuevo período histórico, que fue uno de los más adelantados. Guerras afortunadas extendieron sus confines, mientras que en el interior fueron construídas grandes ciudades y poderosas obras de fortificación, para impedir que se repitiesen nuevas invasiones del tipo de aquella de la dinastía déspota. Mas para los hebreos el giro histórico no fue favorable. Pero eran siempre una casa extranjera, y además, entrada con honor en el país en los tiempos de la dinastía derrotada. Por eso no podían ser mirados con buenos ojos por los nuevos faraones. Antes bien, su misma presencia en una región confinante con Asia, despertaba cierta preocupación. La Sagrada Biblia pone en boca del faraón esta significativa reflexión: "He aquí que el pueblo de los hijos de Israel es mas numeroso y mas fuerte que nosotros. Venid, oprimámoslo con astucia para que no se multiplique, y en caso de guerra, uniéndose con nuestros enemigos, no nos venza...".(Exodo cap 1). Comenzó entonces para los hebreos un largo período en que vivieron en un estado de opresión. Los varios faraones apretaron más o menos todos la mano sobre este pueblo, al que temían y odiaban, pero cuya aportación de bienestar, debida a su trabajo, apreciaban al mismo tiempo. Comenzaron por obligar a los hebreos a los más duros trabajos para la construcción de ciudades y fortificaciones, bajo el látigo de duros vigilantes, y llegaron hasta la medida más inhumana, para impedir un ulterior crecimiento de la población, ordenando la supresión de todos los varones que nacieran. En este punto surge la gran figura de Moisés. Expuesto el niño en la orilla del Nilo, pues que la madre no había querido suprimirlo y, por otra parte, no podía crecerlo en casa, fue recogido y adoptado por una princesa real. Habiendo crecido, completó su educación en la corte, y adquirió así aquella cultura y aquella capacidad de mando que debían luego tornarse tan preciosas en su futura misión de libertador. El cotejo del lujo de la corte y la prosperidad siempre creciente de la nación egipcia con el estado de esclavitud de su pueblo lo afligía profundamente, y un día, sorprendiendo a un egipcio que hería a un hebreo, lo mató. Tuvo que huir de Egipto, y en el destierro encontró su vocación. Desde las llamas del zarzal en el monte Horeb, se le reveló Dios. "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" le dijo, y le ordenó que fuese a Faraón a pedir en su nombre la liberación del pueblo. Moisés regresó a Egipto y se presentó a él con la orden de Dios. Largas fueron las conversaciones. Sin la intervención milagrosa de Dios Moisés no hubiera podido escapar a la muerte, y mucho menos llevar a cabo su misión. Nada menos que diez castigos milagrosos -las plagas de Egipto- fueron menester para doblegar al faraón, pero, por fin, el pueblo partió. Mas el rey de Egipto, que no había podido retener a los hebreos, esperaba exterminarlos aprovechando las dificultades en que habrían de encontrarse ante la travesía del mar Rojo. Pero la apertura milagrosa de un camino a través de las aguas, salvó a los hebreos y añadió una nueva plaga a los egipcios. Comenzó así el fatigoso viaje hacia la Tierra Prometida, que debería prolongarse por cuarenta largos años. El punto culminante de la larga peregrinación fue al pie del monte Sinaí. Allí sucedió uno de los hechos mas importantes para el pueblo hebreo y para toda la humanidad. Desde el Sinaí Dios dictó la "Constitución" según la cual debería regirse su pueblo, y el centro de ella es el "Decálogo", ley universal que traza la norma fundamental de todo recto vivir a todos los hombre de todos los tiempos. El pueblo llegó al Sinaí cerca de tres meses después de la salida de Egipto. Desde el monte en fuego, entre estruendo de trueno y sonido de trompetas Dios habló, pero luego a través de Moisés dictó todas sus leyes. Son muchas y miran a todos los aspectos de la vida del pueblo: desde las ceremonias del culto hasta la administración de la justicia y las normas de la vida social. Moisés, por orden de Dios, las escribió. De ahí vinieron aquellos libros en los cuales están catalogadas con los más menudos particulares, junto a la historia de los diversos acontecimientos que acompañaron al pueblo en el largo viaje hacia Palestina. Estos libros se llaman:


PROMETIDAf "Exodo, Levítico, Deuteronomio", y los hebreos, por razón de su contenido particular, los llamaron aún más explícitamente "La ley". Al pie del Sinaí transcurrió un año. Se trataba de organizarse según las nuevas leyes. Fue construída el Arca y el Tabernáculo, que eran el centro de la vida religiosa, y fueron amueblados como minuciosamente había prescrito el Señor, y fueron luego escogidos los sacerdotes y los criados para el servicio divino, respectivamente en la familia de Aarón, que fue Sumo Sacerdote, y en la tribu de Leví. Después el pueblo reanudó el camino hacia el norte, en dirección a la Palestina. Llegaron a Cadés. Ya se hallaban en el momento de apuntar decididamente a la conquista de la tierra prometida. Enviaron pues exploradores para estudiar el territorio y formar así el plan para el asalto decisivo. Pero éstos volvieron con voces discordantes. Quien entusiasmado exaltaba la riqueza del territorio, quien por el contrario estaba aterrado por la fuerza de los enemigos que se habrían de combatir. Comenzó así un período de discordia interna, y la desconfianza alejó la protección divina. Los hebreos se retiraron nuevamente hacia el sur, y durante cerca de 38 años, habían pasado ya dos desde la salida de Egipco, vagaron en aquella zona, sin dar ningún paso decisivo hacia la meta. Fue después de aquel largo período, del cual casi nada dice la Sagrada Escritura, cuando Moisés logró reunir las filas del pueblo, reanimar su fe y persuadirlo de volver a tomar el camino de la conquista. A la vista ya de Palestina, comprendió que su fin se acercaba. Dio pues al pueblo las últimas disposiciones y las últimas amonestaciones. En fin, después de haber indicado su secesor en la persona de Josué, en el monte Nebo, del cual se podía divisar un ancho trecho de Palestina, el gran caudillo, acabada ya su misión, murió. El breve "Libro de Josué" narra la continuación de los acontecimientos. Con la intervención milagrosa de Dios fue pasado el río Jordán y expugnada la fortaleza de Jericó, se concluyeron victoriosamente las primeras battalas para la ocupación. Josué emprendió entonces las distribución del territorio a las doce tribus, siguiendo los criterios que Moisés mismo había indicado antes de morir. La ocupación, sin embargo, estaba muy lejos de ser definitiva y segura. Los pueblos enemigos, pequeños pero aguerridos, se circunscribieron en los territorios que rodeaban la zona ocupada por los hebreos, y por mucho tiempo fueron una amenaza siempre inminente. Por dos veces Josué, no obstante la continua guerrila, reunió a los representantes del pueblo, para exhortarlos a la fidelidad, y para renovar el pacto de alianza con Dios. Murió a la edad de 110 años. Después de el, los acontecimientos son narrados en el "Libro de los Jueces". Cada tribu tiene ya su territorio y cada una desenvuelve en el la propia vida de un modo independiente. El único vínculo de unión es el de la única fe y de la única Ley. No hay ya un jefe estable de todo el pueblo a manera de Moisés y de Josué. Pero cuando un peligro amenaza gravemente la conquista de la tierra de los padres, entonces las varias tribus sientes ser un solo cuerpo, y se estrechan alrededor de un jefe reconocido al que llaman juez, hasta que es conjurado el peligro. La historia de los jueces no está presentada como una narración continuada, sino más bien como una colección de episodios, que se desenvuelven en momentos dados alrededor de cierta persona, bajo esta única luz: -cuando el pueblo falta a la fe en su Dios y cae en la idolatría, entonces es oprimido por los enemigos. Mas en el peligro vuelve en sí mismo, y entonces Dios envía un libertador, el cual, cumplida su misión, desaparecerá de la escena política. Al fin de este período hallamos dos hombres que detienen el poder de modo estable y sobre todas las tribus:Helí y Samuel. Su autoridad no fue la de caudillos de ejércitos, sino de Sumos Sacerdotes que cuidaban la unión espiritual del pueblo. Helí fue un hombre débil, y su posición fue todavía más comprometida por la mala conducta de los hijos, por lo cual los hebreos sufrieron graves derrotas. Fue precisamente al anuncio de una de éstas que su corazón no soportó, y murió. Samuel, por el contrario, por su vida pura y por la evidente protección divina, tuvo un influjo más profundo sobre la suerte del pueblo hebreo. Mas entretanto los tiempos habían cambiado. Estamos alrededor del 1050 antes de Cristo. Frente a las amenazas de los pueblos vecinos cada vez mejor organizados, se siente la necesidad de una estable unión de las doce tribus, para poder oponer eficaz resistencia. Y un día, una delegación se presentó a Samuel pidiendo que les diese, en nombre de Dios, un rey como lo tenían los demás pueblos. Cuando Samuel se adhiera a esta propuesta, comenzará un nuevo giro en la historia del pueblo de Dios.


d ESCLAVITUD Y LIBERACIÓN 043 El pueblo esclavo Con el correr de los años los descendientes de Jacob, divididos en las doce tribus, se multiplicaron grandemente. Y vino, al fin, al trono de Egipto un rey que olvidó los beneficios de José, e impresionado por el gran número de los hebreos, ordenó que fuesen reducidos a esclavitud, y constreñidos a los trabajos mas duros. Ciudades, fortalezas, templos y tumbas fueron obra del trabajo de los hebreos bajo el látigo de su señor. Mas el pueblo, bendecido por Dios, crecía siempre. Llegó entonces la orden más cruel: que se vigilasen todas las casas de los hebreos, se arrancasen del cuello de las madres los niños apenas nacidos, y que se arrojasen al Nilo.

044 Moisés Nació en aquellos días un niño. Por espacio de tres meses consiguió la madre tenerlo escondido, pero no era posible más. Lo colocó en una cestilla y dijo a la hija mayor que lo llevase a la orilla del Nilo y estuviese a ver lo que sucedía. Vino al río la hija de Faraón, descubrió al niño y compadecióse de el. Salió entonces de su escondrijo la hermana, que fingiéndose ignorante de todo dijo: "¿Quieres que busque una mujer que críe ese niño?" . La princesa le confió el encargo y ella devolvió el niño a su propia madre, que pudo así criarlo según la doctrina de los padres. Cuando hubo crecido la hija de Faraón le adoptó por hijo y le puso el nombre de Moisés, que significa "salvado de las aguas".

046 La llamada de Dios

045 El defensor de su pueblo Moisés vivía en la corte, pero amaba a su pueblo. Vio un día a un egipcio que maltrataba a un hebreo; acudió en su ayuda y mató al opresor. Otro día vio a dos hebreos que reñían. Moisés intervino con palabras de paz, mas uno de los dos le dijo: "¿Quién te ha constituído príncipe y juez sobre nosotros? ¿Crees acaso poder matarme también a mí, como mataste al egipcio?". Moisés comprendió que la voz se había difundido, supo también que Faraón mismo había sido informado y estaba por hacerlo arrestar, y entonces decidió huir. Llegó a la tierra de Madián, donde encontró hospitalidad generosa. Allí se casó y vivió fiel a Dios, en espera de tiempos mejores.

Moisés apacentaba sus ovejas en las faldas del monte Horeb. El Señor le hizo oir su voz desde la llama de una zarza que ardía sin consumirse: "Moisés, quítate el calzado, el lugar donde estás es santo". Obedeció Moisés y se postró en adoración. Continuó la voz de Dios: "He visto la tribulación de mi pueblo, ha subido hasta Mi el clamor de su dolor. Ven tu que te quiero enviar a Faraón, para que saques de Egipto al pueblo mío". Y Dios dio a Moisés el poder de los milagros que había de hacer con una vara bendita, le señaló a Aarón, su hermano, como colaborador y le prometió toda asistencia. Moisés volvió a Egipto para su gran misión, confiado en las promesas divinas.


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047 Ante el faraón

048 La primera Pascua

La palabra y los milagros de Moisés y Aarón reavivaron en el pueblo orpimido la fe y la esperanza, pero no sacudieron el ánimo de Faraón, que al contrario respondió con nuevas opresiones. "¿Quién es este Señor para que yo haya de escuchar su voz?" respondió a Moisés que le intimaba la orden de Dios: "el pueblo hebreo no partirá". Y comenzaron los castigos de Dios. Por nueve veces cayeron sobre la tierra de Egipto toda suerte de azotes. Por nueve veces prometió Faraón la libertad, pero en cesando el castigo, por otras tantas veces se endureció su corazón y no mantuvo la promesa. El Faraón, que no se había doblegado ni a las palabras ni a los milagros, ni ante las plagas que habían herido a su pueblo, debía doblegarse ante el castigo más grande.

Moisés ordenó al pueblo, que ya perdía la esperanza, que se preparase para la partida, porque Dios iba a doblegar a Faraón. "Cada familia procúrese un cordero de un año, sin defecto alguno. El día decimocuarto de la luna, todo el pueblo en sus propias casas lo inmole al Señor. Con su sangre rocíen los postes y el dintel de la puerta; las carnes ásenlas al fuego y coman de ellas todos con lechugas silvestres y pan ázimo. Las sobras sean quemadas al fuego. La cena la haréis de esta manera: de pie, ceñidos los lomos, puesto el calzado en los pies, el bastón en la mano, aprisa como quien debe emprender un viaje". Y así lo hizo el pueblo aquella noche. Este será después en los siglos hasta la venida de Redentor, el rito de la Pascua, en recuerdo de la gran liberación.

049 La muerte de los primogénitos Y aquella noche pasó sobre la tierra de Egipto el Angel de la justicia de Dios. En todo palacio, como en todo tugurio y en todo establo, murieron los primogénitos de los hombres y de los animales. Pero en las casas señaladas por la sangre del cordero, no pasó el exterminio. El Faraón y sus ciervos, y todo Egipto se levantó aquella noche, y por todas partes fueron grandes los alaridos, porque no había casa en donde no hubiese algún muerto. Y el principe llamó a Moisés y a Aarón: "Levantaos" dijo, "marchad, id al desierto a sacrificar a vuestro Dios, como queréis vosotros...". Y todos los egipcios estrechaban al pueblo para que saliese, diciendo llenos de terror: "Marchaos de aquí, que si no, pereceremos todos...".

050 El pueblo parte Los hebreos se prepararon para la partida. Los mismos egipcios, invadidos por el miedo, los equiparon para el largo viaje. Les dieron cuanto pedían: oro, plata, animales y todo medio de transporte. Y así el pueblo partió, como un vencedor, con un rico botín. Moisés ordenó que se tomase el camino del Mar Rojo: aquél era el camino indicado por Dios. Y el Señor hizo que precediese al pueblo una gran nube, oscura de día y luminosa de noche, que mostraba el camino que debían recorrer. Eran muchos miles de hebreos los que salieron de Egipto, e iban gozosos, ordenados como para la batalla, hacia la tierra de sus padres.


d EN EL DESIERTO f

051 El mar Rojo

052 Faraón sumergido

Y llegó el pueblo al camino del mar Rojo. Mas no era ésta la causa de mayor temor. El Faraón, pasado el terror, pensó en las graves consecuencias para su tierra, derivadas de la partida del pueblo hebreo. Reunió a sus soldados y muy pronto fue al alcance de los fugitivos. Dijo entonces Dios a Moisés: "Levanta la vara, extiende tu mano sobre el mar, divídele para que el pueblo camine como sobre la arena por en medio de las aguas". Así lo hizo Moisés. Entonces sopló un viento impetuoso que dividió las aguas y secó el fondo del mar. Y el pueblo entró en el mar seco, mientras las aguas estaban como dos murallas a derecha e izquierda. Y cantando las alabanzas de Dios llegaron a la otra orilla.

Llegó el Faraón con su ejército y entró tras ellos en el mar. Mas los carros se volcaban y eran arrastrados al fondo. Dijeron los egipcios: "Huyamos, pues el Dios de Israel pelea contra nosotros". Pero no tuvieron tiempo para ello. Moisés extendió otra vez su mano sobre el mar, y las aguas volvieron a su sitio, precipitándose encima de los egipcios. Y todo el ejército de Faraón fue desbaratado. Los hebreos vieron en la playa del mar los cadáveres de los egipcios y reconocieron el gran poder del Señor contra sus enemigos. El pueblo temió a Dios y creyó en Él y en su siervo Moisés.

053 La primera etapa Después del cántico de gracias el pueblo reanudó el viaje a través del desierto que se extiende al otro lado del Mar Rojo. Anduvieron tres días sin hallar agua, hasta que llegaron a una localidad donde había una fuente. Pero, probada aquella agua, se dieron cuenta de que no era potable, por tener un sabor amargo. El descorazonamiento se apoderó de los hebreos que comenzaron a lamentarse con Moisés. "¿Qué beberemos? ¿Moriremos, pues, todos de sed?". Moisés elevó su plegaria ardiente al Señor. Y Dios le mostró un madero y le dijo: "Echalo en las aguas y se tornarán potables". El milagro sucedió y el pueblo sació su sed. Y adoró a Dios que, una vez más, había hecho sentir su protección.

054 El maná Pero bien pronto se presentó también la dificultad del hambre. Y murmuraron otra vez los hebreos contra Moisés y Aarón: "¿Por qué nos habéis traído al desierto? ¿Por ventura para hacernos morir a todos de hambre?". Y dijo el Señor a Moisés: "Yo haré llover pan del cielo; salga el pueblo y recoja lo que basta a cada uno, para cada día". Y todas las mañanas caía como como un rocío alrededor de los campamentos. Al verlo dijeron los hebreos: "¿Manhu?" que significa "¿Qué es esto?" Por lo cual aquel alimento prodigioso fue llamado "maná". Cada uno recogía de él según las necesidades diarias, y era un alimento sabroso y nutritivo que acompañó al pueblo por todo su peregrinar del desierto. Solo se pudo conservar de el un vaso y fue colocado después en el Arca, en testimonio de la omnipotencia del Señor.


055 El agua de la peña El viaje en el desierto se presentaba erizado de dificultades. La nube guiaba al pueblo, el maná lo nutría, pero una vez más vino a faltar el agua. Y el pueblo de nuevo murmuró, y esta vez hasta amenazar con una abierta rebelión contra Moisés y Aarón. Levantó Moisés su clamor de angustia al Señor: "Que haré yo con este pueblo, falta ya poco para que me apedree". Dijo Dios misericordioso a Moisés: "Toma en tu mano la vara y acompañado de los ancianos ve y, delante de todo el pueblo, hiere la peña del monte y brotará de ella agua para quitaros la sed". Así lo hizo Moisés y fue saciada su sed. Aquel lugar fue llamado "lugar de la tentación" porque allí los hebreos habían murmurado y amenazado con una revuelta.

056 El poder de la plegaria Aún en el desierto no faltaron enemigos. Los primeros fueron los amalecitas, nómadas que pasaban de oasis en oasis con sus pastos. Moisés entonces llamó a Josué y le dijo: "Escoge hombre de valor y ve a pelear contra Amalec, yo estaré en la cima del monte en oración". Josué asaltó con sus hombres a los enemigos. Sobre el monte Moisés y Aarón rogaban por su victoria. Y sucedió que mientras Moisés tenía levantados en oración sus brazos, el pueblo vencía. Si, cansado, los bajaba, los enemigos tenían la ventaja. Entonces Aarón y Hur sostuvieron los brazos a Moisés, y el ejército de Dios obtuvo la victoria. Así lo quiso el Señor para que el pueblo comprendiese el gran valor de la plegaria.

058 Las serpientes

057 Murmuración castigada Un día también Aarón y su hermana María experimentaron un sentimiento de envidia por Moisés. "¿Por ventura el Señor, dijeron, ha hablado solo a él? ¿Acaso no nos ha hablado también a nosotros?". Desagradó al Señor la murmuración, y María quedó blanca como la nieve, herida de repente por la lepra. Aarón se dirigió humilde a Moisés: "Te ruego, dijo, que no me hagas llevar la pena de este pecado, haz que no sea consumida por la lepra". Moisés oró: "Oh Dios, cúrala, te lo ruego". Y el Señor la curó. Pero por espacio de siete días tuvo que permanecer, como leprosa, fuera del campamento. Y el pueblo no se movió de aquel lugar hasta que María, curada, fue llamada.

Todavía otra vez el pueblo olvidó los prodigios obrados en su favor por el Señor en el desierto. Se dijo cansado del maná y suspiró por el pan y las cebollas de Egipto. El castigo de Dios se hizo entonces sentir en el campo de los hebreos. Una invasión de serpientes causó llagas a todos. El pueblo se dirigió a Moisés diciendo: "Hemos pecado; suplica al Señor que aleje de nosotros las serpientes". Moisés hizo oración y le dijo al Señor: "Haz una serpiente de bronce, y ponla en alto como una bandera; quienquiera que arrepentido la mirare, recobrará la salud". Moisés hizo como Dios le había ordenado y llamó al pueblo a la plegaria y a la penitencia. Sobre dos leños cruzados fue fijada una serpiente de bronce. Aquella cruz, símbolo de aquella otra futura del Redentor, fue el medio con que Dios libró al pueblo del azote.


d LA LEY f 060 La ley de Dios

059 El Sinaí Pero el momento mas solemne del largo viaje a través del desierto debía desarrollarse a las faldas del monte Sinaí. Era aquel el lugar escogido por Dios para estrechar con su pueblo la alianza definitiva y dictarle su ley. En la llanura enfrente del monte fueron puestos, por orden de Moisés, los campamentos. La cima del Sinaí estaba sumida en una densa nube, de la cual salía un gran estruendo como de truenos y vocinas. El pueblo contemplaba espantado desde los campamentos a Moisés, que desaparecía en la nube, para subir a la cima del monte a recibir las órdenes de Dios.

Y descendió Moisés con las órdenes de Dios. "Que el pueblo haga penitencia por tres días, después se acerque al monte y Dios les hablaría". El tercer día el monte causaba espanto. Salía el humo de él como de un horno. El sonido de la bocina repercutía terrible por toda la llanura. Y Dios habló: "Yo soy el Señor Dios tuyo, no adorarás otros dioses. No tomarás en vano mi nombre. Santifica mi día. Honra al padre y a la madre. No matarás. No cometerás impureza. No hurtarás. No levantarás falso testimonio. No desearás ni la mujer ni cosa alguna de los demás."

061 Las tablas de la ley El pueblo aterrorizado por aquellos acontecimientos dijo a Moisés: "Háblamos tu y oiremos; no nos hable más Dios directamente, no sea que muramos". Y Moisés volvió a subir al monte para recibir las órdenes de Dios y permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches. Dios le dictó todas las leyes que debían gobernar al pueblo y le dió escritos en piedra los diez mandamientos principales. Entre tanto el pueblo, sin la guía de Moisés, olvidó a su Dios. Recordó el culto y las fiestas de los egipcios y sintió nostalgia de ellos. Construyó un becerro de oro fundido, lo levantó sobre un altar, y alrededor de aquello hizo fiestas y plegarias idolátricas.

062 El ídolo quebrado Sobre el monte Dios reveló al siervo fiel su gran indignación. Moisés rogó entonces con todo su fervor que se acordase el Señor de las promesas hechas a Abraham, a Isaac y a Jacob, y perdonase una vez más. La plegaria de los justos halla acogida delante de Dios, y Moisés fue escuchado. Solamente los mayores rebeldes serían castigados, mas el pueblo continuaría existiendo. Moisés retornó a los campamentos portador del castigo divino. Irrumpió terrible en medio del gentío adorante, rompió en medio de ellos las dos tablas de piedra y redujo a pedazos el ídolo. Después gritó: "El que sea del Señor júntese conmigo". Y el que quiso perseverar en la rebelión fue pasado con las armas.


063 El legislador Moisés subió de nuevo al monte para pedir al Señor el perdón para el pueblo arrepentido y para tomar nuevas tablas de la ley. Y después de otros cuarenta días volvió al campo trayendo la Ley del Señor. Aarón y el pueblo esperaban en oración con el corazón lleno de temor y de esperanza. Moisés se apareció a ellos respandeciente. Su alta figura que sostenía las tablas con la Ley del Señor estaba iluminada por dos rayos que salían de su frente, en testimonio de que había hablado con Dios. Ninguno se atrevía a acercarse a él. Solo se movieron cuando les llamó, y entonces habló largamente del perdón de Dios y de la alianza que había estrechado con ellos.

064 El Arca y el Tabernáculo Moisés dictó todos los preceptos que Dios había dado para el gobierno de su pueblo. Particularmente minuciosas e importantes eran las leyes referentes al culto que había de rendirse al Señor. El centro de la plegaria debía ser el Arca y el Tabernáculo. El Arca era una caja preciosa portátil, que debía contener las dos tablas de la Ley. Por esta razón fue llamada el Arca de la Alianza. El Tabernáculo encerraba el Arca y los demás objetos referentes al culto. Los fieles los debían honrar como la habitación de Dios en medio de ellos. En los campamentos el Tabernáculo era el centro; en viaje el Arca precedía a todos, como indicado el camino.

065 El sacerdocio

066 La vara de Aarón

Fijado el lugar y las fórmulas del culto, Moisés escogió sus ministros. Sumo Sacerdote fue Aarón. Simples sacerdotes, a quienes tocaba ofrecer los sacrificios, sus hijos y descendientes. Todos los de su tribu, la de Leví, serían empleados para servicios menores. Y fue hecha la consagración con gran solemnidad. Sobre el altar, delante de la entrada del Tabernáculo, fue ofrecido un gran sacrificio a Dios. Después, mientras todo el pueblo asistía en oración, Moisés revistió a Aarón de los ornamentos sacerdotales, le impuso las manos, lo ungió con el óleo de la consagración, y puso sobre su cabeza la tiara, símbolo de su alta dignidad.

Dios quiso hacer conocer con un milagro su aprobación por la verificada consagración de Aarón en Sumo Sacerdote. Cada jefe de la tribu de Israel llevó una vara con su nombre escrito en ella, y todas fueron colocadas en el Tabernáculo. Al día siguiente se halló que la vara de la tribu de Leví, que llevaba el nombre de Aarón, había sacado hojas y flores, y ya despuntaban frutos de almendro. Moisés la presentó al pueblo estupefacto y les habló del honor debido a los Sacerdotes de Dios. En testimonio del origen divino del sacerdocio, la vara del milagro fue colocada en el Arca de la Alianza.


d HACIA LA TIERRA PROMETIDA 067 Nadab y Abiú En su viaje el pueblo se encontraba con frecuencia con tribus idólatras y sumergidas en la inmoralidad. Fuerte era su tentación de abandonar la severidad de la ley de Dios. Pero el Señor hacía sentir su presencia y su autoridad y castigos severísimos herían a los transgresores. Un día fueron los dos hijos de Aarón los que pecaron, Nadab y Abiú. Sacerdotes de Dios, ofrecían con irregularidad los sacrificios al Altísimo. Un gran fuego, salido del Tabernáculo, los mató, entre el terror de Aarón y del pueblo. Habló severo Moisés y ordenó que los cadáveres fuesen arrojados fuera de los campamentos, y que ninguno llevase por ellos el luto, porque había sido justo el castigo de Dios.

068 Blasfemo castigado Un día dos jóvenes hebreos vinieron a reñir, y en la ira a uno de ellos se le escapó una blasfemia contra el nombre del Señor. Fue puesto en cadenas, mientras Moisés se recogía en oración para conocer la orden de Dios. Después el caudillo hablo: “El blasfemo sea conducido fuera de los campamentos; quien lo ha oído preste su testimonio, y luego sea apedreado”. Y fue escrita esta ley: “El que blasfema el nombre de Dios, sea condenado a muerte; todo el pueblo le cubrirá de piedras”. Tal severidad, entonces necesaria para preservar al pueblo de la corrupción, indica cuánto exige Dios que los hombres observen su ley.

069 Los exploradores

070 El falso profeta

Aproximándose a la tierra prometida, Moisés envió un representante de cada tribu en exploración. Volvieron cargados de los mas hermosos frutos, exaltando la fertilidad de aquella tierra, pero más impresionados de la fuerza de las poblaciones. De tal manera las describieron que parte del pueblo tuvo miedo, y conjuró para elegirse otro caudillo que lo volviese a conducir a Egipto. La justicia de Dios ofendido castigó una vez más el campo de los hebreos. Murieron los instigadores del motín y el pueblo renovó su confianza en Dios que les había hecho vencedores de todo adversario. Pero una dura sentencia fue pronunciada para todos: “Andaréis errantes por espacio de cuarenta años en el desierto, y aquí quedarán tendidos vuestros cadáveres. En la tierra prometida entrarán vuestros hijos.”

El camino se hacía mas duro aún porque muchos pueblos se oponían al paso de los hebreos, obligándoles a alargar el recorrido; así se cumplía el castigo de Dios. Su valor llenó de espanto a Balac, rey de Moab, que no se atrevió a enfrentarse con ellos en combate. Entre sus sacerdotes había un cierto Balaam, que tenía del demonio el don de la profecía. “Maldice a este pueblo”, le dijo el rey, “solamente así podré esperar vencerlo”. Obedeció Balaam, mas un ángel le cerró el camino que conducía al campo hebreo. Entonces se subió sobre una altura, desde la cual se dominaban los campamentos. Pero Dios no permitió que satanás hablase por medio de su profeta. De su boca salieron solo palabras de bendición para el pueblo de Dios, cuyas victorias y gloriosa misión predijo.


f 071 La muerte de Aarón "Ninguno de los salidos de Egipto pondrá pie en la tierra prometida". Esta era la sentencia divina por las repetidas infidelidades del pueblo. Y entre los jefes el primero en morir fue Aarón. El Señor avisó de ellos a Moisés: "Toma a Aarón con su hijo y condúcelos al monte Or, donde, despojado el padre de sus insignias sacerdotales, revestirás de ellas a Eleazar, su hijo. Aarón debe reunirse con sus padres y morirá". Moisés y Aarón siguieron la orden de Dios. Sobre el monte, a la vista de toda la multitud conmovida, fue hecho el cambio del Sumo

072 La muerte de Moisés

Sacerdote. Y Aarón murió. Todo el pueblo lo lloró en todas las casas por espacio de treinta días.

Y finalmente, después de un largo sucederse de etapas y de batallas, el pueblo, ya renovado, llegó a la vista de la tierra prometida. Moisés, cargado de años, era siempre su guía, mas tampoco él debía pasar el Jordán. Sintiendo cercano su fin, dirigió al pueblo las últimas recomendaciones de fidelidad al Dios de los padres. Subió luego al monte, desde donde se dominaba la tierra prometida. Allá arriba, contemplando la meta a la cual había conducido al pueblod e Dios, murió. La figura más grande del Antiguo Testamento, el amigo de Dios, el gran caudillo, había ido con su Señor. Josué le sucedió, y Dios lo llenó del espíritu de sabiduría, porque sobre él Moisés moribundo había invocado la bendición del Altísimo.

073 El paso del Jordán

074 La caída de Jericó

Un último obstáculo impedía poner los pies en la Palestina: el río Jordán. Y Dios mostró que no había abandonado a su pueblo. Josué hizo avanzar el Arca hacia el río, y la multitud la siguió. Cuando los portadores entraron en el Jordán, sucedió el milagro: un camino se abrió en las aguas, como antes en el Mar Rojo. En el medio el Arca se detuvo. Los sacerdotes la sostenían en alto, y todos pasaron a la otra orilla. Con las piedras del lecho del río fueron erigidos dos monumentos en perenne memoria del milagro de Dios. Cuando todos hubieron pasado, también el Arca salió del lecho del río, y las aguas volvieron a tomar su curso.

Al otro lado del Jordán estaba Jericó, ciudad fortificada. Era necesario expugnarla para que fuese segura la permanencia en la tierra prometida. Josué se postró en la presencia del Señor y pidió su ayuda. " Mira, le respondió el Altísimo, haré caer a Jericó en tus manos. Todos los hombres armados, por espacio de seis días, den la vuelta a los muros. El Arca santa los preceda al son de las trompetas de los sacerdotes. El séptimo día conquistaréis la ciudad." Josué transmitió a los suyos la orden de Dios. Y Jericó cayó no por la fuerza de las armas, sino por la fuerza de la oración. El séptimo día sus cimientos fueron sacudidos, y sus muros se derrumbaron. Por los pasos abiertos entraron los hebreos, y la ciudad fue expugnada.


d EN LA TIERRA DE LOS PADRES

075 Agradecimiento

076 Una gran jornada

Otras ciudades después de Jericó cayeron en manos de los hebreos, que pronto estuvieron sólidamente en posesión de un territorio suficiente para establecerse de modo definitivo. Llegados ya a la meta, la nube milagrosa desapareció también, y cesó el maná. Con su trabajo podían ya procurarse lo necesario. El pueblo hizo la fiesta de gracias. Delante del Arca levantada sobre la cima del monte Ebal, fue erigido un altar y se ofrecieron sacrificios al Altísimo. Josué leyó entonces a todo el pueblo reunido para la fiesta las leyes que Dios había dado a Moisés y que el gran caudillo había escrito, para que nunca fuesen olvidadas. Y en una atmósfera de entusiasmo, los hebreos volvieron a prometer fidelidad.

La ciudad de Gabaón se había entregado a Josué, y le había prometido fidelidad. Por lo cual algunos reyes vecinos, no osando asaltar directamente a los hebreos, asediaron al ciudad aliada. Josué acudió en su ayuda, y puso en fuga a los enemigos. El cielo vino en su socorro, y una granizada de piedras castigó duramente a los fugitivos. Mas sobrevino el ocaso y todavía no se podía hablar de una derrota completa de los enemigos, mientras tanto la batalla no podía ser continuada. Josué invocó el milagro de Dios: Que el sol se parase en su curso, y se alargase el día. Dios escuchó la plegaria del justo: La luz continuó milagrosamente sobre el campo de batalla, hasta la completa victoria.

077 Los jueces Débora Después de la muerte de Josué el pueblo vivió muchos años en paz, fiel a Dios. Lo gobernaban los jueces, los cuales empero ejercían su autoridad solamente cuando los hebreos caían en las manos de sus enemigos. Esto sucedía siempre cuando cedía a la tentación de la idolatría. Así fue que un día vinieron a ser esclavos del rey de los cananeos, que los oprimía por mano de su general Sísara. Vivía entonces en Israel una mujer de gran virtud, favorecida de los dones de Dios: Débora. Debajo de una palma, a la entrada de su casa, recibía a todos y daba sabios consejos. Vino un día a ella Barac, hombre fuerte de la tribu de Neftalí. Le dijo Débora: "El Señor Dios de Israel te da esta orden; reúne los hombres aptos para las armas, condúcelos al monte Tabor; allí encontrarás a los enemigos y los vencerás".

078 Jahel Guiado por Barac y por la profetisa, el ejército hebreo marchó hacia el monte Tabor, donde se encontró con las tropas cananeas guiadas por Sísara. La batalla fue áspera, pero Dios combatía por su pueblo vuelto ya a la fe de los padres. Un gran terror se apoderó de los cananeos, que se dieron a fuga precipitada, perseguidos por los israelitas hasta los confines de la Palestina. El general enemigo halló refugio en casa de una mujer: Jahel. Esta le recibió, ofreciéndose a velar su sueño fuera de la tienda. Mas cuando quedó adormecido, con un largo clavo, le fijó la cabeza en tierra y lo mató. Y así el pueblo recobró su libertad.


f 079 Gedeón Después de cuarenta años, el pueblo, nuevamente rebelde a Dios, fue presa de los madianitas, y el juez libertador fue Gedeón. Un ángel se le apareció con la orden de Dios de que se pusiese al frente del ejército. Era Gedeón un hombre rústico y atendía a sus campos. No creyendo en tal elección, demandó a Dios un milagro. Y Dios le escuchó. Extendió en tierra un vellocino: cayó agua del cielo y solo el vellocino quedó seco. Volvió a caer la lluvia: la tierra en rededor quedó seca y solo el vellocino mojado. Por este conjunto de prodigios comprendió Gedeón que verdaderamente era la voz de Dios que le llamaba, y se preparó para la gran batalla.

080 El ejército de Gedeón Logró reunir un ejército de treinta mil hombres. Mas el Señor le dijo: "Tienes demasiados hombres. El pueblo do deberá decir: con mis fuerzas me he liberado. Diles: El que quiera vuelva a su casa". Así lo hicieron y quedaron diez mil soldados. "Aún hay demasiada gente" dijo el Señor. "Guíalos a la fuente; los que lamieren el agua con la lengua, como perros, los despedirás, retendrás solo aquellos que bebieren con el cuenco de la mano". Gedeón obedeció y quedó con trescientos hombres. Dijo aún el Señor: "Con estos trescientos os libertaré, entregaré en vuestras manos a los madianitas". Y con aquel puñado de soldados se preparó Gedeón a combatir a un fuerte enemigo de treinta y cinco mil hombres.

082 Abimelec

081 La victoria de Gedeón No las fuerzas humanas, sino Dios mismo quería ser el libertador de su pueblo. Fue El quien inspiró a Gedeón el plan de batalla. Este dividió sus hombres en tres cuerpos. Puso en manos de cada uno una ánfora con una tea encendida dentro, y una trompeta. Así equipados se acercaron al campo de los madianitas. A una señal todos rompieron las ánforas y tocaron las trompetas. Por el estruendo y por las luces improvisas, pareció que un gran ejército caía sobre el enemigo sumergido en el sueño. Los madianitas fueron invadidos de un loco terror y se dieron a precipitada fuga, hiriéndose los unos con los otros. El pueblo todo se sublevó contra los opresores, y fue una victoria completa.

El pueblo quería proclamar rey a Gedeón, y establecer sobre Israel su dinastía. "No seré yo rey vuestro, ni tampoco lo serán mis hijos", respondió, "solo el Señor dominará y reinará sobre vosotros". Y volvió a sus campos. Mas no pensaba así su hijo Abimelec. A la muerte del padre mató a traición a sus hermanos, se procamó rey, a la manera de los príncipes paganos. Su dominio, comenzando con un acto de gran barbarie, fue contra la voluntad y la Ley del Señor. Y Dios le castigó con la muerte mas ignominiosa para un soldado. En el asedio de la ciudad de Tebes, una mujer lo hirió con una piedra lanzada desde lo alto de una torre. Y así murió el usurpador.


d JEFTÉ Y SAMSÓN f 084 Victoria y sacrificio

083 Jefté Después de muchos años el pueblo fue oprimido por los ammonitas. Los hebreos no tenían un jefe militar y se acordaron de Jefté, un hebreo que había vivido siempre entre los paganos, y que tenía fama de hombre valeroso. Lo mandaron llamar y lo reconocieron como juez. Jefté tentó las vías diplomáticas. Dijo al rey ammonita que los hebreos estaban por derecho en la tierra de Palestina, y recordó las maravillas obradas en favor de ellos por Dios. Que temiese, por tanto, la ira del Dios de Israel. Mas el ammonita no escuchó a los embajadores, y fue decidida la guerra. El juez, antes de partir, ofreció su espada sobre el altar del Señor, e hizo un voto: "Si entregares en mis manos a los hijos de Ammon, el primero que saliere de los umbrales de mi casa, y se encontrare conmigo cuando yo vuelva victorioso, le ofreceré al Altísimo en holocausto".

Jefté venció a los ammonitas. Al volver a su casa, he aquí que la hija única sale a recibirle con grandes manifestaciones de júbilo. Apenas la había visto, inmenso fue el dolor del padre. Educado en medio de los paganos, había creído lícito el voto aún de un sacrificio humano, y juzgaba obligatorio su cumplimiento. "Hija mía", dijo, "te he prometido al Señor, y no puedo hacer de otro modo". Gran fortaleza de ánimo mostró la hija, aunque en un error tan grande, y respondió: "Padre mío, si has dado al Señor tu palabra, haz de mí lo que prometiste". Las niñas hebreas, todos los años durante mucho tiempo, recordaban con lágrimas y luto a la hija del juez Jefté.

085 La madre del fuerte Pasado como un año, fueron los filisteos a oprimir al pueblo, y su enemistad se hará sentir por mucho tiempo. El primero que abatió su orgullo, imponiendo el respecto por el pueblo de Dios, fue Sansón. Dios le hizo poderoso no como caudillo de ejércitos, sino dotándole de fuerza prodigiosa. Apareciósele un ángel a la madre y le anunció su nacimiento. Ella debería luego consagrarlo a Dios según la ley llamada del "nazareado". Los "nazareos" eran fieles que hacían voto de mantener la cabellera inculta y de abstenerse de toda bebida que pudiera embriagar, para indicar su desprendimiento de las cosas terrenas, a fin de dedicarse completamente al servicio de Dios. El niño nació y la madre lo ofreció a Dios ante el Arca del Señor. Su gran misión sería la de sacar a los hebreos de la esclavitud de los enemigos.

086 Samsón Cuando Sansón creció, se vio enseguida que él era el defensor de Israel. La figura austera, el cabello inculto que denotaba su consagración a Dios, la fuerza sobrehumana, eran el orgullo de los hebreos y el terror de los enemigos. Un día en la campiña desierta fue asaltado por un león. Lo afrontó y lo despedazó haciéndole trizas, como lo hubiera hecho con un corderito. Fue aquello para él la señal de que el Altísimo le llamaba a su misión. Cogió trescientas zorras, atólas apareadas y sujetó a sus colas una tea encendida. Enloquecidos por el dolor los animales corrían por los campos en el tiempo de la siega, provocando el incendio de las mieses, de las viñas y de los olivares.


087 El terror de los filisteos

088 Fuerza maravillosa

Los filisteos por represalia incendiaron su casa, luego subieron al territorio de la tribu de Judá, amenazando estragos si no era entregado en sus manos. Los hebreos, amedrentados, decidieron entregarlo a los enemigos, y lo condujeron a su campo atado con cuerdas nuevas. Sansón se sintió entonces lleno de fuerza, que le venía del Señor. Rompió las cuerdas, agarró una quijada de asno que halló abandonada en el suelo, y armado con aquella sola se lanzó contra los que le rodeaban. El terrible aspecto de aquel joven airado, la fama de su fuerza sobrenatural y de sus hazañas, llenó de terror a los filisteos, los cuales, abandonadas las armas, se dieron a fuga desordenada. Quien osó resistir fue muerto. En aquel desierto, sembrado de cadáveres, quedó solo Sansón que desde aquel momento fue reconocido de los hebreos por su juez.

Sansón gobernó a Israel por espacio de veinte años, defendiéndole de la prepotencia de los filisteos. Se trasladó un día a la ciudad filistea de Gaza, en las orillas del Mediterráneo, y allí pasó la noche. Habiéndolo sabido sus enemigos, pusieron sobre los muros de la ciudad soldados que lo matasen a traición por la mañana, cuando saliera. Conoció Sansón sus propósitos, y de noche fue a la puerta de la ciudad para huir, pero la encontró cerrada. Tomó entonces las dos hojas de la puerta con los pilares y la barra, echóselas a cuestas, como si fuesen dos pajas y, haciendo de ellas escudo, se fue al monte que mira a la ciudad. Mostró así a sus enemigos, inmovilizados ante el espectáculo de tanta fuerza, cómo fuesen inútiles las insidias contra el protegido de Dios de Israel.

089 La caída Sansón, en la cumbre de su gloria, probó la tentación, cedió ante ella y Dios lo abandonó. Los filisteos compraron a una mujer, llamada Dalila, para que lo rodease y le arrancase el secreto de su fuerza. Y el que no había temblado ante las armas cayó ante las lisonjas. "Si mi cabeza", dijo, "fuese rapada, se retirará de mi la fuerza mía y seré como los demás hombres". Los cabellos incultos eran, en efecto, la señal externa de su consagración a Dios. Cuando se adormeció, la mujer le cortó el cabello y llamó a los filisteos. Sansón, que había faltado a su voto, fue prisionero de sus enemigos. Escarnecido y cegado, como se acostumbraba con los vencidos, fue para supremo escarnio, puesto a dar vueltas a la muela de un molino.

090 La muerte gloriosa Los filisteos hicieron en honor de su dios una gran fiesta de gracias, porque los había liberado del fuerte enemigo, y al templo donde estaba reunida la multitud condujeron al prisionero. Entretanto Sansón había vuelto a pensar en su Dios. El arrepentimiento había purificado su ánimo y le había hecho de nuevo digno de los dones del Altísimo. Se hallaba próximo a las dos columnas que sostenían la bóveda del templo. Rogó a Dios con todo su fervor que le restituyese la fuerza, y aún a costa de su vida humillaría a los enemigos de Israel. Apoyóse en las columnas, las sacudió. Entre el griterío de terror el templo cedió y fue todo una ruina. Debajo perecieron con Sansón tres mil filisteos. El suceso impresionó a los enemigos, que temieron al Dios de los hebreos y dejaron en paz al pueblo.


d LOS ÚLTIMOS JUECES f 091 Helí y Ana Si bien los filisteos eran siempre una amenaza a los confines, el pueblo tuvo tranquilidad durante muchos años. Al fin lo hallamos estrechado en torno a un nuevo juez, que era también Sumo Sacerdote: Helí. En aquel tiempo subió a la casa de Dios para el sacrificio una mujer fiel, llamada Ana. Una gran angustia tenía en el corazón: no teniendo hijos no podía participar de la esperanza, viva en toda mujer hebrea, de pertenecer a la genealogía del Redentor prometido. Tan llena de amargura era su plegaria, que el Sumo Sacerdote quiso conocer cual fuese la gracia que , tan afligida, pedía al Señor. Ana abrió su corazón al varón de Dios, pidiéndole la bendición. "Vete en paz" le dijo Helí, "y que el Dios de Israel te conceda cuanto le pides".

092 Samuel Nació un niño y la madre lo llamó Samuel. Ana en su plegaria había hecho voto de consagrarlo a Dios para el servicio de su casa, y apenas destetado lo llevó a Helí. En el umbral del Tabernáculo la recibió el anciano juez. La escuchó y puso al pequeñuelo entre los levitas del santuario. El Señor tenía sobre él grandes designios: sería el juez de su pueblo en momentos particularmente decisivos, ya que sobre Helí y su familia era inminente el castigo de Dios. El era siervo fiel, pero padre débil, y sus hijos se habían aprovechado de ello. Habían descuidado por sus placeres la exactitud en los servicios divinos, y por su causa muchos se habían alejado de la plegaria.

094 Samuel y Helí A la mañana siguiente Samuel temía encontrarse con el Sumo Sacerdote. No sabía si era mejor manifestar o callar el contenido de la visión. Helí mismo lo llamó, rogándole que no le ocultara nada. Y Samuel habló. Vióse al humilde joven sirviente del templo repetir las terribles amenazas de Dios al venerable Sumo Sacerdote, humillado y desconcertado. Mas aún en sus debilidades él era un justo. Escuchó aquellas palabars como una justa condenación y dijo: "El es el Señor, haga lo que sea agradable a sus ojos". Desde entonces creció la estima de Helí y del pueblo por Samuel, en el cual veían al profeta de

093 Dios habla a Samuel La fidelidad de Samuel en el servicio de Dios estaba en contraste con el descuido de los hijos de Helí. Una noche oyó una voz: " ¡Samuel, Samuel!". Pensó que fuese Helí quien le llamaba y se presentó a él. Pero el Sumo Sacerdote le hizo volverse. Mas la voz era demasiado clara para que se tratara de un sueño, y una segunda y tercera vez fue Samuel aquella noche ante Helí. "Si te llamara otra vez, responderás" le dijo Helí: "Hablad, oh Señor, que vuestro siervo escucha". Así lo hizo Samuel. Era verdaderamente la voz de Dios, y anunciaba una profecía que conmovió al joven: Pronto vendría un castigo en pena de la debilidad del padre, de los sacrilegios de los hijos y de la infidelidad del pueblo.

Dios.


096 El Arca entre los filisteos

095 El castigo de Dios La amenaza divina se cumplió cuando los filisteos pasaron los confines y desafiaron nuevamente a los hebreos. Estos recordaron que la otra vez sus padres habían obtenido la victoria porque delante del ejército había sido llevada el Arca. Y el Arca fue llevada al campo. Mas ellos no tenían la misma fe que sus padres, y fue una gran derrota. El Arca Santa, la señal de la presencia de Dios en medio del pueblo, yacía abandonada en el campo enemigo, rodeada de los cadáveres de los sacerdotes, entre los cuales estaban los hijos de Helí, mientras el ejército estaba en fuga. Cuando las tristes noticias: los hijos muertos, el Arca tomada, y el ejército derrotado, fueron llevadas al viejo Helí, éste no pudo soportar el dolor, y cayó muerto en el acto.

Terminada victoriosamente la guerra, los filisteos colocaron el Arca como trofeo de victoria, en el templo de su dios Dagón. A la mañana hallaron las estatua del dios en el suelo. La alzaron de nuevo, pero al día siguiente yacía hecha pedazos. Entretanto una epidemia de llagas había herido a los habitantes de la ciudad, y una invasión de ratones devastaba su campiña. Los ancianos decidieron llevar el Arca a otra ciudad, pero también allí se verificaron las mismas cosas. Por lo tanto los gobernantes de los filisteos decidieron devolver el Arca a los israelitas y, para aplacar a su Dios, unieron al Arca ricos dones de oro y de plata.

097 El Arca restituída

098 Samuel juez

Los filisteos colocaron el Arca en un carro nuevo tirado por dos vacas lecheras y la dirigieron al camino que conduce a la ciudad habitada por los hebreos. El carro tomó la dirección de Betsames. Los betsamitas estaban segando el trigo en el valle, cuando vieron el Arca avanzar hacia ellos. Una gran alegría los invadió y la acompañaron a la ciudad. Pero no pensaron que todo había sucedido a causa de sus pecados, no hubo en ellos sentido de arrepentimiento sino solamente curiosidad y orgullo patriótico. Por lo cual la presencia del Arca no fue para algunos portadora de bendición, sino de muerte. Amedrentados, no osaron más retener el sacro depósito, y lo encaminaron hacia Cariatiarim, en el camino de Silo donde moraba Samuel.

Samuel ejerció el oficio de juez de Israel. Todo su cuidado fue sacar al pueblo de la idolatría, única causa de sus males y de la perdida libertad. Logró su intento, y reunió al fin a los hebreos en la localidad de Masfat, todavía libre de filisteos, para un nuevo juramento de fidelidad. Los enemigos, habiendo tenido noticias del gran número, marcharon con un ejército hacia Masfat. Dijeron los jefes de los hebreos a Samuel: "No ceses de clamar por nosotros al Señor, para que nos salve de las manos de los filisteos". Y se prepararon para hacer frente al enemigo. Samuel hacía oración mientras en el valle hervía la batalla. Y una vez mas los filisteos fueron rechazados a sus confines.


d MONARQUÍA f 099 Monarquía Cuando los representantes del pueblo pidieron a Samuel un rey que los gobernase establemente, el hombre de Dios fue contrariado. Pensaba él: -Reyes los tienen los pueblos paganos, que dan a ellos hasta honores divinos: único rey para el pueblo de Dios debe ser Dios mismo -. Pero después de reflexión y plegaria adhirió a la propuesta. Los tiempos estaban maduros para el cambio. El régimen patriarcal practicado hasta entonces, basado sobre la tribu y sobre la familia, era óptimo en tiempo de paz y con adversarios de poca cuenta. Pero ya los pueblos vecinos se hacían siempre mas fuertes y prepotentes. Se imponía por tanto una unión siempre mayor. Con la monarquía comienza un nuevo período en la historia de los hebreos. Con Abraham son una familia, con Moisés un pueblo. Con Samuel, que consagra el primer rey, comienzan a ser una nación. El primer rey fue Saúl. Los beneficios del nuevo sistema de gobierno se hicieron sentir pronto. Los enemigos fueron repetidamente derrotados y tenidos en mayor sujeción. Pero también el peligro previsto, el de la soberbia del hombre elevado a la alta dignidad, se verificó puntualmente. Saúl no fue un rey fiel a los principios fijados por Moisés. Se atribuyó poderes sacerdotales y no quiso escuchar los consejos del profeta Samuel. Por eso Dios lo repudió. Secretamente el profeta consagró entonces rey al joven David. Pero pasaron varios años antes de que pudiese subir al trono. Saúl, si bien roído por los remordimientos, continuó reinando. Tuvo nuevas victorias , pero también conoció grandes derrotas. Después de una de estas contra los filisteos, se suicidó. El reino de David llevó al pueblo hebreo al más alto de potencia alcanzado en toda su historia. Con guerras victoriosas conducidas con gran habilidad se deshizo de los ya seculares enemigos. Con la victoria sobre los filisteos extendió su dominio hasta el mar, derrotando a los ammonitas se abrió el camino de la Siria, mientras al sur, vencidos los edomitas, libró el confín hacia Egipto. Una fortaleza, sin embargo, resistía todavía precisamente en el centro de la Tierra Prometida: Jerusalén, tenida por los jebuseos. David la conquistó, la enriqueció de palacios, la rodeó de nuevas fortificaciones y la hizo capital del reino. Soñaba también en edificar allí un gran templo, pero desaconsejado por el profeta Natán, hizo entretanto llevar allí con gran solemnidad el Arca de la Alianza y la colocó en un nuevo y espléndido Tabernáculo. Muchas fueron las dotes de este rey, que en la historia del Antiguo Testamento está al par de Abraham y Moisés. Fue grande en la guerra y en la paz, y fue fidelísimo a la Ley de Dios. Sus culpas encuentran edificante contraste en la penitencia hecha y aceptada de las manos del Altísimo con gran espíritu de arrepentimiento. Sus salmos revelan, además de una grandísima vena poética, una profunda religiosidad, y ciertamente denotan en él al hombre inspirado por Dios para mantener alta en su pueblo la confianza en la futura realización de las divinas promesas. El señala una nueva etapa en el camino de la revelación. El mesías antes profetizado como descendiente de Abraham, gloria de la tribu de Judá, será después de él, esperado de la estirpe de David. Tal fe penetró tanto en el pueblo y se conservó en él tan viva, que mil años después los hebreos aplaudirán a Jesús, llamándolo "Hijo de David". Reinó 40 años, desde cerca del año 1000 hasta el 960, y murió a la edad de 70 años. A David sucedió su hijo Salomón. Su nombre se convirtió en símbolo de magnificencia, mas débese decir que no hizo otra cosa que recoger los frutos de cuanto David había sembrado. El reino estaba ya establecido sobre bases seguras, y el nuevo rey pudo darse a actividades diplomáticas y comerciales. Tuvo relaciones con el faraón de Egipto, de quien hasta obtuvo por mujer una hija, y recibió embajadas de muchos estados. Fruto de las riquezas acumuladas con los comercios, por desgracia aún con fuertes tasas sobre sus súbditos, fueron las grandes construcciones con que embelleció la capital y, sobre todo, el Templo, edificado con gran abundancia de materiales preciosos. Después la sabiduría, con que le había enriquecido el Señor, dejó huellas también en la Sagrada Biblia. Los libros de los "Proverbios" y de la "Sabiduría" , aun cuando no hubiesen sido escritos directamente por él, transmiten muchos principios morales elevadísimos debidos a sus labios. Pero Salomón no tenía las virtudes de David. La adulación que de todas partes le venía por sus obras engendró en él la soberbia, y los contactos con los diversos pueblos extranjeros lo alejaron de la austeridad de la Ley de Dios, empujándolo hasta la idolatría. Caído del pedestal donde el Señor le había puesto para ser guía de su pueblo, arrastró a la ruina a toda la nación. Después de él, en efecto, comienza enseguida una período de historia muy triste para el pueblo hebreo, que se cerrará con la dispersión y el destierro. Su hijo Roboán no logró mantener en su poder el estado y sobrevino la escisión. Las tribus de Judá y Benjamín, agrupadas alrededor de Jerusalén, continuaron la tradición con reyes de las estirpes de David y se llamaron Reino de Judá. Las otras tribus formaron el Reino de Israel; se construyeron una nueva capital y un nuevo templo en Samaria. Ningún vínculo unía ya a las doce tribus. Especialmente en el reino de Israel - pero tampoco el reino de Judá estuvo exento de ella - tomó cada vez mas fuerza la idolatría. Los reyes no fueron ya más guía del pueblo, sino alguna vez hasta perseguidores de la fe en el verdadero Dios. Dios entonces envió otros guías a los fieles, para que no desapareciese la verdad que los hijos de Abraham debían conservar hasta la Redención: "Los profetas". Los mayores, aquellos que dejaron una importancia mas sensible en la historia de este período, fueron Elías y Eliseo en el reino de Israel; Isaías y Jeremías en el de Judá. Pero mientras en el reino de Israel, en el que estaba rota la tradición de la tribu de Judá y de la estirpe de David, de la cual debía nacer el Mesías, Elías y Eliseo predicaron únicamente la virtud y la fidelidad al único Dios, en el reino de Judá Isaías y Jeremías repitieron, además, alusiones a las promesas hechas a los padres, y a los grandes destinos del pueblo.


Sus pensamientos los fijaron por escrito en aquellos libros que forman parte de la Sagrada Biblia con el nombre de "Libro de Isaías", "Libro de Jeremías" y "Lamentaciones de Jeremías". La sucesión, en cambio, de los acontecimientos desde Samuel hasta el fin de la monarquía, está narrada en los libros de Samuel y Reyes y en los 2 libros de Crónicas. Muy compleja es la historia de los reinos desde su formación en el año 932, hasta la caída, ocurrida en el 722 para el reino de Israel y en el 586 para el reino de Judá, aún porque en aquel tiempo alrededor del pequeño pueblo hebreo, ya tan mal reducido por la división interna, vinieron a nacer, florecer y destruirse luego mutuamente, algunos de los mas grandes imperios de la antigüedad. El primero en aprovecharse de la decadencia de Palestina fue Egipto. En el año 927 el faraón Sesac hizo en ella una incursión. La empresa estaba especialmente dirigida contra Jerusalén, cuyos grandes tesoros custodiados en el Templo eran conocidos. La capital del reino de Judá fue invadida y el templo bárbaramente saqueado. Pero también algunas ciudades del reino de Israel sufrieron la misma suerte, y así ambos reinos vinieron a ser tributarios de Egipto. Entretanto crecía el poderío de otro grande imperio: Asiria. El reino de Israel fue el más expuesto a los asaltos del nuevo enemigo. Para defenderse en el común peligro, los reyes de Israel se unieron muchas veces en la liga con los reyes confinantes de Tiro y de Damasco, capital de Siria. Pero sucedieron también guerras entre los mismos aliados, prontos a volverse enemigos apenas se alejaba el peligro mayor. Además de las continuas guerras, contribuyó a debilitar cada vez más el reino de Israel la discordia interna. En el espacio de 210 años se subsiguieron en el trono 10 reyes, más veces a través de intrigas y delitos que por pacífica sucesión. Mas quien dio el golpe final fue todavía Asiria. Alrededor de 743 el reino de Israel fue por ésta reducido a vasallo y tuvo que pagar un tributo. Algún año después cayó Damasco, y Siria con muchas ciudades de Israel llegó a ser una provincia asiria. Finalmente el gran monarca de Asiria, Salmanasar, cansado de las continuas traiciones del rey de Israel, Oseas, que trataba de estrechar alianza contra él con Egipto, puso asedio a Samaria. En el intervalo murió, pero su sucesor Sargón, llevó a cabo la empresa. Samaria fue destruida y gran parte de la población fue deportada a Asiria. Al territorio del reino derrotado los vencedores hicieron afluir , para repoblarlo, gentes de otros territorios conquistados, quienes mezclándose con los israelitas que quedaron, dieron origen a los samaritanos, una mezcla de pueblos y de religiones, que los hebreos fieles tuvieron siempre en gran desprecio. El reino de Judá duró todavía 136 años. La mayor fidelidad a la ley y la continuidad de la dinastía de David que lo hacían depositario de las divinas promesas, retardaron la maldición de Dios. Pero también allí había habido muchas traiciones, y los profetas, especialmente Jeremías, predecían su próxima caída como castigo de la infidelidad. En un primer tiempo se salvó de los asirios haciendo con ellos una alianza, la cual empero, si le impidió seguir la misma suerte que el reino de Israel, lo cargó de gravosos tributos e introdujo en el reino la idolatría. Esto sucedió en los tiempos del rey Acar (733-718) cuando, para salvarse de la coalición de los reyes de Israel, Damasco y Tiro, que querían castigarlo por no haberse asociado con ellos en la liga antiasiria, el rey de Judá pidió la ayuda del rey asirio. El hijo de Acaz, Ezequías, fue un gran rey. De él dice la Sagrada Biblia :"obró lo que era recto a los ojos de Dios, como lo había hecho David, su padre... y después de él no hubo otro semejante a él entre todos los reyes de Judá, ni entre los que fueron después de él" (II libro de Reyes, Cap 18). Reinó del 718 al 689. Emprendió con fruto la reforma religiosa, enriqueció las cajas agotadas del estado y trató en varias ocasiones de librarse del yugo asirio. Eran los tiempos del profeta Isaías, y el pueblo de Judá, bajo la guía del rey y del profeta, sintió renacer el orgullo nacional. Pasaron varios decenios. Asiria declinaba ya. Surgía el imperio babilónico. En 612 cayó Nínive, capital de Asiria. En el trono de Judá estaba Josías, que también favorecía el reflorecimiento del espíritu religioso y nacional. La caída de la Asiria suscitó una oleada de entusiasmo, y cuando se supo que el faraón de Egipto, Necao, enviaba un ejército para poner un dique a su derrota, el pequeño ejército de Josías le cerró el paso a través de la Palestina. Fue una gran derrota, y el mismo rey encontró la muerte. Así el reino de Judá pasó bajo la influencia de Egipto, el cual, puso en el trono a Joaquín y le obligó a aliarse con él contra la creciente potencia babilónica. En el 605 el faraón Necao fue derrotado por Nabucodonosor, el gran rey de Babilonia, y Palestina automáticamente fue poder del vencedor, el cual, algún año después, en el 597, habiendo tenido noticia de nuevas conjuras que allá se tramaban contra él, se dirigió sobre Jerusalén, la conquistó y deportados a su reino el rey y los ciudadanos más influyentes, puso allí como rey a Sedecías. Este, hombre de escaso valor, no obstante el parecer contrario del profeta Jeremías, entabló nuevos tratos con Egipto, por lo cual Nabucodonosor embistió nuevamente a Jerusalén en el 586. Fue el fin. La ciudad fue arrasada y los ciudadanos deportados en masa. Pareció que hubiese acabado todo. El pueblo estaba sin patria, sin rey, sin templo. Pero la Providencia no abandonó al pueblo de las promesas. La tierra de destierro fue igual para los dos reinos, pues que Babilonia había conquistado la Asiria, y allá los fieles se encontraron y mantuvieron encendida la antorcha de la verdad y de la esperanza confiada a ellos por Dios para el bien de toda la humanidad.


d LA MONARQUÍA f 101 Saúl

100 Danos un rey Samuel, ya muy viejo, constituyó a sus hijos jueces de Israel. Mas éstos, arrastrados por la avaricia, se dejaron corromper con dones personales. Entretanto ganaba terreno entre los hebreos la idea de un jefe estable que los gobernase y le hiciese un pueblo fuerte y organizado como las naciones vecinas. Vinieron a Samuel los representantes de las doce tribus y dijéronle: "Tu has envejecido y tus hijos no siguen los caminos de la justicia, constitúyenos un rey que nos gobierne, como los tienen los demás pueblos". Samuel les reprochó la falta de confianza en el Señor que, según las necesidades, enviaba el mismo el jefe a su pueblo. Pero, insistiendo aquéllos, después de hacer oración a Dios, les prometió que condescendería a su propuesta.

Dios habló a Samuel: "Mañana te enviaré un hombre de la tribu de Benjamín. Le ungirás por caudillo de mi pueblo". Éste debía ser Saúl, joven conocido de todos por su rectitud y fuerza. Aquel día buscaba, con un criado, las pollinas de su padre, huídas del pastizal, y ya habían perdido toda esperanza, cuando pensaron preguntar al varón de Dios, que habitaba en aquellas partes. Al subir a él, le vieron que venía a su encuentro. Su mirada se fijaba intensamente sobre Saúl. Sentía el profeta dentro de sí la voz de Dios: "Ese es el hombre de quien te hablé, ése reinará sobre mi pueblo". Saúl entró en la casa de Samuel y fue tratado con gran honor.

102 La consagración Al día siguiente Samuel, inspirado por Dios, habló a Saúl. Le predijo todo lo del viaje y los encuentros que habría de tener. Esto debía persuadirle que los acontecimientos que se preparaban eran guiados por el Altísimo. Después le dijo: "Di a tu criado que nos deje solos; debo anunciarte las órdenes de Dios". Tomó una redomita de óleo, derramóla sobre la cabeza de Saúl, besóle y añadió: "He aquí que el Señor te ha ungido príncipe sobre su pueblo, tu le librarás de las manos de sus enemigos". La consagración había sido hecha como para los sacerdotes, para indicar que también el rey era representante de Dios. Samuel esperó luego el momento oportuno para hacer pública su dignidad.

103 Elegido por Dios y por el pueblo Saúl tuvo secreto lo sucedido y volvió a su casa y a sus ganados. Samuel entonces juntó a los representantes de las tribus y de las familias. Les recordó toda la larga serie de los beneficios de Dios, y al fin les anunció que era llegado el momento de elegirse un rey. Fueron echadas las suertes entre las doce tribus y resultó elegida la tribu de Benjamín. Se repitió la suerte para la familia de la tribu elegida: la suerte cayó sobre la de Saúl y luego sobre su persona. Le buscaron y le encontraron en su casa. Samuel desde lo alto lo presentó como el elegido de Dios y del pueblo. Un grito se alzó de la multitud: "Viva el Rey". No faltaron los disentimientos, mas era tanta la autoridad de Samuel que ninguno osó manifestarlos de manera clamorosa.


104 La proclamación

105 Infidelidad de Saúl

Pero los hebreos no tenían ni una capital, ni una corte, ni una tradición real, y Saúl volvió a sus campos, como antes los jueces cuando no había empresas que conducir. Para establecer de un modo definitivo el nuevo sistema de gobierno era necesaria una gran empresa militar. Fueron los amonitas los que dieron ocasión para ella, cuando amenazaron con insultos a los hebreos. Saúl volvía de los campos detrás de sus bueyes cuando supo lo sucedido. Llamó a los ancianos de su tribu y envió embajadores a todas la ciudades, llamando al pueblo a la insurrección. La batalla duró un solo día, y la victoria fue una de las mas espléndidas. En un arranque de entusiasmo general fue atribuido el triunfo al rey, salvador de Israel.

El pueblo hebreo sintió enseguida los beneficios efectivos del nuevo gobierno. Con una serie de guerras victoriosas impuso temor y respecto a los tradicionales enemigos: ammonitas, amalecitas y filisteos. Pero el peligro de la monarquía, previsto por Samuel, era que el rey, elegido vitaliciamente, pudiese olvidar que era solo instrumento de Dios para el gobierno de su pueblo y obrar por propia voluntad. Y así sucedió con Saúl, cuando los filisteos movieron otra vez la guerra. Samuel le había dicho: "Prepararás todo para el sacrificio y me esperarás antes de atacar". Los enemigos apremiaban y Saúl, sin más demoras, verificó el sacrificio y se preparó para la batalla. Llegó el profeta. Severo como nunca era su aspecto, y más severa la condenación que pronunció. Dios quitaría el reino al rey infiel.

106 Reprobación Las oraciones de Samuel y el valor de Jonatán, hijo de Saúl, dieron nuevas victorias a los hebreos. Mas en el ánimo del rey aumentaba el espíritu de independencia de Dios y de su profeta. Cuando fueron derrotados los amalecitas, Samuel había ordenado que todo fuese destruído, pero Saúl quiso conservar lo mejor del botín, contentándose con un rico sacrificio ofrecido al Señor. De nuevo el profeta fue ante él, portador de la amenaza divina: "El Señor ha arrancado hoy de tí el reino de Israel, y lo dará a otro mas fiel". Saúl, movido del temor de perder el reino, se postró arrepentido delante del varón de Dios, mas Samuel no retiró una sola palabra.

107 El llanto del profeta Una gran desilusión señaló para el viejo Samuel la sucesión de todos estos acontecimientos. Los peligros de la monarquía los había previsto y había puesto en guardia contra ellos al pueblo. La antigua confianza de los patriarcas, puesta solo en Dios, había venido a ser confianza en el hombre y en la fuerza. Mas los hombres y su poder pasan con el tiempo, en cambio el pueblo elegido debía vivir, porque en el estaba la esperanza para la salvación de toda la humanidad. El profeta se retiró a su casa y lloró, pensando en Saúl a quien él había consagrado, y en el pueblo que en él había puesto su confianza. Hasta que DIos lo llamó: "Toma contigo el óleo de la consagración, y baja a Belén, pequeña ciudad de la tribu de Judá, allí he provisto el nuevo rey para mi pueblo".


d EL CETRO A LA TRIBU DE JUDÁ 109 Los abuelos del nuevo rey

108 Ruth La elección del nuevo rey debía tener, para el pueblo de Dios, la misma importancia de la vocación o llamamiento de Abraham. De su estirpe nacería el Salvador. La Sagrada Escritura empieza desde sus abuelos, con un bello episodio de bondad. De Belén, donde habitaba, un hombre emigró con su mujer, Noemí, al país de Moab. Tuvo dos hijos que casaron con dos muchachas del lugar: Rut y Orfa. Murieron el hombre y los hijos y la viuda decidió volverse a su país. Las nueras le acompañaron hasta los confines. Noemí las bendijo y les rogó que volviesen a su pueblo. Cedió Orfa a las instancias, pero no Rut, que dijo: "Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. En la tierra que murieres tú, moriré también yo y allí seré sepultada".

110 Samuel en casa de Isaí A su casa vino Samuel por orden de Dios. Jesé pertenecía a la tribu de Judá, de la cual estaba escrito: "El cetro no será quitado de Judá, hasta que venga el Redentor". Y ahora la dignidad real iba a pasar a un hombre de aquella tribu. Era el plan de Dios que estaba desenvolviéndose. Esto pensaba el profeta cuando, habiendo entrado en la casa de Jesé, quiso tener toda la familia a su rededor para un sacrificio a Dios. Jesé esperaba saber qué cosa deseaba Samuel de él. El varón de Dios escudriñaba uno a uno los siete robustos jóvenes, que el padre había llamado de la campiña. La voz de Dios le decía: "No importa la fuerza exterior, yo miro al corazón; ninguno de estos es el elegido".

La bondad de Ruth y su sincera conversación le atrajeron las bendiciones del cielo. La pobreza la obligó al trabajo y se fue a espigar trigo en el tiempo de la siega. Booz, el dueño del campo, notó a la joven mujer y quiso conocer quien era. Se supo así que él era pariente del difunto padre de su marido. La ley prescribía que el pariente mas próximo, por amor del difunto, y a fin de que no se extinguiese su descendencia, desposara a la viuda; y Booz, admirado también de su bondad hacia la suegra, la pidió por esposa. Tuvieron un hijo que fue el padre de Jesé. Éste, en los tiempos de Samuel, cultivaría los campos alrededor de Belén.

111 David Dijo entonces el profeta a Jesé: "¿Están aquí todos tus hijos?". Respondió el padre: "Aún queda uno, pero es pequeño y está apacentando las ovejas". El rostro de Samuel se iluminó: "Hazlo traer" dijo, "no tomaremos alimento hasta que él venga". Y vino el último de los hijos de Jesé: David. Jovencito rubio y de hermoso aspecto. La voz de Dios dijo al profeta: "Conságralo, este es". Samuel habló de una gran misión a la cual Dios le llamaría, pero no dijo cual, por temor de Saúl, y quiso que todos guardasen el secreto. Delante del padre y de los hermanos ungió con el óleo la cabeza de David, que desde aquel momento, por Dios y por Samuel, fue el rey del pueblo elegido.


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112 David a la corte de Saúl

113 Goliat

Entre tanto Saúl continuaba reinando. Mas no tenía paz. Sentimientos de sombría tristeza, de misterioso miedo, de ira furiosa se agitaban en su ánimo.Era el castigo de Dios al rey infiel y soberbio. Sintió entonces deseo de un poco de música que le aliviase su mal. Un criado suyo conocía a David, se lo describió como el más apto, porque unía al arte belleza y fuerza no comunes, y el rey lo quiso en la corte, y se aficionó mucho a él. Cuando las crisis se apoderaban de Saúl, bastaba su canto acompañado del arpa para devolverle la calma. Así el nuevo elegido de Dios entraba en la corte, aunque fuese con un humilde servicio, y se preparaba para su misión.

En aquel tiempo estalló una nueva guerra con los filisteos, y, debiendo el rey ir al campo entre los soldados, David volvió a su rebaño. Los dos ejércitos estaban establecidos sobre dos alturas frente a frente. Ninguno osaba atacar el primero. Un día, de las filas de los filisteos salió un guerrero. Jamás se había visto un hombre tan robusto. Envuelto en una coraza, metía miedo. Su nombre era Goliat y en el ponían toda esperanza los enemigos. Habló esta tal con desprecio a Saúl y a sus soldados. Proponía que la guerra se resolviese con un combate entre dos. Que enviasen, pues, los hebreos uno que lo desafiase. La irrisión y el desafío tocaron el orgullo del pueblo, pero no había ninguno que osase encontrarse con Goliat.

114 David acepta el desafío De la familia de David los tres hermanos mayores estaban en la guerra, y el joven iba con frecuencia al campo para llevar víveres y recibir noticias. Un día asistió al desafío y a los insultos de Goliat. "¿Quién es ése", dijo, "que se atreve a insultar al pueblo de Dios?". Cuando se le explicó lo del desafío, dijo que estaba dispuesto a enfrentarse con el gigante, y tal voz llegó a Saúl. Mas ninguno daba fe a aquel joven que no había hecho otra cosa que apacentar las ovejas. El rey quiso verle; el valor que transpiraba de su persona le persuadió a dejarlo intentar la empresa. David, despojándose de la pesada armadura de que había sido revestido, armado solo de un cayado y una honda, salió a enfrentarse con Goliat.

115 La victoria de David Cuando por las señales Goliat entendió que el desafío había sido aceptado, avanzó con su escudero, pronto para el duelo. De una parte estaba la confianza en la fuerza. De la otra la confianza en el Señor. "¿Soy yo acaso un perro", gritó Goliat, cuando vio a su adversario, "para que vengas contra mi con un bastón?". Entonces se vio al joven poner en su honda una piedra y dispararla. Fue un instante: Goliat herido en la frente se derribó al suelo. David hizo corriendo el trayecto que le separaba de el, echósele encima, le quitó la espada del flanco, y mostró a los filisteos atónitos la cabeza cortada del gigante. Con un grito de entusiasmo el ejército hebreo se puso en movimiento, y los filisteos fueron rechazados hasta el mar.


d DAVID REY f

116 La envidia de Saúl

117 Generosidad de David

La gran victoria sobre los filisteos, el heroísmo de David, la manifiesta protección de Dios, reanimaron la fe del pueblo, que festejó con cantos y danzas el acontecimiento. El retornelo de un canto decía así: "Saúl ha muerto a mil, mas David a diez mil". Un oscuro sentimiento de envidia se desarrolló en el corazón de Saúl por el nuevo astro que surgía en el firmamento de Israel. Con la intención de exponerlo al enemigo el rey encargó a David difíciles empresas militares, pero el buen éxito no hacía sino añadir nueva gloria al joven héroe. Un día la envidia estalló violenta. David tañía el arpa delante de Saúl y éste tiró con fuerza la lanza contra él. El golpe falló pero David, no creyéndose ya seguro en la corte, huyó del palacio real y se fue al bosque, buscado en vano por los guardias del rey.

David, aprovechándose del favor popular, habría podido conjurar contra Saúl, pero no lo hizo. Aún fugitivo fue fiel a su rey, aún cuando se presentó ocasión propicia. Un día encontró ferugio en una cueva. Poco después entró en ella Saúl. David, acercándose calladamente, le cortó una orla del manto. Otra vez entró en la tienda donde dormía el rey, le tomó la lanza y la jarra del agua y se alejó. Cada vez le mostró desde lejos cuanto había tomado, para persuadirle como no tenía que temer nada de el. Saúl arrepentido lo llamaba, pero David, que conocía cuán inestable era su humor, no volvió más al palacio real.

118 Una voz de ultratumba El profeta Samuel, llorado de todo el pueblo, había muerto, y Saúl, todavía amenazado por los filisteos, sentía la necesidad de una voz sobrenatural que lo guiase. Disfrazado y mudado el traje fue a casa de una mujer que evocaba los espíritus y le dijo: "Haz que se me aparezca el espíritu de Samuel". La mujer hizo sus sortilegios, después lanzó un grito de espanto. Lo que estaba sucediendo superaba la fuerza de sus artes de engaño. De la tierra subía terrible la figura de un viejo, envuelto en un manto, y cuando aparerció completa, se vio verdaderamente al profeta. El Señor lo había enviado a pronunciar a Saúl la última sentencia: "Mañana caerá Israel en manos de los filisteos, tu mismo y muchos de los tuyos vendréis conmigo a la morada de los muertos, el reino será dado a David".

119 La muerte de Saúl Los filisteos dieron batalla. El encuentro fue terrible para los hebreos. El ejército en fuga. Los hijos de Saúl muertos y este último herido. Se dirigió entonces a su escudero y le ordenó que le matase, mas aquel rehusó. Entonces echóse el mismo sobre su espada y murió. El suicidio fue la última de sus infidelidades. Los filisteos se apoderaron de su cadáver e hicieron de él escarnio. Las insignias reales y el rico botín fue llevado al templo de su dios. Aquella noche los hebreos sobrevivientes, en las grutas de los montes, pudieron contemplar el campo filisteo de fiesta. De los muros de la ciudad, tristemente iluminado por los fuegos de los centinelas, pendía el cuerpo mutilado de su rey.


120 El nuevo rey Cuando un mensajero llevó a David la noticia de la derrota y de la muerte de Saúl, lloró amargamente. Su dolor solo halló consuelo al saber que, después del escarnio, el cadáver del rey había tenido honrosa sepultura en la ciudad de Gabes, y habiendo venido a ser rey envió a sus habitantes embajadores con ricos regalos. La cosa dejó atónitos a los ancianos de la tribu de Judá, que habían venido a llevarle el deseo del pueblo que lo quería por su rey, y pensaban encontrar en el la alegría por la desaparición de su perseguidor, que le abría el camino del trono. Pero más que en los honores, David pensaba en el oprobio de su pueblo y en la muerte de un hombre que Dios mismo había escogido.

122 El Arca en Jerusalén David, guerrero invencible y hábil político, brilló sobre todo por su gran fe, émulo en esto de los antiguos patriarcas. Su reino debía ser el reino de Dios. Sobre el monte Sión, que dominaba Jerusalén, hizo construir un lujoso pabellón. Allí debía ser llevada con gran solemnidad el Arca de la Alianza. Cuando el cortejo de los sacerdotes que la llevaban hacia Sión avanzó entre el tripudio del pueblo, y los coros de los músicos y de los danzantes, se vio al rey despojarse de sus insignias y unir su arte al de ellos. Y cuando su esposa le reprendió por esto, que reputaba una humillación para un rey, digna de un santo fue la respuesta: "Envileciéndome delante del mundo por agradar al Señor, apareceré glorioso a sus ojos".

121 El reino de David La tribu de Judá reconoció enseguida a David como rey, mas las otras tribus eligieron a un hijo de Saúl. Pronto empero se comprendió la importancia de que todo el pueblo estuviese unido frente a los enemigos, y todo Israel aceptó la autoridad de David. En breve tiempo, con una serie de guerras victoriosas, los enemigos fueron desconcertados, y el reino se extendió sobre toda Palestina hasta el Mediterráneo y Siria. Jerusalén conquistada vino a ser la capital y allí fue construído un suntuoso palacio real. De toda nación venían embajadores a pedir la alianza con el gran rey de Israel, que fue en aquellos tiempos uno de los más poderosos de la tierra.

123 Reino eterno El sueño de David era construir a su Dios el más rico templo de toda la tierra. Amontonó preciosos materiales y estudió su proyecto con los más grandes arquitectos de la época. Dios entonces le envió al profeta Natán a decirle cuanto debía hacer: "No serás tu quien edificarás el templo. Desde la salida de Egipto" dice el Señor, "he habitado siempre en tiendas, como mi pueblo. Solo tu hijo me edificará una morada estable en Israel". Y las palabras del profeta abrieron ante la mente de David la perpetuidad de su reino, en su descendencia hasta el Redentor. Un hijo suyo construiría el templo, otro Hijo suyo, después de muchos siglos, desde aquella misma Jerusalén, derramaría sobre todo el mundo la luz de Dios.


d DAVID - EL HOMBRE Y EL 124 El pecado A todo hombre el demonio tiende insidias, y si su voluntad no está preparada, aún el más fuerte puede caer. Y así fue de David. La tentación le llevó al pecado y del pecado al delito. Para tomarse la mujer, esposa de un general suyo, ordenó que el marido fuese enviado en primera línea contra el enemigo, donde encontró la muerte. Dios entonces envió el profeta Natán al rey: "Un rico", le dijo, "tenía muchos rebaños. Vino a su casa un peregrino y aquél, para prepararle un banquete, quitó la ovejita, única hacienda del pobre". El rey, creyendo el relato, prorrumpió: "Ese hombre merece la muerte". Tonante como la voz de Dios fue la respuesta del Profeta: "Ese hombre eres tú, que has matado a tu súbdito para tomarle la esposa".

125 Arrepentimiento Aquella reprensión hizo a David entrar en sí mismo. Comprendió el mal hecho, tanto más grande cuanto que era el elegido de Dios. Por espacio de siete días permaneció en la habitación más pobre del palacio, vestido de saco, rehusando todo alimento, y durmiendo sobre el desnudo suelo. De su corazón subían a Dios los gemidos de su arrepentimiento, que el rey poeta transmitió en una de sus mas bellas composiciones, el "miserere": Ten piedad de mi, oh Dios, según la grandeza de tu misericordia...porque yo reconozco mis pecados, y delante de mi tengo siempre mi delito. Forma en mi, oh Señor, un corazón puro, e infúndeme un nuevo espíritu de rectitud". El arrepentimiento fue grande y sincero. Dios le dejaría el trono, pero por su pecado enviaría un justo castigo.

127 Orgullo castigado

126 El hijo rebelde David con su pecado había disuelto una familia. Discordia y rebelión en su casa fue el castigo de ello. El rebelde Absalón, guiado por la ambición, mató a su hermano mayor y conjuró contra su padre. Tuvo éxito. Parte del pueblo siguió la rebelión, y David tuvo que huir de Jerusalén. Pero Dios, que había permitido la pena de David, no permitió el triunfo del rebelde a la autoridad de su padre y de su rey. Absalón fue derrotado y en la fuga encontró su castigo. Habiéndose enredado con sus largos cabellos en las ramas de un árbol, fue muerto por los soldados de David, que le perseguían. Lloró David al hijo, comprendiendo como esto sucedía también en castigo de su pecado.

Siguieron años de gran prosperidad. Sosegada toda discordia interna y vencidos definitivamente los enemigos externos, David pensó en la organización de su reino. Quiso conocer el número de sus súbditos. Movido de un sentimiento de orgullo se atribuía el mérito como de una obra suya. David se regocijaba de su gran poderío al saber de los enviados las estadísticas de las más lejanas provincias, cuando se presentó en la sala el profeta Gad. Venía a anunciarle la desaprobación de Dios y su castigo. "Esto dice el Señor" dijo, "escoge: o hambre por tres años, o guerra desastrosa por tres meses, o peste mortífera por tres días". David, nuevamente en lágrimas por su pecado, escogió el castigo más breve: los tres días de peste.


PROFETA f 129 El salmista

128 La peste El azote que hirió a todo Israel, matando a millares las personas, llegó también a la capital. Un ángel apareció en el cielo con la espada desenvainada vuelta contra la ciudad. David, en hábito de penitencia, entre los ancianos de Jerusalén rogaba de esta manera: "Yo soy el que he pecado, oh Señor, descarga Tu mano contra mí, mas no sea castigado el pueblo". El profeta ordenó que sobre el monte fuese preparado un sacrificio a Dios. Cuando todo estuvo listo, un fuego misterioso bajado del cielo consumió las víctimas. Era la señal de que Dios escuchaba aquella plegaria, y fue visto el ángel meter la espada en la vaina y desaparecer. La peste casó. Dios había querido enseñar al pueblo que no era el número su fuerza, sino Él mismo.

túnica". (Salmo 21).

No obstante sus culpas, David fue un hombre que amaba al Señor. Poeta entre los más grandes de todos los tiempos, las expresiones de su alma ardiente de amor hacia Dios atravesaron los siglos, y forman aún las más bellas plegarias de la Iglesia. Son los salmos. Leyéndolos nos parece verle sobre la más alta azotea de su palacio real, entusiasmarse de la obra del Señor: "Los cielos cantan la gloria de Dios, y el firmamento da testimonio de su gran poder...". O también delante del Arca, rodeado del pueblo en oración, entonar uno de aquellos cánticos a los que responden todos a coro, que exaltan los prodigios que a través de los siglos, desde la creación hasta Egipto, desde Egipto hasta la tierra prometida, había hecho Dios por la salvación de Israel.

130 El profeta de los dolores

131 El profeta de la gloria

Y a veces delante de él, arrebatado en el fervor de la oración, se rasgaba el velo de los siglos, y veía las maravillas que Dios obraría en su descendencia. Y eran notas, ahora de tristeza, ahora de alegría. Veía al futuro Redentor, la esperanza de los patriarcas, clavado en una cruz, deshecho por los padecimientos, exclamar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?...He aquí que una turba de malignos me tiene sitiado, han taladrado mis manos y mis pies, han podido contar todos mis huesos...Repartieron entre sí mis vestidos, y sortearon mi

Pero luego la visión, en cuyo relato se sienten las lágrimas del rey profeta, cambia, y el canto viene a ser de entusiasmo: "Mas luego todos cantarán alabanzas al Señor, acudirán a Él todos los países del mundo, y todas las familias de la tierra se postrarán ante su acatamiento. Porque del Señor es el reino, y El ha de tener el imperio de todas las naciones. Será contada como del Señor la generaación venidera". (Salmo 21). "Durará eternamente su nombre, como el sol permanecerá su fama; por El serán felices todas las naciones, todos los pueblos del mundo lo glorificarán". (Salmo 71)


d SALOMÓN f

132 Abdicación

133 Muerte de David

David, septuagenario, sentía su fuerte fibra quebrantada por tantas fatigas y persecuciones. La debilidad le obligaba a guardar cama. De esto se aprovechaba su hijo Adonías para conjurar, con el fin de prepararse la sucesión. Pero, entre los hijos de David, Dios había escogido a Salomón, y el profeta Natán recordó al rey el querer del Señor. David quiso cerca de si al Sumo Sacerdote y a los príncipes de su casa y de su ejército, y ordenó: "Haced montar a mi hijo Salomón en mi cabalgadura, presentadlo al pueblo y el Sumo Sacerdote lo consagrará rey, conduciéndolo después al palacio real, sentadlo sobre mi trono. Y por mandato mio, será rey de todas las tribus de Israel". Así lo hicieron, y viviendo todavía David, el reino pasó a Salomón.

David, sintiéndose fallecer, llamó a su cabecera al hijo, que ya reinaba, para darle las últimas recomendaciones. "...se fuerte y se hombre. Anda por los caminos del Señor, a fin de que El confirme en ti cuanto ha prometido a los antiguos patriarcas y a mi, tu padre". Lo puso en guardia contra muchos enemigos del trono. El pueblo debía mantenerse unido y fuerte, para continuar su camino hasta la realización de la gran esperanza. Entregó en fin al hijo, conmovido, los diseños del templo, que el hubiera debido construir. Así murió aquel gran rey. Su figura, con la de Abraham y Moisés, forman las piedras miliares del camino de la humanidad hacia el Redentor.

134 La sabiduría Aparecióse Dios al rey Salomón: "Pide", le dijo, "lo que quieras de mi". Llena de fe fue la respuesta. Agradeció al Señor la predilección por David y por él, hijo suyo. Se reconoció incapaz, como un niño pequeño, ante la responsabilidad del trono, y pidió una sola cosa: un corazón dócil y sabio para gobernar según la ley de Dios. Agradó al Señor su oración. "Por cuanto no has pedido ni larga vida, ni riquezas, ni poder, sino que has pedido solamente la verdadera sabiduría, te será dado, juntamente con ésta, todo otro bien, en medida tal, que ningún rey tuvo jamás". Y verdaderamente grande fue la sabiduría de Salomón, que se manifestó en su luminosa obra de gobierno, y en sus escritos, que han llegado hasta nosotros.

135 El juicio de Salomón Dos madres se presentaron al rey. Cada una tenía un niño, pero uno estaba vivo y el otro muerto. "Aquel es mi niño" decía una, "me ha sido tomado y sustituído con el muerto". "Es mío verdaderamente", decía la otra. Salomón hizo traer una espada: "Sea dividido el niño vivo en dos partes" dijo, "y cada una tenga la mitad de él". La sentencia fue pronunciada por el amor materno. Mientras la una aceptaba el juicio del rey, la otra exclamó: "Antes bien téngalo ella, mas no sea muerto el niño". "Esta es la verdadera madre" concluyó Salomón. Había mostrado conocer el corazón humano, y todos admiraron su sabiduría.


136 Construcción del templo

137 El templo

David había dejado al hijo, con su reino organizado y poderoso, un gran empeño: la construcción del templo.Y Salomón se preparó a la obra grandiosa. Aprovechando la alianza de los pueblos vecinos, completó la adquisición de los materiales necesarios, ya iniciada por su padre, y condujo artistas y operarios. Por más de siete años decenas de miles de hombres prepararon el allanamiento, echaron los cimientos, construyeron y adornaron con piedras, maderas y metales preciosos,lo que debía ser el monumento del pueblo elegido a su Dios. Salomón mismo, según los diseños que ya David había trazado, dirigía la obra que por arquitectura y riqueza había de ser una de las maravillas del mundo de entonces.

El templo propiamente dicho comprendía un edificio y un atrio, rodeado de pórticos.Alrededor tenía un gran patio, desde el cual los fieles asistían a los sacrificios. Al edificio, construído con los materiales mas preciosos, y revestido de láminas de oro, se entraba por una escalinata, flanqueada por dos enormes columnas. Dentro tenía dos cámaras. En la mas interna, llamada lugar Santísimo, estaba custodiada el Arca, y solo el Sumo Sacerdote entraba en ella una vez al año. En la otra los sacerdotes ofrecían, sobre un altar dispuesto para ello, el incienso. En el atrio o patio de los sacerdotes, estaba el altar grande para los sacrificios y las pilas para las purificaciones. Un esquema tan sencillo de construcción fue realizado con tanto arte y riqueza, que acudían gentes de todas partes para admirarlo.

138 Dedicación del templo El templo terminado fue dedicado al Señor con gran solemnidad, a la cual Dios mismo puso su sello. Salomón, en el esplendor de su corte, arrodillado delante del atrio y vuelto al pueblo, elevó su plegaria: "A todo aquel que orare en este lugar escúchale, oh Señor. Sé propicio desde este lugar a tu pueblo cuando sea oprimido, a causa de sus pecados, por el hambre, por la pestilencia, por la sequía, y arrepentido vuelva a ti. Aún al extranjero, que en este lugar te orare con fe, escúchale también". Después los sacerdotes en el grande atrio prepararon el sacrificio. Entonces sucedió el milagro: una densa nube envolvió todo el templo, y un fuego bajado del cielo consumió las víctimas, señal ésta del agrado de Dios.

139 La reina de Sabá En los anales de Israel ha quedado célebre la visita que a Salomón hizo la reina de Sabá, reino riquísimo de Arabia. La fama de la sabiduría y de las obras del rey había llegado hasta aquellas lejanas regiones, y la reina vino con un gran séquito de criados y de riquezas a visitarle. Admiró las grandiosas construcciones, sobre todo el templo y los suntuosos palacios con que Salomón había embellecido la capital. Pero las mayores alabanzas fueron para la sabiduría del rey. La ilustre visitante le sometió muchos problemas, le pidió muchos consejos, y fue plenamente satisfecha. Partió de allí tejiendo las alabanzas del rey de Israel y de su Dios. "Ciertamente" exclamaba, "Dios ama a este pueblo y quiere conservarlo eternamente, pues que ha establecido sobre el a un rey de tanta sabiduría".


d DECADENCIA f 140 Reprobación de Salomón En medio de tanta grandeza Salomón olvidó que todos los dones le habían venido de Dios. Las alabanzas por el templo y las suntuosas construcciones con que había embellecido a Jerusalén, desarrollaron en él la soberbia y cedió a las presiones de suministrar proyectos para templos a las divinidades paganas. Hasta en Palestina los construyó, empujado por muchos idólatras que, contra la ley de Dios, había elevado a grandes dignidades en su reino. Apareciósele el Señor y lo maldijo. Después de él, el reino sería dividido. Mas la soberbia y la impureza que dominaban su corazón, fueron más fuertes que el llamamiento divino, y la muerte de Salomón no fue la de un justo.

142 Roboam Murió Salomón y le sucedió su hijo Roboam. Jeroboam que, perseguido por Salomón, se había refugiado en Egipto, volvió, y reunida la asamblea del pueblo, se presentó al nuevo rey, pidiendo una disminución de los tributos. En efecto, Salomón para la construcción del templo y para el fasto de su corte, había cargado mucho la mano sobre la población. Ahora el templo estaba terminado, y el pueblo pedía un poco de alivio. Roboam pidió tiempo para reflexionar y reunió a los ancianos, para oír su consejo. Le rogaron que cediera, pues así encontraría el favor popular, tan necesario para un nuevo rey. Pero el rey, soberbio y avaro, no quiso escuchar.

141 Jeroboam Superintendente de todos los hombres que trabajaban para el rey era Jeroboam. De el debía servirse el Señor para efectuar el castigo amenazado a la casa de Salomón. El profeta Ajías se encontró con él un día en la campiña desierta. Se quitó la capa, la rasgó en doce partes y dijo a Jeroboam: "Toma para ti diez pedazos". Luego le explicó el decreto de Dios, simbolizado en aquel gesto. "He aquí que yo arrancaré el reino de las manos de Salomón, y te daré a ti diez tribus. Pero una quedará para él, por amor de mi siervo David y de la ciudad de Jerusalén, elegida por mi para exaltar allí mi nombre." Una vez mas, siquiera en el anuncio de un castigo, Dios reafirma la misión de verdad a la que ha llamado al pueblo elegido.

143 El cisma Tomó entonces consejo de sus amigos, jóvenes como él. Estos le alentaron a insistir. Se necesitaba una mano fuerte, y el pueblo continuaría pagando. En tal sentido habló el rey a la asamblea, y fue la chispa de la cual se desarrolló la revolución. Jeroboam se alejó con los representantes de diez tribus, se fortificaron en sus ciudades, y proclamaron el reino de Israel. Solamente la tribu de Judá y la pequeña tribu de Benjamín permanecieron fieles a Roboam. Este envió embajadores a los disidentes, pero fueron apedreados. Hubiera querido entonces hacer guerra, mas el profeta Semaías se lo prohibió en nombre de Dios; porque por disposición suya había sucedido aquello.


144 Idolatría en Israel Jeroboam, elegido rey del reino de Israel, no quiso que sus súbditos continuasen yendo al templo de Jerusalén. Hizo pues construir dos becerros de oro, y los colocó con honor sobre dos alturas. Allí habrían de adorar a Dios sus súbditos. Vino de Judá un profeta: "El Señor", dijo, "destruirá este altar". El rey, oída la maldición, extendió el brazo, diciendo a sus soldados: "Prendedlo". Pero el brazo del rey, entre el terror general, quedó paralizado mientras el ídolo caía en pedazos. Por la oración del profeta el rey fue sanado. Hubiera querido retener al varón de Dios, pero aquél volvió al reino de Judá. Dios había abandonado a Jeroboam.

146 El templo saqueado Ni siquiera el pequeño reino de Judá, el heredero de las divinas promesas, fue siempre fiel a la ley de Dios. Roboam mismo no supo extirpar los gérmenes de idolatría sembrados por el padre, y falsos cultos y libertades de todo género inundaban el pueblo. Y, como siempre, los hebreos infieles vinieron a ser presa de los enemigos. De Egipto llegó a Jerusalén una expedición militar, sin encontrar resistencia, y devastó la ciudad. El templo mismo fue profanado por aquellos soldados ávidos de rapiña, y muchos de aquellos tesoros que David y Salomón, con sus empresas victoriosas y su política sabia habían acumulado, tomaron el camino de Egipto.

145 La maldición A Jeroboam se le enfermó su hijo, y nadie sabía curarlo. El rey entonces envió a su mujer, disfrazada, al reino de Judá, donde el profeta Ajías. El varón de Dios estaba ciego a causa de la vejez, pero Dios le iluminó sobre cuanto debía decir. Cuando la mujer entró en su casa, le habló en seguida: "Esto dice el Señor a Jeroboam...". Y después de haberle enumerado los beneficios recibidos, y su traición que había empujado al pueblo a la idolatría, profetizó el triste fin de su estirpe. El niño moriría, pero al menos sería honrosa su sepultura. Los demás ni siquiera éso tendrían. La muerte del hijo fue el comienzo de las desgracias que habrían de destruir la estirpe del rey infiel.

147 Los dos templos Entre los sucesores de Roboam fue notable Asa, que escuchó al profeta Azarías y realizó aquellas reformas que devolvieron la fe y la prosperidad al pequeño reino de Judá, estrechado nuevamente alrededor de su templo y de su rey. Lo contrario sucedía en el reino de Israel. La idolatría se difundía cada vez más, sostenida por una larga serie de reyes infieles que llegaban al trono con intrigas y delitos. En los tiempos de Asa fue rey de Israel Amri. A él se debe la fundación de Samaria, capital civil y religiosa de su reino, en contraposición a Jerusalén. Allí Dios era representado por un becerro de oro. Tantas infidelidades provocaron los castigos de Dios, que cada vez más se alejaba de aquella parte del pueblo, que primero le había abandonado.


d EN EL REINO DE ISRAEL - ELÍAS

148 Elías en el desierto Israel se precipitaba en la infidelidad, pero hasta que no vino a faltar completamente la fe, no faltó la voz de los profetas. El primero de estos fue Elías. Reinaba entonces Acab, que sobre todo, después que tomó por mujer a Jezabel, fue entre todos los reyes de Israel el más impío. Vino a él un día el profeta, y no queriendo aquel escuchar sus palabras, le profetizó una gran sequía que había de devastar el país. Amenazado, Elías tuvo que huir y se retiró al desierto, donde Dios mismo proveyó a su sostenimiento. Próximo a un torrente que le suministraba el agua, dos veces al día un cuervo volaba hasta él llevándole un pan y un pedazo de carne.

150 Resurrección El hijo de aquella viuda se enfermó gravemente y murió. Elías asistía a la aflicción de aquella madre. Inspirado por Dios tomó al niño en sus brazos y lo llevó al aposento que le había sido señalado. Allí rogó a Dios con todo el ímpetu de su corazón que no afligiese más a aquella pobre mujer, que por amor suyo le había hospedado, y que devolviese la vida a aquel cuerpo inanimado. El Señor escuchó la súplica de Elías. El niño resucitó. El profeta le acompañó al piso inferior de la casa, donde la pobre madre se deshacía en lágrimas. "Aquí tienes", le dijo, "tu hijo vivo". Desde aquel momento la mujer, que era pagana, creyó en el Dios de Elías.

149 Hospitalidad recompensada Pero un día el torrente se secó. Era efecto de la gran sequía que afectaba a Israel. Elías se trasladó entonces a la ciudad fenicia de Sarepta. A las puertas halló a una pobre viuda con un niño y le pidió pan. "No tengo más que un puñado de harina y un poco de aceite" respondió ella, "me preparaba a cocerla para luego resignarme a morir de hambre". "No temáis", respondió el profeta, "lo comeremos juntos y en tu casa no faltará más ni harina ni aceite". La mujer hospedó y alimentó al varón de Dios, y milagrosamente la harina y el aceite, no obstante su uso, no disminuían jamás en sus recipientes.

151 El desafío Elías se presentó a Acab. Reducido a lo extremo con su pueblo, por la carestía derivada de la prolongada sequía, el rey escuchó la voz del profeta. Así, sobre el monte Carmelo se erigieron dos altares: uno al dios Baal, el otro al Señor de Elías. Esto había dicho el profeta: "será el verdadero Dios el que destruyere la víctima del sacrificio con el fuego". Elías solo, junto a su altar, construído con doce piedras, símbolo de las doce tribus , oraba. Hacían contraste los numerosos sacerdotes paganos que gritaron a grandes voces, danzaban un baile vertiginoso de endemoniados alrededor del altar de su dios, sobre el cual habían preparado antes la leña y las víctimas.


f

152 El verdadero Dios

153 La lluvia

Hacia el ocaso el profeta se levantó. Dio una mirada a los sacerdotes paganos fatigados y sangrando por las heridas que se habían hecho durante sus danzas y, seguro de sí, preparó el sacrificio. El pueblo observaba en silencio. Elías se había recogido nuevamente en oración. El cielo estaba limpio, ninguna nube en el horizonte, cuando he aquí que una gran llama se perfila en el cielo, baja sobre el altar devorándolo todo, para dejar solo las cenizas. Al milagro manifiesto siguió un silencio, y luego un grito: "El Dios de Elías es el verdadero Dios!". Aquel grito fue la señal de la rebelión. Los sacerdotes de Baal, perseguidos monte abajo, fueron muertos y su altar destruido.

Confirmado el pueblo en la fe, Dios preparaba también la gracia tan suspirada: la cesación de la sequía. Elías envió a decir al rey, que pensativo se había encerrado en su palacio: "Sube al monte a observar: siento avecinarse la lluvia". Acab subió al Carmelo. Elías, algo más abajo de la cima, estaba en oración. A intervalos un criado le anunciaba el estado del firmamento. Finalmente pudo decirle: "En el horizonte ha aparecido una nubecilla pequeña, como la huella de un hombre". El profeta se levantó y dijo: "Avisa al rey que enganche los caballos y descienda para que no le sorprenda la lluvia". La atmósfera se llenó de viento, y el cielo se cubrió de densas nubes, de manera que Acab y Elías apenas lograron llegar a las puertas de la ciudad.

154 La huída de Elías Cuando la reina Jezabel supo que los sacerdotes de su dios habían sido muertos, sus altares destruídos y el pueblo vuelto a la fe de los padres, ardió en odio contra Elías y lo hizo buscar para entregarlo a la muerte. Elías huyó a través del desierto y a la tarde, postrado por el hambre y el descorazonamiento, tendióse en el suelo y quedóse dormido. Dios le envió un ángel con un pan y agua. "Elías, levántate y come" le dijo. Obedeció el profeta, pero el cansancio le venció de nuevo. Por segunda vez el ángel le confortó y le dio de comer. Finalmente Elías prosiguió su viaje cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte Horeb, lejos ya de los confines de Israel.

155 Eliseo En el monte Elías vivió en una cueva rogando a Dios por su pueblo, que con tanta facilidad le traicionaba, hasta que el Señor le mandó reanudar su misión. Antes de pasar los confines de Israel debía escoger un compañero y el Espíritu le indicó a Eliseo. Le encontró arando en su campo. Acercándose, le puso sobre sus hombros su capa, como para indicar una transmisión de poderes, y le comunicó las órdenes de Dios. Eliseo fue iluminado en su corazón, y en seguida respondió al llamamiento divino. Solo pidió poder saludar a sus padres. Se despidió de ellos, siguió finalmente a Elías, poniéndose a su servicio.


d LOS PROFETAS DE ISRAEL f 157 La reprobación del profeta

156 Nuevo delito de Acab Acab, bajo el influjo de la pérfida Jezabel, había caído de nuevo con gran parte del pueblo en la idolatría. Un pequeño grupo se mantenía fiel al verdadero Dios, y para que no se apagase aún esta antorcha, Dios enviaba a sus dos profetas. Un día en la corte se consumó un nuevo delito. Cercano al palacio real estaba un terreno que agradaba mucho al rey, pero Nabot, el propietario, no quería cederlo porque era un grato recuerdo de su padre. Jezabel le acusó de un grave delito, compró falsos testigos, y el inocente fue condenado y lapidado. Mientras los cuervos en el valle fuera de la ciudad, desgarraban el cuerpo del ajusticiado, la reina anunció al rey: "Nabot ha muerto y tu puedes tomar posesión de su viña".

Dios mostró en visión a Elías, a Acab y Jezabel tomando posesión de la viña de Nabot, y le ordenó presentarse a ellos. El mismo le inspiraría las palabras. Elías se presentó en la corte, portador de la maldición de Dios. Anunció el fin de la familia de Acab, así como su muerte y la de la reina. Les dijo: "En este lugar, donde los perros lamieron la sangre del inocente, beberán también la vuestra". Acab escuchaba aterrado. Jezabel, altiva e incrédula, buscaba un modo para quitar de en medio al profeta. Hubo un momentáneo arrepentimiento del rey, que retardó la verificación de la terrible amenaza, que empero después de algún tiempo le llegó inexorable.

158 La muerte de Acab Reinaba en aquel tiempo en el trono de Judá Josafat, fiel al verdadero Dios, el cual para defenderse del común enemigo, Siria, hizo alianza con Acab. Este consultó a los adivinos de la corte, y todos le predijeron grandes victorias, pero Josafat quiso que fuese preguntado también Miqueas, varón de Dios que vivía en su reino, y éste anunció la derrota de los ejércitos hebreos. Acab lo hizo aprisionar, amenazándole con la muerte a su regreso. Respondió Miqueas: "Si vuelves, es señal de que el Señor no ha hablado por mi boca". La batalla se resolvió en un desastre para Israel. Acab, herido de muerte, fue abandonado cadáver en el campo enemigo. Josafat se retiró a tiempo a Jerusalén

159 Ocozías Del ministerio de Elías se sirvió Dios una vez más con el sucesor de Acab, Ocozías. Obligado a guardar cama por una herida recibida al caer de la azotea del palacio real, envió embajadores cerca de los filisteos a consultar a su dios. Mientras iban, se encontraron con Elías. "¿No hay acaso", dijo, "un Dios en Israel, que vais a consultar a los falsos dioses?" Por lo mismo dice el Señor: No te levantarás de la cama y morirás". Y marchóse Elías. Sabido esto, el rey mandó a buscar a Elías. Quería matar al profeta. Cuando desde la cueva del monte Elías vio a los embajadores y oyó el requerimiento, extendió la mano y un fuego del cielo los devoró. A una sucesiva invitación, fue a la corte y repitió la sentencia, que pronto se verificó.


161 El manto de Elías Del carro de fuego que desaparecía en el horizonte cayó el manto del profeta, y Eliseo lo recogió devotamente. Con el, poniéndoselo sobre los hombros, le había llamado Elías a su misión. Con él mismo ahora le transmitía su herencia espiritual. Y tuvo enseguida prueba de ello. Debía volver a atravesar el Jordán, y también delante de él las aguas, heridas con el manto, se abrieron, y Eliseo pasó. En la otra orilla los discípulos que habían asistido al prodigio, le vieron volver solo, atravesando milagrosamente el río, y comprendieron que el espíritu de Elías había pasado a él, y

160 El carro de fuego Elías había terminado su misión y Dios quiso dejar un recuerdo perpetuo de este hombre, rodeando de milagro y de misterio también su desaparición de este mundo. Llegó un día con el fiel Eliseo a la ribera del Jordán. Era necesario pasar a la otra orilla. Golpeó entonces con el manto las aguas. En el río se abrió un camino y los profetas pasaron. Vióse entonces como un carro de fuego precipitarse del cielo, interponerse entre los dos hombres, y volver a subir entre las llamas hacia lo alto, transportando al profeta Elías. Eliseo asistía atónito. Pensaba en las últimas palabras del maestro: "Si me vieres cuando sea arrebatado de aquí, tendrás para el bien del pueblo un poder doble que el mío".

le veneraron como maestro.

162 Irreverencia castigada Ya Dios había abandonado a los reinantes de Israel, siempre infieles después de tantos llamamientos. Se necesitaba sostener la fe en aquella parte del pueblo que todavía no había cedido a la idolatría. Y la misión de Eliseo fue de caracter evidentemente popular, sostenido por el poder de los milagros que Dios le dio con gran abundancia. Con un hecho prodigioso quiso el Señor indicarlo a todos como su enviado enviado y su protegido. Unos muchachuelos le motejaron un día por su calvicie. Dos osos salidos de los bosques vecinos cayeron sobre ellos despedazándolos. Entró en la ciudad. La población estaba angustiada porque las aguas de la fuente estaban envenenadas. Eliseo las sanó. Los fieles recobraron el ánimo. Dios no los había abandonado.

163 La sed del ejército extinguida El nuevo rey de Israel, Jorán, hizo aún alianza contra los moabitas con Josafat de Judá. Había que atravesar el desierto de Idumea, y vino a faltar el agua. La expedición podía decirse fracasada. Josafat propuso que se llamase a Eliseo, cuya fama había llegado hasta su reino. Vino el profeta y habló: "Sólo porque el Señor mira al rey de Judá que es fiel a El, tendréis el agua y la victoria". Hizo traer junto a sí un tañedor de arpa, y acompañado de aquella melodía, cantó sus himnos al Señor. Cavadas alrededor de los campamentos unas fosas, pronto estuvieron llenas de agua y, cuiando los ejércitos aliados atacaron al enemigo, obtuvieron una resonante victoria.


d ELISEO f

164 El leproso de Siria

165 La curación

El general del ejército del rey de Siria, Naamán, había contraído la lepra. Un israelita que habitaba en su casa le dijo: "Si tu fueses a mi patria, encontrarías el hombre que sabría curarte". Partió Naamán para Palestina con cartas recomendatorias para el rey de Israel. Este se asustó. Temía un engaño del rey de Siria, y protestó su incapacidad para curar las enfermedades. Se habló entonces de Eliseo, y Naamán con su séquito, llegó a la casa del profeta. Este se había alejado de la casa, pero había dejado su mensaje al criado: "Dirás al leproso: Anda y lávate siete veces en el Jordán, y recobrarás la salud".

Naamán se indignó por el proceder del profeta. Pensaba verle acercarse, tocarle invocando a su Dios, y curarle. Por el contrario, ni siquiera se dejó ver. En cuanto a la cura, iba diciendo: " ¿No hay tantos ríos en la Siria mas pintorescos y con mejores aguas, para que deba bañarme en el Jordán?". Pero un criado suyo le hizo observar: "Si el profeta te hubiese indicado un remedio difícil, cierto que le hubieras escuchado, pues has venido con muchos dones y dispuesto a todo. Prueba pues, ya que se trata de cosa fácil e inofensiva". El leproso escuchó el consejo, se lavó en el Jordán, y curó.

166 El sirviente de Eliseo Volvió entonces a casa de Eliseo, ofreció los más ricos dones, pero nada quiso aceptar el varón de Dios. El milagro y la figura austera del profeta de tal manera tocaron a Naamán que se convirtió al verdadero Dios. Con gesto gentil quiso llevar consigo a Siria una carga de la tierra de Palestina, porque postrado sobre ella quería rogar y ofrecer sus sacrificios al Dios de Israel. Partió con la bendición del profeta. El sirviente de Eliseo, empero, quiso sacar para sí alguna ventaja, echó a correr en seguimiento del cortejo, pidió dones en nombre del amo, y los obtuvo en abundancia. Eliseo le reprochó luego su mentira y su avaricia, y desde aquel momento el siervo fue herido de la lepra.

167 El milagro del aceite Una pobre viuda se dirigió a Eliseo. El marido difunto había contraído muchas deudas, y no pudiendo ella pagarlas, iba a ser hecha esclava de los acreedores con sus dos hijos. "¿Qué te queda en casa?" le preguntó el profeta. "Solo un poco de aceite" respondió la mujer. "Anda, pide prestadas muchas vasijas de aceite, enciérrate en casa y con lo poco que tienes llénalas todas" dijo el varón de Dios. Tan grande era la veneracion que rodeaba al profeta, que aquella obedeció y todas las vasijas quedaron llenas. "Y ahora", le dijo Eliseo, "vende el aceite y paga a tus acreedores, de lo restante viviréis tú y tus hijos".


168 Panes multiplicados

169 Samaria libertada

Hubo en Israel un período de carestía y la gente se alimentaba de yerbas silvestres. Cierto día un discípulo de Eliseo trajo un fajo de ellas, las puso al fuego y resultó un potaje desabrido. El profeta echó en él un puñado de harina y todos pudieron comerlo. Otra vez le llevaron algunos panes. "Dáselo al pueblo" dijo, "para que coma". El criado le hizo observar que no podían bastar sino para pocos. "Comerán todos" replicó el profeta, "y sobrará". Y los panes se multiplicaron en las manos de los distribuidores, de manera que todos tuvieron comida. Los reyes continuaban en su idolatría, pero la fe no vino a menos en el pueblo, que tocaba con la mano la asistencia de Dios.

Pasó algún tiempo y las relaciones amistosas con Siria fueron rotas. Israel pareció estar al borde de la derrota. Pero no había sonado aún la última hora, y el profeta salvó a su patria. "Señor", suplicó Eliseo, "ciega a esta gente". Y Dios le escuchó. Se presentó entonces al campo enemigo y persuadió a los soldados a dejarse guiar por él. Entró en Samaria seguido de aquella turba de ciegos, pero no quiso que los hebreos hiciesen estrago en ellos. Abiertos de nuevo sus ojos, los envió a sus países, para que fuesen testimonios del poder de Dios de Israel. Traicionado así por una parte del pueblo predilecto, Dios se hacía secuaces entre los infieles.

170 Muerte de Jezabel

171 El sepulcro milagroso

Entre tanto vivía aún Jezabel, la impía reina que había perseguido a Elías. Sobre ella pendía terrible la maldición del profeta. Una conjuración de palacio proclamó rey a Jehú, quien habiendo matado a Joram, entró triunfalmente en la ciudad. Jezabel se adornó pomposamente, y se apostó en una ventana del palacio, pensando conquistar con halagos al nuevo rey. Cuando éste la vio, preguntó quien era, y habiéndolo sabido ordenó: "Arrojadla al camino". Y pasó adelante. Envió luego a recoger el cadáver , pero fue encontrado horriblemente mutilado por los perros. La profecía de Elías se había verificado a la letra.

También Eliseo terminó su misión. Sus discípulos le sepultaron devotamente en el fondo de una cueva del monte. Con otro milagro quiso el Señor perpetuar en el pueblo el recuerdo de sus enseñanzas. Cierto día unos hombres acompañaban un cadáver a la sepultura, pero habiéndose dado cuenta de que se aproximaba una banda de malechores que infestaban la campiña, lo echaron al sepulcro de Eliseo y huyeron. Al contacto de los huesos del santo, aquel cuerpo recobró la vida y el hombre salió corriendo de la cueva, aterrorizando a los bandoleros sobrevenidos. No obstante la santidad y los milagros de Elías y Eliseo, rey y pueblo continuaron en sus pecados. Se avecinaba el tiempo del abandono de Dios.


d EL DESTIERRO DE ISRAEL f 172 Los últimos profetas en Israel Como no habían tenido resultado los milagros de Elías y de Eliseo,a sí tampoco redujeron a Israel a la fe los tristes vaticinios de los profetas Amós y Oseas. Reinaba a la sazón sobre Israel Jeroboam II, que los persiguió de todos los modos, pero no logró hacerles callar. Amós se presentó un día en la corte a repetir reproches y amenazas. Fue alejado por la fuerza, por orden del rey, que no se atrevía a matarlo, y le fue prohibido hablar al pueblo. Pero la fidelidad a su misión era más fuerte que todo mandato. "Tú me dices que no profetice más en Israel" respondió al que le llevaba la orden, "pero escucha lo que dice el Señor al rey: Tú morirás e Israel será conducido esclavo fuera de su tierra". No pasaron muchos años y todo se verificó.

173 El destierro Subsiguiéronle los últimos reyes infieles, hasta que vino el amenazado castigo. Había a la sazón llegado a gran potencia Asiria que, vencidos los sirios, miraba a someter a Egipto y Palestina. El rey Salmanasar derrotó al último rey de Israel, Oseas, y le redujo a vasallo suyo. Éste intentó librarse con una alianza con el rey de Egipto. Fue el fin. El rey de Asiria, con potente ejército sitió a Samaria, la tomó y la destruyó. El rey, encadenado, seguido de toda la población válida, fue deportado al país del vencedor.

175 Tobías y el hijo Una desgracia dejó ciego a Tobías. La vida le pareció entonces vacía, no pudiendo ya llevar su socorro a los necesitados, e invocó al Señor que le llamase a sí. Pensando que Dios le habría escuchado, llamó cerca de sí al hijo y los consejos que le dio son una de las mas bellas páginas de la Sagrada Escritura: "Honra a tu madre todos los días de tu vida. Ten a Dios siempre en tu mente y no quebrantes nunca los mandamientos. Haz limosna de tus bienes; no vuelvas las espaldas a ningún pobre. Si tienes mucho, da mucho. Si tienes poco, dalo de buena gana, pues con esto te atesorarás una gran

174 Tobías Entre los deportados estaban también algunos fieles a Dios. De éstos conocemos la bella figura de Tobías. Su rectitud le mereció la confianza del rey de Asiria, que le dejó amplia libertad, de modo que pudo llegar a puestos importantes. El se servía de ello para socorrer a los más pobres entre los connacionales. Vinieron empero tiempos tristes, cuando el rey Senaquerib volvió derrotado de la guerra con el reino de Judá. Acaeció entonces una fiera persecución contra los hebreos deportados. Tobías, con gran peligro para su vida, continuaba en su obra de socorro, haciendo bien a los más pobres y sepultando los cadáveres de los ajusticiados por la ira del rey.

recompensa para el día del apuro"


177 El viaje

176 Despedida En los momentos de la prosperidad Tobías había depositado, en poder de un compatriota de una ciudad lejana, una suma de dinero, y quiso enviar a su hijo a recobrarla. Buscó para él un compañero de viaje, y se presentó un joven de bellísimo aspecto que atrajo su confianza. El viaje era largo. Tobías se creía próximo a morir. Se trataba del único hijo, por lo cual la despedida fue llena de emoción. El padre y la madre abrazaron a su hijo y le bendijeron con lágrimas: "El Señor sea con vosotros en vuestro camino", dijo el padre, "Estad tranquilo, yo lo llevaré y lo volveré a traer sano", añadió el guía misterioso.

No faltaron peligros en el largo viaje. Un pez de grandes dimensiones pareció un día amenazar al joven Tobías, pero le dijo el compañero: "Tómalo, que no te hará daño; sácale el corazón y el hígado y guárdalos". Un conjunto de circunstancias providenciales hizo feliz el resto del viaje. El depósito de dinero fue retirado y encontraron además a un primo de Tobías del cual, después de la deportación, no habían tenido más noticias. El, sin embargo, fiel a Dios, tenía una hija única, Sara, que fue pedida por el joven para esposa. Y fue aquel, en tierra pagana, un matrimonio según la ley del Señor. Entretanto habían pasado muchos días y se pensó en volver.

178 Curación de Tobías Los ancianos padres estaban tristes. La ausencia duraba ya demasiado tiempo. Más bien pronto la tristeza se mudó en admiración y alegría. Regresaba el hijo con su guía, y detrás seguía la esposa con muchas riquezas, porque su padre, escapado de la persecución, había conservado muchos bienes. El guía había dicho: "Cuando abraces a tu padre úngele los ojos con esta hiel del pez que has conservado, y volverá a ver la luz". El milagro secedió y la alegría fue completa en aquella familia. Se hicieron grandes fiestas nupciales, y entretanto Tobías pudo conocer del hijo cuanto su guía había hecho por él.

179 Rafael arcángel Padre e hijo se preguntaban que recompensa podían dar al joven que tanto bien les había hecho. Le llamaron aparte y el joven habló: "Bendecid al Dios de los cielos, porque ha hecho brillar en vosotros su misericordia. Cuando tu orabas, hacías limosna y sepultabas a los muertos, yo presentaba todas esas buenas obras al Señor. Yo soy el Ángel Rafael, que asiste siempre delante del trono de Dios". Dicho esto, se transfiguró y desapareció. Tobías vivió todavía muchos años hasta ver los hijos de su hijo. En el lecho de muerte les habló inspirado por Dios. El reino de Asiria pasaría a otro rey más poderoso. El pueblo se reuniría y luego volvería a Jerusalén para continuar su misión.


d ENTRE LOS PAGANOS f 180 Job El amor de Dios se extiende a todos los hombres de buena voluntad. Esto quiere decirnos la Sagrada Escritura, transportándonos con dos episodios fuera del ambiente del pueblo elegido. Vivía entonces un hombre recto, temeroso de Dios y alejado de todo mal, que se llamaba Job. Desde la torre de su palacio podía contemplar una riqueza inmensa en tierras y ganados. Alderedor de sí tenía una numerosa familia, en la cual reinaba la paz y el afecto. Nada le faltaba de lo que pudiese hacer feliz a un hombre en esta tierra. Su piedad hacia Dios era grande. Todas las tardes ofrecía un sacrificio a Dios, diciendo: "Puede darse que yo o mis hijos no hayamos bendecido bastante al Señor en nuestros corazones".

181 Probado en los bienes Su riqueza atraía la admiración de sus coterráneos, y su virtud atraía la envidia del príncipe del mal, satanás. Pareció pensar el demonio: "Es fácil amar a Dios cuando uno se ve rodeado de bienes. Si por el contrario fuese reducido a la pobreza, ciertamente maldeciría al Señor". Y Dios permitió la prueba del justo. Los ladrones robaron sus ganados, un fuego destruyó los graneros, mientras un violento huracán derribó la casa donde estaban sus hijos, que perecieron sepultados bajo los escombros. Job no perdió su fe. En su inmenso dolor encontró las palabras de la resignación: "El Señor me lo dio todo, el Señor me lo ha quitado; bendito sea eternamente su nombre".

182 Probado en la persona Satanás no quiso darse por vencido y pensó: "Parece todavía cosa fácil amar a Dios cuando queda la salud. La esperanza de rehacerse hijos y riquezas mantiene encendida aún la fe". Y Dios permitió que la prueba hiriese también su persona. Una lepra maligna lo invadió todo. Sus miembros fueron roídos, caía a pedazos su carne de la piel que se hinchaba y se rompía en llagas dolorosísimas y repugnantes. Alejado de su casa, abandonado de la mujer, vivía en campo abierto en un estercolero. Pero no vino a menos su fe. "Si recibimos los bienes de la mano de Dios" decía, ¿por qué no recibiremos también los males?"

183 Los amigos Vinieron a visitarle tres amigos, pero más que consuelo le trajeron reprensión. Ciertamente, decían, ha debido de ofender mucho al Señor, para merecer tales sufrimientos. Job protesta su inocencia delante de los hombres, aunque diciendo que ninguno es completamente puro delante de Dios. Sus dolores eran inmensos, pero no desespera. Desea, sí, la muerte que le ha de librar de ellos, pero solo porque le sostiene una gran esperanza" "Yo se", dice, "que vive mi Redentor, y que yo he de resucitar en el último día, y revestido de nuevo de esta piel mía, he de ver a mi Dios". Finalmente cesa la prueba. Job recobrará la salud, sus bienes, tendrá otros hijos y el mérito de haber conservado su fe en la prueba.


184 Jonás profeta También a un profeta del pueblo elegido encomendó Dios una misión en tierra pagana. Este fue Jonás. Le dijo el Señor: "Anda y ve luego a Nínive a predicar penitencia, porque su maldad ha subido hasta mi presencia" Nínive era la capital de Asiria, enemiga -en aquellos tiempos- de Israel. Jonás, ardiente patriota, no quería la salvación de los enemigos. Prefería que Dios, en castigo de sus pecados, los entregase en las manos de los Hebreos. Y huyó esperando sustraerse al llamamiento divino. Pero una gran tempestad sorprendió a la nave que le transportaba. Los marineros, supersticiosos, echaron suertes para conocer si alguno era culpable, y resultó Jonás. Confesó entonces su pecado y se hizo arrojar al mar.

186 Penitencia Jonás, habiendo entrado en la capital Asiria, la recorrió toda, llamando desde lo alto de los muros a aquel pueblo a penitencia. Su clamor incesante era: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruída". La figura misteriosa del hombre venido del mar, sus palabras fogosas, acaso los milagros que unía a su predicación, sacudieron a aquellos ciudadanos. El rey mismo, amedrentado por la terrible amenaza del profeta, se plegó a penitencia. Según el uso oriental, vestidos de saco, después de un día de ayuno, rey y pueblo postráronse sobre la ceniza invocando la misericordia del Altísimo. Y Nínive fue perdonada.

185 El pez Del Señor no se puede huir: innumerables son los medios con que alcanza sus fines. Jonás, que pensaba sacrificar su vida por salvar la nave y reparar la desobediencia al mando del Señor, cae presa de un gran pez. Dios no quería su muerte, sino el cumplimiento de su misión. Vivió milagrosamente dentro del pez tres días, y después fue arrojado en la ribera. Aquí el Señor le habló de nuevo: "Anda y ve luego a Nínive. ciudad grande, y predica en ella cuanto yo te diré" Ciertamente en la gran ciudad pagana y corrompida había justos, y por amor de ellos, Dios misericordiosamente quería salvarla de la destrucción.

187 La misericordia de Dios Jonás fue instrumento de la misericordia de Dios contra su voluntad. Cesada su misión se encontró de nuevo el pequeño hebreo nacionalista, descontento de que la ciudad enemiga hubiese escapado del exterminio. Dios le amonestó con un símbolo: Habiendo salido de la ciudad, había hallado reposo a la sombra de un arbusto. Y he aquí que la planta, por voluntad divina, se secó, y el sol hirviente hirió a Jonás en la cabeza, hasta casi hacerle desfallecer. Para calmarle su irritación le dijo el Señor: "Tu tienes pesar por la pérdida de una planta, que ningún trabajo te ha costado, ni tu la has hecho crecer, ¿ y Yo no tendré compasión de Nínive, ciudad de miles de almas que yo he creado, y a las que amo intensamente?" En estas palabras está todo el sentido de la misión de Jonás.


d EN EL REINO DE JUDÁ f 188 Atalía

189 Isaías

La mayor fidelidad a la ley de Dios y la continuidad de la estirpe de David fueron las características del reino de Judá, que duró todavía 133 años después de la destrucción de Samaria, y la deportación de Israel. Una tentativa de interrumpir la dinastía fue hecha por una mujer: Atalía. A la muerte del marido y del hijo, reyes de Judá, con inaudita crueldad hizo asesinar a todos los miembros de la familia real y usurpó el trono. El Sumo Sacerdote, Joyada, logró salvar del estrago a un nieto de la sanguinaria reina, y al sétimo año lo consagró rey de Judá. Atalía acudió, pero el pueblo, sublevándose contra ella, la mató.

Durante los graves acontecimientos que condujeron a la caída de Israel, el pueblo de Judá, que hasta entonces, unido en torno al templo y al sacerdocio, había seguido el camino recto, sintió venir a menos la fe y el valor. Los enemigos estaban a las puertas, parecía próximo el fin. Se necesitaba una voz que lo reanimase, y Dios suscitó al profeta Isaías. Apareciósele el Señor en una nube de serafines. "Ve a hablar a este pueblo" le dijo. El nuevo profeta hizo protesta de su incapacidad. Entonces del coro de los ángeles se separó uno. Tenía una piedra ardiente, y con ella tocó sus labios. Le dijo: "He aquí que ha sido quitada de tí toda iniquidad, ahora podrás hablar en nombre de Dios".

190 La virgen madre

191 Senaquerib

Durante el reinado de Ajaz pusieron sitio a Jerusalén el rey de Siria, aliado con Pécaj rey de Israel. Cuando se supo de esta alianza, hubo en el pueblo un gran temor. Isaías fue enviado a alentar a los defensores de la ciudad. Llevó la certeza de la victoria y la predicción de la próxima caída tanto de Siria como de Israel. Pero sobre todo reavivó la fe en las promesas divinas. "He aquí", dijo, "que una gran luz brilla sobre los que andan en las tinieblas. Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, cuyo nombre será: Dios con nosotros". El recuerdo de la profecía hecha ya en el paraíso terrestre sacudió los ánimos, los llenó de entusiasmo y su primer efecto fue la batalla victoriosa.

A Ajaz sucedió Ezequías. En aquel tiempo Asiria había llegado a la cumbre de su poderío. Conquistada Siria e Israel se preparó a expugnar a Jerusalén. Su rey, Senaquerib, la estrechó con el asedio y pidió su rendición. Habiendo después oído que, más que en las armas, confiaban en la ayuda de Dios, escarnecía en términos blasfemos su fe. El piadoso Ezequías, teniendo en las manos la rendición, rogaba al Señor que confundiese al blasfemo. Vino Isaías y anunció la victoria. Aquella noche el Angel exterminador pasó por el campo enemigo. Una peste mortífera diezmó el ejército asirio, que pronto tuvo que levantar las tiendas.


193 El profeta de la pasión

192 Ezequías El Rey Ezequías fue uno de los más dignos sucesores de David. Su fe, sostenida por los profetas Isaías y Miqueas, salvó a Jerusalén de los asirios, ya victoriosos en el reino de Israel. Un día cayó enfermo. Vino Isaías y le habló claro: "Dispón tus cosas porque tu vas a morir". El rey se recogió en oración y ésta llegó al corazón del Altísimo, que inspiró al profeta otras palabras: "Esto dice el Señor: De aquí a tres días subirás al templo, y tendrás otros años de reinado". Y como señal del milagro de Dios, Isaías mostró al rey el meridiano señalado en la pared frente a su ventana. Milagrosamente la sombra que señalaba las horas retrocedió diez grados.

También con los escritos mantenía Isaías, encendida en el pueblo, la fe en las divinas promesas. Como David ya lo había hecho, el vio al futuro Redentor, y describió sus triunfos y dolores, con la seguridad de un espectador. Entre las más impresionantes narraciones, está la descripción del Mesías como el Varón de dolores: "...Él no tiene ya ni belleza ni esplendor. Despreciado como el último de los hombres, vilipendiado... Verdaderamente tomó sobre sí nuestros males, y cargó con nuestras penalidades y dolores. A causa de nuestras iniquidades fue Él llagado y despedazado por nuestras maldades. Mas luego que Él ofrezca su vida como sacrificio de expiación, verá una descendencia larga y duradera".

194 Miqueas profeta Contemporáneo de Isaías fue el profeta Miqueas. Con su palabra y escritos, él también cooperó a mantener alta la moral del pueblo de Dios, en momentos de particular tristeza. También a él le mostró Dios la visión de lo futuro. Después de Samaria, caería también Jerusalén, siendo deportados sus habitantes. Pero Dios, fiel a sus promesas, reuniría a su pueblo en espera del Salvador. Y describe el nacimiento de éste en un himno a la pequeña ciudad de Belén: "Y tú, oh Belén, eres bien pequeña entre las ciudades de Judá, pero de tí nacerá el Dominador de Israel, a Él vendrán hasta de los últiimos rincones de la Tierra".

195 Manasés El hijo de Ezequías, Manasés, no siguió las huellas de su padre. Idólatra, profanó el mismo templo de Jerusalén, eriginiendo en él estatuas a divinidades paganas, y obligando a sus súbditos a adorarlas. Hubo muchos mártires, siendo uno de ellos el profeta Isaías. La fuerza del reino de Judá estaba en su fe. Venida ésta de menos, probó la derrota y el destierro. Asurbanipal, el último gran rey asirio, sitió a Jerusalén y deportó a Manasés con parte de los ciudadanos. El rey en la cárcel se arrepintió de sus culpas, y cuando después de algún tiempo fue devuelto a Jerusalén como rey vasallo de Asiria, trató de reparar el mal cometido.


d HACIA AL DESTIERRO f 197 Judith

196 El sitio de Betulia Entre los grandes héroes que la fe del pueblo elegido supo suscitar en los momentos de mayor peligro, la Sagrada Escritura nos transmite con particular relieve a una mujer: Judit. Su figura emergió cuando un general, llamado Holofernes, amenazó a Palestina. Los hebreos habían fortificado las alturas en los confines, y la primera fortaleza que el general encontró fue Betulia. Con un fuerte ejército había rodeado a la ciudad, había cortado las conducciones del agua y escarnecido su confianza en Dios, esperaba la rendición. Los habitantes se agolpaban en torno a las fuentes secas esperando en vano que Dios enviase al menos una benéfica lluvia.

El príncipe Ozías, que mandaba la ciudad, había ya decidido la rendición. Se presentó entonces a los ancianos Judit, una joven viuda, mujer admirada de todos por su virtud. Reprendió su poca fe y propuso un plan suyo. Sola con una criada, iría al campo enemigo. Dios le inspiraría cuanto debía hacer. Atavióse con los vestidos de gala y se adornó con las alhajas más preciosas, pero debajo llevaba el cilicio que jamás se había quitado desde su viudez. Los ancianos la aguardaron al atardecer a la puerta de la ciudad. "Vete en paz" le dijo Ozías, "y el Señor sea contigo". Judit salió orando y se encaminó al campo enemigo.

198 La heroína del pueblo Conducida delante de Holofernes dijo que había huído de la ciudad, ya reducida a los extremos, y predijo a los sitiadores segura victoria. Se la creyó una princesa y como tal tuvo grandes honores y la más amplia libertad. Habían pasado cuatro días y urgía una decisión. La ciudad no podía resistir ya por largo tiempo. Aquella noche entró en la tienda donde dormía Holofernes quien al lado tenía su espada. Su corazón de mujer temblaba, pero se trataba de la salvación de su pueblo. "Oh Señor" , oró, "dame valor en este momento...". Con la cabeza cortada de Holofernes envuelta en un paño, Judit y la criada atravesaron el campamento sumergido en el sueño, y volvieron a Betulia.

199 Liberación Aquella noche en Betulia, renacido el entusiasmo, los ancianos con Judit tuvieron consejo y se concertó un plan para la ofensiva. Por la mañana la cabeza de Holofernes fue izada en lo alto de los muros, y el pequeño ejército hizo la salida. Judit, que había vuelto a ponerse sus vestidos de luto, oraba al Señor que completase la obra que por su medio haba comenzado. "Llamad a Holofernes, porque esos ratones salidos de sus agujeros osan desafiarnos a batalla". Así gritaron las avanzadas enemigas. Pero cuando se dieron cuenta de la muerte de su capitán, y vieron su cabeza en lo alto de los muros de Betulia, volvieron en fuga desordenada, abandonándolo todo. Y con Betulia también Jerusalén fue salvada.


200 Jeremías Después de Manasés solamente Josías tuvo un largo reinado. Bajo sus sucesores se inicia una serie de derrotas que culminaron en la destrucción de Jerusalén. Para tener despierta la fe aún en estos tristes tiempos, Dios suscitó al profeta Jeremías. En una visión, que él mismo describe, se le apareció el Señor: Le dijo: "Yo te destiné para profeta entre las naciones". "Yo no se hablar, porque soy como un niño" respondió Jeremas. "Tu dirás lo que Yo te ordene. No temas delante de ninguno, porque contigo estoy Yo para librarte". Y el Señor alagó la manoy le tocó la boca. Y continuó: "Mira, yo pongo mis palabras en tus labios, para que tu hables en mi nombre al pueblo".

201 Primeras deportaciones Los acontecimientos se precipitaron. A Josías sucedió Joacaz. El rey de Egipto lo hace deponer , y es elegido Joaquín. Durante su reino Nabucodonosor, nuevo rey de Babilonia, entra en Jerusalén y deporta a su reino parte de la población. Le sucede el hijo Jeconías. Una nueva expedición de Nabucodonosor acaba con la deportación del rey y de otra parte del pueblo. Sedecías es puesto en el trono de Jerusalén y será su último rey. Jeremías asistía impotente a la progresiva destrucción del reino. Desde la azotea del templo profanado contemplaba con lágrimas a Jerusalén, que sabía estaba próxima a la destrucción, consolando a los pocos fieles con la profecía de que, después de setenta años, pueblo y templo renacerían.

202 Ultimas admoniciones del profeta

203 El fin

Sedecías, más que malo, fue débil. Quiso intentar el desquite contra Babilonia, aliándose con el rey de Egipto. En vano Jeremías aconsejaba fidelidad a Nabucodonosor para evitar males mayores. Acusado de traición fue arrestado y arrojado en una sisterna fangosa. En dos ocasiones el rey lo hizo sacar para constreñirle a profetizar un nuevo milagro de Dios para liberar a su pueblo. Mas el profeta no podía. La voz de Dios le decía incesantemente: "Ciudad y templo serán destruidos, y ni siquiera el rey escapará de las manos de los babilonios".

Nabucodonosor se cansó del proceder de los judíos, que conjuraban con el rey de Egipto. Jerusalén, sitiada por un fuerte ejército, tuvo que capitular. Sedecías, prisionero, fue llevado delante del rey de Babilonia que tomó de él áspera venganza. Matóle ante sus ojos los hijos y luego lo hizo cegar. Jerusalén fue arrasada. El templo, gloria de los reinos de David y Salomón, fue robado e incendiado. Los vencedores partieron de la ciudad en llamas con rico botín, llevando consigo al rey ciego y a toda la población. Jeremías, que había sido perdonado, quedó llorando sobre la ciudad destruída. Después, con los pocos escapados, se refugió en Egipto.


d HACIA EL FIN DE LA GRAN 204 La misión Cuando todo parecía ya perdido con la destrucción de Jerusalén, y la dispersión de la dinastía de David, Dios preparaba a su nación para un renacimiento. El pueblo hebreo había venido a ser como una casa cuyos muros cedían por muchas partes. Reyes justos, como Ezequías y Josías, habían intentado poner un reparo, pero en vano. Bajo sus sucesores todo continuaba como antes. Mas que toda otra cosa se presentaba irreparable la división del pueblo en dos reinos: Israel y Judá. Había que abatir para luego reconstruir. El destierro de Babilonia tuvo esta función. Ya el profeta Jeremías, así como había predicho la dispersión del pueblo, también había anunciado su retorno a la unidad. Y para sostener todavía aún más a los fieles, en la tierra del destierro Dios suscitó otro profeta: Ezequiel. En Babilonia, adonde había llegado con los deportados del 597, su voz hacía eco a la de Jeremías que quedó en Palestina. Eran dos voces concordes en quitar al pueblo, que creía ser Jerusalén y el templo indestructibles, toda esperanza a este respecto. "No hay más salvación" decían "todo será destruído, puesto que aún el templo se ha convertido en una cueva de ladrones". Pero cuando en el 586 ocurrió la catástrofe, el lenguaje derrotista de Ezequiel se mudó en lenguaje de esperanza. En sus visiones, que describía al pueblo atónito, veía a los hebreos como un rebaño disperso, presa de falsos pastores. Mas he aquí que Dios librará a su rebaño. Los ve también como esqueletos dispersos en el campo. Mas la voz de Dios dará vida a aquellos huesos áridos. "Así dice el Señor" añade el profeta, "He aquí que Yo abriré vuestras tumbas, y os sacaré fuera de vuestros sepulcros, oh pueblo mío, y os reconduciré a la tierra de Israel..." (Ezequiel 37). Y tan grande era la certeza que lo animaba, que trató de trazar las directrices para la construcción del nuevo templo y para la vida de la nación que debía resurgir. A la voz de Ezequiel se unió la de Daniel, el otro gran profeta del destierro. Su obra se desenvolvió especialmente en la corte, donde los hechos prodigiosos de que Dios le rodeó le trajeron la estima de los reyes, constriyéndolos a un sentimiento de temor y de admiración por el Dios del pueblo hebreo. Así la unión en la misma fe y en la misma esperanza hicieron menos gravoso para los hebreos aquel triste período. Ellos podían tener sus reuniones, en las cuales meditaban sobre los grandes destinos de su pueblo, y sobre la traición a la alianza con Dios, cuyos amargos frutos saboreaban. Allí oraban al Dios de sus padres, con la mirada trsiste vuelta al occidente, donde estaban antes la ciudad santa y el templo, y cantaban juntos los antiguos salmos de David. Entretanto la vida de los deportados hebreos se desenvolvía con cierta libertad, favorecida también por el influjo de Daniel en la corte. Aún el espíritu de unión, de adaptación y la habilidad comercial, que fueron siempre una característica de esta raza, se reveló desde entonces, y llevó a muchos a hacerse sólidas posiciones, de manera que , aún cuando fue dada la posibilidad de repatriarse, una parte del pueblo prefirió quedarse en aquella que había sido la odiada tierra de destierro, ciertamente sin faltar a los principios de su fe. Y fue tambien esto un designio de la Providencia. El establecimiento de tantas colonias hebreas en aquella vasta región, como luego también en todas las partes del mundo, hizo que la doctrina del pueblo de Dios, aún no abrazada, llegase a ser conocida, sembrando un poco por todas partes aquel sentimiento de expectativa de un redentor, que preparó el terreno a la predicación evangélica. Entretanto surgía un nuevo astro en el firmamento de las naciones: Ciro, rey de los persas. Rey de un pequeño reino vasallo de la Media, conquistó en breve tiempo la Media entera y el Asia menor, y en el 539 asaltó y venció al ya decadente imperio de Babilonia. La blandura con que trataba a los pueblos vencidos, cosa desusada en las costumbres de entonces, facilitó sus empresas, y con frecuencia era acogido por aquellos pueblos formados por razas diversas, como un libertador. Babilonia cayó después de un ataque brevísimo, y su rey, Baltasar, que reinaba en ella con su padre Nabonidas, fue muerto. El júbilo de los hebreos fue grande. Eran conocidas las profecías hechas por Isaías cerca de doscientos años antes, en las cuales Ciro era expresamente nombrado como el libertador enviado por Dios (Isaías 45). La política de adaptación fue el secreto de la grandeza de este rey. A todos los pueblos que, vencidos, habían sido deportados a Babilonia, concedióles volver a sus tierras, y mostró gran comprensión por sus sentimientos patrióticos y religiosos. De ello da ejemplo el edicto con que permitió a los hebreos el retorno a su patria: "Así dice Ciro, rey de los persas. El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra, y Él me ha mandado edificar una casa en Jerusalén, que esta en la Judea. ¿Quién de vosotros pertenece a su pueblo? Su Dios sea con él y suba a Jerusalén y construya la casa del Señor Dios de Israel, esto es, el Dios que está en Jerusalén..." (Esdras 1) Los hebreos saltaban de gozo. Volvían a sus mentes y sobre sus labios las palabras del porfeta Isaías: "Salid de Babilonia, huíd de los caldeos, con vos de júbilo anunciad esta nueva, hacedla conocer y llevadla hasta las últimos confines de la tierra; El Señor ha redimido a Jacob, su siervo..." (Isaías 48) "Alegraos y saltad de gozo, oh escombrso de Jerusalén que Dios tuvo piedad de su pueblo, ha redimido a Jerusalén" (Isaías 52) Se prepararon pues para el retorno. Ciro ordenó que se les entregasen los bienes necesarios para la reconstrucción, y también los tesoros de que


MISIÓN f Nabucodonosor había despojado al templo. Así equipados para el largo viaje, una gran parte del pueblo, los más fieles y entusiastas, bajo la guía de Zorobabel y del sumo sacerdote Josué, dejó la tierra la tierra del destierro. Era la primavera del año 537. Comienza aquí un nuevo período en la historia del pueblo hebreo, que la Sagrada Biblia relata llevándonos hasta el año 135 en los libros: I y II de Esdras y I y II de Macabeos. Llegados a Palestina los hebreos, fuertes con el edicto de Ciro, comenzaron la obra de reconstrucción. Fue menester ciertamente todo su entusiasmo para sostenerlos en aquella tierra desolada, para ellos tan rica en tradiciones religiosas, para emprender la reconstrucción de las casas destruídas y para volver a tomar la posesión de sus campos, los mejores de los cuales habían venido a ser presa de las poblaciones vecinas. Pero la máxima preocupación era la reconstrucción del templo. Se comenzaron los cimientos, mas luego la obra fue abandonada. Demasiado grandes eran las dificultades. Se necesitaban brazos y dinero, y apenas tenían lo suficiente para procurarse lo necesario para vivir. Se añadía la hostilidad de los pueblos vecinos, especialmente de los samaritanos, que obstaculizaban la empresa. Las preocupaciones individuales quebrantaron entonces el primitivo entusiasmo y así pasó una quincena de años. Habían muerto entre tanto Ciro y también su sucesor Artajerjes. Ahora en el trono de Persia reinaba Darío I. En el 520 fue finalmente reanudada la construcción del templo. Los profetas Ageo y Zacarías habían sacudido la inercia del pueblo, y ahora alentaban su trabajo. También las hostilidades de los samaritanos fueron vencidas, cuando el rey Darío mismo, enterado del edicto de su antecesor, intervino hasta con ayudas. Así en el 515 se pudo celebrar la fiesta de la dedicación del nuevo templo. Mas no solo el templo era símbolo de la nación, sino toda la ciudad de Jerusalén, y ésta estaba muy lejos del esplendor del cual la veían ceñida los profetas en sus visiones.Había que volver a darle el aspecto de una gran ciudad y como primera cosa rodearla con sus murallas. Y también para estas se comenzaron los trabajos. Pero los acostumbrados enemigos recurrieron a la corte de Persia para provocar una prohibición. Con Jerjes I, que había sucedido entre tanto a Darío, no obtuvieron nada, pero los trabajos continuaron. Mas el sucesor de este, Artajerjes, ordenó no solo la suspensión de los trabajos sino el derribo de cuanto había sido ya construído. Mientras tanto faltaba una voz profética para reanimar al pueblo, cuyo fervor patriótico y religioso se había debilitado, y Dios envió a dos hombres: Nehemías y Esdras. El primero era un hebreo que habiéndose quedado en Babilonia, tenía una posición de confianza en la corte. Conociendo la triste condición en que versaba su pueblo, peroró su causa cerca de Artajerjes, hasta que obtuvo volver él mismo a la patria con la autorización de hacer completar los trabajos alrededor de la ciudad. En el año 445 las murallas de Jerusalén fueron completadas, no obstante las hostilidades de los vecinos, que obligaban a los operarios a trabajar con las armas al alcance de las manos. Mas no bastaba la reconstrucción material. Con la valiosa ayuda del santo sacerdote Esdras, Nehemías, que entre tanto había sido nombrado por el rey de Persia gobernador de Palestina, se dedicó a la reconstrucción moral del pueblo. Fueron restablecidas las fiestas religiosas tradicionales y después de una solemne lectura pública del texto de la Ley, fue renovada la alianza. Siguió un período de paz que continuó aún después que en al año 332 las armadas griegas, al mando de Alejandro Magno, dieron el golpe final al imperio persa y Palestina pasó bajo el dominio del nuevo emperador. A la muerte de éste, su inmenso imperio, que se extendía desde Grecia hasta Egipto y hasta la lejana India, fue dividido, y en el año 301 los hebreos cambiaron nuevamente de señor. Ahora eran los tolomeos de Egipto. Pero aún esos se contentaron con un tributo y no estorbaron su libertad religiosa. Finalmente, en el 198, Antíoco II de Siria, habiendo vencido a los egipcios, fue el nuevo señor, y su dinastía dejará en el pueblo hebreo un triste recuerdo. Comenzó a cargar la mano su sucesor Seleuco IV, quien, ávido de riquezas, envió a su tesorero Heliodoro a despojar el templo de Jerusalén. Pero un hecho prodigioso le obligó a abandonar la empresa. Se entra en cambio, en un período de verdadera persecución con Antíoco IV, que subió al trono de Siria en el 175. Su política miraba a unificar la cultura y la religión de los pueblos a él sujetos en el molde de las griegas. El pueblo hebreo con su patriotismo religioso era un gran obstáculo. Y Antíoco intentó derribarlo. Entre el pueblo hubo quien se adaptó y quien lloró al ver la estatua de Júpiter erigida hasta en el atrio del templo, quien apostató bajo la persecución que se hacía cada vez mas violenta, y quien defendió aún a precio de sangre la fe de los padres. Pero también hubo audaces que promovieron la insurrección. El sacerdote Matatías, seguido de sus hijos y de un grupo de fieles, se escondió e inició la guerrilla. El pequeño núcleo de rebeldes llegó a ser pronto un ejército que, bajo la guía de Judas Macabeo, derrotó a varios generales del rey de Siria, y recuperó Jerusalén. Muerto heroicamente el jefe en batalla, su obra la continuó su hermano Jonatás y la llevó luego a cabo el otro hermano Simón, que obtuvo al fin la completa libertad para los hebreos en el año 142. Ciérrase con él la historia del pueblo de Dios contenida en el Antiguo Testamento. Los años que aún separaron de la venida de Jesucristo, vieron el progresivo afirmarse de Roma, que también dejó a los hebreos absoluta libertad religiosa. Mas he aquí que en el año 40 los romanos pusieron en el trono de Jerusalén a Herodes, de estirpe extranjera. Era la primera vez que en la tierra prometida a Abraham un extranjero gobernaba a los descendientes del gran patriarca. En algunos vino a faltar la fe. Dios había abandonado a su pueblo. Mas en la parte mejor se encendió por el contrario una gran esperanza. Los profetas habían hablado claro: "Cuando el cetro sea quitado a Judá y a su estirpe, de la descendencia de David, en Belén, de una virgen nacerá Aquél que ha de ser el dominador de las gentes". Será aquél el tiempo de la gran batalla, decisiva y victoriosa, entre la Mujer y su Hijo, de una parte, y la serpiente infernal, de la otra. Está cerca ya el tiempo de la salvación para toda la humanidad.


d

EN EL DESTIERRO

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205 Visión de Ezequiel

206 Daniel

Con la primera deportación llegó a Babilonia el profeta Ezequiel. El fue con la palabra y el escrito el sostén del pueblo en el destierro. Sus palabras, sea que reprendía, sea que consuele, tienen siempre un tono muy severo. Sus visiones están rodeadas de misterio. Una visión ilustra más que todas el tono de su predicación. Vio un campo exterminado cubierto de huesos. Y oyó la voz del Señor: "Diles que se unan para formar cuerpos". El profeta habló a aquellos huesos y se unieron miembro a miembro, juntura a juntura. "Invoca sobre ellos el espíritu", dijo el Señor. A la palabra del profeta se levantaron y fueron un ejército inmenso. Así resurgirá también el pueblo después de setenta años de destierro.

Los hebreos en Babilonia no fueron perseguidos. Lograron mantener su unidad, su fe y también, bajo muchos aspectos, gobernarse con las propias leyes. Para obtener todo esto Dios había suscitado al profeta Daniel. Este había entrado en las simpatías de Nabucodonosor, que con otros tres jóvenes compañeros hebreos le había tenido en la corte, elevándole a grandes honores. Pero aún en medio del lujo, Daniel y sus compañeros llevaban vida penitente, alimentándose de pan y agua y rechazando los ricos manjares, que el rey quería les fuesen servidos.

207 Juicio de Daniel Daniel era reconocido por el pueblo como cabeza, y era llamado como juez en las controversias. Acrecentó la fama de su sabiduría el episodio de Susana. Era esta mujer de gran virtud. Tentada un día al mal por dos ancianos del pueblo, no quiso ceder. Los dos se unieron juntos contra ella, acusándola de un grave delito. Según la ley, buscaban dos testimonios para que la sentencia fuese pronunciada. Susana debía morir apedreada. Daniel quiso entonces interrogar separadamente a los dos testigos, y los halló en contradicción. Tuvieron entonces la condena que ellos mismos habían invocado para la inocente.

208 Sueño de Nabucodonosor Una noche el rey tuvo un sueño que le dejó muy agitado, pero por más que reflexionase e interrogase a los adivinos que abundaban en la corte, no lograba reconstruirlo. Daniel se presentó a él inspirado por Dios. "Hay un Dios en el cielo" dijo, "que revela los misterios. Y he aquí tu visión: Una grande estatua de espantosa presencia. Tenía la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre de bronce, las piernas de hierro, pero una parte de los pies era de barro. Mientras admirado contemplabas, una piedra se desgajó del monte, golpeó en el barro y toda la estatua cayó en pedazos." El rey estaba admirado. Verdaderamente éste había sido su sueño.


210 Entre las llamas

209 Sueño profético Pero Daniel continuó: "Con este sueño Dios te hace saber lo que ha de suceder en los últimos tiempos". Y con palabras que el rey tal vez no pudo comprender en todo su significado, el profeta explicó: A su reino, representado en la cabeza de oro, seguirán otros reinos, hasta que el Dios del cielo suscitará uno que oscurecerá a todos, y que durará eternamente. La mirada de Daniel brillaba. Veía pasar el imperio de Babilonia, vencido por los persas, éstos ceder a los griegos, luego los romanos dominarlos a todos. Y sobre las ruinas de todas estas potencias humanas, despuntar una corona de espinas y de gloria: el Mesías que inicia el nuevo reino de Dios en la tierra.

211 Demencia del rey Entretanto el reino había llegado al ápice de su potencia y el rey estaba de ello orgulloso. Daniel le habló, explicándole otro sueño: "Tu vivirás en las selvas como las fieras". Y el castigo contra el soberbio se verificó. Una enfermedad hirió su mente. Furioso no encontraba paz sino vagando por los bosques, y alimentándose de las yerbas que hallaba en su camino. Al fin curó y volvió a tomar las riendas del gobierno. El milagro del horno y la realización de la profecía de Daniel, acrecentaron en el rey la estima por el pueblo y por su Dios. Los hebreos gozaron de una libertad cada vez mayor, que ayudó mucho a mantenerlos firmes en su fe.

Acaso excitado por el sueño tenido, Nabucodonosor hizo construir una grande estatua de oro que le representaba, y ordenó que todos la adorasen. Los primeros en responder fueron los agregados a la corte. Daniel estaba ausente. Sus tres compañeros rehusaron el acto de idolatría y, condenados, fueron arrojados en un horno. El rey y la corte asistieron a un gran milagro. Las llamas, saliendo del horno, quemaron a los que se hallaban cerca de él, y dentro se vio a un cuarto joven de aspecto luminoso, tener las lenguas de fuego alejadas de los tres condenados, que cantaban las alabanzas de su Dios. El Señor había enviado un ángel en su socorro.

212 Daniel profeta Como los demás profetas, Daniel sostenía la fe en el pueblo también con los escritos. Célebre es su profecía sobre los tiempos del Mesías y el fin de los judíos. Mientras estaba en oración, apareciósele el ángel Gabriel y se la dictó: "Volveremos a la patria y nos será permitido reconstruir Jerusalén y el templo. Pasarán después setenta semanas de años. El Mesías vendrá a borrar la iniquidad de los hombres. Se le quitará la vida y no será más suyo el pueblo, el cual le negará. Al término de la última semana la ciudad y el santuario serán destruídos y hasta el fin de los tiempos habrá en el templo devastación y desolación." Setenta semanas de años hacen 490 años, y en ese lapso de tiempo todo sucedió como estaba predicho.


d LIBERACIÓN f 214 Mane-TeselFares

213 El banquete de Baltazar El imperio de Babilonia, llegado a la cumbre de su poder con Nabucodonosor, comenzó a decaer bajo sus sucesores. Un nuevo astro aparecía en el cielo de las naciones: Persia, cuyo rey Ciro estaba marchando sobre la capital. Descuidado del peligro, el rey Baltasar estaba en banquetes con los grandes de la corte y, para ostentar su riqueza había querido que las bebidas fuesen servidas en los vasos sagrados que habían sido llevados del templo de Jerusalén. Pero la orgía fue interrumpida por un suceso que llenó los ánimos de espanto. Una mano misteriosa había aparecido improvisadamente y trazaba en la pared letras incomprensibles.

215 En el foso de los leones Daniel halló el favor del nuevo rey, que le dio autoridad sobre todos los grandes del reino. Los demás príncipes, envidiosos, ordenaron para perderlo un plan diabólico. Indujeron a Darío a publicar un decreto en el cual se prescribieron honores divinos al nuevo rey. Los transgresores serían arrojados en pasto de las fieras. Daniel no se presentó. Desde la ventana del palacio, vuelto hacia Jerusalén, oraba a su Dios. Aunque de mala gana, Darío firmó su condena. Pero a la mañana siguiente se vió en el foso de las fieras un espectáculo maravilloso. Daniel incólume, con las fieras agachadas a sus pies, en un éxtasis de plegaria.

Daniel, ya viejo, estaba siempre en la corte y de él se sirvió todavía el Señor para predecir al monarca sacrílego su fin. Llamado a descrifrar la escritura misteriosa, dijo: "He aquí, oh rey, lo que está escrito: Mane-Tesel-Fares que significa Contado-PesadoDividido. Dios ha contado tus días, te ha pesado en la balanza y te ha hallado falto. Tu reino será despedazado, dividido y dado a los medos y los persas". Aquella misma noche Ciro venció al ejército babilónico, conquistó la ciudad e instauró allí su poder. Para regir Babilonia puso como gobernador al príncipe de la Media: Darío.

216 Engaño descubierto Daniel, librado y cubierto de honores, continuó siendo íntimo del rey, que le tenía como consejero. Los babilonios adoraban como Dios a una gran estatua, a la cual, a expensas del estado, se le suministraban todos los días opíparos manjares. "¿Por qué no lo adoras?" decía el rey, "si come, es un dios vivo" "No te engañes" respondía Daniel, "no es él el que come". Y Daniel descubrió al rey el angaño. Esparció ceniza por el pavimento del templo. De las pisadas halladas resultó que los sacerdotes entraban de noche por una puerta secreta, y banqueteaban alegremente con sus familias. Los sacerdotes fueron condenados y Daniel autorizado para abatir el ídolo.


217 El monstruo matado

218 Liberación de los hebreos

También una serpiente, creída inmortal, era venerada como dios. Daniel le echó un alimento envenenado y al siguiente día mostró a los ciudadanos a su dios sin vida. La población se sublevó acusando al rey Darío de haberse hecho judío. Éste, intimidado, les entregó a Daniel, quien -por segunda vez- fue echado entre las fieras. Mas un nuevo milagro lo salvó. Las fieras le respetaron y un ángel llevó hasta él a un hombre con el alimento necesario. Una tal sucesión de milagros aumentaron en el rey persa la estima por Dios y por el pueblo protegido por Él, preparando el tiempo de la liberación.

Un año después de la caída de Babilonia en manos de los persas, el rey Ciro dio un edicto que comenzaba asi: "El Señor Dios del cielo me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado construirle una casa en Jerusalén. El que pertenezca al pueblo de Judá vuelva a su patria, para edificar la casa del Señor..." Dio luego a los hebreos lo necesario para el viaje, y todos los tesoros que Nabucodonosor había quitado a su templo. Mandados por Zorobabel, cerca de 50.000 emprendieron el largo viaje. Conmovidos vieron al fin el monte Sión, las ruinas de la ciudad y del templo, y se inclinaron para besar aquella tierra, alabando a Dios que no había olvidado sus promesas.

219 El sacrificio entre las ruinas Se estableció cada uno en su propia ciudad de origen, pero al séptimo mes, habiéndose organizado el poder civil y religioso, todos, como un solo hombre, se juntaron en Jerusalén, en el espacio cubierto por las ruinas del templo de Salomón. Entre los escombros y la vegetación que había crecido erigieron un altar, y con todas las ceremonias prescritas por la ley se ofreció el primer sacrificio. La majestad del sumo sacerdote rodeado de los levitas y la solemnidad del rito hacían contraste con la palidez de las ruinas, y consolidaron en el pueblo el propósito de poner enseguida manos a la reconstrucción de la casa de Dios.

220 La reedificación del templo No obstante la miseria y las oposiciones de los pueblos vecinos, se echaron los cimientos del templo y se comenzó su reconstrucción. El modelo era todavía el de Salomón, pero no se podían prodigar iguales tesoros. Se unía al entusiasmo de los más jóvenes el llanto de los viejos que lo comparaban con el antiguo. Para alentar empero a los unos y a los otros estaba el profeta Ageo: "...Vendrá el deseado de las gentes, y llenará de gloria esta casa. Este templo será mayor que el primero, porque -dice el Señor- desde este lugar daré yo la paz" Aquellos muros, quería decir el profeta, verían al Mesías.


d DESPUÉS DEL DESTIERRO f 221 Ester reina No todos los hebreos volvieron a Palestina. Muchos que se habían establecido en Babilonia quedaron allí, e inundaron todas las provincias del imperio, difundiendo el conocimiento de sus doctrinas; preparando así el terreno a la futura redención. Durante el reinado de Asuero, llamado también Jerjes, tenía un importante oficio en la corte Mardoqueo, un hebreo que había adoptado a una sobrina huérfana, Ester. Esta agradó al rey que la quiso por su esposa y reina. Con gran solemnidad puso el rey la corona real en la cabeza de la doncella hebrea, que Dios, para la salvación de su pueblo, había conducido a tan alta dignidad.

222 El plegaria Era primer ministro de Asuero un cierto Amán, que pretendía de los súbditos honores divinos. Los hebreos fieles no querían plegarse. El soberbio ministro los acusó entonces de traición y obtuvo del rey un edicto de exterminio. En el gran peligro quedaba una única esperanza: Ester. Mardoqueo le suplicó que intercediese por el pueblo. Pero la situación podía producir efectos peores, pues ella había callado al rey su origen hebreo. Además la ley prohibía a todos presentarse al soberano sin haber sido llamados. La reina y todo el pueblo pasaron tres días en oración y ayuno, y al fin ella tomó la gran resolución.

224 El castigo del perseguidor

223 Delante del rey Ester entró en la sala del trono. Asuero estaba con los grandes del reino y la miró con ira y estupor. Ella se desvaneció y el rey se conmovió y tuvo compasión. Comprendió que solo un gran motivo podía haberla impulsado a infringir la ley, y apenas volvió en sí le dijo: "Levántate, la ley ha sido hecha para todos pero no para tí; pide lo que quieras, que todo te será concedido". Ester no osó enseguida pedir la gracia para su pueblo, pero se despidió del rey rogándole que asistiese, con su primer ministro, a un gran convite que ella había preparado para ellos. Dios la había asistido. El primero y mas difícil paso había sido dado: durante el banquete hablaría.

Amán entre tanto había preparado todo para desencadenar la persecución. Un patíbulo particular había sido levantado para Mardoqueo. El convite fue digno de una reina oriental. El rey mismo que sabía que Ester tenía que pedirle una grande gracia la animó a hablar. "Aún la mitad de mi reino estoy dispuesto a concederte..." La reina habló revelando lo que Amán había hecho injustamente contra su pueblo, y como había preparado se exterminio, engañando con falsas acusaciones al rey. Abriéronse los ojos de Asuero sobre la infidelidad de su ministro, y ordenó que fuese colgado en el patíbulo que había preparado para Mardoqueo. Este vino a ser primer ministro y el pueblo fue salvado.


225 Jerusalén renacerá Jerusalén, aunque con el templo reconstruído, quedaba siempre una ciudad abandonada: muros y palacios eran un montón de ruinas. La noticia de la miseria de los repatriados llegaron a Persia, donde ahora reinaba el sucesor de Asuero, Artajerjes, y entristecían a los fieles que quedaron allá. Nehemías obtuvo del rey el permiso de ir a reconstruir Jerusalén. Solo, a la puesta del sol, sobre una cavalgadura, dio la vuelta alrededor de los antiguos muros. abriéndose paso con dificultad entre los escombros, llorando y orando al pensamiento de la grandeza pasada de aquella ciudad que Dios había escogido como su capital y sobre la cual pendían tantas promesas.

227 La renovación del pacto Con la ciudad y el templo se reconstruía también el pueblo de Dios. Precisaba reafirmar solemnemente la propia fidelidad al Señor. Todos los hebreos se reunieron en la ciudad renovada. Desde una tribuna el sacerdote Esdras, rodeado de los ancianos y de los príncipes, leía los libros de la ley de Moisés. El pueblo escuchaba en pie, conmovido, la larga serie de beneficios, de infidelidades y de castigos, que habían acompañado a su nación, y renovaba el propósito de perpetua fidelidad. A la renovada alianza con Dios se le dio también un carácter exterior. Los cabezas de familia suscribieron el texto de la ley, los sacerdotes le pusieron el sello y lo colocaron en la casa del Señor.

226 Reconstrucción Y se comenzaron los trabajos. Los pueblos vecinos veían con mal ojo que los hebreos se reorganizacen, e intentaron todos los medios para deshacer su iniciativa. Primeramente se mofaron de ellos, pero cuando se dieron cuenta de que trabajaban firme, pasaron a las acusaciones, diciendo que querían rebelarse contra Persia. Nehemías les mostró la autorización real, y entonces recurrieron a las armas. Los hebreos fueron obligados a trabajar en un estado de continua alarma. Todo trabajador debía tener ceñida la espada y al alcance de la mano la armadura y el arco. Al sonido de la trompeta debían suspender el trabajo y disponerse a la defensa, pero la fe y la constancia los sostuvieron y Jerusalén fue reedificada.

228 Fiesta de la alegría Caía precisamente en aquellos días una fiesta prescrita por la ley, pero que desde hacía años no se celebraba: La fiesta de los tabernáculos, instituída para recordar los cuarenta años que el pueblo había habitado bajo las tiendas en el desierto, y agradecer al Señor que había dado a su pueblo la tierra prometida. Era particularmente apta para solemnizar el nuevo ingreso en la patria. Fueron jornadas de alegría y de entusiasmo. Cada familia en las plazas, en las vías y sobre las azoteas, se construyó con ramas de olivo su cabaña, llamada entonces tabernáculo, y habitó allí los siete días prescritos, alternando con los himnos y sacrificios cotidianos, las manifestaciones de la más pura y franca alegría.


d NUEVAS PERSECUCIONES f 229 Bajo Siria Caído el imperio persa en el año 332, Palestina, sucesivamente bajo Alejandro Magno y los Tolomeos de Egipto, gozó de paz y de autonomía, pero cuando en el 198 cayó bajo Siria, comenzaron de nuevo los tiempos difíciles. Seleuco IV, rey de Siria, envió a su general Heliodoro a Jerusalén para hacer botín de los tesoros del templo. Un gran dolor hirió la ciudad, impotente ante la fuerza. En vano el sumo sacerdote Onías conjuraba al enemigo a respetar aquellas riquezas que representaban los fondos necesarios para el sostenimiento de tantos huérfanos, viudas y pobres que cada día debía alimentar el templo.

230 Castigo del sacrílego Pero Dios no permitió el sacrilegio. Aparecieron delante de Heliodoro y sus soldados un caballo montado por un terrible caballero y dos jóvenes bellísimos que estaban a sus lados. Una fuerza soberana derribó al suelo a la tropa enemiga. El hombre a caballo atajó el paso al general, mientras los dos jóvenes lo azotaron hasta dejarlo desfallecido. La intervención de Dios era manifiesta. La ciudad y el templo que habían sido testigos de escenas de dolor, veían ahora al pueblo en fiesta alabar a Dios, que había humillado la osadía de su enemigo con aquel milagro.

232 Persecución

231 Heliodoro curado El sumo sacerdote, temiendo que el rey de Siria acusase a Jerusalén de alguna traición, rogó al Señor que sanase a Heliodoro, para que pudiese testimoniar que solamente Dios le había abatido. Mientras hacía oración, aquellos mismos dos jóvenes de la aparición se acercaron al lecho en que había sido puesto el general enemigo, y le levantaron diciendo: "da gracias al sumo sacerdote Onías, porque en atención a él Dios te concede la vida", y desaparecieron. Heliodoro se alejó de la ciudad con sus tropas, lleno de veneracion y de temor por el Dios de Jerusalén, y vuelo a Siria, persuadió a su rey a no intentar más nada contra la ciudad y el pueblo de Judea. "Porque", dijo "El que habita en los Cielos, vela sobre ellos".

Hubo algunos años de paz, durante los cuales se introdujeron en la ciudad santa constumbres paganas contrarias a la austeridad tradicional. Antíoco IV, que sucedió a Seleuco, sitió y conquistó Jerusalén. En el atrio del templo, derribado el altar de los sacrificios, fue erigida una gran estatua a Júpiter, y el lugar santo vino a ser un templo pagano. Los muros de la ciudad fueron reforzados, y ella vino a ser una fortaleza Siria. Desencadenóse una gran persecución. Antíoco se había propuesto arrancar toda señal de aquella fe que había comprendido ser el secreto de la fuerza de aquel pequeño pueblo. Desterrado el culto del verdadero Dios, quemado los libros sagrados, los hebreos fueron constreñidos bajo pena de muerte a sacrificar a los ídolos.


234 Siete hermanos

233 Eleazar Se comenzó con las personas de mayor autoridad. El ejemplo de su apostasía facilitaría la obra de los perseguidores. Eleazar era un nonagenario doctor de la ley. Constreñido a tomar un manjar prohibido, rehusó. Fue condenado a muerte. Muchos le conjuraban a que al menos fingiese comer para salvar la vida, pero recibieron de él una novilísima respuesta: "Ninguno debe pensar que Eleazar, ya viejo, haya traicionado a su fe. Aún cuando pudiese librarme del suplicio de los hombres, no podría, ni vivo ni muerto, escapar de las manos del Omnipotente". Murió con la plegaria en los labios, ofreciendo su sacrificio por la salvación del pueblo.

235 Madre heroica El perseguidor había contado con que encontraría en el instinto materno un aliado. Aquella mujer, por el contrario, no cesaba de recordar a los hijos sus deberes para con Dios. Al fin quedó sola con el más pequeño. Antíoco le habló mostrándole a sus hijos que yacían muertos, y al que todavía le quedaba, instándola a que salvase al menos al último, persuadiéndolo a obedecer. El dolor que veía en el rostro de aquella madre ilusionó por un momento al rey, cuando la vio inclinarse sobre el niño y hablarle conmovida. Pero el temor de la mujer era otro. Que la debilidad del pequeño fuese vencida por los tormentos y los halagos.

Fueron conducidos a la presencia del rey, para que sacrificasen, una madre con siete hijos. Por todos respondió el primogénito: "Dispuestos estamos a morir antes que quebrantar las leyes patrias que Dios nos ha dado". Fueron desgarrados y muertos ante los ojos de la madre y de los otros hermanos, pero ninguno faltó a su fe. "Tu nos quitas la vida", dijo uno, "pero el Omnipotente nos la restituirá eterna". Otro extendiendo las manos dijo: "del cielo he recibido estos miembros y por amor a Dios los cedo, porque los he de volver a recibir de su misma mano". Y así, con palabras de fe ardiente en los labios, fueron al encuentro de la muerte.

236 El pequeño mártir "Acuérdate solo de Dios", le decía la madre, "acepta la muerte para que yo te recupere junto con tus hermanos", y detrás del niño, sumergida en su dolor, la madre oraba. En la sala, en un silencio lleno de maravilla y estupor, se oyó la voz del niño: "Yo no obedezco al mandato del rey, sino solo al precepto de la ley de Dios", y continuó inspirado de Dios, hablando del próximo fin de la persecución y del castigo que alcanzaría al que había osado erigirse contra Dios y su ley. El rey, airadísimo, descargó su furor sobre este niño con más crueldad aún que sobre los otros, hasta que lo mató. Después de él, también la madre siguió a los hijos en el martirio.


d EL MESÍAS ESTÁ CERCA f 238 La insurrección

237 Matatías Matatías, sacerdote de Jerusalén, se había refugiado con sus cinco hijos en el país de Modín. Pero también allí llegaron los enviados del rey. Erigido en la plaza un altar, obligaban a la población a sacrificar. Matatías fue conducido entre los primeros, pero fieramente rehusó. Mientras discutía aún con el juez, entró un hebreo que se disponía a traicionar su propia fe. El sacerdote ardió de indignación. Hizo un gesto a sus robustos hijos, y separándose de los guardias, mató al apóstata y lanzó el grito de rebelión: "Todo el que tenga celo por la ley y quiera permanecer firme en la alianza del Señor, sígame". Los fieles se sublevaron, los guardias huyeron a Jerusalén y Matatías con los hijos y un primer núcleo de rebeldes, tomó el camino de los montes.

Se organizó así la guerrilla. Con asaltos nocturnos e imprevistos a los presidios enemigos, a los templos paganos y a los lugares donde eran constreñidos los fieles a sacrificar, desorganizaron la obra de los ocupantes. Mientras tanto los hebreos, cada vez más numerosos, corrían a sus filas, de manera que se perfilaba ya la formación de un ejército regular. Matatías empero era demasiado viejo, y sintiéndose morir juntó a sus hijos. Les recordó las promesas de Dios. De la estirpe de David nacería pronto el Mesias, era necesario defender a toda costa la herencia de los padres, librando al país de los idólatras. Murió entregando su espada a Judas, el más valeroso de sus hijos. Este debería continuar su obra.

239 Judas macabeo Judas fue un digno sucesor. Fue llamado Macabeo, que significa martillo, porque con su valor aplastó a los enemigos de Dios. Reorganizadas las tropas, arrancó al invasor, una a una, las varias ciudades de Palestina. Ya solo resistía Jerusalén. Antíoco entonces envió contra él un poderoso ejército, mandado por Lisias. Los soldados de Judas, pocos y mal armados, sintieron venir a menos el valor. Mas el capitán les habló: "No la fuerza, sino la fe, vencerán la batalla". En el campo, mirando hacia la ciudad santa, antes de lanzarse contra el enemigo, invocaron la ayuda de Dios, y la gran victoria abrió el camino para Jerusalén.

240 Guerreros de Dios Jerusalén fue reconquistada y en el templo, consagrado de nuevo, volvió a comenzar el ofrecimiento de sacrificios al Altísimo. Pero no había cesado todo peligro. Los pueblos vecinos se coaligaron y un nuevo y poderoso ejército invadió Palestina. Fortalecidos por la oracion y la palabra de Judas los hebreos afrontaron la nueva y desigual batalla. El Señor vino en su socorro. Se vieron de repente precipitarse del cielo cinco caballeros: Dos se pusieron al lado del capitán, los otros marcharon delante del ejército. Una gran luz salía de ellos. El terror de los enemigos fue grande, y la suerte de la batalla fue decidida.


241 Muerte de Antíoco

242 Embajadores a Roma

El rey Antíoco, en estos tiempos, había estado lejos de Judea. Cuando supo la insurrección del pueblo y la derrota de sus generales, a marchas forzadas movióse hacia Palestina, con el propósito de destruir para siempre la pequeña nación rebelde. Aunque herido de grave enfermedad, no se cansaba de ordenar continuamente una mayor celeridad. Pero en la carrera su coche se volcó y tuvo una desastrosa caída. El efecto de esta y su enfermedad, que hacía caer su carne a pedazos, lo redujeron al término de la vida. Murió comprendiendo que todo era castigo de Dios por los males hechos a su pueblo. Su muerte interrumpió la expedicion.

Mientras tanto a Judas le llegaban las noticias de las empresas que habían hecho los romanos, el pueblo más poderoso de la tierra. Roma en aquel tiempo, vencidas las guerras púnicas, había extendido sus límites hasta España, Judea, África, y la penetraba en Asia. Se enviaron pues embajadores para estrechar alianza. En Roma, donde eran conocidas las grandes empresas de Judas, fueron recibidos con honor por el senado y fue extendido un tratado de amistad de mutua asistencia. No se sintieron empero sus beneficios efectivos, poque Palestina debió, por sí sola, librarse de sus enemigos, pero el hecho sirvió a Roma un siglo después para intervenir en Judea y agregársela como provincia.

243 La muerte del héroe

244 El cetro al extranjero

Después de Judas el mando continuó en sus hermanos y en su descendencia. Los distintos pueblos que, uno a uno, caían bajo los romanos, dejaron en paz a Palestina. Fue en el año 63 A.C. cuando, originada una guerra civil entre dos descendientes de los Macabeos por la sucesión, Roma intervino e hizo a Judea tributaria. Al fin, el año 40 A.C. el senado puso en el trono al extranjero Herodes. Un extranjero manda ya a los judíos en su tierra. La autoridad ha sido quitada de Judá. Según la antigua profecía, estaba para: "despuntar una estrella de Jacob, y cerca aquél que ha de ser enviado a salvar a los hombres". Pronto vendrá el Mesías.

Mientras los delegados estaban en Roma, Demetrio, que había sucedido a Antíoco, emprendió nuevamente contra Judas. El capitán, mientras se hallaba aislado con un destacamento de tres mil hombres, tuvo delante el ejércitro enemigo fuerte de veinte mil soldados. Le fue aconsejada la fuga para prepararse mejor para la batalla. Mas Judas no lo quiso. Su sacrificio retardaría el avance y permitiría al grueso de su ejército prepararse. El ímpetu de su intervención desconcertó un ala enemiga, pero rodeado por los otros cayó con todos los suyos. Por la tarde los hermanos recogieron su cadáver y lo sepultaron en medio de las lágrimas de todo el pueblo.


d JESÚS, JOSÉ Y MARÍA f 245 Jesús, José y María Hay en la historia de la humanidad un punto central, del cual, como de un faro luminoso, emana una gran luz. Esperanza y consuelo para los que lo precedieron en el tiempo, guía y sostén para los que vinieron después. Es la persona divina de Jesús con su vida, su doctrina, su gracia. "Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo". En casi todas las tradiciones antiguas, velada y envuelta en fábulas y supersticiones entre los paganos, clarísima hasta el punto de constituir la razón misma de su existencia en el pueblo hebreo, domina una idea común. La espera de un grande iniciador de una era mejor. Es JESÚS el gran esperado. En Él se concentra todo. Un hilo ideal lo une a los comienzos y al término de la humanidad. Cuando Adán, el primer hombre, salido perfecto de las manos del Omnipotente, hizo traición a su confianza y rompió su grandioso plan de una humanidad feliz, apareció al instante la imagen de Jesús, segundo Adán, reconstructor del plan destruído. Cuando en una época lejana, pero certísima, la humaniddad dejará de existir, y sea cerrado el ciclo de la vida iniciado en la tierra con Adán, será Jesús quien "bajará sobre las nuves del cielo a juzgar a todos los hombres". ¿Quién es Jesús?. Es el Hijo de Dios. Proclaman los evangelios y toda la enseñanza cristiana cómo Dios está en el principio y en el fin de todas las cosas. Cuando vino el tiempo oportuno, Dios envió a su Hijo unigénito, hecho hombre como nosotros, para redimirnos del pecado y darnos la posibilidad de subir hasta Él, hechos hijos suyos adoptivos. El es "la luz del mundo, el camino la verdad y la vida, quien le sigue no anda en tinieblas sino que tendrá luz en su vida". Vivió entre nosotros poco mas de treinta años. En el campo del mundo arrojó la semilla de su doctrina y su gracia, y lo fecundó con su sangre derramada por los hombres sobre el calvario. Fundó la Iglesia. Ella, guiada por Pedro y sus sucesores, deberá extenderse aún entre las más violentas tempestades y los más insidiosos parásitos, sin ahorrar sudor ni sangre, por todos los confines de la tierra, hasta que la semilla llegue a ser un árbol majestuoso que cobije bajo su benéfica sombra a todos los hombres. La virtud, el más puro heroísmo, la santidad, son los frutos del que le sigue de cerca. Pero aún para los indiferentes y los lejanos, la civilización, en el sentido verdadero de la palabra, tiene un solo origen: Jesús. Sobre el incesante surgir y desaparecer de tantas teorías que en vano prometen felicidad a los hombres, una palabra sola permanece perpetuamente viva, consoladora y amonestadora; la de Jesús. Su doctrina y sus obras hechas objeto de la predicación de los apóstoles, fueron pronto en sus puntos principales, fijadas por escrito. Así nacieron los evangelios. Entre los muchos escritos que llevaban este nombre, la Iglesia, con la autoridad recibida de Jesús, presentó siempre a los fieles como auténtica palabra de Dios las cuatro narraciones evangélicas escritas respectivamente por Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

La patria del redentor Palestina: Palestina, que Dios había escogido como patria del Redentor, es una franja de tierra en el Mediterráneo, situada entre Siria y Egipto, y atravesada en toda su longitud por el río Jordán. En la parte situada entre el mar y el río, se desenvolvió la vida terrena de Jesús. Estaba a la sazón dividida en tres regiones: Más al sur Judea. Era esta la parte más importante quizá por la cultura de la población, o porque allí estaba la ciudad santa de Jerusalén y el templo. Más al norte estaba Galilea, cuyos humildes habitantes, pastores, campesinos y pescadores, fueron los predilectos de Jesús. Quizo pasar entre ellos la mayor parte de su vida. Entre estas dos regiones estaba Samaria, territorio despreciado por los hebreos fieles, porque allí se practicaba una religión, que aún entroncando con la legislación mosaica, estaba contaminada por ritos paganos. Las autoridades: Verdaderos señores de Palestina, como ya de todo el mundo entonces conocido, eran los romanos. Al nacimiento de Jesús se sentaba en el trono de Roma su primer emperador, Augusto, quien, empero, siguiendo la política de los gobiernos que le habían precedido, gobernaba Palestina no directamente sino por medio de hombres de su confianza. Así era reconocido como rey de los judíos, desde el año 40 A.C. Herodes, llamado el Grande, por las suntuosas construcciones con que había enriquecido a Jerusalén. Pero su nombre no pasó a través de los siglos tanto por estas obras, cuanto más bien por la crueldad que tuvo en medida tan inhumana, que hace pensar en la locura. Angustiado continuamente por el pensamiento de tener pretendientes al trono, hizo asesinar a su mujer y tres hijos. Cuando del relato de los magos tuvo la sospecha del nacimiento de un nuevo rey de los judíos, ordenó la matanza de los inocentes. A su muerte el reino fue dividido entre los hijos. Pero Augusto intervino muy pronto para deponer a Arquelao, a quien habían tocado Judea y Samaria, y lo sustituyó con un procurador imperial. Tiberio, que sucedió a Augusto, elevó luego a tal cargo a Poncio Pilato, que tanta parte tuvo en la pasión y muerte de Jesús. El otro hijo de Herodes el Grande, Antipas, al cual había tocado Galilea, fue por el contrario mantenido en su cargo hasta después de la muerte de


Jesús. Digno hijo de su padre, se manchó con la sangre de Juan Bautista, que le había reprobado su vida escandalosa y tuvo también palabras de escarnio para Jesús, cuando en los tristes días de la pasión, fue conducido a su tribunal. Pero el gobierno de Roma dejaba a los hebreos una amplia autonomía en las cuestiones concernientes a su religión y a la administración de la justicia. Supremo órgano religioso y judicial era el Gran Sanedrín. Lo componían setenta miembros escogidos entre los sacerdotes, cabezas de familia y doctores de la ley. Era presidente por derecho el Sumo Sacerdote. Sus sentencias eran reconocidas por los romanos, los cuales, si era necesario, prestaban también los soldados para su ejecución. Solamente una eventual sentencia de muerte tenía necesidad de la aprobación del procurador imperial, para ser ejecutada. Esta asamblea se ocupó varias veces de Jesús, hasta que lo condenó a muerte y obtuvo de Pilatos el poder ejecutar la sentencia. El Sumo Sacerdote: Ocupaba una posición eminente en la legislación hebrea, pero su autoridad estaba muy decaída en tiempo de Jesús, después que los romanos y Herodes la habían reducido bajo su control, interviniendo a veces para deponer y elegir al Sumo Sacerdote, no obstante que el cargo debía ser vitalicio. Esto creaba confusión en los fieles, algunos de los cuales continuaban reconociendo al pontífice depuesto, mientras otros eran partidarios del nuevo elegido. Así encontramos, durante la pasión de Jesús, a Anás y Caifás, ambos con autoridad de Sumo Sacerdote. En la práctica era el supremo ministro del culto y conservaba cierta autoridad civil solo como presidente del Sanedrín. El templo: Centro de la religión hebrea era el Templo de Jerusalén. En los tiempos de Jesús era substancialmente el mismo que fue edificado después del destierro de Babilonia, pero había sido últimamente rehecho casi completamente y embellecido por Herodes, deseoso de ganarse así el amor de sus súbditos y hacerse perdonar su servilismo para el extranjero romano. Alrededor del Templo se desenvolvía toda la vida religiosa del pueblo. Era el único lugar donde se podía ofrecer el sacrificio al Señor, y a donde, para la celebración de las fiestas, especialmente las pascuales, acudían los fieles, al menos una vez al año, no solo de Palestina sino tambien de regiones lejanas. En cada pueblo estaba luego la Sinagoga, aunque esta era solo un lugar de reunión donde todos los sábados se leía y comentaba la Sagrada Escritura. Fariseos y escribas: Tenía mucha influencia sobre el pueblo la secta de los fariseos que, poderosos aún por el apoyo de los doctores de la ley, llamados escribas, representaban la corriente religiosa principal. Ellos se consideraban los verdaderos seguidores y los únicos intérpretes de la ley de Moisés. Pero en realidad su observancia era puramente exterior, y carecía de aquel espíritu que había animado la fe de los antiguos padres. Esto los ponía en continuo contraste con Jesús, para quien el alma de toda práctica religiosa debe ser un profundo amor a Dios y al prójimo. El Divino Maestro los llamaba "sepulcros blanqueados", porque, como los sepulcros, unían al esplendor exterior de sus obras la miseria interior, y ponía en guardia al pueblo respecto al seguimiento de sus enseñanzas, amonestando que, sin una virtud superior a la de los escribas y fariseos, ninguno podría entrar jamás en el Reino de los Cielos. El pueblo: Bien que gobernantes, sacerdotes y autoridades no fuesen un gran ejemplo de fidelidad a Dios, en el pueblo la práctica religiosa era todavía, en general, muy sentida, alimentada en los mejores por la confianza de que los tiempos del Mesías estuviesen ya cercanos. Pero la mayor parte esperaba un Mesías terreno, que librase a Palestina del yugo extranjero y la hiciese políticamente poderosa. Aquellas profecías que lo describían paciente y exaltaban la espiritualidad de su reino, eran voluntariamente olvidadas. Esto explica el comportamiento de la muchedumbre para con Jesús. Entusiasta de sus milagros era pronta en aclamarlo Mesías, pero igualmente pronta para alejarse de Él cuando lo vio presa de sus enemigos. En esta tierra de Palestina, fecundada por las palabras de tantos profetas, pero también erizada de tantas espinas, echó el Hijo de Dios su pequeña simiente, que luego extendería sus raíces y daría sus frutos en todos los rincones del mundo.


d LA ESPERA f 246 El primer anuncio La tradición llama con el nombre de "Protoevangelio", que significa evangelio anticipado, aquel anuncio que resonó en los primeros días de la creación, para encender una esperanza en el corazón de los primeros padres, que se hallaban avergonzados de su culpa y temblando a la voz de Dios, que amenazaba dolores y muerte. "Yo pondré enemistades, dijo el Señor a la serpiente infernal, entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descendencia suya. Ella te quebrantará la cabeza y tu en vano intentarás morderle el calcañar". (Génesis Cap. 3). Y cuando llegó la hora de la Providencia se inició la gran lucha. El Justo fue perseguido y muerto. La espada del dolor traspasó a la Madre del Justo, María Santísima y sus seguidores iniciaron el calvario de las persecuciones. Pero desde aquel momento, y son ya dos mil años, nada ha podido detener la marcha triunfal de la doctrina de Jesús, a la conquista de todas las almas.

248 Isaac La gran promesa fue repetida por Dios al hijo de Abraham, Isaac, y este la repitió a Jacob al darle la última bendición. Pero en la vida del jovencito Isaac hay un acto característico que hace de el una figura profética del futuro Mesías. Para probar su fe Dios había ordenado a Abraham, su padre, que le sacrificara su hijo unigénito. Y el patriarca, con el corazón temblando, se encaminó con el hijo hacia el monte indicado por el Señor para el sacrificio. (Genesis Cap. 22). El joven Isaac, que subía al monte del sacrificio llevando sobre los hombros la leña sobre la cual debía arder, sacrificado a Dios, representa al Redentor que sube al Calvario llevando la cruz, sobre la cual será inmolado. Víctima voluntaria de valor infinito, para reparar los pecados de la humanidad rebelde a Dios.

247 Abraham La primera familia se multiplicó según la orden de Dios, y los hombres poblaron las varias partes de la Tierra. A través de los siglos se formaron las tribus, las razas y los pueblos. Las pasiones desenfrenadas suscitaron envidias, odios, guerras, y se debilitó en el corazón del hombre la voz de la verdad y la conciencia. Y entonces, para realizar el designio de salvación de toda la humanidad, Dios escogió la descendencia de Abraham. Es el tronco de aquel pueblo que será llamado "pueblo elegido". Elegido, es decir por Dios, para ser el depositario de sus promesas, y para conservar la verdadera doctrina religiosa y moral hasta la venida del Redentor.

249 Jacob Jacob, moribundo en tierra de Egipto, a donde la Providencia le había guiado, llamó a su lado a sus hijos para la última despedida. Los bendijo uno a uno, pero las palabras más solemnes fueron para Judá. "Hasta que venga aquel que Dios a prometido enviar, le dijo, el cetro del mando permacerá en tu descendencia" (Génesis Cap. 49). Y por muchos siglos, aun en el destierro y en las persecuciones, de la tribu de Judá salieron los hombre las eminentes. En el año 40 A.C., un rey de origen extranjero, Herodes, puesto en el trono de Judá por los conquistadores romanos, mandaba ya sobre los descendientes de los grandes patriarcas. La espectación de los fieles que conocían la profecía era grande, y no fue defraudada. Dios envió al salvador prometido: Jesús.


251 Isaías

250 David Mil años antes de Jesús, los hebreos alcanzaron su mayor prosperidad bajo el reinado de David. También a él abrió el Señor el velo del futuro. El rey poeta cantó con todo el entusiasmo de un corazón ardiente de amor de Dios, los triunfos y los dolores del gran esperado. Su voz exulta al ver todos los pueblos en adoración delante de Él. También tiembla a veces de conmoción contemplándolo escarnecido de las turbas, despojado de sus vestidos, levantado sobre un patíbulo, tan atormentado que podían contarse sus huesos (Salmo 21). Este Hombre-Dios, vendrá de su descendencia. La gente de Palestina bien comprenderá el sentido de la profecía, y saludará a Jesús como el hijo de David.

Otros particulares añade a la vida de Jesús setecientos años antes de su nacimiento el profeta Isaías. "Una virgen tendrá un hijo, y este será Dios con nosotros. Él es el admirable, el Dios, el fuerte, el padre de los siglos futuros, el príncipe de la paz" (Isaías Cap. 7). Cuánta grandeza pero al mismo tiempo cuantos dolores ofuscan la visión del profeta. "Él ha tomado sobre sí nuestros males, ha llevado nuestros dolores. Como una oveja será llevado al matadero...será tratado como un malechor. Con sus dolores nos traerá la salvación (Isaías Cap. 53). Solo Dios podía, a siglos de distancia, inspirar con tanta precisión las varias fases de la vida de Jesús.

252 Miqueas Un profeta contado entre los menores, porque son breves sus escritos llegados hasta nosotros, es Miqueas que vivió en el siglo siete antes de Jesús. Su profecía sobre el futuro Mesías se refiere al lugar de su nacimiento, y a la universalidad de su misión. "Y tu, Belén, escribe dirigiéndose a esta aldea oscura de Palestina, eres pequeña entre las muchas ciudades de la tribu de Judá, mas de ti saldrá el caudillo que gobernará mi pueblo...a Él se convertirán todos, hasta los últimos confines de la tierra. Él será la paz" (Miqueas Cap. 5). Y a Belén guiará Dios a María y José, cuando esté próximo el nacimiento de Jesús. El nombre de este pequeño pueblo será conocido en los siglos más que el de toda otra gran ciudad.

253 Daniel Después del año 609 A.C., el pueblo hebreo derrotado y deportado, vivía en el destierro de Babilonia. Para asegurarle de la perpetua fidelidad a Dios a sus promesas surge el profeta Daniel. Los grandes imperios fundados sobre la fuerza, les decía, caerán en pedazos como estatuas de pies de barro, hasta que se establezca un reino que nadie podrá destruir, porque será el reino de Dios. Volveremos a la patria. Jerusalén y el Templo serán reconstruídos. No debemos desanimarnos, puesto que los tiempos del Mesías se acercan. Las palabras inspiradas del profeta indican también su fecha: Esto sucederá, después de setenta semanas de años, es decir 490 años. Tantos en efecto pasaron desde la reconstrucción de Jerusalén hasta Jesús.


d LA MADRE DEL SALVADOR f 254 La inmaculada

255 Nace la aurora

La Sagrada Escritura, desde las primeras páginas, habla de la Madre del Salvador como de aquella que iniciará la lucha victoriosa contra el demonio. Su aparición es comparada a la aurora que, precediendo a la salida del sol, es alegre anuncio del fin de las tinieblas nocturnas. A la nube, que alegra al agricultor, que en la campiña adusta espera el agua benéfica. En efecto, de tanta luz divina resplandeció el alma de María en el momento mismo en que Dios la creó, que el ángel podrá saludarla un día "llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres", ya que jamás Ella fue tocada del mal, ni siquiera en el primer instante de su existencia, a diferencia de todo otro hombre que lleva consigo la mancha original, triste herencia de quien pertenece a la estirpe de Adán. Desde su aparición es Ella toda pura, y la Iglesia la saluda como la única Inmaculada.

Los evangelios nos presentan a María cuando está ya para ser llamada a ser la Madre de Dios. Solo la tradición antiquísima, pero tan atendible que es aceptada en la liturgia de la Iglesia, nos da breves noticias de su vida precedente. Joaquín y Ana, de la estirpe de David, fueron sus padres. La fidelidad a la ley de Dios y la plegaria intensa les merecieron del cielo el don mas grande que jamás haya tocado a una familia. En su pobre casa vio la luz la más bella y la más grande de todas las criaturas. La Inmaculada Madre de Dios. Conmovidos los esposos la ofrecieron al Altísimo con el ferviente propósito de no omitir nada para que creciese consagrada toda a Él, y no se dieron cuenta ciertamente aquellos santos padres de que todo el paraíso estaba ya en torno de aquella cuna.

256 En el templo

257 Se desposa con José

Muchas familias hebreas acostumbraban confiar sus niñas, todavía en tierna edad, a una escuela que existía junto al Templo de Jerusalén, para ser allí educadas en la observancia más escrupulosa de la ley de Dios. En aquel santo lugar su ocupación era la oración, el estudio de las sagradas escrituras y las labores para mantener el decoro de los muebles y ornamentos sagrados. Así se preparaban ellas para fundar aquellas familias que deberían continuar la gloriosa tradición del pueblo de Dios. A la edad de tres años Joaquín y Ana, para ser fieles al voto hecho, y también movidos por las dotes sobrenaturales que iban descrubiéndose en su niña, llevaron a María a la escuela del Templo. Era la Providencia Divina la que guiaba sus pasos. Porque así, en el ambiente más apto, podía Ella prepararse para la gran misión a la que Dios la había destinado.

En el recogimiento del Templo, Maria sintió el llamamiento del Señor. Comprendió que su viaje debía ser consagrada toda a Él, y, cosa del todo insólita en los usos de aquellos tiempos, en que toda muchacha creía un deber el fundar la propia familia para la mayor grandeza de su pueblo, se ofreció al Señor con voto de perpetua virginidad. Con todo, tuvo que someterse, a su tiempo, a la tradición, y aceptar un esposo. Este fue José: hombre santo al que la voz divina había también llamado al camino de la pureza más absoluta. El lirio, que la tradición pone en la mano a José, y que la leyenda lo quiere florecido milagrosamente para indicarle esposo escogido por Dios para Maria, es símbolo de la pureza virginal que brilla como fúlgida gema sobre la que es la más santa de todas las familias.


d LOS HERALDOS f 259 Marcos

258 Mateo Mateo apóstol escribió el primer Evangelio, hacia el año 50 D.C. Él se dirige en particular a sus connacionales hebreos y recordando las palabras y los hechos de la vida del Maestro, de los que muchos de ellos habían sido espectadores, ha tenido cuidado de mostrar como han sido realizadas en Él las antiguas profecías. Tal argumento era para los hebreos, que tenían en gran veneración los escritos de los profetas, de gran valor para demostrar el origen divino de Jesús. El Evangelio comienza su escrito demostrando a través de la genealogía, que Jesús desciende de Abraham y de David, tal y como había sido anunciado del futuro Mesías. Por este elemento humano de la persona de Jesús, ilustrado en la primera página de su Evangelio, entre los símbolos de los evangelistas, que el apóstol Juan comtempló en una visión, la tradición señaló a Mateo el hombre.

Hacia el mismo tiempo, el apóstol Pedro, huído milagrosamente de la cárcel de Jerusalén, llegó a Roma y en la capital del imperio comenzó su predicación e hizo las primeras conquistas para la fe de Jesús. Los romanos convertidos, entusiastas de la palabra del apóstol, rogaron a Marcos que le seguía como fiel colaborador, que pusiera por escrito para ellos el resumen de la predicación de Pedro, a fin de que pudiesen revivir en las primeras reuniones cristianas, a través de la lectura, sus enseñanzas. Marcos accedió a su deseo, Pedro aprobó el escrito del fiel discípulo, y así nació el segundo Evangelio. La narración comienza en la rivera del río Jordán, cuando el Bautista, salido del desierto, empezó su predicación, para preparar los ánimos a recibir el mensaje de Jesús. El ambiente salvaje de la primera página de su Evangelio hizo atribuir a Marcos el símbolo del león.

260 Lucas Lucas era un médico de Antioquía convertido al cristianismo por el apóstol San Pablo. Le siguió como discípulo y colaborador. Como su gran maestro comprendió la importancia del escrito como ayuda a la predicación apostólica, se propuso escribir su Evangelio. Mas ni él ni Pablo habían sido testigos directos de la vida de Jesús, por lo cual recogió las noticias con escrupuloso cuidado de estudioso, interrogando a testigos oculares y consultando documentos. Fuente particular de preciosas noticias fue la Madre misma de Jesús, María. Así el Evangelio de San Lucas resulta el más rico de particularidades sobre la infancia del Divino Maestro. El ternero usado con frecuencia en los sacrificios hebreos le fue dado como símbolo por la primera figura que aparece descrita en su Evangelio: La del sacerdote Zacarías que precisamente, mientras cumplía los oficios de su ministerio, tuvo el anuncio del próximo nacimiento de su hijo Juan, el precursor de Jesús.

261 Juan Juan fue el apóstol que vivió más tiempo. Probó la persecución y el destierro, y pudo ver el primer afianzamiento de la Iglesia. Hacia el fin del primer siglo escribió su Evangelio, cuando ya se habían difundido las otras tres ediciones y la doctrina de Jesús había ya, a través de la predicación, penetrado en muchas almas. Aún siguiendo el mismo esquema de los otros evangelistas, Juan tiene cuidado de completarlos insistiendo sobre aquellos puntos que por su particular profundidad, solo después de una abundante predicación oral, podrían ser bien entendidos. Fue comparado al águila, que vuela sobre las más altas cimas, porque su escrito muestra las alturas sublimes a que el mensaje del Divino Maestro ha elevado a los hombres que a Él se acercan con fe. Por eso entre los símbolos le fue atribuído el del águila.


d ANUNCIOS CELESTES f 263 Zacarías mudo

262 El anuncio a Zacarías La narración evangélica de la vida de Jesús comienza con el anuncio del nacimiento del que según la profecía de Malaquías, debía preparar los ánimos a recibir al Mesías prometido. Aquel día el alto encargo de ofrecer el incienso sobre el altar del santuario, tocó al sacerdote Zacarías. Este, habiendo entrado en el lugar santo, cuyo umbral solo el sacerdote encargado del oficio divino podía pasar, tuvo una visión celeste. A la derecha del altar se le apareció el ángel del Señor que calmó en seguida su turbación diciendo: "No temas, Zacarías, pues tu oración ha sido bien escuchada..." La oración incesante de Zacarías y de su esposa Isabel era que Dios les concediese una descendencia, gloria a que aspiraba toda familia hebrea. Precisamente el próximo nacimiento de un hijo fue lo que el ángel Gabriel anunció a Zacarías, lleno de estupor.

El ángel le habló de la alegría que el hijo prometido traería a su familia y a su pueblo, mediante la misión a la cual Dios le destinaba: la de preparar los ánimos a recibir al enviado de Dios. A la primera turbación sucedió en Zacarías la duda ¿Con qué señal, preguntó, podré conocer que esto es verdad? Y como señal y a la vez castigo por su incredulidad, el ángel le anunció que quedaría mudo hasta el nacimiento del hijo. Mientras tanto, fuera el pueblo en oración, se maravillaba de la larga permanencia del sacerdote en el santuario. Cuando salió, comprendieron todos que algo misterioso debía haber sucedido, pero nada pudieron saber puesto que sus labios no lograban ya articular las palabras. Cuanto había anunciado el ángel de la visión se verificó. Ya en casa de Zacarías e Isabel se esperaba un niño.

265 La Virgen madre de Dios

264 El anuncio a María Seis meses después de este hecho prodigioso, el ángel Gabriel fue también enviado por Dios a Galilea, a la ciudad de Nazaret, a María virgen, esposa de José. "Yo te saludo, dijo el ángel, oh llena de gracia, el Señor es contigo". María quedó turbada en su humildad por aquel saludo que la ponía en un plano de tanta grandeza, y se preguntaba su significado. Mas el ángel continuó: "No temas, María, pues has hallado gracia a los ojos de Dios. Serás madre de un hijo y lo llamarás Jesús. Él será grande, será el Hijo del Altísimo. El Señor Dios dará a El el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin". María, recogida en profunda meditación, comprendía bien el sentido de aquellas palabras, que eran las mismas con que los antiguos profetas habían descrito al Mesías salvador.

Pero María tiene una pregunta que hacer. Ella, para responder a otro llamamiento de Dios, se había ya consagrado toda a Él, y lo mismo también José, su esposo. ¿Cómo podrá tener un hijo, ella que se ha ofrecido en perpetua virginidad a su Señor? Mas la respuesta del ángel le quita toda duda: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por cuya causa el Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios". El Redentor que ha de venir no tendrá necesidad de padre terreno, sino solo de un custodio, y tal será precisamente José. Él no tendrá otro padre que Dios. La Virgen ha comprendido el designio del Altísimo. Se inclina humilde y conmovida ante el gran misterio y exclama: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Y desde aquel momento el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, tomó carne humana y habitó entre nosotros, para nuestra salvación.


267 Magnificat

266 A casa de Isabel Para darle una prueba de que verdaderamente se estaban preparando los tiempos de la redención de la humanidad, el ángel había también anunciado a la Virgen el próximo nacimiento de un hijo a Zacarías e Isabel. María sabe, de este modo, que en aquella casa hay necesidad de ayuda y parte luego para aquel lejano pueblo, situado entre las montañas de Judea. El primer acto de la Madre de Dios fue un acto de caridad. A la llegada de María a casa de Zacarías se manifestaron otros prodigios. Isabel, apenas oyó el saludo de la parienta, fue iluminada acerca de la grandeza de aquella que venía a visitarla. "Bendita tú entre las mujeres, le dijo, y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que venga la madre de mi Señor a visitarme?" La alabanza a María, comenzada por el ángel y continuada por Isabel, resuena ya desde siglos bajo todos los cielos en todas las lenguas en la plegaria del Ave María.

Solo una revelación celeste podía haber hecho conocer a Isabel el misterio que se había obrado en María después del anuncio del ángel. A nadie había revelado la Virgen su secreto, ni siquiera a su esposo José. Conmocionada y con estupor al pensamiento de la sublime dignidad a que Dios la había llamado, prorrumpe inspirada en aquel bellísimo cántico que por las palabras con que comienza, se llama "Magnificat". Es el himno de acción de gracias a Dios, que puso sus ojos en la bajeza de su esclava. El que con su brazo poderoso levanta a los humildes y abate a los soberbios, y que en su bondad ha pensado en la salvación de todos los hombres. Leemos en el cántico la frase de María, que nosotros después de veinte siglos, podemos valuar en todo su valor profético, admirando cuántos fueron y son los devotos de la Virgen: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones"

269 José

268 Juan Llegó el día del nacimiento del niño en casa de Zacarías. Parientes y amigos acudieron a congratularse con los padres. Al octavo día, al cumplirse la ceremonia de la circuncisión, se debía imponer el nombre al niño. Todos pensaban que según el uso se le llamase con el nombre del padre, pero Isabel dijo: "Se ha de llamar Juan". La admiración de los presentes fue grande, puesto que ninguno en su familia había llevado jamás tal nombre. Se dio, pues, a Zacarías una tablilla para que escribiese en ella el nombre que había de ponerle al niño. El escribio "Juan es su nombre". Ese nombre le había sido, en efecto, indicado por el ángel en la visión, porque contenía el presagio de la misión que aquel niño debía desempeñar. Significaba en efecto: "Dios fue misericordioso". Desde aquel mismo momento Zacarías recobró el habla y sus primeras palabras fueron un himno de alabanza al Señor, que preparaba la redención de su pueblo mediante la venida del Mesías, al cual prepararía el camino aquel niño.

Entre tanto María, vuelta a Nazaret, se preparaba en el recogimiento al cumplimiento del gran evento fundamental para la historia de la humanidad. El nacimiento del divino Niño. José nada sabía todavía de la gran misión para la cual había sido elegida su esposa. Mas un ángel se le apareció llevando también el anuncio divino. Así supo que su virgen esposa tendría un niño por milagro del Altísimo y por obra del Espíritu Santo. Él era llamado a ser su custodio, su padre adoptivo. "Tú, le dijo el ángel, cuando nazca le pondrás por nombre Jesús, que significa Salvador, puesto que será Él quien salvará al pueblo de sus pecados". Así el Cielo puso los fundamentos para la redención de la humanidad. Ha nacido el precursor, está pronta la familia para acogerlo. Pronto Jesús, luz del mundo, comenzará a iluminar la Tierra y a discipar las tinieblas del error y del pecado.


d HA NACIDO EL REDENTOR f 270 Hacia Belén El edicto del emperador Augusto, que ordenaba el empadronamiento de todo el Imperio, fue el medio de que se valió la Divina Providencia para conducir a la Virgen de Nazaret a Belén, porque allí, según la profecía, debía nacer el Redentor. A Belén en efecto, lugar de origen de la familia de David, a la que pertenecían tanto María como José, debían trasladarse los santos esposos según las costumbres de entonces para hacerse inscribir en los registros del empadronamiento. El viaje de cerca de 150 kilómetros, fue largo y fatigoso. A ello añadió nueva pena el hecho de no poder encontrar, en la pequeña ciudad, un refugio para pasar la noche. Sea por el gran número de personas que les había precedido, sea por su evidente condición de pobreza, oyeron responderles por todas partes que para ellos no había puesto alguno en el recinto que servía de alojamiento a las caravanas.

271 El nacimiento de Jesús María y José buscaron un asilo para la noche en una de aquellas grutas que, en la campiña alrededor de Belén, servían de refugio a los pastores y sus manadas. Así, en una atmósfera de pobreza absoluta, vio la luz el Salvador del mundo. La Virgen envolviéndole en pañales, recostóle en un pesebre. Mientras los hombres estaban ausentes, sobre aquel lugar se abrió el Paraíso. Un ángel llevó la gran noticia a los pastores, que en la campiña velaban alrededor del fuego, sobre su grey, mientras una multitud de espírtus celestes inundó de luces y de cantos la llanura en torno a Belén, convertida en aquel momento en centro del universo. Alababan a Dios diciendo: "Gloria a Dios en lo más alto del cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad".

272 Los primeros adoradores

273 La estrella en Oriente

El ángel aparecido a los pastores, asustados por la visión celeste, les había dicho: "No temáis. He aquí que os traigo la buena noticia de una gran alegría que será para todo el pueblo, pues ha nacido hoy para vosotros el Salvador que es el Cristo el Señor, en la ciudad de David. Y sea señal para vosotros esto: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre". La visión y las palabras impresionaron a los pastores. El pensamiento de que los tiempos del Mesías prometido hubiesen comenzado o que el gran Esperado hubiese nacido tan cerca de ellos y en su misma condición, los llenaba de conmoción y estupor. "Vamos, pues, hasta Belén, a ver cuanto ha sucedido", se dijeron, y llegados a la gruta encontraron a María y José con el niño, como les había sido anunciado. El homenaje de aquellas almas sencillas fue la primera adoración a Dios hecho hombre por la salvación de todos los hombres.

Al nacimiento de Jesús estaban ausentes los poderosos y ricos del mundo. Esas clases en el mundo griego, romano y palestinense, no tenían la disposición de ánimo aptas para acoger con fe al enviado de Dios. Desde Augusto, el gran emperador romano, hasta Herodes que gobernaba Palestina, desde los filósofos hasta los literatos, desde los sacerdotes hebreos hasta los paganos, todos estaban sumergidos en la soberbia, el egoísmo y el vicio. No podían ciertamente figurar bien junto a la pureza de los ángeles y la sencillez de los pastores. El homenaje de hombres eminentes le vino al Redentor del lejano Oriente. Allá una estrella misteriosa fue vista por los magos, entendiendo por magos a hombres dedicados al estudio y por tanto, sabios, quienes inspirados por Dios, reconocieron en ella un aviso a tomarla como guía para llegar a la corte del gran Rey, Salvador del mundo. Con el corazón lleno de fervor y esperanza se aprestaron luego al largo viaje.


274 Al templo La ley hebrea prescribía que, ocho días después del nacimiento, todo niño recibiese la circuncisión, ceremonia que lo inscribía oficialmente al pueblo elegido. Si se trataba del primogénito de una familia, después de cuarenta días la madre y el hijo debían presentarse al Templo, la primera para la purificación legal, el segundo para ser ofrecido al servicio de Dios. Pero la ofrenda del hijo era puramente simbólica, y la familia, pagado un tributo, reanudaba su vida normal. El Hijo del Altísmo y su purísima Madre no se substrajeron a la ley, dando así un gran ejemplo de obediencia. El Niño fue, pues, circuncidado y en tal ocasión recibió el nombre de Jesús, como había ordenado el ángel. También el día prescrito, José llevó a su Santísima Esposa y al Divino Niño a él confiado, al Templo de Jerusalén.

275 Jesús ofrecido Era un espectáculo acostumbrado, a los ojos de los habitantes de Jerusalén, el ver dos cónyuges con su niño que iban al Templo en obediencia a la ley. Tampoco la familia de José se diferenciaba de las otras, si no es tal vez por una mayor pobreza. Pero Dios se revela a quien lo busca con corazón recto. Así había en Jerusalén un hombre justo y piadoso que se llamaba Simeón, el cual iluminado por el Espíritu Santo, esperaba al Redentor, con la certeza de que no moriría antes de haberlo podido ver. Cuando aquellos dos esposos que llevaban al niño, entraron al Templo, comprendió que el gran suceso portador de la salvación a la humanidad se estaba cumpliendo. Tomó en sus brazos al pequeño Jesús e, inspirado, rompió en un cántico de alegría: "Ahora puedes dejar a tu siervo morir en paz oh Señor, según tu palabra, porque mis ojos han visto la salvación a la faz de todos los pueblos, la luz que ilumina a las gentes y la gloria de tu pueblo".

276 La profecía de Simeón María y José están maravillados y conmovidos por la evidente revelación divina del gran misterio a aquella alma santa. Pero todavía más debía impresionarles la continuación de las palabras de aquel hombre que hablaba por evidente inspiración de Dios. "He aquí, dijo dirigiéndose al Niño, Él esta está destinado para ruina y resurrección de muchos, como blanco de contradicción". Luego se dirige a María: "Y a tí misma, una espada te traspasará el alma". Palabras proféticas considerando, tanto la vida terrena de Jesús, como su persona y su obra a través de los siglos. Hacia Él se dirigirán los sentimientos más opuestos desde el odio más satánico hasta el amor más heroico. Él será hecho constantemente blanco de inmensa envidia y de piedad profunda, de inextinguible odio y de indomable amor. Y junto a Jesús, víctima por los pecados de los hombres, su Madre. Ella, la gloria de la maternidad divina, está unida a las lágrimas de la Madre de los dolores.

277 Los Magos en Jerusalén Entre tanto los Magos habían llegado a Jerusalén, y, no viendo ya la estrella que los había guiado, comprendieron haber llegado cerca de la meta de su viaje. Por eso andaban preguntando: "¿Dónde está el nacido Rey de los judíos?, hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido con el fin de adorarle". Su pregunta sorprendió a los habitantes de Jerusalén y, sobre todo, a Herodes, celoso de su trono. Éste interrogó a los doctores de la ley acerca del lugar de origen del esperado Mesías, y supo que, según la profecía de Miqueas, había de nacer en Belén. Luego, en secreto, por no despertar publicidad al asunto, informó de ello a los Magos diciéndoles: "Id allá y haced diligentes averiguaciones acerca del niño, y, cuando le hubiéreis encontrado, hacedmelo saber, para ir yo también a adorarle". Pero su cortesía era solo aparente. Ocultaba el horrendo propósito de matar a cualquiera que, siquiera fuese un niño, pudiese despertar la más mínima preocupación sobre la estabilidad de su reino.


d LA INFANCIA DE JESÚS f

278 La adoración de los Magos

279 Hacia el destierro

Los Magos siguieron el consejo de Herodes, y, dejando la capital, tomaron el camino que conducía a Belén. Fuera de la ciudad volvieron a ver la estrella que los había guiado en su viaje y esto los llenó de alegría por saber que estaban en el camino correcto. Cuando la estrella se paró sobre una humilde casa de Belén, tuvieron la certeza de que allí debía estar el Rey al que habían venido a adorar. No era ya la gruta de la natividad, pero era con todo, siempre una pobre casa aquella en que había podido encontrar alojamiento la familia de Jesús. Los Magos, conmovidos, comprendieron el gran misterio, y entrando, adoraron a aquel Niño que estaba con su Madre. Y abriendo sus tesoros ofrecieron oro, incienso y mirra. Aquellos dones querían aliviar la evidente pobreza de aquella casa, pero era también el homenaje de su fe en aquel a quien reconocían como Rey, como Dios y también como el hombre, que con su sacrificio, debía traer la salvación a la humanidad.

Por la noche los Magos tuvieron un sueño. Una voz les amonestaba que volviesen pronto a sus pueblos, pero siguiendo otro camino, sin volver a pasar, como habían prometido, por casa de Herodes. Comprendieron que aquello era un mensaje del Cielo y obedecieron. También un ángel se le apareció en un sueño a José: "Levántate, le dijo, toma contigo al Niño y a su Madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise; porque Herodes a de buscar al niño para matarle". Aquella misma noche José, con Jesús y María, se puso en camino para el largo y fatigoso viaje a través del desierto, que de Palestina lleva a Egipto. La profecía hecha por Simeón en el Templo comenzaba a verificarse. Después de la fe y el amor de los pastores y de los Magos, se dirige ahora contra Jesús la crueldad y el odio de Herodes, y la espada del dolor comienza a traspasar el Corazón de María.

281 La vuelta de Egipto

280 Sangre inocente Mientras tanto Herodes esperaba ansioso la vuelta de los Magos. Cuando comprendió que toda esperanza era vana, se airó grandemente, y, roído del continuo temor de perder el trono, dio una orden inhumana, explicable solo en quien, por el mismo motivo, había hecho ya asesinar sacerdotes, mujeres, hijos y parientes. Del relato de los Magos había podido calcular el tiempo de la aparición de la estrella. Luego para estar bien seguro de que quien venía indicado como el nuevo Rey de los judíos no escapase, ordenó la matanza de todos los niños de dos años abajo, de Belén y sus alrededores. Con solo imaginar el tormento de aquellas criaturas, arrancadas a sus madres que imploraban y lloraban, podemos comprender bien la crueldad del tirano. Para honrar esta primera sangre inocente derramada por el odio a Jesús, la Iglesia honra a aquellos pequeños mártires con la fiesta de los Santos Inocentes.

La Santa Familia, llegada a la tierra de destierro, se estableció allí en espera de otros avisos celestiales, como había anunciado el ángel. Así, a la muerte de Herodes, el ángel apareció de nuevo a José en sueños y le dijo: "Levántate, toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel, pues han muerto los que querían quitar la vida al Niño". José obedeció, pero, al acercarse a los confines de Palestina, oyó que en el trono de Judea estaba el hijo de Herodes, Arquelao, que tenía fama de no ser menos cruel que el padre, y tuvo temor de nuevos peligros. Fue otra vez el ángel quien le ordenó renunciar al proyecto de establecerse en Belén, e irse en cambio a la antigua morada de Nazaret, en la provincia de Galilea. Allí había obtenido el trono Antipas, otro hijo de Herodes, el cual empero, sumergido como se hallaba en los vicios y en los placeres, no se ocuparía del niño Jesús.


282 Perdido en Jerusalén

283 El hallazgo

En Nazaret comenzó la vida escondida de Jesús, que durará cerca de treinta años. Un solo episodio rompe el silencio de los evangelistas sobre este largo período para representarnos un ejemplo de fidelidad a la ley, y arrojar un poco de luz de su naturaleza divina. Cuando Jesús tenía doce años, vino con María y José a Jerusalén para la Pascua. Era ésta una de las ocasiones en que todo buen hebreo debía ir al Templo para ofrecer el sacrificio del cordero. La obligación era para los hombres, pero las familias más fervorosas se hacían un deber de asistir en pleno. De Nazaret a la capital había cerca de 120 kilómetros, que solían ser recorridos en cuatro o cinco días. La caravana procedía en grupos, que se reunían después por la tarde para pasar la noche. Fue así que ya de vuelta, al término del primer día, José y María se dieron cuenta con inmenso dolor de que Jesús no estaba con ellos.

Volvieron inmediatamente sobre sus pasos. El ansia de los santos esposos en buscar a Jesús era acrecentada del hecho de conocer, un poco por la experiencia de su infancia, un poco por la profecía de Simeón que no podían quitarse de la mente, a cuantos peligros estuviese expuesto. Finalmente después de febriles averiguaciones entre parientes y amigos le hallaron en el atrio del templo, escuchando y preguntando a los doctores de la ley con tanta sabiduría, que todos estaban maravillados. El coloquio que se desarrolló entre María y el Hijo muestra el ansia materna de la Virgen, y al mismo tiempo revela la misión divina de Jesús, venido del Cielo para hacer la voluntad del Padre. Dijo María: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?, tu padre y yo te buscábamos con angustia". Respondió Jesús: "¿Por qué me buscábais con angustia? ¿No sabíais que yo debo estar allí donde se tratan los intereses de mi Padre?.

284 En Nazaret Volvieron a Nazaret, y, hasta que Jesús inicia su vida pública, no conocemos por el Evangelio ningún episodio. Solo unas pocas palabras resumen aquel período: "Jesús estaba sujeto a María y a José...crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres". El Hijo de Dios había venido, no solo para redimir al mundo con su sacrificio, sino también a enseñar, con su ejemplo antes que con la palabra, cómo había que vivir. Y de Nazaret viene una gran luz. El propio deber cumplido por obediencia, el progresivo crecimiento con la edad en la sabiduría, en la bondad y en la gracia, indican cual es la vida que conduce a la salvación. El ejemplo de su laboriosidad en el taller de José ennobleció el trabajo, convirtiéndolo en instrumento de perfección moral. La vida de aquella familia, unida en la virtud y en el amor más santo, puso la base de la gran reforma que Jesús debía obrar en la institución familiar.

285 Muerte de José Un episodio del que callan los evangelios, pero que tuvo particular relieve en la familia de Nazaret, fue la muerte de José, acaecida, según la tradición, en el último período de la vida escondida de Jesús. Este justo a quien Dios había escogido y guiado para la más alta misión encomendada a un simple hombre en la tierra, se extinguió cuando ya Jesús no tenía necesidad de un padre terreno, porque está para abandonar su casa, para llevar a los hombres la Palabra de Dios. Un gran dolor le acompaño en los últimos instantes; el de tener que dejar solos a su Esposa y al Hijo, que le habían sido encomendados por el Altísimo, expuestos a tantas persecuciones, que sabía no dejarían de traspasar el Corazón de María y de conducir a la muerte e Jesús. Pero, sin embargo, jamás hubo muerte más serena. Expiró en los brazos de Jesús y de María, con la certeza de dejar a sus seres queridos para volverlos a encontrar pronto en la más grande gloria.


d VIENE EL MESÍAS f 286 El precursor Entre tanto Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, respondiendo al divino llamamiento, se había retirado al desierto, donde, con una vida de oración y penitencia, se preparó a su misión. Así, poco tiempo antes de que Jesús dejase Nazaret para entrar en la vida pública, comenzó su predicación. La voz de este hombre austero salido del desierto, vestido de una ruda túnica de pelo de camello, se dejó oír en los pueblos de los alrededores del río Jordán, sacudiendo los ánimos. Su fama llegó también a Jerusalén, y de allí vino una delegación a preguntarle: "Que derecho y que autoridad tenía para hablar a las multitudes con palabras de fuego, como solo habían podido hacerlo los antiguos profetas. ¿Era acaso el Mesías?". Juan les respondió "Yo no soy ni el Mesías, ni Elías, ni un profeta; soy solamente aquella voz, predicha por Isaías, que va clamando en el desierto: Preparad el camino al Señor".

287 Haced penitencia La palabra de Juan era severa, como era su vida y su aspecto. "Haced penitencia, decía, que el reino de Dios esta cerca...ya el hacha está aplicada a la raíz del árbol, y todo árbol que no da fruto será cortado y echado al fuego". "¿Qué cosa, pues, debemos hacer?" le preguntaba la gente. Y Juan daba a cada uno consejos de perfección. "El que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene y haga otro tanto el que tiene alimento". Añadía luego para los soldados que también venían a escucharle: "No hagáis violencia, no calumniéis, y estad contentos con vuestra paga". Hasta los publicanos que, por su cargo de cobrar los impuestos, eran tenidos como personas poco honestas, acudían a él. "No exijáis más de lo que ha sido fijado" les decía Juan. Muchas conciencias eran removidas con su palabra, y en torno a él se fue formando un grupo de discípulos que imitaban su vida.

289 Bautismo de Jesús

288 El bautizador Las multitudes que acudían a Juan, conmovidas por su vigorosa palabra, confesaban sus culpas, y se hacían bautizar por él en las aguas del Jordán. Este rito era un símbolo de la purificación interior obrada por el arrepentimiento, y tanta importancia le daba el precursor, que fue llamado "el bautista" que significa "bautizador". Su lenguaje y sus virtudes inducían a muchos a pensar que el fuese el Mesías prometido y esperado, y tal voz iba poco a poco tomando consistencia, de manera que varias veces Juan tuvo que desmentirla. "Yo os bautizo con agua, les decía, para induciros a penitencia, pero el que vendrá después de mí, es más poderoso que yo. Yo no soy digno ni siquiera de ser su esclavo. Él os bautizará con el fuego del Espíritu Santo". Solo el bautismo que traería el Mesías infundiría en las almas la Gracia, destruyendo como fuego todo residuo de pecado.

Juan no conocía todavía al Mesías, pero esperaba su revelación por una señal divina. Así, efectivamente, un día manifestó: "El que me envió a bautizar me dijo: Aquel sobre quien vieres descender y posarse el Espíritu, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". El momento de la revelación estaba cerca. Un día Jesús partió de Nazaret y fue a aquel punto del Jordán donde estaba Juan. Bajo la mirada del bautista entró en el agua y pidió ser bautizado. El precursor sentía en su corazón que algo extraordinario había en aquel hombre e hizo protestas de su propia indignidad para administrarle aquel signo de penitencia. Mas Jesús insistió y Juan derramóle el agua sobre la cabeza. Sucedió entonces el gran prodigio. Abriéronse los cielos, y Juan vio descender el Espíritu Santo en forma de paloma, y oyó una voz del Cielo que decía: "Tu eres mi hijo amado, en quien me complazco".


291 Satanás

290 Jesús en el desierto Con el bautismo y la revelación al precursor Jesús comienza su vida pública. Deja ya su hogar de Nazaret, su trabajo, el estrecho recinto de los parientes y vecinos, para ir hacia las multitudes. También María quedó sola en Nazaret, y hasta la hora del último dolor, cuando con su Hijo subirá al Calvario, hará junto a Él solo alguna fugaz aparición. Ahora Jesús no tendrá ya una casa. Sus parientes serán aquellos que escuchan su Palabra. Mas antes de emprender su predicación, se retiró al desierto que se extiende allende del Jordán, y en aquella soledad pasó en oración cuarenta días y cuarenta noches, sin tomar alimento ni bebida. La humanidad a la que Jesús había venido a redimir tenía necesidad sobre todo de esto: desprenderse de las cosas terrenas para buscar y encontrar a Dios. Jesús comenzó su misión dando de esto un luminoso ejemplo.

Pero el demonio que había arruinado a la humanidad en Adán, seguía a aquel Hombre prodigioso, en el cual entreveía un gran enemigo suyo. Tal vez un nuevo profeta enviado por Dios, tal vez el Hijo mismo de Dios. Y como quien quiere hacer caer una fortaleza, lo asalta en los puntos mas débiles. Así Satanás dirigió sus tentaciones en la dirección en que es más fácil que caiga un hombre. Le tentó, pues, la sensibilidad, el orgullo y el deseo de poseer. Se acercó a Jesús después de los cuarenta días de ayuno y le dijo: "Si tú eres el Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan". Mas Jesús le respondió: " No solo de pan vive en hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Jesús no obrará ningún milagro para dar alivio a su cuerpo. Él está abandonado totalmente en la voluntad del Padre.

293 La victoria

292 Las tentaciones Satanás volvió por segunda vez al ataque. De la cima más alta del Templo mostró a Jesús la ciudad de Jerusalén y la multitud de fieles que se amontonaba abajo y le dijo "Si tú eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo pues está escrito: Dios te ha encomendado a sus ángeles, los cuales te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra". Pero otra vez fue pronta la respuesta de Jesús: "No tentarás al Señor tu Dios". Los milagros con que Jesús se mostrará Hijo de Dios no tendrán nunca el fin único de suscitar admiración, sino que serán dirigidos al alivio de quien tenga el ánimo bien dispuesto para la fe. Por último, Satanás mostró en visión a Jesús desde un alto monte los reinos del mundo en todo su esplendor y le dijo: "Todo esto te lo daré, si postrado a mis pies, me adorares".

También a la última tentación responde Jesús con la palabras de la Sagrada Escritura: "Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: adorarás al Señor Dios tuyo y a Él solo servirás". Entonces el demonio se alejó. Había ya comprendido que con la tentación directa no podría vencer a aquel hombre misterioso, insensible a las flaquezas de las pasiones. Probará entonces otro camino para alcanzar su victoria. Desencadenará contra Él el odio y la envidia de otros hombres, que pondrán toda clase de asechanzas a sus obras y le perseguirán hasta conducirle al patíbulo. Satanás no podía saber que precisamente sobre aquella cruz sería completada la redención de la humanidad, y que aquella muerte señalaría la victoria decisiva de su enemigo. Terminado el largo período de penitencia y vencidas las tentaciones, una multitud de ángeles rodeó a Jesús y le trajo alimentos.


d LOS COMIENZOS DE LA VIDA 295 Las primeras conquistas

294 El Cordero de Dios Jesús, dejando la soledad del desierto, volvió a la ribera del Jordán donde el Bautista continuaba su predicación. Apenas lo vio el precursor, lo indicó a los discípulos que estaban con él: "He aquí el cordero de Dios, les dijo, ved aquí el que quita los pecados del mundo". Ya el profeta Isaías había comparado el Mesías al cordero, símbolo de mansedumbre y de sacrificio, y las palabras de Juan querían afirmar quien verdaderamente era Jesús, y llevar de esta manera a Él a sus discípulos mas fieles. Pero estos no comprendieron quizá la intención de su maestro, y se quedaron. Al día siguiente Jesús pasó aún por allí y Juan de nuevo se dirigió con las mismas palabras a sus discípulos. Esta vez dos de ellos, Andrés y Juan, se decidieron al gran paso. Acercáronse a Jesús y le preguntaron: "Maestro, ¿dónde habitas?" Jesús respondió simplemente: "Venid y lo veréis", y los condujo a su morada.

La morada en la que Jesús acogió a sus primeros discípulos debía ser una gruta o una cabaña en las cercanías del río, y en aquel mísero lugar comenzó su vida apostólica. De la enseñanza aprendida, Andrés y Juan salieron con una fe nueva. Jesús era verdaderamente el Mesías y se hicieron enseguida sus apóstoles. Andrés tenía un hermano llamado Simón, también discípulo del Bautista. Hallóle y le dijo con entusiasmo: "Simón, hemos hallado al Mesías" y le llevó a Jesús. El encuentro de Simón con el Maestro fue acompañado de palabras entonces misteriosas, que solo más tarde serían reveladas en su pleno significado. "Tu eres Simón, le dijo Jesús, pero te llamarás 'piedra'" Sobre él, como sobre una sólida piedra, Jesús edificará su Iglesia.

296 Otros discípulos De Judea volvió Jesús con los tres primeros discípulos, hacia Galilea y en las cercanías de la pequeña ciudad de Betsaida encontró a un cierto Felipe. "Sígueme" le dijo. Bastó la mirada de Jesús y una palabra suya para hacer otro discípulo. El amor por el Maestro es una virtud que se difunde, y Felipe habiendo encontrado a un amigo suyo de Caná llamado Natanael, le anunció su nueva fe. Mas cuando éste oyó que Jesús era de Nazaret, se mostró mas bien incrédulo. "¿De Nazaret puede acaso salir alguna cosa buena?", dijo "Ven y ve tu mismo" le respondió Felipe. Le bastó escuchar pocas palabras de Jesús para entender que aquel hombre veía en lo más profundo de los corazones, y se sintió lleno de gran fervor. "Maestro, exclamó, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Natanael es el que, en la lista de los apóstoles, lleva el nombre de Bartolomé.

297 En Nazaret De Jerusalén Jesús volvió a Galilea. Era su patria y para ella reservaba las primicias de su predicación. En Nazaret, en la sinagoga, habló a sus conciudadanos. Leyó un párrafo profético de Isaías; lo comentó y concluyó: "Hoy, delante de vosotros, se ha cumplido la profecía que habéis escuchado". Su palabra suscitó gran admiración, pero no los convirtió a la nueva fe. "¿No es éste, decían, el carpintero hijo de José?". Jesús no dejó de reprocharles su incredulidad y entonces la reacción fue violenta. Le llevaron a la fuerza fuera del poblado hacia un peñasco que domina el pueblo, con ánimo de despeñarle; pero no había llegado todavía la hora del supremo sacrificio. Jesús hizo un gesto con la mano, y aquella multitud enfurecida, constreñida por una fuerza misteriosa, se abrió para dejarle el paso saliendo de Nazaret. Jesús escogió como su nueva patria de adopción la vecina Cafarnaún.


PÚBLICA f 299 El primer milagro

298 Las bodas de Caná En aquellos días en Caná, una localidad a unos diez kilómetros de Nazaret, se tuvo una fiesta de bodas, y por amistad o parentesco, fueron invitados también Jesús y María su madre. Con Jesús fueron también al banquete los discípulos que habían comenzado a seguirle. En tal ocasión sucedió el primer milagro y particularidad llena de significado; Jesús lo realizó a ruegos de su Madre. Se estaba al final del banquete cuando llegó a faltar el vino. María pensó en la confusión de los jóvenes esposos, precisamente en aquel día de alegría, si la cosa fuese advertida. Con delicadesa materna se dirigió a Jesús diciéndole "no tienen vino", pero la sonrisa y mirada que la acompañaban decían la fe inmensa de María en el poder y en la bondad de su divino Hijo.

Jesús comprendió bien lo que quería decir su madre y respondió: "¿Por qué me pides esto? aún no es llegada mi hora". María más que el sentido de las palabras observó la mirada de ternura de Jesús y vio bien sus intenciones generosas, por eso dijo a los servidores: "haced lo que Él os dirá". Jesús les ordenó que llenasen de agua seis grandes tinajas que estaban en la sala, y que las llevasen así al maestresala. Éste, según la costumbre, probó su contenido antes de servirlo a los comensales y las halló lleno de vino de calidad tan exquisita, que se maravilló de cómo hubiese sido conservado para el fin del banquete, y se congratuló de ello vivamente con el señor de la casa. La cosa no fue observada por la mayoría, pero bien la vieron los discípulos que estaban más cerca de Jesús y María, y su fe encontró una nueva y grande confirmación.

301 Los enemigos

300 Los profanadores del Templo Estaba ya próxima la pascua y Jesús volvió a tomar el camino a Judea, para ir a Jerusalén. Los primeros discípulos le acompañaban con la fe renovada por el reciente milagro. En el atrio del Templo se le presentó un espectáculo que le entristeció profundamente. El gran patio, rodeado de pórticos, que debía servir para preparar los ánimos al recogimiento de la plegaria, estaba cambiado en un mercado de los animales que allí se vendían para los sacrificios. Jesús, haciendo un látigo de cuerdas, se lanzó al sagrado recinto, y fulgurando a los profanadores con su mirada indignada, y golpeándolos con una fuerza sobrehumana, los puso en fuga, exclamando: "Quitad de aquí estas cosas, y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado. ¿Acaso no está escrito: mi casa será llamada casa de oración? y vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones".

El hecho impresionó a los fariseos. ¿Quién era éste que tomaba actitudes de reformador?. Se le acercaron luego, y con actitud arrogante, le preguntaron: "¿Qué señal nos muestras de que tienes derecho de obrar así?". Jesús les respondió de modo misterioso: "Destruid este templo y en tres días lo reedificaré". Él quería aludir a su cuerpo y a su futura resurrección de la muerte, como al milagro decisivo para la demostración de su divina misión; pero aquellos entonces no podían comprender. Entendieron, empero, que había surgido en medio del pueblo un decisivo adversario suyo. He aquí que Jesús ha salido ya de su vida escondida. Tiene alrededor de sí a sus fieles colaboradores. Las multitudes comienzan a interesarse en Él y aún los que le considerarán enemigo han sentido su presencia amonestadora. Ha comenzado el período central de su misión.


d EL MAESTRO DIVINO f 302 El Maestro Divino Un nuevo maestro predica en Galilea... Habla como nadie ha hablado jamás... En Caná, durante un banquete de bodas, se dice que ha cambiado el agua en vino...Está dotado de una fuerza prodigiosa. En Jerusalén a puesto en alboroto el atrio del Templo, arrojando con un látigo a los mercaderes y cambistas...Fue también visto discutir y oponerse a los jefes del Sanedrín... Estas voces no debieron tardar en difundirse en toda ciudad y villorio de Judea y Galilea, poco tiempo después que Jesús -dejada Nazaret- inició su vida pública. El terreno palestinense estaba bien preparado para que tales noticias suscitaran un enorme interés, desembocando instintivamente en la misma pregunta: ¿Será por ventura el Mesías prometido?. Así había sucedido también con Juan Bautista. Apenas se difundió la fama de la predicación del Bautista, las muchedumbres acudieron a escucharlo, preguntándose en su corazón si sería o no el Mesías, y hasta los jefes de Jerusalén enviaron una delegación de sacerdotes y levitas a pedirle cuenta de ello. "No soy, repuso, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que vendrá después de mí, pero fue antes de mí, a quien no soy digno de soltarle la correa de las sandalias". El profeta que hablaba en la ribera del Jordán había dado a entender claramente que la hora del Mesías estaba para sonar. Era necesario estar preparados para su venida. Y ahora acudían en masa a escuchar a Jesús. Fe, patriotismo, curiosidad, impelían alrededor de Él a gente de todas las categorías, siquiera fuese con sentimientos y esperanzas diversos. "¿Qué intenciones tenía? ¿Cuál era la sustancia de su enseñanza? ¿Reconstruiría el reino de Israel, sacudiendo el yugo romano y devolviendo a Palestina sus antiguas grandezas?" No en vano habría de ser "hijo de David". Fue sobre una colina de Galilea donde tuvo Jesús el gran discurso llamado luego "el sermón de la montaña", en el que anunció los puntos básicos de su misión. Se trataba verdaderamente de una reforma, de una revolución, de la conquista de un gran reino que tiene por confines los confines mismos de la tierra, pero en un sentido nuevo, inesperado para sus oyentes, incomprensible hasta para sus primeros discípulos. Se necesitará luego un paciente trabajo de evangelización, y la iluminación interior por obra del Espíritu Santo, después de la ascención de Jesús al cielo, para que esta palabra suya sea comprendida, vivida y llevada a todas las almas. Jesüs comenzó así: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos. Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los manos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijáos, porque será grande en los cielos vuestra recompensa... Parécenos ver aquella muchedumbre, parte sentada en la pendiente de la colina, parte en pie, apoyada en los árboles y en los bastones de viaje, escuchando atenta, en silencio, a aquel maestro que decía cosas jamás oídas, y mirándose unos a otros en las pausas del sermón, atónitos como dudando de haber entendido bien. Pero ¿cómo? ¿cómo puede afirmarse que la felicidad puedan tenerla los pobres, los perseguidos, los que lloran? Es la riqueza, el honor, la tranquilidad lo que hace la vida feliz. Y ver aquí a Jesús recalcar el mismo pensamiento. "¡Hay de vosotros, ricos...! ¡Hay de vosotros lo que ahora véis...! ¡Hay de vosotros los que ahora estáis hartos...! ¡Hay cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros...!" Pero ¿De qué felicidad hablaba el Maestro? ¿De qué reino y de qué conquista? Mas no debía parar aquí la maravilla. El Maestro continuaba: "Se dijo a los antiguos: no matarás"...pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio... "Se dijo a los antiguos: No perjurarás"...pero yo os digo que no juréis de ninguna manera...sea vuestra palabra: "Si, si: no, no" "Se dijo a los antiguos:...pero yo os digo..." En este tono habló Jesús de la caridad hacia el prójimo, que debe ser universal. Del matrimonio, que debe ser indisoluble. Del perdón a los enemigos, que debe ser pronto y radical. Pero más que con la sublimidad de estos preceptos, impresionaba a los oyentes con el tono absolutamente nuevo con que eran presentados. ¡Cuánta autoridad en sus palabras! ¿Qué derecho tenía de hablar así? Los "antiguos" a cuyas enseñanzas contraponía Jesús las suyas llevándolas a nuevas y más vastas consecuencias, eran Moisés y los profetas y la palabra de éstos era Palabra de Dios. "Mirad: el Señor onmipotente os habla así..." De este modo habían comenzado siempre los profetas sus discursos a los pueblos. Jesús, por el contrario: "Yo os digo..." ¿Era, pues, más que un profeta? ¿Por ventura Dios mismo? Una tal afirmación hubiera sonado a blasfemia en los oídos de todo hebreo, y Jesús irá gradualmente disponiendo los ánimos para aceptar el gran misterio de "Dios hecho hombre" como única explicación de su persona y de su obra.


Hacia el fin, el discurso se hace más tranquilo. Jesús recuerda el deber del amor hacia Dios, debe ser interior y profundo, de obras más bien que de palabras: "No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" A Dios se debe mirar con confianza, como a un padre y como tal lo debemos invocar "Oraréis así: Padre nuestro, que estás en los cielos..." Pero, si somos hijos del mismo Padre celestial, somos hermanos entre nosotros y he aquí la lógica del amor al prójimo: "No juzguéis...no condenéis...dad...perdonad..." La conclusión del sermón es una imagen muy significativa. "El que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente, que edifica su casa sobre roca". Nada podrá jamás derribarlo. Las indefectibles críticas de los fariseos no lograron apagar en las almas mas rectas la gran impresión causada por este sermón. "El enseña con autoridad, decían, y no como los escribas". Además manda a los espíritus inmundos y éstos le obedecen. Eran también los milagros que se multiplicaban a su paso los que atraían a Él las multitudes y las hacían atentas a sus palabras. La doctrina del sermón de la montaña la irá Jesús luego desarrollando y aclarando en su predicación. Palabra sencilla la de Jesús: En sus labios las ideas mas sublimes se hacen accesibles aún para los mas humildes, mediante parábolas y ejemplificaciones tomadas de la vida de cada día. Será el paso de un rebaño, una escena de pesca en el lago, un labrador que atiende al campo o a la viña, o también un relato adaptado a la fantasía popular, de una fiesta de bodas o de un banquete suntuoso, lo que dará motivo a Jesús para su predicación. De estas imágenes terrenas parte Él para llevar a sus oyentes, acostumbrados a mirar únicamente la tierra, a levantar la mirada a otro mundo, a otra vida donde vela y espera un Padre Celestial. Aquella será la felicidad real, porque será duradera. Es necesario, por tanto, trabajar, luchar por su conquista, como por la conquista de un reino. La "paternidad de Dios" y el "reino de los cielos" son la base de la enseñanza moral de Jesús. Los conceptos de amor al prójimo, de sacrificio, de renuncia, de perfección, derivan de ahí como consecuencia. Pero el alma de su enseñanza es otra. Hombres que dieron óptimas normas morales, si bien ninguno es lejanamente comparable a Jesús, los hubo en todo tiempo, pero ninguno tuvo un influjo durable y universal. "Veo el bien y lo apruebo, pero sigo el mal". Estas palabras de un poeta latino son la descripción precisa de todo hombre, hay en su ánimo una centella luminosa de bien, pero demasiado débil para convertirse en una llama. La fe dice siempre el por qué de ello: El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, decae, con Adán después de la culpa y se halla débil y desprovisto frente al mal. La misión de Jesús fue, ante todo, una misión "religiosa"; restablecer la relación del hombre con Dios. Relación íntima fundada sobre algo real que transforme al hombre y lo vuelva fuerte contra el mal. Esto a hecho Jesús, y ese don que transforma y fortifica tiene un nombre: Gracia. Cuando Jesús invita a seguirlo y enseña que solo mediante el se puede llegar al reino del Padre, no quiere decir solamente que se le escuche y que se sigan sus enseñanzas, sino que habla de algo vital que se comunica entre el y sus seguidores. No indica solo un "camino", sino que da también una nueva "vida". "Es necesario renacer" decía Jesús al docto fariseo, Nicodemo, que le preguntaba sobre su misión "para ver el Reino de Dios". "Pero ¿cómo?" preguntaba aquél maravillado. "Del agua y del Espíritu Santo" respondía el Maestro. Se trata de una nueva vida, dada mediante signos sensibles, cuyo inicio es el bautismo, y el complemento los demás sacramentos que Jesús irá instituyendo. Aquel don, fuente de una vida nueva, lleva a una presencia particular de Dios en el alma del hombre, el cual viene a sí como a ser transportado a la esfera divina. "Si alguno me ama, vendremos a él y pondremos en él nuestra morada". Será esto el primer "reino de Dios", la divinidad que erige su trono en el alma del hombre. Verdad misteriosa y demasiado alta para que el hombre pueda comprenderla. Se necesitará una ayuda del cielo. Para comprender el don de la gracia, es necesaria la gracia. Y esta vendrá copiosa sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia, después que Jesús haya cumplido su misión terrena, el día de Pentecostés. Comenzará entonces sobre la tierra el desenvolvimiento de la nueva vida. El bien hasta el heroísmo, el sacrificio aceptado como bienaventuranza, será posible para quien, acercándose a Jesús, se llene de aquel gran don...


d EL PADRE CELESTIAL f 303 Dios nos ama El mundo antes de Jesús no amaba a Dios ni creía en el amor de Dios por los hombres. Todos los pueblos tenían, si, su religión, pero las relaciones con la divinidad eran reguladas ya sea por el temor del castigo, o por el deseo de una protección sobre sus necesidades, y hasta de sus vicios. Aún entre los hebreos, que sin embargo tenían de Dios una idea justa, se le miraba sobre todo como al Señor y al juez severo de su ley. Fue Jesús quien trajo la consoladora verdad: Dios nos ama y tiene cuidado de nosotros. "Mirad las aves del cielo, dijo un día tomando ocasión de la naturaleza, ellas no siembran ni ciegan, ni recogen en los graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros mucho más que ellas?. ...Mirad como crecen los lirios en el campo; no labran, ni hilan, y sin embargo, os aseguro que ni Salomón en toda su gloria se vistió jamás como uno de ellos. Pues si Dios viste de esta manera una hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, ¿cuánto más cuidará de vosotros?".

305 La moneda perdida He aquí una mujer de casa. Con sacrificio ha ahorrado diez dracmas, pero mientras una tarde las cuenta en la penumbra, dejando libre su mente a tantos proyectos, se da cuenta que falta una. Entonces, ansiosa, enciende la luz, toma la escoba, revuelve la casa, y no se detiene hasta que la ha encontrado. Su alegría es grande, y no puede menor de hacer participantes de ella a sus amigas y vecinas. Como aquella moneda es el alma de todo hombre, lleva impresa la imagen de Dios y es el precio por el reino de los cielos. Mas si el pecado la mancha, pierde aquella imagen, no sirve ya para la gran adquisición. Dios entonces la busca con premura. La rodea con la luz de la verdad y de la gracia. Le crea en torno suyo tanta ocasiones para que vuelva a su valor y semejante a la alegría por la moneda encontrada, es la fiesta que se hace en el cielo delante de los ángeles cuando un pecador se convierte.

304 La oveja descarriada Pero las aves y las flores no ofenden a Dios, el hombre sí: ¿Cómo podrá Dios amarle?. Y Jesús insiste: Él es vuestro Padre celestial, y el corazón de un padre no cesa de latir de amor aún por el hijo extraviado. He aquí un pastor. Tiene cien ovejas que son toda su vida. Todas las tardes, al volver del pasto, las cuenta y amorosamente, una a una, las introduce en el redil. Pero aquella tarde falta una. No solo el daño de la pérdida, sino el amor y la compasión por la oveja expuesta al frío de la noche y a los asaltos de los lobos, es lo que el impulsa a rehacer el camino recorrido para buscarla. Y, habiéndola encontrado, se la carga sobre los hombros, la lleva al aprisco y comunica a los vecinos su gran alegría. Así Dios busca y llama a quien de Él se ha alejado. "Hay mayor fiesta en el cielo, concluye Jesús la parábola, por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia."

306 El abandono del hijo Pero donde con un ejemplo más eficaz, por estar reflejado en el drama de una familia, muestra Jesús el gran amor de Dios por los hombres aún rebeldes a su ley, es en la parábola del hijo pródigo. "Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo al padre: Padre, dame la parte de los bienes que me tocan. Y el dividió entre ellos los haberes.Y de allí a pocos días, el hijo más joven recogidas todas sus cosas, se marchó a un país muy remoto..." Ciertamente aquel padre experimentó gran dolor. Ninguno más que él quería la felicidad de su hijo, pero una felicidad sólida y duradera, cual solo hubiera podido alcanzar en la fidelidad a las honestas tradiciones de su casa. Le vio partir con inmenso dolor. No le maldijo. Le sostenía un solo deseo y una sola esperanza: que retornara algún día a la casa paterna.


308 En el camino del retorno

307 En la miseria En aquel lejano país disipó todo con una vida disoluta. Y cuando lo hubo gastado todo, sucedióse una gran carestía y comenzó a faltar lo necesario. Se juntó entonces a uno de los ciudadanos de aquella región, quien le envió a sus campos a cuidar puercos... ¡Qué humillación!. El heredero de una gran riqueza ante el cual se inclinaban obedientes los siervos, que tomaba su reposo sobre blandos sofás en estancias perfumadas, se halla ahora reducido al hambre, al desprecio, a tomar alimento y reposo sobre el hedor y los gruñidos de los cerdos. Y su mente va, con tristeza, a la casa que ha abandonado. Ve al padre y al hermano, ve a sus siervos ¡cuánto mejor que él están!. "En la casa de mi padre ¡cuántos tienen pan en abundancia y yo aquí muero de hambre!."

Maduró entonces la gran decisión: Volveré a casa de mi padre. Mas el pensamiento de su familia le espantaba: ¿Qué acogida encontraría?. Imagina la mirada de su padre señalándole aquella puerta que había atravesado orgulloso de la riqueza que finalmente era suya; la cara burlona del hermano hacia él, que lo había creído libre y feliz. Pero así no podía continuar. Había que vencer toda vacilación y probar. Al fin decidió. "Diré así a mi padre: Padre, he pecado contra el cielo y contra tí. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus criados". Y un día abandonó el rebaño, cubierto de harapos, con el alma suspendida entre el temor y la esperanza. Volvió a tomar aquel camino que en otro tiempo había recorrido embriagado de libertad.

310 El padre y los hijos

309 El encuentro con el padre El ansia que le había acompañado en el largo viaje aumentó cuando vio en lontananza la casa de su padre. Pero entonces sucedió lo imprevisto. Un viejo, que en el paso y en los gestos denotaba una grande conmoción le venía al encuentro. Era su padre, el cual siempre en su corazón había alimentado la esperanza de aquel retorno, y sintió que bajo aquel aspecto de mendigo, estaba su hijo. Éste no tuvo siquiera el tiempo de decir las palabras que mil veces había repetido dentro de sí, cuando se encontró estrechado entre los brazos del padre, bañado de sus lágrimas y cubierto de besos. Y oyó las órdenes presurosas que daba a los criados: "Presto, traed aquí luego el traje mas precioso y ponedselo. Colocadle un anillo en el dedo, y calzadle las sandalias. Comamos y celebremos un banquete, pues este hijo mío estaba muerto y ha resucitado, habíase perdido y ha sido hallado."

Aquel padre es Dios, quería enseñar Jesús que todo hombre, aún cuando se aleja de Él, es seguido y acogido con igual amor cuando arrepentido vuelve a Él. Pero, como Dios tiene corazón de padre para el pecador, así cada uno debe tener para Él corazón de hijo. Con tal enseñanza concluye la parábola. Durante el banquete llegó el hermano mayor, el cual oyendo el motivo de aquella fiesta insólita, indignóse y no quiso entrar en la sala. Salió el padre mismo a invitarle, mas él respondió: "Tantos años ha que te sirvo, sin haberte jamás desobedecido en cosa alguna que me hayas mandado, y nunca me has dado un cabrito para merender con mis amigos. Y ahora que ha venido este hijo tuyo, el cual ha consumido su hacienda en placeres, has hecho matar para él el becerro mas cebado". Mas el padre le dijo: "Hijo mío, tu siempre estás conmigo y todos mis bienes son tuyos, mas era muy justo el tener un banquete y regocijarnos, por cuanto éste, tu hermano, había muerto y ha resucitado. Estaba perdido y se ha hallado".


d LA NUEVA VIDA f

311 La grey fiel

312 El buen pastor

Dios ama a los hombres, y estos deben amarse entre sí. Se hará de este modo como una sola familia, en el cual Dios es el padre y todos los hombre hermanos. Mas ¿Cómo podrá haber un vínculo de amor entre Dios y los hombres, entre el Omnipotente y su criatura, entre la perfección infinita y el pecador?. Jesús ha hecho posible ésto. Su amor por los hombres, llevado hasta el sacrificio total, hace que el Padre Celestial pueda ver en todo hombre la imagen de su hijo. Cuántas veces se había parado Jesús a contemplar una grey en las campiñas de Palestina. Aquellas ovejas que se apretaban alrededor del pastor, chocándose en competencia por estar más cercanas y recibir sus caricias, le conmovían porque pensaba en Sí mismo. Todos los hombres deberían seguirle con igual devoción, para poder llegar hasta Dios. "Yo soy el buen pastor, decía entonces a sus discípulos, y el buen pastor sacrifica su vida por sus ovejas".

Es necesario, pues, seguir a Jesús con confianza y amor. El ama verdaderamente a los hombres, hasta darse a Sí mismo. Y así continúa con el ejemplo de la grey. "El ciervo que es pagado para cuidar las ovejas y no es el verdadero pastor, si ve al lobo acercarse, huye y abandona la grey a su destino, porque a él no le importa nada de las ovejas. Yo, por el contrario, soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, y estoy pronto a dar la vida por salvarlas". Mas en este momento la mirada de Jesús se vela de tristeza, mirando la pequeña grey que le rodea, sus apóstoles y pocos fieles, y dice: "Tengo otras ovejas que no son de este redil. También aquellas es necesario que yo las reúna". Pero añadió enseguida animado de una gran certeza: "También ellas escucharán mi voz y se hará un solo redil y un solo pastor".

313 La vid y los sarmientos El ejemplo del pastor y de la grey da solo una lejana imagen de la unión que debe existir entre nosotros y Jesús. El vínculo debe ser mucho más estrecho, un vínculo de vida común. Una semejanza más eficaz la toma el Maestro Divino de la naturaleza. Al tiempo de la poda la mano hábil del agricultor corta muchos sarmientos, hace con ellos un haz y los echa al fuego. Solo aquellos que quedan unidos a la vid darán fruto, porque en ellos corre la misma savia vital del tronco. "Así, dijo Jesús, yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto....Si alguno no permanece en mí será echado fuera, lo recogerán en fajos y lo echarán a quemar en el fuego..." La misma savia vital que une tan íntimamente a Jesús con su Padre, la gracia, es el gran don que ha venido a traer a los hombres...

314 Nicodemo Este don que Jesús lleva a los hombres que le siguen los eleva tanto, que la mirada de Dios puede posarse sobre ellos y llamarlos con el nombre de "hijo". Esto señala verdaderamente el comienzo de una nueva vida. Jesús habló de ellos claramente a Nicodemo, un doctor de la ley, que atraído pos sus palabras y por sus milagros, no osando acercársele por temor a sus correligionarios, fue de noche a encontrarle. "En verdad te digo que quien no naciere de nuevo, no podrá ver el reinod e Dios", le dijo Jesús. "¿Pero cómo puede nacer un hombre siendo viejo?", respondió admirado Nicodemo. "Te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos", explicó el Maestro. Jesús indicaba así la ceremonia del bautismo, escogida por Él para dar a las almas el don divino que las hace nacer a la nueva vida.


315 La samaritana La gracia que abre las puertas del reino de los cielos es como una agua viva que de tal manera quita la sed de las almas, que quien bebe de ella no tendrá más sed. Con esta imagen Jesús explicó su don a una mujer de la región de Samaria. Era cerca del mediodía y Jesús, que volvía de Jerusalén a Galilea, se sentó cansado junto al pozo cerca de la ciudad de Sicar, miestras los apóstoles se habían alejado para adquirir comida. Al pozo, a sacar agua, vino una samaritana. "Mujer, le dijo Jesús, dame de beber". La respuesta descortés rebeló la secular aversión de los samaritanos para con los judíos: "¿Cómo tu, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Pero, bajo aquel velo de soberbia, Jesús vio un alma que conquistar a la nueva vida y continuó el discurso.

316 El agua viva "Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, se lo pedirías a él, y él te daría agua viva". La curiosidad llevó a la mujer a insistir: "Señor, tú no tienes con que sacar agua y el pozo es profundo, ¿Cómo puedes tener agua viva?". Jesús entonces le habló de su don, agua viva que apaga todo deseo terreno y que conduce a la vida eterna. En la mujer, a la curiosidad siguió la admiración, y cuando Jesús le reprobó su vida escandalosa, sucedió el espanto. Dejando allí su cántaro corrió a la ciudad. "Venid, anunció a los habitantes de Sicar, a ver a un hombre que me ha dicho todo cuanto yo he hecho. ¿Será quizá éste el Mesías?". Después, cuando los Apóstoles llevaron de comer a Jesús, oyeron esta respuesta maravillosa "Yo tengo para alimentarme un manjar que vosotros no sabéis..." La gracia había entrado en una nueva alma y la gran hambre de Jesús quedaba saciada.

317 El pan vivo La vida tiene necesidad de alimento, y Jesús nutrirá de sí mismo las almas llamadas a la nueva vida en la familia divina. Un día cuando, terminada su misión, vuelva al Padre, los hombres no quedarán sin su presencia, y ésta, real en las apariencias de pan y vino, será para ellos consuelo y alimento. Afirmación ésta llena de misterio. Cuando Jesús hizo promesa de ello, incrédulos a la posibilidad de tan gran milagro, se alejaron. Mas nada es imposble cuando el poder infinito se une a un amor infinito. "Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y, sin embargo, murieron, dijo Jesús en un discurso tenido en Cafarnaún. Yo os daré un pan bajado del cielo, yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien comiere de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la salvación del mundo".

318 Solo con los apóstoles Demasiado misteriosas eran las palabras del Maestro y se oyeron protestas: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Mas Jesús recalcó el mismo pensamiento: "En verdad os digo: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna..." La verdad que aquellas palabras escondían era impenetrable. Solo en la última cena comprenderán los Apóstoles su gran significado. "Este lenguaje es demasiado duro, se andaba diciendo en tanto entre la multitud, ¿Quién lo puede entender?". Y muchos, aún de los discípulos, abandonaron al Maestro. Quedó solo con los doce Apóstoles. Pero aún de ellos quería un acto de fe en su amor, dispuesto a comenzar de nuevo su obra si no lo hubiera encontrado. "Vosotros ¿Queréis también retiraros?", les preguntó. Respondió Pedro, interpretando el pensamientro de todos: "Señor, ¿A quién iremos?, solo tú tienes palabras de vida eterna"


d EL PRÓJIMO f

319 El viandante agredido

320 El buen samaritano

Jesús ha traído el consolador anuncio: "En el cielo hay un padre que nos ama". Pero de esta verdad deriva una conclusión: "En la tierra tenemos tantos hermanos que debemos amar. En toda la familia la mayor alegría del padre es el contemplar el amor recíproco entre sus hijos". Y tanto insistió Jesús sobre el amor al prójimo, que lo indicó como la nota distintiva de sus seguidores: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos., si os amáreis los unos a los otros". ¿Pero quién es nuestro prójimo?. La pregunta se la dirigio a Jesús un doctor de la ley. El, como todo hebreo, pensaba que "prójimo" eran solo los amigos y compatriotas. ¿Tenía acaso Jesús una idea más universal?. Como respuesta, el Maestro les propuso una parábola. "Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, que lo despojaron de todo, le cubrieron de heridas y se fueron, dejándole medio muerto..."

El camino que conducía de Jerusalén a Jericó atravesaba, en unos treinta kilómetros, una región montañosa y despoblada que se prestaba a asaltos de parte de los bandidos. Víctima de una de esas fechorías, el hebreo de la parábola quedó solo lamentándose en la orilla del camino. Ahora bien, bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote, y aunque le vio pasóse de largo. Igualmente un levita, a pesar de que se halló vecino al sitio, le miró y siguió adelante. Esto a pesar de que aquellos eran sus compatriotas y aún por su misma misión hubieran debido prestar ayuda. Ellos eran verdaderamente "prójimo" aún según la ley antigua y con todo no tuvieron la buena voluntad de aplicarla. Pero un samaritano llegóse donde estaba el herido, y viéndole se movió a compasión, arrimósele, vendó sus heridas, bañándolas con aceite y vino, y subiéndole en su cabalgadura le condujo al mesón y cuidó de el. ¡Precisamente un samaritano! Según su ley, éste, si que hubiera podida pasar adelante. Judíos y samaritanos estaban, en efecto, divididos por un odio secular Sin embargo fue el único que sintió compasión y prestó su ayuda. Así es el amor por el prójimo predicado por Jesús. Ante el dolor y la miseria, donde quiera que hay una lágrima que enjugar o un socorro que prestar, debe desaparecer todo sentimiento de nacionalidad o de religión. Solo debe prevalecer el sentimiento de la fraternidad universal. Tal ejemplo presentó Jesús como respuesta a su interlocutor, al cual preguntó: "¿Quién de estos tres te parece haber sido el prójimo del que cayó en manos de los asesinos?" Aquél respondió: "El que usó con él de misericordia". Jesús entonces le dijo, dirigiendo sus palabras a todos los hombres: "Pues anda, y haz tú otro tanto".

321 El prójimo ¡Precisamente un samaritano! Según su ley, éste, si que hubiera podida pasar adelante. Judíos y samaritanos estaban, en efecto, divididos por un odio secular Sin embargo fue el único que sintió compasión y prestó su ayuda. Así es el amor por el prójimo predicado por Jesús. Ante el dolor y la miseria, donde quiera que hay una lágrima que enjugar o un socorro que prestar, debe desaparecer todo sentimiento de nacionalidad o de religión. Solo debe prevalecer el sentimiento de la fraternidad universal. Tal ejemplo presentó Jesús como respuesta a su interlocutor, al cual preguntó: "¿Quién de estos tres te parece haber sido el prójimo del que cayó en manos de los asesinos?" Aquél respondió: "El que usó con él de misericordia". Jesús entonces le dijo, dirigiendo sus palabras a todos los hombres: "Pues anda, y haz tú otro tanto".

322 El deudor perdonado Ante la necesidad del prójimo debe prevalecer sobre todo el amor. Pero ¿Ante la ofensa?. "Aún entonces hay que amar", responde Jesús. "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian..."


"Mas ¿Cuántas veces deberé perdonar? Le preguntó un día Pedro, ¿Bastan siete veces?". "No, le respondió Jesús, perdonarás setenta veces siete". Era aquella respuesta un proverbio de aquellos tiempos que significaba "siempre" y, como lo hacía frecuentemente, aclaró su enseñanza con una parábola. Un rey, dijo, quiso tomar cuentas a sus criados, y le fue presentado uno que le debía diez mil talentos, una suma verdaderamente fabulosa. Como no podía pagar, el soberano ordenó que se vendiesen todas sus cosas, y que él mismo con la mujer y los hijos fuese conducido al mercado de los esclavos. Pero tanto rogó el deudor, que le rey, movido a compasión, le perdonó la deuda.

323 Justo castigo El beneficio recibido no hizo mejor a aquel siervo. Habiendo encontrado, en efecto, a un compañero suyo que le debía una suma irrisoria, cien denarios, le agarró por el cuello diciéndole: "Págame lo que me debes", mas él le suplicó: "Ten paciencia, que te lo pagaré todo". En vano, el acreedor le denunció para que fuera arrestado. Cuando el rey vino en conocimento del hecho, le hizo llamar y le dijo: "Criado inicuo; yo te he perdonado toda aquella deuda...¿No debías también tu tener piedad de tu compañero, como yo la he tenido de ti?, e indignado le entregó en manos de los verdugos". La imagen es evidente. No será tan difícil perdonar las ofensas, cuando se piensa en la gran bondad de Dios para con nosotros. "Y como aquel rey, hará con vosotros el Padre Celestial, concluyó Jesús, si no perdonares de corazón a vuestros hermanos".

324 Jesús entre los inocentes Además del menesteroso y enemigo, otra categoría de personas debe ser objeto del amor: el niño. Puede parecer muy natural este amor, pero la sociedad en los tiempos de Jesús no lo pensaba así. El niño es débil, y no se puede sacar de él ventaja alguna. Ninguna ley tutelaba sus derechos ni le socorría en sus necesidades. Entre las ruinas de las antiguas civilizaciones en vano buscaremos un hospicio para huérfanos y abandonados, que, sin embargo, debían ser tan numerosos. Solo las madres amaban a sus niños, y un día algunas llevaron sus pequeñuelos a Jesús para que los bendijese. "Dejan que los niños vengan a mí", dijo a los discípulos que trataban de alejarlos. Los quiso cerca, los abrazó y los bendijo. En otra ocasión, mostrando uno a sus apóstoles, añadió: "El que acogiere a un niño en mi nombre, a mí me acoge"

325 Dios y César

326 El escándalo

Al prójimo nos liga no solo el amor, sino también la justicia. Una pregunta maliciosa de los fariseos dio ocasión a Jesús para dictar a este propósito una respuesta programática. "¿Es lícito o no pagar el tributo al césar de Roma?", le preguntaron. El cuestionamiento era insidioso: Hubiera sido acusado de escaso patriotismo, si hubiese respondido que sí; de rebelión al dominio de Roma si hubiese afirmado lo contrario. Jesús hizo traer una moneda. "¿De quién es eta imagen y la inscripción?" ,les preguntó. "De césar", respondieron. "Entonces, replicó Jesús, "Dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios". La inesperada respuesta les dejó sin palabra y se marcharon confusos. César representa toda legítima autoridad humana. El seguidor de Jesús dará a Dios todo el honor que le corresponde, y reconocerá todo verdadero derecho del prójimo. Será, en toda circunstancia, el hombre del propio deber.

El mayor daño que se le puede causar al prójimo es herir su alma. El que lo induce a la transgresión de la ley de Dios se hace culpable de este pecado, y contra él tiene Jesús palabras severísimas. "¡Hay del hombre por cuya culpa viene el escándalo". Una escena entonces muy familiar era la de la molienda del trigo, que se realizaba con dos gruesas piedras sobrepuestas, que trituraban los granos puestos en medio, hasta obtener la harina. En los mayores molinos el movimiento se obtenía utilizando un asno. De esto toma Jesús la imagen para reforzar su mensaje: "Para quien da escándalo, especialmente a los pequeños, más sensibles a las impresiones, mejor le sería que le colgasen al cuello una de esas piedras de molino, que mueve un asno, y así fuese sumergido en lo profundo del mar..." Ni siquiera cadáver, merece un puesto en la tierra.


d EL REINO DE DIOS f 327 La simiente

328 El sembrador

Jesús ha venido a predicar el reino de Dios. El resume en estas palabras su mensaje celestial: "Venga tu reino". Así nos hace pedir en la oración dictada por el mismo. En sus parábolas recurre a los mas variados ejemplos, para indicar su naturaleza, su desenvolvimiento, y el modo de llegar a su conquista. Dios debe reinar con su ley y con su gracia, en el corazón de cada uno y en el mundo entero, para preparar al fin su reino eterno después de esta vida, en una felicidad que no conoce límites. Pero ¡Cuántos enemigos que vencer, cuántos obstáculos que superar!. La predicación de Jesús, por la cual debe desarrollarse el reino de Dios, es como una semilla echada en la tierra. Para que dé fruto es necesario un campo bien preparado, y un cuidado asiduo de parte del agricultor. "Un sembrador" narró Jesús, "salió a sembrar la semilla en el campo, pero una parte de la semilla se le escapó del saco y cayó en el camino público. Semilla perdida: las aves se la llevaron pronto".

Llegó el sembrador a su campo, y en sus márgenes, donde el terreno, no suficientemente labrado, estaba todavía lleno de piedras, cayó otra parte de la semilla. Comenzó finalmente su trabajo, echando la simiente en el terreno. Una parte fue a parar cerca de la maleza que rodeaba su heredad. La otra parte, la mayor, en la tierra que con tanto sudor había labrado, limpiándola de toda impureza. Confiado en la Providencia y en el buen trabajo que había hecho volvió luego a casa. Pasó el hielo del invierno, y con los primeros aires tibios de la primavera comenzaron los campos a reverdecer. Naturalmente, en el camino público donde había caído la primer semilla, no despuntó nada. Pero en todo el campo, aún entre las piedras y cerca del seto de espinas, se vieron, como en el buen terreno, despuntar los primeros brotes del trigo.

329 La mies

330 El grano de mostaza

Pero, después de algún tiempo, los brotes despuntados entre las piedras se secaron, no hallando la humedad necesaria. Crecieron un poco más los cercanos a la maleza, pero bien pronto los sofocaron las espinas, impidiendo su desarrollo, y así se marchitaron antes de llegar a la madurez. Solo el terreno que había sido labrado diligentemente ofreció al sembrador una visión consoladora. Las espigas, amarillentas bajo el sol de verano, estaban bellas y llenas, y en algún punto los tallos se doblaban bajo el peso de su fruto. El campesino comprendió que aquellos habían crecido en los zurcos que mejor había labrado. Jesús mismo explicó la parábola. La semilla es la palabra de Dios, el terreno donde es sembrada es el alma del hombre. Es necesario trabajar, quitar el pecado y vencer las pasiones que, como las piedras y las espinas del campo, impiden que la buena semilla pueda dar fruto.

La semilla de la divina palabra, de la cual se desarrolla el reino de Dios, es puesta a germinar no solo en el alma de cada hombre, sino también en el mundo entero. No un complejo de voces diversas debe subir de la tierra al trono de Dios, sino un coro grandioso formado de todos los hombres. Jesús siembra en el campo del corazón y en el gran campo del mundo. "El reino de los cielos, dijo, es semejante a un grano de mostaza que tomó en su mano un hombre, y lo sembró en su campo. Es ciertamente la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra, mas, en creciendo, es la mayor de las legumbres y hácese árbol y hecha ramas tan grandes, que las aves del cielo vienen a ponerse a su sombra y a reposar en él". Así de la Palabra de Dios se desarrollará la Iglesia, y será un crecimiento continuo hasta llegar a los confines de la tierra. Recogida entonces entre sus brazos maternales, toda la humanidad formará el reino de Dios.


332 Convite rechazado

331 Luz en las tinieblas Pero ¿Cómo alcanzará tanta extensión el reino de Dios?. Toda alma que lo acoge se hace como un faro luminoso. Ella irradiará sobre los demás la luz de la doctrina y de la gracia de Jesús. De Jesús a los Apóstoles, de los Apóstoles a muchas almas, de muchas almas a todas las almas. Grandioso designio que Jesús explico a sus discípulos con varias semejanzas. "Vosotros sois la sal de la tierra". Vuestra obra deberá darle nuevo sabor. "Sois como una ciudad puesta sobre el monte". Ella es bien visible y sirve de guía a los que caminan en el valle. "Sois aún la luz del mundo". La lámpara encendida no se esconde, sino que se pone en alto para que de luz a toda la casa. "Brille así vuestra luz ante los hombres, a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiques a vuestro Padre que está en los cielos".

Y, al fin, el reino de Dios tendrá su cumplimiento. Los hombres entrarán en la corte divina como huéspedes honrados. Basta responder a la llamada, revestir la divisa de su ejército y combatir. "El reino de los cielos, dijo aún Jesús, es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo. Envió sus criados a llamar los convidados a las bodas, mas estos no quisieron venir. Segunda vez despachó nuevos criados con orden de decir de su parte a los convidados: "Tengo dispuesto el banquete; he hecho matar mis terneros y demás animales cebados. Todo está a punto, venid, pues, a las bodas...mas ellos no hicieron caso, antes bien se marcharon, unos a su granja y otros a sus negocios. Los demás tomaron a los criados y, después de haberlos llenado de ultrajes, los mataron. Entonces el rey montó en cólera y, enviando sus tropas, acabó con aquellos homicidas y abrasó su ciudad". No podrá entrar a la corte celestial quien no responde al divino llamamiento.

334 El intruso

333 Los invitados a las bodas Dijo entonces el rey a sus siervos: "Las bodas están preparadas y los convidados no son dignos de ellas. Id pues a las encrucijadas de los caminos, y a cuantos encontráreis convidadlos a las bodas". "Y aquellos siervos, saliendo a los caminos, reunieron a cuantos hallaron, de manera que la sala de bodas se llenó de convidados". El sentido universal del reino de Dios está claro. Los hebreos fueron los primeros invitados. No respondieron a la invitación, y como ellos, harán otros muchos a través de los siglos, prefiriendo las pequeñas alegrías que pueden dar las satisfacciones terrenas, a las eternas de la unión con Dios. Para estos está cerrada la puerta del reino de los cielos. Entonces la invitación se extiende a todo hombre. Al hebreo como al pagano, al rico como al pobre, al libre como al esclavo. Cada uno, para entrar como huésped, amigo e hijo de la corte eterna, no tendrá que hacer sino responder su sí generoso.

En el atrio del palacio los invitados se sometieron a la purificación y recibieron el vestido de bodas. Desapareció entre ellos toda diferencia. Los que habían sido pobres y mendigos, ahora son huéspedes de respecto, y el rey, complacido, los pasó adelante. Mas he aquí que en la sala sobresale uno que no tiene el vestido nupcial. "Amigo, le dijo el rey, ¿Cómo has entrado tu aquí sin vestido de bodas?". Aquél no supo que responder. Entonces el rey dijo a los siervos: "Atadle manos y pies y arrojadle fuera a las tinieblas". No bastaba responder a la invitación. Era necesario también adaptarse a la condición de la nueva vida. Así, para participar del reino de Dios, es necesario comenzar una nueva vida, revistiendo el hábito de la gracia. "Muchos son los llamados, concluyó Jesús la parábola, pero, entre los que no responden al llamamiento y los que no perseveran en la gracia, pocos son los escogidos".


d LA CONQUISTA DEL REINO f

335 Los talentos

336 El siervo inactivo

Para llegar al reino de Dios, hay que seguir a Jesús. "Yo soy el camino, la verdad, la vida, decía Jesús a sus Apóstoles. Nadie va al Padre sino por mí". Su ejemplo es el camino que hay que recorrer, su doctrina la verdad que hay que creer, su gracia es la nueva vida que da la dignidad para entrar en el reino y fuerza para conquistarlo. El llamamiento es dirigido a todos. A unos como fuerte reclamo, a otros, por el contrario, como un susurro en lo profundo de la consciencia, pero ninguno es descuidado. También la ayuda de la gracia la recibe cada uno, ya abundante, ya menos, pero siemrpe suficiente. Después toca a cada uno trabajar por la gran conquista. Es como un hombre, que, estando para hacer un largo viaje, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, a otro dos, a un tercero uno solo, a cada uno según su capacidad, y partió.

Aquel señor había dado prueba de gran confianza, depositando en los siervos sus haberes. Ahora tocaba a ellos mostrarse dignos de ella. Con el trabajo deberían producir nueva riqueza; solo así podían alcanzar una mas alta posición en la casa. Y helos a la obra. Enseguida el que había recibido cinco talentos se fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. Así también el que había recibido dos talentos ganó otros dos. Mas el que había recibido uno solo, fue e hizo un hoyo en la tierra, y en él escondió el dinero de su señor. Los tres siervos son una viva imagen del mundo. Hay en él quien de los dones de Dios saca estímulo y fuerza para una vida siempre más perfecta, pero hay también quien, por no querer someterse a renuncias y fatigas, se encierra en la inercia, faltando así a la confianza que había depositado en él el Señor.

337 La rendición de cuentas A su vuelta, el amo llamó a los siervos a dar cuentas. "Señor, cinco talentos me has entregado, dijo el primero, he aquí otros cinco". El amo, contento de su laboriosidad, le respondió: "Bien, siervo bueno y fiel, tu has sido fiel en lo poco, yo te daré autoridad sobre mucho. Entra en el gozo de tu señor". Y, de siervo que había sido, entró a formar parte de la familia del amo. El mismo premio tuvo luego también el que, habiendo recibido dos talentos le entregó otros dos, fruto de su trabajo. Vino al fin el tercero. "Señor, dijo, yo he tenido miedo y he escondido tu talento bajo tierra; helo aquí, a ti te pertenece". Esperaba quizás una alabanza, oyó, por el contrario, su condenación. "El siervo inútil sea arrojado fuera a las tinieblas". Solo quien haya trabajado con los dones de Dios entrará en el reino de los cielos.

338 Los operarios en la viña El tiempo del llamamiento al reino de Dios no es igual para todos. A uno le llega desde la infancia, a otro, por el contrario, en la edad avanzada. Hay quien lo recibe en la educación familiar, otros a través de los caminos mas impensados. También la historia de la humanidad da de ellos un ejemplo. Los hebreos fueron llamados los primeros, solo después de ellos, todos los demás. Pero esto no tiene importancia. Para entrar en el reino, basta responder inmediatamente al llamamiemto y, desde aquel momento comenzar generosamente el trabajo de conquista. Es semejante, explicó Jesús, a un amo que muy de mañana alquilò jornaleros para su viña, y fijado el jornal, los envió a su hacienda. Saliendo luego a otras horas del día, hasta cerca de la puesta del sol, y encontrando siempre gente ociosa en la plaza, invitó también a aquellos a trabajar en su viña.


340 La casa sobre piedra

339 La merced Llegada la tarde, los operarios se reunieron para recibir el jornal y a todos se les dio la misma cantidad. La cosa pareció injusta a los primeros que se lamentaron de ello al amo. "Estos últimos no han trabajado mas que una hora, y los has igualado con nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor". "Amigo, repuso el amo dirigiéndose al que había elevado la protesta, yo no te hago agravio, tu has recibido lo justo. Ahora yo quiero dar también al último tanto como a tí. ¿Acaso no puedo yo hacer de lo mío lo que quiero?" Después el pensamiento de Jesús se dilató más allá de los términos de la parábola. Vio a los pueblos paganos responder a su mensaje con mayor generosidad que los hebreos. Vio tambien muchas almas, llegadas a la fe al final de su existencia, que daban excelentes frutos de santidad, y exclamó: "Así los postreros serán primeros, y los primeros, postreros".

Pero ¿Cuál es el trabajo que hay que realizar para llegar al reino?. La palabra de Jesús da sus directrices y traza su diseño. Es cosa vana considerarlo y hallarlo perfecto, si luego no se dispone uno a la realización de la obra. "No todo aquél que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, dijo Jesús, sino el que hace la voluntad de mi Padre. Por tanto, el que escucha mi palabra y la pone por obra será semejante a un hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra. Cayeron las lluvias, y los ríos salieron de su cauce, y soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre la tal casa, mas no fue destruída, porque estaba fundada sobre piedra. El que, por el contrario, oye mis palabras y no las pone por obra será semejante a un hombre loco que fabricó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, vinieron torrentes de agua y soplaron los vientos y dieron con ímpetu contar aquella casa, la cual se desplomó, y su ruina fue grande".

341 Pretención materna El que quiere llegar con Jesús al reino debe seguir sus huellas. "Debe tomar, dijo, su cruz y seguirme". Un día vino a Jesús la madre de Santiago y Juan, dos hermanos a quienes el Maestro había llamado al apostolado. Orgullosa de sus hijos, ya soñaba para ellos un porvenir de gloria junto al trono que Jesús, según lo que habían dicho los antiguos profetas, habría conquistado. Quiso, pues, decir una palabra de recomendación. "¿Qué quieres?" le preguntó el Maestro cuando la vio delante, acompañada de sus dos hijos, en actitud de pedir alguna cosa. "Maestro, dijo la mujer, haz que mis dos hijos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino". "Maestro, apremiaron también los dos hijos (sin cuidarse de la indignación de los demás Apóstoles que asistían a la escena), quisiéramos que nos concedas todo cuanto te pedimos".

342 El camino del Reino A la petición de la madre y de los hijos Jesús respondió así: "No sabéis lo que pedís. ¿Podréis beber el cáliz que yo he de beber?" "Si, lo podemos", respondieron ellos. El discurso fue cortado por la protesta de los demás Apóstoles indignados por la petición de los dos colegas, porque con igual derecho pensaban poder aspirar a los primeros puestos. Pero ninguno había entendido de que cáliz hablaba Jesús. Él mismo se lo explicó. Será mayor en su reino el que mas de cerca le haya seguido en el camino trazado por él, que, antes de llegar a la gloria, bebería hasta la última gota del cáliz de la humillación y del dolor. En los reinos de este mundo los grandes se imponen con la autoridad, en el suyo, en cambio, tiene el primado el que se hace esclavo de todos, a ejemplo suyo, que no vino a ser servido, sino a servir, hasta dar su propia vida.


d EL CAMINO DE LA CONQUISTA

343 La senda estrecha

344 El tesoro escondido

El trabajo por la conquista del reino de los cielos exige fatiga y renuncia, a veces hasta el heroísmo. Pero tan grande es la meta, que ningún sacrificio debe parecer excesivo. De esto Jesús no ha hecho ningún misterio. "Entrad por la puerta estrecha, dijo, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la perdición, y muchos son los que entran por ella. ¡Qué angosta, por el contrario, es la puerta y cuán estrecha la senda que conduce a la vida, y cuán pocos son los que la encuentran!". En otra ocasión, para enseñar hasta que punto de sacrificio es necesario llegar para no perder la posibilidad de entrar en la vida eterna, usó estas palabras de una fuerza particular: "Si tu ojo es para ti causa de pecado, sácalo...y si tu mano es para ti ocasión de mal, córtala y échala lejos de ti, porque es lejor que perezca uno de tus miembros, que ir con todo el cuerpo al infierno".

Sobre la necesidad de la renuncia Jesús insiste también en sus parábolas. He aquí un hombre que, arando el campo que tenía en arriendo, halló casualmente un tesoro. Quizá algún antiguo propietario lo había sepultado antes de partir para un viaje del que no volvió más. Aquel hombre, después de llenar el hoyo, corrió a casa, recogió todos sus haberes y los vendió para acumular la suma necesaria y comprar el campo. Valía la pena, porque adquiría así una segura riqueza. Lo mismo hizo un rebuscador de perlas, cuando encontró finalmente una de gran valor. Se privó de todo para poseerla. Así, tan gran tesoro es el reino de los cielos; que bien vale la pena de renunciar a todo para poseerlo. "¿Qué importa al hombre, insistía Jesús, ganar todo el mundo, si pierde su alma?".

345 No puedo ir El que no sabe someterse a la renuncia en cuentra para siempre cerrado el ingreso en el reino. Jesús toma todavía pie para la parábola del banquete. Un señor había enviado muchas invitaciones, y, a la hora oportuna, mandó a sus siervos a llamar a los invitados. Mas estos no queriendo desprenderse de sus empeños, sacaron toda suerte de excusas. "He comprado un terreno, debo ir a verlo", dijo uno. Y otro: "He adquirido cinco yuntas de bueyes y debo ir a probarlas". Finalmente un tercero: "He tomado mujer, no puedo ir". El señor indignado dijo a los siervos, después de haber hecho llenar la casa de pobres y desgraciados: "Ninguno de aquellos gustará nunca jamás mi cena". Como en aquel banquete, tampoco en el reino de Dios, hallará puesto quien no sepa desprenderse de muchas cosas, a fin de responder a la invitación.

346 Ejemplo de renuncia La vida misma de Jesús fue toda un ejemplo de renuncia. Multiplica los panes para la multitud hambrienta que le sigue, pero para alimentarse a si mismo y a sus discípulos, se ve a veces constreñido a recoger los granos de trigo de las espigas de los campos en las márgenes del camino. Y cuando no recurre a la hospitalidad de alguna familia devota, pasa aún las noches al descubierto. "Ved, dijo un día a us discípulos, las zorras tienen sus madrigueras, y las aves el nido, yo no tengo ni siquiera donde reclinar la cabeza". Un día Pedro le preguntó: "Maestro, lo hemos abandonado todo para seguirte, ¿Qué tendremos nosotros?". Le respondió Jesús: "En verdad os digo, cuando me sentare en el trono de la gloria, os sentaréis también vosotros para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado todas las cosas por el reino de Dios, recibirá el céntuplo en este mundo, y la vida eterna en el siglo futuro".


f 348 El banquete de Herodes

347 No te es lícito Si el sacrificio es el precio que hay que desembolsar para llegar a la gloria, es necesario afrontarlo con alegría. "Bienaventurados vosotros, proclamó Jesús, cuando os persigan por mi causa; alegraos en aquellos días, porque es grande vuestra recompensa en los cielos". Un primer ejemplo de perseguido por la justicia hasta el sacrificio de la vida lo dio Juan Bautista, el precursor. Reinaba entonces en Galilea Herodes Antipas que, sobre todo después que había regresado de Roma con Herodías y su hija Salomé, llevaba una vida disoluta, con gran escándalo del pueblo. El Bautista se sintió entonces llamado a una nueva misión, subió a la corte y se presentó al rey. "No te es lícito vivir así", le dijo con el mismo tono severo con que había sacudido los ánimos en la ribera del Jordán. "Debes despedir a Herodías".

349 El martirio de Juan La joven volvió a la sala del convite e hizo su petición: "Quiero que me des luego en una fuente la cabeza de Juan el Bautista". Herodes, aunque maravillado y entristecido por la cruel propuesta, no osó oponerse. Dio una orden al carcelero, y éste fuése enseguida al subterráneo donde, desde hacía un mes, estaba recluído el Bautista, y ejecutó la sentencia. Fuera esperaban la madre y la hija. La joven recibió en una fuente la cabeza sangrienta y se la dió a Herodías. Pero Juan está ya en la gloria del reino conquistado con su sacrificio, precursor de Jesús y de una innumerable fila de mártires.

Juan fue enviado preso a la fortaleza de Maqueronte. Si había salvado la vida fue porque Herodes nutría por él cierto sentimiento de reverencia, y temía también un motín popular, si lo hubiera condenado a muerte. Quien, en cambio, quería la muerte del Bautista era Herodías, y la ocasión para saciar su odio se le presentó improvisamente el día del cumpleaños del rey. Durante el banquete que se tuvo en las salas de la fortaleza de Maqueronte, la hija de Herodías agradó tanto al rey por las danzas con que se exhibió delante de los convidados, que Herodes le dijo: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré, aunque fuese la mitad de mi reino". La joven no supo responder y corrió a pedir consejo a la madre. Los ojos de Herodías tuvieron un relámpago de alegría cruel: finalmente había llegado el momento de la venganza. "Pide la cabeza de Juan, el Bautista", dijo a su hija.

350 El joven rico Solo a algunos se les pide el sacrificio de la vida. Para la mayor parte bastará aquel grado de renuncia requerido por la observancia de la ley de Dios. Mas para quien quiere subir más alto, está también abierto el camino. Un día un joven de rica familia se acercó a Jesús y le preguntó: "Maestro, ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?". "Si quieres entrar en la vida, respondió Jesús, guarda los mandamientos". "Pero éstos, replicó el joven, los he guardado desde mi juventud". Entonces Jesús le miró con mirada amorosa y le dijo: "Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Ven después y sígueme". Pero el joven, oyendo estas palabras, se fue entristecido. Le había faltado el valor de la renuncia total. Mas el llamamiento de Jesús estaba lanzado, y, en los siglos, filas innunerables los seguirán, formando la vanguardia entre los seguidores del Maestro divino.


d HACED PENITENCIA f

351 La pecadora

352 Amor y perdón

Para quien se ha habituado a rehuir todo sacrificio y a vivir sin tener cuenta de la ley de Dios, el disponerse a la conquista del reino exige un cambio total de vida; empresa difícil, pero necesaria. "Si no hiciéreis penitencia, dijo Jesús, todos pereceréis". Y la palabra "penitencia" en sus labios significa precisamente: "cambio de vida". Pero, para hacer posible y hasta fácil al cosa, viene al encuentro la gracia de Jesús, y la certeza del pecador de encontrar acogida en los brazos paternales de Dios. Un día Jesús fue invitado a un banquete a casa de un cierto Simón fariseo. La invitación no era debida a particular devoción, sino más bien a la curiosidad de ver de cerca a aquel Maestro de quien se decían cosas maravillosas. Cuando ya todos habían tomado puesto en la mesa, se notó un movimiento de admiración y de indignación entre los convidados. Una mujer, que gozaba mala fama en la región, había entrado, se había dirigido hacia Jesús y ahora se hallaba postrada a sus pies llorando.

La mujer, sueltos sus largos cabellos, enjugaba con ellos los pies del Maestro, bañados con sus lágrimas. Sacó luego un vasito de ungüento precioso y derramó sobre ellos el contenido en señal de homenaje y veneración, como era costumbre entre los orientales. Jesús, en silencio, dejaba hacer, mientras en los labios del fariseo apareció una sonrisa de triunfo. "Si éste, decía a sus vecinos, fuese verdaderamente un profeta, sabría que casta de mujer es la que le toca". Jesús lo oyó. También el sonreía ahora, pero de gozo, al ver a aquella alma limpiarse de sus culpas con aquel acto de amor, que contenía el propósito de un cambio radical de vida. "¿Ves esa mujer?, dijo dirigiéndose al fariseo, ahora le son perdonados sus pecados, porque ha amado mucho". Habló luego a la pecadora. "Te son perdonados tus pecados, le dijo. Tu fe te ha salvado, vete en paz".

353 La adúltera "¿Pero quién es éste que perdona los pecados?", decían escandalizados los fariseos. Nadie, ni siquiera entre los profetas, se había jamás arrogado tal derecho, antes bien la ley de Moisés establecía severas penas para los pecadores. Meditaron, pues, tomar a Jesús en contradicción con la ley de Moisés, para poder acusarle delante del pueblo. La ocasión se presentó cuando sorprendieron a una mujer en adulterio. Antes de pasarla al tribunal, la llevaron a Jesús. El Maestro se hallaba en Jerusalén y, sentado en el atrio del templo, predicaba a la multitud que le escuchaba alrededor. Nunca se había presentado ocasión tan oportuna: un delito manifiesto y mucha gente que podía juzgar. Abriéndose paso, empujaron a la mujer desgreñada y confusa delante de Jesús y pusieron su demanda. "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en pecado. Según la ley de Moisés, debe morir, tu ¿Qué nos dices?".

354 Vete y no peques mas A la demanda siguió un silencio lleno de espera. ¿Se opondría el Maestro contra la ley, o bien sacrificaría su fama de bondad?. Mas Jesús no habló. Como era costumbre para indicar desinterés por una cuestión, se inclinó a trazar signos en la tierra. Solo cuando aquellos insistieron en la demanda, levantó los ojos, les miró uno a uno y dijo lentamente: "Quien de vosotros está sin pecado, arroje la primera piedra". ¿Qué quería decir el maestro? ¿Quería quizá manifestar en público sus culpas? Confusos todos, comenzando los mas ancianos, se alejaron. "Mujer, dijo entonces Jesús a aquella que estaba arrepentida a sus pies, ¿Nadie te ha condenado? "Ninguno", respondió ella. Pues tampoco yo te condeno, concluyó Jesús, vete y desde este momento no quieras pecar más.


355 Zaqueo el publicano

356 La conversión del publicano

Con la predicación de Jesús muchos se convertían, y esto irritaba cada vez más a los fariseos. Ellos se creían justos y no podían soportar que precisamente, aquellos a quienes consideraban los mayores pecadores, cambiasen de vida y siguiesen al nuevo Maestro. Después de las dos pecadoras, tocó la oportunidad a un rico publicano: Zaqueo. Jesús había indicado frecuentemente en la riqueza un gran obstáculo para la entrada en el reino de los cielos. "Es más fácil, había dicho, el pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios, pero, había añadido, para Dios todas las cosas son posibles". El episodio sucedió en la ciudad de Jericó, donde Jesús, precedido de la fama de sus milagros, tuvo una acogida triunfal. También Zaqueo estaba entre la multitud, y, como era pequeño de estatura, subióse sobre un sicomoro pra ver él también al Maestro.

La multitud miraba estupefacta al rico jefe de los publicanos en aquella posición. Debía ser muy grande su deseo de ver a Jesús para hacerle deponer hasta aquel punto su acostumbrada actitud reservada y sobervia. También Jesús le vio, y, con nueva admiración de todos, le gritó: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy debo hospedarme en tu casa". A Zaqueo no le pareció verdad recibir tanto honor, y acogió a Jesús con alegría en su rica casa. Fuera, los fariseos de costrumbre, murmuraban escandalizados: "Se ha alojado en casa de un pecador". Pero esos no sabían que en aquella casa estaba sucediendo una gran transformación. Zaqueo mostraba con tristeza a Jesús sus cofres cargados de oro, y le decía: "Mira Señor, yo doy a los pobres la mitad de mis bienes, y, si en algo he defraudado a alguno, le restituyo el cuádruplo". "Hoy ha venido la salvación a esta casa", concluyó Jesús.

357 Los fariseos

358 El árbol infructuoso

Estos episodios aumentaron el odio de los fariseos contra Jesús. "¿Qué se creía ser éste, para enseñar un total cambio en el modo de vivir, mientras ellos solos eran los maestros?". Pero Jesús iba predicando cada vez mas claramente a las multitudes que acudían a escucharle: "Si vuestra justicia no fuese superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". "Nosotros somos hijos de Abraham", dijeron un día a Jesús en el curso de un acalorada discusión. "Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham, respondió el Maestro,...vosotros teneís más bien por padre al demonio, y queréis satisfacer los deseos de vuestro padre..." No hallando argumentos para rebatirle, recurrieron primero al insulto y luego a la violencia. Tomaron piedras para lanzarlas contra el, pero no tuvieron tiempo. Jesús se había substraído a su vista.

En los encuentros con la pecadora, con la adúltera y con Zaqueo se admira, juntamente a la invitación a mudar de vida, la bondad de Jesús hacia los pecadores. Pero la bondad, para que sea perfecta, y tal es la de Dios, no puede estar separada de la justicia. Con una parábola mostró Jesús como se hallan en Dios bondad y justicia. Un hombre tenía plantada en su viña una higuera. En la estación oportuna fue a recoger los frutos pero no los halló. Dijo entonces al viñador: "Ya ves que hace tres años seguidos que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no le hallo. Córtala, pues. ¿Para qué a de ocupar terreno de balde? Pero él respondió: Señor, déjala todavía este año, y cavaré alrededor de ella, y le echaré abono, a ver si así da fruto. Si no, entonces la cortarás". Los tres años de expectativa, el cuarto concedido para nueva prueba, indican claramente la misericordia de Dios; pero si el hombre se endurece en su pecado, hallará al fin el justo y merecido castigo.


d ORAD f 359 Elevarse a Dios La nueva vida enseñada por Jesús no aparta al hombre de las múltiples ocupaciones. El trabajo por el reino de Dios no lo exime del trabajo por el pan cotidiano. El desprendimiento de las cosas terrenas no le impone el desinteresarse de ellas de una manera absoluta, antes bien el ocuparse de ellas en la justa medida, forma parte de su deber ante Dios. La oración será el medio que, aún en las distintas ocupaciones materiales, le permitirá conservar el necesario contacto con Dios. Con ella el hombre reconoce ser súbdito e hijo del Padre celestial. Ella es el medio con el que puede darle gracias, pedirle perdón y solicitarle su ayuda. Grande es la insistencia de Jesús en la oración. Los cuarenta días en el desierto, con lo que quiso iniciar su vida pública, y las noches enteras pasadas en oración después de jornadas de intensa labor apostólica, son de ello un gran ejemplo.

360 El "Padre Nuestro" El ejemplo de Jesús en oración movió un día a los apóstoles a pedirle: "Enséñanos a orar". "Oraréis así, les respondió: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra..." Los hombres, como hijos devotos, pedirán ante todo lo que agrada al Padre, y solo después pensarán en las propias necesidades, y dirán: "Danos hoy el pan de cada día, perdónanos nuestras ofensas...,no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal". Pero hay un inciso lleno de significado: El Padre celestial escuchará la oración de los hijos, si ellos se aman como hermanos: Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. He ahí la oración más bella, modelo de los sentimientos que deben animar toda invocación al Altísimo.

361 El amigo importuno La oración, para que pueda llegar al trono de Dios e inclinarle hacia nosotros, debe tener estas dotes: Constancia y confianza. "Pedid y se os dará, dijo Jesús, buscad, y hallaréis, llamad, y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla, a quien llame se le abrirá". Y aclaró su pensamiento con una parábola. Cierto hombre fue a casa de su amigo a media noche a pedirle un pan, porque había tenido una visita imprevista. Pero aquel estaba ya en cama y le gritó: "No me molestes, la puerta está ya cerrada, no puedo levantarme". Mas insistió tanto el otro, golpeando y llamando sin cansarse, que aquél, si no por amistad, al menos por quitarse la molestia, se levantó y le dio cuanto deseaba. Jesús sonreía al contar esta parábola, y concluyó: "Si uno de vosotros, con ser malos, está dispuesto a obrar así, cuanto más lo estará vuestro Padre".

362 El juez inicuo La misma enseñanza sobre la confianza y la constancia en la oración se halla contenida en otra parábola. Había en una ciudad cierto juez que no tenía ningún temor de Dios y ningún respeto a los hombres, y un día, una pobre viuda, que había sufrido graves injusticias, se presentó a su tribunal. "Hazme justicia de mi contrario" imploraba después de haber expuesto su caso. Pero no aquél no quería saber nada. ¿Qué ventaja habría de obtener ocupándose de aquella pobre mujer?. Ella, sin embargo, insistía con lágrimas y lamentos, hasta que el juez pensó para consigo: "Aunque yo no temo a Dios, ni respeto a los hombres, con todo para que me deje en paz esta viuda, le haré justicia, a fin de que no venga de continuo a romperme la cabeza". "¿Habéis oído, concluyó Jesús, la palabras de ese juez inicuo? y ¿Dios dejará de hacer justicia a sus escogidos que le invocan?"


363 Marta y María En uno de sus viajes a Jerusalén, Jesús se había detenido en casa de Marta y María, dos hermanas que, con su hermano Lázaro, formaban una de las familias convertidas a la nueva fe. Marta, la mayor, se afanaba para que el huésped hallase digna acogida, mientras María aprovechaba la preciosa ocasión, para estar cerca del Maestro y oírle hablar del reino de Dios. "Maestro, dijo Marta un tanto resentida, ¿No reparas que mi hermana me ha dejado sola en las faenas de la casa?, dile pues que me ayude." "Marta, Marta, la reprendió dulcemente Jesús, tu te afanas y acongojas en muchísimas cosas, y a la verdad que una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, de la que jamás será privada". El tiempo mejor gastado es el que se dedica a la oración. "Buscad primero el reino de Dios, dijo en otra ocasión Jesús, y todo lo demás se os dará por añadidura".

364 El fariseo y el publicano La oración debe venir ciertamente de un corazón bien dispuesto. También en esto los seguidores de Jesús deben estar lejos del ejemplo de los fariseos. A este propósito narró una parábola. Un fariseo y un publicano subieron al templo a orar. "Señor, yo te doy gracias, decía el fariseo puesto en pie de modo que todos pudiesen verlo, de que no soy como los demás hombres, ni tampoco como este publicano. Yo cumplo todos mis deberes con perfecta fidelidad". El publicano, por el contrario, puesto en un rincón, sin osar siquiera levantar los ojos, se da golpes de pecho, diciendo: "Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador". Concluyó Jesús: "Os declaro que éste volvió a su casa justificado, mas no el otro, porque todo aquel que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

365 La limosna

366 Oración y caridad

Una obra que valora la oración, por estar unida al sacrificio, es la limosna. Pero su valor delante de Dios no se halla tanto en su valor material, cuanto en el ánimo con que se hace. Tampoco en esto deben imitar los seguidores del Maestro a los fariseos. Jesús se hallaba en el atrio del templo donde, en arcas de cobre a propósito, echaban los fieles sus ofrendas. De allí podía ver a muchos ricos fariseos que se acercaban y dejaban caer, con ostentación, puñados de monedas. Vio también a una pobre viuda que, acercándose casi a escondidas, tímidamente, metió en el arca dos pequeñas monedas. Jesús llamó sobre este hecho la atención de los discípulos: "En verdad os digo, que esta pobre viuda ha echado más en el arca que todos esos que han ofrecido alguna cosa, por cuanto todos los demás han dado parte de lo que les sobra, pero ella ha dado de su misma pobreza todo lo que tenía".

El amor por el prójimo es una de las principales enseñanzas de la doctrina de Jesús. Y prójimo son todos, aún los enemigos. "Yo os digo, y así el Maestro indicaba hasta que alturas de perfección debían llegar sus seguidores, amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rogad por los que os calumnian y os persiguen. Solo así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos". Es necesario, pues, orar también por los enemigos, más aún, el Padre celestial no aceptará la oración y la ofrenda de aquellos que se dirigen a Él con un rencor en el alma hacia sus propios hermanos. "Si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar allí te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra tí, deja allí mismo tu ofrenda delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y después volverás a presentar tu ofrenda".


d ESTAD ALERTA f 367 La venida del Señor La venida terrena ha de ser vivida con miras a la vida eterna que ha de seguir: Renuncias y sacrificios son necesarios para que aquella sea feliz. Y la llamada vendrá de improviso. Es necesario estar siempre preparado, como siervos que esperan en vela la llegada del Señor. Ellos no conocen la hora de su venida, pero saben que deben estar prontos a su llamamiento y presentar la casa en orden perfecto. Dichosos aquellos siervos a los cuales el amo al venir encuentra así velando, a cualquier hora que venga; les encomendará el gobierno de toda su hacienda. Pero si uno de los siervos dijere en su corazón: "Mi amo no viene tan presto, y empezare a maltratar a sus consiervos, y a comer y a beber con los borrachos, vendrá el amo a la hora que menos piensa, y será grande su castigo". "Velad, pues, sobre vosotros mismos, concluía Jesús, no suceda que se ofusquen vuestros corazones con los cuidados de esta vida, y os sobrecoja de repente aquel día".

368 El rico avariento Dejarán un día de ser útiles las riquezas, y ¡Hay! de aquellos que hayan puesto en ellas el corazón. Grande será la desilución y el castigo que les espera; porque, como no se puede servir a dos señores, no puede servirse a Dios y al dinero. Cierto hombre se acercó un día a Jesús, diciendo: "Maestro, dile a mi hermano que me de la parte que me toca de la herencia". "¡Oh hombre!, le respondió el Maestro, ¿Quién me ha constituído a mi juez o repartidor entre vosotros?, guardaos, y aquí amonesta a todos los circunstantes, de toda avaricia, y no penséis que la vida del hombre consiste en amontonar riquezas". Un hombre, continuó trayendo una semejanza, era muy rico y un año tuvo una extraordinaria cosecha de frutos en su heredad. Contemplaba, feliz, llenarse su era de una abundante cosecha, mientras sus esclavos almacenaban los sacos ya trillados en los graneros, hasta agotar su capacidad.

369 Esta noche morirás "¿Dónde meteré toda esta riqueza?", andaba pensando aquel hombre. Tomó al fin su decisión: Derribar los viejos graneros y construir otros mayores, para poder almacenar todos sus bienes. "Entonces finalmente podré considerarme feliz, pensaba. No más preocupaciones para muchos años; podré finalmente descansar, comer y beber a placer, convocar a los amigos y darme buena vida". Pero misteriosamente se dejó oir de el la voz de Dios: "Insensato, esta misma noche han de exigir de ti la entrega de tu alma. ¿De quién será cuanto has almacenado?" Con el fúnebre anuncio y la desconcertante pregunta, a la que no puede responderse sino con una profunda reflexión, terminó Jesús la parábola. "Esto es lo que sucede, concluyó Jesús, al que atesora para sí y no es rico a los ojos de Dios".

370 El epulón y Lázaro No solo la riqueza, mas también los placeres cesarán, y grande es la pena que espera al que haya hecho de ellos el fin de su existencia. He aquí una parábola muy significativa. Había cierto hombre rico. Se vestía espléndidamente y daba cada día suntuosos banquetes a sus amigos. Había también un mendigo llamado Lázaro. Herido de una enfermedad que le cubría el cuerpo de llagas repugnantes, hambriento y despreciado de todos, arrastrábase con frecuencia a la puerta de aquella casa, atraído por el ruido de la fiesta y el olor de los manjares, esperando al menos tener parte de las migajas que caían de la rica mesa. Pero nadie se movía a compasión. Solo los perros venían a lamerle las llagas. ¡Qué amargo contraste!. Pero la justicia fue restablecida por la muerte. Aquellos dos cuerpos sin vida yacieron en la misma inmovilidad, presa de la misma corrupción.


371 La suprema justicia Pero, mientras que el alma de Lázaro entraba en la gloria, la del rico fue sepultada en el infierno. Y cuando estaba en los tormentos, pedía alivio: que Lázaro dejase caer desde el Paraíso al menos una gota de agua para calmar su ardor. Mas en vano y para siempre, respondiósele: "Tu recibiste bienes durante la vida, Lázaro, al contrario, males. Ahora él es consolado y tu atormentado, entre nosotros y vosotros está por medio un abismo insondable". Envíale entonces a casa de mis hermanos, continuó el rico, a fin de que ellos al menos eviten el venir a este lugar de tormentos. Pero tampoco esto le fue concedido. "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, le respondieron, aún cuando uno de los muertos resucite, tampoco le darán crédito, ni cambiarán de vida". Y a las palabras de Moisés y de los profetas se añade ahora, más autorizada, la de Jesús: estímulo al sacrificio y vigilancia en espera del día de las cuentas.

372 Las diez vírgenes Podrá entrar en la gloria solamente aquel que, al momento de la suprema llamada, se hallare listo. El reino de los cielos es semejante a una fiesta de bodas, narró un día Jesús, queriendo indicar la gran alegría de que allí se goza, y las almas son como diez vírgenes amigas de la esposa, invitadas a seguir el cortejo nocturno y a participar al banquete, cuando venga el esposo para condicurla a su casa. Pero aquella vez el esposo tardó en llegar. La espera se hizo larga y las diez vírgenes se dejaron tomar del sueño. A sus pies ardían las lámparas que habían sido encendidas al aproximarse la noche, y lentamente el aceite se consumía. Finalmente, a media noche se oyó una voz que gritaba: "Mirad que viene el esposo, salidle al encuentro". Se despertaron las diez vírgenes, alimentaron la llama y se dieron cuenta con espanto de que el aceite de las lámparas se había acabado.

374 Llamada improvisa

373 La llegada del esposo Cinco de aquellas vírgenes habían sido prudentes. No sabiendo la hora de la venida del esposo, habían llevado consigo una vasija de aceite y con esa reserva llenaron de nuevo las lámparas. Las otras, al contrario, quedaron con sus lámparas que estaban apagándose. "Dadnos de vuestro aceite, suplicaron, porque nuestras lámparas se apagan". "No, respondieron las primeras, de otro modo nos faltará a nosotras y a vosotras. Id más bien a los que lo venden y comprad lo que os falta". Fueron pronto a comprarlo, pero entre tanto vino el esposo. Las cinco vírgenes prudentes se unieron al cortejo que se dirigió hacia su casa, entraron y comenzó la fiesta. Cuando llegaron jadeantes las otras cinco era ya demasiado tarde. Llamaron ansiosas, pero se les repondió: "No os conozco, no hay puesto para vosotras". Concluyó Jesús: "Velad, ya que no sabéis ni el día ni la hora".

La llamada improvisa de la que habla frecuentemente Jesús para inducir a continua vigilancia, se refiere tanto al fin del mundo con el juicio universal que ha de seguir, como al fin de la vida de cada uno con el juicio particular. También recurriendo a ejemplos tomados del Antiguo Testamento, insiste el Maestro sobre la misma verdad. Sucederá, decía, como en los días de Noé. La gente comía, bebía, se casaba, sin cuidarse de las exortaciones y de las amenazas del patriarca, hasta el día en que entró en el arca. Mas cuando vino el diluvio, en vano buscaron salvación, todos perecieron. Así también en los tiempos de Lot. Las cinco ciudades estaban sumergidas en el pecado. Nada valió a inducirlas a penitencia. Solo se dieron cuenta de sus errores, cuando bajó del cielo fuego y azufre a destruirlo todo. "Si un padre de familia supiera, concluía Jesús, a que hora había de venir el ladrón, estaría seguramente en vela, y no dejaría minar su casa. Por eso también vosotros estad preparados".


d EL GRAN DÍA f 375 El bien y el mal La injusticia que domina en la vida terrena tendrá un término con el juicio final. Esta verdad, ya ilustrada por Jesús en la parábola del rico y de Lázaro, es aclarada todavía más en otra parábola. Un sembrador echó buena simiente en su campo, luego descansó confiado en la fertilidad de la tierra que había labrado diligentemente. Pero de noche, aprovechando el sueño de los guardas, vino cierto enemigo suyo a aquella tierra y echó la simiente de una mala hierba. En la primavera brotó el trigo, pero juntamente despuntó también la cizaña. Cuando los guardas del campo se dieron cuenta, dijeron al padre de familia: "¿No sembraste buena simiente en tu campo? pues ¿Cómo tienes cizaña?" El padre de familia constató el hecho y dijo tristemente: "Algún enemigo mío la habrá sembrado". Y a la propuesta de los siervos de arrancar la mala hierba añadió: "No, porque no suceda que arrancando la cizaña, juntamente arranquéis con ella el trigo. Dejad crecer una y otra hasta la siega".

376 El día de la siega Llegado el día de la siega, dijo el padre de familia a los operarios: "Recoged primero la cizaña, y haced gavillas de ella para el fuego, y meted después en trigo en mi granero". Jesús explicó luego la parábola a los discípulos. El mismo es el buen sembrador, el enemigo que siembra la cizaña es el demonio. La buena simiente son los hijos del reino, las cizaña son los hijos del maligno. El campo es el mundo, donde viven juntos los unos y los otros, hasta el día de la rendición final de cuentas. Entonces Dios enviará sus ángeles y comenzará el gran juicio. Las obras de cada uno serán analizadas con extrema justicia y los buenos serán definitivamente separados de los malos. Estos sufrirán el justo castigo en un lugar de eterna condenación donde habrá fuego y desesperación. Los justos, al contrario, resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.

377 La red del pescador Buena parte de los discípulos habían sido pescadores, particularmente aptos, por tanto, para seguir con interés una breve semejanza tomada de los usos de la pesca. Cuántas veces ellos, antes de seguir al Maestro, después de una noche de fatigas en el lago Tiberíades, luego de haber sacado a tierra las barcas y vaciado las redes del fruto de su trabajo, sentados en la playa habían comenzado la separación del pescado. Los de calidad apreciada los habían metido cuidadosamente en cestos para llevarlos al mercado, mientras los demás, de escaso valor, los había vuelto a echar en las aguas del lago. Así, dijo Jesús, es el reino de Dios: Como una red que echada en el mar, atrae todo género de peces. Al fin del mundo vendrán los ángeles y procederan a la separación. Apartarán a los malos de entre los justos, y los arrojarán en el horno de fuego.

378 El fin de Jerusalén La vida de cada uno termina e inmediatamente seguirá el juicio de Dios. Pero tendrá también fin la humanidad. La descendencia de Adán se extinguirá y entonces todos los hombres que por miles de años han habitado la tierra se presentarán delante del juez divino, como en un inmenso tribunal, para escuchar solemnemente confirmada la sentencia de eterno gozo o de eterna condenación. Fue en la última semana de su vida terrena cuando Jesús levantó un poco el tupido velo que envuelve al gran día. Se había sentado, triste, en el monte de los Olivos, desde donde se podía contemplar el panorama de Jerusalén. "Mira, le dijeron los Apóstoles, mostrándole los muros y los edificios de la ciudad, qué piedras y qué construcciones". "¿Véis todos esos magníficos edificios?, repuso Jesús, pues serán de tal modo destruídos, que no quedará piedra sobre piedra".


380 La resurrección de los cuerpos

379 El fin del mundo "Pero ¿Cuándo sucederá eso?, preguntaron los discípulos sorprendidos por el tono de seguridad de aquellas palabras, y ¿Qué señal habrá de que todas esas cosas están a punto de cumplirse?" Jesús entonces habló de las persecuciones, de las guerras y de los horrores que acompañarían la destrucción de la ciudad y añadió: "No pasará esta generación sin que se hayan cumplido todas estas cosas". No pasaron, efectivamente, cuarenta años, cuando en el año 70 el emperador romano Tito, redujo a Jerusalén a un montón de ruinas. Después la palabra de Jesús se extendió mas lejos, hacia otro tiempo que solo Dios conoce, cuando sucederán cosas mucho mas horribles en toda la tierra. Todavía guerras, persecuciones, terremotos, y al fin el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará y las estrellas caerán del cielo, mientras las olas del mar, volcándose sobre la tierra, destruirán todo.

381 El Juez Divino Todas las gentes, así reunidas, invadidas de gran terror, verán entonces bajar al Hijo de Dios sobre las nubes del cielo, rodeado de ángeles, y sentarse en el trono de su majestad. Comenzará el juicio universal. Separará los buenos de los malos, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre a tomar posesión del reino, que os está preparado desde el principio del mundo. Porque yo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis. Estando desnudo me cubristeis, enfermo me visitasteis, encarcelado vinisteis a verme". Los justos sentirán una gran admiración ¿Cuándo han podido ellos ver al Redentor para prestarle tales servicios?

Será el fin, y la tierra vendrá a ser teatro del gran juicio. Dios enviará sus ángeles, que a la voz de trompeta sonora congregarán a todos los hombres de los últimos confines de la tierra. Sucederá aún otro prodigio: A las almas se reunirán los cuerpos y cada hombre comparecerá completo en el juicio. También el cuerpo, instrumento, tanto de virtud como de pecado, oirá la última sentencia y tendrá parte en la gloria o en la pena. En aquella hora todos aquellos que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán, resucitando para vivir los que hicieron obras buenas y aquellos que hubieren hecho obras malas resucitarán para ser condenados. Una luz nueva resplandecerá para iluminar aquella escena indescriptible, mientras aparecerá en el cielo la señal del Hijo de Dios: La cruz sobre la cual Jesús redimió a los hombres.

382 La sentencia definitiva "Sí, continuará el Hijo de Dios, en verdad os digo: Siempre que lo hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis". Entonces el semblante del Juez divino se volverá terrible y, dirigiéndose a los que estén a su izquierda, dirá: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; sed y no me disteis de beber. Era peregrino y no me recogisteis; desnudo y no me vestisteis. Enfermo y encarcelado y no me visitasties." Y preguntarán aquellos con terror: "Señor, ¿Cuándo te vimos así?" y el Juez responderá: "Siempre que dejasteis de hacerlo con alguno de estos pequeños, dejasteis de hacerlo conmigo". Y mientras estos irán al suplicio eterno, los justos irán a la vida eterna.


d LOS APÓSTOLES Y LA IGLESIA 384 Pesca milagrosa

383 La barca de Pedro Jesús no ha revelado el tiempo del fin de mundo, pero dijo que no sucedería antes de que su Evangelio fuese predicado en toda la tierra. Este gran designio no lo realizará personalmente. Otros hombres llevarán a todas partes su doctrina: sus Apóstoles. Desde el principio de su vida pública una fila de discípulos se juntó alrededor del nuevo Maestro. Pero le seguían a ratos, alternando el tiempo que estaban con Él con sus ocupaciones. Mas Jesús pensaba escoger doce que, abandonando todo, se ocupasen solo del reino de Dios. A los cuatro primeros los llamó definitivamente al apostolado un día a la orilla del lago de Genezaret, donde se hallaban ancladas las barcas de Andrés, Simón, Santiago y Juan. Subió de improviso en la de Simón Pedro y, haciéndola desviar unos metros de tierra, desde aquel púlpito improvisado habló a la muchedumbre que le había seguido ansiosa de escucharle.

Acabada la plática, Jesús se dirigió a Simón: "Guía mar adentro y echa las redes para pescar". El discípulo le miró maravillado; él conocía bien su oficio y sabía que no era ciertamente a la luz del día que se hubiera podido hacer un trabajo útil; pero los contactos tenidos con Jesús habían hecho nacer en él una gran confianza en aquel hombre prodigioso, por lo que dijo: "Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos y nada hemos pescado; no obstante, sobre tu palabra echaré la red". Preparó las redes y empujó la barca mar adentro. La fe de Simón Pedro tuvo su recompensa. La pesca fue tan abundante, que la red se rompía. Se dio entonces la voz a Santiago y Juan, que habían quedado en la ribera con sus embarcaciones, para que viniesen en ayuda.

386 Mateo

385 Pescadores de hombres Aún con las dos barcas al flanco aquellos pescadores tuvieron gran trabajo para colocar a bordo todos aquellos peces. Lo lograron al fin y quedaron tan llenas, que faltó poco para que se hundiesen. Cuando finalmente pudieron respirar un poco y enjugarse el sudor, los cuatro se dieron cuenta del hecho prodigioso. Miraron asombrados a Jesús como esperando de él la explicación del milagro, y le vieron sonriente. El primero en reponerse del asombro fue Simón. En un ímpetu de entusiasmo se arrojó a los pies de Jesús declarándose indigno de acogerle en su barca. "Apártate de mi Señor, exclamó, que soy un hombre pecador". "No tienes que temer, le respondió el Maestro, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar". Llegados a la ribera, las mismas palabras dirigió también a los otros tres. "Seguidme y yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres". Y los cuatro prontamente, abandonadas las redes, le siguieron definitivamente.

Los primeros que siguieron a Jesús eran hombres fieles a la ley hebraica, algunos provenían aún de las filas de los discípulos del Bautista. Por esta razón suscitó gran admiración la llamada de Mateo al apostolado. El pertenecía a la odiada categoría de los publicanos, aborrecidos de la población que los consideraba ladrones y siervos del extranjero. Jesús le vio en la pequeña ciudad de Cafarnaún sentado al banco donde se alternaban los contribuyentes. Bastó una mirada y una palabra: "Sígueme", y el publicano, abandonando todo, se pudo a disposición del Maestro. Cuando luego, para dar el adiós a sus colegas, invitó también a Jesús con algunos de sus discípulos al banquete, los fariseos no se dejaron escapar la ocasión para lanzar su flecha: "¿Cómo es que vuestro Maestro come y bebe con publicanos y pecadores?..." intervino Jesús: "No son los que están sanos, sino los enfermos los que necesitan de médico..."


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387 Los doce Por fin Jesús, después de haber pasado una noche entera en oración, llamó a sus discípulos y eligió de ellos los doce Apóstoles. Estos son: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo el publicano, Tomás, Santiago, hijo e Alfeo, Simón el cananeo, Tadeo y Judas Iscariote, que fue el traidor. El Maestro cuidará de ellos de manera muy particular. Los entretendrá en largos coloquios. Les explicará sus parábolas. Estimulará su celo tomando ocasión ya de un rebaño que encontraban, ya de una escena de pesca en el lago, ya de mieses maduras en los campos; todas imágenes de las almas a ellos confiadas, para las cuales deberán ser pastores, pescadores y solícitos operarios, a fin de que todas hallen la senda que conduce al reino de los cielos.

389 Tú eres el Cristo Sobre los doce edificará Jesús su Iglesia: Simón será su fundamento, los otros las columnas que sostienen el edificio. La posición particular de Simón fue aclarada durante un íntimo coloquio que tuvo el Maestro con sus Apóstoles en las proximidades de la ciudad de Cesarea. Jesús preguntó: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" Le refirieron los pareceres más diversos: Juan Bautista resucitado, Elías, Jeremías o alguno de los profetas. "Y vosotros, continuó Jesús, ¿Quién decís que soy yo?" Siguió un grave silencio. Hasta entonces el Maestro no había hablado nunca claramente de su origen. ¿Había acaso llegado el momento de la revelación? El primero en hablar fue Simón: "Tú eres el Cristo, exclamó, el hijo de Dios vivo". Todos miraron a Jesús: En su mirada leyeron la confirmación de aquellas palabras, y los doce cayeron a sus pies.

388 Como corderos en medio de lobos Algunas veces Jesús, para iniciarlos en la práctica del apostolado, los enviaba a anunciar el reino de Dios a los pueblos de Judea y Galilea. No harían grandes sermones, pero sus palabras se hacían eficaces por los milagros que obraban, y de estas misiones volvían entusiasmados. "Hasta los demonios nos obedecen", decían con alegría a Jesús. Antes de enviarlos, el Maestro les había dado muchos avisos útiles. Caridad y pobreza debía ser su distintivo. "No llevéis nada con vosotros, ni oro ni plata, ni alforja para el viaje...gratuitamente habéis recibido, gratuitamente dad..." También para las persecuciones deberían estar preparados: "Yo os envío como ovejas en medio de lobos", les decía, pero no por esto debían temer, porque, aún cuando fuesen conducidos delante de los tribunales, azotados, condenados a muerte, Él estaría siempre con ellos.

390 La piedra fundamental "Mi Padre te ha revelado estas palabras, dijo Jesús a Simón, y continuó: y yo te digo que tú eres Pedro y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a tí te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos". El misterio del sobrenombre de "Pedro" que Jesús había dado a Simón desde el primer encuentro estaba revelado. Como la sólida piedra puesta por fundamento de una casa es garantía de su estabilidad, así será de Pedro para la Iglesia de Jesús. Mientras los seguidores del Maestro permanezcan unidos a Pedro y a sus sucesores, ni el error, ni las persecuciones los podrán vencer nunca, porque tendrán consigo la fuerza que viene de Dios. Han pasado siglos desde que fueron pronunciadas aquellas palabras, y ellas hallan cada día nueva confirmación.


d EL HIJO DE DIOS f 391 El Hijo de Dios Cuando en Cesarea, durante uno de aquellos coloquios íntimos en que, lejos del alboroto y de la insistencia de la multitud, gustaba de entretener a sus Apóstoles para profundizar en ellos el verdadero sentido del reino de Dios, les preguntó Jesús: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" Sucedió un momento de turbación. Cuántas veces se habían puesto los doce a sí mismos la misma pregunta, cuántas veces estaban a punto de preguntárselo claramente al Maestro, y no se habían atrevido. ¿Era Él un hombre como ellos? De esto estaban bien seguros. Vivían cerca de Él desde ya casi dos años. Le habían visto conmoverse ante la muchedumbre hambrienta que les seguía sin cuidarse del alimento, ante una madre que seguía a su hijo muerto, delante de un padre que imploraba la curación para el suyo que estaba enfermo, de las muchedumbres de enfermos que pedían la salud, y aún mientras acariciaba a los niños, exaltando su inocencia. Habían visto su ira que había ardido en palabras severísimas "¡Hay de vosotros...! ¡Hay de vosotros...!" contra los fariseos y, hasta el punto de parecer violencia, contra los profanadores del Templo de Jerusalén. Y cuantas tardes le habían visto triste y cansado, después de una jornada de camino y de predicación, buscar con ellos un puesto, con frecuencia bajo las estrellas, donde reposarse por la noche. Ninguna duda: Jesús era verdaderamente hombre, como ellos, como todos. Pero faltaba en Él una cosa a la que, por desgracia, ningún hombre escapa: el mal, aún en las más pequeñas manifestaciones. Ni siquiera sus enemigos, tan maliciosamente atentos a todos sus gestos y palabras, habían podido recoger el desafío que el Maestro había lanzado un día "¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?". Habían, si, a veces intentado tomarle en falta: "trataba con los pecadores, violaba el sábado curando los enfermos" pero las respuestas que habían recibido solo le hacían brillar aún más su perfección y su sabiduría. Y, sobre todo, estaban los milagros: Estos ponían decididamente a Jesús por encima de la simple esfera humana. A cuantos habían ya asistido, asombrados y conmovidos, desde el día en que en Caná había cambiado el agua en vino en el festín de bodas hasta aquel momento de la ascención de Jesús al cielo, algunos de ellos se propondrán extender los Evangelios. Les costará trabajo hacer la selección. La escasez de tiempo y de medios hará que cataloguen brevemente algunos sucesos, los más significativos, los sucedidos en presencia de mucha gente de modo que los críticos y los escépticos pudieran rehacerse fácilmente en los testigos oculares, pero la mayor parte quedaron ocultos bajo aquellas frases que con frecuencia concluyen un episodio de la vida del Maestro: "...llevaban a Él los enfermos y Él los sanaba....curaba a todos...sanaba todas las enfermedades..." El apóstol Juan cerrará así su evangelio: "Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos, que no están escritas en este libro. Muchas otras cosas hizo Jesús, que, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros". Y así la fama del poder sobrenatural de Jesús estaba ya difundida en toda Palestina. Miles de personas habían asistido a sus milagros, en muchas casas había entrado la alegría de la curación obtenida, en otras se vivía en la esperanza de un encuentro suyo. De aquí las conjeturas sobre su persona, que ahora estaban diciendo los apóstoles a Jesús en respuesta a su pregunta, tratando de adivinar en su mirada si alguna de ellas era la verdadera. "Unos dicen que eres Elías, o bien Jeremías. Otros dicen que eres un profeta. Algunos piensan que eres Juan el Bautista resucitado..." En la larga y gloriosa historia del pueblo hebreo habían habido hombres maravillosos enviados por Dios, de palabra inspirada y obradores de milagros: Los patriarcas y los profetas. Y muchos de los oyentes de Jesús recordaban la figura austera y santa del Bautista y su reciente martirio por obra de Herodes: La asociación era, pues, espontánea. Y luego era más viva que nunca la espera del Mesías, y muchos, los Apóstoles los primeros, esperaban que Jesús fuese el grande, prometido por Dios para la salvación de su pueblo. Pero la mirada de Jesús no rebeló nada a sus apóstoles, y ni siquiera habló el Maestro, como ellos habían esperado, para revelarles finalmente el misterio de su persona. Dijo solamente: "Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?" Ellos no respondieron al momento. En su contacto cotidiano con Jesús habían podido observar tantas particularidades que le distinguían netamente aún de todos los hombres santos de su historia. Había en sus palabras y en sus acciones algo que aquellos no tenían: Los profetas hablaban en nombre de Dios, se profesaban sus siervos. Jesús mandaba con autoridad a los hombres y a las cosas. Él se decía Hijo del Padre que está en los cielos. Recordaban palabras y episodios que los habían sacudido profundamente. El tono absolutamente nuevo del "sermón de la montaña" de las bienaventuranzas: "Fue dicho a los antiguos...pero yo os digo..." no se podía olvidar fácilmente, como tampoco el tan decidido de muchas frases con que indicaba el amor y la felicidad hacia su persona y hacia su doctrina, condición necesaria para llegar al reino de los cielos. "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí, y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí". "El que cree en el Hijo tiene la vida eterna, pero el que no cree en el Hijo no tendrá la vida"..."El que no toma su cruz y no me sigue, no es digno de mí". ¿Puede acaso un simple hombre hablar así de si mismo? Ni podían olvidar aquellos días cuando había perdonado los pecados "la ofensa misma de Dios" a la pecadora, a la mujer adúltera, al paralítico, con tanto escándalo a los fariseos. ¿Y el modo de obrar los milagros?


Parecía disponer como dueño y Señor de un poder divino: Bastaba a veces una simple mirada, un gesto, una palabra. "Yo te digo, levántate...quiero, sé limpio..." y los enfermos recuperaban la salud, se calmaba la tempestad, resucitaban los muertos. Y también habían observado el modo singular con que hablaba del Padre celestial. Nunca decía: "Padre nuestro" asociándose con los discípulos, sino siempre: "Vuestro Padre celestial..." si hablaba de ellos; "mi Padre..." si hablaba de sí mismo. Claramente daba a entender que Él era Hijo del Padre que esta en los cielos, de un modo muy diverso del de los demás hombres, a los cuales había traído también el mensaje de la paternidad divina. ¿Qué significaba todo esto? ¿Quién era, pues, Jesús? Tal vez por esto no respondieron los Apóstoles al momento. Hubieran querido decir. "Eres el Mesías", pero temían decir demasiado poco. En cuanto a confesarlo "Hijo de Dios", era para ellos un concepto demasiado elevado, demasiado nuevo, una blasfemia según la concepción tradicional hebrea. Callaron por temor de decir demasiado poco o de decir demasado...pero Pedro, con su carácter entusiasta e impetuoso, no pudo contenerse y exclamó: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". He ahí la gran confesión que había ido lentamente madurándose en el ánimo de los Apóstoles. Se había manifestado, y ahora esperaban ellos ansiosos la respuesta de Jesús. Vino, en efecto, y fue al mismo tiempo aprobación de cuanto había afirmado Pedro y explicación de cómo, sin una particular ayuda de lo alto, la fe en el gran misterio de Dios hecho Hombre no puede arraigar en el ánimo humano y volverse certeza. "Bienaventurado tú, Simón Bar-Jona, dijo Jesús, porque no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos..." Jesús reveló el misterio de su persona divina disponiendo gradualmente los ánimos, poco preparados para recibirlo. A medida que se acercará el término de su vida terrena sus declaraciones se harán mas claras, hasta que todos sus oyentes tengan conciencia de la afirmación de su divinidad. Entonces los enemigos le acusarán de blasfemia, hasta declararle por esto reo de muerte, miestras que lo ánimos rectos unirán a sus palabras, por difíciles que sean de entenderse, sus milagros, su vida, las profecías que verán verificarse en él progresivamente, y admirarán en esto el sello divino de la verdad de sus afirmaciones. Después el Espíritu Santo completará la obra en pentecostés, iluminando interiormente los ánimos. Y ahora, para nosotros, la divinidad de Jesús brilla con luz siempre creciente. Los que vivían junto a Él se hallaron en la posición de quien está escalando una cumbre inexplorada pasando de maravilla en maravilla, pero teniendo también que luchar contra dificultades imprevistas. Quien, por el contrario, vive después de siglos, es como el que ha alcanzado la cumbre y de allí puede contemplar con calma la totalidad del largo y penoso recorrido. Verá, aunque de lejos, cada una de las cosas que le habían impresionado durante la ascención, pero en una luz nueva nacida de la síntesis de todas aquellas bellezas. Así se nos aparece a nosotros la figura de Jesús, y la fe de su divinidad es, en cierto sentido, más fácil que para sus inmediatos oyentes. Vemos a Jesús en el centro de la historia humana. Las profecías realizadas en su persona las comprendemos mejor a distancia, en una visión de conjunto, que sus contemporáneos, añadiéndose a ello la realización de las hechas por el mismo: la destrucción de Jerusalén, la difusión de su evangelio a todas las partes de la tierra, las persecuciones incesantes y nunca victoriosas contra sus discípulos, su presencia viva en la iglesia, inexpugnable e indefectible porque esta fundada sobre piedra viva que es Pedro con sus sucesores, y en las almas que generosamente le siguen, presencia eficaz hasta el punto de hacer de ellas obras maestras de virtud y de heroísmo. Sus milagros se han multiplicado en los siglos, fruto del poder de la oración hecha en su nombre, de su presencia eucarística, de la intercesión de su Madre, María, y de los santos. Contemplando a Jesús en su persona y en su influjo sobre los siglos que le precedieron, como sobre los que le siguieron, no hay ánimo recto que no debe exclamar con la misma fe de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".


d OBRAS DIVINAS f 392 El paralítico de Cafarnaún Los milagros que Jesús iba haciendo desde el principio de su vida pública dejaban asombrados tanto a los amigos como a los enemigos. "¿Quién es éste, andaban preguntándose, a quien obedecen los demonios, las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades y hasta la muerte". Mientras los fariseos los atribuían a una fuerza diabólica, los otros se preguntaban si Jesús sería solamente un enviado de Dios, o tal vez, como algunas afirmaciones suyan hacían pensar, Dios mismo venido entre los hombres. Un milagro que debía dar una respuesta en tal sentido sucedió en Cafarnaún. Jesús hablaba en una casa, todos los rincones estaban invadidos, mientras fuera se amontonaba la gente que no había logrado entrar, cuando vino a interrumpir el discurso un hecho singular. Algunos voluntarios, que en vano habían tratado de presentarle un paralítico que yacía en su lecho, habían subido por el tejado, y, habiendo practicado una abertura en el techo, estaban descolgando con cuerdas al pobre inválido.

393 "Toma tu camilla y camina" Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: "Te son perdonados tus pecados". Grande admiración de todos y escándalo de los fariseos. "¿Quién es éste, murmuraron, que así blasfema? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?" Jesús les miró y dijo, midiendo las palabras: "¿Qué es más fácil, decir te son perdonados tus pecados, o decir levántate y anda". La pregunrta era desconcertante: si solo Dios puede perdonar los pecados, también es solo Dios quien puede hacer semejante milagro. Volvió entonces a tomar la palabra Jesús: "Pues para que sepáis que tengo potestad de perdonar pecados; y aquí se dirigió al paralítico, levántate, toma tu lecho y vete a tu casa". Y entre el entusiasmo de los fieles, el pasmo de todos y la confusión de los fariseos, el paralítico se levantó curado.

394 Curación en sábado Un día los apóstoles, para quitarse el hambre, recogieron espigas en los márgenes del camino. Era sábado, y los fariseos lo hicieron notar a Jesús: "Mira que tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado". "Entre vosotros está, les respondió, quien es mayor que el sábado". Pero superior a la ley del descanso del sábado es solo Dios: ¿Qué es lo que quería decir? Hubiese al menos declarado abiertamente. Hubieran podido así acusarle de blasfemia, pensaban los fariseos. Volvieron, por tanto, a la carga el mismo día. Delante de la sinagoga se hallaba un hombre con la mano seca pidiendo la curación. "¿Es lícito, preguntaron los fariseos, curar un día de sábado?" "Y si uno tiene un aoveja, replicó Jesús, y ésta cae en una fosa el día de sábado, ¿No la saca acaso fuera? ¿Y un hombre no es mas que una oveja? No hay día en que no se pueda hacer bien". Y bajo su mirada, dijo al hombre: "Extiende tu mano", y le curó.

395 Resurrección en Naím Entre los milagros la resurrección de un muerto es el que mayormente clama el infinito poder de Dios. Tres casos refiere el evangelio. Jesús estaba para entrar, seguido de los discípulos y de mucha gente, en la pequeña ciudad e Naím; tuvo que apartarse al paso de un cortejo fúnebre. Detrás, una pobre viuda llorando seguía el féretro de su hijo único. Jesús, movido a compasión, se acercó a la mujer. Acaso en aquel momento pensaba en el dolor que un día probaría también su Madre, y dijo: "No llores". Arrimóse luego al féretro. Los ojos de todos estaban clavos en él: Era conocido su gran poder, pero ¿llegaría hasta a resucitar a un muerto?. "Joven, yo te lo mando: levántate", dijo Jesús. Se vio al difunto incorporarse, dirigir atónito la mirada a los presente murmurando algunas palabras, y luego, ayudado por Jesús, echarse entre los brazos de su madre.


396 La hija de Jairo "Mi hija está agonizando, ven y pon sobre ella tu mano para que sane y viva". Así imploraba un hombre que, abriéndose paso entre la muchedumbre que se había acercado reverente, se había arrodillado delante de Jesús. Era Jairo, jefe de la sinagoga Cafarnaum. Jesús fue con él, pero entre tanto la hija había muerto y, cuando llegaron, la casa resonaba en llantos. "No temas, dijo el Maestro al padre que veía desvanecerse hasta la última esperanza, ten fe solamente y ella será salva". Con Pedro, Santiago y Juan, se hizo conducir de los padres a la recámara de la muerta, y, aproximándose al cadáver de la niña, tomó su mano y dijo: "Muchacha, yo te lo mando, levántate". Y aquélla, en medio de la conmoción y del asombro de los presentes, abrió los ojos, se puso en pie y echó a andar.

397 Tu hermano resucitará En Betania, cerca de Jerusalén, Jesús tenía una familia amiga: Lázaro con sus hermanas, Marta y María. Algunas semanas antes de la pasión, fue informado de que Lázaro estaba gravemente enfermo. Esperó dos días y luego partió para Judea. En Betania halló la casa en luto: Lázaro había muerto y hacía ya cuatro días que había sido sepultado. Inmenso era el dolor de las hermanas. "Si hubieses estado aquí, repetían llorando, no hubiera muerto nuestro hermano". Habían esperado tanto que llegase a tiempo para curarlo, pero no osaban pedirle el milagro de la resurrección. "Pero sabemos, quiso añadir Marta con una última esperanza en el corazón, que te concederá el Padre cualquier cosa que le pidieres". "Yo soy la resurrección y la vida", les dijo Jesús y se hizo acompañar al sepulcro.

399 La transfiguración

398 "Lázaro, sal fuera" Con las hermanas y los Apóstoles llegó Jesús a la gruta donde Lázaro había sido sepultado. Les seguía una gran multitud de gente entre la cual no faltaban los acostumbrados malignos. "Éste que abrió los ojos de un ciego de nacimiento, decían, ¿No podía hacer que Lázaro no muriese?" "Quitad la piedra", ordenó Jesús. "Pero está ya en descomposición, le hizo notar Marta, pues hace ya cuatro días que está en el sepulcro". "Si creyeras, le respondió el Maestro, verás la gloria de Dios". La orden fue cumplida: Jesús se acercó al umbral del sepulcro, y gritó con voz sonora: "Lázaro, sal fuera". Un escalofrío recorrió la multitud cuando vio sobresalir en la sombra de la gruta, la blanca figura del muerto, envuelto en las fajas, que avanzaba lentamente. Lázaro había resucitado.

Sobre el Monte Tabor quiso Jesús mostrar a sus discípulos predilectos un rayo evidente de su divinidad. Subió allí una tarde con Pedro, Santiago y Juan que muy pronto, oprimidos por el cansancio, mientras Jesús se preparaba a pasar la noche en oración, se durmieron. Pero, despertándose de improviso, vieron una escena maravillosa. Jesús se había transfigurado: tenía el rostro resplandeciente como el sol y los vestidos blancos como la nieve, mientras otras dos figuras inundadas de luz conversaban con Él. Comprendieron que se trataba de Moisés y Elías. Después, una nube resplandeciente, vino a cubrirlos a todos y se oyó una voz que decía claramente: "Este es mi querido Hijo, en quien tengo todas mis complacencias; escuchadle". Los Apóstoles atemorizados cayeron sobre su rostro en tierra. Alzaron los ojos soñolientos, solo cuando oyeron la voz de Jesús: "Levantaos, y no tengáis miedo"; comprendieron que la visión había terminado. Pero en sus corazones quedó un poco de paraíso y una nueva fe en Jesús, Hijo de Dios.


d DEMONIOS Y NATURALEZA LE 400 El joven endemoniado Cuando Jesús descendió del monte de la transfiguración, observó una reunión de gente alrededor de los Apóstoles que habían quedado en el llano, y vio acercarse un hombre. "Señor, imploraba, ten compasión de mi hijo que te he traído..." Y le explicó como desde muchos años era víctima de cierto espíritu maligno, que le causaba crisis espantosas. En vano los Apóstoles habían tratado de curarlo. Jesús hizo que le trajeran delante al muchacho. Cuando éste estuvo cerca de Él, tuvo una crisis violenta. A los gritos descompuesto del muchacho que se revolvía a los pies de Jesús, se unía la invocación afligida del padre a quien el Maestro había invitado a tener fe. "Yo creo, gritaba el pobre hombre, pero aumenta tu mi fe". Apóstoles y multitud asistían con espanto. "Espíritu sordo y mudo, dijo Jesús, yo te lo mando: Sal de este muchacho". El enfermo tuvo todavía algunas contracciones, luego se aquietó de improviso. "Esta muerto", decían los circunstantes. Mas Jesús le tomó de la mano, lo levantó y lo entregó curado al padre.

401 El endemoniado de Cafarnaún Que el demonio perseguía a los hombres, hiriéndoles a veces aún en el cuerpo y en los bienes, era cosa conocida de los hebreos, y hechos de este género eran frecuentes en el tiempo de Jesús: Por ventura era la venganza de Satanás que sentía cercano el tiempo de su derrota. Jesús se hallaba en la sinagoga de Cafarnaum, cuando se levantó un grito agudísimo lleno de ira: "Déjame, ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret?, ya sé quien eres; el Santo de Dios". Los presentes se apartaron espantados conociendo bien los excesos de aquel hombre cuando obraba bajo el impulso del demonio. Pero Jesús le gritó: "Enmudece, y sal de este hombre". El hombre calló de improviso y cayó pesadamente al suelo, como herido por una fuerza misteriosa. El demonio había salido de él, y no tuvo consecuencia alguna de la caída.

403 El endemoniado de Gerasa

402 La tempestad apaciguada Después de una jornada de intensa labor en Galilea, para substraerse al asedio de la gente, pasó Jesús en una barca a la ribera opuesta del lago de Genezaret. A la noche improvisadamente un torbellino de viento cayó sobre el lago y se levanto una tempestad tan recia, que los Apóstoles, algunos de los cuales eran hábiles barqueros, comenzaron a temer una catástrofe. Miraron a Jesús y le vieron durmiendo en la popa. Esperaron un poco, pero cuando la situación parecía aún empeorarse, lo sacudieron gritándole: "Sálvanos que perecemos". "¿De qué teméis, hombres de poca fe?" respondió Jesús, poniéndose en pie. Miró las olas amenazadoras, levantó una mano y dijo: "Calla tú, sosiégate". Y en medio de la emocionada admiración de aquellos hombres, habituados a vencer muy de otro modo la furia de los elementos desencadenados, cesó el viento, se calmaron las olas y sobrevino una gran bonanza.

Apenas desembarcados en la otra ribera, en las cercanías de Gerasa, un hombre salido de las cuevas del monte bajó gritando hacia Jesús. Su aspecto era más de fiera que de hombre. Casi completamente desnudo, tenía en las manos y en los pies los restos de las cadenas con que muchas veces se había intentado atarle y que siempre con fuerza salvaje había logrado romper. Su furia se apagó cuando llegó delante del Maestro y se pudo a hablar en tono de súplica: "¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús Hijo del Dios altísimo? Ruégote que no me atormentes". Era el demonio que hablaba por boca de aquel hombre, y Jesús le dijo: "Sal, espíritu inmundo". Luego añadió: "¿Cuál es tu nombre?" "Mi nombre es legión, respondió, porque somos muchos?" Y suplicábale que no le echase de aquel cuerpo ni le precipitase en el abismo.


OBEDECEN f 405 Multiplicación de los panes

404 Satanás al rebaño No lejos de allí, en la ribera del lago, estaba una gran piara de cerdos paciendo. "Si nos echas de aquí, continuó la voz del endemoniado, envíanos a esa piara de cerdos". Jesús, queriendo que la impresión del hecho quedase profundamente grabada en aquella región, consintió. "Id", dijo. Inmediatamente, mientras el endemoniado volvía a tomar aspecto humano, aquellos animales gruñendo y corriendo como enloquecidos, se despeñaron por un derrumbadero en el lago. La gente, avisada del prodigio por los guardas aterrorizados, acudió a aquel lugar, que desde hacía tiempo evitaban por miedo del hombre bestializado, y con grande admiración le hallaron a los pies de Jesús tranquilo y completamente dueño de sí. Mas les impresionó mucho la pérdida de los cerdos y rogaron a Jesús que se retirase de sus términos. Pero en medio de ellos quedaba el milagro, testimonio vivo de su poder y bondad.

Una vez más, en el segundo año de su vida pública hallamos a Jesús en la orilla oriental del lago de Genezaret, en una región desierta cerca de la pequeña ciudad de Betsaida. Un gran gentío le había seguido, cerca de cinco mil hombres sin contar las mujeres y los niños, y el Maestro les habló largo tiempo. Al caer de la tarde, llamó a los Apóstoles. "¿Dónde compraremos panes para dar de comer a toda esta gente?" les preguntó. Le miraron maravillados. "Doscientos denarios de pan, observó Felipe, no alcanzan para tomar un bocado cada uno". "Todo lo que podemos disponer, añadió Andrés, son cinco panes y dos peces que un muchacho ha traído consigo". Jesús hizo que le trajeran aquellos panes y aquellos peces, los bendijo y los hizo distribuir. Alcanzó para todos y de las sobras llenaron doce canastas.

407 La moneda en el pez

406 Camina sobre las aguas Para substraerse al estusiasmo de la gente, se retiró al monte a orar, y ordenó a los apóstoles que volviesen a Cafarnaum. En el lago los Apóstoles remaban con gran fatiga, habiéndose levantado el viento, cuando resonó a bordo un grito de espanto: ¡Un fantasma! Vieron, en efecto, una figura blanca, que sobresalía en la oscuridad, acercarse caminando sobre las aguas. Pero una voz bien conocida los confortó: "No tenéis que temer: Soy yo". "Señor, gritó Pedro, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas". "Ven", le respondió Jesús, y el apóstol, que tenía en el Maestro una fe ilimitada, bajó sobre las ondas del lago. Pero enseguida tuvo miedo y se sentía hundir. "Señor, sálvame", gritó entonces, y Jesús sonriendo le extendió la mano, le tomó del brazo y con él subió a la barca. Le recibieron todos de rodillas exclamando: "Verdaderamente eres tú el Hijo de Dios".

Se acercaron un día a Pedro los encargados de recaudar el tributo que todo israelita debía pagar una vez al año para el Templo y cuya suma era de dos dracmas. "Tu Maestro, le preguntaron, ¿no paga las dos dracmas?" "Sí, por cierto", respondió Pedro. Cuando luego Jesús le halló, se le anticipó con una pregunta: "¿Qué te parece, Simón? ¿Los reyes de la tierra cobran tributo de los extraños, o también de los hijos?" "De los extraños", respondió prontamente Pedro. Por tanto, Jesús, Hijo de Dios, no hubiera debido pagar el tributo para el culto de su Padre, pero para evitar que la gente tomase motivo de escándalo, quiso someterse también a esta ley. "Ve al lago y tira el anzuelo, dijo a Pedro, en el primer pez que saliere hallarás cuatro dracmas, paga por mí y por tí" Con el nuevo milagro Jesús quiso dar, ademas de la afirmación de su origen divino, un ejemplo de pobreza y de obediencia a la ley.


d CURA TODA ENFERMEDAD f 408 El hijo del oficial La curación de las enfermedades fue el campo donde más se manifestó el poder divino de Jesús. Pero solo de algunos milagros suministra particularidades la narración evangélica. Muchísimos quedan ocultos bajo la frase que con frecuencia se repite: "Llevaban a él los enfermos y él los curaba". También el segundo milagro de Jesús acaeció, como antes el primero, en Caná y el beneficiado fue un alto oficial de la corte de Herodes. "Ven a mi casa, Señor, le rogó, antes que muera mi hijo". Jesús vio la fe de aquel hombre que, sin cuidarse de su alto cargo, se había inclinado delante del nuevo Maestro, y le respondió: "Anda, que tu hijo está sano". Confiado en la palabra de Jesús, el oficial volvió a tomar el camino de Cafarnaum, donde habitaba, con una grande esperanza en el corazón. Y he aquí que le salen al encuentro los criados saltando de gozo con la alegre noticia de la curación. Preguntando luego por la hora en que había comenzado la mejoría del hijo, comprobó que era a la misma en que Jesús le había hablado.

409 El siervo del centurión El que mandaba la centuria de soldados romanos que presidía la ciudad de Cafarnaum tenía un criado gravemente enfermo, y en vano había probado todos los remedios para obtener la curación. Aún siendo pagano de nacimiento, simpatizaba mucho con los hebreos, y a sus expensas había hecho construir para ellos una sinagoga. Algunos de ellos, pues, patrocinaron su causa, y persuadieron a Jesús a que fuera a su casa. Llegados a la vista del presidio le salió al encuentro una embajada para referir de parte del centurión estas palabras llenas de fe y de humildad: "Señor, no te tomes esa molestia: No soy digno de que tú entres en mi casa, pero di tan solo una palabra y sanará mi criado". Jesús conmovido realizó el milagro y señaló a los presnetes el ejemplo del oficial pagano. "Ni aún en Israel, dijo, he hayado fe tan grande".

410 Curación de un leproso La lepra era una enfermedad muy difundida en los tiempos de Jesús. Alejado de su casa y con prohibición de tener contacto con las personas sanas, para evitar el contagio, el leproso habitaba en los bosques y en las grutas de los montes, y, si alguna debía acercarse al camino para recoger los que los transeúntes piadosos habían depositado para su sostenimiento, debía anunciarse con el grito: "Apartaos, que viene un leproso". Mientras Jesús pasaba de un pueblo a otro de Galilea, de improviso se le paró delante uno de esos pobrecillos, que desesperadamente con voz ronca del mal, invocaba: "Señor, si tú quieres, puedes limpiarme". Jesús tuvo compasión de él. Aproximándose, tocó aquellas llagas diciendo: "Quiero: queda limpio". La multitud, que se había apartado horrorizada, le vio correr hacia la ciudad para hacer comprobar su curación. La palabra de Jesús le había sanado.

411 Encuentro con diez leprosos Mientras Jesús iba hacia Jerusalén, estando para entrar en una población confinante entre Galilea y Samaria, oyó una invocación afligida repetida por muchas voces: "Jesús Maestro, ten compasión de nosotros". Eran diez leprosos que, colocados al borde del camino, esperaban su paso confiados en el milagro; no habían confiado y esperado en vano. Jesús les gritó: "Id, mostraos a los sacerdotes". Pertenecía, efectivamente, a los sacerdotes juzgar si un leproso estaba verdaderamente curado, y decidir su readmisión a la sociedad. Aquellos tuvieron fe en las palabras de Jesús y, cuando iban, quedaron curados. En la alegría de la salud recuperada nueve de ellos apresuraron el paso; uno solo sintió el deber del reconocimiento, y, volviendo a Jesús, con la salud adquirió también la gracia. "Vete, le dijo en Maestro, que tu fe te ha salvado".


412 El vestido de Jesús La bondad y el poder de Jesús recibieron nueva luz de la repentina curación de una mujer. Atormentada desde hacía muchos años por una molesta enfermedad que le causaba fuertes pérdidas de sangre, ya no tenía esperanza más que en un milagro de Jesús. Pero ¿Cómo acercarse a Él y hablarle, rodeado como estaba siempre de tanta gente? "Si pudiese al menos, pensaba, tocar una orla de su vestido" Se mezcló entre la muchedumbre de gente y tanto forcejeó, que logró su intento: de repente se sintió curada. Mas Jesús se había detenido. "¿Quién ha tocado mi vestido?", preguntó. Los Apóstoles, que tanto debían trabajar para impedir que la gente le sofocase, le miraron maravillados, era todo un tropel de gentes que le tocaba. Pero la mujer comprendió y confesó su audacia. Jesús le sonrió. "Vete en paz, le dijo, tu fe te ha curado".

413 Los ciegos de Jericó Dos ciegos que, sentados a lo largo del camino, cerca de las puertas de la cuidad de Jericó, pedían limosna, cuando supieron que Jesús estaba acercándose, comenzaron a gritar: "Señor, Hijo de David, ten lástima de nosotros". El grito insistente molestó a los que seguían al Maestro; atentos a nos perder ninguna de sus palabras, les reñían para que callasen. Inútilmente: ellos continuaron su invocación. Jesús se paró y los llamó. Ellos no se hicieron repetir y, dirigiéndose como podían por el paso que la gente había abierto, vinieron delante de él. "¿Qué queréis que os haga?" les preguntó. "Que se abran nuestros ojos" respondeiron animados de grande esperanza. Jesús tuvo compasión: tocó sus ojos diciendo a cada uno: "Ve, tu fe te ha salvado". Y al instante recobraron la vista y le siguieron.

415 Maldito por los fariseos

414 El ciego de Jerusalén A otro ciego curó Jesús en Jerusalén, y el hecho tuvo gran resonancia en la ciudad, aún porque fue objeto de una particular investigación de parte de los enemigos de Jesús. El hombre era ciego de nacimiento y vivía pidiendo limosna en las proximidades del templo. Jesús se le acercó, formó lodo con la saliva, aplicóle sobre los ojos y le dijo: "Anda, ve y lávate en la piscina de Siloé". El ciego tuvo fe, hizo como Jesús le había dicho y vió. El milagro de la luz que veía por primera vez le volvió como fuera de sí de alegría, y anda mostrando a todos sus ojos curados y contando los particulares del suceso. Los fariseos creyeron oportuno interesarse de ello, o para hacer callar la cosa, o mejor, para poder acusar a Jesús. También esa curación había sucedido efectivamente en día de sábado.

Llamándole, pues, al hombre a juicio, le hicieron repetir cuanto había sucedido. "No es de Dios este hombre, pues no guarda el sábado, le dijeron, ¿Cómo un hombre pecador puede hacer tales milagros?" "Si es pecador, yo no lo sé, respondió el favorecido con el milagro: solo sé que yo era antes era ciego y ahora veo". Llamaron entonces a sus padres, pero éstos, temerosos, se la despacharon de prisa: "Sabemos que este hijo nuestro, dijeron, nació ciego. Cómo ahora ve no lo sabemos; preguntádselo a él, edad tiene suficiente para responder". Fue, pues, reanudado el interrogatorio del hijo, pero no lograron otra cosa que hacerle confirmar su fe. Le arrojaron entonces de la sinagoga. Habiéndole encontrado, se echó a sus pies profesándole aquella fe que valerosamente había defendido delante de sus enemigos.


d EL REDENTOR f 416 El Redentor La última semana de la vida de Jesús ocupa en el relato evangélico una parte dominante. Los evangelistas describen los sucesos difundiéndose en particularidades mucho mayores que en el relato precedente. Así que podemos seguir día por día, casi hora por hora, los últimos pasos del divino Maestro. Fácilmente se comprende el motivo. Los sufrimientos de Jesús que se consumaron con la muerte en cruz, y el triunfo de la resurrección habían dejado una huella indeleble en la mente de los Apóstoles. Representaban la muerte y el triunfo del amigo y del Maestro, pero sobre todo señalaban el cumplimiento de su misión: la redención de la humanidad. El primer día de la semana, el cual luego tomará el nombre de domingo, Jesús está en Betania, huésped de Lázaro y de sus hermanas, y de allí toma el camino de Jerusalén, donde será recibido con los honores del triunfo, hallándose la ciudad rebosante de peregrinos venidos para la celebración de la Pascua. En los tres días siguientes volverá todavía a andar el mismo camino, después de haber pasado la noche en Betania, y su incesante predicación tomará una claridad particularmente viva acerca del significado de su misión, el próximo fin de Jerusalén y los últimos días del mundo seguidos del juicio de Dios. El jueves, siguiendo una tradición distinta a la de la mayor parte de los hebreos, el Maestro convoca a sus apóstoles para la celebración de la cena pascual. Es la cena de despedida de los suyos y también de clausura de la antigua ley: desde aquél momento no será ya el sacrificio del cordero la ofrenda acepta a Dios, sino el sacrificio cotidiano de Jesús escondido bajo las apariencias de pan y de vino. Y luego la noche de agonía, la traición, el prendimiento, los primeros interrogatorios y los primeros tormentos. El viernes es el último día de los tribunales, de los inicuos procesos, de la injusta condena adel calvario, de la cruz, de la muerte. El sábado está el siliencio del sepulcro, y he ahí ya surgir el alba de la resurrección. Y es éste el sello divino más auténtico sobre la obra y la persona de Jesús. Después los Evangelios concluyen brevemente su escrito con la descripción de los cuarenta días del Maestro resucitado, hasta su ascención a la diestra del Padre celestial. Estos son los días de la semana, pero, la pregunta es muy antigua y muy espontánea, ¿Es posible reconstruir el año, el mes y los días correspondientes de nuestro calendario? y aún ¿Es posible esto respecto a los demás puntos de la vida de Jesús?. Para fijar los sucesos en el tiempo, los historiadores antiguos seguían métodos distintos de los nuestros: usaban como punto de referencia una veces el año de fundación de Roma, o bien la celebración cuadrienal de los juegos olímpicos entre los griegos, o, más frecuentemente los nombres y los años de gobierno de cónsules, reyes y emperadores. Los meses luego, dados los conocimientos astronómicos menos perfectos, eran computados de varios modos: así los hebreos seguían el alternarse de las fases lunares, meses, por tanto, de veintinueve días. Se comprende la dificultad para los estudiosos de traducir aquellas fechas en las correspondientes de nuestro calendario. Los Evangelistas, además, no tuvieron la preocupación de extender una "vida de Jesús", sino más bien de dar a los fieles apuntes sobre las principales enseñanzas del Maestro, como para continuar el recuerdo de cuanto habían expuesto precedentemente en la predicación. No hay, por tanto, en sus escritos el cuidado de un orden estrictamente cronológico y de ser minuciosos e indicar las fechas. No faltan, sin embargo, referencias a hechos y personas que permitan encuadrar la persona y la obra de Jesús en un tiempo bastante preciso. Jesús nació cuando en Roma era emperador Augusto y en Palestina reinaba Herodes. Este, habiendo oído de los magos la noticia del nacimiento del rey de los judíos, ordenó la matanza de los niños inferiores a dos años de edad. Siguió la huída de la santa familia a Egipto y, durante su permanencia en aquel país murió Herodes. Teniendo ahora en cuenta que la muerte de Herodes sucedió en Jericó el año 750 de Roma y que los sucesos de Belén lo hallaron todavía en la capital, se debe colocar el año del nacimiento de Jesús hacia el 748. La dificultad de concordar tal fecha con la era cristiana que comienza a entrar en uso en el siglo VI por obra del monje Dionisio el exigüo, indujo a un error destinado a perpetuarse. Se fijó, en efecto, como año primero de la nueva era el 754 de Roma, aplazando, por tanto, cerca de seis años el nacimiento de Jesús. Y que éste sucedió en invierno lo indica el censo ordenado por Augusto, que solo en tal estación podía tener lugar sin estorbar los trabajos de la agricultura. La tradición posterior fijó tal fecha en el 25 de diciembre. Otros datos permiten establecer que Jesús comenzó su vida pública entre los años 27-28 de la era cristiana y al continuó por cerca de tres años. Para la semana de pasión, en cambio, hay que servirse de los usos de la Pascua hebrea. Esta fiesta comenzaba con la inmolación del cordero la tarde del día catorce del mes lunar llamado "nisán" que va aproximadamente de la mitad de nuestro mes de marzo a la mitad de abril. En el año de la pasión de Jesús tal día caía en viernes. Los cálculos astronómicos cada vez mas perfeccionados han permitido establecer sobre tal base como fecha más probable el 7 de abril del año 30 de la era cristiana. Pero la Iglesia, para fijar la conmemoración de la muerte y de la resurrección de Jesús, continúa siguiendo el cálculo de las fases lunares estableciendo la Pascua en el domingo sucesivo al día 14 de la luna de marzo. Todo esto tiene su importancia: todo conocimiento referente a personas queridas place al ánimo, el conocer las fechas de particular relieve referentes a su vida le hace sentir más próximo, dando la posibilidad de recordar sus aniversarios y centenarios. Pero lo que supera a todo es el valor real de la inmolación de Jesús y de su victoria sobre la muerte: es el conjunto de enseñanzas y de tesoros que de ahí emana.


El camino que conduce al reino, había dicho Jesús, es estrecho y erizado de dificultades. Él lo ha querido recorrer el primero, hasta el último sacrificio, para que los hombres tuvieran el valor y la fuerza para no retroceder. He aquí que Jesús, el que pasó haciendo el bien como ningún otro, es víctima de sus enemigos: enemigos que personifican aquellas pasiones que Él había indicado con tanta frecuencia como obstáculos a la conquista del reino de los cielos. Él es víctima de la soberbia de los fariseos, de la envidia de los sacerdotes, del apego al poder de Pilatos, de la injusticia de Herodes, satisfecho de sus ignominiosos placeres, de la volubilidad de la muchedumbre sobornada por falsos profetas, de la avaricia de Judas, de la debilidad de sus discípulos. Y Jesús da a sus perseguidores ejemplo de fidelidad a su misión hasta la muerte, la paciencia infinita "Él, que con menos de un gesto o de una palabra los hubiera podido aniquilar", de abandono confiado en las manos del Padre. Pero luego he aquí que surge resplandeciente el día de la victoria: Jesús resucitado, Jesús triunfante que se siente a la diestra del Padre. Mas sobre todas las cosas está el valor real de la muerte de Jesús: con su sangre fue redimida la humanidad. "Le pondrás por nombre Jesús", había dicho el ángel a María el día de la anunciación, y, repitiendo luego la misma orden a José, había añadido: "porque él salvará a su pueblo del pecado". En la lengua de Palestina, en efecto, Jesús significaba :"el Salvador". Ya las antiguas profecías, describiendo al Mesías, habían hablado de su misión de salvación que había de ser cumplida a costa de grandes sacrificios, a precio de sangre. Y cuántas veces Jesús, cada vez mas claramente a medida que se aproximaba el fin de su vida terrena, había hablado de la próxima y violenta partida como conclusión necesaria para el cumplimiento de su misión, suscitando la admiración y aún la protesta de sus Apóstoles. "Es necesario", dijo un día, era el mismo en que Pedro lleno de entusiasmo le había proclamado Mesías e Hijo de Dios, recibiendo como respuesta la promesa del supremo poder sobre la Iglesia "que yo vaya a Jerusalén, tenga que sufrir persecuciones de parte de los escribas y de los fariseos y de los sacerdotes, y al fin sea muerto, pero resucitaré después de tres días". Pedro que osó protestar recibió esta respuesta: "no tienes la sabiduría de Dios, sino la de los hombres". Jesús se compara a sí mismo al buen pastor que ama a su ovejas y da su vida por ellas; así su sangre será derramada por todos para remisión de los pecados. Dice que ha venido no para ser servido, sino para servir y dar la propia vida para redención de muchos. "He aquí, exclama en la vigilia de pasión, que ahora se prepara el juicio de este mundo y el demonio será arrojado fuera, y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí". Pero ¿Por qué todo ésto? ¿De qué cosa debían ser salvados los hombres? Este es el misterio escondido desde el principio de los siglos en la mente de Dios; para comprenderlo se necesitaría tener una idea completa de Dios en su infinita grandeza y del hombre en su dependencia absoluta del Creador. Todo se enlaza con el primer pecado: la desobediencia de los primeros Padres. Con aquella rebelión se establecerá una fractura entre Dios y el hombre: cayeron aquellos privilegios que le hacían Hijo de Dios y que, por puro don de su bondad, establecían entre Creador y creatura relaciones de amistad. Por tanto, si había de haber una reparación, debería tener un valor infinito. Se necesitaba un nuevo Adán, cuya alabanza tuviese valor suficiente para cancelar aquella inmensa culpa. Y he aquí Jesús: Verdadero Hombre: puede representar a todos los hombres. Verdadero Dios, como el Padre: toman valor infinito todas sus acciones, su sacrificio supremo, su ofrenda. Con Jesús el hombre es reconciliado con Dios; la gracia comienza de nuevo a fluir entre el Creador y la creatura predilecta; que aún puede levantar a lo alto la mirada confiada para llamarle Padre. Del calvario y del sepulcro glorioso surge una nueva vida para los hombres: la vida de hijos adoptivos de Dios. En la larga historia de la humanidad un solo hecho iguala en importancia a cuanto sucedió sobre la cruz y al alba radiante de la pascua, aquél del primer día: cuando por el soplo omnipotente del Creador comenzó la vida humana sobre la tierra.


d HACIA LA CRUZ f 417 La cena en Betania Seis días antes de la pascua, la última que habría de pasar sobre la tierra, Jesús, al ir a Jerusalén, se detuvo en Betania. Allí halló una acogida aún mas cordial que de costumbre por el reciente milagro de la resurrección de Lázaro, y cierto Simón, ya curado de la lepra, dispuso una cena en su honor, invitando también a Lázaro y a sus hermanas. María halló la ocasión oportuna para manifestar su reconocimiento por la resurrección del hermano y, roto, según el uso, un vaso de ungüento precioso, derramó su contenido sobre los pies y la cabeza de Jesús. El gesto pareció a Judas inoportuno. "¿A qué fin este desperdicio, dijo, cuando se pudo vender ésto en trescientos denarios y darlo a los pobres?" Pero no eran los pobres los que le preocupaban, sino más bien el hecho de que, siendo el deshonesto administrador de la ya mísera caja apostólica, veía esfumarse la ocasión de una ganancia suya. "A los pobres, observó Jesús aludiendo claramente a su próxima partida, los tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre".

418 El triunfo de Jerusalén En aquellos días muchos peregrinos que iban a Jerusalén con ocasión de la Pascua se detenían en Betania y se aglomeraban en casa de Lázaro para ver tanto al Maestro como al resucitado. Cuando luego decidió Jesús proseguir hacia la ciudad santa, le siguió una multitud de gente. Esta vez quiso favorecer al entusiasmo de los fieles. Envió dos discípulos a coger un pollino y sobre aquella cabalgadura continuó su viaje. La multitud estaba en delirio. Montados sobre un jumento habían hecho también los antiguos reyes del pueblo de Dios su entrada en la capital, y el paralelo era espontáneo. Los Apóstoles adornaron con sus mantos la cabalgadura, otros vestidos fueron tendidos como alfombra a lo largo del camino, mientras todos, dispuestos como para un cortejo triunfal, agitando ramos de palma y olivo, iban gritando y cantando: "Bendito sea el que viene en nombre del Señor".

420 El homenaje de los niños

419 El llanto sobre Jerusalén La multitud que aclamaba ni siquiera se dio cuenta de que el rostro de Jesús se volvió de repente triste, cuando el cortejo, ganada la cima del monte de los Olivos, tenía delante la visión de Jerusalén. Había parado su cabalgadura y contemplando la ciudad sus ojos se habían llenado de lágrimas. Veía el contraste entre los vivas de aquel día y los gritos de condenación que bien pronto resonarían en aquel mismo lugar. Veía la ciudad, magnífica en sus monumentos, reducirse en un tiempo no lejano a un montón de ruinas en castigo de su infidelidad. "Vendrán días terrible sobre tí, exclamó entre sollozos, en que tus enemigos te circunbalarán por todas partes, te arrasarán con los hijos tuyos y no dejarán en tí piedra sobre piedra, por cuanto has desconocido el tiempo en que Dios te ha visitado".

Solo los Apóstoles mas cercanos notaron la tristeza de Jesús y oyeron con admiración sus graves palabras. Volviendo luego, algunos días mas tarde, sobre el argumento, recibieron terrible confirmación. Entre tanto los fariseos obserbavan el desenvolvimiento del cortejo con evidente preocupación y, no pudiendo hacer callar a toda aquella gente, se dirigieron a Jesús. "Reprende a tus discípulos", le dijeron. "Os digo que si estos callan, respondió pronto, las mismas piedras darán voces". Habiendo entrado en la ciudad Jesús se dirigió al Templo: allí habló a la multitud y realizó algunos milagros. Siguió entonces otra explosión de júbilo, y fueron especialmente los niños que, estrechados alrededor de el, clamaban: "hosanna al Hijo de David". "¿Tú oyes lo que dicen éstos?" le dijeron aún escandalizados los fariseos. Les repondió: "¿No habéis leído en las escrituras: de la boca de los infantes y niños de pecho es de donde sacaste perfecta alabanza?".


421 Judas el traidor Al caer de la tarde, Jesús volvió a Betania para pasar la noche y de allí volvía a tomar todos los días el camino de Jerusalén, donde le esperaba la multitud ansiosa. Los fariseos hicieron el balance de aquellas jornadas y lo hallaron preocupante. Desde algún tiempo, sobre todo desde la resurrección de Lázaro, los fieles del Maestro aumentaban: urgía una decisión. Prevaleció el parecer de quitarle la vida: pero ¿Cómo hacerlo? Un acto de fuerza, especialmente en aquellos días en qeu Jerusalén rebosaba de peregrinos, podría causar serios tumultos. Satanás les vino en ayuda: la tentación venció a Judas, que se presentó a los jefes del Sanedrín diciendo: "¿Qué queréis darme, y yo le pondré en vuestras manos?" Cerraron el pacto. El traidor recibió treinta monedas de plata y se obligó a indicarles la primera ocasión para poder sorprender a Jesús.

422 La higuera infructuosa Los días desde el domingo del triunfo hasta el jueves, en que comenzó la pasión dolorosa, fueron para Jesús de intenso trabajo. En Jerusalén predicó, obró milagros y tuvo acaloradas discusiones con sus enemigos. Después para los Apóstoles tuvo cuidados particulares, abriéndoles nuevos horizontes de su doctrina con la descripción del fin del mundo y del último juicio. Sobre estas verdades quiso insistir aún con un hecho milagroso, de profundo significado simbólico. Habiendo un día salido de Betania, vio una higuera: tenía muchas hojas, pero ningún fruto. Se acercó a ella y dijo: "Nunca jamás nazca de tí fruto". Y con consternación de los discípulos la higuera quedó seca de repente. El severo e inexorable juicio de Dios, había querido enseñar Jesús, herirá así un día a cualquiera que no haya hecho frutos de bien.

423 Los viñadores rebeldes

424 El hijo muerto

Con una parábola, narrada aquellos días, quiso Jesús resumir toda la obra de Dios en los siglos en favor de los hebreos y sus muchas infidelidades, hasta la última que iba a ser consumada con su muerte y que llevaría a la reprobación del que en un tiempo había sido el pueblo de Dios. Un señor, dijo, partió para un largo viaje, arrendando a los colonos su rica viña, para que la cultivasen. Cuando llegó el tiempo de la recolección, envió varias veces sus criados para obtener parte de los frutos. Pero aquellos colonos se rebelaron siempre y una veces golpearon, otras apedrearon, hasta matar, a los enviados del amo. Ya el profeta Isaías había descrito al pueblo de Dios como la viña del Señor, hecha infructuosa por las infidelidades. No tuvieron, por tanto, que fatigarse los escribas y fariseos presentes para comprender el reproche que encerraban aquellas palabras.

Entonces aquel señor envió a su mismo hijo: a lo menos a él, pensaba, le respetarán. Pero los colonos, apenas le vieron, se dijeron unos a otros: "Éste es el heredero: matémosle y será nuestra la heredad". Arrojáronle fuera de la viña y consumaron su delito. A este punto Jesús interrumpió la narración y preguntó a los presentes: "Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿Qué hará a aquellos agricultores?" Los fieles y los más sencillos de los oyentes respondieron: "Hará perecer a los malvados, y arrendará su viña a otros labradores que le paguen los frutos a sus tiempos". Los fariseos, que habían comprendido bien el pensamiento de Jesús, no osaron replicar y, mientras se alejaban cada vez mas convencidos de la necesidad de quitarle la vida, tuvieron todavía tiempo de oír sus últimas clarísimas palabras: "Os digo que os será quitado a vosotros el reino de Dios, y dado a gentes que rindan frutos".


d EL CENÁCULO f

425 Preparativos para la Pascua

426 El lavatorio de los pies

El jueves Jesús envió a Pedro y Juan a la ciudad a preparar lo necesario para la cena pascual, que aquella misma tarde celebraría con sus apóstoles. Según sus precisas informaciones, Pedro y Juan encontraron un hombre que se mostró muy contento de hospedar al Maestro y puso a su disposición una pieza grande, bien amueblada. Prepararon el cordero, el pan no fermentado, el vino, el agua para las abluciones, todo como lo prescribía la ley desde los lejanos tiempos de Moisés, el cual había querido aquella ceremonia en acción de gracias por la liberación de la esclavitud de Egipto. Al caer de la tarde, llegó Jesús con los demás Apóstoles. La alegría de la fiesta, el lujo insólito de los locales, unidos a los recientes triunfos de Jesús, habían borrado de la mente de los discípulos los tristes presagios de su próxima partida, que sin embargo aquellos días habían sido frecuentes en sus labios.

El Maestro les llamó a la realidad: "Ardientemente he deseado, dijo, comer esta pascua con vosotros antes de partir". Pero ninguno hizo gran caso a estas palabras, empeñados como estaban en discutir sobre la precedencia de los puestos alrededor de la mesa, cosa que era considerada de la mayor importancia. Jesús les reprochó dulcemente: "El mayor de entre vosotros, dijo, pórtese como el menor, y el que tiene la presidencia, como sirviente. ¿Véis? Yo estoy en medio de vosotros como un sirviente". Se ciñó una toalla y, tomando el lebrillo de las abluciones púsose a lavar los pies a los apóstoles, mudos por la gran lección de humildad. Solo Pedro exclamó: "Jamás, jamás me lavarás tú a mi los pies". Jesús le respondió: "Si yo no te lavare, no tendrás parte conmigo". Pedro quedó perplejo un instante, luego agregó: "Entonces, Señor, no solamente mis pies, sino las manos también y la cabeza".

427 Judas "Y en cuanto a vosotros, limpios estáis, si bien no todos". Concluyó Jesús sentándose a la mesa. La frase echó una sombra sobre la primera parte del banquete. ¿Qué cosa quería decir el Maestro? Volvió luego él mismo a tomar el argumento con tono de infinita tristeza. "En verdad os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me traicionará. "¿Señor, soy acaso yo?" preguntaron todos con ansia, tendiéndose hacia Él. También Judas hizo la misma pregunta y Jesús, inclinándose, le susurró: "Si, tú mismo lo has dicho". Entre tanto Pedro le había hecho una seña a Juan, para que preguntase al Maestro el nombre del traidor. "Es aquél, le respondió Jesús, a quien yo daré un bocado mojado en el plato". Juan vio el gesto amistoso de Jesús, vio su mirada encontrarse con la de Judas y oyó estas palabras: "Vete, lo que piensas hacer, hazlo cuanto antes". El amor no había hecho brecha en aquella alma, y el traidor salió en la noche.

428 Este es mi cuerpo Una atmósfera de gran conmoción se creó en el cenáculo cuando, salido ya el traidor, Jesús abrió el corazón a sus fieles. "Hijitos míos, por un poco de tiempo estoy todavía con vosotros...un nuevo mandamiento os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado a vosotros". Y les mostró la plenitud de su amor. Se levantó, tomó el pan, lo bendijo y lo partió diciendo: "Tomad y comed, este es mi cuerpo, que es sacrificado por vosotros". Una luz nueva iluminó a los Apóstoles en aquel momento. Recordaron el día del discurso misterioso: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo...el que comiere de este pan vivirá eternamente". Muchos no habían creído entonces y habían abandonado a Jesús: ahora todo era claro. Jesús quedará con ellos, escondido, pero vivo. No será ya tan dura la separación, cuando vuelva a su Padre.


430 Pedro

429 Esta es mi sangre Jesús distribuyó aquel pan y los Apóstoles se sintieron unidos a Él con un nuevo vínculo, mucho mas íntimo que el de la confianza y amor que ya los unía. Luego tomó un cáliz de vino y dijo: "tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados". Recordaron otars palabras: "...el que bebiere mi sangre tendrá la vida...", la promesa se había cumplido. "Y ahora, prosiguió el Maestro, continuad haciendo esto en memoria mía". Era acabada aquella cena pascual, la última que, celebrada según el rito hebreo, tuviese aún valor delante de Dios. De ahora en adelante no será ya ofrecido a Dios en sacrificio el cordero, sino la sangre misma de Jesús llamada por su palabra omnipotente, por boca de los Apóstoles y de sus sucesores, sobre todos los altares, en la celebración de la Santa Misa.

Acabada la cena, Jesús se entretuvo en largo coloquio con los Apóstoles; sus palabras tenían el tono de una despedida. Se diría como de un padre que dicta el testamento a sus hijos. La continua referencia a la próxima partida no podía dejar tranquilo a Pedro, quien en un momento exclamó: "Pero Señor, ¿A dónde te vas?" "A donde yo voy, respondióle Jesús, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás, si, después". "¿Y por qué no puedo seguirte?, insistió Pedro, yo estoy a ir contigo a la cárcel y aún a la muerte, yo daré por tí mi vida". Jesús le miró y sonrió triste. "¿Tú darás la vida por mí?, dijo. En verdad te aseguro que no cantará hoy el gallo antes que tú niegues tres veces haberme conocido". A la viva protesta de Pedro, a quien hicieron coro todos los Apóstoles, Jesús no replicó. Él bien sabía como aún este dolor le esperaba.

431 Dos espadas

432 Hacia el huerto

Jesús habló largamente dando sus últimas recomendaciones. "No os dejaré huérfanos; yo volveré a vosotros". "...yo voy a preparar un puesto para vosotros". "Amaos los unos a los otros". "Cuanto pidiéreis al Padre en mi nombre, os lo concederá". No les ocultó que tiempos muy tristes les esperaban: "Como me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros..." Será menester entonces un valor a a toda prueba. Los Apóstoles tomaros a la letra las palabras de Jesús y en el entusiasmo de aquella tarde, tomando dos espadas, se las mostraron al Maestro diciendo: "Señor, he aquí dos espadas". Querían decir: "Estamos prontos a hacer frente a cualquier enemigo". Jesús sacudió la cabeza ante su incomprensión y dijo: "Basta". Solo más tarde comprenderían que no es con la espada como se afrontan y vencen los enemigos de su reino.

Era noche avanzada cuando Jesús se levantó para ir al encuentro de su pasión. Pensaba con tristeza que aquella noche sería herido el pastor y se descarriarían las ovejas del rebaño. ¿Qué sería de ellos? Y sin embargo, deberán ser aquellos once los que han de continuar su misión hasta los confines de la tierra, hasta el fin de los siglos. Levantó al cielo los ojos humedecidos por las lágrimas y oró. "Padre, la hora es llegada...por ellos ruego yo, por éstos que me diste, para que sean tuyos. Guárdalos en tu nombre, a fin de que sean una misma cosa...santifícalos en la verdad...pero no ruego solamente por éstos, sino también por aquellos que han de creer en mí por medio de su predicación; que todos sean una misma cosa..." Con el ánimo levantado por la oración, seguido de los Apóstoles, profundamente conmovidos por los acontecimientos de aquella tarde, Jesús salió del cenáculo y se encaminó en la noche hacia el monte de los Olivos.


d EL GETSEMANÍ f

433 El sudor de sangre

434 Velad y orad

Al pie del monte de los Olivos había un huerto, llamado Getsemaní, y Jesús entró en él. Era ya demasiado tarde para volver, como todas las tardes, a Betania y los Apóstoles comprendieron que debían pasar la noche en aquel lugar. Por lo demás, desde que habían seguido al Maestro, no era la primera vez que dormían al descubierto. Jesús les dijo: "Sentaos aquí mientras yo voy mas allá y hago oración". Pero quiso que Pedro, Santiago y Juan le siguiesen y con ellos se adentró en el huerto. Jamás habían visto a Jesús tan triste y abatido, y sus primeras palabras confirmaron su impresión. "Mi alma sientes angustias mortales; aguardad aquí y velad conmigo". Adelantándose unos pasos, se postró en tierra, caído sobre su rostro, y ellos le oyeron repetir, como presa de espanto: "Padre mío, todas las cosas te son posibles, aparta de mí este cáliz". Y cuando levantó un poco de la tierra su rostro hacia el cielo, lo vieron cubierto de un sudor sanguíneo, que hacía de él la verdadera imagen del dolor.

Los tres apóstoles quedaron un rato contemplando la gran tristeza de Jesús, pero luego, vencidos por el sueño, se durmieron. En tanto para Jesús había comenzado la pasión dolorosa. Con su ciencia divina Él conocía todas las cosas, y en aquella hora vio todos los padecimientos que le esperaban, todos los pecados de la humanidad, todos aquellos que ni siquiera su sacrificio lograría conducir al camino del reino de Dios. Y ésto repercutía con un tormento indescriptible en su naturaleza humana sensibilísima. Por dos veces suspendió la oración y volvió donde había dejado a los apóstoles. Quería acaso recibir de ellos un consuelo, pero los halló dormidos. Los despertó. "Velad y orad", les recomendó antes de alejarse. Mas aquellos apenas se levantaron un poco. Volvieron a oír los gemidos del Maestro, repitiendo incesantemente la misma oración, y luego se durmieron de nuevo.

435 El ángel consolador Jesús había vuelto a su agonía. "El espíritu está pronto, mas la carne es flaca". La naturaleza humana sentía toda la repulsión natural al dolor, pero la naturaleza divina había decidido y aceptado el supremo sacrificio por amor de los hombres. La oración obtuvo la fuerza para la parte más flaca, hasta hacerle exclamar: "Padre, hágase tu voluntad y no la mía". Fue una victoria sobre la tentación, como aquella del desierto cerca del Jordán en los comienzos de la vida pública. Y, como entonces, apareció un ángel. Le traía el consuelo y la palma de la victoria. Volvió todavía otra vez a los Apóstoles. No era ya para buscar un alivio, sino para llamarles a asistir a su prendimiento, y mas aún (y tal pensamiento le entristecía profundamente) para que estuviesen prontos a la fuga.

436 El beso del traidor Tampoco los enemigos de Jesús habían dormido aquella noche. Judas, habiendo salido precipitadamente del cenáculo, se había hecho recibir por los jefes del sanedrín y les había expuesto su plan. Conociendo bien las costumbres del Maestro, estaba cierto de que pasaría el resto de la noche en Getsemaní. Solicitó que le dieran, por tanto, un grupo de gentes armadas y antes del alba Jesús estaría en sus manos. Para no equivocarse en la oscuridad, deberían de estar muy atentos: aquél a quien él besare, era el hombre que debían prender. Que luego se las entendiesen ellos. Su parte estaba terminada. El sanedrín juntó un tropel de gente armada de cuchillos y palos, pidió un refuerzo a los romanos y los puso a las órdenes de Judas. Llegados a Getsemaní, el traidor se acercó a Jesús: "Dios te guarde, Maestro" le dijo, y le besó en el rostro regado de sudor y de sangre.


437 ¿A quién buscáis?

438 No con la espada

Jesús tuvo todavía un gesto de bondad para el traidor, en el último tentativo de tocarle el corazón: "Amigo, le dijo, ¿A qué has venido aquí? ¿Con un beso me entregas?" Pero Judas se había ya separado de Él, mientras los guardas armados, ya seguros del hombre a quien debían de prender, saliendo de la sombra, se acercaron amenazadores. Jesús mismo salió a su encuentro. "¿A quién buscáis?" preguntó a aquellos hombres, asombrados de tanta calma, mientras se habían preparado a afrontar una resistencia o una fuga. "A Jesús nazareno", respondieron. "Pues bien, soy yo", dijo Jesús. A aquellas palabras una fuerza prodigiosa se desencadenó de aquél hombre inerme, que resaltaba como una visión en la oscuridad de la noche, e hirió a aquella turba armada y furibunda. Retrocedieron aterrorizados y cayeron en tierra unos sobre otros.

"Ya os he dicho que soy yo", continuó con calma Jesús, cuando aquéllos, recobrándose del misterioso terror, comenzaron a levantarse. "Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos". E indicaba a sus Apóstoles. Pero éstos, que al principio se habían acercado temerosos, ahora, después de haber visto a los agresores derribados por las palabras del Maestro, estaban bien decididos a defenderle. "Señor, preguntaron echando mano a las armas, ¿Heriremos con la espada?" Pedro ni siquiera esperó la respuesta e hirió al primero que se le puso delante, un cierto Malco, cortándole una oreja. Ya se preparaba para hacer más, pero Jesús le detuvo: "Mete tu espada en la vaina, le dijo, ¿Piensas que no puedo llamar legiones de ángeles en mi defensa? El cáliz que me ha dado mi Padre ¿He de dejar yo de beberlo?" Y con acto de gran bondad tocó la oreja del herido y le curó.

439 El prendimiento La tentativa de resistencia, aunque súbitamente truncada por Jesús, el milagro de la repentina curación de Malco, unidos al espanto experimentado a las palabras del Maestro, que les había hecho derribar al suelo, detuvieron a aquella turba volviéndola indecisa sbore lo que había de hacerse. Se adelantaron entonces los dirigentes de la expedición, sacerdotes y oficiales del templo, para incitarlos a llevar a cabo la misión para la cual habían sido pagados. A éstos dirigió su palabra Jesús: "Habéis salido armados con espadas y con palos a prenderme, como se hace con un asesino; cada día estaba entre vosotros enseñando en el Templo y nunca me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las escrituras de los profetas". Dicho esto, se dejó arrestar. Los Apóstoles volvieron a ser presa del miedo y, abandonándole, huyeron.

440 Solo entre enemigos También Judas había huído. Había tal vez esperado que Jesús, como en otra ocasión, se librara con un acto de su poder. Así hubiera podido Él guardarse sin remordimientos el precio de la traición. Ciertamente huyó también Malco, el último favorecido con el milagro. Jesús quedó solo, presa de sus encarnizados enemigos. El cortejo con el detenido salió de Getsemaní, a través de las calles desiertas de Jerusalén, y se dirigió al palacio de los sumos sacerdotes, Anás y Caifás, que habían sido el alma de la conjuración. Cualquiera que haya encontrado a aquella turba, en la cual sobresalían las corazas de los legionarios, que arrastraba al prisionero, habrá ciertamente pensado en el arresto de algún bandolero que infestaba la región. Entre tanto, dos de los Apóstoles en fuga conprendieron la vileza de su procedimiento y, volviendo sobre sus pasos, seguían de lejos al Maestro. Eran Pedro y Juan.


d DE UN TRIBUNAL A OTRO f 442 La negación de Pedro

441 Abofeteado En aquél año era sumo sacerdote Caifás pero ejercía una influencia preponderante sobre el sanedrín, y sobre Anás, suegro suyo y predecesor en el alto cargo. Éste se reservó a sí mismo el primer interrogatorio de Jesús, quería descubrir sobre qué puntos se pudiese montar la acusación más eficaz. Mas Jesús no respondió a sus preguntas. Dijo solamente: "Yo he predicado públicamente delante de todo el mundo, siempre he enseñado en la sinagoga y en el Templo, donde concurren todos los judíos, y nada he hablado en secreto. ¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído". La respuesta pareció a los presentes una irreverencia hacia aquel hombre venerado y temido, y uno de los ministros asistentes le dio una bofetada, diciendo: "¿Así respondes al pontífice?" "Si he hablado mal, respondió Jesús, dime en qué, si he hablado bien, ¿Por qué me hieres?" Mientras tanto habían llegado algunos miembros del sanedrín, y Anás pasó a Jesús al tribunal de Caifás.

Pedro y Juan habían entre tanto logrado entrar en el palacio y, mientras Juan se había introducido hasta la sala del tribunal, Pedro se mezcló con la soldadesca y las personas del servicio, que alrededor de un brasero comentaban los sucesos de aquella noche. El aspecto del forastero llamó la atención de una criada de la casa: "¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?", le dijo. Pedro negó rotundamente. Pero la frase fue recogida por otros que le asedieron con preguntas. "Seguramente eres tú también de ellos, dijo uno, eres efectivamente galileo, tu modo de hablar lo prueba". Pues qué, "¿No te he visto yo en el huerto con él esta noche?", añadió otro que era pariente de aquel Malco cuya oreja había cortado Pedro. El pobrecillo, confuso y lleno de miedo, no sabía ya que frase inventar para lograr convencer a aquella gente de que jamás había tenido relacion alguna con el detenido, antes bien ni siquiera le conocía.

443 El arrepentimiento de Pedro Entre tanto Caifás había sometido a Jesús a un primer interrogatorio, después, como el sanedrín no estaba completo, aplazó la sesión para la mañana, e hizo conducir a Jesús a la cárcel. Cuando el Maestro, atado y rodeado de guardias, salió de la sala que daba al atrio, atrajo la atención de los que alrededor del brasero escuchaban divertidos la última protesta de Pedro. También el apóstol perjuro miró al Maestro. Su mirada aflijida y el canto del gallo, que se oyó en aquel momento, le recordaron las palabras de la tarde precedente y se acordó de su entusiasta promesa de fidelidad. Experimentó un profundo dolor y huyó llorando. Jesús, en tanto, en la cárcel subterránea era presa de los peores elementos de la soldadesca del sanedrín. Fue escarnecido, insultado y golpeado hasta que, al rayar el día, volvieron a llevarle al tribunal.

444 Reo de muerte No se logró concretar acusación alguna contra Jesús: mientras los testigos se contradecían, de los labios del acusado no salía palabra alguna. Entonces Caifás tomó un tono solemne y le habló directamente. "Yo te conjuro de parte de Dios vivo, poniéndose en pie con toda la majestad de su persona, que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Jesús a la invocación hecha en nombre de Dios respondió: "Si, yo lo soy; y me veréis sentado a la diestra del Omnipotente, venir sobre las nubes del cielo". Exclamaron entonces todos escandalizados: "¿Luego tú eres el Hijo de Dios?" "Si, vosotros mismos lo decís, yo soy", repitió Jesús. La hipocrecía de Caifás se reveló entonces de un modo trágico. Como se acostumbraba para manifestar un profundo dolor, rasgó la orla de sus vestiduras y exclamó: "Blasfemado ha, no tenemos ya necesidad de testigos; ¿Qué os parece?"Todos respondieron a coro: "Blasfemado ha, reo es de muerte".


446 La muerte del traidor

445 La desesperación de Judas La sentencia del sanedrín fue un gran golpe para Judas. Había seguido durante tres años al Maestro y conocía su inmensa bondad; pocos, como él, podían comprender lo absurdo de aquel grito: "Reo es de muerte". Cegado por la avaricia, lo había entregado en manos de sus enemigos, pero no había pensado en las últimas consecuencias de su gesto. Ahora aquellas treinta monedas que había recibido y contado con gozo, como si pudieses hacerle feliz, le quemaban las manos. Acudió entonces al Templo, halló allí a los príncipes de los sacerdotes con los cuales había hecho el infame pacto, y les gritó llorando: "Yo he pecado, pues he vendido la sangre inocente". Pero aquellos se mofaron de él. "A nosotros ¿ Qué nos importa?, dijeron volviéndoles las espaldas, allá tú". Con un gesto desesperado arrojó Judas las monedas al suelo y huyó.

Mientras tanto el sanedrín había decidido llevar a Jesús al tribunal del procónsul romano, Poncio Pilato, el único que podía dar curso a una sentencia capital. Cuando Judas vio dirigirse el cortejo hacia el pretorio, sintió desvanecerse toda esperanza de liberación: para nada, pues, había valido su testimonio en el templo delante de los sacerdotes. Ya no dejarían aquellos su víctima y Jesús sería muerto por su culpa. Vagó por la campiña fuera de los muros de la ciudad, presa de la mayor desesperación. Al fin no pudo resistir mas, y el remordimiento, que a Pedro había llevado a la conversión, llevó a Judas al delito. Se colgó de un árbol y se ahorcó. El precio de la traición, recogido en el Templo por los sacerdotes, fue destinado a la compra de un terreno que se llamó: "Campo de sangre".

447 Pilato

448 Herodes

"Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley", dijo Pilato a los judíos cuando le rpesentaron a Jesús. "Pero a nosotros, respondieron aquellos, no nos es permitido matar a nadie". Si se hablaba de muerte la cosa era seria, pensó Pilato y escuchó las acusaciones. "A éste le hemos hallado incitando a la rebelión al pueblo, vedando pagar tributos a César y diciendo que él es el Cristo rey", dijeron. Pilato entonces le interrogó directamente. "¿Eres tú el rey de los judíos?" "Sí, respondió Jesús, tú mismo lo dices...pero mi reino no es de este mundo...yo vine para dar testimonio de la verdad..." Pilato comprendió que no se encontraba frente a un revolucionario: no era ciertamente con discusiones sobre la verdad que se podía amenazar al gran imperio romano, fundado sobre la fuerza de las armas. Dijo, pues, a los acusadores: "Yo ningún delito hallo en este hombre".

Mas los enemigos de Jesús estaban bien decididos a llegar hasta el fin, por lo que insistieron: "Tiene alborotado al pueblo con la doctrina que va sembrando por toda Judea desde Galilea, donde comenzó, hasta aquí". Si el acusado era galileo, pensó entonces Pilato, contento por haber hallado motivo de librarse de la responsabilidad de aquel juicio, pertenecía al tetrarca de Galiea, Herodes, el juzgarle; y como éste se hallaba en Jerusalén para la Pascua, lo envió a él. Herodes se alegró de ello. Había oído habalar tanto de este Jesús, obrador de milagros, y deseaba verle a la prueba. Pero delante de aquel hombre, vicioso y cruel, que se había manchado con la sangre de Juan Bautista, Jesús no abrió la boca. Tampoco el tetrarca dio peso a las acusaciones, pero lo trató de loco y de exaltado. Vestido de una deteriorada túnica blanca, del corte que se usaba para los reyes, entre las burlas de sus soldados, le volvió a enviar a Pilato.


d SEA CRUCIFICADO f 450 La mujer de Pilato

449 Jesús y Barrabás Cuando Pilato oyó cómo habían andado las cosas cerca de Herodes, habló así a los príncipes de los sacerdotes y a los jefes del pueblo que le habían devuelto a Jesús en medio de las mofas y los insultos de la multitud. "Vosotros me habéis presentado este hombre como alborotador del pueblo, y he aquí que habiéndole interrogado en presencia vuestra, ningún delito he hallado en él de los que le acusáis. Ni tampoco Herodes le juzgó digno de muerte". Mas los acusadores insistían implacables: "Crucifícale". El procurador pensó entonces en otra salida, ofensiva para Jesús, pero, a su parecer, de seguro efecto. Era costumbre que con ocasión de la Pascua él concediese la libertad a un prisionero. Escogió al más culpable que tenía en la cárcel: un cierto Barrabás, condenado por sedición y homicida, e hizo su propuesta. "¿A quién queréis, preguntó a la turba alborotada bajo el pretorio, que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que es llamado Cristo?"

Mientras entre la multitud circulaba la propuesta, un hecho nuevo había venido a turbar el ánimo del procurador. Su mujer había tenido un sueño y había sacado la convicción de que sucederían grandes desgracias, si su marido condenaba a aquél hombre. Le envió, pues, a decir que no se mezclase en aquella causa. Entre tanto los sacerdotes se pusieron a convencer a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y tan bien lo consiguieron, que, cuando Pilato renovó la pregunta: "¿A quién, pues, queréis que suelte?" estalló un solo grito: "Quítale a éste la vida y suéltanos a Barrabás". Pilato, para no excitar aún más la multitud, adhirió a su petición y ordenó la liberación de Barrabás. El clamor se hizo entonces más fuerte: a las imprecaciones para Jesús, se habían unido las aclamaciones para el asesino librado.

452 La corona de espinas

451 La flagelación Mas pronto la atención se dirigió todavía a Jesús. "¿Pues qué he de hacer de éste que llamáis rey de los judíos?", preguntó impaciente Pilato. El grito de la multitud enfurecida fue la respuesta inmediata: "Sea crucificado, crucifícale, crucifícale". "Pero ¿Qué mal ha hecho?, gritó Pilato, yo no hallo en él delito ninguno de muerte". Después, viendo que no se calmaban, pensó a llegar a un compromiso, para tomar tiempo. "Así que, les dijo, después de azotarle le daré por libre". Los gritos de muerte se aplacaron un poco para convertirse en gritería de escarnio cuando Jesús, atado a una columna, comenzó a desangrarse, mientras su carne caía a pedazos, bajo los violentos azotes de los hombres encargados de la flagelación.

Pero los sobornadores circulaban entre la multitud, incitándola a pedir la muerte, y bien pronto volvieron a comenzar los tumultos. Pilato ordenó entonces que Jesús fuese conducido al interior del pretorio y se retiró a reflexionar sobre la posibilidad de salvarle al menos de la muerte. El prisionero quedó así en poder de aquellos hombres acostumbrados a ensañarse en los condenados, antes de conducirlos al último suplicio. Habiendo sabido que era acusado de haberse dicho rey de los judíos, le vistieron un manto de púrpura, y entretegiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza apretándola con una caña, que luego se la pusieron en la mano como un cetro. La cruel parodia continuó. Arrodillados delante: "¡Salve, oh rey de los judíos!" le decían con escarnio y, riéndose a carcajadas, le golpeaban y le escupían en el rostro desfigurado por el dolor y bañado de sangre.


453 Ved aquí al hombre Intervino Pilato para hacer la indigna algazara, y al ver a Jesús en aquel estado lamentable, tuvo la idea de una última tentativa de salvación. Le hizo llevar, sangrando y coronado de espinas, como estaba, delante de la multitud embrutecida, y le presentó él mismo: "Ved aquí el hombre", dijo. Hubiera querido añadir cómo bastaban ya aquellos tormentos para lavar culpas más graves que aquéllas de que le acusaban, pero un grito impetuoso le impidió continuar. "Sea crucificado, crucifícale". Pilato entonces, ante los clamores que continuamente aumentaban, gritó: "Tomadle, allá vosotros, y crucificadle, que yo no hallo en él crimen". Hablaba movido de la ira, porque bien sabía que sin una precisa sentencia suya ellos no hubieran podido matarle. Mas aquellos replicaron: "Nosotros tenemos una ley, y según esta ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios".

454 La gritería de la muchedumbre La nueva acusación acrecentó los temores de Pilato, que ya sospechaba en Jesús algo de sobrehumano. Le interrogó, por tanto, de nuevo: "¿De dónde eres tú?", le preguntó; mas Jesús no le respondió palabra. "¿A mí no me hablas?, continuó, ¿No sabes que está en mi mano el crucificarte o el soltarte?" "No tendrías poder alguno sobre mí, replicó con calma Jesús, si no te fuera dado de arriba, mas quien a tí me ha entregado reo es de pecado más grave". Mientras tanto afuera, la muchedumbre cansada de las vacilaciones del procurador, se hacía amenazadora aún para él. "Si sueltas a ése le gritaban, no eres amigo de César, puesto que cualquiera que se hace rey, se declara contra César". Pilato condujo aún fuera a Jesús. "Aquí tenéis a vuestro rey", les dijo en tono irónico: Roma no tenía nada que temer de un rey coronado de espinas. Pero nada valió. La multitud replicó: "No tenemos rey, sino a César, a ése crucifícale".

455 La sentencia Ahora los enemigos de Jesús habían dado en el blanco. Pilato ante la posibilidad de una acusación a Roma por no haber defendido de todos los modos la soberanía del emperador, no vació en dejar de lado todo sentimiento de piedad y de justicia. Sentóse en el trono, colocado a la entrada del pretorio, y delante del pueblo alborotado, mandando traer agua, se lavó las manos. El significado del gesto era conocido a los hebreos y se hizo un silencio repentino en espera de la sentencia. "Inocente soy yo de la sangre de este justo, dijo el procurador, allá os veáis vosotros". De abajo se levantaron fuertes gritos: "Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Terrible invocación, que muchos debieron recordar cuarenta años después cuando Jerusalén sufrió una de las más crueles desvastaciones que la historia recuerda.

456 Hacia el suplicio Pilato puso su sello a la sentencia de muerte, y entregó a Jesús a los soldados, para que fuese conducido a la crucifixión. Fue preparada la cruz, y el procurador mismo dictó la inscripción para la tablilla que un heraldo debería llevar por delante del condenado, para hacer conocer a todos el motivo de la condenación. Ella estaba escrita en las tres lenguas mas usadas: hebrea, griega y latina; y decía simplemente: "Jesús nazareno, rey de los judíos". Los príncipes de los sacerdotes no estuvieron contentos de esta inscripción y protestaron ante Pilato. "No has de escribir rey de los judíos, le dijeron, sino que él se ha dicho rey de los judíos". Mas Pilato estaba ya cansado de ocuparse de aquel condenado y les respondió secamente: "Lo escrito, escrito está". Jesús, vestido de nuevo de su túnica y de su manto, con la cruz sobre las espaldas sangrientas aún por la flajelación, en medio de nuevos escarnios e insultos inició el viaje hacia el suplicio.


d EL CALVARIO f

457 El cireneo Para la ejecución se había elegido una colina rocosa situada fuera de los muros de la ciudad, que por su configuración redondeada a modo de cráneo, era llamada "Calvario". Jesús, cansado por los sufrimientos ya padecidos, caminaba con dificultad, si se paraba para tomar aliento o caía oprimido bajo el peso de la cruz, era obligado a proseguir con empujones y azotes. Cuando luego el camino comenzó a subir y vino a ser un sendero pedregoso, pareció aún a los verdugos que el condenado no llegaría vivo hasta el lugar de la crucifixión y, no queriendo perder el fin espectacular del drama cruel, pensaron en concederle un poco de alivio. Detuvieron, pues, a un robusto campesino, un cierto Simón, oriundo de Cirene, que acaso había tenido palabras de compasión para Jesús, y, tomando la cruz de los hombros doloridos del condenado, le obligaron a llevarla en su lugar hasta arriba por la cuesta del Calvario.

458 Las piadosas mujeres Aliviado del peso de la cruz, Jesús pudo finalmente levantar la mirada hacia los que estaban a su alrededor. Vio a los jefes del sanedrín soberbios y satisfechos por la victoria conquistada, a los soldados deseosos únicamente de llevar pronto a cabo su misión, a la multitud, tan amada y bendecida, que ahora se le amontonaba alrededor ardiendo en un odio feroz, y le cubría de insultos y maldiciones. Solo un grupo de mujeres le seguía con rostro compasivo. Jesús se dirigió a ellas y dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestros hijos..." El triste cortejo se había detenido un instante, y todos oyeron maravillados las palabras del Maestro que anunciaba con autoridad y seguridad la aproximación de una castigo para la ciudad y para el pueblo de Jerusalén.

459 Encuentros piadosos

460 Crucificado

La tradición habla de otros encuentros a lo largo de la vía dolorosa, pausas de bondad en medio del odio desencadenado. En una vuelta esperaba María, la Madre del condenado, sostenida por otras mujeres seguidoras de la fe de Jesús. Solo una mirada afligida se cambiaron la Madre y el Hijo. Pero había en ella tanto amor y tanto consuelo, que superaban, con ser tan grandes, las penas ocasionadas por la ingratitud y por los tormentos. Mas adelante otra mujer se conmovió de la cruel escena. Se abrió paso entre los verdugos, y enjugó aquel rostro cubierto de sangre y de sudor. Insultada y golpeada, tuvo pronto que alejarse, pero cuando desplegó aquel lienzo, halló en él la milagrosa recompensa por su acto piadoso. En la tela estaba impreso el rostro dolorido de Jesús.

Otros dos hombres, condenados por delitos comunes, seguían a Jesús arrastrando la propia cruz; pero pasaban casi desapercibidos: toda la atención y los escarnios eran para el Maestro de Galilea. Cuando al fin fue alcanzada la cima del Calvario, comenzó el último suplicio. Las cruces fueron extendidas por tierra, los condenados, despojados de los vestidos, recibieron una bebida embriagadora que Jesús apenas probó. Luego fueron extendidos sobre el patíbulo para ser en él fijados o con cuerdas o, como sucedía a veces por gusto de crueldad, con clavos. Jesús, víctima no de la justicia sino del odio, tuvo el tratamiento más doloroso. Cuando su cuerpo, en el cual el violento desgarro de los vestidos había vuelto a abrir las llagas de la flajelación, fue echado y estirado sobre el madero, los verdugos decidieron fijarlo con largos clavos en las manos y en los pies.


461 Los vestidos del condenado

462 Padre perdónales

Los tres patíbulos fueron levantados: Jesús en medio, a sus lados los ladrones. Luego, mientras la multitud se abandonaba a una algazara cruel, los soldados, cumplida ya su obra, se apartaron con el botín, para dividirlo entre sí. Se trataba de bien poca cosa: el manto y la túnica de Jesús. El manto lo dividieron en las cuatro piezas de que estaba compuesto y tuvieron una parte cada uno. La túnica, en cambio, tejida de una sola pieza, por no malgastarla, la echaron a suertes con dados. El profeta David había contemplado en visión esta escena, mas de mil años antes, y la había descrito a la letra: "Me tiene sitiado una turba de malignos, han taladrado mis manos y mis pies...repartieron entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica". (Salmo XXI)

Los sufrimientos de Jesús no habían acabado todavía. Desde lo alto de la cruz su mirada, la única parte aún viva en aquel cuerpo destruído y desangrado, se dirigió a los hombres que estaban a sus pies. Vio rostros encendidos de odio, y oyó los insultos más crueles. "Tú que derribas el templo de Dios y en tres días lo reedificas, le escarnecían algunos, sálvate a ti mismo. Si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz". "A otros ha salvado, y no puede salvarse a sí mismo, añadían otros, entre ellos los jefes del sanedrín: que baje de la cruz y creeremos en él". Tampoco los soldados quisieron ser menos y, mientras con una caña mojaban con vinagre sus labios requemados por la sed, hacían eco a los insultos de los hebreos: "Si tú eres el rey de los judíos, ponte a salvo". Una sola frase pronunció Jesús, y no la dirigió a sus enemigos, sino a su Padre por ellos: "Padre, dijo, perdónales, porque no saben lo que hacen".

463 Los dos ladrones A los lados de Jesús animados de opuestos sentimientos, también los dos ladrones sufrían los dolores de la crucifixión. "Si tú eres el Cristo, decía el primero agitándose en la cruz, e imprecando presa de la desesperación, sálvate a tí mismo y a nosotros". El otro, al contrario, sufría en silencio. En el dolor andaba repasando su propia vida y la parangonaba con la de Jesús que sabía era bueno e inocente. Al fin habló para reprender a su colega. "¿Cómo, ni aún tú temes a Dios?, le dijo, nosotros sufrimos justamente, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos, pero éste ningún mal ha hecho" Después se dirigió a Jesús: "Señor, le suplicó, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino". Jesús halló la fuerza para asegurarle el perdón y la salvación. "Hoy, le dijo, estarás conmigo en el Paraíso".

464 La madre y el hijo También el apóstol Juan había seguido a su Maestro al Calvario, y acercándose a María y a las piadosas mujeres que la sostenían, se había puesto al lado de ellas. Ante el dolor de la Madre del condenado, aún los enemigos de Jesús se calmaron un poco, y el grupo logró al poco tiempo acercarse a la cruz en que Jesús agonizaba. La mirada de María no se apartaba del rostro de Jesús: era su Hijo y su Dios. En Ella había todo el amor y el dolor de una Madre ante el Hijo muerto y de un alma fiel ante Dios ofendido. Jesús dio aún una señal de vida. Sus ojos se encontraron con los de su Madre y luego con los del apóstol fiel. "Ahí tienes a tu hijo", dijo indicando con la cabeza el discípulo a María. Luego mirando a Juan, añadió: "Hijo, ahí tienes a tu madre". Y Juan, que en aquel momento representaba a toda la Iglesia de Jesús, acogió a María en su casa de allí en adelante.


d LA MUERTE DE REDENTOR f 465 La agonía En tanto, desde el mediodía, hora en que Jesús había sido crucificado, una misteriosa oscuridad, que iba haciéndose cada vez más espesa, había envuelto toda Galilea, y muchos de los hebreos, atemorizados, se fueron apresuradamente hacia sus casas. Sobre el Calvario quedaron solo algunos enemigos de Jesús, que sentían más fuerte el odio que el miedo, los soldados de guardia y las piadosas mujeres con María y Juan. La agonía se prolongó por espacio de tres horas. En el silencio, roto solamente por los gemidos de los crucificados, se oyeron las últimas palabras de Jesús. "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?...exclamó en un momento, comenzando el salmo en que David había descrito la pasión del Mesías. En la lengua hablada por Jesús, aquellas palabras sonaban así: Elí Elí, lamma sabactani...y no faltó entre los hebreos que quedaron quien, falseando el significado, se sirvió de ellas para lanzarle un último insulto: "A Elías llama éste, veamos si viene Elías a librarle".

466 La muerte Poco después se oyó otro lamento: "Tengo sed", suspiraba Jesús. Entonces, acaso a consecuencia de una mirada implorante de María, un soldado se movió y, empapando en agua y vinagre una esponja, aplicóla con una caña a los labios de Jesús, quien añadió en seguida: "Todo está consumado". Cumplida su misión de salvación, ahora está para volver al Padre. Hacia las tres de la tarde, todos comprendieron que el fin estaba próximo: el estertor de la agonía iba apagándose, y también el fluir de la sangre de las llagas se había detenido. Solo se esperaba ya el último aliento, cuando el cuerpo de Jesús tuvo un sobresalto, y de sus labios salió un grito fortísimo que hizo temblar a los asistentes: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Quedó un instante con la mirada dirigida al cielo, luego, inclinando la cabeza, expiró.

467 La protesta de la creación Verificáronse entonces muchos hechos prodigiosos. Un terremoto hizo temblar la tierra y se partieron las piedras del Calvario, descrubriendo también muchos sepulcros cavados en el declive de la colina. En el templo el precioso velo, que ocultaba a los ojos de los profanos el lugar santo del sacrificio, se rasgó en dos partes, en medio del espanto de los sacerdotes. Los hebreos que quedaron hasta lo último en la cima del Calvario se dieron a precipitada fuga, algunos golpeándose el pecho e invocando perdón, mientras el centurión con sus soldados caía de rodillas exclamando: "Verdaderamente que este hombre era justo e Hijo de Dios". María, Juan y las piadosas mujeres se abrazaron a la cruz: si era aquél, pensaban, el castigo del que tanto había hablado Jesús, era también bueno morir junto a él.

468 El costado traspasado La protesta de los elementos por la muerte del Hijo de Dios se calmó luego: volvió a aparecer el sol y los fieles reanudaron los preparativos para la fiesta pascual que debían celebrar el día siguiente. El lúgubre espectáculo de tres crucificados a las puertes de Jerusalén pareció inconveniente a la solemnidad de aquel día, y los jefes del sanedrín rogaron a Pilato que les hiciese dar el golpe de gracia, de modo que aquella misma tarde se pudiese proceder a la sepultura. El procurador accedió a la petición. Sobre el Calvario los soldados acabaron de matar a los dos ladrones que todavía daban señales de vida, rompiéndoles las piernas con mazas, como era costumbre. Mas, habiendo comprobado que Jesús había ya expirado, ahorraron a su cadáver aquel estrago y uno de ellos con una lanzada le abrió en el costado una ancha herida, de la cual salió mezclada con agua la última sangre del Redentor.


469 El desprendimiento Casi al mismo tiempo se presentó a Pilato otro miembro del sanedrín: José de Arimatea. Hombre honesto e instruído, aún admirando la vida y la doctrina de Jesús, no había jamás tenido el valor de seguirle abiertamente; mas ahora, disgustado por la crueldad y por la injusticia de sus colegas, deponiendo toda duda y todo temor, había venido al procurador a pedirle el cuerpo de Jesús, para darle honrosa sepultura. Volvió sobre el Calvario con autorización de Pilato y, mientras los cadáveres de los dos ladrones fueron desprendidos de las cruces para ser echados en la fosa común de los ajusticiados, el de Jesús fue recogido por manos piadosas. La tradición ha transmitido la parte mas conmovedora de este episodio: María que quiso recibir entre sus brazos maternos el cuerpo deshecho de su Hijo divino, para imprimir en él el último beso.

470 El sepulcro milagroso José de Arimatea pensó también en el sepulcro. Lo había hecho cavar para sí en la pendiente del Calvario, y tuvo sumo gusto en ofrecerlo para Jesús. Se comenzó, pues, a preparar el cuerpo para la sepultura. Una sábana de lino finísimo donó aún José, mientras inesperadamente llegó con aromas Nicodemo, otro miembro del sanedrín ocultamente fiel a Jesús, que también en esta circunstancia había depuesto todo temor. El cadáver fue cuidadosamente lavado, cubierto de aromas y fajado con vendas, según la costumbre de los hebreos, y, envuelto enteramente en la sábana, fue puesto en el sepulcro. Con profunda conmoción se separaron luego del cuerpo venerado y, haciendo rodar sobre la sepultura una gran piedra, se volvieron a sus casas. Mas no todos: algunas piadosas mujeres quedaron hasta muy de noche velando junto al sepulcro.

471 El cordero de Dios Aquella tarde los judíos, desde los más ricos hasta los más pobres, inmolaban en sus casas el cordero y celebraban la cena pascual. Solo pocos, como Jesús, siguiendo tradiciones particulares la habían anticipado a la tarde precedente. El cordero debía ser sin mancha, muerto sin quebrarle los huesos y comido evocando los tiempos de la liberación de Egipto, cuando las casas teñidas por orden de Moisés con su sangre habían sido salvadas de la ira divina. Todo era símbolo de Jesús Redentor que, sacrificado aquel día sobre la cruz, verdadero Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, como había sido presentado por Jaun Bautista, había con su sangre reconciliado con Dios la humanidad rebelde. Ahora, cesado el símbolo comenzaba la feliz realidad.

472 Los guardas al sepulcro Los discursos de aquella noche en las casas de los jefes del sanedrín eran todos dirigidos a la gran victoria obtenida sobre su enemigo. "Pero ha dicho, dijo alguno en tono de irrisión, que después de tres días resucitaría". "Pero, hizo observar algún otro, podrían sus discípulos llevárselo del sepulcro, esconderlo y decir luego por ahí que verdaderamente ha resucitado". "Este sería un mal peor que el primero", concluyeron preocupados. Decidieron, pues, obrar para asegurarse contra todo peligro. Muy de mañana fueron a Pilato y obtuvieron autorización para poner guardas al sepulcro. Les acompañaron ellos mismos y, comprobando que todo estaba en orden, ataron la piedra que cerraba la entrada de la gruta con gruesas cuerdas, y en las extremidades pusieron su sello. Cuando partieron de allí contentos, no pensaron ciertamente que nada puede aprisionar el poder de Dios.


d LA PASCUA DE RESURRECCIÓN 474 El sepulcro vacío

473 El alba de Pascua Al alba del día que seguía al sábado pascual aconteció el gran milagro. Delante del sepulcro estaban cansados y soñolientos los soldados del último turno de guardia: ¡Qué extraño servicio era aquel de custodiar a un muerto! Cuando de repente oyeron un rugido: la tierra tembló bajo sus pies y, como deslumbrados por una gran luz, fueron lanzados a tierra. Vueltos en sí, lo que vieron les obligó a preguntarse si serían víctimas de una pesadilla nocturna. Delante de ellos el sepulcro estaba abierto, y una figura vestida de blanco y llameante de luz, removida la gruesa piedra, como si no tuviese peso alguno, se había sentado encima en actitud de triunfo. A la admiración siguió inmediatamente un bien comprensible espanto, y aquellos soldados, que otras veces no hubieran abandonado la consigna aún a costa de la vida, se dieron a precipitada fuga hacia la ciudad, para informar al sanedrín de lo sucedido.

Las piadosas mujeres habían esperado con ansia el despuntar de aquél día. La sepultura de Jesús les había parecido demasiado apresurada. Pasado, pues, el reposo del sábado, volvieron al sepulcro cargadas de aromas, para circundar con ellos el venerado cadáver. Estaban un poco preocupadas. "¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?" se decían entre sí. Nada, en efecto, sabían ni de los guardas ni de los sellos, y esperaban en la ayuda de algún campesino de paso. En las proximidades del sepulcro, María Magdalena, la más joven y las ardiente de amor por Jesús, apresuró el paso y llegó la primera. Quedó pasmada. La tumba estaba abierta y vacía, mientras alrededor se veían los restos de la estancia de los soldados. "Se han llevado el cuerpo del Señor", gritó a las otras mujeres, y corrió a llevar a Pedro y a Juan la triste noticia.

476 Pedro y Juan

475 Ha resucitado Las otras mujeres entraron en el sepulcro: el cuerpo de Jesús había verdaderamente desaparecido. Mientras profundamente sorprendidas y afligidas trataban de darse una explicación del hecho, la tumba se iluminó de una luz celestial, y dos ángeles con vestidos resplandecientes se les aparecieron. Aterrorizadas se postraron con el rostro en tierra, pero una voz que venía de la visión las llamó. "No tenéis que asustaros; vosotros venís a buscar a Jesús nazareno que fue crucificado. ¿Para qué andáis buscando entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que resucitó, como lo había dicho...pronto, id a anunciar a sus discípulos y a Pedro que él ha resucitado de la muerte..." La visión desapareció y las mujeres, llenas de espanto y de esperanza corrieron a la ciudad a llevar a los Apóstoles el anuncio de la resurrección.

Que algo extraordinario debía de haber acontecido en el sepulcro de Jesús fue conocido en breve por todos los interesados. Pero con reacciones diversas. El sanedrín, impresionado del cariz que podían tomar los acontecimientos, compró el silencio de los soldados; a lo más deberían decir que los discípulos habían robado el cadáver. Los discípulos a su vez, trataron a las mujeres que habían llevado la noticia de las visiones angélicas, como alucinadas. Solo Pedro y Juan, seguidos de la Magdalena, subieron al sepulcro. Pedro entró primero en él: vio con maravilla los lienzos en el suelo, y a un lado el sudario cuidadosamente doblado. No era creíble que ladrones hubiesen podido hacer eso. Llamó dentro a Juan y también en sus corazones comenzó a encenderse la esperanza de la resurrección.


f 477 La magdalena María Magdalena no siguió a los dos apóstoles cuando volvieron pensativos a Jerusalén, sino que quedó llorando junto al sepulcro. Después de un rato, entrando en la gruta, vio también a los dos ángeles vestidos de blanco, y oyó que le preguntaban: "Mujer, ¿Por qué lloras?" Demasiado sumergida en el dolor para asustarse de ello, respondió: "Se han llevado de aquí a mi Señor, y no sé dónde le han puesto". En tanto, había aparecido un hombre en el umbral y le dirigió la misma pregunta: "Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?" María lo creyó el hortelano del lugar, y le pidió con ímpetu: "Señor, si tú le has quitado, dime dónde le pusiste, y yo me le llevaré". El hombre la llamó entonces por su nombre: "María". La Magdalena alzó atónita los ojos :era Jesús. La mujer quedó un instante sin palabra, luego exclamó "Maestro", y cayó en adoración a sus pies.

478 A lo largo del

camino Mientras tanto, muchos de los discípulos de Jesús que habían venido a Jerusalén para la Pascua, volvieron a tomar el camino hacia sus pueblos. Dos de ellos, en el camino que conducía a Emaús, platicaban sobre los acontecimientos de aquellos días. "Esperábamos, decían más bien desconfiados, que él era el que había de redimir a Israel". Ni querían prestar fe a las voces que se habían difundido aquella mañana. Pero, a lo largo del camino, se juntó con ellos un tercer viajero desconocido, que se interesó vivamente de sus discursos. "¿Eres tú el único peregrino en Jerusalén que no sabe lo que pasó en estos días? le replicó uno de ellos. No le habían visto nunca entre los discípulos del Maestro, y, sin embargo, ¡Qué bien informado estaba de todo! Tomando las riendas de la conversación, habló de las antiguas profecías y, aplicándolas a la vida de Jesús, mostró con gran competencia como se habían cumplido en Él. Tan bien habló, que los dos sintieron renacer una nueva esperanza.

479 Aparición en Emaús "Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde", le dijeron cuando llegaron a Emaús, invitándole a cenar con ellos. El desconocido aceptó y, en un cierto momento, levantándose y tomando el pan lo bendijo, lo partió y lo distribuyó a sus compañeros de mesa. Los dos alzaron los ojos, pasmados: delante de ellos sumergido en una gran luz estaba Jesús, pero apenas tuvieron tiempo para levantarse siquiera, cuando ya había desaparecido. "¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino, y nos explicaba las escrituras?" Iban diciendo, y, vueltos a toda prisa a la ciudad, buscaron a los apóstoles para contarles lo sucedido. Los hallaron reunidos en la casa donde se habían refugiado por miedo de los judíos, gozosos a su vez por otro gran testimonio de la resurrección de Jesús. También a Pedro, en efecto, se había aparecido el Maestro aquél mismo día.

480 Apariciones a los apóstoles En la sala hubo animada conversación sobre las dos apariciones: Había quién, entusiasmado, protestaba su propia fe, y quién, al contrario, tenía todavía alguna duda. Pero la discusión cesó de repente: todos enmudecieron y quedaron atemorizados. En medio de ellos estaba Jesús sonriendo y les saludaba: "La paz sea con vosotros". La cosa era demasiado extraordinaria para que pudiesen reponerse súbitamente; todas las puertas estaban cerradas, y creyeron hallarse delante de algún espíritu. "No temáis, dijo Jesús, soy yo. ¿Por qué os asustáis, y por qué dáis lugar en vuestro corazón a tales pensamientos?" Mostró sus llagas y quiso sentarse a la mesa con ellos. La alegría de los apóstoles era inmensa y se añadió una inmensa conmoción cuando Jesús habló, dándoles nuevos poderes para el gobierno de los fieles. "Como mi Padre me envió, dijo, así os envío yo también a vosotros. Recibid el Espíritu Santo, quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes los perdonáreis, y quedan retenidos a los que se los retuviéreis".


d LAS ÚLTIMAS APARICIONES

481 Tomás

482 Pesca milagrosa

Así, ya al término del día mismo de la resurrección, se había creado en los discípulos la certeza del gran milagro. Mas en el grupo de los Apóstoles congregados faltaba Tomás en el momento de la aparición de Jesús, y, a su regreso, le rodearon todos. "Hemos visto al Señor", le dijeron jubilosos. Tomás, incrédulo, sacudía la cabeza. "Si yo no veo en sus manos la hendidura de los clavos, dijo, y no meto mi dedo en el agujero de los clavos, y mi mano en su costado, no lo creeré". Pasaron así ocho días, y ya los Apóstoles se disponían a volver a Galilea, cuando de repente volvió a aparecerse Jesús en medio de ellos. Tomás, mientras humillado asistía a la alegría de sus compañeros, comprendió que aquella visita estaba particularmente reservada para él, y, a la invitación de Jesús a meter las manos en sus llagas, cayó de rodillas exclamando con un acto de profundo arrepentimiento y amor "¡Señor mío y Dios mío!"

Habiendo regresado los Apóstoles a Galilea, donde Jesús mismo les había dado cita, se hallaron una tarde a la orilla del lago de Genezaret. "Voy a pescar", dijo Pedro. "Vamos también nosotros contigo", añadieron los que de entre ellos mejor conocían aquel oficio. No pescaron nada y, venida la mañana, volvieron a la ribera. Pero he aquí que de la orilla les gritó un hombre: "Muchachos, ¿Tenéis algo que comer?" "No", respondiéronle de la barca. "Entonces echad la red a la derecha y encontraréis", añadió aquél. Tal vez el hombre desde la ribera había podido ver la presencia de peces en aquella parte pensaron los pescadores, y, echadas las redes, las sintieron súbitamente tan llenas, que tuvieron gran trabajo en retirarlas a bordo. Un hecho análogo había ya sucedido el día en que Jesús les había llamado al apostolado: sus mentes se iluminaron y miraron al hombre de la ribera.

483 En la ribera del lago

484 Pedro ¿me amas?

"Pero aquél es el Señor", exclamó primero Juan, y todos le reconocieron. Se apresuraron luego a tirar a bordo la red cargada de peces y a dirigirse hacia la ribera, de la cual distaban apenas un centenar de metros, ansiosos de entretenerse con el Maestro. Pedro tampoco en esta ocasión desmintió su carácter ardiente. Vistióse la túnica y se echó al mar. Con pocas brazadas a mano y luego a pie en el agua menos profunda hacia la ribera, llegó a los pies de Jesús, mientras los demás estaban todavía luchando con las redes y la barca. Cuando, por fin, llegaron todos, se les reveló una vez más la fineza del ánimo del Maestro: sobre brazas encendidas estaban ya puestos pan y pez, y Jesús mismo les sirvió la comida.

En este encuentro con los Apóstoles Jesús tenía de mira especialmente a Pedro. Quería asegurarle delante de todos su perdón por la negación de la triste noche del prendimiento y volver a confirmarle el poder ya prometido sobre su Iglesia. A él, pues, se dirigió cuando hubieron acabo de comer. "Simón, hijo de Juan, le preguntó, ¿Me amas más que éstos?" "Sí, por cierto, respondió Pedro con prontitud, tú sabes que te amo". "Apacienta mis corderos", replicó Jesús. Por segunda vez repitió el Maestro la pregunta y, obtenida la misma respuesta, le dijo aún: "Apacienta mis corderos". Pero cuando Jesús le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿Me amas?", Pedro se contristó: ¿Dudaba acaso el Maestro de su amor? ¿No le había quizás perdonado todavía su pecado?"


f 485 Apacienta mis corderos Por fin, halló la fuerza para responder: "Señor, tú lo sabes todo, dijo humilde, con acento de gran sinceridad, tú sabes que yo te amo". "Apacienta mis ovejas", concluyó entonces Jesús. El buen pastor recomendaba así a Pedro su grey. "Yo soy el buen pastor", había dicho Jesús en otra ocasión, ahora el nuevo pastor será Pedro y, después de él, hasta el fin del mundo, lo serán sus sucesores. Le tomó luego aparte, y solo Juan oyó algo de aquel íntimo coloquio, cuando Jesús le dijo de la muerte violenta que, ya viejo, debería hallar para rendirle testimonio de su fidelidad. Después, al discípulo que más que ningún otro debería continuar su obra, hablaría ciertamente el Maestro de la fila innumerable de almas, sus ovejas, que bajo su cayado llegarían al reino de Dios.

486 Id por todo el mundo Ahora los Apóstoles esperaban ansiosos encontrarse con Jesús sobre un monte de Galilea, adonde les había invitado, haciéndoles entender la gran importancia de aquella reunión. Fiel a la cita, Jesús se halló en medio de los once y habló así: "A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo y predicad el evangelio a todas las criaturas. Instruid a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado. El que creyere y se bautizare, se salvará; pero el que no creyere, será condenado". Los Apóstoles escuchaban pasmados, pensaban en la propia debilidad e ignorancia ante la desmedida tarea a ellos encomendada, mas Jesús les aseguró: "He aquí, dijo, después de haberles prometido el poder de realizar aún los mas grandes milagros, que yo estoy con vosotros hasta el fin de los siglos".

488 La despedida

487 Otras apariciones De los frecuentes encuentros que tuvo Jesús con sus discípulos en los cuarenta días después de la resurrección, los Evangelios solo narran por extenso aquellos que señalaron etapas importantes en la obra del Maestro divino: la institución del Bautismo y de la Confesión, el Primado de Pedro y la misión universal de los Apóstoles. De otros hallamos solo indicaciones, completadas por la tradición. Así se recuerda la aparición, la primera y la más conmovedora, a su Madre; la aparición a Pedro y a Santiago. San Pablo habla de una sucedida ante más de quinientos fieles, que debió dejar una impresión indeleble, dándoles la certeza de la resurrección. Aún no conociendo sus particularidades, es fácil imaginar el entusiasmo de aquella multitud delante de Jesús, que ponía así el sello divino del milagro más grande a toda su obra.

Cuarenta días después de la resurrección, los Apóstoles, que entre tanto habían regresado a Judea, volvieron a encontrarse con Jesús en el Monte de los Olivos. Tuvieron inmediatamente la sensación de que algo extraordinario iba a acontecer y preguntaron: "Señor, ¿Si será este el tiempo en que has de restituir el reino de Israel?" ¡Qué lejos estaban todavía de comprender la verdadera naturaleza del reino predicado por Jesús! Solo después de la venida del Espíritu Santo serían iluminadas sus mentes. Jesús les dio las últimas instrucciones, repitió sus promesas, los bendijo y luego comenzó a subir hacia lo alto. Atónitos los apóstoles, permanecieron allí con los ojos fijos en el Maestro que, sumergido en un mar de luz, desaparecía allende de las nubes a la vista de ellos. Otra vez quedaron solos. Mas ahora les animaba una nueva certeza: Él estará siempre con ellos, a fin de que tengan fuerza y poder para llevar a cabo la obra por Él comenzada. La conquista de toda la tierra a su reino de amor.


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