IX Congreso acional de Paleopatología “Investigaciones Histórico-Médicas sobre Salud y Enfermedad en el pasado” Morella (Els Ports, Castelló), 26 al 29 septiembre de 2007.
“Enfermedades, muerte y enterramientos en el Benidorm decimonónico: El origen parroquial del cementerio de la “Foia del Bol” en Benidorm” Lola Carbonell Beviá
I.
Enfermedades infectocontagiosas
Benidorm no fue diferente del resto de ciudades españolas en el siglo XIX. Las enfermedades que asolaron a la población a lo largo de los siglos fueron genéricas infectocontagiosas, tales como viruela, tuberculosis, cólera, fiebre amarilla, sarampión, paludismo, escarlatina, difteria o garrotillo, gripe o sudor del inglés, peste blanca o tisis, calenturas, piojos guerreros o tifus, mal aire o paludismo. Dentro del paludismo, el “plasmodium vivax” causaba la terciana benigna; mientras que el “plasmodium malariae” la cuartana, y el “plasmodium falciparum” la terciana maligna. Hasta el último cuarto del siglo XIX no fue descubierta la forma de contraatacar dichas enfermedades. “(…) Alphonse Laveran encontró el plasmodio del paludismo en 1880, o Robert Koch, que poco después descubrió el vacilo de la tuberculosis, empezaron a poner las bases de la teoría microbiana del contagio y de la infección, es decir de la bacteriología. Por lo que se refiere a los descubrimientos científicos sobre el paludismo, decisivos para combatir la enfermedad, no se produjeron hasta esas mismas fechas, a finales del siglo XIX. El más importante, además del ya mencionado de Laveran, fue el de Ronald Ross, quién en 1897 demostró que determinados mosquitos del género anofeles eran los vectores de la malaria (…)” (1). Los estudios demográficos sobre la población en el siglo XIX indican que ciertas enfermedades infecciosas no afectaban de igual forma a la población, tal es el caso de la tuberculosis o de la viruela (2): “(…) dependían claramente del nivel social y los recursos de la familia. (…) En 1866 el 60% de los niños quedaban sin vacunar. Claro que estas ventajas solo alcanzan a quien puede pagarlas, de ahí que las enfermedades tengan un componente social muy alto. La tuberculosis es compañera de la desnutrición y la miseria. Aunque se legisla con medidas higienistas, la falta de voluntad política retrasa su generalización hasta el Estatuto Municipal de 1924 (…)”.
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1.1. La transmisión de las enfermedades infectocontagiosas La fiebre amarilla fue una enfermedad tropical de carácter urbano trasmitida por un mosquito generado en zonas marítimas cálidas. El cólera tuvo un origen asiático y llegó a Europa a partir de la década de 1830. Su origen se encuentra en una infección intestinal causada por la ingestión de alimentos o agua contaminados. Se transmite porque la bacteria “V. Cholerae” se encuentra presente en las heces durante un periodo de siete a catorce días. Y se puede adquirir bebiendo agua o comiendo alimentos contaminados (3). El garrotillo o difteria fue causado por el bacilo “Corynebacterum diphteriae” y se manifiesta por palidez, vómitos, fiebre y la aparición de fosas membranas en la garganta, que producen sofocación y terminan provocando la muerte por asfixia. La peste blanca o tifus la produce el “Microbacterium tuberculosis” y sus síntomas fueron extremada delgadez, enrojecimiento cutáneo provocado por la fiebre continuada y con expectoración sangrante. El tifus fue conocido también como “piojos guerreros”, porque era el piojo el que produce el contagio en los humanos, a través de un germen denominado “Rickettsia”. El paludismo o mal aire surgió en las zonas pantanosas de Italia y se extendió por toda Europa. También se denominó “malaria”, del italiano “Mala Aria”, cuyo significado es mal aire. Se manifestaba con fiebres intermitentes, anemia y manifestaciones nerviosas y en su fase más avanzada producía un aumento del volumen del bazo y del hígado. La viruela se manifestaba por un proceso catarral febril, seguido de una fase eruptiva que terminaba siendo pustulosa (4).
II.
Condicionantes físicos de Benidorm que influyeron en el desarrollo de las enfermedades infectocontagiosas
El término de Benidorm contemplaba numerosos focos de aguas estancadas, como fueron norias, abrevaderos, aljibes y balsas de riego, dada la escasez de agua. La toponimia ha recogido aquellos primitivos sistemas de almacenamiento de agua registrados ya en 1758 (5). El filólogo Pasqual Albiñana recogió en su obra, que la denominación calle de La Cenia ya aparecía regisrada en 1758, 1783, 1808 para llamarse en 1810 Costereta de la Noria eo Alt dels Orts (6), y que define como (7): “(…) el pou d´aigua que mitjanant un mecanismo i ajudat d´un animal s´hi exrau aigua (…)” Igualmente, el término de Benidorm era atravesado por caminos para el ganado, también denominados azagadores. Lugares en los que se encontraban abrevaderos para que bebieran los animales 8: “(…) El que principia [azagador] en el camino real, en las dos norias y por el abrevadero de Baldó (…)”. (9): “(…) El [azagador] que da principio en la misma Sierra Helada baja por las Torretas, sigue por el llano y abrevadero de Palero (…)”. (10): camino Real: 5º. El [azagador] que principia en el camino real, en las dos norias (…)”. (11): “(…) azagador de Baldó. El que principia en el camino Real, en las dos norias y por el abrevadero de Baldó (…)”. (12): “(...) azagador de La Cala. El que partiendo del Camino Real de Benidorm a Villajoyosa […] va al abrevadero de Ballester (…)”. (13): “(…) a poca distancia, existiesen les ruïnes d´un assut que servia per empantanar l´aigua i fer-la entrar a una bassa, que encara existeix, dita de Thous (…)”. (14): “(…) A la salida
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de la playa de Benidorm, partida de La “Cala” […] y hacia Poniente se halla un estanco de aguas, en el que a veces ai pescado, cuias aguas son parte de el Mar (...)”. (15): “(…) y más arriba se encontraba la gran plaza de armas cuyo recinto formaba un aljibe (…)”. (16): Abrevadero de Ballester (…) Abrevadero llamado de la Fuente de la Barrina (…) Abrevadero Fuente de la Umbría de Morgoch (…) en la heredad de la Monja (…) Abrevadero de la Fuente de la Reina (…) situado en la heredad del Liriet y la de Carreras (…). Abrevadero llamado El Saltet (…) Abrevadero llamado de la Horia del Fondo en las inmediaciones de este pueblo (…)”. (17): “(…) no dejar lavar ropa en la acequia mayor excepto en el sitio llamado la Albeurada y brazadas del mismo (…) ni que el lanar abreve en otros puntos que los de costumbre que son el azagador del Saltet la Albeurada de Palacio y Azagadores reales (…)”. El jurista e historiador benidormero Pedro María Orts Berdín, en su obra “Apuntes históricos de Benidorm, recogió la relación directa entre aguas estancadas y enfermedades (18): “(…) la deficiencia de los riegos efecto de la mala administ6ración, obligó al labrador a abrir pozos en la parte baja de los terrenos y colocar norias de madera y hierro, cuyo número excedió de a poco de 300. desgraciadamente tropezaron con los inconvenientes de que el agua encontrada era salitrosa que no producía buen efecto en la vegetación, y lo que es más grave, que los depósitos causaban algunas intermitentes, y se vieron obligados a ir abandonando esos artefactos (…)”. Orts Berdín, añadió que las mismas aguas servían para varios usos (19): “(…) a lo que se consume conservado en aljibes de las fuentes del barranco de Polop, cuya acequia abierta a la intemperie sirve de lavadero público a varios pueblos y de sumidero de objetos putrefactos muchas veces (…)”. Igualmente, dejó escrito que las aguas almacenadas en pozos o aljibes produjeron enfermedades infectocontagiosas (20): “(…) hoy que han mejorado las aguas potables con los depósitos construidos y desaparición de los pozos de la calle de la Alameda y Horno, que por sus sustancias químicas producían algunas enfermedades de la orina, que se han inutilizado muchas norias que causaban en el verano intermitentes (…)”. Ramón Llorens Barber, también recogió bibliografía referida a la existencia de norias y enfermedades en Benidorm, en el siglo XIX (21): “(…) si se exceptúan algunos cólicos biliosos y particularmente las tercianas que son muy frecuentes, producidas sin duda por las muchas norias que se ven en sus huertas (…) y la construcción de cerca de 20 norias que suministran abundantes aguas (…)”. Por otro lado, Antonio Yañez aportó algunos datos más sobre las fiebres palúdicas y la labor que hacían para erradicarlas los médicos benidormeros Miguel Martorell y Cosme Bayona (22): “(…) Benidorm siempre careció de aguas potables en su subsuelo pero sus tierras son fértiles y aptas para los más variados cultivos, lo mismo olivar que hortalizas, que eran regadas por un gran número de norias con las que se extraía el agua del subsuelo, pues aunque no era apta para el consumo por el alto contenido de sal marina, cumplía muy bien su cometido de irrigar las plantaciones. Las aguas embalsadas en estas norias, junto con las que se estancaban en las acequias, tenían como contrapartida las fiebres palúdicas que, en ocasiones, cobraban especial virulencia, sobre todo a quienes trabajaban en “El Saladar”, hasta el punto de que la situación llegó a preocupar seriamente a las autoridades sanitarias para su erradicación. En esta labor se implicaron especialmente estos médicos [Miguel Martorell y Cosme Bayona cuya labor se reconoció denominando las calles de Benidorm], quienes con sus consejos,
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recomendaciones y vigilancia lograron asegurar un futuro sanitario idóneo al viejo pueblo de Benidorm (…). El doctor Martorell nació en Benidorm el 12 de junio de 1895, y después de estancia en Cuba y en Madrid, donde obtuvo sus titulaciones en Medicina regresó a Benidorm, donde tenía su vivienda y consultorio en el primer piso de la calle Alameda esquina con Alt (…)”. Antonio Yañez también recogió en su obra que había una tubería por la que se arrojaban al mar las aguas sucias y que se encontraba situada en pleno corazón del casco antiguo, en la Plaza de Cautelar (23): “(…) en lo alto del acantilado existía una pileta de la que partía una pequeña tubería denominada El Tirador, y que como su nombre indica, por ella arrojaba el vecindario las aguas sucias, que caían directamente al mar (…)”. III.
Las enfermedades decimonónicas descritas en las fuentes archivísticas
Esta investigación se ha efectuado a partir del año 1831, fecha del libro de defunciones más antiguo del siglo XIX, conservado en el archivo parroquial de la iglesia de San Jaime y Santa Ana (24), por un lado. Y a partir del fondo del archivo del Registro Civil de Benidorm que abarca los años 1845 a 1848 inclusive (25).
3.1. El Archivo Parroquial Agustín Galiana fue el párroco de San Jaime y Santa Ana que comenzó a inscribir las defunciones a partir del año 1831, siguiendo las normas dictadas por el arzobispo de Valencia, entidad religiosa de la que dependía la parroquia de san Jaime de Benidorm Las defunciones aparecen registradas en dos secciones: cuerpos mayores y párvulos. Los presbíteros debían de seguir una estructura emitida desde el arzobispado, cuyo borrador se prefijaba por escrito desde valencia, antes de serle entregado al párroco, y donde se le comunicaba (26): “(…) En las oras de Difuntos, se anotará, no solo el día de la muerte, si que también el día del entierro, y se continuarán todos Díos, así absolutos, como condicionados, que los fieles se dedicasen en sus respectivos testamentos, con expresión de día, mes y año en que estos se otorgaron, y de el escribano que les autorizó, y no se cantarán las Letanías de Difuntos, si el entierro fuese por la mañana, y un Placebo si fuese por la tarde (…)”. Igualmente se comunicaba el esquema que tenía que seguir el párroco para las partidas de difuntos (27): “(…) En a … día del mes de H. año de H. Se dio sepultura eclesiástica pasada las veinte y cuatro horas al cadáver de H. que falleció ayer hijo legítimo de H. natural de H. Y Parroquia de H, y de H natural y parroquiano de la misma, casado con H, natural de H, y Parroquia de H, y haora parroquiana de esta; Otorgó testamento ante H en escribano Real (y del número que fuere) en H días del mes de H del año H, y dejando entierro solemne con asistencia de … según [ilegible] de la Relación que se me ha entregado, firmada por dicho Escribano, y testamentario lo Herederos y para que conste como Racional de dicha Parroquia lo certifico y firmo (…)”. A partir del 21 de febrero de 1838, el formulario parroquial de defunciones cambió para incorporar el nombre de la enfermedad por lo que había fallecido la persona, y debía aparecer paralelamente, que la muerte había sido certificada por el médico (27): “(…) Como cura propio de la Parroquia de esta Villa de Benidorm Provincia de Alicante mandó dar sepultura en el día de la fecha al cadáver de
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Francisco Orts, de infantil edad natural de esta, edad dos años, hijo de Vicente Orts natural de Iº de esta firma y de Ángela Llorca falleció en el día de ayer de pormonía según certificación del facultativo. Fueron testigos Bartolomé Martínez Sacristán y Mel Martínez. Y para que conste lo firmo a veinte y uno de febrero de mil ochocientos treinta y ocho (…)”. Las enfermedades decimonónicas y sus diferentes acepciones que causaron la muerte de los benidormeros, para los cuerpos mayores, fueron: cólera morbo (28), tercianas (29), apoplejía (30), “erisipela” (31), tisis (2), intermitentes (33), epilepsia (34), “esciso” (35), hidropesía (36), sobreparto (37), gangrena (38), cáncer de matriz (39), cólico (40), disentería (41), bronquitis (42), pulmonía (43), inflamación en el vientre (44), flujo de sangre (45), derrame de sangre (46), “idrotorax” (47), tisis pulmonar (48), metritis (49), dolores de artristis (50), tifoideas (51), “anasarca” (52), calentura tifoidea (53), “fiebre tifoydea” (54), cólera morbo epidemia de 1865 (55), “vicio eserofuloso crónico” (56), inflamación del estómago y del hígado (57), “neurisma” (58), hipertrofia (59), cáncer en la cara (60), bronquitis capilar (61, lepra (62), “aneurisma de la vena Orta” (63), pleuroneumonía (64), hemorragia cerebral (65), hipertrofia del corazón (66), cólera morbo asiático, tercera epidemia (1885), vejez (68), paraplejia (69), “trancazo” (70), anemia general (71), enteritis crónica (72), calentura puerperal (73), y consumición (74). Las causas de defunción en los párvulos o albats fueron muy diferentes. Se inscribían como párvulos hasta una edad aproximada de diez años, pero cada párroco los catalogaba bajo su propio albedrío. En algunas partidas de defunciones no se especificaba la edad, sino la denominación utilizada por el párroco como “infantil edad” (75). Los párvulos fallecían de muy corta edad –la mayoría-, de lo que el facultativo en el siglo XIX describía como causa de muerte (76): pulmonía (77), tercianas (78), “pasmo” (79), intermitentes (80), dentición (81), “en el acto” (82), calentura gástrica (83), cólera morbo (84), difteria o “crup” (85), gastro-enteritis (86), angina diftérica (87), sarampión (88), diarrea (89), angina (90), disentería (91), cólico (92). Las denominaciones de las causas de fallecimiento para los adultos empiezan a cambiar a principios del siglo XX: gangrena (93), “arteriosclerosis epática” (94), apoplejía cerebral fulminante (95), derrame seroso (96), gangrena senil (97), reblandecimiento cerebral (98), tuberculosis pulmonar (99) gastritis crónica (100), sincope por angina de pecho (101), congestión cerebral (102), ataque cerebral.
3.2. El Registro Civil Los libros que se conservan del archivo del Registro Civil de Benidorm también siguen un formulario en el que se reflejan: datos personales, nombre y apellidos del difunto, edad, estado civil, causa del fallecimiento, si realizó testamento, lugar de enterramiento, nombres de los padres y profesión del padre. Los años que se conservan son los siguientes: 1841, 1842, 1845, 1846, 1847 y 1848. Las causas de fallecimiento en 1841 fueron las siguientes (103): calentura, sarampión diarrea, viruelas, pulmonía, terciana, sobreparto, asma, calenturas intermitentes, pasmo, inflamación, nacimiento prematuro, gastritis, fiebre, “propisia”, “opilación”, “quartana”, sobreparto, “de la dentadura”, apoplejía, vejez y decrepitud.
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En 1842, se repiten prácticamente las mismas causas (104): viruelas, pulmonía, decrepitud, tercianas, inflamación, cólico, asma, diarrea, “enfermedad desgraciada”, sobreparto, pasmo, sarampión, calentura, “despeñado en Sierra Helada”. En 1845, aparecen registradas (105): tercianas, pulmonía, intermitentes, inflamación, vejez, “mal de vinia”, sarampión, sobreparto, calentura, pasmo, tisis, “un mal grano”, dolores reumáticos, diarrea, “ahogado”, “distinción”, “hidropesía” y “cangrena”. En 1846 (106): pulmonía, pasmo, terciana, calentura, “propejía”, “violenta”, inflamación, sobreparto, viruelas, “Hidropesía”, “cuartana”, “ahogado”, “distinción”, gastritis “mal de pecho”, “cangrena”, tisis, sofocación, y decrepitud. En 1847 se amplían con algunas acepciones nuevas (107): pasmo, tercianas, diarrea, cólico, vejez, fiebre, pulmonía, flato, espasmo, dentición, inflamación, tisis, nerviosa, hidropesía, “repentinamente”, “disípela”, “cangrena”, “violentamente”, calentura, asma de pecho, gastritis, “aogado” y “consumición”. Y en 1848 aparecen reflejadas: “opilación”, tifus, pulmonía y sobreparto (108). IV.
Fallecidos por accidente en Benidorm
Varias son las referencias que existen en los fondos archivísticos sobre los benidormeros fallecidos de muerte no natural. La mayor parte de ellos se encuentran documentados en el registro Civil, como fue el caso de Gregorio Climent, un joven de 18 años, soltero, de profesión jornalero que se despeñó en Sierra Helada, en abril de 1842. Las fuentes archivísticas reflejan que vivía en la calle del Calvario con sus padres. José Climent, el padre, era originario de Finestrat, y jornalero. De igual profesión que el fallecido. Y de la madre, Josefa Martorell tan sólo explican que fue nacida en Benidorm. Gregorio Climent fue enterrado en el campo santo de Benidorm. Su muerte fue calificada como “Desgraciada” Pero ¿qué hacía este joven en Sierra Helada para despeñarse? Se puede presuponer que pudo ser un suicidio y no un accidente (109). Meses después, concretamente en diciembre del mismo año, falleció otro joven de muerte violenta, también despeñado en Sierra Helada. Este se llamaba Domingo Pascual. Era de Benidorm. De estado civil casado, de 36 años de edad y de oficio labrador. Vivía en la calle de La Alameda y fue enterado en el cementerio (110). La pregunta queda en el aire, pero ¿qué pudo pasar ese mismo año en Sierra Helada para que hubiesen dos accidentes mortales? ¿Pudo ser un lugar conocido por los benidormeros, por su altitud, y difícil accesibilidad para el suicidio? 1842 fue un año que no sería fácil de olvidar para los ciudadanos de Benidorm, puesto que se produjo una tercera muerte violenta. Concretamente la de Jaime Orozco Pérez el 26 de junio. Un joven de 24 años, soltero y de oficio labrador, que vivía en la calle Alameda, hijo del labrador benidormero Francisco Orozco, y de Clara Pérez. También especifica la fuente que fue enterado en el cementerio de Benidorm (111). Tres años después, en 1845, se registró el caso del hijo de un marinero que se ahogó. Fue Antonio Climent, de 5 años, hijo de José Climent y Dolores Orts. Una familia benidormera que vivía en El Calvario. La muerte se produjo el 29 de mayo de 1845, pero la fuente no especifica dónde fue enterrado (112). En 1846, un circo llegó a Benidorm, y con éste una desgracia, la del fallecimiento de Santiago de la Cruz Patrón, un joven de 21 años que era viudo, y que ejercía la profesión de gimnástico. Era natural de Fuente Álamo como sus
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padres –Pedro de la Cruz Patrón y María Ana Orete- quienes desarrollaban también la profesión de gimnásticos. Santiago de la Cruz se quedó para siempre en Benidorm, pues fue enterado en el cementerio (113). En septiembre de 1846, Benidorm conoció otra desgracia, en este caso la de otro niño de siete años que se ahogó. Era Vicente Pérez Fuster, hijo de José Pérez, de oficio labrador y Esperanza Fuster (114). En 1847 se produjo otra muerte violenta la del vilero Miguel Mayor, hijo de Francisco Mayor y María Llorca. Un hombre que fue enterrado en el cementerio de Benidorm (115). El mes de diciembre de 1847, también fue una fecha trágica en el calendario benidormero, ya que se tuvieron lugar dos muertes. En primer lugar, la producida el 3 de diciembre de forma violenta. Fue el caso de Jayme Bayona, un joven de 18 años, soltero, y marinero de profesión. También hijo de marinero –Miguel Bayonay Esperanza Pérez. La fuente no cita donde fue enterado (116). Y una semana más tarde, el 8 de diciembre falleció ahogado el niño de seis años llamado José Pérez, hijo del marinero Francisco Pérez y de Nora Pérez (117). Bastantes años más tarde, concretamente el 16 de octubre de 1855 se produjo un suceso inesperado: la muerte de Tomás López, un hombre de 46 años que fue cabo segundo de carabineros y que “(…) fue hallado muerto de un tiro en la partida de La Cala, en este término y por orden de la Justicia se le hicieron los funerales de costumbre (…)” (118).
V.
Muertos en ultramar y en tierras lejanas
Muchos de los hombres benidormeros trabajaban en la mar, como marinos de la Marina Mercante o de embarcaciones pesqueras. Una de las costumbres que se mantuvieron hasta el siglo XX fue la de pedir la certificación de defunción al párroco para que las viudas pudieran tener derecho a verificar su estado de viudedad, puesto que hasta que no pasara un periodo de cinco años se daban por desaparecidos (119). Durante el siglo XIX aparecen documentados en los libros de defunciones del Archivo Parroquial varias peticiones de viudas. Para certificar la defunción, el párroco pedía informes oficiales. Tal fue el caso de la petición realizada por Francisca Devesa, vecina de Benidorm, que pidió certificación del fallecimiento de su marido Isidro Llorca el 30 de marzo de 1837, que murió en Algeciras (120): “(…) ciertamente no consta del mes de agosto del año próximo pasado mil ochocientos treinta y cuatro murió del cólera moro Isidro Llorca, consorte de Francisca Devesa, el cual fue enterrado en el cementerio destinado a los que mueren de otra enfermedad (…)”. María Devesa, esposa de Jayme Vives también pidió certificación de defunción de su marido, del que las fuentes señalan que murió de enfermedad contagiosa, y su cuerpo fue echado al mar (121): “(…) D. Joaquín Hernández y Herrero, Doctor en Sagrada Teología Beneficiado de la Parroquial Iglesia de los Santos Juanes de esta ciudad y secretario de cámara y gobierno de este arzobispado: Certifico que el expediente formado en esta secretaría arzobispal, sobre el partido de Mortuorio de Jayme Vives, marinero vecino de Benidorm recayó el decreto siguiente = Valencia primero de julio de mil ochocientos treinta y siete (…) y resultando por ella ser cierto el fallecimiento de dicho Vives. Mandamos al cura
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Regente de la Parroquial de Benidorm, extienda en el Quinque Libri correspondiente de su Iglesia la oportuna partida en los términos siguientes = En el Puerto de Puerto Rico en la América, a bordo del Buque Mercante procedente de la Villa de Benidorm que mandaba el piloto Dn. Ricardo Fuster, en el día catorce del pasado año mil ochocientos treinta y dos murió de enfermedad contagiosa Jayme Vives, marido que fue de María Devesa, otro de los marineros vecinos de Benidorm que acompañan la tripulación de dicho buque, y su cadáver fue arrojado al mar en la playa del indicado puerto (…)”. El caso del marinero Antonio Neyre siguió la misma pauta tras fallecer de calentura en el barco (122): “(…) El día veinte y uno de Hoviembre del pasado año mil ochocientos treinta y uno, en altar mar a borde del Bergantín llamado Manica en regreso de la América falleció de una fuerte calentura Antonio Heyre, marinero marido que fue de Teresa Ballester y otro de los que componían la tripulación del referido Bergantín cuyo cadáver fue echado al agua como sepultura de costumbre (…)”. Otro caso idéntico es el referido en el certificado mortuorio de Miguel Barceló (123): “(…) suplemento de partida mortuoria a favor de Ángela Doménech. 30 marzo 1844 (…). En seis de marzo del año 1840, murió de resultas de una calentura, a bordo del laud que mandaba Pablo Gisbert, a diez leguas de la costa de Larache, el marinero Miguel Barceló marido de Ángela Doménech vecina de Benidorm, cuyo cadáver fue arrojado al mar (…)”. En 1875, fue certificada la muerte por fiebre amarilla de Antonio Llinares Pérez, que falleció en la Habana y su cuerpo fue sepultado allí (124): (…) En la ciudad de La Habana, casa de salud denominada Quinto del Rey, 17 de junio 1869 marinero (…)”. (125): “(…) María Vives Arlandis, viuda, vecina de la villa de Benidorm a V. Exmma Revdma con el debido respeto dice: Antonio Llenares y Pérez, mi marido, marinero de esta villa falleció de la Fiebre Amarilla en La Habana, en el día diez y siete de Junio de mil ochocientos sesenta y nueve (…)”. Para certificar su muerte comparecieron como testigos ante el cura párroco de San Jaime Tomás Orts Orts, quién manifestó: “(...) Defunción que la mayor parte o totalidad de los marineros de Benidorm conocen, porque con frecuencia pasan en sus viajes a La Habana (…) El declarante lo sigue también en dicha ciudad, a donde llegó pocos días después del enterramiento de aquel cadáver (…)”.
VI.
El hospital de Benidorm
Cita Pedro María Orts i Bosch que en el siglo XVIII fue fundado un hospital por Jaime Orts (126): “(…) Pedro María Orts Berdín, en la obra ya dicha, dice al hablar de la Virgen del Sufragio que la imagen, a su llegada al pueblo, fue venerada durante algún tiempo en el antiguo Hospital, edificio y fundación desparecidos en la primera mitad del pasado siglo y que fundó en el siglo VIII Jaime Orts (…). Según el mismo autor, cuando la imagen de la Virgen fue trasladada desde el Hospital a la iglesia parroquial se le rindió culto en el altar de San Cayetano hasta su definitivo traslado a la nueva capilla de la Comunión, que se construyó en 1816 y 1820 sobre el solar de un antiguo cementerio adjunto a la fábrica del templo lado del Evangelio (…)”. Continuará explicando Orts i Bosch que “(…) el año 1803, tomo segundo, folio 242, “manda Maria Águeda Such (madre de un sacerdote benidormense el Dr Antonio Zaragoza Such, doctor en sagrada Teología y canónigo de Valencia) se
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celebren dos misas a la Virgen del Sufragio constituida en el Hospital de Benidorm” en el año 1811 aún estaba en el Hospital. “En el tomo tercero, folio 17, partida de Antonio Zaragoza, se lee: Dexo por una vez al Hospital de esta villa veinte reales para alumbrar a la Virgen del Haufragio y asistencia a los pobres de dicho hospital (…)”. En 1892, Pedro María Orts Berdín, -abuelo paterno de Pedro María Orts i Bosch- explicó en su obra “Apuntes históricos de Benidorm” el origen y la desaparición del hospital (127): “(…) Posteriormente otra persona piadosa, don Jaime Orts, fundó un hospital para pobres enfermos y transeúntes, y un alcalde, cuyo nombre no viene al caso, tuvo la feliz ocurrencia de permutarle por una casita vieja cuasi arruinada que existía en una de las extremidades de la población donde las intermitentes espantaban a los pacientes, y a poco dicho edificio, si merecía tales honores vino al suelo, desapareciendo el albergue caritativo y la filantrópica idea del fundador. Las municipalidades que le han sucedido, han visto impasibles la pérdida de este asilo, y el común indiferente siempre a sus intereses, por sagrados que sean, no han intentado siquiera la menor protesta (…)”.
VII. Camino del cementerio de la Foia del Bol Antonio Yañez cita la situación geográfica del primitivo cementerio de la Foia del Bol por la documentación hallada en protocolos notariales. El dato más antiguo que lo atestigua procede del año 1804 (128): “(…): Pedro Llorca, labrador, vende a Francisco Thous una tierra de regadío en el “Campo Santo”. Linda con camino de la Foyeta (…)”. La zona del cementerio de la Foia del Bol era conocida por “Barrio Santo” o “Covetes del Moro” (129): “(…): Ángela Llinares permuta una casa en el “Barrio Santo” o “Covetes del Moro”, por otra en el mismo barrio. Se conocen como Covetes del Moro más de dos o tres pequeñas cuevas escondidas por la mitad de la calle Marqués de Comillas, en el paraje denominado La Facció, que hoy situaríamos entre las calles Avenida de Los Almendros, al E; Marqués de Comillas, al S; y Almadraba –Plaza de España-, hasta llegar a Tomás Ortuño. Desde la Plaza de España hacia el centro de La Facció hubo un sendero que conducía a la Foia del Bol y La Foyeta. Hos hallamos pues en las cercanías del cementerio viejo (…)”.
7.1. Riqueza y compañía hasta en la muerte Durante el siglo XIX, se dieron muy pocos casos en los que el finado tuviera un gran patrimonio económico, y lo demostrara en su entierro, concretamente en rodearse de la pompa adecuada para que lo acompañasen hasta el cementerio. Un ejemplo fue el caso del presbítero Pedro Climent, cuyo entierro fue realizado el 28 de noviembre de 1865. Murió a los 77 años de un cólico y de él se describe en el Libro de Defunciones, que pertenecía a la orden religiosa de los Carmelitas Descalzos (130): “(…) se le dio entierro general con asistencia y acompañamiento al cementerio (…)”. Otro caso similar fue el de Antonia Llorca, que el párroco recogió con una extensa descripción (131): “(…) Como Cura Regente de la villa de Benidorm, provincia de Alicante, diócesis de Valencia, en el día de la fecha mandé dar
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sepultura eclesiástica en el cementerio de la misma al cadáver de Antonia Llorca, de setenta y dos años de edad, natural y vecina de esta, viuda de segundas nupcias con Vicente Barceló y Pérez, e hija legítima de Dº Francisco y Dña. Teresa Galiana. Recibió todos los Santos Sacramentos. Falleció a las tres y media de la madrugada de hoy de enfermedad gangrena senil, según certificación del facultativo. Otorgó testamento en cuatro de los corrientes ante el Hoario Ruzafa de esta villa, en el que asignar para el entierro y bien de su alma la cantidad de quinientos reales de vellón y nombra por albacea a Dº Manuel Llorca pbro., de esta vecindad. Su entierro fue con asistencia y revestida (…)”. Vicente Thous, también quiso comprar el acompañamiento en su entierro. Dice el texto literalmente (132): “(…) Vicenta Thous soltera, de 72 años. Hija de Gaspar y Ángela Pérez. Falleció a las seis y media de la mañana de inflamación de estómago e hígado …). Hizo testamento nuncupatur, en el que respecto al entierro y bien de su alma lo deja a disposición de su hermano y heredero universal, Dº Francisco Thous y Pérez. Su entierro fue general con asistencia y revestida (…)”. El patrimonio económico de Tomás Orts-un hacendado de 58 años, casado con Francisca Ramos y Toledano, e hijo legítimo de José y Nicolasa Aixa- fue todavía mayor que el de los ejemplos anteriores. Y de hecho, quiso un entierro cargado de pompa (133): “(…) Otorgó testamento en la madrugada de ayer ante Dº José Ruzafa, Hotario de esta villa, y en lo tocante al bien de su alma, lo deja todo a su voluntad y a disposición del Albacea, que nombra a su yerno Miguel Climent; El cual ha dispuesto su entierro general con asistencia de todos los sacerdotes del pueblo y diez forasteros, y acompañamiento al Cementerio, clamoreo de campanas de hora en hora, catafalco, vísperas y nocturno (…)”. Parece ser que la burguesía de Benidorm quiso dejar patente su importancia económica en los entierros. De hecho, meses después, del fallecimiento de Tomás Orts, murió Antonia Pagés, de 35 años, natural de Barcelona y vecina de Benidorm, y su entierro tampoco quedó desmerecido (134): “(…) Recibió la Extremaunción por no haber dado lugar a otra cosa la enfermedad. Falleció a las seis de la tarde de ayer de enfermedad hipertrofia (…) Su entierro fue con asistencia de los eclesiásticos del pueblo dos forasteros, campanas y acompañamiento al cementerio (…)”. Y como si se tratase de una carrera entre las familias burguesas para demostrar el patrimonio económico de las mismas, la ostentación siguió manifestándose en los funerales. Una semana después falleció Ángela Ferrer, de 72 años, que murió de “enteritis crónica”; quién había testado ante el notario José Ruzafa el 14 de noviembre de 1874, para que fuese cumplida su última voluntad, dejando 750 reales de vellón para sufragio y bien de su alma; funeral con asistencia de todos los eclesiásticos del pueblo; misas rezadas; 60 reales de vellón a la Casa Santa de Jerusalén y nombramiento del presbítero de la parroquia de San Jaime, Manuel Llorca, como su albacea (135).
VIII. La legislación cementerial y su aplicación en el camposanto de la Foia del Bol Los cementerios españoles tuvieron carácter parroquial durante el siglo XIX y primer tercio del siglo XX, y tan sólo con la legislación emitida en la II República, cambió para ser municipal, y por lo tanto, aunque los ayuntamientos corrieran con
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los gastos del mismo en cuanto a su conservación y mejora, (136): “(...) la voz decisora seguirá perteneciendo a la Iglesia católica (…)”. Fue el monarca borbónico Carlos III quién influenciado por las tesis higienistas europeas las llevó a la práctica con la Real Cédula de 3 de abril de 1787, por la que se mandó la construcción de cementerios extramuros de las ciudades, erradicando la costumbre de enterrar en las iglesias, lugares donde se concentraban los efluvios o emanaciones miasmáticas, motor de las epidemias y enfermedades. Estos cementerios –dieciochescos en origen-, dependieron de las parroquias siguiendo el ritual de enterramiento romano. Y tan sólo fue permitida la excepción de seguir enterando en el interior de los templos a la realeza, clero y personalidades socialmente destacadas, que gozasen de derecho de enterramiento. Carlos IV emitió una Circular de 26 de abril de 1804, y otra de 28 de junio del mismo año para agilizar los trámites de la construcción de estos cementerios: “(…) han de ser levantados fuera del poblado, en parajes ventilados, y terrenos cuyas características faciliten la degradación de la materia, sin posibilidad de efectuar contacto con las capas freáticas (…) El área destinada a los enterramientos deberá estar descubierta y tendrá que ser medida para que asuma las necesidades de un año-tomando una serie estadística de cinco como media-, calculando dos cadáveres por sepultura y un periodo de consunción de restos de tres años (…) Establecimiento de áreas específicas de párvulos y clérigos –o bien sepulturas privativas- se permite la erección de sepulturas de distinción (…)” (137). El 16 de junio de 1857, bajo el reinado de Isabel II fue anulado todo tipo de enterramientos en las iglesias. La Ley Municipal de 21 de octubre de 1868 dejó constancia en el artículo 50, de que los ayuntamientos se harían cargo de la administración y conservación de los cementerios y de “(…) la distribución de limosnas, socorros y jornales a los menesterosos en caso de calamidad pública, dentro de los límites del presupuesto (…)” (138). La Real Orden de 1882 estableció el cumplimiento de las obligaciones en la ubicación de los cementerios, haciendo constar los condicionantes anteriores con algunas innovaciones (139): “(…) han de emplazarse en un lugar elevado, contrario a la dirección de los vientos dominantes, en terrenos mantillosos o calizos, a medio kilómetro de distancia de cualquier elemento urbanizado, con un declive y grado de humea adecuados, lejos de fuentes de agua. El recinto deberá servir para cinco años de enterramiento –periodo de exhumación de restos, con tierra removible, y en hoyos de 2 por 0´8 metros, separado por 30-50 centímetros o una pared, vigilancia y cercado por medio de una muralla de dos metros de alto con puertas de hierro cercadas con candado y de salas específicamente dedicadas a autopsias y embalsamamientos, velorios, capillas y habitaciones para capellán y sepulturero (…)”. Durante el periodo de 1886 a 1888 fueron originados 200 nuevos cementerios en España. “(…) el gobierno intentará dar mayores facilidades a los municipios para atender el servicio mortuorio, señalando un importe -15.000 pesetas- como barrera, a partir del cual las obras deberán poseer la totalidad de las dependencias señaladas en 1886 (140). La Real Orden de 16 de julio de 1888, se vio complementada con la de 26 de enero de 1888 “(…) eximiendo a los ayuntamientos que posean menos de 5.000 habitantes de las dependencias de capellán, empleado, sala de autopsias y almacén como espacios obligatorios (…)” (141).
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Hasta1855 con la promulgación de la Ley de 2 de abril, no existieron cementerios civiles para enterrar a los cadáveres de todos aquellos que morían fuera de la religión católica, además de no bautizados, suicidas, excomulgados, duelistas, apostatas, masones, y pecadores públicos. La Ley de 16 de julio de 1871 incorporó la libertad de culto constitucional, y especificaba que los cementerios civiles podían estar ubicados en el ensanche del cementerio católico rodeados por un muro perimetral y con una puerta independiente. La Ley de mayo de 1882, especificaba aún más, que los cementerios no católicos deberían localizarse en localidades con más de 600 habitantes. El Real Consejo de Sanidad, aprobó un dictamen, con fecha de 23 de junio de 1892, en el que señalaba el motivo de plantar vegetación en los cementerios: “(…) han de tener plantaciones de árboles de hoja perenne cuya función clorofiliana sea activa y no profundas sus raíces: el ciprés, el chopo, el álamo, el abedul vegetales aromáticos. Deben preferirse árboles de copa recta y elevada para que no den sombra ni favorezcan la humedad; por lo tanto proscribiéndose el legendario sauce llorón (…)” (143). La Real Orden de 21 de febrero de 1846 y de 19 de marzo de 1848, -entre oras cosas trataron de impedir los enterramientos en el interior de los hospitales ubicados en las poblaciones.
IX.
La evolución del cementerio de la Foia del Bol en el siglo XIX
Benidorm aplicó rápidamente la legislación en materia de cementerios. De hecho, como ya se ha visto, en 1804 ya hay referencias de la existencia del cementerio de la Foia del Bol. El terreno elegido para la construcción del cementerio estaba ubicado en un pequeño montículo del arrabal (144): “(…) situado en el Poblado de esta Villa y Arrabal nombrado el Camposanto lindante (…) por delante de la playa del Mar (...)” Un lugar que se adaptaba a las exigencias de la Circular de 26 de abril de 1804, emitida por Carlos IV, en cuanto a que fuera una zona abierta. Pero no hay constancia de que su interior contuviese una zona para párvulos, otra para clérigos y ora para sepulturas de distinción en las primeras décadas del siglo XIX. De lo que si existe constancia desde el 29 de agosto de 1831, es de que las personas que no tenían recursos económicos para sufragar los gastos del entierro recibían la denominación de “Amore Dei”, y éstos eran asumidos por la parroquia (145): “(…) Gaspar Llinares. Cuerpo Amore Dei 212. En la Parroquia de Benidorm y su Cementerio día veinte y nueve de Agosto de mil ochocientos treinta y uno se dio sepultura eclesiástica Amore Dei, pasadas veinte y cuatro horas, del cadáver de Gaspar Llinares que falleció hayer con los santos sacramentos, consorte de Josefa Llorca, de que certifico. D. Agustín Galiana (…)” Cuando el difunto tenía un patrimonio económico que le permitiera sufragar los gastos del entierro, el párroco así lo hacía constar en la partida de defunción (146): (…) Manuel Orts. Cuerpo 224. En el Cementerio de Benidorm día dos de septiembre de mil ochocientos treinta yuno, se dio sepultura eclesiástica, pasadas veinte y cuatro horas, al cadáver de Manuel Orts, que falleció ayer con los santos sacramentos, consorte de Vicente Ballester e hijo legítimo de Antonio y de Josefa
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García. Ho testó y se obligaron a pagar los gastos funerales de que certifico D. Agustín Galiana (…)”. Posiblemente, los cuerpos “Amore Dei” fueran enterados en una zona determinada diferente al de los cuerpos que podían sufragar los funerales. En 1865 las fuentes documentales del Archivo Parroquial, demuestran que ya existía un grupo de nichos numerados en el cementerio (147): (…) se dio sepultura eclesiástica en el nicho número 34 sin funerales al cadáver de María José Cortés, de veinte años, natural y vecina de esta parroquia, que falleció a las tres de la madrugada de cólera (…)”. El 8 de noviembre de 1865 fue enterrada Rosa Ribes en el número 39, a la edad de 24 años, y también fruto del cólera (148). E igualmente, el 11 de noviembre de 1865, Josefa Llorca fue enterada en el nicho número 42, a la edad de 20 años, de cólera (149). Las últimas referencias de ocupación de nichos aparecen registradas el 15 de noviembre de 1865 con el cuerpo de Vicenta Vives que “(…) fue colocada en el nicho número 46 (...)” (150). Parece ser, por la inexistencia de datos existentes -tanto en el Archivo Parroquial, como en el Municipal- que en Benidorm no hubo un cementerio de coléricos, como en otras ciudades, puesto que las referencias geográficas que remite Antonio Yañez, de forma anecdótica, -con relación a lo que él denominaba epidemias de peste, a mediados del XIX- se referían concretamente al cólera morbo, puesto que en Benidorm no hubo peste en estas fechas que él indica (151): (…) A mediados del siglo XIX, con motivo de las epidemias de peste, se enteraba a los enfermos incluso sin comprobar si realmente habían expirado. Se dice que por aquella época un antepasado de José Bayona, que habitaba en una casa en La Facció, fue despertado a medianoche por José Rigores El Muerto”, a quién habían enterado aquella tarde (…) es útil como muestra de lo cercana que estaba La Facció del Cementerio (…)”. En 1864, el cura párroco solicitó al ayuntamiento la reparación de una parte del muro de cerramiento del cementerio, el cual se había derrumbado por unas fuertes lluvias que asolaron Benidorm durante las noches del 7 y 18 de abril. Y aquí es donde se puede presuponer que los cuerpos “Amore Dei” serían enterrados sin caja, en el suelo, porque el agua arrastró la tierra y dejó al descubierto los restos humanos (152): “(…) a causa del aguacero e inundación sucesiva que había sufrido ese término dejando a merced de los animales dañinos los restos morales de los que allí yacen (…)”. Igualmente en este documento se puede observar como fue el cura párroco el que solicitó ayuda económica del ayuntamiento. Esto se debía a que era un cementerio parroquial, donde todos los gastos debían de correr a cuenta del ayuntamiento, -como ya se ha visto en el artículo 50 de la Ley Municipal de 21 de octubre de 1868 (153): “(…) que el motivo de ponerlo en conocimiento de la autoridad es porque se veía en la imposibilidad de reparar el daño de los fondos de fábrica en atención a no contar en la actualidad más que con atrasos, según podía verse por los documentos que estaba dispuesto a exibir; en vista de lo cual y de la perentoriedad y vigencia del caso, lo pone en conocimiento de la corporación (…)” En 1882 volvió a cambiar la normativa sobre cementerios y el de la Foia del Bol, quedaba muy distante de las nuevas exigencias. Por lo que a partir de ese momento, las autoridades municipales deberían analizar la situación del mismo y decidieron ensancharlo. El cementerio de la Foia del Bol formó parte de los 200 nuevos cementerios que se originaron en España durante el periodo de 1886 a 1888.
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Ramón Llorens Pastor cita que el medio de comunicación El Canfali publicó en 1887, que Benidorm tenía la necesidad de la construcción de un nuevo cementerio o bien de un ensanche del mismo (154). Y para ello fue establecido un reglamento para la conservación, administración y cuidado del cementerio (155). Se conoce, -la realización del ensanche-, a través del jurista e historiador Pedro María Orts Berdín, que hizo una descripción del mismo (156): “(…) por último, el ensanche del cementerio estableciendo depósito de cadáveres, capilla, panteones, nichos, andenes, arbustos y flores, que hacen digna la morada de los muertos (…)”. Reza todavía en una lápida ubicada en la actualidad en el interior de la capilla del cementerio –que en el siglo pasado funcionó como sala de autopsias y depósito de cadáveres-, que el camposanto de la Foia del Bol fue inaugurado a las nueve de la mañana del sábado 12 de noviembre de 1887 con la inhumación del cadáver de Vicenta Pérez de Zaragoza. El filólogo Pasqual Albiñana recogió por referencias documentales que en 1893 el cementerio pertenecía al pueblo (157): “(…) 1893. Partida Foia del Bol. Cementerio 4489 m. Propietario el pueblo (…)”. Una visita pastoral realizada en 1895 descubrió como era el cementerio (158): “(…) está administrado por el Ayuntamiento, tiene división departamental para párvulos, adultos y sacerdotes (…)”. Y se conoce por un acta del ayuntamiento que en 1897 el cementerio tenía un funcionario que ejercía el cargo de conserje cuyo nombre era Jaime Galiana (159), cargo que continuó ejerciéndose también a principios del siglo XX (160). Durante las primeras décadas del siglo XX, el cementerio de la Foia del Bol, necesitó de nuevo una ampliación y en 1902 se procedió a su desmonte (161): “(…) y a Domingo Botella nueve pesetas, importe de seis jornales invertidos en el desmonte de la zona 4º del cementerio municipal (…)”. A partir del 5 de enero de 1902, el Pleno del Ayuntamiento aprobó abonar el gasto del ataúd de los cadáveres pobres de solemnidad (162): “(…) El Sr. Presidente manifestó que el día dos del actual falleció el vecino de esta Francisco Berenguer Aznar trabajador honrado dejando en la mayor pobreza a su viuda e hijo, imposibilitada de poderle costear una caja para su enterramiento y como sea que el respeto que inspiran los restos humanos y la higiene pública exige, obliga a los cadáveres que, vayan cubiertos en su caja mortuoria. El Ayuntamiento fundado en lo expuesto por el Sr. Presidente y el que casos como el de referencia son raros en esta villa acordó autorizar al Sr. Alcalde para que tanto en el presente como en los que ocurran en lo sucesivo pongan con cargo al capítulo de imprevistos el valor de las cajas mortuorias (…)”. De la fabricación de este ataúd se encargó Simeón Ferrer Pérez, a quien el Ayuntamiento le abonó quince pesetas por su importe (163).
9.1. Los panteones La única referencia aparecida en la documentación del archivo procede del 3 de marzo de 1870 (164). Se trata de la solicitud presentada por Juan Thous y Carera para edificar un panteón con carácter de perpetuidad, de 7x3´53 cm., por 3 m., de altura. La corporación municipal accedió a la solicitud y le fue concedida su construcción ubicándolo en: “(…) la zona alta de lo nuevo que mira al oriente como terreno destinado a la edificación de nichos. El precio del terreno para la construcción del panteón ascendió a veinte escudos, un precio no muy excesivo (…)
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por constarles que en el punto donde se halla el cementerio es terreno de muy ínfimo valor (…)” (165). 9.2. El cementerio civil Los primeros cementerios civiles se crearon a partir de 1855, con la promulgación de la Ley de 29 de abril. Pero hasta 1891 no fue incorporada la Ley de 16 de julio de Libertad de Culto. Y aún más, hasta 182 no fue obligatoria su aplicación en las localidades de más de 600 habitantes, por lo que Benidorm no se vio sometido a la construcción de un cementerio civil antes de 1882. En los cementerios civiles fueron enterados los no bautizados, los suicidas, los que pertenecían a otras religiones que no fuera la católica los excomulgados, duelistas y los pecadores públicos. Por lo tanto ¿qué ocurrió desde 1887 en que fue promulgada la ley de Carlos III hasta 1882, con todas estas personas? Señala un refrán español: “hecha la ley, hecha la trampa”. Normalmente, a los niños recién nacidos se les bautizaba inmediatamente para pertenecer a la Iglesia Católica Y evitar el problema. En el caso de los suicidas –como se ha visto con anterioridad- pudo habérseles enmascarado registrando en la partida de defunción que su fallecimiento se había producido por accidente, y de esta forma enterrárseles en el cementerio católico. Fue a partir de la “Visita Pastoral” de 1895 cuando aparece por primera vez en la documentación una zona determinada para este fin, aunque la fuente no lo cita como cementerio civil (166): “(…) hay un lugar independiente para los que mueren fuera del seno de la Iglesia (…)”. La Ley de 16 de julio de 1871 señalaba que el cementerio civil podía estar situado en el ensanche del cementerio católico pero dividido del mismo, por un muro perimetral y con una puerta independiente. Y aunque no aparezca descrito, este fue el modelo seguido por todas las poblaciones de la provincia de Alicante.
X.
Sepultados en tierras lejanas
Como se ha visto con anterioridad, hubieron varios benidormeros que fallecieron de fiebre amarilla en la isla de Cuba, cuando todavía ésta era colonia española. En el año 1800, Carlos IV emitió una Real Orden por la que fue regulado que los cadáveres de fiebre amarilla fueran enterados extramuros de las ciudades (167). A mediados del siglo XIX (168): “(…) En Cuba existían los llamados cementerios generales para católicos, y algunos civiles destinados al resto de la población (…)”. Hubieron algunos benidormeros que fallecieron en La Habana y allí fueron enterrados sus cuerpos, presumiblemente en el cementerio general (de Colón) (169).
XI. El mar: casa de eternidad La ley establecía que todo marino o individuo que falleciese en alta mar tenía que ser echado al mar como forma de enterramiento, pues si el cadáver permanecía en el barco llegaría en estado de putrefacción al puerto más cercano.
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Igualmente, si el finado había fallecido por enfermedad contagiosa, existía el peligro de contagio en la misma embarcación, y que pudieran morir más personas. Resulta curioso que con el paso de los siglos han llegado a mantenerse por tradición oral, historias emanadas del miedo a fallecer en alta mar, y a ser arrojados al mar como morada de eternidad. De ahí que cuando los soldados españoles fueron enviados como clase de tropa para participar en la guerra de Cuba, algunos se oponían a ir, para no ser devorados por los grandes peces (170).
XII.
Un primitivo cementerio ligado al hospital.
Se ha podido comprobar de la existencia de un hospital en Benidorm, que fue creado por Jaime Orts en el siglo XVIII, y que se mantuvo hasta la primera mitad del siglo XIX. Jayme Josef Orts fue alcalde del municipio en 1732, (171) por lo que se puede presuponer que el hospital fue creado a partir de esta fecha. Según Orts Berdín, el hospital albergó a pobres, enfermos y transeúntes, hasta que fue permutado por otra propiedad, y fue derribado, no especificando si cayó por sí mismo o porque lo echaron abajo (172). Por otro lado, Antonio Yañez, señala que en la calle de las Herrerías, entre Emilio Ortuño y Plaza del Dr. Fleming “(…) siglos atrás, en este mismo lugar del “Carrer Ferreries” se encontraba el primitivo cementerio (…)” (173). Las Reales Ordenes de 21 de febrero de 1846 y de 19 de marzo de 1848 impidieron los enterramientos en el interior de los hospitales que se hallaban en el interior de las poblaciones. Por lo tanto, se puede presuponer que este cementerio pertenecía a dicho hospital, y que desapareció coincidiendo cronológicamente con la promulgación de las leyes que lo abolían a mediados del siglo XIX.
XIII. otas bibliográficas.
(1). BUJ BUJ, Antonio. “De los miasmas a la malaria. Permanencias e inmovilización en la lucha contra el paludismo”. Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] nº 69 (42), 1 agosto 2000. (2). “La población española. La transición demográfica y el ciclo demográfico moderno”. Fuente: www.club.tepolis.com/geografo/regional/espa/pubcdm.htm (3). “La población española en el siglo XIX. Historia de España. Crecimiento demográfico. Mortalidad. Hatalidad. Migraciones. Distribución territorial”. Fuente: www.html.rincondelvago.com/la_poblacion_española_en_el_siglo_XIX.htm (4). Ibidem. (5). ALMIÑANA OROZCO, Pasqual. “Els topònims de Benidorm (1321-1955)”. Colección Pagines de Benidorm. Nº 3. Benidorm. Ayuntamiento Benidorm 2001. (6). Ibidem. Página 80. Declaración judicial 20 mayo 1788. (7). Ibidem. Página 82. (8). Ibidem. Página 146. Año 1907. (9). Ibidem. Página 147. Año 1907. P.O.32 (Proyecto de Ordenación de Policía Urbana y Rural de la Villa de Benidorm).
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(10). Ibidem. Página 163. Año 1907. P.O. 32. (11). Ibidem. Página 156. Año 1907. A.B: P.O. 1907 1866, 32). (12). Ibidem. Página 157. Año 1907. A.B: P.O. 1907 (1866) 33. (13). Ibidem. Página 159. (14). Ibidem. Página 175. Castañeda. 1919 (S. XVIII:48) (15). Ibidem. Página 163. ORTS i Berdín (1892:131, 134, 137, 138, 139). Refiere el autor que el aljibe ya existía en 1812. (16). Ibidem. Página 298. Año 1907. P.O:31, y página 30 Año 1907. P.O: 31. (17). Ibidem. Página 299. Año 1844. A.P. 28 febrero 1844, y página 300. AP 28 febrero 1844. (18). ORTS BERDÍN Pedro María. “Apuntes históricos de Benidorm”. Alicante. Est. Tip. De l Liberal. 1892. Página 221. (19). Ibidem. Página 27. (20). Ibidem. Página 247. (21). LLORENS BARBER, Ramón. “El condestable Zaragoza. Francisco Zaragoza y Such. Benidorm 1875-Santiago de Cuba 1898. Crónica de la vida y del heroísmo de un marino benidormense”. Benidorm. Ayuntamiento de Benidorm.1998. Página 49. Toma la referencia de MADOZ, Pascual “Diccionario Geográfico-EstadísticoHistórico de España y sus posesiones en ultramar”. 160. Madrid 1845-1850. (22). YAÑEZ, Antonio. “Calles, barrios y monumentos de Benidorm”. San Vicente del Raspeig. Gráficas Díaz.1988. Página 205. El autor cita que el saladar abarcaba desde El Altet hasta el Rincón de Loix, en una franja estrecha que iba bordeando la playa como una faja costera por la que discurría el Camí de Baix. (23). Ibidem. Página 127 (24). Quinque Libri de la parroquia de Benidorm que empieza en Agosto de 1831 y comprende solo el título de Difuntos de la misma desde dicho mes y año. (25). Registro Civil de Nacidos, Muertos y Casados. Registro Civil de Muertos de la Villa de Benidorm de principio en 2º de enero de 1845. (26). Libro de Bautismos desde 1791 a 1810. Partida de Difuntos a 7 de julio de 1783. (27). Libro de Bautismos desde 1791 a 1810. Dado en el Palacio Arzobispal de Valencia a 17 días del mes de enero del mes de Noviembre de 1796. (27). Libro de Difuntos. Parroquia de San Jaime y Santa Ana. Francisco Orts: Albat nº 7. 21 febrero, 1838. Página 13 anverso. (28). Libro de Difuntos de la época del cólera. Cuerpos mayores. Página 70. 18 septiembre 1834. Cuerpo nº 1: Vicente Llorca. (29). Ibidem. Página 365. 76 años. 27 noviembre 1851. Anastasia Pérez. Josefa Company. 70 años. 22 noviembre 1851. Página 368. (30). Ibidem. Águeda Martorell. 90 años. “Plopejía”. 29 noviembre 1851. Página 368. (31). Ibidem. María Such. 70 años. “Erisipela”. 24 diciembre, 1851. Página 365366. (32). Ibidem. María Bayona. 48 años. 12 enero 1852. Página 37 anverso. (33). Ibidem Joaquina Sales. 57 años Ángela Cortés. 12 años. 23 marzo 1859. Página 519 reverso. (34). Ibidem. María Bayona. 28 años. Epilepsia en estado de demencia. 19 noviembre 1853. Página 414 anverso. Dolores Orts. 33 años. Libro Defunciones 1859-1879. 6 febrero 1861. Página 34 reverso. (35). Ibidem. Rosa Pérez. 70 años. “Esciso”. 24 abril 1859. Página 530 Anverso.
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(36). Ibidem. Antonia Seguir. 30 enero 1858. Página 512 anverso. Vicente Llorca. 10 años. “(…) Cuyo cadáver no podrá esperar las veinte y cuatro horas por su estado de descomposición (…)”. 28 mayo 1865. Página 106 reverso. Libro defunciones 1859-79. María Chuco. 70 años. “(…) que ha fallecido esta misma mañana de hidropesía, por lo que será preciso enterrarla sin transcurrir las veinte y cuatro horas (...)”. 14 septiembre 1865. Página 109. (37) Ibidem. María Campo. 32 años. 16 noviembre 1859 (38). Ibidem. Vicente Pérez. 60 años. 1 julio 1857. Página 501. Tomás García. 50 años. 11 octubre 1862. Libro Defunciones 1859-79. Página 60 anverso. (39). Libro Defunciones Cuerpos Mayores de 1859 a 1879 Josefa Bayona. 11 agosto, 1859. (40). Ibidem. Vicente Pérez. 60 años. 17 octubre 1859. Página 9 reverso. Pedro Climent. 77 años. Presbítero, religioso carmelita descalzo 28 enero 1865. Libro Defunciones 1859-79. Página 100 reverso. (41). Ibidem. Jayme Fuster. 40 años. 9 enero 1860. Página 17 anverso. (42). Ibidem. Pedro Barceló. 45 años. 25 junio 1860. Página 23 reverso. (43). Ibidem. Josefa Baldó. 24 años. 1 enero 1861. Página 33 anverso. Roque Fuster. 8 enero 1865. Página 10 anverso. (44). Ibidem. Rita Soler. 48 años. 21 enero 1861. Página 34 anverso. (45). Ibidem. Francisca Devesa. 30 años. 26 enero 1861. Página 34 anverso. (46). Vicente Pérez. 14 años. 4 enero 1862. Página 5 anverso. (47). Ibidem. Cristóbal Pérez. 20 años. 19 enero 1862. Pagina 50 reverso. (48). Ibidem. Juan Barceló. 27 años. 26 enero 1862. Página 50 reverso. Vicente Berenguer. 8 años. 30 julio 1862. Página 56 anverso. (49). Ibidem. María Martínez. 43 años. 3 febrero 1862. Página 51 anverso. (50). Ibidem. Vicente Llinares 19 marzo 1862. Página 52 anverso. (51). Ibidem. Josefa Rodríguez. 26 años. 20 abril 1862. Página 54 anverso. (52). Ibidem. María Fuster. 19 años. Soltera. “(…) cuyo cadáver no permite esperar a las veinte y cuatro horas (natural de Alfaz) y vecina de esta parroquia (…)”. 24 abril 1865. Página 105 anverso. (53). Ibidem. José Llinares. 40 años. 19 mayo 1865. Página 106 anverso. (54). Ibidem. Antonio Pérez. 63 años. 17 octubre 1865. Página 111 anverso. (55). Ibidem. José Climent. 30 años. Segundo fallecido en la segunda epidemia de cólera morbo que afectó a Benidorm en 1865. 20 octubre 1865. Página 11 reverso. (56). Ibidem. Gaspar Llenares. 21 años. Marinero. 9 mayo 1875. Página 285 anverso. (57). Ibidem. Vicenta Thous. Soltera. 72 años. 22 mayo 1875. Página 285 reverso. (58). Ibidem. Tomás Orts. 58 años. Hacendado. 1 junio 1875. Página 286 reverso. (59). Ibidem. Antonia Pagés. 35 años. Natural de Barcelona y vecina de Benidorm. 35 años. 9 agosto 1875. Página 288 reverso. (60). Ibidem. Antonio Perol. 17 septiembre 1875. Página 289 (61). Ibidem. Josefa Conca y Agulló. 66 años. 28 marzo 1878. Página 325 anverso. (62). Ibidem. Felipe Orozco Soler. 40 años. 25 marzo 1878. Página 324 reverso. (63). Ibidem. Pedro Bayona. 43 años. Marinero. 20 febrero 1877. Página 36 anverso. (64). Ibidem. Ángela Castelló y Llorca. 30 años. 16 diciembre 1876. Página 303 anverso. (65). Ibidem. Luis Pérez Thous. 48 años. 22 abril 1879. Página 343 reverso. (66). Ibidem. Antonia Orts Bayona. 64 años. 19 abril 1879. Página 343 anverso. (67). Libro de Defunciones de Cuerpos Mayores que empieza en 1879. Filomena Devesa Ballester. 20 años. Primera fallecida por el cólera morbo en la tercera
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epidemia que afectó a Benidorm en 1885. 25 julio 1885. Página 70 anverso y reverso. (68) Ibidem. “(…) Gaspar Ortuño Vives. 85 años. Viudo y casado en segundas nupcias con Vicente Rodríguez Lloret. Hijo de Pedro Ortuño y Jerónima Vives. Falleció a las nueve de la noche anterior a consecuencia de vejez (…)”. 6 agosto 185. Página 81 anverso. (69). Ibidem. Rosa Soria Ortuño. 76 años. 10 abril 1891. Página 134 reverso. (70). Ibidem. Josefa Soria Ortuño. 70 años. 18 febrero 1890. Página 126 reverso. (71). María Soria Ortuño. 73 años. Página 123 anverso. (72). Ibidem. Juan Thous Carrera. 74 años. 30 octubre 1889. Página 123. (73). Ibidem. Vicenta Orts Berdín. 28 años. 13 enero 1887. Página 96. (74). Ibidem. Eugenia Llorca. 48 años. 22 diciembre 1859. Página 141. (75). Quinque Libri de la Parroquia de Benidorm que empieza en Agosto 1831 y comprende sobre el título de Difuntos de la misma desde dicho mes y año. 30 agosto 1831. “(…) al cadáver de Josefa Ivars, que falleció ayer de infantil edad (…)”. (76). Ibidem. Francisco Agulló. 24 febrero 1838. Página 13 reverso. Pedro Pascual. 3 años. 2 diciembre 1851. Página 365. María Vives. 3 años. 21 enero 1852. Página 367 reverso. (77). Ibidem. José Fuster. 11 noviembre 1851. (78). Ibidem. Francisco Llorca. Un mes. 28 diciembre 1851. Página 366. Francisco Ivars. 24 horas. 4 enero 1852. Página 367. Joaquín Pérez. 7 años. 4 mayo 1852. Página 372 anverso. Toribio de Jesús. 15 días. 2 mayo 1852. Página 372 anverso. Ángela Cortés. Albat. 28 octubre 1852. Página 382 reverso. (79). Ibidem. María Orts. 5 años. 1 noviembre 1852. Página 383 anverso. José Blasco. 6 años. 19 noviembre 1853. Página 419. José Ortuño. Albat. 2 enero 1856. Página 472 anverso. (80). Ibidem. Manuel Escamez. 2 años. 24 abril 1859. Página 530 anverso. Trascrito “Distinción” = dentición. (81). Ibidem. María Soler. 1 mayo 159. Página 530 anverso. “(…) Como vicario propio de la Parroquial Iglesia de la Villa de Benidorm Provincia de Alicante, Arzobispado de Valencia, mando dar sepultura en el día de la fecha al cadáver de María Soler la cual nació fue bautizada por los Señores Margarita Orquín Comadre de la villa y falleció en el acto a las tres horas de la mañana (…)”. (82). Ibidem. Rosa Soler. Albat. 3 diciembre 1856. Página 173 anverso. (83). Libro de Defunciones de Párvulos desde 1859 a 1886. Andrés Vives de ocho años fue el primer niño fallecido de cólera morbo en la segunda epidemia que afectó a Benidorm en 1865. 31 octubre 1865. Página 60 reverso. (84). Ibidem. Jacinto Vaello Lloret. 11 meses. 2 octubre 1884. Página 289 reverso José Rodríguez. 3 años. 10 noviembre 184. Página 292 reverso. (85). Ibidem. Francisco Llorca y Llinares. 2 años. 12 octubre 184. Página 290 reverso. (86). Ibidem. Bautista Such. 6 meses. 15 octubre 1884. Página 291 reverso. (87). Libro de Defunciones de Párvulos. Año 1859. José Fuster. 3 meses. 18 abril 1859. (88). Ibidem. Catarina Soria. 3 años. 10 junio 1859. (89). Ibidem. María Josefa Crespo Un año. 6 octubre 1859. (90). Ibidem. Vicente Llorca. 2 años. 20 octubre 1856. Miguel Zaragoza. Un año y medio. 3 diciembre 1856. (91). Ibidem. José Pérez. 2 años. 21 octubre 1856. Juan Blasco. 2 años. 22 octubre 1856. Ana María Soler. 4 años. 21 octubre 1856.
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(92). Ibidem. Vicenta Baldó. 3 años. 21 diciembre 1856. (93). Ibidem. Francisca Soria Ortuño. 82 años. 20 julio 1902. Página 270 anverso. (94). Ibidem. José Orts Llorca. 31 años. 10 julio 1902. Página 269. (95). Ibidem. Trinidad Orts Real. 88 años. 13 julio 1802. Página 269. (96). Ibidem. José Ortuño Llorca. 40 años. 30 diciembre 1901. Página 264 anverso. (97). Ibidem. José María Orts Berdín. 64 años. 19 diciembre 1900. Página 248. (98). Ibidem. Pedro Orts Berdín. 58 años. 31 diciembre 1897. Página 210. (99). María Ortuño Ortuño. 75 años. 11 diciembre 1906. Página 313 anverso. (100). Ibidem. Francisco Ballester Ortuño. 46 años. 16 junio 1906. Página 309 reverso. (101). Ibidem. Magdalena Berdín Berdín. 76 años. 19 mayo 1906. Página 308 reverso. (102). Ibidem. Consuelo Orts Jorro. 82 años. 24 julio 1904. Página 289 reverso. (103). Registro Civil de Muertos de la Villa de Benidorm de principio en 1º de enero de 1841. (104). Ibidem. Año 1842. (105). Registro Civil de Muertos de la Villa de Benidorm de principio en 2º de enero de 1845. (106). Ibidem. Año 1846. (107). Registro Civil de Muertos de Benidorm de principio en 1º enero de 1847. (108). Ibidem. Año 1848. (109). Registro Civil de Muertos de la Villa de Benidorm de principio en 1º de enero de 1841. 19 abril 1842. (110). Ibidem. 29 diciembre 1842. (111). Ibidem. 26 junio 1842. (112). Registro Civil de Muertos de la Villa de Benidorm de principio en 2º de enero de 1845. 29 mayo 1845. (113). Ibidem. 19 febrero 1846. (114). Ibidem. 9 septiembre 1846. (115). Registro Civil de Muertos de Benidorm de principio en 1º de enero de 1847. 19 septiembre 1847. (116). Ibidem. 3 diciembre 1847. (117). Ibidem. 8 diciembre 1847. (118). Libro de Difuntos. Cuerpo Amore Dei. Página 468 anverso. (119). ORTS I BOSCH, Josefina. Nacida el 16 de noviembre de 1822 en Valencia. Nieta de Pedro María Orts Berdín, jurista e historiador. Dedicado a diversas actividades turísticas y actualmente jubilada. Entrevista realizada el 26 de julio 2007. (120). Libro de Difuntos. 30 marzo 1837. Página 118 reverso. (121). Ibidem. Valencia 1 julio 1837. Página 124. (122). Ibidem. Página 193 anverso. (123). Ibidem. 30 marzo 1844. Página 233 anverso y reverso. (124). Libro de Defunciones de Cuerpos Mayores de 1859 a 1879. 18 marzo 1875. Página 280 reverso. (125). Ibidem. 9 marzo 1975. (126). ORTS I BOSCH, Pedro María. “Una imagen de la Virgen de Benidorm” (segunda edición). Valencia. Sucesor de Vives Mora. 1971. Capítulo IX. Página 83. (127). ORTS BERDÍN, Pedro María. Opus citatis. Página 19. (128). YAÑEZ, Antonio. Opus citatis. Página 16. Protocolo nº 169. 22 noviembre 1804.
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(129). Ibidem. Página 16. Protocolo 169 4 noviembre 1822. (130). Libro de Defunciones de Cuerpos Mayores de 1859 a 1879. 28 noviembre 1865. Página 100 reverso. (131). Ibidem. 7 mayo 1875. Página 284 anverso y reverso. (132). Ibidem. 22 mayo 1875. Página 285 reverso. (133). Ibidem. 11 junio 1875. Página 286 reverso. (134). Ibidem. 9 agosto 1875. (135). Ibidem. 16 agosto 1875 Página 289 reverso. (136). NISTAL, Mikel. “Legislación funeraria y cementerial española. Una visión espacial”. Luralde cinu.espac. nº 19 (1996). P. 29-53. ISSN 1697307Q. (137). Ibidem. (138). Ibidem. (139). Ibidem. (140). Ibidem. (141). Ibidem. (142). Ibidem. (143). Ibidem. (144). ALMIÑANA OROZCO, Pasqual. Opus citatis. Página 161. Año 1808. (145). Quinqué Libri de la Parroquia de Benidorm que empieza en Agosto de 1831 y comprende sólo el título de Difuntos de la misma desde dicho mes y año. Párroco: Agustín Galiana. 29 agosto 1831. Página 1 anverso. (146). Ibidem. Página 1 reverso. (147). Libro Defunciones Cuerpos Mayores de 1859 a 1979. 7 noviembre 1865. Partida de defunción de María Josefa Cortés, fallecida por cólera morbo, a los 75 años. Página 114 anverso. (148). Ibidem. Partida de Defunción de Rosa Ribes. 8 noviembre 1865. Página 115 anverso y reverso. (149). Ibidem. Partida de defunción de Josefa Llorca. 11 noviembre 1865. Página 117 anverso y reverso. (150). Ibidem. Partida de defunción de Vicenta Vives. 15 noviembre 1865. 15 noviembre 1865. Página 118 anverso. (151). YAÑEZ, Antonio. Opus citatis. Página 16 y 17. (152). Libro de Actas Ayuntamiento de Benidorm (LAAB). Acta 19 abril 1864. Página 16 anverso. Acta 20 abril 1864. (153). LAAB. Acta 19 abril 1864. Página 16 anverso. (154). NISTAL, Mikel. “Legislación funeraria y cementerial española. Una visión espacial”. Luralde cinu.espac. nº 19 (1996). P. 29-53. ISSN 1697307Q. (155). LLORENS BARBER, Ramón. Opus citatis. Página 180. (156). Ibidem. Página 181. (157). ORTS BEDÍN, Pedro María. Opus citatis. Página 264. (158). ALMIÑANA OROZCO, Pasqual. Opus citatis. Página 161. (159). Libro de Visitas Pastorales Año 1862 y 1895. Copia dada en Palacio arzobispal de valencia el 10 de enero de 1863. Visita 1895. (160). LAAB. 29 marzo 1897. Página 19 anverso. (161). LAAB. Acta 14 enero, 1902. Página 8 anverso. (162). LAAB. Acta 5 enero 1902. Alcalde: Francisco Zaragoza Fuster. (163). LAAB. Acta 14 enero 1902. Página 8 anverso. (164). LAAB. Acta 3 marzo 1870. Página 9 anverso. (165). LAAB. Acta 29 marzo 1870 Página 9 reverso y 10 anverso. (166). Libro de Visitas Pastorales. Ibidem. Visita 1895.
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(167). VIÑES, José Javier. Anexo 10. “Legislación técnico sanitaria más relevante durante el siglo XIX”. En “La sanidad española en el siglo XIX”, 1ª parte. www.cfnavarra.es/.../textos/temas_medicina/5_saniad_española_XIX/01_introducci on.pdf (168). HERNÁNDEZ SUAREZ, Yoana. “Los primeros cementerios protestantes cubanos”. www.lajiribilla.a/2001/n11.ulio/290_11.html (169). Ibidem. (170). CARBONELL BEVIÁ, Lola, MILAN LLIN, Vicente; y SANTACREU SOLER, José Miguel. “La clase de tropa (1898). Las guerras de ultramar y San Vicente del Raspeig”. San Vicente del Raspeig. CESS. 1999. (171). LAAB. Juramento de los Alcaldes, regidores y Síndicos de la Villa de Benidorm. 15 de abril 1732. Página 5 y 6 reverso. (172). ORTS BERDÍN, Pedro María. Opus citatis. Página 16. (173). YAÑEZ, Antonio. Opus citatis. Página 171.
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