Tema de la quincena
El ser humano como ser político * Francisco Porcar Rebollar
Es evidente que la política es una de las actividades más desprestigiadas en nuestra sociedad. Pero, ¿qué significa en realidad este desprestigio de la política? Para contestar esta pregunta es importante reflexionar sobre qué es la política, sobre la concepción de la política. Esta pregunta por el sentido de la política puede parecer algo teórico, pero no lo es en absoluto.
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orque la política es fundamentalmente una práctica, la práctica del ser humano como ser social. Además, la concepción de la política está estrechamente vinculada a lo que entendemos que es el ser humano, a la comprensión que tenemos de nosotros mismos. Vamos a presentar una sencilla reflexión sobre el sentido de la política poniendo en diálogo, por una parte, cómo la entiende la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y, por otra, cómo es la concepción de la política que predomina en nuestra sociedad. La confrontación entre estas dos maneras de entender la política ayuda a comprender dónde están algunas de las raíces más importantes del desprestigio de la política en nuestra sociedad y, por tanto, para descubrir qué podemos hacer para recuperar la política como el elemento esencial de la vida humana que es.
I. - La concepción de la política que propone la Doctrina Social de la Iglesia
Al considerar al ser humano como un ser social por naturaleza, la DSI sostiene que el ser humano es por naturaleza un ser político. La política no es, pues, algo «añadido» al ser humano, sino algo constitutivo de su propio ser. ¿Por qué?
1. - La política pertenece a la misma naturaleza humana
Por lo que el ser humano es: un ser social, como subraya repetidamente el Concilio Vaticano II en «Gaudium et spes»: «Dios creó al hombre no para vivir aislada-
Para la DSI la política no es otra cosa que todo cuanto hacemos las personas para responder a nuestro ser social. Es decir, la práctica que tiene el ser humano como ser social que es por naturaleza.
* Lo que aquí presentamos es una síntesis de lo que se plantea en dos temas del Plan Básico de Formación Política de la HOAC dedicados a profundizar en la manera de entender la política.
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Tema de la quincena mente, sino para formar sociedad» (n. 32). Es decir, a diferencia de lo que se sostiene en otras concepciones del ser humano, especialmente en aquellas que lo consideran como un individuo que, después, para cubrir sus carencias (es decir, por conveniencia o interés) se une a otros formando sociedad, la Iglesia sostiene que el ser humano es, desde el principio e inseparablemente, un ser personal y social. La persona está unida a los demás porque la referencia del «yo» al «tú» y al «nosotros» está inscrita en su misma naturaleza. Este es el fundamento, entre otras cosas, de su práctica política. Por eso dirá Juan XXIII: «Al ser los hombres por naturaleza sociales, deben convivir unos con otros procurar cada uno el bien de los demás» («Pacem in terris», 31). Este carácter social, fundamento de la política, es distintivo del ser humano. La vida comunitaria es una característica que forma parte de la naturaleza humana. Somos
para su crecimiento como persona y para realizar su vocación. Esta vocación a la comunión interpersonal y social es el fundamento y el sentido de la política. 2. - La política es instrumento para construir un orden social a la medida del ser humano Además de ser una práctica que responde al ser y vocación de la persona, la política es necesidad y tarea del ser humano porque es instrumento fundamental e indispensable para construir una sociedad humana, una sociedad justa en la que sea posible la realización de las personas. La realización humana, su vocación, su dignidad y su responsabilidad es lo que está en juego en la política. Un orden social justo ofrece a la persona una ayuda insustituible para la realización de su libre personalidad. Y, al contrario, un orden social injusto es una amenaza y un obstáculo para el bien de la persona. Construir un orden social justo es la tarea política del ser humano. Esta tarea humana que es la política implica, inseparablemente, dos dimensiones: la transformación de las estructuras, instituciones y relaciones sociales en bien de las personas y la misma transformación de las personas, su mismo crecimiento en espíritu social. Es necesario para ello superar una ética individualista, porque mejorar las condiciones de la vida social no es posible «si los individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismos y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales» («Gaudium et spes», 30). Sin olvidar que en la medida en que ejerce su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa, la persona se hace más persona.
personas que vivimos y obramos en una comunidad de personas. Según la fe de la Iglesia, la persona está llamada desde el principio a la vida social. Vida social que no es exterior a la persona (por tanto, tampoco lo es la política que es la actividad dirigida a construir esa vida social), porque los hombres y mujeres no podemos crecer y realizar nuestro ser y vocación si no es en relación con los otros. Por la vocación del ser humano a la comunión: la política responde no sólo a ese carácter social del ser humano, sino también a su vocación a construir comunión con los demás, en la que se expresa su ser imagen del Dios-Comunión de Personas. Para lo cual las personas se enfrentan a la tarea de construir unas relaciones sociales fraternas que permitan a cada ser humano vivir de acuerdo a su dignidad. La política es, pues, una necesidad del ser humano
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3. - La comunidad política Para realizar su ser social y su vocación a la comunión, respondiendo a la ineludible necesidad de construir a través de la variada acción política una vida social a la medida del ser humano, las personas necesitan de la comunidad política. Así lo expresa el Concilio Vaticano II: «Los hombres, las familias y los diversos grupos que constituyen la comunidad civil son conscientes de su propia insuficiencia para lograr una vida plenamente humana y perciben la necesidad de una comunidad más amplia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a una mejor procuración del bien común. Por ello forman comunidad política, según tipos institucionales varios. La comunidad política nace, pues, para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que de-
Tema de la quincena riva su legitimidad primigenia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección» («Gaudium et spes», 74). De ahí que el Catecismo de la Iglesia Católica insista en que el bien común alcanza sus más altas cotas en la comunidad política, lo que dice mucho de su necesidad y valor: «Si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones intermedias» (n. 1910). Hay que subrayar que la comunidad política y toda la actividad política encuentran su centro en el hecho de servir a la realización del ser humano, porque la persona no puede ser otra cosa que el fundamento, el sujeto y el fin de la comunidad política. Y ese servicio al bien común se concreta en la promoción de los derechos fundamentales de toda persona en razón de su dignidad: considerar a la persona humana como fundamento y fin de la comunidad política significa trabajar, ante todo, por el reconocimiento y el respeto de su dignidad mediante la defensa y promoción de los derechos fundamentales e inalienables del ser humano.
ocupación y amor preferencial por los pobres y los últimos. Esta comunidad política puede tener realizaciones muy diversas, según la libertad humana, pero es ineludible para el ser humano y necesita de instituciones que la impulsen hacia el bien común. 4. - La caridad política Según la DSI la caridad es el norte y la guía fundamental de toda la actividad política. Una caridad que une amor y justicia como expresión de lo que el ser humano es y está llamado a ser. En la caridad política está la plenitud de la actividad política que construye realmente el bien común. Pío XI decía que «el campo político abarca los intereses de la sociedad entera y, en este sentido, es el cam-
De tal forma que la comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de las condiciones sociales en las que se ofrezca a las personas la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento pleno de los respectivos deberes. Por eso dirá Juan Pablo II en «Christifideles laici» (n. 42), que una política para la persona y para la sociedad: - Encuentra su criterio básico en la consecución del bien común, como bien de todas las personas y de toda persona. - Su rumbo de camino en la defensa y promoción de la justicia, sobre la base de la dignidad personal del ser humano. - Y se construye desde la promoción de valores humanos fundamentales, que encuentran su plenitud en el Evangelio: libertad y justicia, solidaridad, dedicación leal y desinteresada al bien de todos, estilo sencillo de vida, pre-
po de la más vasta caridad política, de la caridad de la sociedad». Y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia subraya que la caridad ilumina a los cristianos sobre el significado más profundo de la convivencia política: el objetivo que se debe buscar, promover y proponer es la realización de relaciones comunitarias entre las personas, porque eso es lo que realmente nos humaniza. Así: «la justicia requiere que cada uno pueda gozar de sus propios bienes, de sus propios derechos, y puede ser considerada como la medida mínima del amor. La convivencia es tanto más humana cuanto más está caracterizada por el esfuerzo hacia una conciencia más madura del ideal al que ella debe tender, que es la ‘‘civilización del amor’’ (...) La persona humana, en efecto, aun cuando participa activamente en la tarea de satisfacer las necesidades en el seno de la sociedad familiar,
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Tema de la quincena «Desde la concepción restrictiva de la política que hemos visto, ésta se orienta fundamentalmente no a la consecución de objetivos comunitarios de justicia, sino a objetivos particulares, privados, de bienestar» personas. Esa participación es expresión de lo que es el ser humano, de su dignidad y responsabilidad hacia los otros y hacia el bien común. Entendiendo por participación en la vida política la implicación, según la vocación y las posibilidades de cada uno, en la muy variada actividad dirigida a organizar más humanamente la convivencia social y las relaciones e instituciones sociales a la medida del ser humano. Y eso incluye desde las realidades más cercanas del barrio, la escuela, el trabajo, las asociaciones sociales de todo tipo..., hasta la actividad de las instituciones de gobierno, los parlamentos, los partidos políticos, etc... Este derecho y responsabilidad implica a todas las personas. civil y política, no encuentra su plena realización mientras no supera la lógica de la necesidad para proyectarse en el de la gratuidad y el don, que responde con mayor plenitud a su esencia y vocación comunitarias» (n. 391). Los obispos españoles, en «Los Católicos en la Vida Pública», resumen así lo que es la caridad política: «Con lo que entendemos por caridad política no se trata sólo ni principalmente de suplir las deficiencias de la justicia, aunque en ocasiones sea necesario hacerlo. Ni mucho menos se trata de encubrir con una supuesta caridad las injusticias de un orden establecido y asentado en profundas raíces de dominación o explotación. Se trata más bien de una compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres» (n. 6). Este es el sentido más pleno y humano de la política, de la práctica del ser humano como ser social. 5. - La participación en la vida política: un derecho y un deber De esta manera de concebir la política nace la participación en la vida política como un derecho y un deber de las
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II. - La concepción de la política dominante en nuestra sociedad La manera de entender la política que acabamos de describir no es, desde luego, la que predomina en nuestra sociedad. Más bien hay una gran distancia entre lo que la DSI propone que debería ser la política y lo que es en la concepción predominante en nuestra sociedad. Vamos a fijarnos ahora en esta concepción de la política que predomina en nuestra sociedad. Es importante que tengamos en cuenta una cosa: lo que vamos a presentar aquí de forma también muy sintética es sólo la comprensión y práctica de la política que predomina en nuestra sociedad, no toda la realidad política. Vamos a subrayar por ello los aspectos negativos, los que nos parece que obstaculizan y dificultan que las personas podamos vivir la política como una fuerza humanizadora. Ahora bien, esto no
Tema de la quincena significa que en la realidad política de nuestra sociedad todo sea negativo. De hecho, en la cotidiano podemos ver planteamientos políticos que son humanizadores, prácticas políticas que van construyendo pacientemente libertad, justicia y fraternidad, personas que viven la política como algo humanizador. Pero no vamos a hablar de esa realidad, porque lo que queremos poner de manifiesto es cómo se ha ido configurando una manera de concebir la política, muy en consonancia con el sistema de producción y consumo que domina en nuestra sociedad, que resulta contradictoria con la naturaleza social y política del ser humano. Podríamos sintetizar lo que ocurre en nuestra sociedad con la política de la siguiente manera: hemos visto que la DSI subraya que el ser humano está llamado a ser fin y sujeto de la política. Eso es lo propio de la dignidad humana. Pues bien, en nuestra sociedad se está convirtiendo al ser humano en objeto de la política al considerarla en la práctica como actividad propia de unos pocos, los especialistas que se dedican a la política, y de las instituciones políticas. Así, frente a una concepción que entiende que todos estamos llamados a ser actores de la vida política, en la práctica lo que habitualmente se da es el hecho de que la mayoría de las personas son simplemente espectadores de la política. Con todo lo que esto representa para el ser y la vocación de las personas y para la vida social. Es como si se hubiera producido una amputación de una dimensión fundamental de la vida de las personas. Cuando nos acercamos a la realidad política en nuestra sociedad, lo primero que se ve es el profundo desprestigio de la política, el poco aprecio que se siente por ella, su percepción como algo desagradable, aunque no haya más remedio que aceptarla porque es una necesidad, la lejanía con que se vive..., porque para la mayoría de las personas es algo que hacen otros, «los políticos», es algo ajeno. Este desprestigio de la política está vinculado los aspectos que vamos a comentar a continuación. 1.- La reducción de la política El desprestigio de la política y la lejanía que frecuentemente se siente hacia ella en nuestra sociedad, está muy vinculada al hecho de que en la práctica se ha reducido notablemente el
campo de la política. En nuestra sociedad predomina una concepción muy restrictiva de la política que contrasta enormemente con lo que hemos descrito como la práctica del ser humano como ser social. Frecuentemente la visión negativa que se tiene de la política se refiere a esta comprensión reductiva de la política, pues de hecho no se entienden como política otras realidades que sí lo son. Por efecto de esta reducción de la política no se comprende que los problemas sociales son, todos, problemas políticos. Esta reducción de la política se da, al menos, en cinco aspectos: a) La reducción del ámbito de la política: la política se ha ido reduciendo prácticamente sólo al ámbito de las instituciones legislativas y de gobierno y a los partidos políticos. De hecho, muy mayoritariamente, en nuestra sociedad se identifica la política sólo con lo que hacen los partidos políticos, los gobiernos, los parlamentos... Es decir, se suele dejar al margen de la comprensión de la política todo lo que se conoce habitualmente como la sociedad civil. Esto implica que la política no se concibe como la práctica del ser humano como ser social. Por tanto, no se comprende como acción del ser humanos que se realiza en el conjunto de la vida social, desde las realidades más próximas del trabajo, el barrio, la
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Tema de la quincena ciudad..., hasta las instituciones legislativas y de gobierno..., y en todos los planos de la vida social (local, nacional, internacional). Ni como una realidad que se realiza a través no sólo de los partidos políticos, sino de una multitud de organizaciones sociales, desde, por ejemplo, asociaciones de madres y padres de alumnos, asociaciones de vecinos, asociaciones culturales, ecologistas, pacifistas, ONGs, sindicatos, etc... b) La reducción de los sujetos de la política: la política se concibe cada vez más como algo propio de especialistas, como una especie de saber técnico, inaccesible para el común de las personas, como algo propio de los políticos. Así, se va dejando de lado la comprensión de la política como una práctica propia de todas las personas y caracterizada por ser un saber práctico-moral. Es decir: es cierto que el conocimiento de los condicionamientos técnicos es importante, pero lo es más el hecho de que todos podemos deliberar y decidir sobre lo que es común, porque todos podemos saber lo que convie-
ne o no al bien común, teniendo en cuenta las posibilidades que ofrece la realidad en cada momento. Negar esto en la práctica hace que cada vez más se carezca de un debate político digno de tal nombre sobre lo que a todos interesa, y que este debate sea sustituido frecuentemente por eslóganes publicitarios y por la adhesión más o menos visceral, cuando no por la más absoluta indiferencia, ante lo que plantean los «especialistas», los políticos. c) La reducción de la política a las formas de organización social: la política se está reduciendo cada vez más a una práctica dirigida a construir instituciones y formas de organización social, pero olvidando que, junto a esto, hay otra dimensión fundamental e ineludible:
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la educación y la disposición de las personas para su implicación responsable en lo que a todos nos concierne. Es una consecuencia de lo que hemos apuntado en los dos apartados anteriores: reducir la comprensión y la práctica de la política a la actuación de las instituciones políticas y al reducir los sujetos de la política, ha ido desapareciendo cualquier preocupación por la formación de las personas en la vida política, por la configuración de una ética política, por el fomento de las virtudes sociales. Con ello se va empobreciendo profundamente la vida política que se reduce cada vez más a una pugna entre intereses particulares en lugar de fomentar la responsabilidad de los unos hacia los otros. d) La reducción de la política a la organización del poder: predomina la concepción de que la política es fundamental y casi exclusivamente la técnica de conquista, ejercicio y conservación del poder de las instituciones legislativas y de gobierno. Así, se va dejando de lado una comprensión de la política como el conjunto de prácticas del ser humano dirigidas a organizar y realizar la convivencia social. En ese sentido, la actividad política incluye como un elemento importante el ejercicio de la autoridad y la organización del poder, de la capacidad de decisión, pero no se puede reducir a este aspecto. Cuando esto ocurre se deteriora la misma forma de ejercer la autoridad y el poder, se debilitan los mecanismos de control del poder y los cauces de participación en la vida política. e) La reducción de la política a la gestión: cada vez más se concibe la política de una manera muy restrictiva como la mera gestión y administración de una situación dada, que casi se considera inamovible más allá de pequeños retoques y matices. Dicho de otra forma: cada vez se entiende menos la política como la práctica social de las personas dirigida a la búsqueda y construcción de un proyecto de vida en común. Esto tiene consecuencias muy importantes, porque en realidad eso es en lo que en esencia consiste la democracia: en la creación de las condiciones sociales en que sea posible el ejercicio de la capacidad real de las personas de implicarse en construir un proyecto común de convivencia social desde la diversidad del ser humano, sin dejar que unos pocos acaparen esa capacidad de decidir, buscando el mayor grado posible de justicia y el reconocimiento práctico de la dignidad de todos y cada uno. Esta última reducción de la política tiene mucho que ver con lo que vamos a plantearnos a continuación: la orientación de la política.
Tema de la quincena «El predominio de una ciudadanía pasiva y la falta de una ciudadanía activa es una de las mayores debilidades de nuestra democracia y reproduce la concepción dominante de la política» 2. - La orientación de la política Tal como indicábamos más arriba, si queremos que la política esté al servicio de la persona y de la sociedad, ésta debe estar orientada a la búsqueda del bien común. Es decir, hacia la construcción de un orden social a la medida del ser humano, en el que sea posible que todas las personas y cada persona puedan ejercer lo más plenamente posible sus derechos así como sus responsabilidades hacia los demás y hacia la vida social. Se avanza en esta dirección en la medida en que se defiende y promueve la justicia. En definitiva, la política debe estar orientada a construir más justicia y fraternidad en las que asentar el avance de relaciones comunitarias entre las personas. Esto es lo que responde al ser y la vocación del ser humano como ser social. Sin embargo, la orientación dominante de la política en nuestra sociedad no es esta. Desde la concepción restrictiva de la política que hemos visto, ésta se orienta fundamentalmente no a la consecución de objetivos comunitarios de justicia, sino a objetivos particulares, privados, de bienestar. De ahí la primacía que habitualmente se otorga a lo privado sobre lo público, porque la política se orienta preferentemente a la consecución de un ámbito de privacidad que debe estar garantizado por el Estado, dejando la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos en un segundo lugar. Por eso, se valora sobre todo el rendimiento de la actividad de las instituciones políticas en términos de su contribución al logro de los intereses privados de bienestar y no en el avance de la justicia, como debería ser. Esto es fundamental a la hora de elegir las prioridades políticas. Además, los intereses particulares se contemplan sobre todo desde una perspectiva económica. En nuestra sociedad la orientación de la política es fundamentalmente economicista. En dos sentidos. Por una parte, lo que la mayoría de las personas esperan de la actividad política es mayores oportunidades de consumo (de bienes y de servicios). Por otra, se ha ido produciendo un progresivo sometimiento de la política a la economía. La política, especialmente la actividad del Estado, se ha ido convirtiendo,
según las tesis neoliberales, en un instrumento de adaptación de las personas a las exigencias y demandas de la economía capitalista de mercado. 3. - La concepción del ser humano como individuo que se mueve por intereses privados Como dijimos al principio, la concepción y práctica de la política está estrechamente relacionada con la concepción del ser humano. De tal forma que según se entiende al ser humano se suele entender la política como actividad hu-
mana. Pero, también, según se conciba y practique la política, se alienta un tipo y otro de ser humano. Por eso es tan importante la concepción y práctica de la política que predomina en una sociedad. En la concepción de la política que domina en nuestra sociedad también hay una manera de entender al ser humano. Se trata de una concepción y realización práctica de la política y de la democracia que está fundamentada en la concepción del ser humano como individuo y, sobre todo, como individuo centrado en la vida económica (productores y consumidores es lo que se pretende que seamos) y que se mueve por intereses privados. De ahí el predominio de una manera de entender la política como una lucha competitiva para lograr posiciones que aseguren la capacidad de poder para defender y obtener los intereses particulares, especialmente los económicos.
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Tema de la quincena Lo más preocupante es que desde el interés privado es muy difícil, por no decir imposible, construir relaciones sociales humanas y una comunidad política al servicio de la persona y de la sociedad. Desde el individualismo el ser humano choca con grandes dificultades para realizar su ser y vocación, y la actividad política se vacía fácilmente de contenido humanizador, pues el bien común se sustituye por el interés privado, o como mucho por el interés corporativo, de grupos que se forman para defender una suma de individualismos. Y los más perjudicados son siempre los pobres, los que tienen menor capacidad de hacer oír y valer sus «intereses particulares». Este individualismo daña profundamente la capacidad humanizadora de la política, porque no puede haber bien individual sin bien comunitario, basado en el reconoci-
la medida del ser humano: el apasionamiento por lo común. Es lo que se manifiesta en la debilidad de la ciudadanía que domina en nuestra sociedad. 4.- La ciudadanía pasiva En realidad, estos dos términos (ciudadanía y pasiva) son contradictorios. Pero se ha llamado ciudadanía pasiva a la que predomina en nuestra sociedad (ciudadanía que tiene unos derechos individuales, vota cuando se la convoca a hacerlo, y paga sus impuestos, pocos a ser posible) como consecuencia de la comprensión y práctica de la política que hemos descrito. De hecho, es un tipo de ciudadanía en el que la persona se ha convertido, en el mejor de los casos (y aún muchos son excluidos de esta posibilidad), en poseedora de derechos particulares (individuales y sociales), que a veces reclama se le respeten y que los poderes públicos deben garantizar. Pero poco más. Esto es lo que hemos denominado al principio como la conversión de la persona en objeto de la política. Sin embargo, la política tal como hemos visto que nos propone la DSI demanda lo que se suele denominar ciudadanía activa, o, podríamos decir mejor, simplemente ciudadanía. La ciudadanía implica, al menos, tres cosas: ser sujeto de derechos que los poderes públicos deben garantizar para todos, responsabilidades hacia los demás y hacia la vida social, y, consecuentemente, participación, implicación en construir unas relaciones sociales más justas y humanas. El predominio de una ciudadanía pasiva y la falta de una ciudadanía activa es una de las mayores debilidades de nuestra democracia y reproduce la concepción dominante de la política.
miento de la dignidad de toda persona. Porque deja en segundo lugar, cuando no olvida completamente, las finalidades colectivas fundamentales: que toda persona y todas las personas puedan construir desde su protagonismo una vida social más justa y fraterna, que permita a todos desarrollar sus capacidades y vivir dignamente. Es una manera de entender la política que favorece la injusticia, porque mina las bases que hacen posible una actividad política a
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La ciudadanía requiere cauces y condiciones sociales que la hagan posible. Pero necesita también actitudes que deben ser cultivadas. Por eso la construcción de una ciudadanía activa remite a los valores éticos que comporta la democracia y la política. Es preciso el cultivo de la responsabilidad social, del sentirse responsables los unos de los otros, del sentirse responsables de lo común, yendo más allá de los intereses particulares. Porque la libertad y la autonomía del ser humano se realiza en su reconocimiento del otro, nunca aisladamente. La clave de la vida social no puede ser el individualismo, sino el reconocimiento recíproco y la cooperación. Ambas cosas, los cauces y condiciones sociales para la ciudadanía y su fundamento ético, son las que se ven dificultadas por la concepción de la política que domina en nuestra sociedad. ■