Tema de la quincena La lucha contra la pobreza como centro de la acción política
La solidaridad con los empobrecidos Comisión Permanente de la HOAC
Nos estamos planteando, desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), los fundamentos de la acción política, los criterios sobre los que necesita asentarse la vida política para ser cuidado de la vida y actividad que nos humaniza. En un anterior Tema de la Quincena hemos visto que el reconocimiento, respeto
y promoción de la dignidad de la persona
es el criterio básico y fundamental para que la vida social, y la acción política que la construye, sea humana y humanizadora. Por eso, la política está llamada a ser, antes que otra cosa, instrumento para la realización del ser humano. En este Tema de la Quincena vamos a plantearnos la concreción primera y fundamental de la afirmación práctica de la dignidad humana: la solidaridad con los empobrecidos.
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i tenemos en cuenta lo que dijimos sobre el carácter inseparablemente personal y social de la dignidad humana, entenderemos fácilmente que la DSI insista en que la acción política será una fuerza humanizadora en la medida en que vaya dirigida a construir relaciones e instituciones sociales que posibiliten caminar hacia la vocación a la comunión como realización verdaderamente humana de la sociabilidad de la persona. La vida política necesita, pues, orientarse a fomentar la sociabilidad del ser humano y a construir cada vez el mayor grado posible de comunión en la vida social. Esto será signo del re-
conocimiento práctico de la dignidad de la persona, porque no hay realización personal sin realización comunitaria. Pues bien, tanto el reconocimiento y promoción de la dignidad de la persona como de la comunión social se concretan y se hacen verdad en la solidaridad con los empobrecidos. Porque la misma existencia de empobrecidos es, desde una perspectiva social, la negación práctica más radical de lo que es y representa la afirmación de la dignidad de la persona y de la comunión social.
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Tema de la quincena En la forma en que nos situemos, personal y socialmente, ante la realidad de los empobrecidos, nos estamos jugando el ser o no ser, el avanzar o retroceder en humanidad. Avanzamos en humanidad, nos hacemos personas y construimos una sociedad a la altura de la dignidad del ser humano, en la medida en que la lucha contra la pobreza ocupa el centro de la acción política. Son la grandeza, el valor y el aprecio que merece toda persona, sólo por el hecho de serlo, lo que hace radicalmente inmoral la existencia de empobrecidos. Con los pobres contra la pobreza (1) es una buena manera de expresar en qué consiste este criterio decisivo de la vida y la acción política. La existencia de empobrecidos significa la existencia de personas que no «tienen» lo necesario para poder vivir dignamente, pero también y sobre todo, personas que no pueden «ser» lo que su dignidad reclama. Visto desde la fe cristiana, el pobre es el hijo de Dios negado en su dignidad, humillado y ofendido. Por ello, el pobre requiere la atención prioritaria de todos (Santiago 2, 1-9). Por ello, no puede haber ninguna sociedad humanamente montada que no parta de la solidaridad de los empobrecidos y de la subordinación de todo a sus necesidades. Ese es el reto fundamental para la vida y la acción política.
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«La pobreza manifiesta un dramático problema de justicia» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia). «El amor por el hombre, y en primer lugar por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia» (Juan Pablo II, «Centesimus annus», 58).
Una clave para la vida de la Iglesia La DSI insiste en que en la solidaridad con los pobres, los cristianos y la Iglesia nos jugamos el ser o no ser, la fidelidad al Evangelio de Jesús: «El ser y el actuar de la Iglesia se juega en el mundo de la pobreza». «La Iglesia es, como Jesús, para evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos, para buscar y salvar lo que estaba perdido» (2). Y esto por una sola razón: Dios, porque ama a sus hijos, hace suya la causa de los pobres: «Los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación mo-
Tema de la quincena ral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aún escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama. Es así como los pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús» (Puebla, 1.142). Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hay una permanente insistencia: la pobreza que representa desigualdad injusta entre las personas, empobrecimiento, carencia de los bienes básicos para una vida digna, es considerada como una injusticia y un escándalo producido por el pecado y que es contrario a la voluntad de Dios, negación de su plan sobre la humanidad, cuyo signo es ser una sola familia humana, una fraternidad de personas. En cambio, la pobreza entendida como humildad de la persona ante Dios es considerada una gran virtud y una actitud religiosa fundamental a cultivar. «Según Jesús, la quintaesencia del mensaje evangélico es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Lucas 10, 27) [...] y como decía San Basilio, el que ama al prójimo como a sí mismo no posee más que al prójimo» (3). Por eso, lo que aparece como una aspiración en el Antiguo Testamento: «No habrá ningún necesitado en medio de vosotros»(Deuteronomio 15, 4), se presenta como una realidad en Jesucristo y en los que acogen en sus vidas el Reino de Dios que Él proclama: «No había entre ellos ningún necesitado» (Hechos 4, 34). La manera de situarse Jesús ante los pobres es meridianamente clara, hasta el punto de que cuando Jesús anuncia el Reino de Dios, «en sentido auténtico no dice solamente el tiempo de la salvación ha llegado, el mundo nuevo está ahí, el Salvador ha llegado, sino: ¡la salvación ha llegado a los pobres!» (4). En efecto, la universalidad del Reino de Dios sólo puede acogerse y realizarse desde la parcialidad en favor de los pobres.
Jesús comprende su misión como dirigida a los pobres: «me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia» (Lucas 4, 18). Así lo expresa también la respuesta jubilosa de Jesús a los enviados de Juan: «a los pobres se les anuncia la buena noticia» (Lucas 7, 22; Mateo 11, 5). La primera bienaventuranza, según Lucas, proclama: «dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lucas 6, 20). Eso es fundamental para entender lo que el Reino de Dios es para Jesús. La relación entre el Reino de Dios y los pobres se establece en los evangelios como un hecho, pero, más radicalmente aún, aparece también como una relación de derecho basada en la misma realidad de Dios: Dios los ama y los defiende por el mero hecho de ser pobres y, por eso, son los primeros destinatarios de la misión de Jesús. Los pobres son descritos en los evangelios desde una doble perspectiva. Por una parte, pobres son los que gimen bajo algún tipo de necesidad básica que no pueden cubrir, los que viven encorvados bajo el peso de alguna carga, que Jesús interpreta muchas veces como opresión, aquellos
«Sólo una Iglesia que se acerca a los pobres y a los oprimidos, se pone a su lado y de su lado, lucha y trabaja por su liberación, por su dignidad y por su bienestar, puede dar un testimonio coherente y consecuente del mensaje evangélico. Bien puede afirmarse que el ser y el actuar de la Iglesia se juega en el mundo de la pobreza y del dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y del sufrimiento» (Comisión Episcopal de Pastoral Social, «La Iglesia y los pobres», 10).
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Tema de la quincena El empobrecimiento, la existencia de empobrecidos, es negación de la vida y de su sagrada dignidad. Si la política, como acción social del ser humano, está llamada a ser cuidado de la vida y de la existencia digna, instrumento para construir justicia y comunión, la política no debería tener como centro otra cosa que la lucha contra el empobrecimiento, las necesidades y derechos de los empobrecidos. En la medida en que avance en esa dirección será acción humanizadora, en la medida en que ignore esta realidad y se aleje de ella, se deshumanizará.
para quienes vivir y sobrevivir es una dura carga. En el lenguaje actual podríamos decir que son los pobres económicos. Por otra parte, pobres son los despreciados por la sociedad vigente, los tenidos por pecadores, los publicanos, las prostitutas, los pequeños, los sencillos. En este sentido, pobres son los marginados. Ante estos pobres Jesús muestra indudable parcialidad. De esos pobres, dice Jesús que es el Reino de Dos. Pobres son aquellos para quienes la vida es una pesada carga en sus niveles primarios de sobrevivir y de vivir con dignidad. Para Jesús la pobreza es por ello contraria al plan original de Dios, es su anulación. Con la pobreza, la creación de Dios aparece como viciada. A estos pobres Jesús les dice que tengan esperanza, que Dios no es como se lo han hecho creer, que el fin de sus calamidades está cerca, que el Reino de Dios se acerca y es para ellos, que Dios está de su parte. Por eso, hacer la voluntad de Dios es ponerse al lado de los pobres y luchar contra su empobrecimiento y por afirmar en la práctica su dignidad.
Una clave para construir humanidad Pero esta no es sólo una cuestión que se refiere a la vida cristiana. Para la Iglesia esta manera de situarse y responder ante la realidad de los empobrecidos se convierte en propuesta para toda la humanidad, en propuesta de humanización. La solidaridad con los empobrecidos y la lucha contra el empobrecimiento construyen humanidad. Esta es una insistencia constante de la DSI, pues el empobrecimiento representa una ruptura de la vocación de la humanidad a constituir una sola familia, a vivir como hijos y hermanos. Es, por eso, negación radical de la dignidad humana.
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Entre otras cosas, esta solidaridad con los empobrecidos y esta lucha contra el empobrecimiento como centro de la acción política implica: 1º. - Denunciar el empobrecimiento como una situación de injusticia: la existencia de empobrecidos no es una realidad natural, es un atentado contra la naturaleza humana, es una radical injusticia. Lo justo es que todas las personas puedan vivir de acuerdo a su dignidad. Que muchas personas no puedan hacerlo es una injusticia, la mayor injusticia de nuestro mundo. Injusticia que se asienta y se reproduce a través de los comportamientos personales y los estilos de vida que se asumen como «normales» y que, frecuentemente, se construyen desde la indiferencia práctica hacia la situación de los empobrecidos. Pero también y sobre todo, se asienta en estructuras sociales que generan desigualdad y refuerzan los comportamientos personales y los estilos de vida insolidarios con los empobrecidos. El empobrecimiento es una injusticia estructural de nuestra sociedad, un problema radicalmente político.
Tema de la quincena «La lógica económica del sistema capitalista no puede ser ni la única ni la última referencia que debe inspirar el funcionamiento económico, sino que debe someterse a las exigencias de una justicia social que esté al servicio del hombre y sus derechos fundamentales. Es necesario instaurar un orden de justicia social, a fin de que la lucha contra la pobreza no quede reducida a un mero alivio de los efectos generados por un sistema económico regido exclusivamente por la ley del libre mercado, puesto al servicio del incremento de beneficios económicos a cualquier precio». «Este sistema económico se quiere encubrir con el manto de una expresión tan ambigua como es la del mercado libre, del respeto a la libre iniciativa y a la competitividad, cuando en realidad se trata de un sistema social de mentalidad predominantemente economicista y materialista, incapaz de fomentar relaciones solidarias y fraternales entre los seres humanos y con la naturaleza (...). La raíz de la pobreza se encuentra en la misma entraña de un sistema socioeconómico que, si no es debidamente corregido, está basado exclusivamente en la concepción utilitarista y meramente funcional del ser humano, en la filosofía de la desigualdad, en los mecanismos perversos de la ambición y del lucro desorbitados, y en la sed de poder a cualquier precio y de cualquier manera, con todas sus funestas consecuencias que conlleva para los más débiles» (Comisión Episcopal de Pastoral Social, «La Iglesia y los pobres», 36 y 38).
Avivar permanentemente la conciencia del empobrecimiento como injusticia es hoy tarea fundamental, porque en nuestra sociedad se tiende a «ocultar» el empobrecimiento y a culpabilizar y responsabilizar a los empobrecidos de su propia situación, desde una concepción individualista de la vida social que tiende a enmascarar el carácter estructural del empobrecimiento. Por eso es tan importante denunciar las causas y raíces sociales del empobrecimiento, desenmascarar las estructuras que provocan empobrecimiento. En nuestra sociedad esto es especialmente importante en la realidad del mundo obrero, pues se tiende a «ignorar» la relación que existe entre mercado laboral, relaciones laborales y empobrecimiento. Una de las causas fundamentales del empobrecimiento está en la forma en que es tratado el trabajo en nuestra sociedad (como una mercancía de la que obtener rentabilidad económica, cuando es en realidad una capacidad del ser humano que no se puede instrumentalizar sin convertir al ser humano en un instrumento). 2º. - Priorizar las necesidades de los empobrecidos: la existencia de empobrecidos exige, por respeto a la dignidad humana, poner en primer lugar las necesidades de los empobrecidos en todas las realidades de la vida so-
cial. En una realidad desigual e injusta no se puede ser «imparcial», tratando a todos por igual. Es necesaria la discriminación en favor de los empobrecidos. De lo contrario no es posible avanzar hacia la justicia y la comunión social. Priorizar las necesidades de los empobrecidos no es lo que ocurre habitualmente, pues, en el mejor de los casos, la lucha contra el empobrecimiento se considera una dimensión más de la acción política. Por eso es tan importante la tarea de poner permanentemente de manifiesto las
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Tema de la quincena cho de sentirnos afectados por lo que les ocurre a los demás, por su dignidad negada. Sólo la experiencia de sentir como propio el sufrimiento de los empobrecidos (la compasión), el experimentarlo como una indignidad propia, puede sustentar en verdad la lucha contra su situación injusta. Eso es lo que significa realmente el amor, la caridad: sentir como propio lo del otro, sentirnos verdaderamente afectados por su situación, porque realmente nos importan, y, consecuentemente, la disposición a darnos por el bien del otro.
situaciones concretas de empobrecimiento, sacarlas a la luz, ayudar a descubrir y comprender sus causas estructurales, reclamar que se les preste la atención prioritaria que merecen, colaborar a que las instituciones y organizaciones sociales atiendan primero estas necesidades de justicia..., atacando las causas y raíces del empobrecimiento. 3º. - Unir caridad y justicia (5): la lucha contra el empobrecimiento sólo puede asentarse sólidamente en el he-
«El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social (...) se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre (...) es inherente a la persona concreta, a toda persona, y es prioritario respecto a cualquier intervención humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de la misma, a cualquier sistema y método socioeconómico». «El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 172 y 182).
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Por eso, en la vida social el amor por los demás se concreta en la promoción de la justicia, en el esfuerzo constante por la construcción de una realidad social en la que cada uno pueda ser lo que reclama su dignidad de persona. En la vida social, sin lucha por la justicia no hay amor. Y sin amor no hay humanidad. Pero la lucha por la justicia no agota el dinamismo del
Tema de la quincena «La política no debería tener como centro otra cosa que la lucha contra el empobrecimiento, las necesidades y derechos de los empobrecidos» amor, que siempre enriquece más al ser humano: los empobrecidos necesitan justicia, pero también ser reconocidos como personas. Lo uno no puede darse sin lo otro. Por eso es tan importante la tarea de unir permanentemente amor y justicia en la realidad concreta de la vida social y política: cercanía y servicio a los empobrecidos y construcción de relaciones sociales más justas. 4º. - Unir en la lucha por la justicia lo personal y lo estructural: la lucha por la justicia implica tanto una responsabilidad personal como social. Pide cambios en las opciones personales, en las conductas y en los estilos de vida, pero también atacar las causas estructurales del empobrecimiento: cambios en las estructuras que generan injusticia y desigualdad, y en poner las instituciones sociales al servicio de la justicia que necesitan los empobrecidos. Y todo ello requiere también la creación de un ambiente social en el que se vaya viendo como normal, deseable y posible la lucha por la justicia, tanto en lo personal como en lo estructural. Por eso es tan importante la tarea de construir otros estilos de vida, de cambiar las mentalidades, de mostrar prácticamente la importancia y el compromiso para modificar las estructuras y relaciones sociales injustas. 5º. - Poner de manifiesto la vinculación práctica entre la lucha contra el empobrecimiento, la soli-
daridad, el bien común y el destino universal de los bienes: la lucha contra el empobrecimiento está estrechamente vinculada al crecimiento en la conciencia y en la práctica de la solidaridad como camino de humanización: crecemos como personas y como sociedad en la medida en que colaboramos y cooperamos unos con otros, no en la medida en que competimos, y en la medida en que nos sentimos los unos responsables de los otros. Igualmente, está vinculada a la conciencia y la búsqueda del bien común: la preocupación por la construcción de las condiciones sociales que mejor hagan posible en cada momento que todos y cada uno puedan ver atendidas sus necesidades; eso es lo que nos hace crecer como personas y lo que hace crecer la vida social digna del ser humano, no la búsqueda del interés individual. Y con el destino universal de los bienes: la manera de orga-
«Hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social (...) son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiera la degradación social del sujeto del trabajo (...) La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la ‘‘Iglesia de los pobres’’. Y los ‘‘pobres’’ (…) aparecen en muchos casos como resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano» (Juan Pablo II, «Laborem exercens», 8).
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Tema de la quincena nizar la economía, debe favorecer que todos y cada uno puedan disponer de lo necesario para una vida digna. Los bienes hay que producirlos para la vida, para responder a las necesidades de todos, no para la rentabilidad económica. Es fundamental la tarea de extender en los ambientes sociales la conciencia de estos fundamentos de la vida social, pues son el mejor camino para luchar contra el empobrecimiento. 6º. - Hacer de los empobrecidos protagonistas de la vida social: la lucha contra el empobrecimiento es incompatible con el paternalismo y el asistencialismo. La lucha contra el empobrecimiento demanda construcción de
tagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 449). 7º. - Proponer, con el testimonio personal y comunitario, un nuevo modo de ser persona: la lucha contra el empobrecimiento necesita promover una manera de ser y de vivir radicalmente distinta al tipo de persona individualista y hedonista que «fabrica» nuestro sistema de producción y consumo para poder funcionar y reproducirse. Fomentar, pues, una manera de ser y vivir como «aquel que no sabría en ningún caso buscar para sí mismo un máximo de utilidad independientemente de lo que tendrán los demás. Es un ser humano y social para quien la noción de solidaridad es consustancial y ‘‘radical’’; en una palabra, la antítesis del homo oeconomicus. Para él no puede haber felicidad sola, atomizada. La realización propia pasa por la realización del otro» (6). ■
Notas
justicia en las relaciones sociales y asistencia y atención a las personas concretas en situación de necesidad. Pero nunca los empobrecidos pueden ser tratados como un mero objeto de la acción política, porque eso es negar su dignidad de personas, perpetuar de hecho su empobrecimiento. La lucha contra el empobrecimiento implica necesariamente la promoción de los empobrecidos, devolviéndoles lo que es suyo, su dignidad de sujetos y protagonistas de la vida social que les ha sido injustamente arrebatada. Porque «a los pobres se les debe mirar no como un problema, sino como a los que pueden llegar a ser sujetos y pro-
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(1) Luis González-Carvajal, «Con los pobres contra la pobreza», Paulinas, Madrid 1991. (2) Conferencia Episcopal Española, Comisión Episcopal de Pastoral Social, «La Iglesia y los pobres», nn. 9 y 10. Por eso se ha dicho que «una comunidad que no esté comprometida con la causa de los pobres no puede evangelizar». Y «podemos asegurar que cuando adoramos (aunque sea bajo el nombre de Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo) a un Dios insensible a las injusticias interhumanas, en realidad estamos adorando a un ídolo fabricado por nuestras mentes» (Luis González-Carvajal, «Con los pobres contra la pobreza», pp. 182 y 102). De la seriedad y trascendencia de esto nos habla gráficamente la expresión que utilizaba el Padre de la Iglesia San Juan Crisóstomo: «Los pobres, al igual que Cristo, son simplemente nuestros señores». (3) «Con los pobres contra la pobreza», p. 44. (4) Joaquín Jeremías, «Las parábolas de Jesús», Verbo Divino, Estella 1970, pp. 153-154. (5) Esta es una de las aportaciones fundamentales de la reflexión de la Iglesia sobre la realidad social. Amor y Justicia son inseparables. Cuando se separan se diluyen el uno y la otra. Los obispos latinoamericanos, en Puebla, lo expresaron así a propósito de la solidaridad con los empobrecidos: «El amor de Dios, que nos dignifica radicalmente, se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás hombres y participación fraterna; para nosotros, hoy, debe volverse, principalmente, obra de justicia para los oprimidos, esfuerzo de liberación para quienes más lo necesitan. En efecto, ‘‘nadie puede amar a Dios a quien no ve, si no ama al hermano a quien ve’’ (1 Jn 4, 20)... El Evangelio nos debe enseñar que, ante las realidades que vivimos, no se puede hoy... amar de veras al hermano, y por tanto a Dios, sin comprometerse a nivel personal y en muchos casos incluso a nivel de estructuras, con el servicio y la promoción de los grupos humanos y de los estratos sociales más desposeídos y humillados, con todas las consecuencias que se siguen en el plano de esas realidades temporales» (Puebla, 327). (6) Pierre Deusy, «¿Una economía alternativa? Iglesia y neoliberalismo», PPC, Madrid 2005, p. 84. El autor refiere las afirmaciones que hemos reproducido a lo que significa ser cristiano. Nosotros lo planteamos también como una propuesta de humanización para todos: eso es ser persona, la forma más plena de ser persona y la que mejor permite afrontar la lucha contra el empobrecimiento. Con la expresión «homo oeconomicus» (hombre económico) se sintetiza lo que es el tipo de persona que engendra el capitalismo, un individuo que se mueve fundamentalmente por motivación del interés propio, que busca sacar el máximo provecho y rentabilidad individual de todo.