CONVERTÍOS A MÍ DE TODO CORAZÓN CUARESMA 2020
Cuaresma 2020
ORAR EN EL MUNDO OBRERO
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CONVERTÍOS A MÍ DE TODO CORAZÓN Cuaresma 2020
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ientras el devenir de la vida nos dice que vamos envejeciendo a medida que vivimos, el dinamismo de la fe y el seguimiento de Jesucristo nos marcan una perspectiva distinta: vamos haciendo nueva nuestra vida a medida que transcurre. Vamos despojándonos del “hombre viejo” para renacer a la novedad del Evangelio. Nuestro camino de Cuaresma es esto, sobre todo: despojarnos, renunciar, descargarnos de pesos inútiles, aligerar los pies y el alma, apresurarnos al encuentro de Dios en los hermanos y hermanas… para vivir, renacidos, una vida nueva. Renacer es el horizonte de nuestro camino de conversión permanente. Ese al que el profeta Joel nos invita el mismo Miércoles de Ceniza: Ahora… convertíos a mí de todo corazón… convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso… rico en piedad (Jo 2, 12-18). Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia –a veces dramática– del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros1 .
Siempre tenemos necesidad de conversión Reconocer esta necesidad es acoger la posibilidad de que Dios rehaga nuestro ser cada día. No buscamos una culpabilización patológica, sino el sincero y necesario reconocimiento de nuestros límites; el reconocimiento de la fuerza persistente de las tendencias egoístas que, constantemente, nos tientan a ceder, a renunciar, y a acomodarnos a los criterios de este mundo; que nos tientan para dejarnos ganar por un pesimismo estéril que nos encierra en la búsqueda de nuestra exclusiva satisfacción, haciendo oídos sordos a las humanas necesidades de los empobrecidos. Reconocer nuestra necesidad y nuestra indigencia nos pone en camino, nos hace buscadores de vida y capaces de reconocer lo que de verdad necesitamos para recuperar nuestra capacidad de amar, el amor que nos humaniza. Es lo que nos impulsa a pedir al Señor que nos renueve, que nos dé su espíritu, que cree en nosotros un corazón puro, que nos devuelva la alegría de la salvación, afianzando en nosotros su espíritu; le pediremos que nos rehaga en nuestro ser misión, para proclamar su alabanza en nuestra vida. Así lo hemos orado y expresado también con el salmo 50 el pasado Miércoles de Ceniza. Así nos invitaba el mismo día el apóstol Pablo en la carta a los Corintios2: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios, porque ahora es tiempo favorable, tiempo de salvación». Nuestra conversión es, como dice el papa Francisco en el mensaje de Cuaresma para este año, una urgencia: La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible solo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2, 20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene.
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Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma, 2020. 2Cor 5, 20-6, 2. 2
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Cuaresma 2020
Convertidos de todo corazón Nuestra conversión no es solo personal, íntima, como si solo tuviera que ver con nuestra relación personal con Dios. Tiene que ver con esa dimensión, claro está, porque nuestra vida de fe comienza y se renueva en el encuentro personal con el crucificado resucitado. Nada puede sustituir este encuentro, esta experiencia vital. Es en ella donde afianzamos nuestra fe, donde sustentamos nuestra decisión de seguirle. Pero no vivimos aislados, ni la llamada del Señor a seguirle es para estar muy a gusto con él, simplemente. Es una llamada que nos saca de nuestras comodidades y seguridades para lanzarnos a la intemperie de la existencia, junto a nuestras hermanas y hermanos empobrecidos del mundo obrero, con quienes hemos de hacer camino de vida. Un camino que se nos hace reconocimiento, conversión, transformación, seguimiento, encuentro… experiencia de que nos encontramos con Dios en el encuentro con los crucificados de este mundo y, por eso, tiene que abarcar y convertir todas las dimensiones de nuestra existencia, porque al pie de la Cruz nuestra mirada se hace ampliamente universal, compasiva y hospitalaria.
Volvernos a Dios, volvernos a los empobrecidos del mundo obrero El papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma para este año nos insiste: «El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso». El reconocimiento de nuestra indigencia, de nuestros límites, de nuestro pecado, es un reconocimiento de cuánto nos hemos alejado de nuestro hogar, de nuestra fuente original, de la raíz verdadera de nuestro ser, del amor de Dios. Es un reconocimiento de que no es igual huir egoístamente de la casa paterna –como el hijo pródigo–, que abandonar la seguridad de lo conocido para ponernos en camino –con toda la ausencia de certezas y seguridades que ello conlleva– tras la llamada de Dios a salir de nuestra tierra (Gn 12, 1-4). Nuestro camino de Cuaresma es, de una parte, un salir de nuestra casa, de nuestra tierra y nuestra patria, salir de nuestros proyectos, de nuestros intereses y prioridades y, de otra, emprender un camino de regreso a la casa de todos, a la casa familiar, en la que somos invitados a reconocernos en la fraternidad que acoge a todas las personas, especialmente a quienes, empobrecidas, se nos hacen rostro de Cristo que nos marcan el camino cada día. Es un camino hacia la verdadera y fraterna inclusión que experimentan quienes se saben hijos e hijas de un mismo Padre. Nuestro camino de Cuaresma es un camino para dejarnos personalizar por la fe. Un camino que solo podemos recorrer junto a los crucificados de nuestro mundo, sintiendo como propia su pobreza y compartiendo con ellos nuestra impotencia. Un camino para redescubrir con ellos nuestra capacidad de amor, donada en el amor infinito del Dios Todocariñoso. Un camino para reconstruir nuestra existencia en todas sus dimensiones desde la experiencia de sentirnos amadas y amados de Dios con ellos. Como dice Fr. Santiago Agrelo, la cuaresma es una oportunidad para entrar en la escuela de la fe y aprender a Jesús. Seguimos necesitando aprender el paso por la Cruz si queremos encaminarnos a la Resurrección. Feliz discipulado. Feliz Cuaresma. COMISIÓN PERMANENTE DE LA HOAC
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ORAR EN EL MUNDO OBRERO 1er Domingo de Cuaresma (1 de marzo de 2020) (Comisión Permanente de la HOAC)
SIN EXCUSAS, NECESITAMOS CONVERSIÓN El ser cristiano «de verdad» exige siempre una conversión, que tiene que hacer individualmente cada hombre que viene a este mundo. ¡Este sí que es un acto puramente personal e intransferible! ¡Cómo que es el acto supremo de la libertad! (Rovirosa. OC, T.I. 168)
«No existe un determinismo que nos condene a la inequidad universal. Permítanme repetirlo: no estamos condenados a la inequidad universal. Esto posibilita una nueva forma de asumir los acontecimientos, que permite encontrar y generar respuestas creativas ante el evitable sufrimiento de tantos inocentes; lo cual implica aceptar que, en no pocas situaciones, nos enfrentamos a falta de voluntad y decisión para cambiar las cosas y principalmente las prioridades. Se nos pide capacidad para dejarnos interpelar, para dejar caer las escamas de los ojos y ver con una nueva luz estas realidades, una luz que nos mueva a la acción» (Francisco, Discurso a los participantes en el seminario «Nuevas formas de solidaridad», 5 de febrero de 2020).
Comienzo este tiempo de Cuaresma haciéndome consciente de mis tentaciones cotidianas, las que resisto y a las que sucumbo. Las que justifico en mi vida. Comienzo con la conciencia de lo que sobra, lo que tengo que dejar. No. No hemos llegado aún; estamos en marcha, nos queda camino. Lo emprendemos con el Señor.
Me dispongo orando Tú eres compasivo y misericordioso lento a la cólera y rico en amor. A ti, Señor, queremos acudir pidiendo tu perdón y misericordia. Sabes bien que a veces nos cuesta reconocer nuestro propio pecado, pero si miramos nuestra vida serenamente descubrimos que no siempre hacemos las cosas bien. y que algunas veces incluso hacemos daño a otras personas. Sí, Señor, somos pecadores y hoy necesitamos reconocerlo y acudimos a ti para que nos ayudes a sanar nuestro corazón, para que nos devuelvas la alegría de tu salvación. Eres nuestro Dios que perdona y no condena.
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1er Domingo de Cuaresma
Te pedimos que abras nuestros sentidos para que podamos descubrir tu paso por nuestras vidas, esta Cuaresma. Deja, Señor, tras tu paso, tu perdón y tu bendición. para cada uno de nosotros y para toda la humanidad. Amén (Rubén Ruiz, adaptada)
ME HAGO CONSCIENTE DE MIS TENTACIONES COTIDIANAS, LAS QUE ME IMPIDEN AVANZAR Y ME ATAN. Con realismo, teniendo por delante mi Proyecto de Vida, para revisarlo. Reconozco lo que aún está roto o dividido en mi humanidad. Lo que necesito convertir. Acojo este tiempo como un don para poder avanzar.
Escucho la Palabra Gen 2,7-9; 3,1-7: Se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17: Misericordia, Señor, hemos pecado. Rm 5,12-19: Si creció el pecado, más abundante fue la gracia. Mt 4,1-11: Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado. En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: –Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó, diciendo: –Está escrito: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: –Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras». Jesús le dijo: –También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios». Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: –Todo esto te daré, si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: –Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto». Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
Palabra del Señor
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1er Domingo de Cuaresma
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Medito y contemplo La primera y necesaria actitud de la Cuaresma es reconocer nuestro pecado, sentirnos pecadores, porque solo así podremos ponernos en actitud de conversión. La necesitamos. La necesito. Tengo que reconocer las tentaciones que me pueden. Y tengo que reconocer cuántas veces caigo en ellas, porque me dejo arrastrar, porque quiero dejarme arrastrar –es más cómodo– sin complicarme la vida. Me justifico: «Yo no puedo hacerlo todo», «También los otros lo hacen», «Son los otros… es la Iglesia»; en el fondo, «Esto no es importante»… En el fondo, las tentaciones son momentos en que renovar nuestro seguimiento, nuestro «sí» cotidiano al Señor. Cuántas veces nos dejamos arrastrar con facilidad por costumbres y modos de vivir que se van instalando en nuestra sociedad, vaciando de humanidad las experiencias más propias del ser humano. Nos instalamos en la cultura del descarte (en el consumo, en el usar y tirar) también en las relaciones humanas. Asistimos entre indignados y perplejos al espectáculo de la corrupción, o damos culto a modas y estilos de vida inhumanos. Y terminamos viéndolo como algo normal, aunque tengamos que sacrificar todo: el descanso, la amistad, la familia, el ser… En el fondo, disfrazada con distintos ropajes, la tentación es siempre la misma: Tener en vez de ser; aprovecharnos de Dios. Querer que Dios se acomode a nuestros proyectos y deseos. Nuestra gran tentación de hoy es convertirlo todo en pan. Reducir el horizonte de nuestra vida a la satisfacción de nuestros deseos, obsesionados por un bienestar siempre mayor; encerrarnos en un falso bienestar que levanta barreras cada vez más inhumanas, para que los pobres no lleguen a nuestras puertas; utilizar el poder para pretender construir el Reino. ¡Tantas veces, actuamos al margen de Dios! Cuando rechazamos nuestra condición peregrina y trabajadora y nos instalamos, cuando nos erigimos en dueños absolutos de la vida, en jueces inmisericordes, y cuando huimos de nuestras responsabilidades. Necesitamos abrirnos a Dios. Necesitamos cultivar el Espíritu, conocer el amor, desarrollar la solidaridad con los que sufren, escuchar y abrirnos al Misterio último con esperanza. Necesitamos lucidez para identificar las tentaciones que nos llegan –incluso, bajo apariencia de bien– y necesitamos pedir ayuda al Señor para esto. Me paro de nuevo. Confronto mi vida. Vuelvo a repasar mis tentaciones. Solo si me duelen «mis traiciones» podré pedirle a Dios que me ayude a superarlas.
Oro ¡Oh Dios! que me diste libertad ante tus solicitaciones para contestar: ¡¡Sí!! como la humilde esclava del Señor, y como Abraham, tu siervo, y como todos tus santos. O para contestar: ¡¡NO!! como Luzbel y sus ángeles, y todos los que moran en la gehena.
Oye mi súplica; acude en mi socorro, y acepta mi holocausto. Esta libertad, que es mía, bien mía, porque Tú me la diste, como diste Isaac a Abraham, la pongo en el altar del sacrificio para que arda en un gran fuego de amor, y su olor suave sea grato ante tu acatamiento. 6
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ORAR EN EL MUNDO OBRERO
Y reviste a tu siervo de tu Fortaleza, para que mi pecho no tenga más que un eco ante tu Solicitación, y responda siempre, siempre, siempre: ¡¡Sí!! ¡Oh Dios! que has ilustrado mi mente para que comprendiera los principios y reglas generales de tu Religión,
1er Domingo de Cuaresma
no esté nunca ofuscado por la pereza, con nombre de descanso; por la avaricia, con nombre de previsión; por la cobardía, con nombre de prudencia; por la soberbia, con nombre de dignidad; por la envidia con nombre de emulación; y con segura lucidez vea pecado donde hay pecado; para huir lejos, lejos, a distancia inmensa. ¿A dónde iré? Me postraré ante tu tabernáculo, y allí seguiré clamando, para que tu fortaleza me proteja, y cuando llegue tu Solicitación responda siempre, siempre, siempre: ¡¡Sí!!
Concédeme que el pequeño detalle de cada día, de cada hora, de cada minuto,
Actúo Dios me pide: • Reconocer mis tentaciones; es el primer paso para convertirme, • Aprender de Jesús a dejarme guiar por la Palabra en mi vida, y poder así acrecentar mi servicio de fraternidad y acompañamiento de la vida de los empobrecidos, y • Dejarme conducir por el Espíritu de Dios, responsabilizándome de lo que Dios ha puesto en mis manos La mejor manera de iniciar este camino de conversión es concretar un plan y un compromiso para ir construyendo mi proyecto de vida sobre la experiencia de la Gracia. y ofrecer mi vida… Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día…
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