2º domingo Adviento

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ORAR EN EL MUNDO OBRERO

2º Domingo de Adviento (10 de diciembre de 2017) Comisión Permanente HOAC

El ser cristiano «de verdad» exige siempre una conversión, que tiene que hacer individualmente cada persona que viene a este mundo. ¡Este sí que es un acto puramente personal e intransferible! ¡Como que es el acto supremo de la libertad! (Rovirosa, OC.T, I. 168)

Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas para que las disfrutemos (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común (EG 182). CONTEMPLO MI VIDA

Hay realidades necesitadas de conversión. Pero, sobre todo, hay personas que necesitamos convertirnos. Es necesario saber reconocer esas realidades personales, sociales, eclesiales que necesitan conversión. El primer paso es mi propia conversión. Repaso mi vida reciente: mis pensamientos, mis actitudes, mis prácticas. Reconozco las que necesitan ser convertidas. Las que solo el Señor puede convertir en mí. Y oro: Rutinas rotas

La carcoma de la ilusión es la rutina, como la carcoma de la esperanza es el miedo. La carcoma de la voluntad es el tedio, como la carcoma de la fe es la negación. Somos esclavos de nuestras rutinas. Los mismos horarios con las mismas compañías, repitiendo los mismos esquemas, atados a las mismas certezas.

¿Nadie podrá liberarnos de estas ataduras? ¿Quién corre el riesgo de adentrarse en caminos y mensajes nuevos? Juan cambió todo, de escenario, de vida, de mensaje, de esperanzas. Juan rompió las rutinas; a la esperanza le puso un nombre.

Nos mostró su rostro, y la hizo cercana, amable, suplicada, y deseada. La esperanza es humana. ¡Jesús, Hombre, Mesías, Señor! 9


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ESCUCHO LA PALABRA DEL SEÑOR

Mc 1, 1-8: Preparadle el camino al Señor

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”»; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Palabra del Señor INTERIORIZO ESTA PALABRA

Juan es uno de los personajes que acompaña nuestro camino de Adviento; es el mensajero que precede al Mesías. Un personaje incómodo, que quizá para nuestra mentalidad de hoy resulte algo intragable, poco “vendible”, no está a la moda, no se lleva. Difícilmente en este mundo lo acreditaríamos como portavoz de nada, con esa falta de empatía que parece tener y la dureza de su mensaje. No parece el más indicado para las relaciones públicas, o para reclutar vocaciones… pero, es que no se trata de agradar o desencadenar aplausos, de regalarnos el oído, o de quedar bien con nadie, o de que la gente “se apunte a lo nuestro”, sino de reconocer con humildad lo que se es, lo que somos; lo que –y a quien– hemos de anunciar, y de quien hemos de hablar con nuestra vida. Y de reconocer lo que hay en nuestra vida que sigue impidiendo el seguimiento de Jesús. A Dios solo podemos acogerlo preparando el camino de Jesús. La preparación del camino, el allanar las sendas, y enderezar senderos consiste en acabar con las desigualdades en las relaciones humanas; acabar con las desigualdades obscenas que se acrecientan en nuestro mundo y abren brechas, y levantan muros. Es pasar de la desigualdad a la igualdad, de la injusticia a la justicia. No se trata solo de un camino interior de conversión, sino de una conversión vital, 10


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que afecte a las prácticas, a las actitudes, al estilo de vida, al estilo personal y que pueda, por eso, ir generando un cambio de mentalidad, una conversión comunitaria o social. Pero esa conversión personal y social, vital, que necesitamos, no se puede improvisar. No cambiamos de la noche a la mañana. Requiere trabajo interior y personal. Requiere adentrarse en el desierto. Nuestra tentación puede ser eludir la necesidad de conversión que todos tenemos, y hacer oídos sordos a las voces que nos invitan a cambiar. Sin ese reconocimiento de que necesitamos convertirnos, no es posible preparar el camino al Señor. El anuncio de Juan, como el que nosotros hemos de hacer con nuestra vida es el de Dios y su reino de justicia, verdad y fraternidad. No podemos acceder a Dios Padre-Madre sin búsqueda concreta –y conflictiva– de la misericordia y la justicia. La venida del Señor es Buena Noticia. Pero el encuentro con él solo se da a través de la conversión del corazón que lleva a hacer de nuestra vida un compromiso por construir un mundo mejor: reino de paz y justicia, reino de vida y verdad, reino de gracia y amor. Eso destila la predicación del Bautista. Por eso es buena noticia de vida y perdón, desde el principio. Los destinatarios de esa noticia, que se proclama en el desierto –poco hay más periferia– son los pecadores, el pueblo al que sus dirigentes han negado cualquier posibilidad de encontrarse con la misericordia y la justicia de Dios. A pesar de la aparente dureza del mensaje de Juan, hay un trasfondo nuclear de esperanza. Hoy hemos de ser, los cristianos, mujeres y hombres de Esperanza, en una realidad donde lo “razonable”, lo normal, es desesperar y resignarse. Ser hombres y mujeres de Esperanza es posible si acogemos la vida humana desde la radical confianza en Dios, porque la fe y la esperanza van de la mano. Nuestra paciencia no es la de los derrotados, sino la de quienes sabemos que Dios no defrauda. Ser hombres y mujeres de esperanza no es cuestión de optimismo o pesimismo. Es experimentar que en el seguimiento de Jesús y proseguimiento de su causa, en ese preparar el camino al Señor, Dios está viniendo. Dios sigue viniendo en los trabajos y sufrimientos, en los gozos y alegrías, aspiraciones y luchas del mundo. Por eso el creyente prepara el camino al Señor negándose a entrar por caminos que no conducen a ninguna parte, y se esfuerza en hacer posible el crecimiento de una vida y un mundo auténticamente humanos. De nuevo vuelvo a mi vida para reconocer lo que necesito convertir. Mi tarea principal no es transformar el mundo, sino mi propia conversión. Dios me invita a ser de otra manera. La invitación de Juan en el desierto también es para mí. ¿Qué caminos de conversión y de esperanza he de recorrer en mi vida para crecer en comunión con Dios y con los empobrecidos? Lo concreto en mi proyecto de vida. 11


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CONCLUYO CON ESTA ORACIÓN Una vez más

Una vez más me invitas a preparar los caminos, los nuevos y los de siempre, por donde Tú vienes trayendo buenas noticias. Gracias, Señor. Porque cuentas conmigo para allanar colinas y valles y para desterrar mentiras y opresiones, gracias, Señor.

Y, como siempre, ofrezco mi vida al Señor

Porque te pones en la senda por la que yo voy caminando para que te encuentre, gracias, Señor.

Señor, Jesús, te ofrecemos todo el día… Danos la gracia de amarte con todo nuestro corazón, y de servirte con todas nuestras fuerzas… María, Madre de los pobres, Ruega por nosotros

Porque entras en mi casa y quieres hacer de ella una morada nueva para todos los que caminan y se acercan, gracias, Señor.

Tú me has encontrado, y ese toque tan tuyo me está transformando. La vida ya germina dentro de mí. Gracias, Señor.

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