30º domingo to a (26 de octubre 2014)

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ORAR EN EL MUNDO OBRERO 30ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO (26 octubre 2014) «el que ama a Dios más que a su prójimo, aún no ama a Dios sobre todas las cosas»

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VER: El Ébola La epidemia se centra en tres países del oeste de África, Liberia, Sierra Leona y Guinea (cuya población sumada es de 20 millones de habitantes), donde las infraestructuras de higiene, salud pública y servicios sanitarios son muy deficientes, habiendo empeorado en los últimos años como consecuencia de las políticas de austeridad del gasto público, incluyendo el gasto público sanitario, impuestas a tales gobiernos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial... Estas políticas de austeridad tienen un impacto devastador en la salud y la calidad de vida de las poblaciones africanas expuestas a tales políticas. ¿Quién espera que la industria farmacéutica preste atención a enfermedades y pacientes que no son rentables? Además la bien conocida insensibilidad de los Estados de los países ricos hacia el bienestar de las poblaciones de los países llamados pobres explica la escasa atención hacia este tipo de enfermedades, al considerar erróneamente que no les afectarán. A esta insensibilidad hay que añadirle su considerable responsabilidad por la existencia y permanencia de la pobreza en estos países. Y ahí está el quid de la cuestión, que raramente aparece en los mayores medios de información. La mayoría de las economías de estos países africanos están, en gran parte, en manos de grupos financieros y económicos que obtienen su riqueza de tales países sin que esta riqueza se filtre al resto de la población. El principal medio de producción en estos países es la tierra, constituyendo los productos minerales y agrícolas su mayor riqueza, la cual, sin embargo, está principalmente en manos de propietarios de empresas transnacionales, que extraen dicha riqueza sin que con ello se enriquezca la población. Los beneficios se van al país sede de esas transnacionales… en cambio, la gran mayoría de la población, que trabaja en el campo, vive en condiciones misérrimas. En casi ninguna de las informaciones sobre el Ébola aparecidas en la mayoría de medios de información se ha hablado de las causas profundas de la epidemia de Ébola en estos países, siendo la primera la enorme miseria de la gran mayoría de la población, resultado de la alianza entre las élites gobernantes en estos países, por un lado, y los intereses económicos y financieros que controlan sus economías, por otro. Y cada vez que hay movilizaciones políticas para romper con tales estructuras, los gobiernos de los países ricos (sumamente influenciados por aquellas transnacionales) envían tropas o ayuda militar para que el sistema de poder permanezca intacto. Esta es, repito, la realidad que explica la pobreza de los países mal llamados pobres. Esta enorme pobreza explica la segunda causa de la aparición de esta epidemia masiva: la pobreza de la infraestructura de los


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servicios sanitarios, de saneamiento y de salud pública. Estos países tienen una estructura salubrista y sanitaria muy insuficiente, estructura que se ha ido debilitando dramáticamente como consecuencia de las políticas neoliberales del FMI impuestas a la mayoría de países africanos, a fin de que reduzcan su deuda pública, y ello como condición para que puedan recibir dinero prestado para poder estimular la economía. (Cf. Vicenç Navarro) ¡No es nada exagerado el papa cuando dice que esta economía mata!

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¡Ay mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las paredes del corazón, me palpitan con fuerza, no puedo callar ante la situación de los empobrecidos: Recorte tras recorte todo ha sido devastado, en un instante, en un momento, arrasaron el sistema social… Miro hacia abajo: gente en el paro. Miro hacia arriba: salarios indecentes. Miro a la derecha: gente sin derechos. Miro a la izquierda: jóvenes olvidados. Miro: y no hay ni un hombre, ni una mujer. Miro: y sólo veo... ¡pobres sin salud! El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó todas las intrigas de los malvados: El pueblo, como manso cordero, era llevado al matadero, ¡sin creerse los planes que urdían contra él! Ah, Señor, ¿hasta cuándo?

Mat 22, 34-40 “Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar. Y uno de ellos, un doctor de la Ley le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los profetas”. ¿Cómo se puede “amar” a Dios al que no es posible comprender ni ver? Unos dicen: Amar a Dios equivale a conocer lo que la fe me dice de él. Otros dicen: Amar a Dios significa realizar su voluntad expresada en sus mandamientos. Y otros añaden: Amar a Dios significa experimentar místicamente nuestra unidad con él. En resumen: amar a Dios sería tener de él un conocimiento místico (liturgia/ oración) que me lleva a cumplir su voluntad (praxis de amor al prójimo). ¿Quién es el prójimo? “Prójimo” se refiere a cualquier semejante, en especial al menesteroso (ver la parábola del “buen samaritano”). ¿Qué significa “como a sí mismo”? ¿Cómo saber discernir cuándo el «amor a mí mismo» es verdadero amor que me capacita para amar al otro, y cuándo el «amor a mí mismo» se va transformando en “egoísmo” que me impide ocuparme de mis semejantes sufrientes? El amor a sí mismo a diferencia del egoísmo (siempre egocéntrico), descansa en el amor de Dios, que me ama a mí y al prójimo. ¡Yo para Dios soy una criatura admirable, soy su hijo amado! ¡Y eso mismo es el prójimo para Dios! Esta revelación que Jesús nos trajo de Dios implica, entonces, que mi única relación posible con Dios-Padre y con el prójimo-hermano sea el amor.


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El letrado pregunta por un “precepto grande” de la Ley. Jesús responde citando primero Dt 6,5 (el precepto del amor a Dios, que forma parte del Shemá Israel). En Dt 6 Moisés exhorta a vivir el amor de Dios en obediencia social diaria. [El verbo hebreo que traducimos por “amar” tiene un significado amplio: abarca desde el amor sexual, pasando por el amor a los miembros de la familia, amigos, relaciones de lealtad política, hasta las relaciones con Dios ]. La interpretación judía de Dt 6,5

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ve manifestado el “amor a Dios”, ante todo en los actos de obediencia, piedad y fidelidad a la Ley. Amar a Dios significa dedicar la vida a sus mandamientos (Sal 1; 119). “Con todo tu corazón” designa la indivisibilidad de la obediencia [El corazón representa el centro de la voluntad, el pensamiento, el conocimiento, la decisión y la acción de una persona ]. “Con toda tu vida/alma” evocaría a los lectores judeo-cristianos el martirio [Alma es la propia existencia o la vida diaria entregada al servicio de Dios o a otro fin]. “Con toda tu capacidad mental” es una variante de “con todo tu corazón”, pero que hace asomar también en el amor a Dios un momento intelectual). Es la totalidad del ser humano el que ha de vivir orientada a Dios según ese modo de ser que hace que Dios sea Dios y el hombre sea hombre: el Amor. Se trata de un amor total, dispuesto a arrostrar el martirio, pero que no es ciego, sino que se experimenta como lo más razonable para el hombre. “Amar a Dios” no evocaba, por tanto, a los lectores un sentimiento vaporoso, ni oraciones labiales, o una mística desencarnada que huye del mundo, sino el conocimiento del único Dios y la obediencia a él dentro del mundo (un conocimiento y una obediencia lleno de felicidad). Jesús menciona como segundo mandamiento básico el del amor al prójimo (Lv 19,18). Este mandamiento constituye no sólo una exhortación a acciones ocasionales de amor a los demás, sino una postura de carácter social. El segundo precepto es de igual rango que el primero. El verbo “amar” debe llenarse nuevamente de contenido a partir del texto bíblico y de la interpretación judía de la época. Es importante el contexto de Lv 19,11-18: trata de los preceptos éticos fundamentales que Dios impone en relación con el prójimo, incluido el socialmente débil o un adversario en el juicio. Lv 19 exige unas relaciones justas, que incluyen respetar a los padres; proveer a las necesidades básicas de los pobres y los extranjeros; no robar, no mentir, no defraudar, no jurar en falso, no oprimir ni despojar a otro (“no explotes a tu prójimo ni tomes lo que es suyo; no retengas hasta el día siguiente el jornal del trabajador”), no ofender al ciego o al mudo poniéndole obstáculos; no cometer injustica ni difamar; no alimentar odio ni tomar venganza, no odiar. Lv 19,33-34 añade: respetar los derechos del extranjero (“cuando un inmigrante se instale entre vosotros, no lo explotes. Al contrario, considéralo como un nacional, como uno de vosotros. Ámalo como a ti mismo, pues vosotros también fuisteis emigrantes en Egipto”). Por tanto, el amor significa en la interpretación judía un comportamiento práctico solidario, acorde con los preceptos dados por Dios a Israel. La afinidad entre amor a Dios y amor al prójimo en el plano ético es algo evidente en la tradición bíblica. Que no hay que disociar Dios y prójimo, que no es posible amar a Dios sin amar al prójimo y que el amor a Dios se manifiesta sobre todo en la obediencia a sus mandatos (¡justísimos todos y humanizadores!), todo eso es fundamental para la Biblia. Pero también está claro, aunque muchos al parecer lo hayamos olvidado, que es preciso distinguir entre amor a Dios y amor al prójimo, y que la relación con Dios no se resuelve simplemente en la relación con los semejantes, sino que aquella viene a nutrir y fundamentar ésta. ¿Habéis entendido esto? Pues entonces debéis saber que «el que ama a Dios más que a su prójimo, aún no ama a Dios sobre todas las cosas».


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En nuestro mundo “ateo” y “autónomo” ¿qué puede significar amar a Dios? ¿Cómo podemos ayudar a que se vea como lo más razonable? ¿Cuáles son nuestras propias dificultades para amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra vida y con toda nuestra mente? Sólo el-amor-de-Dios-por-mí experimentado en la fe me capacita para amarle a Él, el Absoluto, al prójimo desgraciado y a mí mismo, sin absolutizarme ni autodenigrarme. En Jesús veo al Hombre que ha alcanzado la perfección del amor a la que estoy llamado por Dios mismo. Hablo con Jesús de su amor al Padre y a los hermanos… Miro mi amor a Dios, a la Iglesia, a los empobrecidos del M.O., a mí mismo. 4

A VOSOTROS OS LLAMO AMIGOS (F. Ulibari, con retoques) A vosotros que compartís mi proyecto y lo lleváis a cabo; a vosotros que recibís mi Palabra y la ponéis en práctica; a vosotros que os reunís en mi nombre y evocáis mi presencia… os llamo amigos. A vosotros que sois fuertes en vuestra debilidad, a vosotros que os mantenéis firmes en la opción por los pobres; a vosotros que progresáis en la fe puesta en acción… os llamo amigos. A vosotros dispuestos a dar la cara, a arrimar el hombro, a echar una mano; a vosotros con quienes se puede contar incondicionalmente para toda causa buena… os llamo amigos. A vosotros que aceptáis la realidad e intentáis mejorarla; a vosotros que no renunciáis a la utopía del Reino y camináis hacia ella; a vosotros que dais una oportunidad a un futuro mejor… os llamo amigos. A vosotros que celebráis lo que creéis y compartís lo que tenéis; a vosotros juntos en la fiesta y juntos en la lucha; a vosotros que tenéis mis sentimientos y mi Espíritu… os llamo amigos.

PROFESIONALES, SÍ; AFICIONADOS, NO. Hay que lanzarse al apostolado con todas las consecuencias y como “profesionales”. ¡Ya estamos hartos de “aficionados”, que hacen algo, cuando pueden, con buena voluntad, pero muchas veces con ineptitud total y sin espíritu de continuidad! Y sobre todo, sin comprometerse en serio a nada; basta la más leve corriente de aire para que se consideren excusados de cumplir los compromisos más solemnes, que tomaron por su exclusiva voluntad. ¿Se podrá todavía llamar a esto buena voluntad? (Guillermo Rovirosa, O.C., T. V, p 169).


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