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ORAR EN EL MUNDO OBRERO 3er domingo de Pascua (10 de abril de 2016) Comisión Permanente HOAC

Una comunidad de cristianos, animados de un gran deseo de espíritu de pobreza, de humildad y de sacrificio, es lo más importante que puede darse a los ojos del mundo. Una comunidad de cristianos, cuando forman un solo corazón y una sola alma, con el Corazón y con el Alma de Cristo, reproduce el misterio de Cristo… Cuando el objetivo de la unión es entrar más y más en el Amor Trinitario, la fuerza de unión que es fuerza de Amor, irá siempre en aumento. Esta, esta es la fuerza de los débiles: la fuerza del Señor Omnipotente (Rovirosa, OC, T.II, 232-233)

LOS ENCUENTROS CON EL RESUCITADO EN MI VIDA

La rresurrección L s rr ión ess un n proceso, pr s y ell encuentro n ntr con n ell Resucitado R s it d nos n s va transformando. tr nsf rm nd Pero he de comenzar por reconocer aquellas situaciones en las que, en la debilidad, mía y de mis compañeros y compañeras de trabajo o de barrio, el Señor se ha hecho fuerte con su Amor. Debilidades y fortalezas que se manifiestan en la torpeza o en la desgana con que realizo la misión evangelizadora que la Iglesia me confía junto con la Comunidad. Voy a comenzar por identifícalas, por escribirlas incluso –es bueno narrar la vida, contárnosla-, doy gracias a Dios por ellas, reconozco en ellas mi debilidad, y las reconozco también como encuentros con el Resucitado. Se las ofrezco al Señor, al comenzar este rato de oración, y después oro: abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda al corazón, levántate y camina».

Desde que Tú te fuiste no hemos pescado nada. Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida, y entre sus mallas solo pescamos el vacío.

Y lo hacemos sólo por darte gusto. Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso de amor que recogemos que la red se nos rompe cargada de ciento cincuenta esperanzas.

Vamos quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos vuelto estériles lo mismo que una tierra cubierta de cemento. ¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído? ¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla, ¿Quién recuerda la última vez que amamos? camina sobre el agua de nuestra indiferencia, Y una tarde Tú vuelves y nos dices: devuélvenos, Señor, a tu alegría! «Echa la red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar, 1


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C.P.

LEE Y ESCUCHA LA PALABRA DEL SEÑOR: Con Jesús no hay fracasos

JJn 21,1-19: 21 1 19 Jesús J ú se acerca, ttoma ell pan y se llo d da, y llo mismo i ell pescado d

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: –Me voy a pescar. Ellos contestaban: –Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: –Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: –No. Él les dice: –Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: –Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: –Traed de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: –Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Él le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: –Apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Él le contesta: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Él le dice: –Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: –Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: –Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: –Sígueme. Palabra del Señor 2


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CONTEMPLA Y MEDITA

3er domingo de Pascua

La Pal Palabra a ab al a ra nos hab habla a la hoy ab o de Re oy R Resurrección, s rrección de mi m misión, sión de com comunidad, n dad y de h ni humildad. milildad La pri mi primera rim ri imera experiencia humana de los discípulos tras la muerte de Jesús es el fracaso, el regreso a lo de siempre, a su vida y sus trabajos. La decepción pesa, el fracaso oprime y desesperanza. Estamos acostumbrados a nuestras medidas, y lo de bregar toda la noche y no recoger nada, echa para atrás a cualquiera. Quizá porque habíamos esperado mucho de nuestros sueños y de nuestras fuerzas. Volvemos a la vida cotidiana desanimados. ¡Cuántas veces en nuestra vida hacemos estos caminos de ida y vuelta que parecen no llevarnos a ningún destino! Y es que no basta oír cosas de Jesús o movernos en ambientes cristianos, o tener compromisos sociales para crecer en el Amor y en la Fe. Es el discípulo amado (la Comunidad) el que lleva adelante el misterio del amor y lo reconoce, y lo confiesa: ¡Es el Señor! A Cristo Resucitado solo lo puede reconocer el amor, y el amor solo tiene una medida: la que pone toda nuestra existencia en disposición de descubrir, reconocer, aceptar, y realizar la voluntad salvadora de Dios, el proyecto del Reino, transformando nuestra existencia en sacramento de la Misericordia de Dios. Esa es la concreción del Amor. Por eso solo el discípulo amado es capaz de reconocer al Señor. Solo el Amor es digno de fe. Un Amor como este tenemos que experimentarlo en lo cotidiano, en la misión, y en comunidad. Nuestras pretensiones de salvar individualmente nuestros propios proyectos están destinadas al fracaso. Nadie se salva solo, nadie reconoce solo al Resucitado en su vida. Es un camino que se recorre bregando juntos, en comunidad, amando y dejándose amar. Pedro en el Evangelio se reconoce a sí mismo en su pecado, y en la debilidad. Pedro se reconoce en la humildad de aceptar el proyecto de Jesucristo en su vida y, en su decisión, es el reconocimiento de la debilidad el que hace posible la fuerza de Amor; también en nosotros. Con Cristo es posible la faena, sin él, todo se queda en esfuerzo vacío. Sin Jesús nosotros –la Iglesia, la HOAC, cualquier grupo– no somos más que un grupo de gente desanimado, torpe e ineficaz. Si compartimos su suerte, si hacemos Eucaristía nuestra vida, y la celebramos, encontramos la misión, el sentido, y la fecundidad. Este Evangelio tiene mucho que decir a nuestra vida creyente y militante, pero especialmente sobre cómo nos planteamos y vivimos nuestro proyecto evangelizador, por dónde andamos en nuestra vida para que Dios nos encuentre y poder reconocerle, ¿en qué orillas de qué lagos? ¿En qué pescas andamos y con quién? ¿Qué nos mueve a esas faenas? ¿Hacemos de nuestro compromiso una entrega por amor de Dios?

Vuelve a leer y contemplar la escena del Evangelio. Y refresca tu proyecto de vida a la luz de lo que te sugiere.

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Termina orando Señor, Tú sabes que siempre te quise, y que te sigo queriendo; tú sabes que te quiero.

A pesar de mi soberbia y mi orgullo, a pesar de mis miedos e infidelidades, tú sabes que te quiero.

A pesar del cansancio y del abandono de tantos días, a pesar de mi cabeza de piedra, tú sabes que te quiero.

A pesar de que me cuesta adivinarte entre la gente a pesar de lo torpe que soy para verte vestido de pobre, tú sabes que te quiero. A pesar de mis dudas de fe, de mi vacilante esperanza, y de mi amor posesivo, tú sabes que te quiero.

A pesar de las bravuconadas de algunos días y de la apatía y desgana de otros, a pesar de mis pies cansados, de mis manos sucias, de mi rostro destemplado, tú sabes que te quiero.

A pesar de que me cuesta quererme a mí misma, a pesar de que no siempre te entiendo, a pesar de los líos que presiento, tú sabes que te quiero. Yo te quiero, Señor, porque tú me quisiste primero y no renegaste de mí, a pesar de ser torpe y frágil.

Señor, Jesús,

te ofrecemos

Yo te quiero, Señor, porque siempre confías en las posibilidades que tengo de ser, junto a ti, aquí en mi puesto, servidor fraterno.

todo el día…

María, Madre

de los pobres,

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ruega por nosotros


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