La comunidad internacional y el derecho al desarrollo

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Tema de la quincena

La comunidad internacional y el derecho al desarrollo Comisión Permanente de la HOAC

En unos momentos como los que vivimos de crisis económica que, como siempre, golpea especialmente a los ya empobrecidos, es quizá cuando se ve con más claridad la urgencia de replantear el modelo de sociedad que hemos construido. Una dimensión fundamental de ese replanteamiento es el de la comunidad internacional.

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frecemos una reflexión, construida desde las aportaciones de la Doctrina Social de la Iglesia, en la que pretendemos ofrecer algunas claves de lo que significa este necesario replanteamiento de eso que llamamos comunidad internacional y, particularmente, del derecho al desarrollo. La comunidad internacional es una dimensión de la realidad social y política que para la Iglesia es esencial, pues la vocación del ser humano a constituir una sola familia humana, convicción fundamental de la Iglesia, implica una manera de concebir las relaciones entre las personas y entre los pueblos de todo el mundo. Basta con estar mínimamente informado de lo que ocurre en nuestro mundo para darnos cuenta de la necesidad de avanzar hacia la construcción de una verdadera comunidad internacional y particularmente en el reconocimiento práctico del derecho al desarrollo de todos los pueblos como eje central y objetivo fundamental de esa comunidad internacional. Dos afirmaciones de Juan Pablo II en «Sollicitudo rei socialis» resumen lo fundamental de lo que aquí queremos plantear. La primera describe la situación de nuestro mundo, tan desigual e injusto que supone una radical quiebra de lo humano: «Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente (…) en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada (…). Injusticia de la mala distribución de los bienes y recursos destinados originariamente a todos (…). Están aquellos pocos que poseen mucho (y que no llegan verdaderamente a “ser” porque por una inversión de la propia jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el culto del “tener”); y están los muchos que poseen poco o nada (y que no consiguen realizar su vocación hu-

mana fundamental al carecer de los bienes indispensables)» (n. 28). La segunda plantea la grave responsabilidad social de poner por obra la solidaridad como respuesta a esta inhumana situación: «No se justifican ni la desesperanza, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aunque con tristeza, conviene decir que, así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se puede faltar también –ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el subdesarrollo– por temor, indecisión y, en el fondo, por cobardía. Todos estamos llamados, más aún, obligados a afrontar este tremendo desafío (…). Lo que está en juego es la dignidad de la persona humana (…). Cada uno está llamado a ocupar su propio lugar en esta campaña pacífica que hay que realizar con medios pacíficos para conseguir el de-

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Tema de la quincena sarrollo en la paz (…), convencidos de la gravedad del momento presente y de la respectiva responsabilidad (…), pongamos por obra –con el estilo personal y familiar de vida, con el uso de los bienes, con la colaboración en las decisiones económicas y políticas y con la propia actuación a nivel nacional e internacional– las medidas inspiradas en la solidaridad y en el amor preferencial por los pobres» (n. 47).

La necesidad de construir una verdadera comunidad internacional Esta situación de enorme desigualdad e injusticia pone de manifiesto que no existe una verdadera comunidad internacional. Las relaciones internacionales están marcadas en gran medida por la injusticia, los conflictos, la violencia y la primacía de los intereses particulares sobre el bien común. Esto no significa que no existan elementos positivos de cooperación y solidaridad, que hay que saber valorar y potenciar, pero estamos muy lejos de formar una sola familia humana y la DSI considera que es necesario trabajar por construir una verdadera comunidad internacional, orientada por la búsqueda del bien común de toda la humanidad. Avanzar en esa dirección requiere el mayor y mejor reconocimiento de la dignidad de la persona, que se traduce en el reconocimiento efectivo de los derechos humanos y de la responsabilidad de los unos hacia los otros; y en el mayor y mejor reconocimiento de la vocación del ser humano a vivir en comunión, transformando la creciente interdependencia entre los pueblos en prácticas de solidaridad. Es necesario superar unas relaciones basadas en una visión reductiva del ser humano y crecer en el reconocimiento de la integralidad de nuestra humanidad en sus dimensiones materiales y espirituales, personales y socialescomunitarias. Para caminar hacia una auténtica comunidad internacional, la DSI considera que es necesario que las relaciones internacionales estén presididas por cuatro criterios fundamentales: 1º.- La verdad, que significa el reconocimiento de la igual dignidad natural de todos los pueblos del mundo, su derecho a la existencia y a la propia identidad, y su derecho al desarrollo económico, social, político, cultural y espiritual. 2º.- La justicia que, unida a la verdad, significa el reconocimiento mutuo de los derechos y responsabilidades de cada pueblo y cada comunidad política, así como la creación en común de las condiciones para el desarrollo de to-

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dos los pueblos y para que puedan ser protagonistas de su propia existencia. 3º.- La solidaridad, que es la concreción práctica del reconocimiento de la verdad y la justicia: lo único consecuente con ellas son las prácticas de solidaridad, la cooperación y colaboración para lograr el desarrollo de todos y una convivencia pacífica. 4º.- La libertad: cada pueblo y comunidad política debe poder desarrollar su propia identidad y humanidad en libertad, lo cual significa que ninguna nación tiene derecho a ejercer ningún tipo de dominio económico, político, militar, cultural… sobre ninguna otra, sino que todas tienen la responsabilidad de la ayuda y el respeto mutuos. Caminar hacia el ejercicio práctico de estos principios es lo que puede conducir a que las relaciones internacionales se rijan por el derecho y no por la fuerza y la dominación de unos sobre otros. Por eso, son los que pueden hacer crecer el diálogo y la mutua confianza, como elementos esenciales para construir unas relaciones internacionales pacíficas, acordes con la dignidad del ser humano. En este sentido son esenciales la justicia y la primacía del derecho internacional, así como los instrumentos adecuados para que este derecho sea respetado y practicado. La Iglesia considera que diversos organismos internacionales, en particular la ONU, con todas sus agencias, así como multitud de organizaciones sociales, tanto nacionales como internacionales, han aportado y están aportando mucho en la construcción de una verdadera comunidad inter-

«Ha sido construido un sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno, que conduce a la dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador del imperialismo internacional del dinero» (Pablo VI, «Populorum progressio», 26)


Tema de la quincena nacional. Sin su valiosa labor, la mala situación del mundo sería peor y algunos avances en humanidad que hemos alcanzado no habrían sido posibles. Estos organismos y organizaciones son un preciado bien de la humanidad. Pero la DSI entiende que, junto al reconocimiento, promoción y desarrollo de estos organismos y organizaciones, es necesario ir más allá y tender a la creación de una real autoridad mundial que sea un instrumento más eficaz para abordar los desafíos de nuestro mundo. La hace cada vez más necesaria la creciente globalización de nuestro mundo, la dimensión planetaria de los problemas que la humanidad tiene que afrontar, especialmente en lo que se refiere a la justicia social y el cuidado de la naturaleza, y el dramático problema del empobrecimiento de una gran parte de la humanidad. Del mismo modo que en cada comunidad política es necesaria la existencia de una autoridad pública democrática y de una activa y vertebrada sociedad civil que oriente todos los esfuerzos hacia el bien común, la comunidad internacional necesita de una autoridad democrática de alcance global y de una sociedad civil que coopere activamente para contribuir eficazmente a la consecución del bien común de toda la familia humana. En este sentido, la DSI considera que el reto fundamental al que hoy se enfrenta la comunidad internacional es el de la justicia y el empobrecimiento y, por tanto, los esfuerzos fundamentales deben ir dirigidos a la afirmación práctica del derecho al desarrollo integral de personas y pueblos, único modo de caminar de forma realista hacia un mundo más humano, pacífico y menos violento (1).

El derecho al desarrollo integral La DSI afirma que el desarrollo no sólo es una aspiración justa y legítima, sino un derecho de las personas y de los pueblos y, por tanto, trabajar por el desarrollo es una obligación de todos y especialmente de la comunidad política de cada país y de todos los países. En orden al bien común es la tarea fundamental de la comunidad internacional. Es una responsabilidad vinculada al reconocimiento práctico de la dignidad de la persona. Ahora bien, este derecho y responsabilidad no cabe plantearlos en abstracto, sino en la situación concreta de nuestro mundo. Un mundo deformado por la injusta desigualdad, que lejos de irse acortando se ha ido agravando cada vez más. El problema del empobrecimiento, de los miles de millones de personas que no disponen de lo mínimo necesario para vivir dignamente o simplemente para sobrevivir, es el primer y fundamental problema de nuestro mundo. Por eso, la responsabilidad de trabajar por el desarrollo es cada vez más grave y urgente. Este es el problema político más importante de nuestro mundo.

«El subdesarrollo de nuestros días no es sólo económico, sino también cultural, político y simplemente humano (…) Es necesario preguntarse si la triste realidad de hoy no será, al menos en parte, el resultado de una concepción demasiado limitada, es decir, predominantemente económica, del desarrollo». (Juan Pablo II, «Sollicitudo rei socialis», 15)

Para afrontar este desafío son necesarias dos cosas: una concepción correcta de lo que es e implica el desarrollo y, consecuentemente, una adecuada comprensión de los obstáculos que se oponen al mismo.

El desarrollo integral de personas y pueblos El derecho al desarrollo que plantea la DSI es el derecho al desarrollo integral de la humanidad. La Iglesia considera que los escasos avances en el desarrollo, en un mundo que dispone de recursos materiales más que sobrados para construirlo, se deben en gran medida a la carencia de una comprensión práctica integral del desarrollo y, por tanto, a una orientación equivocada del mismo. Es fundamental, pues, avanzar de forma práctica, en las política concretas, hacia una concepción integral del desarrollo.

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Tema de la quincena El tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último (…) La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza; para las naciones, como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de subdesarrollo moral». (Pablo VI, «Populorum progressio», 19)

¿Qué es para la DSI el desarrollo integral? En primer lugar, el desarrollo de todas las personas y pueblos: el desarrollo o es de todos los pueblos o no es tal. Normalmente hablamos de pueblos desarrollados y pueblos subdesarrollados. Es una manera de intentar expresar una situación. Pero no es la más ajustada a la realidad. La situación de personas y pueblos que no disponen ni de lo más básico para vivir con dignidad, que convive con otras sociedades en las que existe una sobreabundancia de todo tipo de bienes materiales, un alocado consumo y un enorme despilfarro de recursos, es en sí misma una situación de falta de desarrollo humano del conjunto del mundo. Es un subdesarrollo global del conjunto de la humanidad, porque esa injusta desigualdad es negación de la común humanidad. En segundo lugar, desarrollo integral es el desarrollo de nuestra humanidad en todas sus dimensiones y no sólo en los aspectos materiales y particularmente en lo económico. Esto último no deja de ser una deformación de nuestra humanidad y es lo que, en gran medida, provoca un subdesarrollo de nuestra humanidad. Unos que ven limitado el desarrollo de su humanidad por carecer de lo más básico, otros que la ven limitada por un materialismo centrado en el «tener» que impide el desarrollo del «ser». Son las dos caras de la misma moneda. Si hay empobrecidos es porque hay enriquecidos. Más aún, porque hemos deformado aquello en lo que consiste el desarrollo de nuestra humanidad. Por eso, Pablo VI afirmaba que el desarrollo integral es el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas, tanto en las dimensiones materiales como culturales y espirituales de la existencia humana. Lo cual quiere decir que luchar contra la miseria y erradicar la pobreza es absolutamente imprescindible y urgente para el desarrollo humano. Pero también significa

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que esto no basta, se trata (y esto mismo es necesario para acabar con la miseria) de trabajar por crear un mundo donde sea posible un desarrollo pleno de nuestra humanidad. Así, el desarrollo integral implica el desarrollo de, al menos, las siguientes dimensiones de la existencia humana: La dimensión económica. Es necesario pasar de una situación en la que muchísimas personas carecen de lo más básico a otra donde todas las personas dispongan de lo necesario. El desarrollo implica, pues, eliminar la miseria y superar las carencias materiales de personas y pueblos. Pero, para que ello sea posible, no se trata sólo de buscar el crecimiento económico sino, sobre todo y ante todo, de orientar la economía de tal forma que responda a esas necesidades básicas en lo material de todas las personas. Un mayor crecimiento económico no es signo de desarrollo, sí lo es la mayor justicia en la producción y distribución de los bienes materiales. Una mayor justicia en el desarrollo de la dimensión económica implica también lo que algunos han denominado la necesidad del «decrecimiento», pues el crecimiento ilimitado es insostenible ecológicamente (por tanto, socialmente). Organizar la economía desde el respeto y el cuidado de la naturaleza es esencial, la dimensión ecológica del desarrollo es también fundamental para un desarrollo integral. La dimensión social: es necesario pasar de una situación de injusta desigualdad social a otra en la que crezcan las relaciones de igualdad entre las personas. En eso consiste el desarrollo social, que es un componente aún más importante que el económico. En realidad, el desarrollo económico es tal cuando está al servicio del desarrollo social. Son signos de desarrollo social el incremento de la convivencia humana, el establecimiento de relaciones de sociabilidad entre las personas y grupos, la asunción de las propias responsabilidades hacia la vida social, el desarrollo de un tejido asociativo en las diversas esferas de la vida social, el incremento de la cooperación y la colaboración, la mayor justicia en las relaciones sociales, la desaparición de la exclusión social, etc. La dimensión política: el desarrollo social y económico necesita del desarrollo político, de una comunidad política que busque el bien común y la justicia. Por eso el desarrollo político es esencial para el desarrollo de los pueblos. Son signos de desarrollo político el avance de un sistema político democrático, en la participación de todos en la toma de decisiones y en la vida pública, el protagonismo de todas las personas y grupos como expresión de la dignidad humana y de la responsabilidad hacia el bien común, etc. La dimensión cultural: para el desarrollo humano es esencial el desarrollo cultural, es decir, el desarrollo de las


Tema de la quincena «Si la tierra está hecha para procurar a cada uno los medios de subsistencia y los instrumentos de su progreso, todo hombre tiene el derecho de encontrar en ella lo que necesita. El reciente Concilio lo ha recordado. “Dios ha destinado la tierra y todo lo que en ella se contiene, para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos de forma justa” (…). Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ello los de la propiedad y comercio libre, a ello están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización, y es un deber moral grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera». (Pablo VI, «Populorum progressio», 22)

capacidades humanas, de la recta comprensión de la relación de la humanidad con la naturaleza, crecer en la mayor y mejor comprensión del mundo en el que vivimos, de lo que son formas humanas de vida, de la unidad del género humano en la diversidad, de la participación de todos en el patrimonio cultural de la sociedad a través de la educación, etc. El desarrollo económico, social y político no son posibles sin el desarrollo cultural, que es el que hace posible dar una orientación humana a lo económico, social y político. La dimensión espiritual: la clave fundamental del desarrollo cultural de personas y pueblos está en el desarrollo espiritual de la existencia humana. Es decir, todo lo anterior encontrará su mejor fundamento en el cultivo y el desarrollo de los valores éticos y morales, en la vivencia de las virtudes personales y sociales, en el mayor reconocimiento de la dignidad humana, en la contemplación en

profundidad de la realidad, en el descubrimiento y desarrollo de formas de vida presididas por la austeridad, el compartir…, en el descubrimiento del destino común de la humanidad, en el cultivo de la fraternidad entre las personas y entre los pueblos, etc. El verdadero desarrollo humano necesita urgentemente de este desarrollo espiritual. La dimensión religiosa, que es, a la vez, la plenitud y la base más firme del desarrollo integral de la humanidad. El desarrollo necesita de la apertura del ser humano a la dimensión trascendente de su existencia, que encuentra su plenitud en el reconocimiento de Dios y, más aún, en el descubrimiento y la vivencia de la comunión de toda la humanidad en Cristo.

Los obstáculos para el desarrollo Estas dimensiones del desarrollo no son realidades que se puedan separar, forman una unidad. Por eso, la DSI subraya que uno de los más graves obstáculos para el desarrollo es, precisamente, la debilidad de la comprensión práctica de este carácter integral del desarrollo que lleva a una deformación práctica del desarrollo. Esta deformación conduce al olvido de dimensiones esenciales del desarrollo, lo cual dificulta mucho avanzar en su realización para todos los pueblos y para el conjunto de la humanidad. Esta deformación se expresa sobre todo en el economicismo que predomina en la comprensión del desarrollo. Con demasiada frecuencia se sigue confundiendo desarrollo con crecimiento económico. Y esta confusión resulta fatal, porque lo que encierra en realidad es, por una parte, una deformación de la orientación de la economía que, en lugar de practicarse como instrumento al servicio de finalidades humanas, especialmente de las necesidades básicas de toda la humanidad y desde el cuidado de la naturaleza, se guía por la obtención de la mayor rentabilidad económica y por la acumulación de riquezas, se convierte en un fin en si misma y así el crecimiento económico genera injusti-

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Tema de la quincena cia y desigualdad en lugar de mayores oportunidades de vida para todos. Y, por otra parte, genera una mutilación de dimensiones esenciales de nuestra humanidad que no encuentran los cauces más adecuados para su desarrollo. En realidad, lo que se ha producido es una radical inversión de la justa jerarquía de valores. Para la DSI el problema del desarrollo es sobre todo un problema ético. Existe subdesarrollo económico, social y político porque existe un subdesarrollo moral en el conjunto de la humanidad. Este es el obstáculo fundamental que hoy existe para el desarrollo. En este sentido decía Pablo VI que el principal obstáculo para el desarrollo es la falta de fraternidad entre las personas y entre los pueblos. Y Juan Pablo II afirmaba que el obstáculo fundamental está en el pecado y las estructuras de pecado. Pecado (falta de fraternidad) que es personal y social, y que ha generado estructuras injustas que oprimen y deshumanizan a las personas e impiden el desarrollo humano. Por eso, el fundamento que puede dar unidad e impulsar las diversas dimensiones del desarrollo integral es el amor. Como decía Juan XXIII, puede existir una verdadera comunidad humana «cuando los ciudadanos…, están movidos por el amor de tal manera que sienten como suyas las necesidades del prójimo» («Pacem in terris», 35). Este sentir como propias las necesidades del prójimo que nace del amor es lo único que puede hacernos superar el abismo entre ricos y pobres que describe el evangelista Lucas, como signo de inhumanidad y deshumanización, en el relato del rico y el pobre Lázaro (Lucas 16, 19-31), abismo que abre la indiferencia ante el sufrimiento de los empobrecidos.

Para caminar hacia el desarrollo integral de los pueblos Consecuentemente con la comprensión de lo que implica el desarrollo integral de los pueblos y de los obstáculos que se oponen al mismo, la DSI considera que para caminar hacia el desarrollo integral son necesarias dos cosas: conversión personal y social y superación de las estructuras de pecado que dividen a la humanidad.

Poner por obra la solidaridad implica conversión personal y social, al menos en un triple sentido: a) Crecer en el reconocimiento de las propias responsabilidades hacia los demás, especialmente hacia los empobrecidos, y en el avance del desarrollo del conjunto de la humanidad. b) Cambiar la mentalidad hacia la fraternidad y la comunión entre las personas y los pueblos, superando posturas individualistas y competitivas a través de la cooperación y la colaboración, y modificando sustancialmente la actual manera de poseer y usar los bienes hacia el compartir y la comunión de bienes. c) Cambiar los estilos de vida, porque los basados en el individualismo y el consumismo son incompatibles con el desarrollo solidario de la humanidad. Pero poner por obra la solidaridad implica también combatir y superar las injustas estructuras de pecado que obstaculizan el desarrollo solidario de la humanidad, en varios sentidos:

«El desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad».

«Debería ser una cosa sabida que el desarrollo o se convierte en un hecho común a todas las partes del mundo o sufre un proceso de retroceso aún en las zonas marcadas por su constante progreso. Fenómeno éste particularmente indicador de la naturaleza del auténtico desarrollo: o participan de él todas las naciones del mundo o no será tal ciertamente».

(Pablo VI, «Populorum progressio», 43)

(Juan Pablo II, «Sollicitudo rei socialis», 17)

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La DSI considera también que el elemento clave para avanzar en esa dirección es la vivencia de la solidaridad como actitud moral y social adecuada ante la creciente interdependencia de la humanidad y como respuesta humana a la injusta desigualdad, como virtud personal y social, y como guía concreta de la acción política para el desarrollo. Solidaridad entendida como «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» («Sollicitudo rei socialis», 38). Sólo una cultura de la solidaridad puede conducir al desarrollo de la humanidad.

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Tema de la quincena a) Combatir el predominio del «afán de ganancia y de poder a cualquier precio» que deforma radicalmente nuestra humanidad. b) Combatir las estructuras de militarización y armamentismo de nuestro mundo, que no hacen sino generar violencia y desviar ingentes recursos, materiales y humanos, que son necesarios para el desarrollo solidario de la humanidad.

g) Reforzar el papel de la educación en la cooperación para el desarrollo. h) Apoyar y promover activamente la labor de las organizaciones, tanto nacionales como internacionales, que trabajan en favor de los derechos humanos y de la cooperación para el desarrollo. i) Reforzar el papel de los organismos internacionales de diálogo y cooperación (especialmente de la ONU), demo-

c) Cambiar la manera de entender el desarrollo, superando el economicismo y asumiendo las exigencias del desarrollo integral de la humanidad. d) Modificar en profundidad el modelo económico que domina nuestro mundo para orientar la economía hacia las necesidades de toda la persona , de todas las personas y de la naturaleza. e) Combatir la frecuente violación de los derechos humanos, especialmente de los derechos económicos y sociales, situando su afirmación práctica en el centro de los objetivos de la comunidad internacional y de la cooperación para el desarrollo.

«El desarrollo no es sólo una aspiración, sino un derecho que, como todo derecho, implica una obligación». (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 446)

Lo anterior implica abordar un conjunto de reformas concretas entre las que la DSI señala: a) Incrementar significativamente los recursos dedicados a la ayuda y cooperación al desarrollo y mejorar sustancialmente su calidad orientándolos a responder ante todo a las necesidades más básicas de los empobrecidos. b) Reducir drásticamente los gastos militares y en armamento, dedicando esos recursos a la cooperación para el desarrollo. c) Reformar en profundidad las reglas del comercio internacional que actualmente perjudican notablemente a los países empobrecidos. d) Reformar en profundidad el sistema financiero internacional para orientarlo hacia la economía productiva y la respuesta a las necesidades de la humanidad. e) Reformar la gestión de la deuda externa de los países empobrecidos, llegando a cancelarla en algunos casos, porque hoy constituye un mecanismo de empobrecimiento de los ya empobrecidos. f) Reformar el reconocimiento efectivo de los derechos laborales para un trabajo en condiciones dignas, pues éste es esencial para la vida digna y para el desarrollo humano de los pueblos.

«La obligación de empeñarse por el desarrollo de los pueblos no es un deber solamente individual (…) como si se pudiera conseguir con los esfuerzos aislados de cada uno (…) La cooperación al desarrollo es un deber de todos para con todos». (Juan Pablo II, «Sollicitudo rei socialis», 32)

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Tema de la quincena cratizando su funcionamiento para dar en ellos una mayor participación a los países empobrecidos. Por último, la DSI plantea tres aspectos importantes para caminar hacia el desarrollo solidario de la humanidad: 1º.- La responsabilidad en el desarrollo es de todos. No cabe eludir esa responsabilidad, ni por parte de los países empobrecidos ni por parte de los países enriquecidos. Los países empobrecidos tienen que ser protagonistas de su propio desarrollo. Para ello deben superar los obstáculos internos que se oponen al mismo. Pero el desarrollo no puede producirse desde el aislamiento. Por ello deben contar con la cooperación del conjunto de la comunidad internacional. Los países ricos tienen una muy especial responsabilidad en el sentido de que deben dedicar muchos más recursos a la cooperación para el desarrollo y abandonar las posiciones de privilegio y dominio que hoy ocupan. Sólo el afianzamiento decidido de las estructuras de cooperación y el abandono de las posiciones de dominio pueden hacer posible el desarrollo. 2º.- En el desarrollo debe promoverse ante todo el protagonismo de los empobrecidos. Los pobres, personas y pueblos, no pueden ser «objeto» de la cooperación para el desarrollo. Desde esa perspectiva el desarrollo humano es imposible, porque lo propio de la dignidad humana es ser «sujetos» y no «objetos». Para ello, los empobrecidos necesitan tener oportunidades reales de desarrollo y esa es la tarea fundamental de la comunidad internacional. Pero ellos deben ser también protagonistas de ese desarrollo, pues la solidaridad implica siempre reciprocidad. De ahí que sea tan importante creer en el reconocimiento de las potencialidades de los empobrecidos como personas y como pueblos, de lo que pueden aportar al desarrollo integral de la humanidad con su propio patrimonio cultural, con sus capacidades y potencialidades…, si tienen oportunidad para ello. Este protagonismo de los pobres tiene una importancia enorme y es, precisamente, lo que más suele olvidarse cuando se habla de desarrollo. Su trascendencia está en el hecho de que los pobres y su protagonismo son lo que puede superar la actual situación de profunda inhumanidad y deshumanización, porque, como dice provocativamente Jon Sobrino, «fuera de los pobres no hay salvación» (2). 3º.- El desarrollo necesita diálogo entre las distintas culturas de la humanidad. Para el desarrollo integral de los pueblos es imprescindible aprovechar la rica diversidad de la humanidad. Las culturas de todos los pueblos

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tienen elementos de auténtica humanidad que necesitamos para el desarrollo de todos. Por eso es tan importante favorecer y estimular un diálogo intercultural para enriquecer el patrimonio común de la humanidad en la perspectiva de la solidaridad para el desarrollo. ■ Notas (1) Dos son los documentos fundamentales de la DSI sobre el desarrollo: la encíclica de Pablo VI, Populorum progressio» (1967) y la de Juan Pablo II, «Sollicitudo rei socialis» (1987). Es muy recomendable la lectura del pequeño libro editado por Fernando Fuentes Alcántara, de la Conferencia Episcopal Española, Pastoral Social, «El derecho a un desarrollo integral» (Simposio Internacional a los 40 años de «Populorum progressio»), EDICE, Madrid 2008. (2) Es muy recomendable en ese sentido el libro de Jon Sobrino, «Fuera de los pobres no hay salvación», Trotta, Madrid 2007. Especialmente el capítulo «El pueblo crucificado y la civilización de la pobreza» (pp. 17-38), en el que comenta el planteamiento de Ignacio Ellacuría, que llamaba a la situación de empobrecimiento que hemos descrito «el pueblo crucificado», resultado de «la civilización de la riqueza»: La civilización de la riqueza, dice Ellacuría, ofrece desarrollo y felicidad, y los medios para conseguir ambas cosas. Por lo que toca a lo primero, «en última instancia propone la acumulación privada del mayor capital posible por parte de individuos, grupos, multinacionales, estados o grupos de estados, como la base fundamental del desarrollo». Y por lo que toca a lo segundo, propone «la acumulación poseedora, individual o familiar, de la mayor riqueza posible como base fundamental de la propia seguridad y de la posibilidad de un consumismo siempre creciente como base de la propia felicidad» (…). «Los males mayores de esta civilización son que no satisface las necesidades básicas de todos y, en lo que insistió cada vez con más fuerza, que no genera espíritu, valores que humanicen a personas y sociedades» (pp. 27-28). A esta «civilización de la riqueza» opone Ellacuría «la civilización de la pobreza», pensó que era el modo adecuado de historizar «la civilización del amor» de que hablan los papas (…). En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital-riqueza es necesario suscitar un dinamismo contrario que lo supere salvíficamente. De ahí la tesis: la civilización de la pobreza «rechaza la acumulación del capital como motor de la historia, y hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del desarrollo y del crecimiento de la solidaridad compartida el fundamento de la humanización» (pp. 33-34). Y en ello, Ellacuría subrayó la enorme importancia de la «inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres». «Esa pobreza es la que realmente da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concupiscente de tener toda suerte de superficialidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo necesario. Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y los pueblos del Tercer Mundo, hoy ahogada por la miseria y por la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más plenamente humanos» (p. 35).


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