Tema de la quincena
El cuidado de la Creación
La responsabilidad humana en la naturaleza Comisión Permanente de la HOAC
En el Tema de la Quincena del número 1. 456 vimos que el principio del bien común nos remite inmediatamente al principio del destino universal de los bienes. Es decir: la comunidad política, para buscar el bien común, tiene la responsabilidad de construir la propiedad a la medida del ser humano, promover el derecho de todos y cada uno a disponer de los bienes necesarios para vivir con dignidad. Pero el bien común no nos remite sólo al destino universal de los bienes, sino también a la responsabilidad humana en la naturaleza como tarea esencial de la comunidad política.
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o es posible ordenar la vida social de manera realmente humana si olvidamos la responsabilidad que tenemos en la naturaleza. Responsabilidad que se inscribe en la que tenemos los unos hacia los otros, en la presente generación y respecto a las generaciones futuras. Además, el destino universal de los bienes nos remite también al cuidado de la creación, pues los bienes no son sólo para la presente generación, sino también para las generaciones futuras. Cuando nos referimos a la concepción de la política que defiende la Doctrina Social de la Iglesia, dijimos que la po-
lítica está llamada a ser cuidado de la vida: la actividad del ser humano como ser social, dirigida a hacer posible la vida. En realidad, todos los principios de la vida y la acción política que hemos ido exponiendo son aquellos que, en la medida en que los vivimos socialmente, hacen posible ese cuidado de la vida y de la existencia humana. En este contexto cobra una especial relevancia el principio del cuidado de la naturaleza como el ámbito, el único que tenemos, en el que es posible la vida. Porque el ser humano más que un ser en la tierra es un ser de la tierra, y lo que está en juego en lo que se suele denominar el problema ecológico no es «algo nuestro, sino nosotros mismos» (1). 19 1.458 [16-6-08 / 30-6-08]
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Tema de la quincena tándolos en otra dirección (2). Pero, además, tenemos un problema añadido: aunque es cierto que, poco a poco, ha ido creciendo la conciencia ecológica, tenemos muchas dificultades para comprender de verdad el problema al que nos enfrentamos (el problema que hemos creado) y lo que implica afrontarlo humana y responsablemente. Sobre todo las dificultades que representa el estilo de vida que predomina en nuestro mundo como el deseable (el de los países ricos), ciegamente productivista y consumista, y las que genera un sistema social que se ha globalizado y que orienta la vida social en un sentido destructivo y que hace que no nos acabemos de dar cuenta de ello (3). Precisamente en esto pone el acento la Doctrina Social de la Iglesia al referirse al problema ecológico: en la orientación que hemos dado a nuestra vida en el mundo. Pero, para entenderlo mejor, necesitamos partir del papel y la responsabilidad que la fe de la Iglesia otorga al ser humano en el conjunto de la creación, que podríamos resumir así:
El problema ecológico No vamos a detenernos aquí en la consideración de las diversas manifestaciones del problema ecológico. Sólo pretendemos llamar la atención sobre la radical seriedad del problema ecológico. Por decirlo de forma breve, el problema al que nos enfrentamos es que los seres humanos podemos destruir la vida en nuestro planeta, al menos en la forma que hoy la conocemos. Actualmente tenemos la capacidad para hacerlo y tal como hemos orientado nuestra vida y nuestra organización social no es ninguna exageración decir que vamos camino de hacerlo. Es un peligro bien real que debería hacernos conscientes, mucho más de lo que lo somos, de cuál es nuestra responsabilidad: modificar de raíz nuestra manera de organizar la vida social y nuestro estilo de vida, orien-
«La conciencia de ser criatura debería inducir en el hombre un respeto religioso hacia el conjunto de la creación. El hombre, imagen de Dios, a quien en Génesis 1, 28 se encomienda el destino de lo creado, no es en absoluto el señor arrogante y despótico, es sólo el intendente y gerente, administrador y tutor» (4).
El ser humano, responsable de la creación La Doctrina Social de la Iglesia propone mirar el problema ecológico desde la perspectiva de la fe en Dios Creador y de la fe en Jesucristo. Vamos a verlo brevemente. A la luz del relato bíblico de la creación, la Iglesia afirma: -Dios crea un mundo bueno, con enormes posibilidades abiertas y con capacidad de albergar la vida. Un mundo para la vida.
Crisis Ambiental «El principio del destino universal de los bienes ofrece una orientación fundamental para deshacer el complejo y dramático nexo que une la crisis ambiental con la pobreza. La actual crisis ambiental afecta particularmente a los más pobres». «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 482
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Tema de la quincena Responsabilidad «La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo, destinado a todos (…) Es una responsabilidad que debe crecer, teniendo en cuenta la globalidad de la actual crisis ecológica y la consiguiente necesidad de afrontarla globalmente, ya que todos los seres dependen unos de otros» «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 466
-Dios sitúa en ese mundo de vida, como su cumbre y centro, al hombre, varón y mujer, creado a imagen suya. En el ser humano alcanza la creación su sentido y orientación: ser la casa del ser humano, de la imagen de Dios en la creación. -El ser humano, imagen de Dios, está llamado a ser señor de la creación. Pero señor no de cualquier manera, sino a imagen de como es Señor el Dios Comunión de Personas, el Dios de la Vida. Por eso, ese señorío responde a su sentido cuando es ejercido, como Dios es Señor, desde el amor y el cuidado de la vida. Y sólo entonces. El ser humano es quien decide con su libertad cómo quiere orien-
tar su vida: puede hacerlo según el deseo y la propuesta amorosa de Dios o puede hacerlo en contra de ese deseo y propuesta de vida. La clave del señorío del ser humano en la tierra es su vocación a la comunión con los demás, con la naturaleza y, en ellos, con Dios. -Por eso, el señorío del ser humano sobre la naturaleza no consiste en comportarse con ella como un tirano caprichoso, que usa y abusa de ella a su antojo. Al contrario, consiste en cuidarla, cultivarla, respetarla, hacerla fructificar, humanizarla para que realmente sea la casa de la familia humana y de todos los seres vivos. Así, la responsabilidad del ser humano consiste en cuidar la vida para que sea posible la comunión y, por ello, en usar su inteligencia, su trabajo, su conciencia para hacer una tierra humana, casa donde quepamos todos y sea posible la vida digna de todos. -El cuidado del don de la creación, el cuidado de la vida, es la responsabilidad esencial del ser humano. El ser humano es el único ser que, hecho a imagen de Dios, puede tomar consciencia del sentido global de la creación y que puede orientar su destino. Somos responsables de la creación de Dios porque Dios la ha puesto en nuestras manos. Somos sujetos de la creación porque así nos ha constituido Dios. Somos colaboradores de la obra creadora del Dios de la Vida. -Cuando el ser humano olvida esto y orienta su vida no hacia la comunión sino hacia el dominio de unos sobre otros, también tiende a un uso despótico de la naturaleza, que utiliza como puro objeto (no como casa, como ambiente de vida) para su dominio. Entonces la tierra se vuelve hostil, como nos volvemos hostiles unos seres humanos para con otros. Es la dinámica del pecado que el ser humano ha introducido en la historia y en la creación y que falsea la verdad del ser humano en la creación, su sentido, al introducir una dinámica de injusticia en la relación entre unos y otros y en la relación del ser humano con la naturaleza. Eso puede llevarnos a la destrucción, porque es negación de la vida. -Pero la oferta de Dios sigue abierta: el don de Dios sigue ahí y el ser humano puede volver, si quiere, a orientar su vida según el plan originario de Dios, hacia la comunión con los demás y con la naturaleza, y así con Él… Puede volver a orientarse en la dirección de construir la casa humana y la familia humana que habita esa casa. Según la Buena Noticia de Jesucristo que nos presenta el Nuevo Testamento, en continuidad con lo anterior, la Iglesia dice: -La Encarnación es verificación de que la oferta de vida de Dios sigue abierta. Toda la creación está llamada a com-
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Tema de la quincena partir el destino de la humanidad en Jesucristo. Él es cabeza de toda la creación, todo tiene su consistencia y su futuro en Él. -La Resurrección vuelve a confirmar, ahora de manera definitiva, que por encima de toda la destrucción de la que somos capaces, Dios nos sigue ofreciendo la vida, un futuro de vida (5). -Pero esa oferta de vida que encuentra su plenitud en Jesucristo cuenta con la libertad del ser humano. Encarnación y Resurrección son inseparables de la Vida de Jesús, el Cristo, en quien se nos muestra y ofrece el camino de vida, el camino de nuestra humanidad en medio de la creación: en toda la vida de Jesús se nos invita a ser señores responsables de los dones de la naturaleza y de las obras de nuestras manos, a no absolutizar los bienes y a no idolatrar su posesión, a emplear una sabia austeridad y mesura en el uso de los bienes, a contemplar la naturaleza como obra buena de Dios, don suyo puesto en nuestras manos. Y esa actitud, en Jesús y en la vida que Él nos propone, se fundamenta en la viva conciencia de la dignidad del ser humano y de su lugar en el mundo. Jesús insiste constantemente en que el ser humano es lo más sagrado del mundo. Más aún, la justicia con el ser humano, especialmente la justicia con los empobrecidos, es la clave fundamental en la vida de Jesús por su experiencia de la paternidad de Dios, que quiere que sus hijos, los seres humanos, tengan vida. Sólo ese reconocimiento y respeto a la dignidad humana y esa solidaridad con los empobrecidos nos permiten construir la casa que Dios Padre quiere. Desde esta comprensión del lugar del ser humano en la creación y de su responsabilidad en ella, la Doctrina Social de la Iglesia considera que el problema ecológico es ante todo un problema antropológico, en el sentido de que en su raíz existe un grave error en la orientación de la vida del ser humano. En realidad el problema está en la pérdida del significado de la dignidad del ser humano y, por ello, en la debilidad de la conciencia de la responsabilidad en el respeto a los otros y a lo otro, a lo que no somos nosotros mismos. Desde esa concepción individualista, hemos ido deformando nuestro propio ser, profundizando en un camino de ruptura de la comunión entre las personas y entre las personas y la naturaleza. Por eso, el problema ecológico no se entiende bien si se contempla al margen de los problemas de la justicia y de la solidaridad interhumana, especialmente de la solidaridad con los empobrecidos (6). Hemos organizado la vida, personal y socialmente, de manera que fácilmente convertimos a los demás y a la naturaleza en instrumentos para el propio provecho. Y ese
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Creación «Es preocupante, junto con el problema del consumismo y estrechamente vinculado con él, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de la incesante destrucción del medio ambiente natural hay un error antropológico (…) El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de “crear” el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrollar siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dado por Dios, que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar». Juan Pablo II, «Centesimus annus», 37
Tema de la quincena cambio de rumbo. Que, además, urge. Porque hoy, dada la gran capacidad tecnológica que hemos alcanzado (y que en sí misma podría ofrecer grandes oportunidades de humanización para construir la casa habitable por todos), pero, sobre todo, la forma en que se está orientando para la mayor rentabilidad económica en favor de unos pocos, además del gran daño que está haciendo a las personas y a la naturaleza, puede acabar por hacer la vida muy difícil para las futuras generaciones, hasta el punto de llegar a destruirla.
Una ecología humana Consecuentemente con lo anterior, la Doctrina Social de la Iglesia propone un enfoque integral de lo ecológico como responsabilidad del ser humano sobre el conjunto de la creación, lo que podríamos denominar una ecología humana.
es, siempre, camino de destrucción de la vida. De hecho, se ha convertido en un sistema social que se rige por el interés y el provecho individual. Sistema que ha convertido la naturaleza, como el trabajo, en un objeto de explotación, en una mercancía, que se rige por la lógica de la mayor rentabilidad económica y del disfrute egoísta inmediato y que, por eso, genera desigualdad e injusticia, falta de cuidado de la vida en todas sus manifestaciones. Por eso, el reto consiste en recuperar y recomponer el sentido de la dignidad humana y, consecuentemente, el sentido y la responsabilidad del ser humano hacia los otros y hacia la naturaleza, nuestra responsabilidad en el cuidado de la vida. Y por ello, el reto también consiste en la construcción de relaciones y estructuras sociales que hagan posible ese cuidado de la vida. Necesitamos, pues, un
El papel del Estado «Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguarda no puede estar asegurada por los simples mecanismos del mercado». Juan Pablo II, «Centesimus annus», 40
Para la DSI, la «ecología ambiental» y la «ecología social» son inseparables. De hecho, cuando se separan se desvirtúan. Porque responden a lo que es la vocación del ser humano a crear un ambiente natural y social cuya clave sea el respeto a los otros y a la comunión para construir la casa de la familia humana (7). Más en concreto: el cuidado de la naturaleza está estrechamente vinculado a la forma de plantear el desarrollo humano y la orientación de la economía, al reconocimiento y promoción del principio del destino universal de los bienes, a la solidaridad con los empobrecidos de la tierra y a la lucha contra el empobrecimiento y por la justicia. Muy particularmente, respeto y cuidado de la naturaleza y lucha por la justicia son inseparables: no es posible hablar de ecología si no se establecen unas relaciones de justicia entre las personas y entre los pueblos (8). Porque lo que genera relaciones que destruyen la justicia y la naturaleza es lo mismo: la lógica del dominio y la explotación que se han impuesto en nuestro sistema de organización social. Por eso, la cuestión clave, estrechamente unida a la justicia, es el estilo de vida, pero entendido no sólo como algo que depende de las opciones personales sino también de la forma en que hemos orientado colectivamente nuestra vida y de lo que genera nuestro sistema social: «La sociedad actual no hallará una solución al problema ecológico si no revisa seriamente su estilo de vida. En muchas partes del mundo esta misma sociedad se inclina al hedonismo y al consumismo, pero es indiferente a los daños que éstos causan…, la gravedad de la situación ecológica demuestra cuán profunda es la crisis moral del hombre. Si falta el sentido del valor de la persona, aumenta el desinterés por los demás y por la tierra. La austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio de-
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Tema de la quincena ben conformar la vida de cada día a fin de que la mayoría no tenga que sufrir las consecuencias negativas de la negligencia de unos pocos. Hay, pues, una urgente necesidad de educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad con el ambiente» (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1-1-1990).
El cuidado de la naturaleza es una tarea política Según todo lo que hemos visto, el cuidado de la naturaleza, en el sentido que hemos descrito, es tarea política fundamental. Es principio básico de la vida y la acción política. Una sociedad, para organizarse en función del bien común debe tener como criterio fundamental en su funcionamiento el cuidado de la naturaleza y la promoción de la responsabilidad de todos en el respeto y humanización de la naturaleza, en la construcción del mundo como casa de la familia humana.
El papel de la Economía «La programación del desarrollo económico debe considerar atentamente la necesidad de respetar la integridad y los ritmos de la naturaleza (…) La solución al problema ecológico exige que la actividad económica respete mejor el medio ambiente, conciliando las exigencias del desarrollo económico con las de la protección ambiental» «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 470
«A los responsables de las empresas les corresponde ante la sociedad la responsabilidad económica y ecológica de sus opciones. Están obligados a considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias». «Catecismo de la Iglesia Católica», 2.432
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Esto implica una responsabilidad de las personas y las familias: todos y cada uno tenemos la ineludible responsabilidad de orientar nuestra vida, nuestros estilos de vida, de forma que respetemos la naturaleza como bien de todos. Todos y cada uno tenemos la responsabilidad de cooperar con los demás en esta tarea y de promoverla como tarea colectiva, contribuyendo a generar un ambiente social de cuidado del mundo. Implica, igualmente, una responsabilidad de todas las instituciones y organizaciones sociales: que cada una, desde su función particular, haga su aportación al cuidado de la naturaleza, promueva estilos de vida respetuosos y cuidadosos con el bien colectivo de la naturaleza, y promueva la conciencia ecológica entre quienes forman parte de esa organización o institución social y en el conjunto de la vida social. Y también, siendo esta responsabilidad de toda la comunidad política, implica una especial responsabilidad del Estado en favor del
Tema de la quincena Impedir la injusticia «También en el campo de la ecología la doctrina social invita a tener presente que los bienes de la tierra han sido creados por Dios para ser sabiamente usados por todos (…) Se trata fundamentalmente de impedir la injusticia de una acaparamiento de los recursos: la avidez, ya sea individual o colectiva, es contraria al orden de la creación. Los actuales problemas ecológicos, de carácter planetario, pueden ser afrontados eficazmente sólo gracias a una cooperación internacional capaz de garantizar una mayor coordinación en el unos de los recursos de la tierra». «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 481
bien común: el Estado, a todos sus niveles (local, nacional, en la relación internacional) tiene la responsabilidad de procurar que el conjunto de la vida social se organice desde el respeto y el cuidado de la naturaleza. Esto significa, principalmente y de forma especial, que el Estado tiene la responsabilidad de impedir que lo que es un bien colectivo se convierta y sea tratado (como está ocurriendo) como una oportunidad de negocio según la lógica del Mercado. El medio ambiente debe protegerse como un bien de todos (incluidas las futuras generaciones), defendiéndolo activamente de la lógica economicista de la rentabilidad y del lucro. Esta es tarea y responsabilidad básica del Estado. Por eso, es especial responsabilidad del Estado ordenar la vida económica de forma que se respete el principio del cuidado de la naturaleza y de la justicia para todas las personas y pueblos. Igualmente, el Estado debe apoyar y promover la responsabilidad de personas, familias e instituciones sociales en el cuidado de la naturaleza y promover en el conjunto de la sociedad una conciencia y estilos de vida que respeten este bien colectivo. ■ Notas (1) José Ignacio González Faus: «Mi tierra, te están cambiando», en Joan Carrera i Carrera y J. I. González Faus, «Horizonte Kyoto. El problema ecológico», Cuadernos Cristianismo y Justicia, nº 133, Barcelona 2006, p. 36. (2) Por ejemplo, Leonardo Boff lo plantea así: «Sólo una mentalidad ecológica que eduque al ser humano para convivir en un clima de ternura y afecto con todos los demás seres (…) en una inmensa comunidad terrenal y cósmica, podrá garantizar un futuro esperanzador para la vida
Estilo de vida «Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve a adoptar nuevos estilos de vida. Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. Es necesario abandonar la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfacer las necesidades primeras de todos» «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 486
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Tema de la quincena humana y para la propia Tierra (…) (se trata de que todos) ayuden a preservar la Tierra, a salvaguardar la Creación en un clima de justicia y de paz, a aliviar el dolor de los que sufren y a facilitar el cumplimiento de la misión del ser humano, que no es otra sino la de ser el ángel de la guarda de la Tierra y de todos sus habitantes». «La cuestión de vida o muerte que va a atormentarnos durante el siglo XXI probablemente será esta: ¿qué tipo de sociedad es preciso inventar en la que podamos caber todos, incluida la naturaleza?». «O modificamos nuestras pautas de comportamiento en relación con la naturaleza o vamos derechos al desastre» («Del iceberg al Arca de Noé», Sal Terrae, Santander 2003, pp. 71, 75 y 117). (3) J. I. González Faus («Mi tierra…») lo ha descrito con gran lucidez: «En mi opinión la gran dificultad del problema está en que vivimos en una cultura de la satisfacción inmediata y de pérdida de la memoria. Y la amenaza ecológica es una cuestión de plazos largos. Por otro lado, si no somos demasiado solidarios con los seres humanos de hoy, ¿cómo vamos a serlo con los de mañana?» (pp. 23-24). «Y esto nos permite temer también que no hay en el género humano de hoy voluntad para la salvación de la tierra, como tampoco la hay para la realización de la justicia y la eliminación de la miseria. En ambos casos no engañamos con dulces eslóganes: hablamos de “crear riqueza” para acabar con la pobreza y olvidamos lo que a la hora concreta de producir sabemos muy bien: que nuestro sistema económico sólo es capaz de crear riqueza concentrándola más en lugar de repartirla mejor. Del mismo modo, hemos lanzado el eslogan del “desarrollo sostenible”. Pero el desarrollo sostenible no tiene nada que ver con un crecimiento económico continuo aunque más lento: el llamado Producto Fotosintético Neutro del planeta marca los límites de toda la energía que puede dar la tierra; y nuestro crecimiento tiende a superarlo. Nosotros, sin embargo, nos empeñamos en ese eslogan del desarrollo sostenible para seguir creciendo sin cesar, olvidando que los países ricos hemos de decrecer porque si todo el mundo creciera hasta nuestros niveles, el planeta se iba a pique. Pero eso no nos importa. O mejor, seguimos presos de un sistema que hace que eso no pueda importarnos» (pp. 2627). (4) Juan Luis Ruiz de la Peña, «Teología de la creación», Sal Terrae, Santander 1986, p. 180. (5) Es muy importante subrayar, para no llevarnos a engaño, que esto, que es fundamental, no elimina en absoluto la responsabilidad del ser humano, más bien al contrario. Así lo expresa Xabier Pikaza («El desafío ecológico. Creación bíblica y bomba atómica», PPC, Madrid 2004, p. 146): «Seguimos abiertos a la Vida, a la Vida que el mismo Dios nos ha ofrecido de un modo generoso, pero sin imponerla, sin imponerse sobre nosotros. Por eso, el futuro de la vida –especialmente de la humana– sobre el mundo depende de lo que nosotros hagamos, de lo que seamos, pues el mismo Dios que es Vida ha dejado la vida en nuestra manos. Por eso, con la palabra audaz de un audaz teólogo católico (…) A. Geschè (…) podemos afirmar que el futuro de la vida no lo sabe ni el mismo Dios –en un sentido de imposición externa– , pues Él la ha confiado a la libertad de los hombres».
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(6) Esto es algo que se olvida con mucha frecuencia: «La mayoría abrumadora de los que mueren todos los años como consecuencia de la contaminación del aire y el agua, por la desertificación, por las inundaciones y las tormentas provocadas por el recalentamiento mundial de la atmósfera, son muy mayoritariamente los pobres de países nos industrializados… Los pobres son los que soportan el peso del daño ambiental» (Joaquín García Roca, «El mito de la seguridad», PPC, Madrid 2006, p. 12). Quien desee profundizar en este aspecto puede ver el trabajo de Francisco Fernández Buey, «Ecología política de la pobreza en la mundialización del capitalismo», en Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey, «Trabajar sin destruir. Trabajadores, sindicatos y ecología», HOAC, Madrid 1998, pp. 35-75. (7) Desde esta perspectiva integral de la ecología, algunos autores hablan de tres ecologías que no se pueden separar. Por ejemplo, Joaquín García Roca («El mito de la seguridad») lo plantea así: «El compromiso por la seguridad de la tierra se despliega en el cultivo de las tres ecologías: la ecología ambiental, la ecología social y la ecología cultural (…) Cuidado, solidaridad y reconocimiento son los tres generadores de la seguridad, en el interior de la fractura entre la tierra y los seres humanos (…) La seguridad ambiental se ocupa de preservar los recursos naturales del planeta (…) El valor esencial es el cuidado que se extiende al conjunto de la biosfera. La seguridad humana se realiza en el cuidado y el respeto a la naturaleza y al medio ambiente, mediante el acceso de todos a los bienes de la tierra para garantizar una vida digna. Nuestra seguridad exige un cambio en nuestro despilfarrador estilo de vida. La ecología social se preocupa por respetar la vida y la dignidad de cada ser humano (…) El valor esencial es la solidaridad, que se despliega en el dinamismo del dar y recibir, mediante el desarrollo sostenible como un modo de realizar eficazmente la justicia social no sólo con las generaciones presentes, sino con las generaciones futuras. La ecología cultural se preocupa por cultivar la generosidad, la participación de todos, las nuevas formas de sociabilidad, la escucha y el diálogo (…) El valor esencial es el reconocimiento, que se despliega en tolerancia y respeto a la diversidad, tanto de la naturaleza como de las culturas» (pp. 15-16). (8) Xabier Pikaza en «El desafío ecológico» analiza esta estrecha relación entre justicia y ecología, que es el tema fundamental de su libro: «La ecología –despliegue de la casa humana– sólo tiene sentido donde los hombres se respetan y acogen, siendo diferentes, sin odiarse ni destruirse mutuamente. Donde uno mata a otro no hay ecología posible, por más limpio que discurra el río, por más bello que se eleve el bosque» (p. 79). «Sólo allí donde los hombres se vuelven hermanos en concordia, donde varón y mujer sean iguales, en diálogo al servicio del amor y de la vida, se podrá hablar de ecología» (p. 84). «No podemos ser justos con el mundo si no lo somos con nosotros mismos (…) y si no lo somos de un modo especial, en las relaciones sociales» (p. 103). «Una tierra enteramente bella, pero que sólo algunos privilegiados pueden disfrutar a costa de los pobres, no es casa humana, no es lugar de ecología» (p. 104). «La preocupación ecológica forma parte de la solidaridad humana» (p. 105)