Tema de la quincena
Las migraciones y el derecho del emigrante Comisión Permanente de la HOAC
En un anterior número de «Noticias Obreras» (1480) ofrecíamos una reflexión desde la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) sobre la comunidad internacional y el derecho al desarrollo integral de los pueblos. Continuando con esa reflexión nos centramos ahora en un aspecto fundamental de la comunidad internacional, el fenómeno migratorio, también desde la perspectiva que nos ofrece la DSI. isto en su conjunto, la DSI valora el fenómeno migratorio como uno de los desafíos fundamentales de nuestra época, especialmente si tenemos en cuenta que, tal como se está produciendo, es una manifestación sangrante de la desigualdad, injusticia y empobrecimiento que abundan en nuestra comunidad internacional. Un síntoma de la que, hace más de cuarenta años, Pablo VI calificó de enfermedad social: «El mundo está enfermo. Su mal está en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» («Populorum progressio», 66). Enfermedad que se ha agravado en un mundo que, paradójicamente, cuenta hoy con muchos más recursos para luchar contra el empobrecimiento.
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Si lo miramos desde la perspectiva de los países receptores de emigrantes, no cabe duda de que nos encontramos ante un desafío fundamental, como señalaba Juan Pablo II: «Apenas hay una señal más eficaz para medir la verdadera estatura democrática de una nación moderna que el comportamien-
to que muestra para con los inmigrados» (Homilía en Guadalupe, n. 4, noviembre de 1982). Porque la Iglesia invita a mirar la emigración desde la perspectiva de la vocación del ser humano a la fraternidad universal y desde el valor central de la hospitalidad para la convivencia humana.
Emigrar es un derecho de las personas La Iglesia parte, en su consideración del fenómeno migratorio, de la convicción de que emigrar es un derecho fundamental e inalienable de las personas, vinculado a la afirmación práctica de la dignidad humana: toda persona tiene derecho a emigrar buscando condiciones de vida dignas para ella y su familia. Es más, este derecho se encuentra entre los derechos de las familias: el derecho a emigrar como familia para buscar mejores condiciones de vida («Familiaris consortio», 46), es un derecho a reconocer y respetar por la sociedad y el Estado.
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Tema de la quincena condiciones de acoger a todos los que quieren emigrar, hay que notar que el criterio para establecer la cantidad de emigrantes que pueden entrar en una país no debe basarse sólo en la defensa del propio bienestar, sin tener en cuenta las necesidades de quien se ve obligado dramáticamente a pedir hospitalidad» (Juan Pablo II, Mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante de 1992, n. 3). A veces se considera que esta postura es poco realista, pero «deberíamos preguntarnos si no se deberá quizá a que, al fin y al cabo, vemos el fenómeno migratorio desde una butaca cómoda, no desde las pateras» (1).
«El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres». (Juan XXIII, «Pacem in terris», 25)
La Iglesia fundamenta este derecho a emigrar en que toda persona tiene derecho a unas condiciones dignas de vida y, por tanto, en el hecho de que los empobrecidos tienen derecho a buscar esas condiciones dignas de vida. El derecho a emigrar es fundamentalmente un derecho de los empobrecidos. Como en todos los derechos fundamentales de las personas, el derecho a emigrar comporta el deber de las sociedades y los Estados de acoger a los emigrantes. Sin el reconocimiento de este deber-responsabilidad el reconocimiento efectivo del derecho a emigrar no existe. Esto no significa que no deban regularse los flujos migratorios. Es más, la DSI considera que es una necesidad y una responsabilidad de las autoridades públicas. Pero que es fundamental ejercer teniendo en cuenta el derecho del emigrante porque, de lo contrario, como ocurre con frecuencia, se estará negando un derecho humano fundamental: «Aunque los países desarrollados no siempre están en
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Ahora bien, la DSI plantea que el derecho a emigrar está estrechamente vinculado al derecho de toda persona a no verse forzada a emigrar. Toda persona y toda familia tiene el derecho a encontrar en su tierra unas condiciones dignas de vida que hagan que no sea necesario emigrar a otro lugar en busca de ellas. Los obispos españoles lo han expresado de la siguiente manera: «Poder emigrar para mejorar, es un derecho; tener que emigrar para vivir, es una injusticia» (Conferencia Episcopal Española, «Constructores de la Paz», n. 91). Este derecho a no verse obligado a emigrar comporta igualmente la responsabilidad de las sociedades y los Estados de crear las condiciones para que sea posible la vida digna de todos. Esto es fundamental para la DSI. Y es una tarea que compete a toda la comunidad internacional, con una muy especial responsabilidad de las sociedades ricas. El fenómeno migratorio es, ante todo, una llamada a un esfuerzo mucho más decidido por la cooperación por el desarrollo y para luchar contra la situación de injusticia estructural que padecen los empobrecidos. La Iglesia subraya que este derecho a emigrar sin verse forzado a hacerlo y los consecuentes deberes de acogida y construcción de la justicia, son el criterio fundamental que debe orientar todos los aspectos de las políticas migratorias.
La emigración como fenómeno humano. Sus causas, males y oportunidades Frecuentemente se habla de la emigración como un problema. Para la DSI este es un mal planteamiento que deforma la realidad. Es más ajustado a la realidad hablar de las migraciones como un fenómeno humano de gran importancia que, cuando se gestiona mal, genera problemas y que hoy es expresión del problema estructural del empobrecimiento, la injusticia y la desigualdad social y económica. Emigrar es un derecho, pero las actuales migraciones son expresión de un mal. Emigrar siempre supone pro-
Tema de la quincena blemas: el tener que abandonar la propia tierra, la pérdida de relaciones familiares, sociales, culturales…; tener que adaptarse a otra sociedad y otra cultura, muchas veces en situación de vulnerabilidad… La emigración suele provocar problemas de desarraigo social y cultural. Esto se ve agravado en el actual fenómeno migratorio, pues está muy vinculado al empobrecimiento de cientos de millones de seres humanos. Las causas fundamentales de las actuales migraciones son económicas, pues las personas empobrecidas no disponen de lo mínimo para una vida digna, ni siquiera muchas veces para sobrevivir. Además están las causas vinculadas a otras formas de violencia armada, las guerras y la persistencia de dictaduras que reprimen a los pueblos. Afrontar humanamente el fenómeno de las migraciones pasa por afrontar estas causas. La respuesta a la migración forzosa, que es un mal, está en la promoción del desarrollo integral de los pueblos.
«El fenómeno migratorio plantea un auténtico problema ético. La búsqueda de un nuevo orden económico internacional para lograr una distribución más equitativa de los bienes de la tierra, que contribuiría bastante a reducir y moderar los flujos de una parte numerosa de los pueblos en situación precaria. De ahí también la necesidad de un trabajo más incisivo para crear sistemas educativos… con vistas a una formación en la “dimensión mundial”, es decir, una nueva visión de la comunidad mundial concebida como una familia de pueblos a la que, finalmente, están destinados los bienes de la tierra, desde una perspectiva del bien común universal». (Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes, «Erga migrantes», 8)
El actual fenómeno migratorio es el mayor de toda la historia de la humanidad. Según datos de la ONU, actualmente existen más de 50 millones de refugiados y cerca de 200 millones de emigrantes. Y solemos tener una imagen deformada de esta realidad. Solemos creer que el problema es lo que, con unas u otras palabras, algunos califican como «invasión» de los países ricos por personas procedentes de los países empobrecidos. Pero la realidad es que sólo una pequeña parte de los emigrantes y desplazados acaban en los países ricos. La mayoría (se calcula que alrededor de un 80%) se mueve dentro de los países empobrecidos, no desde estos a los países ricos. Lo que sí es cierto es que ha aumentado significativamente la presencia de trabajadores emigrantes en los países ricos, lo cual ha hecho más visible el fenómeno. Como siempre, mientras una situación queda circunscrita a los países empobrecidos, para nosotros es como si no existiera, es «su» problema… Cuando se hace presente en los países ricos ya es problema de todos (2). A los males vinculados a las causas de la actual emigración, hay que añadir otros dos generadores de males. Por una parte, la extensión de muy malas condiciones de desplazamiento de una parte importante de los emigrantes, especialmente por las condiciones penosas y peligrosas en que se realizan a veces esos desplazamientos y por la extensión de una delincuencia organizada dedicada al tráfico de seres humanos. Este hecho está muy vinculado al otro problema: el predominio de políticas muy restrictivas de inmigración de los países ricos (3) y a las malas condiciones de acogida de los inmigrantes que suelen explotar su situación de debilidad y vulnerabilidad. Especialmente importante en ese sentido es el hecho de que, por lo general, los inmigrantes son trabajadores.
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Tema de la quincena Por eso, en la acogida e integración social de los emigrantes, y en general en las políticas de inmigración, son fundamentales las políticas laborales. Y en este terreno existen graves problemas vinculados al sometimiento del trabajo al mayor beneficio y rentabilidad económica. Normalmente, los inmigrantes son víctimas de las peores condiciones en el mundo del trabajo, más aún si son mujeres. Gran parte de las malas condiciones de acogida de los inmigrantes y de los problemas sociales que se generan en torno a la emigración, tienen su origen en el hecho de que más que como personas, que es lo que son, los inmigrantes son tratados como mano de obra y, además, como mano de obra barata que juega un papel estructural en determinados segmentos del sistema productivo, aquellos especialmente precarizados para obtener de ellos una mayor rentabilidad económica y presionar también a la baja el conjunto de las condiciones laborales. Para comprender lo que está ocurriendo es muy importante subrayar este carácter estructural y no coyuntural de los actuales movimientos migratorios: son un elemento esencial del funcionamiento del sistema productivo global que atropella a los trabajadores, a las personas: «Las migraciones se planifican con una racionalidad meramente económica, en función del crecimiento económico y de la realización rápida de beneficios. No se tienen en cuenta los costos humanos que pagan quienes se ven forzados a abandonar su entorno, su pueblo, su cultura y su familia; y menos aún se tiene en cuenta la necesidad de eliminar de la superficie del planeta las causas profundas, las injustas y crecientes desigualdades» (4). Frecuentemente los trabajadores emigrantes son el prototipo de lo que representa ser un trabajador precario, con bajos salarios, con peores condiciones de trabajo (en todos los aspectos: horarios, medidas de seguridad…), con contratos de corta duración y constantes cambios de empleo, con irregularidades en la contratación cuando no, simplemente, engrosando la economía sumergida. Los emigrantes constituyen una parte importante del sector más débil, vulnerable y empobrecido del mundo obrero. A todo esto contribuye en buena medida la situación de «ilegalidad» de muchos inmigrantes. Situación construida por una legislación de inmigración muy restrictiva y planteada casi exclusivamente desde las necesidades del mercado laboral de los países receptores de inmigrantes. Una legislación y unas medidas que se muestran, hace mucho tiempo, incapaces de regular los flujos migratorios con un mínimo de justicia y de sentido común, y sitúan a muchas personas en una posición de «ilegalidad», con todo lo que ello comporta. Se calcula que sólo en la Unión Europea esta política restrictiva sitúa cada año en condición de ilegalidad a 500.000 inmigrantes.
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Ahora bien, no obstante todos los aspectos negativos del fenómeno migratorio que denuncia, la DSI considera que también es muy importante reconocer y aprovechar sus oportunidades y aspectos positivos. En primer lugar, aunque esto no sea lo más importante, sus repercusiones positivas en la economía. Por una parte, para los países receptores de emigrantes. Lejos del aspecto sólo problemático con que muchas veces se presenta la creciente presencia de emigrantes en los países ricos, éstos han contribuido y contribuyen de forma importante al desarrollo económico y social de los países receptores. Por otra parte, para las sociedades de los países de procedencia de los emigrantes, el dinero que estos envían a sus familias representa una aportación fundamental para su subsistencia y posibilidades de vida. La ONU calcula que los emigrantes
«Hay que insistir en que los trabajadores extranjeros no pueden ser considerados como una mercancía o como una fuerza de trabajo, y que, por tanto, no deben ser tratados como un factor de producción cualquiera. Todo emigrante goza de derechos fundamentales inalienables que deben ser respetados en cualquier situación». («Erga migrantes», 5)
Tema de la quincena en el mundo suponen para sus sociedades de origen un aporte anual de 1,67 billones de euros, tres veces más de lo que representa toda la ayuda que llega a los países empobrecidos como ayuda al desarrollo. En segundo lugar, el fenómeno migratorio supone un gran intercambio humano, social y cultural de enorme importancia en el conjunto de nuestro mundo que, si supiéramos aprovechar, ofrece grandes oportunidades de enriquecimiento humano, social y cultural para toda la humanidad, especialmente para comprender mejor lo que significa la rica diversidad de nuestra humanidad. En tercer lugar, y sobre todo, representa una importante oportunidad para crecer en la globalización de la solidaridad y situarnos en disposición de afrontar una nueva eta-
pa de la humanidad más acorde con el horizonte de la fraternidad universal. Así lo ha expresado el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes en «Erga migrantes»: «Podemos considerar el actual fenómeno migratorio como un “signo de los tiempos” muy importante, un desafío a descubrir y retomar en la construcción de una humanidad renovada» (n. 14). «Estamos llamados a la cultura de la solidaridad… para llegar juntos a ser una auténtica comunidad de personas» (n. 9). Que aprovechemos o no estas oportunidades dependerá en buena medida de que seamos capaces de afrontar con decisión los males que representa la emigración tal como hoy se realiza, combatiendo sus causas. Pero dependerá especialmente de que modifiquemos sustancialmente la percepción que hoy predomina de la emigración y construyamos políticas migratorias más consecuentes con la dignidad humana.
La imagen de la emigración y el desafío de la hospitalidad La manera de situarse ante el fenómeno migratorio y ante los emigrantes y las políticas de inmigración, está muy marcada por la imagen que se tiene y se construye de la emigración. Y en este aspecto, que es decisivo, es fundamental la perspectiva desde la que se mira la realidad.
Para la Iglesia, el emigrante, independientemente de la situación legal, económica, laboral, en que se halle, es una persona con la misma dignidad y derechos fundamentales que los demás, es un hijo de Dios… El inmigrante no es “una fuerza de trabajo”(…) sino una persona. Con esto está dicho todo lo que a dignidad humana y derechos fundamentales se refiere». (Conferencia Episcopal Española, «La Iglesia en España y los Inmigrantes», 5)
Frente a la concepción de una ciudadanía universal, acorde con la consideración de la igual dignidad de todas las personas y de la común vocación a la fraternidad, que entiende que todas las personas, por el hecho de serlo, deben poder gozar de los mismos derechos y deberes, predomina la concepción de una ciudadanía «nacional», que tiende a establecer diferencias en el reconocimiento y ejercicio de los derechos y deberes de las personas. Este «nacionalismo» de la perspectiva deforma radicalmente la imagen de la inmigración. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, en España. La separación entre «nacionales» y «extranjeros» aflora constantemente, sobre todo en momentos electorales o de dificultades económicas, lo cual es síntoma de la utilización ideológica y partidista que no pocas veces se hace de la imagen fabricada de la inmigración. Porque en nuestra reciente historia de país receptor de inmigrantes hemos construido una muy determinada imagen o imágenes de la inmigración. La que
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Tema de la quincena predomina es una imagen muy marcada por tópicos y miedos, frecuentemente promovida por una propaganda que manipula descaradamente la realidad. Estamos bastante lejos de considerar de verdad el derecho a la movilidad de personas que toman la difícil decisión de dejar a su familia y su tierra, forzados por la necesidad, para poder tener un trabajo con el que vivir dignamente. La imagen de la inmigración que hemos ido construyendo está caracterizada por un conjunto de tópicos que dificultan afrontar las verdaderas necesidades sociales que plantea la emigración, pero que han calado mucho en la opinión pública. Tópicos que pasan, por ejemplo, por la indebida correlación entre emigración y delincuencia, o por los problemas generados en torno a las identidades culturales, o en el sistema de salud y en el educativo, etc., pero que, sobre todo: a) Presenta la imagen de la inmigración como una especie de invasión no deseada que demanda políticas restrictivas. A ello va unida la insistencia en la crítica a medidas políticas que se califican de «coladero» o favorecedoras del denominado «efecto llamada». b) Presenta la imagen de la inmigración que se mueve entre considerarla una «necesidad» (necesitamos determinado tipo de trabajadores inmigrantes que cubran vacíos en el mercado de trabajo, que colaboren a afrontar los efectos del envejecimiento de la población…) y un problema (muchos que vienen no responden a esa «necesidad» y crean problemas de competencia, sobre todo, cuando hay dificultades económicas). Esta ambigüedad da lugar a la demanda de políticas selectivas de inmigración, que se expresa popularmente con la frase «que vengan los que hagan falta».
En el trasfondo de esta imagen predominante existe el problema que representa la concepción de la inmigración casi exclusivamente como «mano de obra», utilizable en función de las necesidades del mercado y que debería desaparecer, hacerse invisible, cuando no es necesaria desde esta perspectiva. El problema es que los inmigrantes son personas antes que mano de obra y las personas no pueden ni «desaparecer» ni «hacerse invisibles» cuando no son funcionales al mercado. En este sentido, la DSI plantea la enorme importancia que tiene una labor educativa de la sociedad que permita construir una percepción de la inmigración mucho más ajustada a la realidad, porque, como dicen los obispos españoles, «A la luz del Evangelio…, la actual legislación, su aplicación y la frecuente instrumentalización del fenómeno de las migraciones como arma política, están muy lejos del ideal, y la Iglesia debe manifestarse siempre desde la consideración de la dignidad de toda persona y desde las exigencias del respeto a sus derechos fundamentales» («La Iglesia en España y los inmigrantes», n. 5). Para crecer en humanidad en relación al fenómeno migratorio, la DSI considera que es necesario modificar sustancialmente la perspectiva y poner en primer lugar el va-
c) Presenta la imagen de una «buena» y una «mala» inmigración. La «buena» es la que responde a «nuestras» necesidades, la «mala» la que no lo hace. Esta dicotomía se ve reforzada por la división que provoca una legislación restrictiva entre «legales» e «ilegales» (5).
«Lo más importante es que el hombre que trabaja fuera de su país natal, como emigrante o como trabajador temporal, no se encuentre en desventaja en el ámbito de los derechos concernientes al trabajo respecto de los demás trabajadores… La emigración por motivo de trabajo no puede convertirse de ninguna manera en ocasión de explotación económica o social… Con el trabajador inmigrante valen los mismos criterios que sirven para cualquier otro trabajador de aquella sociedad… Con mayor razón no puede ser explotada una situación de debilidad en que se encuentra el emigrado». (Juan Pablo II, «Laborem exercens», 23)
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Tema de la quincena lor de la hospitalidad para construir una convivencia humana más justa y solidaria. La hospitalidad no resuelve automáticamente los problemas, pero cambia la perspectiva para afrontarlos y permite hacerlo humanamente. Lo que más obstaculiza la concreción de políticas migratorias justas y la adecuada respuesta de la sociedad ante el fenómeno de las migraciones es la debilidad de la perspectiva de la hospitalidad. Porque «la hospitalidad guarda relación con las necesidades humanas mínimamente imprescindibles… Sin estos mínimos de carácter material nadie puede sobrevivir. Pero el mínimo material remite a un mínimo espiritual, más profundo, que tiene que ver con aquello que nos hace propiamente humanos, que es la capacidad de acoger incondicionalmente, de ser solidarios y cooperativos y capaces de comunión» (6). Existe un ideal, el de la hospitalidad incondicional, la acogida sin restricciones. Pero esta hospitalidad sin condiciones necesita ser concretada y hecha viable socialmente en la hospitalidad condicional, realista, que permite avanzar en lo concreto. La hospitalidad condicional es la que pueden establecer las políticas de inmigración, que deben tener en cuenta y articular el respeto efectivo del derecho a emigrar y las posibilidades reales de la sociedad de acogida. Pero lo fundamental y decisivo es que esta hospitalidad condicional esté orientada desde la clara voluntad de crecer en hospitalidad incondicional. Es decir, que la perspectiva sea siempre que los emigrantes son personas.
Derechos y deberes de los emigrantes La perspectiva de la hospitalidad se concreta en primer lugar en el reconocimiento efectivo de los derechos y deberes de los emigrantes. Estos derechos y deberes deben ser principio fundamental de las política migratorias, que deben buscar crear las mejores condiciones posibles en cada momento para que estos derechos y deberes sean efectivos. En este sentido, la DSI subraya tres cosas: 1.- Los emigrantes son personas antes que mano de obra y como tales deben ser reconocidos y tratados en toda circunstancia. El reconocimiento de su dignidad humana se hace efectivo en el reconocimiento y afirmación práctica de esos derechos y deberes fundamentales, que son los mismos que los de todas las personas. En lo que se refiere a los derechos fundamentales (y a los correspondientes deberes) no puede haber distinción entre «nacionales» y «extranjeros». Los emigrantes son sujetos de derechos y deberes porque son personas, no porque nadie se los conceda.
2.- Estos derechos y deberes fundamentales son inherentes a todo emigrante, con independencia de su origen, cultura, condición, situación económica, laboral o administrativa. En los derechos fundamentales no pueden existir diferencias ni discriminaciones en función de la situación legal de los emigrantes. Sea esta cual sea, los emigrantes son siempre sujetos de derechos y deberes. 3.- El derecho más radical y fundamental de los emigrantes es el derecho mismo a emigrar. Entre los derechos fundamentales de los emigrantes, la DSI señala los siguientes: a.- El derecho a recibir un trato de igualdad con los autóctonos el país donde llega el emigrante. b.- El derecho a un trabajo digno, a un salario justo y suficiente para una vida digna, a no padecer discriminación en las condiciones laborales. c.- El derecho a la reagrupación familiar, concreción del derecho a emigrar como familia. d.- El derecho a una vivienda digna. e.- El derecho a los servicios necesarios de salud y educación. f.- El derecho a conservar y cultivar la propia identidad cultural.
Ante un fenómeno migratorio tan generalizado y con aspectos profundamente distintos respecto al pasado, de poco servirían políticas limitadas únicamente al ámbito nacional. Ningún país puede pensar hoy en solucionar por sí solo los problemas migratorios. Más ineficaz aún resultan las políticas meramente restrictivas que, a su vez, producirían efectos todavía más negativos, con el peligro de aumentar las entradas ilegales e incluso favorecer la actividad de organizaciones criminales». («Erga migrantes», 7)
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Tema de la quincena g.- El derecho a la participación en la vida social del país de acogida. Pero el reconocimiento de los emigrantes como personas no puede limitarse a crear las condiciones adecuadas para hacer efectivos sus derechos fundamentales. Por ser personas, los emigrantes son también sujetos de deberes, expresión de su responsabilidad hacia los demás y hacia la vida social. Por eso, como con todas las personas, debe posibilitarse y promoverse el ejercicio de los deberes de los emigrantes, entre los que la DSI destaca: el deber de colaborar a la construcción del bien común de la sociedad, el deber de trabajar, el deber de cumplir las leyes, el deber de integrarse en la vida social y de asumir la propia responsabilidad en la convivencia social, el deber de respetar la identidad cultural de la sociedad de acogida…■
(3) Sobre esto puede verse Esteban Tabares, «Inmigrantes en la UE. Realidades y retos», en «Noticias Obreras», n. 1.4361.439, 16 de julio al 15 de septiembre de 2007, pp. 29-41. Por lo que se refiere al drama que provocan en los desplazamientos las políticas restrictivas de inmigración y el tráfico ilegal de personas, para el caso español son muy ilustrativos los Informes de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. Puede verse en «Noticias Obreras» (n. 1.459, 1-15 de julio de 2008, pp. 1926), el artículo «Flujos migratorios y violación de derechos humanos en la frontera sur de España». Que sepamos, porque seguramente hay muchas muertes de las que no llegamos a saber nada, de 1998 a 2007, 11.756 emigrantes han perdido la vida en las fronteras exteriores de la Unión Europea en su intento de llegar a Europa. (4) Antonio Martínez, «Las migraciones: un signo de los tiempos.
Notas (1) Luis González-Carvajal Santabárbara, «En defensa de los humillados y ofendidos. Los derechos humanos ante la fe cristiana», Sal Terrae, Santander 2005, p. 247. En verdad, lo que constituye una triste falta de realismo es no querer reconocer la realidad cegados por una visión profundamente egoísta de lo que ocurre en nuestro mundo: «Las grandes corrientes migratorias de masas que llaman a las puertas del bienestar, son síntomas de la infelicidad; ninguna ley, por severa que sea, y ningún control, por exigente que sea, podrá defender las fortalezas del bienestar. Si entre los países del Norte y los del Sur no se establecen relaciones de justicia, no podrá haber ni felicidad ni paz duradera. La alternativa a la pobreza (…) es la justicia y la comunión, que son el otro nombre de la felicidad» (Joaquín García Roca, «El mito de la seguridad», PPC, Madrid 2006, pp. 42-43). (2) Es mucho más ajustada a la realidad la situación de los emigrantes que describe la Comisión Pontificia para la Pastoral de los Emigrantes, en su Instrucción «Erga migrantes caritas Christi» («La caridad de Cristo hacia los emigrantes»), de 3 de marzo de 2004, que no la imagen de los pobres que «invaden» el bienestar de los países ricos: «Las migraciones actuales constituyen el movimiento más amplio de personas, si no de pueblos, de todos los tiempos. Nos permiten el encuentro con hombres y mujeres, hermanos y hermanas nuestros que, por motivos económicos, culturales, políticos o religiosos, abandonan o se ven obligados a abandonar sus propias casas, para acabar, en su mayoría, en campos de prófugos, en megalópolis sin alma, en favelas de los arrabales, donde el inmigrante comparte con frecuencia la marginación con el obrero desocupado, el joven desarraigado y la mujer abandonada. Por eso el inmigrante siempre está a la espera de “gestos” que le ayuden a sentirse acogido, reconocido y valorado como persona» (n. 96).
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Jalones para una pastoral inmigrante», Estella 1995, pp. 21-22. (5) Sobre los problemas que plantea esta imagen construida de la inmigración, es muy interesante la reflexión del Servicio Jesuita a Migrantes, «Inmigrantes: invasores o ciudadanos? Tópicos y realidades sobre la inmigración», Cuadernos Cristianisme i Justicia, n. 152, Barcelona, febrero de 2008. De forma breve y profunda se presentan en este Cuaderno los tópicos más frecuentes sobre la inmigración y las realidades que es necesario afrontar socialmente. (6) Leonardo Boff, «Virtudes para otro mundo posible. I. Hospitalidad: derecho y deber de todos», Sal Terrae, Santander 2006, p. 81. Este libro es una excelente reflexión sobre la hospitalidad.