Cuaderno 1 Rovirosa

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ISBN 978-84-92787-03-6

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La Comunión Síntesis del cristianismo Respuesta al anhelo humano más profundo

Cuadernos

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Se realiza en La Comunión de Bienes: la pobreza alegre del compartir La Comunión de Vida: la humildad sencilla del recibir La Comunión de Acción: el sacrificio fecundo del renunciar

Sólo es posible Cuando el AMOR anda por medio

EDICIONES HOAC

Alfonso XI, 4-4º. 28014 MADRID Teléfono: 91 701 40 83. Fax: 91 522 74 03 e-mail: hoac@hoac.es www.hoac.es

La vivencia de la triple comunión


Comisi贸n Permanente

La vivencia de la triple comuni贸n Seg煤n Guillermo Rovirosa 8580 Interior.indd 1

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Edita: Comisión Permanente de la HOAC.

© Ediciones HOAC. Alfonso XI, 4, 4.º 28014 Madrid Tel.: 91 701 40 83 www.hoac.es

Depósito legal. M-XXXXX-XX ISBN: 978-84-92787-03-6

Preimpresión e impresión: Gráficas Arias Montano, S. A. Puerto Neveros, 9. 28935 Móstoles Tel.: 91 616 56 00

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Presentación Con este título iniciamos una nueva colección de Cuadernos que tiene como objetivo principal el dar a conocer, de manera sencilla y cercana, la vida y escritos de Guillermo Rovirosa. Estamos convencidos de que su pensamiento y testimonio puede proyectar luz y sentido a las vidas de quienes hoy desean situarse en la sociedad y la Iglesia de manera responsable. Merece la pena, por tanto, hacer un esfuerzo por presentar sus textos y ponerlos al alcance del mayor número de personas. Los lectores juzgaréis si hemos elegido el camino adecuado. Guillermo Rovirosa nace el año 1897 en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Terminado el bachillerato, inicia los estudios de Ingeniería Industrial. Abandona la Iglesia, no conforme con una fe que no responde a su ansia de conocer la verdad. Tras buscarla en otras religiones y corrientes filosóficas de su tiempo, concluye que sólo la ciencia ofrece certeza de la verdad que podemos conocer. En 1922 se casa con Catalina Canals y trabaja en Barcelona. Más tarde se trasladan a París. Allí escucha casualmente unas palabras al Cardenal Verdier y cae en la cuenta de que está negando lo que no conoce: en realidad no conoce a Jesucristo. Inicia entonces una aproximación a la persona de Jesús y a su mensaje que culmina, un año después, con su conversión a la fe cristiana en El Escorial en la Navidad de 1933. Esta conversión marca su vida definitivamente. Él y su esposa se entregan por completo a Dios, disponibles para lo que quiera de ellos. Se queda a trabajar en Madrid y empieza a formarse en la Doctrina Social de la Iglesia. Durante la Guerra Civil, cada día se celebra 3

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clandestinamente la misa en su casa. Sus compañeros trabajadores le eligen presidente del comité obrero de su empresa, por lo que en 1939 es condenado a seis años de prisión, de los que cumple uno. Esta experiencia le hace sentirse más de cerca la realidad del mundo obrero y a percibir la sintonía entre sus ansias de justicia y las propuestas del Evangelio. En 1940 se incorpora a la Acción Católica y comienza a actuar apostólicamente con los trabajadores. En 1946 los obispos españoles, a instancias de Pío XII, deciden la creación de una especialización obrera dentro de la Acción Católica. Y le encargan esta tarea a Guillermo Rovirosa, que ve en este encargo la misión que Dios le tenía reservada. Coherente con la ofrenda de su vida hecha al convertirse, de acuerdo con su esposa, renuncia a todo y se dedica por entero a hacer realidad la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Convencido de que los obreros son los que evangelizarán el mundo del trabajo, recorre toda España promoviendo grupos de apóstoles obreros. Apasionado seguidor de Jesucristo, lo presenta como aquel que responde a los anhelos de justicia y hermandad que laten en el mundo obrero y muestra cómo en el evangelio, llevado a la vida, está la clave de la solución de los problemas sociales. Después de once años de intenso trabajo, a consecuencia de denuncias falsas y presiones sobre la Jerarquía, es apartado de la dirección de la HOAC. Unas semanas más tarde, en un accidente al bajarse del tranvía, pierde un pie. A partir de entonces, Guillermo Rovirosa pasa largas temporadas en Montserrat, donde hace algunos trabajos, reza y escribe una serie de obras que manifiestan la grandeza de su fe y su pasión por un mundo que llegue a vivir en comunión. Muere en Madrid el 27 de febrero de 1964.

Sus escritos están publicados en Ediciones HOAC: GUILLERMO ROVIROSA, Obras Completas (seis volúmenes).

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Este primer número de «Cuadernos Rovirosa» ha nacido con la intención de ayudar a militantes cristianos a profundizar y orar experiencias concretas de comunión de vida, de comunión de bienes y de comunión de acción. Su contenido fue expuesto en las Jornadas de Oración de los Cursos de Verano 2004, organizados por la HOAC en Salamanca. Mantenemos su lenguaje coloquial y también unas sugerencias para orar. Al final se ofrecen unos cuantos textos de Guillermo Rovirosa con el fin de que el lector no solamente pueda conocer un poco más la personalidad humana, cristiana y militante de Rovirosa, sino que pueda entrar en contacto directo con sus mismas palabras. Os deseamos que las palabras y el testimonio de Guillermo Rovirosa os comuniquen aliento en vuestro camino de vivir y construir comunión y podáis compartirlo con otras personas. LA COMISIÓN PERMANENTE

Estas experiencias concretas de comunión las puedes encontrar en Cuadernos HOAC, Orar desde la vida, pp.9-32. Ediciones HOAC, 2007.

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Introducción Guillermo Rovirosa escribe el año 1959, cuando tiene 62 años de edad, un libro: «El primer traidor cristiano, Judas el de Keriot, el apóstol». En el capitulo V, que titula «Judas y yo», se encuentran estas palabras: «Yo aceptaba de Jesús sus milagros, centrados en los Sacramentos, la Gracia y la Vida Eterna, pero dejaba de lado su concepción vital, centrada en el Amor en sus tres dimensiones de pobreza, humildad y sacrificio; y me quedaba con la concepción vital de Israel, basada en cumplir externamente lo que está mandado, y en la concepción vital humanista, basada en la recta razón. Jesús me dejó como un sol radiante, un solo Mandamiento, el suyo, el Nuevo; pero yo me examinaba a la luz de los diez candiles de aceite de la Ley judaica. Como Judas. Para implantar vitalmente el Reino de Dios, Jesús nos dejó criterios abundantes, que se resumen en las ocho Bienaventuranzas, y yo estaba seguro (como Judas) de que para implantar el “Reino de los Buenos” es indispensable el dinero, el poder, la “fachada”, la “propaganda”, la coacción, el ir bien lustrosos y con la bolsa llena, la política, la apologética bien explicada… El caso era que “los buenos”, con la ayuda de Dios, nos hiciéramos amos de la situación. Esto, esto sería el Reino de Dios, y todo lo demás vendría necesariamente como añadidura. ¿No es clarísimo esto? Yo lo veía tan claro, al menos, como Judas. Todo esto se puede defender con los mejores argumentos del Derecho Natural y de la recta razón, y con

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palabras inspiradas por el Espíritu Santo en el Viejo Testamento. La “pequeña dificultad” está en que Jesús no quiere implantar así su Reino; y que el Calvario anda por medio. Esta era la realidad terrible: que yo no seguía a Jesús, sino que pretendía que Jesús me siguiera a mí, ya que yo veía las cosas tan claras que no me era posible la más ligera duda. Como Judas; sí, como Judas. Tiempo atrás me impresionó una frase (que ha hecho carrera) de Bernanos, que dice: Todo es Gracia. Pero al cabo de cierto tiempo y buscando una síntesis del cristianismo, la cambié por esta otra: Todo es Comunión» .

GUILLERMO ROVIROSA, Obras Completas, Tomo I, pp. 552-553.

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I. Experiencias (o principios) fundamentales

Primero es vivir. Luego viene la reflexión sobre la vida. Rovirosa no es un teórico, en él prima la experiencia; científico como es, está acostumbrado a buscar soluciones concretas a los problemas que se encuentra en su trabajo; su gran capacidad intelectual le permitirá avanzar más allá de lo inmediato y, analizando la realidad, comprenderla a fondo y manejarla correctamente. Lo mismo sucede en el terreno de la vida cristiana. La fe es una experiencia de encuentro. Rovirosa la ha vivido como un encuentro con Jesucristo que le ha marcado definitivamente. La conclusión a la que llega en su reflexión creyente –»todo es comunión»- se ha ido gestando en la vivencia cristiana del misterio de Dios manifestado en Jesús, que le ha deslumbrado. Por eso, queriendo abordar su propuesta de comunión de bienes, de vida y de acción, es bueno comenzar presentando algunas experiencias que él hace suyas (pueden también considerarse como «principios», porque de ellos derivan actitudes y opciones que definen una vida como cristiana) y ver cómo en ellas se fundamenta con toda coherencia su planteamiento sobre la triple comunión. 9

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1. El amor de Dios. a) El amor de Dios manifestado en Jesús. Conocerlo fue para Rovirosa la experiencia clave de su vida. Tenía 36 años. Los primeros 18, él es quien lo cuenta, vividos en familia cristiana tradicional y en colegio religioso, sólo percibió los «alrededores» y no el núcleo del Evangelio. Los segundos 18, desprendido de unas formas religiosas que no le convencían, vivirá su ateísmo entre el sabor de la libertad y la búsqueda de sentido a una vida que va creciendo en responsabilidad. ¿Qué es lo que le impresiona cuando, tocado por la gracia de Dios, se plantea seriamente una aproximación a Jesucristo? -su entrega en humildad y servicio… «a ver si Rovirosa cree que podía amarle más de lo que le he amado, todo lo he dado por él...»

Él había rechazado a un Dios encumbrado en su poder, juez en la distancia, exigente con los débiles... Tampoco le habían convencido las religiones que después le atrajeron (espiritismo, hinduismo, teosofía...), ofrecían una luz y sabiduría que su inteligencia y su bagaje científico no podían tomar en serio. Pero en el Evangelio descubre ahora algo distinto: un Dios que se hace pequeño, camina a nuestro lado, se pone a nuestros pies y, sin pedirnos nada, se pone a servirnos... - … con respeto a la libertad… «si quieres...», así a los discípulos, así al joven rico, así a todos... «cuando se le responde: ¡claro que quiero! pero no puedo..., Él podría decirnos:

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no te pregunto si puedes, sino si quieres. Si me quieres ya te daré yo el poder».

Rovirosa es particularmente sensible a la libertad. Desde niño aprendió a vivir en la verdad, y la verdad hace a las personas libres. Él mismo cuenta cómo su padre le inculcó el respeto a la verdad y ésa fue su mejor herencia. Le impresiona cómo Jesús invita, insinúa, ofrece... Es que la amistad no se impone. Y aquí se trata de esto: un amor ofrecido que sólo libremente puede ser acogido y libremente correspondido. Por eso, cuando Rovirosa responde, su respuesta será ofrecer su libertad. - … hasta el límite de la cruz «Jesús no quiere implantar así (con el poder...) su Reino y el Calvario anda por medio»

Suena a locura. Precisamente el hecho del sufrimiento del inocente había empujado a Rovirosa al abandono de la fe. Le tocaba muy de cerca: su madre, mujer buena y creyente, poco después de nacer él había quedado paralítica, imposibilitada para coger y abrazar a su hijo, y así durante 18 años. No era justo, ella no lo merecía, y el que lo llevara con paciencia y siguiera confiando en Dios le hacía ver a él el silencio de Dios como mucho más grave e hiriente. Un Dios así no le interesaba. Y ahora se le presentaba en Jesús un Dios que asumía él mismo esa situación. Lo que antes había sido ocasión de crisis ahora aparece como una luz esplendorosa que todo lo ilumina. Es la manifestación del amor más grande: entregado para servir, acepta ser rechazado y sigue ofreciendo amor. Realmente un Dios así no lo ha inventado el hombre, no hay cerebro humano al que se le ocurra una religión semejante. Aquí hay verdad. Y lo grande es que desde aquí se iluminan y aclaran tantas situaciones humanas que aparecían sin futuro. Todo encuentra un nuevo sentido. 11

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b) El amor requiere comunicación, tiende a la comunión. La experiencia del encuentro con Dios, honda y fuerte tras las mil experiencias previas de su vida, hace de Rovirosa un «entusiasta», un hombre lleno de Dios. La iluminación que caracteriza a la fe le lleva a ver la realidad con ojos nuevos y a descubrir en ella una profundidad y una coherencia sorprendentes y su sentido último. Ahondando en el misterio de Dios, que se le presenta como Amor, percibe con evidencia que el amor necesariamente requiere comunicarse: sólo existe amor cuando alguien ama y alguien es amado. Es coherente, entonces, que la propia realidad divina sea «comunión», relación amorosa sin fisuras. Dios es comunión trinitaria, en expresión certera y llena de consecuencias. En la Trinidad, principio y fundamento de toda comunión, • el Padre todo lo comparte, origen y fuente de amor que desborda y llena. En él ve Rovirosa la virtud de la pobreza, que consiste en la capacidad de compartir lo que se tiene. • el Hijo todo lo recibe, no es sino lo que el Padre quiere, no tiene sino lo que el Padre le da. En él descubre Rovirosa la virtud de la humildad, que consiste en la capacidad de recibir. • el Espíritu Santo no es sino lo que el Padre y el Hijo se quieren. Ahí está la virtud del sacrificio, que consiste en la capacidad de renunciar a la propia voluntad por amor. A la luz de esta comprensión de Dios se percibe que la persona humana, hecha a su imagen, sólo se realiza en la comunión, y que la humanidad entera está llamada a vivir en comunión. De ahí la urgencia de crear realidades de comunión y de verificar la autenticidad de nuestra fe con obras que construyan comunión. Rovirosa ve con claridad que la comunión trinitaria es el fundamento y referente de la comunión entre las personas y va a promoverla con todo su 12

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empeño en los términos que nos son familiares: comunión de bienes, comunión de vida y comunión de acción. Es genial la intuición que le lleva a descubrir estas tres dimensiones en el amor: pobreza, humildad y sacrificio, referirlas justamente al Padre, al Hijo y al Espíritu y ponerlas como fuerza dinamizadora de la comunión de bienes, de vida y de acción.

2. La fuerza de los débiles. El conocimiento de Jesús y el seguimiento, que siempre van unidos, llevan a Rovirosa a un descubrimiento sorprendente que su experiencia confirmará ampliamente: la fuerza de los débiles. Empieza llamándole la atención el estilo de vida de Jesús: su nacimiento en pobreza, su juventud de trabajador sin relieve, su vida pública en precariedad constante, sus relaciones y sus amigos, los medios que usa, su muerte en abandono... y en todo ello «una delicadeza, una mansedumbre, un amor, una bondad y una rectitud que robaban el corazón...» ¿Hay ahí fuerza? ¡Y bien que la hay! Tanta como para que pueda decir con verdad «Yo he vencido al mundo». Para entender esto y vivirlo es necesario «nacer de nuevo».

a) La vida nueva a partir del bautismo (hay una «muerte» por medio) Como buen converso, Rovirosa valora el Bautismo como sacramento fundamental. Su conversión a Cristo marca un antes y un después en su vida. No ha podido sellarlo con el Bautismo porque ya había sido bautizado en su infancia. Pero la fuerza de ese Bautismo está ahí y él toma conciencia clara de lo que supone y trata de vivirlo con coherencia. Lo entiende como un trato: Dios da su gracia y nosotros asumimos unas condiciones. 13

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Por parte de Dios su aportación es grandiosa: la vida nueva de hijos suyos, con todo el dinamismo que encierra. Notemos que ha habido y hay una muerte por medio: la de Jesús en la cruz, culminada en la resurrección, y la nuestra a la vida vieja de esclavos. Por nuestra parte, asumimos estas condiciones: • negarse a sí mismo: no se trata de masoquismo ni de atentar contra la autoestima, sino de negar las negatividades, lo que en nosotros no es digno, lo que nos destroza, el empeño de ser el centro... • tomar la cruz: asumir el peso de la realidad, cargar con las consecuencias de amar, conscientes de que la cruz dolorosa la llevó Cristo y la nuestra ya es la cruz gloriosa. • seguir a Jesús: se trata de ser seguidores, no «colaboradores» (Rovirosa está pensando en Judas, que se empeñó en «colaborar» por su cuenta). Él ya ha vencido, la salvación ya está hecha y el Evangelio del Reino invita a acogerla. Entender esto, tan sencillo y grandioso, no es dado a todos, sólo a los pequeños y humildes. Los «listos» lo ignoran y los «fuertes» lo desprecian. Supone vivir en otra clave y con otra luz: la luz del Espíritu. Pero cuando se tiene esta iluminación y se hace vida (estamos hablando de «vida nueva») la experiencia confirma que ése es el camino que humaniza, que la verdad que presenta es más razonable y sabia que la lógica del interés imperante, y que el vigor y el dinamismo que entraña es más fuerte que los poderes que dominan el mundo.

b) La vida nueva es vida de comunión • Los convertidos bautizados ponen sus bienes en común. Han entendido el relato evangélico de la viuda pobre que dando lo poco que tiene entrega más que nadie, o el del frasco de perfume costoso derramado... porque el amor no entiende de cálculos.

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En la comunión, en este caso de bienes, está la fuerza de los débiles. • Estos bautizados conscientes, viviendo en comunión, son signo de que otra humanidad es posible. La humanidad nueva ya es una realidad, donde el entendimiento y el amor entre las personas prevalece. Jesús está en medio de ellos, reunidos en su nombre. Por eso en la comunión de vida está la fuerza de los débiles. • El amor servicial de Cristo nos ha «robado el corazón» y le seguimos; lo mismo le ha pasado a nuestros hermanos y hermanas. ¿No percibimos que el amor es una fuerza irresistible? Aquí está la clave que hace posible la recuperación de las personas: somos vulnerables al amor. El poder no tiene fuerza para convencer; los razonamientos, muchas veces tampoco; sólo el amor experimentado sí convence y nos transforma. Aquí está, en la comunión amorosa de acción, la fuerza de los débiles.

3. Dios en el centro. Seguimos asomándonos a la experiencia vivida por Rovirosa y percibiendo en ella cómo la aceptación creyente de Jesucristo llena de sentido la relación con las personas, incluso con la naturaleza, y hace posible la comunión.

a) Mi «yo» no es el centro del mundo; ese puesto ya está ocupado. ¿Mi yo al centro?, ¿tu yo al centro?, ¿y el yo del otro también? ¡Sólo si Dios es el centro es posible la comunión! Yo no soy el eje de mi propia vida, y mucho menos del universo, y cuando pretendo serlo todo está desquiciado y los demás y hasta la propia naturaleza se me muestran hostiles. En cuanto cedo ese puesto a Cristo, la armonía es posible. 15

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El descubrimiento de Jesucristo («el yo de Cristo es, para mí, muchísimo más importante que mi propio yo») y su seguimiento («mi primer gesto, para ser cristiano, es abandonar radicalmente mi puesto de centro del universo, para colocar en él al único que puede y debe ocuparlo: el Señor Jesús») abren a Rovirosa el camino de la comunión.

b) De la lucha por la existencia a la colaboración por la existencia. La historia de la humanidad es la historia de una lucha constante por sobrevivir en la que siempre ha predominado la ley del más fuerte. En ese proceso se ha llegado a ciertas formas de unión, pero en general para defenderse de otros o para atacar a otros; y la unión por interés dura mientras es rentable, el aliado de un día pasa a ser enemigo en cuanto hay otro interés en conflicto. ¿Será posible pasar de la lucha por la existencia a la colaboración por la existencia? Parece lo lógico, hay intentos, pero la realidad está ahí, tercamente anclada en un primario egoísmo, con las consecuencias trágicas que conocemos. Rovirosa ve la respuesta en la aportación totalmente novedosa del Evangelio: frente a la ley natural, incluidos los «diez candiles de aceite de la ley judaica «, «Jesús me dejó, como un sol radiante, un solo Mandamiento, el suyo, el Nuevo». Ese «amaos como Yo os he amado» rompe esquemas y supera expectativas. «Como el Padre me amó, así os he amado Yo»: ahí está la clave, un amor que procede de Dios comunión va a construir comunión.

c) Buscar el «Reino de Dios» o buscar las añadiduras. Rovirosa se quejaba de que en su infancia y en su juventud sólo le presentaron las «añadiduras» y no conoció la propuesta evangélica del Reino. Y comprobó que eso mismo le sucedió a muchísima gente que abandonaba la Iglesia o se limitaba a vivir un cristianismo rutinario y sin garra. 16

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Al encontrar a Jesucristo y seguirle descubre un tesoro que no sospechaba: «su concepción vital, centrada en el Amor en sus tres dimensiones de pobreza, humildad y sacrificio», expresión del Reino que llega y que Él mismo invita a acoger y a facilitar su arraigo: «para implantar vitalmente el Reino de Dios, Jesús nos dejó criterios abundantes, que se resumen en las ocho Bienaventuranzas». Por momentos le parece a Rovirosa que el cristianismo «de Cristo» está por estrenar. Ciertamente está seguro de que a muchas personas, aun viviendo en países de tradición cristiana, no se les ha presentado. Aquí, en este «ante todo buscad el Reino de Dios, lo demás se os dará por añadidura» ve Rovirosa la promesa de la comunión ofrecida y ya real.

d) Reconocer en el hermano a Jesús lleva a situarlo en el centro. Es la pieza que faltaba para que «el maravilloso circuito del Amor» se cierre y su fecunda «corriente» una a la humanidad con Dios. Es Rovirosa, el técnico electricista, el que lo expresa tan certeramente. ¿Cómo podemos corresponder al amor de Jesús, entregado en servicio a nosotros? Sirviéndolo a Él por amor. ¿Pero Él puede ser servido, siendo que no necesita nada? Sí, en cualquier persona que me encuentro: «A mí me lo hicisteis». Dios en el centro, de acuerdo. Pero concretemos, para no idealizar e imaginarnos falsamente que ya lo consideramos así. Jesús tiene un nombre y un rostro: es el hermano que te has encontrado. Es a él a quien hay que situar en el centro de tu atención y de tu cuidado, y de la atención y cuidado de la sociedad. Y lo mismo al otro, y al otro y al de más allá. Rovirosa ve con claridad la originalidad y grandeza y también la fecundidad de este planteamiento. Renunciar a privilegiar el propio yo, ceder el puesto central al Señor Jesús, que es a quien corresponde, y ver con admiración y sorpresa que Él pone junto a sí a aquel pequeño y a aquel otro maltratado y a aquel... y así a todos. De esta forma la respuesta amorosa a Jesús está construyendo comunión. 17

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II. La triple comunión La vivencia de la «vida nueva» bautismal ha producido frutos en el orden individual, personas que han vivido la vida cristiana a tope: son los santos, que en cada época de la historia han respondido sin reservas al amor que Dios les regalaba. Pero en el orden social estamos todavía «al principio de los balbuceos»; cabría esperar una comunidad eclesial que hiciera realidad lo que ese nombre significa, pero ¿dónde está esa comunidad o esas comunidades de bautizados que hagan visible y convincente el mensaje de Jesús? El Bautismo es el origen y fundamento de la comunidad cristiana. El «ser de Cristo» nos lleva a tender a «ser Cristo», siendo pobres, humildes y sacrificados. Las comunidades religiosas aparecen como una necesidad ante la inexistencia de comunidades cristianas. Pero el deseo de vivir en radicalidad el «trato» bautismal no tendría que ser la excepción de algunos, sino el planteamiento de todos. ¿Cuál sería la «regla» de la comunidad cristiana? Una muy simple: el Mandamiento Nuevo, el del Amor –»como Yo os he amado»- que hace personas libres y que –en sus tres dimensiones: pobreza, humildad y sacrificio- tiende necesariamente a la comunión.

1. La comunión de bienes. En la comunión de bienes Rovirosa considera que el referente es el Padre porque: • lo comparte todo con el Hijo, • crea con espíritu de pobreza, siendo espléndido en sus dones, • nos ha dado incluso a su Hijo, no se ha reservado nada. 18

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En la base está la virtud de la pobreza. La pobreza es la capacidad de compartir. He aquí el sentido positivo y dinámico de esta virtud. Rovirosa habla más de compartir que de dar, le parece una expresión más certera y significativa: compartir bienes materiales, culturales, espirituales... Nadie queda privado y todos quedan servidos. ¡Si el Señor nos ha enriquecido sobreabundantemente! Así pues, la pobreza no es no tener lo necesario (eso no es virtud deseable ni, generalmente, el amor anda por medio), sino no dominar: no explotar, no abusar, no destruir, no frustrar (como cuando se acumulan bienes inútilmente)... Es decir, dar a los bienes el sentido para el que han sido creados: el bien de las personas, al servicio de quienes los necesitan, que lleguen a todos. La pobreza nos libera, nos «iguala», nos quita miedos. Nos humaniza. Las cosas no se convierten en fines por los que luchar con ambición, ni en barreras que nos separan de los demás; no ofrecen seguridad como para confiar a ellas la vida. Son medios a disposición de todos, en función del bien común. Este compartir los bienes, sin ser el nivel supremo de comunión, es particularmente significativo en la sociedad en que vivimos, que prima el consumo y el lujo insolidario. Es una primera verificación, asequible a cualquiera, de que el seguimiento de Jesús transforma la mentalidad y el estilo de vida de los cristianos.

2. La comunión de vida. Respecto a la comunión de vida dice Rovirosa que el referente es el Hijo: • todo lo que es lo ha recibido del Padre, • no desdeña llamar hermanos a los que el Padre le ha dado, • »se despojó de su rango... se hizo uno de tantos..., obediente...» En la base está la virtud de la humildad. 19

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La humildad es la capacidad de recibir. Peculiar virtud ésta de la que Jesús se pone como ejemplo: «aprended de mí, que soy humilde de corazón»; no lo dice de la pobreza, sí de la humildad. Humildad no es andar con la cabeza baja, como resignados a ser maltratados. ¿Dónde hay ahí virtud, que es siempre fuerza dinamizadora? No es lo mismo ser humillados que ser humildes. La humildad es la capacidad de asumir como propio todo lo de los demás, lo bueno y lo malo. En principio, recibir al otro como don. Es un tesoro para mí. A través de él me llega la bendición de Dios, que me lo confía. Lo bueno y lo menos bueno del otro va a ser para mí estímulo, ejemplo, ocasión de convertirme, de entregarme, de crecer... Recibir al otro ya es, de entrada, amarlo. Amarlo lleva a conocerlo porque amar y conocer se implican mutuamente. Conocer es más que ver y oír: es escuchar. Y en esto Rovirosa nos brinda un análisis finísimo de la «virtud de escuchar»: «tengo sobre todo que auscultarle mientras escucho sus palabras, como auscultan los médicos los ruidos del pecho. Más que las palabras en sí mismas, he de atender qué ecos, qué repercusiones, qué heridas viejas y nuevas, qué sanidades, qué historia... traen consigo». Llegar a descodificar lo que el otro me dice con sus expresiones y sus reacciones, y así entenderlo, sólo se consigue con un gran amor. Lo mismo el percibir la presencia de Cristo en él y atender a su mensaje. Rovirosa nos hace caer en la cuenta de que para ser signo del Dios Trinitario no basta darse, es necesaria la correspondencia «darse-recibirse». Es decir, si te das a uno y a otro... y no recibes a uno y a otro, ¿dónde está la comunidad?. Puedes ser ejemplo de generosidad, pero no signo de comunidad. Es grande dar. Pero saber recibir requiere un amor muy fino. «En esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis». Esta es la señal que identifica a los discípulos de Cristo: la comunión de vida. Nuestro mundo necesita urgentemente este signo, que demuestre que la convivencia es posible y permita que rebrote la esperanza. 20

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3. La comunión de acción. En la comunión de acción el referente es el Espíritu Santo: • no es sino el amor del Padre y del Hijo, • es actuación del Padre y del Hijo en nosotros, • alienta a los diferentes para una tarea común. En la base está la virtud del sacrificio. El sacrificio es la ofrenda a Dios de la libertad. Justamente lo más digno y lo que nos identifica como personas. Algo que el mismo Dios que nos la ha dado respeta exquisitamente. Aquello que no cedemos ante nadie y que hemos de respetar en todos. Eso, libremente, lo ofrecemos al Padre por amor. Lejos queda el entender como sacrificio el sufrir por sufrir; eso ni Dios lo quiere ni tiene sentido. En cambio, qué grandeza la del que ante Dios se inclina y libremente asume su voluntad divina como propia. Eso es brindar a Dios la propia libertad, lo cual no nos hace menores de edad ni esclavos. Seguimos siendo libres, más que nunca, libres y orientados. El sacrificio es renuncia a la propia voluntad en aras de una voluntad o proyecto mayor (por supuesto, en lo lícito; porque en lo injusto está claro que no hemos de poner nuestro querer). Esa voluntad mayor es la de Dios, o la de los otros manifestada en comunidad cuando trabajamos por el Reino y su justicia. (Y decir «en aras», sin pretenderlo, nos ha situado ante «el altar» donde el sacrificio es ofrecido...). ¡Qué grande es la búsqueda de la voluntad de Dios en el diálogo y la «obediencia» a los hermanos! No conocemos lo que es mejor en cada situación concreta, tenemos unos principios que compartimos y unos criterios aproximados, pero se trata de buscar la aplicación correcta y tomar la decisión acertada... ¡cuánto diálogo, cuánta búsqueda y cuánta renuncia hasta llegar a una actuación determinada! 21

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Cristo presente entre los suyos, que organizan, estudian, debaten, actúan... El Espíritu alentando en todos ellos para hacer avanzar el Reino. Sólo desde la docilidad y la «obediencia», sólo desde la renuncia a imponer la propia voluntad es posible la comunión de acción. Rovirosa lo entendió y lo expresó bellamente cuando ora diciendo: «Esta libertad, que es mía, bien mía, porque Tú me la diste, como diste Isaac a Abraham, la pongo en el altar del sacrificio para que arda en un gran fuego de amor. JFL y cuando llegue tu llamada responda siempre, siempre, siempre: ¡¡Sí!!»

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Para Orar… 1. Guillermo Rovirosa nos habla de su conversión a Jesucristo, que fue para él un auténtico «nacer de nuevo» y, tiempo después, de una «segunda conversión» en que percibe claramente el dinamismo comunitario que el seguimiento de Jesús lleva consigo. ¿Cómo fue tu conversión a Jesucristo? ¿Esta experiencia ha marcado tu vida? Seguirle a Él ¿ha supuesto avanzar en talante y prácticas comunitarias?

2. La HOAC, desde siempre, ha valorado la vida comunitaria y se ha entendido a sí misma como «racimo de equipos» (en expresión de Guillermo Rovirosa). En las últimas Asambleas nos venimos proponiendo potenciar la comunión de bienes, de vida y de acción. La experiencia de comunión que estás viviendo ¿es un proceso que te satisface? ¿o te asusta? ¿Reconoces en ella la presencia viva de Jesucristo? ¿Qué pasos te sientes invitado/a a dar en adelante?

3. La cultura actual no está precisamente por valores como la pobreza, la humildad y el sacrificio. El mundo obrero participa de esta cultura, pero, en su entraña, no está lejos de lo que estos valores significan. Sabemos que quien es sensible a estos valores está bien dispuesto/a a acoger el Evangelio. ¿Estas convencido/a vitalmente de que Dios hace su obra con quienes asumen la pobreza, la humildad y el sacrificio como expresión concreta del amor? ¿Cómo vives estas actitudes a contracorriente de la sociedad? ¿Las percibes transformadoras, sanadoras, germen de comunidad…?

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Oración ¡Oh Dios! Que me diste libertad ante tus llamadas, para contestar: ¡¡Sí!! como la humilde esclava del Señor, y como Abraham, tu siervo, y como todos tus santos; O para contestar: ¡¡No!! como Luzbel y sus ángeles, y todos los que moran en la gehena. Oye mi súplica; acude a mi socorro, y acepta mi holocausto. Esta libertad, que es mía, bien mía, porque Tú me la diste, como diste Isaac a Abraham, la pongo en el altar del sacrificio para que arda en un gran fuego de amor, y su olor suave sea grato ante tu acatamiento. Y reviste a tu siervo de tu Fortaleza, para que mi pecho no tenga más que un eco ante tu llamada, y responda siempre, siempre, siempre: ¡¡Sí!!

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Concédeme que el pequeño detalle de cada día, de cada hora, de cada minuto, no esté nunca ofuscado por la pereza, con nombre de descanso; por la avaricia, con nombre de previsión; por la cobardía, con nombre de prudencia; por la soberbia, con nombre de dignidad; por la envidia, con nombre de emulación; y con segura lucidez, vea pecado donde hay pecado; para huir lejos, lejos, a distancia inmensa. ¿Adónde iré? Me postraré ante tu tabernáculo, y allí seguiré clamando, para que tu fortaleza me proteja, y cuando llegue tu llamada responda siempre, siempre, siempre: ¡¡Sí!!

(GUILLERMO ROVIROSA, Obras Completas, Tomo V, pp. 384-385)

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Textos para profundizar

I. Experiencias (o principios) fundamentales 1. El Amor de Dios. «En el momento de la Encarnación, cuando la Santísima Virgen pronunció el «Fiat» estoy seguro, segurísimo (me basta la fe para ello), de que Jesús empezó su Vida mortal pensando en mi miserable persona, en forma parecida a ésta: • Ahora empieza mi manifestación de Amor por Rovirosa. A ver si cuando él se dé cuenta de lo que le amo, también Rovirosa se decide a amarMe. • Y este pensamiento ya no lo abandonó hasta su último suspiro en la Cruz. Siempre, siempre, mi estúpida persona estuvo presente en su Mente mientras vivió, haciéndome la «rosca» para que yo, cuando sintiera sobre mí tanto Amor, me decidiera a amarLe. Hasta el último momento (hasta el fin) en el Calvario: • A ver si Rovirosa cree que podía amarle más de lo que le he amado; todo lo he dado por él… Todos estos textos son citas literales de GUILLERMO ROVIROSA, Obras Completas, Tomos I y II. Ediciones HOAC.

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Y ciertamente que cuando se ha visto el Amor de Jesús de esta manera el corazón humano no puede resistir, y no hay más remedio que corresponder a su Amor». (O. C., Tomo I, p. 123)

«Él nos invita constantemente con su eterno si quieres… Cuando se le responde: ¡Claro que quiero! Pero no puedo… Él podría decirnos: No te pregunto si puedes, sino si quieres; la libertad que te di no es para «poder» sino para «querer». Si en verdad me quieres yo te daré el «poder» que sigue estando en mis manos. El que quiere a Cristo, y además quiere otras cosas, no ha entendido el «trato» bautismal». (O. C., Tomo II, p.212)

«Jesús, dame luz para querer quedar vencido a tus pies. Sólo así podré lavar los de mis hermanos». (O .C., Tomo II, p. 208)

2. La fuerza de los débiles. «Por la muerte mística bautismal y por el negarse a sí mismo (que son las condiciones primeras y principales que Cristo impone a los que quieran seguirle en su carro triunfal, que siempre pasa por el Calvario), resulta que el cristiano ya no es nada más que cristiano. Quiero decir que no es algo que se añade a la propia vida, sino que la absorbe toda. La frase que se nos ha transmitido y que compendia todo esto es: Mi vivir es Cristo». (O. C., Tomo I, p.153)

«¡Oh maravilla de la sabiduría de Jesús, que no quiso cimentar su Iglesia sobre lo que los hombres apreciamos, sino sobre la debilidad humana cuando se nutre de la grandiosidad del Amor de Dios! ¡Bendito sea por los siglos! Ya que, precisamente, a aquél que se tiene por el más indigno, viene Él y le dice: Abrázate a Mí en la Cruz, y Yo te haré el más digno». (O .C., Tomo I, p.488)

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«¿Cuáles son las armas que dieron el triunfo a Cristo, y cuáles son las armas que siguen dando el triunfo a los santos? Son siempre las mismas: pobreza, humildad y sacrificio. Que no son tres, sino las manifestaciones de una sola: el Amor». (O. C., Tomo I, p.143)

«La gran paradoja del cristianismo, que ha desconcertado, que desconcierta y que desconcertará siempre la razón humana, es, precisamente, la de vencer a la fuerza con la debilidad, al poder con la mansedumbre y a las leyes con el amor». (O. C., Tomo I, p.142)

3. Dios en el centro. «La conversión al cristianismo empieza exactamente cuando uno hace esta afirmación: El Yo de Cristo es, para mí, muchísimo más importante que mi propio yo. El centro del universo está ya ocupado; ya no puedo ocuparlo yo: ¡lo ocupa Él! En cuanto se ha reconocido esto, empieza la gran paradoja del cristianismo, que puede anunciarse así: Mientras yo pretendo ocupar el centro del universo, toda la creación junto con los hombres y el Creador se revuelven contra mí, todo me es hostil; pero en cuanto cedo este puesto a Cristo, la creación me acoge como un nuevo elemento positivo dentro de su armonía, el mismo Cristo me asegura que si le amo me hará uno con Él y me hará entrar en su felicidad». (O. C., Tomo II, p. 88)

«Mi primer gesto, para ser cristiano, es abandonar radicalmente (no sólo de palabra, sino EN VERDAD) mi puesto de centro del universo, para colocar en él al único que puede y debe ocuparlo: al Señor Jesús». (O. C., Tomo II, p. 119)

«Para que podamos conocerle más y mejor, el Señor está constantemente entre nosotros de tres maneras:

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1ª. En la Eucaristía, en la que revivimos el misterio bautismal. Pero no podemos olvidar que la Comunión se nos da para la comunión; yo y el «otro» nos hacemos uno con Cristo, por consiguiente, yo y el «otro» nos hacemos uno. 2ª. Por la Gracia en sus múltiples manifestaciones, todas ellas como continuación (o preparación) del misterio bautismal. La Gracia hace posible lo imposible: hace que la Vida Trinitaria sea mi propia vida. 3ª. En los «otros». Cristo está en los «otros». Para com-padecerle en sus aflicciones y para com-partir sus alegrías honestas. Aún hay más: está en los «otros» para que, a través de ellos, me llegue Su Amor y Su Enseñanza». (O. C., Tomo II, p. 116)

II. La triple comunión 1. La comunión de bienes. «Dios creó el Universo con espíritu de pobreza, y vio que todo lo creado era bueno para el hombre. Cuando el hombre caído mira la creación como buena para su goce personal todo se corrompe, y aparece lo que vemos con nuestros propios ojos: todo es motivo de dolor y de angustia porque no hay espíritu de pobreza. Pero los que son fieles a su Bautismo y se abrazan a la pobreza del Creador, enseguida entran en concordancia con Él, y se percatan de que todas las cosas son buenas para los hombres… si se comparten». (O. C., Tomo I, p.147)

«El pobre cristiano es el que comunica sus propios bienes a otros que los necesitan o los desean; y no consiste tanto en dar como en compartir. La fracción del pan es su símbolo perfecto. El «espíritu de pobreza» manifiesta el amor cristiano en el com-padecer (y padecer con), y conduce necesa-

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riamente a anteponer las necesidades y los deseos de los que se ama a los propios deseos y a las propias necesidades». (O. C., Tomo I, p.145)

«Jesús no puso (ni pone) ninguna «cuota» para apuntarse en su partido. Tengan mucho, o tengan poco, a todos les exige lo mismo: que lo dejen TODO. Esto lo ilustró espléndidamente cuando hizo el elogio de la pobrecilla que metió su monedita en el cepillo del templo de Jerusalén». (O.C., Tomo I, p.455)

2. La comunión de vida. «Humildad. Si el espíritu de pobreza es aquella primera dimensión del Amor cristiano, que impulsa a compartir todo lo que uno tiene (incluso la vida) con el amado (que es Cristo en los demás), la segunda dimensión, que es la humildad, consiste en asumir como propio todo lo de los demás: lo bueno y lo malo». (O .C., Tomo I, p.147)

«Al hallarme en presencia del otro, mi yo tiene que cederle el primer lugar en mi corazón, so pena de proferir silenciosamente una blasfemia práctica. Este es el punto de arranque de la humildad cristiana. El buscar el último lugar aparece como una exigencia de la propia fe». (O. C., Tomo II, p.115)

«Comprendo que para vivir el Mandamiento Nuevo (para ser cristiano) me es indispensable conocer al «otro», que me es imposible conocerlo si no le escucho a él. No se trata de un problemita, ni de algo bonito e interesante, sino de la base sobre la que he de construir mi cristianismo. Algo sé de lo que tengo que hacer, y que puedo anunciarlo así: - Tengo que desplazar el centro de interés de mi yo al yo del «otro». - Tengo sobre todo que auscultarle mientras escucho sus palabras, como auscultan los médicos los ruidos del pecho. Más que las palabras en sí mismas,

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he de atender qué ecos, qué repercusiones, qué heridas viejas y nuevas, qué sanidades, qué historia… traen consigo. - Tengo que detectar, sobre todo, en qué aspectos Cristo está presente en el «otro», y atender a su mensaje». (O. C., Tomo II, p.91)

3. La comunión de acción. «Si el espíritu de pobreza y el espíritu de humildad son las dos dimensiones del Amor cristiano que producen la comunión de afectos, el espíritu de sacrificio es el elemento dinámico que determina la comunión de acción. Y por una de estas paradojas tan corrientes en el cristianismo, puede afirmarse que la renuncia es la base para las actividades más dinámicas». (O .C., Tomo I, p.150)

«Este espíritu de sacrificio, estas renuncias por Amor, no conducen a un abatimiento de la personalidad, ni a un apocamiento, sino a todo lo contrario: conducen a la libertad radiante y esplendorosa de los hijos de Dios». (O. C., Tomo I, pp. 152-153)

«Es evidente que sólo puede renunciar a su voluntad aquel que tenga alguna voluntad. Y cuanto más razonable y humanamente justa sea la voluntad, más valor tendrá como víctima pura y sin mancha que se inmola ante Cristo para poderle decir: Que se haga tu voluntad sobrenatural y no la mía natural. Esto no es tarea de abúlicos». (O .C., Tomo I, p.151)

«Una parroquia que no dé aliento a pequeñas comunidades obreras está imposibilitada para vivir en medio de las realidades ciudadanas». (O. C., Tomo II, p.142)

«Tanto el Amor del Mandamiento Nuevo, como su manifestación a través de las tres virtudes esencialmente cristianas de pobreza, humildad y sacrificio no pueden manifestarse de una manera patente en una sociedad individualista; necesitan el grupo, la comunidad o, mejor aún: la comunión». (O. C., Tomo I, p.153)

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Índice

Página

Presentación

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Introducción

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I. Esperiencias (o principios) fundamentales

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1. El amor de Dios .................................................................................................................................... 2. La fuerza de los débiles ......................................................................................................... 3. Dios en el centro ...............................................................................................................................

II. La triple comunión

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1. La Comunión de bienes ........................................................................................................ 2. La Comunión de vida .............................................................................................................. 3. La comunión de acción .........................................................................................................

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Para orar

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Textos para profundizar

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