Solemnidad de la ascensión del señor

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ORAR EN MUNDO OBRERO OrarEL en el mundo obrero Solemnidad de la Ascensión. C

Solemnidad de la Ascensión del Señor (8 de mayo de 2016) Comisión Permanente HOAC

La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar (EG 273).

La Ascensión es la fiesta de la Esperanza cumplida en Jesucristo, y del camino de Vida abierto ante nosotros. Podemos esperar, y confiar. Pero la esperanza ha de ser activa, decididamente confiada en el Espíritu Santo. Nuestra entrega es necesaria, como necesaria es nuestra constante invocación al Espíritu. Por eso, oramos, para descubrir su presencia escondida en la vida. ORAMOS LA VIDA EN EL CORAZÓN DEL PUEBLO Y DE LA IGLESIA

Me paro en silencio, sin prisas, en presencia del Señor, serenamente, para traer ante él, y a mi conciencia, la vida cotidiana. Me hago consciente de cómo Dios anima la vida de mi familia, y de tantas otras, con entrega y fraternidad; repaso el caminar esperanzado de mi pueblo, de la gente del barrio, a pesar de las desesperanzas; acojo el sufrimiento que sigue atenazando tanta vida; miro con amor a mi Iglesia, sabiendo de sus males, pero consciente de la misericordia que hay en ella. Miro los rostros de los compañeros y compañeras de trabajo, comparto sus desvelos. Pongo ante el Padre la tarea evangelizadora que el Espíritu Santo va animando… Observo, contemplo, reconozco, agradezco…

Visita los valles y rincones de tu corazón y te toparás con manantiales de vida, de justicia y solidaridad, d de verdad, paz y alegría. Es mi Espíritu, que desde siempre puse en ti. Repara en la vida de tu familia, cercana y lejana, rota y unida, esta y aquel: descubrirás huellas de corazones entregados y hermanos que quieren ser hermanos.

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Es mi Espíritu que desde siempre puse en vosotros. Observa el caminar de tu pueblo, a veces triste y lento, otras alegre y ligero, con proyectos, planes y sueños, abriendo caminos o solo senderos. Es mi Espíritu que alienta vuestro aliento. Mira a la Iglesia, mírala sin recelo. Sé sus males, sus yerros y sus traiciones; también sus dudas, críticas y dificultades.


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C.P.

Pero bajo su aspecto pesado, seco y polvoriento brota la vida, es oasis y centinela, tiene entrañas y profetas. Es mi Espíritu vivo en sus arterias viejas.

Extiende tu mirada por el ancho mundo, más allá de tu casa y de tu pueblo. Fíjate en los esforzados del querer solidario, en los que luchan para que otros alcancen lo suyo. Es mi espíritu valiente en corazones liberados.

Llégate a los lugares más olvidados de la primavera y los sueños humanos. ¡Todavía no conoces los mejores secretos! Limpia tus ojos para ver lo que allí crece. Es mi Espíritu que florece a la sombra de los pobres.

Observa, ve y aprende; contempla, agradece y canta; ábrete, goza y déjate llevar por mi Espíritu –soplo, brisa, huracán, aire– que has recibido gratis.

ESCUCHA AHORA LA PALABRA DEL SEÑOR

Lc 24,46-53: Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo

Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto». Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. 2

Palabra del Señor


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C.P.

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Solemnidad de la Ascensión del Señor

ACOGE LA PALABRA, MEDITA Y CONTEMPLA La tarea que nos encomienda el Señor en su despedida es ser testigos, con la fuerza del Espíritu, de un Mesías crucificado y resucitado. Para realizarla es necesario que aprendamos a aceptar la racionalidad de la Cruz, la razón precisa del amor como eje de la existencia, como modelo de vida y de construcción comunitaria de lo social; necesitamos que sea en nosotros una certeza interior. No es fácil. Nos siguen pudiendo nuestras maneras de ver la realidad. Necesitamos el Espíritu, que nos sigue ayudando a “entender la Escritura”, a descubrir que la fuerza se enraíza en la debilidad; que, tras los aparentes fracasos hay esperanza y un horizonte de vida y liberación. Necesitamos el Espíritu, que nos transforma, nos convierte, nos hace de nuevo. Es de esto, de lo que hemos de ser testigos: de que Jesucristo es camino, es verdad y es la vida del ser humano. Hemos de ser testigos con nuestra vida. El Espíritu sostiene nuestra vida para que sea misericordiosa y profética. Es nuestra vida la que ha de testificar. Debemos anunciar el Evangelio con la vida, y también con las palabras. Evangelizar la vida es sembrarla de actos de Amor y fraternidad, de actos de justicia y esperanza; actos cotidianos, sencillos. Es sembrar la vida de comunión. La fuerza de la misión evangelizadora está en lo que el Espíritu vaya haciendo en nosotros. En dejarnos configurar por Él a imagen de Jesucristo. Y en configurar la misión a su estilo. Quien está constituido por el bautismo para la tarea evangelizadora sabe que su vida dará fruto. El evangelizador tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, ningún acto de amor a Dios, ningún cansancio generoso y ninguna dolorosa paciencia. La misión no es un negocio ni un proyecto empresarial o una organización humanitaria, ni un espectáculo en el que hayamos de contar cuánta gente asistió y reunimos, al reclamo de nuestra propaganda. La misión es algo más profundo. El Espíritu Santo obra como, donde y cuando quiere; nosotros simplemente nos entregamos. Solo sabemos que nuestra entrega es necesaria. No hay mayor libertad que dejarse llevar por el Espíritu. Se volvieron a Jerusalén “con gran alegría”, dice el Evangelio, a vivir lo que el Resucitado les pide. Son evangelizadores contentos. Somos bendecidos para la misión y bendecimos a Dios con nuestra vida. La esperanza no está puesta en nuestras posibilidades y capacidades, sino en el Espíritu de Dios que anima la tarea. ¡Si fuésemos conscientes de cuántas bendiciones ha derramado y sigue derramando, cada día, Dios en nuestra vida, no cesaríamos de bendecirle! No cesaríamos de ofrecer nuestra vida, incondicionalmente, para la causa del Reino. A lo mejor se trata de empezar por aquí, de reencontrarnos con las razones para la alegría con las que Dios va llenando la vida: la mía, la del mundo obrero, la de la Iglesia. Sigamos adelante, démoslo todo, con entera alegría, pero dejemos que sea el Espíritu quien haga fecundos nuestros esfuerzos como le parezca mejor. No dejemos de invocarlo constantemente. Dice el papa Francisco (EG 282) que cuando un evangelizador sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás. Concreta tu tarea evangelizadora: ¿de qué manera puedo crecer en seguir haciendo el bien, vivir en la justicia, y compartir fraternalmente la vida? 3


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C.P.

Termina orando con este poema La Ascensión

Aquí vino y se fue. Vino..., nos marcó nuestra tarea y se fue. Tal vez detrás de aquella nube hay alguien que trabaja lo mismo que nosotros, y tal vez las estrellas no son más que ventanas encendidas de una fábrica donde Dios tiene que repartir una labor también.

Aquí vino y se fue. Vino..., llenó nuestra caja de caudales con millones de siglos y de siglos, nos dejó unas herramientas... y se fue.

El, que lo sabe todo, sabe que estando solos, sin dioses que nos miren, trabajamos mejor.

Detrás de ti no hay nadie. Nadie. Ni un maestro, ni un amo, ni un patrón. Pero tuyo es el tiempo. El tiempo y esa gubia con que Dios comenzó la creación. (León Felipe)

Señor, Jesús,

te ofrecemos todo el día…

María, Madre de los pobres,

ruega por nosotros

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