Tema de la quincena Caminos para construir el bien común
Solidaridad y subsidiaridad Comisión Permanente de la HOAC
Retomamos en este Tema de la Quincena la reflexión que estamos ofreciendo sobre cuáles son, según la Doctrina Social de la Iglesia*, los principios y criterios fundamentales que deben regir la vida social y política para que ésta responda realmente a lo que es y está llamado a ser el ser humano, y que hacen de la acción política un elemento fundamental para construirnos y realizarnos como personas.
E
n anteriores Temas de la Quincena hemos visto cómo lo fundamental es el reconocimiento y la promoción de la dignidad de la persona, de la vocación del ser humano a la comunión social y de la prioridad de las necesidades y derechos de los empobrecidos. Después, hemos comprobado que esto demanda que la finalidad de la comunidad política y la responsabilidad de todos y cada uno de los miembros de la sociedad sea la búsqueda del bien común, la creación de las condiciones sociales en las que las personas podamos vivir de acuerdo a nuestra dignidad y realizarnos como personas. Hemos profundizado también en dos concreciones básicas del bien común: el destino universal de los bienes y el cuidado de la naturaleza. Pues bien, según la DSI, lo que permite la búsqueda y la construcción del bien común es que la sociedad se ordene según los principios de la solidaridad y la subsidiaridad(1). Que estos sean los principios que regulen la vida política. Por eso en este tema vamos a plantearnos qué son y significan la solidaridad y la subsidiaridad como principios reguladores de la vida y la acción política. Solidaridad y subsidiaridad están estrechamente unidas, se necesitan mutuamente. Pero la subsidiaridad es el modo adecuado de vivir la solidaridad humana en la vida social y tiene su sentido y razón de ser sólo en la vivencia de la solidaridad(2). La solidaridad nos alerta sobre el hecho de que
no es posible construir una sociedad humana desde el individualismo, desde el olvido de los otros, sino sólo desde el reconocimiento de que necesitamos los unos de los otros y de que somos responsables los unos de los otros. La subsidiaridad nos recuerda que la solidaridad no puede ser construida y vivida, ni personal ni socialmente, cuando olvidamos que las personas no somos un número que pueda diluirse en una colectividad, sino que somos seres singulares, cada uno único e irrepetible, que para vivir con dignidad necesitamos poder ejercer la libertad y la responsabilidad. No es desde un colectivismo que nos sitúe en el
*Los Temas de la Quicena, sobre la Doctrina Social de la Iglesia a los que aquí nos referimos son: «El Ser Humano como Ser Político», NN.OO., 1.445, págs. 19-26. «La Dignidad de la Persona», NN.OO., 1.449, págs. 19-26. «La Solidaridad con los Empobrecidos», NN.OO., 1.4511.452, págs. 25-32. «El Bien Común», NN.OO., 1.454, págs. 19-26. «El Destino Universal de los Bienes y el Derecho a la Propiedad», NN.OO., 1.456, págs. 19-26. «La Responsabilidad Humana en la Naturaleza», NN.OO., 1.458, págs. 19-26. Los textos están disponibles en: http://www.hoac.es/temahoac.htm
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Tema de la quincena perficial por los males de tantas personas», sino como «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos responsables de todos» («Sollicitudo rei socialis», 38).
anonimato desde donde podemos buscar y construir el bien común, no es eludiendo la propia responsabilidad refugiándonos en las responsabilidades de «la sociedad» como podremos avanzar hacia una sociedad más humana, sino viviendo la solidaridad hecha de libertad y responsabilidad.
La Solidaridad Juan Pablo II, sintetizando la reflexión de la Iglesia, ha caracterizado la solidaridad no como «un sentimiento su-
En una sociedad como la nuestra es especialmente importante comenzar la consideración de lo que es y representa la solidaridad por este punto. Porque, desde el individualismo hedonista que predomina en nuestra sociedad se tiende a deformar la solidaridad al convertirla en una especie de «buen sentimiento» que no tiene costes, es decir, que no afecta a nuestra forma de vida y de organización social. Por decirlo sintéticamente, la solidaridad se considera muchas veces como algo que está bien, pero cuando se reduce a una especie de asistencialismo benefactor(3). Por otra parte, en el peor de los casos, la solidaridad se considera también desde un pensamiento muy extendido en nuestra sociedad como una realidad calculada desde el propio interés (nos interesa ser solidarios y hemos de ser solidarios por interés propio), como algo restringido al propio grupo (solidarios «con los nuestros»), o incluso como algo ingenuo e incluso contraproducente(4). Pues bien, para la DSI la solidaridad es, en primer lugar, un hecho social, propio de la naturaleza humana, que se sustenta en la experiencia de que todos hemos necesitado, necesita-
«Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho, formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral inscrita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral. La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, según el cual las «estructuras de pecado», que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado, ordenamientos. La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral (…) La solidaridad se eleva al rango de virtud moral fundamental, ya que se coloca en la dirección de la justicia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en «la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a «perderse», en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a «servirlo» en lugar de oprimirlo para el propio derecho» «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 193
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Tema de la quincena mos y necesitaremos de los demás para vivir. En este sentido, la solidaridad expresa la conciencia de la interdependencia de personas y pueblos: dependemos los unos de los otros. Desde esta perspectiva, la solidaridad como hecho social implica: 1º.- Cultivar la conciencia de que las personas tenemos una deuda con los demás y con la sociedad en la que vivimos: somos deudores de las condiciones de vida social que facilitan la vida humana, las condiciones que han construido las anteriores generaciones. Y, consecuentemente, somos responsables con los demás de que esa dinámica que hace posible la vida continúe para las generaciones presentes y futuras. 2º.- Reconocer la bondad de todas las formas de colaboración y cooperación entre las personas para la búsqueda del bien común y hacer posible la vida humana. Consecuentemente, la necesidad de promover esas formas de cooperación y colaboración en la vida social. 3º.- Convertir la solidaridad en principio de organización social, en principio regulador de las instituciones sociales. Estas colaboran y sirven a la humanización en la medida que fomentan la cooperación por el bien común y priorizan la solidaridad con los empobrecidos. En efecto, la solidaridad como hecho social implica reco-
«Un principio elemental de sana organización política, a saber, que los individuos, cuanto más indefensos están en una sociedad tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, en particular la intervención de la autoridad pública. De este manera, el principio que hoy llamamos de solidaridad (…) ya sea en el orden interno de cada nación, ya sea en el contexto internacional (…) se demuestra como uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social» «Centesimus annus», 10. Juan Pablo II
nocer la necesidad que tenemos las personas de construir estructuras de solidaridad frente a las estructuras de pecado que fomentan el individualismo y la competencia. Porque una sociedad humaniza en la medida en que anima la solidaridad humana, y deshumaniza en la medida en que sus formas de organización social, de producción y consumo, hacen más difícil la solidaridad. Ahora bien, en segundo lugar, la DSI considera que lo anterior es posible cuando se vive la solidaridad como virtud social. Hemos señalado al principio que la solidaridad no es un «sentimiento superficial», no es, podríamos decir, un «sentimentalismo», pero sí es una sensibilidad que se convierte en actitudes y prácticas que buscan el bien común, el bien de todos y cada uno. Entonces se convierte en virtud social fundamental que, en la medida en que se extiende, posibilita que la solidaridad vaya siendo principio de organización de la vida social: «La solidaridad es una construcción moral edificada sobre tres dinamismos: el sentimiento compasivo, que nos lleva a ser unos para los otros; la actitud de reconocimiento, que nos convoca a vivir unos con otros, dando y recibiendo unos de otros; y el valor de la universalidad, que nos impele a hacer unos por otros. Y como todo ello debe ocurrir en el interior de relaciones asimétricas y en un mundo desigual y antagónico, de débiles y poderosos, de víctimas y verdugos, a la solidaridad le es consustancial un elemento de abajamiento de los unos a los otros, lo cual significa un cambio radical en el modo de comportarnos los humanos»(5). Esta solidaridad es posible cuando nos reconocemos unos a otros como personas, cuando en la sociedad se da
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Tema de la quincena un reconocimiento práctico de la dignidad de la persona, de la radical igualdad y unidad del género humano. Entonces podemos avanzar en la dirección de sentirnos responsables los unos de los otros. Por eso, la solidaridad implica justicia: no existe solidaridad sin justicia, ésta es su expresión básica y primera; ser solidario es ante todo cumplir con el correspondiente deber, la solidaridad se concreta en la realización de la justicia hacia cada ser humano, en la lucha contras las estructuras injustas y en el compromiso por la construcción de una sociedad más justa. Una comunidad política se guía por la solidaridad cuando esta triple realidad ocupa un lugar central en su vida. Por implicar justicia, la solidaridad es, en primer lugar, solidaridad con los empobrecidos, víctimas de la injusticia. Pero la solidaridad va más allá de la justicia, implica también reconocimiento y reciprocidad, la dinámica, personal y social, de dar y recibir, porque al ser humano le es debida también dedicación, amor, misericordia, ternura, reconocimiento como persona, sujeto. Una comunidad política que quiere guiarse por la solidaridad necesita fomentar este reconocimiento y reciprocidad(6).
La solidaridad necesita, pues, para construirse socialmente y para convertirse en principio regulador de la vida social y política: personas y grupos que vivan la solidaridad; un ambiente social, una cultura, que la favorezca y fomente; y organizaciones e instituciones sociales que sean cauces adecuados para vivirla y construirla en la vida social. Sin personas solidarias ni ambientes solidarios, la solidaridad no es posible. Pero es muy difícil sin organizaciones sociales que fomenten la responsabilidad y la participación desde la perspectiva de la solidaridad, o sin instituciones sociales que orienten la vida social hacia la solidaridad. Cuando la comunidad política se guía por la solidaridad es cuando es posible buscar el bien común. En la comunidad política el Estado tiene una responsabilidad fundamental en ese sentido: encauzar y promover la solidaridad social y controlar y corregir las tendencias sociales hacia la insolidaridad. Por su obligación de procurar justicia, el Estado es agente esencial para la solidaridad.
La subsidiaridad Según la Doctrina Social de la Iglesia, la construcción social de la solidaridad y que ésta se vaya convirtiendo en
«Existen vínculos estrechos entre solidaridad y bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo. El término «solidaridad» (…) expresa en síntesis la exigencia de reconocer en el conjunto de los vínculos que unen a los hombres y a los grupos sociales entre sí, el espacio ofrecido a la libertad humana para ocuparse del crecimiento común, compartido por todos. El compromiso en esta dirección se traduce en la aportación positiva que nunca debe faltar a la causa común (…), en la disposición para gastarse por el bien del otro, superando cualquier forma de individualismo y particularismo» «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 194
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Tema de la quincena ben ser respetadas, promovidas y facilitadas, desde la libertad, por las instituciones sociales superiores. En sentido negativo, esto significa: 1º.- Los cauces de la vida social no deben impedir ni suplantar la libertad, iniciativa y responsabilidad de las personas. 2º.- Los niveles superiores de la vida social no deben suplantar a los inferiores, ni impedirles realizar su función, ni negar su espacio de actuación. No deben anular ni suplantar su libertad y responsabilidad. 3º.- El Estado no debe suplantar ni impedir la libertad y responsabilidad de las personas y de la sociedad civil. principio regulador de la vida social, necesita una manera concreta de proceder, un camino que la hace posible, la subisidiaridad. La solidaridad, para ser tal, necesita construirse desde el respeto y la promoción de la libertad, la iniciativa y la responsabilidad de las personas, grupos y organizaciones sociales. Esto es lo que indica fundamentalmente el principio de subsidiaridad. Es decir, la comunidad política para guiarse por el principio de solidaridad necesita guiarse por la promoción de la libertad, iniciativa y responsabilidad de las personas, grupos y organizaciones sociales. Sólo así se favorece la riqueza que para la sociedad supone lo que cada uno puede y debe aportar para el bien común(7). La solidaridad que construye el bien común debe buscarse en cada nivel de la realidad social, desde los más básicos (como la familia y las instituciones más elementales de la vida social), hasta los más amplios (como el Estado o la Comunidad Internacional). Cada plano de esa realidad social tiene sus responsabilidades hacia la solidaridad porque las tiene hacia las personas. Esas responsabilidades (que se concretan en la función de cada realidad social) de-
Y en sentido positivo: 1º.- Las organizaciones sociales tienen la obligación de facilitar, impulsar y fomentar la libertad y responsabilidad de las personas. 2º.- Las organizaciones e instituciones sociales superiores deben fomentar el buen funcionamiento de las inferiores, ayudándolas en el desempeño de su función al servicio de las personas y del bien común. 3º.- El Estado tiene el deber de fomentar la vertebración de un tejido social solidario y buscar la ordenación de la vida social y política de forma que las organizaciones e instituciones sociales puedan realizar bien su función al servicio de las personas y del bien común. Por eso, la subsidiaridad implica que los problemas sociales deben resolverse, y las decisiones para ello, tomarse en los niveles más adecuados en cada caso. Lo que se puede resolver y decidir en los niveles inferiores de la vida social, más próximos a las personas, no debe hacerse en los superiores (lo cual implica que cada nivel debe disponer de
«El hombre, cuando no reconoce el valor y grandeza de la persona en sí mismo y en el otro, se priva de hecho de la posibilidad de gozar de la propia humanidad y de establecer una relación de solidaridad y comunión con los demás hombres, para lo cual fue creado por Dios (…) Está alienada una sociedad que en sus formas de organización social, de producción y consumo hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esta solidaridad interhumana». Juan Pablo II, «Centesimus annus», 41
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Tema de la quincena «Lo mismo a los individuos que a las familias debe permitírseles una justa libertad de acción, pero quedando siempre a salvo el bien común (…) A los gobernantes de la nación compete la defensa de la comunidad y de sus miembros, pero en la protección de esos derechos de los particulares deberá sobre todo velarse por los débiles y los necesitados». «Quadragessimo anno», 25. Pio XI
los medios y recursos necesarios para ello). Y lo que sólo puede plantearse en los niveles superiores no debe ser entorpecido por los niveles inferiores. La comunidad política pone las condiciones para el bien común cuando vive este principio de la subsidiaridad. En ello es esencial el papel del Estado y el control por la sociedad de su actuación para que no ahogue la vida social. Ahora bien, la subsidiaridad se falsea cuando se utiliza como coartada para negar la intervención del Estado allí donde es necesario para la justicia, concreción primera de la solidaridad. La subsidiaridad se falsea y no es tal cuando no está vinculada a la solidaridad. Para garantizar el bien común, el Estado tiene, siempre, la obligación de velar por la promoción de la iniciativa, libertad y responsabilidad de las personas, grupos y organizaciones e instituciones sociales. Pero también, e inseparablemente, por la justicia y la solidaridad con los empobrecidos. La libertad y la iniciativa de personas y grupos debe ser controlada cuando aten-
ta contra la justicia y la solidaridad. La intervención del Estado es siempre necesaria para garantizar los mínimos de justicia para todos. En ese sentido, libertad e iniciativa deben encauzarse hacia la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Este es un deber de todos que el Estado debe velar para que sea efectivo. ■
Notas (1) Las palabras «solidaridad» y «subsidiaridad» (o «subsidiariedad») tienen un origen latino que nos puede ayudar a entender mejor su significado. Solidaridad viene del latín «solidum» (sólido), que indica una estrecha e íntima unión. Subsidiaridad viene del latín «subsidium» (ayuda) e indica fundamentalmente la idea de ayuda de una realidad hacia otra. (2) Hay que subrayar esta relación entre subsidiaridad y solidaridad porque, desde posturas políticas individualistas se ha manipulado frecuentemente el principio de subsidiaridad, utilizándolo contra la solidaridad. De hecho, por ejemplo, muchas veces se ha negado la actuación de los poderes públicos en defensa de la solidaridad en nombre del supuesto
«Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, la realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es este el ámbito de la sociedad civil entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan de forma originaria y gracias a la «subjetividad creativa del ciudadano». La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de sociabilidad». «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», 185
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Tema de la quincena respeto a una iniciativa particular que no pasa de ser expresión de egoísmo y negación del bien común. Se acusa a veces a los poderes públicos de «intervencionismo» cuando intervienen para evitar el daño que esas actuaciones hacen al bien común. Pierre Deusy («¿Una economía alternativa? Iglesia y neoliberalismo», PPC, Madrid 2005), lo explica así al referirse a la relación entre subsidiaridad, solidaridad y opción preferencial por los pobres: «La solidaridad desemboca necesariamente en la opción preferencial por los pobres» (p. 81). «El principio de subsidiaridad es ante todo un principio de responsabilización» (p. 84). «En otras palabras, la subsidiaridad establece como principio el hecho de que cada decisión ha de tomarse y elaborarse en el nivel más pertinente, si es posible colectivamente, y que el respeto a la libertad y la responsabilidad de cada uno de los niveles inferiores exige que el escalón superior respete plenamente e incluso garantice su esfera de competencia» (p. 85). «La subsidiaridad es y debe seguir siendo un modus operandi que no debería tener prelación sobre los objetivos asignados a la acción pública, ya se trate de la opción preferencial por los pobres, la justicia social, la solidaridad o el respeto al destino universal de los bienes» (p. 88).
«El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instituciones sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los grupos intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad» «Diversas circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de suplencia. Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que el Estado mismo promueva la economía (…); piénsese también en las realidades de grave desequilibrio e injusticia social, en las que sólo la intervención pública puede crear condiciones de mayor igualdad, de justicia y de paz (…) En todo caso, el bien común correctamente entendido, cuyas exigencias no deberían de modo alguno estar en contraste con la tutela y la promoción del primado de la persona y de sus principales expresiones sociales, deberá permanecer como el criterio de discernimiento acerca de la aplicación del principio de subsidiaridad»
(3) Sobre este manera de concebir una solidaridad sin costes es muy interesante el análisis de Imanol Zubero en «Las nuevas condiciones de la solidaridad», Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao-Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao 1994, pp. 89-124. Por su parte, Juan Ramón Capella («Los ciudadanos siervos», Trotta, Madrid 1993), resume así el problema: «Estamos comunicados con gentes que sufren a través de eso que llamamos nuestro modo de vida». «Como individuos estamos divididos interiormente: tal vez sostengamos éticas humanitarias, pero de hecho actuamos de modo (…) excesivo. No hemos reconocido que nuestro modo de vida no se puede generalizar a toda la humanidad» (pp. 4041). (4) Javier Vitoria, «La reconversión a la solidaridad», en Autores Varios, «Economía de Mercado, crisis industrial y sabiduría cristiana», Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao-Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao 1992. Por eso plantea la necesidad de un cambio radical en la manera de entender lo que es la solidaridad para el ser humano: «Responder adecuadamente al reto de una sociedad justa y fraterna pasa por un giro antropológico y por la inversión de los intereses dominantes. La construcción de una cultura de la solidaridad exige la muerte de los ídolos de nuestra sociedad» (p. 111). «La sabiduría evangélica enseña que en el dar vida y en el dar la vida a/por los demás hay un auténtico potencial humanizador, aún sin explotar en nuestra historia» (p. 112). «Nuestra cultura no está para solidaridades. Está cerrada al otro y contempla al pobre como una amenaza potencial para la calidad de vida» (p. 115). (5) Joaquín García Roca, «Exclusión social y contracultura de la solidaridad», HOAC, Madrid 1998, p. 27. Este fundamento de la solidaridad es esencial. Agnes Heller ha subrayado en este sentido que la experiencia del dolor ajeno es lo que hace posible implicarnos activamente en los problemas de la humanidad («Teoría de los sentimientos», Fontamara, Barcelona 1985). «Todo es según el dolor con que se mira, nos recuerda Benedetti. Para convertirnos en sujetos de la nueva solidaridad es absolutamente imprescindible que cambiemos nuestra mirada, que aprendamos a mirar la realidad con una perspectiva nueva para poder así sentir el dolor de todas las personas que sufren» (Imanol Zubero, «Las nuevas condiciones para la solidaridad», p. 163). Por eso dice José Mª Mardones («Recuperar la justicia», Sal Terrae, Santander 2005, p. 50): «Necesitamos testigos. Grupos y comunidades que muestren y demuestren la radi-
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Tema de la quincena «Mantener siempre a salvo el principio de que la intervención de las autoridades públicas en el campo económico, por dilatada y profunda que sea, no sólo no debe coartar la libre iniciativa de los particulares, sino que, por el contrario, ha de garantizar la expresión de esa libre iniciativa, salvaguardando, sin embargo, incólumes los derechos esenciales de la persona humana». «Por lo demás, la misma evolución histórica pone de relieve cada vez con mayor claridad que es imposible una convivencia fecunda y bien ordenada sin la colaboración en el campo económico, de los particulares y de los poderes públicos (…) en la cual ambas partes han de ajustar ese esfuerzo a las exigencias del bien común». «La experiencia diaria prueba, en efecto, que cuando falta la actividad de la iniciativa privada surge la tiranía política». «Pero cuando en la economía falta totalmente, o es deficiente, la debida intervención del Estado, los pueblos caen inmediatamente en desórdenes irreparables y surgen al punto los abusos del débil por parte del fuerte moralmente despreocupado» . «Mater et magistra», 55 a 58, Juan XXIII
cal solidaridad que nos une a los seres humanos. Necesitamos, en este tiempo de individualismo desligado, recuperar de nuevo los cauces de la relación humana. Quizá haya que seguir el camino (…) de la solidaridad que lleva hacia la justicia: la compasión por el ser humano. Antes que consideraciones racionales sobre la dependencia que tenemos de los demás (…) quizá valga más apelar al sentimiento. Estamos unidos por los estrechos lazos del sufrimiento (…) Esta condición humana debe ser activada frente al individualismo que se desentiende». (6) Esto es fundamental para no confundir y convertir la solidaridad en una de sus mayores negaciones, el paternalismo, que convierte a los demás en objetos y nos empobrece humanamente: «Dar y recibir es el dinamismo que permite sobrevivir al género humano. No es fácil superar el egoísmo para dar al necesitado. Pero hay una dificultad más profunda: reconocer que podemos recibir de los sujetos frágiles, que necesitamos de ellos para realizarnos como seres humanos. Con frecuencia hay lugar para el dar, pero no para el recibir» (Joaquín García Roca, «El mito de la seguridad», PPC, Madrid 2006, p. 115). (7) Esto se entiende mejor si tenemos en cuenta que para la Iglesia la solidaridad humana adquiere nueva luz y se comprende en plenitud desde la
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perspectiva de la Comunión. En realidad, la solidaridad es una concreción de la comunión. Así lo expresa Juan Pablo II en «Sollicitudo rei socialis»: «A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, la revestirse de las dimensiones explícitamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos e igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en una imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesto bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo, «dar la vida por los hermanos» (cf. 1 Jn 3, 16). (…) Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad…, es lo que los cristianos expresamos con la palabra comunión» (n. 40). En la vida de comunión la solidaridad de unos con otros, el «nosotros», se construye desde cada uno de los miembros de esa comunión de personas, desde su diversidad, todos y cada uno aportan algo de específico que enriquece a los demás, y recibe de los demás algo que le enriquece. Así, el «nosotros» no anula ni sustituye el «yo», todo lo contrario, en él es donde encuentra su más pleno reconocimiento y realización.