La fe, impulsora de cambios socio-políticos en el contexto de la crisis global Alfredo Sánchez Alberca (asalber@gmail.com) Miembro de los Grupos de Animación Misionera de Ciudad Real y del movimiento 15M 10 de abril de 2012
Introducción Vivimos tiempos de crisis que irremediablemente vienen acompañados de vientos de cambio. El derrumbe del castillo de naipes de la economía financiera ha evidenciado las fallas del sistema y preconiza un cambio de ciclo. El capitalismo agoniza, a pesar de que sus garantes, los grandes poderes financieros y políticos, se esfuercen una y otra vez en su refundación, así que debemos prepararnos para el cambio. Como ha sucedido en otras muchas épocas a lo largo de la historia, los cambios de sistema son periodos extremadamente convulsos, de gran desconcierto e incertidumbre, porque se reconoce que el antiguo sistema ya no sirve para dar respuestas a los problemas y las necesidades actuales, pero no se tiene claro cuál debe ser el rumbo hacia un nuevo sistema más satisfactorio. Como ocurre al alumbrar una nueva criatura, el parto no será fácil y provocará sufrimiento a gran parte de la población, pero debemos afrontarlo con la esperanza de saber que no estamos solos, que, a pesar de todo el dolor, Dios vela por la humanidad y nos envía su Espíritu en los momentos más difíciles. Es en estos momentos cuando los cristiano/as tenemos que estar más atentos que nunca a los signos de los tiempos, y más receptivos que nunca al soplo del Espíritu, para no ser unos meros espectadores del cambio, sino convertirnos en propulsores del mismo, asumiendo nuestra Misión de constructores del Reino. Es el momento de salir de los templos y de nuestras trincheras para que la fe brille con fuerza en la calle y alumbre el camino hacia la nueva humanidad. En este artículo se analizan cuáles son las principales singularidades de la crisis sistémica que vivimos, así como los cambios socio-políticos que se están gestando en contestación a esta. Se insiste en la urgencia de que los cristiano/as seamos parte activa del cambio asumiendo el compromiso social y político que emana de nuestra fe. Como máximo exponente de estos cambios se presentan las revueltas de la primavera árabe, y con más profundidad el movimiento 15M aquí en España. Finalmente se hace una reflexión en clave misionera, de cómo estos movimientos, aunque surgidos fuera del seno de la Iglesia, son signos de la presencia transformadora del Espíritu en la realidad presente, y por tanto, movimientos proféticos que los cristiano/as debemos apoyar participando activamente en ellos.
Una crisis global que requiere cambios socio-políticos urgentes Desde 2007 nos vienen repitiendo que estamos en crisis, pero lo cierto es que la mayor parte de la humanidad ya se hallaba inmersa en una crisis crónica desde mucho tiempo antes. Una crisis provocada por la propia inercia del sistema capitalista neoliberal, que ha hecho posible el crecimiento económico de los estados centrales gracias el sometimiento y el expolio de las poblaciones de la periferia. Lo novedoso de esta crisis es que esta vez toca de lleno a las poblaciones del Centro, que ahora ven peligrar su estado del bienestar, construido durante muchos años con los recursos de nuestros hermanos de la Periferia. Muchos de los estados centrales están siendo ahora ajustados con recortes en el gasto social similares a los Planes de Ajuste Estructural que hundieron las economías de la periferia en la década de los 80-90. El capitalismo por fin se ha quitado la careta amable en Europa y ya ni siquiera los ciudadanos de primera estamos a salvo de ser víctimas de su voracidad. Desde es estallido de la burbuja inmobiliaria y el desencadenamiento de la crisis financiera estamos asistiendo a uno de los mayores procesos de transferencia de capital de las rentas medias y bajas a las más altas con la excusa del salvamento del sistema. Esta transferencia está provocando que la ciudadanía del Centro sufra un deterioro progresivo de sus condiciones de vida mientras que las grandes fortunas aumentan sus beneficios, y la codicia de las grandes empresas y bancos arrasa con los derechos de las personas y los pueblos. Pero si este acaparamiento de capital esta siendo posible, es gracias a la usurpación de poder popular 1
por parte de los mercados financieros y las empresas transnacionales, que incluso tienen la capacidad para quitar y poner gobiernos a su antojo. A la vista están los escandalosos casos de los nuevos presidentes de Grecia e Italia, Lucas Papademos y Mario Monti, así como el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, todos ellos personajes ultraliberales, elegidos sin ningún tipo de comicio democrático, que tienen estrechos lazos con Goldman Sachs (el mayor banco de inversiones del mundo que maneja un volumen de dinero casi equivalente al PIB anual mundial, y que ha sido uno de los principales causantes de la crisis financiera). Este déficit democrático ha ido in crescendo a lo largo de la historia de la Unión Europea, como ponen de manifiesto los principales acuerdos tomados en las últimas décadas, el Tratado de Maastricht (1992), el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (1997), la adopción de la Moneda Única Europea (1999), el Tratado de Lisboa (2007), sustitutivo este último del fallido Tratado de la Constitución Europea, o el reciente Pacto del Euro y el de Estabilidad Financiera, que otorga a la Comisión Europea competencias en la política fiscal y presupuestaria de cada uno de los estados miembros. Todos estos pactos fueron firmados sin consentimiento expreso de la ciudadanía y, obviamente, sin dejar ver realmente lo que suponía su firma: la pérdida de soberanía de los estados sobre sus políticas económicas, y por ende, la sumisión a instancias controladas por los poderes financieros como el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional. Aquí en España, el intervencionismo de estos organismo financieros también ha quedado patente en la vergonzosa reforma de la constitución para priorizar el pago de la deuda por encima del gasto social, sin la más mínima consulta social. Este robo de soberanía popular ha dejado claro que la democracia es incompatible con el capitalismo. Al mismo tiempo, asistimos a una crisis ambiental sin precedentes en la historia de la humanidad. El constante crecimiento económico que sostiene el modelo capitalista cada vez requiere mayores cantidades de energía y recursos naturales. Pero las materias primas, sobre todo las energéticas como el petróleo empiezan a escasear al tiempo que se saturan los sumideros de residuos y basuras del planeta, como evidencia el cambio climático.1 El mejor indicador de la insostenibilidad de este crecimiento suicida es la huella ecológica que refleja que este planeta se ha quedado corto para mantener el ritmo de vida de las poblaciones del Centro.2 Pero lo más preocupante es que los gobiernos de los estados centrales, lejos de reconocer la grave situación ambiental, están presionando más sobre la naturaleza en un intento a la desesperada de salir de la crisis por la vía de la recuperación del crecimiento económico, lo cual no hará sino acelerar el trágico desenlace. Pero esta crisis no es sólo económica o ambiental, es sobre todo ética y de valores, pues de lo contrario no se explicarían las injustas desigualdades en el reparto de los bienes terrenales y las obscenas bolsas de población excluida. El culto al ego y la idolatría del dinero han provocado, a su vez, una profunda crisis espiritual que ha despojado al ser humano de su transcendencia, relegándolo a una existencia banal y configurando su vida en torno a lo superficial. A esto hay que sumar la no menos importante crisis de cuidados en las sociedades capitalistas, que implica la desatención de los aspectos básicos del mantenimiento de la vida (cariño, alimentación, higiene, crianza, tareas domésticas, etc.), labores hasta ahora desempeñadas fundamentalmente por las mujeres, y que poco a poco se han ido mercantilizando.3 Hasta el punto de que hay quien afirma que nos encontramos probablemente en la sociedad más infeliz que ha existido sobre la Tierra.4 Así pues, se mire por donde se mire, este sistema ya no se sostiene por ninguno de sus costados. Pero mientras tanto, sorprendentemente, la mayor parte de la población permanece inmóvil, quizá aturdida por el shock de la crisis del que nos habla Naomi Klein5, sin saber cómo reaccionar, cómo organizarse o actuar para evitar la debacle. En el caso de la sociedad española, tengo la sensación de que este inmovilismo también es debido, en gran medida, a una complacencia acrítica propiciada por la sobrestimación de nuestro actual estado democrático. Esto ocurre, sobre todo, entre la gente mayor y de ideología conservadora, pero también lo he percibido en gente más joven, y de ideología más hacia la izquierda. Es cierto que la conquista de los derechos que hoy tenemos ha supuesto muchas vidas y grandes sacrificios para las generaciones pasadas, y eso les otorga un 1 Fernández Duran, Ramón. La Quiebra del Capitalismo Global: 2000-2030. Preparándonos para el comienzo del colapso de la Civilización Industrial. Ed. Libros en Acción. 2011. 2 Global Footprint Network. 2010 Annual Report. 2010. (http://www.footprintnetwork.org) 3 Pascual Rodríguez, Marta. Las mujeres, protagonistas de la sostenibilidad, en Claves del Ecologismo Social, pag. 179. Ed. Libros en Acción, 2009. 4 Hamilton, Clive. El fetiche del crecimiento. Ed. Laetoli. 2006. 5 Kleim, Naomi. La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre. Editorial Paídos, 2007. 2
valor que no podemos menospreciar, pero tampoco podemos idealizar un sistema en el que la capacidad de decisión ciudadana, en la gestión de lo público, se limita a poco más que depositar una papeleta en una urna cada cuatro años, y la mayoría de las veces sin una información y un análisis de la realidad veraz que nos permita votar con el conocimiento suficiente para garantizar nuestra libertad de elección. Es obvio que aún estamos lejos de un modelo democrático pleno, que dote a todo el mundo de la formación y la conciencia crítica necesaria para poder participar en cualquier propuesta o debate sobre la construcción de lo colectivo, donde la participación política en lo cotidiano sea un elemento nuclear en la cultura social, y donde las decisiones se tomen desde la búsqueda de consensos y el respeto a los disensos. Y es más obvio aún si aspiramos a una democracia global para toda la humanidad, dada la creciente brecha en la capacidad de decisión entre la minoría que ostenta el poder (grades magnates de las corporaciones financieras, de las multinacionales, y líderes políticos de los estados centrales), y la inmensa mayoría de pueblos excluidos de la periferia del sistema (basta fijarse en el peso de cada estado en la toma de decisiones en las más importantes instituciones mundiales como la Organización de Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio). Si miramos lo recorrido y lo que queda por recorrer, en el camino hacia esa utopía democrática, reconoceremos no hemos hecho sino empezar la marcha, y el tiempo y la historia nos pondrán en nuestro sitio cuando, seguramente, cataloguen nuestra sociedad de protodemocrática. No reconocer esto nos impedirá avanzar en la salida de la crisis hacia una “democracia real”. Ante este panorama tan sombrío, los cristiano/as no debemos escondernos como hicieron los apóstoles tras la muerte de Jesús. Sabemos que no estamos sólos, Dios nos ha enviado su Espíritu para que seamos luz del mundo en estos momentos de oscuridad. Él es la salida a esta crisis y el camino a la salvación, pero para hacerlo posible debemos salir de este inmovilismo y ser el fermento socio-político de los cambios necesarios para una salida evangélica de la crisis.
El compromiso socio-político como consecuencia de la fe La necesidad del compromiso socio-político de los cristiano/as en la vida pública, especialmente de los laico/as, es un tema que ha sido ampliamente tratado en el magisterio de la Iglesia. Por citar sólo algunas referencias, el Concilio Vaticano II, que trató el tema en profundidad con gran clarividencia, afirmaba: «Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. (...) No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación»6. Más tarde, Juan Pablo II concluirá «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»7. También los obispos españoles han llamado nuestra atención sobre este tema en múltiples ocasiones: «La separación o contraposición entre el interés y empeño en los asuntos o “realidades temporales” de este mundo y los dedicados a la propia salvación eterna contraría la unidad del proyecto de Dios Creador y Salvador, deforma la vida cristiana y empequeñece la grandeza del hombre sobre la tierra.»8. Con ello se invita a todas las personas creyentes a vivir el amor al prójimo como seres sociales y políticos, como realidades ambas indisociables: «La vida teologal del cristiano tiene una dimensión social y aún política que nace de la fe en el Dios verdadero, creador y salvador del hombre y de la creación entera. Esta dimensión afecta al ejercicio de las virtudes cristianas o, lo que es lo mismo, al dinamismo entero de la vida cristiana. Desde esta perspectiva adquiere toda su nobleza y dignidad social y política de la caridad. Se trata del amor eficaz a las per6 Concilio Vaticano II. Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 43. 1965. 7 Juan Pablo II. Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 42. 1988. 8 Conferencia Episcopal. Los católicos en la vida pública, n.43.1986. 3
sonas, que se actualizan en la prosecución del bien común de la sociedad. Con lo que entendemos por “caridad política” no se trata sólo ni principalmente de suplir las deficiencias de la justicia, aunque en ocasiones sea necesario hacerlo. Ni muchos menos se trata de encubrir con una supuesta caridad las injusticias de un orden establecido y asentado en profundas raíces de dominación o explotación. Se trata más bien de un compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno con especial atención a las necesidades de los más pobres.»9 Así pues, queda claro que el compromiso de los cristiano/as tanto en lo social como en lo político es algo que emana directamente de nuestra fe en el Resucitado, que además es un elemento esencial e imprescindible en la realización humana de cada persona. Pero, si la Doctrina Social de la Iglesia es meridianamente clara en este asunto, ¿por qué los cristiano/as tenemos tantas dificultades para asumirla y traducirla a prácticas socio-políticas concretas en nuestras vidas cotidianas? ¿por qué andamos tan alejados de las luchas y transformaciones socio-políticas que se están dando en el contexto de la crisis?
La necesaria reconciliación entre lo social y lo político Por desgracia existe en nuestra sociedad, no sólo entre los cristiano/as, una clara disociación entre lo social y lo político, provocada por una concepción sesgada de la política que la circunscribe exclusivamente al ámbito de la conquista del poder para ejercer el gobierno. Es por eso que mucha gente confunde el término política con partidismo. Este hecho explica en gran medida el actual desafecto hacia política, entendida como partidismo, dados los vergonzosos casos de corrupción que con frecuencia se dan entre nuestros gobernantes, y la prevalencia del beneficio propio sobre el bien común en su gobierno. Aunque esta situación no es nueva, pues ya nos advertían de ella nuestros obispos hace un cuarto de siglo: «Impera en nuestra sociedad un juicio negativo contra toda actividad pública y aun contra quienes a ella se dedican. Nosotros queremos subrayar aquí la nobleza y dignidad moral del compromiso social y político y las grandes posibilidades que ofrece para crecer en la fe y en la caridad, en la esperanza y en la fortaleza, en el desprendimiento y en la generosidad; cuando el compromiso social o político es vivido con verdadero espíritu cristiano se convierte en una dura escuela de perfección y en un exigente ejercicio de las virtudes. La dedicación a la vida política debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre.», es evidente que se ha acentuado en los últimos años. A mi entender, son varias las causas de este desafecto hacia la política, a las cuales también ha contribuido nuestra propia Iglesia. Si bien es cierto que la Doctrina Social de la Iglesia insiste una y otra vez en la necesidad del compromiso socio-político para transformar el mundo, su enseñanza no se ha promovido con convicción en las comunidades parroquiales, ni se le ha dado la importancia que tiene para formar laico/as maduros y conscientes de su vocación misionera. Es un hecho patente que la mayor parte de los fieles de nuestras parroquias desconocen la Doctrina Social de la Iglesia, y basta revisar los planes formativos y catecumenales de las diócesis para ver cómo este tema es a menudo rodeado. Quizá en el trasfondo de nuestra Iglesia todavía perdure el miedo de la jerarquía a formar fieles con capacidad crítica para emanciparse en el terreno de la política, ya que hasta ahora, eran los pastores los únicos que parecían autorizados a interpretar los signos de los tiempos y hacer manifestaciones en este terreno. También ha influido una mal entendida espiritualidad cristiana carente de dimensión política, o relegada esta al ámbito de lo privado. Pocos son los cristiano/as que han saboreado la mística del encuentro con el Dios del Amor en la realidad de los pobres. Una experiencia que da lugar a una espiritualidad política con un potencial transformador que bebe de la promesa de Dios de un Reino de justicia que crece ya aquí, en medio de los despojos de esta sociedad. Es, en el fondo, la falta de fe en el camino hacia el Reino y en las posibilidades humanas para recorrerlo la que nos inmoviliza. Pero tampoco podemos negar que en muchos casos es el miedo a ir contracorriente lo que nos paraliza. Y es que ser fieles a Cristo en este momento histórico que nos ha tocado vivir supone irremediablemente ir contra las tendencias y corrientes dominantes, ya que ningún sistema socio político actual, y en especial el capitalismo, responde a la misión evangélica de la construcción del Reino de Dios. Como consecuencia de esta disociación entre lo social y lo político, gran parte del compromiso so9 Conferencia Episcopal. Los católicos en la vida pública, n.60,61.1986. 4
cio-político de la Iglesia misionera se ha volcado tradicionalmente más hacia el polo de los social, sobre todo a través de la cooperación al desarrollo y las obras de caridad, que hacia el de la política, por medio de la denuncia profética de las causas de las injusticias estructurales y la propuesta y construcción de alternativas evangélicas más equitativas. Este enfoque es un error y una grave irresponsabilidad, como pone de manifiesto la teoría de la anticoooperación10, ya que en las últimas décadas no solo no ha servido para reducir la brecha entre empobrecidos y enriquecidos, sino que además ha contribuido a perpetuar las estructuras de injusticia que la han provocado.11 Por ello, el primer paso para una salida evangélica de la crisis, es recuperar la íntegra dimensión de la política que se funde con lo social, ya que sus principales cometidos, la gestión de lo público, la salvaguarda de los derechos ciudadanos y la ordenación de la convivencia, se dan en lo social. De esta manera, nadie que pretenda vivir en sociedad, podría declararse apolítico, y menos aún los cristiano/as que aspiramos a la construcción colectiva del Reino de Dios. Porque, efectivamente, el Reino es el proyecto colectivo de Dios para toda la humanidad, y por tanto, es tarea de todos, no sólo de los creyentes, su construcción. Por tanto, no podemos arrogarnos la titularidad de únicos obreros, ni siquiera la de obreros privilegiados, e intervenir sobre la realidad temporal de manera unilateral y aislada, sino que debemos buscar el diálogo y el entendimiento con los demás, incluidos no creyentes, pues todos somos hijos de un mismo Padre. Y es en esta necesidad de diálogo y entendimiento es donde la política resulta imprescindible. Como afirmaba Juan Pablo II «Es esencial que todo hombre tenga un sentido de participación, de tomar parte en las decisiones y en los esfuerzos que forjan el destino del mundo. En el pasado la violencia y la injusticia han arraigado frecuentemente en el sentimiento que la gente tiene de estar privada del derecho a forjar sus propias vidas. No se podrán evitar nuevas violencias e injusticias allí donde se niegue el derecho básico a participar en las decisiones de la sociedad.»12
La primavera árabe y el 15M: un soplo del Espíritu Pero si bien esta reconciliación con la política es necesaria, no es suficiente. Para ser levadura de justicia en el mundo, tenemos que ser capaces de percibir las injusticias y estar insertos allí donde se producen. En un mundo globalizado tan cambiante, donde las consecuencias de nuestros actos se propagan rápidamente hasta los últimos confines de la tierra y donde las injusticias adquieren escalas planetarias, el discernimiento de los signos de los tiempos resulta imprescindible para saber hacia dónde canalizar nuestro compromiso socio-político. Sabemos que los caminos del Señor son inescrutables y que el Espíritu actúa en la historia donde y cuando menos lo esperamos, por eso debemos estar atentos, en vela como las diez vírgenes de la parábola (Mt, 25, 1-13) para reconocer sobre qué realidades infunde su aliento el Espíritu. Y esta vez el Espíritu empezó soplando fuera de la cristiandad, en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid, donde, tras la auto-inmolación de un joven cuando la policía le confiscó su puesto de fruta, miles de tunecinos, sobre todo jóvenes sin futuro, se echaron a la calle para denunciar la pobreza y la opresión en la que vivían sometidos por el régimen de Ben Ali. La revuelta se generalizó enseguida, y a pesar de la sangrienta represión, en pocos días Ben Alí se vio forzado a abandonar el país. En menos de un mes, la protesta se trasladó a la plaza Tahrir de El Cairo, donde, de nuevo, miles de jóvenes sin futuro forzaron la salida del presidente Hosni Mubarak. Y así se extendió como un reguero de pólvora al resto del Magreb (Libia, Siria, Marruecos,...) dando lugar a la felizmente llamada Primavera Árabe. En todos los lugares se exigían mejores condiciones de vida para el pueblo, pero sobre todo más democracia y libertad de expresión. Mientras tanto en el viejo continente, la indignación popular iba creciendo a medida que la crisis golpeaba a los de abajo y se creaba el caldo de cultivo propicio para la revuelta. Por fin el 15 de mayo del pasado año la movilización cruzó el Mediterráneo rompiendo el escandaloso silencio. Siguiendo el mismo patrón de las revueltas árabes, un grupo de jóvenes también sin futuro, tomaron la plaza de Sol en Madrid, denun10 Sánchez Alberca, Alfredo. Los riesgos de anticooperación en la cooperación misionera. Estudios de misionología: 15 la cooperación misionera a debate. Burgos, 2011. 11 Sánchez Alberca, Alfredo. Exigencias e implicaciones de una cooperación internacional solidaria y justa, en Misiones Extranjeras, nº 222. 2008. 12 Juan Pablo II. Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, n. 9. 1985. 5
ciando el despojo a que estaban siendo sometidos con la excusa de la crisis y amenazaron con quedarse hasta que no hubiera cambios. Esa misma noche, los acampados fueron brutalmente desalojados de la plaza y algunos fueron detenidos por las fuerzas represoras. Pero esto no hizo sino arrojar más leña al fuego. En pocas horas la indignación se multiplicó por las redes sociales y al día siguiente los indignados tomaban de nuevo la plaza de Sol. Esta vez eran miles y la policía no pudo hacer nada por evitarlo. En pocos días las protestas se replicaron en las principales ciudades españolas, dando origen a la mayor movilización ciudadana desde la transición, que acabó dando lugar al movimiento 15M. Desde entonces no ha pasado aún ni un año pero ya se han vertido ríos de tinta sobre este movimiento popular, con opiniones para todos los gustos. Por desgracia, como suele ocurrir en este país, la mayor parte de las opiniones se han lanzado desde la barrera, sin haber participado en el movimiento, y sin ni tan siquiera haber intentado una honesta aproximación al mismo. Por tanto, resulta difícil hacerse una idea de lo que es el 15M y de su potencialidad, simplemente con lo que ha ido apareciendo en los medios oficiales. Por eso quiero dar mi versión de los hechos, que aunque tampoco puede considerarse objetiva, si parte de la experiencia de haber estado en el movimiento 15M desde su inicio, y estar participando activamente en él impulsado por mi fe.13 Ya en su primera semana de vida hubo bastantes cosas que me sorprendieron y que me hicieron darme cuenta de que esta no era una protesta más al uso. Una de las cosas que más llamó mi atención, era la cantidad de caras nuevas que había en las asambleas. Acostumbrado como estaba a ver las mismas caras en los círculos de los movimientos sociales en que me movía, hacía mucho que no me sentía extraño en una asamblea. Eso era, sin duda, un indicador de que mucha gente del 15M no provenía de los círculos tradicionales de movilización social (sindicatos, ONGs o movimientos sociales) sino que era gente nueva, muchos de ellos estudiantes, que estaban viviendo su primera experiencia de participación política fuerte. Un soplo de aire fresco. A pesar de la inexperiencia de los participantes, otra de las cosas que más me sorprendió fue su capacidad organizativa y de autogestión. En un tiempo récord, casi sin conocernos y sin ningún liderazgo, los ocupantes de la plaza habíamos creado las infraestructuras y la comisiones necesarias (comisión de logística, comisión de comunicación, comisión de medios, comisión jurídica, comisión interestatal e internacional, etc.) para mantener la acampada de manera indefinida y estar coordinados con las acampadas del resto del estado y otras acampadas del mundo. Recuerdo todavía con admiración como los primeros días se sucedían las asambleas a cualquier hora, y en cualquier lugar de la plaza, incluso por las noches donde la gente, absorta por los debates, apenas se acordaba de dormir. Todo parecía un sueño, pero ni en mis mejores sueños había imaginado algo así. Y sin duda, allí estaba el Espíritu, infundiéndonos el aliento, como a los antiguos profetas, para perder el miedo a salir a la calle a denunciar las injusticias y anunciar un nuevo orden. Así, pronto se pasó de la organización y la logística a debates más políticos, y de la denuncia a la construcción de alternativas. Los problemas que planteaba el capitalismo eran de tal magnitud que no bastaba con hacer una reforma; necesitábamos un sistema completamente nuevo que respondiera de verdad a las necesidades de todas las personas y tuviese en cuenta las limitaciones de nuestro planeta. La inmensidad de la tarea que afrontábamos y la complejidad de los temas a tratar, nos llevó a crear grupos de trabajo temáticos (economía, política, medio ambiente, cultura, género, espiritualidad, …). Cada plaza se convirtió en una gran ágora abierta, donde gente de todo tipo de edades, condiciones e ideologías, participaban en interminables debates, intercambiando dudas, opiniones, propuestas, reflexiones, conocimientos, experiencias y también sentimientos, en un ejercicio de socialización sin precedentes que anteponía el interés colectivo a los individualismos. La Asamblea se convirtió en la principal seña de identidad del movimiento y el grito de “toma la plaza” en su consigna como reivindicación de lo público, de lo que no es de nadie y es de todo/as. Para no caer en la trampa de las viejas estructuras piramidales que agilizaban la toma de decisiones, pero con serias carencias democráticas, todas las asambleas empezaron a funcionar bajo los criterios comunes de la participación, la horizontalidad, la transparencia, la inclusividad, el respeto y la búsqueda del consenso. El aprendizaje del asamblearismo bajo este paraguas fue increíblemente rápido y natural, incluso para las personas que nunca 13 Desde el surgimiento del 15M el autor de este artículo ha participado activamente en la acampada de Sol y en distintos grupos de trabajo asamblearios de Madrid (Ágora Sol, grupo de medio ambiente y grupo de economía) pero también en el 15M de Castilla-La Mancha y en encuentros del 15M rural. 6
antes habían tenido una experiencia asamblearia. La frescura y la creatividad eran tales que las hasta las viejas fórmulas de participación asamblearia fueron renovadas, llegando incluso a crear un nuevo lenguaje de signos para facilitar la comunicación en los debates. En menos de un mes, el movimiento se había convertido en el principal tema de debate de las tertulias políticas y todos los medios de comunicación hablaban de él, al menos, hasta que se dieron cuenta de que no era algo fugaz y empezaron a intuir que era una verdadera amenaza para el sistema. Durante todo este tiempo se mantuvo ocupada la plaza de Sol siendo el centro neurálgico de todas las actividades y protagonizando las mayores movilizaciones y protestas desde que estalló la crisis. Mientras tanto, de manera bastante espontánea, muchas de las personas que habían participado en el movimiento, se habían convertido en semillas del mismo que habían empezado a brotar en sus barrios. Sólo en Madrid surgieron cientos de pequeñas asambleas barriales.14 Fue en ese momento cuando se decidió, a mi juicio sabiamente, levantar la acampada de Sol para potenciar estos brotes y extender el movimiento al resto de la población. Y así ocurrió, como el grano de trigo que al morir da fruto en abundancia, la actividad del movimiento se trasladó a los barrios y los brotes se han convertido en esperanzadoras espigas. El trabajo de esta constelación de asambleas locales se ha articulado en torno a tres ejes: propuestas, acciones y redes. En primer lugar, las asambleas son el caldo de cultivo de nuevas ideas y propuestas transformadoras en todos los ámbitos (política, economía, sociedad, salud, educación, medio ambiente, relaciones internacionales, etc.). Propuestas concretas argumentadas, debatidas y consensuadas como por ejemplo las del grupo de economía de Madrid15 (más de 50 propuestas para una economía alternativa). Las mismas asambleas sirven de laboratorio donde experimentar nuevas fórmulas de participación que evolucionan rápidamente. Por otra parte, las asambleas no son sólo espacios de reflexión, sino también de acción y movilización, y de ello ha quedado constancia el la multitud de manifestaciones que se han realizado en estos meses denunciando la precariedad de nuestra democracia, la corrupción política, la especulación financiera, los paraísos fiscales, la privatización de las cajas de ahorro, el Pacto del Euro, la destrucción medioambiental, los desahucios, la privatización de los servicios públicos (educación, sanidad, agua, infraestructuras, centros culturales, …), o la reciente reforma laboral. Pero no todas las acciones han sido de protesta, también se han impulsado otras líneas de acción más propositivas como la creación de cooperativas de autoempleo, el fomento de los grupos de consumo y las redes de apoyo mutuo, la creación de huertos urbanos, la ocupación de edificios vacíos para el realojo de familias desahuciadas, las brigadas vecinales contra el racismo, la creación de comedores populares, mercadillos de trueque, etc. Aunque quizá, siendo conscientes de que no sirve una revolución sin un cambio de conciencia, las principales acciones han sido las de carácter formativo. En todos los barrios se han organizado cientos de talleres, foros, jornadas, cine-forums y otras actividades con el objetivo de formar conciencias críticas, quebrar el pensamiento único impuesto por el dogma neoliberal y dar difusión a las propuestas alternativas. Por último, y no menos importante, otro de los ejes de trabajo de las asambleas ha sido la generación de redes y tejido social. Si bien el 15M es un movimiento de personas, muchas de las ideas de las que se ha nutrido el movimiento provienen de otras organizaciones (sociales, ecologistas, sindicalistas, feministas, vecinales, etc. y también religiosas) cuyos militantes han acabado confluyendo en este espacio. Por otro lado, las asambleas de cada ciudad y de los barrios no son un mar de islas inconexas, sino que se ha trabajado mucho en la comunicación y la coordinación de las mismas haciendo uso de las nuevas tecnologías. También a nivel internacional se han promovido estas redes: La marcha de indignados a Bruselas, la creación del espacio web “take the square”16, el apoyo a las movilizaciones en otros países como Occupy Wall Street17 o la auditoría de la deuda griega, son sólo algunos ejemplos de esta coordinación mundial. Desde que el movimiento se trasladó a los barrios y los medios de comunicación empezaron a silenciarlo, es posible que muchos, que ahora ven la plaza de Sol despejada, piensen que esto no ha sido sino el sueño de una noche de verano, pero si salen a las plazas de sus barrios, a sus parques, comprobarán que como una legión de hormiguitas, las asambleas siguen haciendo su trabajo de socavar, poco a poco, silencio14 15 16 17
http://tomalosbarrios.net/ https://n-1.cc/pg/file/read/1176764/propuestas-abiertas-del-grupo-de-economa-de-sol http://takethesquare.net/ http://occupywallst.org/ 7
samente, sin llamar la atención de los medios de comunicación, las bases de este sistema de muerte y destrucción.
El 15M, un movimiento profético en el camino hacia el Reino Desde un punto de vista misionero, son varias las claves que, a mi juicio, hacen de este movimiento un movimiento profético, en el sentido de que, partiendo de un análisis bastante acertado de la realidad y con un discernimiento colectivo guiado por la ética y la moral, apunta salidas transformadoras y evangélicas a las múltiples crisis sistémicas que padecemos, encaminadas a la búsqueda compartida del bien común, y por tanto a la consecución del Reino: •
En primer lugar, el 15M ha sido una revolución política. Sin duda el mayor logro del movimiento es que ha sido capaz de rehabilitar la política con mayúsculas, rescatándola del secuestro partidista para devolvérsela a los ciudadano/as, abriéndola a nuevas dimensiones hasta ahora inexploradas. Su dura crítica al grave déficit de participación de nuestro sistema democrático, aunque no le gusten a muchos, ha rasgado la venda de nuestros ojos que nos impedía reconocer que nuestra democracia, al igual que el emperador, está desnuda. Esta toma de conciencia ha propiciado que mucha gente recelosa de las instituciones de poder, que antes desprestigiaba la política y rehuía de hablar de ella en público, se haya integrado en el movimiento y participe ahora en las asambleas de las plazas sin tapujos. Y lo más importante es que se han dado cuenta de que pueden hacer cosas que antes no estaban en su horizonte mental, y que si las hacen colectivamente, su potencial de transformación se multiplica. De esta manera, a medida que participan en las asambleas, sus protagonistas van transcendiendo su papel social de meros productores y consumidores para convertirse en sujetos activos en la construcción de un mundo mejor, en “homo politicus”. Todo esto ha supuesto un proceso de empoderamiento tanto individual como comunitario, que ha desterrado el “no va a cambiar nada por mucho que yo haga” inmovilista que con tanto éxito nos ha inoculado el sistema para inhibir nuestra responsabilidad, por “el cambio está en mi mano, en nuestras manos, y lo estamos haciendo posible”. Como decía Eduardo Galeano, en una entrevista a las pocas semanas del surgimiento del 15M donde le preguntaban sobre el futuro del movimiento, lo importante ahora no es tanto el futuro como el presente, y el presente es que la gente por fin ha salido a la calle para moverse con los demás, y eso en sí, ya es un cambio esperanzador.
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Pero el 15M no es sólo una revolución política, es sobre todo, una revolución ética, sin la cuál, la política no tendría ningún sentido. Una revolución que ha focalizado el debate sobre los valores individuales y colectivos con los que construir una sociedad justa y feliz en armonía con la Creación; que ha sabido poner el bien común en el centro de las reivindicaciones sin olvidar la importancia de las individualidades y la dignidad de la persona; que ha enseñado a las personas a relacionarse sin complejos de igual a igual; que ha creado en ellas una conciencia más crítica, ayudándolas a liberarse de muchos de los yugos impuestos por el sistema.
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El enfrentamiento al pecado del capitalismo desde todos los órdenes de la vida. Si tradicionalmente la lucha social se había planteado en mundo del trabajo, está claro que este ámbito resulta hoy insuficiente, toda vez que el capitalismo no sólo afecta a las relaciones laborales, sino que afecta a todas las facetas de nuestra vida, destruyendo y degradando la salud, la educación, la familia o el medio ambiente. Resulta difícil encontrar algún espacio de nuestra vida que esté a salvo de sus tentáculos. Por ello se han creado grupos de trabajo prácticamente en todos los ámbitos más importantes que condicionan nuestras vidas, que trabajan coordinadamente para dar una respuesta de cambio global.
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La conjugación del análisis global con las prácticas locales. Desde su inicio, el movimiento siempre ha tenido muy presente la famosa máxima “piensa globalmente y actúa localmente”, y por eso el movimiento se extendió rápidamente a los barrios para conectar con la gente en sus realidades cotidianas. La doble dimensión de los grupos de trabajo, sectorial y territorial, permite que en los primeros se analicen los principales problemas de ámbito global y se apunten propuestas generales o lineas estratégicas de actuación, que los segundos aterrizan en prácticas concretas en el contexto de cada territorio. 8
Así, por ejemplo, el grupo de economía, tras analizar el problema de la deuda y ver que se está utilizando como herramienta para someter nuestras precarias democracias a la dictadura de los mercados, declara que hay una gran parte de la deuda que es ilegítima y hace un llamamiento a auditar la deuda y repudiar su pago. Después este llamamiento es recogido por distintos grupos locales que deciden auditar sus deudas hipotecarias, de sus ayuntamientos, de alguna empresa pública o incluso de las entidades bancarias. Otro ejemplo sería como el llamamiento a construir una economía productiva desfinanciarizada al servicio de las personas, se ha traducido en iniciativas en distintas ciudades y grupos locales, como la creación de un mercado social en Madrid con su propia moneda18, el apoyo a las redes de economía solidaria19, la creación de bancos de tiempo y redes de trueque, o la creación de grupos de consumo y cooperativas de productores que garanticen la soberanía alimentaria20. •
Una comunión en torno a un nosotros/as no identitario abierto e incluyente. A pesar de los intentos, sobre todo de los partidos de izquierda de dirigir el movimiento hacia sus intereses, éste no se ha dejado secuestrar por ninguna de las instituciones y poderes fácticos dominantes (partidos políticos, sindicatos, ONGs, iglesias, etc.) ni si quiera por los movimientos sociales más alternativos. Esto ha permitido crear un espacio sin prejuicios, abierto a todo el mundo, que ha reunido a una amalgama de gente tan variopinta que no hubiesen podido encontrarse en ninguno de los ámbitos sociales existentes hasta ahora, por recelos hacia esas instituciones. De hecho, el 15M es un movimiento de personas, no de colectivos, y en las asambleas, cada persona no tiene capacidad de representación más allá de si misma. Pero, a pesar de esa marcada demarcación de las organizaciones y colectivos tradicionales, el movimiento ha tenido la sabiduría de ser permeable al discurso y las propuestas que vienen de afuera, e incluso hacerlas suyas una vez debatidas y consensuadas en las asambleas.
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Ligado a esto último está la exitosa integración de la diversidad, que se siempre se ha valorado como una riqueza más que una dificultad, no sólo respetando y aceptando los signos y pensamientos propios de cada cultura, sino potenciándolos para romper la homogeneización cultural del pensamiento único de la cultura consumista. En el movimiento participan por igual personas de prácticamente todos los estratos sociales: mujeres y hombres de distintas edades y razas, estudiantes, obreros y empresarios, intelectuales y gente sin estudios, mucha gente urbana, pero también rural. Un éxito especialmente importante ha sido la implicación del colectivo inmigrante, que hasta ahora apenas se había significado en la lucha social, y menos aún integrado con otros colectivos o movimientos sociales. Por supuesto, también ha habido diversidad confesional, y de hecho existe un grupo de trabajo sobre espiritualidad21 que acoge a gente de cualquier religión sin adscribirse a ninguna en particular. Aunque yo no he participado mucho en este grupo, si he podido asistir a alguna de sus reuniones donde he comprobado cómo es posible construir un diálogo interreligioso basado en el respeto, el amor, la escucha activa, el apoyo mutuo, la empatía y la solidaridad.
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La lucha contra el patriarcado que tradicionalmente ha excluido a las mujeres de la toma de decisiones y de los puestos de poder. Las mujeres, sabedoras de la gran deuda histórica del patriarcado con ellas, han asumido el protagonismo dentro del movimiento para convertir sus reivindicaciones emancipatorias en uno de los ejes transversales del movimiento. No hay más que pasarse por alguna de las asambleas para constatar que en muchas de ellas hay mayoría de mujeres y que su participación y asunción de tareas es si cabe mayor que la de los hombres. No es casualidad que la revista Times en su anuario, dedicado el año pasado a todas las revueltas surgidas de la primavera árabe, haya elegido a una mujer como el retrato del 15M.22 Quiero incidir en que el patriarcado ha sido y es todavía uno de los mayores obstáculos en el camino hacia el Reino, y que mientras el 15M parece que ha sabido cómo sortearlo, nuestra Iglesia sigue aún sin saber cómo superarlo.
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http://konsumoresponsable.coop/mercado-social-madrid http://www.economiasolidaria.org/ http://www.alianzasoberanialimentaria.org/ http://sol-espiritualidad.blogspot.com.es/p/quienes-somos.html http://www.time.com/time/specials/packages/article/0,28804,2101745_2102138_2102237,00.html 9
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La toma de conciencia ecológica. La comprensión de la gravedad de la crisis ecológica y energética que está provocando el actual modelo desarrollo basado en el crecimiento económico sostenido, ha hecho de la cuestión ecológica, al igual que el género, otro de los ejes transversales en el movimiento. Prácticamente todas las propuestas que salen de los grupos de trabajo se contrastan con su impacto sobre el medio natural. Por otro lado, el reconocimiento de que las clases medias y altas de los estados centrales vivimos por encima de nuestras posibilidades, y nuestra responsabilidad en la degradación del planeta, han llevado a muchos de los grupos de trabajo a asumir planteamientos decrecentistas23 y de austeridad, tanto en sus propuestas, como en el estilo de vida de sus miembros. Esta es otra de las grandes carencias de nuestra Iglesia, donde la cuestión ecológica aún ocupa un segundo plano y se ha descuidado nuestra responsabilidad en la protección de la Creación.
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La importancia de los procesos formativos. Siendo conscientes de que uno de los mayores obstáculos en el camino hacia la plena democracia es la falta de formación, gran parte de las energías de los grupos de trabajo se han canalizado en la preparación de talleres formativos, que normalmente se realizan con anticipación a las asambleas deliberativas, para dotar a la gente de los conocimientos básicos para poder participar en los debates. Por otro lado, el movimiento ha entendido que para llegar a ese otro mundo posible que anhelamos, no basta con exigir cambios urgentes en las políticas gubernamentales; hace falta, sobre todo, un cambio de mentalidad, y eso no ocurre de la noche a la mañana, sino que requiere de procesos a muy largo plazo que faciliten esa transición personal teniendo en cuenta la diversidad y respetando los ritmos de cada persona. Por ello, una de las frases más repetidas dentro del movimiento es “vamos despacio, porque queremos llegar lejos”.
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La apuesta decidida por la acción no violenta. Mientras que muchas de las revueltas que se están dando en otras partes del mundo como consecuencia de la crisis están adoptando formas violentas, que incluso podrían tener justificación, la convicción de que la violencia engendra violencia, y que el fin no justifica los medios, ha hecho de la no violencia una apuesta activa del movimiento. Eso no significa que no se plante cara a las múltiples agresiones de nuestros derechos; al contrario, las asambleas no cesan de organizar acciones de protesta, de ocupación y de desobediencia, pero siempre desde la no agresión.
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La coherencia de las acciones con el discurso y la fidelidad a las decisiones consensuadas. Este es uno de los aspectos que más credibilidad le dan al movimiento y es una de las grandes diferencias con otras instituciones como los partidos políticos o los sindicatos, pero también con nuestra Iglesia, donde muchas veces nuestros actos no acompañan a nuestras prédicas.
Con esta lista de virtudes, a mi entender evangélicas, no pretendo idealizar el movimiento. Como todos los procesos de construcción colectiva, también ha habido tropiezos y desencuentros, pero hasta eso se ha sabido gestionar satisfactoriamente desde el respecto, la empatía y la persecución del bien común, con una madurez inusitada en un movimiento tan joven. Tampoco quiero decir que la apuesta del 15M sea la única salida a la crisis, pero si creo, desde mi experiencia, que es la más evangélica de todas las respuestas que se están dando, incluso desde dentro de nuestra propia Iglesia. Por eso me gustaría terminar con una invitación a todos los cristiano/as que aún no lo conocen, a que se acerquen a él sin prejuicios. No cometamos el error de cerrarnos a este movimiento sólo por no ser eclesial. Salgamos sin miedo a la calle, dejémonos insuflar por el Espíritu, tomemos las plazas, formémonos, participemos en las asambleas y seamos parte activa del cambio dando testimonio de nuestra fe.
23 Latouche, Serge. La apuesta por el decrecimiento: ¿cómo salir del imaginario dominante?. Ed. Icaria. 2009. 10