El mestizo de la puerta de al lado - Lora Leigh
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El mestizo de la puerta de al lado - Lora Leigh
RESUMEN: El vecino de Lyra no podía ser real. Un hombre que miraba al pan horneado en casa como si nunca lo hubiera probado. Que destrozaba su césped con la potente destrozadora y la cortadora de césped. Un hombre que hacía que sus hormonas se pusieran de pie y gritaran cada vez que lo veía. Corta su rosal, y se abre paso a través de su reserva para invadir sus sueños por la noche. Pero Tarek Jordan es mucho más de lo que parece. Un Policía de las Castas con un plan. Primero, encontrar el Domador del Consejo que ha rastreado hasta Fayetteville, Arkansas, y segundo, reclamar a la mujer que sabe que le pertenece solo a él. Hasta que el peligro que ensombrece su vida empieza a ensombrecer también la de ella, y entonces Tarek sabe que no puede esperar para reclamar a la mujer por la que arden su corazón y su alma. Su vecina de la puerta de al lado tendrá que aceptarle como es, y ahora en sus términos en vez de en los de ella.
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Prólogo «Fuisteis creados. Creados para dar vuestra vida al Consejo de Genética en cualquier momento que se considere apropiado. Sois animales. Nada más. No tenéis padre. No tenéis una perra como madre. Solo nos tenéis a nosotros. Y nosotros decidiremos si sois suficientemente fuertes como para vivir o morir.»
El sueño era despiadado, sombrío en el recuerdo de quién y qué era él mientras miraba al científico indicar el procedimiento que le había creado. La mejora genética de óvulos y espermas desconocidos. La fertilización, el desarrollo antes siquiera de que fuera colocado dentro de una matriz humana. Y finalmente la muerte de cada uno de los recipientes que habían llevado a término a cada Mestizo Felino. No se ocultó nada a las inmaduras criaturas. Se sentaron en el suelo de sus celdas y miraron el gráfico vídeo diariamente. Lo vieron cada noche en sus sueños. «No eres humano. Sin importar tu apariencia. Eres un animal. Una creación. Una herramienta. Una herramienta para nuestro uso. Nunca imagines que alguna vez serás algo diferente...»
Tarek se removió dentro la pesadilla, años de sangre y muerte pasaron por él. Los golpes del látigo mordiendo su espalda, su pecho. Horas de tortura porque no había matado lo bastante salvajemente o porque había sido clemente. El dolor de saber que el sueño de libertad podría ser nada más que una fantasía, rápidamente condenada a muerte.
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Se despertó con un sobresalto, con la sangre latiendo en sus venas, el sudor humedeciendo su carne mientras volvían los horrores de los que había luchado tanto para distanciarse. Respirando bruscamente se alzó de la cama, y se puso unos calzoncillos antes de abandonar el dormitorio. Inhaló profundamente mientras dejaba el dormitorio, su cerebro procesaba automáticamente los olores de la casa, los examinaba cuidadosamente, buscando anomalías. No había ninguna. Su territorio no estaba corrompido, tan seguro ahora como cuando se fue a la cama. Frotó su mano sobre el dolor en su pecho, el recuerdo casi siempre presente de aquella última paliza, y el látigo cargado con una corriente de electricidad que enviaba una agonía que resonaba por su cuerpo. Fuiste creado, no parido.
Esas palabras resonaban en su mente mientras abría la puerta trasera y salía al porche. Creado para matar. No humano...
Miró fijamente al vacío triste de las últimas horas de la noche de Arkansas mientras permitía que los recuerdos fluyeran. Combatirlos solo los hacía peores, solo hacía peores las pesadillas. El término original, «Breed», significa Casta, Raza, Clase, y también Mestizo. Dado que se habla de ellos usando este término, y no tiene mucho sentido decir que una persona es una raza, he preferido usar el término Mestizo cuando se habla de una persona en concreto y Casta cuando se habla en general. Nunca conocerás el amor. Los animales no aman, así es que antes de que imagines que es una ventaja que te espera, ¡olvídalo! 4
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Los entrenadores habían sido rápidos en destruir cualquier parpadeo de esperanza antes de que alentara, tomara forma o insinuara un final a sus torturados sufrimientos. El entrenamiento psicológico había sido brutal. No eres nada. Eres una bestia cuadrúpeda que anda sobre dos patas. Nunca olvides eso... Tu habilidad para hablar no significa que tengas permiso para hacerlo…
Miró fijamente a la noche estrellada. Dios no existe para vosotros. Dios crea a Sus hijos. No adopta animales...
La destrucción final. Un silencioso gruñido curvó sus labios mientras lanzaba una mirada de odio a la brillantez del cielo que nunca se había supuesto que vería. —¿Quién nos adopta entonces? —gruñó al Dios que le habían enseñado que no tenía tiempo para él o para su raza— ¿Quién?
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Capítulo 1 ¿No había ninguna ley que dijera que no se permitía a un hombre verse tan condenadamente bien? Especialmente los cuerpos apretados y duros que insistían en destrozar un césped absolutamente bueno en el momento equivocado del año. Lyra Mason estaba segura de que tendría que existir esa ley. Especialmente cuando dicho macho, Tarek Jordan, cometía el imperdonable pecado de estar aporreando sus premiadas rosas irlandesas. —¿Estás loco? Salió corriendo por la puerta principal, gritando a todo pulmón, para apartarle del hermoso seto que finalmente había logrado alcanzar una altura razonable. Es decir, antes de que él lo atacara con la podadora que manejaba como una espada. —Párala. Caray. Esas son mis rosas —lloró ella mientras corría a través de su césped delantero, patinaba alrededor del morro de su coche y casi resbalaba y se rompía el cuello en la franja de exuberante césped que estaba delante de él. Al menos él se detuvo. Él bajó la podadora, deslizó sus gafas oscuras por esa arrogante nariz suya y se la quedó mirando como si ella fuera la que estaba cometiendo algún acto atroz. —Apágala —gritó ella, haciendo un movimiento de rajarse la garganta—. Ahora. Apágala. La irritación y la excitación hervían en su sangre, calentaban su cara y la dejaron temblando delante de él. Él podía ser más alto que ella, pero ella había estado 6
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manipulando a hombres grandes y fornidos durante toda su vida. Él sería un juego de niños comparado con sus hermanos. Tal vez. Él cortó el motor, alzó una ceja y mostró todo ese músculo glorioso y desnudo de su pecho y sus hombros. Como si pensara que eso fuera a salvarle. Ella no lo creía. El hombre había vivido en la puerta de al lado durante casi seis meses y no había fallado en enfurecerla totalmente al menos una vez por semana. Y ella no pensaba admitir cuánto disfrutaba tomando el pelo al bobo cada vez que podía. —¡Esas son mis rosas! —Ella tuvo ganas de gritar mientras se precipitaba sobre las ramas rotas y asoladas del seto de un metro veinte—. ¿Tienes idea de cuánto me ha costado conseguir que creciera? ¿Has perdido la cabeza? ¿Por qué estás atacando a mis rosas? Él alzó una mano del eje de acero de la podadora y se rascó la barbilla pensativamente. —¿Rosas, eh? Oh Dios, su voz tenía ese pequeño tono sensual. Profundo. La clase de voz que una mujer anhelaba oír en la oscuridad de la noche. La voz que la tentaba en sueños tan maldi-tamente sexuales que enrojecía solo de pensar en ellos. Maldito fuera. Él inclinó su cabeza a un lado, mirando a sus rosas durante largos momentos desde detrás de los cristales de sus gafas oscuras. —No puedo creer que hicieras esto. —Ella le disparó una mirada de disgusto mientras se encorvaba delante del arbusto de concurso y empezaba a inspeccionar el daño—. Has vivido aquí durante seis meses, Tarek. Seguramente se te habrá ocurrido que si quisiera que se cortara lo habría hecho yo misma. Algunos hombres necesitaban una correa. Obviamente este era uno de ellos. Pero era divertido —incluso si él no era consciente de ello. No le haría ningún bien saber lo a me-nudo que ella se desviaba de su camino para toparse con él. 7
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—Lo siento, Lyra. Pensé que quizá el trabajo era demasiado para ti. Me parecía un desastre. Ella lo miró con una sorpresa conmocionada mientras decía las palabras blasfemas. Solo un hombre consideraría las rosas un desastre. Era una cosa condenadamente buena que le gustara esa mirada de macho indefenso que le dirigía cada vez que metía la pata. Solo podía menear la cabeza. ¿Cuánto tiempo tendría que vivir este hombre a su lado antes de que aprendiera a dejar en paz su lado del patio? Necesitaba un guardián. Consideró el ofrecerse voluntaria para el puesto. —Tendrías que tener un permiso para usar uno de esos. Apuesto que suspenderías el examen si lo hicieras. Una sonrisa curvó sus labios. Ella adoraba esa pequeña sonrisa torcida, casi tímida, con solo una traza de maldad. La mojaba. Y tampoco le gustaba eso. Los ojos femeninos se entrecerraron mientras ignoraba la frialdad del aire de principios de invierno, y sus labios se apretaron con verdadera irritación esta vez. Obviamente él estaba ignorando la frialdad. Ni siquiera tenía una camisa. La temperatura apenas era de 4º, y él estaba usando una podadora como si fuera junio y los hierbajos estuvieran haciendo campaña para tomar el poder. Eso, o simplemente a él no le gustaban sus rosas. —Mira, solo llévate tu pequeña herramienta eléctrica al otro lado de tu propiedad. Allí no hay vecinos. Ni rosas para destrozar. —Hizo un movimiento con la mano para ahuyen-tarle—. Vamos. Estás expulsado de este lado del patio. No te quiero aquí. Un ceño fruncido se dibujó entre sus cejas marrón doradas mientras se bajaban omino-samente y sus párpados se entrecerraban. ¿Qué hacía que los hombres pensaran que esa mirada funcionaba con ella? Casi se rió ante el pensamiento.
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Vale, él era peligroso. Se estaba enfadando. Era más grande y fuerte que ella. ¿A quién le importaba? —No me eches esa mirada —resopló ella con disgusto—. Ya deberías saber que no funciona conmigo. Solo me enfada más. Ahora vete. Él miró alrededor, midiendo aparentemente alguna línea invisible entre donde estaba y su propia casa a varios metros de distancia. —Creo que estoy en mi propiedad —le informó él fríamente. —¿Ah, sí? —Ella se asentó cuidadosamente sobre sus pies, mirando sobre el borde de su rosal penosamente cortado a donde los pies de él estaban plantados. Chico, debería haber sabido que no tendría que haber hecho eso—. Ve y lee tu escritura, Einstein. Yo leí la mía. Mis rosas están plantadas exactamente a un metro ochenta de la línea de la propiedad. De roble a roble. —Ella señaló al roble en la calle de delante, luego al que estaba al borde del bosque de más allá—. Roble a roble. Mis hermanos dibujaron una línea y la marcaron muy cuidadosamente para una pobre tonta como yo —se burló ella dulcemen-te—. Eso te deja en mi propiedad. Vuelve a tu propio lado. Ella se hubiera reído si no fuera tan importante mantener la apariencia de ira. Si iba a sobrevivir al lado de un anuncio andante y parlante de sexo, entonces habría que establecer algunos límites. Él alzó la cadera y cruzó los brazos sobre el pecho mientras la pesada podadora colgaba del arnés que cruzaba su espalda. Llevaba botas. Botas de piel marcadas y muy usadas. Ella notó eso instantáneamente, igual que notó las largas y poderosas piernas sobre ellas. Y un bulto... No, no iba a ir ahí. —Tu lado de la propiedad es tan desastre como tu arbusto —gruñó él—. ¿Cuándo cortas la hierba? 9
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—Cuando es el momento —espetó ella, irguiéndose en todo su uno sesenta de estatu-ra—. Y en medio del invierno no es el momento, cuando ni siquiera está creciendo. De acuerdo, ella apenas si le llegaba al pecho. ¿Y qué? —Yo sacaría tiempo para ello si fuese tú. —Usó ese tono de superioridad masculina que nunca fallaba en crisparle los nervios—. Tengo un buen cortacésped motorizado. Podría cortártelo. Los ojos de ella se dilataron por el horror. Él la estaba mirando ahora con una sonrisa torcida y una mirada esperanzada en su cara. Ella miró de soslayo sobre su hombro, con-templó su hierba y luego se estremeció de consternación. —No. —Ella negó con la cabeza fervientemente. Esto podría descontrolarse—. No, gracias. Ya le diste tajos al tuyo bastante bien. Deja el mío en paz. —Te pido disculpas. —Él echó sus hombros hacia atrás y se irguió con una postura de orgullo masculino herido mientras apoyaba las manos en las caderas. Él lo hacía tan bien. Cada vez que estropeaba algo lanzaba esa tontería de arrogancia sobre ella. Debería haber sabido que no iba a funcionar. —Y bien que deberías —replicó ella, apoyando las manos en las caderas mientras le fulminaba con la mirada—. Has cortado a tajos tu césped. Peor aún, lo has cortado a tajos en el invierno. No hay simetría en el corte, y pusiste la cuchilla demasiado baja. Tendrás suerte si tienes césped en el verano. Lo has matado todo. Él se volvió y miró fijamente a su césped. Cuando se volvió de nuevo hacia ella, una arrogancia descarada marcaba sus rasgos. —El césped está perfecto. Él tenía que estar bromeando.
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—Mira —respiró ella bruscamente—. Solo limítate a destrozar tu propia propiedad, ¿vale? Deja la mía en paz. Recuerda la línea, de roble a roble, y quédate en tu lado de ella. Él apoyó de nuevo las manos en las caderas. El movimiento atrajo los ojos de ella a la perfección empapada en sudor de ese dorado pecho masculino. Debería ser ilegal. —No estás siendo buena vecina —anunció él fríamente, casi arruinando su autocontrol al llevar una sonrisa de pura diversión a los labios femeninos—. Me dijeron cuando compré la causa que todo el mundo en esta manzana era amistoso, pero tú has sido sistemáticamente grosera. Creo que me mintieron. Él pareció impresionado. Se estaba burlando realmente de ella, y a ella en realidad no le gustaba. Bueno, tal vez un poquito, pero no iba a dejar que lo supiera. Se negó a permitir que sus labios se curvaran a la vista de la risa en su mirada. Él sonreía muy raramente, pero a veces, de vez en cuando, ella podía hacer que sus ojos sonrieran. —Ese agente inmobiliario te habría dicho que el sol salía por el oeste y la luna estaba hecha de queso si eso le asegurara una venta. —Ella sonrió burlonamente—. Él me la vendió primero a mí, así es que sabía que yo no era agradable. Supongo que se olvidó de informarte de ese hecho. De hecho, ella se había llevado bastante bien con el agente de bienes raíces. Era un señor muy agradable que le había asegurado que los hogares de esta manzana solo se venderían a un tipo específico de persona. Así es que, evidentemente, él le había mentido a ella también, porque el hombre que estaba parado delante de ella no era respetable, ni un hombre familiar. Era un dios del sexo, y ella estaba a un segundo de postrarse en adoración a sus pies masculinos y fuertes. Ella era tan débil.
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Era un asesino de rosas, se recordó ella firmemente, e iba a patear su trasero si atacaba a una más de sus preciosas plantas. Mejor todavía, llamaría a sus hermanos y lloraría. Entonces ellos patearían su trasero. No, no lo haría así, se corrigió rápidamente. Ellos lo echarían. Eso no era en absoluto lo que ella quería. —Quizá debería discutir esto con él. —Él deslizó las gafas por la nariz una vez más, contemplándola sobre el borde—. Al menos tenía razón sobre la vista. Su mirada erró desde sus talones hasta su cabeza mientras sus ojos marrón dorado centelleaban por la risa —a su costa, desde luego. Como si ella no supiera que era demasiado hogareña. Un poco demasiado normal. No era del tipo de sirena atractiva, y no tenía deseos de serlo. Eso no quería decir que él tuviera que reírse de ella. Era perfectamente aceptable que ella jugara con él. Que él volviera las tornas no le divertía en lo más mínimo. —Eso no fue divertido —le informó ella fríamente, deseando ahora poder esconderse detrás de algo. Los vaqueros andrajosos los llevaba caídos a las caderas, no a causa de la moda sino porque eran un poco demasiado sueltos. La camiseta que llevaba le quedaba un poco mejor, pero era casi demasiado cómoda. Pero estaba limpiando la casa, no haciendo una entrevista para una revista de moda. —No estaba intentando ser divertido. —Su sonrisa era perversa, sensual—. Estaba siendo honesto. Estaba tratando librarse de problemas. Ella conocía bien esa mirada. No era la primera vez que la usaba con ella. —Tengo tres hermanos mayores —le informó ella fríamente—. Conozco todos los trucos, señor... 12
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—Jordan. Tarek Jordan —le recordó él suavemente. Como si ella no supiera ya su nombre. Había sabido su nombre desde el primer día que se había cambiado a esta casa haciendo sonar el claxon de la Harley en la que había cruzado el césped delantero. Maldición, esa Harley había estado realmente bien, pero él había estado incluso mejor sentado en ella. —Señor —repitió ella—, no me está engañando, así es que no se equivoque. Ahora mantenga sus malditas máquinas alejadas de mi propiedad y de mí, o podría tener que mostrarle cómo se usan y dañar todo ese orgullo masculino del que parece que tiene tanto. —Ella lo ahuyentó otra vez—. Vamos. A tu propiedad, ahora. Y deja mis rosas en paz. Sus ojos se entrecerraron hacia ella de nuevo. Esta vez su expresión también cambió. Se volvió... depredador. No peligrosa. No amenazante. Pero tampoco era una expresión cómoda. Era una expresión que le aseguraba que una abundancia de testosterona masculina estaba preparándose para salir. Y él representaba la testosterona masculina realmente bien. Estaba irritable, gruñón y con mal genio mientras la fulminaba con la mirada, su voz volviéndose peligrosamente áspera mientras la gruñía e intentaba regañarla. Ella se negó a echarse atrás. —Tampoco me mires así. Te lo he dicho. Tengo tres hermanos. No me intimidas. La ceja de él se arqueó. Lentamente. —Ha sido muy agradable verte hoy, Lyra —saludó finalmente él cordialmente—. Tal vez la próxima vez no estés de tan mal humor. —Sí. Estaría bien en algún momento que no estés destrozando el aspecto de la manzana —resopló ella mientras se giraba y se alejaba de él—. Narices, solo yo podía terminar con un vecino sin absolutamente ningún gusto para la jardinería. ¿Cómo demonios me las arreglaré? 13
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Ella se alejó pisando fuerte, segura ahora de que nunca debería haber dejado que su padre le hablara de esta casa en particular. —Está cerca de la familia —se burló ella, poniendo los ojos en blanco—. El precio es perfecto —imitó ella a su hermano mayor—. Sí. Cierto. Y los vecinos son una porquería... ********************************************************* Tarek la vio irse, oyendo su pequeña voz burlona todo el camino hasta el porche mientras pisaba fuerte sobre la acera. Finalmente, la puerta delantera se cerró con un punto de violencia que habría causado que cualquier otro hombre se estremeciera. Las Castas no se estremecían. Él echó un vistazo a la podadora que colgaba de sus hombros y aspiró profundamente antes de volverse para echar un vistazo al césped. El corte del césped era bueno, se aseguró a sí mismo, logrando apenas no estremecerse. Vale, podía no estar tan genial, pero se había divertido cortándolo. Demonios, incluso se había divertido usando la podadora. Al menos, hasta que la señorita No Ataques Mis Rosas había salido como una tromba de su casa. Como si él no supiera bien que toda esa furia femenina era más fingida que verdadera cólera. Podía oler su ardor, su excitación y su entusiasmo. No lo escondía ni mucho menos tanto como pensaba. Él se rió entre dientes y volvió la mirada hacia la casa de dos plantas de ladrillo y cristal. Le pegaba a ella. Agradable y regia en el exterior, pero con profundidades. Podía verlo en sus grandes ojos azules, en la blandura de sus labios que hacían pucheros. Sin embargo, era un gato montés. Bueno, al menos tan encendida como un gato montés. Se aclaró la garganta y se rascó el pecho pensativamente, luego alzó la podadora sobre los hombros y se dirigió al pequeño cobertizo de metal que estaba detrás de su propia casa. 14
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Prefería su casa, se dijo a sí mismo. Los dos pisos de áspera madera con el porche que los rodeaba eran... cómodos. Era espaciosa y natural, con habitaciones abiertas y un sentido de libertad. Había algo en esta casa que le calmaba, que aliviaba las pesadillas que le asediaban a menudo. No había estado buscando un hogar cuando cedió a la sugerencia del agente inmobiliario para visitar la casa. Había estado buscando algo para alquilar, nada más. Pero cuando pararon en la calzada, con el olor fresco de la lluvia de verano todavía flotando en el aire, mezclado con el aroma del pan recién horneado que flotaba de la casa vecina, había sabido, en ese momento, que esta era suya. Esta casa, demasiado grande para él solo, el patio que suplicaba abrigar árboles y arbustos y la risa de los niños que hicieran eco, le llamaban. Seis meses más tarde, este hogar que no había sabido que quería todavía calmaba los bordes ásperos de su alma. Tiró para abrir la puerta del cobertizo, parándose antes de entrar en los límites sofocantes del pequeño edificio para almacenar la podadora. Iba a tener que reemplazar el cobertizo con uno mayor. Cada vez que entraba en la oscuridad se sentía como si se estuviera cerrando sobre él, atrapándole. Enjaulándole. Sin embargo, había algo diferente. Hizo una pausa mientras salía, mirando al interior mientras lo consideraba pensativamente. No había olido el moho habitual del edificio. Por una vez, el olor a tierra mojada no le había hecho dar un vuelco al estómago con los recuerdos. Era porque sus sentidos estaban todavía llenos con el olor suave del café, el pan recién horneado y una hembra cálida y dulce. Lyra Mason. Se volvió y se quedó mirando a la casa de ella, frotándose el pecho, sintiendo apenas las casi imperceptibles cicatrices que cruzaban su carne. Café y pan recién horneado. 15
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Nunca había comido pan recién horneado. Solo lo había olido saliendo de su casa en los pasados meses. Le había llevado mucho tiempo descubrir qué era el olor. Y el café era, lamentablemente, su debilidad. Y ella tenía de ambos. Se preguntó si ella podría hacer mejor café que él. Demonios, desde luego que podría, gruñó él mientras se giraba alejándose y daba grandes zancadas hacia su puerta trasera. La empujó para abrirla y entró en la casa, deteniéndose para quitarse las botas antes de caminar sobre los lisos azulejos de color crema. La cocina estaba hecha para alguien que no era él. Todavía no había logrado entender el horno. Por suerte había un microondas, o habría muerto de inanición. Se movió hacia la cafetera con toda la intención de prepararlo antes de detenerse y hacer una mueca. Todavía podía oler el aroma del café de Lyra. Su labio se alzó y un gruñido retumbó en su garganta. Quería café del de ella. Olía mucho mejor que el suyo. Y quería un poco de ese pan recién horneado. Y no es que fuera probable que ella le diera nada. Había cortado su precioso arbusto, así es que ella, desde luego, tendría que castigarle. Esa era la forma en que funcionaba el mundo. Había aprendido eso en los laboratorios a una edad muy temprana. Bueno, él ya lo sabía. Las cicatrices que marcaban su pecho y su espalda eran prueba de que era una lección que nunca había aprendido realmente. Apoyó las manos en las caderas y fulminó con la mirada la casa de Lyra. Pertenecía a la Casta de los Leones. Un macho completamente crecido entrenado para matar de cien modos diferentes. Su especialidad era el rifle. Podía abatir a un hombre a ochocientos metros con alguna de las armas que había escondido en su dormitorio. 16
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Había sobresalido en su entrenamiento, aprendido todo lo que los laboratorios tenían que enseñarle, luego luchó diariamente para escapar. Su oportunidad había llegado finalmente con el ataque que se había organizado al laboratorio de las Castas siete años antes. Desde entonces había estado intentando aprender cómo vivir en un mundo que todavía no confiaba totalmente en el ADN animal que era una parte de él. No es que nadie en la pequeña ciudad de Fayetteville, Arkansas, supiera quién o qué era él. Solo aquellos en Santuario, el principal recinto de las Castas, sabían la verdad sobre él. Eran su familia y sus patrones. Descruzó los brazos del pecho y se puso las manos en las caderas. No podía quitarse de la cabeza el olor de ese café o ese pan. Esa mujer le volvería loco era demasiado sensual, demasiado terrenal. Pero el olor de ese café... Suspiró ante el pensamiento. Él movió la cabeza, ignorando la sensación de su pelo demasiado largo contra los hombros. Era hora de cortárselo, pero que le condenaran si podía encontrar el momento. El trabajo que le había enviado aquí ocupaba casi todos sus momentos de vigilia. Excepto por el tiempo que se había tomado para cortar el césped. Y por el tiempo que iba a tomarse ahora para ver si podía reparar el crimen de cortar ese arbusto tonto y conseguir una taza del café de Lyra. El probar a la mujer vendría bastante pronto.
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Capítulo 2 El pan se alineaba en el mostrador de la bella y perfecta cocina de Lyra. Pan blanco fresco, pan de nueces y plátano y los rollos favoritos de canela de su padre. Una taza de café recién hecho estaba al lado de su codo, y un libro de recetas yacía abierto en la mesa delante de ella mientras trataba de encontrar las instrucciones para el touffe que quería intentar. El libro de cocina no era más que unos cientos de páginas, algunas escritos a mano, otras a máquina y otras impresos por ordenador, unidas sin orden ni concierto a lo largo de los años. Su madre lo había comenzado, y ahora Lyra añadía sus propias recetas, usando también las que ya estaban. Las melodías suaves de una nueva banda de country estaban sonando en el equipo de música del cuarto de estar, y su pie se balanceaba con un ritmo alegre siguiendo la música. —¿Realmente te gusta esa música? Un chillido sobresaltado de miedo escapó de su garganta cuando saltó de su silla, enviándola volando contra el muro mientras casi lanzó la taza de café a través del cuarto. Y allí estaba él. Su némesis. El hombre tuvo que haber sido colocado aquí solo para atormentarla y torturarla. No había otra respuesta. —¿Qué hiciste? —Ella se giró y levantó bruscamente la silla de donde había caído contra la pared, colocándola bruscamente de nuevo en su lugar antes de darse la vuelta y apoyar las manos en las caderas. 18
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Él estaba aquí. Y se veía un poco demasiado incómodo como para satisfacerla. Tenía que haber estropeado algo otra vez. Él se quedó de pie justo en el umbral, recién duchado y con un aspecto demasiado toscamente masculino para la paz mental de cualquier mujer. Si fuera apuesto de una manera convencional ella podría haberlo ignorado. Pero no lo era. Su cara estaba toscamente tallada, con ángulos agudos, pómulos altos y labios sensuales y comestibles. Un hombre no debería tener labios comestibles. Era demasiado molesto para aquellas mujeres que no tenían ni la más mínima esperanza de conseguir probarlos. —No hice nada. —Pasó la mano por la parte de atrás de su cuello, girándose para mi-rar fuera de la puerta como si estuviera confuso antes de volver la mirada a ella— Vine para pedir perdón. No parecía compungido. Parecía como si quisiera algo. Se frotó el cuello de nuevo, su mano se movía bajo el borde del cabello marrón claro y demasiado largo, con un corte que definía y enfatizaba los ásperos ángulos y planos de su cara. Guiso especiado de comida Cajun hecho de verduras, pescado y mariscos, especialmente cangrejo de río. Desde luego que quería algo. Todos los hombres lo querían. Y dudaba muy seriamente que tuviera que ver con su cuerpo. Lo que realmente era muy malo. Podía pensar en un montón de cosas para las que sería bueno ese fuerte y masculino cuerpo suyo. Lamentablemente, los hombres como él —fuertes, oscuros y malos— generalmente nunca miraban en su dirección. —¿A pedir perdón? —Ella descubrió la mirada medio escondida y añorante que dirigió al mostrador y al pan que se enfriaba allí. 19
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—Sí. A pedir perdón. —Él incluso asintió muy ligeramente, y su expresión era algo más calculadora de lo que le habría gustado. Ella apretó los labios, completamente consciente de que no estaba aquí para pedir perdón. Él estaba perdiendo el tiempo de ella, tanto como el suyo, mintiéndola. Quería su pan. Podía verlo en sus ojos. —Bien. —Ella se encogió de hombres desdeñosamente. Qué más podía hacer—. Quédate completamente lejos de mis plantas y te perdonaré. Ahora puedes irte. Él se movió y atrajo la atención a su pecho y a la blanca camisa crujiente que llevaba puesta. Se había cambiado de ropa y se había duchado. Vestía vaqueros ajustados a su cuerpo con la camisa blanca remetida con esmero. Un cinturón de cuero rodeaba sus delgadas caderas, y las siempre presentes botas estaban en sus pies, aunque estas se veían un poco mejor que el par previo. Su mirada se desvió al pan una vez más. Encajaba. Y el destello hambriento y desesperado en sus ojos era casi su perdición. Solo casi. No iba a dejarse engatusar para esto, se aseguró a sí misma. Lo miró fija y fríamente de nuevo mientras su mano se apretaba en el respaldo de la silla. No se iba a comer su pan. Ese pan era oro en lo que concernía a su padre y sus hermanos, y necesitaba desesperadamente los puntos que le conseguiría. Era la única forma en que iba a conseguir que le construyeran su bonito cobertizo de madera y lo sabía. Él miró de nuevo hacia ella, sin molestarse en ocultar esta vez el frío cálculo de su mirada. —Podemos hacer un trato tú y yo —sugirió él firmemente, con su voz firme, casi con tono de negociación. Uh-huh. Apostaba a que podían. 20
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—¿Realmente? —Se apartó de la silla y se apoyó sobre el mostrador mientras lo observaba con una mirada escéptica— ¿Y cómo? Oh chico, no podía esperar a oír esto. Iba a tener que ser bueno. Conocía a los hombres, y sabía que obviamente había estado preparando el discurso que se avecinaba cuida-dosamente. Pero estaba intrigada. Pocos hombres se molestaban en ser francos o incluso parcialmente honestos cuando querían algo. Al menos no estaba empleando el encanto y fingiendo estar vencido por su atracción por ella para conseguir lo que quería. —Como desees —declaró él firmemente— Dime lo que tendría que hacer para conseguir una barra de ese pan y una taza de café. Le devolvió la mirada conmocionada.No estaba acostumbrada a tales tácticas francas y totalmente mercenarias de alguien. Mucho menos de un hombre. Lo miró pensativamente. Él quería el pan; ella quería el cobertizo. Ok, quizá podrían hacer negocio. No era lo que ella había esperado, pero estaba dispuesta a conformarse con la oportunidad que se presentaba. —¿Puedes usar un martillo mejor que una podadora? Ella necesitaba ese cobertizo. Sus labios se comprimieron. Miró al pan de nuevo con una débil expresión de pena. —Podría mentirte y decirte que sí. —Inclinó la cabeza y le ofreció una sonrisa vacilante—. Estoy muy tentado de hacerlo. Genial. Tampoco podía usar un martillo. Ella volvió la mirada a la condición muscular de su cuerpo sutilmente tonificado. Un hombre no se veía así como resultado del gimnasio. Era gracia y músculo natural, no la apariencia pesada y maciza que los chicos consiguen en el gimnasio. Pero si no 21
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podía cor-tar su propio césped o balancear un martillo, ¿cómo demonios la había conseguido? Ella sacudió la cabeza. Obviamente le gustaba realmente, pero realmente, a la naturaleza. Tarek Jordan no era una persona de estar al aire libre. —Déjame adivinar. ¿Eres realmente bueno con el ordenador? —Ella suspiró ante el pensamiento. ¿Por qué atraía a los técnicos en lugar de a los verdaderos hombres? —Bueno, realmente lo soy. —Le ofreció una sonrisa esperanzada—. ¿El tuyo necesita trabajo? Al menos era honesto —en algunas cosas. Suponía que merecía alguna compensación, aunque admitía totalmente que ella algunas veces era demasiado agradable. —Mira, promete mantener tus máquinas lejos de mi línea de la propiedad y te daré café y una rebanada de pan —ofreció ella. —¿Solo una rebanada? —Su expresión se nubló, casi como un chico al que le habían arrancado de las manos su regalo especial. Hombres.Ella miró sobre el mostrador. Demonios, de cualquier forma había horneado demasiado. —Bueno. Una barra. —¿De cada clase? —La esperanza apareció en esos ojos dorados, y por un momento le hizo preguntarse... No, desde luego que él habría comido pan recién horneado. ¿No lo habían hecho todos? Pero allí había una curiosa luz tenue de vulnerabilidad. Una que no había esperado. Ella miró al mostrador de nuevo. Tenía cuatro barras de cada clase y muchos rollos de canela. No era como si no tuviera suficiente. 22
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—Vamos, entra. —Ella se giró para conseguir una taza de café extra cuando se paró y se le quedó mirando con sorpresa. ¿Se estaba quitando las botas? Lo hizo de manera natural, apoyándose en los talones hasta que el cuero se deslizó de sus pies y luego recogiéndolas para colocarlas con esmero en la puerta. Sus calcetines eran blancos. Un blanco puro y bonito contra el granate oscuro de sus azulejos de cerámica mientras andaba hacia la mesa. Él esperó con expectación. ¿Qué demonios era él? ¿Un extraterrestre? Ningún hombre que conociera tenía calcetines blancos. Y aún más seguro que no tenían cuidado en quitarse los zapatos en la puerta, sin importar a menudo cuán mugrientos o fangosos estuvieran. Sus hermanos eran los peores. Sirvió el café y lo colocó delante de él antes de volverse para tomar el azúcar y la leche en polvo del mostrador. Cuando se volvió de nuevo, frunció el ceño al verle tomar un largo sorbo del oscuro líquido. El éxtasis transformó su rostro. La expresión en su cara hizo que sus muslos se apretaran mientras que su sexo se contraía con interés. Lo que solo la enojó. No iba a excitarse más por este hombre de lo que ya estaba. Lo estaba haciendo perfectamente bien sin un hombre en su vida ahora mismo. No, repito, no necesitaba la complicación. Pero si así era como miraba el hombre cuando tenía sexo, entonces su virginidad podía estar en un serio peligro. Extrañamente predador, salvaje, lleno de satisfacción, su rostro tenía una mirada intensa y primaria de satisfacción y hambre creciente. Por un momento su pecho se contrajo con una desilusión sorprendente. Quería que la mirara así a ella, no a su pan.
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Pero esa era su suerte. Alguien más que la acosaba por su pan en vez de por su cuerpo. No es que quisiera que la acosaran por su cuerpo, pero sería agradable si alguien lo hiciera. Sacó un cuchillo de pan y rebanó primero la barra de pan de nueces y plátano y luego el pan blanco. El pan blanco estaba todavía lo suficientemente caliente como para derretir la fresca y cremosa mantequilla que le extendió encima. Bien. Tal vez podría sobornarle para que contratara a alguien para cortar y recortar el césped y así dejaría el suyo en paz. Cosas más extrañas habían pasado. ********************************************************* El café era rico, oscuro y exquisito. El pan casi se derretía en la boca. Pero eso no era lo que mantenía su pene dolorosamente erecto mientras saboreaba el convite. Esa excitación estaba matándole. No era intensa y aplastante, sino curiosa y cálida. Casi tímida. Saboreó su olor más de lo que saboreaba el pan y el café en los que estaba intentando mantenerse centrado. —¿Y qué haces en el ordenador? —Estaba limpiando los moldes de barra que había usado para hornear el pan, lavándolos y secándolos cuidadosamente en el fregadero. Él echó un vistazo a la línea delgada de su espalda, las curvas de su trasero, y se movió agitadamente en su silla. Su erección estaba matándolo. No había querido darle la impresión de que trabajaba principalmente con ordenadores, pero suponía que era mejor que decirle la verdad. —Sobre todo investigaciones. —Él se encogió de hombros, diciéndole tanta verdad como era posible. Odiaba el pensamiento de mentirla. Lo que era extraño. Estaba viviendo una mentira y lo sabía. Había sido así desde su creación. ¿Así es que por qué debía moles-tarle ahora?
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—¿Criminal o financiera? —Recogió la cafetera y caminó hacia la mesa, llenando su taza con el último líquido caliente. Él frunció el ceño ante la pregunta mientras miraba la forma en que la seda suave como la medianoche de su pelo caía hacia delante, tentando a sus dedos. Parecía suave y cálido. Como todo lo que había creído que debería ser una mujer. Ella no era dura, entrenada para matar o vivía sus propias pesadillas, como muchas de las mujeres de las Castas Felinas. Era batalladora e independiente, pero también suave y exquisita. —Más en la línea de las personas desaparecidas —respondió él finalmente—. Sin embargo, un poquito de todo. Casi se ahogó con eso. Era, de manera simple, un caza recompensas y un asesino. Su misión actual era la búsqueda de uno de los Domadores que había escapado y que había asesinado incontables miembros de las Castas Felinas mientras los mantenían en cautividad. Sin embargo, la misión estaba empezando a ocupar el segundo lugar con respecto a la mujer que estaba delante de él. Ese maldito café era bueno, pero si ella no se llevaba el aroma de ese calor suave y acalorado que hervía a fuego lento en su sexo al otro lado de la habitación y lejos de él iban a tener problemas. Podía sentir la creciente necesidad sexual estrujando su abdomen y palpitando en su cerebro. Quería sacudir su cabeza, apartar el aroma de él en un intento de recobrar el sentido. Nunca había conocido una reacción tan intensa, tan inmediata, a ninguna mujer. Desde el primer atisbo de su expresión ultrajada cuando cometió el pecado supremo de montar su Harley sobre su césped, ella le había cautivado.
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No estaba asustada o intimidada por él. No le miraba como a una pieza de carne o a un animal que podía atacarle en cualquier momento. Le miraba con frustración, inocencia y hambre a partes iguales. Y si él no se iba condenadamente lejos de ella iba a cometer otro pecado. Iba a mostrarle cuán desesperadamente quería ese pequeño cuerpo curvilíneo suyo. —Supongo que debería irme. —Se puso en pie rápidamente, terminándose el café antes de llevar la taza y su plato vacío al fregadero donde estaba trabajando. Ella alzó la mirada hacia él con asombro mientras los aclaraba rápidamente antes de depositarlos en el agua caliente y jabonosa delante de ella. Él bajó la mirada hacia ella, atrapada por un momento en las profundidades de sus increíbles ojos zafiro. Brillaban. Pequeños puntos de luz brillante parecían llenar el color os-curo, como estrellas sobre un fondo de terciopelo azul. Increíble. —Gracias. —Finalmente forzó a las palabras a que pasaran sus labios—. Por el café y el pan. Ella tragó fuertemente. El aroma de ella la envolvía, un olor nervioso e incierto de excitación que había llenado su pecho con un repentino gruñido animal. Estranguló el sonido firmemente, apretando los dedos mientras retrocedía apartándose de ella. —De nada. —Ella se aclaró la garganta después de que las palabras salieran con un tono ronco y atractivo de nerviosismo. Caray, no tenía tiempo para tales complicaciones. Tenía un trabajo que hacer. Uno que no incluía a una mujer que sabía que huiría de él gritando si tuviera alguna idea de quién y qué era.
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Ella había envuelto las barras y las había puesto en el mostrador al lado de la puerta para él. Se puso las botas rápidamente y recogió el pan, abriendo la puerta antes de vol-verse hacia ella. —Si necesitas alguna ayuda. —Se encogió de hombros de manera fatalista— Si hay algo que pueda hacer por ti... —Dejó que las palabras se fueran apagando. ¿Qué podía él hacer por ella además de complicarle la vida y hacerle lamentar incluso el haberle encontrado? Había poco. —Simplemente mantente lejos de mi patio con tus cacharros. —Sus ojos estaban llenos de humor—. Al menos hasta que aprendas cómo usarlos. La mujer obviamente no tenía respeto por el orgullo del hombre. Una sonrisa bailó en los labios de él. —Lo prometo. Se volvió y dejó la casa, con pesar, odiándolo. Había un calor dentro de las paredes de la casa de ella que no existía dentro de la suya propia, y lo dejaba sintiéndose inexplicablemente entristecido por marcharse. ¿Qué había en ella, en su casa, que repentinamente parecía que le faltaba? Él sacudió la cabeza, hundió su mano libre en el bolsillo de sus vaqueros y se marchó por el patio de ella, recortado con esmero, al césped propio, menos que prístino. Y a su propia vida, menos que satisfactoria.
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Capítulo 3 Caía una fría lluvia de invierno, todavía no era hielo pero era lo bastante cercana como para helar la carne de Tarek mientras estaba parado en las sombras de su porche a altas horas de la noche. No estaba seguro de lo que le había despertado. Pero algo lo había hecho. Se había puesto instantáneamente alerta, con sus sentidos amotinados, la erección diminuta y casi imperceptible del vello por todo su cuerpo mientras se deslizaba de la cama y se vestía silenciosamente. Ahora se quedó parado dentro de la oscuridad que le ocultaba, mirando alrededor del patio, con sus ojos que sondeaban la noche como si su visión única le ayudara a ver a través de la noche sin luna. En su mano lleva una poderosa metralleta ultraligera. Descansaba al lado de su pierna mientras su muslo opuesto sostenía el peso del cuchillo letal guardado con seguridad en la funda que se había atado allí. El vello de la parte de atrás de su cuello hormigueaba, advirtiéndole que no estaba solo en la oscuridad. Sus ojos examinaron su patio y luego se volvieron al de Lyra. Las luces de arriba estaban encendidas; cada pocos minutos podía verla pasear delante de la ventana del dormitorio. Necesitaba cortinas más tupidas. Algo le oprimió en el pecho, se le constriñó ante el pensamiento de que lo que acechaba en la oscuridad pudiera ser una amenaza para ella. Su mandíbula se endureció mientras alzaba la cabeza, hundiéndose en los olores que le rodeaban y separándolos rápida y automáticamente.
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Algo estaba ahí fuera; lo sabía, y debería ser capaz de olerlo. No tenía sentido que las respuestas que buscaba no estuvieran en el aire a su alrededor. Podía oler el aroma de los hermanos de Lyra. Habían aparecido esa tarde y se habían llevado pan cuando se habían marchado. Maldito fuera su pellejo. Había considerado asaltarlos durante un loco minuto. Podía oler los trastos viejos que habían traído, colocados en su patio trasero, y el aroma del carbón de leña en el aire de los filetes que habían asado en la parrilla para cenar. Pero no había ningún olor de un intruso. Flexionó los hombros, sabiendo que la lluvia podía estar destilando el olor, sabiendo que iba a tener que aventurarse en ella y odiando el pensamiento. Salió silenciosamente del porche, con cuidado de permanecer en la sombra de los pequeños árboles que se había tomado el tiempo de plantar antes de venirse a vivir. La mayor parte eran abetos de algún tipo, plantas de hoja perenne que nunca perdían su follaje de camuflaje. Estaban espaciados a la distancia justa para proporcionar el encubrimiento que necesitaba mientras recorría el perímetro de su propiedad. Ahí. Se paró en la esquina más lejana y alzó la cabeza para aspirar profundamente, sintiendo la lluvia contra su rostro, el hielo que se formaba a lo largo de su pelo empapado. Pero ahí estaba el olor que estaba buscando, y estaba en la propiedad de Lyra. Giro la cabeza y sus ojos se estrecharon en busca del movimiento que no estaba ahí, aunque el olor era casi irresistible. «¿Dónde estás, bastardo?», gruñó silenciosamente mientras se dirigía al montón de trastos viejos, usándolos para ocultarse de la parte trasera de la casa y teniendo una visión clara de su porche trasero mientras quitaba el seguro de la poderosa arma que llevaba. 29
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La lluvia helada corría en riachuelos por su pelo y sus brazos, empapando la camisa de franela y los vaqueros que llevaba puestos. Apartó de su mente el frío y la sensación de la tela mojada. Se había entrenado en condiciones peores que estas durante años. Aspiró de nuevo y examinó cuidadosamente los olores hasta que pudo determinar de donde venía ese en concreto. El viento soplaba desde el oeste y se movía a través de la casa hacia el pequeño valle en que estaba situada la urbanización. El olor estaba definitivamente en la parte de atrás de la casa. Era demasiado claro, demasiado lleno de amenaza, como para haber sido diluido por los arbustos del patio delantero. La noche sin luna dejaba el patio casi como boca de lobo, pero el ADN que le convertía en una abominación también le hacía capaz de ver mucho más claramente que el enemigo que acechaba en la noche con él. No era un Mestizo. Podía oler a un Mestizo a una milla. Pero tampoco era una amenaza inocua. Podía sentir la amenaza en el aire, volviéndose más fuerte por momentos. Se apartó del camuflaje del montón de trastos y se abrió paso hasta estar más cerca de la casa. Incluso más importante que localizar la amenaza era mantener a Lyra en la casa y segura. Era tan condenadamente batalladora que si pensaba siquiera que había alguien en su patio trasero saldría fuera a exigir respuestas ignorando el peligro. Rodeó el pequeño arco que madera que sostenía el balancín, esquivó con cuidado el comienzo de un arriate en el que la había visto trabajar los días pasados y se deslizó a lo largo de la cerca que separaba su propiedad del vecino del otro lado. Podía sentir al intruso. El picor en la parte de atrás de su cuello se estaba volviendo más insistente por momentos. Hizo una pausa, acurrucándose al lado de un arbusto de hoja perenne mientras examinaba el área de nuevo. 30
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Y ahí estaba. En cuclillas al lado de la casa y avanzando por el porche. Vestido enteramente de negro, el bastardo podría haber pasado desapercibido si Tarek no hubiera captado el movimiento del blanco de sus ojos. Era bueno. Tarek observó cómo se dirigía a la caja de los fusibles a un lado de la casa. Demasiado bueno. Tarek observó cuando una linterna de lápiz enfocaba un mínimo haz de luz mientras el intruso trabajaba. Cuando hubo terminado Tarek se habría apostado sus incisivos a que el sistema de seguridad había sido anulado de alguna forma. Las luces estaban todavía encendidas, y no había habido ni un parpadeo en la corriente. Pero había un aire de satisfacción en la forma en que la figura vestida de negro se dirigía a la puerta trasera. No iba a suceder. Tarek se movió rápidamente, alzó el arma y apuntó, solo para maldecir violentamente cuando la figura se giró, se sacudió y alzó su propia arma. Tarek rodó cuando oyó el silbido del arma silenciada. Al esperar, tontamente quizá, que el asaltante se diera la vuelta y huyera, se puso de rodillas y apuntó de nuevo solo para encontrarse arrojado de vuelta a la hierba húmeda mientras el arma le era arrancada de una patada de la mano. Rodó a un lado y se puso en pie de un salto. Su pierna voló para conectar con una mandíbula, y oyó el gruñido de dolor cuando el otro hombre retrocedió, tambaleándose en busca de equilibrio. Tarek sacó el cuchillo de la funda, ahora preparado cuando el otro hombre vino sobre él. Dio una patada al arma que tenía en la mano, lanzó una poderosa patada al plexo solar, y gruñó cuando se giró y vio al bastardo venir a por él de nuevo, armado también con un cuchillo.
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Al mismo tiempo se encendió la luz del porche trasero, cegándole durante un precioso segundo en que el atacante hizo su movimiento. El dolor quemó su hombro cuando el cuchillo encontró su destino antes de que él pudiera saltar hacia atrás. Un disparo resonó en la noche. El sonido de la poderosa escopeta hizo que los dos hombres se detuvieran, respirando pesadamente, antes de que el atacante se girara y corriera. —¡Ni lo sueñes! —gruñó Tarek mientras se apresuraba a perseguirle, y sus pies se deslizaban en la porquería bajo ellos antes de tomar tracción y correr a toda velocidad detrás de él. Casi lo tenía, maldición. Estaba a centímetros de lanzarse contra el otro hombre y derribarlo cuando otro disparo silencioso silbó por delante de su cabeza, haciendo que en lugar de eso tuviera que inclinarse y arrojarse a un lado. El sonido de un vehículo rugiendo calle abajo rompió la noche. Los neumáticos chirriaron cuando el coche se paró de golpe, unas voces se alzaron exigentes y luego se separaron rápidamente de la parte delantera de la casa mientras Tarek corría a toda velocidad para conseguir divisarlo. —¡Joder! ¡Joder! —Su maldición llenó la noche mientras el sedán negro, sin matrícula por supuesto, rugía alejándose. El atacante estaba bien entrenado y obviamente venía con refuerzos. La sospecha de que era el Domador que estaba buscando se asentó en su mente. ¿Pero por qué ir a por Lyra? El hombre era lo suficientemente listo, estaba lo suficientemente bien entrenado como para que se hubiera confundido de casa que atacar. A renglón seguido de esa sospecha vino el conocimiento de que él, el cazador, podía muy bien convertirse en el cazado. Y pareció como si hubieran colocado a Lyra en el medio de la guerra que se llevaba a cabo entre el Consejo y sus creaciones ahora libres.
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—La policía está en camino —gritó Lyra desde la puerta trasera—. ¿Tarek, estás bien? Al menos ella estaba todavía en casa. Un gruñido vibró en su pecho cuando se volvió y corrió de vuelta al patio, localizando el cuchillo y la metralleta ilegal en el ahora fangoso patio. La puerta trasera estaba abierta y ahí estaba ella, vestida con un camisón largo y una bata a juego, sujetando esa escopeta de mierda como si pudiera protegerla. Apretó los dientes cuando oyó las sirenas que rugían en la distancia y fue pisando fuerte hacia la casa. —No me menciones, ¿lo entiendes? —le ordenó cuando se paró delante de ella, fijando la mirada en sus ojos enormes y conmocionados mientras ella parpadeaba hacia él. —¿Me entiendes Lyra? —siseó con impaciencia—. No me menciones. Después de que se vayan volveré. ¿Entiendes? Tendió la mano para asir su brazo, retrocediendo a la vista de la sangre que goteaba en su mano. Joder, su hombro ardía. —Estás herido. —Ella tragó fuertemente. Las sirenas estaban acercándose. —Lyra. —Él se acercó y respiró su aroma, su miedo—. ¿Me oíste? —Sí. ¿Por qué? —Sus senos se alzaban y bajaban bruscamente, sus rasgos enfatizaban sus ojos grandes y oscuros. —Te lo explicaré más tarde. Te lo prometo. —Hizo una mueca dolorida—.Tan pronto como se vayan estaré de vuelta, Lyra. Pero no les digas lo que ha pasado. Su tapadera se iría derecha al infierno con que ella simplemente hiciera alusión a él. La policía convergiría directamente en su casa y se vería forzado a decirles exactamente quién era. Adiós misión, adiós Domador. 33
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Ella asintió lentamente y se volvió a mirar a la casa mientras el sonido de las sirenas se repetía alrededor de ellos. Él asintió ferozmente antes de volverse y desaparecer en la noche. El corte en su hombro no era un peligro para su vida, pero era profundo. Iba a tener que ocuparse primero de eso. Desapareció en su casa mientras las unidades de policía entraban bruscamente a la calle y se paraban con un chirrido en el exterior de la casa de Lyra. Cerró la puerta rápidamente y empleó unos preciosos segundos en quitarse las botas antes de moverse por la oscura casa. ¿Qué demonios estaba pasando? Se quitó sus ropas en el cuarto de lavado y dejó caer la ropa fría y empapada en la lavadora antes de tomar una toalla limpia del armario y envolverla alrededor de su brazo. La maldita sangre iba a mancharlo todo. Subió con rápidas zancadas, llegando a través de su habitación hasta el baño, donde podría ocuparse de la herida de su hombro. Mientras se limpiaba y se cosía cuidadosamente la herida examinó los acontecimientos recientes, intentando encontrarles sentido. ¿Por qué había intentado alguien irrumpir en la casa de Lyra cuando era claro que estaba en casa? Los ladrones esperaban hasta que sus víctimas estaban en la cama, muy probablemente dormidos, o fuera. No forzaban la entrada mientras las luces brillaban en la casa, y era totalmente seguro que no se quedaban después de que se veían claramente atrapados. Y con toda seguridad no estaban tan bien entrenados como lo había estado el ladrón de Lyra. No era un intento de robo. Era un asesinato premeditado. ¿Por qué intentaría alguien matar a Lyra a menos que fuera para llegar hasta él? ¿Una advertencia? Y si era ese maldito Domador, ¿cómo demonios había sabido que Tarek lo estaba rastreando? 34
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Untó la gasa con un poderoso antiséptico antes de ponerla sobre la herida cosida y asegurarla bien en su lugar. Entonces se vistió y esperó. Se quedó de pie en la ventana de su dormitorio, mirando, esperando, mientras esperaba a que la policía hablara con Lyra, preguntándose si prestaría ella atención a su advertencia anterior. Rezando porque lo hiciera. Sabiendo que sería mejor para ambos si no lo hiciera.
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Capítulo 4 Era un Mestizo. Lyra respondió a las preguntas que le hizo la policía, completó y firmó un informe y esperó impacientemente a que se fueran. Gracias a Dios no había llamado a sus hermanos antes de tomar aquella escopeta y salir corriendo a la puerta trasera. Ni siquiera había pensado en ello. Había mirado a través de la ventana de su dormitorio cuando la luz de la luna se abría paso tras una nube e iluminaba claramente las figuras que luchaban en su patio trasero. Había reconocido a Tarek inmediatamente. Tarek Jordan era un Mestizo. Lo había visto en el brillo feroz de sus ojos de ámbar cuando la luz había brillado en ellos, en los incisivos demasiado largos cuando había gruñido sus furiosas órdenes en el porche trasero. Tenía sentido. Debería haberlo sospechado desde el principio. Había vivido en la casa de al lado durante meses. Su obvia incomodidad al hacer cosas que la mayoría de la gente hacía todos los días de su vida debería haberle dado una pista. Las sombras de angustia en sus ojos. Su incapacidad para cortar hierba debería haberle dicho algo inmediatamente. Todos los hombres sabían al menos los rudimentos de cortar hierba. La alegría que encontró en una taza de café recién hecho y en el pan hecho en casa. Como si nunca lo hubiera conocido. 36
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Había pensado que era un fanático de los ordenadores. No era un fanático de los ordenadores el que había luchado en el patio trasero. Le había recordado a sus hermanos, cuando practicaban el taekwondo que habían aprendido con los militares. Le había recordado a un animal, gruñendo, con un gruñido que resonaba en el patio mientras luchaba con el ladrón frustrado. Debería haberlo sabido. Había seguido cada historia en las noticias, cada informe de las Castas, igual que sus hermanos habían participado en muchas de las misiones de años antes para rescatarlos. Le habían contado las historias de los hombres y mujeres desgreñados y salvajes que habían transferido de los laboratorios a la casa base de la Casta Felina, Santuario. Hombres cercanos a la muerte, torturados, marcados, pero con ojos de asesinos. Hombres que estaban siendo transformados lentamente en máquinas animales de matar y nada más. —No hay nada más que podamos hacer, Srta. Mason —anunció el oficial que estaba tomándole declaración cuando ella firmó en la línea apropiada—. Hemos llamado a su empresa de seguridad y estarán aquí por la mañana para reparar el sistema. —Gracias, oficial Roberts. —Ella sonrió cortésmente mientras le devolvía los papeles, deseando simplemente que se fueran. —Nos vamos ahora. —Él saludó con la cabeza respetuosamente. Ya era hora. Les escoltó a la puerta y la cerró y echó la llave antes de meter los pies en unas zapatillas de deporte y esperar impacientemente a que se apartaran del camino. En el instante en que sus luces traseras se dirigieron calle abajo agarró las llaves, abrió de golpe la puerta y se deslizó en el porche. Tras cerrarla rápidamente salió corriendo bajo la lluvia hacia la casa de Tarek. Quería respuestas ahora. No cuando él decidiera aparecer. 37
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Un grito asustado rasgó sus labios cuando pasó uno de los espesos árboles de hoja perenne del patio de él y la atraparon por detrás mientras otra mano tapaba su boca. Un brazo duro rodeó su cintura, cálido, muscular y que casi la alzó del suelo cuando él empezó a moverse rápidamente hacia la casa. —¿Cómo sabría yo que harías algo tan estúpido? —Su voz era un gruñido duro y peligroso en el oído de ella mientras la empujaba a través de la puerta de la sala de estar y la cerraba de golpe— Te dije que no te movieras, Lyra. La soltó rápidamente y echó los cerrojos de la puerta antes de marcar el código en el teclado al lado de ella. —Fuiste demasiado lento —le espetó ella— ¿Qué demonios estaba pasando esta noche? Ella se volvió hacia él fieramente, con toda la intención de emprenderla con él por los acontecimientos de las últimas horas. Sin embargo, sus ojos se ensancharon cuando vio su pálido rostro y la venda manchada de sangre. —¿Estás bien? —Ella tendió la mano, y sus dedos tocaron la carne dura y bronceada por el sol que había bajo la venda. —Viviré —gruñó él— Y deja de tratar de distraerme. Te dije que te quedaras quieta. Sus ojos tuvieron un amenazador destello de oro a la débil luz de la sala oscurecida por pesadas cortinas. —No obedezco órdenes muy bien. —Ella se lamió los secos labios nerviosamente—. Y estaba cansada de esperar. —La policía apenas acababa de irse, Lyra. —Él se pasó los dedos por el cabello húme-do con brusca impaciencia— Estaba de camino. Su voz se suavizó, aunque no por mucho, cuando bajó la mirada hacia ella. Durante un momento su expresión se ablandó y luego se volvió feroz de nuevo. 38
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—Harías que un hombre adulto se diera a la bebida —gruñó finalmente él antes de girarse y empezar a cruzar la casa—. Vamos, necesito café. —¿Sabes cómo hacerlo? —Ella le siguió rápidamente, y la pregunta escapó de sus la-bios antes de que pudiera detenerla. —Diablos, no. Pero estoy la hostia de desesperado —gruñó él con impaciencia y la voz áspera. —Entonces no toques esa cafetera porque yo también quiero. Ella se movió rápidamente delante de él antes de quedarse parada bruscamente en medio de la inmaculada cocina. —Bueno, adelante. —Él la sobrepasó y se dirigió a la puerta donde los azulejos brillaban húmedamente, con un fuerte olor a desinfectante todavía en el aire. —¿Qué estás haciendo? —Ella casi temía tocar algo. Estaba casi esterilizada. —Sangre — gruñó él—. No quiero que manche los azulejos. Él se arrodilló en el suelo con una toalla gruesa en las manos y restregó el charco de limpiador que había derramado en el suelo. Sus hermanos, benditos fueran sus corazones, habrían esperado que ella intentara limpiarlo. Dudaba que en ningún momento limpiaran algo más que sus armas. Los haraganes. —¿Alguna vez cocinas en esta cocina? —le preguntó nerviosamente mientras se movía hacia el armario y la cafetera que había allí. —Primero tendría que saber cómo —gruñó él mientras trabajaba en el suelo con firme intensidad —. Finalmente lo averiguaré. Ella buscó en los armarios hasta que encontró la bolsa de café molido y dos tazas. El término armarios desnudos se aplicaba definitivamente a este hombre. 39
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—¿Qué comes? —El silencio era sofocante cuando él se puso en pie para ver cómo ella medía el café y lo ponía en un filtro con ojos entrecerrados. —Como —gruñó finalmente él mientras salía de la cocina hacia un pequeño pasillo. Segundos más tarde oyó el agua corriendo en el fregadero y luego un flujo más fuerte, como de una lavadora. Él volvió a la cocina un minuto más tarde, mientras ella comprobaba la nevera. Queso. Salchichas ahumadas. Jamón. ¡Puaj! —No todos somos unos sibaritas —gruñó él mientras se movía hacia el armario sobre la cocina y sacaba el pan que le había dado esa tarde. No había señales de los rollos de canela. Quedaba media barra de pan blanco y quizá un tercio del pan de nuez y plátano. Ella comprobó el congelador y luego suspiró. Tenía que estar hambriento. Un cuerpo tan grande requería energía. —¿Qué ocurrió esta noche? —preguntó ella mientras volvía a la cafetera y llenaba dos tazas con el oscuro brebaje. —Alguien intentó irrumpir en tu casa y lo pillé. —Él se encogió de hombros con una voz fría mientras tomaba la jarra que ella le tendía. —Sí. —Ella creía eso—. Bueno. Entonces simplemente me iré a casa y llamaré a mi papá y mis tres hermanos que pertenecieron a las Fuerzas Especiales y les haré saber lo que ha pasado. No vendría mal si eso es todo lo que fue. Él hizo una pausa y su mirada la atravesó durante un largo momento antes de que bajara la taza. Ella no pensaba que hubiera nada que pudiera apartar su mente de ese café.
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—¿Ex Fuerzas Especiales, eh? —Él soltó el aire bruscamente, mientras sacudía la cabe-za con cansada resignación. —Sí, lo son. —Ella asintió con una mueca burlona—. Se retiraron hace unos cinco años. Fueron parte de los rescates de Castas que tuvieron lugar justo después de que la Manada principal anunciara su existencia. Su expresión se apagó y se volvió fría y distante. —Sé que eres un Mestizo, Tarek. —No se iba a andar con jueguecitos con él. Odiaba cuando lo hacían con ella—. Dime lo que está pasando. Él hizo una mueca con fuerza antes de alzar su taza y moverse a la mesa de la cocina como si pusiera distancia entre ellos. Ella le siguió. Él giró la cabeza y observó cómo se recostaba contra el mostrador que estaba delante de él y esperaba. A excepción de los aparatos la cocina estaba desnuda. Ningún desorden. Ni confusión ni decoración. La sala había sido igual, según recordaba ella. Como si él tuviera que decidir quién era antes de marcar su hogar con cosas que le definieran. A menos... —¿Compraste la casa? —le preguntó entonces. La sorpresa atravesó sus rasgos. —Es mía. —Él asintió antes de sorber su café—. ¿Qué tiene eso que ver? Nada, excepto que le molestaba el pensamiento de que se fuera. Vale, él no tenía interés en ella aparte de su pan y su café, pero a ella le gustaba. Al menos no era aburrido. —Nada. —Ella se encogió finalmente de hombros. Por suerte llevaba puesta su bata de franela gruesa en lugar de una de las más delgadas, las que habrían mostrado claramente sus duros pezones y habrían hecho imposible ocultar su respuesta frente a él. Eso era lo que le molestaba tanto en él. Era el único hombre en años que le había interesado realmente, y parecía totalmente inconsciente de ella como mujer. 41
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Era una mierda.—Todavía no me has dicho lo que ha pasado esta noche —le recordó ella finalmente— He sido bastante paciente, Tarek. Él gruñó ante aquella declaración. —Sí, ya lo vi mientras corrías bajo la lluvia. Él inhaló profundamente, hizo una mueca y se removió inquieto en la silla. Su mano frotó su brazo, justo debajo de la venda, como si alejara frotando el dolor. Ella sufría por él, por esa herida. La vista antes de su sangre había debilitado sus rodillas y le había llenado de un miedo que no había esperado. Él había sido herido. Mientras ella trataba con la policía y rellenaba ese estúpido informe, en todo lo que podía pensar era en cómo de graves habrían sido sus heridas. —No lo sé —respondió él finalmente y mirándola de manera directa— Sabía que había alguien ahí fuera. Le seguí. Le pillé enredando con la caja de fusibles e intentando alcanzar la puerta trasera cuando yo traté de detenerle. —Él se pasó de nuevo los dedos por el pelo, apartando los oscuros hilos dorados de su rostro— Sin embargo, no creo que fuera detrás de tu televisor. A ella no le gustaba cómo sonaba eso. —La compañía de seguridad dijo que la alarma no podría ser desmontada en la caja de fusibles. Que tenía un respaldo... —Se puede hacer. —Él se encogió de hombros fuertemente— Tu sistema es doméstico. Tiene sus inconvenientes. Te conseguiré uno mañana. —No te pedí que hicieras nada. —A ella le estaba poniendo enferma la forma en que él estaba jugando al gato y al ratón—. Quiero saber qué demonios está pasando. Cualquier ladrón que se respetase habría corrido cuando fue descubierto. Ese tipo no corrió. ¿Por qué? —No lo sé. Estaba esperando que tú lo supieras. —Eso no era una mentira. 42
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Él se la quedó mirando, con sus extraños ojos más oscuros y con los párpados pesados... Ella tragó fuertemente. No era lujuria lo que brillaba en las doradas profundidades. A los hombres como él no les excitaban las pequeñas contables desaliñadas. Ella tomó aire de manera profunda e irregular, pasando su lengua nerviosamente por sus labios secos. Él siguió el movimiento con mirada ardiente. Bueno. Esto era bastante extraño. Podía entender que ella misma estuviera más caliente que el infierno, ¿pero ahora él? ¿Por qué? ¿Tenía una atracción fetichista por la franela o qué? —Vale. Entonces no fue nada del otro mundo. —Ella cruzó los brazos sobre los senos solo para estar segura de que él no pudiera ver sus pezones empujando contra la ropa— Me iré a casa y... —Esta noche no. —Su voz era más oscura, más profunda— No es seguro mientras tu sistema esté desconectado. Puedes quedarte aquí o llamar a tus hermanos. Depende de ti. —Puedo cuidar de mí misma. —Ella se irguió rígidamente mientras le encaraba. Él se alzó de la mesa, apareciendo de repente más fuerte, más ancho y más fiero cuan-do bajó la vista hacia ella con el ceño fruncido. —Te lo dije, puedes quedarte aquí o llamar a tus hermanos. No te doy otras opciones. — Un gruñido resonó en su voz mientras sus ojos parecían brillar con arrogante resolución. —No te pedí opciones, Tarek. —Ella tampoco estaba dispuesta a inclinarse sumisamente ante él—. No necesito un guardián. Su mandíbula se apretó furiosamente y sus labios se contrajeron mientras la fulminaba con la mirada. 43
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Y eso no debería haberla excitado más. Pero lo hizo. Sintió la humedad reunirse, acumularse, derramarse a lo largo de los sensibles pliegues entre sus muslos. Sus senos se sentían más pesados, hinchados, demasiado sensitivos. Y él ya no estaba exactamente indiferente. Su mirada se deslizó hacia abajo y su rostro se acaloró antes de que la alzara de nuevo de golpe. Llenaba esos vaqueros como nadie. Y él tampoco se había perdido la dirección de su mirada. —No me tientes, Lyra —le advirtió él de repente, con una voz que raspaba sus sensibles terminaciones nerviosas— Mi control está acabado está noche. O bien llamas a tu hermano, o llevas tu dulce trasero escaleras arriba, a la habitación que tengo libre, o te vas a encontrar tendida de espaldas en mi cama. Es tu elección. Las únicas opciones que te quedan. Hazla.
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Capítulo 5 Él estaba casi temblando por la necesidad de tocarla. Tarek logró apartar la vista de sus rasgos de duendecillo, con la sangre bombeando con tanta fuerza y tan rápido en sus venas que era casi doloroso. Su pene era un dolor tortuoso entre sus piernas, las glándulas de los lados de su lengua estaban hinchadas y palpitantes. Su excitación tenía sentido. La velocidad de la sangre era explicable. La lengua era un enigma, y el sabor a especia en su lengua confuso. Lo único que tenía realmente sentido era su necesidad de besar a Lyra. Le había atormentado durante meses. Tentado. Reído y burlado de él con un calor suave y femenino que no debería haberle tocado tan dentro como lo había hecho. El olor de la excitación femenina estaba matándole. Era caramelo líquido y caliente, y estaba muriéndose por lamer la suave crema que sabía que estaba derramándose de su sexo. Estaría caliente y espumoso por su necesidad creciente, y tan rico como el amanecer. —Vaya mierda de elección. —Sus brazos se apretaron sobre sus senos. Él sabía lo que ella estaba ocultando. Las curvas exuberantes de sus pechos, sus pezones hinchados. —Hazla rápido si no te importa —gruñó él. La erección estaba matándole—. Porque el olor de tu excitación me está volviendo loco, Lyra. Muy pronto voy a hacer la elección por ti. Un quejido escapó de sus labios mientras sus ojos se abrían con horror. ¿Con vergüenza? Él frunció el ceño mientras ella palidecía y luego enrojecía furiosamente, con sus ojos brillando como si tuvieran lágrimas. 45
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—¿Qué? —Él agarró sus hombros cuando ella se giró lejos de él, y la hizo girar de nuevo para encararle, aun sabiendo que tocarla era el error mayor que podía cometer. —¿Me hueles? —Ella tembló, con la vergüenza trayendo lágrimas a sus ojos mientras luchaba contra él. Él suspiró cansadamente. Maldición, estaba demasiado cansado, demasiado hambriento de su sabor como para cuidar cada maldita palabra que decía y cada movimiento que hacía. No era exactamente del tipo social, y las «reglas de la sociedad educada» no eran una clase para la que hubiera encontrado tiempo. —Lyra. —Él espiró bruscamente, y su mano se alzó a la mejilla de ella, maravillándose de la textura sedosa de su carne—. Soy un animal —susurró él suavemente—. Mi sentido del olfato es tan altamente avanzado que puedo detectar cualquier olor. Especialmente el calor suave y dulce que viene de ti. Es como forzar a un hombre famélico a permanecer delante de un banquete y no probar las delicias. Ella le miró parpadeando, tragando fuertemente, con una mirada sospechosa que se suavizó solo ligeramente cuando su pulgar alisó sus labios. Él quería decir más, pero las curvas sedosas capturaron su atención, lo hipnotizaron. Su lengua palpitó mientras las glándulas derramaban más del sabor especiado en su boca. La sangre corría más fuerte por sus venas mientras su control se aflojaba más. Él alzó las manos de sus hombros cuidadosamente. —El dormitorio está arriba, la tercera puerta. Aléjate de mí, Lyra. Ahora. Antes de que pierda el control. Ella le devolvió el ceño fruncido. —No me gusta la forma en que tomas decisiones por mí, Tarek —espetó ella furiosamente. Pero, gracias a Dios, empezó a darle la espalda con cuidado—. Es molesto. 46
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—Estoy seguro de que lo es —El olor de ella todavía lo envolvía, lo atormentaba —Lo podemos discutir mañana con el café. Ahora vete a la cama. Ella resopló con desdén, fulminándolo con la mirada mientras alcanzaba la puerta — Esta tendencia a darme órdenes es mejor que no se convierta en un hábito —le advirtió ella de nuevo—. De otro modo, yo podría sacarte del error de que puedes salir impune. Considérate afortunado porque estoy soltando el anzuelo y escapando. En caso contrario serías un gatito acosado, Jordan. Él no pudo hacer nada salvo quedarse mirando conmocionado a la espalda que desaparecía cuando ella murmuró las acaloradas palabras. ¿Gatito acosado? Gimió ante la frase. ¡Dios mío, la mujer iba a volverle completamente loco! Él suspiró con alivio y se forzó a dejarla ir antes de sacar el teléfono móvil de la funda de su costado y apretar las teclas impacientemente. —Jonas. —Jonas Wyatt, jefe de los Asuntos Policiales Felinos en Santuario, respondió a la primera llamada. —Tenemos un problema —dijo Tarek suavemente—. Pienso que encontré a nuestro Domador esta noche. Lamentablemente, no iba detrás de mí. No podía sacarse de su mente el olor de su asaltante. Estaba demasiado cerca del olor de la ropa, es verdad que bastantes años antes, que el bastardo había usado. No exacto, pero condenadamente cerca. —Explícate. —Jonas era un hombre de pocas palabras, lo que era una de las razones por las que a Tarek le gustaba trabajar con él. —Estaba asaltando la casa de la vecina. Lyra Mason, la hermana de tres... —Agentes de las Fuerzas Especiales —terminó Jonas por él—. Grant, Marshal y Tyree Mason. Comandaban las fuerzas que tomaron algunos de los principales laboratorios de las Castas. 47
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Tarek cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz con irritación. —¿Sabías que ella vivía aquí cuando yo compré esta casa? —le preguntó. —Sabía de ella. No había llevado a cabo una investigación completa porque no vi razón para ello. —Casi podía ver el encogimiento de Jonas con las palabras—. Veinticuatro años, contable, vive modestamente, unos pequeños ahorros pero nada sustancial. Los archivos médicos muestran que es virgen, con todas las enfermedades infantiles normales y sin antecedentes penales. No tuve tiempo para ir más allá ni ninguna razón. ¿Por qué? Tarek sacudió la cabeza. —Por nada. Sin embargo, pienso que tendré que ir pronto; creo que necesito un chequeo o algo así. —Se pasó los bordes de la lengua por los dientes, sintiendo que un suave calor se derramaba en su boca. —¿Qué está mal? —Jonas ahora parecía preocupado. Ya era hora. —No lo sé. —Se movió al pequeño vestíbulo que conducía a las escaleras—. Esas malditas glándulas a los lados de mi lengua. Están inflamadas y escupiendo mierda. Te juro que tengo sabor a canela. El silencio llenó la línea. —¿Dónde está la chica? —preguntó entonces Jonas —. La chica Mason. Tarek frunció el ceño ante la pregunta. —En mi habitación de invitados. Su sistema de seguridad fue violado. —¡Demonios! —Jonas respiró bruscamente— ¿Te la has tirado? Un gruñido se alzó en su garganta. —¿Eso no es un jodido asunto tuyo, Jonas? —le preguntó sedosa y suavemente—. No saques los pies del tiesto, compañero. 48
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—Puede que lo sea —bufó él—. Y escucha atentamente. Esto viene directamente del viejo científico que trata a los miembros de la Manada principal. Las glándulas hinchadas contienen una hormona especial. Esa hormona que llena tu boca, colega, es un afrodisíaco. Lyra Mason es tu compañera. Tarek se rió. Maldición, no había tomado a Jonas por un cómico. —Vale. Lo que tú digas —gruñó él—. Ahora dime la verdad. Iba a matar a Jonas por jugar esos jodidos juegos con él. No estaba de humor. —No es ninguna mierda, Tarek. —Jonas sonaba demasiado serio—. Se mantiene muy en silencio. Una prohibición completa de informar a menos que parezca que se forma una pareja. Uno de los secretos mejor guardados del mundo. El calor se precipitó a su cabeza y luego a su pene. —¿Qué quieres decir? ¿Ella es mi compañera? —¿Podría eso explicar la lujuria casi obsesiva que había desarrollado en los meses pasados? ¿La paciencia con ella que nunca había tenido con nadie más? ¿El hambre creciente y desgarradora que mantenía su pene duro y sus sentidos inflamados? —Biológico, químico, como quieras llamarlo —resopló Jonas—. Si la besas, eso causará que la hormona le afecte incluso más que a ti. Celo de Acoplamiento. Abandono sexual completo desde ahora hasta siempre. Pobre bastardo. —Sin embargo, había un filo de envidia en su voz. ¿Completo abandono sexual? ¿Desde ahora hasta siempre? ¿Su compañera? —Ella es mía —susurró él. —Sí. Eso es lo que el doctor dice. De alguna forma la naturaleza escogió a la mujer perfecta para ti. Diviértete. —¿Qué me divierta? Jonas se rió entre dientes. —Tarek, pareces confundido, compañero. 49
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Él alzó la mirada a las escaleras antes de cerrar los ojos y sacudir la cabeza tristemente. Tenía la sensación de que Lyra ahora iba a tener realmente una razón para estar enojada. —Mierda —escupió él bruscamente—. Este no es un buen momento para eso, Jonas. No tengo tiempo para el abandono sexual o para alguna clase de jodido afrodisíaco. Consigue la cura ahí fuera. Jonas se rió de eso. —En lugar de eso te llevaré el último grito en anticonceptivos —le informó él—. Dile qué demonios está pasando y, antes de que la tomes, asegúrate de que tome la pildorita rosa. Ha funcionado hasta ahora. La mejor suposición es que el Celo de Acoplamiento es la forma en que la naturaleza se asegura del éxito de las especies. Porque sin esta píldora la concepción del primer niño ocurre rápidamente. Sin embargo, seguramente serán unos bebés preciosos. ¿Bebés? Tarek tragó fuerte. El pensamiento de Lyra llevando a su bebé le hacía cosas que no podía explicar. —Solo consígueme algo de ayuda para salir de aquí —espetó él tratando de cubrir la respuesta emocional que surgía de repente en él—. Te digo, Jonas, que las cosas aquí se están poniendo peligrosas. —Eso no hace falta que lo digas —estuvo de acuerdo Jonas—. Iré yo mismo con Braden y te cubriré. Hazme saber cómo se lo toma ella. Tarek gruñó ante eso. —La información. No lo otro. —Él se rió, demasiado divertido para sentarle bien a Tarek. Entonces su voz se calmó—. Por lo que sé es una buena mujer, Tarek. Te podría haber ido peor. —A ella le podría haber ido mucho mejor —dijo él—. ¿Dices que es permanente? — Como una droga –dijo Jonas, con su voz ahora más suave—. Hasta ahora solo hay 50
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unas pocas parejas unidas. Todavía se están haciendo pruebas, intentando encontrar respuestas. Pero hasta ahora es permanente. Estaba jodido. Tenía que decirle a ella la verdad. Si tenía algo de cerebro, correría tan rápido y tan lejos de él como fuera posible. Y él estaría enganchado, obsesionado, demonios, enamorado de una mujer a la que sabía que no tendría ningún derecho ni oportunidad de tocar.
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Capítulo 6 La mañana siguiente amaneció fría, todavía caía una llovizna lánguida y helada en los cristales de la ventana. Cada cortina de la casa —cortinas pesadas, gruesas y forradas de hule— estaba cerrada fuertemente, y la atmósfera entre Lyra y Tarek era decididamente tensa. El desayuno consistió en un café rico y fuerte y en el montón de bizcochos con salchicha que Tarek había carbonizado en el microondas. Ella había logrado tragar dos. Dios, ¿cómo soportaba él esas cosas? Luego se sentó, terminó su café y observó cómo él se terminaba el resto. Él estaba demasiado callado. Meditabundo. Su expresión salvajemente implacable mientras el silencio llegó a ser tan espeso que se podía cortar con un cuchillo. Casi podía verlo deformar el aire alrededor de ellos. —Tengo que irme a casa —anunció ella mientras se ponía en pie y llevaba su taza al fregadero— La empresa de seguridad debería llegar pronto... —Cancelé la llamada. —Su respuesta hizo que ella se volviera hacia él lentamente—. Mi gente estará aquí en unas pocas horas para reemplazar completamente el sistema. Ella se quedó mirándole fija y silenciosamente durante un largo momento. Este no era el hombre perezoso y a menudo cauteloso que había llegado a conocer. Estaba inmóvil, preparado, su cuerpo tenso. Aún sexy como el demonio, pero la precaución había sido reemplazada por una peligrosa sensación de expectación. —¿En serio? —respondió ella finalmente, cruzando los brazos sobre el pecho—. Y te di permiso, ¿cuándo? 52
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Cuando él alzó los ojos hacia ella, ella tembló; un temblor le recorrió toda la espina dorsal ante la lujuria intensa, el hambre pura e impulsora que vio en esos ojos. Podía sentir llorar a su vagina. Los jugos estaban goteando claramente de su carne oculta. Y él podía olerlo. Le observó inhalar lentamente, como si saboreara el olor de ella. —Pervertido —espetó ella, y frunció el ceño cuando la sensualidad marcó completamente su expresión— Vale, me pones cachonda. Puedes olerlo. Ahora es el momento de que me vaya a casa. Gracias por salvar la noche y todo eso. Se volvió hacia la puerta.—Toca ese picaporte y lo lamentarás. La mano de ella estaba a un centímetro de agarrarlo cuando retrocedió lentamente ante el sonido de su voz. Se giró, tragando con fuerza por la expresión salvaje de su cara mientras alzaba su taza y terminaba su café lentamente. —Tarek, vas a cabrearme —le advirtió, cautelosa de repente—. Esa mierda de los bizcochos con salchicha son un elemento popular en los desayunos de los restaurantes de comida rápida. A menudo se sirven con un huevo escalfado y/o queso. La salchicha es típicamente circular mientras el bizcocho es de un color dorado, suponiendo que no haya estado demasiado bajo una lámpara de calor. Heman (Personaje de «Amos del Universo», serie de dibujos animados de principios de los años 80. Transcurría en el fantástico reino de Eternia, donde He-Man, el hombre más poderoso del Universo, luchaba contra Skeletor para proteger al reino y salvaguardar los secretos del Castillo de Grayskull)
no sirve conmigo. Él se reclinó en su silla y la observó con un interés predador. Ella había visto atisbos de este lado suyo, pero nunca había estado enteramente concentrado en ella. Hacía que su cuerpo se tensara, recorrido por la adrenalina y la excitación. Estaba enferma. Eso era todo lo que pasaba. Él se rascó el pecho lentamente. —Es una cosa asombrosa la genética —declaró finalmente él, con una calma forzada que la hizo pensar en un huracán. Eso no iba a ser bueno. 53
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—¿En serio? —Ella alzó una ceja, y permaneció cerca de la puerta mientras la arqueaba de manera burlona. —En serio. —Él asintió con la cabeza—. Toda clase de pequeñas cosas comienzan a surgir, sorprendiéndote a morir, recordándote que el Destino siempre se parte de risa el último con todos nosotros. Oh, esto no iba a ser nada bueno. Ella se movió más cerca. Las sombras desoladas y angustiadas de sus ojos hicieron que su pecho se contrajera por el miedo. —¿Qué pasa? Él le devolvió la mirada silenciosamente durante unos largos y tensos momentos. — Estoy debatiendo algo —gruñó él finalmente, con una voz que se hacía más profunda y más áspera mientras su mirada se clavaba en ella. ¿Por qué tenía ella ese mal presentimiento de que estaba debatiendo algo con lo que ella no iba a estar realmente contenta? —¿Sí? —Ella introdujo una curiosidad mesurada en su tono, aunque cada hueso y músculo de su cuerpo estaba centrado en lo que venía a continuación. —Sí. —Él asintió lentamente, y su mirada recorrió el cuerpo de ella con intención lujuriosa—. Me has vuelto loco durante meses. Que me condenen si no me he mantenido alejado, divertido y curioso, dejándote tomarme el pelo en cada ocasión que tenía. Sí, eso también era una cosa que la había molestado. Él nunca se enojaba. ¿Seguramente no iba a enojarse ahora? —¿Qué, quieres una disculpa? —le preguntó incrédula— Un poco tarde, Tarek. —No podía entender por qué. —Él sacudió la cabeza lentamente—. Entonces ocurrió la cosa más extraña. Cuando más olía la suave excitación que fluía de tu coño, 54
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cuanto más me negaba a mí mismo el probarlo, más comenzaba a notar unos pocos cambios. Ella enrojeció acaloradamente ante el explícito lenguaje, reprendiéndose furiosamente por su reacción sin aliento a ello. Él se alzó de la silla mientras ella lo miraba cautelosamente. —¿Cambios? —Ella tragó con fuerza cuando vislumbró el bulto más que saludable entre sus muslos. —Esas pequeñas glándulas hinchándose a lo largo de mi lengua. El gusto a especia que llena mi boca. El hambre por ti que crece diariamente hasta que casi puedo saborear tu beso. Y quiero besarte con locura, Lyra. Tanto que está matándome. Quiero introducir mi lengua en tu boca y hacer que tú también lo saborees. Volverte tan loca por mí como yo lo estoy por ti. Él se acercó. Lyra respiraba dificultosamente, sus manos estaban aferradas a la parte delantera de su vestido mientras le miraba avanzar. —¿Estás enfermo o algo así? —Tuvo que obligar a las palabras a salir de su boca. Una sonrisa amarga y burlona retorció sus labios. —O algo —estuvo de acuerdo él, mientras la dominaba con su estatura y luego caminaba lentamente detrás de ella. Ella no iba a huir de él, sin importar lo extraño que actuara. —¿Te gustaría saber qué me pasa, Lyra? —Él se inclinó más cerca, y su aliento susurró sobre el oído de ella mientras hablaba. Un temblor recorrió su espina dorsal mientras sus pezones se endurecían más, raspando contra su vestido, casi haciéndola gemir ante el placer de la acción. 55
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—No. —Tenía la sensación de estar segura de no querer saberlo. —Hay una pequeña hormona que llena mi boca. —El gruñido era ahora más profundo, más animal—. Es un afrodisíaco, Lyra. Generada solo cuando un macho de las Castas Felinas tiene hambre de su compañera. ¿Sabes lo que va a suceder si te beso? Las rodillas de ella se aflojaron. ¿Un afrodisíaco hormonal? ¿Algo para ponerla más caliente? Ella no lo creía. —¿Qué? —Ella no pudo reprimir el susurro jadeante. —Si te beso, vas a entrar en el Celo de Acoplamiento. Completo abandono sexual hasta que hayas terminado la ovulación. ¿Sabes que estás preparándote para ovular? ¿Que mi cuerpo está reaccionando a ello? ¿Que mi polla está tan condenadamente dura, mis bolas tan tensas por la necesidad de follarte, que es como una herida abierta en mis tripas? Todo porque estás ovulando. Mi compañera. Mi mujer. Sus ojos se dilataron por el horror antes las palabras que él susurró en su oído. — Estás loco. —Ella se apartó violentamente, volviéndose furiosa hacia él—. Eso no es posible. La curva de sus labios era triste. —Eso pensarías, ¿verdad? —Él se movió hacía el mostrador y cogió un pequeño disco oval que colocó de golpe sobre la isla de la cocina— Esto detendrá la concepción. Nada puede parar el celo. Ahora veamos, mi problema es que estoy listo para quitarte el vestido a zarpazos y arrojarte al maldito suelo, donde pueda follarte hasta que ambos gritemos. Hasta que tú estés tan salvaje por mí, tan loca por mí, como yo lo estoy por ti. O puedes salir deprisa por esa puerta inmediatamente, correr tan rápido como puedas y encontrar algún lugar, cualquiera, donde esconderte hasta que yo pueda reunir el suficiente control para no cazarte y tomarte como el animal que soy. Haz tu elección ahora, nena, y hazla rápido. Porque este gatito se está quedando sin paciencia. 56
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Capítulo 7 ¿Hacer una elección? ¿Él quería que ella hiciera una elección? Ella se le quedó mirando con los ojos abiertos, tratando de sacar a su cerebro de la conmoción para tomar realmente la decisión de si estaba todavía durmiendo o no. Porque esto tenía que ser alguna clase de pesadilla ruin. Eso era todo. —Déjame poner esto de manera simple. —Se retiró de él, simplemente porque se esta-ba poniendo tan mojada que sus bragas estaban húmedas y los ojos de él estaban más os-curos—. ¿Tu lengua tiene glándulas? ¿Que tienen un afrodisíaco hormonal dentro de ellas? Él asintió mientras avanzaba hacia ella. No dijo una palabra, simplemente asintió con la cabeza mientras inhalaba profundamente. Ella tembló al saber que realmente estaba oliéndola. —Si me besas, ¿entramos en celo? —Tú entras en celo. —Él sonrió, una curva dura y tensa de sus labios que denotaba una intención más masculina de la que pudiera hacerle sentirse cómoda. Ella se aclaró la garganta. —¿Qué haces tú? —Apago las llamas. Ella retrocedió. De acuerdo. Estaba retirándose. ¿Y qué pasaba? Él la estaba acechando en la habitación como el maldito León que era. Y cuanto más se acercaba más cachonda se ponía ella. 57
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—Tarek… —Ella saltó sobresaltada cuando su espalda chocó contra el muro, y se le quedó mirando aturdida cuando él se detuvo, a solo unos centímetros de ella, y su mano se alzó. Él la tocó. El reverso de sus dedos rozó la garganta de ella antes de bajar deslizándose hasta su clavícula, y los ojos de él seguían cada movimiento que hacía sus manos mientras los senos de ella comenzaban a hincharse y palpitar. —Te estás quedando sin tiempo. —Su susurro gutural hizo que su matriz se contrajera furiosamente y el aliento se le quedara atrapado en el pecho. Este era un lado de Tarek al que no estaba acostumbrada. Un lado que sabía que no debía estarla excitando como lo estaba haciendo. Apenas la había tocado. En casi seis meses de enfrentamientos, discusiones y agrios debates él nunca la había tocado, nunca la había besado, y ella estaba ardiendo por él. Lo podía sentir en cada célula de su cuerpo, en cada duro latido de sangre en sus venas. —¿Cuánto tiempo dura? —preguntó ella finalmente—. Eso del celo. Sus ojos se entrecerraron mientras bajaba la cabeza. Iba a besarla, ella sabía que iba a hacerlo. Sus labios se movieron a su cuello, quemando con una caricia acalorada la carne sensible donde se unían su cuello y su hombro. Allí sus labios se abrieron, su lengua acarició su piel un segundo antes de los que incisivos se rasparan contra ella. Las manos de ella volaron a sus brazos, sus manos asieron sus muñecas mientras sus rodillas se doblaban. —Dura para siempre. —Un dolor triste y amargo llenó su voz— Desde ahora para siempre, Lyra. Siempre mía. Él la mordió. No lo suficientemente fuerte como para romper la piel o para causarle un dolor excesivo. Pero mordió, sus dientes apretaron el músculo sensible mientras ella 58
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se empinaba sobre la punta de los pies y un destello chisporroteante de placer eléctrico arrancaba un grito estrangulado de sus labios. Su clítoris palpitaba, su vagina lloraba, sus pezones estaban tan duros, tan tensos que eran casi un dolor violento, mientras una debilidad letárgica la dejaba jadeante en lugar de luchar por su libertad. —¿Siempre? —Debería haber estado alarmada. Nose suponía que siempre estuviera en su vocabulario. No tenía deseos de estar bajo el pulgar de un hombre, solo bajo el cuerpo de este hombre. Sus labios se movieron de vuelta al cuello de ella, su lengua lamió su carne mientras un gruñido retumbaba en su pecho. —Solo probarlo —susurró mientras se acercaba a sus labios y sus brazos bajaban de su apoyo en la pared al lado de su cabeza— Quédate muy quieta nena. Solo necesito probarlo. Sus labios vagaron sobre los de ella mientras ella le miraba fijamente, su mirada atrapada en la de él, viendo el hambre, el dolor, la profunda necesidad de su alma que había mantenido ocultos bajo las pestañas bajas o el humor burlón. Pero ahora le fue desvelado, tan claro, tan desesperado como el hambre dolorosa de él que palpitaba en su estómago. Ella tembló cuando sintió sus manos en la parte delantera de su ropa, sus labios mordisqueando los suyos, separándolos, retirándose solo para volver por más mientras ella lo sujetaba por las muñecas con un apretón mortal. Los botones de su ropa cedieron, los bordes se abrieron mientras ambos respiraban ásperamente, el silencio de la cocina roto solamente por sus gritos ahogados de placer.
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—Estás tan mojada. Puedo oler lo mojada que estás. Lo dulce que es —susurró él mientras la miraba y sus dedos trabajaban en los botones de su bata—. Como la fragancia del verano, calentándome, recordándome la vida, el vivir. Sus palabras la sacudieron hasta lo más profundo. —¿Sabes lo que me hace el olor de tu sexo? —Él abrió su bata y el aire frío se rozó con-tra sus senos desnudos mientras ella gemía con una excitación tan aguda, tan desesperada, que se preguntó si sobreviviría a ella— Me vuelve hambriento, Lyra. Hambriento por tomarte, por oírte gritar debajo de mí mientras entierro cada pulgada de mi polla tan profundamente dentro de ti como es posible. Ella gritó fuertemente, incapaz de contener el sonido. ¿Podía una mujer alcanzar el orgasmo solo con palabras? Su lenguaje explícito estaba llevándola hasta el borde, terrenal y lujurioso, lleno de un deseo que ningún hombre le había mostrado antes. Él hizo una mueca y mostró los incisivos a los lados de su boca mientras su mirada se movía al rápido ascenso y caída de sus senos. —Mira qué bonito —Él apartó la mano de ella de su muñeca, extendió los dedos y luego cubrió con ellos el montículo exuberante. Ella lo miró conmocionada, y sus ojos fueron vacilantes hacia donde ella sostenía su propia carne, con su mano rodeada por la de él. —Aliméntame con él —susurró él con voz perversa y llena de lujuria—. Quiero probarlo. Ella se estremeció, y un quejido escapó de su garganta ante el puro erotismo de lo que le estaba haciendo. Su mano volvió a la de ella. —Dámelo, Lyra. Aprieta ese bonito y duro pezón contra mi boca. 60
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Ella no podía creer lo que estaba haciendo. Que estuviera alzando su seno, inclinándose hacia delante mientras él doblaba sus rodillas, se agachaba para permitir que la pujante protuberancia pasara sus labios. Él lo lamió primero. —¡Oh, Dios, Tarek! —Ella estaba temblando como una hoja, con pequeñas puntos de placer explosivo detonando por su cuerpo. Él lo lamió de nuevo, con su lengua que raspaba duramente como terciopelo húmedo que se deslizaba sobre la punta sensible. Luego gruñó. Un sonido duro y salvaje mientras sus labios se abrían, se separaban, para envolver el duro punto con el calor húmedo y salvaje de su boca. Ella alcanzó el clímax. Las manos de Lyra salieron disparadas a la cabeza de él, sus manos se enredaron en los mechones ásperos de su pelo mientras algo explotaba de lo profundo de su matriz. El placer se precipitó por su sexo empapándola, derramándose por sus muslos mientras ella perdía el aliento. Él ni siquiera la había besado todavía. La cabeza de él se alzó de su pezón, sus manos se alzaron y apartaron las de ellas de su pelo mientras las colocaba contra su costado. Él se apoyó contra sus hombros, alisando la bata desabotonada y deslizándola lentamente por sus brazos mientras ella temblaba delante de él. Lyra tragó fuertemente, y pequeños quejidos pasaron sus labios mientras ella permanecía desnuda delante de él. Desnuda —nunca usaba ropa interior debajo de su bata— mientras él estaba completamente vestido, y la observaba con unos brillantes ojos dorados que tenían una expresión predadora y salvaje. 61
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—Dulce pequeña virgen —susurró él, con su mirada bajando por su cuerpo hasta des-cansar finalmente en los pliegues desnudos y escurridizos—. Pequeña nena traviesa. —Sus ojos volvieron a los de ella—. Imagina cómo se va a sentir ahí mi lengua. Deslizándose a través de ese jarabe caliente y dulce. ¿Te correrás para mí, Lyra? ¿Gritarás por mí de nuevo? Él tomó la mano de ella y la movió al cierre de sus pantalones mientras la contemplaba con ojos salvajes. —Haz tu elección ahora, Lyra. Acéptame. ¡Buen Dios!, ¿qué se suponía que tenía que hacer con él? ¿Ella estaba allí parada, desnuda frente a él, y él todavía no podía comprender que ella ya lo había aceptado? Incluso con todo ese asunto extraño del emparejamiento de las Castas no podía imaginarse no aceptarlo. —Bésame —exigió ella violentamente, y sus dedos se movieron a los broches metálicos del pantalón y los liberaron lentamente, con el fuerte calor de la erección de debajo dificultado la tarea. —Dios. —Él gruñó la plegaria mientras se estremecía contra ella, con sus manos asiendo las caderas mientras cerraba los ojos fuertemente durante largos segundos. —Bésame, Tarek —susurró ella, y tendió la mano hacia él, sus labios le rozaron mientras la cabeza de él bajaba con ojos ardientes de hambre, dolor y necesidad mientras la miraba—. Vuélveme más loca. La parte delantera de sus vaqueros se separó bajo sus dedos temblorosos y la dura y generosa anchura de su erección se alzó de la tela, enrojecida y desesperada mientras ella bajaba la mirada nerviosamente. Ella se lamió los labios. —Espero que tú sepas qué hacer. —Ella finalmente tragó saliva ligeramente—. Porque yo no tengo ninguna pista. 62
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Y él no se molestó con las explicaciones. En ese segundo su cabeza bajó, sus labios se inclinaron sobre los de ella cuando su lengua lamió y luego presionó exigentemente entre sus labios. Inmediatamente el sabor a especia explotó en su boca. El calor la rodeó, azotó su mente y luego, célula a célula, comenzó a invadir su cuerpo. Ella pensó que el hambre atormentadora y desgarradora que sentía por su toque, su beso, no podía empeorar. Estaba equivocada. Los toques explosivos de sensaciones empezaron a rasgar sus terminaciones nerviosas. Su matriz se apretó, se anudó. La carne ya dolorida entre sus muslos empezó a arder con una necesidad violenta y espasmódica. Ella gritó en su beso, alzándose de puntillas en busca de más, apretándose contra él, tratando de hundirse en el calor que emanaba de debajo de su ropa. Él apartó sus labios de los de ella, con la respiración dura y áspera, mientras ella intentaba atrapar su cuerpo y capturar sus labios de nuevo. —Esa jodida píldora. —Su voz era animal, áspera, hambrienta. —No. Bésame de nuevo. —Ella le tiró del pelo, bajándole de nuevo la cabeza hasta que sus labios cubrieron los de ella otra vez, y un gemido rasgó la garganta masculina cuando la lengua de ella empujó entre sus labios. Era fuego incontrolable. Era destructivo. Ella podía sentir las llamas lamiendo su cuerpo, punzadas de electricidad sensibilizando su carne. Y placer el placer era aplastante.
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Ella sintió que la alzaba. Le apartó los pies del suelo mientras ella alzaba las piernas y las doblaba para abrazar sus caderas, mientras la longitud fiera y caliente de su erección quemaba de repente los pliegues de su sexo. Él estaba moviéndose. Andando. ¡Cielos!, ¿cómo podía andar? Él apartó sus labios de nuevo, con movimientos espasmódicos mientras apoyaba el trasero de ella sobre la isla de la cocina y abría el pequeño contenedor de plástico. Él empujó la píldora entre sus labios. —Trágala —gruñó él—. Ahora, Lyra. Él se estaba moviendo contra ella, su pene deslizándose en los jugos de su sexo mietras clavaba fieramente la vista en ella, frotando el brote tierno de su clítoris, enviando espasmos de sensaciones que rasgaban su vientre. Ella tragó la píldora antes de que su mirada cayera a sus muslos. Ella gimió. —Hazlo —susurró ella mirando cómo la hinchada cabeza de su pene la separaba y luego se deslizaba hacia arriba, frotándose contra su clítoris. —Maldición. —La voz de él esta llena de lujuria, de una exigencia intensificadora mientras sus dedos se enredaban en su pelo, echando la cabeza de ella hacia atrás para forzar su mirada en la suya— Te lo dije. Me voy a comer primero ese dulce coñito. —No puedo esperar, Tarek —gimió ella, con sus manos tirando de la camisa de él, asombrada cuando los botones se rompieron y revelaron su pecho dorado— Ahora. Lo necesito ahora. —Puedes esperar. Pero él no iba a hacerlo. Los ojos de ella se dilataron cuando él la empujó hacia atrás, abriendo sus muslos mientras alzaba sus piernas y hundía su cabeza entre ellas.
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Los primeros golpeteos de su lengua por la sensible raja de su sexo hicieron que gritara. Él la lamió, bebiendo los jugos que se derramaban de su vagina mientras gruñía contra su carne. Ella nunca había imaginado un placer tan agonizante. Se retorció bajo él, se enroscó y corcoveó contra su boca mientras él rodeaba su clítoris, solo para moverse más abajo para lamerla de nuevo. Él mordisqueó los sensibles labios, los separó y luego, de repente, asombrosamente, introdujo su lengua dentro de ella. Explotó en una tormenta de placer ardiente cuando su lengua la folló con golpes duros y abrasadores. Sus músculos se apretaron, se estremecieron, y se derramó más líquido ardiente de sus avariciosos labios. Y aun así no era suficiente. Ella jadeaba, las lágrimas mojaban su rostro mientras se estremecía una última vez, alzando la vista hacia él cuando él se enderezó entre sus muslos. —¿Tarek? —Ella sollozó su nombre implorantemente— Necesito más. Ella estaba agotada, pero el fuego que ardía en su matriz era interminable. —¡Shh, nena! —Él la alzó rápidamente en brazos— Me niego a tomarte sobre el mostrador de la cocina, Lyra. No lo haré. Él tropezó cuando las piernas de ella se enrollaron alrededor de él, abrazando fuertemente sus caderas, su clítoris frotándose contra el eje de su pene mientras empezaba a llevarla hacia las escaleras. —No llegaré arriba. —Ella estaba montando la gruesa cuña, el placer agonizante le rasgaba la mente. Si solo pudiera conseguir la posición correcta. Solo un poco más alto...
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Ella sintió que la separaba la cabeza fuertemente crestada, se alojaba contra la tierna abertura antes de que su primer paso en las escaleras lo forzara a introducirse dentro de ella. Él tropezó, gruñó, un brazo se afirmó alrededor de ella mientras él apoyaba su mano en el muro, respirando pesadamente. —No así —musitó él bruscamente— ¡Oh Dios, Lyra! No así. No tu primera vez... Pena, remordimiento. Ella lo vio en su expresión, lo oyó en su voz. Pero estirando su entrada, jugueteando con ella, tentándola, estaba la cabeza del instrumento que necesitaba para aliviar la lujuria atormentada que se aferraba a su sexo. Ella se movió en su abrazo, le sintió deslizarse más dentro de ella antes de pararse contra la prueba de su virginidad. —Nena… —Él susurró el arrumaco contra su oído mientras avanzaba a duras penas otro paso. Cada movimiento retiraba su pene, lo empujaba hacia dentro y la acariciaba no más de unos centímetros dentro de los músculos de su vagina que lo aferraban, enviando sacudidas estremecidas por todo su cuerpo ante el exquisito placer. Estaba matándola. —Lo siento. —Él se paró, flexionándose, colocando su trasero en el borde del escalón mientras se arrodillaba delante de ella—. ¡Dios, Lyra, lo siento! Ella no tuvo más que un segundo de advertencia antes de que sus caderas se flexionaran y luego empujara hacia delante, llevando su erección gruesa y ardiente a las mismísimas profundidades de su vagina hambrienta y absorbente. Impactante, abrasador. La repentina penetración hizo que se arqueara cuando el placer y el dolor de su brusca entrada chisporrotearon por sus terminaciones 66
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nerviosas. Repleta, fuertemente estirada, podía sentir su pene palpitar dentro de ella, y poner llamas en sus profundidades ultra sensitivas. La cabeza de Lyra cayó contra un escalón superior, sus piernas se alzaron y aferraron fuertemente su espalda cuando él empezó a moverse dentro de ella. Era diferente de cualquier cosa que hubiera imaginado. Podía sentirle separando sus músculos tiernos, acariciando el tejido delicado y enviando unos azotes de placer insoportable por su sistema. Ella se agarró a él, sintiendo sus labios en su cuello, sus incisivos arrastrándose sobre su carne mientras la presión empezaba a formarse dentro de su matriz, el placer fundién-dose, reforzándose con cada embestida desesperada de su pene en las profundidades aco-gedoras de su vagina. Apenas podía sentir la dura madera del escalón bajo ella. Todo lo que sentía era a Tarek: duro, ardiente, amplio, llenándola, haciéndola tomar más, empujando dentro de ella con un ritmo creciente hasta que sintió que el mundo se disolvía alrededor de ella. Entonces sintió más. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y miraron conmocionados al techo sobre ella cuando sus dientes mordieron su hombro y la inmovilizaron para algo tan increíblemente irreal que estaba segura de que tenía que estárselo imaginando. Él embistió profundamente, su cuerpo se tensó cuando ella sintió una erección adicional, una extensión que salía de debajo de su glande, acariciando un haz de nervios que estaban en lo alto de su vagina, y enviando a su apresurado éxtasis anterior hasta el arre-bato. El calor de su semen la llenó, pulso tras pulso violento, que resonaban en las profun-didades agitadas mientras él gruñía dolorosamente en su cuello. Él estaba encerrado dentro de ella. La extensión que le mantenía en su lugar enviaba cataclismos de sensaciones que explotaban dentro de ella una y otra vez. 67
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Cuando finalmente terminó, cuando los chorros fuertes y pulsantes de su liberación y los violentos estremecimientos de la suya propia terminaron, sus ojos se cerraron por el agotamiento. Había pensado que ninguna excitación podía ser peor que la que había conocido antes de su beso. Estaba aprendiendo rápidamente lo equivocada que estaba.
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Capítulo 8 «Tú no eres humano… Puedes mirarte en el espejo y declarar tu humanidad. Puedes decirte a ti mismo que las apariencias son todo lo que importa. No lo son. Sois animales. Creados en un labora-torio, una creación artificial, al servicio de los hombres que os hicieron. Eres un animal. Nuestras herramientas. Nada más…»
Tarek miró fijamente al techo mientras sostenía a Lyra en sus brazos, su cabeza sobre su pecho, su cuerpo cubriéndola. Ella parecía un gatito, determinada a acercársele tanto como le fuera posible en su sueño, acurrucándose contra él con un suspiro antes de relajar-se después del agotamiento varias horas antes. Él no era humano. Eso había quedado irrevocablemente demostrado en las escaleras, con su cuerpo cubriendo el de ella, cuando eso traicionó su sentido de humanidad. Su creencia en que era un hombre, no un animal. Una lengüeta. Cerró los ojos cuando la amargura lo inundó. Refrenó el temblor de lujuria pura ante el recuerdode las sensaciones. ¡Dios mío, el placer! Había sido diferente de todo lo que pudiera haber imaginado. La extensión había sido sumamente sensible, pulsante, palpitando con placer orgásmico mientras vertía a raudales su semen en ella. Él aspiró profundamente, haciendo una mueca ante la erección que todavía lucía. Sen-tía que nunca tendría suficiente de la sensación de su sedosa vagina, con o sin el Celo de Acoplamiento. Pasó una de sus manos por el pelo de ella, con sus dedos enredándose en los suaves hilos mientras saboreaba el placer de sentirla a su lado. 69
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Ella era cálida. Preciosa. Era un regalo que jamás había imaginado que tendría. Y él le gustaba. Sabía que ella sentía al menos algo de afecto por él, aunque quizá no tanto como el que él sentía por ella. Demonios, se había enamorado de ella al poco tiempo de conocerla. Había sabido que era amor. Sabía que la posesividad, la alegría, el puro de-leite que ella le daba no podían ser nada más. Él quería tomarla, apretar sus brazos a su alrededor y mantener al mundo a raya para siempre. Pero tenía que ser realista, no era posible. Solo podía sostenerla ahora y ver cómo reaccionaba cuando despertara. Y aquella parte lo aterrorizó. ¿Se sentiría asqueada? ¡Demonios, desde luego que sí! ¿Qué mujer cuerda y razonable podría aceptar fácilmente algo tan animal? ¿Tan fuera de los límites de lo que conocía como humano? Él la sintió moverse contra él y refrenó su gruñido de lujuria impaciente cuando su pierna se deslizó sobre su muslo, su rodilla casi acariciaba la carne tensa de su escroto. Dulce Jesús, ella lo ponía caliente. Y no culpaba al Celo de Acoplamiento. Había sabido que lo haría desde su primer enfrentamiento con ella. Ella suspiró contra su pecho, un pequeño sonido suave que apretó su corazón mientras su mano se posaba en su pecho para luego moverse hacia atrás. Él siseó, su aliento casi se suspendió mientras ella repetía su acción, su cuerpo se tensó. —¿Qué te pasó? —Sus dedos recorrían la línea casi invisible de cicatrices que se entre-cruzaban en su pecho. —Entrenamiento. —Él esperaba que ella lo dejara así. Rezaba para que lo dejara así.
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—¿Qué tipo de entrenamiento? —Ella se inclinó sobre él abriendo sus ojos somnolien-tos, aunque su mirada era tan aguda como siempre. Él estaba dispuesto a apostar que ella volvía loco a su padre. Era demasiado curiosa, demasiado independiente y demasiado dispuesta a obtener las respuestas que exigía. —Solo entrenamiento, Lyra —le contestó él finalmente—. De vez en cuando no era el pequeño soldado perfecto que debería haber sido. Él oyó la amargura que empapaba su voz, estremeciéndose ante su sonido. Los dedos de ella se movieron de nuevo sobre las cicatrices abrasivas mientras su mi-rada se fijaba en la suya. Una mirada llena de cólera. No había sido su intención enojarla. Solo quería protegerla de lo que había pasado durante esos años. No había ninguna razón para que ella conociera la brutalidad y la crueldad de los que lo crearon. —Espero que estén muertos. —Su gruñido lo sorprendió, como lo hizo la furia sanguinaria de aquellos hermosos ojos mientras ella le miraba fijamente—. Quienquiera que lo hiciera, espero que lo hayas matado. Lo había hecho. Pero no era algo de lo que estuviera orgulloso. Sin embargo, estaba orgulloso de este pequeño signo protector de ella. Estaba enfada-da en su nombre, no con él. —Ha terminado. Eso es lo que importa. — Él tocó su mejilla, asombrado por ella, tal como lo había estado desde el primer momento en que la había visto. Ella resopló, un sonido completamente poco femenino que realmente no lo sorprendió mientras su cara le demostraba su desacuerdo. —Necesito una ducha. —Ella finalmente se apartó de él, sus movimientos eran vacilantes. 71
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—Te mostraré la ducha y te conseguiré una de mis camisas para que la uses. —Él salió de la cama antes de girarse y alzarla en brazos. Ella se agarró a sus hombros mientras lo miraba sorprendida. —Estás muy sensible. —Y pesaba menos que una pluma—. Quizá debas intentar un baño para calmar la irritación. Tengo algunas sales de baño en el armario que te harán sen-tir mejor. Jonas le había aconsejado baños calientes más que duchas para ayudarle a aliviar el dolor y el calor de la excitación y darle un pequeño respiro. Él conocía su olor y podía detectar los cambios mientras ella recorría el proceso de ovulación. La píldora que había tomado no haría nada para parar el celo, solo lo lograría el fin del proceso de ovulación. No habría ningún huevo, ninguna concepción. Él no hizo caso a la pequeña llamarada de pesar que le provocó el pensar en ello. —También tengo hambre —le informó ella—. Y no quiero ninguno de esos bizcochos repugnantes. Quiero comida de verdad. Él la dejó en el cuarto de baño y se la quedó mirando confundido. —¿Cómo qué? —Llamaré a Liu. Mandará a uno de los chicos de reparto. —Ella miró el enorme cuarto de baño antes de volver la mirada hacia él de manera significativa. Una invitación para marcharse. Eso no era difícil de entender. Pero no aún. —Dime qué quieres, haré que un amigo lo recoja para nosotros —sugirió en cambio él—. Por el momento, yo preferiría no dejar que alguien que no conozco entre en la casa. Un pequeño temblor recorrió su cuerpo mientras ella apartaba la vista de él un momento y respiraba con fuerza. —Bien. Puedo entender eso. Mientras consiga mi dosis de comida china. 72
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Él escuchó con cuidado los platos que ella quería que pidiera conteniendo la risa. Era suficiente como para alimentar un ejército. Estaba condenadamente bien que tuviera una memoria casi perfecta. —Báñate. Llamaré a Jonas y le haré el pedido. Para cuando hayas terminado debería estar aquí. Él podía oler cómo se incrementaba su excitación y quería que al menos tuviera tiempo para disfrutar de la comida —Gracias. Ahora márchate. —Ella le pidió que se alejara con un gesto delicado de sus dedos—. No te necesito por aquí ahora mismo. Sus labios se torcieron ante la expresión irritada de ella, pero hizo lo que le pedía. Y rezó. Rezó porque ella le hubiera perdonado el animal que era, en lugar del hombre que sabía que necesitaba. ******************************************************** —Tengo que ir a casa por algo de ropa y otras cosas. —Lyra encontró su bata en el baño, muy bien doblada sobre la secadora, después de que consumieron la comida china. Su hambre estaba saciada, pero eso era todo. El calor de la lujuria que crecía en su cuerpo la volvía loca. Picaba en sus pechos y provocaba espasmos en su vagina. Y sentía dolor por recibir un beso —literalmente. Estaba segura que ninguna droga sería tan adictiva como lo eran sus besos. —No puedes dejar la casa aún, Lyra. —Su voz no permitía ningún rechazo. De acuerdo, un hombre podía ser realmente sexy cuando era tan dominante, sobre to-do este hombre. Pero ella no estaba de humor para ello. Ella quería ser follada, 73
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pero que la condenaran si se lo pedía. Y dado que sabía que él podía oler su excitación, sabía que era muy consciente del hambre que crecía dentro de ella. Ella se giró cuidadosamente, apretando la tela doblada contra los senos. —Es una pena. Necesito ropa limpia y tiempo para pensar… Una amarga sonrisa torció sus labios mientras un dolor furioso se reflejaba en su mirada. —El tiempo para pensar era antes de que decidieras aceptar mi beso. Ella sacudió la cabeza ante la cólera en su voz. —No sobre esto —le informó ella fieramente—. Tengo que decidir cosas, Tarek. Esto ha cambiado mi vida, tú lo sabes y yo también. Hay otras cosas implicadas que no somos tú y yo y este Celo de Acoplamiento o como quiera que lo llames. ¿Celo? Prueba con infierno . La estaba matando. —Entonces ocúpate de ello por teléfono. —No hacía ninguna concesión. ¡Buen Dios!, ¿por qué no había prestado atención a las advertencias de su total terque-dad masculina que había vislumbrado durante meses? Parecía tan inamovible como un peñasco. —Necesito ropa. Mi ordenador portátil... —No tendrás tiempo de usar ropas o trabajar… —Él avanzó sobre ella, sus ojos bajaron hacia ella con la lujuria brillando en sus ojos—. Tendrás suerte de tener tiempo para comer. El estómago de ella se contrajo ante el gruñido de su voz mientras él la alcanzaba, quitándole el camisón y la bata antes de colocarlos de nuevo en la lavadora. —Quiero tomarte en la cama esta vez. —Sus dedos se enredaron en el pelo de ella mientras echaba su cabeza hacia atrás y bajaba la cabeza como para besarla. 74
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Como si ella fuera tan fácil. No le preocupaba lo caliente que estuviera o lo dolorosa que fuera la excitación. Ella no iba a agacharse y aceptar cualquier cosa. Podía no ser una Mestiza con un conocimiento claro de esto del Celo de Acoplamiento, pero todavía tenía una mente propia. Antes de que él pudiera detenerla ella se apartó, cruzando la entrada y caminando a través de la cocina hasta el vestíbulo. No iba a intentar usar la puerta trasera. Pero podía tener una oportunidad de llegar a su propia casa antes de que él la parara en el patio de-lantero. Con lluvia helada y todo. —Lyra. ¿Dónde demonios piensas que vas? Él se movió delante de ella antes de que pudiera alcanzar la puerta, y se quedó mirán-dola reflexivamente mientras ella contenía el impulso de darle una patada. —A mi propia casa —le recordó—. ¿Recuerdas? ¿Comida? ¿Ordenador portátil? — No. —El áspero gruñido provocó escalofríos en su espina dorsal y espasmos en su vagina. ¡Maldito fuera! Un hombre nunca debería tener una voz tan intrínsicamente sexy. —Tarek, tienes la impresión de que este Celo de Acoplamiento tuyo te da derechos que no tienes. —Ella le clavó el dedo en el pecho, empujando al obstinado músculo masculino que no se movió ni un milímetro. Una intensidad salvaje endureció su expresión, dándole un aspecto peligroso y preda-dor. —Eres mi compañera. Es mi misión protegerte. —Él prácticamente gruñó las palabras, alzando los labios para mostrar esos incisivos terriblemente blancos. —Es de día, Tarek —le señaló ella como si estuviera hablando con un niño. Algunas veces los hombres no respondían a nada más—. Estoy a salvo, corazón. Solo voy a cruzar el césped. 75
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—No lo harás. —Él anduvo hacia ella. Y, por supuesto, ella se retiró. La expresión del rostro de él le dijo que ya había dejado de ignorar su excitación y que ahora estaba listo para hacer algo. Desde luego, la erección que tiraba bajo sus sueltos pan-talones de deporte por sí misma le decía bastante. —Tarek, estas tácticas de forzudo van a enfadarme —dijo ella entre dientes con la irritación inundándola—. No me gusta. —¿Y? —Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona—. Dime, compañera, ¿cómo piensas pararlo? Una tranquila confianza masculina marcaba sus rasgos. —Voy a hacerte realmente daño —refunfuñó ella mientras la inundaba la frustración porque sabía que realmente no había ni una maldita cosa que pudiera hacer. Podía llamar a sus hermanos.Pero eso no sería juego limpio. ¿Verdad? No, decidió ella, esto tenía que manejarlo por sí misma. Ella retrocedió de nuevo cuando él se acercó y le miró con los ojos entrecerrados. — No estoy preparada para tener sexo contigo —declaró ella imperiosamente mientras trataba de escapar al cuarto de estar. Él sonrió. Una sonrisa maliciosa y sensual que hizo que su sexo llorara. ¡Maldito fuera! —¿No? —Él la acechó en la gran habitación, y la mirada de ella se movió por el pesado mobiliario, abarcando las limpias líneas masculinas y la esterilidad casi clínica de la habitación. No había siquiera una fotografía. —No. No lo estoy. Oh, pero sí lo estaba. Estaba golpeando en sus venas y palpitando en su pecho. Sus se-nos estaban contraídos con su necesidad de él, su sexo se apretaba de hambre. Él se paró mientras ella bordeaba la pesada mesita de centro de madera de cerezo, mirándole cautelosamente. 76
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—Me haces querer sonreír —susurró entonces él, y sus ojos se llenaron de calor y deseo—. Aun tan obstinada como puedes ser me haces querer sonreír. El corazón de ella se derritió. Bueno, maldición, ¿cómo iba a mantenerse en su sitio cuando él decía cosas como esa? —Ahora no es momento de ser agradable —espetó ella enfurecida con él. —Pero quiero ser agradable contigo. —Él usaba esa voz áspera como el whisky a modo de caricia, y era demasiado efectiva para la paz mental de Lyra—. Quiero ser muy agradable contigo, Lyra. Quiero tumbarte en ese canapé, extender esas bonitas piernas y mostrarte lo agradable que puedo ser contigo. ¿No te gustaría eso, nena? El calor en la habitación subió cuarenta grados. Ella podía sentir la transpiración que se formaba entre sus senos y en su frente y el hambre que la desgarraba. Ella no corrió cuando él rodeó la mesa. Le observó mientras se preguntaba qué demonios le pasaba a su voluntad, su fuerza, su determinación de que este hombre no la engatusara tan fácilmente. Pero lo hacía. No con sus palabras. O su intención. Era el deseo en sus ojos, su vulnerabilidad, la alegría que centelleaba ahí cuando ella se le enfrentaba. —Realmente voy a enojarme mucho contigo uno de estos días —le avisó ella mientras él se acercaba, rodeándola, y su mano se movía bajo su pelo para asir su cuello—. Y tampoco me muerdas de nuevo. Es demasiado extraño. Podía sentir latir la herida, dolorosamente sensible. —¿Te quejas del mordisco pero no de la lengüeta? —El tono despreocupado de su voz no se reflejaba en la tensión de su cuerpo. —Bueno, sí. —Ella se aclaró la garganta nerviosamente—. Por la lengüeta puedo per-donarte. Sin embargo, el mordisco va a conseguir que te pateen el culo si mis hermanos lo ven. Prefiero mantenerte de una pieza. 77
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Él fijó la vista en ella pensativamente. —Pienso que disfrutaste de la lengüeta. —Él bajó la cabeza y su lengua raspó la pequeña herida de su mordedura—. Y pienso que también te gustó el mordisco, Lyra. Ella tembló mientras su lengua la raspaba y enviaba corrientes de placer por toda ella. —Quizá —jadeó ella de placer, quedándose quieta, las manos en los costados convertidas en puños para evitar tocarlo, para evitar enturbiar la emoción que sentía tejiéndose alrededor de ella. —Ven aquí, nena. —Él la atrajo a sus brazos, sin dejarla otra opción que alzar los suyos, mover las manos a su cuello, a su gloriosa mata de pelo—. Veamos cuánto te gustan ambos. Su cabeza bajó, sus labios cubrieron los de ella y estuvo perdida. Supo que estaba perdida. Arrastrada por una tormenta de fuego de un calor sensual cuando la hormona de sabor delicado comenzó a filtrarse en sus sentidos ya listos. Ella gimió en su beso, sus labios se separaron aceptando su lengua, usándola mientras un gruñido salvaje vibraba en la garganta de él. Sus uñas mordieron los hombros de él, arañaron la carne y le acariciaron sucesivamente mientras sus manos agarraban las nalgas de ella y la alzaban contra él. Ella era consciente de cómo la movía él, la tumbaba sobre los cojines de un canapé demasiado mullido mientras se movía sobre ella. Él empujó la camisa sobre sus senos, pero ninguno pudo romper el beso el tiempo suficiente para arrancarla. Pero de alguna forma se había quitado su camiseta. Ella podía sentir su pene, duro y pesado contra su muslo, mientras sus manos erraban sobre su cuerpo sensibilizado. Gimieron, con los sonidos de placer 78
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mezclándose, fusionándose cuando él se alzó sobre ella y la amplia cresta de su erección presionó contra la entrada resbaladiza y preparada de su sexo agitado por los espasmos. ¡Oh, Dios, le amaba! Todo en él. Cada porción de él. —Ahora —susurró ella cuando él se paró—. Ámame, Tarek... Por favor... Él hizo una mueca, sus labios se apartaron de sus dientes en un gruñido salvaje mientras la miraba con sorpresa. —¿No lo sabes, Lyra? —Su sonrisa era agridulce— ¿No sabes lo mucho que te amo realmente? Ella lo habría golpeado o al menos le habría gritado por decirlo con tal dolor desesperado. Pero él eligió ese momento para empezar a empujar dentro de ella, estirando sus músculos apretados mientras su pene trabajaba en su interior. Un calor apasionado y agonizante la llenó. El placer era un rápido relámpago que llameaba en cada porción de su cuerpo mientras él se mecía contra ella. Ella lo sintió, centímetro a centímetro, hundiéndose dentro de ella igual que había tomado su corazón. Poco a poco, forzándola a abrirse, quemándola no solo con el placer sino con la pura suavidad que usaba. —Moriría por ti —susurró él contra su oído, ocultando su expresión contra su cuello mientras ella se convulsionaba alrededor de él, con las manos enredadas en su pelo —. ¿No sabes, Lyra, que ahora vivo por ti? Ahora y siempre. Él se impulsó a través de las profundidades finales de su sexo dolorido, empujando ferozmente antes de retirarse con el mismo paso atormentador que había usado para entrar en ella. —Tarek. —Ella mordió su oreja. La estaba volviendo salvaje, inflamando su corazón, envolviendo su cuerpo en estremecimientos temblorosos de placer—. Simplemente 79
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vive por mí —jadeó ella—. ¡Oh, Dios! —Él empujó dentro de ella rápidamente y se retiró lentamente, robándole la respiración y el pensamiento. —¡Oh, nena, no he terminado contigo ni de lejos! —Su voz era tan oscura, tan aterciopelada y áspera que casi la lanzó al clímax. Su matriz se convulsionó, la respiración se le atascó en la garganta mientras su clítoris se hinchaba cercano al éxtasis. Él se reclinó hacia atrás, sus rodillas presionaron contra el canapé mientras cubría sus piernas. Sobre sus muslos. Con las manos libres la alzó de nuevo contra él, sosteniéndola contra su pecho mientras miraba fijamente su rostro conmocionado. —Quítate la camisa. ¿Su pene palpitaba dentro de ella, su sexo le estaba sorbiendo con gula entusiasta y él estaba preocupado por la camisa? —Ahora. —Su voz se endureció, su mirada se volvió obstinada—. No te daré lo que necesitas, Lyra, hasta que lo hagas. Las manos de ella bajaron de su cuello, agarraron la camisa y lucharon para sacarla por la cabeza mientras una mano asía su nalga y la levantaba varios centímetros de la gruesa cuña de su pene. Luego la liberó, empujando más fuerte y profundamente de nuevo en su interior mientras ella gemía con delirante necesidad. La camisa liberó su cabeza, aunque luchó para sacarla de sus brazos. Finalmente se fue, sus manos se movieron a sus hombros de nuevo, sus piernas se endurecieron alrededor de sus caderas mientras luchaba para forzarle a que se moviera dentro de ella. —Tarek, voy a despellejarte vivo si continúas torturándome así. —Ella sabía que el quejido lamentable de su voz no hacía muy creíble la amenaza. Pero él debería conocerla lo bastante bien para saber que ella cumpliría su palabra. Quizá. Él se rió entre dientes. —Resiste. Vamos a la cama. 80
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—¿La cama? —Sus ojos se dilataron con horror cuando él se retiró fácilmente del canapé. Ella temblaba mientras su pene se movía con cada movimiento. —Ya oí eso la última vez. —Su gemido estrangulado casi se convirtió en un quejido de éxtasis cuando su pene empezó a moverse dentro y fuera de ella con cada escalón—. Esos escalones... —Ella gimió ante la sensación de sus movimientos dentro de ella—. No son tan cómodos. —Lo lograremos. —Él sonaba demasiado confiado. Demasiado decidido. Dulce Jesús, iba a matarla. Juraba que lo haría. Sabía que lo haría. —¡Oh, Dios! Tarek. Tarek, no puedo soportarlo —gritaba ella su nombre mientras él comenzaba subir los escalones con pasos rápidos y pesados. Su pene golpeaba dentro de ella, llevándose su respiración con cada retirada, meciéndose, empujando con fuerza, luego meciéndose de nuevo hacia dentro. Las uñas de ella se clavaron en sus hombros, con gritos desesperados y jadeantes que caían de sus labios mientras apretaba las piernas alrededor de las caderas y luchaba por agarrarle fuerte. El primer orgasmo la azotó en el sexto escalón. En el duodécimo estaba estremeciéndose, sacudiéndose en sus brazos mientras el segundo le robaba la respiración y la mente. Fue apenas consciente de que él llegó a la cama, la tumbó sobre la cama y agarró sus caderas mientras empezaba a tomarla en un tercer y destructivo clímax. Ella se arqueaba, el aliento abandonaba su cuerpo apresuradamente mientras sentía la liberación de él rasgándola. La lengüeta se hinchaba con fuerza desde debajo de la cabeza del pene, presionando el delicado manojo de nervios que ningún hombre habría alcanzado de otro modo. Palpitaba, acariciaba y la enviaba volando a un 81
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orgasmo sin principio ni fin. Solo estaba Tarek, sosteniéndola, sus dientes se apartaron de la herida que había dejado anteriormente antes de que sus dientes se cerraran sobre ella de nuevo y el olvido oscuro la alcanzara. —Te amo. ¡Oh, Dios, Tarek, te amo…! —La oscuridad aterciopelada la envolvió mientras las palabras se susurraban libres, su corazón se expandía mientras su alma parecía elevarse, estremecerse y abrirse para aceptar una parte de él que ni siquiera la muerte podría robar nunca.
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Capítulo 9 —… Solo estoy cansada, papá. Salí anoche a cenar con un amigo y tengo todo el traba-jo atrasado. Pienso que sería mejor si los chicos y tú vinierais después de que hubiera pa-sado toda esta lluvia. Sabes cómo dejan mi cocina cuando fuera está mojado... Tarek escuchó cómo Lyra hacía bailar a su padre al son de una canción que ni siquiera él se habría creído. Su pequeña, sexy y sensual compañera estaba dando excusas a su padre que ni siquie-ra él, que no tenía experiencia con padres, habría intentado nunca. ¿Qué le hacía a ella pensar que esa voz dulce y delicada engañaba a alguien? «¡Estás loca!», articuló él lentamente con la boca, y la ignoró cuando ella le despidió con un gracioso movimiento de su mano. Después de dos días de sexo que deberían haberlo matado, en posiciones que no había intentado en toda su vida sexual, era incluso propenso a ser bastante parcial a su favor. Pero el tono dulce, inocente y recubierto de miel hizo que pusiera los ojos en blanco antes de que ella le mirara ferozmente con el ceño fruncido. «¿Qué?», articuló ella con la boca, dirigiéndole una irritada mirada antes de volver su atención a la llamada que había hecho a su familia. Considerando el hecho de que sus hermanos pertenecían a las Fuerzas Especiales, du-daba que su padre fuera tonto. Pero aquí estaba su independiente y batalladora compañe-ra, reclinada desnuda en su cama, cubierta nada más que con una sábana, tejiendo una excusa que hacía que él se estremeciera dolorosamente. 83
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Su pelo sedoso estaba enredado alrededor de su cara sonrojada, sus ojos azules brilla-ban con irritación y ella tenía el valor de sentarse allí e intentar dar largas a su padre de esa forma. «Ella estaba cansada. No le gustaba cocinar. Sus hermanos montaban líos...» Dale un respiro. Demonios, que le diera a él fuerza, porque tenía el presentimiento de que toda la furia de un padre y sus hijos llegaría al umbral de ella, contaminando la cui-dadosa trampa que Braden tenía ahí para atrapar al Domador. —Sí, papá, sé lo molestos que se ponen cuando tienen que esperar para hacer las co-sas, pero mi patio parece ahora mismo un pantano, y no podrían hacer nada aunque qui-sieran. Solo quieren una comida gratis y yo estoy ocupada. Ella estaba haciendo pucheros. Haciendo pucheros en serio. ¿Qué pasaba con la inde-pendiente mujer de «hazlo a mi manera o de ninguna» que conocía? Meneó la cabeza y se pasó los dedos por el pelo mientras intentaba pensar en formas de arreglar esto antes de que su familia se volviera un dolor de cabeza. No paraba de ninguna forma. Se pasó la mano por la garganta, mirándola con el ceño fruncido a modo de advertencia. Sin efecto. Todo lo que consiguió fue una mirada feroz. Esa mirada feroz endureció efectivamente su pene. Todo lo que ella tenía que hacer era pensar en oponérsele y esa carne obstinada se alzaba a la rígida vida. Maldición. Ella estaba desgastándolo. Pero qué forma de irse. Él habría sonreído ante el pensamiento si ella no hubiera elegido ese momento para decir papito, en ese tono suave e inocente, que iba a trabajar toda la tarde. Fue suficiente para hacerle gruñir silenciosamente.
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—Sí, papá, prometo que seré cuidadosa y cerraré las puertas y ventanas por la noche. —Esa promesa fue hecha en un tono casi automático—. Te lo prometo, los únicos animales salvajes que permitiré entrar serán de la variedad de cuatro patas. Y no es que haya visto ninguno últimamente. —Ella sonrió descaradamente ante sus palabras mientras le hacía un guiño a Tarek. «¡Mujer loca!», gruñó él silenciosamente, articulando las palabras mientras ella hacía girar los ojos en las órbitas. ¿Quién pensaba ella que se creía esto? —Este no es día de hornear pan —bostezó ella después de que el sonido apagado de la voz de su padre dejara de hablar—. Además, estoy ocupada. Puede esperar un día o dos. —Se acurrucó más profundamente en las almohadas, frunciendo el ceño mientras él la miraba con fascinación casi mórbida. Ella estaba realmente convencida de que estaba teniendo éxito. Podía verlo en su ros-tro. En el tono de voz de su padre él oía otra historia. No es que pudiera oír las palabras, solo el tono de alerta, la agudeza casi militar. Iba a conseguir que le mataran. Su entrenamiento era excelente, pero tres Fuerzas Es-peciales del calibre de los que habían ayudado a liberar a las Castas de los Domadores del Consejo y los soldados no serían de ninguna manera fáciles de derrotar. Especialmente considerando que no podía exactamente matar a la familia de su compañera. —Sí, papá, prometo descansar y te llamaré mañana —respondió en un tono calmante que era tan repugnantemente dulce que le hizo preguntarse si no se le iba a revolver la cena. Tomó nota mentalmente para no ser engañado nunca por ese tono de voz. Cuando ella colgó finalmente el teléfono, él la fulminó con una mirada severa. —Espero que no estés convencida de que te saliste con la tuya —gruñó él furiosamen-te—. Ahora tendremos a tu familia haciendo trizas el vecindario en tu búsqueda. 85
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—No seas tonto. —Ella se rió ante su predicción—. Vendrán aquí primero. No creo que confíen completamente en ti. Algo relacionado con no ser capaces de encontrar sufi-ciente información sobre tus antecedentes. —Ella meneó provocativamente sus cejas su-tilmente arqueadas—. ¿Has sido un chico malo, Tarek? ¿Ocultando los informes y cosas así? Ella se contoneó bajo la sábana, apoyando las manos en el colchón mientras se inclina-ba más cerca de él, en sus ojos danzaban luces brillantes de diversión mientras le lanzaba una sonrisita sugestiva. —¿Debería zurrarte ahora por ser malo? Sus cejas se juntaron en un ceño. Estaba ignorando el dolor en su pene. Necesitaba comida y una ducha o iba a sufrir un colapso por agotamiento. —A ti te zurraré más tarde. —Él la apuntó con el dedo con un énfasis decidido—. Alguien necesita enseñarte que no se deben jugar juegos tan obvios con hombres que te co-nocen demasiado bien. —Sí. Bueno. —Ella tenía el descaro de reírse de él—. No le mentí. Puede detectar mis mentiras. Todo lo que le dije era verdad... —De un modo tortuoso —gruñó él. —¿Cómo piensas que logré salir de su casa? —Ella se dejó caer contra la almohada, y la almohada se apartó de sus senos y de sus pezones duros y tentadores—. Pero puedes castigarme ahora si quieres. Ella estaba confiando demasiado en su habilidad de volverle completamente loco. Finalmente solo lanzó las manos al aire mientras se levantaba de la cama y caminaba con andares majestuosos hacia la puerta del baño. Si iba a tener que luchar con sus herma-nos, no quería oler a sexo cuando eso sucediera.
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—Voy a tomar una ducha —espetó él—. Tengo la sensación de que querré estar prepa-rado para la visita de tu familia que tendré que soportar. Y eres una alborotadora, Lyra. Esto se volverá contra ti y te golpeará en el trasero uno de estos días. —¿En serio? —El interés brilló en su mirada llena de risa— Apuesto a que hace que me moje. Él resopló. —No tengo ninguna duda, pequeña maliciosa. Y antes de que su cuerpo pudiera anular a su mente, se forzó a entrar en el cuarto de baño y cerrar la puerta detrás de él antes de que, en cambio, se uniera de nuevo a ella en la cama. Mientras entraba bajo el agua tan caliente que echaba vapor tomó nota mentalmente de ponerse en contacto con Braden y avisarle que esperara problemas. Tenía el mal pre-sentimiento de que había muchos en marcha. Lyra se rió mientras la puerta del baño se cerraba detrás de Tarek y dejó que la calidez que le provocaba el embromarle llenara su corazón. Adoraba la expresión de su cara. Por una vez, las sombras que normalmente habitaban allí habían desaparecido. En su lugar podía haber irritación o incredulidad, pero también había visto la felicidad. Ella le hacía feliz. Suspiró ante el pensamiento, con una extraña satisfacción que la llenaba. El hacerle fe-liz no debería hacerla sentir como si estuviera brillando desde dentro hacia fuera, pero lo hacía. Y le hacía querer cocinar. Algo realmente increíble. Algo que haría que ese poquito de felicidad confusa llenara sus ojos de nuevo.
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Ella tenía comida. Finalmente. Le había costado horas la noche pasada el convencerle de que alguien le trajera los productos básicos de cocina junto con algo de carne real, en vez de esas cosas que cocinaba en el microondas todos los días. ¡Puaj! Esas cosas repugnantes. Ella sacudió la cabeza, se levantó de la cama y agarró el camisón y la bata mientras ig-noraba el dolor entre sus muslos. Eso y el latido del deseo. Tenía la sensación de que, Ca-lor de Apareamiento o no, se podía olvidar de que su respuesta ante él se atenuara alguna vez. La había hecho mojarse la primera vez que puso los ojos en él, y tenía la sensación de que se mojaría por él en su lecho de muerte. Ella dejó el dormitorio, bajó suavemente las escaleras hasta el amplio vestíbulo y entró en la cocina. Se detuvo bruscamente, sus ojos se dilataron y el terror fluyó por todo su sistema mientras sus rodillas se debilitaban. —Bueno, parece que Tarek tomó una pequeña compañera —se mofó el intruso, su pis-tola apuntada al corazón de ella—. Apuesto a que el Consejo se divertirá mucho con esto. Después de que eliminemos a su León, por supuesto. El único Felino bueno es el Felino muerto. Lyra se giró para correr solo para golpearse contra un cuerpo duro que le bloqueaba el camino. El contacto envió un dolor punzante a todas sus terminaciones nerviosas, hacien-do que jadeara por la conmoción mientras se apartaba del intruso. ¿Y ahora qué? Respirando agitadamente, luchó por controlar su miedo con los ojos di-latados, cuando unas manos duras la empujaron a una silla de cocina. —Os matará. —Ella apretó los dedos a los costados tratando de pensar, de encontrar una forma de escapar, de avisar a Tarek. —Puede intentarlo. Fallará. Hemos tenido mucho cuidado esta vez. Ni siquiera será capaz de olernos. —Diabólico, malicioso. El más alto de los dos hombres la miraba 88
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con curiosidad mientras sostenía el arma sobre ella—. Así que dime, ¿cómo es joder con un animal? Lyra tragó saliva fuertemente. —Pregunta a tu mujer. Él gruñó ante eso, sonriendo burlonamente. —No importa. —Se encogió de hombros—. Los científicos tendrán la respuesta. Tenía que avisar a Tarek. Su mirada se dirigió a la entrada de la cocina. Él terminaría pronto y bajaría las escale-ras, ajeno al peligro que le aguardaba. Incapaz de oler la amenaza. Tragó saliva fuertemente. El Consejo le había torturado la mayor parte de su vida, lo había tratado como a un animal, le había negado incluso las consideraciones humanas más básicas. Nunca había comido pan hecho en casa. Nunca había bebido café de verdad. No sabía cómo cocinar, pero por lo que sus hermanos habían dicho, muchos de los laboratorios de las Castas habían sido guaridas de suciedad y abandono. Aun así él mantenía su casa bri-llante, libre de polvo, y se quitaba los zapatos en la puerta. Era un hombre desesperado por vivir, por ser libre. Un hombre que sabía cómo amar a pesar de los horrores que había conocido. ¿Y ahora estos dos pensaban que iban a usarla para matarle? No podía ser, no lo permitiría. Ahora le pertenecía a ella. Él era su corazón, su alma, y ella no podía imaginar la vida sin él. Moriría sin él. «Piensa, Lyra. —Sus ojos se movieron a su alrededor mientras los otros dos la observa-ban estrechamente—. Avísale. ¿Cómo podrías avisarle...?» Olor. Él podía oler la excitación. Podría oler el miedo. 89
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En lugar de aplastar el horror que la recorría, el terror que nublaba su mente, debía darles rienda suelta. Tenía que avisarle... Tarek salió de la ducha y se secó rápidamente antes de ponerse unos pantalones de deporte limpios e ir a la puerta para decirle a Lyra que la ducha ya estaba libre. Entró en la habitación y frunció el entrecejo ante la cama vacía durante un largo segundo antes de alzar la cabeza lentamente con un olor nuevo y molesto que alcanzaba sus fosas nasales. Miedo. Podía olerlo, agudo, como una advertencia, sobre el rastro de la esencia única de Lyra. Pero no había nada más. Ningún otro olor se filtraba por la puerta del dormitorio que le diera una idea de lo que le esperaba escaleras abajo. Ella era su compañera, y él podía sentir el peligro que la rodeaba latiendo en el aire. Sacó el teléfono móvil de debajo de la cama y marcó la alerta de problemas antes de ocultar el dispositivo bajo el colchón y dirigirse al tocador. Sacó una de las armas más pequeñas de un cajón antes de quitar el protector del adhesivo de la ligera pistolera que se adhería a la piel. Pegándolo al costado de la pistola, ancló el arma en la parte baja de su espalda antes de ponerse la camisa. Agarró el arma de repuesto de la parte de arriba del tocador y comprobó la munición antes de moverse hacia la entrada. Haciendo una pausa escuchó cuidadosamente. No había luces pero no las necesitaba. Y no sabía qué o quién estaba abajo, pero no era un Mestizo. No había ni una mísera opor-tunidad de que un Mestizo pudiera disfrazar su olor con tanta eficacia. Pero a veces, rara-mente, ciertos humanos podían hacerlo.
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Los Domadores sabían cómo. Era difícil, a veces casi imposible, pero se podía hacer. Mientras se movía hacia las escaleras inhaló cuidadosamente. No olió ningún aroma de Casta o de humano aparte del de Lyra y su miedo. Era aplastante, imperativo. Pero jun-to con ello había un aroma estéril curiosamente hueco. Como si algo hubiera limpiado. Y otro, no tan fresco, como si algo estuviera sangrando a pesar de lo que hubieran usado para disfrazar la maldad que lo llenaba. Sus labios se movieron en un frío gruñido. Había dos, y uno de ellos estaba nervioso, cauteloso. Quizá no tan seguro como el otro. Ese era débil. Cometería un error. Cuando Tarek comenzó a bajar las escaleras depositó el arma extra en un escalón, lo bastante cerca como para saltar y recuperarla si la necesitaba. Si entraba armado sabrían que había sido consciente de ellos y lo cachearían, usando a Lyra para que se quedara quieto mientras le quitaban el arma oculta. —Lyra, te dejaste las luces apagadas —dijo en voz alta mientras entraba en el vestíbu-lo—. Ahora basta de juegos. ¿Dónde estás? Él mantuvo la voz juguetona, burlándose mientras se movía hacia la cocina, donde su olor era más fuerte. Se paró en la entrada, colocando las manos en las caderas mientras contemplaba la escena. Todo en su interior se tensó de miedo mientras luchaba por presentar una actitud despreocupada. Podía sentir el gruñido que crecía en su pecho, la mandíbula que se apretaba con la necesidad de probar la sangre. Los dos hombres estaban parados a cada lado de ella, uno con su arma colocada ame-nazadoramente contra su piel. Ella no hacía ningún sonido, pero él podía ver las lágrimas brillando en su rostro, sus labios moviéndose. «Lo siento tanto...» 91
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—Bueno, lo admito, no había pensado que fuera realmente posible. —Anton Creighton sacudió la cabeza mientras chasqueaba la lengua—. Y encontrarte tan descuidado. Tus Domadores eran menos rigurosos de lo que yo pensaba durante tu estancia en los labora-torios. Unos ojos fríos y grises como el acero miraban desde una pálida cara. Una gorra negra cubría su cabello rubio, pero Tarek recordaba su color muy bien. Su cuerpo ancho y muy musculoso aparecía relajado, pero Tarek podía ver la tensión. El otro hombre no estaba ni de lejos tan confiado como parecía. Y su compañero estaba aterrorizado. —La peste de tu hombre está empezando a sangrar a través de lo que usaras para cu-brirle —informó a Creighton fríamente—. Está asustado. Los ojos de Creighton se entrecerraron cuando Tarek se negó se negó a responder a su aguijonazo. Su vista se desvió levemente al otro hombre. —La buena ayuda es tan difícil de encontrar. —Él sonrió fríamente—. Pero lo hizo lo suficientemente bien como para evitar que nos detectaras antes de que el momento fuera el apropiado. Tarek asintió con todos los signos de una atención distraída mientras echaba un vistazo a Lyra. —¿Y que queréis esta noche, muchachos? —preguntó manteniendo su voz comedida, sin amenaza. Conocía a Creighton mejor de lo que el otro hombre se pensaba. Era fácil jugar con él, manejable en un pequeño grado, y vivía al filo mientras luchaba por escapar tanto de los soldados de las Castas como de los del Consejo. Creighton era básicamente un cobarde. Cuando los laboratorios fueron atacados por fuerzas gubernamentales e independientes para rescatar a las Castas que guardaban 92
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allí, había desertado de la lucha en vez de arriesgarse a que le capturaran. Ahora era conside-rado un criminal por ambos bandos. —Solo la chica. —Creighton se encogió de hombros desdeñosamente—. Tan pronto como te elimine puedo usarla para un pequeño canje. Deberías haber permanecido lejos de mi culo, Tarek. Pero ya que eres tan insistente, ahora me ocuparé de ti y me aseguraré mi regreso a las filas del Consejo con tu preciosa compañerita. —El Consejo está disuelto, Creighton. —Tarek lo miró compasivamente—. No hay nadie con quien negociar. Una rica risilla llenó el aire. —¿Realmente crees eso, Tarek? —preguntó él sacudiendo la cabeza—. No es necesario que te preocupes, chico León. Todavía están ahí. Bien escondidos y seguros, pero ahí a pesar de todo. —¡Cállate, Creighton! —siseó su socio— Mátale y terminemos con esto. Lyra parpadeó y su mirada se volvió salvaje ante la exigencia. Maldición. Ella era el elemento imprevisible, no esos dos bastardos. Y no había ni una maldita cosa que pudiera hacer salvo rezar porque su sentido común ganara la batalla. —Tu chico es un poco impaciente, Creighton —se burló Tarek mientras se recostaba contra el marco de la puerta y cruzaba los brazos sobre el pecho mientras les miraba —. ¿Un poco mandón también, verdad? El ego de Creighton era legendario. —¡Cierra la boca, Tim! —escupió él— Lo tengo bajo control. —¿Estás seguro de que no es un coyote? —Tarek señaló al bueno y viejo Tim, con sus desvaídos ojos color avellana llenos de miedo y largo cabello marrón oscuro— Tiembla como uno. 93
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La sonrisita de Creighton era burlona, chirriando en los nervios de Tarek mientras el tambor de su arma se deslizaba contra la sien de Lyra en una fría caricia. —Servirá —le aseguró Creighton mientras le miraba fríamente—. Lamentablemente no hay ninguna recompensa por tu cabeza. Pero supongo que voy a tener que matarte de todas formas. Si simplemente me hubieras dejado en paz, muchacho, yo habría hecho lo mismo. —Él sacudió la cabeza con pena fingida—. Aunque algunos de las Castas nunca aprenden. Solo un poco más. Solo unos pocos segundos más. Podía oler la furia de Braden y de otro Mestizo en la puerta trasera. Pero también podía oler el olor aplastante de la furia en la puerta delantera. Furia humana. La furia de un padre. Mierda. —Este fue un momento realmente malo para venir a llamar, Creighton. —Tarek meneó la cabeza, casi sintiendo ahora pena por el otro hombre—. ¿Sabes?, es noche de pan. Él echó un vistazo a Lyra, rezando por que ella captara el mensaje. Ella parpadeó, con el asombro y una oleada de miedo renovado brillando en sus ojos. —¿Noche de pan? —Creighton se le quedó mirando con confusión— ¿Qué tiene que ver el pan con nada? ¿Te ha podrido la libertad el cerebro? —Tristemente para ti, creo que sí puede tener que ver. La puerta trasera saltó hecha astillas mientras la alarma de la casa empezaba a sonar. Lyra, bendito fuera su dulce corazón, no era ninguna tonta. Antes de que Creighton pu-diera pararla se lanzó al suelo, rodando bajo la mesa mientras sus pies golpeaban las rodi-llas de Tim cuando Tarek se dejó caer, sacó el arma de su espalda y disparó al Domador. 94
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La puerta delantera explotó mientras Creighton se caía y Tarek se arrojaba bajo la me-sa de la cocina, con su cuerpo cubriendo el de Lyra, y dejando que Braden y quien demo-nios estuviera gritando como loco se ocuparan del otro hombre. —Te dije que no iba a funcionar. No puedes jugar con hombres que te conocen tan bien, Lyra —gruñó él, recordándole su advertencia cuando había hablado antes con su padre. La empujó más bajo la mesa, forzándola a que se colocara detrás de él, abrigándola entre su cuerpo y la pared mientras ella luchaba por hacerle a un lado. Braden y Jonas estaban en el suelo, con las armas alzadas y preparadas, mientras tres Navy SEALs bien entrenados irrumpían en la habitación con las armas desenfundadas y la muerte brillando en sus ojos. —Maldición, Tarek, déjame salir antes de que destruyan la casa —gritó Lyra en su oído—. La harán trizas. —Mejor a la casa que a mí —gruñó él, manteniéndola en su lugar mientras unas figuras vestidas de negro se pararon delante de la mesa, seguidas por un par de piernas en-fundadas en vaqueros. El padre. Demonios. —Mira, me gusta esta casa más que la mía. —Ella golpeó su hombro antes de poner las rodillas en su espalda y empujar—. Y van a arruinarla. —Maldición, quédate en tu sitio, mujer —gruñó él—. Puedo reconstruir la casa, y aunque puedo matar a esos bastardos por ti, realmente preferiría permanecer a salvo. Si te da lo mismo —gruñó él en tono burlón. —Idiota. —Mocosa. —Bueno, al menos ella está viva —dijo una voz burlona arrastrando las palabras cuando tres Navy SEALs se acuclillaron para mirar bajo la mesa. 95
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Unos ojos extraordinariamente similares a los de Lyra le devolvieron la mirada. Rápidamente se dieron cuenta del hecho de que él no iba a permitirla todavía moverse, y que ella estaba muy contenta de estar donde estaba, a pesar de los insultos. —No podéis disparar a mi futuro esposo. —Ella finalmente logró arrastrarse y pasarle. Dando un suspiro, Tarek miró el suelo mientras Braden se ponía lentamente en pie. —¿Están esos asnos sangrando todavía en el suelo de mi cocina? —Lyra salió de debajo de la mesa justo delante de él, encarándose con sus hermanos con las manos en sus ca-deras— ¿Por qué están sangrando en mi suelo? —Echa la culpa a tu novio de ahí debajo. —El más ancho de los cuatro hombres la en-frentó directamente, bajando su negra cabeza para gruñirla, con la cólera iluminando sus ojos—. Él les disparó. No nosotros. ¿Y desde cuándo demonios es esta tu casa? —Desde que yo dije que lo era. —Tarek la puso detrás de él, con sus instintos llamean-do ante la furia del otro hombre hacia su compañera. Esto no era aceptable. —¿Y quién demonios eres tú? —La violencia rabiaba en la expresión del hermano. Una violencia que sería mejor que dirigiera a algún lugar que no fuera Lyra. —Su compañero… —Su fría sonrisa no mejoró en nada el anuncio. Se desató el pandemónium.
Cuerpo de Operaciones Especiales de la Armada de los Estados Unidos.
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Capítulo 10
—No puedo creer que realmente te pelearas a puñetazos con mi hermano. —La expre-sión de Lyra no estaba muy complacida esa noche, más tarde, mientras estaba parada de-lante de él, inspeccionando el ojo morado y el labio partido que había sacado del esfuerzo. —Ni yo tampoco —gruñó él, haciendo una mueca mientras ella apretaba el algodón empapado en alcohol sobre la herida en su mejilla. —Era un esfuerzo desperdiciado. Tú, Lyra, eres una alborotadora. Lo he visto esta noche. —¿Yo? —Ella se echó para atrás, con sus ojos inocentemente abiertos mientras le mi-raba con sorpresa— ¿Qué hice? —Fastidias a tus hermanos. —Él atrapó sus caderas cuando ella intentaba moverse de la cama donde estaba sentado—. Desafías deliberadamente su autoridad y los mantienes continuamente preparados para el combate. Esa lucha fue culpa tuya. Si hubieras sido un poco más comunicativa, como te animé cuando estabas al teléfono, ellos no habrían venido a la carga, determinados a proteger tu honor. Los labios de ella se torcieron. La pequeña miserable. —Si no te hubieras metido no hubiera habido una lucha. —Ella puso las manos en los hombros de él para evitar que le lamiera de nuevo el rasguño que había recibido de alguna forma en las actividades nocturnas. La marca roja se extendía desde su hombro más allá de la clavícula y, aunque la punzada era irritante, no era nada comparado con el fuego que ardía en el resto de su cuerpo. 97
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—Ningún hombre te da órdenes salvo yo —gruñó él al serle negado el acceso a su dulce carne. Se merecía algo en recompensa por los dolores y molestias que resonaban ba-jo su carne. —Tú tampoco me das órdenes —le informó ella imperiosamente—. ¿Qué es lo que pa-sa con vosotros los chicos para que penséis que podéis? Él suspiró débilmente, viendo la vida que se extendía ante él, constantemente asombrado o exasperado por una mujercita. No es que no lo esperase con ansia. Pero Lyra tenía el hábito de fastidiar a sus hermanos, cuando quizá debería ser menos agresiva. Definitivamente iba a tener que hablar con ellos respecto a esto. Ella parecía disfrutar manteniéndolos enojados. —¿El hecho de que te metas tan fácilmente en problemas? —Su ceja se arqueó burlo-namente— Lyra, corazón, después de discutir esto con tus hermanos, estoy seguro de que eres un imán para los problemas. La lucha había sido condenadamente buena. Limpia, brutal, con los puños por el aire y las maldiciones volando mientras Grant, su hermano mayor, y él procedían a destrozar la cocina. Cuando terminaron, Lyra se había ido pisando fuerte al dormitorio para hacer pucheros mientras ellos se ponían de acuerdo con una cerveza y una acalorada discusión sobre si Lyra permanecería con él o no. No es que hubiera ninguna duda de ello en lo que a él se refería, pero en los ojos de su familia había visto su amor por ella y sus miedos. Él no era exactamente el chico de la puerta de al lado. Era un Mestizo, y casi acababa de conseguir que la mataran. Eso sería bastante para aterrorizar a un hermano que había aceptado la responsabilidad de su cabe-zota hermana. Y ellos parecían aceptarles tanto a él como a su habilidad para protegerla. 98
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La mayor parte de los hombres habrían sentido dudas. Por suerte, los prejuicios contra las Castas estaban ausentes en la familia Mason, debido al hecho de que los tres hermanos habían contribuido decisivamente al rescate de muchos de los cautivos de las Castas. Él la atrajo entonces contra él, con el pecho contraído ante el recuerdo de la pistola de Creighton acariciando su piel, la bala demasiado cerca de extinguir el fuego que calentaba todo lo que ella tocaba. ¿Cómo podría ahora soportar la vida sin ella? —No tenías que pelear con ellos. —Ella se reclinó contra él, su cuerpo delgado fluyen-do fácilmente contra él mientras la alzaba para sentarla a horcajadas en su regazo, los bra-zos envueltos fuertemente alrededor de su espalda mientras sus labios bajaban a la marca que había dejado en su hombro—. Les tenía bajo control. —Les has provocado un paro cardíaco —suspiró él—. Tu pobre padre nunca volverá a ser el mismo. Lyle Mason, el padre en cuestión, había estado totalmente decidido a llevarse a su hija a casa, a envolverla en la protección que sentía que solo él podía proporcionar. Había sido un hombre atormentado por el pensamiento de perder a la hija que tan obviamente adora-ba. No es que Tarek entendiera la dinámica de la familia, pero entendía la necesidad de proteger, la necesidad de amar a la diminuta mujer que sostenía en sus brazos. Ella era su luz. Su mundo. No podía ser menos para alguien que la amara. Él la apretó más fuerte contra él, sintiéndola mecerse contra la erección que tiraba de sus suaves pantalones, mojando la tela con el calor húmedo de su sexo. Ella no usaba bragas bajo el camisón. Las manos de él alisaban la tela hasta que atra-paron el dobladillo y lo alzaron, y sus manos asieron su trasero liso y desnudo. Un gemido se ahogó en su garganta ante la sensación de ella deslizándose contra él, acelerándose la respiración, el olor del calor femenino llenando la habitación. 99
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—No me abandones, Lyra. —No pudo detener las palabras antes de que cruzaran sus labios mientras la sostenía, la elevaba y apoyaba su espalda en la cama mientras se alzaba sobre ella. —No tengo intención de abandonarte, Tarek. —Sus ojos brillaban con emoción, con hambre—. Te lo dije, te amo. Y no lo digo a la ligera. Ni a cualquiera. Él tocó su mejilla, su garganta se contrajo mientras luchaba por superar la confusión, la incredulidad de que esta mujer pudiera amarle. Ese Dios, en toda su generosa miseri-cordia, finalmente le había adoptado y le había dado este regalo que nunca había pensado que pudiera tener. Algo, alguien, que siempre pudiera llamar propio. —Sin embargo, la próxima vez que comiences una pelea con tus hermanos te zurraré —gruñó él mientras la cabeza de ella se alzaba y sus labios encontraban el brote endureci-do de su pezón y lo mordisqueaba juguetonamente. —Suena divertido. ¿De cuántas peleas estamos hablando antes de que consiga el postre que me merezco? Él gimió cuando las uñas de ella se deslizaron por su abdomen antes de que sus dedos se engancharan en la cinturilla de sus pantalones de deporte y empezaran a bajarlos lentamente. —Eres una alborotadora —dijo él ásperamente mientras salía de la cama y se desnudaba rápidamente. El vestido de ella pasó volando a su lado mientras él salía de los pantalones. Cuando se enderezó ahí estaba ella, sobre sus manos y sus rodillas, extendiendo la lengua para la-mer la protuberante cabeza de su pene. El cabello negro de ella ondulaba alrededor de su rostro, sus ojos azules brillaban con emoción y hambre. Eran tan brillantes como el zafiro más puro y brillante, y más preciosos que el oro para él.
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Su lengüecita rosa vaciló de nuevo sobre la cresta de su erección, dejando un rastro de fuego alrededor de la sensible caperuza mientras él se tensaba por el placer que se dispa-raba desde su pene a cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo. No pensaba que el placer pudiera ser mejor —hasta que sus labios se separaron, su cálida boca se abrió para aceptar la cabeza de su pene en las húmedas profundidades. Tarek contempló cómo la estirada y enrojecida cresta de su erección desaparecía entre sus labios, su lengua acariciaba la parte oculta con un placer tan increíble que se pregunta-ba si podría soportarlo. Sus manos se enredaron en el pelo de ella, apretando fuertemente mientras un gruñido estrangulado llenaba su pecho y escapaba de sus labios cuando ella empezó a chuparlo con hambriento abandono. Sus movimientos eran dubitativos, inocentes. Estaba matándolo. Ella alzó la vista hacia él, con la risa y la excitación brillando en su mirada mientras su lengua acariciaba, su boca lo dibujaba, su mano traviesa subía lentamente por su muslo hasta que rodeó sus testículos con dedos sedosos y placer destructivo. —Mocosa —gruñó él luchando por respirar. Por el control. Su lengua estaba latiendo como un dolor de dientes, la necesidad de derramar el exce-so de hormona en la boca de ella lo volvía salvaje. Podía saborear la especia, sentir su efec-to en él, sentir su pene apretándose más, la necesidad de liberarse se convertía en un pla-cer casi agonizante. Y todavía su boca se movía sobre él. Lametones lentos y delicados, caricias profundas y que le delineaban hasta que un gruñido puramente animal escapó de él. Tarek apretó sus manos en el pelo de ella, la empujó hacia atrás cuando sintió el pulso de la lengüeta justo bajo la caperuza de su pene. —Suficiente. 101
El mestizo de la puerta de al lado - Lora Leigh
—Hum. Estoy hambrienta. —Ella se lamió sensualmente los labios, sus labios llenos e hinchados—. Quizá quiero más. Ella se rió, un sonido bajo y dulce, cuando él la empujó contra la cama y le abrió los muslos mientras bajaba sus hombros entre ellos. No había tiempo para preliminares. Tenía que saborearla. Probar la delicada seda líquida de su sexo antes de volverse loco. O besarla. Si la besaba no habría espera. Estaba cabalgando demasiado cerca del borde, el ham-bre de ella se elevaba tan rápidamente que su aroma se le estaba subiendo a la cabeza. —Voy a comerte por completo —gruñó un segundo antes de lamer la seda desnuda y plena de jarabe de sus pliegues íntimos—. Cada centímetro de ti, Lyra. Hasta que tu sabor impregne cada fibra de mis sentidos. Ella respiró ásperamente, la carne de su vientre se convulsionaba mientras él la miraba con ojos entrecerrados. Podía ver tanto ahí. Cada ondulación de carne cremosa se corres-pondía con el nivel de su excitación. Su lengua rodeó su clítoris antes de que lo atrapara entre los labios, observando cómo su estómago parecía convulsionarse. Mientras lo sorbía movió los dedos a los pliegues empapados de su sexo, abriéndolos hasta que pudo insertar un dedo dentro de las pro-fundidades ardientes. Ella se sacudió contra él, sus caderas se retorcieron, se acercaron a la penetración mientras sus jugos cremosos comenzaban a fluir. —¡Oh, Dios, Tarek!, me estás volviendo loca —gritó desesperadamente, con su vagina ondulándose alrededor de su dedo—. Deja de torturarme así.
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Él canturreó el placer ante su sabor. Dulce. Adictivo. La empujó más cerca del borde de su liberación, con su dedo introduciéndose profundamente dentro de ella, acariciando las sensibles profundidades mientras ella se alzaba hacia él. —Sádico. —Su áspera acusación estaba repleta de placer—. Jódeme, Tarek. No hagas que tenga que matarte. Él habría sonreído si no estuviera tan consumido por el hambre de ella. —Tarek… —Su medio grito fue seguido por la contracción de su vagina alrededor de su dedo, su vientre se contrajo—. Pagarás por esto. —Sus rodillas se doblaron, sus pies apretaron el colchón mientras se alzaba para acercarse—. Juro que te haré pagar... Él le dio lo que necesitaba. Tras añadir otro dedo a las profundidades acogedoras de su vagina comenzó a moverlos en su interior usando sus labios, su lengua y la succión de su boca para llevarla más alto, para enviarla a fragmentadas explosiones de éxtasis. Ella se arqueó hacia él, gritando su nombre mientras él se elevaba rápidamente sobre ella, alzándola, presionando su pene dentro del convulsionado tejido de su vagina mien-tras apretaba los dientes contra el placer. Ella estaba tan apretada. Tan caliente. Seda líquida. Crema ardiente como la lava. Él agarró su cadera con una mano, bajando su peso al codo del brazo opuesto mientras sentía sus piernas envolverse alrededor de él. Su vagina se contrajo alrededor de él, diminutas agitaciones de sensación, caricias apretadas y erizadas sobre su erección mientras él entraba en ella, primero con embestidas cortas y desesperadas y luego duras estocadas mientras empezaba a tomarla con toda la fuerza y desesperación del hambre que surgía en su interior. Sus labios bajaron a los de ella, su lengua se introdujo en su boca mientras ella se mo-vía bajo él, se abría para él, lo tomaba con gritos estrangulados y ondulaciones aún más apretadas de su sensible vagina. 103
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Ella era el éxtasis. Ella era la vida. El ritmo de sus empujes aumentó cuando la hormona pasó de su lengua al sistema de ella, calentándolos más a ambos, enviándolos precipitadamente al orgasmo. Cuando él sintió su liberación comprimiendo sus testículos, la extensión bajo la caperuza de su pene empezó a engordar, irguiéndose firme y acaloradamente y cerrándole a él fuertemente en su interior. Unos estremecimientos violentos la sacudieron mientras sus brazos se apretaban alre-dedor del cuello de él, y su cabeza se giró cuando sus labios encontraron sin dudar la mar-ca que la identificaba como su compañera mientras él comenzaba a inundarla con su semen. Un placer violento, sobresaltado. Una unión diferente a cualquiera que pudiera haber con conocido. Y Lyra. Siempre Lyra. El centro de su vida. —¡Oh, Dios! Dime que eso de la lengüeta no se va con el celo —jadeó ella cuando re-cobraron la cordura para respirar—. No estaría complacida. —¿Supongo que tendrías que hacerme daño? —Él se rió suavemente entre dientes mientras rodaba sobre su costado, atrayéndola contra su pecho mientras suspiraba de ale-gría. —Tendría que hacerte mucho daño. —Ella suspiró. —Pero todavía me amarías. — Era mejor que lo hiciera. —Siempre te amaré. —Ella pellizcó su pecho antes de echar la cabeza para atrás y son-reírle llorosamente—. Siempre, Tarek. Puede que no seas el chico de la puerta de al lado, pero el Mestizo de la puerta de al lado es mucho mejor. La risa de él era suave y contenta. Su alma estaba llena. Él no era completamente humano. Pero tampoco era un animal. Era un Mestizo, un Mestizo que había encontrado su compañera y su vida. 104