El beso del Jaguar
Leigh, Lora
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Leigh, Lora PREFACIO
Ellos fueron creados, no nacieron. Ellos fueron adiestrados, no reclutados. Ellos fueron enseñados para matar, y ahora utilizarán su entrenamiento para asegurar su libertad. Son Castas. Genéticamente modificados con el ADN de los depredadores de la tierra. El lobo, el león, el puma, el tigre de Bengala, los asesinos del mundo. Iban a ser el ejército de una sociedad fanática interesada en la construcción de su propio ejército personal. Hasta que el mundo se enteró de su existencia. Hasta que el Consejo perdió el control de sus creaciones, y sus creaciones comenzaron a cambiar el mundo. Ahora están libres. Uniéndose, creando sus propias comunidades, su propia sociedad y su propia seguridad, y luchando para ocultar un secreto que los puede destruir. El secreto del calor del apareamiento. Los agentes químicos, biológicos, la reacción emocional de una casta que en el hombre o en la mujer significa ser de él o de ella para siempre. Una reacción que une físicamente. Una reacción que altera más allá de la respuesta física, aumentando la sensualidad. La naturaleza ha convertido el calor del apareamiento en el "talón de Aquiles” de las Castas. Es su fuerza y, sin embargo, su debilidad. Y la Madre Naturaleza no terminó de jugar todavía. El hombre ha tratado de confundirla con sus creaciones. Ella ahora va a mostrarle al hombre exactamente cómo ella puede mejorarlos. Asesinos se convertirán en amantes, abogados, estadistas y héroes. Y a pesar de todo, se unirán a una compañera, un corazón, y crearan una dinastía.
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Leigh, Lora PRÓLOGO
Natalie Ricci miraba fijo la alta e imponente figura de pie en la puerta de su casa y se recordó a sí misma respirar. Una mujer que se desmayaba sobre un hombre oscuro, arrogante y excepcionalmente guapo merecía todo lo que le sucediera mientras ella estaba inconciente. Y cualquier cosa que este hombre hiciera, ella desearía estar despierta. — ¿Puedo ayudarlo?—. Ella cepilló hacia atrás el oscuro flequillo que se extendía sobre su frente y trató de controlar las nerviosas fluctuaciones sonando a frituras en su estómago. Alto, oscuro y guapo, estaba bien, realmente bien, pero ese destello de poderosa seguridad masculina en sus ojos le advirtió que este hombre sería imposible de controlar cómodamente para cualquier mujer. —Natalia Ricci?
—. Incluso su voz era digna de escalofríos.
No reconoció el acento, y era bastante buena identificando acentos. Su voz era bien modulada, perfectamente entonada, y acarició sus sentidos igual que terciopelo negro. El pelo negro, espeso y brillante, estaba retirado de su rostro y confinado en la parte de atrás de su cuello. Sus facciones de ángel caído estaban compuestas, casi sin emociones, pero esos ojos, ojos como esmeraldas, brillaban, con inteligencia, sensualidad, y una chispa de primitiva intensidad desde su rostro bronceado por el sol. También había sombras en esos ojos. Un dolor oculto, latente que una parte de ella que deseaba poder ignorar, su lado femenino y cariñoso, anhelaba aliviar. Vaqueros oscuros apoyados bajos sobre musculosas y magras caderas, mientras que una camisa azul oscuro de chambray se extendía a través de su poderoso pecho. Y llevaba botas. Botas bien usadas, marcadas, y completamente masculinas. —Soy Natalia Ricci—. Tuvo que aclarar su garganta para responderle, tuvo que apretar su estómago para parar los pequeños aleteos de deseo que atacaban su vientre. ¡Menos mal!, si alguna vez existía un hombre para tentar su duramente ganado auto-control, ella estaba apostándolo sería este. No tenía idea qué estaba haciendo en la puerta de su casa, pero lo que estuviera vendiendo, estaba segura que ella estaba dispuesta a comprar. A pesar de la cuenta bancaria vacía.
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También, era realmente muy malo. Ella había jurado alejar a los hombres. Los hombres estaban fuera, hasta que pudiera averiguar cómo jugar el juego, cómo proteger su corazón y su independencia. Tan lujurioso y sexual como lucía este hombre, ella tenía la sensación que sería controlador, dominante, y arrogante como ningún hombre nacido. Probablemente peor que la mayoría. Definitivamente más que su ex marido, cuyas tendencias controladoras habían logrado destruir su matrimonio. — ¿Puedo ayudarle?— ella preguntó de nuevo, deseando que estuviera usando algo más que viejos pantalones vaqueros y la camiseta de su hermano demasiado grande y manchada de pintura. Él inhaló despacio, como si hubiera capturado el aroma de algo que lo intrigaba. —Srta. Ricci, soy Saban Broussard, enlace del Gabinete de Gobierno de las Castas. Estoy aquí para discutir su solicitud para enseñar en Buffalo Gap—. Él tiró la delgada billetera de identificación de la parte posterior de sus pantalones vaqueros y la abrió. La insignia de la ley de las Castas, su foto, y la información pertinente estaba todo exhibido. Ella se congeló en estado de shock. Bueno, shock y el sonido de su nombre, o la forma en que dijo su nombre, Saban, un pequeño susurro suave de la S, una sutil a, y el ban al final. Pero lo que la atrapó, lo que tuvo sus sentidos de pie completamente atentos, fue el muy vago indicio de un acento Cajun en su voz después de su certeza que no tenía ningún acento. Si él era Cajun, ella estaba justificadamente perdida. Si había algún acento más sexy creado, entonces en este momento no podía pensar en ello. Tomó aliento varios segundos para rebobinar sus sentidos, para ubicarse en quien era y de donde era. Cuando lo hizo, sus ojos se ampliaron en estado de shock. — ¿Obtuve el puesto?—. Ella quería el puesto con una desesperación que la había dejando temblando cuando completó la solicitud hace más de un año. Había sabido, había sido advertida que había miles y miles de solicitudes en lista de espera para un puesto docente en la pequeña ciudad justo en las afueras de los cuarteles generales de las Castas, El Santuario. Había aprovechado la oportunidad, completó la solicitud, y la envió, rezando. Había rezado durante meses, y cuando no pasó nada con ella, retornó a su propia rutina y trató de hacer otros planes.
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— ¿Podemos hablar adentro, Srta. Ricci?— Saban Broussard volvió su cabeza, miraba fijo a lo largo de la calle bordeada de árboles, y levantó su frente a los residentes que habían logrado encontrar una razón u otra para salir a sus porches o para trabajar en sus céspedes. Tan sólo cobraría admisión y estaría hecha con ello. Ella mordisqueó su labio, sabiendo las preguntas que vendrían antes de pasada una hora de su ida. —Entre—. Se apartó, manteniendo la puerta abierta y permitiéndole entrar en la casa. Trajo el aroma de las montañas con él, salvaje y sin domar, oscuro y peligroso. —Gracias—. Asintió mientras ella caminaba hacia la cocina fuera de su sala de estar. La sala de estar estaba casi vacía, llena de cajas con cinta adhesiva en lugar de muebles como si Natalia embalara sus pertenencias. — ¿Ya ha tomado otro puesto?—. Él se detuvo en el centro de su cocina y miraba fijo las cajas allí. Ella sacudió su cabeza. —No lo he hecho. Simplemente estoy mudándome a un apartamento más cerca de la escuela donde trabajo actualmente. Mi ex marido obtiene la casa y todos sus gloriosos pagos. Yo tengo un apartamento—. Y ojala un poco de paz. Él miró fijo en torno a la cocina de nuevo, frunció su mandíbula antes de volverse a ella. —He sido enviado para informarle de la apertura del puesto y para acompañarla a una reunión con nuestro orgulloso líder, Callan Lyon— dijo luego. —Permaneceré para ayudarla a ordenar las cosas antes de escoltarla a Buffalo Gap—. Realmente necesitaba sentarse, pero ella le había dado la mesa y las sillas a un primo lejano que recientemente había hecho el monumental error de casarse. — ¿Cómo conseguí el puesto?—. Ella sacudió su cabeza confundida. —Me dijeron hay miles de solicitudes esperando para que se abra una—. Torció abruptamente sus labios. —Creo que el orgulloso líder, Callan Lyons, dijo que eran cerca de cuarenta mil solicitudes. Usted llegó a la lista corta en la primera etapa del proceso de selección y se las arregló para ganar la posición, por lo que me dijeron fue una investigación muy larga, tediosa y exigente de 5
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los antecedentes que figuraban en aquella lista. Felicidades, Srta. Ricci. Usted será la primera maestra contratada en el condado en cerca de siete años—. Natalia lo miró asombrada. Parado confiadamente, los brazos sueltos a sus lados, sus ojos parecían detenerse en cada cosa mientras ella lo miraba fijo, ciertamente ella debía lucir como una completa lunática. — ¿Cuán pronto puede estar lista para salir?— Él miraba alrededor de la casa una vez más. —El Casta León Callan del Gabinete de Gobierno de las Castas estará volando a la capital, Colombia, mañana por la tarde, si esto es conveniente para usted, para tener una idea general del puesto y discutir las características específicas del trabajo, aunque necesitamos llegar antes que él a completar otras cuestiones y firmar los interminables formularios, contratos, etc. que irán con el trabajo—. Natalie sacudió la cabeza confundida. —Pensé que las Castas no intervenían en Buffalo Gap. En alguna parte he oído eso. En vez, ¿me reuniré con alguien de la Junta de Educación?—. —No, si está siendo contratada para enseñar a los niños de las Castas. Esos niños están muy bien protegidos, y cualquier contratación hecha en ese sentido está bajo la sanción del Gabinete de Gobierno de las Castas. Hasta que se tomó la decisión, la Junta de Educación ha permitido al Gabinete de Gobierno de las Castas seleccionar cualquier personal adicional necesario—. Él inclinó la cabeza y vio como ella se apoderó de la pequeña barra que estaba junto a ella para evitar caer. — ¿Todavía está usted interesada en el trabajo, no?—. Ella asintió lentamente. —Oh Yeah— le aseguró. —Yo diría que eso es una subdeclaración—. —Muy bien. Tenía la esperanza que podríamos hacer los arreglos necesarios para viajar a Colombia esta tarde, si es posible?—. Él miraba en torno a la cocina, su mirada apoyada sobre las cajas. —El heli-jet del Santuario está esperando en el aeródromo privado fuera de la ciudad para escoltarnos allí. ¿Está de acuerdo?—. Sus palabras se interrumpieron con el sonido de la puerta delantera abierta, golpeando la pared del pequeño vestíbulo que ella había hecho atravesar a Saban Broussard y resonando a través de la casa casi vacía. Antes que ella pudiera hacer algo más que gritar, fue empujada detrás de la barra y, sin un parpadeo Saban atravesó la habitación, las armas salidas de algún lado cuando él golpeó el cuerpo de su ex marido contra la pared y enterró la boca de su arma debajo de la mandíbula Mike Claxton. Los ojos celestes de Mike estaban agrandados cuando su rostro se puso blanco de terror. Los labios de Saban estaban retirados, un gruñido retumbó en su garganta mientras los letales caninos destellaban.
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—Llámalo— Mike boqueó, su mirada cerrada sobre Natalia con desesperación cuando jadeó la súplica. —Por el amor de Dios, ¡déjelo ir!—. Natalia caminó majestuosamente al otro lado de la habitación, mirando al Casta. Obviamente una Casta. Únicamente ellos tenían los caninos aterradores y poderosos como tenía este. —Él no es peligroso, es sólo estúpido. Maldición, ¿tengo que estar rodeada de hombres estúpidos?—. Saban bajó su arma, pero sólo a regañadientes. Quiso apretar el gatillo. Deseaba rasgar el cuello del bastardo y verlo sangrar, saborear su sangre, sentir el terror que le produciría cuando supiera que la muerte estaba llegando. Porque su olor estaba en esta casa y en menor medida, persistía en torno a la mujer. La reacción fue una anormalidad. No era una parte de quién o qué era. Él no se preocupaba por ninguna mujer, y ciertamente, él no se preocupaba por las que los hombres tocaban. Hasta el presente, esta Natalia Ricci, cuyo hermano ella llamó Gnat. Cuya madre se rió de sus payasadas infantiles con amorosa diversión. Hasta esta mujer, Saban nunca había conocido un momento en que hubiera matado a un hombre por la posesión de una mujer. Por ésta, él sabía que mataría a hombre o bestia sobre ella. La posesividad había crecido a lo largo de las últimas semanas, durante su vigilancia. Él la había visto derramando lágrimas en el pórtico trasero después que este desgraciado había salido majestuosamente de su hogar. Había oído los gritos, parado del lado de afuera de su puerta trasera y rezó por frenar la violencia que se levantaba dentro de él. Pelo castaño, débil, completamente presumido, Mike Claxton no tenía asuntos cerca de la Natalia de Saban, ninguna razón para respirar su aire, para estar aquí en esta casa, mientras ella trataba de abandonar el hogar que él le había robado en el divorcio. —Déjelo ir antes que saque a patadas a ambos fuera de la casa y al final me cueste un trabajo que quería. Usted no me gustará mucho si tengo que hacerlo—. Saban la miró por la esquina de su ojo, consciente del tonto mentalmente débil que jadeaba por aire, sus manos arañaban las muñecas de Saban mientras él lo mantenía asegurado en la pared. La ira femenina, la frustración, y la promesa de retribución llenaban su mirada e hizo algo que, los soldados del Consejo, los científicos, o los rabiosos Coyotes asesinos no pudieron hacer. Le ocasionó un pequeño núcleo de cautelosa alarma dentro de él.
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Si él iba a hechizarla, a tentarla, y a robar su corazón, entonces iniciar con su indisposición hacia él, posiblemente miedo de él, podía no ser el mejor curso de acción. Ella miraba furiosa y feroz. Los ojos del color de la melaza, remolinos oscuros y dorados a la vez mientras lo miraba echando fuego por los ojos, exigiendo la liberación de un hombre cuyo aroma de deshonra era empalagoso y ofensivo. Liberó a Claxton lentamente, inseguro de por qué lo hizo cuando él quería nada más que aplastarlo, y a regañadientes enfundó su arma. —Considérelo su día de suerte— le dijo al otro hombre cuando se derrumbó contra la pared, luchando por respirar. —Me iría si fuera usted. No soy conocido por mi misericordia o mi paciencia cuando de tontos se trata. La próxima vez que entre a la casa de ella, sugeriría llamar—. —Usted sabe— comentó Natalia, su tono severo y tal vez sólo un poco preocupado, —tengo la sensación que usted y yo no vamos a llegar lejos si esta es su actitud normal—. Saban sonrió. Un destello de caninos, la expresión de inocencia que había visto a otros hombres adoptar en torno a sus compañeras cuando habían logrado poner a prueba la paciencia de sus mujeres. —Vamos a conseguir llegar lejos muy bien, cariño— le aseguró antes de girar, bloqueando su mirada con la de Claxton, y rezando para que el otro hombre leyera allí, la advertencia silenciosa. —Éste, sin embargo, puede tener motivos para preocuparse—. —Natalia, ¿qué es esto?— Claxton masajeaba su garganta mientras miraba a Saban. Si embargo, había miedo en sus ojos, y Saban se conformó con eso por ahora. Tal vez más tarde, se dijo, quizás una vez que hubiera asegurado su lugar en el corazón de Natalia, entonces se ocuparía de este bastardo. —Este es Saban Broussard— ella mordisqueó las palabras mientras se alejaba de ambos y se dirigió al rincón a través de la habitación para servirse una taza de café. Ahora podía sentir la ira saliendo a borbotones de ella, la incertidumbre, y él fulminó a Claxton con otra dura mirada antes de permitir retumbar un duro gruñido en su garganta. Debido a este hijo de puta, ella estaba enojada con él, y si Claxton no era muy cuidadoso, Saban le arrancaría su piel. Estaba satisfecho de ver a Claxton más pálido, pero cuando su mirada resbaló a Natalia, él casi palideció.
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Qué interesante respuesta. Saban sintió el apriete de su pecho, el despertar del conocimiento que se preocupaba si esta mujer estaba moletas con él. Y ella estaba muy molesta con él. —Él es un Ejecutor de las Castas, si no has adivinado— ella rió, un pequeño y lindo sonido femenino que él que le gustaba. —Está aquí para acompañarme a reunirme con los miembros del Gabinete de Gobierno de las Castas. He aceptado un trabajo con ellos—. Ah. La mirada de Saban acuchilló a Claxton mientras la furia, rica y satisfactoria, salía a borbotones del hombre. Quizás este tonto le daría la razón que necesitaba para cortar su garganta después de todo. Evidentemente, estaba condenado a la decepción. Claxton redujo sus ojos, afinó sus labios, y tironeó con sus débiles manos la camisa polo que usaba, pero no se movió hacia Natalia. Ella se trasladó al final de la barra con su café, inclinó su cadera contra ella, y miró más bien curiosamente a ambos, mientras sorbió de su taza. ¿Estaba ponderando las diferencias entre ellos o viendo las similitudes? No había similitudes, decidió Saban. Mejor que viera eso ahora en vez de más tarde. —Necesitamos irnos— él le dijo. —"Llegué con el tiempo para ponerla en contacto con el Santuario o con su fuerza policial local para la confirmación de mi misión y los arreglos que se hicieron para transportarla a Colombia. Nos estamos quedando sin tiempo—. Sorbió el café de nuevo, su mirada yendo entre los dos. —Yo no puede sólo salir corriendo de la casa con usted, Sr. Broussard. Incluso Callan Lyons debería saber esto. Tengo la intención de hacer contacto con el Santuario, así como el departamento de policía, mis padres, y el director de la escuela donde he estado enseñando. Luego me ducharé, vestiré, empaquetaré, y estaré lista para ir. Eso no se logra en cuestión de minutos—. Su cuerpo endureció; la lujuria golpeaba a través de cada hueso y músculo que lo comprendía cuando él miraba el desafío en sus ojos. ¿Cuándo fue la última vez que alguien se había atrevido a desafiarlo, a hacerlo esperar? —No voy a dejarte aquí a solas con él— Claxton se quebró, pero había muy poco calor en su voz. Saban deslizó su mirada al otro hombre. —Apuesta— murmuró, dejando que su mirada encuentre las pupilas celestes y permitiendo a la lujuria que quemaba su cuerpo brillar en ellos.
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Mejor este bastardo supiera antemano que Saban tenía intención de reclamar lo que el otro hombre había tirado lejos ten a la ligera. Algunos hombres eran más inteligentes que otros, al parecer. —Apuesta—. La taza de Natalia azotó el esquinero, arrojando la mirada de Saban sobre ella. Ella no se molestó en disparar a Claxton ese destello de rabia quemando en sus ojos, pero Saban claramente, lo sintió hasta las plantas de sus pies. Se puso cachondo. Lo hizo querer mostrarle con exactitud a quién pertenecería, quién controlaría todo el fuego y la pasión en su interior. Pero eso no iba a pasar si él la dejaba permanecer enojada con él. ¿Qué habían dicho aquellos anticuados libros? ¿Los que la pequeña Cassie Sinclair le había apilado el año anterior? Encanto, palabras suaves, elogio, y la capacidad de compromiso mostrarían a una mujer su innata habilidad para complacerla tanto en lo emocional, como en lo mental. Él podría hacer esto. —Cariño—. Dejó libre el suave aliento de su acento y trató de evitar pavonearse cuando sus ojos se ampliaron, su cara se ruborizó, y un indicio de caliente excitación fluyó de su cuerpo. —Me disculpo por esto. Él vino amenazador—. Explicarlo casi lo tuvo apretando sus dientes con irritación. —Pensé que había venido a dañarla o tal vez incluso a dañarme. Soy una Casta—. Él se encogió de hombros, sabiendo que eso lo explicaba por sí mismo; las Castas eran atacadas a diario. —Mi único pensamiento fue el de protegerla, a usted y a mí también—. Él sonrió a Claxton. Con todos los dientes, los afilados caninos y la masculina promesa de futuros pagos. —Perdón por mi reacción a su entrada, pero tal vez debería haber golpeado primero—. El silencio llenó la cocina por largos momentos. —Y aquí que pensé que mi día no podía empeorar— oyó murmurar a Natalie luego. —Yo estaba tan equivocada—.
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Leigh, Lora CAPITULO 1
Años antes, Natalia podría haber jurado que no había nadie más difícil de llevarse bien que con su hermano. Mal carácter, dominante, y seguro de su lugar en el cariño de su madre, él la había torturado. Atormentado. Tirado del pelo, escondido sus muñecas, sofocado su pez de color, y generalmente la mantuvo en estado de angustia. Ahora, ella estaba pensando en perdonarlo, porque había encontrado alguien más arrogante, con más mal carácter, y mucho, mucho más difícil de llevarse bien. Por consiguiente, alguien le diría, por favor, ¿por qué ella podría sentirse hechizada bastante más que irritada? ¿Por qué estaba volviéndose tan malditamente duro mantener su distancia y no sonreír afectuosamente con sus payasadas? Ella estaba enojada, se dijo a sí misma. Todo era un juego, podía darse cuenta, sentirlo, pero sus esfuerzos por obtener su atención estaban empezando a conseguir mucho más de su interés. Estaba empezando a gustarle. No, no sólo gustarle, y esa era la parte de miedo. Había estado en Buffalo Gap menos de dos meses, y ella había intentado, ella sabía que había intentado no estar encantada con el arrogante, engreído y sonriente Casta Jaguar a quien Jonas Wyatt había cargado con su responsabilidad, pero Dios la ayude, estaba siendo más difícil día a día. Ella debería estar enojada con él, porque a decir verdad, había veces que no sabía qué hacer con él. Tales como la vez que la había seguido a su médico. ¿Había permanecido en la sala de espera? Por supuesto que no, había intentado violar la sala de control médico. Se había vuelto tan amenazante que Natalia se había visto obligada a pedir a la enfermera que le permitiera permanecer en el pasillo. No tanto por su protectora determinación de estar allí, sino a causa de sus ojos. Ella casi suspiró con el recuerdo de aquello. Las sombras en sus ojos habían sido desoladoras, y Natalia sabía que si lo hubiera obligado a salir completamente de la oficina del médico, entonces el ADN animal, que de alguna manera había decidido que ella necesitaba protección, los habría empujado a través de una línea donde ellos, incluso después, estaban haciendo equilibrio delicadamente. Si embargo fue confuso, incluso un poco embarazoso. Aún su ex-marido no había intentado nada tan lejos como tratar de entrometerse en sus exámenes. Aquello había sido sólo la primera semana. La primera semana. Había sido un episodio frustrante tras otro.
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Ella entendía que todavía ellos se estaban aclimatando al mundo. Realmente lo hizo. Tuvo que ser difícil, incluso ahora, diez años después que la primer Casta fuera descubierta y aceptada por América y por todos sus enemigos y aliados. Ahora, ellos eran el elemento desconocido en el mundo, una especie diferente, algo así como alienígenos. Había especulaciones, rumores, prejuicios y pura maldad humana. No podía ser fácil funcionar normalmente. Pero esto ... esto era imposible. Necesitaba alimentos, pero después de menos de diez minutos en la tienda, ella estaba dispuesta a abandonar su carrito, encontrar a la Casta, y olvidarse de comer. Él tenía sus hormonas corriendo excitadas y el nivel de su frustración, aumentando mientras luchaba por ignorar sus sorprendentemente entrañables payasadas. —Creo que necesita más carne—susurró desde detrás de ella, su voz sugerente mientras se inclinó hacia el refrigerador y levantó un asado enrollado y grueso del interior. —Este se ve prometedor—. Sostuvo la carne arriba para mirarla, y ella sintió su rostro arder mientras el carnicero le sonreía afectuosamente detrás de la fría vitrina. Natalie arrebató el asado de su mano, lo arrojó dentro de su carrito, y siguió su camino. —Boo, seguramente usted no va a continuar con esta campaña de silencio—, suspiró detrás de ella. Podía escuchar la diversión, malvada e insidiosa, que vibrando en su voz tan espesa como su acento. Su acento Cajun. Realmente ella deseaba que no la llamara boo o cariño o chay o pequeña bebé. Podría llamarla por su nombre, sólo una vez, ¿no podría? Así, su corazón no golpearía tan duro bajo la excitación. Excepto, las pocas veces que, las sílabas habían rodado fuera de su lengua como una caricia y había enviado un escalofrío pinchando a través de su cuerpo. Y a ella también le gustaba eso malditamente mucho. Ella continuó a través del pasillo, recogió leche y huevos, un paquete de queso procesado, y luego vio como él tomó un paquete de Monterey Jack. Ella consiguió mirarlo ferozmente sobre su hombro. —Nunca lo he probado—dijo suavemente, sugestivamente. —Pero he escuchado que es bastante bueno—. Saban Broussard era perversamente guapo. Demasiado malditamente guapo para su propio bien con su largo, pelo negro, brillantes ojos verde esmeralda, y facciones patricias. Lucía salvaje y perverso, y era irritante, frustrante, y causaba su locura.
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Se negó a darle un momento de paz, y Jonas Wyatt, el director de los Asuntos de las Castas, rechazó de salida darle un guardaespaldas diferente. No es que ella realmente higuera tratado muy duro por ello. Se restringió a su suspiro de disgusto. Ella se mantuvo sin forzar la cuestión, temiendo que lo perdería si él se iba. Aún si él la estaba volviendo loca, había algo acerca de él que la llamaba. Y ella odiaba esa peor parte. Ella podría haber manejado el resto si pudiera estar segura que podía manejar la fuerte personalidad que sabía que él estaba frenando. Como la primera maestra de las Castas en una escuela pública, Jonas dijo que la consideraba un recurso y una responsabilidad, por lo que le daba lo mejor para protegerla. Un Casta Jaguar. Un Cajun que habían estado enterrado en los pantanos la mayor parte de su vida, un Jaguar que él había prometido era tan antisocial como cualquier Casta viviente. Ella ni siquiera sabría que estaba alrededor. Ninguna posibilidad. —No debería comer eso—. Le quitó la cena que ella había agarrado y la llevó al freezer. —La carne fresca es mucho mejor para usted—. Sus dientes se apretaron más fuerte mientras una joven madre reía tontamente en el pasillo, y su bebe mejilla-con-hoyuelos saludó tímidamente a Saban. Evidentemente, era sociable. La joven madre se sonrojó primorosamente, y la sonrisa de la pequeña niña se agrandó mientras Natalia dio un tirón a la cena desde la repisa y la arrojó haciendo plaf en su carro antes de avanzar. Esto no iba a funcionar. Ella iba a acabar saltando por encima de sus huesos, y si ella lo hacía, ella también podría dispararse a sí misma. ¿Por qué esperar por aquellos sigilosos soldados del Consejo soldados le dijeron todavía acechaban en las sombras? Se cuidaría de ello. —Esa caja de comida le dará un ataque al corazón antes de cumplir cuarenta años—él murmuró cuando la siguió. —¿Es usted siempre tan testaruda?—. Ella mantuvo sus labios apretados y avanzó. Todo lo que quería hacer era comprar algunos alimentos, encargarse de sus asuntos en relajado confort, y conseguir estar lista para el próximo año escolar. Ella no quería tratar con una casta que no tenía un hueso antisocial en su alto, fuerte, guapo, muy malditamente arrogante cuerpo y que le hacía latir a ritmo acelerado su corazón, hormiguear sus labios por un beso, y debilitar sus muslos bajo la necesidad.
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—Va a herir mis sentimientos, boo, si usted se niega a hablar conmigo—. Él suspiró cuando ella se trasladó a la línea de caja y comenzó a levantar sus compras al mostrador. Él se acercó a su lado y comenzó a tomar elementos de su mano y acomodarlos con un divertido gesto en sus labios y la risa brillando en sus ojos verde oscuro. Esa risa era casi imposible de ignorar. Los guardaespaldas estaban para ser vistos, no oídos, se dijo a sí misma. ¿Quién podría haber sabido que la normalmente taciturna, sobria, sombría y tranquila Casta podría tener una anomalía en su medio? Esta casta era un maniático. Conducía una camioneta cuatro por cuatro de veinte años de edad, que sonaba como un monstruo gruñendo. Ella ni siquiera podría subirse en ella por el amor de Dios. Él coqueteaba. Cocinaba comidas tan picantes que debería llamar al departamento de bomberos, y miraba dibujos animados. No miraba películas de acción o las noticias, odiaba el canal de eventos del mundo, y se negó de plano a ver alguno de los documentales relativos a la creación de las Castas. Si no estaba viendo dibujos animados, estaba viendo historia o béisbol. Miraba el béisbol con tal completo ensimismamiento que ella se preguntaba si él notaría un soldado del Consejo apareciendo delante de él. Él estaba tomando más espacio que su ex marido e invadiendo su vida más plenamente. Iba a tener que pararlo antes de perder su corazón. Cuando su carrito se vació, ella se movió hacia adelante, pagó por sus compras, y sonrió al joven que embolsaba y las cargaba de vuelta en el carro. Esa sonrisa se congeló en su cara cuando oyó un gruñido detrás de ella. El desmadejado joven que cargaba las bolsas palideció, dejó caer la bolsa que contenía sus huevos, y tragó herméticamente, su manzana de Adán bamboleando en su garganta. Sí, eso fue otra cosa que hizo. Él gruñó. Él gruñó al individuo del delivery, gruñó al cartero, e incluso gruñó cuando uno de los demás hombres castas había parado para hablar con ella mientras ella estaba en una tienda en la ciudad. Natalie pasó su mano sobre su cara y se llevó el carrito, después de pagar por sus compras. Caminó con paso majestuoso hacia su automóvil, la furia bombeando a través de su organismo. Esto se supone ha sido un movimiento independiente. Lejos de los amigos, de la familia y de su ex marido. Lejos de ideas preconcebidas de quien o de que debería ser así sólo podría ser ella misma por una vuelta. En lugar de ello, era 14
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la niñera de una casta gruñona quien no tenía sentimiento por ella y que amenazaba con invadir su corazón, así como su vida. —Aquí, boo, déjame—. Tomó las llaves de su mano cuando ella las sacó de su bolso y se movió para abrir la parte trasera del compacto SUV que el Gabinete de Gobierno de las Castas le había dado para manejar mientras trabajaba para enseñar a sus hijos. Ella era la primera maestra que no era una Casta, a la que se le permitió enseñar a los niños castas. Este fue también el primer año, que a un niño casta se lo había aceptado en una escuela pública. Y ella iba a tener un colapso nervioso antes que la noticia llegara al mundo. —Voy a seguirla de vuelta a la casa. Tengo una de esas barbacoas grilladas que vi en la televisión el otro día. Pude asegurar filetes esta noche—. Él le dio una burlona aunque esperanzada mirada. —Usted no compró filetes—. Ella rompió el silencio, esto era simplemente demasiado. Una casta que iba a asar filetes, y él ni siquiera había comprado nada. Él sonrió, la satisfacción curvando los labios que eran demasiado malditamente comestibles para su paz mental. Ella quería un bocado de ellos. Saborearlos. Devorarlos. Y no había una oportunidad en el infierno que ella fuera a permitir que eso suceda. —Están en la nevera en el camión—. Él señaló al gigante negro aparcado junto a su pequeño SUV gris. Era brillante, negro y siniestro. Ella casi sonrió, casi enternecida. Natalie sacudió su cabeza, arrancó sus llaves de su mano, y caminó majestuosamente hacia la puerta del conductor de su propio vehículo. Ella destrabó la puerta con un golpe, la abrió de un tirón antes de entrar en los sofocantes confines del interior. Ella no controló para ver donde fue; el control significaba que ella se preocupaba, y ella no iba a ceder. Manejó de vuelta a la pequeña casa de dos pisos justo en las afueras de la ciudad, estacionó en la calzada, y tomó por asalto la casa. Ella no se molestó con los comestibles, él la iba a derrotar con ellos de cualquier modo. En lugar de ello, dejó la puerta abierta y entró en la casa, consciente de la desaprobación que la siguió adentro. Ella no iba a esperar entrar en la casa sin él, no iba a esperar respirar sin él probando el aire primero, y por Dios, no iba a esperar derretirse por dentro a causa de lo que él hacía con tales sutiles movimientos que ella se sentía abrazada bastante más que ahogada.
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—Chay, usted y yo tendremos una charla—. Así como ella sospechaba, pisó fuerte dentro de la casa, seis pies cuatro pulgadas de macho irritado, ataviados con jeans y botas cuando dejó caer los comestibles en la mesa. Natalie miraba las bolsas y se preguntó si sus huevos tenían una esperanza en el infierno de haber sobrevivido intactos. Surgió la ira dentro de ella, pero era consigo misma más que con él. Ira porque iba a dejar que otro hombre se acercara, arriesgando su corazón y su independencia con un hombre que sabía sería imposible de eliminar de su organismo. —Usted sabe,—finalmente ella dijo con cuidado—tengo un nombre—. Levantó su mirada hacia él, adoptando su expresión más severa. La que reservaba para el niño más difícil. Y ni siquiera pareció perturbarlo. Él la miraba con ceño, su cabeza gacha, el pelo negro, lacio, largo hasta los hombros cayendo alrededor de su rostro de ángel caído. Los ojos verdes brillaban con chispas de irritación, y su expresión era demasiado condenadamente sensual estar asustada de todo salvo de las más primitivas formas. Oh sí, Saban Broussard la aterrorizaba. Estaba asustada de muerte que fuera a perder su control y saltar a sus huesos una noche cuando él iba haciendo alarde medio desnudo alrededor de su casa. ¿No que se vería bien sobre su curriculum?. —Yo sé su nombre, boo—él gruñó. —Tan bien como sé quien es su guardaespaldas. Yo. No me gusta que huya de mí como un pequeño conejo asustado corriendo fuera de la vista. Yo no lo tendría—. —¿Usted no lo tendría?—. Ella amplió sus ojos asombrados. —Discúlpeme, Sr. Broussard, pero usted no tiene una correa alrededor de mi cuello o documentos de propiedad con mi nombre en ellos. Yo hago lo que me agrada— —No—. Bajó su cabeza, la nariz casi tocándola, mientras la ira estallaba dentro de ella como un incendio fuera de control. Sus manos empujaban, aplanadas contra su pecho y tratando de alejarlo. Tratando, porque no iba a ceder una pulgada. —Está despedido—ella se quebró. —No puede despedirme, sólo puede marcharse—sonrió satisfecho—Hasta ese momento usted obedece las precauciones tomadas para su seguridad, o tratará conmigo—.
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—¡Estoy realmente asustada de usted!—. Sus manos fueron a sus caderas, sus labios aplanados. —¿Qué va a hacer, gruñirme hasta la muerte? ¿Hacerme ver béisbol hasta que mis ojos se caen de mi cabeza? ¡Oh, no!, espere, usted va a comer todas mis cenas de TV—. Simuló miedo redondeando sus ojos. —Oh, Saban, estoy muy asustada. Por favor, no—. Él gruñó. No fue una dura vibración del sonido, más bien un sutil zumbido que tuvo la más prudente parte de su cerebro instando a la cautela. Y podría haber prestado atención si no estuviera tan malditamente loca. —Está en mi camino—. Ella se levantó hasta que su nariz tocó la suya. —¡Fuera de él!—. Su expresión cambió entonces, giró. Sus ojos se redujeron, y la salvaje e implacable determinación que había oído poseían todas las castas destelló en sus ojos. Entonces ella debería haber corrido y se quedó allí. Ella debería haber girado su trasero y correr tan rápido como los conejos que él había mencionado anteriormente. Al minuto sus manos se cerraron sobe la parte superior de sus brazos, al segundo se dio cuenta de su intención y bajó su cabeza, debería haber golpeado su rodilla en su ingle y lo habría hecho. Si hubiera tenido tiempo. Entre un segundo y el próximo sus labios cubrieron los de ella, empujó la lengua entre ellos cuando se separaron sorprendidos, y ¡oh diablos!, ella se perdió. Esos comestibles y atractivos labios estaban devorando los suyos. Su lengua acarició el interior de su boca cuando el sabor de especias calientes llenó sus sentidos. Su beso tenía un gusto. No el gusto normal que tenía un beso, sino el sabor de una promesa salvaje, un atardecer en el desierto, caliente y lleno de misterio y hambre. Natalie se encontró derritiéndose contra él. Temblaba. Ese duro y lujurioso cuerpo apuntalaba su peso mientras sus manos ahuecaban su trasero y la levantaban más cerca. Inclinó su cabeza, el beso se hizo más profundo, un duro gruñido rasgó su garganta mientras ella dejó sus labios envolver su minuciosa lengua, y pidió más de su gusto. Estaba allí, cada vez que ella acariciaba la lengua emparejándola con la suya, sutil, instándola a consumir más, a abrazarlo más estrecho, a devorar este beso. 17
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Y la aterrorizó. Sentía su independencia, indispensable y ganada con esfuerzo, luchando contra la demanda que podía sentir viniendo, gritando alertas hasta que ella se retiró, forcejeando, tropezó con su agarre mientras lo miraba fijo, de repente, el jadeo de necesidad desgarró a través de ella. Ella levantó su mano, tocó sus labios. Labios que la hipnotizaban, la dejaban dolorida, un milagro de placer, justo como ella había sabido que sería. —Eres mía—. No había burlas sexies en su voz, ni seductores coqueteos. Sus ojos oscuros brillaban con depredadora conciencia y con triunfo. Su mano cayó lejos de él. —Estás loco—ella jadeó. —Mía—.
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Leigh, Lora CAPITULO 2
Saban miraba como los ojos de Natalia se agrandaban, un toque de miedo destellaba en las profundidades melazas, mezclado con ira y excitación. Él sabía lo que había hecho. Sabía que había derramado la potente hormona de apareamiento dentro de su organismo con ese beso, y él sabía que debería sentirse culpable. Debería sentir remordimientos martillando en su cabeza en lugar de satisfacción. —Lo sientes ahora, ¿no, Natalia?—. Dibujó su nombre, lo probó en su lengua y saboreó el sonido de él. Había mantenido su uso para él, lo retrasó, sabiendo que no podría decirlo sin el soplo de propiedad en su tono, como lo era ahora. Y ella lo escuchó, como siempre había sabido que lo haría. —Siento tu locura—. Ella se alejó rápidamente de él, la cautela apretaba su cuerpo. Saban la miraba, dejando que su mirada rastreara cada movimiento mientras inhalaba el aroma de ella, la saboreaba contra su lengua. Aún podía saborearla; debajo del sabor de la hormona de apareamiento estaba el sabor de su pasión, de las necesidades que ella guardaba herméticamente embotelladas en su interior y de la batalla que libraba para mantenerlo todo adentro. Su Natalia, tan inteligente como era, tan suavemente redondeadas y sensuales como eran sus femeninas entrañas, estaba desilusionada, herida, todo por culpa de una mentalidad débil, por un hombre inepto que no tenía la capacidad de ver el don que Dios le había dado. Y ahora se enfrentaba a esa mujer, sabiendo que había cometido el último crimen ante sus ojos una vez que se enteró de lo que realmente significaba ese beso. Había decidido por ella. Había comenzado algo que la vinculaba irrevocablemente a él y, por ende, alejaba el control que ella veneraba tanto. —No estoy loco—finalmente suspiró. —Al menos ya no—. Él deslizó sus manos a través de su cabello suelto y miró alrededor de la cocina. Maldición, debería haber sabido que mejor escuchar a Cassie y sus conferencias sobre las mujeres que no poseen ADN de casta. Había recibido consejo desde los dieciocho años, había considerado seriamente cada palabra que ella le había dicho, y ahora pagaría por ello. — ¿Qué quieres decir? ¿Ya no?—. Sus ojos estaban reducidos, y su cuerpo ardiendo.
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El dulce y picante aroma de su deseo envolvió sus sentidos y lo tuvo apretando sus dientes ante la necesidad de saborearlo, de saborearla. —Lo que significa no importa ahora—. Saban se frotó la nuca antes de bajar su mano y mirarla fijo. Ella tenía el ancho de la cocina entre ellos, el aroma de su café mezclado con la suave fragancia de la tarta de manzana que había horneado ayer por la mañana y su propio aroma de mujer. Era un afrodisíaco tan poderoso como la hormona de apareamiento. Ella lo observaba atentamente, quizá demasiado atentamente. Podía ver su mente trabajando, verla clasificar el extraño calor que provenía de su beso, el sabor de la hormona en su boca y su necesidad de más. Y él vio cuando comenzó a sospechar la verdad. Realmente le dolía el pecho, y el remordimiento fluía en su alma cuando su Natalia tragó apretadamente, y sus ojos se oscurecieron. —Los periódicos sensacionalistas no son toda mierda, ¿no?—ella susurró. — Hay algún tipo de virus que propagas con un beso—. Saban rió con la simplicidad de la declaración. —Los periódicos sensacionalistas son los únicos que están locos—. Él sacudió sus hombros, atípicamente nervioso ante la vista de esa explicación. —Se llama calor de apareamiento—finalmente le dijo suavemente, deseando estuviera abrazándola, que ya la hubiera tomado, que la hubiera ligado a él completamente antes de explicarle esto. —No hay explicación para ello, y hasta ahora, parece que ocurre sólo una vez. Únicamente con una mujer destinada a ser mi compañera, y esa mujer es tú—. Ella cruzó sus brazos sobre sus pechos, sus labios haciendo pucheros con la negación instantánea, aunque sólo dijo, simplemente—Continúa—. Continuar. Diablos, no era bueno en esto. —En pocas palabras, tú eres mi compañera. La hormona de apareamiento asegura que no te niegues a mi inmediata demanda. Es más bien como un afrodisíaco. Igual que un adictivo afrodisíaco—. Ella aplanó sus labios. — ¿No es una enfermedad? ¿Un virus?—. —No te enfermarás—se quebró, más para distraerla de la lista de preguntas que por cualquier otra razón. —Simplemente estarás excitada. Muy excitada—. Maldita sea. Él gruñó esa última palabra, su voz engrosada por la expectativa mientras sentía la necesidad dentro de él quemando más caliente que antes, ardiendo a través de sus terminaciones nerviosas. 20
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Ella era suya. Podía conformarse con esto ahora. Le daría más explicaciones cuando hubiera sido autorizado a darlas, pero no más. — ¿Y si no es lo que quiero?—. Lentas y precisas, las palabras gotearon de sus labios como un toque de difuntos. Era muy cierto que esto no era lo que ella quería. Y él no podía culparla, pero a diferencia de aquellos que no llevaban el ADN de casta, Saban tenía un respeto muy saludable por la Naturaleza y todas sus opciones. —Una vez que el calor empieza, no puede ser revertido—. Podía ser aliviado, pero no tenía que contarle eso todavía. Había muchas cosas que no podía contarle todavía. —Así que a cualquiera que beses…—. — ¡No! Sólo mi compañera. Sólo una mujer, Natalia, sólo tú—. —Por lo tanto, parecía que tenías razón—. Él inclinó su cabeza de acuerdo. —Pero no lo habría dejado, y Jonas lo sabía. Ahora, podemos tratar con esto—. — ¿Tratar con esto?—. Sus cejas se arquearon en burlón enojo. — ¡Oh Saban!, de acuerdo, vamos a tratar con esto. Ahora mismo—. Ella caminó enérgicamente hasta el teléfono, lo arrancó de su base, y su dedo apuñaló el botón programado para que suene en la oficina principal de Callan Lyons. Saban frunció el ceño. —Callan no tiene nada que hacer con esto—. La mirada que ella le dirigió habría silenciado a un hombre más débil. Diablos, casi lo silenció a él. —Sr. Lyons—. Su voz era dulce azucarado y cada uno de los cabellos de la nuca de Saban se levantaron. Él sólo podía imaginarse la expresión de Lyons y la frustración que estaría retorciendo sus facciones salvajemente talladas. —Oh sí, tenemos un problema—dijo amablemente, su sonrisa apretada. —Va a tener un muerto en la Casta, ¡oh!, si alguien del Santuario no lo recoge, le daré veinte minutos. Creo que está furioso. Alguien tiene que salvarlo, o voy a dejarlo a la miseria—. A medida que escuchaba, los costados de su nariz comenzaron a moverse nerviosamente, y Saban tuvo que contener su gesto. —No me importa si los Coyotes están atacando el Santuario con lanzagranadas. Consiga que algunas de esas Castas mal-culo que usted aprecia tanto venga aquí para recogerlo, o yo voy a matarlo. Y después de matarlo, voy a colgar su sarnoso e inútil pellejo en el frente de mi jardín para mostrarles a 21
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todo el mundo exactamente cómo se hace. Veinte minutos—. Ella colgó el teléfono con un golpe. —Uno de sus entrenadores de animales estará aquí para recogerlo en breve. No deje que la puerta le golpee el culo, y no se encuentre cerca mío en cualquier sitio después de eso—. Ella cruzó la cocina, su pequeña e insolente nariz en el aire, su rostro marcado con líneas de rechazo, de negación, y furia. Su compañera estaba negándolo. No había previsto nada menos, sin embargo con un espíritu tan fuerte como era el de su Natalia, había sólo una manera de combatirlo. Él la sujetó mientras ella pasaba rozándolo, la giró, sus brazos la rodearon, y antes que algo más que un grito pudiera pasar por sus labios, él los estaba besando. Sus brazos apretados a su alrededor, levantándola, llevándola a través de la puerta hasta que fue capaz de encontrar el sofá y caer en él, una mano tomaba la parte de atrás de la cabeza y acercaba sus labios a los de él. Ella no estaba luchando. Ella estaba furiosa, rabiosa, pero no estaba luchando contra su beso. Sus codiciosos labios estaban mamando de su lengua, y era el cielo. Sus manos estaban en su cabello, emparejándolo, enredándolo, y empujándolo más cerca mientras un imperfecto sonido de femenino hambre desgarró completamente sus sentidos. Era como una llama ardiendo en sus brazos, quemando con sus besos, con el rasgado sonido de su placer, endureciendo su polla, sus pelotas, diablos, cada músculo de su cuerpo con la necesidad de poseerla, reclamarla tan profundamente que ella nunca pudiera negarlo de nuevo. — ¡Odio esto!—. Enfuruñada y llena de indignación, su voz lo acarició con matices de excitación y necesidad mientras sus labios se despegaron de los de ella. Saban enmarcó su rostro, sus manos saboreando la sensación de su carne mientras la miraba fijo a los ojos, leyendo su incapacidad para negar la vibrante desesperación por su tacto. —Doy gracias a Dios por esto... y por ti—él susurró, permitiendo a su dedo acariciar sus hinchados labios, su lengua saboreándola sobre sus propios labios. —Ódiame tanto como quieras, Natalia. Maldíceme, injúriame hasta que el infierno se congele, pero eso no cambia nada. Eso no puede cambiar nada. Tú eres mía—. 22
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Natalia forcejeaba por debajo de la declaración, luchando para refutarla, para encontrar alguna forma de contrarrestarla. Pero, ¿cómo se supone que ella luchara contra cualquier cosa, cuando el deseo desgarraba completamente su organismo con garras de ardiente lujuria y vibrante calor?. Ella lo había deseado antes; Dios lo sabía. Luchar contra la necesidad noche tras noche la había vuelto loca, frustrado. Pero ahora, ahora era como que varios demonios de lujuria desgarraban su vientre, rasgaban su clítoris, y los rodeaban con apretadas bandas de perverso y agonizante calor. Se arqueó involuntariamente contra sus caderas cuando ellas presionaban entre sus muslos, la cresta de su erección cavando dentro de la tierna carne de su coño mientras la sutil flexión de sus poderosos muslos frotaba suavemente la recubierta cresta contra ella. Podía sentir sus jugos derramándose de su sexo, humedeciendo sus bragas y preparándola para él. Preparándola para algo que ella sabía la vincularía a él para siempre. Esa era la advertencia que su cerebro había gritado durante semanas. Huir, escapar mientras ella todavía pudiera correr, y poner la mayor cantidad de distancia posible entre ella y el lujurioso Jaguar. —No puedes hacer esto—ella jadeó cuando una de sus manos bajó suavemente por su cuello y se apoderó de la delgada tira de su camiseta. —Nací para hacer esto—él gruñó. La sensación de la pequeña tira deslizándose sobre su hombro tuvo a sus pulmones bombeando oxígeno, sus labios separados para atraerlo más adentro. ¿Cómo supuso respirar? Él la envolvía, absorbía todo el aire de la habitación, y la estaba tocando. Desnudándola. —No he soñado con nada salvo esto desde el momento en que apoyé los ojos en ti—. Él delineaba la prometedora carne de sus pechos mientras ellos se derramaban sobre el escote de su corpiño de encaje. Sus pezones violentamente endurecidos, se volvieron tan sensibles que ella se preguntaba si podría tener un orgasmo a causa del encaje raspando contra ellos. —Saban—. Ella lamió sus labios, saboreándolo, necesitando más de él. La hormona, como él la llamaba, era peor que adictiva. Ya podía sentir la necesidad de ella desbordando sus sentidos, luchando contra su sentido común, y ganando con una pequeña pelea. — ¡Ah, aquí, cuán hermoso es esto!—. El bajaba suavemente la tira de su corpiño sobre su hombro, luego retiró una taza de un tenso pecho.
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Su pezón estaba de color rojo cereza, hinchado y necesitado. Ella casi se avergonzó por el estado de él. ¿Un testimonio de cuán lejos había llegado desde que había sido tocada? ¿O un testimonio de la potencia de esa monstruosa hormona sobre la que él estaba hablando? Necesitaba sus labios allí, necesitaba su boca succionándola, acariciándola traspasando el punto de cordura. —Mira qué dulce, cariño—. Tocó la dura punta con la punta fuerte y callosa de su dedo. Natalia sintió el aliento raspar en su garganta. Arqueó la espalda, llevando su pezón hacia su toque mientras su cabeza caía hacia atrás y dejaba sus ojos cerrados. Ella sólo deseaba este toque. Sólo esta vez. Ahora. —Por favor, Saban—. ¿Esa era ella? ¿Su voz? ¿Mendigando por algo que sabía destruiría la independencia por la que había luchado tan duro? ¿Estaba loca?. —Cariño, dulce pequeño bebé—él gruñó. —Lo que sea. Todo lo que necesites—. Primero sintió sus labios, cepillando contra la carne arrugada violentamente sensibilizada. Luego su lengua, golpeando sobre él, caliente y húmeda, un grito se escapó de sus labios un segundo antes que perdiera la capacidad de respirar. Su boca rodeaba la punta mientras los dedos de una mano capturaban la de su compañera. Él cubrió la carne caliente, la quemó, la lamió, la chupó dentro de su boca, y alimentó el hambre que comenzaba a derramarse desde el interior de ella. Natalia no tenía conciencia de tiempo, lugar, o realidad. Nada importaba salvo el hambre. Nada importaba salvo su toque. Una mano en su otro pecho, la otra empujando hacia abajo de sus caderas la cintura elástica de sus pantalones de algodón, investigando debajo de ellos. Ella sabía lo que iba a suceder. Natalia no era una virgen para ser seducida, así que ella sabía donde se dirigía, e incluso sabía que lo peor que podía hacer era dejarlo meter su mano en sus pantalones. Estaría perdida. Más placer, y nunca se libraría de él. La trataría como de su propiedad, controlándola. Llorisqueó con el pensamiento y luchó por la fuerza para soltarse, para arrastrar sus labios de su pecho, para liberarse de la mano moviéndose cerca, muy cerca de la empapada carne debajo de sus bragas. Era duro alejarse de él mientras sus manos estaban enredadas en los cabellos de Saban y trataban de empujarlo dentro de su carne. Mientras sus
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muslos estaban abiertos, sus caderas arqueadas y lo incitaba con sus desesperados llorisqueos. Se escuchaba como una gata en celo, lo que podría ser adecuado, teniendo en cuenta lo que él le había dicho, y cuando sus dedos encontraron la húmeda y caliente necesidad derramada por su coño, supo que estaba perdida. Las caderas de Natalia se arquearon, arrancó un grito de su garganta, y una vez más la rica, dulce y arrolladora lujuria se derramó de su beso cuando él tomó sus labios. —Pensé que ella dijo que iba a matarlo. ¿Estás seguro de no haber confundido ese mensaje, Callan?—.
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Leigh, Lora CAPITULO 3
Era una pesadilla de ciencia ficción, y Natalia estaba atrapada en el centro de la misma. El director de la Oficina de Asuntos de Castas, Jonas Wyatt, y el orgullo líder del Gabinete de Gobierno de Castas no habían venido para llevar a sus irritantes Castas de vuelta al Santuario. Todo lo contrario. Habían traído el heli-jet y llevaron a Saban y a ella de vuelta a la hacienda, a los remotos túneles subterráneos, donde ahora estaban ubicados los laboratorios de las Castas. Definitivamente fue una pesadilla. Horas de pruebas, extracciones de sangre, exámenes que no deberían haber sido tan incómodos y preguntas tan malditamente personales que mantuvieron a Natalia sonrojada. Sin embargo, las explicaciones fueron incluso peores que los exámenes y las preguntas. Las explicaciones fueron casi más que lo que su mente podía comprender. A Natalia le gustaba pensar que era una persona bastante inteligente. Ella siempre estaba abierta a lo paranormal, cuestionaba cada cosa que la desconcertaba y trataba de entenderla. ¡Por el amor de Dios!, incluso creía en los psíquicos y en la reencarnación. ¿Pero esto? Una reacción química, biológica y sensual que daba lugar a la inflamación de pequeñas y normalmente ocultas glándulas debajo de la lengua de las Castas. Luego, esas glándulas llenas con un adictivo y potente afrodisíaco hormonal, aseguraba que realmente los afectados tuvieron relaciones sexuales. Cuando Natalia preguntó si había una cura, la respuesta de Elyiana solamente fue que estaban trabajando en ello. ¿Hacerlo desaparecer? Estaban trabajando en ello. Estaban trabajando en ello. El día estaba llegando a su fin cuando finalmente el médico estaba terminando con ella, y ella no sabía más que cuando llegó, pero estaba bastante segura que había un camión cargado de información que no estaban brindándole. Por el momento el heli-jet aterrizó en el amplio patio al lado de su casa, ella y Saban estaban volviendo a su casa, ella estaba más enojada que cuando había llamado a Callan Lyons por primera vez. Él había estado bastante lejos de ayudarla. Él y Wyatt se negaron enfáticamente a cambiar su guardaespaldas, y a mantener a Saban alejado de ella el tiempo suficiente para entender que diablos estaba yendo mal con su propio cuerpo.
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Y estaba mal. Tenía sudor rebordeando su frente, su vientre apretado, y los dolores en su clítoris y en las profundidades ocultas de su vagina eran casi demasiado para soportarlos. Se sentía descentrada, insegura y temerosa. Algunas veces en su vida había estado realmente asustada, sin embargo admitió que ahora ella estaba definitivamente aterrada. Estaba atada, destinada a un hombre que estaba segura podría incluso no gustarle. Bien, realmente no le gustaba, ella pensaba cuando voluntariamente retrocedió y le permitió abrir la casa, le dejó oler el aire, luego entrar para corroborar que era seguro mientras comprobaba el sistema de seguridad instalado. —Alguien podría haberme disparado desde la carretera mientras revisabas el lugar—ella le informó, su voz tan frágil que casi se contrajo de dolor mientras él cerró la puerta detrás de ella y la trabó. —Las posibilidades eran más escasas. Mis sentidos están un poco degradados esta noche, yo quería estar seguro que no estábamos yendo a una emboscada antes que entraras. Los sensores en el heli-jet habrían detectado armas en la zona o asesinos ocultos—. Ella sacudió su cabeza. No quería hablar sobre el heli-jet. —Voy a tomar una ducha e ir a la cama—. Se apartó de él y se dirigió a las escaleras. —El agua fría no aliviará el calor. No serás capaz de dormir a causa de él, no serás capaz de darle sentido o de aplicar lógica a esto. Sin embargo podríamos discutirlo—. Se volvió hacia él, apretando su mandíbula mientras luchaba contra las emociones creciendo en su interior. Maldito, tan frustrante como era, a ella le gustaba a pesar de su renuencia a admitirlo. Le había gustado juguetón, le había gustado burlón, pero esa parte de él, la parte que tenía la sensación que tuvo escondida, ésa ella dudaba que le gustara. Él la miraba fijo, tranquilo, dueño de sí mismo, decidido. Esa determinación era como una silueta en todo su cuerpo, una oscuridad que él nunca podría evadir. Afortunadamente, no le estaba ordenando discutirlo. En este momento, era la única cosa que salvaba su vida. Natalia encontró los ojos de Saban. Sólo por un segundo, ella había temido hacer eso, temerosa de la satisfacción, del triunfo que habría vislumbrado allí. 27
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No había nada. Esos ojos oscuros estaban sombríos, ansiosos. Y por un segundo pensó, que podría haber vislumbrado remordimiento. — ¿Y qué hablaríamos que ya no haya aprendido? —. Ella mantuvo su voz baja, aunque sabía que el recelo dentro suyo estaba latiendo a través de ella. Las Castas eran sorprendentemente perceptivas. Ocultarles las emociones, simplemente no funcionaba. Él respiró profundamente antes pasar sus dedos a través de su cabello y dar un paso hacia ella. —Hoy soporté las pruebas también—dijo. Natalia hizo una mueca de dolor, las pruebas habían sido más que incómodas, habían estado al borde del intenso dolor. —El calor ha avanzado aún más dentro mío, la hormona lo fortalece—. Él se acercó. Un paso. —A las semanas, desde el momento en que te vi por primera vez, sabía lo que serías para mí. Cada día que el calor se fortalece, es más difícil soportar otro contacto, no importa hombre o mujer, hasta que los efectos del calor comienzan a aliviar. Mi carne es sensible, mi disgusto por el contacto de otra mujer casi violento—. Natalia retiró su mirada y la fijó sobre su hombro, luchando contra el endurecimiento de su garganta, contra las lágrimas que querían salir. —Natalia—dibujó el sonido de su nombre, como si estuviera saboreando cada sílaba. —Puedo cocinar. Los filetes están en el freezer. Déjame cuidarte esta noche y contestar tus preguntas—. Un paso más, acercó su mano, tocó su mejilla. —Déjame cuidar a mi compañera, aunque sólo sea brevemente, aunque sólo sea de esta pequeña manera—. —No me gusta lo que me estás haciendo. Lo que esto me está haciendo— ella murmuró, sintiendo desmoronarse las defensas que había estado construyendo a lo largo del día. No estaba exigiendo nada, estaba pidiendo, y no era una treta. Él no estaba fingiendo. Saban gesticuló, sus fosas nasales quemaban. —En este momento, no te culpo por el odio hacia mí, boo. Quizás, en este momento, me odio también. Déjame cuidarte—. Su mano se alejó de ella. —Sólo un poco—. Natalia miraba fijo su mano, luchando contra ella ahora, tanto como estuvo luchando contra él. Esta era una parte de él no había visto. No había bromas, no había coqueteos, no había intencionada inocencia masculina, la cual no hubiera ido bien con ella en absoluto. 28
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Se preguntó por un momento quién era este hombre, esta Casta cuyos ojos estaban tan sombríos, cuya expresión no era dominante, sino más bien colmada de sencillo orgullo y confianza. Ella levantó su mano y la apoyó contra la de él, sintiendo la aspereza de su palma, la fuerza de sus dedos cuando él la apretó y la llevó a la cocina. —Una casta adolescente, la hija de una pareja acoplada, sabía que estabas llegando a mi vida—dijo mientras la llevaba a la mesa de la cocina y retiraba una silla para ella. Natalia se sentó, insegura ahora sobre qué decir. —Ella es psíquica o algo así—. Se encogió de hombros. —Cassie Sinclair tiene dones que ninguno de nosotros ha sido capaz de entender, pero a veces ella sabe cosas. Ella me dijo hace más de un año atrás que estabas entrando en mi vida—. Se dio vuelta del freezer y le arrojó una sonrisa divertida y desconcertada. —Yo no le creí. Pero ella me tiró docenas de libros: ¿Cómo atraer la atención de la mujer de hoy?, El sexo y la Nueva Generación—. Él se encogió de hombros antes de sacar los filetes del freezer y moverse al mostrador. —Estúpido—. — ¿Pero los leíste? —Natalia empujó su cabello atrás de su cabeza y trató de respirar a través del flash de calor que repentinamente rompió en ella. Y él lo supo. Giró de un tirón su cabeza, el entrecejo apretando sus cejas mientras repentinamente sus ojos destellaban con primitiva conciencia. —Yo los leí—. Su voz era más dura, más gruesa. —Si estabas arribando a mi vida, entonces quería estar listo—. El calor rompió a través de su vagina, apretó sus muslos y contuvo la respiración. Los puños de Saban se apretaron sobre el mostrador mientras su cuerpo se endureció. —Saban, necesito ir arriba—. Se movió para levantarse de la mesa. —Me necesitas—. Se mantuvo de espaldas a ella, pero gruñó las palabras, una declaración, una agonizante certeza. —No como esto—. Ella exhaló duramente, y luego trató de meter suficiente aire en sus pulmones para respirar a través de la fortalecida contracción de calor que apretaba su abdomen. —Yo confié lo suficiente como para permitirte permanecer en mi casa. Confié en Lyons y Wyatt lo suficiente para asegurar que nada me sucediera. Me has obligó a esto—. 29
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Él sacudió su cabeza lentamente. —Sabes que lo hiciste—ella susurró, las lágrimas engrosando finalmente su voz. —Sabías cuando me besaste lo que estabas haciendo—. —Me perteneces—. Entonces giró, los ojos brillando en su rostro, el hambre y la necesidad haciendo más severas sus facciones de líneas salvajemente talladas. —Has tenido un día para sentir lo que ha crecido dentro de mí durante semanas. Un jodido día, Natalia. He ardido por ti durante los días y las noches. He estado dolorido por tu contacto, incluso los que no me darías. Coqueteaba, bromeaba. Hice cada cosa que esos malditos libros aconsejan a un hombre hacer y nada funcionó—. Natalia lo miraba fijo, confundida, insegura. — ¿Y tú pensaste arrojarme dentro de esto? —finalmente preguntó amargada. — ¿Forzar mi obediencia era el único paso que quedaba? Me obligaste a esto, Saban. ¿Cuán diferente es de cualquier violación? —. ¿Cuán diferente era? Abrió sus labios, la furia golpeaba en su cabeza porque ella pudiera pensar tal cosa, que incluso pudiera creer que la forzaría a una elección. Entonces Saban se dio cuenta, el conocimiento, la certeza, desde su punto de vista, que era exactamente lo que había hecho. El había impuesto su propia frustración, su enojo ante su desafío, su hambre, y había liberado eso sobre ella de una manera que nunca podría luchar, una a la que nunca podría escapar. Nunca había violado a una mujer en su vida. La rata del pantano Cajun que lo había recogido estaría horrorizada que el hombre joven que estuvo tan orgulloso con su muerte, hubiera hecho algo tan vil. Las nauseas de eso obstruyeron su garganta, rasgaron su conciencia. —Ely te dio el tratamiento hormonal, ¿no? —le preguntó finalmente. — ¿Esa inyección? Sí, ella metió algo en mis venas y puso una botella de píldoras en mi mano antes de salir. Aunque Wyatt no dio mucha chance para explicarlas—. Él asintió con rapidez. Eso sonaba como Jonas. Jonas haría eso por él, pero no le había hecho un favor a Saban, no importa lo que él pensaba. —Ellas alivian el calor—. Ahora su garganta estaba tan apretada que apenas podía hablar. —Ellas ajustan las hormonas durante esta fase, te permiten algún alivio—. Agarró los filetes y se dirigió a la puerta. —Voy a preparar tu cena. Tómalas. Báñate, dúchate, lo que necesites—.
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Dio un portazo detrás de él y tomó una dura inspiración de aire fresco, luchando para expulsar el aroma de la necesidad y de la rabia de Natalia de su cabeza. Dios le ayude, era lo mismo que una violación. Él golpeó los filetes envasados contra la estrecha mesa de al lado de la nueva parrilla antes de tensar sus manos sobre la madera y mirar fijo a lo largo de los bosques que rodeaban la casa. Necesitaba correr. Necesitaba de las montañas y del silencio, necesitaba la paz que llegaba con ello para limpiar su mente, para pensar. Dios en el cielo, no había tenido intención de hacerle esto. Hacerla sentirse de esta manera. Ella era todo lo que había soñado durante tanto tiempo. La ternura, la dulzura, la inteligencia y la resolución, y suya. Sólo algo destinado para él. Un regalo, una afirmación que no era un raro de la ciencia, sino un producto de la naturaleza y de la misericordia de Dios. La había esperado durante tanto tiempo. Le habían dolido los brazos por ella en la oscuridad de la noche, incluso cuando otra mujer había residido en ellos. Su corazón había latido por ella, su alma se había quemado por ella. No había sabido quién era, dónde encontrarla, pero había sabido que ella estaba allí. Supo que le pertenecía. ¿Y qué había hecho a ese regalo que había deseado apreciar tanto? Había tomado su voluntad, su control, con un beso que todavía recordaba con el mayor de los placeres. Un beso al que ella había respondido con la misma fuerza. Uno que ella había esperado, sabía que ella había estado esperando ese beso. Pero eso no era excusa. Había sabido lo que estaba haciendo, lo que sucedería, ella no. —Lo siento—. La puerta de atrás se abrió, y el olor de ella lo envolvió. — ¿Por qué? —. En lugar de mirarla, levantó la tapa de la parrilla y encendió las llamas que se enroscaron sobre las briquetas interiores de cerámica. —No es lo mismo que una violación—. Saban apretó sus dientes y luchó contra la necesidad de dar un puñetazo. — ¿Por qué razón decidiste eso? —. Bajó la tapa de la parrilla y la miraba, como si mirándola pudiera hacer que el calor y el fuego alejara la vergüenza dentro de él.
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—Porque yo ya sospechaba la verdad—dijo finalmente. —Yo sabía que existía, y presioné, porque de todos modos tú estabas frustrándome mucho. No fue violación, Saban, pero tampoco fue lo correcto. Y ahora vamos a tener que lidiar con esto. Pero no voy a lidiar con esto con mentiras entre nosotros. No de uno u otro lado—.
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Leigh, Lora CAPITULO 4
¿Cómo pudo haberle dicho algo tan vil? Natalia sintió encogerse todo dentro suyo, tuvo una sensación de intensa vergüenza ante el conocimiento que lo había atacado de la manera más inaceptable, y acusado de algo tan cruel. Este hombre, que había dejado de lado su orgullo para leer esos estúpidos libros de información, que había tratado de conquistarla, tratado de aliviarla en sus brazos en lugar de tomar lo que él deseaba. Y casi había funcionado. Diablos, estaba funcionando, y ella lo sabía, esa era la razón por la cual había estado confrontando. Esa era la razón por la cual había luchado tan ferozmente contra cada propuesta que él hizo. Porque él la estaba haciendo sentir, haciéndola desear cosas que, ella se dijo, no existían. Había sospechado, de alguna manera había sabido después que se reunió con Callan Lyon y su compañera / esposa, Merinus, que los rumores de una extraña hormona / vínculo de apareamiento, y el retardo del envejecimiento que circulaban en los pasquines, era cierto. Ni Callan ni Merinus habían envejecido tanto como un año en los últimos diez años, lo mismo era para los otros quienes habían desempeñado funciones importantes en la libertades de las Castas y se habían casado. O acoplado, como las Castas se referían a eso. Se puso duro, aún, frente a la parrilla, luchando, ella sabía, con sus propias emociones. Antes había visto la lucha en su expresión y ahora la vio en la tensión de sus hombros. Ella quería tocarlo, aliviarlo, y, sin embargo, el miedo de empujar su propia excitación hasta ese punto la aterrorizaba. Pero no podía dejarlo sufriendo, creyendo que ella sentía eso. Se acercó, apoyó su cabeza contra su espalda, y sintió su dura inspiración, el minúsculo alivio de la tensión. —Lo siento—le susurró de nuevo. Su cabeceada, un duro tirón de su cabeza, fue suficiente. Alejándose de su espalda, Natalia se sentó en la silla tapizada que estaba cerca de la mesa. Saban estaba de espaldas a ella, extendió sus brazos hasta apoyar sus manos sobre la mesa de madera a los lados de la gran parrilla. Los músculos de su espalda estaban tensos, levantó su cabeza mientras miraba fijo el bosque. Ella casi podía sentir su necesidad de correr. Así como la había sentido antes, en el último mes. Una única tensión que se apoderaba de él a pesar de su habitual estilo divertido. Se preguntaba cuánto
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de eso era una actuación y cuánto realmente era una parte de Saban Broussard. —La mayoría de lo que sabes de mí es mentira—. Él se encogió de hombros, aún de espaldas a ella. — Soy gruñón, soy arrogante, ¡Odio los chistes, y me fascina el béisbol! —. A continuación él miró hacia abajo. —Me gusta cocinar—. — ¿La burla y el coqueteo? —. Partes de eso le había gustado, otras que había conocido de alguna manera se dio cuenta que fueron una actuación. —No soy con mucho el hombre de una dama, cariño—él gruñó. —Soy un asesino. Fui creado asesino, entrenado como uno, y una vez que escapé, asesiné para permanecer libre—. Natalia miraba mientras él se volvió hacia ella, su expresión silenciosa y serena, sólo sus ojos ardieron con emoción. —Yo sé lo que son las Castas, Saban—ella murmuró. —Y ahora sé por qué trataste de ser algo que no eres—. Ella sacudió la cabeza rígidamente. Dios, esta excitante droga la estaba matando. Era bastante malo antes de ese beso, pero ahora estaba despedazando completamente su organismo, casi enfermándola. Y él lo sabía, podía olerlo, podía sentirlo. —Natalia, toma las hormonas—dijo, su voz pastosa mientras ella miraba sus dedos formando puños contra la madera. —Ve adentro. Voy a cuidar los filetes, y estaré en un rato—. — ¿Ha sido así para que ti desde el principio? —ella necesitaba saber con que estaba tratando, con quien estaba tratando. —Una semana antes de llegar a la puerta de tu casa y presentarme, te vigilaba—. Ella se sacudió sorprendida, viendo como levantaba la cabeza hacia la brisa suave que caía de las montañas. —Estabas sola en la casa, la ventana de tu dormitorio estaba abierta, y el olor de tu excitación fluía hacia mí. Estabas masturbándote—. Natalia sentía la cara en llamas y no tuvo oportunidad de ocultar su vergüenza cuando el giró y se agachó delante de su silla. —Pude probar tu dulce aroma en el aire—él gruñó, su rostro sólo a centímetros del suyo. —Necesitado, dolorido, tu coño temblaba de satisfacción, y tú no encontrabas ninguna—. Sus labios deteniendo sus dientes en el hambre, sus ojos quemaban cuando bajó su voz. —Y yo sabía que podría aliviarte. Sabía que anhelaba aliviarte con una fuerza que incluso superaba la
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necesidad de matar a los bastardos que nos cazaron durante tantos años. Y sabía, saboreando en el aire el aroma de tus jugos, que eras mi compañera—. — ¿Cómo? —. La desesperación la inundaba, la nostalgia, el miedo, tantas emociones, tantas necesidades que no podían tener sentido. — ¿Cómo podrías haber sabido, Saban? —. Él tomó su mano antes que pudiera retirarla y apoyó su palma sobre su corazón. —Esa noche fue la primera vez en mi vida que me di cuenta que mi corazón latía. Nunca en mi vida he conocido el miedo, ni la emoción, o los nervios. Siempre estaba tranquilo. Siempre constante. Pero esa noche, Natalia. Esa noche, sentía todas esas cosas, cariño. Las sentía desgarrar dentro mío, despedazando completamente mi alma, y llenándome. Sin control. Sin voluntad. No tuve elección, porque eres la otra parte de mí. Mi alma, boo. Mi compañera—. Él debería haber estado ridículo, allí de rodillas delante de ella, su mano presionada en el pecho, por desgracia, se veía cualquier cosa, salvo ridículo. Se veía arrogante, se veía como un hombre decidido a reclamar a su mujer. Sexy, salvaje, hambriento. Él no estaba implorando, no estaba pidiendo permiso a su corazón. Estaba reclamándolo, y en lo que a él se refería, era así de simple. —No funciona de esta manera—. Ella podía sentir su corazón debajo de su mano, fuerte y constante. —Sólo porque tú lo desees—. —No lo hagas así—. Retorció sus labios con un filo de amargura. —Sin embargo, el calor del apareamiento lo hace así, Natalia. ¿Qué dices, acerca de la elección que estás tomando?, en este momento, puede ser verdadera desde tu perspectiva. Pero no es verdadera desde las mías. Si no querías ser mi corazón, y yo el tuyo, entonces no habría sucedido—. —Saban, no hay garantías en la vida—ella se quebró, frustrada, sintiendo la presión que le trajo su certeza. —Abandoné un matrimonio que casi me destruyó con un hombre controlador. No me hace falta saltar de la sartén al fuego—. Cuando la última palabra salió de su boca, el calor floreció en su vientre, entre sus muslos. Apretó sus dientes con el agonizante placer. No era doloroso. Era una necesidad de placer, y era fuerte, intensa y destructiva para su autocontrol. —Tomé las malditas píldoras—ella gruñó, envolviendo su estómago con sus brazos, presionando, luchando contra la apretada y espasmódica necesidad que la desgarraba completamente.
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—La hormona en el beso eleva el nivel de excitación—dijo suavemente. —La hormona en la esperma masculina la alivia un poco—. Él le retiró el cabello de la cara, sus callosas manos acariciaban con puro placer los lados de su cara. —Sospechaba—. Ella sacudió la cabeza. —Las historias de los pasquines, todos los tontos artículos. Cuando vine al Santuario y me reuní con Callan y Merinus, sospechaba que parte de ellas eran ciertas—. Y ella había estado intrigada, curiosa sobre la Casta que la miraba con ojos hambrientos y pretendía ser algo, alguien que no era. —Partes de ellas son verdaderas—él corroboró. —Permíteme aliviarte, Natalia. Déjame quitarte el dolor—. Sus labios tocaron los de ella, un beso de mariposa que tuvo a sus labios abiertos y un soplo de necesidad escapó de ellos. —Voy a lamentar esto—. Ella lo sabía. Natalia abrió los ojos y lo miró fijo, la desesperación, la necesidad, y el miedo conmocionando juntos dentro de ella. —No puede manejar los grilletes, Saban. No puedo estar controlada—. El temor a ello estaba rasgando su mente, destruyendo el equilibrio que había encontrado después de su divorcio. Porque estaba siendo controlada. Por la hormona del apareamiento que él había derramado en su organismo, por su propio cuerpo, por las necesidades que no podía negar porque todo dentro de ella estaba exigiendo su toque. —Llamaré a Ely—él gruñó. —Ella puede aumentar la intensidad de las píldoras—. Natalia sacudió la cabeza, tiró sus manos hasta cubrir las de él cuando él se enderezó para alejarse de ella. —Tócame. Sólo tócame—. Ahora podía sentir el sudor vertiendose sobre su rostro, la debilidad invadiendo su cuerpo. —Saban, esto es peor que lo que ella predijo. ¡Oh Dios!, esto es malo—. La Dra. Ely Morrey le había explicado lo que podía esperar en la primera etapa del calor de apareamiento. Pero ella dijo que sólo empeoraba después que las compañeras tenían relaciones sexuales por primera vez. Antes de eso, la excitación permanecía constante, un poco incómoda, hasta que ella y Saban tuvieran realmente relaciones sexuales. Si más tarde era peor que esto, entonces no sabía si ella lo sobreviviría.
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Miraba a Saban, viendo la agonía en sus ojos, sabiendo también que no había previsto esto. —Cariño, Natalia—. Sus pulgares acariciaron suavemente sus mejillas. —Ve adentro, lejos de mí. Terminaré esta comida para ti. Puedes comer—. Ella sacudió la cabeza. —Si nos quedamos aquí, bebé, terminaremos jodiendo aquí—. Estaba respirando duro, moviendo el pecho rápido y fuerte, sus manos apretadas alrededor de su rostro. —El aroma de tu excitación me está llevando a la locura. Mi control es lo suficientemente débil—. Ella lamió nerviosamente sus labios. —Ven conmigo—. El hecho que había tomado la decisión, que en realidad estaba pensando en tener relaciones sexuales con él en este momento no debería haberla sorprendido, pero lo hizo. Esta excitación no era dolorosa, no en el sentido de niveles o grados de dolor. En lugar de ello, era imperiosa, desesperada, su piel estaba arrastrándose con la necesidad de ser tocada, se le hacía agua la boca por el sabor de él. —Vete —dijo firmemente. —Sacaré la comida en e iré a ti—. Ella sacudió la cabeza. — ¡Aléjate de mí!, Natalia —él gruñó, arrojándose a sus pies, sorprendiéndola con su vehemencia. —Ve adentro. Cinco minutos. Aléjate cinco minutos de mí, asegúrate primero sin mí, que tu más sabia elección no es llamar a Ely—. —Iniciaste esto—. Ella saltó de la silla y lo enfrentó, la ira aumentando en su interior, golpeando a través de su sangre y arponeando a través de sus sentidos, mientras la fortalecía con la lujuria. —Disparaste esta rara hormona en mi sistema, ahora puede solucionarlo—. Si ella sólo pudiera detener la necesidad, sólo por unos minutos, justo el tiempo suficiente para pensar de nuevo, entonces podría resolverlo. Pero ella sabía, que hasta que él la tocara, hasta que la tomara, no iba a tener un pensamiento claro en su cabeza. Un gruñido retumbó en su garganta. —Ahora mismo es demasiado fuerte—él rechinaba. —No te tomaré fácil—. —Si me tomas fácil, yo podría tener que matarte—ella rabió, sus manos dando puñetazos en su camisa mientras sentía las llamas de la necesidad
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azotando su carne. —Saban, por favor, sólo tócame. Haz algo, cualquier cosa, así puedo pensar—. — ¿Así puedes descifrar una manera de salir de esto? —. La amargura inundaba su voz, pero la estaba tocando, ayudando a retroceder a la casa, los filetes olvidados. —Así puedo entender cómo manejar esto—. Quizá estaba aceptando que no había manera de salir de ello, pero no aceptaba lo que ella sabía llegaba a partir de ello. A ella le gustaba Saban. No se había dado cuenta lo mucho que le gustaba hasta que había pensado en ello, tuvo que clasificar la relación que había desarrollado. Ella cuidada de él. Ella lo extrañaría, Dios, lo extrañaría tanto si él no estaba aquí, pero ella no lo amaba. Ella no quería amarlo. Y ella no quería ser controlado por él o por algún maldito afrodisíaco hormonal. Cerró la puerta detrás de él, y Natalia se encontró levantada contra él, sus brazos, como bandas de acero a su alrededor mientras su beso se volvió una incitación. Él lamió y mordisqueó sus labios, dándole sólo una muestra de la picante y tormentosa esencia de su beso. La hizo anhelar más. La hizo gemir, apretaba sus manos alrededor de su cuello, su lengua bañando sus labios para saborear más de él. —No vamos a hacerlo en el dormitorio si sigues con esto—le advirtió, su voz oscura, áspera, gruñendo un sonido que envió un escalofrío a través de ella mientras una mano empujaba debajo del elástico de sus pantalones para tomar la curva de sus nalgas. — ¿Y? —. No le importaba. Mientras la sujetaba contra él, ella resbaló sus manos de su cuello a los botones de su camisa. Deseaba sentirlo, deseaba tocarlo. Esa imagen había hecho polvo su mente en las semanas que había seguido sus pasos de un lado a otro de la casa. Retorció, arrancó los botones y tironeó el material de su cuerpo antes de frotarse contra él como un gato. Al igual que él tenía hábito de frotarse contra ella cada vez que tenía oportunidad. Ella lo deseaba. Ahora no tenía que luchar contra ese deseo, algo la había obligado, sacado la decisión de sus manos, y de repente se preguntaba si eso no era una cosa buena. ¿Habría ella ido alguna vez por su cuenta en pos de la poderosa bestia sexual que este hombre era? Natalia arrancó sus labios de los de él, los pequeños sabores burlones conduciéndola a la locura. Las manos se cerraron en el frente de su camisa, y la desgarró. Los botones se dispersaron mientras un gruñido salió de sus labios, salvaje, animal, sin embargo finalmente su pecho estaba desnudo. Bronceado, fuerte, duro, y libre de pelo, excepto algunos casi invisibles, la piel que lo cubría increíblemente fina. 38
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— ¡Oh, Dios! —. Esto era mejor que el pelo del pecho. Ahora el sudor brillaba en él, facilitando ver los suaves pelos, y Natalia se dio cuenta que nada podría ser más sensual. La idea de ellos rozando contra sus sensibles pezones le hizo apretar el coño, derramar sus jugos entre los hinchados pliegues en medio de sus muslos. Tenia que saborearlo. Mientras él la llevaba a través de la cocina hacia el corto pasillo y las escaleras, ella lamió su pecho. Sus músculos saltaron debajo de la caricia, apretó sus brazos cuando tropezó contra la pared. El sabor estaba allí, y ella se envolvió en él, besando y lamiendo su camino hacia el plano y duro disco de su masculino pezón. Sus dientes lo rastrillaron, lo quemaron. Natalia se preguntó vagamente si ella había necesitado la hormona de apareamiento para convertirse en adicta a él, hambrienta, dolorida por su toque pensó que habría muerto sin él. Decidió que Saban podría ser adictivo por su cuenta. —Sí. Dulce misericordia, cariño—. Él la presionó contra la pared, su cabeza caída hacia atrás mientras ella daba lengüetazos al duro disco, lamiendo el tormentoso sabor del sudor, del calor y de la dureza de la resistente carne masculina. —Tienes el gusto de tu beso—ella gimió, lamiendo su pecho de nuevo, pequeños círculos que probaron su carne y calentaron su sangre. —Bésame, Saban. Necesito tu gusto—. El gruñido que provino de sus labios debería haber sido alarmante, debería haber ocasionado al menos, un borde de cautela para enfriar la ardiente lujuria en su interior. Por el contrario, apretó su estómago, ocasionó que de nuevo derramara caliente humedad desde su vagina. Y cuando sus labios cubrieron los de ella y empujó su lengua adentro de su boca, no hubo lugar para la cautela o para la reflexión, sólo para el hambre, sólo para la desesperada necesidad interior de reemplazar las sombras en sus ojos con luz. Ese pensamiento la atravesó mientras lo sintió tropezar hasta las escaleras. Había visto aquellas sombras cuando se reunió con él por primera vez, se preguntó sobre ellas, sufrió por ellas. Acarició sus hombros desnudos con sus manos mientras agachaba su cabeza y se amamantaba con el tormentoso sabor de su beso. Amaba las tormentas. El golpe del trueno, el destello de un relámpago, y todo eso estaba aquí en su beso, en el hambre furioso que sabía ningún otro hombre había sentido por ella. —No vamos a ir a la cama—él gruñó, arrancando sus labios de los de ella para tirar su camisa. —Quítatela—.
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Se la quitó y la arrojó detrás de ellos como él arrojó los restos de su camisa y se apoyó en su rodilla en un solo paso. Los ojos de Natalia se agrandaron mientras montaba su muslo, el ardiente músculo presionaba dentro de su coño, la fuerza de su peso contra él aplicaba una burlona presión contra su clítoris. Y cuando él la movió, ¡oh Señor!, sus manos la mecieron sobre sus muslos, acariciando su clítoris mientras sus labios cubrían un inflamado pezón. — ¡Sí! —. Ella siseó la palabra, la cabeza caída hacia atrás, mientras lo cabalgaba con lentos y ondulantes movimientos. El roce contra su clítoris era exquisito, si tan sólo pudiera conseguir la presión y la posición correcta. Era sorprendentemente enfervorizante, estaba suspendida en la cima del orgasmo, ciertamente cuando viniera, volaría su cabeza. —No como esto—. Las callosas manos se apoderaron de sus caderas. —Dentro de ti. Voy a estar dentro de ti cuando te vengas para mí, cariño. Estaré maldito si llegas sin mí—.
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Leigh, Lora CAPITULO 5
Tenía que ir a la cama. Dios, no podía tomarla aquí en las escaleras. Se había prometido, que cuando él completara por primera vez su demanda sobre ella, lo haría en la cama que había hecho para ella. Ciertamente la cama que le había hecho estaba en el lugar antes que ella viniera a esta casa. La cama extra grande hecha de pesados postes de ciprés, tallados y detallados, hecha especialmente para la mujer a quien un día ofrecería su alma. Soñaba con reclamarla allí. No aquí, no en las escaleras donde ella no podría conocer el confort de las sábanas suaves y del mejor colchón que podía disponer. Gruñendo, sus labios aún manteniendo cautivo la firme, dulce y suculenta carne de su pezón, obligó a sus pies que casi habían perdido toda la fuerza que poseían cuando sus piernas envolvieron sus caderas y el calor de su coño se filtró a su polla a través de sus pantalones vaqueros. Él bloqueó sus manos sobre su culo, y se apresuró por el corto pasillo a su dormitorio. Se empujó a su manera a través de la puerta, la cerró de golpe, y apenas recordó bloquearla antes ir a los tropiezos hacia la cama. Al minuto que se derrumbó en el colchón con ella sintió el poderío de la cama. La comodidad, la paz. Entrelazada con los ruegos de la rata de los pantanos que lo había salvado, el ciprés estaba tallado por un rayo con antiguos símbolos de protección y paz. Era una obra de arte de un artista que el mundo nunca había conocido, que le enseñó el oficio al extraño joven que había rescatado del brazo pantanoso desvastado por el huracán. Era la cama que Saban había soñado construir a una edad en que, la mayoría de los niños aún estaban atados a las faldas de sus madres. La cama donde sabía que, un día, crearía su familia. —Aquí—suspiró, levantándola, dándole una última lamida a su pezón antes de enderezarse de las dulces curvas de su cuerpo flexible. Él atrajo sus piernas alrededor de su cintura, se apoderó del elástico de sus pantalones, y los bajó rápidamente. Eliminar sus pequeñas sandalias de tiras fue fácil, cuando estaba retirando la seda de sus húmedas bragas. Y luego se paró, se mantuvo inmóvil, y miró fijo la perfección de la mujer que era su compañera. Sus pechos que llenaban perfectamente sus manos, el destello de sus caderas, el dulce peso de los muslos, los lisos pliegues de su sexo. Su coño estaba desprovisto de vellos, era sedoso y hermoso. Pero cuánto más bello, pensó, si él pudiera convencerla para que dejara crecer esos rizos suaves? 41
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Toda la dulzura del mundo estaba retenida allí, y él era un hombre que se desarrollaba bien con su dulzura. Bajó la cabeza, la hinchada lengua golpeó a través de la crema suave, un áspero gruñido salió de su garganta cuando encontró la pequeña protuberancia hinchada de su clítoris y su suave y necesitado grito llenó el aire. Azúcar y crema, ese era su sabor, y podría volverse adicto a él. Lamió completamente los jugos, tenía que ser néctar, el vino de los dioses. Abrió su boca, y besó los delicados pliegues de la carne, lamió de su muestra, devorando la pasión que manaba de ella. Y ella lo amó. Él podía sentir el placer formando espirales, trepando a lo largo de su cuerpo mientras ella se retorcía debajo de él. Tuvo que afianzar sus manos sobre sus caderas para tranquilizarla, pero ella se levantó hacia él. Dobló sus rodillas, presionó sus pies en el colchón cuando él se arrodilló al lado de la cama. Natalia enfocó sus caderas, y la lengua de él encontró el paraíso. Rica, embriagadora, la viva pasión fluyó a él, mientras escuchaba sus gritos consumiendo su cabeza. Nunca había conocido lujuria tan caliente, tan salvaje. Él metió su lengua en las apretadas y calientes profundidades de su coño y gruñó. Un sonido involuntario, salvaje y primitivo, mientras luchaba por saciar su hambre, por su sabor. El aroma de su excitación había llenado su cabeza durante semanas. Calentando y fascinando, había desarrollado un hambre por ella que temía no saciar nunca. Maldito calor de apareamiento. Esta mujer lo había consumido mucho antes que el calor de apareamiento lo hubiera comenzado a afectar. Y ahora la consumiría, se volvería tanto una parte de ella que ya no podría huir, ella se dio cuenta que estaban destinados: destinados de un modo que no quería escapar. — ¡Te deseo! —. Natalia arañó sus hombros cuando su lengua bombeó en su coño, llevándola hasta el punto de locura mientras el malvado e increíble placer la desgarraba completamente. Ella quería tocarlo, quería darle el mismo placer que le estaba dando, pero no podía pensar. No podía alejarse, y no podía ayudar, salvo pedir, implorar por más de la perversa lengua y de los endiablados dedos. Dedos que estaban presionando en su interior, llenándola mientras sus labios se trasladaron al duro nudo de su clítoris y lo rodearon. Abrió los ojos, miró hacia abajo de su cuerpo y encontró fuego verde oscuro en los de él mientras lamía y succionaba violentamente la carne sensible. 42
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Iba a explotar. Podía sentirlo. Estaba justo ahí. Tan cerca. —Tu sabor es como un sueño—. Él besó su clítoris, una vez, dos veces, y luego lo lamió rodeándolo lentamente, sus somnolientos ojos bloqueados con los de ella. —Podría comerte eternamente—. Ella apenas podía respirar. —Pero quiero estar dentro tuyo cuando te vengas para mí la primera vez—. Él se retiró, a pesar de su intento de apretar las piernas y se mantuvo en su lugar. —He soñado con esto, cariño—. La anticipación llenaba su voz, su mirada somnolienta mientras tironeaba los cordones de sus botas y rápidamente se las quitaba. Lamiendo sus labios, Natalia se movió cuando sus manos fueron a su cinturón. Se levantó, se sentó al lado de la cama, y él alejó sus dedos. —Te deseo ahora—. Ella deslizó la hebilla, luego fue a trabajar en los botones metálicos, desprendiéndolos. Al principio la cresta dura y gruesa de su polla dificultaba la tarea. Mientras el material se abría, Natalia lo bajó por sus muslos, dejándolo allí, y ahuecó su palma sobre la abultada carne sólo oculta por el calzoncillo de algodón que llevaba. Oyó la respiración silbar entre sus dientes, cuando ella agarró el elástico de su calzoncillo y lentamente lo bajó sobre la hinchada longitud de su erección. La debilidad la inundaba. Los jugos se juntaban en los pliegues ultrasensibles de su carne, y ella juró que su útero estaba apretado de miedo. Porque él no era de ningún modo un hombre pequeño. —Cariño, déjame un poco de control, ¿eh? —. Su voz era tensa, pero sus manos eran suaves mientras el negro cabello de su cara. —No—. Ella se apoderó de la carne dura con ambas manos y la llevó a sus labios abiertos. Él dijo algo. Algo extraño, densamente acentuado, pero ella no lo llegó a oír. La sangre estaba tronando en sus oídos, corriendo a través de su cuerpo, y su boca hambrienta estaba rodeando la cabeza amplia y caliente su polla. Ella había soñado, también. Soñaba con él tomándola en esta gran cama, soñaba tomándolo justo igual a esto.
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Ella lo miraba, probaba el calor y la lujuria masculina, el hambre y la necesidad de su carne. El sudor brillaba en su pecho, corría en pequeños riachuelos a lo largo de él, y añadió al aire una sutil fragancia masculina. Eran sus ojos lo que atraparon completamente los suyos. Un verde tan oscuro ahora que ella se preguntaba si no estaban más cerca del negro. Brillaban en su rostro, tan sorprendentes como los caninos blancos y perversos que brillaban a los lados de su boca cuando despegó sus labios en un gruñido desesperado. Las callosas manos estaban en su cabello, retorciéndolo, enredándolo mientras ella succionaba la cabeza de su polla y arremolinaba la lengua lentamente sobre ella, saboreándolo. Él no estaba mirándola con imparcialidad, no estaba analizando su desempeño, estaba disfrutándolo. Disfrutándolo hasta el punto que ella gimió con el placer adicional que le brindó la expresión de su rostro. El placer salvaje apretaba su expresión, separó sus labios y los gruñidos salieron de su garganta. Era la visión más emocionante y erótica que había conocido en su vida. — ¡Ah!, cariño—su voz susurraba sobre ella. —Dulce bebé—. Ella lo chupaba profundamente, degustando la sutil esencia del pre-semen y de la lujuria salvaje y desesperada. Saboreaba y bromeaba, tentaba y atormentaba hasta sintió romperse el control que siempre había percibido dentro de él. Entre un segundo y el siguiente fue empujada sobre su espalda, sus pantalones vaqueros y su calzoncillo desechados, y estaba desplazándose entre sus muslos. La longitud de su erección era hierro duro, palpitante, las prominentes venas acordonaban la carne, la cabeza repleta oscurecida y latiendo de lujuria. —Saban, por favor—. Ella mordisqueó sus labios y frenó sus palabras. Quería pedirle ir despacio, que la tomara lentamente al principio, pero podía ver el hambre asolando en él, amenazando dentro de una tormenta de lujuria que oscurecía sus ojos esmeraldas. — ¿Crees que quiero hacerte daño? —. Apretó su mandíbula, su pecho pesaba mientras luchaba para respirar, y la gruesa cabeza de su polla se escondió contra los pliegues de su coño. Su voz bajó a un gruñido primitivo. — ¿Crees que no sé, Natalia? ¿Que yo no siento más que tu calor dulce y húmedo? —.
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Juntó sus caderas, apretó, presionó hacia delante mientras bajó sus labios, y levantó las manos de ella a sus hombros. —Agárrate a mí cariño. Voy a cuidar de ti, te lo prometo—. Los empujes pequeños y elásticos hicieron sólo eso. Aliviar su interior, abriendo suavemente el ajustado tejido, trabajando su polla dentro de ella con calientes y deliciosos golpes que eran a la vez placer y dolor. El éxtasis azotó completamente su organismo, ardientes regueros de placer desgarraron sus sensibles terminaciones nerviosas, y cuando Natalia miró a Saban, vio algo que nunca había visto en su matrimonio con Mike: placer compartido. La necesidad de satisfacerla, además de la de satisfacerse. Saban no estaba precipitándose. Él no estaba intentando empujar los límites tanto como esta intentando compartir la ardiente necesidad, lo cual era más erótico que cualquier límite que ella nunca había empujado. — ¿Qué me estás haciendo? —. Era más que placer. Era la imagen de un dios del sexo en el trabajo con su mirada bloqueada en la de él, la paciencia en cada empuje, el tenso hambre en su rostro, el sudor brillando y corriendo en lentos riachuelos a los costados de su cuello. Pero sus ojos. Las emociones brillaban en sus ojos, emociones que ella no quería enfrentar, no quería pelear, dentro de él o dentro de ella. —Te estoy amando, cariño. Si lo deseas o no—. Él se inclinó hacia adelante, quemaba sus labios. —Sólo amándote, bebé—. Un último empuje, lento y medido, lo enterró en su interior cuando sus labios tomaron los suyos en un beso que incendió su alma. Su cuerpo ella podría haberlo entendido. La caliente hormona derramada de su lengua golpeó su organismo como una bola de fuego y comenzó a aumentar la velocidad de su torrente sanguíneo. ¿Pero su alma? Debería haber estado protegida, clausurada para cualquiera y para toda influencia masculina. Pero sentía su pecho apretado, su corazón latiendo acelerado por más que excitación, y el reconocimiento casi oculto que esto era más de lo que nunca había soñado pudiera amar. El gruñido se profundizó en su pecho cuando sus empujes comenzaron a aumentar. Su polla acarició las terminaciones nerviosas una vez escondidas, enterrados en las profundidades de ella, y la acariciaba allí antes de comenzar de nuevo. Natalia se convirtió en una criatura de sensualidad, de placer. El pensamiento, la cautela y el miedo retrocedieron debajo del placer agonizante ardiendo a través de su cuerpo. Sus manos se apoderaron y acariciaron los músculos sudorosos. Ella se retorció debajo de él, abriéndose, necesitando ahora que se había acostumbrado a la anchura y la longitud de la erección enterrada en ella 45
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empujes duros y feroces. Ella se retorció debajo de él, jadeando, gritando su nombre cuando sintió el calor quemar más caliente, el placer llamear más alto. Cada golpe de su carne, no importa qué parte de su cuerpo tocaba, la llevaba más alto. Ella estaba volando. Oh Dios, nunca había volado. — ¡Saban! —. Gritó su nombre, incorporándose de repente el temor dentro de ella, las sensaciones fabricadas, quemando, aumentando a un ritmo que amenazaba con aterrorizarla. —Te tengo, Natalia—. Sus labios se movieron a su mandíbula, su mejilla. —Dámelo, bebé. Dámelo. Voy a sostenerte aquí. Lo juro—. Ronco, áspero. Sus labios rozaron sobre su cuello, su hombro, esos malvados caninos rasparon contra la oferta de carne entre el cuello y el hombro, y sus empujes se volvieron más fuerte, duros, golpeando dentro de ella, follándola con tal completo abandono que las olas de éxtasis fabricadas en su interior comenzaron a romper sobre ella. Su orgasmo explotó, se rompió, implosionó. La desgarró completamente con una fuerza que estaba segura destruyó su mente mientras sintió esos caninos rastrillar su carne de nuevo y, luego un hambriento gruñido abandonó la garganta de Saban. Ella no podía haberlo previsto. Debería. Sus dientes perforaron su hombro, su boca sujetaba la herida, su lengua acariciaba, lavaba, mientras su cuerpo se arrojó a su propia liberación. Sintió hincharse la cabeza de su polla, palpitar, entonces lo sintió. La extensa protuberancia debajo de la cabeza de su polla, desplazándose dentro de ella, acariciándola, bloqueando su polla en el lugar cuando su semen comenzó a chorrear dentro de ella. El segundo orgasmo que la sacudió robó su aliento y su vista. Clavó sus uñas en sus hombros, sus músculos temblaban, se sacudieron, y ella juró que vio las llamas recorriendo velozmente ambos cuerpos cuando su gemido llenó el aire. Ella nunca supo, nunca creyó que pudiera existir tanto placer. Que pudiera tener un orgasmo, de su vagina y de su clítoris a la vez, que el orgasmo pudiera recorrer velozmente a través de su cuerpo y explotar a través de cada célula, de cada molécula de carne. O que en ese orgasmo ella podría sentir, una parte de sí misma que nunca supo que existía, despertar finalmente.
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Leigh, Lora CAPITULO 6
Había veces en la vida de una mujer cuando ella no tenía elección, salvo reconocer que estaba en una situación insuperable, y a la mañana siguiente Natalia reconoció que este era una de aquellas veces. No le gustaba, no le gustaba tener que volver a prioritizar su vida, o reconocer que ella no tenía más remedio que hacer frente a una relación que seguramente era un muy mal consejo. Saban, a pesar de su manera fácil, no era un gatito y ella lo sabía. Claramente lo intuía en el centro de su ser y no tenía idea de cómo manejar la espera del siguiente e inevitable paso cuando él estaba involucrado. Y a ella no le gustaba el hecho que el calor de apareamiento hubiera forzado esto, en lugar de la naturaleza humana por sí sola. Por supuesto, no podía imaginar, ¿cómo podía esperar que una casta se rigiera por la naturaleza humana?. Él había probado a pies juntillas en la cama, la noche anterior, a lo largo de la noche, y en la mañana que era mucho más que un hombre o un animal. Había sido incansable, pero entonces, ella también. El hambre que los había impulsado se había mantenido en cada uno de ellos hasta después de la medianoche antes de arrojarlos exhaustos al sueño, sólo para que, horas más tarde despertaran hambrientos, más desesperados que nunca. Ella quería imputarlo sólo a la reacción hormonal. Lamentablemente, recordaba con claridad el despertar, finalmente saciado aquel calor anormal, sólo para tener excitadas otra vez, su curiosidad y sus necesidades sin que esa estúpida hormona entrara en juego. Ella había querido golpearlo. Golpearlo, besarlo, escuchar aquellos primitivos gruñidos que retumbaban en su pecho, y sentir su fuerza cuando finalmente tuvo suficiente y la tumbó debajo de él. Ahora, cuando la mañana terminaba, se encontró tratando de encontrar sentido en algo que ella sabía que no tenía una esperanza en el infierno de encontrar. ¿En qué diablos había conseguido involucrarse? Pero aún más al punto, ¿por qué no estaba enojada con él? Ella debería estar furiosa. Debería estar gritando a Lyons, amenazando a Wyatt y a la Oficina de Asuntos de Castas con todo tipo de acciones legales por no informarla de los peligros de emparejarse con Castas. En lugar de ello, estaba de pie en su cocina mientras miraba lo que actualmente estaba tratando de descifrar, un Saban sin camisa con el ceño fruncido en la parrilla.
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El beso del Jaguar
Leigh, Lora
Había funcionado perfectamente anoche. Esta mañana, parecía estar intentando volver loco a un Casta Jaguar. Eso, o estaba tratando de ganar tiempo al igual que ella, centrándose en algo más que la situación en cuestión. Finalmente ella se había dado por vencida una hora atrás. Miró fijo los filetes apoyados en el mostrador, las patatas listas para el microondas, y empujó sus dedos a través de su cabello antes de obligarse a retirar la vista. Toda esa muestra de carne deliciosa y bronceada era demasiado para que los sentidos de cualquier mujer lo enfrentaran por prolongados períodos de tiempo. Ella estaba al borde, insegura, y tratando de enfrentar algo totalmente fuera de su ámbito de comprensión. El timbre de la puerta la hizo saltar, girar y mirar fijo a través de la casa cuando la puerta de atrás se abrió, y Saban entró golpeándola, tironeando la camisa sobre sus hombros mientras la miraba. Sus ojos eran fríos, duros, causando escalofríos en su interior mientras ella lo seguía a través de la casa. No había sacado un arma, por lo que se supuso que sabía quién estaba en la puerta. Se trasladó rápidamente detrás de él, tirando del dobladillo de la camisa larga que llevaba, secando sus palmas en los costados de su pantalón corto de algodón. Saban se detuvo en la puerta y se volvió a mirarla mientras la campana sonaba de nuevo. —Recuerda una cosa—gruñó de repente, ella inclinó la cabeza y lo miró sorprendida. —Ahora eres mía, Natalia. No voy a tolerar otro hombre en tu vida. O en tu corazón—. Apretó sus dientes un segundo antes de abrir sus labios para lanzar una encendida réplica por su modo. Él eligió ese momento para abrir de un tirón la puerta y enfrentar al sheriff y su ex marido, Mike Claxton. Mike parecía frustrado, furioso, sus ojos azules miraban con ira mientras el sheriff de Buffalo Gap disparaba una mirada resignada a Natalia antes de volverse a Saban con un filo de cautela. El Sheriff Randolph tenía la estructura amplia y pesada de un gran linebacker, empequeñeciendo la imagen de Mike. Su cabello oscuro era corte militar, sus ojos oscuros fuertes e inteligentes. —Siento molestarlos, señora, Saban—. Él cabeceó a Saban. —Pero parece que tenemos una denuncia—.
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—Mike, ¿qué estás haciendo aquí? —Natalia dio un paso adelante, sólo para hacer una pausa cuando Saban la rebanó con una dura mirada de advertencia. Ella casi puso sus ojos en blanco, pero algo acerca de su expresión, de la pronta tensión en su cuerpo, le advirtió que no estaba muy dispuesto a dejar de lado toda la cosa masculina protectora y posesiva. Odiaba la idea. Odiaba la idea que la confianza y la independencia que necesitaba podrían quitarse tan fácilmente en su mente. —Mírala, Sheriff—Mike de repente mordió las palabras. —Le dije que algo andaba mal con ella. ¿Está dispuesto a escucharme ahora? —. El shock que Natalia tenía retrocedió en un paso cuando Mike volvió la mirada enfurecida hacia ella. Esta fue una de las razones que había condenado su matrimonio desde el primer mes. Furia celosa, una casi fanática certeza que Natalia siempre miraba otros hombres, los codiciaba. Ella no debería haberse sockeado, y mucho menos sorprendido. Natalia movió su mirada de Mike al sheriff. —Sheriff Randolph, es bueno verlo de nuevo—. Ella sonrió incómoda. —No me ha encontrado en mi mejor mañana—. —Me disculpo por eso, señora—. Él se movió sobre sus pies incómodo. —Aunque, el Sr. Claxton aquí parece dispuesto a aceptar el hecho que está sana y fuerte—. —Mírela, está pálida. Se ve drogada—Mike acusò cuando comenzó a dar un paso en la casa. —No ha sido invitado a pasar—. Saban dio un paso adelante, su voz peligrosa. — ¡Salga de mi camino, Casta! —. Ahora Mike temblaba, su voz mantenía un temblor nervioso mientras Natalia lo vio retroceder de la pelea. —Quiero hablar con mi esposa—. —Ex-esposa—. Natalia no esperó a Saban para responder a eso. Se volvió a la vez al sheriff. —Lo siento estaba molesta—. —Maldición, Natalia. Empaca tus cosas, estás volviendo a casa. Esta locura tiene que parar en alguna parte—Mike mordisqueó las palabras con virulencia, apretaba los puños a sus costados mientras se obligaba a mirar fijo a Saban en lugar de acercarse a él. —Te llevaré a casa—. —Su nuevo amigo tiene un deseo de muerte, Ted—Saban le dijo al sheriff. —Hágalo salir de aquí—. 49
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—Ahora, Saban, vamos a ser razonables al respecto—. El sheriff tiró el sombrero de su cabeza y golpeó su mano sobre un mechón de su cabello. —El Sr. Claxton sólo quiere hablar con ella. Déjelo verla, ver que ella no está bajo ninguna influencia indebida, y luego él se irá—. El cuerpo de Saban se sacudió apretado mientras lo llenaba una peligrosa y pronta tensión. — ¿Bajo qué tipo de influencia indebida estaría? —Natalia se volvió a mirar a Mike con recelo. Podría ser paranoico, podría ser un cabrón, pero no era normalmente un loco. Normalmente. Ella estaba empezando a revisar su opinión sobre ello. Tenía en su rostro la mirada de un bulldog que le aseguraba que iba a tener un final exitoso con una de sus acusaciones paranoicas. —Quiero hablar con ella lejos de él—entonces Mike le dijo al sheriff. El Sheriff hizo una mueca mientras miraba a Saban casi tímidamente. —Sr. Claxton, no puedo obligarla a hablarle a solas—. Él miró a Natalia entonces, sus ojos marrones oscuros atentos, sombríos mientras la estudiaba. —Todo depende de usted, señora—. — ¿Qué diablos estás empujando aquí, Ted? —Saban gruñó entonces. —Llevate a tu amigo y deja de fastidiar—. El sheriff Randolph no estaba comprando nada aquí. Natalia podía ver la sospecha en sus ojos cuando miraba de ella a Saban, y ella podía ver la ira de Mike aumentando. —Saban, esto es suficiente—. La tensión en el aire estaba lo suficientemente espesa para sofocar. — ¿Por qué tú y el sheriff no van a conseguir café- —.
— ¿Crees que seré relegado a la cocina como un niño recalcitrante y te dejaré sola con este loco? —. Volvió la cabeza, los feroces ojos verdes la pinchaban con un fuego helado. —No lo creo—. Ella respiró profundamente y rezó por paciencia. —Creo que vas a llevar al sheriff a la cocina por café, y vas a hacerlo sin gruñir como un temperamental niño de cinco años—. Ella le sonrió, una curva fina y furiosa de sus labios. —No me hagas pensar en uno de no ser así. Esto es tan vulgar, y yo odio que parezca vulgar—.
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El sheriff Randolph limpió su garganta, evidentemente, luchando contra la risa mientras Saban la contemplaba con ceño, curvó uno de los costados de sus labios para mostrar esos perversos caninos. Los caninos que habían perforado su hombro, sosteniéndola en su lugar más de una vez a lo largo de la noche mientras su lengua la lavaba, y la hormona quemaba la herida. Él era una parte de ella. En cierto modo el hombre no podría ser alguna vez parte de ella. Él estaba en su cabeza, en su sangre, y ella temía mucho que podría ser parte de su corazón. Una parte que sería destruida si continuaba tratando de asfixiarla. —No me gusta esto—él gruñó. —Él no es estable—. — ¿No soy estable? —Mike interrumpió, sus ojos brillaban con furia mientras la inmovilizaba con su mirada. —Por el amor de Dios, Natalia, mira con quien estás viviendo y dime algo sobre que sea lógico. Es un animal—. — ¡Basta! —Natalia giró hacia él, la inundaba la ira instintiva y caliente contra la acusación. —Si quieres discutir algo, Mike, entonces, mantén la lengua civilizada en tu cabeza—. Aplanó sus labios mientras el sheriff miraba a ambos con ojos planos y duros. Él tenía su propia agenda, pensó Natalia. Preguntas que no podía hacer, así que en vez miraba. — ¿Y yo voy a dejarte a solas en la misma habitación con este hombre? — Saban la cuestionaba con un filo de repugnancia. — ¡Escúchame, tú rabioso bastardo! —Mike trató de impulsarse dentro de la casa, la ira ardiendo en su cara ahora, sus mejillas manchadas cuando el sheriff lo agarró del brazo y Saban bloqueó la puerta. —Déjeme entrar. Usted le ha hecho algo, lo sé. Mírela. Está pálida y asustada. Mírela, Sheriff. Le ha hecho algo. Él es un maldito animal. No debería estar aquí con ella. No debería estar a su alrededor—. Natalia retrocedió desde la puerta mientras el duro cuerpo de Saban bloqueaba los furiosos intentos de Mike para entrar. Ella nunca lo había visto así, tan enfurecido que no le importaba su propia seguridad personal. Sin duda sabía que Saban podría quebrarlo como un fósforo, si eso era lo que quería. — ¡Mike, es suficiente! —ella dejó salir la orden, con voz firme, endureciéndola. —Por el amor de Dios, ¿has perdido tu mente? —. Saban estaba luchando para no lastimarlo, Natalia podía verlo. Estaba bloqueando la puerta con su propio cuerpo, sujetando a Mike cuando el sheriff se apoderó de su brazo y lo arrastró fuera de la puerta por la fuerza.
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—Hágalo salir de aquí, Ted. Jonas estará en su oficina dentro de una hora para presentar una queja. Quiero que lo mantenga alejado de ella—. — ¡Maldito animal! Usted no toma esa decisión—. Mike luchó contra el sheriff. —Esa que está allí es mi esposa. No toques mi maldita esposa—. Mike cayó mientras Saban gruñó, un sonido primitivo y peligroso, diferente a cualquier cosa que Natalia hubiera oído mientras decía con tono áspero. —Exesposa, bastardo—. —Dios mío, esto es una locura—. Natalia empujó pasando a Saban, golpeó su estómago duro cuando él trató de retenerla. —Sácale las manos de encima y pon fin a esta mierda. ¿Están todos locos? —. —Natalia, escúchame—. Mike llegó a ella, cerró sus manos alrededor de su brazo, sus dedos mordieron dentro de su carne. La sensación de su contacto le causó una reacción inmediata, que ella no entendió, no podía darle sentido. Su piel se sentía como si estuviera encogiéndose, tratando físicamente de alejarse de su contacto mientras fuertes fragmentos de disgusto inundaban su cerebro. Un grito ronco y conmocionado provino de sus labios cuando ella se alejó de un tirón, mirando el lugar donde sus dedos envolvieron su carne justo debajo del codo. Un gruñido feroz sonó detrás de ella, y antes que Natalia pudiera procesar los velocísimos eventos, Saban se apoderó del cuello de Mike con su poderosa mano, sus dedos aflojaron su brazo, y fue lanzado, físicamente, por el aire hacia el patio fuera del pórtico. Ella miraba su brazo, y luego de vuelta a Mike antes de frotarse lentamente su piel, tratando de eliminar la sensación de su contacto. Aún seguía ahí, la sensación de su piel en ella, causando un malestar que enturbiaba su estómago mientras las náuseas aumentaban en su garganta. Se sentía invadida, abusada, como si Mike hubiera tocado una parte íntima de su carne en lugar de limitarse a sujetar su brazo. Las sensaciones habían bordeado la agonía, a diferencia de la mera sensación de desagradable malestar cuando el médico Casta la había examinado. El shock frenó la realidad, tenía levantada su cabeza, mirando mientras Saban saltó al terreno, levantó a Mike del césped, y nariz contra nariz gruñó furiosamente, los fuertes caninos brillaban en su boca cuando el puño golpeó como un rayo en el vientre suavemente acolchado de Mike. El sheriff intentó separarlos, trató meterse entre los dos hombres, pero Saban estaba demasiado enfurecido.
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Oyó su propia voz gritando su nombre, mientras saltaba hacia el terreno, corriendo hacia la refriega y agarraba el brazo de Saban, cuando regresaba por otra ronda. Los ojos de Mike se habían puesto blancos en su cabeza, su cuerpo se desplomó mientras Saban se tranquilizaba, volviendo rápidamente su cabeza hacia Natalia, sus ojos golpearon en donde ella lo tocaba. —Déjalo ir—. Ligera y aguda, tuvo que obligar a su voz a funcionar, obligarse a pensar. —Déjalo ir—. Ella lo miraba, temblando, estremeciéndose con la fuerza del conocimiento desgarrándola ahora. Lo que le había hecho tenía más efectos de largo alcance que una excitación yendo fuera de control. —Déjalo ir—. Ella levantó su otra mano, la envolvió alrededor de la muñeca, donde sus dedos aún estaban apretando el cuello de Mike. —Por favor—. Mike estaba jadeando por aire cuando Saban abrió lentamente los dedos y le permitió colapsar contra el suelo, desde donde el sheriff lo levantó y lo empujó de vuelta al vehículo policial. Natalia se paró bajo el caliente sol de verano, apenas consciente de los vecinos que habían salido de sus casas para mirar con horrorizada curiosidad. — ¿Qué está pasando? —susurró. Podría sentir el contacto de Mike haciendo eco dolorosamente a través de su brazo. No podía borrarlo, no podía detener la agitación en su estómago. Saban gesticuló, se dirigió a ella, entonces envolvió una mano alrededor de su nuca y bajó sus labios hacia los de ella. Su lengua arponeaba entre sus labios, enredándose con la de ella, y en un segundo ella estaba devorando el sabor de él, de repente, implorando tremendamente por el oscuro sabor de la lujuria que se derramaba de su lengua. Fue un breve momento en el tiempo, no más que un toque, un sabor, pero cuando él levantó la cabeza, Natalia sintió como si la energía hubiera sido minada de su cuerpo, pero también el dolor. Ella apoyó su frente contra su pecho, su respiración volviéndose temerosa. — ¿Qué me has hecho? —susurró. —Oh Dios, Saban, ¿qué me has hecho? — Mike miraba la escena del jardín. Aquel animal tocándola, besándola, sus brazos rodeándola y cuando él se retiró Natalia descansó su cabeza contra su pecho. Ella se inclinó contra el Casta, dejándola sostenerla, permitiéndole ocuparse de cualquier dolor que estuviera sintiendo, y él lo odió. Quería desgarrar al cabrón, célula por célula. El hijo de puta tenía lo que debería haber pertenecido 53
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a Mike. Lo estaba robando, la había estado apartando de él, por Dios sólo sabía cuánto tiempo. Esta fue la razón por la cual había estado totalmente decidida a divorciarse de él, a alejarse de él. Esta fue la razón por la que nunca dependió de él, nunca se inclinó sobre él y le permitirá guiarla, por este Casta, este animal. Se limpió su mano sobre su cara, sintió el sudor fabricándose allí, bajando por sus sienes. El soldado que había ido a su apartamento después que ella abandonara la ciudad estaba en lo correcto. Mike no lo había creído, no podía creer que esos bastardos animales pudieran tener el control sobre una mujer que él le dijo que tenían. Pero él lo estaba viendo con sus propios ojos. La había visto, incapaz de soportar su contacto, su cara volviéndose blanca, el shock de ello oscureciendo sus ojos un segundo antes que el Casta lo hubiera arrancado de ella. Y ahora el animal estaba abrazándola en lugar del marido del que nunca debería haberse divorciado. Dios. ¿Qué estaba haciendo? Tenía que conseguir alejarla del bastardo. Tenía que llevarla al doctor que el soldado le había dicho estaba esperando para que pudiera solucionar esto. Esta fue la razón por la que ella se divorció de él. Él sacudió su cabeza asombrado. Él no lo había entendido en ese momento. Era su esposo, tenía el derecho de tenerla en su hogar cuando él quería, el derecho de protegerla y mirar por encima de ella. Para mantenerla segura de bastardos como ese animal Broussard. Permitió que sus ojos se bloquearan con los ojos verdes brillantes del casta y tragó apretadamente con la promesa de retribución allí. Broussard lo mataría si tenía la oportunidad. Mike tendría que asegurarse que no tuviera la oportunidad. Habría una forma, él encontraría una manera de alejar a Natalia de esto, para salvarla, para que ese médico pudiera curarla. Así podría arrasar fuera de su mente los efectos de lo que le había hecho. Él la conocía. El Casta no. Él podría hacerlo. —Hombre, usted tiene un maldito deseo de morir—. El sheriff se sentó en el asiento del conductor y lo miró apenado. Apenado, como si Mike no tuviera una oportunidad. Él tenía una oportunidad. Él sólo tenía que agarrar a Natalia donde pudiera ayudarla, eso era todo. —Ella es mi esposa—se quebró.
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—Ex-esposa—el sheriff le recordó con una burla. Mike lo miró furioso. Sacudiendo la cabeza, el hombre se volvió y arrancó el vehículo antes de dejar el sendero. Mike continuó mirando a Natalia. Ahora estaba discutiendo con el Casta. Conocía aquella mirada en su cara, se había familiarizado íntimamenter con ella en el año anterior a su divorcio. Él se había preguntado lo que había sucedido a su esposa. La mujer que lo amó, que le obedeció. Esto era lo que le había sucedido. Esta Casta. Y Mike iba a tener que arreglarlo.
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Leigh, Lora CAPITULO 7
Él debería sentirse culpable, debería tener una conciencia, ¿no?. Debería sentir el dolor: el mismo dolor que ella sintió dado que ella estaba vinculada a él tan irrevocablemente que incluso el toque de otro varón le trajo angustia. Pero él no lo sentía. Y el verdadero problema radicaba en el hecho que no podía ocultar que no lo sentía. Esa fue la razón por la que tuvo que apresurarse para permanecer con ella, cuando irrumpió en la casa, casi golpeó la puerta en su cara antes que pudiera entrar. —Sabes, cariño, soy un hombre—afirmó mientras ella giraba rápidamente para hacerle frente en la sala de estar. —Soy un macho de casta. Posesivo, confrontacional, y territorial. No puedes pedirme que sea diferente—. —Yo podría pedirte que no me arrastres dentro de ello. Podría pedirte que no mostraras tu culo en el césped del frente simplemente para hacer tu lamentable reclamación, y podría pedirte no cometas asesinato, mientras que el sheriff está mirando. Por el amor de Dios, algunas cosas sólo deberían ser privadas—. Su voz se levantó mientras ella hablaba, la ira agregándose a cada palabra, acortándolas hasta que rodaron fuera de sus labios como una maldición sobre la cabeza de los incautos. —Él te tocó—. Eso era suficiente para Saban. —Él te causó dolor—. —Oh sí, y él sabía que agarrando mi brazo iba a provocar que esa loca hormona con que me infectaste enviara cuchillos cortando mi carne—. La repugnancia coloreaba sus palabras. Sus ojos melazas estaban calientes, hirviendo con temple, su cara estaba enrojecida con su furia, y él juró que incluso su pelo parecía haber recogido ardientes reflejos. Ella era como un fuego oscuro ardiendo ante él, abrazándolo con el milagro de ella. Eso y su propia masculinidad. Ella era su mujer. Suya. Lo único que la naturaleza había creado exclusivamente para él. Si ella pensaba, incluso por un segundo, que permitiría a otro tocarla, reclamarla, entonces otra vez tuvo mejores ideas. —Tal vez debería haberte advertido de ello—gruñó, aunque él estaba seguro que advertirla de ello no habría sido bueno. —Hubiera pensado que Ely se había encargado de ello—. —Espere malestar—. Ella empujó las palabras por sus labios como una sucia maldición. —Espere unos pocos efectos secundarios. Dime, Saban, ¿qué diablos más debo esperar ahora que realmente me has follado? —. Apretó sus dientes ante el tono despectivo de voz.
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—No me empujes, Natalia—le advirtió suavemente. —Mi propio temperamento aún no se enfrió al ver ese desgraciado intentar reclamarte—. —Nadie me reclama—. Sus paños hechos una bola a sus costados, y él podría haber jurado que casi marcaba el suelo con su pie. Qué interesante. Era definitivamente una señal para ser cautos, porque él podía oler la violencia pura latiendo en su interior. Su paciencia con él, con las castas, con los hombres en general, estaba llegando rápidamente a su límite. Se asombraba, sin embargo, y no podía dejar de estar fascinado con la idea de su pérdida de paciencia y buen humor. Había un guerrero dentro de ella, podía sentirlo. Una mujer dispuesta a tomar el mundo cuando lo considerara y despellejar a un Casta a veinte pasos en caso de merecerlo. Y definitivamente él lo merecía, diablos, casi estaba esperándolo. De lo que había visto del maquillaje sexual de su orgulloso líder, Callan, y de la compañera de Callan, podría estar malditamente satisfecho. Los libros que Cassie le había dado le habían asegurado que era agradable. A menudo, el mejor sexo de cualquier tipo de relación. Aunque, para ser sinceros, si lo hacía mejor que la noche pasada y esta mañana, no podría sobrevivirlo. — ¿Me oíste, Saban Broussard? —. Su voz gruesa, rasgada con su ira. — Nadie me reclama—. —Esa marca en su cuello demuestra lo contrario—. Él se encogió de hombros mientras la miraba con calma. —Te he reclamado, cariño, para bien o para mal. No hay divorcio, no hay separación, y no habrá ex marido creyendo que puede revocar ese reclamo—. Saban mantuvo su voz calma aunque firme. Tenía una sensación que si perdía el control de su caliente temperamento Cajun, entonces habría perdido esta batalla desde el principio. Porque con el temperamento viene un resurgimiento del calor, más caliente y más ardiente que antes, como sabía que ahora Natalia estaba aprendiendo. La naturaleza no permitía a los compañeros castas confrontar sin una salvaguarda. Pueden luchar, pueden rabiar, pero no rechazarse mutuamente. En el rostro de su ira, no podía sentirse culpable. Él no era hombre de hacer algo a medidas, había sido entrenado para saber qué hacer, cómo hacerlo, y no cuestionarse sobre cada decisión tomada. Pero ahora cuando miró a Natalia y vio el destello de daño y miedo debajo de la ira, se sorprendió con el dolor en su pecho. ¿Culpa? Tal vez. Nunca había conocido esa emoción hasta Natalia, así que era difícil estar seguro.
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Su independencia había sido ganada con esfuerzo, y ahora la sentía amenazada. Él no la culpaba por su ira, pero no le permitiría negarlo a él o a la marca que actualmente llevaba. —Deberías irte—. Su voz era espesa con lágrimas no derramadas y furia sin resolver. — ¡Ahora! —. —Bien, cariño, me aseguraré de hacer eso—gruñó. —Con tu ex-esposo rondando alrededor como un coyote demente y ese tonto sheriff pegando la nariz en donde no le incumbe. Oh si, justamente voy a empacar y salir, ¿eh? —. Estaba cansándose que le dijera que se vaya. —Tengo que salir de aquí—. Ella sacudió la cabeza. —Tengo que alejarme de ti antes que me vuelvas completamente loca—. —Hasta que tu ex marido se presentó, que no tuviste ningún problema conmigo—. Él se sentía como gruñendo, como rugiendo su propia frustración cuando el pensamiento golpeó su mente. — ¿Acaso significa tanto para ti que ahora tienes que alejarte corriendo de mi? —. La mirada que ella le arrojó estaba tan llena de desprecio que si hubiera sido un hombre más débil, pudo haberlo acobardado. —No pretendas ser estúpido, Saban, simplemente no lo concluyas exitosamente—ella le informó ácidamente. —No sé lo que dice tu libro de reglas de casta, pero la decencia común debería salvarte de actuar como un completo idiota sólo porque se adapta a tus propósitos hacerlo así. Amenazaste a Mike. Casi lo mataste. Y no deberías estar de pie delante de mí como si esta mierda del calor de apareamiento hiciera todo correcto—. —Te protegeré—. Se acercó, contemplándola con ceño mientras la parte animal de su cerebro le demandaba demostrarle, de nuevo, sólo cuánto ella era su mujer. —Claxton no estaba siendo razonable, Natalia, lo sabes—. — ¿Y tú? —. Ella cruzó sus brazos sobre sus pechos y lo miró furiosa. — Estabas asfixiándolo. Con una sola mano—. — ¿Habrías preferido que usara las dos manos? Me pareció deportivo darle al menos una ventaja, pero la próxima vez me aseguraré de hacer bien el trabajo—. La próxima vez sólo mataría a ese bastardo. La miraba que lo incendió hablaba de volúmenes de su furia y su opinión sobre esa declaración. Él miraba, fascinado, como sujetaba su rabia. Desplegó sus brazos, apretó su cuerpo, hasta que se preguntó si su columna vertebral se rompería.
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—Tengo cosas que hacer hoy—ella le informó entonces. —Cosas que no te incluyen. Perdóname—. Se dirigió a las escaleras, despidiéndolo como si la discusión acabó, ¿simplemente porque ella lo consideró?. —No tan rápido, compañera—dijo, moviéndose con rapidez para deslizarse entre ella y su destino. —Esta discusión aún no ha terminado—. — ¿Por qué? Porque no has conseguido follarme aún? —. Ella dio un rápido vistazo a las pruebas de su erección debajo de sus vaqueros. —No estoy de ánimo—. Él gruñó ante eso. —Seguro estás malditamente dispuesta para follar, pero eso no está en la agenda todavía. Por el momento, está tu enojo, porque es totalmente ilógico. Claxton estaba volviéndose violento, Natalia, y lo sabes. Mejor que encontró la salida conmigo que contigo. Garantizó su supervivencia— —Mike no me lastimaría—. Un ceño brilló entre sus cejas. —Estuve casada con él durante años, Saban, nunca me tocó violento—. Fue la manera en que lo dijo, el acusador parpadeo de sus pestañas, el olor del engaño. No estaba mintiéndole, pero tampoco estaba diciéndole toda la verdad. — ¿Qué hizo entonces? —le preguntó cuidadosamente. La repentina evasión de sus ojos fue la prueba que había hecho algo. —Él nunca me pegó, y ¿sabes qué más nunca hizo, Saban? Nunca inició peleas con hombres por algo tan estúpido tampoco—. —No, probablemente las inició contigo—. Saban podía sentir la renovada necesidad de desgarrar al hombre en jirones, una parte a la vez. — ¿Es por eso que te divorciaste, Natalia? ¿Por qué luchas contra el apareamiento tan duro conmigo? ¿Intentó controlar todo ese salvaje y bello fuego dentro de ti? ¿O intentó apagarlo? —. —La conversación ha terminado—. Ella le dijo con calma, pero él podía sentir, oler el dolor y la ira desgarrando dentro de ella. Como aquellas llamas que Claxton había querido controlar, ella lo retuvo, lo enterró, lo escondió debajo de la máscara de tranquilo autocontrol. Podría enseñar a una casta sobre dominio de sí mismo. Definitivamente, ella podría darle lecciones a él, porque él casi no lo manejaba tan bien como ella, pero también, sabía, que él ya había aceptado que ella era de él. Ella aún tenía que recorrer ese camino.
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—Esta conversación no ha terminado—. Él descubrió sus dientes con frustración, ahora podía sentir aquella frustración creciendo dentro de él, amenazando los límites de su control. — ¡Escúchenme bien, Natalia!. No importa quién es, hombre o mujer, me ocuparé de cualquier amenaza contra ti. Tomaré represalias ante cualquier ataque en tu contra. Tanto como un pensamiento, un parpadeo de amenaza, y estaré allí. Si te gusta o no, si lo deseas o no". —Si lo quiero o no—. Su voz era amarga, cortaba como ácido dentro de su alma. —Porque tú lo decretas. Detenida donde diablos desees detenerla, Saban. En la medida que esté bien lejos de mí—.
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Leigh, Lora CAPITULO 8
Dolor. Natalia no podía detener el dolor creciendo en su interior, el miedo, la certeza que cuando Saban estaba involucrado la pérdida de control sería su perdición. —No necesito que pelees mis batallas—. Maldición, ella necesitaba pelear sus propias batallas. —Especialmente cuando Mike está involucrado—. Se volvió para alejarse de él, sólo para enfrentarse con su amplio pecho una vez más. — ¡Sal de mi camino, Saban! —. —Así puedes correr y ocultarte? —dijo. —En lugar de enfrentar este problema y solucionarlo, vas a huir—. —No hay solución—ella apremió entre dientes apretados mientras cerraba los dedos en un puño a su costado. —Crees que tienes razón. Siempre crees que tienes razón. El Casta grande y malo lo sabe todo—. Su acusación encontró silencio. Entonces Natalia levantó su mirada, se reunió con la de él, y tuvo que luchar contra el engrosamiento en su garganta cuando no vio la ira que pensó que encontraría, aunque había un poco de eso allí. En cambio, él la miraba preocupado, como buscando una respuesta, o tratando de encontrar la pregunta que lo eludía. —No oliste lo que yo olí—finalmente dijo con suavidad. —La rabia, la necesidad de violencia que lo estaba llenando. Natalia te divorciaste de él por una razón, y lo sabes. Del mismo modo que sabías que la violencia estaba fermentando dentro de él antes que lo obligaras a salir de la casa—. Ella no iba a dejar que él tenga razón sobre esto. Ella no podía. Si lo hacía, ¿cómo podría pararlo más tarde? Mike había hecho esto en primer lugar, utilizaba la lógica, utilizaba un escudo de comprensión y paciencia para derribar su confianza en sí misma. — ¿Cómo mi matrimonio terminó en un divorcio es mi problema. Cómo tratar con Mike ahora es mi problema. No tuyo—. —No crees sinceramente eso, Natalia—. Él sacudió su cabeza mientras empujaba sus manos en sus bolsillos traseros, evidentemente, conteniendo la necesidad de tocarla. A diferencia de Mike.
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No es que Mike la hubiera golpeado, pero muchas veces estuvo demasiado cerca. Su temperamento podía ser violento, manos moreteadas, su lengua afilada y cortante. —Lo dije, ¿no? —. Ella se obligó a hablar con los dientes apretados mientras se combinaban irritación y excitación en algunos malolientes tipo de estremecimientos que irradiaban de su útero hacia el exterior de su cuerpo. Ella está segura que, en otro tiempo y lugar, en cualquier otra situación, esto podría haber sido divertido. Si le estaba pasando a alguien, tal vez. — ¿Por qué no puedes hacer sólo una cosa como una persona normal y corriente? —. Se quebró, deseando tironear su propio cabello cuando la frustración comenzó a fabricarse en ella. El enojo era bastante malo. Excepto estar enojada y muriendo por follar ese cuerpo duro. Ninguna mujer debería tener que lidiar con esto. Su expresión disminuyó ligeramente a partir de la resolución depredadora, y una sensual alegría oscureció sus ojos, bajó sus pestañas mientras doblaba su cabeza más cerca de ella. —Cariño, si no te has dado cuenta aún, normal no forma parte de mi genética. ¿Debería darte otro ejemplo de esto? —. Ella se protegió cuando sus manos salieron de sus bolsillos y descansaron cómodamente a sus costados. —El sexo no va a sacarte de esto—ella siseó. —No hay suficiente sexo para componer ataques deliberados a alguien que no te había atacado—. —Él te tocó. Te ocasionó dolor—. Saban se encogió de hombros, aunque cerró su expresión. —Esa es toda la razón que necesito—. Luego se alejó. Se alejó como si nada importara, como si sus decisiones fueron todo lo que importaba y todo lo que era importante. —No hagas eso—. Natalia podía sentirse temblar por dentro y por fuera. — ¿Hacer qué? ¿Renunciar a esta pequeña riña que estamos teniendo? —se volvió hacia ella, una suave y potente flexión de músculos cuando la enfrentó una vez más. —No vamos a estar de acuerdo con esto, Natalia. Si quiere creerlo o no, Mike Claxton significa daño, y no voy a permitir que eso suceda. No estás de acuerdo, y está bien. Eso no significa que no pondré un final a ello. Ahora, si no estás dispuesta a refrescar ese calor creciendo dentro de ti con un poco de sexo terapéutico, entonces podrías usar una merienda. ¿Tienes hambre?—.
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¿Estaba hambrienta?. Separó sus labios sorprendida. ¿No deseaba discutir? ¿No iba a pelear?. — ¿Desde cuándo? —. Ella lo siguió rápidamente. —¿Desde cuándo no quieres pelear? Eres macho ¿verdad? —. Él la encendió con una malvada sonrisa sobre su hombro. —Ahora deberías saberlo—. ¡Oh, Dios sí, lo sabía!. Conocía sus manos duras y callosas abrazándola, la sensación de su boca devorándola, su polla destruyéndola. Y ella conoció el frío, la furia helada en su cara cuando él agarró el cuello de Mike, asfixiándolo lentamente hasta la muerte. —No puedes atacar a las personas sólo porque te enfurecen, Saban. Especialmente hombres. Tengo que tratar con hombres a diario en el trabajo, no puedo permitir eso—. —Entonces mejor que ellos tengan el buen sentido de mantener sus manos fuera de ti—. Abrió la puerta de la heladera, se inclinó y miró dentro antes de sacar un botellón de leche. Natalia se paró y lo miró, la ira estremeciendo completamente su cuerpo. —Esto no funciona así, maldición—ella maldijo. Él puso una copa sobre la mesada, la llenó de leche, entonces, levantando el vaso, se volvió y la enfrentó. —Apuéstame—. Sus ojos brillaban divertidos cuando levantó el vaso y bebió. Un hombre bebiendo whisky era sexy. Un hombre con una botella de cerveza podría ser sexy. Pero un hombre bebiendo un vaso de leche no debería haber sido sexy. Lamentablemente, Saban podía hacerlo erótico, especialmente cuando bajó el vaso y lamió su labio inferior con sensual conciencia masculina. Natalia sentía su estómago apretado, sentía su coño furiosamente cremoso mientras recordaba el gozo en su rostro cuando la lamió así. —Estás siendo irracional—. Ella obligó a sus dedos a desarmar los puños que estaban formando, a estirar mientras se esforzaba por dar sentido a esa actitud. Había estado preparado para matar a Mike. Ahora la estaba mirando con juguetona diversión. —No atacas a nadie por algo tan loco como tocarme cuando no son conscientes de este estúpido calor de apareamiento—ella replicó, sintiéndose descentrada, insegura de su propia ira ahora. Era malditamente difícil para una
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mujer luchar con un hombre cuando la estaba mirando como si fuera un pedazo de caramelo que se estaba muriendo por probar. —Veremos—. Él cruzó los brazos sobre su pecho. — ¿Veremos? —empujó a través de sus dientes, aquella ira aumentando de nuevo, junto con la necesidad, el hambre. Odiaba esto. Era una locura. La locura de tenerlo, la calentura lograda, eso no era una buena combinación. —La próxima vez que ataques a alguien, yo misma te haré detener—le arrojó irreflexivamente. —No lo permitiré—. Entonces su expresión cambió. Depredadora, arrogante. Este era la Casta Jaguar, el animal aterrador y sensual que siempre sintió acechando bajo la superficie. — ¿No lo vas a permitir? —. Su voz retumbó con un gruñido, articulando mal las palabras con justo el suficiente poder primitivo que envió un escalofrío bajando a las carreras por su columna vertebral. —Yo no lo permitiré—. Ella sintió la sacudida que desgarró completamente su cuerpo cuando la diversión huyó de su mirada, y en su lugar se llenó de salvaje excitación. Se acercó a ella. Natalia no estaba retirándose. No esta en retrocediendo, y ella no iba a permitirle arrollarla en su acuerdo que podía atacar cuando y donde él escogiera. Si ella no ponía su pie ahora, si ahora no lo detenía, entonces no habría un final. Él creería que podría atropellarla en cualquier momento que deseara, de todos modos que deseara. Empieza cuando tienes la intención de seguir, su madre siempre le había advertido. Ella había intentado hacerlo con Mike, trató de mantenerse firme, y la había atropellado. Tenía miedo de ella, su amor por él lo había perdonado, y había gastado tres miserables años tratando de hacer funcionar su matrimonio que estaba condenado desde el principio. —Me retiré por ti—él rugió cuando se acercó. —Dejé ir al bastardo, porque tú dijiste 'por favor', porque el dolor en tu voz por ese pedazo de mierda era más que lo que podría soportar. ¿Viste la mirada en su rostro cuando se apoderó de tu brazo, cuando vio el dolor que te causó? —. Natalia sacudió la cabeza, negando la cuestión. —Oh, viste todo correctamente, boo—. Curvó su labio con ira. —Viste la satisfacción, la alegría en sus ojos, y yo lo olí. Yo lo olí, y me juré que lo mataría por ello—.
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—No puedes ir matando personas por algo así—. Ella dio un manotazo contra su pecho, trató de empujarlo. Luego levantó las manos, acariciando suavemente sus brazos, y un escalofrío corrió a través de su carne. —Todavía respira—gruñó Saban. —Apenas—contestó. — ¿Crees que es correcto lo que hiciste? —. —Creo que lo hace muy insatisfactorio—dijo suavemente, peligrosamente. — Matarlo habría sido preferible en ese momento, pero perderte por ello no habría merecido la pena. Esto no significa que le permitiré salirse con la suya. Él va a tener más cuidado en el futuro, y así, compañera, tú serás más cuidadosa. El siguiente hombre que llegue a ti enfurecido, sacará el diablo fuera de mí. Porque a más daño te cause, mayor será su probabilidad de reunirse con su eterno creador—. Cada palabra abreviada, áspera, hasta que terminó con un gruñido duro y furioso. Natalia abrió sus labios para acabarlo, también para argumentar, aunque las palabras revueltas en su cabeza se negaron a encontrar coherencia. Antes que pudiera hablar, bajó su cabeza, sus manos la trajeron a su cuerpo, y mordisqueó sus labios. No fue siquiera un beso. Los mordisqueó, luego los lamió, mirándola a través de sus ojos reducidos cuando su lengua saltó sobre la curva inferior de sus labios para saborearlo. Para saborear la esencia picante y tormentosa que permanecía allí desde que la hormona la infundió. Un pequeño gemido roto vino de su garganta. —Me gustas—. La lamió de nuevo. —Siénteme, Natalia. Dime, dime que sabes que no haría nada para lastimarte. Incluido matar ese miserable pequeño bastardo al menos que realmente peligre tu vida—. —Lo lastimarías—. Trató de agitar su cabeza, trató de luchar contra la necesidad que empezaba a arder en su sangre. —Oh, boo, seguro lo haría. Lo dañaría mal—. El Cajun se deslizó libre, perezoso, gutural, enriquecido con el hambre y las peligrosas intenciones. —Yo lo haría correr llorando a su mamá por haberse atrevido a dañar, por creer que podría tomar lo que es solo mío. Y tú sabes, cariño, eres solo mía—. Suya. Abrió sus labios y los de él los cubrieron, un pequeño gemido débil y quejumbroso abandonó sus labios cuando los saboreó plenamente. Mientras él chupaba su lengua dentro de su boca, luego le dio permiso para jugar. Lo
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lamió, lo atormentó hasta que su lengua alcanzó la de ella, hasta que ella la pudo succionar, barriéndola con su propia lengua, profundizando el gusto de él dentro de su boca. — ¡No! —. Natalia saltó cerca de él, ignorando el pequeño gruñido que sonó detrás de ella. —No me digas no, compañera—le replicó acaloradamente. —Huelo tu necesidad, y aún más, huelo el hecho que sabes que tengo razón. No correrás de esto o de mí—. —Correré cuando quiera o de todos los modos que quiera—. Ella empujó sus dedos a través de su cabello y salió reculando para la cocina. —Déjame sola, Saban. Sólo déjame sola, diablos—. Se dio vuelta y camino con pasos majestuosos. Tenía que ordenar el sentido de esto; tenía que encontrar una forma de balancear las cosas que estaba aprendiendo sobre él. Él no podía sólo atacar a las personas. Esta droga del calor de apareamiento era bastante mala. ¿Cómo podría cualquiera de ellos sobrevivir sin algún tipo de control? Sin uno de ellos pensando con sensatez, y lo que estaba realmente y malditamente claro que ese uno pensando con sensatez no iba a ser él. Todo lo que ella tenía que hacer era alejarse de él, sólo por un rato. Lejos de su vista, del recuerdo de su sabor, de su dolorosa necesidad por él. Ella golpeó la escalera casi en una carrera, consciente, muy consciente que estaba detrás de ella, moviéndose con perezosa velocidad, acortando distancia, la expresión en sus ojos tensa, hambrienta, ardiente. Su respiración se atascó en su garganta; un gemido rasgado salió de sus labios cuando ella sintió sus manos agarrar sus caderas en la mitad de los escalones, deteniéndola mientras sus manos se movieron con rapidez al frente de sus pantalones vaqueros y comenzó a abrir el broche y el cierre. — ¿Qué estás haciendo? —chilló, peleando para capturar sus muñecas, sus manos, para detener la rápida liberación de su ropa, incluso mientras él tironeaba el material sobre sus caderas. —Maldita seas Saban... —. Ella fue sobre sus rodillas cuando una gran mano presionó en su espalda, la empujó hacia adelante, y él vino sobre ella, dominante, enérgico, sus labios cubrieron la herida que había dejado en su hombro la noche anterior. Natalia se congeló cuando con esa sola caricia el placer corrió desnudo, explotó, la desgarró completamente. La zona estaba demasiado sensible,
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demasiado violentamente receptiva a sus labios, a las caricias de su lengua, que le robaban su aliento. —Esto no resuelve nada—ella jadeó cuando la cabeza de su polla presionó entre sus muslos, se deslizó a través de la capa de humedad allí, y encontró la entrada buscada. Él no movió sus labios, en vez, gruñó contra la herida cuando sus caderas presionaron hacia adelante, enterrando su erección dentro de ella mientras Natalia sentía los pinchazos de extático placer comenzar a atacar a cada una de las terminaciones nerviosas que él acariciaba. —Esto no lo cambia—ella suspiró, luchando contra el placer, luchando contra su incapacidad para rechazarlo. —No lo hace correcto—. Arqueó su espalda cuando un lloroso grito salió de sus labios y su polla presionó hasta la empuñadura en su interior, llenándola, sorprendiéndola. —Dime que eres mía—. Él mordisqueaba su herida, ella recostó su cabeza contra su hombro, una mano lo alcanzó, sujetándose sobre su cadera mientras él la abrazaba. —No te permitiré controlarme—. —Dime—él gruñó, lamió la marca de la mordida, la succionó con un hambriento gruñido. —No te permitiré hacer eso—. Su grito era débil, un miserable y patético intento de desafiar lo que sabía, incluso ahora, era la verdad. Una certeza que nunca nada más había existido en su vida. Flexionó sus caderas, causando con su polla un ataque fulminante dentro de ella, raspó contra su carne interoir, acariciándola con la cabeza hinchada y ardiente, incendiando la delicada carne con pequeños empujones. Rozó sus labios sobre la herida del cuello una vez más, luego sus dientes lo rastrillaron, enviando violentos estremecimientos bajando a las carreras por su espalda mientras sus sentidos se abrumaron y perdió su sentido común bajo la avalancha de placer. —Dime—. Maliciosa, con sabor a oscura sensualidad, áspera y primitiva, su voz robó completamente su mente, mientras su toque robaba su razón. —Tuya—. Su grito fue recompensado, su sumisión aceptada, y el animal se liberó dentro de él. Era quemante, placer-dolor, cada empuje era duro y fuerte cuando el control se perdió para ambos. Como si su admisión de su conquista fuera todo lo que él necesitaba para permitirse dar rienda suelta a su propio placer.
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Era más placer que el que ella podría soportar, era caliente y líquido, quemaba carne y hueso y llenaba su alma, donde no había sabido que tenía frío. Fría y solitaria y en la búsqueda de algo más, que la razón para entregarse a otro. No tenía una razón, pero eso no importaba. Ella lo sentía derretirse, lo sentía fluyendo a través de su cuerpo, derramando sobre sus células, rodeándolo y llevando su esencia dentro de ella. Y rompiendo su corazón. En el momento entre el agonizante placer y el clímax, Natalia lo aceptó. No era Saban contra lo que estaba luchando, era contra ella misma. Porque se estaba perdiendo en él, dándole partes de su alma que ni Mike había sabido que existían. Dándole partes de ella que no había creído que pudiera compartir. Y cuando el clímax explotó atravesándola, cuando zumbó a través de sus sentidos y estremeció completamente su cuerpo, supo que había perdido. Detrás de ella, Saban se sacudió, gruñó. La cabeza de su polla pulsaba, la lengüeta, esa ampliación del tamaño del pulgar, se levantó, empujando más allá debajo de la cabeza de su polla y acariciando zonas demasiado sensibles para tocar, ya cebadas, ya en llamas cuando su semen chorreó en su interior. La había marcado. Tomado. Poseído. Y, a diferencia de Mike, Natalia tuvo un sentimiento que verdaderamente Saban podría destruirla.
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Leigh, Lora CAPITULO 9
Días después, había un cierto recelo entre ellos que Natalia no podía descifrar cómo superar. En este momento no sabía si ella deseaba superarlo. El calor del apareamiento la había desequilibrado; sus emociones, su independencia, y nuevamente el temor que Mike le había inculcado a largo de la vigencia de su matrimonio controlaba toda pugna dentro de su cabeza y dentro de su corazón. Una parte de ella deseaba alargar la mano y tomar todo lo que Saban parecía estar ofreciéndole, a pesar de todo otra se refrenaba, miraba y esperaba. Nada podría ser tan fácil como esto. El calor del apareamiento, el sentido de unión total cuando su cuerpo se movía dentro de ella. La nueva temporada de clases estaba acercándose día a día. Los cursos se dictaban durante todo el año, pero en el plazo de seis semanas entre el final del semestre y el inicio de nuevos cursos se daba a estudiantes y profesores unas muy necesarias vacaciones antes que los cursos comenzaran. Y fue durante ese tiempo que el Gabinete de las Castas le dio a Natalia la oportunidad para acostumbrarse a la ciudad y para revisar los legajos que habían sido confeccionados sobre los estudiantes asignados a ella. El aula que le habían asignado era una de los mejores que había visto. Las computadoras eran modernas, la habitación era luminosa y aireada, los vidrios polarizados que ocupaban una pared miraban hacia el verde y bien cuidado jardín que rodeaba la escuela. Ella sabía que los vidrios de aquellas ventanas se hicieron especialmente para garantizar que una bala asesina no pudiera perforarlos. Al igual que sabía que la Junta de Educación había aprobado una serie de medidas de seguridad que tendrían lugar en las proximidades y alrededor de la escuela para garantizar la protección de los niños castas que asistieran a clases. Era la oportunidad de su vida. Siempre sería conocida como la primera maestra no casta con participación en la educación de los niños excepcionales que se rumoreaba habían nacido de la unión de castas y no castas. Eso había sido parte de la emoción de haber sido elegida para el puesto de trabajo, hasta que se encontró a Saban. Ante ese pensamiento, Natalia detuvo el ingreso de los horarios de clases que estaba confeccionando en su computadora personal. Sí, Saban había cambiado las cosas. Desde el día en que había llegado a su casa, supo que cambiaría las cosas dentro de ella, y por ello, reconoció, es que había luchado contra el aumento de la atracción entre ellos.
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Había luchado contra él, quiso morderlo, actuó como una arpía y una mocosa consentida, buscando formas de irritarlo más allá de las miradas perversas y provocativas que él le había dedicado. Una parte de ella quería nada más que correr hacia él, mientras que la otra parte se había mantenido firme ante cada mirada, cada palabra, cada segundo de atracción chisporroteando entre ellos. Hasta que se encontró aquí, mirando ciegamente el horario de clases a medio terminar y la sala acondicionada para la llegada de los estudiantes mientras Saban revisaba la sala de control de seguridad que los guardaespaldas de los niños castas utilizarían durante la clase. Ella miraba hacia la puerta abierta, consciente del murmullo de su voz, demasiado baja para distinguir lo que estaba diciendo, pero, sin embargo, reconfortante. Tan sólo reconfortante porque ella sabía que estaba allí, cerca, protector. Dios aquí estaba perdiendo completamente su perspectiva. La misma sensación protectora que la aterrorizó cuando estuvo defendiéndola de Mike ahora era reconfortante. Ella sacudió su cabeza ante el pensamiento, mientras mentalmente se daba patadas por no haber previsto lo que Mike haría. Había estado conforme con el divorcio y la amante que había tenido al lado en el último año de su matrimonio hasta que pensó que ella podría tener a alguien más en su vida. Luego todo terminó, excepto los gritos, las peleas, y las acusaciones. Ella estaba bien familiarizada con todo eso. En realidad, lo sorprendente había sido que estuviera alejado de ella desde el enfrentamiento en la casa. Ella había estado aterrorizada que tratara de entrar de nuevo, que volviera con su locura a donde Saban pudiera estrangularlo. Mientras arrastraba preocupada una mano por su pelo, su mirada todavía en la puerta, entró Saban. Alto y robusto, vestido con pantalones vaqueros, una camiseta y botas, una insignia negra de Policía de Casta prendida a un costado en su cinturón, su arma cómodamente colgaba en una funda de hombro. Parecía lo que era, un alucinante Casta dispuesto a luchar si la situación lo justificaba. Dispuesto a amar, si ella le diera media oportunidad. Él cruzó a las zancadas la habitación, sus poderosas piernas devorando la pequeña distancia, sus brillantes ojos verdes comiéndola viva a pesar de la severa de la línea de su boca.
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La expresión categórica y severa era una advertencia, y una que sabía no le iba a gustar. — ¿Qué ha pasado? —. Lentamente se levantó de su silla, todo tipo de pesadillas nocturnas destellaban a través de su cabeza. Partiendo del temor que Callan Lyons, orgulloso líder del Gabinete de Gobierno, hubiera cambiado su opinión acerca de permitir la asistencia de los niños a las clases públicas. Se trasladó al frente de su escritorio, su parpadeante mirada cerniéndose sobre su cara antes de apoyar sus manos sobre sus caderas y fruncir el ceño. El aspecto irritado y exasperado la sorprendió. —He sido informado que tu ex ha intentado ordenar a Callan Lyons que yo sea alejado de tu hogar basado en sus sospechas que has sido indebidamente influenciada por mí y por lo tanto, no estás en pleno uso de tus facultades mentales. Él amenazó con demandarme, al Gabinete de Gobierno, y a la Junta de Educación por conspirar con mi diabólico plan sobre tu cuerpo lujurioso y exigir que seas liberada de tu contrato, y acompañada de inmediato a su emplazamiento desde donde luego te llevará a tu casa y conseguirá atención médica—. Mientras él hablaba, Natalia sintió sus labios separarse ante el espanto. —Él no se atrevería—jadeó. —Oh, él se atrevió—Saban mordió las palabras. —Ahora, dime una vez más la razón por la que no debería matar al hijo de puta y eliminar nuestra aflicción—. Ella sólo deseaba que estuviera bromeando. — ¿Porque eso me enojaría? —. Ella aplanó sus manos sobre el escritorio y lo miró furiosa. — ¿Crees que deseo el derramamiento de sangre de alguien enfermo de celos? Por el amor de Dios Saban, ¿por qué diablos crees que me he divorciado de él? —. —Estoy deseando saber para comenzar qué te poseyó para casarte con él— bufó irritado antes recorrer la nuca con sus manos. —Está fuera de control, Natalia. Ahora te advierto, el Gabinete de Gobierno de las Castas está considerando la posibilidad de una medida para arrestarlo y erradicarlo de la zona. Si la ignora, será encarcelado—. —Saban—" —No Saban—él gruñó. — ¿Tienes alguna idea de la amenaza que él representa viniendo aquí para el frágil acuerdo entre el Gabinete de Gobierno y la Junta de Educación? ¿O de la amenaza que representa para ti, individualmente? Te he advertido, él no está sano, y esto sólo lo demuestra—. 71
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—Mike es un poco intenso a veces—. Ella gesticuló. —Él se cansará de esto y se alejará—. Tenía la esperanza. Él se inclinó hacia adelante. Esta vez fue él el que aplanó sus manos sobre el escritorio mientras acercaba su nariz a pulgadas de la de ella. —Te estás engañando a ti misma—. Tal vez. Sacudiendo su cabeza, Natalia se alejó del escritorio y se dirigió hacia las ventanas. Ella miraba los exuberantes terrenos, los árboles altos y fuertes que los bordeaban, y se preguntó qué haría si Mike lograba destruir esta oportunidad para todos ellos. —Debes permitirme hablar con él—". Ella se dirigió a Saban, sabiendo, incluso antes, lo que vería. Sus ojos se angostaron sobre ella, reflejando negación sobre las líneas salvajes y duras de su rostro. —No va a pasar—él le informó con un ronroneo amenazante. — ¿Recuerdas el último encuentro? ¿Se vio entonces como si te fuera a escuchar? —. No, él no lo había hecho. Exhaló pesadamente. —No es un mal hombre—finalmente dijo suave. —Sólo no fue un buen marido—. —Está loco. Deja de intentar defenderlo. Te alejará físicamente de aquí sin importar tus deseos, si le das media oportunidad. No tengo intención de darle esa oportunidad—. No, y ella tampoco. Pero Mike nunca había sido peligroso, en realidad no. Era desconfiado, paranoico y, a veces, un poco más excedido, pero ella no podía creer que dañaría a alguien. — ¿Cuando vas a dejar de defenderlo, Natalia? —. Él cruzó los brazos sobre su pecho y la miró ceñudo. —No lo estoy defendiendo—. Ella se encogió de hombros en contra de la acusación. —Simplemente no quiero que lo mates—. — ¿Y si prometo no matarlo? —dijo fríamente. — ¿Entonces qué? ¿Aceptarás que está jodidamente loco y al menos me permitirás la satisfacción de arrojarlo fuera del condado? —. Ella movió nerviosamente sus labios. Él podría ser una casta, pero en ese momento era un auténtico macho irritado y arrogante.
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—Debes permitirme hablar con él—ella dijo nuevamente, sacudiendo su cabeza. —Tienes que saber cómo razonar con él, eso es todo—. —Bueno, evidentemente, tampoco sabes cómo hacerlo, o no te habrías terminado divorciando, ¿ahora sabrías? —. —Sí, sabría—. Sostuvo su mirada, sin retroceder. —Con motivos o no, Mike no podía aceptar mi necesidad de ser yo misma, y yo no podía aceptar su necesidad de controlarme. Era así de simple, Saban. Dejando de lado todo lo demás, eso fue lo que destruyó nuestro matrimonio—. —Lo amaste—. Y él lo odiaba. Ella pudo verlo destellando en sus ojos, durante escasos segundos, el conocimiento que había sentido algo por otro hombre. Natalia asintió lentamente. —Cuando me casé con él, amaba la ilusión que me transmitió. Amaba el hombre que pensaba que era—. Las ventanas de su nariz quemaban, ella no estaba segura si era por ira o en un intento de oler la veracidad de su declaración. Bajó los brazos de su pecho mientras sacudió su cabeza, luego se volvió y pasó su mano a lo largo de la nuca como si borrara la tensión allí. —He tenido una vida antes que tu, Saban. Así como tú tuviste una antes que yo—le recordó. —Yo nunca amé hasta ti—. Se giró hacia ella, esa arrogancia endureciendo más fuerte sus facciones, brillando en sus ojos. —Pero no te culpo por las emociones que tuviste por él. Apesta, pero ahí está. Mi problema con esto es tu negativa a admitir cuan peligroso es—. —Un peligro para sí mismo—. Esa era la parte triste, y Natalia lo había aceptado antes de dar aquel último paso para divorciarse de él. —Él no es un peligro para mí, Saban. Si él me daña, no podría seguir siendo el mártir como se ve a sí mismo. El mundo está en contra de él—. Ella extendió sus manos impotentemente. —Así es como lo ve. Usa la fuerza o la violencia contra él, y eso sólo lo va a hacer empeorar—. Entonces ella se movió, no estaba segura de recordar por qué se acercó a él, caminando hacia sus brazos que se abrieron para ella. ¿Por qué necesitaba estar abrazada? Mike estaba fuera de su vida, al menos en gran parte. Ella no necesitaba consuelo, y ella estaba segura como el diablo que Saban no lo necesitaba. Tenía la suficiente arrogancia para una docena de hombres. Pero ella estaba doblada contra su pecho, sus manos frotaban su espalda, envolviéndola con su calidez.
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La excitación que se había mantenido todo el día como una suave palpitación dentro de ella no estaba fortaleciéndose, el día anterior el médico había hecho un ajuste hormonal que le permitió a ella y a Saban salir de la casa durante más de cinco minutos. De este modo, el hambre arrollador no estaba atacándola. Aunque ella sintió sus labios presionar la parte superior de su cabeza, no podía parar la sonrisa que tironeaba en sus labios. Durante dos días habían evitado el tema de Mike, como si fuera una granada entre ellos con peligro de explotar. —Algo habrá que hacer con él, Natalia—dijo suavemente, curvando una mano debajo de su mentón para levantar su cara para permitir a sus ojos encontrar los de ella. —Esto no va a continuar—. Ella asintió lentamente, tristemente. Sí, algo habría que hacer, y sabía que tendría que hacerlo. Ella no podía permitir que Mike fuera herido. Él no era un mal hombre, como ella le había dicho a Saban. Era sólo un hombre muy necesitado, un hombre que se negaba a aceptar que las cosas no pueden ir siempre por su camino. Sin embargo, una vez que aceptara que había perdido, renunciaría para lamerse las heridas, y torturar a otras pobres mujeres que no tuvieran el sentido para ver a través de la triste historia que él tejía. Hace mucho tiempo que ella había visto a través de ellas, y ahora, mientras estaba en los brazos de Saban, estaba dispuesta a admitir que no deseaba que las acusaciones de Mike y su paranoia dañaran lo que finalmente aceptaba existía entre ellos. —Aquí ella tenía la oportunidad para amar que había soñado, para la vida que deseaba. No podía dejar que Mike lo destruyera. No podía dejar que ella misma lo destruyera, porque estaba aprendiendo que Saban podría ser justo un hombre del que ella podría depender. Un hombre con quien ella podría ser libre.
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CAPITULO 10 Ella tenía ganas de hacer algo. Cuando el día se fue Saban podía ver los engranajes trabajando en su mente. Era fascinante, mirarla, sentirla dar vueltas en su mente al problema de su ex marido hasta que él quiso gruñir celosamente furioso ante la certeza que estaba pensando en él. No la quería pensando en otro hombre. Quería extirpar completamente de su memoria a Mike Claxton con su sonrisa falsa y su mirada codiciosa. El conocimiento que no podría rallar su mal genio. El conocimiento que ella estaba tratando de averiguar cómo hacer su trabajo y deshacerse del bastardo sólo empeoraba las cosas. Sin embargo, él observaba el proceso, y catalogaba cada cambio de expresión, cada cambio de su esencia emocional, mientras ella trabajaba en el aula, y más tarde cuando cenaron en uno de los mejores restaurantes de Buffalo Gap. El ajuste hormonal que Ely le había dado el día anterior, así como la cápsula ajustada que tomó esa mañana había disminuido el calor lo suficiente para permitir a Natalia pensar en vez de follar con instintivo abandono. Él habría preferido el abandono, tuvo que admitir, porque no había tratamiento hormonal para los hombres. Los efectos eran diferentes, el agonizante calor no era tan incómodo. O quizás no era tan evidente como el dolor. Saban había conocido el dolor. El dolor tan agonizante, tan brutal que la necesidad de follar, no importa cuán viciosa, fue más placer que agonía. Pero estaba al borde de una intensa irritación mientras verificaba afuera de la casa. Repasó los informes de seguridad y, luego se dirigió a los sensores secundarios para dispositivos electrónicos de escucha, explosivos, y una variedad de amenazas. Su polla estaba dura y amenazaba con romper la cremallera de sus pantalones vaqueros, pero si él iba a follar en paz, entonces en primer lugar tenía que estar malditamente seguro que la casa estaba a salvo. Regresó a la sala, instintivamente su mirada se trasladó a su compañera. Ella estaba doblada en la esquina del sofá, mirándolo, los ojos melaza oscuros y calientes, su cuerpo vibrando excitado. Ella era la perfección para él. No importaba que otro la hubiera tenido, que hubiera amado a otro, se dijo a sí mismo. Pero ¿ella todavía lo amaba? ¿Existían las emociones que habían tenido como consecuencia su matrimonio y que ahora obstaculizaban su capacidad de ver a su ex marido como era?.
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—De nuevo estás mirándome con esa mirada depredadora en tus ojos—ella anunció, su voz ronca, ribeteada de pasión. Dios, amaba el sonido de su voz cuando ella lo deseaba. Cuando la calentura estaba preparándose y su coño estaba cremoso. —Tal vez estoy considerando el postre—. Él se acercó a ella, apretando sus dientes ante las repentinas necesidades sacudiéndolo completamente. El calor fortalecido en ella envolvió sus sentidos, intoxicándolo, haciendo hervir su sangre. Había sido igual desde el momento en que había posado sus ojos en ella, mirándola desde lejos. Ella había sido una tarea cuando aterrizó en Nashville, donde trabajaba en una pequeña escuela pública como maestra. A las pocas horas se había convertido en lo más importante de su vida. En las próximas semanas, se había convertido en aún más. Se había convertido en su alma. Ese conocimiento hizo su necesidad más dura, más afilada. Lo hizo demasiado consciente que su posición en su vida era precaria, a pesar del calor de apareamiento. Por mucho que lo odiaba, y lo odiaba, una vez había habido otro hombre en su vida, y ese hombre estaba inmiscuyéndose en su territorio. Saban había sido creado y capacitado para hacer frente a estas irritaciones con el máximo vigor. Había sido reclutado por un hombre viejo llamado Broussard para conocer la compasión y comprender algo mucho más grande que la muerte. Mientras estaba parado allí, mirando a su compañera, se preguntaba cual ganaría. La formación o la educación, porque en este momento quería nada más que derramar sangre y proteger a su compañera. Porque algo dentro de él, esa parte original y primitiva, le advirtió que su compañera necesitaba protección contra Mike Claxton. —No pareces un hombre considerando el postre—. Ella se desenrolló en el sofá, un movimiento sensual y sinuoso que tuvo ambas ventanas de su nariz ardiendo para eliminar de su cabeza el aroma de ella y mantener el control. El aroma comprobó el control, pero por el momento él resistió. —Soy un hombre considerando muchas cosas—. En primer lugar, estaba estudiando la mejor manera de manipular su muy inteligente y poco amigable compañera. Su risa suave era conocedora, sensual. El aroma de ella era como el amanecer, igual que la primavera y la inocencia, y como una mujer ocupando su lugar lenta y confiadamente en la vida de su pareja. Le gustaba ese aroma. Le gustaba todas las sensaciones y los matices al mirarla reclamar lo era solamente de ella. 76
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Quizás Claxton no sería uno de esos problemas. Eso no quería decir que algún día la dejara enfrentar al hombre, pero tal vez él podría no derramar sangre. Y tal vez él no tuviera que preocuparse por conseguir su corazón. Ella estaba viniendo a él, el aroma de ella estaba mezclado con el suyo, su aroma estaba mezclado con el de ella. Ella deslizó los dedos debajo de su cinturón. Saban bajó la cabeza. Su mirada drásticamente reducida a los agraciados dedos, enroscados, mientras estaban metidos entre sus vaqueros y la camisa. El calor de sus dedos marcaba con hierro candente su carne a través de la camisa y encendía sus bolas, tironeándolas fuerte. Era una novedad para ellos. La primera vez que ella había venido a él. Él levantó su cabeza hacia ella, vio el destello de vulnerabilidad en sus ojos, y mantuvo un firme dominio sobre el hambre que lo desgarraba completamente. —Soy tuyo—le dijo. —Haz como quieras, compañera—. —Compañera—susurró la palabra casi cuestionando. —Mucho más que una esposa—. Todavía mantenía sus brazos a sus costados en lugar de tocarla como quería. —La parte más importante de quién soy—. Suavizó su expresión, aunque su mirada brillaba con nerviosismo y con una punzada de incertidumbre. Sin embargo, eso no detuvo su necesidad, y no detuvo ese pequeño paso en la toma de conciencia de su poder sobre él. Y tenía una gran cantidad de poder sobre él. Haría más que matar por ella, moriría por ella. Pero aún más, lucharía al límite de su entrenamiento para vivir para ella. —Te deseo—ella lo dijo simplemente, y con eso robó cualquier parte restante de él que pudiera tenerlo separado de ella. Literalmente la respiración se estancó en su garganta mientras ella trabajaba en la hebilla de su cinturón. Con movimientos lentos y seguros, sus delgados dedos soltaron la correa, luego deslizaron el botón metálico por el ojal para bajar el cierre a lo largo de la gran cresta de carne palpitando debajo. Él gruñó involuntariamente, los músculos de su abdomen se flexionaron violentamente cuando sus dedos se apoderaron del dobladillo de su camisa y la levantaron hacia su torso.
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Saban levantó sus brazos, se inclinó lo suficiente para permitirle liberarlo de la camisa, y luego casi rugió su placer cuando ella agachó su cabeza y sus pequeños dientes afilados rastrillaron su pecho. —Misericordia, mi amor—gruñó, obligando a sus manos simplemente a pasar rozando a lo largo de su espalda. Estaba completamente vestida. La quería desnuda, y la quería desnuda ahora. Él se apoderó del dobladillo de su camisa y la retiró cuando quería desgarrarla. Retuvo un hambriento gruñido cuando sintió su carne satinada, y luego un rugido cuando sus labios calientes se trasladaron de su pecho a su abdomen, y después a la tensa longitud de su polla. Él la miraba asombrado cuando ella se arrodilló. Sus pechos pálidos y muy hinchados estaban enmarcados en encaje negro, hermosos como el diablo. Nada podría ser tan bonito como esos brillantes labios rosa pálido rodeando y devorando completamente la cabeza de su polla. Maldición. Nada podría ser tan bueno. Deslizó sus dedos en su pelo. Las cálidas hebras se enredaron alrededor de ellos como seda viviente. Ella chupó profundo la cabeza de su polla dentro de su boca. Sintió sus sensaciones explotar. Saban sentía caer su cabeza sobre sus hombros, luego se obligó a mirarla constantemente. Sintió los ruidosos gruñidos que venían de su pecho, y rugió su nombre. Él rugió su necesidad de ella, y luchó por el control. Él rezó por el control, porque quería esto hasta el final. Quería este contacto, el modo en que sus ojos ardían por él, la visión de su carne íntimamente agarrada en su boca quemó su memoria. Un gemido destrozado se arrancó de su pecho cuando su lengua se arremolinó alrededor de la cabeza, acariciando con perversas lamidas la hinchada cresta. Y allí, justo debajo de la cresta, su pequeña lengua curiosa investigaba en la carne que recubría la lengüeta. La extensión no estaba erecta, pero palpitaba debajo de la carne, dolorida por la necesidad de liberación. —No aguantaré mucho más—le gruñó cuando ella chupó la cabeza dentro de su boca y susurró un gemido sobre la abultada cresta. —Natalia, cariño—. Apretó sus muslos contra la necesidad de venirse, sus bolas provocando agonía. Con una última y lenta lamida, se retiró lentamente. —Quiero tomarte—. 78
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Saban miraba hacia abajo, aturdido, el sudor formándose en su frente, mientras ella se paraba, sus dedos delgados acariciando sobre su erección. —Quiero tomarte aquí mismo—. Se sacó sus zapatos, mientras destrababa sus vaqueros. — ¿Aquí? —-. Él tragaba apretadamente, viendo como se balanceaba dentro de la ajustada tela como una fantasía real, desenvolviendo lento una pulgada por vez. —Aquí—. Su sonrisa era puro sexo, pura necesidad. — ¿Tienes un problema con aquí? —. Ella pateó su jeans antes de extenderse hacia atrás y desabrochar su corpiño. Las tazas cayeron desde la carne firme y dulce de sus pechos, y de repente el control fue la última cosa en su mente. Los dulces y suculentos pezones coronaban los ruborizados montículos, y él estuvo perdido. —Aquí funciona—. Diablos, no le importaba donde estaba, mientras estuviera dentro de ella, abrazándola, abrazándolo, uno parte del otro. Saban se sentó en el sofá, contemplaba maravillado y encantado como ella montó a horcajadas sus muslos y vino a él. Sus manos aprisionaron sus caderas mientras se recostaba en el sofá. Ella fluía sobre él como miel caliente. Su carne suave, saturada y manchada encerró la cabeza de su polla, luego tomó el eje de su erección por lentas y agonizantes pulgadas. Diminutos y llorosos gritos abandonaban sus labios. Clavó sus uñas afiladas en sus hombros, y sus ojos oscuros eran casi negros bajo su placer. —No duraré mucho. Te lo compensaré—. Él estaba luchando por respirar. Podía sentir el sudor goteando en su carne, sentir el desenfreno invadiéndolos. —Puedes hacerlo toda la noche—. Ella se inclinó hacia su pecho, levantó sus caderas, arrastró la apretada y ceñida carne de su coño sobre su polla, y él se perdió. ¿Quién se preocupaba por el control? Este placer, el contacto de ella, el gusto de ella, la sensación de ella era todo lo que importaba. Agarrando sus caderas, Saban giró y comenzó a moverse en su interior con duras y desesperadas estocadas. Ahora nada importaba excepto follarla. Follarla tan duro y profundo, con tal placer que ella nunca olvidara lo que significaba pertenecerle. 79
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Natalia estaba salvaje encima de él, encontrándolo estocada por estocada. Clavando en su espalda pequeñas uñas afiladas mientras sus dientes mordisqueaban su hombro. Los minúsculos pinchazos de dolor no eran nada, más placer que cualquier otra cosa, pero suficiente para arrancar la última lonja de control que él había mantenido refrenada. Se apoderó duramente de sus caderas, clavando su polla dentro de ella con furiosas estocadas cuando sintió su orgasmo desgarrar completamente su cuerpo. Él apoyó su boca sobre la marca que le había hecho, sus dientes la rasparon mientras se apoderó de su carne y dejó ir su propia liberación. La lengüeta debajo de la cabeza de su polla se engrosó, se endureció, el placer-dolor de ello extrajo un gruñido de su garganta mientras el éxtasis se vertía a través de él. Dulce cielo, el placer de ello. La sensación de su coño contra la carne tan sensible que la agonía fue demasiado para él. La sintió pulsar, palpitar, derramar aún más de la hormona dentro de ella mientras él derramaba su semilla en su interior. La lengüeta bloqueó su polla en el lugar, acarició la carne oculta, y los envió a ambos precipitándose en una brillante y ardiente esfera de puro placer. Más tarde él resolvería el resto de ello, se prometió a sí mismo cuando apoyó su espalda contra los cojines del sofá y la trajo encima. Él juró que la conservaría, sin importar el costo mientras derramaba su liberación dentro de ella y los tardíos golpes de éxtasis los desgarraron completamente. No valía la pena perder la confianza que ella estaba encontrando en él por estar malditamente celoso. Y no valía la pena perder la fidelidad que podía sentir creciendo entre ellos, una fidelidad nacida de la emoción y, rezaba, del amor. No quería atraparla con el sexo. Quería sujetarla a él con amor. Nada más.
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Leigh, Lora CAPITULO 11
Natalia había tratado desesperadamente no pensar en Saban o en las emociones retorciéndose en su interior cuando él estaba involucrado. Ella había utilizado la frustración y los agravios, había tratado de ocultarlas, y había tratado de negarlas. Había querido negar los sentimientos por él, porque de lo contrario habría tenido que enfrentar el hecho que en cuestión de semanas, en menos de dos meses, había dejado a un hombre robar una parte de su corazón que incluso su ex marido no había poseído. Y aquí ella se había hecho una promesa, nunca dejaría a otro hombre conmoverla de nuevo. A la mañana siguiente ella casi rió con el pensamiento, cuando sirvió el café y comenzó a preparar el desayuno. Saban se sentó en la pequeña mesa de la cocina, vestido con su uniforme de Policía de las Castas. Su arma estaba amarrada a su lado en una funda de hombro, un puñal enfundado en su muslo izquierdo. Ella sabía que tenía más armas escondidas en él. Armas que ella no podía ver, armas que él sabía utilizar con mortal eficacia. Ella no estaba segura por qué eso le trajo tranquilidad en lugar de afectarla. Ella debería haberse asustado de Saban desde el día que había descubierto que él viviría con ella en su casa, siguiéndola, protegiéndola. Mientras terminaba el tocino, los huevos y las tostadas, se dio cuenta que hasta la fecha esa era una de las razones que había resistido. ¿Esa era la razón por la que ella no lo había querido aquí?. ¿Por qué ella no había querido que fuera una parte de su vida?. Porque ella había sabido que él se convertiría en una parte de su corazón. Y lo era. Justo ahí en la sala músculos color bronce cubiertos por el uniforme negro tipo militar con la insignia Jaguar en el hombro. Casi se sacudió la cabeza, mientras sirvió dos tazas de café y se movió para poner la de èl sobre la mesa. Apartarse de él, no ayudaría, simplemente no podría ayudar excepto dejar a sus dedos pasar rozando sobre la seda negra y espesa de su cabello. —Oye—. Agarró su mano, dio una sacudida a su cabeza, conectando bajo perezosa conciencia su mirada con la de ella. —No tienes que intentar escabullirte y tócame— Puso su palma contra su mejilla, colocó un beso dentro de ella, luego volvió a trabajar en el pequeño bloc electrónico que había adjuntado a la Palm con enlace a Internet que llevaba.
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Natalia enroscó sus dedos a través de su cabello, una sonrisa temblaba en sus labios cuando él se inclinó hacia la caricia, a pesar de que su frente estaba arrugada por la concentración. No se preocupó por estar siendo tocado. Y no creyó que una suave caricia también significara correr directo a la cama. Mike no había querido ser tocado al menos que estuviera listo para el sexo. Ella dejó remolonear sus dedos un momento más luego se trasladó al hornillo y al desayuno. Extraño, cuán fácil Saban se había deslizado en su corazón. Ella no lo quería, le había dado una buena batalla, pero él estaba allí. Se paró en el hornillo, sintió el golpe fuerte en su corazón, y se percató que ella lo amaba. Le robó su aliento, cuando ella supo que no debería hacerlo. La sacudió hasta el centro, aún cuando se dio cuenta que debería haber sabido todo por lo que estaba sucediendo. Ella se había enamorado de un hombre un centenar de veces más dominante que lo que su ex marido había sido, y él había logrado deslizarse mucho más profundo dentro de su alma que lo que Mike nunca podría. Ella miraba ciegamente el tocino y sintió la ira que comenzó a generarse en su interior. No era un enojo dirigido hacia sí misma o hacia Saban. Sino hacia Mike. Había venido a Buffalo Gap a destruir no sólo su independencia, sino lo que ella había encontrado con Saban. Él había abandonado su mujer joven, bonita y poco inteligente, su trabajo, y la casa que le había robado para asegurarse que ella perdiera cualquier cosa que pudiera haber encontrado en esta pequeña comunidad. Además, se dio cuenta que lo haría. Él no la lastimaría físicamente, pero destruiría el respeto y la buena reputación que está construyendo aquí. Haría que fuera imposible para ella enseñar a los niños castas ya que él mismo la haría aparecer como una amenaza para ella y para ellos. Y sabía lo que estaba haciendo. Y ella sabía que iba a tener que detenerlo antes que destruyera esta oportunidad a la felicidad que tenía. —Tengo que comprobar un par de cosas en el camión—. Saban se levantó de su silla cuando ella se giró hacia él. —Vuelvo enseguida—. Él salió rápidamente a las zancadas de la sala mientras ella realizó una respiración lenta y difícil. Cuando oyó cerrarse la puerta del frente, dio un tirón al teléfono de la pared y marcó a los puñetazos el número del celular de Mike.
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Ella iba a encargarse de esto entre ella y Mike. No toleraría sangre en las manos de Saban a causa de la estupidez de su ex-marido, y no le iba a dar la oportunidad de, por poco, destruir su carrera nuevamente. —Natalia, gracias a Dios has llamado—. Respondió a la primera llamada. —Estás bien?—. La pseudo preocupación en su voz fue casi demasiado. —Vete a casa, Mike—ella mordió las palabras. —Yo me divorcié por una razón. Para que te vayas de mi vida. No me hagas conseguir otra orden de restricción para ti. ¿Sabes cuán malo se va a ver si realmente tienes que conseguir otro trabajo? —. —No eras tan dura, Natalia—. Había una gran cantidad de tristeza en su voz. Dios, ¿nunca vio lo qué estaba haciendo a sí mismo?. —Tú no eras tan estúpido—ella siseó. —Dejé Tennessee para alejarme de ti. Estoy feliz aquí, Mike. Más feliz que lo que nunca estuve en nuestro matrimonio. Vuelve a tu mujer joven, bonita y poco inteligente y diablos déjame sola—. El silencio llenó la línea por largos momentos. —Sólo quiero verte primero—dijo finalmente, su voz suave, lamentable. — ¿Es eso mucho pedir? —. —Sí, lo es—. De algún modo era demasiado pedir, porque no podía culpar a Saban por estar involucrado, y no había una oportunidad en el infierno que fuera a estar de acuerdo con esto. —Cinco minutos, Natalia. En cualquier lugar. No me importa. Dame cinco minutos para decir adiós—. — ¿Y te irás? —. —Lo juro, voy a irme—. —Cinco minutos—ella replicó. —Más tarde, alrededor de las cuatro estaré en el centro comercial. Me encontraré contigo en la entrada externa a Sally J’s—. Sally J’s era una de las tiendas de ropa de mujeres exclusivamente en el gran centro comercial justo en las afueras de la ciudad. —Tendrás cinco minutos. Te llamaré justo antes de salir—. — ¿Tu peludo amigo estará contigo? —preguntó amargamente. —Estará alrededor—finalmente suspiró. —Pero hablaré contigo a solas. Estate allí a las cuatro, Mike. Y recuerda, cinco minutos. Eso es todo—. 83
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—Cinco minutos. Eso es todo lo que necesito, Nat—. Ella colgó el teléfono y volvió a la cocina cuando la puerta del frente se abrió una vez más, y segundos más tarde Saban entró caminando a las zancadas a la cocina. Cuando Saban se sentó en la mesa de la cocina y tomó un buen sorbo de café descafeinado que él había deslizado en la lata días atrás, realizó una respiración lenta. A veces su sentido del olfato era una maldición en lugar de una bendición. A veces, tal como en los momentos anteriores, cuando había olido la emoción saliendo a borbotones de Natalia. Rica y saturada de excitación, tempestuosa necesidad, y por encima de todo, el profundo y embriagador perfume del amor. El amor tiene un perfume, aunque varía de persona a persona y de pareja a pareja. No era fácil de detectar y a menudo, ni siquiera aparente, excepto en momentos personales de alta tensión. ¿En qué estaba pensando? se preguntó. Qué había originado que aquel aroma de emoción en su interior se abriera y saliera libre y luego lo pusiera a prueba. Lo pusiera a prueba por su propia voluntad, como si comprobara su capacidad para hacerlo o la paciencia de él para permitirlo. Dios los ayude a ambos, él yacería a sus pies hasta que el infierno se congele por sentir de nuevo lo que había sentido cuando ella lo había tocado tan tímidamente. La sensación, como una corriente eléctrica, que había recorrido su cuero cabelludo y chisporroteado en sus entrañas. Apenas había refrenado un temblor debilitante, y se maldijo por ello. Por un segundo, como hace mucho tiempo, había estado igual que un cachorro lastimoso. Mirando a los científicos desde su cárcel de metal, con hambre de algo que iba más allá de la necesidad de comida. Y ahora sabía lo que era aquel hambre, no sólo un toque, salvo uno lleno de emoción. Aquel toque había situado sobre fuego sus terminaciones nerviosas, y ahora, mucho tiempo después, lo tenía nervioso, desequilibrado, y repleto con sus propios sentimientos. —Me gustaría aplazar el viaje al centro comercial que tienes previsto para el día de hoy—él le dijo, manteniendo el tono de su voz, mientras ella colocaba el plato de comida delante de él. —Primero me gustaría tomar medidas, todavía hay algunos problemas de seguridad—. Su control no resistió al informe que Jonas había enviado a través del enlace de Internet, no fueron noticias felices. —No puedo aplazarlo—. 84
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La cabeza de Saban se rompió. Su voz era cuidadosamente suave, no conflictiva, pero él percibió el nerviosismo. El mismo nerviosismo que percibió cada maldita vez que ella no estuvo de acuerdo con él. ¿Pensaba que él la iba a golpear por estar en desacuerdo con él? Ese hijo de puta, Claxton, por desgracia tenía que responder por muchas cosas, Saban ya había llegado a la conclusión que tendría que permitir a Jonas y a su equipo tomar medidas para conseguir que el bastardo saliera de la ciudad, en lugar de hacerlo él mismo. A Natalia podrían no gustarle sus métodos. Mientras la miraba, notó que ella no se reunió con sus ojos. Se sentó, sazonó su comida con sal y pimienta, sorbió su café, y no dijo nada más. Sin embargo, él podía ver el pulso latiendo en su garganta a un ritmo desigual, y podía oler su miedo. —Muy bien—. Él bajó su mirada a su propio desayuno y se lanzó a comer con ganas. —Sólo para estar seguro contactaré a Jonas y asignaré unos pocos hombres adicionales en los alrededores del centro comercial. Anoche un policía vio en la ciudad un presunto soldado del Consejo. Durante años, el Consejo ha estado tratando de captar a las compañeras de las castas, por lo que debemos ser cuidadosos—. — ¿Por qué? —. Entonces ella levantó la cabeza, un parpadeo sospechoso en su mirada. ¿Ella creyó que él le mentiría? Saban quería gruñir, quería tirar algo, quería golpear a su ex marido hasta que fuera nada más que pulpa sangrienta. — ¿Por qué están tratando de capturar nuestras compañeras? O ¿por qué tenemos que tener cuidado? —. Frunció sus labios cuando la paciencia burlona ocupó su expresión. —¿Qué piensas? —. Saban sonrió, asegurándose de agregar a la mirada justo la suficiente perversa sensualidad. —Muchas cosas, pero me concentraré en tu pregunta. Quieren a nuestras compañeras para experimentar sobre el fenómeno, que por cierto, vieron tan temprano como la creación de la primera Casta hace más de un siglo. Desafortunadamente para ellos, aquel primer Leo se escapó en su vigésimo séptimo año de su creación. La hormona de apareamiento y la condición genética parecida a un virus que genera es de interés para ellos—. — ¿Qué tipo de interés? —- Ella estaba comiendo, pero su atención estaba capturada, podía verlo.
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Natalia era una pequeña cosa curiosa, y que esa curiosidad casi fue un problema. Hasta ahora. Él terminó su desayuno, alejó su plato, y la miró fríamente. —Esto crea una condición que disminuye el envejecimiento de la casta y de su compañera. En diez años, Merinus y Callan tal vez han envejecido un año. Hay rumores del primer Leo, quien debería estar cerca de los ciento treinta años, todavía está vivo y en su mejor momento. Y eso, mi amada, es razón por la cual los científicos del Consejo harían cualquier cosa por capturar nuestros compañeras".
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Leigh, Lora CAPITULO 12
Era difícil de tomar. Horas más tarde, cuando Natalia entró en el enorme centro comercial de dos pisos justo en las afueras de los límites de la ciudad, se sintió como si hubiera sido estúpidamente golpeada con la información. Saban había respondido a todas sus preguntas, incluso había ofrecido llevarla al Santuario para permitirle discutir algunos de los efectos más avanzados del calor del apareamiento. Nada peligroso, le había asegurado. No había ningún peligro de vida siendo una compañera. ¿Por qué?, diablos no, sólo una extensión de vida avanzada y sólo Dios sabía que problemas en el futuro. Por no mencionar defectos mentales, en su opinión, los científicos del Consejo y los soldados babeando por una oportunidad para cortar en rebanadas un organismo verificado como una compañera, Casta o humana. En raras ocasiones, la sorprendía la destrucción que los hombres podrían hacerse uno al otro. El horror y la crueldad no existían en el mundo animal. Era la supervivencia del más fuerte, y en algunos aspectos, eso era cómo las Castas aceptaban vivir ahora. Supervivencia del más apto. ¿La naturaleza lo ve de ese modo tan bien? ¿Era esa la razón del calor de apareamiento? ¿La razón de la extensión de vida avanzada una vez acoplados? Ella sabía que la mujer, Casta y aquellas que estaban casadas o acopladas a Castas felinas, concebían rápidamente sin los tratamientos hormonales que el Dr. Morrey había elaborado. Pero después de la primera concepción, el calor además hacía mucho más difícil concebir. Y Saban le había dicho que las Castas Lobo habían tenido aún momentos más difíciles hasta hace poco tiempo, cuando sus médicos habían detectado otras hormonas, hasta ahora desconocidas, en una de sus compañeras. Todo el proceso de apareamiento era confuso como el infierno, pero, según Saban, una constante en él era la emoción que todos los compañeros compartían. Hasta la fecha, en más de once años desde el anuncio de sus existencias, un apareamiento siempre había dado como resultado el amor. Y la mirada que le dio mientras le contaba esa información la había llenado de calor, de emoción y de la pregunta no dicha que todavía ella no estaba lista para responder. Sí, ella lo amaba, y saberlo la aterrorizaba. A medida que se acercaba a Sally J’s, subrepticiamente Natalia chequeaba el reloj en su muñeca y miraba alrededor a la multitud mezclarse de almacén a almacén. Ella tenía diez minutos para reunirse con Mike en el otro lado de la tienda. Los baños estaban en el otro lado, con dos entradas y salidas entre ellos. Ella estaba esperanzada que pudiera entrar de un lado y pasar rápidamente a la
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salida en el otro lado, al lado de la puerta que conducía al estacionamiento al aire libre. Cinco minutos. Eso era todo lo que ella le iba a dar a Mike, y tenía la intención de hacer que hablara. Suficiente era suficiente. Ellos estaban divorciados, se habían divorciado por una razón, y ella no iba a convertir en un incidente internacional la nueva vida que quería para sí misma. Que era en lo que se convertiría si él se convertía en el primer no Casta registrado en morir de rabia celosa. Ella confiaba en Saban, lo hacía con su propia vida. Pero de Mike, ella no estaba tan segura. —Voy al baño de mujeres—. Ella se detuvo en la entrada. —Estaré fuera unos pocos minutos—. Tuvo que obligarse a apisonar el nerviosismo, para detener el miedo, que la estaba aterrorizando, era casi malditamente imposible. Pero después de una estrecha mirada de ojos, Saban asintió lentamente antes de apoyarse contra la pared con toda la resignada paciencia de cualquier hombre molesto. Ella casi sonrió. Caminó hacia el baño de mujeres, recogió sus pasos, caminó rápidamente pasando los puestos y luego salió por la salida en el lado opuesto de la sala. Eran sólo unos pocos pasos derecho a dos juegos de puertas dobles para salir al exterior y a la acera que rodeaba el centro comercial. Mike estaba esperándola al otro lado de la pequeña calzada, los brazos cruzados sobre su pecho, su expresión ocasionándole un apretón en el pecho con un chorro de conocido pánico. Él estaba enojado. Mike no era siempre racional cuando estaba enojado. No le importaba si causaba un espectáculo público de sí mismo o de ella, y rara vez escuchaba razones. Ella casi se volvió y caminó de vuelta al centro comercial. En vez, ella miró su reloj, luego de vuelta a Mike, una declaración silenciosa que allí no iba. Por lo menos cerca de las puertas, tenía una práctica vía de escape si uno de esos soldados del Consejo estaba escondido alrededor del centro comercial. Ella miró a su alrededor sólo para estar segura y no vio ningún sospechoso. El estacionamiento estaba ocupado, el tráfico bastante espeso. Vio a Mike maldecir antes de cruzar la calle, sus hombros tirados hacia atrás, su expresión belicosa.
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— ¿No podríamos hacer esto en la sombra? —él se mofó. —Siempre tienes que ser difícil, ¿no, Natalia? Importante Momento: Maestra de Casta tiene que convocar todos los disparos—. —Puedo volver adentro, y podemos olvidar esto—ella replicó. —Saban está esperando justo en la parte de adentro de las puertas, Mike. Haz esto rápido—. —Quiero que vengas a casa. Maldición, no tienes asuntos aquí. Eres es mi esposa—. Una sonrisa fuerte y asombrada abandonó su garganta. —Renuncia, Mike. Los dos sabemos que eso no tiene nada que ver con que me quieras de vuelta y todo con perder el control sobre mí. Yo no soy tu esposa. No seré nunca tu esposa de nuevo, y si no consigues que esto atraviese tu grueso cráneo, entonces vas a terminar muerto—. — ¿Atacado por ese animal rabioso tuyo, Nat? —. El asco llenaba su voz. — ¿Cómo puedes dejar que esa cosa te toque? —. Natalia quería rodar sus ojos, pero sabía que sólo armaba esta pequeña lucha para pasar más tiempo. —Mike, acordé reunirme contigo así ves que eso no está sucediéndome—. Ella trató de mantener su tono suave, gentil. A veces funcionaba. —Nuestro matrimonio estaba acabado en el primer año, yo sólo no quise admitirlo. Ahora, déjalo ir, y vuelve a Tennessee. No haga esto más difícil de lo que tiene que ser—. Aplanó sus labios, su cara ardía de ira. — ¿No ves lo que las Castas te han hecho, Natalia? —. Él empujó sus dedos a través de su cabello mientras la furia destellaba en sus ojos. —Te han hecho algo. Ellos te drogaron—. Él se acercó a ella, apretando violentamente sus dientes cuando ella retrocedió de un salto. —Mira, ni siquiera puedes ser tocada por nadie, salvo ese bastardo follándote—. —Detén esto, Mike. No sabes de lo que estás hablando, y no es un debate que vayamos a tener. Tienes que irte. No te quería antes de venir aquí, y no te quiero ahora—. Los orificios de su nariz quemaban, una señal reveladora. Sólo en su mayor furia Natalia había visto eso. Aquellas fueron las veces que había envuelto su mano alrededor de su cuello y golpeado la pared al lado de su cabeza. Cuando había hecho pedazos los muebles y pasado horas acusándola de retorcerse con cada hombre que ambos conocían.
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—Eres mi esposa—. Él avanzó un paso, y en sus ojos Natalia vio algo que nunca había visto antes. Una furia tan violenta que Mike nunca conservaría su control. Realmente ¿había sido su modo de obrar a lo largo de los años? ¿Cómo no lo había visto, no sospechó que él tomaría revancha como en este momento en que supo que ya no era una parte de su vida? Olvidó el divorcio, la mujer joven, bonita y poco inteligente, él aún la tenía controlada. Ella no había salido, no había buscado amigos, porque conocía a Mike, y ella sabía que él no lo habría tolerado. Y hasta ahora ni siquiera lo había sospechado. Ahora ella retrocedió recela hacia las puertas, deseando no haberse separado de Saban, que sólo tuviera que luchar con él, al menos la dejaba intentarlo. Ella habría estado segura. O seguramente en su cama gritando de placer mientras abogaba por su parte. Cualquier cosa habría sido preferible a esto. —Ellos te drogaron, Natalia. Los médicos que me hablaron después que te fuiste me dijeron todo. Esa droga que fabrican sus organismos. Te hace adicta, dependiente—. ¡Oh, Dios!. ¡Oh, Dios!. Ella miró frenéticamente a su alrededor, sabiendo lo que estaba pasando, ciertamente Mike se la había puesto difícil. Se volvió para empujar las puertas de entrada al centro comercial, para correr, para escapar hacia donde estaba Saban. — ¡Maldita perra!, de nuevo no vas a huir con él—. Natalia casi gritó cuando su mano trabó su brazo, tirándola de regreso mientras ella peleaba por agarrar la manija de la puerta, para alejarse de él. El dolor, aunque no tan grave en un primer momento, entumeció su mente cuando la arrastraba por el suelo. Sintió su brazo trabado alrededor de su cintura, su pecho contra su espalda mientras ella arañaba su carne, guturales gemidos salían de sus labios cuando trató de gritar por Saban. Oyó gritos, pero no podían ser los suyos. Una neblina de dolor cubrió sus ojos, llenó su cerebro, y con ella llegó el terror. Mike estaba maldiciendo, furioso. Ella pudo oír el chirrido de neumáticos y supo, ¡oh Dios!, supo que estaban llevándola. Alejándola de Saban y de los sueños que ella no había sabido que tenía. —¡Bastardo! —. La furia enriquecida por el terror y mezclada con adrenalina, atravesó completamente su mente.
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Curvó sus manos, clavó sus uñas en la cara de Mike mientras trataba de enredar sus pies con sus piernas, desequilibrándolo. Golpearon contra la calle mientras las bocinas resonaban y una sirena comenzó a llamar la atención a través del aire. Mientras ella rodaba sobre su estómago, sintió manos que agarraban sus tobillos, tirándolos, intentando arrastrarla mientras ella pateaba, gritaba, trataba de rodar, luchando por liberarse. Había demasiadas voces. Demasiadas manos tocandola, y un segundo después se congeló con un terror tan denso, tan horrible que casi se detuvo su corazón. Un rugido de rabia felina partió completamente el caos de sonido mientras oyó las rápidas y musicales ráfagas y las balas rasgando a su alrededor. Una última patada, y ella estuvo libre de las esposas en sus pies. Arrastrándose sobre sus rodillas, levantó la cabeza, luchando por ver. Había gente por todas partes. Uniformes negros rodeándola. Alguien estaba gritaba desde atrás de la barrera de policías, y ella juró que sonaba como los gritos de Mike. —¡Saban! ¡Oh Dios, Saban! —. —¡Diablos permanece donde estás!—. El rugido directo para ella la tuvo retorciéndose, buscándolo, su mente aún aturdida , el dolor del contacto con Mike todavía desgarrando completamente sus sentidos. Pero él estaba allí. Lo vio a través de la borrosidad de las lágrimas y del dolor, luego lo sintió, un brazo rodeándola, empujándola hacia el centro comercial cuando repentinamente los disparos detrás de ellos cesaron. Sus ojos estaban ardiendo en los de ella, llenos de ira, su expresión retorcida por ello. —Si deseabas este jodido mala gente, me hubiera liberado fácilmente de ti—le gruñó. —Ahora mantén tu maldito culo aquí, y veré si puedo salvar al hijo de puta para ti—. Se dio vuelta, la dejó al lado de dos policías castas femenina quienes se apiñaron en un pequeño espacio. —Vigílenla y manténganla aquí aunque signifique esposarla a la maldita puerta—. El shock la congeló, separó sus labios en un grito, y la dejó mirando su retaguardia mientras la abandonaba sentada allí entre la calle de entrada y la entrada del centro comercial. Ella rodeó su cintura con sus brazos, mientras luchaba contra el dolor y la necesidad de su toque, apoyó su cabeza contra sus rodillas y dejó caer las lágrimas.
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Supo lo que había hecho. Sin querer, ciertamente que sin desearlo, había traicionado a su compañero.
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Leigh, Lora CAPITULO 13
Saban miraba el desorden que los cuatro soldados del Consejo hicieron mientras sangraban sobre el asfalto en la calle fuera de la furgoneta negra en la que habían tratado de llevarse a Natalia. El científico aún estaba vivo, un poco herido, pero estaba respirando, y la EMTs parecía segura que se mantendría con vida. Si no fuera por la información que necesitaban de él, Saban habría terminado el trabajo y habría puesto una bala en su cabeza. Mike Claxton estaba sentado en el suelo, su cabeza en sus manos, un vendaje envuelto alrededor de un brazo y otro aprisionando su tobillo. El bastardo había tenido maldita suerte. El hecho que había conseguido hacer caer a Natalia le había salvado la vida, dejándolo fuera de la línea de fuego cuando él, Jonas, y los otros Castas invadieron el estacionamiento saliendo del centro comercial. Saban apuntaló sus manos sobre sus caderas, miró al hombre y deseó aullar de rabia. Podía oler la debilidad, tanto física como mental, que se derramaba de Mike Claxton. Él no era un compañero apropiado para Natalia; diablos, ni siquiera había conseguido ser un marido apropiado para ella, y sin embargo ella se había quedado con él. No pudo hallar algo en él para excusarla, para encontrar una forma de entenderlo. Simplemente, cayó en el hecho que Claxton había significado más para ella que su propia vida, que la vida que tenía con Saban. Y eso rompió su corazón. Sacudiendo su cabeza, se acercó al hombre, luego se encorvó delante de él, sus codos descansando sobre las rodillas, mientras miraba la cabeza doblada de Claxton. Mike levantó la cabeza. Ojos azules miserables y húmedos se encontraron con los de Saban. —Creaste esto—. Lo sabían. Él había organizado atraparla con el científico y los soldados. Claxton sorbió las lágrimas. —Ellos tienen una cura para ella. Lo que le hiciste, la hizo abandonarme, divorciarse de mí. Ella me ama, Casta. No a ti—. El dolor era como una herida abierta dentro del alma de Saban. —Yo no la conocí hasta el día en que llegaste a la casa para encontrarme allí—le dijo a Claxton, esforzándose por paciencia. —Hasta ese día, Natalia nunca había respirado el aire por donde yo había pasado. ¿Cómo podría haber perjudicado o dañado tu matrimonio? —. 93
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Claxton sacudió la cabeza. —Ellos te vieron—. — ¿Tenían fotos? ¿Vídeos? —. El otro hombre continuó sacudiendo su cabeza. —El Consejo registra todo, Claxton. Cada investigación, cada movimiento que hacen, de una manera u otra, se registra. Si no tenían pruebas, entonces no sucedió—. —La drogaste—le dijo, levantando su voz mientras miraba furioso a Saban. —Se divorció de mí— —La engañaste con su maestra suplente—Saban dijo cruelmente. — Rompiste la confianza de ella. La traicionaste. Te negaste a permitirle tomar sus propias decisiones, a ser ella misma, porque estabas demasiado asustado que ella conociera la verdad. Y cuando lo hizo, la culpaste—. Saban había hecho hacer la investigación. Unos días antes, su hermana, Chimera, había enviado la información a través del enlace Internet, cuidadosamente organizada, brutalmente concisa. —Ella me habría perdonado—. Claxton tragó apretadamente, pero su comportamiento cambió ligeramente, perdió la agresividad y se volvió patético más que furioso. —Finalmente, ella me habría perdonado—. Saban sacudió la cabeza. — ¿Tú la perdonarías? —. El otro hombre retuvo sus lágrimas y miró hacia abajo, sacudiendo la cabeza. —Casi moriste hoy aquí, Claxton—. En vez, Saban miraba a los soldados del Consejo que han perdido la vida. —Pero, lo qué le habría sucedido a Natalia está más allá de tus peores pesadillas. La habrían cortado, estudiado, diseccionado ... mientras ella viviera. El horror que ella hubiera sufrido habría sido una agonía mayor de la que te podrías imaginar—. Sacudió la cabeza desesperadamente. —Ellos tienen una cura. Le hiciste algo. Ella ni siquiera puede soportar mi toque—. —No hay nada malo con ella—gruñó Saban, destellando sus caninos. —Ella era mi mujer, mi amante. ¿Por qué ella desearía el toque de alguien que la había traicionado? ¿Alguien qué había follado con su asistente en su propia cama? ¿Por qué ella desearía tu toque? —. Claxton se encogía con cada pregunta, encorvaba sus hombros contra la verdad que Saban arrojaba a sus pies. 94
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—Hoy no sólo violaste la ley en tu intento de ayudar en su secuestro, sino que rompiste la ley de las Castas, Claxton—. Le dio un segundo para hundirse, y cuando el rostro de Mike palideció, dijo. —El intento de secuestrar a la mujer de una Casta se castiga con la muerte. Tu juicio sería en un tribunal de Castas, no en un tribunal de tus pares. Ni siquiera tienes que estar ahí—. Él se inclinó hacia adelante. —La justicia sería horrible. La muerte por el dolor más insoportable que pudiéramos concebir. El Consejo nos enseñó la forma de causar dolor, mi amigo. Dolor como ni siquiera puedes imaginar—. Ahora, el rostro de Claxton estaba blanco. —Quería salvarla—. —Querías joderla—Saban gruñó. —Ahora, aquí es lo que vas a hacer. Irás a tu hotel, empacarás, y te irás antes de caer la noche. Si en algún momento eres encontrado en Buffalo Gap o si intentas contactar con Natalia sin su permiso, entonces la ley de las Castas caerá sobre ti—. La sorpresa se reflejó en el rostro de Claxton. — ¿Vas a dejar que me vaya?—. —Nunca he matado por una mujer, Claxton—. Saban dejó asomar un gruñido en su voz para afectarlo. —Pero por Natalia, desgarraría tus entrañas desde tu ombligo y te estrangularía con ellas. ¿Me entiendes? —. Claxton asintió lentamente. Saban sostuvo su mirada, mirándolo fijo, dejándole ver el salvajismo y la necesidad de sangre elevándose dentro de él. — ¿Por qué dejas que me vaya? —Claxton preguntó tímidamente, casi esperanzado. —Amontonaste suficiente culpa sobre su cabeza durante tu matrimonio—. Saban se levantó y lo miró fríamente. —Yo no la dejará culparse por tu muerte—. La esperanza abandonó sus ojos. Claxton asintió de nuevo, luego se arrastró a sus pies y miró a los soldados muertos que ahora estaban embolsando, a la furgoneta inutilizada que habría alejado a Natalia. —Estaba tratando de ayudarla—finalmente dijo ásperamente. —Pensé... pensé que estaba en peligro—. —Mientras yo viva estará segura—Saban mordisqueó las palabras. — ¿Podemos decir lo mismo de ti? —. Saban miró la sangrienta escena de nuevo y luego retornó a Mike.
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Mike no dijo otra palabra. Cojeando atravesó la calle hacia su coche y se arrastró lentamente dentro de él. La sangrienta batalla, el conocimiento que su muerte había estado demasiado cerca, y que Saban haría más que matarlo, hizo lo que nada más podría hacer. En este momento, en estado de shock, Claxton había asumido la verdad de lo que había sucedido. Él casi había destruido a Natalia en lugar de salvarla, y si antes lo había sabido o no, en este momento, supo que era su última oportunidad de vivir. —No fuimos entrenados para tener misericordia, Hermano—. Saban se volvió para encontrar ojos idénticos a los suyos en un rostro tan delicado, tan dulce que a veces no podía creer que ella fuera una de las más capacitadas y despiadadas policías de castas de la apreciada Oficina de Asuntos de Castas. Los largos cabellos negros estaban trenzados en una gruesa trenza que caía hasta la mitad de la espalda, mientras su esbelto cuerpo irradiaba confianza y fuerza. —No fuimos entrenados para tenerla, sin embargo, la tenemos—. Se encogió de hombros descuidadamente. —Mantendré un ojo sobre él durante un tiempo. Aseguraré que llegue a su casa a salvo. Odiaríamos que tenga un accidente entre aquí y allá—. Su sonrisa era fría, dura, sus ojos igual que astillas de hielo verde. —Le di su vida, tomarla es tu propio riesgo, Chimera—le advirtió. —Vas a malograrla—ella afirmó. Saban se encogió de hombros de nuevo. No, él no iba a malograrla, la iba a dejar ir. Ella conservaría el puesto de trabajo, eso no tenía nada que ver con él. Si se quedaba, se iba, permitía a Claxton volver a su vida era su elección. —Dile a Jonas que tiene que acompañar a Natalia a su casa y asignarle un nuevo guardaespaldas—le dijo a su hermana mientras luchaba contra el dolor construyéndose en su pecho. —Seguiré al científico que capturamos y veré que sea transportado al Santuario—. Tenía que obligar a las palabras a salir de sus labios. — ¿Y si envía un hombre con ella? —preguntó Chimera. Saban sólo sacudió la cabeza y se alejó de ella, sabiendo que haría exactamente lo que le pidió. Ella nunca le había fallado, ni una vez, ni antes de
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su fuga, ni después. ¿Y si, como ella preguntaba, Jonas enviaba otro hombre para cuidar a su compañera?. Dios, tanto dolor no debería ser posible sin una herida abierta. ¿Cómo podía su corazón aún latir en su pecho cuando sentía como si fuera arrancado de su cuerpo?. Amor. Dios, había esperado para esto, soñaba con ello, desde el momento en que se enteró que las Castas se acoplaban, que serían uno y solo uno, había esperado y había tenido esperanza. ¿Y esto era por lo que había esperado? Una mujer que, aunque pudiera preocuparse por él, amaba a otro. Tuvo que obligarse a no mirar hacia atrás al centro comercial, a las puertas donde la dejó. Tuvo que obligarse a ir a la furgoneta donde el científico estaba confinado, retenido y esperando ser transportado. Saban se paró en la puerta trasera abierta y sonrió. Una lenta y fría sonrisa que mostró sus caninos y que tenía poco parecido con un ser civilizado. Ahora no se sentía tan civilizado. —Bien ahora, Dr. Amburg—. Saludó al envejecido científico con un gruñido. —Que bueno verlo aquí hoy. ¿Confío en que esté bien? —. Beldon Amburg. Había torturado, asesinado, experimentado, y destruido más vidas que las que Saban podía contar. Su expediente era extenso, la prueba de las atrocidades cometidas en el laboratorio que él dirigió estaban archivadas en cajas en lugar de archivos. —Has olvidado quienes son tus amos, animal—Amburg se burló. —Un día, te inclinarás de nuevo ante nosotros, y nosotros no sabremos de misericordia—. —Oh, ¿usted sabía antes de misericordia? —Saban agrandó sus ojos sorprendido. —Bueno ahora, tendrás lo justo dime cosas sobre el combate de hoy—anunció con sarcasmo mientras entraba en la furgoneta y envolvía sus dedos brutalmente alrededor del delgado cuello del científico conocido como sangriento Amburg. —Por aquí, doctor. Tenemos una bonita y pequeña celda justo esperándolo—. El científico jadeó por aire, pero opuso poca lucha. Saban lo arrastró desde la acribillada furgoneta a la furgoneta de seguridad que se detuvo junto a él. Se abrió la puerta trasera, revelando dos castas, las armas listas. Las esposas amarradas en el piso de la furgoneta fueron levantadas por una tercera casta. Y una, que Saban sabía, nunca dejaría escapar vivo a Amburg si tenía la oportunidad. Mercury tenía más razón que la mayoría para ver morir a este científico en particular. 97
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—Mercury, ve adelante—. Saban empujó dentro su cautivo y tomó él mismo los extremos de las esposas. Lanzándolas sobre ellos, sintió el Casta detrás de él moverse a un lado. —Lo dejaré vivir—. La voz era un gruñido demoníaco, ocasionando que Amburg se derrumbara en el asiento de metal atornillado a la pared detrás de él. —Voy a asegurarme—Saban sacudió la cabeza. —Ve adelante. Viajaré aquí con Lawe y Rule—. Se sentó en otro banco de metal enfrente de Amburg. Mercury gruñó, pero se movió, lo que permitió que las otras dos castas entraran antes de asegurar las puertas. —Tenemos dos escoltas delanteras y traseras al Santuario—Lawe anunció. —Parece que hay un informe que podría haber más soldados del Consejo en las cercanías. Jonas está esperando problemas—. Saban mantuvo sus ojos en Amburg. —Si ellos atacan, mete una bala en su cabeza. Por él no vale la pena morir—. Amburg tragó herméticamente, el terror destellaba en sus fríos ojos celestes. El terror era una cosa buena, Saban pensó, porque ahora mismo, estaba lo suficientemente enfurecido para matar por el simple infierno de ello. Su compañera estaba en el centro comercial, sola, sin él, sin el ex-marido por quien había arriesgado su vida para salvarlo. Y él estaba aquí, cuidando un maldito médico del Consejo. Diablos, hoy era una mamada. Mientras Lawe se movió a cerrar las puertas de la furgoneta, Saban miraba, su mirada desplazándose instintivamente a donde había abandonado a Natalia. Allí, entre las entradas al centro comercial estaba parada, una mano presionaba la puerta de vidrio, sus mejillas húmedas de lágrimas. Sus ojos eran oscuros, demasiado oscuros en su cara pálida, angustiados, llenos de dolor. Con pena. Mientras miraba, movió sus labios, susurró su nombre, y él sintió su alma hacerse añicos. Lawe cerró de un portazo las puertas y las trabó, pero nada podía borrar la visión de su dolor de su alma. ¿Cómo diablos podría vivir sin ella?
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Leigh, Lora CAPITULO 14
Saban se sentó fuera de la pequeña casa de ladrillo, en las afueras de Buffalo Gap. La luz del dormitorio de Natalia estaba prendida. Había dejado las cortinas sólo un poco abiertas, y él la había advertido acerca de eso. La advirtió al punto que había comenzado a cerrarlas él mismo por las noches, sólo para verificar que estaban seguras. Bueno, quizá no sólo para verificar que estaban seguras. Su habitación era como una colmena de olores. Por todas partes que daba vuelta había otra burla sutil de una esencia que fabricaba Natalia. Su perfume, el olor de su jabón y de su champú mezclados, el olor de la pasión en sus sábanas, de la frustración en sus almohadas. El olor de la femenina lucha contra la fuerza del macho dominante. Su inconsciente y cautelosa batalla para contener sus propias necesidades, sus hambres, a pesar que el aroma de aquellas necesidades y hambres llegaban a él. Diablos. Él se frotaba frustrado la mano sobre su rostro. ¿Cómo pudo haber estado tan equivocado? Caramba, Natalia no era una mujer voluble. Lo voluble tenía un olor, como tenían un olor el engaño, la deshonestidad y la depravación. No había nada voluble en lo que él olía de su compañera. Terca. Eh, ella tenía grandes cantidades de obstinación. Desconfianza, había una buena dosis de eso tan bien. Pero su carácter era fuerte, puro. Él inclinó su cabeza hacia atrás contra el asiento con un gruñido áspero. Recordó claramente su rabia cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Había arriesgado su vida, arriesgado la vida que podrían tener juntos, y su propia alma con el horror que hubiera enfrentado si Amburg hubiera logrado capturarla. Todo para salvar el pellejo sin valor de un ex-marido. Pero no había también casi destrozado el vehículo que Callan le había dado esa primer semana para evitar a un perro cojo en el centro de la ruta que no podía moverse lo suficientemente rápido? Entonces, dulce misericordia, ¿qué había hecho esa mujer? Había bajado del auto y se acercó a él, a pesar de sus aterrados gruñidos y de sus ojos aturdidos. Entonces también se había arriesgado. Y él. Todavía llevaba la marca en su pierna de los dientes donde lo había mordido aquel sarnoso perro callejero. Todo porque los ojos marrones melaza se habían llenado de lágrimas, y el corazón blando de su compañero había decidido que el bastardo merecía vivir. Podría haber tenido rabia, sin embargo, allí había estado, arriesgando su cuello por un animal herido y enfurecido así ella no arriesgaría el suyo.
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¿Podría Mike ser no más que un extraviado que ella temiera se hiciera la eutanasia?. O estaba tratando de excusarse a sí mismo y a la mujer que se adueñó de su alma?. Inhaló con cautela, miró la hora digital desplegada sobre el tablero de su camión, y gesticuló. Era casi las tres de la mañana. Natalia estaba todavía despierta, había visto pasar su sombra por la abertura en las cortinas. Él sabía que los ejecutores, Shiloh Gage y Mercury Warrant, estaban todavía despiertos. Siloh y Mercury eran dos de las Castas más opuestas nunca nacidas. No dudaba que se encontraban en diferentes habitaciones, esperando en esquinas opuestas, como un gato a un ratón, por los incautos. No era de extrañar que Natalia estuviera yendo y viniendo por el piso. Cuando esos dos estaban de guardia, la conversación era una provisión muy escasa. Maldición. Se había sentado aquí en la oscuridad sintiendo maldita pena de sí mismo el tiempo suficiente. Él no iba a tener las respuestas que necesitaba hasta que la enfrentara, hasta que le preguntara por qué se arriesgó por su ex marido. Y él tendría sus respuestas. Era lo suficientemente hombre para aceptar que había amado antes, pero habría estado condenado si era lo suficientemente hombre para aceptar las emociones que aún podría continuar por otro hombre. Empujando la puerta del camión la abrió, salió del vehículo, cerró y lo trabó con un chasquido del botón de seguridad de su llave antes de ir a la casa. Abrió la puerta del frente antes de pisar el porche, y Shiloh caminó a las zancadas hacia el exterior, cerrando tranquilamente la puerta detrás de ella antes de inclinarse contra el marco. Vestida de negro, su cabello largo y oscuro tirado atrás apartado de su rostro, sus ojos dorados oscuros brillando en la luz de la luna, ella parecía exactamente lo que era: una poderosa depredadora, una fuerza a tener en cuenta. Era considerada la mocosa del Santuario, un poco estropeada, definitivamente una pizca arrogante, pero tenía un corazón noble. Y por su expresión, había logrado tener un poco de simpatía por Natalia. —Shiloh—. Él pisó el porche. —Broussard—. Ella sonrió, pero no fue agradable.
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Shiloh no era conocida por su temperamento, pero era conocida por su habilidad para lastimar a un hombre. De formas que él estaba seguro que aún el Consejo no habría aprobado. Se paró y la miró fijo. — ¿Vas a dejarme entrar en esa casa, Shi? —. Ella miró hacia fuera a la noche antes de volver su mirada hacia él. —Ella ha llorado la mayor parte de la noche—. Había una insinuación de un siseo en su voz. — ¿Desde cuándo está bien hacer miserable a tu compañera, Saban? Este maldito lugar apesta con su pena—. —Voy a cuidar de ella—le aseguró a la ejecutora. —Tienes tus propias cosas para cuidar. Te agradezco por venir aquí y cuidar de ella por mí—. Ella olfateó ante el agradecimiento, pero se movió hacia la puerta abriéndola antes y dirigiéndose a las escaleras. Mercury salió de la oscuridad, asintió tranquilamente a Saban antes de seguir a la otra ejecutora y desaparecer en la noche. Saban entró a las zancadas a la casa, trabó la puerta, y verificó el sistema de seguridad antes de dirigirse a las escaleras. Extrañamente, no era pena a lo que apestaba la casa, era rabia. Caliente, brillante, y definitivamente femenina. Se trasladó hacia las escaleras, se deslizó en el pasillo, y se acercó a su puerta cerrada. Atrás de esa puerta se encontraba el éxtasis. La cama que había compartido con su compañera, el aroma de su pasión, el conocimiento, completo y abrumador, que esa mujer le pertenecía a él, no importa la prueba en contrario. Esa locura que pensaba que podía salvar el mundo y a aquellos desgraciados hombres marcados para problemas a causa de su propia estupidez iba a tener que parar totalmente. Él apretó sus dientes cuando el olor de la cólera aumentó allí, disparando adrenalina a las hormonas, golpeando en su cabeza con una necesidad primitiva de mostrarle, de forzar su dominio sobre ella. Para garantizar que esto nunca ocurriera de nuevo. Nunca, jamás, ella tomaría el lugar de otro en su contra. Si sintiera necesidad de derramar sangre, entonces él la derramaría. No la necesitaba parada entre él y el peligro, o entre él y su propia conciencia.
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Ella no tenía ni idea de la sangre que ya había derramado en su lucha para sobrevivir. Interponiéndose entre él y un débil-de-rodillas, pequeño hijo de puta paranoico no iba a marcar una diferencia, y ella tenía que aprender eso rápido. Se apoderó de la manija de la puerta, la abrió de un empujón, y con un rápido agrandamiento de sus ojos se agachó para evitar un objeto pesado que estaba navegando por el aire hacia su cabeza. — ¡Maldita seas, Natalia! —. Él se agachó de nuevo y rápidamente eludió otro proyectil. Alguna clase de criatura de cerámica blanca adivinó mientras se estrellaba contra el marco de la puerta mientras se cerraba de golpe. —Es suficiente—. — ¡Te mostraré lo suficiente! —. El reloj de la cabecera de la cama voló a su cabeza y golpeó contra su hombro con un golpe resonante. El dolor fue mínimo, pero no iba a darle la oportunidad de perfeccionar su objetivo. Él saltó por ella. Fue rápida, pero no lo suficientemente rápida. Enganchó su brazo alrededor de su cintura, la lanzó a la cama y descendiendo sobre ella con rapidez. Él montó a horcajadas sus muslos, se apoderó de sus muñecas con una mano, y la sostuvo segura a la cama. La túnica corta que llevaba se había movido por sus muslos, el cierre frontal se resbaló abierto, revelando pequeños pezones hinchados y duros, pechos ruborizados. Los insolentes montículos alardearon mientras ella luchaba contra él y tuvo a su polla pujando contra su cremallera, desesperada por estar libre. El aroma de rabia y deseo llenaba la sala. El ardor de ellos ruborizaba sus mejillas y oscurecía sus ojos. Y el olor del dolor. Estaba cuidadosamente oculto debajo de la rabia, pero él podía olerla lastimada, sentirlo en el aire alrededor de ellos. —Tú sucio bastardo, suéltame—le gritó. — ¡Suéltame, y sal de mi casa. Vuelve al infierno de donde vienes. No te quiero aquí! —. Había lágrimas brillando en sus ojos, el brillo húmedo hacía sus ojos más luminosos, más oscuros, más dulces que nunca. Inclinado hacia ella, dejó salir de su pecho un gruñido bajo, de advertencia. El sonido áspero y primitivo sólo la tuvo estrechando sus ojos, intensificando el rubor en su rostro. —Esa cosa gruñidora no funciona en mí—ella mordió las palabras. —Te fuiste. Me dejaste con Castas que ni siquiera me hablan. Pero lo que es peor, tonto, ¡Me dejaste herida! —. 102
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Tenía la sensación que ella no estaba hablando de la excitación o del calor del apareamiento. — ¿Y cómo, compañera, te dejé herida? —gruñó. — ¿Por no confiar en ti? ¿Por engañar y poner mi vida deliberadamente en peligro? ¡Eligiendo deliberadamente a otro por sobre mi compañera! ¿Hice eso? —. —Lo que hiciste fue mucho peor—ella resopló, su voz áspera. —Me abandonaste, Saban. Me abandonaste cuando juraste que nunca me dejarías—. Una sola lágrima acarició su mejilla. —Me mentiste—. Sí, la había abandonado. Él limpió la lágrima de su mejilla con el pulgar, sintiendo la culpa que cabalgaba en su interior. —Regresé—. No iba a estar influenciado por los ojos llenos de lágrimas. —A las tres de la mañana—ella se mofó. Saban casi sonrió. Se escuchaba como una esposa, y el conocimiento le produjo un sentimiento de excitación más que de ira. Ella podría imponer una tarjeta de horarios sobre él siempre que quisiera. — ¿Por qué fuiste con él? —formuló la pregunta, odiándose por ello, odiando la rabia que lo llenaba a causa de ello. —Casi te pierdo, Natalia. Si algo te hubiera sucedido, habría perdido mi alma. ¿Por qué? ¿Por qué corriste ese riesgo de mierda? ¿Es él tan importante para ti? —. —Tú eres tan importante para mí—. Ella se sacudió, alzando su cabeza hasta que ellos estuvieron casi nariz a nariz, las llamas parpadeaban en sus ojos oscuros. —Yo quería que él se fuera. Quería dejarlo, y no quise que tuvieras que matarlo para conseguirlo—. Saban sacudió confundido su cabeza. Nunca descifraría la manera en que la mente de esta mujer trabajaba. — ¿Qué te hizo pensar que podrías hacerlo irse? Incluso si los soldados del Consejo no hubieran estado involucrados, Natalia. ¿Qué en nombre de Dios te hizo pensar que te escucharía? —. Ella exhaló y lo miró furiosa. —Dime—. Él gruñó. Su mirada se volvió cortante, furiosa. —Porque él me conoce, Saban. Yo lo arrojé fuera de nuestra casa, yo me divorcié a pesar de sus súplicas. Una vez que él supiera, más allá de cualquier sombra de duda, que no tenía una
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oportunidad, se habría ido. Él me habría odiado, y eso era correcto, pero se habría ido—. — ¿Y qué podrías haberle dicho para convencerlo de ello cuánto me temías? —. Él gruñó. —Por el amor de Dios, Natalia, no hay nada que pudieras haberle dicho—. —Yo podría haberle dicho que ¡Te amo! —exclamó, silenciándolo sorprendido. —Yo podría haberle dicho que si él no se iba, entonces no me pararía entre él y tus puños nuevamente. Maldito seas. Yo podría haberle hecho ver las razones—. — ¿Por qué lo querrías? —. Él sacudió la cabeza. Ella había dicho que lo amaba, y ella lo quiso decir. Podía verlo en sus ojos, en su cara, ahora podía oler el dulce y caliente aroma del amor. Ella lo amaba. —Porque no puedo soportar ver a los animales o a los tontos sangrando y muriendo. Geez, Saban, darte rienda suelta con él sería como dejar libre a un cocodrilo en una casa de pollos. Aniquilación total—. —Estabas protegiéndolo—él gruñó. Ella rodó sus ojos. Justo ahí, mirándolo directamente, rodó sus ojos como si él fuera un idiota. No debería haberle encantado, pero lo llenó de orgullo. —No, idiota, yo te estaba protegiendo a ti defendiéndote contra un cargo de asesinato—ella se quebró. —Si no te has dado cuenta, no eres exactamente racional, cuando él esta involucrado—. —Porque estaba asociado con científicos del Consejo—gritó con impaciencia, ardiendo sobre ella. —Por el amor de Dios, Natalia—. —Bueno, yo no sabía que era estúpido—murmuró. —Intenso, sí; paranoico, seguro; eso es Mike Claxton, pero no solía ser increíblemente estúpido—. Sacudió la cabeza, lleno de asombro. —Es verdad—. No podía creerlo. —Tú esperas que yo sea racional, cuando él fue claramente violento contigo—. —Él nunca me pegó—. —No, él solo te entregaría a los monstruos—. Su voz estaba levantándose. — Confía en mí, hubieras preferido que intentara golpearte—. —Ese no es el punto—. — ¿No es el punto? —. Él iba a tirar de sus propios cabellos.
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—El punto es—suavizó su voz—Te amo, Saban. Habría hecho cualquier cosa, dicho cualquier cosa para sacarlo de nuestras vidas. Pensé que Mike era más inteligente de lo que era. Me equivoqué. Me equivoqué, y que nunca volverá a suceder—. Levantó su voz mientras sus ojos se llenaban nuevamente de lágrimas. —Pero eso no cambia el hecho que me abandonaste, que incluso no podías mirarme o averiguar por ti mismo por qué sentí que tenía que hacerlo. Nada va a cambiar eso—. —Eso, compañera, es donde estás equivocada—.
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CAPITULO 15 Natalia siempre recordaría la imagen de Saban saltando en la furgoneta con aquel pequeño y desagradable científico, negándose a mirarla, negándose a darle la oportunidad de explicar. No le importó que ella se hubiera dado cuenta que había cometido un error incluso antes que Mike hubiera intentado secuestrarla. Lo que importaba fue su negativa a siquiera preguntarle por qué. Ella le habría preguntado por qué. Ella habría exigido saber por qué. Agitando su cabeza, luchó contra él, sacudió sus muñecas mientras él la sostenía fácilmente, mirándola con aquellos ojos brillantes, acelerando los latidos del corazón con la mirada en ellos. Posesivo, dominante, todo lo que ella pensaba que detestaría y ahora estaba buscando los síntomas. Se tranquilizó debajo de él, mirándolo por debajo de sus pestañas, aumentando la rabia por el momento. Bien, él era la Casta grande, mala y fuerte, pero ella no se había alzado contra su hermano para nada. Al instante dejó de luchar, se aflojó el amarre de sus muñecas, sólo lo mínimo, pero suficiente para que ella alzara el torso y llevara sus labios a los suyos. Donde ella lo mordisqueó. Un mordisco pequeño y fuerte a ese delicioso labio superior antes que ella estuviera de nuevo, contorneándose, retorciéndose debajo de él. —Tú pequeña gamberra—. Su voz se llenó de asombro cuando una pequeña gota de sangre se formó en su labio. —Ese no fue un mordisco de amor—. — ¿Cómo lo sabes? —ella jadeó. —Quizá no eres el único al que le gusta morder—. Ella consiguió liberar una muñeca, y antes que pudiera agarrarla de nuevo, trabó sus dedos en el músculo de su pecho, directamente alrededor de su pezón, y retorció. Él se tiró atrás murmurando una palabrota, liberando sus muñecas, dándole el espacio que necesitaba para alejarse de él. —No necesito un hombre que no confía en mi amor—le gritó furiosamente mientras se liberaba. —Necesitas un hombre para azotar tu pequeño y delicioso trasero por ser tan malditamente terca—él gruñó, frotando su pecho mientras la miraba casi maravillado.
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—¿O un hombre que no esté tan malditamente lleno de orgullo que él ni siquiera puede esperar por una explicación razonable? —. Ella consiguió rodar a un lado de la cama y saltar fuera de su alcance. Sin embargo, tuvo la sensación que él la dejó. —En primer lugar, la explicación tendría que ser razonable—él gruñó. —No lo fue—. —Así que darme nalgadas—ella replicó, su voz burlona. —Por lo menos yo no huyo del problema—. Estaba de pie a un lado de la cama respirando duro mientras él la miraba ceñudo desde el otro lado. —Tengo la intención de conseguir eso, cariño, muy pronto—él señaló, su expresión apretada no con ira sino con excitación. —Y yo no huí, ¿verdad bebé? Volví aquí para ser el único en darte la azotaina—. Natalia sentía su culo apretado con el tono de su voz. Él sonaba serio. Tal vez sonaba un poco demasiado serio. —No te atreverías—ella susurró, ampliando sus ojos mientras él se despojaba de su camisa. —Mírame—. Sus ojos se achicaron sobre ella mientras su mirada parpadeaba hacia donde rápidamente estaba liberando los cierres de sus pantalones vaqueros. —No te desnudes—ella se quebró. Ella no podía creerlo. ¿Pensaba que esto podría solucionarse con sexo? —Mírame—repitió. Se sentó en la pequeña y coqueta silla al lado de su cama, desacordonó y quitó sus botas, luego se paró y se sacó sus pantalones. Oh Señor, ella estaba en demasiados problemas. Él estaba furiosamente excitado, su erección de pie sobresalía de su cuerpo, espesa y pesada, las puntiagudas venas latiendo con sutil poderío. —Puedes sacarte esas ropas, o voy a desgarrarlas—. Él se trasladó alrededor de los pies de la cama, cada torsión de músculo, cada flexión de su largo y fibroso cuerpo enviaba un golpe de caliente lujuria encendiendo el centro de su vientre.
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Dios, el hombre era precioso. Quizás estaba un poco molesto si el caliente brote de emoción en sus ojos significaba algo. —No voy a follarte mientras estés enojado—ella le informó fríamente, o por lo menos, trató de ser fría; podría haber habido un mínimo temblor de excitación en su voz. Porque realmente él estaba encendiéndola. —No estoy enojado—. Un destello de dientes blancos y fuertes en una sonrisa anticipada, confiada. —He decidido algo sobre ti, cariño. Tan obstinada e independiente como eres, estás creyendo que la razón por la que haces las cosas no es tan importante como el hecho que te permitas hacerlas. Que la veta de control que estás adoptando te da rienda suelta—. — ¿Y? —. Ella lo miraba recela, retrocediendo, mientras desnudo, excitado y dominante, él caminaba majestuosamente hacia ella. —Esta noche, amor, aprenderás, que en los asuntos de tu seguridad, esto no será permitido. La primera lección empieza ahora—. Natalia gritó mientras miraba juntarse los músculos de su pecho, pero en el momento en que ella lo vio, era demasiado tarde para correr. Y era demasiado tarde para salvar la bata que tenía puesta después de su ducha. El material se rompió y se deslizó al suelo cuando arrancó las mangas y un segundo más tarde los jirones de tela. Natalia miraba asombrada sus pechos desnudos luego levantó su mirada hacia la mirada reducida de Saban. —Eso fue demasiado incorrecto—ella murmuró. — ¡Ah!, ¿pero fue tan incorrecto como tu desafío, escapando de mí, y casi consiguiendo que te secuestren? —. Él sacudió un dedo. Antes que Natalia pudiera considerar la posibilidad de correr, se encontró sobre su espalda, el liviano pijama de algodón volando por el aire mientras Saban la echaba encima de su hombro. Ahora ella estaba desnuda. Desnuda, caliente y húmeda, y estaba maldita, si iba dejarlo que se salga con esto. Tironeó para levantarse de la cama, sólo para encontrarse a sí misma empujada hacia atrás, aplastada sobre su estómago, y con un masculino peso cabalgando sus muslos mientras una amplia y callosa palma apretaba entre sus omóplatos, sosteniéndola sobre la cama a pesar de sus esfuerzos. —Dije que lo sentía—ella mordisqueó las palabras. — ¿Qué más quieres? No voy a hacerlo nuevamente—. La otra mano acarició sobre la curva de su trasero mientras las puntas de sus dedos presionaban ligeramente contra el estrecho pliegue.
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—Saban, Te amo. Sabes Te amo. Te lo juro, ya aprendí mi lección—. Bien, ella estaba rindiéndose, había estado equivocada, era lo suficientemente grande como para admitirlo. —No deberías haberte alejado como hiciste. No deberías haberme abandonado—. —Nunca te dejará de nuevo, cariño—. Las palabras susurradas sobre las estrecheces de su espalda un segundo antes que sus labios rozaran la carne. — En caso que seas tan tonta de nuevo, te golpearé dónde estés—. Su mano aterrizó suavemente en la curva de su trasero. Natalia se congeló, sus ojos se sacudieron agrandados ante la increíble veta de ardiente placer que desgarró completamente las terminaciones nerviosas allí. —Saban—. ¿Ese débil y susurrante sonido realmente estaba saliendo de sus labios? Se escuchaba como una vampiresa del sexo pidiendo por más. —Serás una buena chica en el futuro, ¿verdad cariño? —. El acento era susurrante, cortando las palabras y sonando tan increíblemente sexy que casi tuvo un orgasmo solamente con el sonido. —Esto es ridículo—ella gritó cuando otra firme palmada aterrizó sobre su trasero, enviando ondulantes dedos de calor y placer a envolverse alrededor de su ya inflamado clítoris. Su mano aterrizó de nuevo, otra vez. Oh Dios, ella podía sentir su carne calentándose, ruborizándose, y sabía que debería estar indignada, furiosa, sin embargo, estaba quemándose viva con la excitación. Podía sentir la humedad entre sus muslos, revistiendo su coño, derramándose a lo largo de su clítoris y aumentando su sensibilidad. —No te alejarás de nuevo, compañera—. Se inclinó hacia adelante, presionando sus labios entre sus hombros, sus dientes raspando sobre su columna vertebral. —Te amaré hasta que nada exista en esta vida para mí, salvo tú. Voy a protegerte, a veces, de ti misma—. Él mordisqueaba su hombro. —Pero nunca voy a abandonarte de nuevo—. Deslizó su mano entre sus cuerpos, encontrando los jugos reunidos a lo largo de los hinchados pliegues y gruñó en una hambrienta demanda. Su tacto era como una llama. Podía sentir el placer quemando en su interior, su cuerpo mendigando por más. Ella debería estar luchando contra él, pero no podía encontrar la voluntad para negarse, para abandonarlo, con lo que ella sabía que él podía darle. Lo que ella sabía que ambos necesitaban.
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El beso del Jaguar
Leigh, Lora
—Ven, cariño—. Natalia se volvió impaciente mientras él la liberaba de su peso, girándola hacia él. Sus brazos rodearon su cuello, arrastró su pecho sobre sus senos y sus labios sobre los de ella. Ella quería ese beso. Estaba quemándose por ello, muriendo por ello. Cuando llegó, estaba repleto con sabor de lujuria salvaje y tormentosa emoción. La ira y el temor añadían alcohol a cada desesperado mordisco de pasión, cada sorbo de labios mientras sus gemidos se mezclaban y sus manos se acariciaban. Oh Dios, sus manos. Callosas y fuertes, acariciaban su carne mientras trasladó sus labios a su cuello, lamió, acarició. Un frenesí de sensaciones la desgarró completamente. Podía sentir el calor como un rayo, abrasando su carne. — ¡Mía! —. Él gruñó la palabra en contra de la curva de su seno. —Siempre mía—. Ella no iba a luchar contra ello, no podría luchar contra él. Las horas que la había dejado sola le habían dado la oportunidad de pensar, la oportunidad de sentir. Ella se había enfrentado al pensamiento de la vida sin él y la encontró intolerable. —Acaba para mí, cariño—. Deslizó sus dedos dentro de su coño, lo acarició con diabólico placer, mientras sus labios cubrieron la punta endurecida de su pezón. Y lo hizo tal y como él lo pidió, ella acabó, estremeciéndose, arqueándose, sintiendo el placer rebasándola en olas suaves y agotadoras. — ¡Ah, cariño! —. Él lamió su pezón, lo rozó con los dientes. —Mi amor—. —Te amo—. Ella susurró las palabras en contra de su cuello, mientras lo abrazaba fuerte y sintió la sacudida de la respuesta que agitó completamente su duro cuerpo. —Yo siempre te amaré—. Ella nunca sería capaz de alejarse como hizo con Mike. Ese conocimiento era excitante y aterrador a la vez, supo que él ocupaba gran parte de su alma. —Yo te adoro—. Él besó su pezón con succionantes movimientos de sus labios. —Te adoro—. Su cabeza se trasladó a su estómago. —¡Ah, cariño!, Te quiero hasta sentirme perdido sin ti—. Sus labios bajaron a los pliegues hinchados y saturados de su coño. El placer se convirtió en un torbellino de sensaciones. Ella gritó su nombre cuando él lamió, chupó, degustó, y gruñó dentro del húmedo calor de su sexo.
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El beso del Jaguar
Leigh, Lora
Sus dientes tironearon en los hinchados pliegues, su lengua lamió, probó y se envolvió alrededor de su clítoris con pequeñas y ásperas caricias que la enviaron explotando hacia el interior de la noche. Cuando él arrastró su cuerpo sobre el suyo, empujando suavemente su polla en la entrada de su vagina, Natalia se obligó a abrir los ojos, levantó sus pestañas, y se perdió en su mirada. —Yo te marcó—él gruñó ásperamente. —Mía. Para siempre—. —Me robaste con un beso—ella susurró, arqueándose contra él. —Roba un poco más, Saban—. Con el beso del jaguar, con el sabor de la lujuria y el toque de un guerrero conquistador, le había robado su corazón y convertido en una parte de su alma. Natalia gritó su nombre cuando él tomó posesión de lo que era suyo. Su erección presionando hacia delante, la sedosa carne de acero abriendo sus delicados tejidos, acariciando, quemando con un placer que disparaba más placer y que la envió a la deriva dentro de un mundo donde nada importaba, excepto el placer, el tacto, el sabor de su beso. Los tensos gritos hicieron eco a su alrededor mientras sentía el fuego del éxtasis, la demoledora longitud de su polla empujando duramente dentro de ella, cuando la sensación se convirtió en una sensación de hambre y el hambre se convirtió en una demanda. Ella se contorneó debajo de él, se arqueó hacia él, conduciéndolo más profundo hasta que la fuerza de la necesidad explotó a través de ella, brillante, ardiente y repleta con todo el amor que ella había guardado dentro, encerrado, atemorizada por el dolor de perder a este hombre. Si lo perdía, ¿cuánto de ella se perdería también?. Cuando ella sintió su clímax desgarrándolo completamente, sintió dentro de ella la lengüeta en toda su ardiente y placentera extensión, trabándolo en su lugar mientras su semen se derramaba caliente y feroz en las profundidades de su coño, y Natalia supo que se perdería totalmente. —Te quiero más que a la vida—ella susurró, las lágrimas llenaron sus ojos, mientras lo abrazaba, presionando sus uñas en su espalda, presionando sus labios en su hombro. —No me abandones, Saban. Nunca, nunca me abandones—. —Ni siquiera la muerte me separaría de ti—. Levantó su cabeza, sus ojos verdes casi negros con las emociones desgarrando entre ellos, alma a alma. — Ni siquiera la muerte, Natalia, podría separar mi alma de la tuya—.
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El beso del Jaguar
Leigh, Lora
Ella levantó su mano hacia su rostro, dejó caer las lágrimas, y le permitió abrigarla en la fuerza de sus brazos, en un abrazo tan liberador como protector. No sería fácil, pero aquí, abrazada a su Jaguar, amada, protegida, sostenida, ella supo que sin duda era algo por lo que valía la pena luchar. Y juntos, un solo corazón, una sola alma, susurraron: —Te amo—.
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