La guerra de Mercury
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Leigh, Lora
La guerra de Mercury
Leigh, Lora PROLOGO
BUFFALO GAP, VIRGINIA RECINTO DE LAS CASTAS, EL SANTUARIO
Era una bestia, un animal. Era una creación, la fusión del hombre y del león, y la bestia estaba enjaulada en su interior. Poderosa y fuerte. La capacidad para correr, para cazar, para oler el perfume del enemigo en el viento y saborearlo en la brisa estaba encadenada en la parte más remota del subconsciente del hombre. ¿Cuán justo era que estuviese encerrada? rugía. El hombre se permitió caminar por la tierra, y sin embargo la bestia estuvo obligada a ocultarse. Fuera de la vista del hombre, bombeaba la sangre en el cuerpo del hombre, y siempre estaba sujeta, contenida. Pero cada vez era más fuerte. Las drogas que la habían mantenido sujeta habían desaparecido; los años de libertad que el hombre había conocido, la sensación falsa de seguridad que había desarrollado, auxiliarían a la criatura oculta en su interior. La bestia esperaba. Merodeaba. Rugía en las pesadillas nocturnas mientras pujaba por su tiempo. El hombre estaba seguro de su control. Seguro que las drogas que los científicos le habían dado en aquellos laboratorios, y su propio control, habían matado al animal que luchó con tanta ferocidad para sobrevivir. Pero no estaba muerto. Nunca se había ido. Durante un tiempo, se había dormido. Un sueño forzado. Un sueño que construyó la ira creciente dentro de él, y ahora estaba despierto. Estaba despierto y arañando para ser libre. Pero era paciente, o así pensaba el animal. Podría aguantar hasta que el hombre lo liberara. Era parte del hombre, parte de quien era, de lo que era. Pronto el hombre liberaría al animal. Tan pronto como el animal fuera lo suficientemente fuerte. Estaba cansado. Los intentos para matarlo casi lo habían logrado. Había logrado sobrevivir sólo por el deslizamiento tan profundo en el subconsciente primitivo del hombre que incluso ocultó las partes más esenciales de él. Pero cuando regresó sigiloso, las drogas habían construido a su alrededor una fortaleza de barreras inquebrantable. Ellas presionaban dentro del animal. Introdujeron claves a través de su alma y la llenaron de dolor. Y la debilitaron. La debilitaron con tanta certeza como una herida mortal habría matado al hombre. Y el hombre permaneció diligente. El hombre no tenía ningún motivo para dar rienda suelta a su corazón, o para abrir su alma. A causa del hombre creyó su alma perdida. Sólo el animal pensaba mejor. Y el animal esperaba. . . Esperaba por el hombre para encontrar su alma.
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— ¿Has terminado los análisis?". Jonas entró en el pequeño laboratorio, mientras Jackal se arrastraba detrás de él. Maldito personal de seguridad. Callan había dado la orden que, con el propio ejercito de hombres de Jonas protegieran al glorioso secretario de Vanderale, Jonas tenía que tener un guardaespaldas. Un guardaespaldas humano en esto. Era una cosa condenadamente buena que al menos pudiera arreglarse con el otro hombre. Se paró a las espaldas de Elyiana Morrey mientras ella se tensó, levantando su mano para frotarse la nuca. Los músculos se tensaron debajo de su bata blanca de laboratorio mientras el olor de su irritación comenzó a florecer a su alrededor. Últimamente, ella estaba haciendo aquello a menudo. Tan pronto como encontrara la ocasión, le recordaría quien era el jefe aquí. No tenía tiempo para participar en juegos de poder con ella. —Terminé los análisis—. Cogió una carpeta, se volvió y se acercó al mostrador junto a él antes de apoyarla con un golpe y volver a lo que estaba trabajando anteriormente. Ignorándolos a él y a su guardaespaldas, Jackal, por completo. El silencio llenó el laboratorio mientras Jonas miraba fijo el informe, frunciendo su frente ante el evidente mal humor de ella. Las mujeres Castas no tenían SPM, por lo que no podría explicar sus cambios de humor, también sabía eso de las pocas mujeres no Castas en el recinto. Meses atrás había decidido que Ely era sólo terca. Sin embargo a él le gustaba eso de ella. Algunas veces. Lo entendía y podía tratar con ello. Pero ella estaba siendo inusualmente terca y eso no cuajaba bien con él. — ¿Te gustaría explicar los análisis que hiciste? —finalmente le preguntó. —Están en el informe—. —Yo no quiero leer tus galimatías científicas—. Permitió que un gruñido primitivo vibrara en su garganta. —Dime lo que necesito saber—. Se volvió lentamente hacia él, y vio la ira ardiendo en sus ojos. —Tus juegos están fuera de control —le dijo entre dientes, mirando nerviosamente a Jackal. —Tus manipulaciones y maquinaciones conspirativas van a conseguir matar a alguien. Y esta conversación no es de su incumbencia—. Ella señaló con el dedo al guardaespaldas mientras su mirada mordía con ira. Jonas la miró sorprendido. Infierno, pensó que le gustaba Jackall. Se frotó la 3
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barbilla, pensativo, mientras trataba de averiguar qué la tenía tan irritada. Sólo podía llegar a una cosa. — ¿Todavía estás enojada por Dawn y Seth? —. Era la única explicación que podía encontrar para su enojo. Había ordenado estabilizar los tratamientos hormonales en el cuerpo de Dawn cuando la hormona de apareamiento había comenzado a desaparecer en el organismo de Seth. Dawn estaba perdiendo su compañero, y Jonas no había estado dispuesto a permitir que eso suceda, no importaba lo mucho que le disgustaba Seth Lawrence. Pero entonces, había pocos hombres que le gustaban a Jonas. Diablos, podía decir que le gustaba a poca gente. Sin embargo el resto de la misión se había ido al diablo. Había logrado asegurar que Dawn y Seth permanecieran juntos, pero la sangre que había sido derramada era motivo de preocupación. Los labios de Ely se apretaron con obstinada rabia. Jonas exhaló resignado, recogió el informe y lo abrió. En cuestión de segundos levantó las cejas y su mirada regresó a la de ella. — ¿Pensé que las drogas que los científicos le dieron en los laboratorios revirtió esto? —. —No ha sabido de drogas en siete años —ella espetó. —Y eso no es su estado real en este momento. Eso fue lo que sucedió cuando realicé la prueba de apareamiento con el de la Srta. Rodríguez —. Ahora bien, esto era interesante. Jonas se frotó el mentón mientras continuó leyendo las pruebas que Ely había realizado. Las pruebas que ella había diseñado para determinar la compatibilidad de apareamiento eran complejas. Una mezcla de saliva, sangre y muestras de semen de los machos, combinada con la saliva, sangre y muestras de hormonas femeninas. —Jonas, mató a las personas cuando irrumpieron en los laboratorios —Ely susurró preocupada. Jonas gesticuló con la mano ante eso. —Había perdido a su amiga... —. —Su compañera —replicó ella. —La hormona de apareamiento estaba en su sangre. Hemos justificado aquel episodio todo el tiempo, él había estado sin terapia farmacológica, porque era su compañera. Esta mujer no es su compañera y la adrenalina salvaje está allí en su sangre. Nuevamente está entrando en un cambio salvaje y no puedes negarlo. Este informe lo demuestra— Su dedo apuñalaba en dirección del informe. 4
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Nuevamente Jonas sacudió la cabeza mientras continuaba con el informe. Ella maldijo. — ¡Maldito seas!, ¿crees que lo sabes todo? Vi los videos de su alboroto cuando supo que aquella leona había muerto. Mató a un médico, a un entrenador y a dos de los Coyotes que trataron de atraparlo. Estaba casi rabioso. Si esta mujer es traída aquí... —. —Entonces la protegerá con la misma ferocidad que utilizó cuando aquellos bastardos tomaron a alguien que le importaba —le espetó a su vez. —Esto no es una prueba de que vaya a volver al estado salvaje. Y no es una prueba de que lo hará, ¿por qué estás tan enojada sobre ello? —. Generalmente Ely era tranquila cuando se trataba de las Castas. La única que buscaba respuestas alternativas y las razones de los resultados de las pruebas. Ella no era de saltar a las conclusiones sobre cualquier prueba. Ese era su trabajo. —Porque no se lo dirás —. Él podía escuchar rechinar sus dientes. —Te conozco. Jugarás con él, y lo pondrás en peligro... —. —Hija de puta —espetó cuando su propia ira empezó a aumentar. — ¿Crees que esto es un juego para mí, Ely? ¿Que no me importa un carajo mis hombres o la gente que estoy reventando mi puto culo por salvar? ¿Crees que arriesgo mi maldita vida diariamente contra los Supremacistas y la Ley de las Castas por jodidas emociones? —. Tenía ganas de golpear algo. Y si la ira de Jackal no incendiara detrás de él, entonces él iba a golpearlo. Jonas inspiró profundamente indicando que su temperamento se estaba desmoronando. Obligarlo a volver siempre costaba esfuerzo; liberándolo nunca había ganado un carajo, entonces ¿por qué gastar el esfuerzo? —No sé por qué lo haces, y no me importa —susurró. —Pero tienes que advertírselo —. —No —. Cerró el archivo y lo hizo rebotar sobre el mostrador. —Lo sabía —ella se burló. —Sólo respondiste tu propia pregunta, Jonas. Te gusta arriesgar tu maldita vida —. —No arriesgo innecesariamente a mis hombres —gruñó. —Tampoco recurro a miedos paranoicos e interfiero con el trabajo que tienen que hacer, y tú tampoco lo harás. Lo que harás, mi pequeña y delicada doctora, es mantener un ojo muy cuidadoso sobre él mientras que ella esté aquí. Quiero análisis de sangre, saliva y semen semanales de la hormona salvaje. Si, y sólo si, la hormona de apareamiento o la hormona salvaje se dan a conocer, entonces vamos a informarle de la situación. Hasta entonces, mantendrás tu preciosa 5
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boca cerrada —". —Eso puede no ser lo suficientemente bueno. No puedo predecir... —. Él interrumpió—Entonces mejor aprende cómo predecir. Merc está solo, Ely. Está acostumbrado a estar solo. Pero eso no significa que no se arrepiente de lo que él piensa que ha perdido. Por lo que sabemos, las Castas se acoplan una sola vez. Mercury está convencido que aquella leona era su compañera. Hasta que no veamos lo contrario, no le darás esperanza. Hasta que no veamos lo contrario, no plantarás tu paranoia en su cabeza. ¿Me entiendes? —. Ella lo miró con rabia. —Aquella leona era su compañera. La hormona de apareamiento lo demostró, Jonas —. — ¿Me entiendes? —. Él bajó la voz, la determinación colándose completamente en el tono, mientras la miraba a su vez. Segundos después, sus pestañas parpadearon y bajaron, y ella asintió escuetamente con la cabeza. El pequeño gesto de sumisión funcionaría por ahora. Sin embrago, una vez que tenga tiempo, definitivamente iba a controlar a su pequeña Casta científica. Ella se estaba volviendo demasiado conflictiva para el trabajo que tenían por delante. —Muy bien. La Srta. Rodríguez arriba en las próximas dos semanas. Cuando ella venga, toma tus propias muestras. Podría haber un problema con las provistas por Vanderale, y ejecuta esos análisis de nuevo. Quiero saber lo que encuentras cuando lo hagas. Si no han cambiado, entonces observaremos la situación muy de cerca. Es todo lo que podemos hacer —. —Él podría destruirla tan bien como a sí mismo si la hormona se libera durante un momento de tensión —. Su voz era tensa cuando intentó invalidar su natural sumisión. Maldita puta genética de Casta. Ella se sometía a él por el proyecto en lugar de por elección. Cada vez que sucedía eso, lo hacía rechinar. —O podría aparearse con ella y vivir felices para siempre —replicó sarcásticamente. —Hasta que no lo sepamos de una manera u otra, entonces nuestras manos están atadas —. —Podría advertirle que las drogas que controlaron la genética salvaje podrían no haber hecho su trabajo —sugirió. — ¿Y hacerlo escapar? —. Él se pasó los dedos por el cabello frustrado. —No conoces a Merc muy bien, Ely. Yo si. Mantén tu boca cerrada y mantenme al día en esto. Yo me encargaré del resto —. 6
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¡Maldita sea el infierno! Él no necesitaba esto. Necesitaba a Merc para mantener el paquetito de Vanderale fuera de problemas, no para acoplarla o enloquecerla por él. Y seguro como el infierno no necesitaba a Ely merodeando sobre él. Se volvió y salió del laboratorio, cerrando la puerta cuidadosamente tras él a pesar de su necesidad de golpear las jodidas bisagras. En momentos como este, deseaba fuera un bebedor. Una buena borrachera podría haber ayudado.
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Leigh, Lora CAPITULO 1 DOS SEMANAS MÁS TARDE
El jet privado carreteó dentro del hangar, se arrastró dentro de la caliente bodega que lo estaba esperando, y las enormes puertas de metal se cerraron para atrapar el calor en su interior mientras sus motores se acallaban. Largos minutos más tarde, se abrió la puerta, y Ria Rodríguez pisó el escalón más alto de la escalerilla que el piloto había bajado. Miró alrededor del hangar. Una limusina larga y negra estaba estacionada bien lejos de la trayectoria de las alas del avión, y mientras ella miraba, se abrió una puerta y Mercury Warrant se bajó del coche. Ella quiso gemir ante la vista del hombre enviado a buscarla. O más bien de la Casta. Lo miró con curiosidad. Había visto sus fotos en los últimos meses, sabía tanto de él como su jefe Dane Vanderale pudo descubrir, y aún así, la vista de él era como un puñetazo de intensa reacción en el interior de su estómago. Sus facciones no eran las de un hombre. Tampoco eran las del león con cuyos genes había sido fusionado. Si una versión de ambos, más sexy que el infierno pudiera ser creado, entonces esa era Mercury Warrant. Rasgados ojos color ámbar, la línea de los párpados negra, como si alguien hubiera aplicado la más ligera capa de delineador de ojos. Ella supo que sus pestañas eran gruesas. Su nariz era larga y recta, aunque un poco más plana, posiblemente un poco más arrogantemente definida que en un hombre normal. Sus labios eran sólo un poco delgados, pero aquel labio inferior, poseía una tentadora amplitud en el centro del mismo que tuvo a su lengua recorriendo sus propios labios cada vez que lo había notado en las fotos que había estudiado de las Castas con las que estaría en contacto. —Srta. Rodríguez, nos estamos dirigiendo a Venezuela para recoger al Sr. Dane. Si nos necesitara, no dude en llamar para recogerla—. Se volvió y miró a su piloto. Piloto tribal. Desaliñado, sus ojos planos y duros, pero había un destello de calor en ellos cuando la miró. Estaba acostumbrada a trabajar con las Castas ocultas del mundo. Las que Vanderales había rescatado de los laboratorios, o de las misiones. Las que figuraban como muertos. Tal como había sido Burke. —Dígale al señor Dane que me gustaría que recuerde la joya que me prometió—murmuró. —Estoy a punto de ganarla—. 8
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Burke, miró la limusina y al Casta esperándola. —Es un hermoso ejemplar— dijo en voz baja. —Aunque peligroso. Más peligroso de lo que podríamos darnos cuenta—. Ria se encogió de hombros. Él no era el que ella buscaba. Ella ya había establecido sus sospechas iniciales y las envió a Dane. La persona o personas que estaban detrás nunca la mirarían con ojos tan cautivadores, o con tan salvaje interés. —Va a ser mi guardaespaldas, no mi cruz—ella le recordó a Burke con una sonrisa. Él resopló ante eso. —Informaré al Sr. Dane que debe agrandar la joya. Porque si ese es su guardaespaldas, no estoy seguro por cual parte de usted sentiría más pena. Pero me gusta es la mejor—. —Eres un buen hombre, Burke—. Ella sonrió con aire de suficiencia mientras acariciaba su brazo. —Dígale al señor Dane que las esmeraldas se verían especialmente bien al lado de los diamantes. Estoy muy ansiosa por ver lo mucho que aprecia el riesgo que estoy tomando—. Burke se echó a reír mientras la acompañaba por las escaleras y hasta la limusina. —Sr. Warrant. Veo que el Director Wyatt no pudo despertar a tiempo para reunirse conmigo—. Ria refrenó la necesidad de comprobar el grueso moño con que había enroscado su cabello en el avión, o el equipo sin gracia que se había puesto. Maldición, realmente iba a añorar su ropa fina. Pero ella conoció a la persona que recolectó los mejores resultados. Y por mucho que no le gustara esa persona, se debía a los Vanderales. Les debía su vida. —El Director Wyatt fue detenido en D.C. —Mercury le informó mientras miraba al piloto con curiosidad. — ¿Algo más que deba decirle al señor Dane? —Burke le preguntó cuando ella lo tomó del brazo y se volvió para ayudar al copiloto con su equipaje y su computadora portátil. —Sí, le informará que al final gané esa apuesta que hicimos. El Director Wyatt no se presentó después de todo—. Ella captó la mueca de Mercury con la periferia de su visión. —Haré una noticia de eso—. Burke asintió con su oscura y peluda cabeza mientras el baúl de la limusina se abrió y su equipaje fue almacenado en su interior. 9
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Cuando él y el copiloto volvieron al avión, Ria se volvió y miró a Mercury, tratando de no sentirse demasiado femenina en su presencia. Era alto y ancho, una imagen absolutamente deliciosa. Salvaje y masculino, la combinación hizo algo en su núcleo femenino que la sorprendió. Sus labios temblaban cuando volvió su mirada de los pilotos Vanderale a ella. —Ellos estaban en el hospital con el primer Leo—comentó. —Son Castas—. Ella asintió con la cabeza, cuando él se acercó y abrió la puerta para ella. —Lo son—. Se deslizó en el suntuoso cuero, corriéndose hacia el otro lado, cuando Mercury se inclinó y entró con ella, sentándose en el asiento enfrente de ella. Echó un vistazo a la sección del conductor para ver a Lawe Justice. Ella casi se rió de su nombre. Amaba algunos de los nombres que las Castas habían elegido para sí mismos cuando se les dio la oportunidad. Lawe Justice, Rule Breaker, dos de las principales fuerzas de seguridad de Jonas Wyatt, y Mercury Warrant. Mercury, el mensajero de los dioses. Debería haber sido Ares. ¿Cuán adecuado podría haber sido ese nombre si los científicos que lo crearon no hubieran aniquilado completamente los instintos primitivos que había poseído? Según su expediente, podría haber sido una de las más grandes Castas que se hayan creado. —El Casta Leo trabajó para rescatarlos a través de los años—Mercury señaló con frialdad. —En lugar de trabajar para asegurarnos a nosotros que estábamos libres—. Ella sabía que había un borde de ira en las Castas que habían estado en el hospital y juraron guardar silencio sobre el primer Leo, que había llegado para supervisar el bienestar de su hijo. Callan Lyon, orgulloso líder y la perdición de la existencia del primer Leo. Leo no compartía la opinión de su hijo que las Castas deberían labrarse su lugar en el mundo. La única protección que podría ser segura, según él, estaba en esconderse entre los no castas hasta que su número fuera mayor. Y Ria no estaba segura cuál lado de la argumentación sentía era el correcto. Pero, por ahora, todavía existían ambos lados. —Me niego a debatir las opciones de Leo, son suyas—señaló, mirándolo. —Pero usted es parte de su familia—Mercury argumentó con calma. Ella había leído que siempre discutía con calma.
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Ella sonrió. —Sorprendentemente, Sr. Warrant, yo no soy una Casta. Soy simplemente una pequeña y humilde empleada que cumple las órdenes de Vanderale. Nada más. Soy muy humana y a los veinte y ocho años, estoy razonablemente sana, bastante más que lo que están el viejo Dane o Leo. Trato realmente duro de hacer los cálculos allí—. Ellos eran más grandes de lo que parecían. Mucho más viejos. Y el secreto de su existencia como Castas era primordial. Y estaba en riesgo si la información que Dane había recibido era correcta. — ¿Una empleada? —. La mirada de Mercury rastrilló sobre ella, y ella se alegró que se hubiera puesto la chaqueta antes de salir del avión, porque juró que sus pezones estaban endurecidos por debajo de la fina blusa que llevaba. — ¿Por qué me cuesta creer eso? —. Era suspicaz. Su mirada era directa, y casi creyó detectar un mínimo indicio de azul en sus ojos. Ella casi sacudió la cabeza cuando miró más cerca y vio solamente los tonos ámbar oscuro de la pupila. — ¿Mi personalidad encantadora? —ella arqueó su ceja. Sus labios temblaron. —He visto sus comunicados con Jonas, Srta. Rodríguez. Confíe en mí, encantador, no es un adjetivo que se aplicaría a ellos—. — ¿Resueltamente encantadora entonces? —sugirió. Él se aclaró la garganta. —Pensaba que la reacción que producen a nuestro Director era interesante. Y divertida—. Ria dejó que su propia diversión diera un estirón a sus labios y deseó que él soltara todo aquel grueso cabello multicolor de la tira de cuero que lo confinaba detrás de su cuello. Quería verlo fluyendo alrededor de sus hombros, los rojizos oscuros, marrones y negros fusionándose juntos para crear una melena pesada y aleonada que le hacía picar los dedos por tocar. Extraño, Leo tenía el pelo similar y ella nunca había querido tocarlo. Por supuesto, su esposa Elizabeth podría haberle cortado su mano si lo hubiera intentado. La mayoría del tiempo, cuando estaba obligado a estar en público Leo utilizaba un color temporal en el pelo. Y, como Mercury, lo mantenía atado detrás de su cuello.
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Leo se consideraba un pícaro, un mercenario y un empresario hijo de puta. Pero nadie había nunca susurrado la palabra Casta con su nombre. Leo Vanderale, el propietario de la multinacional Industrias Vanderale que le había dejado su padre, era una ley en sí mismo. Hasta para las castas que lo conocían. —Pagaré por diversión—finalmente dijo. —Puede que tenga que hacerlo—. Él se sentó en la esquina del asiento, un codo apoyado en el apoyabrazos acolchado que había bajado, el otro brazo abrazado a lo largo de la parte posterior del asiento. Ella echó un vistazo a la sección del conductor, y alcanzó a vislumbrar los labios de Lawe crisparse mientras clavaba sus gélidos ojos azules en el espejo retrovisor. —Así que, Srta. Rodríguez, ¿qué puso un nudo en la cola de Leo que la envió aquí sólo unas semanas después de correr al lado de su hijo en el hospital? —. Más bien, dos meses, pensó Ria. Y, por desgracia, si Leo se enteraba de lo que estaba haciendo y dónde lo estaba haciendo, era capaz de despellejarla y colgar su piel a secar. Eso no era un pensamiento agradable. —Leo es un hombre de negocios, Sr. Warrant—le informó, siguiendo la línea que Dane había tomado. —El Santuario y sus Castas se benefician en gran medida de la generosidad de Vanderale. Los recientes ataques contra el Santuario y las debilidades dentro de él le preocupan. Tanto profesional como personalmente. Gozaría visitando a su hijo y a su nieto. Ha hablado de asistir cuando su nuera de a luz a su segundo hijo. El no podrá hacerlo siempre y cuando exista un riesgo que el mundo descubra quien es y lo que es—. Frunció sus labios burlonamente. Verlo la tuvo refrenando el impulso de lamer sus propios labios. ¡Maldito sea!, la hizo sentirse débil de rodillas y demasiado mujer. Se dio cuenta que la debilidad podría poner en peligro su trabajo. Estaba buscando otro espía, y las consecuencias de la información posiblemente fugada del Santuario que podría destruir a la sociedad de las Castas en su conjunto. En un aspecto diferente, permitirse involucrarse con Mercury también podría dañarla. Se recordó que nunca se implicaba personalmente. Ese camino no conducía a nada, salvo desastres, y ella realmente no necesita más desastres en su vida. —Srta. Rodríguez—. Ella lo invitó a usar su nombre. —Ria por favor—. Srta. Rodríguez sólo la 12
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hacía sentir vieja. —Ría—. Arqueó su ceja. — ¿Por qué tengo la sensación que hay mucho más para usted que lo que salta a la vista? —. Agrandó sus ojos como si no lo pudiera imaginar. Ropa desalineada, sin maquillaje. Ella hizo un maldito trabajo fino siendo la pequeña don nadie que todos esperaban. —Confíe en mí, señor Warrant, lo que ve es lo que hay—. Sonrió suavemente. —Por supuesto, puedo ser bastante mal talante cuando la situación lo requiere. No siempre soy simpática—. Él la miró en silencio, y ella tuvo la sensación que estaba viendo más de lo que deseaba. Definitivamente estaba viendo lo que nadie se había molestado en buscar. Por primera vez en su vida Ria se preguntó si se había chocado contra un hombre de quien no podía seguirse ocultando. Sus ojos la instaban a compartir sus secretos, el remolino ambarino, la curiosidad, el interés, la invitaban a alcanzar cosas que sabía que ella nunca debería alcanzar.
Juega con fuego y conseguirás quemarte. Recordó, hace mucho tiempo, mucho, mucho tiempo, cómo le había aconsejado riendo su madre tener siempre cuidado de las personas. Siempre le había dicho ellos te engañarán, mi pequeña Ria. Ellos mentirán y sonreirán, y cuando hayan tomado todo lo que tienes para dar, encontrarán otra persona para consumir. No podría haber sido muy mayor, pero se acordaba de aquellas palabras. El recuerdo de ello la hizo dar vuelta la cabeza, cambiando su mirada a las montañas, ellas estaban envolviendo completamente el camino mientras ella expulsaba la soledad que la llenaba cada vez que lo permitía. Su madre había muerto antes que ella tuviera seis años. Ria había pasado tres días sola en su apartamento, llorando por su madre, y su madre había estado tumbada en una morgue fría. Ella se habría quedado allí para siempre, si un vecino no se hubiera dado cuenta que nadie había mencionado a la niña de la secretaria de Leo Vanderale. Su hija no había estado registrada en sus archivos personales. La gente con la que había trabajado ni siquiera sabía de la hija que María Rodríguez había dado a luz. Hasta la muerte de María. Hasta que Ria había quedado sola.
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Apartó los recuerdos. No tenían lugar aquí. Durante años ella ni siquiera se permitió pensar en ello. Ella era quien era, y después de la muerte de su madre le debía su vida a los Vanderales. Y allí estaba, aún corriendo por encargos para Dane, y haciendo su voluntad. Aún participando en sus pequeños juegos porque mostró esa diabólica sonrisa suya y la desafió a ser valiente, cuando ambos sabían que ella realmente no era en absoluto valiente. *** ¡De acuerdo! ahora estaba siendo valiente, y esta vez, Leo sólo podría colarlos a secar por ello. El Santuario era el bebé de Leo, por así decirlo. Callan Lyons era el hijo que no había conocido hasta que la revelación de las Castas se divulgó de un lado a otro del mundo. Era el hijo que Leo no había sido capaz de alcanzar. Dane era su heredero, y Leo siempre había adorado a Dane, hasta un punto. Respetaba a Dane pero conocía a su hijo lo suficiente bien para saber que Dane vivía una vida mucho más salvaje y mucho más temeraria de lo que hacía feliz a Leo. Leo era un hombre de familia. Era un líder orgulloso y lo había probado con las Castas que protegió en su finca africana. Y él sufría por los hijos que sabía que el Consejo había creado a partir del esperma y de los óvulos que le habían robado a él y a su compañera. Y él sufría por sus nietos. Nietos que Dane parecía no tener prisa en proveerle. —Espero que haya sido honesta con Jonas sobre sus razones para estar aquí, Ria—Mercury arrastró las palabras entonces. —Puede ser un bastardo, cuando usted le miente—. Sí, sí, el padre igual al hijo. Jonas Wyatt era hijo de Leo, también era como él más que cualquier otro, pensó Ria. Se volvió hacia él con una sonrisa. —Conozco a su padre, Sr. Warrant, y la manzana no cae lejos del árbol, como se diría aquí. No se preocupe, ser honesta y directa son sólo algunos de mis defectos—. Dane hubiera tomado a risa su trasero ante ese comentario, y ella lo sabía. Pero Mercury asintió y no dijo nada más. Pero todavía la miraba. Su mirada se quedó en ella, y ella juró que el calor aumentando debajo de su ropa estaba consumiendo sus huesos. Maldición, estaba satisfecha que su sentido del olfato no fuera tan bueno como el de la mayoría de las Castas, pero por el modo en que estaba achicando sus ojos y encendiendo sus fosas nasales, sospechaba que percibía la excitación 14
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que podía sentir construyéndose en ella. Ella era una mujer. Y maldito si él no era un hermoso ejemplar de un hombre y un casta. Ella no estaba acoplada, y no estaba muerta. Tenía todos los instintos que tenían otras mujeres, y todos esos instintos estaban amotinándose por una muestra del hombre alto, peligroso y delicioso que estaba allí. Eso no significaba que tenía que accionar sobre ellos. Levantó la ventanilla entre la sección del conductor y la del pasajero. Ria se volvió y miró inquisitiva a Mercury. —A Lawe le gusta abrir su ventanilla. Podría estar demasiado frío para usted—afirmó, pero sus ojos dijeron algo totalmente diferente. Algo que la hizo agachar su cabeza y volver a mirar por la ventanilla de su lado. Sí, ella estaba excitada, y sin duda el Casta que manejaba lo sabía. Se encogió mentalmente de hombros. Así como ella no tenía la menor duda que deberían utilizarlos para ello. Las mujeres de todo el mundo, en blogs, en sitios web de observación de Castas y una variedad de otras comunidades en línea, injuriaban y codiciaban las creaciones que el hombre hizo y después perdió el control. Ellas estaban fascinadas por las Castas. Les temían y se excitaban por ellos. En poco más de una década se habían vuelto el cuco en la noche, así como en los oscuros amantes que invadieron los sueños de las mujeres. A veces era divertido. La mayoría de las veces funcionaba para recordarle cuán volubles podrían ser los seres humanos. Debido a que le tomaría muy poco cambiar la corriente contra las Castas, y si los rumores que Dane había oído eran correctos, entonces esa corriente podría llegar mucho antes de lo que nadie esperaba. Y podría ser más catastrófica de lo que nadie imaginó. ***
El animal abrió los ojos cansados, sin saber lo que lo había despertado. El hombre. Las emociones del hombre estaban empeorando. El animal podía sentir la ruptura de las defensas del hombre, la oportunidad de extenderse, de alcanzar. Sentir la libertad. Dulce libertad. Se extendía con todos sus sentidos, lentamente, cautelosamente, se deleitaba con la oportunidad. Luego hizo una pausa. Parpadeó. La miró a través de los ojos del hombre. La
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inhaló a través de la nariz del hombre. La saboreó en el aire contra la lengua del hombre y tuvo que frenar su rugido. Se agazapó, mirando, oliendo, probando. La había esperado. Lo había encontrado débil. Deteriorado. Tan cerca de la muerte. Pero había luchado. Y había esperado. Por esto. Los ojos oscuros se asomaron hacia el hombre por debajo de las pestañas. No era una mirada tímida, era una mirada cautelosa. Pestañas oscuras, de tonos más claro que sus ojos. El oscuro cabello estaba atado, cuando debería estar libre. Y su perfume. Eso era lo que lo había despertado. Su aroma. El animal sentía algo parecido a la alegría recorriéndolo. Su aroma era igual que misericordia. Era como el calor en medio del frío. Su aroma era como un lugar para pertenecer. Era cuidadoso. El hombre estaba todavía atento. El animal dejó que el dulce aroma permanezca en su cabeza, sólo un momento. Sólo un gusto, una broma de lo que era verdadero placer, antes de retirarse. El animal se agazapó ahora, despierto, sin pestañear. La presencia de la mujer lo llenó de esperanza, renovó esa última pizca de fuerza que necesitaba para sobrevivir. Las emociones del hombre, el animal podía sentirlas pujando, las cadenas que las limitaban cada vez más débiles, porque el hombre estaba distraído. El hombre estaba negociando con sus emociones, no tenía que estar en guardia por el animal que casi había muerto hace mucho tiempo. Era sólo un hombre. El animal podía sentir el pensamiento mientras el hombre aflojó su guardia. Era sólo un hombre, no había necesidad de preocuparse. Podía ver a esta mujer. Podía desear a esta mujer. Y el animal observaba. Y la deseaba. Se agazapó, esperando, aumentando su hambre donde antes no había fuerzas incluso para el hambre. El animal miraba. Esperaba. Conociendo que la libertad llegaría pronto.
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Leigh, Lora CAPITULO 2
—Hola, señor Wyatt. Es un placer conocerle—. Ria aceptó el apretón de manos de Jonas Wyatt cuando ella entró en su oficina en el Santuario y miró alrededor de la bien equipada oficina. No era de lujo, pero era grande, abierta y ventilada. El escritorio de nogal que utilizaba había sido utilizado por los científicos del Consejo que habían vivido en la finca antes que las Castas tomaron posesión de ella. Había colocado oscuros y pesados gabinetes de archivos a lo largo de las paredes. Mantenía sus gabinetes cerrados. La copia en papel era un poco anticuada, pero al menos los mantenía seguros. Ella sabía que su oficina en Washington DC era completamente electrónica y sin vínculos con las líneas exteriores, excepto la PDA y la computadora portátil que a menudo viajaban con él. —He traído café de la cocina—. Jonas extendió su mano hacia la pequeña sala de estar a un lado de la habitación. Un sillón, un sofá y dos sillas situados alrededor de una mesa de café de nogal, brillante y pesada. El café ubicado en el centro de la mesa en una bandeja de plata, tentaba sus sentidos con su aroma. — Mi debilidad—. Ella sonrió con evidente apreciación mientras él la condujo hacia el sofá. —Debo admitir que mi cuerpo no se ajusta tan bien a las diferentes zonas horarias, como solía hacerlo. Podría usar la cafeína—. Jonas hizo un pequeño sonido evasivo en la garganta, una especie de cruce entre un gruñido irritado y un murmullo de sospecha. Se sentó frente a ella mientras Mercury silenciosamente tomaba la silla a un lado del sofá. — ¿Debería servir? —. Indicó el servicio de café situado delante de ellos. Las cejas de Jonas se arquearon. —Si gusta—. Se recostó mientras ella sirvió el café y le pasó a él y luego a Mercury antes de tomar el suyo, equilibrándolo sobre el delicado plato de porcelana china y se sentó. Levantó la taza por el asa, primero aspiró, haciendo estallar su cerebro con anticipación antes de beber con cautela. Era realmente difícil encontrar un buen café. Estaba complacida de descubrir que esa mezcla era una de las mejores. Sus pestañas casi aletearon en éxtasis. 17
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Jonas rió. — ¿Le gusta el café? —comentó mientras bebía el suyo, mirándola con aquellos extraños ojos plateados. —Adoro mi café—. Dio otro sorbo, luego se relajó más en el sillón y miró entre él y Mercury. Había llegado el día anterior y se había quedado en la cabaña que Dane había alquilado para ella. Se ubicaba en el límite del Santuario, pero no dentro de los límites del propio recinto. Casi a un kilómetro de la cabaña, se había creado un perímetro seguro. Ella sabía que la mayoría del equipamiento estaba diseñado para estar sin protección. Las Industrias Vanderale, así como las diversas empresas de Seth Lawrence habían contribuido a la seguridad del Santuario. Los leones recorrían la parte de la frontera del Santuario, y las Castas la patrullaban sin descanso. Había oído el rugido de leones en la noche anterior, obviamente patrullando el perímetro a pesar de las bajas temperaturas que habían caído sobre la montaña. Era sólo primero de octubre y ya las temperaturas estaban bajando en picada hacia la zona helada. Podía sentir claramente aquel frío hasta en sus huesos. —Entiendo las preocupaciones de Vanderale, señorita Rodríguez... —. —Oh, por favor, llámame Ria—. Ella le sonrió con suavidad. —No hay necesidad de ser ceremoniosos. Después de todo, yo conozco muy bien a su familia—. Su expresión estaba en blanco, pero sus ojos plateados quemaban con súbita animosidad. —Lo dudo mucho—gruñó. Ella parpadeó hacia él. —Pero sí. Su padre y su hermano cuidaron de mí después de la muerte de mi madre. Han sido muy amables—. Entrecerró los ojos cuando ella, literalmente frotó en su nariz el hecho que no podría tratarla exactamente como una empleada. Y ciertamente no pareció aceptar el hecho de su parentesco muy bien. A diferencia de Callan, la madre de Jonas no había sido la compañera de Leo. Sólo el esperma de Leo y el óvulo de otra científica se utilizaron en su creación. Mercury giró peligrosamente en la silla cerca de él, su mirada prendiendo fuego a Jonas, el ámbar oscurecido antes de mirar hacia Ria. —Ria—. Jonas le devolvió la sonrisa con penosa burla. —Como estoy seguro 18
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sabe, la he investigado a usted tan bien como a Dane—gruñó el nombre—he investigado el Santuario y todos sus habitantes. Los Vanderales no la adoptaron. Y usted no es una hija atesorada—. Ria apoyó la taza sobre la mesa, cruzó las manos en su regazo y lo miró plácidamente. Él no estaba diciendo algo de lo que ella ya no estuviera consciente. —Sr. Wyatt, nunca insinué tal cosa. He dicho que conozco a su familia muy bien. Como usted sabe, he trabajado con Leo y Dane desde que tenía dieciocho años de edad. Pagaron mi educación, y antes pagaron mi crianza—. Se inclinó hacia delante lo suficiente como para hacerle saber que no estaba intimidada por su espesa mirada. —Nunca dude, soy una querida amiga de la familia Vanderale, y como tal, mi lealtad a la familia, a la empresa y al trabajo que me enviaron a hacer es irreprochable. He sido enviada para catalogar, clasificar y, en esencia, determinar si el Santuario es o no lo suficientemente seguro para seguir recibiendo todos los pequeños juguetes útiles que nosotros nos aseguramos de conseguir para que el Santuario juegue en primer lugar. No cabe duda que mi opinión tiene peso. Y no cabe duda que mi trabajo está asegurado, no importa las protestas que usted haga. Ahora—se recostó en el sofá— ¿Haremos esto de una manera civilizada o haremos que consiga escucharlo rezongar, gruñir y destellar esos malvados caninos afilados en mi dirección, como lo hace su hermano, cuando está excesivamente alterado? —. Jonas gruñó. —Jonas—. Mercury se inclinó hacia delante, casi protector. Ria mantuvo su mirada en los ojos de Jonas peligrosamente cambiando de color cuando Mercury reclamó su atención. — ¿Qué? —preguntó Jonas con cautela. —Si usted rompe más muebles en esta oficina—Ria miró a su alrededor, hablando ante que Mercury pudiera—entonces Callan podrá comenzar a restringir su cuenta de oficina. Justamente la semana pasada estaba revisando los registros de suministros de oficina. Parece que en seis meses, esta oficina ha sido reamoblada con dos mesas de café de nogal diferentes, así como una de metal muy resistente. Ha perdido tres secretarios en un año, y en dos oportunidades el cristal en su apartamento ha sido reemplazado. Tiene un buen temperamento, ¿verdad, señor? —. —O algo así—. Su sonrisa era apretada. Ria esperaba la verdad, mientras miraba hacia abajo. Ella sabía la verdad. Las ventanas de su apartamento se debieron a varios atentados contra su vida. La mesa de café de metal había sido una explosión incontenible de un explosivo que se había deslizado más allá de su seguridad, un explosivo de gran 19
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avanzada. Sin embargo, las dos mesas de madera, habían sido probablemente su temperamento. Por último, se permitió parpadear hacia su mirada, como si ella entendiera su posición alfa. No la había investigado lo suficiente. Ni siquiera se inclinaba ante Dane. —Muy bien—. Ella respiró profundamente. —Realmente no deseo enemistarse con usted. Pero es mejor que sepamos de antemano por qué estoy aquí. Es mi trabajo determinar si los fondos que el Santuario recibe deberían continuar, ser elevados, reducidos o interrumpidos. Y su trabajo es asegurarme que tenga acceso completo a todos los expedientes de compras, pagos, contratos o servicios provistos al Santuario, en forma electrónica y copia impresa. Me gustaría comenzar a trabajar mañana, si no le importa—. Se agachó, tomó su café y bebió un sorbo mientras cruzaba las rodillas y esperaba. Era evidente que estaba refrenando su gruñido, mientras que Mercury la estaba observando con un destello de diversión en sus ojos. Jonas, por desgracia, se parecía demasiado a Dane. Por desgracia para él, porque Ria había aprendido como negociar con Dane años atrás. Ella recibió joyas de todo el mundo en el pago por permitirle manipularla. Y él así lo hizo. Ella le devolvió la sonrisa a Jonas. —Soy realmente una persona muy agradable. Montón de café ayuda—. Mercury bufó. Jonas la miró. —Dane Vanderale está detrás de esto, ¿no? —. Levantó los labios en una mueca. —Es por eso que de repente Leo está tan interesado en saber ¿cómo se está gastando su dinero? —. Ria frunció el ceño. —El León no puede ser manipulado, Sr. Wyatt. Una vez que llegue a conocerlo, usted lo aprenderá—Tal vez a la manera difícil, como a menudo lo hizo Dane. Sin embargo, Jonas estaba sospechoso, y eso no presagiaba nada bueno para Dane. O para ella. Leo no la despediría, pero chico, iba a asegurarse que ella deseara que le hubiera hecho algo tan humano como simplemente despedirla. Leo la conocía. Sabía cómo hacerla sentir culpable. Y podría utilizarlo con sorprendente fuerza. — ¿Qué es lo que necesita exactamente? —. Jonas le preguntó mientras apretaba los dientes. 20
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—Como he dicho, en copia impresa y/o en copia electrónica la información sobre compras, contratos, ventas o negociaciones relacionadas a ellos. La única cosa que no requiero son los archivos de laboratorios sobre las diferentes Castas o informes de misiones sensibles. Cualquier otra cosa sobre las actividades del Santuario deberá estar disponible para mí—. —Y eso ¿cuánto tiempo le llevará? —espetó. El arrepentimiento brillaba dentro de ella, porque sabía que estaba cerca de enemistarse con él, tal vez haciendo un enemigo de él. Y le recordaba mucho a Dane. Era muy amiga de Dane, incluso si él la estaba manipulando, macho calculador e insensible por convencerla para venir aquí. Leo iba a matarlos a ambos, pero el peligroso Santuario que enfrentaba la aterrorizó. Miró de Jonas a Mercury y consiguió suavizar ligeramente su temperamento. —Esperemos que no demasiado tiempo—le dijo. —En verdad, Sr. Wyatt, no es mi deseo hacer un enemigo de usted, pero tampoco es algo que vaya a influir en mi trabajo. Si bien, le prometo que, la viabilidad del Santuario significa algo para mí, así como para Leo y Dane. Yo no estoy aquí para arriesgar su seguridad, estoy aquí para recoger la información. Todo lo que necesito es su cooperación. No importa mi decisión, sé que Leo y Dane estarán dispuestos a trabajar con el Santuario para continuar la conexión con Vanderale que el mismo disfruta". Incluso si ellos estaban teniendo fugas de dinero como un colador, Leo nunca contemplaría cortarlas. El Santuario podría estar teniendo fugas de dinero hasta que el infierno se congelara y seguiría inyectando dinero dentro de él. Pero ese no era el caso. No era dinero lo que se estaba fugando, era algo mucho más vital. —Usted tendrá lo que necesite—. Jonas se paró. —En la mañana—. Ella se levantó. Mercury se enderezó también. —Lo espero con ansias—. Dejó el café en la mesa y le extendió la mano una vez más. —Ha sido un placer conocerlo—. Él le estrechó la mano con firmeza, pero no reforzó su apretón, él no trató de demostrarle su fuerza, y su estima sobre él se elevó. Porque sabía que él estaba furioso. —Mercury, condúcela a su cabina. Tú, Lawe y Rule serán su seguridad personal. Asegúrate que nadie la mate. Porque a ella no parece importarle mucho su propio bienestar en la actualidad. Y tiene que estar en el laboratorio de Ely en la mañana para la prueba—. 21
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Ria se detuvo. —No habrá pruebas, Sr. Wyatt. Suministré las muestras necesarias antes de mi llegada. No habrá más—. Se detuvo y la miró, un músculo de su mandíbula se marcó antes que sonriera tirante. —A usted le gusta jugar con fuego, ¿no, Srta. Rodríguez? —. Ella dejó escapar una risa ligera de su garganta mientras lo observaba. —Sr. Wyatt, Dane con frecuencia dice que es exactamente lo que mejor sé hacer. Creo que mi madre me acusó varias veces también. Pero usted encontrará que no soy exactamente el enemigo—. —Yo no considero a las mujeres mis enemigos—. Se encogió de hombros y en su sonrisa rápida ella pudo ver el encanto de que era capaz. —Las combatientes tal vez—. Le dijo. Ella inclinó su cabeza acordando antes de acudir a su guardaespaldas personal. Era suficiente para hacer desear a una mujer que la palabra tuviera una connotación totalmente distinta. Como desnudo y en su cama. Demasiadas malas relaciones y ella no mezclaba. Además, sabía que las Castas se acoplaban. Ellos siempre eran juguetones, eróticos y malvados, excepto amando a una mujer que fuera como una pareja. Y el apareamiento era casi instantáneo. Hasta el momento, ella no tenía deseos incontrolables cuando se trataba de su cuerpo. Irracionales, tal vez, pero eso no contaba. Ella luchó para restablecer su equilibrio mientras Mercury, una vez más la acompañó de la casa a la limusina. Se deslizó en la parte trasera, vio como se trasladaba enfrente de ella antes que el coche comenzara a moverse hacia la entrada de automóviles. Ambos estaban en silencio, mientras cruzaban a través de las tranqueras y la multitud de defensas que se repetían fuera de ellas. Los chismes provocaron las protestas. Los rumores de los deseos sexuales forzados, debido a un virus que las Castas llevaban estaban en el tapete nuevamente. También estaba la historia del asesino serial/caníbal quien estaba vinculado a las Castas. Los chismes mantenían a los manifestantes en la puerta, y la sospecha giraba alrededor de las Castas, tanto aquí como en Haven, el complejo de la Casta Lobo. —Usted presionó un acuerdo con Jonas. Por un tiempo le sugiero no empujarlo de nuevo—declaró Mercury cuando se dirigían a la cabaña. Ella lo miró en silencio antes de hablar. —Jonas, como Dane, requiere un 22
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cierto entendimiento para tratarlo. Si él creía que yo era más fácil de atropellar, pasaría su tiempo negándome lo que necesito y bloqueando mis intentos—. Pero eso no cambiaba el hecho que enfrentarlo no había sido fácil. La mayoría de las veces su corazón había estado en su garganta, y controlar cualquier atisbo de temor había sido casi imposible. —Tratar con Jonas no tiene nada que ver con tratar con Dane Vanderale, Ria. No se engañe. Puede ser un duro enemigo—. —Como puede Dane—. Ella se encogió de hombros. Lo miró, la postura desgarbada que él prefería la tentaba. Deseaba enroscarse en su regazo. Deseaba calentarse contra él. Ilógico. Irracional. Insano. La noche anterior había estado repleta de sueños de él. Había estado fuera, patrullando el área alrededor de la cabaña, ella lo sabía. Era demasiado cerca. Demasiado tentador. Al menos no había estado realmente en la cabaña. Ella no compartía su espacio muy bien, no importa lo mucho que se sintiera atraída por un hombre. Ella era una persona solitaria. Había decidido eso hace mucho tiempo atrás. Las personas se iban con demasiada facilidad. Entraban, se aprovechaban de ti, luego se iban, dejándote sola. Fue una lección dura de aprender, y una que se recordó desde cuando ella pasó a preguntarse cómo sería compartir realmente el espacio con alguien. — ¿Por qué no tiene un amante? —. Su cabeza se dio vuelta ante la pregunta. — ¿Perdón? —. Ella parpadeó hacia él en estado de shock, y su cuerpo casi chisporroteaba ante la mirada que él le estaba dando. Su expresión era decididamente sensual. — ¿Por qué no tiene un amante? —preguntó de nuevo, separando las palabras como si ella pudiera tener problemas para comprender el inglés. —Es guapa. Soltera. Y está sola—. —No veo a una mujer colgando de su brazo—le espetó. —Tal vez lo dejé en casa—. Sacudió la cabeza. —No hay aroma de un hombre en usted. Si tuviera un amante, el aroma de su excitación se demoraría a su alrededor durante semanas, incluso si estuviera separada de él. Así que usted no tiene un 23
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amante—. —Y no lo considero de su incumbencia—le dijo, esforzándose por calma. —Yo si—. El corazón golpeó en su pecho, la sangre se precipitó a su cabeza, y se preguntó si la reacción era un precursor de un accidente cerebrovascular. Porque nunca le había sucedido antes. —No lo es—. Ella lo miró recelosa ahora. —Dane no debería haberla enviado aquí sola—le dijo, su voz era tranquila, demasiado suave, peligrosa. —Es una tentación, Srta. Rodríguez. Y es un reto. Dos cosas que son difíciles de ignorar para un Casta—. Y ella se iba a derretir en su asiento. ¿Una tentación y un desafío? Ella no tenía atractivo y lo sabía. Trataba de sazonarlo con ropa interior sexy y las joyas que Dane le trajo. No siempre joyas. A veces un pañuelo, a veces algo tan simple como una rara pieza de arte que encontraba en un mercado desconocido. Le gustaban las cosas bonitas a su alrededor, porque sabía que no era demasiado bonita. Ella no era tentadora. Y a pesar de su afirmación, no sería mucho desafío si él decidiera que la deseaba en su cama. —No tiene que jugar conmigo, Mercury—le dijo, consciente que no podría cubrir la pequeña pizca de tristeza que se deslizaba libre. —Yo hago mi trabajo. No importa la tentación de no hacerlo—. Y podría tentarla. Podría ser su caída.
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Leigh, Lora CAPITULO 3
La miraba. Estaba tratando de desenredar ese ridículo moño de su pelo que había retorcido en su nuca. Cuando ella lo miró, sus ojos marrones, casi del color del chocolate negro, estaban irritados. Su cremoso rostro suavemente redondeado, y la obstinada barbilla eran fascinantes. Pero había otras partes de ella que lo estaban volviendo loco. Si mantenía su culo crispado como eso, él iba a follarlo. Así que Dios lo ayude, iba a ponerla sobre sus rodillas, alzar esa falda marrón claro por sus caderas, y mostrarle la locura de molestar a un macho Casta león completamente crecido y hambriento. Mercury Warrant se apoyó contra la pared de la pequeña oficina Gloria "por favor, llámeme Ria" Rodríguez estaba usando, y luchaba para mantener la misma fachada fría que había mantenido firme durante el mes pasado. No era fácil. Especialmente cuando ella se trasladó del escritorio a la mesa ubicada transversalmente a él para ir a los archivos apilados allí. A veces ella se inclinaba estudiando el contenido de cada archivo antes de elegir uno, y la falda café modelaba su culo como una mano amorosa. Igual que su mano quería moldearlo, apretarlo, separar los exuberantes globos mientras miraba su erección deslizarse dentro del calor húmedo, y sedoso de más abajo. Estaba duro, y después de cuatro semanas de ello, estaba empezando a enfurecerse. Se masturbaba pensando en ella, con la imagen de su rostro y de su cuerpo desnudo cabalgándolo. Los días que pasaba con ella solamente encendían ese deseo hasta que estaba empezando a atenazar hambriento sus pelotas. Deseaba lisa y llanamente a la pequeña Jane. Quería tirarla en la cama y caer en celo sobre ella hasta que la necesidad fuera destruida y su mente estuviera libre de ella. — ¿Usted era especialista en mecánica antes de convertirse en parte del equipo del Sr. Wyatt? —. Ella volvió la cabeza, mirándolo a través de sus agudos ojos marrones. — ¿Usted fue el que estableció las especificaciones de las mugrientas motos que nosotros enviamos aquí? —. El "nosotros" en cuestión significaba Industrias Vanderale, el más generoso benefactor del Santuario. Él asintió brevemente con la cabeza. —Sus archivos de laboratorio no indicaban conocimientos de mecánica. Su especialidad era reconocimiento y armas con un talento importante en el 25
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asesinato y la tortura—. Levantó una ceja. —Usted lo hace parecer como la universidad—. Ella lo miró en silencio, su expresión era inmutable. —La capacidad no se incluyó porque no había ninguna posibilidad de desarrollar el talento—. Por último, se encogió de hombros. —Cuando llegué aquí, había algunas viejas motos en uno de los cobertizos. Pasaba mi tiempo arreglándolas—. Jonas había dicho cooperar con ella. Bien, había cooperado. Y él tuvo que admitir que le gustaba ese pequeño destello de interés en sus ojos cuando él le dio lo que quería. Le gustaría darle mucho más de lo que estaba pidiendo. — ¿Así que ha encontrado el talento mientras se recuperaba? —. Se enderezó y se volvió hacia él, deslizando sus manos dentro de los bolsillos de la delgada falda cuando se inclinó sobre la mesa. Recuperación. Ahora había una palabra para ello. Él asintió con la cabeza. Era difícil hablar con ella cuando lo único que quería hacer era rugir de lujuria. Podía sentir el impulso creciendo en su garganta y luchó contra él. Maldita sea, debió haber estado demasiado tiempo sin una mujer. Tal vez debería encontrar una. Rápido. O iba a terminar en la cama con un potencial desastre. La emisaria de Vanderale no era alguien para estar atornillado a su alrededor. Literalmente. —Ustedes pidieron seis motos más, con electrónica avanzada, armas y potencia. ¿Ha estado involucrado con las especificaciones? —ella preguntó. Él asintió con la cabeza nuevamente. Aquellas motos serían un terror en las montañas que el gobierno había cedido a las Castas. Las motos estaban desmontadas sólo para permitir el peso necesario para montar los pequeños cañones de los fusiles y las municiones. GPS y avanzados enlaces satelitales estaban contenidos dentro de los escudos de balas de las motos, y los motores estaban modificados para incrementar su potencia. — ¿Y cuáles serían las consecuencias si las motos no fueran aprobadas? —. Esa pregunta lo tiró. Ellos necesitaban esas motos. —Más Castas morirán—le contestó. —Mantenerse al día con los trucos que los Supremacistas utilizan para entrar en el área protegida es de suma importancia. Las motos ayudarán a los equipos que tienen que patrullar el perímetro, que ha crecido en los últimos años—.
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—Los avances que usted está pidiendo aumentan el precio de las máquinas por varias decenas de miles de dólares por moto—señaló. —Por no hablar de las municiones y el tiempo del satélite que ellas van a utilizar. A este ritmo, Vanderale necesitará colocar un satélite en órbita para el Santuario solamente. ¿Conoce el costo de eso? —. —Vanderale gana también—él le recordó. — ¿Cuántos de nuestra gente ya tiene trabajo de seguridad para las nuevas instalaciones que ustedes han instalado en el Medio Oriente? —. —Personas a las que pagamos un excelente salario—argumentó. —No hay intercambio de favores, Mercury—. Mentira. Él la miró con sorna. —Dile eso a tu ejecutivo que rescatamos de Irán el mes pasado, Srta. Rodríguez. La comunidad de las Castas hizo lo que ningún otro equipo podría haber hecho para liberarlo a cualquier precio. Para usted ¿Cuál era el valor de su vida? —. Sus labios temblaban ante el punto. —Tiene razón—. Ella se encogió de hombros. —El Sr. Vásquez es muy importante para Vanderale. Lo está haciendo bien, por cierto. Lo consideró un infierno de una aventura—. Se movió de nuevo, cruzando un tobillo sobre el otro cuando se apoyó en el escritorio, y él juró que escuchó el sonido de la sedosa carne rozándose. Y eso no podía estar pasando, porque a diferencia de otras castas, justamente su audición no era de avanzada. Dios, quería levantarla sobre esa maldita mesa y enterrar la cabeza entre sus muslos. Se preguntó si tendría un sabor tan dulce como él se imaginaba que lo tenía. Si estaría tan húmeda y caliente como él estaba duro. ¿Gritaría por él? Deseaba su grito, su ruego, su cabeza inclinada hacia atrás y ese moño en la nuca suelto. —El Santuario necesita esas motos—dijo en su lugar. —Con uno de esas por equipo a salir, vamos a tener una ventaja sobre los Supremacistas que están tratando de entrar, asesinar o secuestrar a los miembros del Gabinete de Gobierno Felino y sus familias—. En los últimos meses, dos atentados más se habían realizado en la casa principal. Se volvió a los expedientes desparramados sobre la mesa antes de escoger uno y volver a su escritorio. Mercury observó cómo ella tomó asiento y abrió el expediente. Bajó su 27
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cabeza, mostrando la piel suave de su cuello, el pulso latiendo pesado justo debajo de la carne. Él impidió la salida de sus dientes, junto a la necesidad de rasparlos sobre su cuello. Para sentir la delicada piel, para saborearla, a lo mejor para morderla un poco. Joder. Ante el pensamiento, su polla se estremeció, apretó los testículos con un fragmento de placer tan intenso que era casi doloroso. Rápidamente Mercury pasó la lengua por sus dientes, chequeando por una inflamación de las pequeñas glándulas debajo de ésta, por un sabor extraño en su boca. Cualquier cosa que indicara el calor de apareamiento. No es que él lo esperaba, pero tenía que estar seguro. No había ninguna inflamación, ningún derramamiento de la hormona de apareamiento que sería una señal que ella era suya. ¿Qué hubiera hecho él, se preguntaba, si hubiera estado allí? Si hubiera sabido que no había perdido a la única persona en el mundo destinado a ser de él después de todo. Que los sueños que pasaron por su mente mientras dormía podrían convertirse en realidad. Apretó la mandíbula ante el abrumador pensamiento de aparearla. De tener la oportunidad que se apartó de él, de marcarla, a esa mujer única, como suya. La sexualidad que el calor del apareamiento producía era intensa, ardiente. La necesidad sexual abrumadora. Por desgracia, era algo que Mercury sabía que nunca conocería. Había perdido a su compañera, hace años, en una vida que luchaba diariamente para olvidar. No había marcado al la pequeña leona, su corazón y su cuerpo la habían reclamado. Nunca la había tomado, nunca la besó, pero él recordaba el hambre imperioso de hacer precisamente eso. La sensibilidad en su lengua, la conciencia primitiva de ella y de su aroma, su lujuria en cada oportunidad que tuvo de verla. Su rabia y dolor cuando ella había muerto en una misión casi había resultado en su propia muerte. Ella había sido su compañera. Y las Castas León se aparean una sola vez, al igual que su primo el león. Pero todavía podía follar. Y estaba condenadamente decidido a follar esa pequeña Jane hasta un chillón orgasmo. —El año pasado Vanderale contribuyó con más de veinte millones de dólares solamente para el Santuario—murmuró, mientras se acercó a otro archivo. —Verdaderamente el Sr. Wyatt tiene una impresionante lista de deseos en el expediente que nos envió para la ayuda financiera del próximo año—. Mercury no dijo nada. Él no era parte del Gabinete de Gobierno, y por el momento, los deseos de Jonas eran la última cosa en su mente. Estaba demasiado ocupado mirando el ascenso y la caída de sus senos debajo de la 28
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voluminosa blusa, pensando en el color de sus pezones, y si las suaves curvas por debajo de la blusa eran tan generosos como él estaba adivinando que eran. El sonido de su carraspeo levantó su mirada. Mercury volvió a mirarla, mantenimiento una expresión apacible, incluso a pesar de haber sido sorprendido mirando de reojo sus pechos. Además, le gustaba el pequeño indicio de rubor en sus mejillas, la manera en que sus ojos, lo reprendieron tras los pequeños cristales de sus gafas. —Me doy cuenta que está usted aburrido—. Ella suspiró, su expresión era resignada. —Pero eso me hace sentir incómoda—. — ¿Por qué? —. La sorpresa brillaba en los ojos color chocolate negro. Mercury no era tan aficionado del chocolate como eran algunas de las Castas, pero tuvo que admitir, esta mujer podría aficionarlo. — ¿Por qué? —ella preguntó con una leve e incómoda sonrisa. —Tal vez porque usted y yo sabemos que no es por interés, sino simplemente un intento para divertirse. Sé que las últimas semanas no han sido fáciles para usted, vigilándome. Además, a las mujeres no les gusta tener miradas lascivas sobre sus pechos. Debería saberlo—. —No entiendo lo que significa—le dijo y se encogió de hombros. —El hecho que encuentre sus pechos interesantes no debería ser una de esas cuestiones. Parece tener bonitos pechos. Usted debería usar blusas que los destaquen en lugar de tratar de ocultarlos—. Las mujeres eran criaturas extrañas. Y él no estaba aburrido en absoluto. Estar con ella era cualquier cosa menos aburrido. — ¿Cuánto le gustaría si todo lo que hiciera fuera comerme con los ojos su entrepierna? —replicó. —Es insultante—. —Como con los ojos el contenido de tus senos—. La sola idea de ello tenía su polla contrayéndose para hacerse notar con lastimoso hambre. Cuando ella bajó la mirada, sus ojos se abrieron y se echó para atrás. —La reacción normal cuando un hombre encuentra a una mujer atractiva—. Él frunció el ceño ante el descontento de ella. — ¿Preferiría que no tuviera ninguna reacción en absoluto? —. —Sí—. Ella golpeó la carpeta cerrada. —No tengo tiempo aquí para aventuras—.
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— ¿Le invité a una aventura? —. Él frunció el ceño. —Le dije que la encuentro atractiva—. — ¿Y usted se pone duro por cada mujer que encuentra atractiva? —. Ahora esa pregunta lo incomodaba. En ese sentido no había una gran cantidad de mujeres que encontrara atractivas. — ¿Te mojas por cada hombre que se acerca a ti? —le preguntó. Porque ella estaba mojada. Podía oler su excitación, su interés. Había estado oliéndolo durante días y se estaba volviendo loco. Era la primera vez que había olido la lujuria de una mujer de tal manera, tan claro a través de la habitación. Él podría ser como el león, sus genes fueron tomados de él, pero contrariamente a la creencia popular, sus sentidos no eran tan fuertes como el de las otras Castas. Sin embargo, eran más fuertes que los de un ser humano, pero. . . Ese olor lo tentó de nuevo. El dulce aroma de la madrugada elevándose. Ese arma evasivo y sutil del amanecer, de calor húmedo y de la aventura. Eso era a lo que ella olía, y Mercury amaba el amanecer. Ahora su piel estaba suavemente ruborizada, y con el aroma de su excitación, también podía sentir su confusión. —No estoy mojada—mintió, desplazándose en su asiento, lo más probable apretando herméticamente sus piernas. Mercury dejó arrastrar una sonrisa en los labios. Ella sabía que el sentido del olfato de las Castas era más fuerte que el de un humano normal, y ella no tenía idea de la debilidad en él. También sabía que vería la mentira por lo que era, un intento de negar la atracción que se fortalecía entre ellos. Él no le hablo sobre ello. Mantuvo su postura contra la pared, sus ojos en ella, a pesar que quería sus manos sobre ella. Hizo una pequeña inhalación de desaprobación antes de volver a los archivos e ignorarlo deliberadamente. Aquello era bueno para él, de todos modos acostumbrarse a un hambre de esa potencia tomaba tiempo. Tiempo y paciencia. Tenía ambos. *** Ria estaba nerviosa. Nunca llegó a estar nerviosa, o avergonzada, o caliente por un hombre como lo había estado durante el último mes. Pero ahora ella lo estaba. Se quedó mirando el expediente en el que se detallaban las sucias motos con las que originalmente Vanderale había provisto al Santuario, así como las notas y las modificaciones que Mercury Warrant había hecho en ellas.
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Las modificaciones que había incorporado en las especificaciones para las nuevas motos que ellos querían. Pero su mente no estaba en las motocicletas, las armas agregadas y el coste de las mismas, que era astronómico. Su mente estaba en el hombre. O el Casta. Mercury mostraba más de las características físicas que todas las Castas Felinas que hasta ahora había conocido. Pómulos altos y exóticos ojos marrones, casi pero no del todo ámbar. Había una tenue oscuridad alrededor de los ojos y de los párpados, como si alguien hubiera aplicado la línea más pequeña de Kohl. Las tupidas pestañas besadas por el sol enmarcaban los ojos y le daban una apariencia erótica. Sus labios eran un poco delgados, pero bien esculpidos y más atractiva de lo que deberían haber sido. Su nariz era larga, con un puente aplanado más prominente que la mayoría de las castas. El cabello largo, grueso, marrón, negro y rojizo caía sobre sus hombros. A diferencia de Callan Lyon, con su pelo castaño dorado y su rostro hermoso, Mercury parecía la personificación de las Castas. Un león caminando dentro del cuerpo de un hombre. Claramente podía ver las cualidades primitivas y salvajes que ella sabía él luchaba por sabotear. Como si pudiera ocultar lo que era, sobre todo a sí mismo. Dejó el archivo que estaba leyendo cubrir su mano, mientras lo guardaba en la ranura de la tarjeta de memoria en la cual había insertado un "fantasma" de chips, uno de los chips de memoria nuevos, especialmente mejorados que sería indetectable para los sistemas de las Castas. Lo deslizó dentro de su mano y lo escondió muy bien en la manga de su blusa. Los mensajes electrónicos y las órdenes que había estado investigando estaban contenidos en el chip, con más de varios otros chips que se había sacado de la oficina durante semanas. Le pareció que el Santuario tenía más para preocuparse que lo que Dane había imaginado, si lo que estaba aprendiendo era verdad. —Estoy lista para ir a casa—. Cerró de golpe el expediente y se levantó de la silla. Ella no podía mantener su mente en el expediente o en el trabajo que había ido a hacer allí. Estaba demasiado consciente de él, demasiado consciente de la sensualidad en constante aumento entre ellos. —Voy a avisar a Jonas que nos vamos—asintió con la cabeza mientras volcaba el micrófono de la unidad de comunicaciones al lado de su cara. —Nosotros no nos vamos. Yo me voy—. Regresó al escritorio que contenía los archivos que había sacado para llevar. —No necesito un acompañante—. 31
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—Eso no es lo que me dijeron—le informó antes de volver a su conversación con el enlace. —Jonas, estamos listos para regresar a la casa—. Escuchó un momento antes de responder. —Mi bolso está en el jeep. Voy a estar en contacto desde allí—. Ria apoyó las manos sobre las caderas mientras lo miraba. —Exactamente, ¿qué quieres decir con eso? —. Entrecerró los ojos sobre ella. —Hubo otro intento de vulnerar el perímetro de las fronteras del Santuario en el lado este de la montaña. Su cabaña está situada allí. Dado que usted está fuera de los límites del Santuario, está en riesgo—. — ¿Y? —. Refrenó su sonrisa. —Así que, a partir de ahora tiene un guardia dentro de la casa, es decir a mí, así como uno fuera siempre que no se encuentre en el Santuario. No podemos arriesgarnos a su secuestro o muerte, Ria—. — ¿Es decir a usted? —. ¡Oh, no!, eso no iba a funcionar. De ninguna manera, de ninguna forma. —Va a tener que decirle al señor Wyatt, que he rechazado su encantadora compañía. Usted puede sentarse afuera con su amigo—. — ¿Tiene miedo que no se puede resistir a mí? —. Su frente se arqueó, y había una confianza arrogante en la curva de sus labios. — ¿Perdón? —. Él no quería decir lo que ella pensaba que dijo. —Ya me ha oído—dijo. — ¿Está temiendo no poder manejar su propia respuesta hacia mí, que pusiera su vida en peligro? —. Ahora eso era un desafío. Odiaba los desafíos. Para empezar un desafío la había llevado allí. —Yo no tendría problemas de resistirme a usted, señor Warrant—replicó ella, su voz era fría a pesar del calor que viajaba a través de su cuerpo. —Esto no tiene nada que ver con usted, y todo que ver con la privacidad. Me gusta vivir sola—. Cruzó los brazos sobre su pecho, su ancho y poderoso pecho, y la miró con el ceño fruncido. —No estamos dispuestos a arriesgar su vida a causa de su privacidad—le informó. —Usted puede aceptar las condiciones o nos veremos obligados a llamar Industrias Vanderale e informarles del peligro y su falta de cooperación.
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Se nos aseguró que cooperaría con las medidas de protección que fijamos en el lugar—. Maldita sea. Ella iba a matar a su jefe. Si el Santuario se quejaba, no sólo iría a su propio departamento, sino que también golpearía en el escritorio del presidente y propietario de Vanderale. Y nadie, pero nadie se metía con él por su caridad favorita. A excepción de su jefe. Dane Vanderale podría ser el hijo y heredero potencial, pero todavía era responsable ante su padre, tal como lo era ella. Y él no tenía idea que ella estaba aquí. Estaba atrapada y lo sabía. — ¿No tiene un matón femenino que puedas asignar a la casa? —. Ella luchó contra su irritación. — ¿Alguien que al menos tenga sentido del humor? —. —Tengo sentido del humor—. Se encogió de hombros nuevamente. —Por ejemplo, encuentro muy divertido que le de miedo estar a solas conmigo—. ¿Miedo? ella sonrió. —Usted tiene una opinión sobrevalorada de su atractivo, Sr. Warrant. Yo sólo no deseo la irritación de su erección alardeando alrededor de mi casa e invadiendo mi privacidad. Si deseara eso, me hubiera traído un hombre conmigo—. Sí, claro. Ella no había tenido relaciones sexuales en años y no eran probables a corto plazo. Por alguna razón, no se había destacado en las relaciones sexuales tan fácilmente como se destacaba en su trabajo. Ella se entendía con su vibrador mucho más fácil de lo que se entendía con los hombres. —Independientemente de mi opinión o sus deseos, he sido asignado a su casa. No tenemos suficientes soldados para ocuparse. Está pegada a mí—. Oh, grandioso. Ella lo miró fijo, frunciendo los labios disgustada mientras encontraba su mirada. Su ardiente mirada. La miraba como los cuatro leones que patrullaban la finca miraban la cena que les llevaban. Estaba enferma de nervios. —Esto no va a funcionar—ella dijo mordiendo las palabras. —Es viernes. Ni siquiera vengo en los próximos dos días—. Él la miró en silencio, como si ella ni siquiera hubiera hablado. Dios, odiaba cuando él hacía eso. —Necesito hablar con Jonas—insistió. —Ahora—. —No es posible. Se está preparando para regresar esta noche a Washington para las reuniones de este fin de semana. Actualmente está encabezando las conferencias con el Gabinete de Gobierno. Tendrá que esperar hasta el lunes—.
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Ella apretó sus dientes. Quería patalear y maldecir, pero odiaba darle una razón para estar más divertido por su disconformidad de lo que ahora estaba. Él parecía encantado por empujarla a perder la tranquilidad. —Esto no va a funcionar—. Ella tiró el bolso de la esquina de la mesa. —No de ninguna manera—. Se incorporó mientras ella se acercaba a la puerta, toda gracia animal y confianza sexual. Estaba vestido con el traje negro de fajina de los ejecutores, una mini-Uzi atada a su lado, un cuchillo enfundado en uno de sus muslos y una pistola enfundada en el otro. Era demasiado alto, demasiado amplio, demasiado sexy y demasiado peligroso. —Va a funcionar bien. Estará perfectamente segura—le aseguró al abrir la puerta de la oficina y permitirle pasar. La rozó contra su cuerpo, deslizó su hombro a lo largo de su pecho, su calor rodeándola mientras se trasladaba junto a él. Dios, le encantaba cuando lo hacía. Amaba la sensación de fuerza y poder de protección que podía sentir rodeándola. Esto no quería decir que le gustaba la idea de tratar con ello todo el fin de semana. Ella utilizaba el tiempo lejos de él para distanciarse, para refrenar la atracción y la necesidad cada vez mayor. ¿Cómo diablos se suponía que tenía que hacer eso con él en su cara siete por veinticuatro? —Esto así no va a funcionar—murmuró de nuevo mientras caminaba por los estériles pasillos de las oficinas subterráneas. —Se preocupa demasiado—. Él la seguía demasiado cerca. —Usted no es la única pegada a un hombre todo el fin de semana—. Ella resopló. —Me gusta mi privacidad, Sr. Warrant—. —Usted sobrevivirá, Srta. Rodríguez—. Tal vez. Dios, lo deseaba. Quería lo que sabía que no podía tener, porque Ria no tenía sexo de una sola noche. Hace mucho tiempo ella había aprendido que no era para ella, y estaba decidida a no caer de nuevo en la trampa. Y Mercury Warrant nunca sería otra cosa. ¿No se decía en su expediente que era considerado un compañero sobreviviente? La mujer que su corazón y su alma habían elegido como propia había muerto. Mercury Warrant no podría dar su corazón a otra mujer, porque ya estaba tomado. Y Ria sabía que no podría soportar alejarse si le daba el resto de su corazón.
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Leigh, Lora CAPITULO 4
—Aquí está tu habitación—. Ria abrió la puerta del pequeño dormitorio ubicado en la cabaña. Sin embargo, era lo suficientemente grande para la cama, el aparador y el pequeño baño incorporado. Su habitación era la suite principal, con una cama king-size, baño completo y vestidor. No era tan grande como su dormitorio en Johannesburgo, pero era suficiente para sus necesidades aquí. Mercury entró en la habitación y arrojó su bolso sobre el grueso edredón que cubría la cama antes de moverse a la ventana grande. Cerró las persianas de un golpe antes de correr las pesadas cortinas y volver a la sala. Ria apretó los labios con irritación antes de seguirlo. Hizo lo mismo en la sala, luego en la cocina, cerrando todas las persianas y corriendo las cortinas en las ventanas más grandes. —Manténgalas cerradas—le dijo antes de dirigirse a su dormitorio. Ria lo siguió en silencio, mordiéndose la lengua, conteniendo su genio mientras él hizo lo mismo allí. Bien, ella comprendía la necesidad, después de todo, si los Supremacistas pudieran tener la suerte de matarlo, sería un marca importante en el cañón del asesino. Mercury era considerado uno de los mejores rastreadores y soldado de las Castas. Eso no significaba que tenía que gustarle. A continuación sacó un pequeño dispositivo electrónico del costado del cinturón y comenzó a ir de una habitación a otra. El receptor era uno de los de Vanderale y los mejores que se podían encontrar. Hasta el momento, no había desarrollados dispositivos de escucha que pudieran eludir sus sensibles componentes electrónicos. Pero ella no recordaba que estuvieran en la lista del equipamiento que había sido enviado al Santuario. — ¿Cómo obtuviste el R72? —preguntó, mirando como recorría a lo largo de los zócalos y alrededor de los muebles. —Llegó el mes pasado con una media docena de otros por correo especial de L. Vanderale—. Gruñó el nombre. Parecía que Mercury había tenido un encuentro con el primer Leo en la misma fecha que Jonas. — ¿Cuál es la razón por la que Jonas encuentra tan difícil de creer que él consideraría recortar los fondos un mes más tarde? —. —Yo no tomo las decisiones, sólo las sigo—. Ella se encogió de hombros. —Hmm—él murmuró mientras se movía por el resto de la casa aparentemente antes se aseguró que no hubieran micrófonos ocultos.
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Se guardó el pequeño receptor dentro del estuche especial adjunto a su cinturón antes de mirarla, su mirada encapotada, su apariencia parecía más peligrosa en la penumbra de la casa. —Tengo trabajo que hacer—ella finalmente suspiró. —Hay algunos comestibles en la cocina y bebidas en el refrigerador. Siéntete como en casa—. Se dio la vuelta y se dirigió a su dormitorio. — ¿No cenas? —. Ria se detuvo en el centro de la sala. ¿Qué era ese hilo de emoción que escuchó en su voz? ¿Estaba verdaderamente ahí? ¿Soledad? Se volvió hacia él, viendo más que el hombre de pie, tan quieto y en silencio, con la cabeza en alto, los hombros hacia atrás. Su expresión era fría, casi anodina, pero algo dolía atrozmente en sus ojos. Eran depredadores, pero lleno de una tristeza que agujereaba su propio corazón. Había algo en sus ojos que ella siempre había reconocido en sí misma. Una necesidad, un hambre que nunca ninguna cantidad de los alimentos podría llenar. Para ella, era simplemente un lugar donde pertenecer. No tenía idea lo que era para Mercury. Sin embargo sabía, que cuanto más tiempo se quedara aquí, más se sentiría como si ella no deseara irse tan rápidamente como había pensado que lo haría. Maldita sea. Estaba acercándose, y a ella no le gustaba eso. —Por lo general me ducha primero—. En realidad, solía comer un bocadillo mientras se inclinaba sobre su ordenador y luchaba con los archivos que había robado durante el día. ¿Ella ni siquiera tenía algo para cenar? Pensó rápidamente. — ¿Por qué no ordeno algo a la pizzería de la ciudad mientras te bañas? Voy a mirar el delivery mientras te duchas—. Bueno, por supuesto que no podría trabajar, ella lo supo en el momento en que sus cejas bajaron. —Me apuré y tomé una ducha antes de venir aquí—dijo un segundo después. —Pizza suena bien. ¿De qué quieres la tuya? —. Se dirigió hacia el teléfono. —De todo y limpio la cocina—. Ella se encogió de hombros. —Sólo pide la 36
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que te gusta, comeré pizza de cualquier manera que venga—. Él asintió con la cabeza, cogió el teléfono y marcó eficientemente los números. Maldita sea, era tan tonta. Volviendo sobre sus talones, se fue hacia la habitación, preguntándose si posiblemente podría haber cometido un error mayor. Tenía trabajo que hacer, no tenía tiempo para entretener a un Casta lamentándose por una pareja que nunca tendría. A quién le importaba lo solo que estaba, no era como si ella pudiera hacer algo al respecto. El hombre estaba solo por algo que no existía, por una pareja que había muerto hace mucho tiempo. Eso no era su problema y no lo podía arreglar. Lo haría si pudiera, pero no podía revivir a los muertos, como Dane a menudo le recordaba. Pero ella podría desear. . *** Estaba jodida. Mercury hizo el juramento en el minuto en que salió de su dormitorio con esas entusiastas ondas de seda marrón cayendo a la mitad de su espalda. Estaba vestida con pantalones de algodón gris claro, tal vez pantalones de pijama o de descanso, pensó que podría haber oído llamarlos a Merinus. Piernas anchas y malditamente casi deformes. Los odiaba. Con ellos, llevaba una camiseta gris larga hasta el muslo, tan malditamente deforme como los pantalones. Dios, esperaba que al menos tuviera ropa interior sexy. Si no la tenía, iba a comprarle algo. Montones de ellas. Roja y negra, de pecaminosa seda y encajes. — ¿Puedes dejar de mirarme así? —. El rubor cubrió su cara de nuevo. Era casi inocente. — ¿Como qué? —. En realidad no había sido consciente que la estaba mirando en cualquier forma inusual. —Como si me fueras a desnudar—ella replicó, anduvo con paso majestuoso hacia la cocina y sacó dos cervezas del refrigerador. —Un mes en tu compañía y es una maravilla que tenga cualquier apariencia de modestia en absoluto—. Él le sonrió. — ¿De qué color es tu ropa interior? —. Ella lo miró, sus ojos redondos en estado de shock, la expresión indignada. —Eso no es de tu incumbencia. ¿Te pregunto sobre su ropa interior? —.
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Bajó la mirada a los pantalones vaqueros que se había puesto. —No uso ropa interior. Lo siento. En los laboratorios no se acostumbraba a usarlas—. Hizo una pausa en el movimiento de apoyar las cervezas en la mesa, mientras él cruzó los brazos sobre su pecho y esperó. —DMI—ella murmuró finalmente. —Eso es sólo DMI—. Demasiada maldita información. Él asintió con la cabeza. Está bien, entendía eso, Cassie Sinclair siempre estaba emitiendo uno de esos. —Sólo en el caso que estuvieras preguntando—sonrió. —Bueno, no estaba—. El aroma suave de una mentira era fácil de detectar. Su sonrisa se amplió. A veces, sólo amaba ser un Casta. —Toma tu cerveza y déjame sola. Eres realmente exasperante, ¿sabes eso? ¿Jonas no me dijo que eras un Casta silencioso? —. Él arqueó las cejas mientras tomaba la cerveza y hábilmente desenroscaba la tapa. —Bueno, exactamente no pregunto sobre la ropa interior de Jonas—rió. —Así que no hay mucho que hablar allí—. —Bueno, puedes dejar de preguntarte acerca de las mías—. Si su rostro podía enrojecer más, lo hizo. Se sentó a la mesa, se recostó en la silla y la miró pensativamente. —Me deseas. Puedo olerlo. ¿Por qué negarlo? —. — ¿Y piensas que desear es todo lo que importa? —ella preguntó mientras se volvió y se trasladó a los armario de los platos. —Hay más en la vida que sólo deseo, Mercury—. Colocó los platos sobre la mesa antes de enfrentarlo otra vez, su expresión era seria. — ¿Desearte es tan malo? —. No, desearlo era demasiado malo, Ria pensó cuando lo miró, asombrada por el animal relajado y sensual animal en que se había convertido, como si el cambio del uniforme de Ejecutor a pantalones vaqueros y una camiseta de 38
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alguna manera hubiera alterado toda su personalidad. —Depende de lo que sea el deseo—suspiró, y luego lo miró intensamente. —Seamos honestos. No hay posibilidad de nada entre nosotros, salvo una aventura o una función de una noche. No quiero ninguna de esas—. —Quieres amor—. Él asintió lentamente, como si se pudiera entenderlo. —Un compromiso—. — ¿Y qué hay de malo en eso? —. Ella abrió su propia cerveza y tomó un trago rápido. Necesitaba algo para calmar sus nervios. —No hay nada malo en ello, Ria—contestó en voz baja. — ¿Pero qué hace que pienses automáticamente que no soy capaz de interesarme por ti? No es que yo estoy diciendo que lo sea—. De repente, frunció el ceño. —Pero no soy incapaz de hacerlo sólo porque soy un Casta—. —No, porque ya te has acoplado. He leído tu expediente, Mercury. Cualquier otra mujer siempre será la segunda mejor—respondió Ría, manteniendo su voz suave, tranquila. —Yo no hago la segunda mejor muy bien—. Cuando ella se reunió con su mirada, sus ojos eran oscuros y estrechos, helados en su evaluación. —El apareamiento es una reacción química—le espetó. —Esto no significa que estoy muerto o que se mis emociones fueron lobotomizadas—. —No, significa que el sexo siempre será sólo eso, sexo—. — ¿Y hay algo malo en eso? —gruñó. Realmente gruñó. No era sólo un tono más profundo como lo era con algunos hombres, era un verdadero estruendo de sonido, un áspero chirrido de su voz. —Es todo de acuerdo a tu punto de vista—. Ella bebió nuevamente su cerveza, utilizándola para distraerse del ceño feroz en su rostro. —Para mí, el sexo tiene que significar más. Tengo que sentir algo más que sólo excitación—. Y ella había sentido más que sólo eso, por este Casta, durante demasiadas semanas. — ¿Nunca has tenido una sola noche? —. —No por elección—ella replicó. —Mira, esto no es un debate. Es mi elección. Decido no tener relaciones sexuales contigo. ¿Ves por qué no te quiero aquí? ¿Por qué yo prefería que una mujer se quedara conmigo en vez de ti? Sabía que me ibas a acosar por esto—. — ¿Acosarte? —. Se levantó, la apariencia relajada cayó en un abrir y cerrar de ojos. —Todavía no te he acosado. Simplemente quiero respuestas—. 39
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—Díselo a alguien que te creerá—. Ella rodó los ojos ante la declaración. —Vamos, Merc. Deseas sexo. Y no te importa lo que tengas que hacer para meterme en la cama, lo harás. Olvidas ¿cómo podrías dañarme?, o ¿cómo afectará a cómo haga mi trabajo? —. Se detuvo entonces, con los ojos apretados. — ¿O ese es el punto? ¿Estás tratando de influir en mi decisión cuando se trata de la financiación de las Castas? —. La ira se quebró en sus ojos y no era una visión cómoda. Pero tampoco estaba el dolor esperándola. Necesitaba pertenecer. Ella nunca podría pertenecer a este hombre porque ya había perdido esa parte de sí mismo que podría pertenecer a una mujer. — ¿Me veo como el maldito gigoló de Jonas? —gruñó. Ria apoyó la mano en la cadera mientras dejaba la cerveza en el suelo con un golpe y lo enfrentó. —Oh, sólo continúa y finge que él no está encima de ello—ella dijo. —No sería la primera vez que uno de sus Ejecutores ha seducido una calificación para obtener lo que Jonas deseaba. Es frío, calculador y manipulador. Y no deja que nada ni nadie se interponga en el camino de lo que quiere. Adelante niégalo—.
Jonas es el hijo de su padre, a Dane le gustaba remarcarlo divertido. Jonas Wyatt fue creado a partir del esperma recogido de Leo antes de su huida de los laboratorios un siglo antes. De los informes que ella había leído sobre el Director de los Asuntos de Castas, posiblemente tenía todos los peores rasgos de Leo. Era malditamente temerario. —Yo no soy un maldito títere para Jonas Wyatt—Mercury gruñó. Y maldición si él no hizo un buen gruñido. Estaba enojado. — ¿Entonces por qué la repentina presión de acostarte conmigo? He estado aquí un mes y ahora has empezado con las miradas calientes y los pequeños comentarios coquetos? —. — ¿Querías que me lanzara el primer día? Maldita sea, desearía haberlo sabido, porque lo único que podía pensar era en doblarte sobre ese escritorio, empujar esa condenada falda sin forma sobre tu culo y mirar mi polla hundida profundamente hasta las bolas en ese pequeño coño caliente—. Sus labios se levantaron en un gruñido cuando le mostró sus incisivos. —Lo siento, nena, pensé que podrías necesitar una pequeña cantidad de tiempo aquí para conocerme—.
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La imagen estaba destellando en su cabeza. Oh, Dios, nunca sería capaz de sentarse cómodamente en ese escritorio de nuevo. —Pervertido—le dijo en tono acusador, luchando por una defensa contra él. Contra el hecho que había estado, ¿cuál era el término anticuado para ello? ¿Conquistándola? — ¿Pervertido? —gruñó. —Esto no es perversión, cariño, pero puedo trabajar en ella si eso es lo que quieres—. Sus dientes se apretaron, presionando sus labios en una fina línea mientras contenía la rabia, las apasionadas palabras saliendo de su boca. Ella quería regañarlo. Quería asegurarle que ella no quería tener nada que ver con su sarnoso pellejo Casta. Por desgracia, no era la verdad. Y probablemente podría oler una mentira de todos modos. Dios, odiaba las Castas. —No te enojes—finalmente dijo. —Mejor aún, trata de no pensar en mí en absoluto. Esto es una locura—. —Insano está siendo tan condenadamente difícil que estoy a punto de reventar mi uniforme—. Pasó la mano por el pelo antes agarrar de un tirón su cerveza de la mesa y tomar un saludable trago. —Insano es oler ese coño caliente deseándome y tratar de ignorarlo. Si quieres dar marcha atrás, entonces quizás mejor ve lo que puedes hacer para no excitarte a mi alrededor— Ella estaba avergonzada. —Odio las Castas—murmuró. — ¿Sabes eso? Tú y tu aguda y maldita nariz. Simplemente porque lo deseo no significa que debería. Infierno, quiero pastel de queso pero yo sé mejor que va directo a mis caderas. ¿Significa eso que tengo que comerla de todos modos? —. Él la miró con incredulidad. — ¿Me estás comparando con el pastel de queso? —. La ofendida furia masculina y la indignación brillaban en sus ojos. Resopló—Bueno, el mismo principio se aplica—. No era como si fuera ofensivo, ni nada. Le encantaba el pastel de queso. Especialmente el pastel de queso de chocolate. —El infierno lo es—. No había ninguna posibilidad de evitarlo. No había manera de eludir los brazos que la tiraron dentro de su abrazo, o los labios que, de repente cubrieron los de ella. Pero, ¡Oh hombre! podía besar. 41
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Sus labios sobre los de ella eran como terciopelo en bruto, su lengua raspando sobre los labios, empujando contra ellos, buscando para entrar mientras ella gemía bajo la embestida. Sus manos se trasladaron de su espalda a su trasero, rodeando los globos y levantándola hacia él, se puso en punta de pie mientras sus manos apretaban sus hombros para no caerse. Estaba abrumada. Eso era todo lo que había. Un pequeño gemido hambriento salió de su garganta mientras sus labios se abrieron para él, entonces su lengua estuvo hermanándose con la de ella, lamiéndola, enviando erráticos y eróticos impulsos de la sensación directo entre sus muslos. Ahora bien, esto era un beso. Hasta esto, nunca había sido besada. Comía su boca, la consumía, la mordisqueaba, gruñó cuando sus labios se cerraron en torno de su lengua y se amamantó, permitiéndole imitar los controlados empujes de sus caderas contra las de ella. Su polla estaba gruesa y dura, presionando en la coyuntura de sus muslos mientras se inclinaba hacia ella, moviendo sus caderas para presionar la caliente longitud contra su clítoris hinchado mientras ella luchaba para controlar su necesidad repentina y descontrolada. Le dolía su beso, su toque. De sus pechos a su sexo, le dolía con una necesidad tan urgente que eso era lo único que podía hacer para evitar romper sus ropas, exigirle que la arrojara sobre la mesa y la tomara ya. Duro. Rápido. —Hola chicos, la pizza está aquí. ¿Van a compartir? —. Tan rápidamente como la había tiró hacia él, Mercury la empujó hacia atrás, casi arrojándola en la relativa seguridad de la cocina mientras se dio la vuelta, sacando su arma de la funda en su poderoso muslo. — ¡Whoa! Detente ahí, gran hombre—. Lawe levantó las manos, incluida la caja de pizza, sus helados ojos azules llenos de diversión mientras miraba fijo a Mercury. —No has respondido a la puerta al tipo de la pizza, así que hice los honores y la pagué. Deberías por lo menos conseguir una muestra, ¿no te parece? —. Mercury maldijo mientras Ria sintió llamaradas de calor en la cara. Genial. Simplemente genial. Otro Casta y otra maldita nariz sensible. —Las reglas del hambre también—Lawe dijo cuando nadie habló. — ¿Ustedes no se trajeron comida? —. Mercury mordisqueó las palabras. — ¿Tú nos haces comer bocadillos fríos mientras comes pizza? —. La expresión de Lawe parecía caída. —Hombre, eso es muy cruel. ¿Qué pasó con la camaradería? ¿La amistad? ¿Compartir y compartir por igual? —. Movió sus 42
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cejas hacia Ría cuando ella lo miró ferozmente a cambio. — ¿Tiene cerveza? Juro que huelo cerveza—. Mercury guardó la pistola en su funda mientras un gruñido vibró en su pecho y se volvió a Ria. —Esto no ha terminado—murmuró. —Ni por asomo—. El infierno no lo era. En lo que se refiere a ella, era definitivo. Se había acabado, o iba a terminar con más que un corazón roto. Y si ella terminaba con el corazón roto, bien, ahora eso acabaría. ***
La bestia se agazapó, gruñendo frustrada, desgarrada entre su hambre y su certeza que la paciencia era necesaria. Todavía no podía arriesgarse a aparecer. El hombre no estaba dispuesto a aceptar que la bestia aún acechaba, que estaba hambrienta y furiosa. Pero la bestia podía esperar. Las cadenas de las drogas ya no la limitaban. Ya no dormía aquel sueño de pesadilla donde no se despertaba. Pronto, el hombre estaría hambriento y necesitaría, y la bestia sabía que entonces sería libre. *** Mercury se paseaba por la sala después que Ria se hubiera retirado a su dormitorio. Podía ver la luz bajo la puerta y sabía que ella estaba trabajando. Pensaba que podría estar haciendo una empleada ejemplar que llevara tanto maldito tiempo de computadora, no estaba seguro. Empleada, su culo. Ella era empleada de nadie. Exactamente él no estaba seguro de lo que ella era, pero era más que una burócrata. Ella era demasiado inteligente. Demasiado rápida. Y también condenadamente sexy. Él flexionó sus hombros, luchando para relajar la tensión lacerando a través de ellos. Era una sensación incómoda, pinchazos de conciencia que tensaban los músculos y tocaban su cuerpo con una sensibilidad extraña. Deseaba su toque. No podía recordar la sensación de sus manos en su cabello mientras la besaba, tirando de las hebras mientras aquellos pequeños gemidos calientes salían de su garganta. Deseaba sentir sus manos sobre su carne desnuda, sus labios en su garganta, en su cuello. La deseaba con un hambre que empezaba
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a volverlo loco. Estaba paseando por la maldita sala como un animal enjaulado, sintiendo las paredes cerrarse sobre él, y la libertad se escondía detrás de la puerta del dormitorio de Ria. No estaba afuera donde podía correr, donde podía ser libre en la oscuridad de la noche. No, la libertad le hizo señas en la otra habitación, en una cama demasiado grande para una mujer pequeña, su cuerpo tomándola hasta que ella gritara por misericordia. Necesitaba escuchar esos gritos de placer. Ardía en deseos de escucharlos. Se detuvo en el centro de la sala, al darse cuenta con una sensación de shock que pequeños gruñidos vibraban en su pecho. Sonidos predatorios, primitivos, guturales. Los sonidos de Mercury no eran del todo cómodos de oír. Gruñía cuando él lo elegía, y no había elegido liberar el sonido. Sacudió la cabeza, luchando contra una sensación de desequilibrio y un deseo casi irresistible de forzar esa puerta cerrada del dormitorio y tomarla. Doblarla sobre la cama, desnudar su bonito culo y sólo tomarla. Sacudió la imagen clara de su cabeza mientras se encontró dando un decidido y contundente paso hacia la puerta. Nunca, en ningún momento, había hecho algo tan irracional. No iba a empezar ahora. Era sólo una mujer. Había docenas de mujeres, Castas y no Castas, que podría tener con no más de un chasquido de dedos. Mujeres que sonreían, que jadearían y gritarían por él cuando se introdujera en sus cuerpos sensuales. No necesitaba a Ria. Él sólo la deseaba. Desear no era lo mismo que necesitar. O así intentó convencerse cuando fue hacia la puerta y la abrió antes de entrar en el descanso sombreado del porche y la oscuridad de la noche. Aspiró con fuerza, refrenando la demanda primitiva que lo estaba volviendo tan irracional. Nuevamente comprobó su lengua contra los dientes. No, sin glándulas inflamadas. Ni fluido hormonal atormentando su lengua y sus deseos. No era que él lo hubiera esperado. Contuvo su decepción. Con cada año que pasaba más Castas se emparejaban, y encontraban una sensación de paz y equilibrio en esa libertad que habían encontrado. Un equilibrio que Mercury sabía que no era la intención de ser suyo. Su compañera había muerto hace mucho tiempo. Estaba solo. Se apoyó en el pesado marco y miró el terciopelo negro de la noche y el bosque que rodeaba la cabaña alquilada de Ria y recordó los años sombríos 44
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antes del rescate de las Castas. No es que su cautiverio hubiera sido tan difícil como el de alguno de los otros. Los científicos que lo habían creado en los laboratorios de América del Sur habían gobernado con las cabezas frías. Había directivas estrictas, pero las castas no fueron torturadas sólo para ver cuánto podían soportar. Habían sido entrenados desde su nacimiento. Se habían abrazado en sus ratos libres, como niños a sus niñeras, pero cada día de sus vidas, aun en la infancia, contenían lecciones para ser Castas. Sin embargo, para Mercury, había sido una vida de aislamiento casi total de las otras castas. Su formación había sido más exigente, su cuerpo y su mente más exigidos. Y se esforzó para tener éxito, porque el éxito significa tiempo con el pequeño grupo con quienes compartía esos laboratorios. Eso significaba la oportunidad de ver una pequeña leona que le devolvió la sonrisa tímidamente y le hizo acelerar el corazón. A medida que crecían, eran entrenados con mayor dureza, pero no horriblemente. Y sin embargo, Mercury no podía recordar un día de su vida sin sueños de libertad. De correr con el viento, probándose contra sus propios objetivos. De un día en que no sería necesario matar por encargo, sólo en defensa propia. Y recordó a Alaiya. Fuerte, segura, la joven leona había estado llena de vida, y él la había amado. La había amado con toda la pasión de un hombre joven y el alma de un guerrero. Pocas veces había hablado con ella. Nunca la había tocado. Sin embargo, recordó el día en que los científicos habían encontrado la extraña hormona en su semen y su saliva, y habían estado confundidos. Él, tanto como los científicos. Y recordó cuando Alaiya había muerto. El núcleo animal de su psique nunca había estado muy por debajo de la superficie, pero cuando se enteró de su muerte, perdió el poco control que había logrado aprender. Las drogas que ellos le habían suministrado en su organismo para tratar de contener la furia salvaje de su bestia fueron impotentes contra la inundación de adrenalina bestial que lo inundó completamente ese día. Ni siquiera la había tocado. No la había besado. Pero el pensamiento de su muerte, casi lo volvió loco. Mercury sacudió su cabeza con el pensamiento. Parecía imposible que él estuviera destinado a vivir su vida solo porque una mujer que nunca había tocado, que nunca agarrado, hubiera muerto. En cierto modo, pensó, tal vez era lo mejor. La peor cosa que un Casta podía tener era una debilidad. Una pareja, un niño, eran la personificación de la debilidad. Su pérdida podría destruir el alma de un hombre, pero podría acabar con la salud mental de un Casta. Y Mercury se juró, hace mucho tiempo atrás, 45
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mantener siempre la cordura. Deseaba a Ria. La deseaba como él nunca había deseado a otra mujer en su vida, incluso a Alaiya. Pero no había ninguna posibilidad que ella atrapara su alma. Nunca.
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Leigh, Lora CAPITULO 5
A la mañana siguiente Ria se levantó ojerosa, abrió la puerta de la habitación y se encontró con un espectáculo que no podía haber esperado, sin importar las circunstancias. En lugar de dormir en el dormitorio para huéspedes, Mercury estaba apoyado contra la pared junto a la puerta de su dormitorio, su mirada somnolienta se mantuvo firme en la de ella mientras se ponía de pie. Su pecho estaba desnudo. Gloriosamente desnudo e increíblemente musculoso. Y estaba seriamente rasgado. Todo ese poderoso músculo se flexionaba y ondulaba debajo de la piel mientras se levantaba y Ria perdió la poca capacidad mental que le quedaba. Lo único que llevaba era un par de delgados pantalones de suave algodón y el arma que había recogido del piso a su lado. Dios mío, no podía manejar esto. Podía sentir un torrente de respuesta surgiendo a través de su cuerpo, sensibilizando sus terminaciones nerviosas, obligándola a luchar para controlar su respiración. — ¿Dónde dormiste? —. Ella se estremeció ante el áspero sonido de su voz. Mercury se quedó mirando el suelo durante un largo rato antes de levantar sus ojos hacia ella una vez más. —Supongo que dormí delante de tu puerta—. Lo dijo con cansina aceptación, como si él mismo no lo creyera. Ria alejó el pensamiento. Dios, era demasiado temprano para esto. —Las camas son cómodas—murmuró, anduvo con paso majestuoso hasta la cocina y a la cafetera que había preparado la noche anterior. —Sí. Lo son—. Su voz era fría, pero ella no podía evitar la sensación de que la emoción subyacente que escuchó en su voz era más confusión que somnolencia. Llenó la cafetera con agua y después se volvió hacia él. —No toques la cafetera. No conseguirás tu propio café en primer lugar. La primera taza es mía. ¿Entendiste? —. Entornó sus ojos, la mirada golpeando desde el café a ella antes que él asintiera cautelosamente. —Bien—. —Bien. Voy a tomar mi ducha. Esta mañana tengo que ir a la oficina—. Se dio la vuelta y se dirigió a la habitación.
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— ¿Por qué necesitas volver a la oficina? Pensé que no trabajabas los fines de semana—. La sospecha en su voz, diablos su voz misma, parecía rechinar a través de sus nervios. Se detuvo en la puerta. —No me hables. No me preguntes. No hay comentarios, nada de nada hasta que me tome el café—. Se estremeció ante el esfuerzo que le llevó pensar. —Sólo... se invisible o algo así—. Ella se trasladó a su habitación y cerró de un golpe la puerta, ignorando la sorpresa en su rostro. Ella no podía manejar el pensamiento. Si él le hablaba, si de alguna manera ella estaba obligada a responder, no había modo que pudiera manejar incluso una apariencia de civilidad. Despertar no era su pasatiempo favorito. Especialmente en lugares extraños, a la vista de un hombre que quería lamer como caramelo. Ella era una madrugadora, pero una malhumorada. Podría gruñir a una Casta como primer objetivo en la mañana cualquier día de la semana. Y si alguien se atrevía a tocar su café antes que consiguiera esa primera taza, entonces podría ponerse rabiosa. Sólo percibía un sabor diferente después de eso, ella juraba que lo hacía. Y era su café, así que ella lo sabía. Esa primera taza era de ella, o alguien pagaba por ello. Bien, ella era una perra, de buena gana lo admitió. Pero diablos, pasaba sin sexo durante años, trabajaba largas horas y su trabajo se presentaba con no poca cantidad de frustraciones. Se merecía tener unos pocos caprichos. Media hora más tarde, vestida con una falda negra lisa que caía por debajo de sus rodillas y una blusa de seda blanca, Ria estaqueó su pelo en su cómodo moño y empujó sus pies en los zapatos de cuero que usaba en la oficina, cualquiera sea la oficina en que estuviera trabajando en ese momento, y se dirigió a la cocina. Su cerebro estaba casi en condiciones de trabajar, y siempre y cuando Mercury no se hubiera metido con su café, entonces podría tolerarlo. Siempre que no estuviera durmiendo en frente de su puerta de nuevo. Eso fue extraño. No era como si actualmente estuviera en peligro, especialmente con dos castas más aparcados del lado de afuera de su puerta principal. Cuando entró en la habitación Mercury estaba de pie en la cocina extendiéndose hacia el armario por una taza de café. Estaba vestido con el uniforme negro de los ejecutores que sólo se veía demasiado bueno en él, su cabello ligeramente húmedo de su propia ducha.
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Ella capturó la taza mientras su mano bajó y se dirigió a la cafetera. Y si eso que escuchó detrás de ella era una risa, entonces ella podría terminar pateándolo. Volviendo con la taza humeante y llena, pasó junto a él y se dirigió a la pequeña mesa de comedor ubicada fuera de la pequeña cocina. Siempre que él no tratara de hablar con ella, ella estaba bien. El primer sorbo del oscuro y rico café era ambrosía que comenzaba a disparar sus células cerebrales. El segundo y el tercero hacían que la pesada lentitud de su mente comenzara a ceder. Ella fue capaz de llegar a más y entonces capturó el control y prendió el televisor apoyado sobre la pared transversal a ella para las noticias de la mañana. Era consciente de Mercury llevando su propia taza de café a la mesa y tomando asiento a su izquierda. Se recostó en su silla y la miró con silenciosa diversión. Ella podía manejar la diversión silenciosa. Siempre que permaneciera en silencio sólo un poco más. Por último, la primera infusión de cafeína estaba filtrándose en su torrente sanguíneo y haciendo su camino hacia su cerebro, cuando se volvió hacia su silenciosa compañía. —Has olvidado la jarra—ella le informó. Levantó esa dorada ceja. — ¿Se suponía que la trajera conmigo? —. —Bueno, si no estuvieras aquí la habría traído conmigo—. ¿No lo hacía todo el mundo? —Así que es tu trabajo—. Sus labios temblaban, pero no hizo ningún comentario. En cambio se levantó, se volvió y se trasladó a la cocina. Y Ria disfrutó de la vista. El ajustado pantalón negro del uniforme efectivamente modelaba un muy hermoso y masculino culo de Casta. La clase que justamente hacía picar sus manos por rodearlo y comprobar los músculos duros por debajo. —Eres una perra en la mañana, ¿lo sabías? —preguntó cuando volvió con la jarra. —Sí bien, consigue esa primera taza de café para mí y cambiarás de opinión. En realidad soy un demonio del infierno. Tú fuiste lo suficientemente inteligente para permanecer fuera de mi camino—. Le sirvió el café. — ¿Sin azúcar o crema? —. Parecía sorprendido cuando ella se estremeció.
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—Dios, no. ¿Cuál sería el punto? —. Él gruñó cuando tomó asiento y rellenó su propia taza. —Vas a tener que hacer otra cafetera—ella le dijo mientras se inclinaba hacia adelante, apoyando su brazo sobre la mesa y prestando atención a los primeros informes de acciones de la mañana. Se los había perdido la noche anterior. — ¿Yo? —. —Uh-huh—. Ella subió el volumen para capturar los mercados de Asia antes de extenderse a través de la mesa por la carpeta tamaño legal de cuero y abrirla de un manotazo para tomar notas. Ella podría tener que llamar a su corredor. Lo oyó aclararse la garganta y lo ignoró. La había ayudado a beberlo. Una cafetera era generalmente suficiente para ella. —Sólo una palabra de advertencia. No te gustará mi café—dijo. —Tres cucharadas al ras de la lata en un filtro limpio y una jarra de agua. No puedes meter la pata—. Ella le hizo un gesto hacia la cocina. Sorprendida de que fuera, ahora estaba realmente intrigada hasta qué punto exactamente podría empujarlo. Sí, ella era una perra. Pero ella estaba resignada a sus pequeños defectos, y había aprendido a vivir con ellos. Mientras observaba los informes financieros, luego volvió a las noticias del mundo, ella era consciente de Mercury trayendo el café recién hecho a la mesa. Con los ojos fijos en el noticiero, empujó la taza hacia él, después esperó que le sirviera. El primer sorbo fue horrible. Sus ojos se abrieron mientras miró hacia abajo a la taza, luego a Mercury. —Has hecho esto deliberadamente—acusó asombrada. — ¿Por qué hiciste eso? —. Una arruga tironeó entre sus cejas cuando él apoyó la cafetera y la miró fijo. —El café necesita un don, carajo—le espetó a su vez. —No tengo el don. Ahora acéptalo—. ¿Aceptarlo? Ella abrió su boca para espetar una negativa. Antes que las palabras pudieran salir de su boca, él estaba en su rostro. Justo en su cara. 50
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Inclinado hacia abajo, los brazos apoyados en la mesa mientras sus ojos marrones parecían brillar con ira. —Acéptalo—. El estruendoso gruñido de disgusto no era falso. Mercury, ella había descubierto, no jugaba a intimidar. Ria se aclaró la garganta con nerviosismo. —Podrías haberme advertido—. Se inclinó hacia atrás lentamente. —Creo que lo hice. Pero tu actitud de fuerza negra del Diablo decidió ignorarme. Ahora, si deseas ir al Santuario, terminar ese maldito café. Podemos desayunar allí—. Desayuno. Ella lo miró con los ojos abiertos. Bueno, ese era su problema. Los hombres se irritaban cuando estaban hambrientos. —Hay Danesas en el armario—. La mirada que le dio no fue amable. Muy bien. Así que tal vez no Danesas. Por supuesto, eso no significaba que fuera a beber el café. Algunas cosas simplemente no iban a intimidarla. ***
Podía olerla. El aroma de su excitación, el aroma de su alma. Llamaba al animal, causaba dolor al animal, le hacía daño. La deseaba. Quería abrazarla, tocarla, marcarla antes que ella se apartara de él, antes que nada ni nadie pudiera apartarla de sus garras y llevarla para siempre. Pero esperaba. Esperar lo estaba matando. La había esperado tanto tiempo, obligándose a tener paciencia durante tantos años. Sólo un poco más. No podía empujar al hombre mucho más duro o la conciencia haría que el hombre lo refrenara una vez más. No sería refrenado. Mientras el hombre dormía, el animal despertaba. Luego merodeaba por la mente del hombre, permanecía para debilitar lo que quedaba de los grilletes oxidados que alguna vez lo sostuvieron. Y protegía a la mujer. Su mujer. Pronto, el hombre no tendría más opción salvo permitirle la libertad. Dulce, preciosa libertad. *** ¿Cómo diablos había terminado durmiendo al lado de la puerta del dormitorio de Ria, en lugar de en la habitación de huéspedes donde había previsto? Mercury no podía entender como despertó allí, sabía que él había ido a dormir a otra parte. Demonios, nunca deambuló en su sueño. ¿No era
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imposible para un Casta caminar en su sueño? ¿Una ley no escrita o algo así? Tenía que serlo. Sin embargo, esa fue la única explicación. No importaba que la explicación fuera una mamada. El hecho era que, cuando se despertó, estaba donde se sentó, junto a su puerta. Y se sintió como si no hubiera dormido un parpadeo. El cansancio tironeaba de él, dejándolo frustrado y desgastando los bordes de su control. En todo momento Mercury se enorgullecía de su control. Pero mientras estaba en la oficina donde Ria insistió en regresar varias horas más tarde, se encontró con el ceño fruncido con mayor frecuencia, y encontró el aroma de ella aún más tentador. Revisó su lengua de nuevo. No podía dejar de hacer eso. No había sensibilidad, no había inflamación de las glándulas, ninguno de los signos del calor del apareamiento, excepto la incapacidad para pensar en nada más que follarla. —No tienes que estar aquí mirándome ceñudo durante toda la mañana—le informó mientras mantuvo su mirada en el expediente que había abierto ante ella. —Soy perfectamente capaz de trabajar sola, lo sabes—. —Supongo que lo eres—. Él no iba a ninguna parte sin ella. Ella levantó los ojos, mirándolo fijo, sin levantar la cabeza, su expresión no muy amigable. —Si no dejas de mirarme ferozmente, Mercury, voy a patearte fuera—. —Puedes intentarlo—. En realidad hubiera preferido que ella lo hiciera. Se estaba muriendo por encontrar una razón para poner sus manos sobre ella. Ella dejó escapar un suspiro exasperado antes de volver su atención al expediente que estaba hojeando. Estaba demasiado concentrada en él. Literalmente, podía sentir su mente trabajando mientras leía, sentirla buscar algo. Una arruga fruncía su ceño y sus dedos frotaban la esquina de una página. Como si estuviera armando un rompecabezas, acariciando el papel en un intento de convencerlo en darle los secretos que ella necesitaba. Mercury miró fijo el papel, viendo uno de los nuevos informes que habían enviado por fax a la Oficina en Washington la semana anterior sobre un intento de vulnerar el equipo de comunicaciones el mes anterior. Fue todo muy directo. El hacker había logrado infiltrarse en el satélite de repuesto del gobierno que las Castas utilizaban. Los expertos de comunicaciones del Santuario habían
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seguido el enlace hasta Alemania antes que el hacker pusiera fin a la conexión y desapareciera. —Esto nunca habría sucedido con un satélite Vanderale—suspiró mientras pasaba los dedos sobre las primeras líneas del informe. —Pensarías que tu gobierno tendría algunos protocolos que realmente funcionen—. Su voz era despectiva. —El satélite es uno de los más viejos. No habíamos tenido problemas hasta que el hacker logró superar la primera defensa introduciendo el código de acceso correcto en el primer intento—. Sacudió la cabeza lentamente. —Eso no habría sido posible a menos que alguien le diera el código—. Ella seguía mirando el papel mientras mordisqueaba su labio pensativamente. —Los cambios de código son diarios—murmuró. Su dedo pasó por encima de otra línea de palabras impresas. —Extraño—dijo antes de sacudir la cabeza y, dar vuelta la página. —Se necesita un programa más avanzado—. —Necesitamos fondos para pagar por ello—. Él se reunió con su mirada cuando ella levantó lentamente sus ojos, su expresión era pensativa mientras lo miraba. —Necesitan actualizar sus sistemas—señaló. —Tienen millones de dólares en equipos Vanderale que ni siquiera está en el mercado todavía. Eso los convierte en un riesgo seguro. Por lo tanto, en un riesgo financiero para la empresa. A menos que haya algo en estos archivos para convencerme de lo contrario, entonces no puedo, en toda buena conciencia, sugerir una reversión de la decisión de suspender la financiación, Mercury—. Jonas iba a amar escuchar eso. —Sigue buscando entonces—gruñó. —Hemos logrado hacer frente a todo intento de irrumpir en nuestros archivos. Los atraparemos pronto—. —Ha pasado un año desde que los intentos de los hackers comenzaron— señaló. —Hasta ahora, han perdido varios ejecutores debido a las fugas, y la seguridad es violada a lo largo del perímetro de Santuario, al menos mensualmente. Su tasa de éxito en hacer esto es preocupante. Me pregunto si hay una posibilidad de que tengan otro espía que opere desde dentro del 53
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Santuario—. Unos meses antes habían atrapado a uno sólo, un verdadero y querido miembro del grupo que había estado tratando de destruirlos desde el principio. —No es posible—. ¿Lo era? Diablos, había estado investigando eso durante más de seis meses. No había ninguna forma de sacar información del perímetro del complejo, aunque sus enemigos estaban encontrando la manera de todos modos. Y la información estaba saliendo. —Cualquier cosa es posible—ella murmuró antes de volver su atención al expediente por un buen rato. Esa estudiosa concentración en su rostro lo pinchaba. Podía sentir una conciencia que no sabía cómo describir moviéndose dentro de él. Su carne hormigueaba ante la sensación, los músculos ondeaban como si estuvieran siendo invadidos. Le picaba el pelo de la nuca, una sensación con la que estaba muy incómodo. Mercury no estaba acostumbrado a los signos de la conciencia primitiva que otras castas daban por sentado. Los fármacos que los científicos le habían dado para suprimir su genética animal años antes de su rescate habían erradicado por completo no sólo las reacciones instintivas de su genética animal, sino también la intensidad incontrolable y feroz que solía poseer. Pero ahora, mientras miraba la estudiosa concentración de Ria en los expedientes, los pelos de su nuca parecían levantarse en alerta. — ¿Crees que puedes encontrar un espía en esos expedientes? —. La sospecha se hizo eco en gran medida en su voz. Levantó los ojos otra vez, su expresión era despectiva. —Ese no es mi trabajo—arrastró las palabras. —Mi trabajo consiste en determinar si tienen suficiente control de la situación que les permita tener los pequeños e ingeniosos dispositivos y juguetes que Vanderale les envía antes que se comercialicen. No te engañes, Mercury. No estoy aquí para hacer el trabajo por ti—. Ella cerró de un golpe el expediente, sus ojos brillaban con un dejo de ira cuando se levantó de su silla y caminó hacia la mesa de los expedientes. El expediente golpeó en la pila de nuevo antes de que se inclinara por otro. Se inclinó.
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La falda se apretó sobre su culo bien formado. Los globos repletos y hermosos llenaron su visión. Su mano se cerró en un puño, se estiró, doblando sus dedos como para desgarrar, cuando una repentina y horrible nebulosa de hambre se apoderó de él. Tenía que tenerla. *** En un minuto ella estaba buscando el expediente que recordaba haber visto el día anterior, al siguiente minuto había una barra de hierro presionando contra la grieta de su culo a través de su falda y de los pantalones de Mercury. Los ojos muy abiertos, la mirada voló a los brazos que la atrapaban a sus lados, brazos muy musculosos, con manos que estaban agarradas a la mesa de madera, las uñas clavadas en ella mientras un gruñido bajo sonaba en la parte posterior de su cuello. ¡Oh, diablos! Esto no era bueno. Podía sentir la necesidad de volverse hacia él, para rodar sus caderas contra su endurecida polla y sentir el feroz latido de hambre en ella. —Las cámaras—de repente logró jadear, recordando la pequeña pieza de electrónica en la esquina de la habitación detrás de ellos. —Ellos no pueden ver una mierda—espetó en su oído. —Levanta tu falda para mí—. —No lo haré—dijo entre dientes, escandalizada. —No estoy aquí para —. —Hazlo o lo haré. Y si te toco, no podré dejarte ir hasta que esté viniéndome dentro de ese caliente coñito que huelo. Ahora, levántate esa jodida falda—. Ria se estremeció. Inclinado como estaba, con los codos apoyados en la mesa, ella estaba en una de las posiciones más vulnerables que una mujer podía conocer. ¿Y él quería que ella empeorara las cosas? —Merc—" —Ahora—. Su respiración era difícil en su oreja, la lujuria haciendo eco en la imperiosa necesidad de la palabra que pronunció. Ria luchaba contra los escalofríos construyéndose en su columna vertebral y contra el incontrolable impulso de hacer lo que le mandó. —Mercury... —. 55
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—Hazme hacerlo, y está terminado—exclamó, sus dientes mordiendo su oreja. —Voy a follarte, Ria. Justo aquí, justo ahora. Si te toco con mis manos, los dos estamos jodidos, y no me importa quién esté mirando—. Oh, Dios. Se recostó en la mesa, sintiéndolo girar cuando sus manos se trasladaron a los lados de su falda. ¿Realmente ella iba a hacerlo? Fue subiendo lentamente la falda por sus piernas, dejando al descubierto sus muslos y las desnudas curvas de su culo. Y estaban desnudas. La tira que llevaba hacía muy poco para ocultar los redondos globos de su culo. Y cuando ella lo hizo, pudo sentir su excitación creciendo, floreciendo. Su coño estaba mojado, preparado para él, dolorido por él. —Maldita seas, hueles dulce—. El áspero susurro la tuvo apretando mientras su falda despejaba sus muslos. —Como el amanecer. Me encanta el amanecer, Ria—. Ria jadeaba en respuesta, con entusiasmo subiendo la falda más arriba ahora. Él estaba tan duro y tan caliente como el hierro recién forjado a través del material de su uniforme, y Dios, estaba encendiéndola. Ella estaba tan mojada que sentía humedecer sus bragas. —Sí—susurró mientras de repente sus labios acariciaron su cuello. — Sí. Déjame sentir tu culo, nena. Me encanta tu culo. Tan dulce. Tan bonito—. La falda despejó su trasero, arrugada por encima de sus caderas cuando las caderas de él se estrellaron contra las de ella mientras ella se apuntalaba sobre la mesa. Ellos ondularon, y debajo de sus pantalones ella sintió latir su polla. —Quiero verte—. Sus dientes le rozaron el cuello. —Quiero ver tus tetas desnudas, tus pezones duros por mí. Liberarlos, Ria. Déjame verlos—. —La cámara—ella jadeó. —Nadie puede verte. Libera tus bonitas tetas para mí. Hazlo—. El gruñido duro y primitivo en su voz la hizo temblar de lujuria. Nunca había estado tan condenadamente encendida en su vida. Era depravado, con la amenaza de la cámara observándolos. Sin embargo, su mano se movió, sus dedos buscaban a tientas los botones cuando un débil gemido salió de sus labios.
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— Sí. Eso es, nena—él gimió, su pelo largo cayendo sobre su hombro mientras la observaba desabrocharse la blusa. —Desnuda esas bonitas tetas para mí. ¿Están hinchadas, Ria? ¿Están doloridas por mi boca? —. Dolían de tan hinchadas que estaban, los pezones raspaban contra el encaje de su sostén, mientras se hinchaban y endurecían. Buscaba a tientas los botones de la blusa, finalmente logró desprenderlos. —Saca la camisa de tu falda—le ordenó, con voz áspera y rugosa enviando escalofríos de excitación desgarrándola completamente. —Hazlo. Rápido—. Liberó el material, mordiéndose los labios cuando los bordes se abrieron. —Suelta el sostén—. Su respiración era dura, áspera, pequeñas bocanadas de aire golpeando de repente en su cuello empapado de sudor. —Déjame ver tus tetas, bebé. Quiero mirar. Déjame mirar y esperaré para probar. Te lo prometo. Sólo dame esto. Dios mío, sólo un poco, Ria—. Ella no podía creerlo. Era tan erótico que se estaba derritiendo. Su voz en su oído, mandándola, y ella obedeciendo. Sus dedos se movieron hacia el cierre frontal, liberándolo lentamente mientras fragmentos de sensaciones se agolpaban en su sistema. Cuando el material se aflojó, liberó las tazas de sus pechos pesados, sintiendo sus caderas contraerse, presionando con más fuerza la polla amoldada en su trasero. —Qué bonitas—suspiró. Ria miró las curvas maduras. Estaban tan inflamadas que sus duros pezones asomaban como pequeños soldados en posición de firmes. Estaban calientes, desesperados por ser tocados. Por ser probados. —Tócalos. Déjame verte jugar con tus pezones—. —No—. El shock empujó la palabra a través de sus labios. Un segundo después, sus dientes cortaban su cuello, enviando remolinos de placer / dolor corriendo directamente a su atormentado clítoris. —Hazlo—. Su voz cambió, cada vez más profunda, más oscura. —Hazlo o lo haré yo. Lo haré, y entonces no habrá parada. No voy a dejarte antes que mi polla esté tan profundamente enterrada dentro de ti que nunca serás libre de mí—. La cámara. ¡Oh, Dios!, tenía que recordar la cámara. Tenía que recordar su voluntad de no permitirle tomarla, de no permitirse amarlo. Si la tomaba, él 57
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estaba en lo cierto, nunca sería libre. No habría forma de mantener su corazón alejado de él. —Mercury—susurró miserablemente. —Esto es demasiado peligroso—. —Ahora—. El duro sonido la motivó a la acción. Una mano se movió, su pulgar y su índice agarraron su pezón mientras la sensualidad abrumó. — ¡Dios! ¡Carajo! Sí. Muéstrame lo que te gusta, Ria. Muéstrame lo que cuando consiga mi boca allí sabré hacer para darte placer—. Los dedos apretaron mientras el pensamiento racional desapareció. Ella rodó la carne dura, gimiendo de éxtasis cuando sus caderas apretaron las de ella contra la mesa y apoyó su clítoris contra el borde. Ella se sacudió, se estremeció y presionó más cerca ante la sensación que sus propios dedos atormentaban su pezón. —Tus pezones están ruborizados—susurró. —Puedo ver ese precioso rosado enrojeciendo, bebé. Al igual que voy a enrojecerlos con mi boca. Mi lengua. Mis dientes—. Sus dientes. Ria se tiró contra él ante el pensamiento de sus dientes raspando sobre las puntas. Oh, ella deseaba eso. Lo deseaba tan desesperadamente que estaba ardiendo por ello ahora. Sus caderas corcoveaban contra la mesa, frotando su clítoris más fuerte contra la fricción mientras otro gemido se escapó de sus labios. La cámara. Recordar la cámara. —Voy a follarte, Ria. Voy a desgarrar las bragas de tu cuerpo y empujar cada centímetro de mi puta polla dentro de tu coño de una vez. Quiero oírte gritar. Quiero que el placer sea tan duro y tan rápido que no puedas luchar contra él. Que todo lo que puedas hacer es venir por él—. El gruñido salvaje y primitivo enviaba un miedo erótico persiguiéndola. Podía sentirlo debajo de los pantalones, grueso y grande, y ella sabía que iba a gritar cuando la tomara. Gritar y pedir más porque sabía que nada se había sentido tan bien como se sentiría su puta polla dentro de ella. Ella apretó su pezón, sintiendo la sensación fabricada en su clítoris, sabiendo que su orgasmo se estaba acercando en segundos. Ella sufría por él. Estaba hambrienta por él. Si ella no lo tenía. . .
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En un principio los truenos resonando en sus oídos no tenían sentido. Sintió a Mercury sacudirse detrás de ella, escuchó su salvaje—Joder no—. Entonces se dio cuenta exactamente de qué se trataba. La voz de la doctora Morrey llamaba desde fuera de la puerta. —Mercury, te necesito en mi oficina cuando tengas tiempo por favor. Lawe puede cuidar a la Srta. Rodríguez. ¿Estás ahí? —. —Oh. Mi. Dios. Oh, Dios. Déjame ir—dijo entre dientes cuando él se echó para atrás. Sus dedos buscaban a tientas su sostén mientras oía el gruñido bajo maldiciendo a sus espaldas. Abrocharlo nunca había sido tan difícil. Podía sentir el miedo frenético golpeando tan duro por sus venas ahora como la lujuria lo hizo segundos antes. —Mercury, ¿estás ahí? —. La manija de la puerta chirrió. ¿Cuándo diablos había cerrado la puerta? —Espera un minuto, Ely—gruñó. Ria sintió un rubor caliente inundar su cuerpo con el sonido de su voz. No había manera de confundir la lujuria, el hambre en ella. Diablos, la buena doctora probablemente había estado observando cada segundo de los calientes juegos preliminares en las cámaras. Maldita sea. Esto no era bueno. Esto era mortificante. Finalmente logró enderezar su ropa y meter la camisa dentro de su falda, de espaldas a Mercury. —Ría—. Ella lo sintió aproximarse. Maldita sea, lo sintió aproximarse. El calor de su cuerpo envolviéndola, excitándola, humedeciendo sus ojos con la emoción, con la necesidad de su contacto. —Ve—. Ella sostuvo su mano en alto, rezando para que impidiera su avance. —Ve lo que quiere. Déjame sola en el infierno, Merc. Maldición sólo ve—. Segundos después oyó el toque ligero de la puerta cerrándose cuando hizo precisamente eso. Se fue. ***
Pruebas. Sangre. Saliva. Semen.
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El animal se retiró cuidadosamente dentro de su madriguera mental, refrenando la necesidad de rugir su furia por haber sido sacado tan abruptamente del placer que lo consumía. Tantos años había estado solo, durmiendo ese sueño lleno de dolor y sufriendo por calor. Ahora el calor estaba aquí, y empujar al hombre para disfrutarlo en lugar de negarlo llevaba toda su concentración animal. Tuvo que moverse con cuidado, para abrir las capas de hambre del hombre sólo pocos grados a la vez para evitar sospechas. Pero no había sido lo suficientemente cuidadoso. Debería haber sabido que la situación era demasiado peligrosa, pero el hombre lo había debilitado con su lujuria. Sufría y estaba hambriento de lo que era sólo suyo, y la bestia se liberó, pensando que podía estar oculta en las sombras de la lujuria del hombre. Si no se tenía cuidado, el animal sabía que iba a ser descubierto. No podía correr el riesgo de exposición. Podían ponerlo a dormir otra vez, y no era bastante fuerte para sobrevivir a una segunda ronda de las horribles cadenas que lo envolvieron en un sueño que lo desangró con agonía. Tenía que ocultarse. Sólo un poco tiempo más tenía que ocultarse. Al menos hasta que no haya ojos mirando, y los científicos no tomaran sus odiosas muestras para encontrarlo. Hasta que estuviera solo con el olor dulce y suave de su compañera.
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Leigh, Lora CAPITULO 6
— ¿Todo bien, doctora? —Mercury se puso la camisa negra de su uniforme por encima de su cabeza y miró a Elyiana Morrey mientras ella almacenaba otro vial de su sangre en su pequeño portador. La llamaban el Vampiro del Santuario. Cada vez que un Casta se daba vuelta, ella estaba allí de pie con su pequeña colección sangrienta de artículos de primera necesidad mirándolos con eso suaves ojos marrones de cachorro. Una hembra felina no debería tener ojos de cachorro de perro, pero ésta los tenía. También tenía mucha emoción, Mercury siempre lo había pensado. Estaba volviéndose loca tratando de encontrar respuestas a todas las anomalías que aparecieron en las Castas desde que habían sido liberados. Había sido la alumna estrella de los científicos del Consejo, un genio en un nivel que nunca antes se había alcanzado en sus filas. Con el rescate, se había convertido en la única esperanza de las Castas de encontrar una manera de aprender los secretos de sus propios cuerpos. —Hey, Doc, usted no me está respondiendo tenía. Se ajustó la camisa debajo de la cintura de su pantalón del uniforme, mirando cuidadosamente su espalda ahora. — ¿Qué dijiste? —. Se volvió hacia él, con la mirada un poco distante cuando se centró en él. Él refrenó su sonrisa. Le gustaba Ely. —Dije, ¿está todo bien? —. —Bien—. Ella asintió, volviendo a los viales mientras los guardaba en uno de sus artefactos. — ¿Entonces por qué más pruebas? Acabas de hacer todo esto la semana pasada—. Se puso de pie, mirándola con atención mientras reataba la funda del arma en su cuerpo. Ellas eran una parte de él ahora, se sentía desnudo sin ellas. —Ya sabes cómo va—. Ella se encogió de hombros. —Estás en estrecho contacto con una mujer desconocida. En esta ocasión me gusta mantener un ojo en tus pruebas. Por si acaso— Por si acaso. Él respiró pesadamente, silenciosamente. —Ella no es mi compañera—. Gruñó la palabra, porque por primera vez desde que se había enterado del calor de apareamiento estaba enojado de que 61
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no hubiera una posibilidad de que le afectara. Había perdido a su compañera antes que hubiera tenido la oportunidad de conocer lo que significaba tener una. —Nunca he creído que realmente te apareaste, Merc—le recordó. —Mi experiencia con esto es que se necesita más que querer o cuidar profundamente a alguien—. Se volvió hacia él, su mirada era compasiva. — ¿Has sentido algún cambio desde que la Srta. Rodríguez se presentó? —. Se acercó a él, con la mano desnuda, desprovista de los guantes que solía llevar, agarró su muñeca para comprobar su pulso. Luego le frotó el brazo, casi como un gesto de consuelo, antes de palmearlo como a un niño. En ese instante, él la estaba mirando con recelo. — ¿Consigo un trago también? —preguntó con cautela. —No has respondido a mi pregunta, Merc—le recordó— ¿Sientes algo inusual? —. —Bien, Doc, no hay hinchazón de las glándulas debajo de la lengua, pero usted ya las comprobó, así que sabe eso. Ningún sabor extraño en la boca, y ese pequeño golpecito y la palmadita en mi brazo no me han encogido de dolor—informó con un dejo de disgusto. — ¿Hay algo más que debería estar buscando? —. Sus labios temblaban. —Veo que tienes los síntomas abajo—. —Bastante difícil no con la maldita epidemia que parece estar sucediendo— resopló. —Lawe y Rule están quejándose constantemente sobre ello. Creo que les gustan sus footloose y sus modos despreocupados—. — ¿Y a ti no? —. Ella se inclinó sobre la mesa, observándolo con atención. — ¿Eres psiquiatra ahora, doctora? —. Le sonrió. —Vamos, guarda el material médico aquí. Dime lo que realmente quieres saber y vamos a trabajar desde allí—. Sacudió la cabeza ante eso, una luminosa risa abandonó su garganta. —Me atrapaste. ¿Te atrae la Srta. Rodríguez, Merc? —. —Ella es una mujer—. Él arqueó sus cejas. —Soy un hombre, y no estoy casado. Y Jonas me tiene sobre su trasero siete por veinticuatro. ¿Qué piensas? —. Ella asintió con la cabeza ante eso, pero algo brilló en sus ojos que le hizo a él fruncir el ceño. — ¿Hay algo mal aquí, Ely? ¿Algo de lo que no sé nada? —.
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—Confía en mí, Merc, si algo estuviera mal, Jonas sería el primero en saberlo y tú serías el segundo. Cadena de mando—. Ella rodó los ojos. —Si quieres ser el primero, tendrás que tomártelas con él—. —Entonces, vamos a decirlo de otra manera—gruñó, cansado de la sensación de que aquí se está reproduciendo un juego muy sutil. — ¿Qué te haría sospechar que es posible para mi acoplar a la Srta. Rodríguez cuando no hay ninguno de los síntomas? —. Ella suspiró ante eso. —Honestamente, no hay sospecha. Como has dicho, con todos los apareamientos recientes, y el hecho que hubo muy pocos en los años posteriores a Kane y Sherra, estoy simplemente siendo diligente. Y una palabra de advertencia, cuando los técnicos en la sala de control me contactaron sobre que estás actuando de manera inusual en lo que respecta a la empleada en la sala de archivos, es mi trabajo comprobar la hormona de apareamiento—. Mercury se inmovilizó con eso. —Inusual, ¿cómo? —. —Debo informarte, simplemente porque ellos no pueden ver exactamente que es lo que estás haciendo, no significa que ellos estén especulando sobre ello—. Ella hizo una mueca. —He recibido la llamada justo antes de ir por ti. Tenían miedo—. Ella inhaló despacio. —Pensaron que tal vez estabas haciendo algo a la Srta. Rodríguez que pudiera no haber sido acordado—. Las fosas nasales de Mercury estallaron cuando luchó contra una oleada de pura furia masculina. — ¿Pensaron que la estaba violando? —. —Hay una línea muy fina, Merc—ella dijo. —Simplemente pensaron que podría haber un problema. Lo verificaré y ahora he tomado la sangre necesaria, semen y muestras hormonales. Te diré lo que encuentre una vez que lo encuentre—. —No hay una línea fina—rechinó sus dientes. —No significa no. Maldita seas, Ely—. Refrenó la ira comiéndolo por dentro ahora. Podía sentirla construyéndose, brotando de su cabeza hasta una marea de bordes rojo en la esquina de su visión. —Como dije, fue sólo una suposición—. Su mirada brilló cuando una aguja le perforó la vena otra vez y la sangre brotó en el vial adjunto. La furia helada se apoderó de él. Levantó sus ojos, y él era apenas consciente del gruñido que retumbó de su garganta y tuvo a Ely mirándolo sorprendida. —Se me olvidó el último vial que necesitaba—. Deslizó la aguja de su brazo y eficiente desconectó de la aguja el tubo sellado de sangre.
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Él apretó los puños, la necesidad de arrancarlo de sus manos casi lo abrumaba. Necesitaba esa sangre de vuelta. No podía correr el riesgo. . . Se extendió por ella, su mano cubrir rápidamente su muñeca cuando ella lo miró en estado de shock. —Mercury—. —No es necesario esa sangre—. Se sentía como si estuviera mirándola desde los ojos de otro, sintiendo la rabia de otro. No podía permitir que conservara esa sangre. Pero no tenía razón para ello. No hay razón para la ira, ninguna razón para no confiar en ella, aparte del hecho que algo le advirtió que no podía confiar en nadie. Y por qué se sentía de esa manera era confuso como el diablo. Liberó sus manos lentamente, mirando el frasco de sangre en su puño. —Me estás mintiendo, Ely—afirmó, observándola de cerca, inhalando profundamente. Juró, y él nunca había olido emociones como podían olerlas a veces las otras Castas, pero él juró que podía oler su engaño. Ella tragó saliva con fuerza. —No está siendo tú mismo, Mercury—ella susurró. — ¿Estás seguro que no hay nada malo? —. — ¿Y tú? —. Tuvo que alejarse de ella, cada palabra que pasaba por sus labios era un gruñido. Él tendió la mano. —Dame el vial—. —No puedo hacer las pruebas sin él—. ¿Empalideció? ¿Era ese parpadeo miedo en sus ojos? —Tienes suficiente. Haz lo debido—. Mientras hablaba, la puerta del laboratorio se abrió y Kane, jefe de la seguridad del Santuario, y Callan Lyons entraron en la habitación. Mercury miró hacia el ojo de la cámara. Al igual que los laboratorios. Siempre alguien miraba. ¿Cómo podía haber olvidado eso? Siempre la sospecha, siempre los ojos siguiéndolo y las críticas. Se volvió a Ely. —Lo pedí bien—le recordó. —Merc, ¿que está pasando aquí? —. La voz de Kane estaba interrogando, pero Mercury podía sentir a su orgullo líder mirando, siguiendo, oliendo el peligro en la habitación. —De repente no le gusta la donación de sangre—Ely dijo nerviosamente, alejándose.
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Merc no la tocó esta vez cuando se paró en frente de ella. —Asegúrate de obtener todo lo que necesitas de ese frasco de sangre, Dra. Morrey—dijo en voz baja. —Porque no conseguirás nada más—. —Se te ordenó... —. Su gruñido lo sorprendió. Estruendoso, feroz y amenazante en su pecho. —No soy el gigoló de Jonas, o su títere. Dile que está jodido si eso es lo que piensa—. Él echó un vistazo a los otros dos hombres. Kane le observaba con preocupación, la expresión de Callan era pensativo. Mercury había tenido suficiente. Él pasó junto a los otros dos y tiró de la puerta para abrirla mientras se movía a través de los estrechos pasillos de lo que una vez había sido un laboratorio del Consejo. Las cámaras lo siguieron, podía sentirlas ahora, y nunca antes había podido. Como una marca en su espalda, quemaron su carne y enviaron una oleada de ira pulsando a través de él. Se trasladó al primer piso, se volvió por el pasillo y entró en la oficina de Ría, donde ella levantó la cabeza, mostrando sorpresa en el rostro. — ¿Merc? —preguntó con cautela mientras él se dirigía a la esquina de la sala, levantó el brazo y dio un tirón a la cámara de la pared, antes de acudir a ella. Ria lo miró en estado de shock. Sus ojos, de perfecto ámbar dorado, estaban iluminados con pequeñas chispas de color azul. Ella juró que brillaban como estrellas azules sobre un fondo de oro puro. Tan grande como era, de repente apareció más grande, los músculos más duros, los hombros más amplios. Sus dedos apretados alrededor de la cámara en su mano. — ¿Te estaba violando? —gruñó hacia ella, sus caninos brillaban y algo más que rabia parpadeaba en sus ojos. — ¿Perdón? —. Se levantó de su escritorio lentamente. — ¿Estaba violándote? —. La cámara voló de su mano para golpear la pared frente a ella, y entonces lo oyó. No era sólo ira, era traición. Algo en su voz, en su expresión, se hizo eco de ello. —No me estabas violando—. Sacudió la cabeza lentamente. Se acercó a la mesa, la miraba fijo, comiéndola con los ojos. Ella podía sentir su mirada, casi como una caricia acariciando su rostro. — ¿Me tienes miedo? —gruñó. — ¿Es por eso que estás diciendo eso? ¿Te 65
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asusto, Ria? —. De repente, se burló. — ¿Es por eso que estás renuente a permitir mi toque, a sentir el placer de mí? ¿Es demasiado querer follar un animal maldito? —. —Déjame oír la palabra de tus labios nuevamente y te daré un animal—ella replicó, sus manos sosteniendo sus caderas mientras ella lo miraba furiosa. —Puedes ser molesto, Mercury Warrant, pero eso no es razón para tomar tu nombre en vano. Cálmate o sal—. Ria se volvió a sentar, a pesar que su estómago estaba saltando con los nervios. Él estaba casi furioso, furioso por algo. Esa rabia, esa mirada dura y solitaria en sus ojos le hizo algo a ella que no debería. La hizo sufrir, y lo peor que podía hacer era sentir lo suficiente por este hombre para sufrir por él. —Respóndeme—. Sus manos se aplanaron sobre la mesa en un estallido breve y agudo de madera y carne. — ¿Es por eso que estás renuente a llevarme a tu cama? ¿Tienes miedo de mí? —. Levantó los ojos, dejó que su mirada bloqueada en la de él. —La única cosa de la que tengo miedo cuando tú estás involucrado—le dijo claramente—es de permitirte hacer el café de nuevo. Aparte de eso, no, no me asustas. Pero por el momento, me estás haciendo enojar—. Y él le dio ganas de tocarlo. Ella tuvo que contenerse para no levantar la mano, para tocar su dura mandíbula. ¿Quién se había atrevido a sugerir que podría forzarla a algo? Se quedó en la posición, inclinado sobre el escritorio, su largo pelo enmarcando sus facciones tan salvaje que debería haber estado aterrorizada. No muriendo por llegar a él. Entonces, la puerta de su oficina se abrió, golpeando contra la pared mientras veía la mandíbula de Mercury apretarse, miraba sus ojos destellar brillantes. Se quedó quieto, en silencio, mirándola, mientras ella miraba a su alrededor para ver Callan Lyons y Kane Tyler en su puerta. — ¿Puedo ayudarles con algo, caballeros? —preguntó educadamente. La mirada de Callan se dirigió a la cámara que había rebotado en el suelo de la habitación. — ¿Qué pasó con la cámara? —preguntó. Su expresión era dura, su mirada plana y peligrosa, y parecía demasiado poderoso para un hombre que casi había muerto dos meses antes. Ria se puso de pie. —No me gusta estar vigilada—afirmó mientras recogía los expedientes de su escritorio y lo rodeó, consciente del cambio de Mercury, deslizándose alrededor de ella para protegerla, manteniéndose entre ella y los 66
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otros dos hombres. —Estoy consciente de lo que pasó antes, pudo no haber sido políticamente correcto en establecimientos de este tipo, pero yo estaba segura que el Santuario era bastante informal—. Ella se volvió y se apoyó en la mesa destinada a los expedientes que estaba utilizando en un momento dado. —Le pedí a Mercury apagarla—. Ella miró a la cámara y sonrió. —Creo que pudo haberme tomado un poco demasiado literalmente—. —Arranqué la hija de puta de la jodida pared antes que ella pudiera decir una palabra—Mercury gruñó cuando ella rodó los ojos hacia él. —Yo no me escondo detrás de las faldas de una mujer—. Bueno, él era el primer hombre en su vida que había hecho esa afirmación. La mayoría de los hombres que conocía, con excepción de Dane, le pidieron prestadas sus faldas, si el León estaba en cualquier lugar cercano. — ¿Es siempre tan arrogante? —le preguntó entonces a Callan. Callan levantó su mano a su hombro y los ejecutores detrás de él retrocedieron, la puerta se cerró detrás de ellos cuando salieron, dejando a los cuatro solos. —Mercury es generalmente bastante tranquilo—dijo Kane, sus ojos azules miraban la escena curiosamente ahora. Mercury estaba en silencio, su vista fija en ella, los tonos azules de los ojos casi hipnotizándola. —Yo no he dicho que no fuera tranquilo, dije que era arrogante—afirmó. —Pido disculpas por nuestras acciones anteriores... —. Mercury gruñó. Eso podría conseguir apurar sus nervios. Ella lo rebanó con una mirada silenciosa y siguió mirando. Era evidente que estaba luchando por mantener algún tipo de control, para no hacer algo. Se paró rígido entre ella y los otros dos hombres, su expresión tallada en granito y prohibida por su fiereza. —O tal vez no—. Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó en el escritorio. — ¿Alguien quiere explicarme qué está pasando? —les preguntó entonces. —Ely arrastra fuera a un hombre perfectamente razonable y regresa enojado hasta el punto que arrancar la cámara de la pared y me pregunta si ¿me estaba violando? Estoy un poco confundida—. Kane maldijo. Callan hizo una mueca, pero nadie habló. Y algo salvaje y despiadada brillaba en los ojos de Mercury. Esa mirada debería hacerla tener cuidado, en lugar de hacerle saltar el corazón de emoción. Y no debería haberla hecho recordar lo que sintió al tenerlo cubriendo su espalda, gruñendo su demanda que se tocara sus propios pechos.
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Pero ella podía ver por dónde iban las cosas aquí, y el por qué de ello estaba empezando a enojarla. Ella había esperado a alguien para intentar distraerse durante semanas entonces. No había esperado esto. Pero tal vez otros habían visto lo que ella estaba solamente empezando a sospecharse. Mercury podría ser su gran debilidad. — ¿Kane? —. La voz de Mercury era tensa, profunda y tan oscura que casi se estremeció. — ¿Sí, Merc? —Kane preguntó con cautela. — ¿Podría usted asegurarse que la Srta. Rodríguez esté adecuadamente protegida cuando regrese a su cabaña por favor?. Tal vez sería mejor alojar a Shiloh Gage dentro de la casa con ella esta noche—. Ella lo miró sorprendida. —Yo me encargaré de eso, Mercury—Kane le respondió. —Ely te necesita de vuelta en el laboratorio—. Los labios de Mercury mostraron sus dientes, cuando se volvió a mirar al otro hombre. Evidentemente, lo que Kane Tyler vio lo sorprendió tanto como la había sorprendido Ria momentos antes. —Dile a Ely que tiene todo lo que va a conseguir de mí—. Con eso, salió de la oficina, moviendo a lo largo de la sala hasta que, momentos después, Ria escuchó un fuerte portazo. —Srta. Rodríguez, voy a pedirle gentilmente—Callan dijo cuidadosamente. —Por favor, diríjase a los laboratorios de abajo así Ely puede tomar algunas muestras de sangre y saliva. Le prometo, que debería ser relativamente inofensivo—. —Al diablo—. Se enderezó, de repente furiosa. — ¿Qué diablos le hizo a él? ¿Ustedes lo acusaron de tratar a la violarme? —. —Se movía hacia usted mientras usted no estaba mirando. Momentos después, parecía que la estaba tomando sin su consentimiento—Kane le informó. —Tuve un breve momento para ver las cintas antes que tuviéramos que ir a los laboratorios. Admito, el Santuario es un poco informal, pero si hubo algo pasando aquí, algo en lo que usted no estuviera dispuesta a participar, ahora es el momento de decirlo—. Para crédito de Kane de Tyler, no pareció creer tal cosa, pero eso no le impidió pinchar su ira. ¿Qué demonios pensaban que estaba pasando? ¿Y cómo tenían la temeridad de sugerir incluso algo tan absurdo como que Mercury Warrant intentara algo tan horrible?
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—Y tal vez yo estaba dispuesta—. Ella se sorprendió por la ira que la inundaba ahora. —Eso es lo que le pasa por ser tan condenadamente entrometido, Sr. Tyler. Ha conseguido humillarme en medio de lo que debería haber sido una tarde de sábado perfectamente agradable, y ha insultado y traicionado a un amigo—. El desprecio se levantó dentro de ella cuando echó a ambos una dura mirada. —Tal vez usted debería conseguir llevarme de vuelta a mi cabaña. Y no se moleste con otra niñera. He crecido bastante cómodo con la que tuve, no me manejaría bien con otra—. Ellos podrían no entender la lealtad, pero ella podría asegurarles que ella si. Era por lo que había aterrizado en mitad de este lío, para empezar. —Un ejecutor le acompañará—. —Llamaré a Dane Vanderale, mi jefe, y tendré un heli-jet de Vanderale estacionado en su plataforma de aterrizaje en treinta minutos exactos, si mis deseos son ignorados en este caso—. Ella había tenido suficiente. Incluso Dane no podía salir hablando de dulce manera de ésta. —No me extraña que no pueda mantener controlados a los espías en el Santuario. Estás demasiado malditamente ocupado sospechando de aquellos leales a usted para mirar más allá de ellos. Obtenga una idea aquí. No soy una Casta, ni soy responsable ante el Santuario y en lo que a mí concierne todos ustedes puedan irse a tener sexo anal—. Su acento se liberó. Eso nunca pasaba. Había nacido y se había criado en Sudáfrica, y su trabajo habitualmente requería que mantuviera la impresión que podía ser de cualquier lugar, de todas partes excepto de las oficinas centrales de Vanderale. La irritaron al extremo que se había liberado. — ¿Está claro, señores? —. ¡Maldita sea! todavía estaba allí. —Necesito un vehículo para mí, de inmediato. Sus ejecutores pueden congelarse hasta la muerte fuera, todos me importan un bledo. Pero si uno trata de poner un pie en la cabaña, entonces esa llamada será hecha—. Ella levantó de un tirón su bolso del suelo, lo puso encima del hombro y los miró ferozmente. —El vehículo. Ahora—. Esta vez Callan maldijo, abrió la puerta de un tirón y salió bruscamente, dejándola sola con Kane Tyler, quien la miró con curiosidad. —Pensé que Mercury perdió a su compañera—reflexionó. Apretó su mandíbula y tuvo que detener el temblor de sus labios. —Estoy bastante segura que lo hizo. No era consciente que necesitaba el apareamiento para defender a un hombre acusado injustamente. Sabe Tyler, estoy decepcionada de un montón de ustedes. Para ser honesta, yo tenía una mejor opinión de la fuerza interna del Santuario. Tal vez me equivoqué con eso—. 69
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Kane suspiró. —Algunas cosas pueden parecer de esa manera—suspiró. —Pero créanme, no es siempre tan fácil. Conseguiré su coche y su escolta—. No es que eso ayudaba a su estado de ánimo. Y no iba a ayudar a Dane la primera vez que se apoderara de él. La había enviado a esa misión de malditos tontos. Los dos sabían que el Santuario todavía tenía un espía muy peligroso, pero el primer Leo quería ir de visita. Quería pasar tiempo con su nieto y el niño que la compañera de Callan ahora estaba esperando, y Ria tenía la sensación que quería poner a Jonas Wyatt en su lugar. El León era el Leo. Clasista. Arrogante. Terco y obstinado. Era terriblemente inteligente, controlador, y seguro de sí mismo. Todas las cualidades que Jonas utilizaba para molestar a todos los que entraban en contacto con él. *** Mientras Kane miraba a la Srta. Rodríguez marcharse, los ejecutores siguiéndola, masculló una maldición. —Ely piensa que se volverá salvaje de nuevo—Callan le dijo en voz baja desde la puerta. —Eso era por lo que no quería que ella tomara esa última muestra de sangre—. La primera vez el salvaje cambio casi había impulsado a Mercury a la locura. La muerte de la joven leona que podría haber acoplado, probablemente cuidado, habían desencadenado una oleada de adrenalina tan violenta en su cuerpo que había tenido que ser recluido en una celda especial en los laboratorios hasta que un medicamento pudiera ser creado para controlarlo. Kane sacudió la cabeza. —Yo no lo creo. Vi los videos de Merc de años atrás lo mismo que tú lo hiciste, Callan. Lo que Mercury está pasando ahora no es una especie de fiebre salvaje de mierda—. —Ella está haciendo las pruebas iniciales ahora con esa última muestra de sangre. Cree que está empezando a perder el control—. Kane había visto la cinta del video de seguridad. Lo que vio le preocupaba, se preguntó qué demonios estaba pasando, pero no lo había hecho preocuparse por la cordura de Merc. Evidentemente, Callan sentía lo mismo o estaría enviando ejecutores detrás de Mercury ahora. Pero Ely no tomaba determinaciones sin ninguna evidencia. —Yo no veo nada que indique la fuerza—. Apoyó las manos en las caderas y miró a la entrada del Santuario, haciendo muecas ante el canto de las voces desde el otro lado de las puertas de hierro. Los manifestantes, de nuevo. Se habían estado acumulando en las últimas semanas, sin duda atraídos por más historias de horror sobre sacrificios 70
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humanos en esos pasquines. Sacudiendo la cabeza, se volvió hacia el orgulloso líder y miró a Callan con curiosidad. — ¿Qué prueba tenemos de que se unió a esa chica Casta que murió? —. Se dirigió hacia las escaleras mientras se hizo la pregunta. — ¿Podríamos estar buscando otra anomalía en el calor del apareamiento? —. —Ely dice que no. La hormona de apareamiento se detectó en él en los laboratorios, al igual que se detectó la fiebre salvaje—le dijo Callan. —La hormona de apareamiento fue registrada en él en las pruebas durante semanas antes de su muerte. Mezclada con una hormona desconocida que ellos no pudieron explicar. Parecía que se mezclaba con su sangre, como la adrenalina, o quizás con la adrenalina en los momentos de estrés, de enojo o de peligro. Estuvo presente después de varias misiones también. El día que se enteró que la niña había sido asesinada, se volvió salvaje. Diablos, Kane, abrió con la mano el pecho de un coyote y le arrancó el corazón. Incluso para un Casta, eso no es normal—. Kane recordaba los videos también. —Fueron petulantes acerca de la muerte. El entrenador estaba riendo y el científico estaba al menos contento por la pérdida. ¿Alguno de nosotros habríamos hecho algo diferente ante la pérdida de alguien que cuidamos? —. Callan lo miró mientras se movían a través de la mansión. —Después de su detención, el científico tuvo la visión de extraer la sangre inmediatamente. La adrenalina estaba tan mezclada con la hormona desconocida que ellos decidieron que era una especie de fiebre. Lo usaron para la investigación, y luego desarrollaron una terapia con medicamentos para controlarlo—. —Un súper tranquilizante—Kane gruñó. —Un medicamento perfeccionado para controlar esa hormona en particular. Ellos continuaban aún con las pruebas cuando los rescates se llevaron a cabo. Fue lentamente retirado de la terapia con medicamentos después de los rescates, pero hasta ahora nunca hubo un cambio en su control—Callan suspiró cuando ellos entraron en su oficina. —Y tengo que estar de acuerdo con Ely, que no está actuando como él. Mercury nunca ha mostrado enojo hacia alguien en el Santuario antes—. ¿Hasta que alguien lo acusó de intento de violación de una mujer? Tal vez su mujer. Callan frotó una mano por la cara cuando se desplomó en su silla y exhaló ruidosamente. —Hasta ahora. Y Ely no parece saber qué diablos está pasando—. Kane tenía serias dudas de eso, cuando él se volvió a Callan, supo que su 71
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cuñado sentía lo mismo. Ellos habían luchado esta lucha desde hace once años. La batalla para preservar la libertad de las Castas y mantener sus secretos hasta que los entendieran por sí mismos. La batalla para proteger a su pueblo, y sus hijos. Kane pensó en su hijo, no mucho más joven que el de Callan, y sintió la misma preocupación que sabía recorría la mente del otro hombre. Ellos no podían permitirse la pérdida de control de Mercury. Era el Casta que atemorizaba a los niños pequeños en la calle por el amor de Dios. Las características del animal salvaje estampada en la cara del hombre. — ¿Y ahora qué? —respiró pesadamente. —Saca a Pull Lawe fuera de la cabaña y encuentra a Mercury. Llamaré a Jonas para que regrese de D.C. Merc es una de sus ejecutores, tal vez nos puede ayudar a averiguar qué demonios está pasando aquí. Y cómo controlarlo—. — ¿Y la mujer? —Kane preguntó. — ¿Podemos darnos el lujo de molestarla más allá de lo que ya hicimos? —. Los labios de Callan se torcieron pensativo ante la pregunta. —Necesitamos convencerla que deje a Ely tomar las muestras, pero después que le robó esa sangre a Merc, la Srta. Rodríguez no va a permitir a Ely acercarse—. Se acarició el costado de su mandíbula pensativo. —Y juro que el vídeo se parecía más a un Casta en el calor del apareamiento que a uno experimentando un cambio salvaje—. —Se paró entre nosotros y ella hasta que se precipitó fuera de la casa— señaló Kane. — Estaba protector y enojado. Y no puedo culparlo por la ira—. —Él perdió el control después del episodio en el laboratorio—. Ahora la voz de Callan era apretada, dura. —Y eso no es aceptable. Es un Casta. Fuimos criados para tener control sobre esa parte de nosotros y él lo perdió. Eso no se puede tolerar. Lawe tiene que encontrarlo y traerlo de vuelta al Santuario. Vamos a ver si podemos hablar con él y convencerlo de reanudar las pruebas—. — ¿Y si no lo hace? —Kane tuvo la sensación que no lo haría. Callan sacudió la cabeza con cansancio. —"Caray, yo no quiero ni considerar esa posibilidad, Kane, y tú tampoco—.
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Ely le entregó los viales a Charles Fayden, su asistente de laboratorio, con una vaga sonrisa ante su susurrante oferta de ponerlos en su lugar por ella. Era una de las pocas castas a los que se les permitía colaborar con las pruebas del apareamiento, y mostraba bastante aptitud para ellas. Insertó una muestra del último vial de sangre que había tomado de Mercury en el vial de la prueba, lo cerró y lo colocó en la máquina que Vanderale había ayudado a adquirir. Ella esperó con impaciencia mientras las hormonas individuales se separaban, y luego extrajo la muestra y la colocó en el equipo Analizador. Las respuestas que surgieron no le trajeron ninguna tranquilidad. Se cubrió la cara con las manos por largos momentos antes de mirar los resultados una vez más. Ahora la hormona salvaje estaba definitivamente mezclada en las cepas de adrenalina. No había estado en los tres primeros viales, pero en el cuarto, tomado mientras la ira había surgido en sus ojos, se presentó. Aquellos ojos la habían aterrorizado. El cálido color miel se había solidificado en oro fundido, y en el oro, se había encendido el más ligero atisbo de puntitos azules. Nunca había visto nada tan terrible en un Casta en todos los años que había estado examinándolos. Mucho más tiempo que los años que habían estado libres. Pero eso no había hecho más que confirmar sus sospechas que Mercury estaba una vez más volviéndose salvaje. Los científicos en el laboratorio donde había sido creado habían registrado el mismo fenómeno. Ella guardó los resultados, los encriptó y los envió a Jonas. Ella no iba a discutir más con él. Si no respondía rápidamente, entonces iba a ir a Callan. Olvidando la cadena de mando que él siempre estaba recordándole, Callan era su orgulloso líder, no Jonas. No importa cómo Jonas pudiera o no pudiera codiciar su cargo. Puso su código de acceso en el ordenador, guardó las muestras y se frotó la nuca con cansancio. — ¿Todo bien, Dra. Morrey? —. Charles se paró a su lado, mirándola desde sus suaves ojos color verde avellana. —Todo bien, Charles—. Ella le devolvió la sonrisa más bien distante mientras se levantó de su taburete. —SI me necesitas estaré en mi oficina—. —Sí, señora—. Él asintió con la cabeza antes de regresar a las pruebas en las que estaba trabajando. La coincidencia de posibles compañeros de Castas 73
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era un trabajo exigente y que consumía tiempo. A ella le gustó haber encontrado un asistente de confianza para ello. Las pruebas sobre Mercury eran otra cosa. Se sentó en su escritorio y cuidadosamente anotó la información en su diario. Iba a tener que encontrar una manera de convencer a Mercury para continuar las pruebas. Necesitaba esa información, porque siempre existía la posibilidad que pudiera volver a suceder. Nadie sabía el número de Castas que habían desarrollado fiebre salvaje antes de los rescates. Y esperaba que nunca nadie se enterara. *** Jonas miró el informe, entrecerrando los ojos ante los resultados que Ely le había enviado, antes de pulsar el botón del intercomunicador con la oficina de su secretaria. O más bien su robot pelirrojo de oficina, pensó con un silencioso gruñido. Para una nueva madre, la mujer era decididamente antimaternal en el trabajo. —Rachel, necesito el heli-jet preparado para regresar al Santuario. Informa a Jackal que estaremos saliendo de nuevo—. —Sí, señor, Sr. Wyatt—. Él hizo una mueca ante su voz fría y competente. Echaba de menos su última secretaria, Kia, pero ella se había ido más de tres meses antes en una tormenta de lágrimas por alguna maldita razón. Todavía no había averiguado por qué estaba tan molesta con él. Pero al menos había tenido personalidad. El pedazo de cartón haciendo funcionar el escritorio era tan seco como el polvo. —Sr. Wyatt, tiene usted una reunión con la Sra. Warden en una hora. ¿Vuelvo a programarla? —. —Dios sí—murmuró. La última reunión que tuvo con Warden había jurado que la genética Casta la había contagiado cuando ella exigía respuestas por la desaparición de un científico del Consejo. Sus ojos eran asesinos con la ira y su carita linda se había vuelto casi antipática. Por alguna razón, no parecía creer que no tenía idea de donde estaba el antiguo científico, Jeffrey Amburg. No es que él no le hubiera mentido, sabía muy bien donde actualmente estaba siendo retenido el científico. Él sólo no tenía intención de decírselo a ella. —El Sr. Jackal está aquí ahora, señor—ella le dijo. —El avión está esperando su llegada en el techo, destino el Santuario. ¿Necesita algo más? —. Sí, una secretaria con sentido del humor sería un buen comienzo. ¿Dónde 74
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diablos había encontrado este androide Merinus Tyler? Pero por el momento una acartonada secretaria era la menor de sus preocupaciones. Levantó su maletín de su escritorio, metió los expedientes y los informes que necesitaba dentro de él, luego desconectó su PDA de la computadora. Ahora tenía todas las cosas. Cerrar su oficina le tomó sólo unos minutos, y luego se fue caminando hasta la puerta, abriéndola cuando Jackal se puso de pie, su expresión tan estoica como siempre. Pero había un toque de diversión en su mirada en ese momento. Jonas dio una dura mirada a su secretaria. Ella lo miró, tan plácida como siempre. Iba a tener que informarle de lo mucho que le disgustaría si ella estaba divirtiendo a sus ejecutores cuando se negaba a divertirlo a él. La maldita mujer. —Parece que nos vamos a casa para el fin de semana, Jackal—anunció, eliminando de su mente la falta de lealtad de su secretaria. Él se ocuparía de ella más tarde. —Que tenga un bonito fin de semana, Sr. Wyatt—ella gritó mientras él salía de la oficina. No se molestó en devolverle la despedida. — ¿Hay algún problema? —le preguntó Jackal mientras se movían por los pasillos vacíos del edificio de la Justicia. Sábado por la tarde no era exactamente una hora pico. Jonas hizo una mueca, el potencial de desastre a la fecha superaba tanto "un problema" que era risible. —Mercury—le informó al otro hombre, su voz tranquila mientras entraban al ascensor y Jonas pulsaba el botón hacia el techo. Jackal resopló. — ¿Esa pequeña burócrata de Vanderale? —. Burócrata, su culo. La Srta. Rodríguez estaba buscando algo, simplemente Jonas todavía no había averiguado qué. —Esa es mi sospecha—. Y Jonas esperaba que su sospecha fuera correcta. Su propia investigación de años del laboratorio de Mercury lo había llevado a la conclusión que la fiebre salvaje había sido nada más que rabia. En un momento, Mercury había estado muy cerca de los animales con los que habían alterado su genética. Su sentido del olfato había estado fuera de 75
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los gráficos, su habilidad para correr largas distancias había batido récords. Vista, oído, visión nocturna, olfato y gusto, él había sido excepcional. Hasta que se había comenzado a mostrar señales del cambio salvaje. Yendo y viniendo en su jaula. Gruñendo con irritación, negándose a realizar sus misiones dentro de los parámetros adecuados. Y la hormona desconocida agregada a la adrenalina que inundaba su cuerpo en esos momentos. Los científicos lo habían llamado fiebre salvaje o cambio. Jonas prefería pensar en ello como la llamada de la naturaleza. Todos los signos que Mercury había exhibido en los laboratorios habían sido los de un animal volviéndose loco en la búsqueda de la libertad. Pero eso no explicaba lo que estaba pasando ahora. ¿O por qué la hormona se mostraba una vez más? A menos que, de alguna manera Mercury estuviera acoplado a la pequeña burócrata como la llamó Jackal. —Dale espacio a Merc, Jonas—Jackal le aconsejó, cuando entraron al helijet. —Si él está actuando raro, entonces se lo merece. Ese hombre es demasiado malditamente tranquilo como es—. Y Jonas habría estado de acuerdo con él, hasta que llegó el informe de Ely. Ahora se estaba empezando a preocupar, y la preocupación no era algo que le gustara. Él prefería la acción, el movimiento decidido hacia adelante. Y en este caso, tenía la sensación que no ayudaría mucho. *** La cabaña estaba demasiado tranquila, y ella se había habituado demasiado a la presencia de Mercury. Incluso antes que se le hubiera ordenado permanecer en la cabaña con ella, de vez en cuando había venido por unos pocos momentos. Él se había burlado de ella lo suficiente como para dejarla con ganas de más antes de irse. Ella nunca había estado segura adonde iba, pero siempre había regresado a la mañana siguiente para acompañar su regreso al Santuario. Ahora se sentía un poco perdida sin él. Tenía mucho trabajo por hacer. Todavía tenía los chips de memoria que había sacado del Santuario esta semana, a la espera de ella para analizarlos, para encontrar las discrepancias que había estado encontrando con alarmante regularidad. Alguien estaba sacando información del Santuario y vendiéndola a un laboratorio de investigación decidido a descubrir el secreto de la depresión de la edad que venía acompañado del calor del apareamiento. Olvidándose de averiguar por qué el calor del apareamiento se producía, o desarrollar algo para aliviar los síntomas del mismo. No, a todas estas personas les importaba 76
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revertir el envejecimiento y crear fortunas frente a la desesperación de millones de personas. Se estaba fabricando una pesadilla. Y estaba trabajando en los chips que contenían la información relativa a quien en el Santuario podría estar vendiendo esos secretos. Por supuesto que no lo estaba. Ella iba y venía por su dormitorio, frotando sus brazos contra el frío que parecía filtrarse en la cabaña y preguntándose dónde se había ido Mercury. Cuando se dio la vuelta y caminó hacia la cama, un raspado en la ventana la hizo girar rápidamente, y mirar en estado de shock como se abría fácilmente y Mercury, los seis pies y cuatro pulgadas de músculo increíble, se pararon en su dormitorio pasando a través de la abertura. Cerró la ventana, la trabó y volvió a cerrar las gruesas cortinas antes de volverse hacia ella. — ¿Cómo burlaste el patrullaje de las Castas de afuera? —le preguntó con sorpresa. Resopló. —Nadie se escapa de Lawe y Rule. Ellos saben que estoy aquí—. De pronto la larga tunica de color violeta y la bata que llevaba parecían demasiado pesadas, demasiado calientes. Donde momentos antes había sentido frío, podía sentirse calentando. — ¿Qué diablos crees que estás haciendo aquí? —dijo entre dientes mientras él la miraba a través de la habitación, sus ojos de color ámbar oscuro, las pequeñas chispas azules titilando en ellos. Su expresión era sombría, su mirada demasiado tranquila, demasiado llena de cosas que ella no quería ver, porque ellas parecían estar muy cerca de las cosas que ella no quería admitir que sentía. — ¿Nunca se ha deslizado un hombre en tu habitación? —le preguntó mientras se dirigía a la puerta, la abría e inspeccionaba fuera antes de volverse hacia ella. Hizo girar la cerradura y mantuvo su mirada fija en ella, cuando lo hizo. — ¿Tienes miedo? —le preguntó con curiosidad. Ria rodó los ojos. —De ningún modo. Pero responde mi pregunta original. ¿Por qué diablos estás entrando a escondidas en mi habitación en lugar de usar la puerta? —. — ¿Tal vez estoy tratando de seducirte? —. Él arqueó una ceja, y lucía sexy como el diablo. Lástima que ella no le creyó.
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— ¿Ahora estoy dando refugio a un fugitivo Casta? —. Ella inclinó la cabeza y lo miró de arriba abajo. —Dane me compra joyas para dejarme involucrar con sus pequeñas conspiraciones. ¿Qué es lo que tiene para ofrecer, Sr. Warrant?— ¡Oh, esa sonrisa! Un poco teñida con una sombra de amargura, pero hambrienta, confiada y muy controlada. —Las joyas no te mantienen cálida en la noche—le dijo en voz baja. Y eso era muy cierto. Ellas eran duras y frías, y encontraba poco consuelo en ellas que no sea el conocimiento que algunas veces podían refrenar a Dane. Algunas veces. — ¿Y tú puedes? —le preguntó. Se movió hacia delante. Un paso a la vez, lento, en un alarde de confianza que la tuvo esforzándose para calmar su respiración. Él sería capaz de darle calor en la noche más fría de invierno, pensó. Él era lo suficientemente grande, lo suficientemente alto como para enroscarse a su alrededor y mantener el frío en vano. —Te alejaste bruscamente hoy y se te olvidaron tus deberes—ella le recordó, oyendo el nerviosismo en su voz. — ¿Se supone que te pague ahora? —. Sus ojos brillaban. —Nunca estuve lejos de tu lado. Simplemente no me viste. Puedes recompensarme por eso si sientes la necesidad de hacerlo—. Se detuvo frente a ella, mirándola fijo con todas esas sombras hambrientas en sus ojos. Ella podía sentir la necesidad creciendo entre ellos, construyéndose. Luchar contra ella no parecía ayudar mucho, porque ella deseaba entregarse desesperadamente. — ¿Qué estás haciendo aquí, Mercury? —suspiró, levantando sus manos para ponerlas sobre la tela negra de la camisa del uniforme. La pesada tela estaba caliente por el calor de su cuerpo, y realmente necesitaba quitársela, pensó irracionalmente. —Has intentado protegerme hoy—le dijo en voz baja. —Yo no creo que nadie haya pensado alguna vez en tratar de mentir por mí—. Su voz era pensativa, como si estuviera tratando de averiguar por qué lo había hecho. —No fue tanto una mentira como parece—dijo para excusarse. —Estaba malditamente contenta de ver irse esa cámara—.
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—Me alegro de haber podido complacerte entonces—. Arqueó sus labios, ese toque de diversión apretó sus muslos. — ¿Rompes cámaras de seguridad a menudo entonces? —. Su voz tenía un temblor en el que no era difícil leer. Su sonrisa se profundizó, sus exóticas líneas y los ojos rasgados se volvieron sensuales, somnolientos. —No muy a menudo—admitió. — ¿Tendría una persona motivos para mentir por ti a menudo? —. Ella mentía por Dane todo el tiempo. —Soy muy honesto—. Su voz se redujo aún más. —Y tanto como esas malditas feas faldas tuyas me encienden, no las necesito para esconderme detrás de ellas—. —Mis faldas no son feas—. Eran detestables. —Esto está mucho mejor—. Él extendió la mano y acarició el hombro de su bata de seda. —Te ves como una princesa vestida con esto. Todo ese precioso cabello cayendo por tu espalda. Debería ser fusilado por las cosas que pienso hacerte—. Ella se humedeció los labios y respiró torpemente. — ¿Como qué? —. Ella casi se estremeció ante la pregunta Había sido un infierno de un día, ella razonó. El estrés de robar información del Santuario, el riesgo de saber que podría ser atrapada en cualquier momento, y ahora esto. El conocimiento de que no había trabajado con la suficiente rapidez y que se estaba enredado en sus propias emociones. No. No emociones, se advirtió a sí misma. — ¿Como sacar la tristeza de tus ojos, tal vez? —. Bajó la cabeza, sus labios presionaron contra sus sienes. — ¿Qué pasa por esa bonita cabeza cuando tus ojos se oscurecen como esto? —. No emociones. No enredos. Ella se estaba engañando a sí misma. Él le había encantado desde el primer momento en que lo encontró, y la miraba ahora. Ella se estaba derritiendo como manteca contra él. — ¡Qué tonto entraría a hurtadillas a través de la ventana cuando las puertas funcionan perfectamente bien! —le dijo sin aliento. — ¿Son todos los hombres Castas tan complicados? —.
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—Hmm—. Sus dedos se enroscaron al costado de su pelo, su mano sujetaba su cabeza, manteniéndola en su lugar. —Yo sólo quiero un buen beso de buenas noches y luego me iré—. —No tienes que irte—. El se detuvo, sus labios casi tocando los de ella. —El cuarto de huéspedes—ella se apresuró a decir, sintiendo su corazón latiendo fuerte contra su pecho, la necesidad desgarrándola completamente. Sus labios se arquearon. —Sólo un bonito beso de buenas noches—repitió. —Muy inofensivo. Lo prometo—. ¿Inofensivo? ¡Al igual que el infierno! Sus labios cubrieron los de ella con los mismos resultados destructivos que cuando lo habían hecho antes. No podía pensar, no quería pensar. Levantó las manos, las clavó en la longitud de su pelo grueso, y gimió ante el placer. ¿Había conocido alguna vez un beso tan bueno, tan malvado como el de Mercury? No sólo movió los labios contra los suyos, mordió, acarició y lamió, y cuando finalmente su lengua tocó la lengua de ella, ella estaba tan preparada para ello que la chupó con avidez dentro de su boca. Como si hubiera disparado un interruptor oculto, ambas manos se apoderaron de su cabeza, sosteniéndola inmóvil. Sus labios se inclinaron sobre los de ella y cohetes explotaron en su cabeza. Ella no quería que ese beso terminara. Ella no quería perder jamás esta sensación, el sabor de él, la sensación de él, la certeza que nunca habría otro beso para sacudir completamente su alma, como éste lo hizo. —Dios, haces que un hombre olvide lo que vino a buscar—. Arrancó sus labios de los de ella, pero aún la sostenía. Sus grandes manos le tomaron la cabeza, los dedos rozaron contra el cuero cabelludo. — ¿Viniste por algo más que el beso? —. Ella lo miró fijo, aturdida, necesitada. —Necesito que me prometas algo—. Apoyó su frente contra la de ella. —Sólo una pequeña cosa—. —Muy bien—. ¿Sus joyas? Eran suyas. ¿Su cuerpo? Todo lo que tenía que hacer era tomarlo. —Ninguna prueba—le dijo en voz baja. —Ria prométeme, que no dejarás que nadie tome esas muestras que Ely va a exigir—.
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Le tomó un momento procesar la solicitud, sacar su mente de las visiones de sus labios devorando su cuerpo. —Yo no tenía intención de ello—dijo finalmente. — ¿Pero por qué me lo pides? ¿Qué importa? —. —No sé—. Sacudió su cabeza, su mirada se volvió dura. —No sé lo que está pasando con ella, y yo no quiero que te involucre. Prométemelo. Ninguna prueba—. —Bien. Te lo prometo—. Ella se apartó de él antes de volverse y mirarlo ferozmente. — ¿Era eso toda la razón del beso? ¿Convencerme? —. Su mirada se acercó lentamente, cambiando su expresión, oscureciendo sus ojos. —No, Ria. Ese beso fue porque me estaba muriendo por saborearte. Y si no consigo salir de aquí, diablos, voy a tomar mucho más que un gusto—. Pero no se movía tan rápidamente como estaba segura era su intención. Extendió de nuevo su mano, sus dedos tiraron del cinturón de su bata. El cinturón de seda se deslizó libre, el borde se separó lo suficiente para revelar el corpiño ajustado del vestido. Ria miraba, insegura, respirando torpemente, sintiendo endurecer las puntas de sus pezones y empujar contra el material que los cubría. Y él lo vio. Sus ojos se oscurecieron a ese color único de oro repujado, levantó los dedos, la parte de atrás de ellos rozaron los montículos que se elevaron por encima del escote princesa del vestido de color púrpura profundo. —Si te saboreo aquí, no te dejaré—murmuró, levantando los ojos a ella. —Continuaré saboreándote. Y te tomaré—. ¿Había algún problema con eso? Estaba temblando, cada movimiento de sus pechos presionando la carne con mayor firmeza contra sus dedos. —Buenas noches, Ria—. Su mano cayó y se alejó de ella. Ella se quedó allí, como una imbécil. Sufriendo, su cuerpo ardía con más furia que durante su toque, y ella se quedó allí cuando él salió, aterrada para alcanzarlo. Dolorida mientras lo miraba salir y maldiciéndose por ello. Él podía quedarse, pero ella sabía que una vez que lo aceptara en su cama, estaría perdida para siempre.
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Ella miraba como se iba. No protestó, no podía. Habría sido tan fácil pedirle que se quedara, y tan difícil perderlo cuando este trabajo terminara. Una vez más, estaba jugando con fuego, pero temía que esta vez definitivamente se iba a quemar.
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Leigh, Lora CAPITULO 8
El domingo fue una pérdida de tiempo. No pudo encontrar a Dane a través de los canales habituales que ellos utilizaban cuando ella necesitaba ponerse en contacto con él, y Ria estuvo demasiado cerca de llamar a Leo e informarle a él del loco plan de su hijo, en realidad se había encontrado marcando el número antes de cerrar el teléfono de un golpe y mirarlo furiosa. Se paseaba por la cabaña. Maldijo a los hombres en general y a las Castas en particular, y pasó una mala noche dando vueltas en una cama que ella sabía era demasiado grande para ella. Incluso mientras observaba esa maldita ventana. Sabía que él estaba allí. Podía sentir su mirada, y el conocimiento de ello la atormentaba. ¿Qué tan fácil sería para ella invitarlo? ¿Dejarlo tomarla? Y una vez que lo hiciera, cuán fácil sería perderlo una vez que se enterara de la verdad de cómo ella se había burlado de él, así como de todos los demás en el Santuario. Este trabajo al que Dane la había enviado era un arma de doble filo. El secreto era imprescindible, sencillamente a causa de la naturaleza de lo que estaba encontrando en las notas electrónicas y en las órdenes que habían sido emitidas. La tecnología utilizada era tan nueva e indetectable que sólo se podía encontrar en los programas más sofisticados. Programas que ella poseía. El lunes por la mañana, estaba más fuera de sí de lo normal y ni siquiera hizo el intento de dirigirse al Santuario hasta que la segunda cafetera de café se hubiera acabado. Mientras caminaba en la sala de archivos, se encontró con que la cámara había sido reemplazada. Sus labios se afinaron cuando ella se sacó el suéter de sus hombros, acercó una silla debajo de la cámara y se subió. —Nada de espiar—dijo con claridad, algunos de los ojos que la miraban pudieron leer los labios antes que ella envolviera el ojo de la cámara con el suéter y se pusiera a trabajar. Estaba encontrando el patrón que había estado buscando en la multitud de archivos, notas y faxes que pasaron por el Santuario, la Oficina de Asuntos de las Castas y las distintas oficinas y empresas con las que el Santuario trató. El código era sutil, y ella todavía no estaba cien por ciento segura de lo que estaba encontrando, pero el conocimiento era como una picazón en su nuca. Estaba allí. Ella sólo tenía que identificarlo. Había comenzado a captarlo en las anteriores semanas, pero quebrar ese código no iba a ser fácil. Era un sistema desconocido de números, letras y jeroglíficos extraños que no tenían sentido, y
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encontrar los puntos de contacto para lo que el código había sido instalado era difícil también. Sacudió la cabeza, se trasladó a la mesa de los archivos, recogió varios de ellos que había dejado a un lado para su revisión posterior y regresó a su escritorio. Encendió la computadora del escritorio, haciendo muecas cuando pensó que no podía usar su propia computadora portátil aquí. Y no podía instalar el programa para detectar las transmisiones en este caso. Una hora más tarde aún estaba pasando por el primer archivo, faxes y pedidos a varias empresas en D.C. Ella estaba frunciendo el ceño ante una nota en concreto, cuando la puerta de la oficina se abrió. Contuvo la necesidad de quejarse ante el conocimiento de quien estaba entrando por la puerta. Pero al menos le puso una taza de café al lado de su codo por los agravios que ella sabía iba a aguantar. Levantó su cabeza y miró a Jonas mientras el contemplaba el suéter echado sobre el ojo de la cámara. Sus ojos gris plata volvieron a ella y sus labios temblaron. — ¿Usted es consciente que la cámara está ahí para nuestra seguridad, así como para la suya? —le preguntó. — ¿Cómo vamos a saber que no está robando los archivos? —. Ella bajó la cabeza una vez más a la nota que estaba examinando. Él no quería que ella respondiera esa pregunta. Ella ya había tomado una ventaja increíble esta mañana y cargado los chips de memoria que había traído junto con ella para su estudio posterior. —Si trata a Dane de esta manera, entonces es un milagro que no la haya despedido—. Se sentó en la silla frente a su escritorio y la miró. —Dane sabe que mejor no me molesten mientras estoy trabajando en un trabajo que me asignó—le dijo. —Pero entonces, él me paga un salario por hora exorbitante, por lo que es usualmente su mayor interés, mantenerme satisfecha y tranquila—. — ¿Y cuánto está pagándole por este trabajo? —. Se recostó en la silla, la atención de esos ojos plateados sobre ella, su expresión curiosa. Ella casi resopló. —Su hermano Dane tiene la misma mala costumbre de hacer preguntas entrometidas con voz sutilmente curiosa. Váyase, señor Wyatt, sin embargo le agradezco por el café—. 84
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Le arrojó en su rostro el conocimiento de su relación con Dane y el Leo. Levantó la taza y bebió el brebaje celestial antes de volver su atención a la nota. Pero ella no estaba más concentrada ahora de lo que había estado en los primeros minutos después de haber abierto el archivo. Echaba de menos a Mercury. Le dio rabia, la hizo preguntarse dónde demonios se había ido su sentido común, pero ahí estaba, inmersa en un sentimiento de pérdida y soledad. — ¿Dónde está él? —preguntó finalmente cuando Jonas siguió sentado frente a ella tomando el café en silencio. Ella no levantó la cabeza, pero no vio más las palabras de la nota que sabía lo que decían. —Pasó la noche patrullando su cabaña. Entró detrás de usted y fue a las barracas a romper—. Su garganta se apretó cuando ella tragó y se obligó a mirarlo. — ¿Qué está pasando, Jonas? —. El Santuario se veía desanimado hoy en día, los ejecutores que la custodiaban más tranquilos de lo normal, menos amigables. Se inclinó hacia adelante y dejó la taza sobre la mesa antes de relajarse en la silla. La camisa blanca de vestir de seda y los pantalones no hicieron nada para esconder el cuerpo del animal macho de gran alcance debajo. —Mercury es una anomalía dentro de la comunidad de las Castas—le dijo. —A muy pocos de su tipo se les permitió vivir—. — ¿Qué quieres decir "su tipo"? —. Ella ya sabía esa información, pero Jonas no era consciente de ello. Y ella quería su postura al respecto. Era difícil librar una batalla cuando no se estaba seguro que batalla se estaba luchando. Su mandíbula se frunció cuando él la miró. —Aquellos cuyas características eran tan similares a las de los animales. Los científicos en el laboratorio donde había sido creado lo mantuvieron en su mayoría aislado de los demás, por temor a su capacidad de escapar o de ayudar a los demás a escapar si lo que ellos esperaban ocurría—. Ella lo miraba, permaneciendo en silencio. Sus labios se arquearon cuando asintió con un gesto sutil de su aprobación. —Ellos tenían razón. Mercury era más astuto, más rápido, más fuerte, más peligroso que otras castas dentro de su laboratorio. Su formación era muy 85
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avanzada, pero a medida que creció, comenzó a mostrar signos de un fenómeno que se llama fiebre salvaje, otros científicos la llaman cambio salvaje. Es algo que normalmente sólo infecta a los jóvenes, a aquellos en las etapas de la niñez. Sólo afectó a los Castas adultos que estaban más cerca de los animales con los que ellos estaban reforzados—. —El llamado de la selva—susurró. —Así es como lo llama Leo. Él dice que todas las castas lo tienen en un grado—. Jonas inclinó su cabeza lentamente mientras hizo una mueca. —Apenas tenía veinte años cuando se enteró que la hembra joven de la manada, a la que los científicos estaban observando muy de cerca cuando se acercaba a ella, había sido asesinada. Sólo tenía quince años y la enviaron a una misión de la que nunca debió haber sido parte. Cuando se lo dijeron, los coyotes, dos de ellos, los científicos que trabajaron con ella, no fueron exactamente simpáticos. Mercury acababa de llegar de su propia misión, el cambio salvaje ya estaba circulando fuerte dentro de él. El los mató a todos, con las manos desnudas, antes que pudiera ser contenido por los demás instructores y guardias—. —Dulce cielo—susurró. Ella no sabía los detalles de ese evento. — ¿Con sus propias manos? —. —Tenemos los videos del evento. En un momento, Mercury golpeó con su mano en el pecho de un coyote y le arrancó el corazón de su cuerpo. Recibió dos balas que deberían hacer sido heridas mortales, pero él siguió su camino. Arrancó la cabeza de un científico de los hombros, el entrenador... —. Hizo una pausa y sacudió la cabeza. —Con las manos desnudas, Ria, él destripó un entrenador. Una vez que lograron detenerlo y empezaron a realizarle las pruebas, encontraron una hormona que se adhirió a la adrenalina en su cuerpo. Una que aún no tiene nombre, ni idea de donde se produce. Pero encontraron una manera de frenarla. Una terapia de drogas que lo mantuvo en calma, lo mantuvo controlable—. Ria estaba horrorizada. No sabía esto. Volvió a contemplar a Jonas, mal del estómago, imaginando el horror de ser controlado. ¿Qué hicieron con él? Jonas juntó los dedos cuando frunció el ceño pensativo. —Le pregunté una vez. Él me dijo que se sentía como si estuviera caminando en dos mundos. Un autómata. Con ella, perdió todos los sentidos excepcionales que había tenido tan desarrollados. Salvo que no tenía piedad cuando se trataba de matar. Astuto. No tuvo compasión y eso era lo que ellos habían querido. Cuando fue rescatado, fue poco a poco retirado de la terapia con medicamentos, y su adaptación fue notable. Yo lo considero uno de mis más fuertes ejecutores. Pero aún así, sus sentidos están apenas mejor que los sentidos de un no casta. 86
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El sentido del olfato, del oído, apenas registraba el olor y el gusto cuando se lo examinó—. Ria sintió opresión en el pecho. — ¿Y ahora? —. Jonás se encogió de hombros. —Él no habla mucho acerca de ello. Pero las últimas pruebas que Ely realizó mostraron un estado avanzado del cambio salvaje. Ella quiere reiniciar la terapia de drogas—. Lo miró en estado de shock. ¿La doctora de toda la comunidad de las Castas sugeriría algo tan horrible? — ¿Por qué? —se quedó boquiabierta. — ¿Por qué ella iba a querer hacer eso si él puede controlarlo? —. —Porque ella cree, basado en el vídeo de esa cámara—asintió con la cabeza a la cámara—que Mercury tuvo unos pocos minutos de agresión sexual hacia usted. Usted no vio su expresión antes de acercarse. Sus rasgos parecieron cambiar, se convirtió en más animal, y sus ojos…—. Él frunció el ceño. —Azules—ella dijo en voz baja. —Chispas azules—. Él asintió con la cabeza. —La mujer que lo gestó era rubia de ojos azules, sueca con fama de ser de una familia que una vez gestó berserkers. Vikingos—. Ria se puso de pie, frotándose la mano sobre la parte de atrás de su cuello mientras cerraba el archivo en el que estaba trabajando y se trasladó a la mesa de los archivos rodeando a Jonas. —Tengo que pedirle un favor, Ria—dijo entonces, su voz era tranquila cuando se detuvo en la mesa y miró los archivos. —Quiero que venga a los laboratorios conmigo. Quiero hacerle pruebas de sangre, hormona y saliva—. Ella miró a la pared, recordando la orden de Callan de hacer exactamente eso, así como la promesa que había hecho a Mercury. Ahora él no confiaba en la doctora por alguna razón. — ¿Encontró Ely la hormona de apareamiento en sus pruebas? —ella preguntó aunque sabía la respuesta. —No. No lo hizo—. No era más de lo que ella esperaba. —Entonces no hay necesidad para someterme a una mujer que acusaría tan injustamente y traicionaría a alguien que fue voluntariamente a hacerse dichas pruebas—. Se volvió a Jonas lentamente. —Ella lo engañó, ¿no es cierto, Jonas? Deliberadamente lo contrarió para conseguir lo que quería—. 87
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Él la miró, sus ojos plateados solemnes y, por primera vez desde que se había encontrado con él, sin la burla cínica que ellos refrenaban. —Eres muy perspicaz—reconoció. —Sí, ella le irritó deliberadamente para probar lo que sospechaba—. — ¿Por qué? —. Con esa pregunta, él sacudió la cabeza. —No estoy seguro de por qué—dijo finalmente. —Hubo rastros del cambio encontrados cuando las pruebas se mezclaron con los resultados de las pruebas de sangre, de saliva y sus muestras de hormona que Vanderale nos envió antes de su llegada. Sabíamos que estaría en estrecho contacto con Mercury, Lawe y Rule. Nosotros ejecutamos las pruebas como medida de precaución. La hormona se presentó en aquellas pruebas cuando no se presentó en las pruebas hechas con las muestras de él solamente o con otras mujeres—. — ¿Y por qué me dice esto? —le preguntó. — ¿Es de alguna manera mi culpa? —. —No es su culpa, Ria. Sólo una anomalía—. Sacudió la cabeza. —Uno que me preocupa—. — ¿Tiene miedo que me haga daño? —. Ella no podía imaginar eso, y no quería escucharlo. —Por el contrario—. La miró como sorprendido por la pregunta. —Creo que Mercury se destruiría a sí mismo antes de correr el riesgo de dañarla. Yo creo que es mera coincidencia que la hormona se presentara en las pruebas de apareamiento. Tal vez un error de parte de Ely. Las pruebas no son infalibles y no siempre tienen razón. Pero su opinión tiene un poco de peso con el Gabinete de Gobierno. Si ella sugiere colocar a Mercury de nuevo en la terapia de drogas, entonces él tendrá una de las dos opciones. Someterse, o abandonar el Santuario—. —Ellos no le ordenarían hacer una cosa así—. Jonas se puso de pie lentamente. —Ely ha iniciado los trámites para tenerlo presentado ante el Gabinete de Gobierno. Cómo se maneje dependerá mucho de usted—. — ¿De mi? —. Y ahora ella lo miraba con recelo. —Tráelo de vuelta a esa cabaña, Ria. Tráelo de vuelta como protección. A menos que yo pueda probar que Mercury no va a comenzar a arrancar corazones y cabezas en el fragor del momento, entonces todos estamos jodidos. La comunidad de las Castas está luchando para tener la opinión pública de su lado. En la actualidad haría falta muy poco para cambiar el curso de aprobación, y el Consejo de Gobierno lo sabe. Si no puedo demostrar que esto 88
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es algo que podemos controlar, entonces ellos podrían destruir sin querer un ejecutor condenadamente bueno, y un infierno de una casta—. —Está manipulándome—. Ella cruzó los brazos sobre su pecho y lo miró con repugnancia. —Lo conozco, Jonas. Usted y Dane son tan similares que es aterrador—. Hizo una mueca y le lanzó una mirada que habría marchitado una personalidad más débil. —Insultarme no la llevará a ninguna parte—afirmó mientras movía sus pies. —Haga lo que quiera. Me he limitado a informarle de la situación, al igual que Mercury sabe como está—. Se levantó entonces, sorprendiéndola mientras se movía hacia el otro lado de la puerta un segundo antes de abrirla. Y allí estaba Mercury. Su mirada era plana, el rostro inexpresivo cuando entró en la habitación. No llevaba su uniforme de ejecutor, sino que llevaba vaqueros, una camiseta negra y botas. Parecía peligroso, exótico y nada contento de encontrar a Jonas allí. — ¿Advirtiéndola? —Mercury le preguntó con un dejo de sarcasmo cuando entró en la habitación. —Simplemente poniéndola en conocimiento de la razón por la que estará recibiendo las órdenes del Gabinete de Gobierno para presentarse al laboratorio para ser examinada—. Jonás se encogió de hombros como indiferente. —No eres serio—. Sus labios se fruncieron con disgusto. —Creo que deje clara mi opinión sobre esto el sábado. No habrá pruebas—. Allí estaba la maldita pista de un acento. Ella se enfureció debido a que ellos incluso consideraran la posibilidad de darle una orden. Y ofendida por parte de Mercury porque ellos se atrevieran a hacer tal movimiento. —Ellos pueden guardarse sus órdenes—le informó a él antes de volverse a Mercury. —Y tú te tomaste tu maldito buen tiempo para aparecer, ¿no? ¿Tienes alguna idea de cuán hablador es ese loco casta Shiloh que ellos me han asignado? —. Ella tiró varios archivos de la pila y caminó a las zancadas de regreso a su escritorio, echando una mirada impaciente a ambos hombres. —Creo que es mi señal para salir—. Los labios de Jonas se fruncieron mientras miraba a Mercury. —Tú aún sigues al mando y el estado de tu misión no ha cambiado—. Él asintió con la cabeza en la dirección de ella. —Ella es tu 89
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principal preocupación a menos que desees ser relevado—. Los brazos de Mercury se cruzaron sobre su pecho. —He sido enviado de regreso a los laboratorios también. Me negué—. Evidentemente eso significaba algo, porque Jonas hizo una mueca ante el conocimiento. Finalmente, asintió con la cabeza. —Continúa negándote—. Mercury gruñó. —Yo no necesito tu permiso, Director—. Entonces Jonas permitió un atisbo de sonrisa en sus labios, su mirada parpadeando de regreso a Ria. —Te dejaré en tu trabajo entonces—les dijo a los dos. —Todavía voy a estar aquí por unos días más. Si hay algún problema, espero ser informado—. —Estoy seguro que escucharás la ruptura de huesos, si es necesario—. Mercury se encogió de hombros. —Y estás sin uniforme—Jonas gruñó como si finalmente se diera cuenta de eso. La expresión de Mercury se endureció aún más, su mandíbula temblaba cuando la tensión pareció espesarse y llenar peligrosamente la habitación. —Yo no necesito el uniforme para hacer mi trabajo—. No, él no lo necesitaba, parecía más peligroso, más excitante, con todas esas armas atadas por encima de su cuerpo, mientras el denim abrazaba sus piernas. Pero los ojos de Jonas se achicaron. — ¿Dónde está el uniforme, Merc? —. Mercury sonrió. No era una sonrisa amistosa. —Se me informó que mi rango ha sido revocado hasta que me someta a esas pruebas. No te preocupes, Jonas. Deje clara mi opinión sobre eso—. — ¿Por hacer qué? —. La voz de Jonas era glacial ahora. —Pregunta a Callan—. Él se encogió de hombros, moviéndose en la habitación y mirando a la cámara, todavía cubierta por el jersey de Ria, antes de volver a Jonas. —Estoy seguro que te está esperando—. Tomó la butaca de la esquina, se sentó y levantó una de las revistas de la mesa a su lado. Como si él no estuviera rabiando por dentro, como si la furia no lo estuviera comiendo vivo. Ria podía verlo, sentir el peligro en el aire, y también podía Jonas. — ¿Rompiste algún hueso Mercury? —finalmente suspiró. 90
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—No. Todos los huesos están intactos y en condiciones de funcionar— replicó. El músculo de la mandíbula de Jonas se estremeció. — ¿Qué pasó con los huesos de los otros ejecutores? —. —Todos intactos y funcionando—. Mercury abrió la revista. —Entonces, ¿qué hiciste? —. Mercury se acomodó en la confortable silla, cruzó un tobillo sobre la rodilla opuesta y centró su mirada en la revista. —Creo que todavía están tratando de averiguar exactamente cómo reparar el arma de mi hombro—. Fue entonces cuando Ria se dio cuenta lo que estaba faltando. La única arma, algo así como una mini-Uzi, que llevaban los ejecutores Castas. Vanderale había donado las armas a las Castas y limitaba la venta de ellas en otro lugar. Eran poderosas, mortales, y Mercury no llevaba la suya. Castas, había que amarlos, Ria pensó cuando la expresión de Jonas se volvió tan mortal como la de Mercury. Sus ojos plateados brillaban, todo su cuerpo se tensó. Ellos podían verse más salvaje en su rabia que los animales de los cuales fueron creados. —Voy a hablar contigo antes de salir esta noche—afirmó, su fría voz. —Contáctate conmigo antes de hacerlo—. —Claro—. Mercury pasó la página de la revista, su mirada aún centrada en su interior. —Lo haré, Jonas—. Ria permaneció en silencio. Estaba segura que un gruñido estaba saliendo de los labios de Jonas cuando él abandonó la sala y cerró la puerta detrás de él. Entonces Mercury se movió, se extendió y cerró la puerta de un golpe, antes de volver a la revista, quedándose en silencio, casi pensativo, mientras leía. Ria bajó la mirada a su bien cuidado material de lectura, una revista de ingeniería automotriz que era bastante popular, incluso en Johannesburgo, con algunos de los mejores diseñadores quienes trabajaban en los departamentos de producción en Vanderale. Mercury podría haber estado leyéndola, pero el aumento de la tensión en la habitación era tan sofocante que, cuando sonó el teléfono a su lado, se sacudió y apenas contuvo un suspiro antes de extenderse hacia el receptor sobre la base. — ¿Sí? —.
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—Srta. Rodríguez, soy Austin, desde el Centro de Control de Seguridad. ¿Podría usted por favor retirar la cubierta de la cámara? —. La arrogancia en esa pequeña voz nasal la contrarió con las primeras palabras de su boca. Sus labios se aplanaron mientras miraba a Mercury. Él la estaba mirando por debajo de sus pestañas, la mirada de esos exóticos ojos rasgados era tanto perversamente sexual como peligrosa. —Eso podría ser un poco difícil—ella declaró con un fuerte énfasis en la falsa dulzura de su voz. —Le diré que, Austin, ¿por qué no viene aquí y ve si puede quitarlo usted mismo? —. Ella colgó el teléfono y miró ferozmente a Mercury. —Detén los condenados gruñidos o puedes sentarte afuera. Mi día se ha desordenado lo suficiente—. Y se fue a trabajar. Golpes de tensión, nervios de punta, pero estaba decidida a encontrar lo que Dane necesitaba así podría abandonar el Santuario y al hombre que sabía que iba a romper su corazón si se le daba la oportunidad.
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Leigh, Lora CAPITULO 9
Tomaron su uniforme. Mercury se sentó en silencio, su mirada se centró en la revista, aunque no tenía idea de lo que decía. Se sintió extraño en ropa de civil, rara vez la llevaba. Eran lo suficientemente cómodas, pero no era la ropa especialmente diseñada para ajustarse a su cuerpo. Y su arma. Casi gruñó otra vez. Habían confiscado su arma. Los ejecutores encargados de hacerlo cumplir habían sido lo suficientemente amables, pero la rabia salvaje que casi lo había consumido se aseguró que el arma no se utilizará de nuevo. Ahora se hallaba en tantas piezas en el cuartel, que no servía para nada más que basura. Él debería haberse ido. Demonios, incluso lo había considerado. Empacar sus cosas, no tenía muchas, y sólo viajar. Había tenido suficientes ofertas de trabajo en los últimos años, mantenerse a sí mismo fuera Santuario no sería un problema. Pero Ria no estaba en cualquier otro lugar del mundo. Ella estaba aquí, y ella era su responsabilidad. Su hambre. Se movió en su silla, todavía no estaba acostumbrado a usar sus pantalones vaqueros como estaba acostumbrado al uniforme, y la ira contenida aún ardía dentro de él. Maldita Ely. ¿Qué demonios estaba tratando de hacer con él? La traición se atoraba en su garganta hasta que él no pudo imaginar cómo desplazarla. La había considerado su amiga, y tal vez había sido su error. Hacer amigos no había sido fácil, incluso aquí en el Santuario. Él les recordaba demasiado a las otras Castas dónde venían, y la mayoría de los no Castas lo miraban fascinados, con miedo, con miedo de acercarse demasiado. Demasiado a menudo se había sentido como si estuviera fuera de lugar, en busca de una calidez que no existía y que él no conocía su nombre. Un lugar para existir, tal vez. Se miró las manos, donde agarraba la revista. Las garras de sus uñas invariablemente crecidas hacia adentro. Eran más gruesas que la mayoría, ligeramente curvas. Mantenerlos recortadas y pulidas con un aspecto no letal era un trabajo exigente. Si se las dejaba solas, podrían convertirse en garras en el sentido más verdadero. Casi las flexionó, recordando la sensación de cuán fácil esas uñas y las
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mayor densidad y fortaleza de sus huesos le había permitido a su mano perforar el pecho de un Casta Coyote y arrancar su corazón. No había sido un trabajo. Había sido tan fácil. La rabia que lo impulsaba a veces lo hacía encogerse cuando pensaba en ella. Y ahora, sentado frente a Ría, sintiendo el salvajismo que una vez había sido tanto parte de él extendiéndose dentro suyo, sintió un momento de preocupación. Una vez, hace mucho tiempo, había sido un hombre cómodo con la criatura que era. El animal y el humano coexistieron, si no en armonía, en un estado de tregua. Ahora, el animal se había ido, pero el salvajismo se estaba construyendo. Podía sentirlo construyéndose, extendiéndose hacia fuera, su atención focalizada en la mujer que estaba sentada tan silenciosa en la habitación. Ella no estaba concentrada en los archivos más de lo que él estaba concentrado en la revista. La tensión fabricándose entre ellos era espesa y caliente. — ¿Tienes miedo de mí ahora? —. Él pasó la página de la revista mientras hablaba, fingiendo leer. Sabiendo que no estaba leyendo y que él no lo haría. — ¿Tengo una razón para tener miedo de ti ahora? —. Se volvió con uno de los papeles que ella probablemente no estaba leyendo antes de verificarlo contra algo que había sacado de la computadora. Él se miró las manos otra vez, preguntándose si realmente podría dañar algo tan frágil, tan dulce como la mujer que estaba sentada frente a él. — ¿Y si te digo que no lo sabría? —. Levantó la vista de la revista, reuniéndose con su mirada, mientras ella levantó la cabeza sorprendida. —Entonces yo diría que estás permitiendo que tu buena doctora desordene un poco mucho tu cabeza, ¿no? —. Esa pequeña pista de un acento lo intrigaba más de lo que debiera y lo ponía más duro de lo que había estado alguna vez en su vida. Los jeans limitaban su erección. El uniforme de la misión le habría permitido espacio para la comodidad, aunque no la ocultara. Por supuesto, nunca había tenido problema controlando la oleada de lujuria que congestionaba su polla y endurecía sus pelotas. Hasta Ria. Desde el primer momento en que se había extendido su olor hacia él, él había sabido que ella sería un problema en su duramente ganada sensación de control. Se movió en su silla, con la esperanza de aliviar la presión. — ¿Por qué no llevas tu uniforme? —. Ella bajó la cabeza una vez más, preguntando como si no hubiera una preocupación entre los dos.
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—Ahora soy un riesgo para la comunidad—. Se encogió de hombros. —Si arranco el corazón de alguien de su pecho, entonces no me quieren haciéndolo mientras uso una insignia de la comunidad de las Castas—. Su boca estaba torcida burlonamente. — ¿Y eso es algo que haces diariamente? ¿Arrancar corazones? —. Sus labios casi temblaban, y podría haber jurado que percibió diversión en el movimiento. —Por lo general espero permiso para hacer eso—le dijo lacónicamente. —Nos enseñaron unas pocas reglas de conducta en los laboratorios. Mi entrenador siempre sintió que la cortesía aseguraba que yo estaba arrancando el corazón correcto—. —Muy interesante—. Ella asintió. —Pero estás hablándome, y me distraes—. Él iba a distraerla. Miró a la cámara, preguntándose cuánto tiempo iba a llevar a los técnicos en la sala de control convencer a alguien para eliminar ese suéter. Miró el reloj en su muñeca. Tenía la sensación que no sería mucho más largo. No había tiempo suficiente para ceder a la excitación construyéndose dentro de él, y él no sabía cuánto tiempo más podría esperar para saborearla. Ella estaba toda abrochada, la camiseta sin mangas que llevaba no era tan voluminosa como la ropa con la que normalmente trabajaba, y el suave color crema era increíblemente favorecedor para los senos debajo de ella. Además ella llevaba otra de esas condenadas faldas. Negra esta vez con un pequeño vivo en las rodillas. Una falda tulipán la había llamado una vez Cassie cuando ella estaba tratando de convencer a su madre para comprar una. A pesar que esa había sido mucho más corta. Por alguna razón, Cassie Sinclair pensaba que Mercury era la escolta perfecta para sus viajes de compras. Tuvo que admitir, que más larga en Ria era sexy como el diablo. Cuanto más piel escondía, más se encontraba deseando ver. Lo último que necesitaba ahora era tener un ejecutor, o a Ely, entrando en la habitación mientras él la inclinaba sobre una mesa otra vez. Se subió el hombro de la camiseta que llevaba. Maldita sea, extrañaba su uniforme. Y tal vez incluso extrañaba la sensación de aceptación que el uniforme le había dado. Un lugar para pertenecer, por pequeño que sea. Él no fruncir el ceño, no permitió que su expresión cambiara, pero la traición que podía sentir dentro de él dolía jodidamente hasta el centro de sus huesos. Nunca había hecho daño a nadie que no lo mereciera. Él siempre había
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controlado su fuerza, siempre había controlado sus acciones, porque sabía que su apariencia era menos que cómoda para todo el mundo a su alrededor. Asustaba a sus compañeros castas, con la excepción de unos pocos. Asustaba a los humanos que entraban en contacto con él, y él era muy consciente que sus misiones eran casi siempre aquellas que involucraban una limitada presencia de no Castas. Como la prensa sensacionalista informaba cada vez que los periodistas lo veían, él era la visión que perseguía en sus pesadillas a niños y adultos por igual. —El hombre de la bolsa—un periódico lo llamó. Miró a la revista y sintió un sombrío fracaso llenándolo. Se había dicho que encajaba aquí, en el Santuario, pero se había equivocado. Sólo había encajado durante el tiempo que siguió los parámetros de silencio que había sentido colocaron a su alrededor. Estaba tan atrapado aquí como lo había estado en los laboratorios, y ni siquiera se había dado cuenta. Sobre los talones de ese fracaso, el pomo de la puerta de la oficina chasqueó, y cuando el bloqueo se negó a permitir la entrada, un duro golpe sonó en el panel. Ria levantó la cabeza y lo miró fijo. —Yo estaría muy decepcionada si fuera a ver sangre—le informó. —Incluso la menor cantidad tiene el poder de hacerme sentir mal—. Una sonrisa tiró de sus labios, cuando puso a un lado la revista, se puso de pie y abrió la puerta, antes de regresar para cubrir a Ria. Todo dentro de él se elevó a alerta máxima, nada importaba salvo protegerla. La puerta se abrió con fuerza, rebotando contra la pared a un lado antes de quedar completamente abierta. Mercury miraba al Casta que había levantado su arma, listo para la batalla, y sintió esa sensación de ira llenándolo. Había luchado junto a este casta muchas veces, y sin embargo allí estaba, su arma levantada como para protegerse a sí mismo mientras el flaco y deslumbrante Austin, cabeza tecnológica en la Sala de Control de Seguridad, entró en la habitación. Mercury miró el arma que el Casta sostenía. Antes que Austin pudiera dar otro paso adelante, Mercury lo bloqueó, extendiéndose y arrancando de un 96
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tirón el poderoso fusil automático recortado de las manos del guardia mientras lo empujaba hacia atrás y le gruñó una advertencia para permanecer allí. Pelo con puntas rubias, sus ojos grises eran un poco maliciosos, Austin se burlaba de Mercury a medida que avanzaba. El aroma del ego llenó la habitación. Se creía seguro, capaz de ordenar a otros Castas a su alrededor debido a su posición más que a su fuerza. En su mayor parte, solamente los ejecutores a duras penas lo toleraban. Mirando hacia él, Mercury, vio como Austin cruzó a la esquina, arrebató el jersey de la cámara y lo tiró al suelo. Mercury gruñó con furia ante la flagrante falta de respeto de la acción. Su mano cayó al arma atada en su muslo cuando el ejecutor casta retrocedió un paso, tragó con fuerza y miró a Mercury. —Recoge el suéter—. Mercury ordenó al pequeño bastardo que desde siempre había puesto sus pelos de punta. Austin Crowl era un técnico en computación y experto en tecnología de seguridad, formado por el Consejo, y su sentido del poder había crecido a lo largo de los años en el Santuario, cuando se hizo cargo de las riendas de la sala de control. El cabrón se burló de él con sus diminutos caninos. —Ella puede recogerlo por sí misma—. Y caminó a los trancos para salir de la habitación, claramente ignorante del Casta con el que estaba tratando, y el hecho que las reglas normales que cumplían los ejecutores ya no se aplicaban a Mercury. Antes que Mercury pudiera detenerse, tenía su mano en la garganta de Austin y estaba clavando al otro hombre en la pared, consciente de Ría parándose rápidamente detrás del escritorio. —No hay sangre, Ria—le informó, mirando la pequeña cara pálida y despreciable de Austin. —Al menos no todavía—. —Merc, hombre, déjame ir—. El joven ejecutor Casta tenía un temblor nervioso en su voz mientras Mercury tenía la mano alrededor de la garganta del tecnócrata. Miedo. El aroma de ello golpeó en los sentidos de Mercury, sus labios se retiraron y un cruel gruñido creció en su pecho. —Recoge el suéter—. Mercury gruñó en la cara de Austin, cuando lo soltó lo suficiente como para cambiar su agarre a la parte de atrás de su cuello y forzarlo a bajar. De rodillas, miraba como el otro hombre recogió el suéter, 97
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sintiendo la falta de aire y el dolor del agarre de Mercury. Sería tan fácil arrancar su pequeña cabeza de los hombros y verlo sangrar. El insulto que había hecho a Ría era intolerable. No sería permitido. Tirando de él lo puso de pie, Mercury lo miró a los ojos, viendo descender el miedo en los huesos de Austin mientras temblaba como una cobarde debilidad de rodillas. —Respeto—. Dejó que la palabra rugiera desde su garganta. —En su presencia. O mueres, niñita—. Él utilizó el peor insulto que podría haber usado para el pequeño casta ególatra. Su mirada parpadeaba en la prístina, perfectamente planchada y perfectamente almidonada camisa amarilla abotonada hasta el cuello y que destacaba contra la piel oscura de la casta y los cabellos marrones con puntas blancas. —Antes de retarme, niñita, cría algunas pelotas—gruñó, empujándolo hacia la puerta, cuando una vez más, Kane, Callan, y Jonas se precipitaron en el pasillo. —Está loco—Austin jadeó, su voz aguda causó a todos a una mueca de dolor, mientras señalaba a Mercury. —Trató de matarme. Se me ordenó mirar la habitación y trató de matarme por eliminar ese maldito suéter—. Callan se volvió hacia él, Jonas se apoyó contra la pared de enfrente, y Mercury sintió a Ria a su lado mientras miraba, el olor de la ira femenina estaba rodeándolo ahora. Era tan volátil que aún él podía olerla. —Mercury, deja al descubierto las cámaras, por el amor de Dios—dijo Callan mirándolo con ira. — ¿Por qué? Estoy con ella. No es como que pueda robar los archivos mientras estoy mirándola—. —Tal vez no los archivos, pero ella nos preocupa—. Ely entró en la refriega, manteniendo una distancia prudente mientras lo miraba con preocupación. —Maldición, Ely, ¿desde cuando diablos estamos preocupados por la Srta. Rodríguez? —. Callan se quebró. —La seguridad es mi preocupación aquí—. Mercury le devolvió la mirada, dolido. Actualmente le dolía el pecho por los ojos puestos sobre él, desconfiados, cautelosos. —Sr. Lyons, ¿la orden de descubrir la cámara fue dada por usted? —Ria preguntó con voz suave, cuidadosamente neutral.
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—Srta. Rodríguez, los archivos son el corazón y el alma del Santuario—le espetó, sus ojos ardiendo ahora. —Yo no permitiría que nadie esté solo en esta sala con ellos—. —Yo no estaba sola—señaló. Y Callan sacudió la cabeza. —Hasta que sepamos qué demonios está pasando aquí, entonces es mi trabajo proteger a todos. Incluso a usted—le espetó contemplando ceñudo a Mercury. —Voy a volver a mi cabaña ahora—. Ria se dio vuelta, recogió su bolso y la gran taza térmica que usaba para llevar café con ella. —Supongo que escuchará a mi jefe por la mañana—. Salió de la habitación, balanceándose en sus caderas, toda fuerza delicada y confianza, y Mercury no dudó en seguirla. Mierda. Había puesto su vida en la línea del Santuario durante una década o más. Había seguido órdenes, había desempeñado el pequeño felino bueno, e incluso su orgulloso líder no tenía ninguna confianza en él. —Mercury—. Hizo una pausa cuando Callan gruñó su nombre. Girando lentamente, se quedó mirando al otro hombre, años de lo que él creía fueron de confianza y amistad colgando entre ellos, tirando de él. —Su seguridad no es menos importante que la del Santuario—. Mercury sacudió la cabeza, torció sus labios burlonamente. Él contraatacó a su orgulloso líder. —Sí, no puede tener al hombre de la bolsa arrancando corazones a la vista, ¿no? Sólo cuando se le ordena—. Así era como había sido en los laboratorios. Sólo cuando se le ordenó. Se encogió de hombros. —Mi misión es proteger a la mujer. Por lo que sé, todavía estoy en funciones—. Miró a Jonas. Todos miraron a Jonas. Y Jonas sonrió. —En lo que a mí respecta, lo estás. Y la mujer está saliendo delante de ti, Ejecutor—. Él asintió con la cabeza a la puerta donde ella estaba desapareciendo. —Buenos días, Orgulloso líder Lyons—. Mercury asintió con la cabeza hacia él respetuosamente. Callan era un hombre que se hacía respetar, incluso si Callan no confiaba en él. —Si me necesita, estoy seguro que el Director Wyatt me lo dejará saber—. Con esto, Mercury se volvió y siguió el camino que Ria había tomado. Ella no se había ido. Estaba esperando del lado del pasajero de la camioneta, la puerta 99
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abierta, mirando la casa a la expectativa. Cuando él la siguió, ella se metió dentro de la camioneta y lo esperaba cuando él se deslizó en el asiento del conductor. Más adelante, La cuatro por cuatro de Lawe dirigió el camino. —Hay un juego de poder en el Santuario—ella afirmó mientras él puso el vehículo en marcha y se dirigieron hacia las puertas. Él la miró con sorpresa. —Callan no los permite—. Las puertas se abrieron, los manifestantes rodearon la camioneta delante de ellos, luego en torno a ellos. Los carteles que anunciaban "Las razas son Atrocidades a los Ojos de Dios" y "Muerte a las Castas" se agitaban frenéticamente cuando los furiosos rostros llenaron las ventanas. —Animal—una mujer gritó cuando ella golpeó en la ventanilla del conductor. —Casta Bastardo—. Mercury condujo a velocidad constante a través de la multitud, hasta que desaparecieron detrás de ellos, el timbre del canto seguía en la cabeza mucho después que el sonido se apagara. Y con el canto estaba la declaración de Ria. Un juego de poder. Callan no permitía juegos de poder, pero él no estaba en la fuerza máxima. La herida de bala que casi lo había matado dos meses antes lo había debilitado y él todavía se estaba recuperando. ¿Estaba alguien moviéndose para amenazar el Santuario mientras que el orgulloso líder estaba con las defensas bajas? Mercury sacudió la cabeza. No podía imaginarlo. Kane y Jonas, cuidaban las espaldas de Callan, como lo hacían los hermanos de Callan, Taber y Tanner. Tenía una fuerza capaz a su alrededor. Un juego de poder no era posible. Pero otras cosas lo eran. Y Mercury era solamente un ejecutor privado de su rango y su uniforme. Y de los amigos que había creído que tenía. *** Callan cerró con saña la puerta de su despacho a sus espaldas cuando Jonas, su guardaespaldas Jackal, Kane, Ely, el pequeño Austin y el ejecutor que había mantenido un arma sobre Mercury entraron en la habitación. Hizo un gesto a Ely, Austin y al ejecutor hacia la parte de atrás de la sala, fuera del alcance de sus oídos, mientras hacía señas a los demás hacia su escritorio y miraba furioso a Jonas. — ¿Por qué diablos Mercury no está con el uniforme? —gruñó a Jonas. 100
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Nunca había visto a Mercury sin su uniforme de ejecutor durante el servicio. Con Mercury, no fue escuchado. Y ese punto, parecía ser un golpe deliberado contra la autoridad que Callan sostenía dentro la comunidad. Jonas lo miró sorprendido, antes de mirar al otro lado de la habitación. Ely tenía sus brazos envolviendo su pecho mientras iba y venía, el tecnócrata y el ejecutor estaban de pie nerviosos al lado de la pared. Jonas dio la vuelta y miró atentamente a Callan. —Porque tú ordenaste revocar su rango. Le sacaron su uniforme y sus armas, Callan—. Callan le devolvió la mirada a Jonas, calmada, cada instinto dentro de él rugiendo con el desafío ahora. Porque él no había dado tal orden. — ¿Qué demonios está pasando aquí? —. Mantuvo su voz tranquila, el nivel lo suficientemente bajo para ser solamente escuchado por los hombres que lo rodeaban, pero no podía parar el rugido furioso que retumbó a través de ella. —No he revocado el rango de nadie. Y menos de Merc. Pero puedo estar listo—. Él frunció el ceño hacia los otros en la sala. Ely se estremeció, el ejecutor palideció, y si Austin Crowl hubiera podido encoger su espalda más contra la pared, entonces lo habría hecho. —Tú—. Clavó un dedo en la dirección de Austin. — ¿Quieres decirme qué demonios estabas haciendo? —. Austin parpadeó. —Seguir sus órdenes, señor—. Su voz temblaba cuando Callan lo miró furioso. — ¿Mis órdenes? ¿Yo le ordené deliberadamente contrariar a otra Casta?—. Bajó su voz aún más. Algo estaba mal aquí, porque él no había dado tal orden, y estaba seguro como el diablo que no había revocado el rango de Mercury. Austin era el blanco a pegar ahora, sus labios temblaban cuando los lamió. —No, señor. Usted ordenó destapar la cámara—. Su voz llena de terror. —Él respondió la llamada—. Señaló al ejecutor, como si fuera su culpa. El joven ejecutor era alto, Callan le dio crédito por eso, pero su mirada estaba marcada por el miedo. —Usted preguntó por Austin, y cuando él colgó, afirmó que íbamos a destapar esa cámara y yo iba a ir con él—. Callan se volvió a los dos hombres. Ellos no estaban mintiendo. Alguien había arreglado hacerse pasar por él en su propia casa. Callan se volvió lentamente a Kane, bajando la voz una vez más. —Ve si puedes entrar en el sistema. Mira si la llamada se puede rastrear. Y quiero las 101
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órdenes que salieron en relación con el rango de Mercury rastreadas también. Averigua qué demonios está pasando aquí—. — ¿Tú no has dado la orden? —Jonas le preguntó con cuidado, sus plateados ojos arremolinándose con gélida violencia. Callan le echó una mirada de disgusto cuando Kane permaneció en silencio. —Cualquier orden de ese tipo habría ido a ti, Jonas. No a un ejecutor de rango inferior al de Mercury—. —Callan, tienes que hacer algo acerca de Mercury—dijo Ely entonces, alzando la voz con ira. La desesperación y el miedo ataba su voz cuando Callan miró a Jonas y descifró la ira plana y dura en la expresión del Director. —Ely—. Callan se volvió hacia ella, tratando de contener su propia cólera mientras le indicó que debía tomar asiento delante de él. — ¿Qué clase de juego estás jugando con Mercury? —. Kane y Jonas tomaron asiento también, viendo como la doctora avanzaba cautelosa y se sentaba. Con un movimiento de su mano, Callan envió al tecnócrata y al ejecutor fuera de la sala. —Él es peligroso, Callan—. Empujó los dedos a través de su cabello y lo miró mientras se frotaba el cuello, claramente preocupada, intranquila. —Estas pruebas no mienten. El Consejo elaboró los criterios para detectar la fiebre salvaje. Está construyéndose en él, y alguien va a morir si no se lo confina y se lo hace volver a la terapia farmacológica—. ¿Confinar a Merc? Callan la miraba en estado de shock. — ¿Quieres confinar a Merc? ¿Y drogarlo? —. La incredulidad lo llenaba. ¿Dónde se había ido su compasión? Esta no era la doctora que había supervisado a sus compañeras, a su comunidad, y los había protegido cuando las anomalías en sus sistemas estaban enloqueciéndolos. La Ely que él conocía nunca habría considerado una cosa así. —Es el único lugar de seguridad—argumentó, claramente creyendo las palabras que se derramaban de sus labios. —Callan, no podemos arriesgarnos a que él se vuelva salvaje. Si la prensa consigue tanto como un indicio de ello, podría acabar con nosotros—. —Mentira—. Todas las miradas se volvieron a Jonas.
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— ¡Cómo te atreves! —. Ely gruñó cuando se volvió contra él. —Estás jugando tus malditos juegos de nuevo. Dile a nuestro orgulloso líder cómo te negaste a permitir que entregara mis resultados a él o a Mercury. Me ordenaste no revelarlos. Estás arriesgando todas nuestras vidas—. Callan miraba la confrontación, inhalando lenta y profundamente, tratando de entender las emociones o la causa de su comportamiento. —Y tú eres una científica paranoica con nada mejor que hacer que perseguir sombras—Jonas gruñó. —Estás irracional últimamente, Ely. ¿Has tenido tus propias pruebas? —. La miró disgustado. —Hay que hacer algo con él—. Ely se paró cuando Callan se recostó en su escritorio y miraba toda la escena con una sensación de incredulidad. —Siéntate, Ely—le ordenó. —No me sentaré aquí para escuchar sus insultos—dijo. —Él está protegiendo a Mercury para alguno de los juegos que está jugando y he tenido bastante de él. Quiero que confinen ese Casta y lo examinen. Lo exijo—. — ¿Tú lo exiges? —. Se irguió lentamente. — ¿Con qué derecho exiges algo? —. Observó a la científica de cerca ahora. Sus facciones estaban sonrosadas, los ojos brillantes mientras la ira la recorría completamente. —Llevaré mis conclusiones al Gabinete de Gobierno si tú te niegas a escucharme—le espetó a la cara. Ella lo estaba desafiando, no sólo desafiándolo, sino que deliberadamente lo retaba. — ¿Ahora tú? —. Él miró alrededor de la habitación. —Tenemos tres del Gabinete de Gobierno aquí ahora, en desacuerdo con tus sugerencias. ¿Qué te hace pensar por un segundo que puedes conseguir el voto que necesitas para siquiera considerar tus demandas? —. Apretaba sus puños a sus costados, la rabia la estaba quemando por dentro, y esa era una Ely diferente. Ely era fría, tranquila. Ella no se enfurecía y nunca hubiera sugerido algo tan vil como encerrar a un Casta. —Entonces tú no eres mejor que el Consejo—ella gritó. —Al menos ellos tuvieron el buen sentido de encerrarlo y encontrar un tratamiento para él. Tú sólo le permitirás destruirse a sí mismo y a la comunidad de las Castas en el proceso—. Todos ellos estaban mirándola en estado de shock. 103
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Callan se dio un segundo, luego otro. Entonces, antes que pudiera controlarse a sí mismo, él estaba en su rostro, sus caninos destellando en un furioso gruñido mientras ella se dejaba caer en su silla, pálida. Callan apoyó las manos en los brazos de esa silla, acercándose a ella, sus ojos fijos en los de ella, imponiendo su autoridad sobre ella, sintiendo la fuerza del animal en su interior levantándose en primer plano. Era el orgulloso líder. Era su decisión la que conducía a su comunidad, y la condenaría al infierno, salvo que ella se sometiera a esas decisiones. Se quedó mirándola, esperó hasta que su mirada pasara de él a su hombro en señal de respeto, y que el olor de su miedo venciera al olor de su arrogancia. — ¿Te importaría repetirme el insulto que acaba de abandonar tus labios? —le preguntó, el tono áspero y duro de la furia animal cursando a través de su voz. Su mirada parpadeaba, la bajó, mientras respiraba torpemente. —Pido disculpas—susurró. —Yo no tenía derecho a decir eso—. Sus ojos se levantaron de nuevo, y él vio el temor y la preocupación en su mirada mientras ella miraba a su hombro una vez más. —Callan, tengo miedo por Mercury, y por esa mujer. Es peligroso y no me escucharás porque es tu amigo. Lo entiendo. Pero hay que hacer algo—. —Jonas—. Callan mantuvo su mirada en los ojos de Ely, taladrando en ellos, haciendo valer su fuerza, haciendo cumplir sus órdenes. — ¿Le ordenaste ocultarme esa información? —. —Lo hice, Orgulloso Jefe—. Jonas era más listo que la científica, mantuvo su nivel de voz, la calma. Callan regresó, viendo como los ojos de Ely se bajaban, doblaba sus manos firmemente en su regazo, su postura era más tranquila ahora. — ¿Por qué? —. Se volvió hacia el director. En términos de poder dentro de la jerarquía del Gabinete de Gobierno de Castas, Jonas estaba un paso por debajo de él. Si empujaba la situación, el otro hombre posiblemente podría hacer valer ciertas áreas de fuerza, pero Jonas entendía la batalla que ellos estaban luchando. Algunas veces. —No estoy de acuerdo con su evaluación—dijo Jonas con calma, confiadamente, aunque echó a Ely otra mirada confusa. —He visto los resultados. He comparado esos resultados con el video de seguridad de Mercury y la Srta. Rodríguez, así como con el video del día del laboratorio. Ely lo embaucó por esa sangre de su brazo. Deliberadamente lo 104
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contrarió, luego tomó la sangre. Los resultados de la sangre tomada momentos antes no mostraron nada de la hormona salvaje. Estuvo solamente en la sangre que ella tomó mientras lo acusaba de violar a su mujer, eso lo avergonzó—. —Ella no es su compañera—Ely se quebró. —He efectuado todas las pruebas, Jonas. No hay posibilidad de ello—. Callan se dio vuelta y antes que pudiera detenerlo, un silbido de masculina furia traspasó sus labios. Animal a animal, Casta a Casta, ese sonido tuvo el poder de sacudirlos a los dos, porque era uno que Callan nunca usaba. Era una advertencia de fuerza y poder, y de la línea que ella estaba cruzando. Callan se volvió a Jonas ahora. — ¿Cuál es tu opinión ahora, Director Wyatt? —gruñó. — ¿Has visto las pruebas? —Callan le preguntó. —Callan, Mercury siempre tuvo la hormona salvaje—. Jonas suspiró. —Sus informes de laboratorio demuestran eso. El tratamiento farmacológico que ellos utilizaron tan sólo lo mantuvo bajo su control. Mató cuando ellos se lo ordenaron. La droga lo controlaba, silenciaba la necesidad de libertad dentro de él y la rabia que había sentido por la muerte de los miembros de su grupo. Tú no lo ves en la batalla, o durante las misiones. Yo lo veo. Y he bloqueado los intentos de Ely de examinarlo antes y después de sus misiones. La preocupación de la Dra. Morrey por Mercury es encomiable, pero innecesaria—. Callan los ojos se achicaron. — ¿Por qué has bloqueado esas pruebas, en aquellos tiempos? —. Jonas suspiró ásperamente ante la pregunta. —Porque es como fue creado para estar en la batalla—admitió. —No tengo mejor ejecutor que Mercury. Es astuto, despiadado y terriblemente inteligente. La tasa de muerte es menor que la de otros ejecutores porque tiene el suficiente poder para vencer a sus enemigos físicamente, mano a mano, en grandes cantidades, y es lo suficientemente inteligente y controlado como para saber cuando matar y cuándo no—. — ¿Y por qué razón yo no he sido informado de estos posibles problemas? —Callan gruñó hacia él. —Porque la Oficina de Asuntos de las Castas no está bajo control del Santuario, Callan—dijo Jonas, aunque con respeto. —Los ejecutores son míos para vigilar, y si me lo dices así, hago un maldito buen trabajo teniendo buen cuidado de ellos. En medio del calor del apareamiento, con los Supremacistas y los jodidos manifestantes agrupados alrededor de nuestros traseros cada vez que ven a uno de nosotros en las calles. Estos son mis hombres, y a pesar de las pequeñas sospechas paranoicas de la Dra. Morrey, las manipulaciones de las que ella me acusa son alguna de las malditamente brillantes estrategias si me 105
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lo digo yo mismo. Mis ejecutores triunfan, y ese historial habla por sí mismo—. Kane habló entonces. —Quiero saber lo que hizo a la Dra. Morrey sospechar lo suficiente para engañar a un amigo y deliberadamente enfurecerlo antes de tomar su sangre. Siempre has sido alguien en quien podíamos confiar, Ely. La única persona con quien podíamos contar para averiguar lo que estaba pasando con nuestras compañeras, y en los casos de las Castas con sus cuerpos. ¿Por qué lo engañaste? —. Ella se miró las manos. —Eso es algo que me interesa también—declaró Callan, mirando hacia Ely. — ¿Por qué elegiste como blanco a Mercury? —. Ella levantó la cabeza, aunque no encontró sus ojos. Miró hacia su hombro, el animal en ella se dio cuenta de la fina línea sobre la que estaba caminando ahora. —Las pruebas del apareamiento—susurró. —Él no es su pareja, ¿cuál es el problema? Además de la adrenalina salvaje que se ponía de manifiesto —. La mirada de Ely parpadeó. —Ella va a empeorar la situación. Sus hormonas intensifican la fiebre salvaje—susurró. —Por alguna razón, cuando examiné sus valores de apareamiento, esa cualidad salvaje inmediatamente se puso de manifiesto en la adrenalina. Va a acabar con él. Su reacción hacia ella lo destruirá—. —O lo completará—Jonas habló, volviendo su mirada de Ely a Callan. —He estudiado los informes del laboratorio, Callan. No creo que Mercury perdiera a su compañera en esos laboratorios, sin embargo perdió su origen animal. Creo que Ria es posiblemente su pareja, y la presencia de la fuerza en esa adrenalina salvaje lo demuestra. Los resultados de la prueba de Mercury nunca son los mismos que el de las otras castas. Las fluctuaciones del ADN animal están en recesión, como Ely puede confirmar. Creo que los resultados de esas pruebas de apareamiento son más una indicación de que ella es su compañera, antes de que no lo es. Creo que la leona podría haber sido su camarada. Pero creo que Ria es su compañera—. La ira de Ely la rodeaba, el olor de ello ocasionó que Callan le disparara una aguda mirada. —Respetuosamente—finalmente dijo— ¿De dónde ha obtenido su licenciatura en genética? Porque su suposición es la carga de basura más peligrosa que he oído—. —Respetuosamente, Dra. Morrey—Jonas declaró entonces. —No necesito un 106
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título para saber no traicionar a un amigo. Sin embargo, al parecer tal vez en su educación estuvo ausente—. —Sé de ciencia, y sé de genética de Castas—ella le disparó, aunque más tranquila que antes. —Todo de lo que tú sabes es de tu propia arrogancia—. —Pregúntate a ti misma, Ely, ¿es posible de alguna manera que tus resultados pudieran haber sido manipulados también? Porque si tú retiras tu cabeza de tu científico culo el tiempo suficiente para darte cuenta, verías que Mercury está totalmente controlado—. —Ely, sal de la habitación—le ordenó Callan, mirándola, endureciéndose algo dentro de él ante la sensación de certeza fanática que él podía sentir brotando desde ella. —Vuelve a tus laboratorios. Yo te haré saber cuando tenga que hablar contigo de nuevo—. —Callan, no puedes dejar que continúe este juego—ella gritó, poniéndose de pie de un salto y enfrentándolo con un toque de desesperación. —Pon tus informes y tus pruebas en orden y envíamelos por fax a esta oficina—le dijo, endureciendo su voz. —Espero verlos dentro de una hora—. Ella le devolvió la mirada, respirando rápidamente, antes de apretar sus puños y salir con paso majestuoso de la habitación. Callan la vio marcharse, sus ojos entornados, sus propias sospechas despiertas ahora mientras se volvía a Jonas. —Cualquier orden que de sobre Mercury vendrá de mí, en persona—. Se volvió a Kane. —Descubre quién diablos está falsificando mis órdenes y tráeme esa persona. Quiero saber exactamente qué diablos está pasando aquí—. —El ejecutor que relevó a Mercury de su arma y uniforme vino a mí después—Jonas le dijo. —Dijo que la orden entró a la oficina de Austin Crowl. El ejecutor tomó la llamada. Por lo menos, alguien está falsificando la identidad de tu voz—. Callan frotó la carne aún sensible de su pecho, donde había estado alojada una bala meses antes, y se volvió hacia Kane. — ¿Es esta habitación segura? —. Kane se trasladó de su silla, abrió un cajón en el escritorio de Callan y levantó la mano el detector de dispositivo de escucha libre. —Dice que estamos limpios—murmuró, colocándolo nuevamente. Pero sus pálidos ojos azules eran sospechosos. Se apartó un segundo después cuando el teléfono sonó a su lado. 107
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—No hay manera de hacerse pasar por mí ante mi compañera—Callan gruñó mientras miraba a Jonas. —Si estás en duda sobre una orden, trae a Merinus ante mí. Es la única medida de seguridad en que podemos confiar. Hasta entonces, averigua qué demonios está pasando aquí, y de donde vinieron esas putas órdenes—. —Señores—. Kane suspiró mientras colgaba el teléfono que había sonado a su lado momentos antes. —Nuestros problemas han sido agrandados—. La mirada de Callan lo cortaba. Justamente quién diablos necesitaban un problema mayor. Como si tratar con Jonas y Ely dando topetazos de cabezas sobre los ejecutores una vez más no fuera suficiente. Kane miró a todos ellos con sorna. —La Srta. Rodríguez ha notificado a su jefe que su trabajo está siendo obstruido, que ha sido insultada, y ella pidió que le enviaran el heli-jet de Vanderale para transportarla al aeropuerto, donde el jet privado de Vanderale la recogerá. Da buenos besos de adiós a nuestros fondos ahora. Fue bonito mientras duró—.
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Leigh, Lora CAPITULO 10
En su vida Ria no recordaba estar tan furiosa como estaba cuando salió del Santuario. Y ella ni siquiera podía explicarse por qué la ira ardiente corría a través de ella con tanta fuerza. En el momento en que entró en la cabaña, puso su maletín sobre el bar y levantó su computadora portátil antes de colocarla en la mesada y levantar la pantalla. Abrió su correo electrónico, muy consciente que su conexión era a través de la red protegida del Santuario, y que sería interceptado. Ella no se molestó en cifrar el correo electrónico que escribió a Dane, y apretó el "enviar". Dejó un atisbo de sonrisa en sus labios. No tenía intención de abandonar el Santuario, sino que traería a Dane sobre sus culos como una tonelada de ladrillos. —No vas a ninguna parte—dijo Mercury mientras pasaba al lado de ella camino a la cocina. —Y necesitas comer. No has comido hoy—. Ella apretó los dedos contra el mostrador y se tragó el comentario sabelotodo revoloteando en sus labios. Sí, ella era una perra. Sabía que era una perra, pero era una postura que funcionaba para ella. Normalmente. Tenía la sensación que la consecuencia de esa postura podría ser más de lo que podía manejar en este momento. Y, además, ella sabía cómo ser una perra prudente. Era el camino inteligente a tomar cuando Dane estaba en uno de sus estados de ánimo de mierda, así, ella esperaba que le funcionara con Mercury. —Este no es el momento para tratarme como si yo fuera uno de tus subordinados—le informó fríamente, aunque no se sentía nada fría. —El Santuario tiene algunos problemas serios en este momento, Mercury—. — ¿Y la cancelación de sus fondos va a ayudar a eso? —. Resopló cuando se enfrentó a ella desde el otro lado del bar. —Si hay un juego de poder dentro de las filas, entonces necesitamos averiguar quién lo está haciendo y qué diablos está pasando—. — ¿Por qué me molesto? ¿Por qué? —. Ella lo miró, empujó a un límite que no sabía que tenía. — ¿Crees que no he leído tu archivo del Santuario? —. A ella no le habían dado los archivos del laboratorio. — ¿Estás conciente, Mercury, que tu orgulloso líder te ha desautorizado ante todos? —. Su acento se deslizó libre. Maldita sea. —Ah, ¿por qué diablos me importa? Obviamente no lo hace—. Ella se extendió hacia atrás para liberar el moño en la parte posterior de la cabeza, el dolor de cabeza se intensificaba con cada momento que le pesaba sobre su cabeza. 109
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Los largos mechones de pelo ondularon a través de los dedos cuando se dio la vuelta y empujó sus dedos a través de él con frustración. — ¿Sabes... —. Ella se quedó en silencio cuando se volvió hacia él. — ¿Mercury? —. Se movía alrededor de ese mostrador, lentamente. Sus ojos eran dorados en lugar de ámbar, esas chispas azules intensificaban el color una vez más. Berserker. Una vez, hace mucho, sus antepasados habían aterrorizado a los conquistadores ingleses con su salvajismo y fuerza. Sin embargo no era rabia lo que vio en sus ojos, era hambre. Excitación. La misma excitación que la había atormentado desde aquellos besos días atrás. El que la había dejado ardiendo cada noche, inflamada, dando vueltas en la cama mientras luchaba contra la necesidad de su cuerpo y su necesidad de proteger su corazón. —Me gusta esta blusa—. Se detuvo frente a ella, el dorso de sus dedos acariciando a lo largo del hombro de la sedosa blusa que llevaba. — ¿Por qué no te la quitas? —. — ¿Quitármela? —susurró. — ¿Cuán loco sería eso? —. ¿Su expresión parecía más salvaje de lo normal? ¿Sus ojos más sensuales? —De esa manera no tendré que arrancártela—le dijo con voz áspera, viendo como sus dedos se frotaban contra el material antes de levantar su mirada a la de ella. —No querría destruir tan bonita ropa—. Ella quería que le desgarrara la camisa. Ella quería algo que no entendía, algo que nunca había enfrentado antes sobre sí misma. Ella quería que su amante fuera salvaje. Pero tanto como ella quería que le desgarrara la ropa, deseaba desgarrársela a él también. Y eso la aterrorizaba. No era una amante salvaje. Diablos, uno de sus amantes incluso le había dicho que era demasiado amable en la cama para su gusto. Sin embargo Mercury, la hacía desear salvaje. La hacía desear ser salvaje. Se apartó de él, observando su mirada parpadeante, su expresión se volvió burlona. — ¿Temerosa? —le preguntó. — ¿De ti, o de mi? —le preguntó, nerviosa, tratando de escabullirse a su alrededor, sólo para quedar cerca cuando su brazo se deslizó hacia fuera, 110
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envolvió su cintura y la obligó a una parada. Ella lo miró fijo, hacia arriba. Seis-cuatro era un infierno de extensión de sus cinco-seis. Su cabeza apenas superaba su pecho, y su altura y su ancho la hicieron sentir completamente femenina. — ¿Por qué tendrías miedo de ti misma? —le preguntó, usando su otra mano para acariciar sus cabellos, como si la tranquilizara. Enroscó sus dedos en sus mechones, los acarició, inclinó su cabeza hacia atrás hasta que él estuvo mirando dentro de sus ojos. Ria tragó con fuerza. —Tenemos suficientes problemas aquí, mezclarlos con una relación sexual entre nosotros no es una buena idea—. Ella apenas podía respirar. Y centrarse en todos los motivos por los que una relación era realmente una mala idea estaba siendo más difícil por segundos. Por la caricia. La caricia de su mano sobre su largo pelo. Ella nunca había considerado su pelo particularmente atractivo hasta este momento, hasta que lo sintió acariciándolo, disfrutándolo. —Una relación sexual entre nosotros es un hecho—le dijo a ella, esa cosa gruñona que hizo con su voz envió escalofríos bajando por su columna vertebral. —Pienso que lo sabes, encanto—. La llamó su encanto, y lo dijo de una manera que nunca se lo habían dicho antes, mientras su mano se cerraba en la cadera y la atrajo hacia él. Ella sintió su erección bajo sus pantalones vaqueros, gruesa y dura, presionando en la parte baja de su estómago. —Mercury—. Agachó su cabeza. Su mano se deslizó por debajo de su pelo, formando una copa a los costados de su cuello y la mantuvo en el más erótico agarre que había conocido, mientras sus labios se apoyaron contra de ella. —Bésame, Ria—susurró. —No me dejes solo en el frío. Caliéntame, como sólo tú puedes calentarme—. ¿Y se suponía que se lo negara? Ningún hombre jamás le pidió que lo caliente. No dejarlo en el frió donde ella siempre sintió que existía. Siempre en el exterior mirando hacia adentro. Siempre abandonada en el frío Pero aquí no había frío. Cuando los labios de Mercury se abrieron sobre los suyos, presionando dentro de los suyos, sólo había calor y placer, la sensación de sus manos acariciándola, construyendo el fuego dentro de ella mientras él calmaba una parte de ella.
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No se suponía que debía ser así. Él ya se había acoplado. Nunca podría pertenecerle. En realidad, no todos los caminos a su alma le pertenecían a ella. Pero ella no podía negarlo tampoco. Un gemido de rendición abandonó sus labios, se reunió con su beso, y levantó sus manos desde el pecho hasta sus hombros. Luego a su pelo. Grueso, espeso, cálido. Apretó los dedos en las hebras y lo abrazó mientras él la besaba con lenta y fácil posesión. Su lengua lamió la de ella. Ligeramente áspera, justo lo suficiente para causarle un sacudón ante el pensamiento de lo que el lamido de su lengua haría a otras partes de su cuerpo. Era dominante, posesivo, la acarició sobre sus labios, su lengua, y cuando ella la atrapó y la chupó, casi gritó por la falta del sabor del apareamiento. Un sabor que había oído era más salvaje que el hombre dándolo. Ella dejó las manos cavar en su cabeza, se apoyó con más fuerza contra él, lo lamió, sus labios luchaban por el beso mientras su alma luchaba por poseer una parte de él. Si hasta por un momento, reclamar una parte de él como suya. Y esto era la causa por la que había luchado contra la atracción construyéndose entre ellos. Mientras sus manos la controlaban, ella se levantó hacia él, tuvo que luchar contra la necesidad de darle partes de sí misma que nadie había tocado antes. Ese centro salvaje creciendo en su interior, el que quería destrozar sus ropas de su cuerpo y marcarlo. Ese primitivo y estúpido centro femenino que no podía aceptar que pertenecía a otra, incluso si estaba muerta. Él gruñó cuando arrancó sus labios de los de ella. Ria abrió sus ojos, mirando en su primitiva mirada mientras sus manos se apoderaron de las curvas de su trasero y apretaron. Se estremeció, sus pestañas casi cerradas antes que ella las obligara a abrirse una vez más. —Me haces daño—dijo en voz baja, levantó su mano, tocando su mejilla mientras la miraba sorprendido. — ¿Cómo te hago daño, mi Ria? —. Sacudió la cabeza, tirando de su cabello, tratando de empujarlo hacia ella. —No te detengas, Mercury. Bésame más—. Agachó la cabeza. Un beso suave en la esquina de los labios cuando ella no quería suavidad. La caricia de la mano a lo largo de su pelo detrás de la oreja cuando quería el dolor agudo de sus dedos enredándolo. — ¿Por qué haces esto? —gimió. —No te burles—.
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—Dime cómo te hago daño—preguntó, e incluso su voz era suave. Cerró los ojos contra el conocimiento de que no habría nada que pudiera esconder de él, y lo mucho que él podía esconderse de ella. —Porque estoy loca—susurró, abriendo de nuevo los ojos y mirándolo. —Porque deseo más de lo que debería—. Hizo una pausa, su expresión era sombría, pero sus ojos la miraban con conciencia primitiva, con hambre desesperado. — ¿Qué quieres, Ria? —. —Quiero todo de ti—. —Entonces todo de mi es exactamente lo que vas a tener—le prometió. Sus labios se movían sobre los de ella de nuevo, los tomó violentamente, y ella sintió cuando le dio rienda suelta al salvajismo dentro de él. Mordisqueó sus labios, luego bombeó su lengua dentro de la boca de ella mientras la levantó contra él, giró y la llevó al sofá. Su espalda encontró los cojines cuando él vino sobre ella, sus labios aún en los de ella, permitiendo a su habitación girar por debajo de él, se arqueó contra la rodilla que presionaba entre sus muslos. —Sácatela—. Ella arrancó sus labios de lo de él, tirando de su camisa. Agarró el dobladillo y se la sacó de un tirón. Luego se apoderó de la parte delantera de su blusa y la desgarró. —Maldita bonita camisa—. Estaba mirando lo que había revelado, no lo que había desgarrado. —Maldición—. Pasó el dorso de sus dedos sobre la curva de la carne que se elevaba sobre el sujetador de encaje. —Sabía que podía ver el indicio de tus pezones bajo esa jodida tela, y ahora sé por qué—. Porque su sujetador era tan libertino que los apretados picos estaban casi presionando a través del encaje. Ria trató de calmar su respiración, pero nada podía calmarla. Ella necesitaba su beso de nuevo, necesitaba más de él. Levantó su espalda, arqueándola, desplegando sus pechos y rezando para que él cediera ante su hambre de ellos. Y lo hizo. Bajó su cabeza, sus labios cubrieron un pico dolorosamente sensible y lo metió en su boca. Ria estaba en éxtasis. El placer estaba elevándose en su interior como una ola barriendo completamente sus miedos. Mañana. Ella se preocuparía por las 113
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complicaciones mañana. Ahora, esta noche, él era suyo. Ella tendría más de él ahora que lo que nunca había tenido de cualquier hombre en el pasado. ¿Qué importaba si no estaba apareándola? ¿Si no iba a mantenerla? De todos modos ella no quería ser mantenida, ¿no? A una parte de ella le dolía la pregunta, pero estaba fuertemente frenada por la sensación de lavado sobre su carne. El azote de la lengua contra su pezón, incluso a través del impúdico encaje del sujetador, era destructivo. La sensación de sus manos subiendo su falda por sus piernas, desnudándola para él mientras él se retiró para contemplar su obra. Su pezón estaba rojo y congestionado. Sus labios cubrieron su compañero, aspiró, lamió y mordisqueó, mientras sus manos recorrían sus muslos y, finalmente, arrancó las bragas de sus caderas. Ria casi tuvo un orgasmo. Nunca antes le habían arrancado sus bragas. Era tan sexual, tan perverso que sintió sus jugos inundando su vagina mientras su clítoris ardía y latía con una demanda desesperada por su contacto. —Hermoso—. Se inclinó hacia atrás, permitió a sus dedos pincelar sobre los oscuros rizos entre los muslos. —Tan suave y cálido. Tan mojado—. Los rizos humedecidos se aferraron a sus dedos. Ria, miró cuando la tocó, y luego vio cómo ella lo tocaba. Sus dedos presionando contra sus duros abdominales, sintiendo la sedosa carne bronceada, la piel templada y el músculo apretado. Sus dedos separaron la carne hinchada entre los muslos mientras los de ella se trasladaron a su cinturón. Ella lo deseaba desnudo. Ella quería tocar. Un grito salió de sus labios. Su mirada se clavó entre sus muslos, donde él estaba lentamente, muy lentamente enterrando dos dedos dentro de ella. Trabajándolos en su estrecho canal, girándolos con pequeños movimientos delicados de su muñeca y exprimió un gemido de su garganta. Hizo una mueca, sus labios empujaron el pequeño gruñido a la esquina revelando un canino. Salvaje. Primitivo y silvestre, y estaba volviéndola salvaje. Arqueó su espalda, se condujo a sí misma sobre sus dedos y gritó su nombre. Dedos largos y gruesos. Oh, Dios, nunca sería capaz de mirar los dedos de un hombre sin pensar en los de Mercury. Sin recordar esto. La sensación de él acariciando el interior de su cuerpo, acariciándola, sensibilizándola hasta que ella se retorció contra él, acercó sus caderas mientras luchaba por mayor profundidad, mayor rapidez y dureza. —Voy a probarte, Ria—. El rugido en su voz le hizo cosas escalofriantes a su columna que se extendieron por todo su cuerpo e hicieron eco de doloroso placer. 114
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Sacudió la cabeza, una mano cayó del cinturón de sus pantalones vaqueros para agarrar su muñeca, para retenerlo en su lugar. —No te detengas—dijo jadeando. —Por favor. Por favor, no te detengas—. Metió sus dedos dentro de ella de nuevo, más profundos, más duros, más fuertes, y ella contuvo la respiración, luchando por su orgasmo mientras que él de repente se tranquilizó. Ignoró sus protestas a medida que avanzaba por su cuerpo, deslizó sus caderas hasta el borde del sofá, se arrodilló en el suelo y bajó la cabeza. El primer contacto de su lengua contra su clítoris la congeló en su lugar, el segundo la tuvo sacudiendo sus caderas. El tercero y ella estuvo perdida. Su lengua raspaba. El más débil toque de aspereza, justo lo suficiente para encender su excitación al puro placer brutal. Sus manos se cerraron en su pelo y se levantó hacia él al sentir sus dedos saliendo de ella. Sus dedos se retiraron, y su lengua se hundió profundamente. Sus piernas rodeaban sus hombros, elevando las caderas mientras él la follaba con duros y penetrantes golpes de su lengua y gruñía dentro de su carne. Sus dedos se doblaron debajo de su trasero, levantándola más cerca, y ella sintió la punta de esas uñas empujando dentro de su carne y la arrojó dentro de un placer tan extremo que sentía como si su corazón fuera a estallar de su pecho. Ella se iba a venir por el placer, por la necesidad salvaje y desesperada construyéndose en su interior. Tenía que venirse. Él tenía que dejarla venirse. Cuando él empujó su lengua dentro de ella con fuertes golpes, su pulgar se apoyó en su clítoris, rotó, acarició, y la envió volando dentro de la liberación. Ella estaba explotando en fragmentos y no le importaba. Se aferró a él con ambas manos, lo acercó y gimió por su placer, sin siquiera estar sorprendida con el hecho que nunca había gemido de placer en toda su vida. —Tan dulce—. Su lengua se retiró, levantando la cabeza para besar con suavidad la carne violentamente sensible de su clítoris. Ese pequeño toque la tuvo jadeando con el rayo de sensación que corrió a través de ella. —Fácil, cariño—murmuró, aún besando, moviéndose más lento, sin darle tiempo a bajar de su orgasmo antes de comenzar a construir la necesidad de otro. Y lo hizo suavemente, con ternura. Los golpes más suaves de su lengua, los besos más suaves alrededor de su clítoris.
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—Quiero tocarte—gimió, aferró sus manos en sus hombros, mientras esas uñas sin puntas, curvadas y poderosas, rastrillaban por sus muslos con primitiva intensidad. —Todavía no—. Mordisqueó su muslo, haciéndola gemir con el borde de placer y dolor. —Déjame saborearte. Déjame hacer que te guste esto, Ria. Déjame llenar mis sentidos contigo. Quiero tu sabor, tu olor conmigo. En mis poros. Así como yo te daré el mío—. Una parte de él. Ella gimió su nombre mientras él abrió más sus muslos y besó los hinchados y enrojecidos labios de su coño. Luego los lamió de nuevo. Por dentro y por fuera. Estaba débil. Estaba desesperada. Sus uñas se clavaron en sus hombros, arañó su carne cuando nuevamente la creciente marea de lujuria comenzó a construirse y a agitarse dentro de ella. Ella lo necesitaba. Y ella necesita más que sus hambrientos besos y la diabólica lengua. Luchando por respirar, movía sus manos sobre sus pechos, ahuecándolos, rastrillando sus pezones con sus propios dedos y lo sintió parar. Se apoderó de sus pezones entre sus dedos pulgar e índice, abrió los ojos y lo miró. Aturdida, casi fuera de su mente con la imperiosa necesidad quemando a través de cada terminación nerviosa, ella lo miraba mirarla. Vio sus ojos dilatados, sus labios se retiraron de sus dientes cuando un quejoso gruñido surgió de su garganta. Besó a su manera su cuerpo entonces. Sus manos se movieron a su cinturón, a sus pantalones vaqueros. Ella tuvo sólo un segundo para ver la cabeza furiosamente enrojecida de su polla antes que sus labios cubrieran un dolorido y duro pezón y lo metiera en su boca. Un segundo después, la cabeza de su polla presionaba contra ella, caliente, gruesa, seda sobre hierro, y presionó más. Hizo una pausa, su respiración era áspera y caliente mientras el sudor goteaba de sus hombros y brillaba sobre los suaves e invisibles pelos que cubrían su cuerpo. —Me lo prometiste—le recordó con voz áspera. —Me lo prometiste, Mercury. La primera vez. Duro y rápido. Tú me llenarías con todo lo tuyo en un solo golpe—. Apoyó la frente contra el hombro de ella, y luego mordió la carne tierna 116
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mientras gruñía. —Lo necesito—sollozó, arqueándose más cerca de él, jadeando ante la sensación de su erección extendiéndola más. —Por favor. Lo prometiste—. Sus manos apretaron sus caderas y ella se arqueó más cerca. Él gruñó una vez más, abriendo sus labios, agarrando su hombro con los dientes, cuando frunció sus caderas y empujó. Duro. Arponeó dentro de ella mientras su nombre se convirtió en un grito de tan enloquecedor placer que por un segundo, el segundo más pequeño, su mente se puso negra. Y, sin embargo, no tenía todo lo de él. Él se retiró, en ese momento trabajó lentamente en su interior. Presionó dentro de ella, luego empujó de nuevo duro y profundo. Él enterró toda la longitud de su polla dentro de ella y la quemó con la desesperada plenitud. El caliente empalamiento de la carne como hierro ardiente amenazaba con robar su mente cuando sintió sus propios y delicados músculos contrayéndose, ordeñándolo mientras latía en su interior. Y él la estaba mordiendo. Sus dientes estaban trabados en su hombro, pellizcando su carne mientras ella se volvió salvaje debajo de él. Un brazo enroscado alrededor de su cabeza, tratando de mantener su mordida. El otro clavado en su espalda mientras él comenzaba a moverse, las uñas de ella perforando su carne como sus dientes la perforaban y su polla la penetraba con pesadas estocadas. Cada estocada la llevó más alto, la arrojó más en la vorágine de la sensación. Ella juró que se olvidó de cómo respirar. La respiración no importaba. Cuando terminaran, él respiraría por ella. Eso o ella moriría por falta de oxígeno porque necesitaba toda su fuerza para esto. Para salir al encuentro de cada empuje, para aferrarse firmemente a él, para sentir retorcer sus caderas, su polla clavándola, sus músculos apretándose contra los de ella. Y se sintió volar en sus brazos. Eso era lo que estaba llegando con lo que Mercury hacía. Voló en sus brazos y gritó, o intentó gritar desde el éxtasis desgarrando a través de ella. Era salvaje y vibrante. Estaba lleno de ardiente sensación, rastrillaba en sus terminaciones nerviosas rompiéndola en pedazos. Era la sensación de su estocada final, el chorro fuerte de su semen caliente, su gruñido en su hombro y luego sus labios cubriendo los de ella mientras sus caderas se sacudían bruscamente entre sus muslos. Era el más exquisito placer que jamás hubiera imaginado encontrar en sus brazos, y casi, casi eclipsó el dolor. Porque no hubo lengüeta. No hubo extensión hinchada de su polla para retenerlo en su lugar mientras la llenaba con su semilla. No hubo derramamiento de hormonas dentro de ella para garantizar que él nunca saldría de su vida. Había sólo esto, agonía y éxtasis, y el conocimiento que ella estaba ligada a él. Tanto si quería estarlo o no. 117
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Leigh, Lora CAPITULO 11
El animal merodeaba la mente del hombre, cuidando de mantenerse en las sombras, de ocultarse, aunque la ira era un fuego en su estómago y la necesidad de actuar era como una sed de sangre. Pero no podía moverse todavía. Tenía que calmarse en su sitio. Todavía estaba muy débil. Las drogas que había recibido durante tanto tiempo para desgastarlo, y que le había tomado aún más tiempo para despertar. Y tal vez nunca habría despertado si no fuera por ella. Si no fuera por el olor suave de lo que el animal sabía pertenecía irrevocablemente a él. El hombre había hecho su reclamación. El animal podía retroceder lo suficiente para fortalecerse un poco más. Si se movía demasiado rápido, el hombre podría luchar contra él. Si ellos lucharan, sería una batalla que ambos perderían, porque una vez que el animal diera un paso libre de sus cadenas, sabía que nunca volvería. No habría vuelta atrás, ni siquiera para salvar la vida del hombre. Esperada libertad. Su compañera lo esperaba, y podía oler su aroma, su dolor, su necesidad de ser marcada, de ser reclamada por él tanto como por el animal. Ella era salvaje y estaba conteniéndose. Pero ella sufría, su espíritu se acercaba al animal, y anhelaba resguardar ese espíritu en la oscuridad de su fuerza. Tan dulce. Inhaló su aroma mientras las defensas del hombre se relajaban, mientras el hombre descansaba contra ella, perdido en el placer de su liberación. El animal inhalaba su esencia y estaba complacido. Se acercó un poco más, sólo un poco más cerca de la carne del hombre, sintió su calor, la sintió como una lluvia suave y ronroneó su placer. *** Ria levantó las pestañas, frunciendo el ceño en su rostro al sentir algo. Ella no lo oyó. Lo sintió. Mercury la sostenía apretada contra su pecho mientras descansaba contra ella, recuperando el aliento, y ella podría haber jurado. . . Esperó, conteniendo la respiración. ¿Un pequeño ronroneo quejoso? Lo oyó de nuevo y dejó que una sonrisa tocara sus labios. —Estás ronroneando—murmuró. Se aquietó contra ella. Se crispó y lo detuvo. —Yo no ronroneó—. Se movió, levantándose, ahora su expresión era estable, sus ojos con su habitual color ámbar mientras se ajustaba su ropa, 118
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luego la levantó del sofá. Ria frunció el ceño, de pie ante él mientras abría la cremallera de la falda que estaba echa un manojo en su cintura, se la sacó y recogió los pedazos del resto de su ropa. —Conozco un ronroneo cuando siento uno—ella le dijo, irritada por su rechazo. —Entonces te engañas—. Se encogió de hombros, encapotando su mirada cuando ella lo miró. Ella no iba a enojarse, se prometió. Este fue el mejor sexo que había tenido en su vida, ¿por qué discutir por un maldito ronroneo? — ¿Qué, estás avergonzado de él? —le preguntó, desafiando su propia promesa. Recogió su camisa del suelo y se la puso de nuevo. Ahora él estaba completamente vestido y ella estaba tan desnuda como el día en que nació. Ese pequeño detalle tuvo el poder de irritarla. Él debería estar tan desnudo como ella lo estaba en este momento. —Las Castas justamente no ronronean—le informó. —Y tú necesitas ducharte. Apuesto que podemos esperar compañía en una hora. No creo poder manejar que alguien te vea desnuda como esto—. — ¿Qué diablos quieres decir con las Castas justamente no ronronean? —. Su desnudez no le molestaba, y no lo haría hasta que realmente la compañía llegara. —Vamos, Mercury, no fue gran cosa. Sólo un diminuto ronroneo…—. —Las Castas sólo ronronean durante el apareamiento—le dijo rígido, su expresión era sombría, casi arrepentida. —No ha sido un apareamiento— Eso le dijo. Ella trató de calmar ese pequeño dolor agudo que clavó una espina en su pecho, pero maldita sea, no era fácil. Y le hizo cuestionarse su propia mente. Porque ella podría haber jurado que oyó ese pequeño y débil sonido. Y ahora se preguntaba si sólo lo había necesitado escuchar. —Bueno—. Ella se irguió los hombros y su labio superior. Porque si ella no tenía cuidado iba a empezar a temblar. —Eso me pone en mi lugar, ¿no? —. — ¡Maldita seas, Ria! —. Llegó a ella, frunciendo el entrecejo. —Tengo que ducharme, como has dicho. Esperas compañía pronto, y de todos modos pasearme desnuda no es mi pasatiempo favorito—.
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Se apartó de él y se movió rápidamente hacia su dormitorio. —Si no te importa ordena el sofá—. Se detuvo en la puerta y miró hacia atrás. Él no se había movido. Todavía estaba allí, observándola, su expresión era arrogantemente impasible. Los cojines del sofá estaban desordenados, y sólo Dios sabía lo que su compañía captaría del olor cuando ellos entraran en la habitación. Probablemente su completa humillación. —Y hay desodorante de ambiente en el gabinete de la cocina—le dijo. —Haz uso de él por favor. Preferiría que tu compañía no sepa exactamente lo que pasó aquí—. Sus labios se abrieron para hablar, y ella no podría soportar oír nada de lo que tenía que decir. No le importaba lo que fuera. Se deslizó en su dormitorio, cerró la puerta detrás de ella, luego se apoyó en ella con un sollozo silencioso. Sólo las Castas acopladas ronroneaban. Ellos sólo ronroneaban por sus compañeras, no por las mujeres que eran demasiado estúpidas para endurecer sus corazones ante la necesidad de escucharlo. Y ella era una de esas estúpidas mujeres. *** Mercury, miraba la puerta cerrada del dormitorio, apretando sus puños, la necesidad de golpear algo viajando tan duro en su interior que era casi imposible de negar. Ella no sabía lo que habría dado para ronronear por ella. Para saber que todo ese salvaje coraje y pasión eran sólo suyos. Antes que pudiera evitarlo, se pasó la lengua por los dientes de nuevo y gruñó furioso. Nada. Ninguna hinchazón, ni la menor inflamación de las glándulas, ni siquiera una vaga sensibilidad para darle esperanzas. Pasó sus dedos por el cabello e hizo lo que ella le había pedido. Arregló el sofá, roció con su detestable desodorante de ambientes. Pero ella desconocía, que él no iba a hacer nada para cubrir el olor de su sexo. Y se negó a lavar su olor de su cuerpo. Necesitaba su perfume sobre él, suave, delicado, mezclándose con el suyo para crear algo que, cuando él lo respiraba, parecía aliviar la rabia construyéndose dentro de él. Pertenencia. Era algo que parecía siempre le sería negado. Callan había revocado su rango en la jerarquía de los ejecutores, cuando su arma y su uniforme habían sido confiscados. Se había respaldado el curso más seguro antes que a una Casta en particular, y era lógico, Mercury ni siquiera podía culparlo por ello. La Comunidad de las Castas como un todo era más 120
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importante que una simple Casta. Incluso una cuya necesidad de pertenecer era como un hambre en su alma. Se sentó en el sofá, cerca del olor de Ria, y lo respiró, sabiendo que estaba en esa ducha, lavando su olor de su cuerpo. Se enfureció, sabiendo que no necesitaría más que agua y jabón para quitarse el olor de él de su carne. El apareamiento cambiaba el olor de cada compañero. Sus olores combinados, creaban algo único que no podía ser lavado. No era como los aromas que se mezclaban en su carne ahora, el de ambos juntos porque él todavía podía distinguir entre su aroma y el de ella. Hizo una pausa, mirando sus manos confundido. Su sentido del olfato era más agudo de lo que había sido. Ese conocimiento envió un impulso de cautela lacerando a través de él mientras inhalaba, y frunció el ceño de nuevo. Tal vez era. Sacudió la cabeza. Lo que él pensó hace unos momentos que había olido se había ido. No había olor combinado, sólo el olor del sexo, del placer que habían compartido. En los laboratorios él había perdido la capacidad de distinguir olores como podían las otras Castas. Cuando las drogas mataron la rabia salvaje en su interior, también habían matado al animal que se escondía debajo de sus sentidos. Una vez, se había conocido a sí mismo como dos mitades. El hombre y el animal. Ellos existían juntos, completos, hasta que el animal había luchado por la supremacía. Una forma de locura que normalmente significaba la muerte instantánea cuando se manifestaba en un Casta adulto. En cambio, los científicos en los laboratorios donde había sido creado, habían desarrollado un fármaco. Uno que mató el instinto animal para dominar al hombre. Pero también había perdido los poderes extraordinarios para ver en la oscuridad, para oler el aroma más leve, para tocar, para saborear. Se había vuelto más despiadado, más astuto, pero había perdido los instintos animales dentro de él hasta el punto que era sólo ligeramente mejor que un no casta. El Casta con la cara de un león, y los instintos de un hombre normal. Era risible. Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina. Abrió los armarios, la heladera, no encontró nada más que café, cerveza y unas pocas Danesas viejas. ¡Dios mío!, ¿cómo sobrevivió esta mujer comiendo como lo hizo? Sacudió la cabeza y se trasladó al teléfono. Cinco minutos más tarde tenía una orden en el supermercado local, con cuyo propietario a menudo iba de caza. Él no podía hacer un café peor mierda pero era un cocinero término medio. 121
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Estaba cansado de morir de hambre en esta pequeña y oscura cabaña, donde ella vivía después del trabajo. Y se cansó de la pizza rápida. Ria no era su compañera, su compañera estaba muerta. Ella fue alejada de él incluso antes que hubiera tenido la oportunidad de darse cuenta de lo que significaba estar apareado. Eso no significaba que él estaba muerto. Seguro como el diablo no significaba que no había emociones acechando bajo su extraña apariencia. Él tenía emociones y esas emociones estaban apretando, construyéndose dentro de él y focalizándose en una pequeña y terca mujer. Una mujer con una inteligencia que a menudo lo asombraba cuando ella retrocedía y miraba a la gente. Miraba y escuchaba. Y lo que veía, él tuvo la sensación, era a menudo mucho más que lo que veían otros. Tal como su concepción que había un juego de poder siendo orquestando en el Santuario. Cuanto más Mercury pensaba en ello, cuanto más se preocupaba, y más se daba cuenta cuán increíblemente difícil sería para él investigarlo. No era más un ejecutor más. No podía entrar en los espacios protegidos del Santuario y comenzar a investigar las rarezas que estaba empezando a reunir para sí mismo. Algo no estaba como debería estar. Podía sentirlo, podía percibirlo, pero no podía señalar lo que era. Se trasladó a la puerta y salió, ignorando a la hembra Jaguar que le chifló cuando él salió por la puerta. —Está condenadamente frío aquí afuera—refunfuñó Shiloh. — Y escuchar que te diviertas allí no es divertido aquí. ¿Te das cuenta que tuve que pasar la mayor parte de la maldita hora en el bosque, para escapar del sonido de sus maullidos? —. Él se volvió y arqueó la ceja. La mayoría de los Jaguares tenía los tonos de piel más oscura y el pelo negro y sedoso. Esta casta Jaguar era una anomalía. Los vibrantes reflejos castaños en su pelo negro y su cremosa tez le daban una apariencia única, que nunca dejaba de llamar la atención. Ella era un poco más baja que la mayoría de las mujeres castas, apenas cinco-cinco, y por alguna extraña razón, los científicos que la crearon le habían permitido tener mal genio. —Shi, vas a enojarme—le advirtió, escondiendo su sonrisa, sabiendo que no lo haría, a menos que realmente quisiera. — ¿Oyes mis rodillas temblando? —gruñó mientras apretaba su chaqueta.
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Él gruñó ante eso. —El supermercado de la ciudad estará haciendo una entrega de alimentos pronto. Necesito hablar con Rule y Lawe. Cuando el propietario llegue asegúrate que no entre en la casa. Toma la cuenta y yo la pagaré cuando regrese—. — ¡Vas a cocinar! —. Lo acusó con un toque de incredulidad. — ¿Mientras estoy atascada fuera? Mercury, eso no es justo—. —Tómala con Jonas—. Se encogió de hombros cuando salía del pequeño porche y se dirigió hacia la línea de árboles. —Tal vez te envíe de vuelta al Santuario—. Mercury lo dudaba. Una vez que hubiera tenido la oportunidad de hablar con Jonas, y exponer sus sospechas, sabía que el Director comenzaría a rotar su propia gente, manteniendo en el lugar a aquellos en quienes confiaba y retirando a aquellos en quienes no confiaba. La mayoría habría sospechado de Jonas para encabezar una rebelión contra Callan y el Gabinete de Gobierno, pero Mercury no podía imaginar que eso ocurra. Jonas era un astuto y manipulador hijo de puta, pero el Santuario y la Comunidad de las Castas eran sus principales preocupaciones. Y Mercury había pasado suficiente tiempo como guardia personal del hombre para saber que Jonas no tenía una rebelión en mente. Volverlos a todos locos con sus juegos, sí, Mercury podía imaginar que uno se volviera loco cuando Jonas estaba involucrado. Sin embargo, ¿una ataque contra la seguridad de la comunidad? Eso no iba a venir de Jonas. Jonas no tenía ningún deseo de gobernar. Le gustaba jugar al titiritero, y le encantaba meter la nariz en donde no estaba involucrado, pero no tenía el temperamento para jugar los juegos que se desarrollaban para urdir un juego por el poder. Jonas desafiaría francamente. Él nunca permitiría una ruptura de la autoridad. Y eso era lo que estaba sucediendo. Alguien había esperado, observado, y mientras Callan estaba ocupado en permanecer con vida y luego en la curación de sus heridas, se estuvo moviendo para desactivar la estructura de poder del gabinete de Gobierno que había en el lugar. Podía percibirlo. Podía sentirlo, pero ahora con su rango despojado, no tenía idea de cómo identificar a quién o qué. Cuando entró en la tupida vegetación forestal, Lawe y Rule se dejaron caer junto a él. Ellos volvieron el rostro a la cabaña, los tres en silencio durante largo rato. —Ella no es mi compañera—. Él contestó la pregunta que había visto en sus ojos.
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Lawe gruñó ante eso. —Lo que sea—Rule resopló. —Yo no sé acerca de esa mierda del apareamiento, Mercury. Me parece que no hay reglas para ello. Actúas apareado—. Y había habido un extraño momento en que había sentido un enlace, un algo indestructible que no podía señalar. —Jonas me contactó hace diez minutos—Lawe murmuró. —Está regresando a Shiloh al Santuario antes que llegue aquí. Parece que hay un problema en el hogar base—. — ¿Qué clase de problema? —Mercury volvió su mirada a su amigo, viendo como Lawe se apoyaba en un árbol, su expresión implacable, sus ojos ardiendo con una luz dura, salvaje. —Él explicará las cosas cuando llegue aquí, pero la noticia que ha trascendido es que Callan ha restablecido tu rango. Va a traer tu uniforme y tu arma cuando llegue—. Mercury sacudió la cabeza. Se dio cuenta que no quería el rango. Jonas habría encontrado una forma de obligar a Callan a restablecerlo. De esa manera no significaba nada para él. —Algo está pasando allí—dijo en voz baja. —Hay demasiadas anomalías— — ¿Es decir? —. Rule se apoderó de su arma, con la mirada más aguda ahora. Mercury sacudió la cabeza. —Puedo ver las tramas de ello, percibirlas, pero no indicar hacia donde van. Sin embargo, Ely me ha elegido como blanco, y nunca ha hecho eso con otra casta. Ella me necesita fuera del camino. O alguien lo hace—. Simplemente no funcionaba para él que Ely estuviera en cualquier tipo de engaño, pero él sabía que era posible. Incluso era probable. — ¿Ely? —. Lawe se enderezó y lo miró con incredulidad antes de sacudir su cabeza y que las sospechas empezaron a llenar sus ojos también. —Tenemos que ser cuidadosos—. Mercury se volvió hacia la cabaña, y al pensamiento de la mujer en el interior. —Ria no está aquí sólo para decidir si detiene o no la financiación de Vanderale. Incluso los archivos que ella está revisando no tienen nada que ver con la financiación, y todo con las transmisiones salientes. Ely logró separarme del Santuario, pero no en la medida en que podría hacerlo sin Jonas parado en su camino. Cuando Jonas llegue, te quiero en la reunión—. — ¿Y Ria? —. Lawe preguntó. — ¿Estará en esto? —. 124
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Se volvió a Lawe. —Ella estará ahí, o no habrá reunión—. No era su compañera. Pero no tenía que aparearla para saber que ella le pertenecía.
*** Ely se quedó mirando los resultados del examen mientras bebía una botella de agua y sentía la ira ardiendo en su mente. Ella estaba sentada aquí, reuniendo las pruebas sobre lo que estaba tratando de convencer al Gabinete de Gobierno, y una parte de ella ya sabía que no iban a escucharla. Mercury era un gran ejecutor, y no sólo en la fuerza física. Sus cualidades animales eran más una parte de él de lo que nadie sospechaba. Las drogas del Consejo pudieron haber suspendido las cualidades más violentas de su animal, y los sentidos que una vez había poseído, pero todavía era inteligente y astuto. Esa la inteligencia animal era de lejos su característica más peligrosa, porque era más fuerte que el de las otras castas que habían encontrado durante los rescates. Si no hubiera sido por la fiebre salvaje, habría sido entrenado para dirigir y mandar. Podría haber sido posiblemente una alfa más fuerte incluso que Callan. Tan difícil como era de creer podría haber una alfa más fuerte. Empujó sus dedos a través de su cabello y luchó contra la ardiente rabia tras los párpados, luchó contra los gritos de advertencia que su propio animal estaba enviando a través de su cabeza. Ella nunca se había sentido así, y sabía que la presión esta comenzando a conseguirla. Rodeándolo, ella se frotó la parte posterior de su cuello, luchando contra el dolor de cabeza que parecía explayarse allí. Sacudió su cabeza, abrió una botella de analgésicos de venta libre y se tomó dos con el agua antes de volver a su computadora. Puso un duro amarre a la ira, la obligó a retroceder y forzó su mente a trabajar en el análisis de los fluidos que había sacado de Mercury. Había algo en el semen que sabía que estaba fuera, algo extraño. En la saliva también. Su sangre estaba corroída por la adrenalina salvaje, y eso la aterrorizaba. Las imágenes de los videos tomados en los laboratorios donde él había matado tan horrendamente continuaban recorriendo su mente. Sus manos, las uñas gruesas y curvadas como garras, habían perforado el pecho de un hombre. El revoltijo de sangre del corazón del hombre estaba todavía en el puño apretado de Mercury cuando se retiró. Ese corazón había 125
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sido metido en la cara del entrenador antes que Mercury le arrancara la cabeza de sus hombros. Eso no debería haber sido posible. Desgarrar carne, músculo, cartílago y la columna vertebral en un lapso tan breve de tiempo y lanzar la cabeza lejos. Se estremeció, imaginando a Callan o, Dios no lo quiera, a Jonas descuartizado de tal manera. Jonas era su enemigo, pero hasta ahora siempre había habido un sentimiento de cariño entre ellos dos. Él había respetado su opinión, aunque no siempre quisiera entender lo que tenía que decir. La empujó a encontrar otras respuestas, y debido a eso ella había ejecutado estas pruebas hasta que su cabeza estaba a punto de explotar. — ¡Cabrón! —. El gruñido la sorprendió cuando ella saltó de su taburete y empezó a pasearse por la habitación. — ¡Maldito seas, Jonas!, no puedo encontrar ninguna otra respuesta—. ¿Y por qué le debería importar lo que encontrara para él? Este fue el hombre que había tenido prisionera a su propia hermana. El hombre que había chantajeado a esa hermana, que había colocado su cabeza sobre el cepo de la Ley de Castas, y la habría usado. Habría matado a Harmony si ella no hubiera hecho lo que le ordenó. Al igual que mató a otros. Él pensaba que ella no sabía lo que había hecho. Los viajes que el heli-jet de las Castas hizo a un volcán activo, uno que burbujeaba y esperaba con ávida anticipación por los sacrificios que lo alimentaban. Los cuerpos que él había arrojado en él. Los científicos del Consejo que habían sido limpiados en la hirviente masa de piedra fundida. Él y su piloto, Jackal. Jackal. ¡Maldita sea! También estaba protegiendo a Mercury y estaba furioso con ella. Y era justo tan asesino como lo era Jonas. Todo el mundo lo sabía. Incluso Kane, el jefe de seguridad del Santuario, lo sabía. Jackal era un asesino. Él debería haber nacido Casta en lugar de humano. Hundió sus dedos en su cuello, tratando de eliminar el dolor allí. Tenía que haber una manera de convencer al Gabinete de Gobierno que Mercury tenía que ser confinado y obligado a someterse a la prueba que necesitaba. Sería fácil duplicar la droga que el Consejo había utilizado para controlarlo. Entonces había vivido bien. Viviría bien de nuevo, y no habría riesgo de muerte. No habría riesgo de perder a aquellos que le importaban. Ella respiró profundamente, obligándose a la calma que necesitaba, y volvió 126
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a la computadora y al equipo de pruebas. Era la científica. El Gabinete de Gobierno respetaba su opinión, y sabía que Callan había llamado al gabinete para una reunión. Una reunión muy reservada. Ella se aseguraría de estar preparada. Y ella se aseguraría de salvar a Mercury. Al igual que con los otros, se preocupaba por él. Él era su amigo y perderlo le dejaría un hueco vacante en su interior. Ella no quería que lo maten. El cambio salvaje no era su culpa. Era culpa de esos cabrones que lo crearon. Y ella encontraría una manera de salvarlo. No importaban los amigos que perdiera en el proceso. *** Mercury guardaba los comestibles mientras Lawe los desempaquetaba, el agudo sentido del olfato de la otra casta iba sobre cada elemento. A Mercury le gustaba el vendedor. El hombre era un infierno de cazador y siempre parecía dispuesto a abrazar la causa de las castas. Pero Mercury había visto la traición viniendo de todas partes. Era prudente, se dijo. Cuando ellos terminaron, Lawe se fue nuevamente, cerrando la puerta detrás de él, y Mercury miró la puerta cerrada de Ria. Ella no había salido, y Lawe le había informado con un toque de diversión que el olor de su ira estaba llenando la casa. Su ira. Y él sabía de donde venía esa ira. Ese maldito ronroneo que se había convencido oyó. Sacudió su cabeza y se trasladó a la puerta, la abrió lentamente y entró en el dormitorio. —Pensé que debería preparar la cena—le dijo, obligándose a permanecer en la puerta mientras la miraba. Ella estaba sentada en el centro de la cama, su computadora portátil abierta enfrente de ella, un bata de seda cubriéndola, suave y brillante cayendo sobre un hombro. — La pizza está bien—. No hubo acento en su voz, pero él notaba que ella estaba controlándolo implacablemente. Cuando ella lo miró su expresión era suave, sus ojos del color del chocolate amargo. —Voy a cocinar—le dijo. —Necesitas algo más nutritivo que pizza—. — No hay nada más nutritivo que la pizza—le informó. —Además, después de beber el café que haces, estoy aterrada de cualquier alimento que prepares—. Aspiró lentamente y dio un paso adelante, cerrando la puerta detrás de él. —Yo puedo cocinar. Te dije que no podía hacer café—. —Si no puedes hacer café, entonces no hay esperanza para incluso el más 127
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mínimo talento en algo tan sencillo como hervir agua—. Ella volvió la mirada hacia la computadora, despidiéndolo. —Llama por algo. Eso es lo que yo hago— Hizo una mueca antes de apretar sus labios y frenó el impulso natural de hacer algo sobre el reto sutil que ella estaba arrojándole. Se recordó que Jonas estaría aquí pronto. Luego tendría tiempo suficiente para una batalla con ella. Y cuando Vanderale enviara ese heli-jet por ella, entonces iba a tener su propia batalla del diablo manteniéndola aquí. No podía dejarla todavía. Pero tenía la sensación que en la batalla ella aprendería que lo que ellos enfrentaban podría interesarle más que abandonarlo. —Ria, si no te vistes y entras en la cocina conmigo mientras yo cocino, entonces podemos acabar haciendo algo en esta cama, que sólo va a enojarte más—. Porque estaba a unos dos segundos de arrancar esa bata de su cuerpo y disfrutar de algunos de los actos más perversos que había considerado hacer con ella. — ¿Algo podría enojarme más? —le preguntó entonces. —Para empezar tendría que saber lo que hiciste para enojarme—afirmó. —Y puesto que no pareces estar dispuesto a hablar de ello... —. — ¿Quién dijo que no estaba dispuesto a hablar de ello? —. Con eso, ella cerró la computadora portátil y se levantó de la cama, enfrentándolo. Cruzó los brazos sobre sus pechos y esa bata apenas cubrió sus muslos. Él iba a arrancarla con sus dientes. —Tú fuiste la que se precipitó fuera de la sala—señaló. —Y tú sólo me dejaste salir, ¿no, Mercury? —. Su voz era aún calma, pero podía ver las sombras de ira y dolor en sus ojos. —No te importó entonces y no te importa ahora—. — ¿Qué no me importa? —gruñó. — ¿El hecho que nunca tendré una compañera para mí? ¿Eso me convierte en un robot, Ria? ¿Incapaz de cuidar? La mujer que podría haber sido mi compañera está muerta—gruñó. — ¿Eso cambia algo entre nosotros? —. La vio inhalar ásperamente, vio el traicionero temblor de sus labios cuando cruzó la habitación hacia ella. —Ria, no estoy muerto por dentro—. Él la agarró por los hombros y la obligó a mirarlo. —Lo qué me haces, ninguna otra mujer nunca lo ha hecho, incluso la mujer que pudo haber sido mi compañera. Era una niña. Fue asesinada. Ella no 128
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existe más. Pero nosotros lo hacemos—. Descruzó sus brazos lentamente mientras su expresión se apretaba, luego la confusión y la incertidumbre que a veces él se sentía atravesó por ella. —Yo no sé qué hacer contigo—susurró entonces. —Yo no formo uniones, Mercury, y pareces decidido a hacerme hacer eso aquí. Cuando se acabe, ¿dónde me dejará? ¿Nuevamente sola? —. — ¿Quieres promesas mías? —le preguntó, deseando que él tuviera mucho más que eso para darle. —Si ese heli-jet viene por ti, vas a tener que luchar contra mí para conseguir irte. Cuando llegue la hora de dormir, no voy a dormir lejos de ti, estarás durmiendo en mis brazos. Y cuando llegue la mañana y la mañana después de esa, mientras Ely no me haya hecho confinar en una maldita celda acolchada y bombeado con drogas, voy a estar enroscado a tu alrededor cuando despiertes. ¿Qué más puedo darte en este punto? —. ¿Qué más podía darse a sí mismo? Finalmente, ella sacudió la cabeza. —Yo sabía que no debía venir aquí— susurró. —Yo sabía que ibas a desordenar completamente mi cabeza y mi vida, Mercury. Yo sabía que debería haberme quedado donde estaba—. — Pero viniste—. Bajó la cabeza, atrapó el labio inferior con sus dientes y lo acarició con la lengua. Entonces los ojos de ella se oscurecieron, la ira y la amargura los abandonaron y el calor comenzó a parpadear en ellos. —Ven por mí de nuevo—. Liberó su labio, sólo para acariciar ambos labios con su lengua, saboreándola, amando su calidez. —Una vez más, Ria, antes que nuestras vidas se vayan al infierno—. Entonces él tomó el beso que necesitaba. Sus labios se movían sobre los de ella, disfrutando la sensación de ella, el calor de ella, y su lengua se abrió paso dentro de la oferta rugosa, hundiéndose dentro de su boca. Su gemido se reunió con su beso. Su lengua se enroscó alrededor de la de él, y el placer de esto no debería haber sido tan intenso. No debería haber sentido de la caricia a su lengua repercutía en su polla. No debería haber sentido el calor de ella hundiéndose en los poros de su cuerpo. La dejó quitarle su camisa antes de regresar a sus labios. La dejó desabrochar su cinturón, liberando sus vaqueros. Y cuando sus manos suaves se envolvieron alrededor de la gran longitud de su erección, no tuvo más remedio que retirarse de ella. Empujó la bata de sus hombros y gruñó ante la vista de una pieza de seda y encaje que llevaba debajo de ella.
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—Sácala—. El se movió hacia atrás después de desenvolver sus dedos de su tallo. —No quiero destrozar más tu ropa—. Él se sentó en el borde de la cama y se sacó de un tirón las botas y los calcetines. No iba a follarla con las botas puestas de nuevo. Quería piel sobre piel, calor contra calor. Cuando se levantó y retiró sus vaqueros, ella todavía estaba frente a él, sus ojos yendo sobre él con hambre, mientras se lamía los labios con una pequeña caricia nerviosa. —Eres grande—susurró finalmente, acercándose a él de nuevo. —Y ya me has tomado una vez, así que no tienes un problema allí—. Él no quería ese rugido en su voz, pero aún estaba allí. Animal. Áspero. —Tal vez un problema mayor del que crees—ella le dijo, sus ojos, su rostro, su olor, diablos podía percibirla ahora, volviéndose demandante. —No hay problemas—le informó cuando sus manos se apretaron contra su pecho. —Quiero saborearte ahora—. Lo empujó, lo presionó hacia la cama, sorprendiéndolo con la demanda. Las mujeres querían que las follara. Lo querían salvaje y hambriento en sus cuerpos, pero Mercury tuvo que admitir que esta era la primera vez que una quería saborearlo. Y esa una, sabía, podría acabar con él con su tacto.
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Ria se sorprendió cuando Mercury se sometió a su necesidad de tumbarlo. Él se movió hasta que estuvo en el centro de la cama, sus facciones salvajes, perversas y sensuales, sus ojos rasgados, el parpadeo color azul en ellos, y la sexy curva de sus labios era suficiente para que cualquier mujer se humedezca. Pero su beneplácito ante su toque derramó sus jugos. Ese sexy y refunfuñante pequeño gruñido cuando acariciaba sus piernas con sus manos, moviéndose entre ellas, viniendo sobre él, aceleró su corazón. Y su cuerpo. Ese cuerpo era definitivamente el tema de muchas mujeres que lo habían visto a él. Los blogs en línea y sitios web de avistamiento de Castas estaban llenos con charlas sobre su cuerpo. Seis-cuatro y ancho. Proporcionado. Las piernas eran musculosas y fuertes, la fuerza y la potencia por debajo de su carne sacaría a relucir los instintos más femeninos de cualquier mujer. El instinto de someterse debajo de él. Para tenerlo cubriéndola, tomándola, haciéndola gritar de placer. Pero ella no había esperado que estuviera dispuesto a yacer debajo de su toque tan fácilmente. El animal macho en su interior era más fuerte que en la mayoría de los hombres, sabía eso sólo por el tiempo que había pasado con él. Y él estaba hambriento. Duro y excitado. La gruesa longitud de su polla se levantó del pesado saco entre sus muslos, a lo largo de los duros planos de su musculoso abdomen. Pesadamente venosa, la carne de bronce dorado, coincidía con el resto de su piel. Pero ese pesado tallo no tenía el fino vello corporal que cubría el resto de su carne. Era seda sobre hierro, la ancha cabeza palpitaba, húmeda con pre-semen. Y como era una casta, no había necesidad de preocuparse del control de la natalidad o de las enfermedades de transmisión sexual. Ellos eran los amantes perfectos. Él le rompería su corazón y ella lo sabía. Pero hasta entonces, podía disfrutar. Bajó su cabeza y lo acarició con su lengua a lo largo de la longitud de su erección, lamiendo y acariciando. Saboreó la espesa cresta, tomó la esencia de él en su lengua y gimió ante el sabor. Era como la medianoche. Como un fuego ardiendo en el hogar mientras un viento frío sopla en el exterior. Terroso. Ni dulce, ni agrio, pero limpio y completamente masculino. Y ella quería más de él. Su lengua golpeteaba sobre la pequeña ranura, consciente cuando lo hizo que sus manos apretaban el edredón mientras se arqueaba hacia ella.
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Tanto poder. Podía sentirlo latiendo en el aire a su alrededor y debajo de la cabeza amplia de su erección. Y la llenó. El poder de una mujer sobre el hombre bestial y elegante debajo de ella. Era embriagador. Un afrodisíaco propio. Y cuando llenó su boca con él, ese poder se intensificó. Su cuerpo se apretó, sacudía sus caderas como si deseara hacer nada más que empujar dentro de su boca como había tomado su cuerpo antes. — ¡Maldita seas! —su voz retumbaba. —Esto es tan condenadamente bueno, Ria—. Ella lamió mientras chupaba la ancha cabeza de su polla. Bromeaba y acariciaba y dejaba que sus sentidos se llenaran de él. Del gusto de él, del calor de él. Levantó una mano de las mantas, formando copa a los costados de su cara, y la miraba. Como si la experiencia fuera especial, como si nunca hubiera tenido una mujer que lo chupara en la boca. ¿Cómo podría resistirse cualquier mujer? La vista del azul intenso en sus ojos la hizo enloquecer de lujuria. El pequeño gusto que había tenido de su semen la tuvo anhelando más, como si fuera adictivo. Como si el gusto de él fuera todo lo que necesitaba para sobrevivir. Trabajó su boca sobre la tensa cabeza de su polla, la chupó hacia la parte trasera de su boca, golpeteó su lengua contra la sensible parte de abajo y gimió ante la oscura excitación llenándola cuando sus manos se apretaron en su cabello. Nunca le habían gustado los juegos de poder que los hombres desempeñan en la cama. El dolor que ellos entendían obligaría a la sumisión de su sexualidad a ellos. El cálculo en cada acto. Con Mercury, no había nada de eso, pero cada tirón en su cabello la tenía gimiendo de placer. A ella le gustó con él. No era calculado. Era el placer. Era el hombre siguiéndola dentro del sombrío reino de hambre que sabía nunca había sido saciado hasta su toque. Y entonces, sólo había sido satisfecho cuando él la tocó de nuevo. —Hermoso—se quejó. —La sensación de su boca, Ria. Maldición—. Él se arqueó, presionando más dentro de su boca cuando ella se retiró. Ella envolvió sus dedos alrededor del fuerte tallo de carne, sin ninguna esperanza de rodearlo completamente, y acarició. Sus labios se deslizaron de la cabeza, acariciando el tallo hacia abajo, y lo lamió y chupó el pesado saco de abajo, mientras sus manos profundizaban el fuego en su cuero cabelludo. Ella sentía el roce de las uñas contra su cabeza. Esas garras desafiladas, la representación física del animal dentro de él, y estuvo a punto de venirse ante la sensación de ello.
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Su clítoris estaba hinchado, palpitante. La necesidad estaba acuchillando completamente su cuerpo, y el hambre de más de él estaba dirigiendo su boca. —Sigue así, Ria y me vendré—. Su voz era gruesa, casi un ronroneo en sí misma, con un gruñido punzante debajo de ella. —Si no te detienes voy a llenar esa boca bonita—. Ella lo chupó más profundo, apretando sus labios y su boca alrededor de la ancha cabeza y trabajándola con la lengua, con el techo de su boca. Ella la amó, la lavó, gimió a su alrededor. Su mano se cerró más y ella gimió con el placer extático. Ella lo chupaba más, necesitando su gusto. Lo necesitaba, sufría por él. —Ria. Maldita seas—. Tiró de su pelo de nuevo. Moviendo una mano de su polla, ella rastrilló sus uñas por sus muslos y habría gritado ante la fuerza con la que sacudió sus caderas. Aún sus manos la sostenían, un gruñido abandonó sus labios y su semilla brotó dura, caliente, llenando su boca con ese sabor salvaje mientras ella luchaba por consumir cada chorro caliente. Ella estaba casi viniéndose de la pura emoción de ello, del sabor de él. El sabor era como fuego, quemando a través de sus células y llenándola con algo tan salvaje como la ardiente lujuria entre ellos. Cuando ella había tomado todo lo que él tenía para darle, la sorprendió de nuevo. La sobresaltó. La atrajo a lo largo de su cuerpo, agarró sus caderas, y antes que se diera cuenta de su intención había enterrado varios duros centímetros en el interior de las profundidades llorosa de su coño. Todavía estaba excitado. Aún hierro duro y hambre. Resistiendo la fuerza de sus manos, se levantó, abriendo los ojos para mirar hacia él antes de tomar esas pulgadas de nuevo, moviéndose sobre la gruesa intrusión y disfrutando cada segundo de ella. Nunca había tenido un amante que la tomara después de encontrar su propia liberación. Demonios, nunca había estado con un hombre que pudiera hallar su liberación más de una vez en cuarenta y ocho horas. —Tómame—. Mercury le devolvió la mirada. Ella sonrió ante el conjunto de facciones feroces. La lujuria salvaje brillaba en sus ojos, en los duros y agudos ángulos de su rostro. —Oblígame—. 133
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Reto. Desafío. Mercury miró a los ojos de Ria y vio cosas que nunca había visto en otra mujer. Aceptación. La lujuria animal se levantaba dentro de él, algo contra lo que siempre había luchado antes, algo contra lo que no tenía capacidad para luchar con Ria. Y vio que ella lo aceptaba. Nunca había tenido una mujer debajo de él. Ellas tenían miedo de su liberación, de la infección de su semen. Nunca había tenido una tomándolo. Su Ria estaba tomándolo. Forcejeando contra él, retándolo a tomarla, rogándole. —No deseas que lo haga, Ria—gimió, apretando sus manos en las caderas. —Tómame, bebé. No nos hagas esto a ambos—. No quería hacerle daño. Él no quería liberar el deseo primitivo golpeando en sus venas y exigiendo que la follara como él quería. Ella le dio una pequeña mueca sexy, levantó sus caderas, se movió en contra de su amarre y se burló más de él. Su apretado coño, tan jodidamente apretado que quemaba su carne, apretaba y ordeñaba la cabeza de su congestionada polla. Pero sólo la cabeza. Ella estaba atormentándolo con el dominio que tenía sobre él. Estaba tentando una parte dentro de él a la que nunca había permitido salir. —Tal vez eso es exactamente lo que quiero, Mercury—. Se inclinó hacia adelante y mordió sus labios. Cuando él trató de capturarlos en un beso, sacudió la cabeza con una brillante y sexy sonrisa. —Ría—. La advertencia fue ignorada cuando se levantó de nuevo, casi liberando su cuerpo del de él antes que él cerrara de golpe sus caderas hacia arriba, tomándola más, pero no lo suficiente. —Este es un mal momento para bromas, mi amor—. —Tómame de nuevo, Mercury—ella susurró, sus uñas se clavaban en su pecho. —Te desafío—. Podía sentir el sudor sobre su pecho cuando trataba de forzar más dentro de ella y ella luchaba aún más contra él. Ella estaba en una posición de control, resbaladiza y húmeda, tentándolo. Tentándolo a algo que no reconocía dentro de su propia lujuria. Él trató de respirar, para despejar la cabeza de la marea roja de lujuria barriendo sobre él, pero todo lo que podía era oler su desafío, la femenina 134
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necesidad desgarrando completamente sus sentidos. Se esforzó en su contra y ella se levantó de nuevo. Sus manos apretaron su cintura para obligarla a bajar sobre él, y ella se movió, luchó hasta que se liberó. Fue la gota final. —Te desafío—gimió. Con un aumento de poder, él se levantó, la puso sobre su estómago y se levantó sobre ella. Él pasó el brazo por debajo de las caderas de ella, la levantó, la abrazó y se hundió en su interior. Ella tomó parte de él en el primer golpe con un grito ahogado. Tomó más con el segundo, con el tercer poderoso empuje de sus caderas, estaba enterrado entero en su interior y casi rugiendo su triunfo mientras ella gritaba de placer.
Era placer. Su funda convulsionó a su alrededor, sus jugos se derramaron a lo largo de su tallo, y su cuerpo se retorcía con la inminente liberación. —Tomada—. Él se levantó sobre ella, cerró sus dientes en su hombro para mantenerla en su lugar y comenzó a empujar dentro de ella con toda la furiosa lujuria y el hambre que había estado en su interior durante toda la vida. No les faltaba mucho tiempo a ninguno de los dos. Los duros y poderosos empujes de su polla dentro de ella los enviaron a ambos precipitándose dentro del éxtasis. Mercury la sintió apretar, sintió los espasmos de su coño y escuchó su liberación en un grito ahogado que llenó su cabeza. Sus gritos se mezclaron con sus gruñidos cuando se sintió comenzar a derramar su propia liberación. Y todavía empujó, acarició, gruñó con el poder del placer. Hasta que él le había dado todo lo que tenía, más de lo que nunca pensó que podía dar a una mujer, y se derrumbó sobre ella. Diablos, incluso no le había quitado su vestido. No había acariciado o chupado sus bonitos pechos. No había probado nuevamente la carne dulce entre los muslos. Sólo la había tomado. Salvajemente. Y nunca había tenido una culminación tan profunda, tan satisfactoria. Él todavía estaba sobre ella, odiando la idea de salir de ella, de liberarla de su posesión y una vez más enfrentar la realidad. No tenía ni idea del poder de su dominio sobre él, y no era sólo físico. Era más profundo. Convocó algo de él que no tenía ningún sentido, algo que él sabía que debería tener cuidado, y sin embargo no pudo encontrar la fuerza para buscar respuestas.
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—Si te mueves te voy a matar—suspiró, soñolienta. —Soy pesado—. La besó en el hombro. La había mordisqueado. Una mancha de sangre manchaba su hombro, la impresión de cuatro colmillos afilados estaban marcados en su carne. —Eres tan cálido—ella suspiró, y se oía el agotamiento en su voz. —Estoy tan cansada de tener frío, Mercury. Mantenerme caliente, sólo por unos pocos minutos más. Por dentro y por fuera. Déjame conservar el calor—. Se tranquilizó contra ella, la miró de perfil. Sus pestañas cubrieron sus ojos, y él juró que ella estuvo dormida en unos segundos. Y ella sólo quería estar caliente durante un corto rato más. ¿Podría negarle eso? Él sabía como se sentía el frío, la sensación que no había nada para calentarlo, que la soledad había cavado su camino tan profundo en su interior que nunca conocería lo que era el verdadero calor. Sin embargo, ella lo había abrigado. Se dio cuenta de eso. Algo congelado dentro de él se había calentado en el momento en que la vislumbró, y ahora, abrazándola así, no había el más mínimo escalofrío en su interior o fuera de él. Él no podía negarle esto, cuando ella se lo había dado a él. La abrazó, la dejó caer en el sueño, luego empujó la olvidada computadora portátil a la esquina de la cabecera de la cama antes de tirar el edredón alrededor de ellos y acomodarse a su lado. Ella gimió por la pérdida, pero sólo hasta que él se envolvió a su alrededor. La rodeó con sus brazos, abrazó sus piernas con las de él y dejó su cabeza apoyada sobre su cuello, la sensación de su respiración contra él allí la reconfortaba. Y sintió la necesidad de dormirse. Sólo una siesta. Sólo algo para restaurar su sentido del equilibrio. Porque de alguna manera, en algún lugar, Ria había sacudido su vida como nadie lo había hecho nunca. ***
El animal miraba desde los ojos que estaban desconfiados de la detección. Forzó el sueño a los ojos abiertos del hombre, miró alrededor y vio sólo la oscuridad de la habitación donde dormían. Miró hacia abajo y vio a la mujer. En su alma harapienta y devastada por el dolor se sentía surgir la primera brizna de paz. Esa pequeña luz que le dio 136
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esperanza. La mujer había debilitado el control del hombre, lo hizo menos diligente, menos suspicaz cuando el animal llegó a la conciencia. Las emociones del hombre estaban finalmente liberándose, y con ello, el animal podía sentir la libertad justo en los bordes de su mente. Cuán cansado estaba. Cuán dolorido, encerrado tan profundo en la mente del hombre que su cautiverio era como el infierno lleno de sus propios gritos. Dulce Ria. El hombre pensaba en ella como Dulce Ria. El animal vio más. Mucho más. Mientras el hombre dormía, se extendió lentamente y le tocó el cabello. La emoción apretando su mente cansada, le dio fuerza. Ella les dio fuerzas al hombre y al animal. Su cabello era suave, demasiado suave. El animal se dejó la experiencia de la sensación de él a través de la mano del hombre. El hombre dormía profundamente envuelto alrededor de ella, pero el animal se movía cautelosamente, con precaución. No podía permitir que esta mujer se le escapara. El hombre creía que trataría de salir. Él se estaba preparando para ello. El animal se negaba a permitirlo. La marca que el hombre había hecho en su hombro estaba justo por debajo de la boca del hombre. Lentamente, acercándose, el animal dejó su poder infiltrarse en el hombre. Sólo un poco. Justo lo suficiente. Segundos más tarde, el animal gruñó su suave ronroneo cuando el hombre lamió las heridas. El sabor del hambre primitivo llenaba la boca del hombre, la boca del animal está siendo. Su lengua se sentía abultada, dolorida. Había rodado en el hombro de la mujer, investigado en los diminutos orificios que habían hecho los afilados colmillos y se derramó dentro de su cuerpo. No lo suficiente, sólo un poco. El sabor de ella era verdaderamente cálido. El hielo recubriendo al animal estaba debilitado, y cuando lamió la suave piel de su hombro, fue como si ese calor precipitara su fuerza. Fuerza. Podría ser libre ahora. Podría luchar libre de los límites que lo retenían, pero si lo hacía, si se movía demasiado rápido, el hombre lucharía. El animal dio un paso atrás, sufriendo, pero más fuerte. No era suficiente. No estaba lo suficientemente fuerte para la batalla que el hombre podría dar. Y el hombre era muy diligente. Incluso ahora estaba luchando dormido, consciente que había algo diferente. Que algo se movía dentro de él. El animal se escondió en la fría oscuridad, el calor de la mujer tan cerca. Sus ojos cerrados. Se obligó a dormir. Porque la mujer estaba demasiado cerca. Y,
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aún, el animal estaba demasiado débil. . . Y el peligro estaba aproximándose. *** Mercury se despertó rápidamente. Por un momento, sintió algo que no había sentido en su interior desde hacía muchos años, en un principio, simplemente no lo reconoció. Ese aumento de la adrenalina salvaje, la rabia causando un agujero a través de su mente mientras sus garras se flexionaron, pero suave, muy suavemente, porque la carne blanda debajo de ellas pertenecía a Ria. Y él no se atrevió a moverse. Todavía no. Las sombras estaban deslizándose más allá de la puerta. No había olor. Ningún olor de humanos o de castas. Había olor de ropa, de peligro. Un gruñido silencioso tiró de sus labios; la rabia bombeada a través de su organismo. No se detuvo a pensar sobre el cambio salvaje o el instinto animal de repente elevándose a primer plano. Podía oler las armas que llevaban, eso era suficiente para él. Él podía saborear el peligro rodeando las sombras robabas a la noche. Los siguió, su visión de la noche ya no se nubló como de costumbre, pero aún no era perfecta. No era tan clara como lo había sido antes del cambio salvaje. Él no podía ver sus rostros, pero se podía seguir sus cuerpos, verlos moverse. Se detuvieron al entrar en la habitación. El más alto, hizo un gesto indicándole al otro el lado de la cama y le indicó que él la rodearía. ¡De ninguna manera! Si se separaron, bajarlos sería más difícil. Sólo un segundo más. Esperó, agrupó los músculos, y luego con un gruñido de rabia estuvo fuera de la cama. No se cuestionó la adrenalina corriendo a través de él, la explosión de energía o el aumento de la fuerza que quemaba completamente su cuerpo. Ellos estaban allí, en la habitación de Ria, demasiado cerca de ella. Demasiado cerca de su mujer. Muy cerca de ponerla en peligro. Y eso era intolerable. Golpeó al primero contra la pared cuando Ria gritó. Debajo de un bien colocado potente golpe a sus riñones bajó al segundo y rodó dolorido. El enemigo ya debería estar muerto. Sólo en el último segundo pensó en salvarlo de ello cuando la primera sombra voló hacia Mercury. 138
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Tenía que ser una casta. Ningún otro podría ser tan jodidamente fuerte. La luz se encendió en la habitación, cegando la vista de Mercury momentáneamente, pero no sus sentidos. Su brazo se deslizó hacia fuera, tirando del casta hacia atrás, estrellándolo contra la cómoda con la fuerza suficiente como para agrietar la madera mientras sentía venir al segundo por su cabeza. Su brazo destelló, su mano envolvió una garganta, el otro martilló el arma de la mano del otro. Se estrelló contra la pared, su vista aún difusa, adaptándose de la oscuridad a la luz, Mercury gruñó en la cara del intruso. —Usted quiere dejarlo ir, compañero—una voz fuerte le informó cuando el cañón de una pistola presionaba en su cuello. Mercury se congeló. —Mercury—. El sonido de la voz de la Ria lo enardeció. El instinto tuvo su mano destellando, tirando la pistola a un lado mientras la descargaba y su codo se estrelló hacia atrás en el mismo momento que la voz, penetraba en su mente. — ¡Dane! — Ria gritó el nombre cuando la visión de Mercury se despejó, los ojos bloqueados en la mirada azul pálido, los ojos saltones de Ryan DeSalvo, el guardaespaldas que viajaba con Dane Vanderale. Mercury soltó su agarre sólo lo suficiente para no matar al otro hombre antes de volver sus ojos al caído Dane mientras Ria se inclinaba sobre él, su mirada horrorizada fija sobre Mercury. Soltó lentamente a DeSalvo, observando como el otro hombre se deslizaba por la pared, atragantando con el oxígeno vertiéndose de nuevo en su organismo. Dane también respiraba. Mercury gruñó otra vez cuando Ria levantó la cabeza de Dane a su regazo. No pudo detenerse. Desnudo, enfurecido, la agarró del brazo, arrastrándola hacia el lado de la cama mientras ella luchaba contra él. Sus puños golpeaban su pecho, las lágrimas caían de sus ojos. — ¿Quieres que viva? —rugió en su cara, la adrenalina salvaje aún surgiendo a través de su cuerpo cuando la agarró por los hombros y la sacudió lo
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suficiente como para obligarla a mirarlo. —Tócalo y él muere—. Él no reconoció su propia voz. — ¿Me entiendes? —. — ¡Estás loco! —gritó. —Él no estaba aquí para hacerme daño—. —Y yo lo sabía, ¿cómo? —. Él pensó sólo en gritar, pero le salió como un rugido primitivo. — ¿Cómo iba a saberlo? Sin olor, Ria. Sin aviso—. La sacudió de nuevo. — ¿Cómo iba a saberlo? —. —Tengo que ayudarlo—. Estaba llorando. Llorando por otro hombre y ella nunca había derramado lágrimas por él. Bajó su rostro hasta que ellos estuvieron nariz con nariz. —Tócalo, y él muere—. Si hubiera podido palidecer aún más, lo habría hecho. Su rostro estaba blanco cuando la soltó, gruñendo. Estaba gruñendo como un animal rabioso. Liberándola lentamente, su dedo apuntándola mientras caminaba un paso atrás por sus ropas, advirtiéndola. Un movimiento detrás de él lo hizo girar y gruñir furiosamente de nuevo. Mitad rugido, mitad gruñido furioso. Ryan DeSalvo se detuvo, su mano a distancia del arma que había llevado. Detrás de Mercury, los sollozos de Ria eran desgarradores, haciéndolo pedazos. Pateó la pistola debajo de la cama, evitó una mirada del aún viviente Vanderale y levantó de un tirón los pantalones del piso. Mientras cerraba la cremallera, saltó sobre la cama, ignorando el grito de Ria, y la apretó contra la pared cuando la puerta se abrió bruscamente y las castas entraron corriendo. Lawe y Rule, Jonas y Callan. Ellos se pararon de golpe, mirando horrorizados el cuadro que encontraron sus ojos. Luego se volvieron a Mercury cuando él les gruñó en señal de advertencia. —Tranquilo, Merc—. Jonas respiraba duramente cuando levantó del suelo la bata de seda que Ria había usado antes y la arrojó a él. —Cuida de tu mujer. Nosotros los tenemos—. Merc tomó la bata, sintiendo su sangre golpeando con furia ante la idea de que alguien viera a Ria desnuda. Verla inclinada sobre Dane, desnuda, el sedoso y largo pelo fluyendo a su alrededor, lo hizo desear matar a Dane. Desgarrar su garganta. ¿Había sido consciente Dane?, Mercury se preguntaba si él no habría hecho lo mismo. 140
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Se volvió hacia ella, ayudándola con la bata mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos. —Deja de llorar por ese hijo de puta o voy a perder mi cabeza—le dijo, esa dura y violenta escofina de sus voz la hizo estremecerse. —Ya has perdido tu cabeza—. Ella golpeó su hombro, fuerte. Podría haberle dado un puñetazo en la cara y él lo sabía. El hecho que se apartara de él era un testimonio de su miedo. Le ató la bata alrededor de su cintura con suavidad. —Vístete—. Estaba luchando contra el aumento de la adrenalina ahora. —Ponte suficiente ropa para que no me vuelva loco. Hazlo ahora—. Ria lo miró fijo, tragó fuerte mientras el azul ardía en sus ojos ahora, mezclándose tan profundamente con el oro batido que era difícil saber el verdadero color de sus ojos. Ellos brillaban en las salvajes facciones de su rostro. La rabia salvaje reforzaba cada plano y cada ángulo y le advirtió que él todavía no había conseguido controlar la furia que brama a través de él. Se deslizó a su alrededor, echando una mirada hacia Dane, a pesar del gruñido de protesta de Mercury. Él estaba vivo. Ensangrentado, pero Callan y Jonas y las dos castas le rodeaban, al igual que Ryan. O Rye, como Dane tenía la costumbre de llamarlo. Rye estaba maltrecho, ensangrentado, su camisa casi arrancada de él y de su golpeada garganta. Dane se veía peor. La sangre de su enmarañado pelo rojizo, manchaba su rostro, y sus labios y su nariz estaban sangrando. Miró hacia Mercury. Estaba de espaldas a ella, las manos apoyadas contra la pared, ignorando todo mientras él obviamente luchaba por conseguir controlarse. ¿Qué demonios había pasado? Juntó su ropa. Jeans y calcetines, un jersey voluminoso. Suficiente ropa para que él no perdiera la cabeza, le había advertido. Se deslizó en el cuarto de baño, sin saber qué pensar, qué sentir. Desconcertada de quién o qué animal era ese en que su amante se había convertido. *** —Joder—. Dane se dio vuelta con una lenta maldición, arrastrando las palabras cuando Mercury bajó las manos de la pared y volvió a la habitación. 141
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Él atravesó la habitación, tiró una camisa limpia del armario y se la puso por la cabeza. Estaba más tenso de lo normal. Apretó la mandíbula. El cambio salvaje. Él pasó los dedos por su cabello y luchó de nuevo contra ello. La necesidad de matar era como un hambre ardiendo dentro de él. Se volvió y se centró en Ryan DeSalvo y Dane Vanderale, y sus labios se retiran en gruñido silencioso y primitivo. —Ellos se deslizaron en la jodida habitación—dijo. —Nada más que sombra y ¿pensaron que yo no los atacaría? — Ryan levantó la mirada de su jefe, y Mercury vio la sospecha en los ojos. Así como la vio en todos los demás. —Tiene razón—. Ryan sacudió la cabeza y exhaló lentamente. —Dane se deslizó. Le gusta jugar con Ría. Diablos, pensó que sería divertido asustarla. No sabíamos que tenía compañía hasta que estuvimos en la habitación—. —La Bruja nunca tiene compañía—. Dane escogió ese momento para toser la acusación. —Ella tiene tan condenadamente mal humor que nadie puede aguantarla el tiempo suficiente para permanecer en una cama toda la noche junto a ella—. Abrió los ojos y se centró en Mercury. —Imagínatelo—. El gruñido de Callan era intimidante, furioso. —Ustedes se han escapado de sus guardias, irrumpieron en su cabaña y pensaron por un maldito minuto que podrían sorprender al Casta durmiendo con ella—. Se puso de pie, su largo cabello estaba sin ataduras y cayendo alrededor de los hombros. —Hijo de puta. ¿Sabes qué? Vanderale puede meterse en el culo su maldito dinero porque estoy harto de tus juegos—. Apuntó con el dedo hacia Dane. —Obviamente, se jodió la genética contigo, Dane, ya que cualquier persona descendiente del primer Leo tendría más sentido— —Híbrido—Ryan resopló. —Sólo espera, Lyons, verás qué divertido es criar a un híbrido—. —Él trata de tropezar conmigo de nuevo y descubrirá cómo muere un híbrido—espetó Mercury, apenas controlado, pero manejándolo cuando Dane se incorporó lentamente. — ¡Sácalo de aquí! —. Jonás se puso de pie, su mirada se reunió con la de Mercury, sus ojos plateados planos y duros. —Fuera de la habitación y repara su culo antes que acabe con él por él—. Se pasó la mano por el pelo corto, y la mandíbula de Mercury se apretó cuando ayudó a la otra casta a ponerse de pie. 142
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—Dane—. Ese gruñido todavía estaba en su voz. Dane volvió la dolorida cabeza, haciendo una mueca con el movimiento. —Invada el dormitorio de nuevo sin previo aviso, y lo mato—. —Tú no vas a matar a nadie. Si lo fueras, lo habrías hecho esta noche—. Ria salió del cuarto de baño. Mercury se dio la vuelta, y algo dentro de él se calmó al instante. No estaba pálida o llorosa. Sus ojos brillaban con irritación, y un arrebato de ira coloreaba sus mejillas. Estaba vestida con pantalones vaqueros y un suéter abultado y no había nada para amenazar a que la rabia primitiva que se había construido dentro de él ante el pensamiento de su desnudez se revelara delante de los demás. Pero ella no estaba feliz con él tampoco. Podía oírlo en su voz, verlo en la mirada que le disparó. —Diablos—murmuró Dane. —Rye, ¿me traes la mochila? —. Rye hizo una mueca. —Está en la sala de estar—. —No te preocupes—. Dane estaba cojo, cuando ellos lo ayudaron a salir de la habitación. —Tengo el soborno de mierda—.
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Ria puso la joya sobre el gabinete. Era un agradable trayecto de varios diamantes casi perfectos, esmeraldas tan brillantes que casi eran cegadoras y una piedra ojo de tigre que giraba con magia y majestuosidad. Deslizó las piedras en una bolsa de terciopelo, la ató y se la guardó en el bolsillo de los vaqueros, luego cerró su teléfono satelital y borró la marcación rápida para ir directamente al número de emergencia de Leo. Su amenaza para Dane. ¿Acaso no le gustó el soborno, habría convocado, chivado al diablo y retrocedido? Ella no era mercenaria. No era el valor de las piedras o incluso las mismas piedras. Era el hecho que ellas parecían evitar que Dane la involucrara en sus juegos que eran demasiado enmarañados para considerar la posibilidad de Leo atrapándolos. Ella tenía una debilidad por los juegos, pero tenía un poco de cautela. Dane no tenía ninguna. Decir que Mercury estaba molesto por el pago era exponer las cosas con suavidad. Todavía quedaban pequeños y ruidosos gruñidos haciendo eco en la garganta. Y esas pequeñas chispas de color azul no habían desaparecido completamente de sus ojos. El cambio salvaje era un fenómeno que las castas no podían controlar, sin embargo, él tenía todos los signos de ello, pero estaba firmemente controlado. Dane todavía tenía su corazón en el pecho, y Rye todavía tenía la cabeza sobre los hombros. Ria estaba contentándose con eso, aunque sospechaba que Dane podría haber perdido más sangre de lo que era prudente. —Mírala, Rye—. Su tono era divertido a pesar del dolor en él. —Me sorprende que no sacara su catalejo de joyas—. Ella se volvió hacia él, su interior todavía temblaba horrorizado, ante el conocimiento de cuán cerca Dane realmente había estado de morir. —Tienes un viaje programado a Asia la semana próxima—le dijo. —Espero perlas naturales cuando vuelvas—. Él le dio una mirada entrecerrada y miró furioso la bolsa de terciopelo. —Acabo de pagarte una fortuna—. —Dos fortunas no son suficientes para lo que me pasó esta noche—le espetó, sintiendo las lágrimas obstruir su garganta. —Has perdido la cabeza, Dane—. Ella no podía controlar el acento que se colaba en su voz, y sabía que cada hombre en la habitación olía su dolor y su miedo. Dane hizo una mueca ante eso, su mirada deslizándose donde Mercury intentaba colocarla detrás de él una vez más. 144
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—Yo diría que tú misma has deslizado el camino un poco, amor—él arrastró las palabras. — ¿Por qué no me sorprende que te hayas acoplado con un salvaje? —. —No hay apareamiento—. Mercury gruñó la negación, y Ria pensó que su corazón iba a romperse. Diablos, él podría haber sólo permanecido en silencio. Dane quedó entre ellos, sus ojos dorados pensativos un largo rato. —Mi error—finalmente dijo lentamente mientras miraba a Rye. —Ella no puede hacer nada de forma fácil, ¿verdad? —. Rye apoyó su cabeza en el sofá y se quedó mirando el techo, mientras que Dane se ubicaba en la esquina y miraba a las otras castas en la habitación. Sobre todo a sus hermanos. —No empieces—le advirtió cuando ella se deslizó alrededor de Mercury una vez más, ciertamente Dane iba a empezar a hostigar a Callan y Jonas. —Esto ha ido demasiado lejos—. Dane se encogió de hombros. —Muy bien. Llamaste por la extracción. Empaca tus maletas y tendrás la limusina llevándote al aeropuerto privado donde aterrizamos. Rye y yo fuimos de excursión. Sin embargo dudo que desees tomar ese camino de salida. Te tendremos sana y salva en tu propia cama en unas horas. ¿No sería bonito? —. Su solitaria y fría cama. Sin el duro y caliente cuerpo de Mercury. Ella se volvió hacia los otros, su mirada moviéndose de Callan al suspicaz Jonas, sus expresiones salvajes. No estaban contentos, y ellos sabían que algo estaba pasando. —Ha ido demasiado lejos—ella le dijo a Dane. Él la miró fríamente. —Vas a conseguir romper tu corazón, amor. Tú sabes lo que hace. Hace a Leo condenadamente gruñón. Y Elizabeth intentará preocuparse por ti. Tú sabes cómo odias eso—. Su voz era suave, un recordatorio de cuán fácil ella podía ser herida, y una advertencia. La advertencia vino un segundo antes que los brazos de Mercury la rodearan, cálidos y fuertes, y la acercara a su pecho. Bajó la cabeza, los labios en su oído. —No vas a irte—. Mordisqueó la concha de su oído después de gruñir la demanda contra ella.
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La mirada de Ria permaneció bloqueada con la de Dane, y ella sabía que él vio lo que estaba tratando de ocultar, incluso de sí misma. —Tenemos que terminar esto, Dane—. Ella dejó que sus manos agarraran las muñecas de Mercury, consciente de la sospecha dirigida a ella ahora. —No podemos ir más allá—. Mercury se tensó detrás de ella; Callan y Jonas la miraban con dureza, las expresiones implacables. —Bueno entonces, supongo que esto es esto—. Se relajó más en el sofá, una sonrisa burlona cruzaba sus labios. —Si no salgo de aquí con vida, asegúrate de decirle a Leo que lo hice soberbio—se rió. Ria sacudió la cabeza y volvió a Callan. —Orgullo líder Lyons, es mi más sincero pesar informarle que no fui enviada aquí para seguir los expedientes del Santuario sobre los gastos de los fondos de apoyo Vanderale. Como siempre, esos han sido dados por el Leo, su padre, y no tienen condiciones—. Callan se paró lentamente, el poder canturreando a través de él, sus ojos de color ámbar brillantes, resplandecientes cuando la ira animal comenzó a surgir dentro de él. — ¿Qué diablos han estado haciendo ustedes dos en mi jodida casa? —. Miraba furioso entre ellos. — Protegerla—. Dane se paró también, el foco de Callan oscilando de Ria a él. —Recuerda, amigo, ella es mi empleada. Si usted tiene un problema con eso, la tomará conmigo—. Callan volvió de nuevo a Ria, la expresión de su rostro tan llena de ira que por un momento ella juró estaba enfrentando a Leo. —Hacia atrás, Callan—Mercury gruñó, tratando de empujarla detrás de su gran cuerpo de nuevo. —Primero vamos a ver lo que tiene que decir—. — ¿Lo que tiene que decir? —. La voz de Callan resonó a través de la cabaña mientras Jonas se movió cautelosamente. — ¿Quieres oír lo que tiene que decir? Ella vino a mi casa con una mentira. Bajo las órdenes de este pequeño hijo de puta—. Señaló hacia Dane. —Debo señalar, Leo y Elizabeth estaban casados antes de mi concepción—. Callan giró y gruñó en su rostro. Nariz con nariz. La rabia que emanaba de él era una cosa terrible de ver. —Ve por qué él me trae sobornos—murmuró Ria a Callan. —Esto es lo que tengo que aguantar cuando Leo se entera que lo he ayudado en uno de sus 146
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juegos. Pero generalmente es la cara de Leo gritándome—. Ella se mudó al lado de Mercury, empujando su brazo protector en vano cuando Callan se giró a ella. Echó una mirada a la cara de Mercury antes de gruñir furiosamente y caminar enérgicamente al otro lado de la habitación. —Eso es lo que Leo se hace cuando Elizabeth consigue estar frente a él— susurró a Mercury. Casi divertida. Si hubiera sido Leo, podría haber sido divertido, pero ¿quién sabía de qué manera realmente la genética de Callan había oscilado? Se volvió hacia ellos y la miró. —Puedo escuchar cada palabra que sale de tu boca—le espetó. —Guarda tus gruñidos para mí—. Ella lo miró con recelo aunque su tono era aireado. — Voy a buscar una docena de perlas perfectas la próxima semana en lugar de las pocas flacuchas que habría traído de otra manera—. Ella se encogió de hombros, escondiendo su miedo. Cuando uno trata con Castas, uno nunca admite su temor. Incluso a uno mismo. — ¿Qué has estado haciendo en mi casa? —. Su tono cortó a través de la habitación, y Ria tragó con fuerza. Incluso Dane parecía un poco receloso. —Seguimiento de la persona o personas responsables de deslizar información sobre el calor del apareamiento de las Castas y la depresión de edad a una empresa farmacéutica que investiga una droga para aprovechar esa capacidad para que funcione en el cuerpo humano. Tres no Castas ya han muerto y uno está desaparecido, debido a esa investigación, y la información científica al respecto es una fuga de su casa, Orgulloso líder Lyons—. —Imposible—le gruñó furioso. —Toda transmisión, faxes, cada respiración tomada en ese complejo es monitoreada. No hay manera de sacar información. No sin ser capturado—. —Sin embargo, hay—ella le dijo en voz baja. —Si usted está capacitado para crear un código para llevarla, entonces usted puede sacar cualquier cosa. A menos que alguien capacitado encuentre como descifrar ese código. He encontrado el código, Sr. Lyons, ahora sólo tengo que descifrarlo—. El silencio llenó la habitación. Jonas, Callan y Dane todos la miraban con incredulidad. —Usted puede pagarme cuando volvamos a la oficina—comentó Rye a Dane de su posición en el sofá. —Le dije que lo haría en menos de un mes—. — ¿Me estás diciendo que alguien dentro de la casa ha estado dando los secretos a algunos jodidos investigadores hijos de puta del Consejo? ¿Y él lo sabía? —. Su dedo señaló imperiosamente a Dane. 147
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Ella respiraba lentamente. —No, Orgulloso Jefe. Alguien está vendiendo secretos sobre el calor de acoplamiento a un fabricante de drogas, que ahora está experimentando en no castas. Y lo están haciendo por dinero—. El rugido de cólera que sacudió la cabaña la sobresaltó, y esta vez se puso detrás de Mercury de buena gana. Porque en más de veinte años de tratar con el Leo, nunca, ni siquiera una vez, había visto la rabia en él que ahora llenaba a su hijo. Y Leo nunca, durante todos los años que Dane había sido un adulto, había saltado hacia Dane como lo hizo Callan. Entre Jonas, Rye y Mercury tuvieron que tirarlo hacia atrás, mientras Dane se puso lentamente de pie y Ria vio la compasión parpadeando por su rostro. Al instante que fue retirado, Callan se arrancó del agarre de los otros, fue hacia el otro lado de la sala y luchó por controlarse. Ella vio sus hombros agrupándose, tensionándose, mientras que Mercury se acercó a ella, obviamente, protegiéndola. —Tal vez deberíamos haber sido un poco más delicados—comentó Dane con un resoplido. —Parece que el orgulloso líder tiene un poco de mal genio—. —Srta. Rodríguez, ¿está el número de Leo en su marcación rápida? —Jonas preguntó con cautela. Ria permaneció en silencio. —Él es el mío, cachorro—Dane gruñó. — ¿Te gustaría llamarlo y decirle lo que estamos investigando? Adelante, dividir sus lealtades entre el Santuario y los gemelos que mi madre acaba de dar a luz antes de volar para salvar a su hijo mayor. Estoy segura que esos bebés no la necesitan, incluso si ellos parecen estar enfermos en el momento—. El disgusto acordonaba su voz. — ¿Por qué sanguinario diablo crees que no sabe acerca de ello ahora? —. Sin embargo, una vez que lo supiera, eso no pararía a Leo para acabarlos a ella y a Dane con su ira. —Callan—. Ría dio un paso adelante, ignorando el gruñido de advertencia de Mercury cuando Callan se volvió, la cabeza gacha, esos peligrosos ojos observándola de cerca, la rabia ardiendo en él tan cerca de la superficie que brotaba de él en olas. —Cualquier golpe necesita un evento para darle impulso. Estuvo a punto de morir y ha estado recuperándose de ello. Sus sentidos no han llegado al máximo, el Santuario está maduro para una toma de posesión. Alguien se está moviendo para destruirlo desde adentro. Si la información que Dane descubrió es correcta, entonces es sólo cuestión de semanas antes que esos secretos sean totalmente entregados a los investigadores. No podemos correr ese riesgo. Mi trabajo consistía en descubrir al culpable o los culpables. Y 148
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hasta que yo misma hubiera estado algún tiempo con los archivos, había muy poca gente que estábamos seguros que no estaban involucrados en esto—. —Sabíamos que no estabas involucrado—le dijo Dane, su voz áspera. —Pero aparte de eso, no podíamos estar seguros. Quien se mueve sobre ti y consigue sacar esa información es una fuerza suficiente para obligar que otras castas, bastantes de ellos, puedan volver a él—. —Hay muy pocas Castas lo suficientemente fuertes para hacer eso—espetó Callan. —Exactamente—Dane acordó. —No podíamos arriesgar la información que se filtró, y confiar en tu círculo íntimo con su vida. Había que asegurarse que nadie en ese círculo íntimo estaba participando antes de venir a ti—. Callan se volvió a Mercury entonces. —No había orden de relevarte de tu rango—le dijo. —Y no había orden de confiscar tus armas, tu uniforme, o para obligarte a las pruebas—. — ¿Tienes memorandos internos falsificados? —. Los ojos de Dane se estrecharon. — ¿Estás utilizando el equipo de seguimiento que te enviamos el año pasado? —. La mirada cáustica que Callan le disparó estaba llena de disgusto. —Así eres—. Dane hizo una mueca. — ¿Ya los has seguido? —. —Todavía estamos trabajando en ello—. —Muchas de las notas procedentes del Santuario al instituto de investigación y los contactos auxiliares han venido de una oficina—Ria les informó entonces. —He seguido la cochina información, notas de apoyo, así como las compras científicas a tres lugares conectados directamente a Investigación Brandenmore—. — ¿Quién? —. La voz de Callan era peligrosa, salvaje, el hombre primitivo enfurecido justo debajo de la superficie elevado al primer plano una vez más. —Desde los laboratorios de las Castas—dijo en voz baja. —La oficina de la Dra. Elyiana Morrey. Y de la computadora personal del Orgullo Jefe Lyons—. *** Mercury apoyó las manos sobre la mesa y miró la prueba que Ria había logrado deslizar de los archivos y de los mensajes electrónicos que ella había duplicado desde la oficina donde trabajó en el Santuario. La prueba que sus garantías no valían una mierda, porque bajo la atenta mirada de las cámaras de seguridad había logrado sacar de los laboratorios la evidencia más 149
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incriminatorias contra Ely. La evidencia era malditamente incriminatorias contra Callan también. —No estoy del todo convencido, de cualquier manera en cuanto a la participación de la Dra. Morrey—afirmó. —Pero mis sospechas en su contra han aumentado en el día. Su agresión cuando me negué a someterme a sus procedimientos de prueba a mi llegada. Su determinación para inducir la adrenalina salvaje en el sistema de Mercury, y su insistencia en que él sea confinado. Mercury fue entrenado en una variedad de áreas altamente sensibles y exigentes antes que el cambio salvaje se mostrara. Y aun después, en muchos de los ámbitos donde se destacó, aún lo sigue haciendo—. — ¿Cómo diablos sabes eso? —Jonas gruñó. —La mayoría de los registros de las castas de su laboratorio fueron destruidas—. —Industrias Vanderale estaba pirateando los laboratorios mientras usted estaba todavía en pañales—Dane le dijo despectivo. —Hemos tenido esos archivos durante años. Leo estaba organizando una editorial en contra de ese laboratorio particular para rescatar a varias de las Castas afectadas cuando las noticias dijeron que los laboratorios estaban siendo alcanzados. Mercury era una de las castas que más lo preocupaba—. Mercury lo miró en silencio. Dane suspiró. —Está capacitado en el código, Mercury. No se moleste en negarlo. Hemos visto los archivos. Estás capacitado para crear y romper codificación sensible. Formó parte de varias de sus misiones—. —No me gusta eso—. Mercury hizo un gesto con las manos hacia las copias impresas de la información desparramada a lo largo de la mesa de la cocina. —Me entrenaron en el código militar, no en lo que ellos están haciendo aquí—. Pero podía ver las tramas del mismo. Si hubiera estado pasando las transmisiones él mismo, lo habría capturado, aunque no pudiera descifrarlo. —Usted fue una de las creaciones más exitosas que el Consejo había logrado. Es el más fuerte de los ejecutores y comanda con increíble lealtad. La única razón por la que usted no dirige su propia comandancia es porque usted la rechazó—. Dane sacudió la cabeza. —La humildad no es propia de usted—. Mercury le lanzó una mirada ardiente. —La humildad nunca ha sido una preocupación mía tampoco. Yo no mando, porque en lo que yo hago, es mejor trabajar solo. Es así de simple—. —Y se esconde de los que pueden contar la historia del hecho que usted ha estado experimentando la adrenalina salvaje—Dane señaló burlonamente. —Usted sabe que el cambio slvaje puede regresar—.
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—Yo lo manejo—. Se encogió de hombros. Había estado manejándolo durante años, y había informado a Jonas de sus sospechas. Eso fue todo lo que había sido obligado a hacer. —La lealtad de Mercury o su capacidad para manejarse nunca ha sido cuestionada—Callan les informó, su voz fría ahora. La rabia había solidificado a helada determinación. Mercury miró a su orgulloso jefe, encontrando su mirada sobre la mesa, y sintió la certeza de la confianza de Callan. Se alivió la ira que había construido ante la idea que su orgulloso líder, el hombre al que había jurado su lealtad, pudiera haber desconfiado de él. — ¿Cuántos conoces que no enviaron esos comunicados? —Dane le preguntó. Las fosas nasales de Callan ardían. —Kane y Jonas. Kane está siguiendo los diagnósticos sobre las órdenes que salieron, usando los equipos Vanderale. Ni Ely ni la tecnología de seguridad es consciente yo no envié esas órdenes—. Dane asintió con la cabeza mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho y miró la diversa información que Ria había deslizado de su oficina. —La información fue superpuesta sobre estas notas electrónicas y compras— Las deslizó libres y las alineó. —Hice un diagnóstico de cada mensaje, y se puede ver el código que era insertado dentro de él. Estaba agregado a las letras individuales en las palabras. Esa tecnología es tan nueva que Vanderale está aún jugando con ella. Sin embargo, Investigación Brandenmore tiene sus propias ramas electrónicas, y ellos podrían haber perfeccionado el programa para un uso limitado como esto—. Tecleó sus dedos contra el código que había generado una vez que imprimió los mensajes utilizando el programa que Vanderale había inventado para desplegarlo. —Ha tomado más de una semana seguirlo y de lo visto, los rumores que la información está siendo enviada por etapas con una fecha tope parecen correctos—. —Esto salió de mi oficina—. Callan deslizó uno de los mensajes. —Una orden para la oficina electrónica. Es una orden que he enviado—gruñó. — Así es. Y es un duplicado—. La retiró de la pila de otro memorando que incluía la codificación. —Esta es de su computadora—. Ella la golpeó. —Esta es una que en realidad salió en la transmisión—. Él la miró lentamente. — ¿Alguien está manipulando para interceptar las transmisiones antes que salgan y adjunta este código? —. Se inhaló lentamente cuando asintió. —Esto es la belleza y el peligro de esta tecnología en particular—.
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Los puños de Callan se apretaron, su expresión más rígida. — ¿Cuántos departamentos del Santuario han sido comprometidos? —. —Hasta ahora, lo he encontrado en casi todos los departamentos—le dijo en voz baja. —Sin embargo, las principales entregas están viniendo de los laboratorios. Parte de mi transmisión a Dane más temprano en el día fue una solicitud del programa beta para detectar la codificación, mientras se termina. Cuando pregunté por el heli-jet, en realidad era una solicitud de esto—. Mercury la miró, el orgullo llenándolo ante el pensamiento de cuán inteligente era en realidad. Él todavía estaba inseguro de la ira que podía sentir pulsando justo debajo de la superficie, y no tenía idea de cómo ella iba a manejar lo que había visto cuando Dane se metió en el dormitorio. Pero ella estaba junto a él ahora, permitiéndole la tranquilidad que él necesitaba sabiéndola segura. Al diablo con los científicos del Consejo. Esta mujer debería haber sido suya, completamente suya. No sólo su mujer, sino su compañera. Cada instinto dentro de él se extendía a ella, se aferraba a ella. Y él sabía que la falta del calor del apareamiento la lastimaba. Ella no tenía idea de cuánto le dolía también. — ¿Cuán pronto puede ser instalado? —Callan la interrogó. — ¿Cuánto confía en las personas supervisando las transmisiones de salida? —ella le preguntó. —Esto no puede ser usado o instalado sin su conocimiento, Callan—. —Todas las comunicaciones, de salida, así como de entrada, van a través de una oficina de seguridad en el búnker de comunicaciones—Callan le informó. —Esa oficina es supervisada por mi hermana Sherra. Ella tiene cuatro Leonas trabajando debajo de ella, ella misma las ha entrenado—. — ¿Cuánto puede ella confiar en sus asistentes, entonces? —Ria preguntó. Mercury la miró. Su actitud había sido siempre respetuosa con Callan, ni una sola vez había mostrado ni un ápice de falta de respeto. Pero no estaba dando marcha atrás en lo que sabía, o en sus sospechas. —Ely no puede estar detrás de todo esto, ni está involucrada—. Jonas finalmente había hablado, y Mercury escuchó la certeza en su voz. Era una certeza que él no compartía. —Ely está corriendo espantada—dijo Ria en voz baja, la compasión yaciendo en su voz porque, Mercury sabía, era consciente que Ely era más que un amiga 152
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para todos ellos. —Ely nos mantuvo cuerdos—. Lawe se movió detrás de Jonas, mirando la evidencia sobre la mesa antes de mirar amargamente a Ria. —Ella no es capaz de esto—. — ¿Qué seguridad tienen los laboratorios? —le preguntó entonces. Jonas hizo una mueca. —Nadie entra o sale sin autorización, autorización por escaneo de retina y huellas dactilares. A continuación, ellos pasan el puesto de seguridad. Cada Casta que entra para las pruebas es escoltada por el ejecutor de turno—. — ¿Confía en los ejecutores en servicio? —Ria preguntó. —Joder, ¿tenemos permitido confiar en alguien ahora? —Callan gruñó. —Son Castas. Son hombres y mujeres que sobrevivieron el infierno y conocen las consecuencias de perder la aprobación pública. No me puedo imaginar a nadie en el Santuario capaz de esto—. Su dedo apuñalaba en los documentos extendidos delante de él. —Sin embargo, usted sabe muy bien que incluso el personal de mayor confianza puede estar comprometido—ella señaló suavemente. —Taber lo demostró—. Mercury se volvió a Callan. Todos ellos recordaban eso. Cuando el hermano de Callan, Tanner había llevado a su compañera al Santuario, también había traído con ella la información que un intento de secuestro del hijo de Callan estaba siendo elaborado. Taber, una leona encargada de la atención de David, había sido la que intentó secuestrar al niño, así como a la compañera de Tanner, Scheme. —Sí, Taber lo demostró—. Callan se pasó la mano por la cara y miró el reloj en su muñeca. Mi compañera y mis hijos están solos en el Santuario, y ahora tienen un riesgo mayor del que tuvimos entonces—. —Me puse en contacto con Jackal, Callan—Jonas le dijo en voz baja. —Se informó a Kane, para que los demás sepan para estar en guardia con sus compañeras y sus hijos. Ellos están a salvo—. Pero ¿por cuánto tiempo? Mercury levantó su mirada hacia Lawe y Rule antes de pasar a Jonas. —Necesitamos a Rule y Lawe de vuelta en el Santuario. La familia principal es de importancia primordial y sólo Dios sabe lo que podría suceder si alguien decidió intentar un golpe de Estado ahora. Tenemos la fiesta mañana por la noche, así como los dignatarios visitantes que llegan la noche después. No podemos correr ningún riesgo con David o la vida del niño por nacer. Todos sabemos cuán mal al Consejo y a los científicos del Consejo les gustaría tener 153
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en sus manos a una compañera o a un niño nacido de esos apareamientos—. —Es demasiado tarde para cancelar las fiestas—Jonas murmuró. —Y usted no desea cancelarlos—Ria dijo. —Horacio Engalls de Productos Farmacéuticos Engalls estará allí si recuerdo correctamente la lista de invitados. Así como el director general de Investigación Brandenmore. Vamos a ver lo que podemos detectar en esas fiestas. Ellos no tienen idea que estamos sobre ellos—afirmó. —Vamos a jugar con ellos—. — ¿Cómo? —Mercury podía sentir su mente trabajando, podía sentir la confianza y la seguridad que salían de ella. —Pon a Lawe sobre Horacio Engalls. Rule sobre Phillip Brandenmore. Cerca. ¿Tiene Leonas en sus invitados? Asegúrese que no haya modo de transferir la información mientras ellos están aquí—. —El que está transfiriendo la información sabrá que estamos sobre ellos— Mercury señaló antes que Jonas o Callan pudieran. Pero él estaba pensando, moviéndose a través de la seguridad que había sido diseñada para ambas fiestas y meditándolo en su cabeza. —Tendremos que usar las transmisiones— dijo entonces. —Tendremos el programa instalado y listo para usar. Si ellos no se pueden transferir información cara a cara, tendrán que utilizar las transmisiones rápidamente—. — Exactamente. Nosotros identificamos las computadoras de donde proceden estas notas. El programa Vanderale puede hacer eso, y puede interceptar y tirar los correos electrónicos, mensajes de chat o notas al programa de Callan sin que nadie lo sepa. Callan, Kane, Dane y Rye pueden establecer turnos para monitorear sin despertar sospechas—. —Correcto—. Dane habló entonces. —Estamos invitados a la fiesta después de todo—. Mercury no pudo detener el gruñido que vino de su garganta cuando Dane se acercó a Ria. Dane sonrió ante el sonido y se alejó una vez más. —Vas a tener que dejarme recuperar su gracia, Mercury—le dijo con una sonrisa. —De lo contrario, acabará costándome una fortuna en joyas—. —Eso está bien—murmuró Ria ausente mientras continuaba extendiendo los papeles alrededor de la mesa. —Las joyas son siempre agradables—. Ella no parecía especialmente preocupada por dejar a Dane recuperar su gracia, o permitirle distraerla de lo que ella estaba formando. Mercury se movió detrás de ella, mirando sobre su hombro, viendo como
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movía las páginas, estudiándolas, y luego las movía de nuevo. Cuando estaba terminando, el código establecido comenzó a verse más familiar. — ¿Lo ves? —le preguntó, cambiando una página antes pasarla al revés. Otra el derecho hacia arriba. —Es un código de Consejo—Mercury se dio cuenta mientras entrecerraba sus ojos en ello. —Hijo de puta—. Jonas y Callan se acercaron. — ¿Qué estás mirando? —Jonas preguntó. Mercury miró a Ria cuando ella volvió la cabeza y lo miró. —Es por eso que ellos te querían fuera del camino—ella susurró. —No veo una maldita cosa que me resulta familiar, Mercury—Jonas gruñó. —Y yo conozco el código del Consejo, tan bien como tú—. —Lo que están buscando no se trata sólo del calor del apareamiento— Mercury exhaló ásperamente. —Este código se desarrolló en un único lugar. Los laboratorios donde yo fui creado. Este código—Mercury golpeó varias líneas de las transmisiones adjuntas—es el código para el cambio salvaje. Están tratando de copiarlo—. Mientras observaba el código, las partes y las piezas comenzaron a mostrar un patrón. Números, glifos, fórmulas científicas comenzaron a reunirse. Sacudió su cabeza. Diablos, había pasado demasiado maldito mucho tiempo desde que había hecho esto. —Se necesitarían meses para unir toda esta información sin la clave del código—. —Nosotros no necesitamos la clave del código para detenerlos—Ria le dijo, volviendo a los documentos antes de mirar hacia Callan y Jonas. —Quien está detrás de esto sabe la historia de laboratorio de Mercury, las pruebas en las que destacó, así como la experimentación realizada en su contra en lo que respecta al cambio salvaje. Las Castas adultas murieron cuando comenzaron a mostrarlo. Mercury es uno de los pocos a los que ellos permitieron vivir. Quien está haciendo esto lo sabe—. —Y Ely lo sabe—Mercury dijo desapasionadamente. Al igual que Jonas, le resultaba difícil creer que la médica de la que habían dependido estuviera traicionándolos. Pero a diferencia de Jonas, él tenía la experiencia de primera mano de qué tan lejos Ely iría para probar que él debería estar encerrado, confinado y drogado.
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Los medicamentos para el cambio salvaje lo habían hecho más fácil de controlar, lo habían convertido en un autómata. Por el tiempo de la terapia farmacológica había estado preso, ni siquiera había estado seguro dentro de cual mundo existía, o más bien dentro de cual luchaba. Era un mundo al que ella lo habría regresado. — ¿Puede deslizar a Dane en la hacienda esta noche para instalar el programa? —Ria preguntó a Callan. —También necesitará acceso a la terminal principal de la seguridad en el búnker de comunicaciones—. —Yo puedo conseguirlo—dijo Jonas. —Tenemos cerca de dieciocho horas para tenerlo instalado y funcionando— ella agregó. Mercury estaba allí cuando ella se volvió hacia él. Se volvió sólo lo suficiente para encontrar sus ojos, para ver cuando su mirada se mudó de la de él con la misma rapidez con la que lo había encontrado, entonces nuevamente se alejó. —Compórtate—. Señaló a Dane mientras se movía rápidamente de la sala de estar a la habitación. Entonces Mercury dejó que su mirada se deslizara en la de Dane. Dane arqueó una leonada ceja burlonamente. —Cambio salvaje—murmuró. —Interesante—. Mercury miró hacia él. —Ella no está en peligro—. —Nunca me imaginé que lo estuviera—. Él sonrió. —Sabes, tengo que admitir que la vida se ha animado un poco desde que el Leo se desveló por este grupo. Puedo ver que voy a tener que medir las diversiones o puede quemarme—. —Cállate, Vanderale—Jonas le ordenó cuando Mercury se dio vuelta, negándose a ser hostigado por él. —Invade su dormitorio, una vez más y estarás más que quemado, estarás desangrado—le dijo. —Hmm— Dane murmuró. —Sin embargo es una lástima que no puedas acoplarte. Habría sido una buena compañera. Una madre maravillosa—. El pecho de Mercury se apretó. Miró a Dane, deseando haberlo matado cuando tuvo la oportunidad. —Dane—Jonas gruñó. —Eso es suficiente—. —Sí, lo es—Dane disparó a Mercury una mirada cáustica. —No te preocupes, 156
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mi amigo. Cuando ella esté harta de las testarudas castas aquí, ella volverá a casa—. Su sonrisa era petulante, confiada. —Y cuando lo haga, estaré esperando—.
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Leigh, Lora CAPITULO 14
Mercury cerró la puerta de la habitación, la cerró con llave, entonces adjuntó la pequeña alarma temporal sobre la grieta entre la puerta y el marco. Se acercó a la ventana, adjuntó otra alarma y luego se volvió hacia ella. Ria resistió la tentación de frotarse las manos por los brazos una vez más mientras salía del baño, arrastrando cansada su vestido cuando ella alcanzó a ver su rostro. Primitivo y salvaje simplemente no hacía justicia a su expresión. Estaba cubierto con sensual lujuria, sus ojos brillando con ella, la carne tensada por los duros planos y ángulos de su rostro. La pureza del vestido de seda blanco que ella llevaba tan bien no tenía que estar en su cuerpo. La forma en que la miraba desnudándola, reveló la punta endurecida de sus pechos y el rocío que ella sabía se estaba acumulando en los rizos entre sus muslos. — ¿Ha sido Vanderale tu amante? —le preguntó, su voz áspera, raspando con fervor animal. Ria tragó con fuerza. —No en esta vida. Crecí viendo ese hombre jugar más juegos que un maestro de ajedrez—. Ella no tenía intenciones de permitirle jugar con su corazón o sus emociones. Y Dane no estaba encima de ella. Era un buen hombre, pero su enfoque estaba ubicado en la protección de sus padres y de las Castas dejando rápidamente su huella en la sociedad. Él haría lo que fuera necesario para proteger a ambos. Y si eso significaba romper su corazón, le pediría perdón, lo lamentaría, pero lo haría una y otra vez. — ¿Y cuando te vayas de aquí? —. Se quitó su camiseta, antes de sentarse en la silla de la esquina y quitar eficientemente los cordones de sus botas. — ¿Lo llevarás a tu cama después de estar conmigo? —. Cuando ella se fuera de aquí. Ella le dio la espalda, enderezando la computadora portátil y los expedientes que había puesto sobre la mesita junto a la cama, tratando de no dejarse sentir herida con su fácil aceptación que ella iba a dejarlo. Que las cosas no iban a durar entre ellos. Finalmente se encogió de hombros y dijo—No tengo intenciones de ir a la cama con Dane—. ¿Podría permitir en su cama a cualquier hombre ahora que había estado con Mercury? La idea de ello envió a las carreras un fuerte y doloroso pinchazo de negación a través de su mente. 158
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Se enderezó y se volvió hacia él, respirando pesadamente ante la vista de él desnudo y excitado. Maldición, ¿eran todas las castas tan sexuales? Se movió hacia ella, los músculos ondulando debajo de la carne de bronce oscuro, la luz en la habitación recogiendo el brillo de esa fina y sedosa piel que los cubría. Le encantaba la sensación de los diminutos pelos contra su carne, frotando suavemente sobre ella, acariciándola. — ¿Ya estás listo para dejarme? —ella susurró, tratando de contener el dolor cuando no pudo contener la pregunta. Ella no quería dejarlo. Nunca quería estar sin él. — ¿Puedo secuestrarte? —le preguntó, mientras sus manos frotaban suavemente sus hombros, los dedos rodearon su pecho. —Cuando esto termine, quiero atarte a mi cama y asegurarme que Dane Vanderale nunca pueda sobornarte para alejarte de mi lado—. Ella lo miró fijamente, sintiendo que su corazón se derretía. Sus ojos se suavizaron, llenos de hambre, deseo y verdad. — ¿Tú no quieres que me vaya? —. —Te quiero en mi cama, a mi lado, por tanto tiempo como yo pueda mantente, Ria—. Su mano ahuecada en su mejilla. —Pero después de lo que viste esta noche, ¿puede soportar estar allí? —. Separó sus labios. —Estabas llorando por él—gruñó bajando hacia ella. —Las lágrimas caían de tus ojos y te arrodillaste sobre él, desnuda, tu cabello lo acariciaba—. Los celos latían en su voz. Primitiva casta masculina completamente celosa. Ellos eran totalmente territoriales sobre sus mujeres. Ria sabía eso, lo había visto con Leo y Elizabeth varias veces en los últimos años. Ria se sintió temblar con el recuerdo. —Pensé que estaba muerto—. El ceño fruncido rompió entre sus cejas mientras ella se alejaba de él. —Él puede no ser mi amante, pero es mi amigo—. —Un amigo que se metió en tu habitación mientras estabas desnuda en mis brazos. Un amigo que sabía que yo estaba allí contigo—señaló. —El mismo amigo que me informó que cuando esto termine estaría esperándote cuando 159
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regreses a casa—. La sorpresa la hizo volverse a él, mirándolo de cerca. Estaba completamente cómodo estando excitado y desnudo. —Dane es tan adepto a sus pequeños juegos como Jonas—. Ella se encogió de hombros cuando se trasladó a arreglar la cama. —Pero no voy a defenderme por algo que no ha ocurrido, o si va a suceder o no si ya no eres parte de mi vida—. —Yo siempre seré parte de tu vida—. El sonido de su voz, el cuerpo grande de repente detrás de ella, la erección presionando entre sus muslos, rozando contra la hendidura manchada y caliente allí, la hizo retener el aliento en su garganta. Tal como lo hizo sobre la mesa en la oficina, la inclinó sobre la cama, sus palmas apoyadas contra el colchón, su cuerpo más grande y más duro manteniéndola en el lugar cuando se lanzó sobre su cabeza de sorpresa. — ¿Lo serás, Mercury? —le preguntó, la incertidumbre llenaba su voz. —Compañeros de Castas. Ellos aparean su otra mitad—. Él se tensó contra ella, una tensión violenta se derramó de él y azotó en el aire, oprimiendo su pecho con punzantes cadenas que creyó le romperían su corazón. —Yo no podría querer a otra mujer del modo que te quiero—. Le mordió el cuello. —El calor del apareamiento estará maldito. Existen suficientes anomalías en ello que puedes conseguir ser follar en lo que a mí se refiere—. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras ella se volvió, la extendió por debajo de él y la abrazó atrapada en la cama a pesar de sus luchas. —Déjame ir, Mercury—. Sacudió la cabeza, apretando sus manos contra su pecho mientras luchaba por soltarse. Ella no iba a dejarle ver sus lágrimas. Ella no iba a llorar por algo que no tenía ninguna esperanza de luchar, ninguna manera de cambiar. Ella lo había aprendido mejor que eso años atrás. —No puedo dejarte ir—. Su voz, la aspereza gutural de la misma, el pico de necesidad y emoción que la llenaba, tenía esperanza de luchar. Y nunca había sido buena en la lucha contra la esperanza. —Mercury—. Su respiración se enganchó, la emoción casi la estrangulaba 160
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ahora. —Tú acoplarás a alguien, en algún momento—. —Ese tiempo es pasado—él gruñó. —Y ella era tu pareja—ella destelló hacia él, la ira ante eso la estaba desgarrando completamente. —La amabas con tanta desesperación que casi te volviste loco cuando la perdiste. Yo siempre seré la segunda—. —Siempre serás la primera—gruñó en su cara, silenciándola, los brillos azules en sus ojos se incrementaron, brillantes, como su voz apretada por su hambre. —Siempre, Ria. Siempre en primer lugar—. Empujó sus caderas entre sus muslos, extendió sus muslos, y antes que pudiera hacer más que jadear, rasgó su vestido en el centro con manos fuertes y poderosas. —Dime que no me deseas—exigió, la cabeza gruesa de su polla presionando contra los humedecidos pliegues entre los muslos. —Dímelo ahora, Ria, que podrás desear a otro hombre tan desesperadamente como me necesitas ahora—. Ella no podría desear nada en la vida tanto como deseaba a Mercury. No podría sufrir, necesitar o soñar cualquier otra cosa tanto como tener una vida en sus brazos. Cuando ella miró en sus ojos más temprano, mientras la furia salvaje lo consumía y luchaba para proteger su desnudez de los demás, ella supo que nada importaba salvo Mercury. —Yo no estaba llorando por Dane—admitió. —Yo estaba llorando porque tenía miedo—. Hizo una pausa. — ¿De mí? —. La primera lágrima cayó libre. —De que ellos trataran de robarte de nuevo. De que ellos vieran tu sentido protector como el cambio salvaje. De perderte, Mercury. Y yo no podría soportar perderte—. El silencio se extendió entre ellos, su duro cuerpo cubriendo el de ella, su polla palpitando en la entrada de su cuerpo. Sus caderas giraron, separando más los pliegues, empujando dentro de ella, lentamente, hasta que su carne rodeó la gruesa y vibrante crestas. —Te necesito más de lo que necesito la libertad—. Bajó la cabeza y le susurró las palabras en su oído. Y más lágrimas cayeron. Porque ella sabía de la necesidad de libertad de las 161
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castas y sospechaba que su necesidad de ella era más feroz, más fuerte que cualquiera de los demás. —Tú eres mi compañera, Ria—gruñó en su oído. —En mi alma. Tú eres mi compañera—. Se movía en su interior, sepultándose más profundo dentro de la desesperadamente apretada carne que lo esperaba. Ella lo rodeó, se arqueó hacia él y dejó caer un grito de sus labios. —Esta es la libertad—. Su rugido era cerrado, grueso, hambriento. —Aquí, enterrado dentro tuyo, corriendo de prisa contigo a través del placer. Esta es mi libertad—. Ria lo rodeó con sus brazos y se aferró a él. Una vez que él estuvo muy dentro de ella, ella no quería nada más que sentirlo moverse, empujar. En cambio él se tranquilizó, toda su longitud enterrada, extendiéndola, quemándola. — Mírame, mi dulce Ria—. Sus labios rozaron los de ella. —Mírame, bebé. Ve cuánto te necesito. Cuánto te deseo—. Ella abrió los ojos, la mirada borrosa por las lágrimas que corrían por las comisuras de sus ojos. — Sin lágrimas—. Él las besó. —Sólo tú y yo, Ria. ¿Nos negarías esto a ambos? ¿Te alejarías y volverías al frío, cuando podría estar a tu lado, calentándote? —. No podría. Nunca podría volver al frío y ella lo sabía. No de buen grado. No sin sufrir, sin sentir sus partes de las que Mercury se adueñó ahora gritando de agonía. —Perderás tu pareja—susurró. — ¿Cómo puedo perder a mi pareja? —- La besó en la comisura de los labios, lamió la curva inferior. —Ella está aquí, en mis brazos. No voy a pederte, Ria, porque no te dejaré ir—. La besó. Sus labios cubrieron los de ella, su lengua se deslizó dentro y ella probó algo salvaje, indomable, en su hambre. Un sabor sutil que estaba allí y se fue rápidamente. Sus brazos rodearon su cuello cuando ella se aferró a él, sintiéndolo mover, sintiendo la gran anchura de su erección frotándola lento y fácil. —Así, bebé—gimió, moviendo sus labios por su cuello. —Abrázame, 162
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agradable y caliente, así como esto—. Lo ordeñó. Podía sentir su vagina ordeñando su carne, contrayéndose a su alrededor, acariciándolo y siendo acariciada mientras volaba en sus brazos. La necesidad construida, consumiéndola, creando una llama diferente a cualquier sensación que hubiera experimentado con él. Ella se retorció y se retorcía debajo él mientras sus caderas se estrellaban contra las suyas, enterrando su polla dentro de ella, mientras gruñía, gemía, gritaba con cada movimiento de avance. Hubo un endurecimiento en su útero, más fuerte, más profunda que antes. Una necesidad de su sabor que la tuvo rogando por su beso, buscando los labios de él. Su lengua arponeó en sus labios como su polla se hundió en su interior. Estaban corriendo a máxima velocidad con el placer, las llamas azotando a través de ella, quemándola cuando su lengua bombeó en su boca. Cerró sus labios sobre ella, se amamantó cuando él se echó para atrás, entonces se acercó de nuevo. El instinto la llevó a aferrarse a él, a encerrarlo tan profundo dentro de ella que nunca hubiera riesgo de perderlo. —Abrázame—gritó, aún cuando él hizo justamente eso. Envolverla con sus brazos, apretarla y tomarla, empujándola, lanzándola sobre el borde de la locura cuando el orgasmo la desgarró completamente. Ella explotó, fragmentándose y fundiéndose en torno a él mientras se arqueó y sintió contraer su útero, su clítoris liberó la agonía de necesidad dentro de él mientras su sexo apretaba y vibraba. Su liberación la empapó, bombeó dentro de ella con duros y calientes chorros, y cuando sus caninos rasparon su hombro, ella juró que se vino de nuevo. Estaba volando con él. Él era una parte de ella, derramándose dentro de ella, marcándola con sus dientes, con su tacto y con su hambre. Nunca estaría libre de él. Sin embargo, sabía, como él había dicho antes, que la libertad existía en esto. Sólo en estar con él. Pasó un buen rato antes que la levantara a sus almohadas, arrastrara la sábana sobre ellos y apagara las luces. Él no le dio la oportunidad de tener frío, porque su cuerpo grande y caliente la rodeó. —No sé si podría dejar de matar a otro hombre que te toque. Incluso Dane— le dijo mientras le besaba con suavidad la marca de la mordida en el hombro. Él siempre hacía eso. Encerraba sus dientes en su carne cuando gruñía su 163
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liberación, y ese minuto doloroso siempre enviaba aceleraba su cuerpo y su orgasmo desgarraba a través de su organismo. Entonces Ria miró en la oscuridad, sintiéndolo en su interior, donde no debería haber sido capaz de invadirla. Él había roto los escudos que rodeaban su corazón y lo robó tan completamente como nunca otro lo hizo. —No me gusta perder cuando amo—susurró en la oscuridad. Cada vez que lo hacía, ella se recordaba cuando era una niña, de sólo seis años, meciéndose en la cama de su madre cuando llegó la noche y su madre no había regresado a su pequeño departamento. Recordó que tiene hambre y frío y demasiado miedo de la oscuridad para aventurarse fuera de la cama. Se recordó llorando por su madre, y sabiendo que no iba a volver a ella. Ese mismo dolor la llenaba cada vez que se había permitido sentir seguridad, o sentir amor. Porque cada vez que lo había hecho, había sido abandonada. Y nunca había querido a alguien como a Mercury. —No te dejaré, Ria—. El estruendo de seguridad en su voz la hizo relajarse en sus brazos. —Te lo prometo. Voy a mantenerte cálida—. Su compañera estaba muerta, se recordó. Ida para siempre. Y las Castas sólo se acoplan una vez. No era como si alguien pudiera entrar y alejarlo de ella. Podía pertenecerle. Podía dejarse pertenecer. Dejó el miedo y la ansiedad filtrarse de ella hasta que el sueño se apoderó de ella. Soñó que oía ronronear a su casta detrás de ella mientras ella dormía, luego ella lo marcó con su propia necesidad de conocer, de pertenecerle tan completamente como ella sentía que debía. Ella sintió sus labios tocar los labios de ella, y saboreó algo tan salvaje y primitivo que arrancó un gemido de sus labios, llenó su boca y luego ella se dejó hundir más profundamente en el sueño. Porque no conocía nada que pudiera hacer esto fácil. Algo o alguien lo alejarían de ella. Después de todo, ahora que estaba jugando con el fuego definitivo, no había manera de no quemarse. ***
El animal esperó hasta que el hombre dormía. Sólo cuando él dormía era seguro salir. El hombre estaba mirando, en guardia, fortaleciendo su control contra la libertad del animal.
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Pero aquí, en el sueño, con sus defensas bajadas por la mujer, el animal encontró ese mínimo indicio de libertad. Se acercó lentamente, abrió los ojos del hombre y miró a la mujer. Ella dormía acurrucada contra el pecho del hombre, su expresión en paz. Sin embargo, había una parte de ella que no estaba en paz. El animal podía sentir su dolor, incluso en su sueño, y trató de consolarla. Le dejó libre un suave murmullo de un ronroneo, lo dejó vibrar contra su mejilla, mientras extendió la mano y sintió su pelo contra los dedos del hombre. Ella se relajó un poco. Una pequeña sonrisa tocaba sus labios, los labios que se abrieron para el placer del hombre, para el placer del animal. En esos momentos el animal podía estar más cerca, sentir más, y el hombre no era consciente. Pero aún así, la mujer no estaba atada a él lo suficiente. El hombre temía que se fuera. El casta, el híbrido que había invadido su guarida más temprano, pensaba tenerla para él más tarde. El animal había sentido la fuerza del animal interior de ese hombre. No hubo amenazas de un apareamiento, pero hubo la amenaza que el hombre pudiera tocarla, marcarla, poseerla. El animal no podía permitirlo. Temía lo que el hombre temía, y ningún otro podía poseer a su compañera. Se escapó más de su celda, se dejó extender, lo justo, lo suficiente para que las glándulas en la lengua del hombre comenzaran a engrosar el menor trocito. Y el hombre buscó a su mujer, puso sus labios contra ella y deslizó su lengua. El animal gruñó en silencio, y se aseguró que hubiera más del sabor que ataría a la mujer a él. Lo suficiente para alimentar su organismo, para asegurarse que ningún otro pudiera tenerla, ningún otro estuviera autorizado a reclamarla. Cuando el beso excitó tanto al hombre como al animal, se retiró una vez más. El hombre suspiró y metió su cabeza en su hombro, su lengua lamiendo sobre la primitiva mordida que había dejado en ella una vez más. El resto de la hormona alimentó esa mordida en su carne. El poder que le tomaba al animal deslizarse tan silenciosamente, para controlarse con tal exigente precisión era cansador. Si sólo el hombre no observara al animal con horror. Si sólo el hombre no reforzara las cadenas que rodeaban al animal cada vez que se despertaba, no habría sido tan duro. El animal se mezclaría con el hombre, si él se lo permitiría. Protegería a ese hombre y a la mujer. Derramaría su fuerza en el hombre y le permitiría ser la 165
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casta que había sido creada para ser. Por ahora, el cansancio caía sobre él. Se derrumbó dentro de sus cadenas, una vez más y se dejó descansar. No era un sueño verdadero, porque no había miedo de la oscuridad y de la noche eterna que había conocido durante tantos años. *** La mañana siguiente amaneció fría. Había un toque de nieve en el aire, y cuando Ria y Mercury salieron de la cabaña a la limusina esperando fuera de la puerta, ella se dio cuenta que el invierno estaba definitivamente en las montañas, donde las castas hicieron sus casas. Estaba envuelta apretada en un gran abrigo de cuero que Mercury le había dado. Llevaba otra falda, pero sólo porque él se había llevado sus pantalones vaqueros cuando fue a vestirse. No es que Ria fuera una persona de vaqueros, ella no lo era. Incluso su ropa casual eran sobre todo vestidos. Sólo vestía jeans cuando una falda o un vestido no se podían aplicar. Sin embargo, ella tuvo que admitir que los trajes de falda y vestidos que había traído con ella eran los peores que poseía. Ellos eran sus “persona” ropas, no su atuendo preferido. Sin embargo, hoy en día llevaba uno de los mejores equipos que había traído. La falda no era voluminosa, sino que era de algodón suave con un pequeño vivo en las rodillas, y el color gris apagado no iba en detrimento del atractivo corte de la prenda. El conjunto con el suéter ligero de manga larga hacía que sus ojos marrones parecieran más oscuro, tal vez un poco más guapa. Ria no era grandiosa en su propio aspecto. Sabía que era más bien simple. Sus ojos eran su mejor característica, estaban rodeados de espesas y oscuras pestañas y hacían juego con su carne más oscura, cortesía de las raíces americanas y portorriqueñas de su padre. Cuando se deslizó en el calor de la limusina y Mercury se ubicó cómodamente contra ella, Ria no pudo dejar de pensar en la madre que apenas recordaba, en el padre que no había conocido porque murió cuando ella era aún una niña. Ella había estado tan sola que a veces, a lo largo de los años, había sufrido ante esa soledad. Hasta Mercury. Hasta que él dio un paso adelante y llenó todos los lugares fríos y vacíos, y le hizo preguntarse cómo había sobrevivido sin él. Pero no se podía apreciar o extrañar plenamente, lo que nunca se había tenido, se recordó en silencio. Hasta Mercury, ella no tenía idea de la profundidad con la cual podría pertenecer a otra persona. No sabía con qué 166
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facilidad se podía perder en los brazos de un hombre el núcleo elemental de exactamente quién y qué era. Y ella lo había hecho la noche anterior. Cuando él le había susurrado que ella era la compañera de su alma. Que era su alma. Cuando se había envuelto en sus brazos, protegido con su cuerpo y ayudado a dormir con sus votos. —Te preocupas demasiado—. Ria miró a su amante mientras su mano se deslizó más allá de la apertura de su abrigo y la acarició suavemente por debajo de la falda. Había estado desbalanceada desde el despertar. Parecía no poder decidir si necesitaba llorar o tirar su cuerpo al piso y frotarse contra él. Tomarlo. Explorar con él en formas que no habían explorado todavía. Él la había tomado en la ducha. La había tomado después de su primera taza de café, y todavía se quemaba por dentro por él. —Va a ser difícil asegurarse que tenemos todo en su lugar una vez que logremos atrapar al traidor en el Santuario—. Ella habló bajo, a pesar que Mercury había elevado la ventanilla, y el conductor, el Casta Lawe, había estado presente durante la reunión de la noche anterior. —Oh, él va a ser capturado. Y estará muerto—. El gruñido subyacente en su voz era uno de venganza. Ria sacudió la cabeza. —Hay más de uno. Una sola persona no podría sacar esto adelante—. —No importa cuántos haya—. Su mano se deslizó más arriba, causando que retuviera su respiración cuando sus dedos tocaron el material húmedo de sus bragas. Esta vez, su gruñido era sexy, sensual. —Sigues estando húmeda para mí—. La alzó en sus brazos, mirándola a los ojos, el beneplácito y la excitación construyéndose en sus ojos ahora. —Eres adictivo, incluso sin el calor del apareamiento—. Ella empujó los dedos de una mano en su pelo y acercó sus labios a los de ella. Amaba su beso. La sensación de sus labios moviéndose sobre los de ella, sus manos sosteniéndola mientras entrelazaba su lengua con la de ella, y ella juró que había sólo una pista, del más delicado sabor de sus sueños.
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—Esa cámara va a salir de la oficina hoy en día—murmuró contra sus labios. —Crowl puede metérsela por el culo, si quiere. No hay manera que pueda esperar todo el día para tenerte de nuevo—. Su corazón se aceleró con el conocimiento que no había tenido suficiente de ella. Y ella era lo suficiente mujer como para admitir que alimentaba esa pequeña parte de su ego que era completamente femenina. —Crowl podría sacudirse en sus pequeños zapatos si intentas ahogarlo de nuevo—. Ella sonrió contra sus labios, amando la sensación de estar tan cerca de él. Tan cerca que se besaban mientras hablaban. Que podía oír latir su corazón contra el costado de su pecho y el calor de su cuerpo envolviéndola, robando a través de la chaqueta de cuero. Él empujó el cuero de su hombro, bajó su suéter de un costado y le robó el aliento cuando lamió la marca que había dejado en ella. —Nunca he marcado a otra mujer—le dijo, besando suavemente la pequeña mordida. —Sólo a ti, Ria—. Ella no sabía para que necesitaba esa información, pero la tenía. El vago temor creciendo dentro de ella se calmó con el conocimiento que nadie más, ni siquiera la muchacha que debería haber sido su compañera, había llevado su marca. Inclinó su cabeza más hacia el lado, y en los pocos momentos de intimidad que tenían se deleitó con su toque. Y a Mercury le gustaba tocarla. Acariciarle el pelo. Por la mañana se había negado a permitirle que lo atara. Ahora fluía a su alrededor, el grosor, la longitud perfecta para él, para recorrerlo con sus manos y llenarla de placer. Ella mantuvo su pelo largo, por razones muy específicas. La imagen de vieja solterona no iba muy bien con el pelo corto. Además, el pelo corto tenía una tendencia a hacer que su rostro parezca un poco gordito, no muy estudioso o lo suficientemente grave. Había necesitado el aspecto estudioso. Pero ella sabía ahora que nunca se lo cortaría de nuevo. A causa de esto. Sus ojos aleteaban cerrados en el placer, mientras sus manos la acariciaban a través de su pelo y su lengua lamía la herida en su cuello. —Ya casi estamos allí— gruñó. Ella no quería estar allí. Quería estar aquí para siempre. De repente, Ria tenía un muy mal sentimiento por el Santuario, uno que era mucho más profundo que la conspiración que sabía se estaba construyendo allí.
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La parte femenina de ella se levantaba en su interior, alertándola. Le había dado demasiado de sí misma, y ahora corría el riesgo de perderlo todo.
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Leigh, Lora CAPITULO 15
Callan y los otros se estaban encargaban de agregar el programa fantasma en un servidor del recinto y dentro de la oficina, cámara cubierta, Ria se estaba encargando del envío de los distintos expedientes y de la información mediante el programa independiente que había conectado a una unidad fantasma que ahora le posibilitaba usar la computadora del sistema informático que le habían dado para trabajar. No había líneas externas en el equipo, era completamente autónomo. Ni siquiera estaba conectado al servidor principal del recinto. No había manera de salir de él, ninguna manera de entrar en él excepto desde el asiento en donde ella estaba sentada La unidad fantasma era simple. Se adjuntaba a la computadora como otro disco duro, pero una vez que se desconectaba, todos los signos de ello eran eliminados por completo de la computadora a la que fue adjuntada. No había manera de saber que había estado allí. Eficiente para ella, porque le permitía pasar completamente los archivos que necesitaba descifrar para revelar el código, sin embargo, muy malo para la Dra. Elyiana Morrey. Porque muchas de las transmisiones que Ria había puesto en duda habían venido de su oficina. Mientras trabajaba, era muy consciente de Mercury sentado frente a ella. Hizo lo que siempre hacía, leer una de las revistas que estaban sobre la mesa al lado de la silla, pero a diferencia de siempre, su piel hormigueaba con la necesidad de frotarse contra él. Frotarse contra él era un placer en sí mismo. El pelo fino y extra suave del que estaba cubierto el cuerpo de Mercury era único. La sensación era, ¡oh!, ella realmente no debería ir por allí. —La mirada en tu cara está haciendo que consigas ser follada—. Alzó su cabeza y sintió que un rubor bañaba su rostro ante la mirada que le estaba dando. —Bloquear la puerta es fácil—. Echó un vistazo a la cerradura. —Y muy simple—. Sacudió la cabeza y volvió a su trabajo. Esta parte de su trabajo era un juego de niños. Se trataba simplemente de reunir los archivos sospechosos, enviándolos a través del programa, luego guardar en la unidad fantasma aquellos que necesitaba descifrar. El trabajo de verdad venía cuando llegara el momento de descifrarlos. — ¿Qué tan cerca estás tú y Dane? —le preguntó unos minutos más tarde. 170
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Ria levantó la cabeza lentamente y lo miró. Él había dejado la revista a un lado y la miraba, encorvado en la silla, un tobillo yaciendo en la rodilla opuesta, su codo apoyado en el brazo de la silla mientras se frotaba la barbilla con el dedo índice. La postura era tan sexy, tan viril, que ella quería venirse solamente ante la vista de ello. Pero la pregunta, planteada con la justa cantidad de serio interés, le advirtió que había algo más debajo de la superficie que un hombre sexy e inquietante. — ¿No hemos pasado por esto? —ella preguntó. —No, tenemos una respuesta satisfactoria si o no tú has dormido con él o intentas dormir con él—le dijo para refutarla. —Eso no responde la pregunta de por qué creyó que podía invadir tu dormitorio o por qué se muestra con un aire de protección hacia ti—. Sacudió la cabeza ante eso. —Mi madre trabajó para Vanderale. En la oficina principal. Cuando un vecino se enteró de la muerte de mi madre, contactó a Dane para saber si yo estaba en el coche con ella, porque ella no había oído hablar de una manera u otra sobre una niña. Dane fue el que me encontró en nuestro apartamento tres días después—. Ella había pasado hambre, aunque había comida en la cocina. Había tenido sed, y había agua disponible. Pero su madre no había estado allí, y ella fue una buena niña. No se trepó y no trató de cocinar. Y su madre no había contactado con el vecino para vigilar a Ria ese fin de semana porque el vecino había estado enfermo. La madre de Ria había tenido secretos, y ella le había enseñado a Ria cómo quedarse sola si era necesario. —Mamá sólo supuso estar fuera durante unas pocas horas—dijo en voz baja. —Yo iba a ser buena hasta que regresara—. — ¿Y ella no regresó? —. Ria sacudió la cabeza. —Dane llegó. Entró en el dormitorio, y en el momento que lo vi, supe que mis temores de que mi madre no volvería eran verdaderos—. Ella recordaba eso tan claramente como recordaba el día de ayer. Mirándolo cuando él entró en la habitación, su expresión surcada con la pena cuando se trasladó a la cama, la recogió y la llevó del departamento. Sacudió la cabeza. —Yo bebía agua del grifo del cuarto de baño. Podía llegar a él—. Ella se encogió de hombros. —Había un poco de queso, un poco de fruta en el refrigerador y lo había comido. Y dormí acurrucada en la cama de mi madre—.
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Durante tres días, sola. Mercury le devolvió la mirada, oyendo el horror de un niño en las palabras demasiado tranquilas con que el adulto hablaba. —Los Vanderales cuidaron muy bien de mí—. Se aclaró la garganta. —Me encontraron a una familia de acogida y cuando eso no funcionó, encontraron una mejor. Finalmente nosotros tuvimos suerte la tercera vez, pero yo ya estaba en mi adolescencia. Ellos recompensaban a las familias por cuidarme. Dane a menudo me llevaba a comprar la ropa que necesitaba y lo útiles escolares. Él me trajo regalos de Navidad y, a veces, he pasado un extravagante fin de semana aquí y allá en la finca Vanderale cuando ellos estaban allí—. Pero nunca había tenido una familia propia. Había sido trasladada de un lugar a otro, y él tuvo la sensación que en unos pocos de esos lugares no habían sido felices. — ¿Cómo llegaste a trabajar para ellos? —. La miraba, reconstruyendo la información que Jonas tenía reunida sobre ella con lo que dijo. Ella se encogió de hombros. —Estaba en la finca un fin de semana cuando tenía dieciséis años. Había estado volviendo loco a Leo. Yo siempre era una mocosa—. Ella bajó la cabeza. Mercury supuso que había estado siempre en busca de atención, buscando un lugar para encajar —De todos modos, me empujó a su despacho, me sentó en un escritorio y me dijo que si podía encontrar el rompecabezas en los documentos de allí, entonces él me enseñaría a montar uno de los caballos de la finca. Eso era lo que yo estaba pidiendo—. Ella sonrió. —Pensé que él no creía que pudiera hacerlo. Cinco minutos más tarde, encontré el código que tenía que buscar, pero también lo había descifrado—. — ¿Y él te enseñó a montar? —. Su mirada se apartó de él. —Finalmente, sí. Leo siempre mantiene su palabra—. Pero él no le había enseñado a montar ese día, supuso. —Volví a mi familia de acogida de esa semana y me pusieron en clases especiales. Cuando cumplí los dieciocho, Leo tenía mi propio apartamento esperándome, y un puesto de trabajo, así como formación. He estado allí desde entonces—. Y ella siempre había estado sola. —Fue entonces cuando Dane comenzó a entrar a escondidas a mi habitación—suspiró. —Dejaba cosas en mi almohada. Una baratija. Entradas para ver una película o un concierto. Cupones para una tienda de ropa. Pero por lo general era al mismo tiempo que yo encontraba evidencia de su 172
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imprudencia—. Esbozó una sonrisa, que le dijo que había disfrutado del juego tanto como Dane. —Ahora él me soborna para que no vaya al Leo. A Leo le gusta bramar contra él por ponerse en peligro. Y se enfurece conmigo por no decírselo—ella terminó burlonamente. Leo no estaría furioso con ella de nuevo, Mercury se prometió. Se aseguraría que Dane, así como Leo, entendieran claramente que Ria ya no era la guardiana del otro hombre. — ¿Nunca te casaste? —. Sacudió la cabeza, bajándola una vez más, dejando que su cabello ocultara su expresión mientras trabajaba. O pretendía trabajar. Ahora podía sentir su incertidumbre fluyendo a su alrededor. — ¿Has tenido muchos amantes? —. Ella se encogió de hombros. —Unos pocos—respondió, todavía sin mirarlo. — ¿Nadie que resistiera? —preguntó con suavidad. Levantó el mentón. Ahora el orgullo brillaba en sus ojos, su expresión era apretada mientras lo miraba. —Yo no necesito un hombre para completarme—le informó cuando se paró y rodeó el escritorio hacia la mesa de los expedientes. —Yo tuve acompañantes para las funciones que requerían uno, y si decidía que quería un amante, sabía cómo encontrarlo—. —No me cabe duda de eso ni por un momento, Ria—murmuró. —Me pregunto por qué querías uno rara vez". Ella frunció el ceño. — ¿Y qué te hace llegar a esa conclusión? —. Movió sus dedos sobre su traje. —Tienes un cuerpo estupendo, pero te vistes como la tía soltera de alguien. Recoges tu cabello en un apretado moñito y cuando trabajas usas anteojos que vienen del siglo pasado, en lugar de tener hecha cirugía correctiva. Te vistes para ocultar—. Y la luz de la batalla brillaba en sus ojos. — Me visto para trabajar—le dijo secamente. —Esto—ondeó con la mano por el equipo—es seguro. Sencillo. Y completa la imagen de la pobre huerfanita por la que los Vanderales sintieron lástima. Consigue resultados. No soy vista como una amenaza, ni soy vista como alguien que necesita ser sospechada de búsqueda de secretos—. —Y no arriesgas tu corazón, porque estás segura que llevabas un escudo 173
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que grita mantener distancia—le dijo. Él podía verlo ahora. Él lo había visto en el momento en que bajó del avión, esos ojos agudos captándolo todo, ese moño doméstico en su lugar y esa ropa desaliñada cubriendo su cuerpo. Ella se quedó callada. Cruzó los brazos sobre el pecho y le devolvió la mirada impasible. Esa mirada sublevó algo en su interior que lo hizo sondear atentamente por el cambio salvaje del que él era tan cauteloso. Era como un primitivo estirón, un desafío a una parte interna de él que no había sentido en mucho tiempo y que lo hizo detener. Como si el animal que los científicos pensaban que habían matado dentro de él estuviera llegando, exigiéndole empujarla, para liberar a la mujer que sabía se escondía detrás esos ojos. — ¿Qué te pondrías para mí, Ria? —le preguntó, dejando que sus ojos vagaran por su cuerpo. —Tienes unas piernas encantadoras. ¿Tacones altos en lugar de los tacones gruesos que estás usando? —. Sus labios se apretaron con fuerza. —Usas seda para dormir, trajes que hacen agua la boca por masticar tu cuerpo bonito. Sé que tus pechos son perfectos, perfectos para mis manos, para mis labios. ¿Usarías seda que insinuara esas curvas? ¿Faldas que desnudaran tus bonitas piernas? —. — ¿Ya tratando de cambiarme, Mercury? —le preguntó con falsa dulzura. —En realidad duró más de lo que esperaba—. Él sonrió ante eso. Estaba empujándola, desafiándola, y pinchándola ante las necesidades que sabía que ella tenía. Ella había sido la burócrata de Vanderale durante tanto maldito tiempo que no sabía cómo ser otra cosa. La quería siendo ella misma. Quería esa mujer salvaje que podía ver en su interior. La que arañó sus hombros, mordió su brazo cuando llegó, tal como él le mordió el hombro. —Te desafío—. Expresó lo que él sabía que ella no quería oír. —Tan sólo un día. Sólo conmigo. Muestra la mujer que ocultas, Ria. Muéstrame cómo se viste, cómo se ríe. Muéstrame cómo vive—. Sus ojos se oscurecieron, pesar y dolor, el deseo y la necesidad parpadeaba dentro de ellos. Sacudió la cabeza y miró su ropa. —Lo que ves es lo que hay, Mercury—.
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Sacudió la cabeza ante eso. —Lo que veo es la cáscara de la mujer que se abre y grita debajo de mí cada noche. Quiero todo de ti, Ria. Todo—. — ¡Lo que ves es lo que hay! —repitió cuando se enderezó desde donde estaba apoyada contra la mesa. Tironeó los expedientes que necesitaba y volvió al escritorio. Él estaba esperándola. Cuando pasó junto a él, Mercury se extendió, la capturó rodeando sus caderas y la arrastró a su regazo. Alcanzó los expedientes antes que ella pudiera caerlos y los puso a salvo en la mesa junto a él mientras acalló su lucha con el simple hecho de besarla. La besó salvaje y duro, la súbita necesidad de llenarla montándola con toda la lujuria generó que un gruñido desgarrara de su garganta. Maldita sea. Ella iba a volverlo loco por besarla. Era como hundirse y ser envuelto en puro fuego y disfrutar cada segundo de ello. La quería desnuda, él quería estar desnudo con ella. Quería sentir su roce contra él, acariciando su carne y suplicándole con esos pequeños gemidos desesperados para que la haga venir. —Mercury—. Ella suspiró su nombre cuando sus labios separaron los de ella y él abrió los ojos, mirando su cara, viendo la belleza que ella trataba de ocultar al mundo. Pómulos delicados, pelo tan hermoso. Largo, grueso y sensual. Él podría enterrar sus manos en él y nunca tener que preocuparse de no tener suficientes hilos gruesos de seda para acariciar. Esa barbilla terca. Cejas perfectamente arqueadas. Y debajo de esas ropas, creado para conducir a los hombres a la locura con sus propias fantasías de lo que podría estar tratando de ocultar, estaba un cuerpo estupendo. —Se salvaje conmigo, Ria—él canturreó en voz baja mientras dejaba que sus labios recorrieran esa pequeña y terca barbilla. —Deja de esconderte de mí. No te escondas de mí—. Deseaba a la mujer que había percibido en ella desde el momento en que la conoció. La mujer esforzándose para emerger por debajo de su carne. — ¿Quién podría ocultarse de ti? —susurró nerviosamente. —Ni siquiera das una oportunidad de pensar a una niña antes de empezar a empujarla fuera de su zona de seguridad—. —No necesitas una zona de seguridad, Ria—le prometió, levantando la 175
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cabeza para mirarla, sintiendo el duro e intenso impulso aumentar dentro de él por tomarla, cuando él la sintió apretar sus nalgas contra el crecimiento de su erección debajo de su uniforme. —Nunca necesitaste una. Todo lo que necesitas es toda esa salvaje pasión dentro de ti—. Sonrió al pensar en ello. — Y me volverás loco con eso, aunque me encantará ver la mujer que eres—. Ria se obligó a la luchar contra su apretón para pararse y empujó el pelo hacia atrás sobre los hombros mientras miraba a Mercury confundida. Él quería algo de ella que nunca nadie había querido. Infierno, estaba viendo cosas en ella que pensó que había mantenido en secreto, incluso de sí misma. Pensó en la ropa que había en la casa, conjuntos que sólo usaba para ella, que rara vez les permitía ver a quienes la conocían. Las faldas más cortas, la ropa ultrafemeninas. Los zapatos que hacían que sus piernas parecen más largas, que la hacían sentirse más sexy. Sacudió la cabeza al pensar en ello y se alejó de él, ignorando el perverso y conocedor brillo en sus ojos. —Tienes miedo—. Su voz era un profundo retumbo de seguridad. — ¿Qué tanto miedo, Ria? —. De las cosas que siempre había tenido miedo. Ver que alguien la abandonaba sin las redes de seguridad que había construido para sí misma. —Estás pidiendo demasiado y demasiado pronto—. —Sólo estoy pidiendo por la mujer que yo sé que estás escondiendo de mí. Te lo dije, no voy a aceptar eso. Lo deseo todo—. Él quería todo. ¿Quería que todo lo de ella, pero ella no podía tener todo de él? De alguna manera, a pesar de su incapacidad para controlar eso, ella no podía ver la equidad en lo que él quería. Sacudiendo la cabeza, se apartó de él, sólo para calmarse un segundo más tarde cuando lo sintió a sus espaldas, presionando contra ella. Elevando su falda. Ella no podía moverse. Se detuvo como si sus manos tuvieran el poder de encadenarla en el lugar con no más que el más ligero de los toques. — ¿Qué quieres de mí? —él preguntó, su voz moviéndose a través de ella mientras sus labios acariciaban la concha de su oreja. Sacudió la cabeza. Ella no podía tener lo que necesitaba de él. O, al menos, se encontró temiendo que deseara lo máximo.
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A continuación sus manos modelaron y abarcaron las curvas desnudas de su trasero. Las correas que llevaba la dejaban desnuda, dejaban los globos desnudos bajo sus manos. Ria podía sentir su cuerpo respondiéndole, sintió su toque en lugares que sabía que nunca debería haberlo sentido. Sentía ese núcleo de rebeldía largamente olvidado brotando en su interior. El que le exigía acción, le exigía reclamar lo que ella sabía era suyo. —Sólo te deseo a ti—finalmente susurró. —Vuélveme loco, Ria—. Él sonrió contra su cuello mientras sus dedos se deslizaron debajo de la tela de su ropa interior, siguieron la pequeña correa entre la hendidura de su trasero hasta que llegó al dolorido centro de su cuerpo. —Tienes mi permiso—. —Ya estás loco—dijo jadeando. Ella no parecía poder respirar el suficiente aire, no lograba encontrar su equilibrio, cuando lo sintió conducir la punta de su dedo en su interior. Ria jadeó, arqueó la espalda y sintió sus jugos acumulándose entre los muslos con su toque. Ella no podía conseguir lo suficiente de él. No importaba lo mucho que lo intentara, no podía saciarse con su toque. —Sólo tú lo has hecho con esta clase de locura, Ria—. Sin embargo, otra mujer lo había hecho con otra clase de locura. La clase de locura que casi lo había destruido. La clase que lo había hecho matar con sus propias manos desnudas cuando la perdió. — ¿Crees que yo sería diferente si te pierdo? —. De repente su voz era salvaje en su oreja, la ira pulsando en ella. —Puedo sentir tu dolor, Ria, y sé qué diablos estás pensando—. La soltó, dejándola ir tan deprisa que casi se tambaleó sin el apoyo de su cuerpo. —No sabes lo que estoy pensando—. Sacudió la cabeza, de espaldas a él mientras luchaba por limpiar su expresión. —Puedo sentir cuánto te duele—gruñó a sus espaldas. —Puedo oler tu dolor y eso me desgarra completamente como una cuchilla—. Se volvió hacia él, viéndolo cuando se pasó los dedos por el cabello antes mirarla ferozmente. —Voy a manejar esto—. Ella regresó a su silla con paso inseguro. —No eres tú, Mercury, soy yo—.
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Era esa vaga sensación de pánico moviéndose dentro de ella. El pánico que había sentido cuando niña cuando su madre llegaba tarde. El pánico que había sentido antes que Dane llegara para sacarla de una familia de acogida, para trasladarla a otra. Era el pánico que sentía cada vez que alguien se alejaba de ella. Ella sabía lo que iba a venir. Iba a perderlo. Lo miró, viendo como apretaba sus facciones, haciéndolo parecer más poderoso, más sensualmente peligroso. Un segundo después, él se movía detrás de su escritorio. Retiró su silla y se arrodilló delante de ella. Ella no supo que esperar, pero no había esperado que sus manos agarraran sus caderas, y no había esperado encontrar la falda alrededor de sus caderas con tanta rapidez que no pudo luchar contra ello. Y entonces ella no quiso luchar. Respiró con una áspera respiración mientras él besaba el sensible montículo por debajo de sus bragas, mientras ella miraba su gran cuerpo doblado hacia ella, levantando sus piernas hasta sus hombros, mientras sus labios se movían sobre la seda húmeda de sus bragas. —El olor de tu necesidad me está volviendo loco. Yo nunca he olido la lujuria de otra mujer como ésta. Sutil y salvaje, alcanzándome y triturando mi control—. Se quedó mirándolo en estado de shock cuando él levantó su pierna, mirándola por debajo de las pestañas, mientras le sacaba el zapato, arrojándolo a un costado y apoyaba su pie en el borde del escritorio a su lado. —Me encantan estas medias—. Besó la carne desnuda encima de la parte superior de encaje de las medias de seda. —Eres depravado—. Ella suspiró, y no era una protesta. Era un suspiro de total aprobación. No creía que nunca se hubiera sentido más traviesa o más mujer que lo que ahora lo hacía. Ella debería haber estar avergonzada. Ella debe haber sentido al menos una pizca de vacilación, extendida abierta para él de esta manera, su pie en el escritorio, descaradamente húmeda y ansiosa. —La puerta—. Tragó saliva con fuerza. —Trabada—gruñó, levantando la otra pierna por encima del brazo acolchado de la silla. —La cámara está cubierta, y que tú estás dulce y húmeda para mí. Voy a comerte como un dulce, Ria. Justo aquí. Como mi propia y pequeña recompensa—. 178
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Tiró de las bragas hacia un lado, gruñó y lamió a través de la saturada rendija, con un golpe lento y suave de su lengua que era sólo un poco rasposa, un mucho excitante. —Me encantan estos rizos—. Frotó los labios contra los húmedos rizos, sopló contra ellos, y Ria tuvo que morderse el gemido que amenazaba caer de sus labios. —Están tan húmedos, tan suaves en contra de mis labios—. Los sopló de nuevo, creando una caricia sutil que tuvo a su clítoris hinchado, dolorido. Cuando se movió de nuevo, era para lamerla. Un movimiento lento de su lengua desde su entrada a la yema hinchada, a su clítoris. Un rasposo sonido de placer extrasensorial de su lengua cuando ella se apoderó de su pelo y susurró ese gemido que estaba tratando tan duramente de contener. Tendría que tener cuidado. ¡Oh Señor!, si ella comenzaba a gritar aquí, entonces todas las castas en la casa iban a escucharla. ¿Le importa si la oían todas las castas de la casa? Se sentía tan bien. Su cabeza rodó contra el respaldo de la silla mientras luchaba por contener un grito. Ella no podía gritar. Sollozó. Se mordió el labio. Golpeó sus manos en los brazos de la silla y apretó, entonces deslizó sus dedos en su pelo y apretó de nuevo. Su lengua era perversa. Perversa y sensual, y rodaba en ella como si le gustara su sabor. Como si nada importara tanto, nada fuera tan importante como volverla loca con el placer creciendo duro y punzante dentro de ella. Era un infierno. Estaba jadeando, desesperada y oh, muy cerca de llegar. Se extendió en la silla de oficina, tomando sus lamidas como si las hubiera exigido. Elevándose hacia él, el sudor construyéndose en su piel cuando sintió deslizar un dedo en su interior. Luego dos. Luego él estaba bombeándolos en el profundo agarre de su vagina, retorciendo y acariciando mientras sus labios cubrían su clítoris. Amamantó el pequeño capullo dentro de su boca. Lo besó, lo bañó con su lengua, luego lo tironeó con suaves empujes de sus labios, creando una fricción que, finalmente, la envió explotando devastadoramente en el éxtasis total. Sus piernas estaban levantadas, envueltas alrededor de sus hombros, cunado se estremeció, se sacudió, y se mordió los labios para contener los gritos que se negaron a permanecer callados. No había permanecer callada en los brazos de Mercury. Simplemente no podría suceder. Su lamento era apagado, pero sacudió su cuerpo, pareció hacer eco a su alrededor y ganar impulso a medida que el placer explotaba a través de ella una y otra vez. 179
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Descendió de las increíbles alturas con suaves lamidas por largos momentos. Bajó sus piernas de sus hombros y se enderezó, sus dedos sostenían su polla cuando la presionó contra ella. —Toma todo de mí—exigió, su expresión intensa, feroz. —Todo lo que tengo—. —Voy a gritar—gimió con voz ronca, la sensación de la ancha cabeza de su polla presionándola, poseyéndola. — ¡Oh, Mercury!, voy a gritar—. Sus labios cubrieron los de ella mientras la penetraba, empalándola con golpes duros y fuertes. Trabajándola por dentro. Ensanchándola. Él cubrió sus gritos, agarró su trasero y la levantó más cerca antes de empezar a machacar dentro de ella. Esto no era lento y fácil. No era cuidadoso y amable. Era tomar y dar, era marcar al otro, era compartir cada respiración y toque, finalmente una liberación atravesó su mente y la dejó temblando en sus brazos. Brazos que la sostuvieron apretada contra él. Cubriéndola. Y cuando todo terminó, alejaron el último de los temblores.
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CAPITULO 16 Ria nunca en su vida había tenido relaciones sexuales en la oficina. Ella sabía que Dane las había tenido muy a menudo. Lo había cubierto varias veces, rodando los ojos ante el hábito que parecía haber adquirido. Pero ella nunca había visto los beneficios de ello. Hasta Mercury. Y si ella estaba satisfecha por el placer encontrado y llena con las perversas travesuras, entonces Mercury estaba francamente arrogante al respecto cuando se sentó en la silla frente a ella horas más tarde. Fingiendo leer esa maldita revista. La miraba por encima de ella, sus pestañas caídas sobre sus ojos, su expresión sensual. Sin embargo, Ria controló su necesidad de experimentar las sensaciones de nuevo. Se avocó al trabajo que necesitaba, quitar la unidad fantasma, y mientras él la miraba, la guardó cuidadosamente en su sostén, por debajo de su pecho. La lengua de él tocó su labio inferior y su pezón se endureció. —Basta—. Ella trató de no reírse. —En la primera oportunidad que tenga, voy a informar a Jonas lo poco que conoce a su Casta. Tú eras el casta silencioso y tranquilo. ¿Recuerdas? —. Levantó sus cejas. —Lo siento, cariño, su pecho no me atrae como lo hacen tus pechos—. Ella rodó sus ojos cuando se paró para irse. Se puso sobre sus brazos el saco de cuero que él le había dado esta mañana, y se encogió de hombros dentro de él antes de envolverlo en torno a ella y recoger su bolso. Miró a la cámara por encima de ellos cuando Mercury descolgó su propia chaqueta. Él le sonrió mientras lo hacía, luego, se volvió a mirar a la cámara y gruñó. Ella sólo pudo imaginar a Austin Crowl echándose alarmado para atrás. —Pensaba que todas las castas eran difíciles, duros y despiadados— comentó mientras descolgaba la ligera chaqueta. —Los científicos experimentaron con inteligencia avanzada en castas como Austin—. Sacudió la cabeza. —Ellos no programaron su genética para la 181
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resistencia y la conciencia depredadora porque pensaban que darían a esas castas en particular el poder de acabar con ellos—. Ella arqueó la ceja. —Tú podrías hacer su trabajo con las manos atadas a la espalda. He visto tu expediente—. —Pero yo no tendría paciencia—. Se encogió de hombros. —Austin es bueno en lo que hace, o al menos solía serlo. Él siempre ha sido un poco superior, un poco arribista, pero fue malditamente estúpido el otro día—. — No estaba seguro de sí mismo—afirmó. — Pensó que tenía el poder respaldándolo—. Mercury asintió con la cabeza cuando salieron de la oficina y caminaron por el pasillo desierto hacia la sección principal de la casa. —Pensó que tenía el apoyo de Callan—. Su voz era más baja. —Por el momento, vamos a dejar que lo crea—. Mercury quería creer que Austin estaba de alguna manera involucrado en lo que estaba pasando, pero Ria tenía sus dudas. Austin Crowl era irritante, pero ni sus expedientes, ni la información que había obtenido indicaba que fuera un traidor a su gente. Al doblar la esquina, ambos hicieron una lenta parada. Ely salió de otra oficina. Se paró elegante al lado de la sala, su expresión sombría, su mirada concerniente. Mercury se movió al lado de Ria, colocándose entre ella y la médica antes de instar a Ria a avanzar. —Mercury—. Ely avanzó lentamente, mirando entre ellos. —Por favor. Háblame un momento—. Le temblaba la voz, lo que provocó que Ria la mirara con cautela cuando Mercury se detuvo una vez más. Elyiana Morrey había sido creada específicamente contra la emoción. Ella había sido entrenada en las infernales condiciones de los laboratorios de las Castas y había experimentado en su propia gente. —Ely, no tengo tiempo para juegos—Mercury le dijo con voz cansada. —Hoy hay mucho para hacer—. Ely miró a Ria de nuevo, inhalando lentamente. —Sus olores están cambiando—dijo en voz baja. —Necesito las pruebas—.
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—No hay pruebas, Ely—. Su voz era firme. No era desagradable, no estaba enojado, pero su tono no admitía negativas. Las manos fuertemente apretadas de Ely estaban metidas en los bolsillos de su bata blanca. Ria prestó atención a la actitud de la médica, y no estaba tan tranquila como ella estaba tratando de aparentar. —Mercury, ¿estás dispuesto a arriesgar a todos tus amigos de esta manera? —la médica le preguntó entonces. —No te acuerdas de lo horrible que fue perder el control y matar sin pensar—. —Suficiente, Ely—. Se puso rígido mientras Ria vio el dolor en los ojos de la médica. —Mercury, puedes matarla—. Ella asintió con la cabeza hacia Ria. — Sabes con qué facilidad se puede hacer. ¿Quieres arrancar su corazón de su pecho? — Su mano se tensó en la espalda de Ria. —No maté amigos en aquellos laboratorios—. Su voz era mortal. —Lo sabes tan bien como yo— —Pero podrías matar a los amigos de ahora—susurró con urgencia. —Tengo la celda de confinamiento lista Tienes que dejarme examinarte— Ria había tenido suficiente. — ¿Has perdido la posesión de sus sentidos, Dra. Morrey? —le preguntó a la otra mujer. — ¿Una celda de confinamiento? ¿Por qué razón? —. —Debido a que los lugares pequeños y cerrados me forzarán más dentro del cambio salvaje, si ya comenzó—Mercury dijo con voz fría, sin emociones. —No será fácil. En los laboratorios, me mantuvieron en un estado de rabia, y eso les permitió investigar el fenómeno y crear una droga para él—. — Es la única manera, Mercury—. La voz de la doctora estaba obstruida, quebrada. —En cambio, creo que tal vez tu buena doctora necesita ser confinada—Ria declaró. —Estoy lista para salir ahora—. Ella empezó a avanzar. — ¡Maldito seas! —. Ely dio un paso adelante, la rabia contorsionaba su rostro. —Eres la razón de lo que está pasando. Le advertí a Jonas que esto 183
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pasaría. Que una mayor exposición a la feromona que está en su sistema haría esto. Si mata, la culpa recae en sus hombros—. Mercury gruñó y se interpuso entre ellas. —Atrás, Ely. No quieres la confrontación en que esto va a convertirse—. Su expresión retorcida, rabiosa y temerosa guerreaba en sus ojos mientras se volvió hacia Mercury. —Sabes que vas a destruir el Santuario si las cualidades salvajes en tu adrenalina continúan fortaleciéndose y que acabarás matando—. La voz áspera de Ely se convirtió en dura y gruñona. —Pensaba mejor de ti, Mercury. Pensaba que querías más a tu gente que esto. Y pensaba que Callan también lo hacía lo hacía—. — ¿Crees que Callan me puede obligar a entrar a esa celda, Ely? —Mercury le preguntó, el sonido gutural de su voz estremeció a la médica y a Ria. —No hay suficientes castas en este complejo para forzarme a regresar a esa celda. Tendrías que matarme primero—. Ria vio la expresión de la médica. Vio el miedo enloquecedor rutilante y caliente en sus ojos. —Lo voy a solicitar al Gabinete de Gobierno cuando se reúnan—le dijo a Mercury entonces. —Mereces saberlo, Mercury. Tienes que hacer esas pruebas. Es la única manera de salvarnos a todos. Como miembro de ese gabinete, es mi responsabilidad decirte que ya no tienes permitido salir de los límites del Santuario—. Ria se congeló. Ella se acercó lentamente, su mano agarró el brazo de Mercury cuando el peligro parecía crepitar a su alrededor. —Consejo formado, ¿no es así, Ely? —se burló. — ¿Has notado lo fácil que recurres a las tácticas del Consejo cuando no consigues lo que quieres? —. Ely palideció. —Y de acuerdo a la Ley de Castas, no puedes confinarme en ningún lugar sin justa causa—. —Las pruebas iniciales demuestran justa causa—. La voz de Ely temblaba cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. —Yo no quería hacer esto, Mercury—. Ria apretó su agarre en la muñeca de Mercury. Ahora la tensión que lo llenaba era increíble, la ira y la furia estaban construyéndose dentro de sus músculos.
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—Las pruebas iniciales no son suficientes, Ely—. Se volvió para enfrentar a Callan, Kane y Jonas parados al final del pasillo. En su visión periférica Ria vio la cara de Ely. Se tensó en una máscara de dolorosa traición cuando se enfrentó a su orgulloso líder. —Respetuosamente, Orgulloso Líder Lyons, no puede hacer esa afirmación— —No—Jonas respondió por él. —La Ley de Castas ha hecho esa afirmación. Como miembro del Gabinete de Gobierno, Ely, es tu responsabilidad defender "el debido proceso", no acusar o tratar de confinar a uno de los nuestros. Hasta que Mercury muestre incapacidad para controlar su enojo o cualquier conducta destructiva, entonces no puedes y no se llevará a cabo contra su voluntad, ni le será ordenado someterse a cualquier prueba hasta que se considere un peligro para las castas o los seres humanos. En cambio, el Gabinete de Gobierno será convocado, Ely, y se presentará una protesta en contra del abuso de tu posición—. —Tú y tus reglas—Ely se burló. —Los dos sabemos, ¿no, Jonas?, exactamente lo que piensas de la Ley de Castas. La utilizas de acuerdo con tus propios medios y fines. ¿Cómo le sentará al Gabinete de Gobierno conocer en qué medida los vas a manipular a todos para salirte con la suya? —. Jonas sonrió a eso. —Ely, cariño—dijo suavemente. — ¿Crees que conoces todo lo que puede hacerme daño a mí o a mi trabajo? Si lo haces, estás invitada a incluir una lista en tu exposición de quejas—. Su voz era suave. No había ninguna advertencia, ninguna sensación de preocupación o nervios. Fue como ver trabajar a Dane. Por supuesto, Jonas tenía secretos suficientes para hundir el Santuario, las Castas y a él mismo. Pero al igual que su hermano, él nunca le daría a una persona suficiente información para hacer algo más que irritarlo, si alguna vez lo manifestaba. — ¿Me crees tan tonta? —Ely le estaba devolviendo la mirada, dolorida. Las conflictivas emociones agitándose a través de ella se reflejaban en su expresión, y en su olor, Ria asumió. Las Castas estaban todas tensas, observándola de cerca, el más mínimo indicio de confusión en sus ojos. —Creo que algo está mal, Ely—finalmente Jonas dijo suavemente. —Creo que tal vez nosotros te hemos permitido estar bajo mucho estrés, o que te has estresado a ti misma. Creo que necesitas descansar y pensar en los pasos que está dando. ¿Cuántas Castas confiarían en ti cuando se conozca lo que estás tratando de hacer? —. — ¿Piensas que eres tan jodidamente inteligente? —. Sus manos se deslizaron en los bolsillos de su bata de laboratorio, apretó los dedos con furia 185
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cuando un rubor ascendió por sus pómulos. —Estás arriesgando todo. No sólo el Santuario y las Castas, sino al propio Mercury, y tú lo sabes—. —Basta, Ely—. La voz de Callan era tan aguda, tan exigente, como el azote de un látigo, e hizo retroceder a la médica. —Vuelve a tu oficina o a tus cuarteles. Es una orden—. —Orgullo Líder— —Es una orden, Ely—. Su voz nunca se levantó, pero algo en ella, algunos gruñidos primitivos, sacudieron a la médica. Ely se estremeció, luego se dio la vuelta y se marchó, se movió a través de la sala y se alejó de ellos cuando algo retumbaba en la garganta de Mercury. Se volvió a Callan. —Hay algo mal aquí—admitió al fin. —Esa no es Ely lo sé—. Jonas sacudió la cabeza, mirando la puerta por donde la médica había salido. —Tampoco es la Ely que yo conozco, pero al igual que tú, hasta que podamos considerarla un peligro, no podemos obligarla a las pruebas—. — ¿Por qué tratar de obligarla? —Ria preguntó. —Haz como ella le hizo a Mercury. Engáñala—. —Primero, sería necesario un científico con la capacidad de ejecutar las pruebas—. Ria cruzó los brazos sobre sus pechos. —Tú secuestraste a un científico del Consejo el mes pasado, ¿no? ¿Jeffery Amburg? Nunca fue liberado de su cautiverio a pesar de los repetidos intentos de varios gobiernos para saber qué pasó con él—. Jonas levantó la frente. —Nosotros lo liberamos. Tenemos pruebas de ello. Qué le pasó después que dejó Santuario no es nuestra preocupación—. Ria le devolvió la mirada burlonamente. —Diga esas frases a alguien que no lo conozca tanto. Estoy enterada de las celdas debajo de los laboratorios aquí, y apuesto que Amburg está descansando bastante incómodo allí. Ponga su culo a trabajar—. —Y garantizar la seguridad de esta instalación, ¿cómo? —Callan le preguntó con frialdad. —Él es un científico del Consejo, Srta. Rodríguez, no un aliado— Mercury vio el intercambio silencioso antes de volverse a Jonas. —Pon a Blade sobre él. Blade tiene suficiente experiencia médica y buen sentido para mantener un ojo sobre él. Si Ely es sincera, entonces estará de 186
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acuerdo en examinarse ella primero. Dile que si ella lo hace, entonces me someteré a una nueva ronda de toma de muestras—. Sintió el shock de Ria, observó achicarse los ojos de Jonas. — ¿Estás seguro que quieres hacer eso, Mercury? —preguntó. No, no lo estaba. —Algo no está bien aquí, Jonas. Ely no es una traidora. Asumiré el riesgo si ello lo hace—. — ¿Y que les hace a cualquiera de ustedes pensar que Ely necesita hacer pruebas? —Kane preguntó. —Ella tiene miedo. Ella está corriendo asustada y con pánico—. El jefe de seguridad del Santuario estaba menos seguro que la mayoría de las Castas cuando se trataba de la seguridad interna de la hacienda. —No podemos encerrarla en sus habitaciones, Kane—Jonas gruñó. —Las emociones de Ely están rabiando demasiado fuertes debajo de la superficie, y su aroma está lo suficientemente alterado como para que me preocupe—. Eso era algo que Mercury también había captado, aunque se había mantenido en silencio. Su sentido del olfato estaba creciendo marginalmente más fuerte, y la prueba de ello lo inquietaba incluso a él. Había perdido esos sentidos cuando el cambio salvaje había sido "curado" en los laboratorios. Que estuviera regresando era bastante prueba para que tuviera motivos para mantener un cuidadoso control sobre su ira y sus emociones. — ¿Hay alguna manera que pudiera haber estado comprometida? —Mercury preguntó entonces. Jonas sacudió la cabeza. —El Consejo nunca logró desarrollar un fármaco que pudiera controlarnos, Mercury, no hasta ese punto. Incluso el utilizado en ti para el cambio salvaje no te controlaba totalmente. Y uno de nosotros ya habría olfateado cualquier desequilibrio biológico o químico en Ely—. —Limítala a los cuarteles por veinticuatro horas—Callan ordenó. —Esta noche durante la fiesta no podemos arriesgarnos a que confronte con Mercury—. Mercury le miró sorprendido. —Yo no estaba asignado a la seguridad de la fiesta—. —No, tú estás encargado de asistir a la fiesta con uniforme de gala—Callan gruñó. —Tú y la Srta. Rodríguez. Engalls y Brandenmore estarán presentes. Quiero todos los ojos sobre ellos, y quiero a la Srta. Rodríguez allí en caso que de pronto cualquier transmisión sea registrada tanto entrante como saliente. 187
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Quiero detener esto, Mercury. Ahora. Antes que yo mismo tenga que pasar por alto la Ley de Castas y matar a los bastardos—. Con esto, se volvió y se marchó por el pasillo, dejando a Kane y Jonas exhalando sorprendidos. Callan nunca pasaba por alto la Ley de Castas. Había ayudado a darle forma, a instalar el marco de las normas que gobernarían a las Castas y permitirles trabajar dentro de la sociedad. Incluso insinuar que ignoraría una de esas normas… —Yo no tenía prevista una fiesta—. Ria suspiró, pero Mercury pudo oír la resignación en su voz. "Dane siempre está haciéndome esto—. —Dane no ha solicitado su presencia, yo lo hice—Jonas dijo. Mercury atrapó la sonrisa de Ria, aunque él sofocó la suya. — ¿Hay diferencia? —preguntó con falsa inocencia mientras pasó a Jonas y se dirigió hacia la parte delantera de la casa. —Extraño. Todavía no he encontrado una—. Ria se arrebujó en el abrigo y se metió en la limusina, manteniendo su expresión compuesta hasta que se cerró la puerta y se levantó la ventana entre ellos y el conductor. —Uno de estos días, alguien va a matar a Jonas—le dijo a Mercury. Mercury resopló. —Sí, alguien ha estado tratando desde hace meses. ¿Las ventanas de su apartamento que mencionaste cuando llegaste por primera vez? —. —Salió disparada—ella asintió. —Puedo entender la necesidad, realmente puedo. Deseaba matarlo yo misma. ¿Por qué no ha exigido ya las pruebas de Ely? Mi investigación en los archivos de su laboratorio, así como sus archivos del Santuario ni siquiera aluden a la irracionalidad que está mostrando. La mujer está, obviamente, en el borde de algún tipo de depresión nerviosa—. —No es tan fácil—. Mercury sacudió la cabeza cuando se trasladó al asiento enfrente de ella, luego se inclinó hacia delante. —La Ley de Castas, cada cosa en ella, todos los valores que Callan y Jonas han intentado ver puestos en resultados para las Castas, está basado en un simple ideal, Ria. La libertad de las Castas. No forzarían a un no-casta a las pruebas por actuar irracionalmente. Si permitimos que una casta esté obligada a hacerlo, entonces la Ley de Castas se volvería nula y sin valor, y de nuevo seríamos animales a la vista del mundo—.
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Ria cruzó sus piernas y le devolvió la mirada, cruzando las manos cuidadosamente en su regazo, mientras lo pensaba. —Las Castas y los seres humanos son dos caras de la misma moneda—le recordó. —Tú no eres completamente humano, Mercury. Eres extraordinariamente humano. Y todavía están aprendiendo lo que sus cuerpos, sus hormonas, son capaces de hacer. En estos casos, debería haber un dispositivo de seguridad para poner en marcha— —Lo hay—. Él asintió con la cabeza. —Pero sólo si mostramos ser un peligro para nosotros mismos o para los demás. No importa de qué lado de la moneda nos coloque nuestra humanidad, todavía tenemos derecho a los mismos derechos y privilegios de la libertad. No podemos ignorar una anomalía en mi caso y obligar a Ely a examinar las suyas—. Dane podría, fácilmente, incluso si significaba el secuestro de la casta en cuestión. Pero Ria había estaba en desacuerdo con muchas de las decisiones que sabía Dane había tomado, por cualquier razón. —Ella está demasiado focalizada en ti—le dijo finalmente, preocupada por la continua conducta errática de la médica. —El fanatismo es posible en las Castas, tal como lo es en el ser humano. Y es tal vez más destructivo. Ella está intentando empujarte al encierro, sin importar lo que cueste. No importa lo que tenga que hacer para lograrlo— Mercury le devolvió la mirada, conociendo la veracidad de sus palabras. Él sabía que era exactamente el objetivo de Ely, y la traición que lo llenaba ante ese pensamiento lo molestaba. — ¿Algo te olió que pudiera indicar que estaba drogada? —Ria frunció el ceño hacia él, mirándolo directamente. — ¿Qué te hace pensar que yo podría olerlo? —preguntó. —Los medicamentos para el cambio salvaje acabaron esos sentidos, ¿recuerdas? —. Ella lo miró con altiva diversión. —Realmente, Mercury, deberías intentar mentir un poco mejor. Esta fue tan fácil de ver que bien podría haber sido de celofán— Sus labios temblaron. —Sentí tu inhalación. Muy lentamente, muy profundamente—ella le informó. — ¿Qué oliste? —. Finalmente, sacudió la cabeza. —Ira. Miedo. Y era muy elevado, más de lo que debería haber sido. Cree en lo que está diciendo. Ella cree que el cambio salvaje está regresando, y es imposible de controlar—.
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Ely creía que él pronto perdería su mente y destruiría a las muchas personas que había vivido protegiendo por más de once años. — ¿Y qué piensas tú? —. Ella inclinó la cabeza y lo miró, su mirada era suave. No había miedo allí, ninguna sospecha, casi como si hubiera adquirido su propia confianza en él, y no tuviera que echarse atrás con ello. Él extendió la mano y le tocó la mejilla con la punta de sus dedos, luego la rodeó con su palma. La necesidad de tocarla era abrumadora. Mientras lo hacía, ella rodeó su muñeca, sujetándolo. Confianza. Total confianza. Algo que nunca había sentido con nadie más. Ni siquiera hace mucho tiempo con la casta que podría haber sido su compañera. —Creo que destrozaría a cualquiera que osara hacerte daño—finalmente le dijo en voz baja. —No habría nada sobre la faz de esta tierra, salvo la muerte, que pudiera controlarme— Ria le devolvió la mirada, viendo la verdad en su expresión, en el brillo salvaje de sus ojos dorados y los puntos azules se materializaron en ellos. Cualquiera que fuera ese fenómeno que cambiaba el color de sus ojos, que lo hacía parecer más fuerte, más salvaje, era solamente alarmante para el enemigo. Él no era su enemigo. Él era su amante, en todos los sentidos de la palabra. En formas que ningún otro hombre había sido nunca. —Entonces está bajo control—dijo en voz baja. —Y no tengo ninguna duda que se quedará allí— Si él ya no hubiera perdido su corazón por ella, entonces Mercury hubiera jurado que lo perdió en ese momento. —Sin embargo, esto deja todavía un problema—ella le dijo cuando él la atrajo hacia sí, alzándola en su regazo a pesar que estaban demasiado cerca de su cabaña para hacer algo más que esto. Solo abrazarse. — ¿Hay más problemas? —él gruñó. —Se están acumulando aquí, Ria—. Él juró que su risa, suave y ligera le calentó su alma. —Me olvidé de mencionar lo mucho que detesto las fiestas—ella le dijo. —Y Dane lo sabe. Voy a tener que darle una patada por ésta. Puedo contarle al Leo sobre él. No creo que este tipo de maniobras puedan ser arregladas con joyas— Sus labios se levantaron en una sonrisa. Sin embargo, su mente estaba en su mano. La que había empujado debajo de su chaqueta así los dedos de ella podían jugar contra su cuello.
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—Yo me encargo de las maniobras de Dane—le prometió. —Pero la fiesta es una pequeña— — ¿Visitantes muy importantes y dignatarios? Trescientos, en el mejor—. —Trescientos cincuenta—. Él sonrió mientras ella gimió y hundió el rostro en su pecho. —Son muchos— —No, tanto como la fiesta de Navidad—prometió. —La lista de invitados, hasta ahora, se encuentra en un millar. Ellos están prediciendo nevadas, y tanto Callan como Kane están tirándose los pelos para resolver la logística de seguridad para los niños y las compañeras. Todas las castas disponibles están siendo controladas y los que pasan el control están en turnos de veinticuatro horas de servicio. La fiesta se celebra el día quince. Esto permitirá tener una fiesta privada el día de Navidad. Cuatrocientos, creo—. Ella gimió de nuevo y él le acarició el cabello con dulzura cuando sonrió. Ella lo hacía sonreír. Ella lo hacía feliz. Tenía ganas de agarrarla y ocultarla de los ojos de todos, para disfrutar de su alegría sin distracciones. —Podríamos hibernar en el invierno—finalmente sugirió. —No somos osos—él se echó a reír, disfrutando del juego. —Podríamos ir de vacaciones—. Sus labios suaves besaron su cuello, su lengua lo acarició. —Conozco varias playas solitarias. Sin frío. Podríamos tomar sol. Acostarnos en el borde del agua y permitir que las ollas desborden sobre nosotros—. Su polla, ya congestionada, dura y deseosa de satisfacerla, latió ante el pensamiento. Ria desnuda, su cuerpo bronceado tirado sobre la arena blanca y suave mientras el agua la bañaba y el sol calentaba su carne. Si tuviera la oportunidad de tocarla. Le llevaría un tiempo infernal permitirle al sol acariciarla, porque estaría demasiado malditamente ocupado tocándola él mismo. Entonces, ella se acercó más, sus dientes rastrillaban el lóbulo de su oreja, su cálido aliento acariciaba su cuello. —Te deseo—murmuró. —Una vez más. ¿Por qué estoy ardiendo por ti tan caliente y profundo después de que te he tenido? —. — ¿Por qué soy yo? —. Él agarró su cabello, ubicó su cabeza y se permitió besarla.
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No era suave, y quería ser suave. Era caliente y salvaje, vehemente y consumidor, y quemaba a través de él con la fuerza de los incendios forestales. Era el placer, era la agonía de la excitación que nunca era saciada por mucho tiempo, y era el aliento de la vida. Y temía un aliento sin el cual ahora no podría vivir.
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Mercury entró en la casa con ella. Incluso gruñó a Lawe y Rule para que abandonaran la casa después de haberla revisado a fondo. Al instante que la puerta se cerró y se trabó, él estaba sobre ella. Ria estaba tan inflamada, tan desesperada por su tacto, que le estaba desgarrando la camisa, arañándolo mientras él destruía su suéter con esas uñas como garras desafiladas y fruncía su falda sobre las caderas. No se preocupó por el dormitorio, o el sofá. La levantó, empujándola contra la pared, mientras se las arregló para conseguir abrir sus bragas y liberar su erección. Le arrancó las bragas de las caderas y en una dura embestida estuvo enterrado en su interior. Enterrado tan profundo dentro de ella que juró que se estaba perdiendo en ella. Sus piernas envolvieron su espalda, el calor líquido de su sexo lo envolvió como un puño apretado y le hizo rechinar los dientes. Lo tuvo sufriendo por esa apretada amplitud que había oído llenaba la lengua cuando el calor del apareamiento devoraba a un casta. Quería eso con ella. Quería eso con ella que hasta juró que podía sentir su lengua hormiguear y un burlón sabor sutil y salvaje en la boca. Sus labios tomaron los de ella, su lengua arponeaba en su boca, cuando juntó sus muslos y comenzó a moverse. Su polla le dolía, vibraba hasta el punto de locura, mientras trataba de follarla lo suficientemente duro, lo suficientemente profundo para aliviar el placer agonizante que lo llenaba. Su funda se apoderó de él, ordeñándolo. Sus caderas se retorcían contra las de él, sus labios se movían debajo de los de él, chupando su lengua, gimiendo como si el sabor de él fuera tan placentero como la penetración de su cuerpo por el suyo. —No puedo obtener lo suficiente—. Separó sus labios, inclinó su cabeza sobre sus hombros mientras golpeaba sus caderas contra ella. Cerró sus manos sobre su culo, y las necesidades que lo abrumaban eran más ricas, más profundas que cualquiera que hubiera conocido antes. Quería agacharla y tomarla como sabía que ella nunca había sido tomada. Marcarla de manera tan irrevocable como fuera posible. Hasta que ella supiera, debajo de su piel, claramente en su alma, a quien pertenecía. Quien le pertenecía. —Más duro—. Clavó sus manos como garras en sus hombros, los labios 193
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estaban sobre su cuello, sus dientes lo raspaban. Lo mordió. — ¡Ah diablos! Joder si, Ria. Muérdeme, bebé. Muérdeme duro—. Pero ella ya lo estaba haciendo. Sus dientes estaban encerrados en la dura carne de la base del costado de su cuello, el fuego y el placer extático que enviaba lo recorrió velozmente Agachó la cabeza y los dientes buscaron su hombro. Gruñó. Rugió. La mordió cuando sintió su orgasmo, explotando a su alrededor, incrementando el férreo agarre de su vagina, ordeñando su liberación hasta que los gruñidos procedentes de su garganta eran casi furiosos y el dolor de los rabiosos chorros de semen chorreando de él lo tuvieron deseando, necesitando, rugir. Era exquisito. La agonía y el placer de llenarla, y la rabia. Porque no hubo apareamiento. Y sin embargo, Mercury sabía en su alma que era su pareja. Esta mujer. Ella se aferró a él, sus lágrimas humedecieron su cuello, su conocimiento que ella sentía que la parte faltante de él lo carcomía. Cuando los temblores de la liberación disminuyeron y él pudo pensar, pudo encontrar el equilibrio de nuevo, la abrazó, apoyó su propia espalda en la pared y cayó al suelo. Allí, la sostuvo contra él, su cabeza aún enterrada en su cuello, los ojos cerrados. —Tú eres mi compañera—susurró contra su cuello, contra la marca que no había permitido curar. Porque no dejaba de morderla, manteniéndola herida en formas que iban mucho más allá de esas pequeñas marcas en su hombro. Ella sacudió la cabeza. —No importa, Mercury—. Levantó la cabeza y le devolvió la mirada, partiendo su corazón a la mitad. No había recriminaciones allí. Su ojos estaban húmedos, pero un placer lánguido los llenaba, y la emoción. Ahora ella estaba abierta a él. Podía oler el dulce aroma del deseo que podría reanudar con su toque más ligero, y las emociones que no había olido en tantos años. Podía sentirlas ahora, arremolinándose a través de él, cavando en su alma. —Te amo de cualquier manera—Le tocó la mandíbula, acarició su cuello. —Así como eres, así como estamos ahora. Te amo—. —Te amo—repitió las palabras cómodamente. Ella no sólo era su compañera, sin importar la falta de calor de apareamiento. Ella era su corazón. Apoyó su cabeza sobre su hombro y exhaló un pequeño suspiro de plenitud y de cansancio.
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—Podríamos hibernar esta noche—finalmente propuso con una sonrisa que él sintió contra su cuello. —Sólo escondernos—. Y él se rió. A pesar del dolor, de la traición que sentía, por su propia genética y cuerpo que se negaban a producir el calor de apareamiento, tuvo que reírse de la diversión en su voz. —Tú llamas a Dane y yo llamaré a Callan—él le dijo, y lo dijo en serio. Si ella no quería ir, ellos no irían. Así de simple. Sin embargo ella suspiró. — Dane haría pucheros. No es agradable cuando hace pucheros— —Callan no hace pucheros—Mercury se echó a reír. —Los juegos no son su estilo. Él lo entendería—. Le tocó el cabello, lo acarició. —Pero probablemente perdería las vacaciones. Esa diversión en el sol de la que estabas hablando—. —Diablos. Imagina. Dane sólo es tacaño con los sobornos. No me fastidia revocando mis vacaciones—. — ¿Alguna vez tomaste vacaciones? De alguna manera dudo que lo hagas—. Él la ayudó a ponerse de pie antes de arrastrarse por el suelo. Entonces la miró, el pelo desordenado, la ropa rota, él no podía creer el hambre que se había precipitado sobre él cuando entraron a la cabaña. Ella arrugó la nariz con sorna. —Sabe-lo-todo—. La miró, sabiendo que estaba totalmente atontado con ella. —Ahora lo harás. Te lo prometo, Ria. Ahora vas pedir vacaciones— Si ella se quedaba en Industrias Vanderale. El Santuario la necesitaba más que Dane o Leo Vanderale. Y Mercury la necesitaba con él. Él haría lo que ella necesitara hacer, lo que ella deseara hacer, pero no creía que ella estuviera tan feliz trabajando para Dane, como estaría aquí. —Malditas fiestas—ella murmuró, apartándose de él y caminando hacia el dormitorio antes echarle una pequeña mirada caliente por encima del hombro. — ¿Quieres ducharme? —. —Pregunta equivocada—gruñó. —Porque me tienes allí—. Después él la siguió mientras ella se reía, la idea de jugar con Ria en la ducha de nuevo le hizo sacudir la polla con la anticipación. Diablos, puede que no sea el calor del apareamiento, pero estaba bastante cerca. Por ahora, esta noche, tendría que contentarse con eso. Pero iba a tener
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que dejar de frotarse la lengua contra los dientes, esperando. Porque juró que estaba despellejándose. *** Más tarde esa noche cuando Ria bajó del cuarto de baño, abrochando los pendientes de perlas que ella había elegido usar a sus orejas, el pelo recogido detrás de la cabeza, Mercury hizo todo lo que pudo hacer para contener su gruñido. Él estaba con su uniforme de gala. El severo pantalón negro y chaqueta eran bastante restrictivos. Las botas de vestir eran un dolor en el culo, pero las toleraba, cuando tenía que hacerlo. Llevaba la insignia de su rango, la de segundo comandante, una barra de oro estrecha prendida en el hombro izquierdo de su chaqueta. A la derecha estaba la cabeza del león de oro que denotaba su rango genético, y debajo de ella, el broche de bronce de la Oficina de Asuntos de la Castas, un simple alfiler de bronce con las iniciales BBA. El uniforme de gala era un mal necesario. El pelo recogido de Ria no. —Lleva tu cabello suelto—. Tenía la intención de pedirle cuando su mirada se extendió al simple vestido negro que llevaba. Largas mangas cubriendo sus brazos, mientras que la tela llegaba en la espalada a la base de su cuello. El frente estaba cortado más bajo, recogido y redondeado sobre sus pechos, dejando el más elemental atisbo de hendidura. Llevaba perlas alrededor de su cuello que combinaban con los pendientes, y nada más. —No voy a soltar mi cabello—. Ella fue a sentarse en la mesa y comprobó sus pendientes. —Sería... Mercury—. Mientras hablaba, él se había trasladado a sus espaldas, sacó las horquillas y observó cuando se derrumbó por su espalda esa masa espesa y sedosa de cabello. —No lo hiciste—. Ella se volvió hacia él, incrédula. — ¡Maldito seas! —. Entornó sus ojos sobre ella. —Considérame tan loco como quieras. Lo quiero suelto—. Sus ojos se encontraron hacia él. —Deseo ese maldito pastel de queso que te mencioné antes. Eso no significa que voy a conseguirlo—. Él gruñó. —Habrá cuatro tipos diferentes de pastel de queso en el buffet. Yo los pedí. Sólo para ti. Todo chocolate—.
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Por un segundo, podría haber jurado que sus ojos brillaban con algo parecido al éxtasis. —Voy a revisar mi opinión sobre ti—. Ella hizo un mohín con encantadora irritación. —Eres un hombre cruel y malvado. Burlándote de mí con pastel de queso. Me vengaré. Ten cuidado—. Él le sonrió, arqueando sus cejas cuando pasó los dedos por el cabello y refrenó la necesidad de darle un beso. Si él la besaba, nunca iba a salir de esa cabaña con ella. Dejó que su mirada la repasara de nuevo, cuando lo hizo notó que el corte de su vestido escondía el mordisco que él había colocado en su hombro. Por alguna razón, eso lo molestó. —Deja el pelo suelto—le dijo. —Vamos a discutir sobre el vestido más tarde—. —Sí, con un látigo y una silla en mi mano—le informó con sorna. —No empieces a dar órdenes, Mercury. Yo no obedezco demasiado bien—. Ria le permitió ganar lo del pelo, simplemente porque estaba aprendiendo lo mucho que él lo disfrutaba suelto. Sin embargo su ropa, tanto como a veces a ella misma le disgustaban, eran indispensables. El estilo de la ropa, el maquillaje y la presencia eran un riesgo en su trabajo, y en fiestas tales como la que el Santuario estaba realizando esta noche encontraría a muchas de las personas a las que fue enviada a investigar. —Deberías ser capaz de vestirte como quieras—gruñó. —Te juro, Ria, que puedo sentir tu descontento con ese vestido—. Ella lo miró severamente. Odiaba este vestido. Era sencillo, el corte y el diseño bastante elegante. Y era modesto. Nunca había odiado la modestia tanto como lo hacía esta noche. —El vestido es como tu uniforme de gala, menos amenazador y más civilizado que el uniforme que usas para trabajar. Mi línea de trabajo requiere que parezca amenazante en todo momento. Sin importar el trabajo o el evento—. Ella se trasladó al ropero y sacó un par de tacones bajos de la repisa en su interior. Tenía que cuidarse de mirarlos con lástima. Al igual que con el vestido. Sencillos. Sin pretensiones. De todos modos se los puso y se giró hacia Mercury. Él la miraba fijo, con una expresión sombría, una vez más sus ojos de 197
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extraño color, como si algo viviera dentro de él y él no siempre fuera consciente. —No voy a tolerarlo—dijo de repente. — ¿Tolerar qué? —ella replicó. —Me niego a hacer lo que ordenas—. Si ahora él se convertía en el arrogante Casta, ella iba a ponerse violenta. —Rehúsas hacer lo que quieres—le espetó. —Ese vestido. Esos zapatos. Ni siquiera tengo que ver tu cara para sentir lo mucho que odias esas malditas cosas. ¿Dónde está la ropa bonita, Ria? —. Fue hacia el ropero y miró, gruñendo ante la vista de más de lo mismo. Ropa sencilla. Faldas desarregladas. — ¿Dónde está la ropa que deseas usar? —. —En las tiendas—. Su voz era cortante, su propia ira aumentando ahora. — A donde ellas pertenecen. Si están aquí, las usaré. Así de simple. Ya te dije, Mercury, no puedo arriesgarme a que la gente que investigo sospeche que hay más de mí de lo que siempre han creído. La pobre huérfana empleada de los Vanderales nunca podría permitirse esas ropas. ¿Una burócrata? ¡De veras! ¿Cuánto tiempo piensas que ellos creerían eso si me ven vestida con la ropa de la que estás hablando? —. — ¿Quién puso eso en tu cabeza? —. Se enfureció, acechando en el ropero, en realidad pisoteándolo. — ¿Dane? ¿El León? Estaré maldito si esto continuará. Eres una mujer bella y te gustan las cosas bonitas. ¿Por qué no las deberías tener? —. —Porque es perjudicial para mi trabajo—puntualizó, alzando la voz. —Mi trabajo, Mercury. ¿Recuerdas? ¿Habrías creído que no era más que una burócrata investigando sus malditas cuentas si yo hubiera llegado vestida de seda y tacos altos? —. Él la miró, las luces azules en sus ojos ardiendo más profundas, más oscuras. —Yo no habría tenido la capacidad intelectual para pensar—finalmente murmuró. —Habría estado demasiado ocupado follándote antes que llegaras al Santuario—. Deseaba rodar los ojos. —Ni tú ni Jonas me habrían tomado alguna vez en serio—. Él se pasó los dedos por el cabello, su mirada la rastrillaba. —Esa es una excusa—le informó. —Una mirada sobre ti, Ria, y cualquier persona sabe más que eso. ¿Crees que la razón que las compañías que investigas no sospechen de ti es tu ropa? Eso no es cierto, Ria. Ellos no sospechan de ti porque son arrogantes y demasiado seguros de su propia inteligencia para pensar que alguien pueda ser más inteligente que ellos—.
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Sacudió la cabeza. No quería oír eso. No era cierto. Era el trabajo, y era así de simple. Le debía a los Vanderales. Ellos la habían mantenido a salvo hasta que creció, le habían dado un trabajo, le habían dado una vida cuando ella estaba sola, abandonada. —Te escondes, Ria—afirmó. —Esas ropas no son debido a tu trabajo. La ropa, tu comportamiento, la forma de vestir, es porque puedes esconderte—. Ella le lanzó una mirada mordaz antes de alejarse y tironear su abrigo del borde la cama. — ¿Estás listo para salir? —. Colocó la pesada capa sobre el vestido y lo cerró hasta su garganta. —No me alejaste, ¿verdad, Ria? —le preguntó mientras la seguía para mirarla. —No sé de qué estás hablando—. —La ropa desaliñada. Tu pelo retorcido en ese perfecto y apretado moñito. Mantiene a todos a distancia. Grita Vete. Pero yo no me fui—. No aún no. —No, no has desaparecido—finalmente susurró. Y se preguntó qué haría cuando él lo hiciera. Ese pequeño instinto alertándola en su interior no se detenía. Continuaba haciendo eco de precaución, y ella seguía ignorándolo. Pero odiaba el vestido y los zapatos más de lo que lo había hecho cuando se los puso. Sus argumentos la habían hecho recordar los pocos vestidos que poseía que la hacían sentirse viva. Los que ansiaba vestir, los que se ajustaban al maquillaje que prefería, a los tacones que amaba. Y le recordó que cada vez que "vestía" eso estaba sola. No había nadie para verla. Porque siempre había estado más segura sola. No podía ser lastimada, si nadie conocía lo suficiente para lastimarla. Hasta ahora. Durante el viaje de vuelta al Santuario, y su entrada a la segura mansión de deslumbrante belleza, las acusaciones de Mercury gastaron su mente. Ella vislumbró a Dane a través de la sala de baile, inmerso en conversaciones con varios de los accionistas de alto nivel corporativo que ella había investigado en el pasado. Dane se movía entre la multitud, sus ojos de plata viéndolo todo, la rubia abogada con la que se rumoreaba estaba involucrado a su lado. 199
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Las Castas en uniformes de gala llenaban la mansión, al igual que la fuerza de seguridad personal de Kane Tyler, los hombres que había traído con él cuando llegó al Santuario en los primeros pasos que las Castas habían dado en el mundo. Ella se movía por la habitación con Mercury, viendo las miradas que se deslizaban sobre ella, descartándola. Ellos siempre la descartaron, y hasta ahora nunca se había dado cuenta de lo mucho que odiaba vestirse desalineada para tenerlo en cuenta. Mercury vio algo completamente diferente. A medida que ellos se movían alrededor de la habitación y la presentó a los hombres y mujeres presentes en la fiesta, vio cuantos reconocieron su nombre o a ella. Vio cuán fácilmente su fría y austera belleza intimidaba a otros. Las mujeres vieron la sencillez de sus ropas y la gracia real con que las lucía, y ellos siguieron adelante. Los hombres le echaron un vistazo a los brazos de Mercury, y la mayoría supo del miedo ante la idea de tentar la ira de un Casta sobre su mujer. No se hacía. Avanzar a una compañera de un casta era quitarse la vida con sus propias manos. Y él sintió su insatisfacción. Su necesidad de dejar todo ese salvaje fuego interior libre. Ella sólo se dejó ir cuando él la estaba tomando, amándola. Pero ese fuego ardía dentro de ella eternamente. Podía verla en los rojos-granates y en los rojos intensos. Ella iluminaría la noche con su pelo largo, sus tacones altos y los vestidos que él sabía ella amaba. Y ella iluminaría a todos a su alrededor. Sin embargo, estaba asustada. Podía sentir su miedo, y eso pinchaba el animal que podía sentir extendiéndose en su interior, clamando por liberar esa respuesta primitiva en la mujer que amaba. No había sentido ese instinto en más de once años. Hasta su miedo. Hasta que el olor de ello cuando entraron en el Santuario flotó a su alrededor y lo sintió comenzar a despertar dentro de él, traspasando los límites del control, calmando su mente. Mirando. Esperando. Y mucho más. Sentía algo más, y eso no tenía sentido. A medida que se mezclaban y hablaban, ella bebía su champaña y observaba al Director General de Productos Farmacéuticos Engalls tan de cerca como el decoro lo permitía. Podía sentir la tensión de Mercury a su lado, cada vez mayor mientras ellos conversaban, trabajando más cerca de Horacio Engalls, uno de los hombres que estaba sacando información, y de su exclusivista esposa, Cara Brandenmore 200
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Engalls. Rápidamente Ria rebuscó en su cabeza la información que tenía sobre la mujer. No había nada significativamente importante acerca de Cara. Ella estaba en la junta de Productos Farmacéuticos Engalls e Investigaciones Brandenmore, de los cuales Engalls era una división. Ella era la hija de Felipe Brandenmore, casada con el hombre que su padre había elegido para ella. Era más joven que Engalls por diez años y había levantado su voz contra la Ley de las Castas cuando llegó el momento de la votación varios años atrás. Ella era una figura poderosa en su propio y pequeño entorno, mirada con recelo y considerada un enemigo formidable. Años atrás, Horacio Engalls había comenzado cortejando al Santuario, con la esperanza de comprar Castas para fortalecer su seguridad en sus laboratorios. Había sido rechazado en repetidas ocasiones. Pero él y Brandenmore estaban asociados a un senador muy poderoso que al Santuario le gustaba mantener feliz. Lo que significaba que los dos hombres habían sido invitados a pedido del senador. Ria conocía muy bien a Cara, tal como antes había conocido a la madre de Cara antes que Phillip Brandenmore se divorciara de ella. —Ria, querida, ¿qué estás haciendo aquí? —. La sonrisa fría y superior de Cara ocultaba el corazón de una víbora cuando miró hacia donde descansaba la mano de Ria sobre el brazo de Mercury. —Y con un... hombre—. La pausa hizo que los ojos se Ria se achicaran. —Estoy sorprendida que Dane lo permitiera—. Ria arqueó la ceja. —Dane es mi empleador, Cara, no mi hermano— —Siempre he asumido mucho más—La risa de Cara era ligera, viciosa. — ¿Tal vez estaba equivocada? —. —Tal vez lo estabas—le dijo Ria. —Sin embargo, no he visto esta noche a Phillip—. Miró alrededor de la habitación, en busca del padre de Cara. —Yo esperaba saludarlo— —Tenía una parada inesperada que hacer en el camino del aeropuerto—. Los labios de Cara se curvaron con suficiencia. —Su pequeña compañera de juegos más reciente, creo, estaba retrasada. Debería estar aquí en un momento— — Espero verle antes de irme entonces—. Ria sonrió tiesa, asintiendo con la cabeza hacia ella, así como hacia Horacio. —Tal vez podamos tener la oportunidad de hablar más tarde— —Oh, estoy seguro de ello, querida—. La risa tintineante de Cara rechinó sobre los nervios de Ria. —Me aseguraré de ello—.
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La mirada de Ria perforó2 a la otra mujer antes de alejarse. La sensación de pánico se precipitó intensa a través de ella. — ¿Cómo se mantiene la seguridad? —le preguntó a Mercury, manteniendo su voz baja, mientras se movían por el salón de baile y él la atrajo hacia la pista de baile. Bailaba tan bien como hacía el amor, pensó, refrenando su suspiro, esperando mientras revisaba los puntos de seguridad. —Todo está controlado—murmuró en su oído. — ¿Qué pasa, bebé? —. El cariño debilitó sus rodillas. Lo cual era una tontería. Dane la llamaba cariño o bebé con frecuencia. Él siempre lo hacia. Sin embargo, el efecto nunca había sido el mismo. Sacudió la cabeza, bajándola cuando se acercó más. —Ria, tenemos que hablar pronto—le dijo suavemente, su voz más grave, casi un gruñido cuando ella dio un golpecito a su lóbulo de la oreja con la lengua. —Muy pronto—. Ella cerró los ojos y sonrió. Podía sentir su erección por debajo de su chaqueta de vestir. Podía sentirlo, caliente y excitado, sosteniéndola tan cerca como las convenciones lo permitían. — ¿Tenemos que permanecer mucho tiempo? —. —Más de lo que íbamos a permanecer. Maldición—maldijo, levantando la cabeza. —Vamos. Jonas acaba de ordenarnos ir a la oficina de Callan—. Cuando la soltó, ella miró un instante hacia el receptor apenas visible en la oreja. — ¿Qué pasa? —. Su mano se ubicó en la parte baja de su espalda, presionándola a avanzar hacia las puertas de salón de baile. —Diablos si lo sé—murmuró. —No lo está diciendo—. El pánico se intensificó. Ria no podía explicarlo, no podía forzarlo a no ir a esa oficina, pero cada femenino instinto que poseía la alertaba, exigiendo correr, escapar. Ese instinto era una parte de ella. Ella siempre le hacía caso. Las pocas veces que no había tenido cuidado su corazón se rompió, su orgullo quedó en ruinas. Y había visto la compasión por su debilidad en los ojos de Leo y de 202
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Dane. Siempre la triste, pobre huerfanita. — ¿Ria? —. Mercury la interrogó cuando entraron en el hall de entrada y se trasladaron a la parte de atrás de la sala. — ¿Estás bien? —. —Bien—. Ella le envió una sonrisa que esperaba no fuera tan frágil como ella se sentía. —Creo que los zapatos están pellizcando mis pies o algo así—. O algo así. Cuanto más se acercaban a esa oficina, más se tuvo que contener para no darse vuelta y correr. —Odio cuando me mientes—gruñó en voz baja. —Odio que me haces preguntas que no sé cómo responder—dijo entre dientes. —He tenido un mal presentimiento durante todo el día—. Agarró el costado de su vestido, levantando la falda larga, mientras se acercaban a su destino. Podría correr ahora, se dijo. Como el infierno. No era una cobarde. Y no era peligro físico el que podía sentir esperándola. No podía explicar la premonición. Ella nunca había sido capaz de explicarlas. —Jonas, Callan y Dane están esperando en la oficina de Jonas—le dijo. —Dane no permitiría ponerte en peligro—. Sacudió la cabeza. —Esto no es peligroso—. Podía ver la puerta. Estaba cerrada. Se acercaron y deseaba gritar. Se humedeció los labios con nerviosismo, ignorando sus palmas sudorosas y esperó a que Mercury golpeara la puerta. Se abrió, pero sólo parcialmente. Dane salió. —Mercury, me quedo fuera con Ria—. Su expresión era lívida. —El infierno lo harás—. Mercury la arrastró más cerca a su lado. —Ella no necesita una niñera— La puerta se abrió. —Mercury—. El suave y femenino suspiro la destrozó cuando ella volvió su mirada horrorizada a la otra mujer. Cabello rubio hasta los hombros, ojos marrones avellana sombreados con una fina capa de bronce sobre los párpados. Pómulos salientes, ojos exóticos y una sonrisa que temblaba. Y una cara que Ria había visto en sus pesadillas en las últimas semanas. Salvo que la cara había sido más joven, más suave, y la 203
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muerte la había llevado años atrás. O se supone que lo había hecho. — ¿Alaiya? —. El asombro llenó la voz de Mercury, y marchitó el corazón de Ria. Ella se detuvo. Congelada. Los brazos de otra mujer tocaban su cara, la acariciaban, aunque él casi se retiró. Los brazos de otra mujer rodeaban su cuello, y otra mujer se acurrucaba contra su pecho. — ¡Oh, Mercury! Ha pasado tanto tiempo—. Esos ojos parpadearon hacia Ria, y por un momento podría haber jurado que vislumbró un malicioso placer en los ojos de la compañera de Mercury.
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Leigh, Lora CAPITULO 18
Ella se iba a desintegrar en un millón de pedazos. Los fragmentos de su alma serían encontrados en mundos a años luz de la Tierra antes que el dolor terminara su trabajo. Había estado tan segura que ella era suya. Tan segura que finalmente había encontrado un lugar de pertenencia, porque él poseía su alma, y nadie más la había tenido nunca. Sentía a Mercury alejarse de ella. Su mano se deslizó de la parte baja de su espalda, y ella oyó un gruñido. Un sonido furioso de dolor que se preguntó si podría haberlo hecho ella misma. Quería hacer pedazos con su puño esa cara perfecta. Quería arrancar todos esos cabellos perfectos de la cabeza de la mujer. Quería gritar de rabia, miedo y dolor. —Ria, cariño—. La voz de Dane estaba en su oído. Podría haber jurado que estaba lleno de pesar. —Cariño. Aguanta. No quieres quebrarte aquí—. Ella sacudió la cabeza y dio un paso atrás, soltando su brazo de un tirón. No quería que él la tocara. Ella no podía soportar ser tocada, no ahora. No, mientras el dolor estaba explotando en su cerebro, rompiendo su corazón, casi deteniéndolo. A ritmo lento y flojo se recordó. Lo había hecho en el momento en que se dio cuenta que su madre nunca iba a volver a ella. Que ella estaría siempre sola. Ella debería haber recordado, debería haber sabido que no podía ser real. —Si te quiebras aquí, nunca no te lo perdonarás—. La voz de Dane la azotó, un silbido de furia tranquilo y masculino cuando Alaiya inclinó la cabeza hacia Mercury y habló. —Supe cuando leí las historias sensacionalistas lo que pasó—. Ella suspiró contra Mercury. —Compañeros. Eso es lo que somos, ¿no? Por eso nunca te olvidé, Mercury—. Ria no podía respirar. OH, Dios. Le dolía. La estaba apuñalando a través de su pecho, triturando carne y hueso, e iba a gritar de rabia y dolor. — ¡No lo toques! —. Las palabras estaban azotando totalmente su mente cuando Mercury se apoderó de las muñecas de la otra mujer y la empujó hacia atrás. Sólo un poco. Lo suficiente para salvar a Ria de colapsar, de mendigarle que no la abrace. — ¿Alaiya? —. Había una gran cantidad de sorpresa, conmoción y tal vez ira. 205
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Por supuesto que estaría enojado. Habían sido separados once años y ella estaba allí, tan sólo horas después que él se hubiera comprometido con otra mujer. Ante algunos estúpidos humanos que no podía entender donde estaba su lugar. —Ría—. El brazo de Dane estaba sobre sus hombros. Estaba tratando de protegerla. Había hecho eso cuando ella era una niña, cada vez que la veía. Él envolvía su brazo alrededor de su hombro y trataba de protegerla de lo que la había herido mientras él estuvo lejos. No había manera de protegerla de esto. Las heridas abiertas desgarraban su alma. Podía sentir la hemorragia brotando dentro suyo, desgarrando en pedazos y ni un sonido fue hecho. — ¿Qué carajo está pasando aquí? —. Gutural, irregular y llena de furia, la voz de Mercury se hizo eco a su alrededor. Cortando dentro de ella. Ella miró en sus ojos, y estaban casi azules. No eran de color ámbar. Ellos no eran dorados. Eran azules, del color que habían sido cuando mostró los primeros signos de apareamiento con Alaiya en los laboratorios. Alaiya estaba de espaldas. Y lo que apareció era el animal de Mercury. —Necesitas ocuparte de esto—le susurró, mirando a Alaiya. —Sé que ha sido un largo tiempo—. Se apartó de él. —Necesitarás—gesticuló impotente con la mano—hablar—. Ella no podía imaginar otra cosa. Si lo hacía, moriría. Allí mismo, perdería su voluntad de vivir. No podría soportarlo. Dolía. Nada, ni la deserción, ni las viciosas palabras de labios cortantes y fríos, la habían herido como esta herida. —Mercury, ¿podrías entrar a la oficina por favor? —. La voz de Jonas era como un látigo cortando a través de la tensión. —Dane, la Srta. Rodríguez podría estar más cómoda en la sala de recepción en el salón—. Se volvió a contemplar a Jonas. Sus ojos parecían de plata viva, una entidad separada del resto de él, girando y peleando con la ira tempestuosa cuando la miró. Por supuesto, estaría enojado. Él creía que esto podría afectar su trabajo. Que afectaría las relaciones del Santuario con los Vanderales. Sacudió la cabeza. Ella era la pobre huerfanita ante la familia, no realmente la familia de todos. Ella siempre había sabido eso. Retrocedió, sintiendo la mano de Dane en su brazo como una candente corriente, dolorosa, no deseada.
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—El infierno ello lo hará—. Antes que las palabras salieran de los labios de Mercury se había apoderó de ella, tirándola a su lado, su brazo curvado alrededor de su espalda, empujándola hacia él. —No me hagas esto—. El sonido de su voz la sobresaltó. Era apenas pasable, tan gruesa y áspera que era difícil de entender. —No me haga ver esto—. Sus ojos eran casi completamente azules, y ahora el oro brillaba en puntitos y no lo contrario. —Esto no es lo que piensas—. Miró en la habitación antes de sacarla, fuera de la vista de los demás, apretándola contra la pared mientras la miraba, sus ojos furiosos. Y el dolor estaba desgarrando su interior. Ella tenía que alejarse de él. Antes de mendigarle. Antes de suplicarle, Por favor no me dejes sola. Apretó las manos contra el pecho. —Ocúpate de esto. Esperaré con Dane—. Sacudió la cabeza, sabiendo que él no volvería a ella. El calor del apareamiento era como una droga, una adicción. Él no sería capaz de dejar de lado a su compañera hasta que cesara. Y Ria se habría ido para entonces. Mucho tiempo y lejos. —Como el puto diablo sangriento—. Gruñó las palabras en la cara. —Sin comentarios— —Mercury, escúchala—Dane recomendó tranquilamente detrás de él. — ¿Quieres hacerle daño con esto, hombre? Pude oler el calor de apareamiento en el momento que Alaiya se arrojó en tus brazos. Negarlo no va a salvar a Ria del daño—. Sus rodillas se volvieron de goma. OH, Dios. Ella no podía caer. Levantó la mirada horrorizada hacia Mercury. —No es así. Ria, escúchame—. Sus manos se apoderaron de su rostro, su expresión retorcida de agonía. —Bebé, tienes que escucharme. No es así—. Él bajó la cabeza, y ella supo lo que venía. Iba a besarla. Dejarle saborear lo que ella no podría tener. Dejarle conocer que pertenecía a otra mujer. Y él la destruiría con ello. — ¡No! — Alzó su mano, le tapó la boca. —Déjame ir, Mercury. Déjame ir—.
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—Tú eres mi compañera—. Alejó la mano. — ¡Maldita sea!, me vas a escuchar—. —Déjala irse carajo—. Dane lo hizo girar, alejándolo de ella, pero ninguno de ellos podría haber esperado lo que pasó después. Un rugido desgarró el pecho de Mercury y Dane se fue volando. Se deslizó por el piso encerado, terminando en una pila contra la pared antes que sacudiera la cabeza y se pusiera de pie con un gruñido de rabia. —Toca a mi compañera y mueres—. Mercury se puso entre ella y Dane. — ¿Me oyes Vanderale? Arrancaré tu tripa como hice a ese cabrón de mierda en los laboratorios y la empujaré por tu garganta—. Su voz, no era su voz. Ria se apartó de él, moviendo la cabeza cuando Callan, Kane y Jonas salieron corriendo de la oficina, poniéndose entre Mercury y Dane mientras Jonas contuvo a su hermano, gruñendo de cólera cuando Dane luchó contra él. — ¿Mercury? —. Alaiya salió de la oficina. La sensual seda siseó mientras se movía, como el susurro de una serpiente. Su voz era casi infantilmente suave, confusa, pero sus ojos, Ria miró dentro de los ojos de Alaiya, y vio la presumida satisfacción allí. —El Sr. Vanderale no me ha tocado—. Le tocó el brazo cuando la mirada de Mercury se desvió a Ría. —No te alejes de mí—. Señaló con un dedo en la dirección de Ria, luchando por el control, obviamente peleando contra la rabia desgarrando a través de él con el calor del apareamiento. El calor del apareamiento. Por ella. Ria miró a la otra mujer y sintió ganas de gritar su propia rabia. —Parece que la fiesta ha terminado—susurró, mirando hacia él, sufriendo en las profundidades de su alma. —Cuide a su compañera, Sr. Warrant. Cuidaré de mí misma—. Ella sintió el hielo fabricándose, aunque sabía que no duraría mucho tiempo. Se estaba formando en sus venas, cubriendo su piel, limpiando completamente su mente. El escudo era tan frágil como la escarcha, y así de frío. Los labios de Mercury se retiraron de sus dientes en un gruñido silencioso y de advertencia cuando él caminó a ella. Y podría haberla alcanzado, de hecho podría haberla tocado, si Alaiya no hubiera estado allí. Si ella no hubiera
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levantado y deslizado sus manos sobre sus hombros, presionado sus labios sobre los de él antes que pudiera alejarla con un empujón. Y Mercury se calmó, silencioso como la muerte, contra ella. Ria no podía soportar más. Se volvió y corrió, consciente de Dane detrás de ella, llamándola por su nombre, emparejando con ella. La detuvo en la entrada del vestíbulo, obligando a frenar antes de envolver su brazo alrededor de ella y llevarla rápidamente a la puerta. El portero estaba esperando con su capa. Dane la agarró. Ria no se había detenido. Tenía que correr. Tenía que escapar. Tenía que huir del dolor. Estaba astillando dentro de ella tan agudo y profundo que no creía que pudiera sobrevivir a ello. El primer sollozo arrancó de su garganta cuando se precipitó por las escaleras, ignorando el eco de un rugido detrás de ella. La limusina de Dane estaba esperando afuera. Rye se apresuró a abrir la puerta y la cerró de golpe detrás de ellos cuando Dane la metió de prisa en el interior. Un segundo después, el coche se alejaba de la mansión, cortando camino a través de la nieve caída mientras Dane la envolvía con su capa. —Está bien, pequeño visón—susurró, tomándola en sus brazos, meciéndola. También había hecho eso, cuando la encontró en el departamento, completamente sola. La llamó pequeño visón y la tomó en sus brazos. —Esto también pasará, Ria—murmuró contra su pelo. Y su corazón se rompía. Su pecho tenía una herida candente y brutal que lo destrozaba una y otra vez. Dolía respirar. Dolía vivir. Podía sentir el dolor barriendo sobre su cuerpo, como agónicas púas, desgarrándola y triturándola. —Se supone que debería estar muerta—susurró. —Ella no tendría que estar aquí—. No podía hablar. Tan malo como le dolía, todavía estaba respirando. — Lo sé, cariño. Sus brazos se cerraron alrededor de ella. —Dios, Ria, lo voy a matar por hacerte esto. Te lo juro—. Y lo decía en serio. Ella conocía el hielo en su voz, haciéndose eco de la rabia en ella. Y ella se quedó inmóvil. — Moriré con él—. Su insulto rasgó los aires. 209
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—Te estás muriendo sin él—. Su voz era ronca. La voz de Dane nunca era ronca. Él nunca se permitió que nada ni nadie, excepto la familia, lo enojaran. Y ella no era de la familia. Ella nunca lo había sido. Se alejó de él, odiando la sensación de tenerlo sosteniéndola. Odiando la sensación de algo contra su carne ahora. —Vamos hacia el aeropuerto—le informó. —Te voy a llevar a casa— Sacudió la cabeza. —Tengo un trabajo que hacer—. Allí estaba el trabajo. Su palabra. Ella estaba en deuda. Le debía a los Vanderales. Este último trabajo. —Ría—. Se inclinó hacia adelante cuando ella se mudó a la esquina opuesta y se apretó contra la puerta. —Dios, cariño, no puedo dejarte hacer esto a ti misma—. —No puedes detenerme—dijo con voz apagada. Apagada. No había emoción en su voz, excepto la que estaba triturando en su interior, una y otra vez. Como los buitres del infierno que siempre desgarraban la carne que volvía a crecer. Ese era el dolor que la desgarraba. Miró hacia delante, viendo caer la nieve, los limpiaparabrisas apaleándola. —Llévame a la cabaña, Rye—. — El jefe dijo al heli-jet, querida—dijo Rye suavemente mientras Dane la miraba. Ella no lo miró. Miró la nieve. —Llévame a la cabaña—. —No— Ella se volvió y lo miró. —Basta, Dane— Él la miró, sus ojos marrones duros, furiosos. — ¿Es decir? —. —Si no me llevas a la cabaña y no me dejas terminar este trabajo, entonces iré al Leo y lo exigiré. Es mi trabajo. Lo terminaré—. Él se pasó la mano por la cara, apretando la mandíbula, y ella podía verlo 210
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pensando, luchando por una respuesta. —Iremos a Asia—. De repente le sonrió, la curva de sus labios era suave, triste. —He oído de perlas negras, Ria. Perlas negras naturales. Las compraré para ti. Tantas como podamos encontrar, visón—. Sacudió la cabeza. No más joyas. No más perlas. Nada podía compensar lo que había perdido esta noche. —Por favor—susurró. —Necesito ir a la cabaña— — ¿Así puedes malditamente torturarte? Por amor de Dios, Ria, sé lo que vas a hacer, bebé. He estado allí. Vas a enroscarse en esa cama y fingir que no sucedió. Que él va a volver, que no está apareado con la puta gata que se presentó esta noche—. La agarró por los hombros. Los sacudió. —Lo voy a matar, Ria. ¿Me oyes? —. —Llévame de regreso—. Ella lo miró. —Tócalo y el Leo se entera de todo, Dane. De todo. ¿Podrás matarme para hacerme callar? —. Él la miró sorprendido. —No quise decir eso, Ria—. Sacudió su cabeza con amargura. —No harías eso, incluso con rabia—. —Nunca te he pedido nada—Su voz se quebró. —Los sobornos fueron tu idea. Me divertí mucho con ella. Herir a Mercury está fuera de los límites—. Porque él tenía razón. Necesitaba acurrucarse en la cama que aún conservaba el aroma de Mercury. Necesitaba ocultarse debajo de las mantas y OH Dios. OH, Dios. Necesitaba fingir. Se envolvió los brazos sobre el estómago. —Por favor—finalmente se echó a llorar. —OH Dios, Dane, por favor, llévame de vuelta a nuestra cabaña. Por favor— La primera lágrima cayó, y luchó contra ella. Luchó contra ella valientemente. Hundió la cabeza contra la puerta y se estremeció, y otro sollozo desgarró de ella. —Llévala a la cabaña, Rye—. La voz de Dane estaba torturada. —Sólo por esta noche. Déjala tener esta noche— Se balanceó a sí misma porque no podía soportar que Dane lo hiciera. Ella tembló y malogró los sollozos. Su cara ardía, su garganta dolía ante la rabiosa necesidad de gritar, y cuando ellos llevaron al lugar que había empezado a pensar como un hogar, Ria se destruyó por dentro. *** 211
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Entró en la cabaña sola, consciente de Rule y Lawe conduciendo detrás de ellos, moviéndose alrededor de la cabaña. No hablaron. Dane se había quedado en el coche cuando ella lo detuvo con un gesto de su mano. Entró en la cabaña y lo sintió. Podía olerlo en el aire. El aroma de su pasión de ese día, la sensación de tenerlo contra ella, entre sus muslos mientras la apretaba contra la pared y la llamaba "compañera". Y todo lo que había pensado que podía mantener a distancia se abatió sobre ella. Desgarrándola. Abriendo boquetes en su espíritu, y cuando la puerta se cerró, tuvo que obligarse atravesar la casa. Hacia el dormitorio. —Mercury—. Ella susurró su nombre, un sonido agónico y sollozante cuando dejó caer la capa en el suelo, trastabilló en la cama y se arrastró hasta la almohada. Y ella gritó. Las puertas contuvieron la rabia y el dolor abierto y gritó en la agonía. Las manos trabadas en su pelo cuando se enroscó en sí misma y las lágrimas brotaron de sus ojos. — ¡Mercury! —. Ella gritó su nombre en la oscuridad y sollozó, muriendo por dentro, tan rota que se sintió como si nunca pudiera juntarse de nuevo, como si el mundo se hubiera desvanecido a su alrededor. Duros sollozos salieron de ella, su nombre era una oración en sus labios, y se quedó allí, rodeada por su olor, por su recuerdo, por todo lo que sabía nunca podría ser suyo. Se sintió morir por dentro. Acercó su almohada, olía a él, y su carne sufría. El dolor, físico y emocional, la rasgaba, dejándola retorcida contra de las mantas mientras las lágrimas brotaban y el dolor se embravecía. Se suponía que la amaba.
Tú eres mi compañera. El calor estará maldito. Eres mi alma, Ria. La había besado cuando lo dijo. Cuando la lluvia los bañó más temprano. Cuando el agua empapaba su carne y se derramaba sobre su pasión.
Mi compañera. Te amo, Ria. Mi corazón. Ella gritó su nombre, enterró la cabeza en su almohada y se enroscó en la agonía. No era su compañera. *** Dane se quedó en el coche, con la cabeza gacha, la nieve cayendo a su alrededor, consciente de Rule y Lawe acercándose lentamente mientras los 212
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gritos de Ria se hicieron eco afuera. Mientras el sonido de su agonía, transportado por la brisa silenciosa, lleno de dolor, se hizo eco a través de la noche. Levantó la cabeza cuando se acercaron, en silencio, con las miradas sombrías. —Alguien debería ir allí—. Lawe dijo en voz baja. —Ella no debería estar sola— Dane encogió sus hombros. —Ella necesita estar sola ahora. Tiene que aceptarlo—. Rule resopló ante eso. —Mercury va a matarte, hijo de puta. Jamás deberías haberla sacado de allí—. Dane sacudió la cabeza. —Si muriendo Mercury se volviera su compañero, entonces yo tomaría mi propia vida—. Volvió a mirar a la cabaña. —Ella se merecía lo que encontró con él. Y se merecía que durara mucho más tiempo del que lo hizo— —Merc no va a dejar que se vaya—le dijo Lawe. —Cuando escuches esa Harley merodeando por este camino, mejor corres, Vanderale. Porque el infierno no describe lo que él va a abatir sobre ti—. Su nombre se hizo eco en el aire de nuevo, el agonizante grito femenino los hizo flaquear a todos. Pero Dane no oyó una Harley merodeando. Oyó el rugido de un león. Uno de los leones que vagaban por los límites del Santuario. Atraído por los gritos, rugiendo su propia ira. Sacudió la cabeza, abrió la puerta de la limusina y entró. Había escuchado los gritos una vez antes. Cuando era una niña, apenas algo más que un bebé, gritando por una madre que había sido alejada de ella. Gritando ante el dolor que la desgarraba completamente. E incluso en la limusina no podía bloquear sus gritos. Miró a la noche, miró la nieve acumulándose y escuchó, y sufrió. Porque esta vez, él no podía ahorrárselo. No había manera de aliviarla. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta de noche y sacó el teléfono satelital. Lo contempló durante un largo rato antes de presionar "marcación rápida". — ¿Dónde diablos estás? —. La voz de su padre vino de la línea. La llenaban partes iguales de exasperación y preocupación. —El Santuario. La fiesta, ¿recuerdas? —respondió. 213
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El Leo gruñó. — ¿Cómo están todos? —. Sus hijos. Dane sabía de quién estaba hablando. —Igual que tú—se rió. —Arrogante como el infierno y volviéndome loco—. —Más bien como tú entonces—le dijo Leo. — ¿Cómo están las niñas? —. Su madre había dado a luz a dos niñas. Que habían estado enfermas durante un tiempo, aunque Leo le había informado el día anterior que ellas parecían estar mejorando. —Saludables como estaban antes que tomaran ese frío—. Podía escuchar el alivio en la voz de Leo. —Vuelve a casa. Puedes cuidar a las niñas— Dane hizo una mueca. —Prueba con la niñera, ella es mejor en eso—. El silencio llenó la línea. — ¿Qué has hecho, Dane? —preguntó finalmente Leo. Dane contempló la nieve y escuchó los gritos de Ria, que se hicieron eco de la noche. Suspiró cansado. —Ria está aquí—. — ¿Por qué mi niña está allí, Dane? —Leo le preguntó. Dane miraba la nieve. —Descifrando código. Alguien está deslizando secretos a Engalls y Brandenmore—dijo en voz baja. —La puse a trabajar en ello—. Leo estaba en silencio. —Buena elección—comentó finalmente. —Entonces, ¿por qué siento el pero? —. Ese era su padre. A veces Dane se preguntaba si Leo no era consciente de cada maldito juego en el que estaba involucrado. Él suspiró cansinamente, habló claramente y le dijo a su padre la situación. Leo escuchó, por una vez sin explotar en el medio de la historia. A Leo le gustaba explotar. Lo hacía sentirse mejor. Cuando Dane terminó, guardó silencio y observó la maldita nieve acumularse. Al menos Ria no gritaba más. — ¿Has identificado al traidor? —. La voz de Leo era inflexible, furiosa. —Todavía no. Ella estaba trabajando en ello cuando Alaiya se presentó—. —Tengo el jet preparado. Encuéntrame en el campo de aviación en Buffalo Gap. Tu madre, las niñas y yo estaremos allí lo antes posible—. 214
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—No es buena idea, Leo—suspiró. No había esperado eso. —Todavía no podemos correr riesgo. Y seguro como el diablo no podemos arriesgar a las niñas—. —Leo Vanderale está arribando al Santuario para comprobar el estado de cómo se está gastando su maldito dinero—su padre dijo gruñendo. —El León no tiene que anunciar quién diablos es. Arréglalo. Y quiero a ese mequetrefe de Jonas listo para dar cuentas de sí mismo. Dile a Callan que prepare una habitación para mí en la finca. Traeré conmigo mi seguridad también—. Dane se frotó la frente. —Estoy llevándola a su casa mañana. Estará lista para irse—. Leo esperó. Escuchó. —No quiero verla así, papá—. Rara vez llamaba papá al Leo. —Déjame llevarla a casa. Vamos a curarla allí—. Leo resopló. —Si no estás en ese avión por la tarde, voy a ir. Cuenta con ello—. —Contaré con ello—respondió. — ¿Recibió tus agradables chucherías por arriesgar su culo contra mi ira cuando me enterara de lo que ustedes dos fueron a hacer? —Leo finalmente gruñó. —Sí. Lo hizo—. Pero ellas no eran suficientes. No había suficientes chucherías para aliviarla ahora. ¡Diablos! Leo suspiró. — Cuida de ella, Dane—. —Siempre lo hago—. Dane se desconectó de la línea y siguió mirando hacia la noche. Siempre lo había hecho, sin embargo, esta vez no lo hizo. Y cuando él miraba, el primer poderoso león de cuatro patas entró en el claro. El macho se sacudió la nieve de su oscura melena, inclinó la cabeza y rugió en la noche. Seguido de otra llamada, y otra más. Y mientras Dane miraba, Lawe y Rule se movieron con cautela desde sus posiciones, hacia los costados de la limusina mientras él abrió las puertas y permitió que las dos castas se deslizaran dentro de la calidez del coche. Rye no se molestó en salir y entró en la parte trasera a través de una puerta. Se deslizó sobre el asiento situado detrás de la zona del conductor y miró sorprendido a Dane.
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—Hay un montón de jodidos leones por ahí—comentó incómodo. Ahora, estaban gritaban en la noche, espoleando al animal que Dane podía jurar podía sentir ganando ese camino. Otro animal entró. Una leona, su grito resonó en la noche cuando los leones rodearon la cabaña. Una docena de criaturas plenamente desarrolladas y enfurecidas siguiendo un único mandato. Proteger la compañera de Mercury. Dane permitió un atisbo de sonrisa en sus labios mientras abría el pequeño bar ubicado en el centro del asiento y sacó el whisky y los vasos. —Parece que la noche acaba de ponerse interesante, mis amigos—arrastró las palabras, vertiendo el alcohol. —Yo digo que disfrutemos del espectáculo mientras podamos— El compañero de Ria venía por ella. Él había temido que el apareamiento fuera con la perra que llegó esa noche, y sus instintos se habían enfurecido por eso. Tenía que llamar a Leo nuevamente. Saludó a sus compañeros cuando otro león apareció. Maldición, esos bastardos eran grandes. —Yo digo que cuando Mercury llegue, sólo finjamos que no estamos aquí—. Lawe inclinó hacia atrás su whisky y se lo engulló de un simple trago. —Permanezcamos completamente quietos. Sin hacer contacto visual—. Todos asintieron. —Maldita buena idea—murmuró Rule cuando un león rugió desafiante a la limusina. —Sí. Maldita buena idea—.
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Cuando los labios de Alaiya se apretaron contra los suyos, Mercury se congeló. Estaba completamente inmóvil, completamente silencioso, toda su energía, toda su conciencia centrada en el animal que se liberaba, rugiendo de ira, de las cadenas mentales que ahora se daba cuenta lo habían apresado. La sensación era como tener un pedazo de su cerebro arrancado de su cráneo. El instinto del animal se derramó sobre él, rompiendo a través de su conciencia con la fuerza de una explosión rasgando concreto. Desintegró cadenas de las que Mercury no había sido conciente. Sentía el poder rebasando en él, la fuerza surgiendo a través de su cuerpo y la adrenalina que ellos llamaban cambio salvaje desbordando con una fuerza tan violenta que incluso las castas que lo miraban gruñeron ante la amenaza que podría llegar a ser. Era una amenaza. En este momento era pura potencia y rabia, hombre y bestia, y la bestia era fuerte. Estaba gritando, rugiendo, y de su propia garganta llegó el sonido de peligro. De muerte. Podía oler a Ria, a Dane. Otro hombre estaba tocando a su compañera en su presencia. Otro perfume masculino la rodeaba ahora, ese hombre la encerraba en su fuerza. Sólo una cosa salvaba a Dane Vanderale. No había lujuria en su olor. Solo protección. Sólo dolor. Pero él estaba tocando a la compañera de Mercury, y tendría que pagar por ello. Y Mercury sentía el animal. Estaba libre. Ahora la adrenalina estaba pinchándolo en rompientes olas, el cambio salvaje amenazando cuando el animal desgarraba furioso en su mente. Sintió engrosar sus músculos, bombear la sangre dentro de ellos. Sintió la fuerza que una vez había conocido derramarse sobre él. Sus sentidos se hicieron más agudos, más brillantes. De repente, Mercury conocía cada giro de cada cuerpo a su alrededor, cada olor individual, cada onza de ira que estaba llenando el pasillo. Y la duda, el conocimiento, que la mujer que se apretaba con tanta fuerza contra él no era más que una jugadora de lujo. Calculadora. Manipuladora. Una mujer que estaba allí por mucho más de lo que afirmaba. Cuando los labios Alaiya se apretaron más a los suyos, su lengua contra la grieta cerrada de sus labios, su mano le soltó el brazo, gritó y se apoderó de la muñeca de la otra mano cercana a él. Apretó su agarre sobre el otro brazo de Alaiya y la alejó de él fácilmente, a pesar de sus luchas. Ella había estado tratando de obtener acceso a la hormona que llenaba su lengua ahora, su boca. La hormona que había comenzado a recorrerlo, 217
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mientras bailaba con su compañera más temprano, el olor de su miedo y el pánico sacudió al animal hasta que se estiró, caminó enérgicamente y la alcanzó. Ese había sido el primer momento en que Mercury supo que su animal no estaba muerto. El primer momento que había conocido que todo en su alma le había dicho que era cierto. Ria era su compañera. Alejó a Alaiya, ignorando el olor de su desesperación, el aroma de su ira, y volvió la cabeza para mirar a Jonas, el vial de extracción en una mano, la determinación de tomar sangre llenaba sus ojos plateados. Pero no había ninguna amenaza, sólo interés, sólo la necesidad de saber. Miró en los ojos del otro hombre, remolinos de plata con poder, y supo los motivos por los que él intentó tomar en lugar de preguntar. Porque ellos sabían del animal gritando dentro de él ahora. Jonas sabía. Y no le temía, excepto que él los hiciera temer por ello. Mercury sonrió. Revelando sus caninos mientras tomaba el vial, empujaba la aguja en la vena y miraba la sangre, rojo brillante, llenar el pequeño recipiente conectado. — ¿Es esto lo que necesitas? —. Retiró la aguja y miró a su alrededor. Sabía que Ria se había ido, pero aún podía sentirla. Su agonía lo estaba alcanzando, haciendo que el animal en su interior rugiera de rabia, por triturar su control con la inmensa furia en su interior. Echó atrás la cabeza y rugió. El enojo era una entidad viva respirando dentro de él ahora. Ya no era más medio Casta; partes de él no eran ni siquiera humanas. Más partes de él que nunca antes. Puso de una palmada el vial en la mano de Jonas, una pequeña parte de él dándose cuenta que la comunidad como un conjunto necesitaría las respuestas dentro de él. No lo podrían limitar simplemente porque el animal estaba de vuelta. Y si lo intentaban, iban a morir. Se trasladó para seguir a su compañera. —Mercury, ¿a dónde vas? —. Alaiya estaba sobre él de nuevo, bloqueando su camino, su cuerpo se deslizaba contra el suyo cuando el gruñó en señal de desagrado. —Mercury, ella está a salvo—. Las garantías de Jonas detrás de él no hicieron nada para aliviar la furia que lo desgarraba. —Déjame encargarme de esto primero. Dane, Lawe y Rule la están vigilando. Puedes ir a verla pronto—. —El infierno puede—. Las manos de Alaiya estaban cavando en sus 218
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hombros, su expresión retorcida de ira. — ¿Crees que voy a perderte por esa débil y pequeña humana? —. Un silbido de seda en sus movimientos y ella se frotó contra él, mientras él aspiraba su aroma. El olor de otros hombres se aferraba a su cuerpo, el olor de la ira y de los celos furiosos. El olor de una mujer que deseaba las cosas, simplemente porque no eran suyas. Recordó eso sobre ella. Recordó un tiempo en que había sido un reto para él, la idea de dominar esa parte de ella. Ella había pinchado el sentido de justicia del animal, y la habría tomado para acoplarse porque era la mujer más fuerte, la más desafiante y, a la vez, la que él sintió con la mayor necesidad de follar una vez que su cuerpo maduró. Pero eso no era cierto. Ahora su aroma era una afrenta para él. No era nada en comparación con el dulce aroma de su Ría. Con todas sus pequeñas contradicciones, su honor y sus miedos. No se comparaba al calor de Ria, a su dulzura o al placer que encontraba en cada sonrisa que le sacaba. El olor de su compañera era un elixir. Era néctar para sus sentidos. Y el aroma que lo envolvió ahora era basura y sangre. Era muerte y enfermedad. Permitió su contacto. Permitiéndole, por unos pocos momentos, aferrarse a él de nuevo, la mirada fija en ella, dejándola darse cuenta que aquí no había nada para ella. Su toque era una abominación para él. Y la única forma que su animal se diera cuenta era sentir la sensación de ello. Luego se apoderó de sus brazos, ignorando las molestias en la palma de la mano al tocarla. Su lengua estaba gruesa e hinchada, la hormona bombeando con furia en su boca, y él tragando. Tragó y gruñó en señal de triunfo. El animal que había dormido, que había temido regresara, estaba fusionándose con su mente, rompiendo a su modo ese lugar frío y vacío que sólo se había llenado cuando Ria lo tocó. Y se dio cuenta que estaba porque Ria le había permitido al animal despertar de donde el aislamiento con esas drogas lo habían forzado a entrar. Ese lugar frío y vacío dentro de su mente había sido el resultado de las drogas, y ahora Ria había salvado el animal llenándolo. —Tú eres mi compañero—. Las garras de Alaiya se clavaron en sus antebrazos, pincharle con ira en lugar de con deseo, mientras ella se negaba a reconocer lo que su instinto, él sabía, sentía que estaba tocando algo que podría matarla por el insulto que estaba dando a su compañero. —Por consiguiente, ¿dónde has estado, entonces? —le preguntó, su voz oscura, la furia vertiendo a través de él.
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La necesidad de llegar a Ria se retorcía dentro de él. Detuvo el animal, sólo por el momento. El turno de Ría llegaría, y él se aseguraría que nunca se alejara de él nuevamente. Los ojos de Alaiya se dilataron y sintió la mentira antes que saliera de sus labios. La olió, un olor oscuro y agrio que lo ofendió. —Me ocultaron de ti—susurró. —Mientes—. Se encogió de hombros con su contacto. —Has jugado como siempre jugaste. Has hecho lo que deseabas y dado poca importancia a los que dejaste atrás en los laboratorios. Estabas follando a tu entrenador, Alaiya. Lo supe entonces. Lo maté y escapaste, y te escondiste como la cobarde que siempre has sido. Y yo te vuelvo a preguntar, ¿por qué vienes aquí ahora? —. Sus labios se afinaron. —Has oído de Ría—respondió por ella. —Lo que significa que tienes vínculos dentro del Santuario. Lazos que no deberías tener—. Su mirada parpadeó por encima del hombro, hacia Jonas. —Ella se entregó en la Oficina seis meses atrás, Mercury—Jonas le dijo. —Desde entonces la he tenido trabajando como un agente encubierto en algunos sectores—. Ese era Jonas. Siempre haciendo uso de una herramienta, no importa cuán errónea fuera. — ¿Y tú no me dijiste que había sido encontrada? —. No quitaba los ojos de ella. La miró, como si fuera una serpiente, mientras observaba las mentiras que oscurecían y aclaraban sus ojos. —Ella no es tu compañera—. Oyó el encogimiento de hombros en la voz de Jonas. —Su olor no era una parte de ti, y cuando Ely ejecutó las pruebas de apareamiento, no mostraron nada. No había ninguna razón para informarte—. Mercury asintió lentamente. Contener la furia, latiendo, golpeando en su cabeza, no fue cosa fácil. El animal estaba rugiendo en su cabeza, pidiendo que él se vaya con su compañera. Su compañera de verdad. —Eso no es cierto—. Alaiya dijo mordiendo las palabras. —El acoplamiento estaba presente en los laboratorios—. Mercury la apartó. —La necesidad de follar estaba en los laboratorios—gruñó a su vez. —La lujuria estaba allí, por la única mujer de toda la fuerza—.
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—Entonces, explica las pruebas—gritó, los puños apretados, los celos furiosos chorreando de ella como olor corporal. —Las pruebas que hicieron. Las mismas que los tabloides reclamaban. Todo el mundo puede pensar que esos periódicos están llenas de basura, pero recuerdo los resultados de las pruebas, Mercury. Los recuerdo y recuerdo cuán posesivo eras cada vez que ellos me permitieron acercarme. Era calor de apareamiento. Al igual que los apareamientos que he leído desde que trabajo con Jonas—. Sacudió la cabeza. —No me preocupan esas pruebas, Alaiya. Este calor es para una mujer. Mi compañero. Para Ria—. —Las Castas sólo se acoplan una vez—siseó, su rostro enrojecida de rabia. —No nos acoplamos—le recordó antes de volverse a Jonas. —Yo la deseo detenida para ser interrogada—. Su mirada se cruzó con la de su comandante. Ahora también reconoció el animal en Jonas. Y sonrió. Los secretos que Jonas mantenía estaban muy por debajo de la piel y el sentido animal se encontró con el sentido animal en un reconocimiento de fuerza. Jonas asintió lentamente. —Yo ya había decidido eso cuando llegó esta noche afirmando ser tu compañera—. El momento era perfecto. Por el momento, los tres hombres Castas más fuertes no estaban en esa fiesta. Ellos estaban distraídos, y Mercury estaba en completo cambio salvaje. Podía sentirlo. Bajo cualquier otra circunstancia la sangre pudo haber sido derramada. Pero el animal era más experimentado ahora, más maduro, más inteligente. Y el hombre conocía la libertad. La libertad por la que el animal estaba hambriento. — ¿Detenida? —Alaiya gruñó. —No voy a estar detenida. Vine aquí por ti, Mercury. Te volviste loco cuando pensaste que me habías perdido. ¿Cómo puedes decir que no te importa? —. Se volvió hacia ella, sus ojos fueron sobre la figura perfecta, vestida con la ropa perfecta, y ella no valía un pelo de Ria. — ¿Cómo sabes lo que pasó en los laboratorios? —le preguntó en voz baja. —Es alto nivel de información, Alaiya. No podría haberte llegado a menos que tuvieras un contacto dentro de los laboratorios—. La batalla para mantenerse sano ahora era uno que iba a perder pronto si no la dejaba. Si él no conseguía a su compañera. Tragó saliva, sus rodillas casi debilitadas con el sabor de la hormona de apareamiento. Se acordó de Ría, saboreó como si estuviera impregnado de su olor, con el dulce deseo con que había lamido su cuerpo más de una vez. 221
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La idea de compartirlo con ella, de verla arder con él, estaba poniendo su polla más gruesa, más dura que nunca. Mientras hablaba, una unidad de Castas entró en el pasillo. Cuatro Castas silenciosos, sus ojos sobre Alaiya, el conocimiento de sus órdenes en sus ojos. Ellos se asegurarían que estuviera detenida hasta que pudiera ser interrogada. Se trasladó para pasar a Alaiya, nada más importaba que llegar hasta Ria. ¡Maldita sea!, se había atrevido a alejarse de él. Dejar a su compañero con otra mujer. Tendría que mostrarle el error de eso rápidamente. Pero aún cuando ese pensamiento pasó por su mente, su corazón se derritió por ella. Ella lo amaba lo suficiente como para dejarlo ir sin recriminaciones cuando pensaba que su compañera había regresado. Cuando pensaba que el calor de apareamiento que Dane había olido en él era por otra mujer. Ella era más fuerte que él. Nunca la habría dejado ir. —Mercury—. La mano de Alaiya se apoderó de su brazo, sobre la tela de la chaqueta que llevaba. —Yo nunca te olvidé. Nunca— Se quedó mirándola, y por una vez vio la verdad en sus ojos. A pesar de sus debilidades, había habido partes de Alaiya que lo habían divertido, que una vez le había dado esperanzas que ella sería una compañera digna de caminar a su lado. Pero había encontrado a una mujer que llamó a ambos, al animal tanto como al hombre. Ria había salvado la parte más elemental de él. Ella lo había llamado a la luz. Y controlaba a la bestia. Liberó el brazo de las garras de Alaiya. —No quiero encontrarte en presencia de mi compañera, nunca más—le advirtió. —El dolor que le infligiste esta noche, deliberadamente, estaba fuera de lugar. Tocaste lo que sabía, lo que el animal dentro de ti, te advirtió que no era tuyo para tocar. Hazlo otra vez, Alaiya, daña a mi compañera de ese modo, y lo que hice en los laboratorios el día que me dijeron, con lujo de detalle, cómo supuestamente habías muerto, se verá como diversión y juegos. ¿Nos entendemos? —. Ella palideció, le devolvió la mirada con ojos que parpadeaban con miedo ahora. —Eras parte de mi orgullo—él le recordó. —Y ciertamente, la mujer que yo hubiera tomado como mi amante una vez que madurara. Sea cual sea la hormona de apareamiento que apareció debió ser un error. O alguna anomalía. Tú no eres mi compañera—. — ¿Cómo puedes decir eso? —susurró.
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Mercury podía sentir el zarpazo del animal más duro, gritando de rabia en su cabeza. La hormona estaba bombeando en su lengua, haciendo difícil pensar más allá de la bruma de la lujuria que lo consumía. Esto tenía que ser tratado. No importa el disgusto que lo llenaba. —Lo digo con mucha facilidad—gruñó. —Entonces yo era el orgulloso líder. En esos laboratorios eras mi responsabilidad. Eras mi mujer, al igual que las otras mujeres eran mías también. Yo era un animal allí. El animal me dictaminó y me guió, y el animal necesitaba aparearse. Así de simple—. Se dio vuelta y miró a Callan, reconociendo el animal allí. Potente. Honorable. El animal dentro Callan mezclado perfectamente con el hombre, de acuerdo, fuerte y duradero. Callan gobernaba. Tan potente como Mercury se sabía ahora, sabía que su animal lo era, no tenía ningún deseo de las responsabilidades que venían con la posición de orgulloso líder. —Eres la responsabilidad de Callan ahora. Tal vez pueda negociar contigo—. —No dejaré que esa puta te lleve—. Las palabras estaban apenas saliendo de su boca cuando el animal atacó. Su mano estuvo rodeando su cuello, sin hematomas, pero definitivamente mortal. Se quedó sin aliento, el miedo finalmente contorsionaba su expresión cuando Mercury se inclinó sobre ella e inhaló. —El olor de los hombres con quien te has acostado impregnan tus poros. El aroma de tus celos y tu codicia, la maldad de quién y qué eres, me enferma. Tu cálculo para robar lo que sabes pertenece a otra me enfurece. Acércate a mi compañera de nuevo, y no seré capaz de controlarme, Alaiya. Te mataré. Nadie, ningún hombre ninguna mujer, pone en peligro lo que es mío. ¿Me comprendes? —. Tenía los ojos clavados en los de él, la necesidad de desafiar su poder parpadeando dentro de su mirada cuando su mano se cerró alrededor de su garganta y gruñó en advertencia. —Sí—. Los ojos bajaron, fueron a su hombro. El reconocimiento de su fuerza llenaba su olor ahora, cuando la hizo someterse a ella. Él respetaba el animal dentro de ella, esa parte de su genética, la fuerza que él sabía ella mantuvo, las cualidades que la habían hecho sobrevivir. En la mujer, él jamás confiaría. Tiró de su mano hacia atrás y se volvió a Callan y Jonas. Los dos hombres que él siguió a la batalla, que respetó y por los que luchó. —Hablaremos más tarde—gruñó hacia ellos. No era una petición. Tanto como él los respetaba, tanto como él les debía, su compañera estaba por encima de ellos. 223
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Callan asintió con la cabeza cuando Jonas miró el frasco de sangre en la mano. —Ejecuta las jodidas pruebas—espetó Mercury. —Tal vez todos necesitemos ver exactamente con lo que estamos tratando ahora—. Él sabía con lo que estaba tratando. La pura genética animal. Por dentro y por fuera. Mercury era de hecho un león caminando sobre dos piernas, y esa sangre lo demostraría. —Blade—dijo al ejecutor Casta Lobo que encabezaba la unidad. —Informales a los de afuera que traigan mi Harley—. —Está nevando, Merc—el ejecutor casta le informó cuidadosamente. —Duro—. La Harley pasaría por una tormenta de nieve. Mercury lo haría malditamente posible. —Díselos ahora—. Se volvió hacia Alaiya. Ella se apoyó contra la pared, mirándolo atentamente, el cálculo llenaba sus ojos antes de alejarlos de su mirada. —Me jodes, Alaiya, y será el último error que cometas— Entonces se alejó de todos ellos, y permitió que el animal circulara libre. Lo había tenido confinado, tan profundamente oculto en su interior que ni siquiera él sabía que aún vivía. No lo confinó más, y él fue por su compañera. Cuando él salió de la mansión y se movió hacia la Harley, aspiró profundamente. Podía olerlos ahora. Sabía dónde estaban. Cada león viviente de cuatro patas que vagaba por los campos, protegiendo a sus primos de dos piernas, siguiéndolos. Rugió en la noche, el animal y el hombre anunciando su presencia, su fuerza. Y las llamadas volvieron a él. Una sinfonía de gritos de animales, rugidos que llenaron la montaña, el reconocimiento de los animales que se trasladaron para estar cerca de él, en señal de triunfo. Era consciente de las castas haciendo guardia afuera, mirándolo ahora con cautela. Los sonidos de los leones llamándolo a él, rugiendo su saludo, su desafío, el eco de la furia que oyeron dentro de él. 224
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Rugió de nuevo, llenando la noche con un sonido que nunca había sabido que poseía. Su cabeza inclinada hacia atrás, la rabia y el triunfo y la convocatoria de su compañera desgarrando de las cuerdas vocales que ahora eran más animales que humanas. Y los animales respondieron. Sintió su respuesta, los sintió moverse hacia su destino. Ellos eran su orgullo y protegerían lo que era suyo. Su mujer. Su compañera. Su hembra alfa por elección y por naturaleza. La casta que le trajo la Harley se quedó atrás, la cautela y el respeto llenaban su mirada cuando Mercury se acercó a él. La casta estaba impresionada por la visión de él. Los ojos tan azules que podrían rivalizar con un cielo de verano, la espesa melena de pelo cayendo fluida sobre sus rasgos salvajes, sus hombros parecían más amplios, el cuerpo más grande que nunca antes. El macho Casta León vio algo que tanto lo atemorizó como lo asombró, porque esta visión era una verdadera casta. La pura fusión de león y humano. Y estaba enojado. Ese rugido había sido uno de pura furia, y en él había guardado un mensaje. Un mensaje tan primario, tan exigente, que la misma casta casi lo siguió. Proteger a la compañera de Mercury. *** Ria escuchó los rugidos en el agotamiento de los sollozos. Todavía la hacían pedazos, pero los gritos ya no estaban rasgando a través de ella. Ahora estaban atrapados en su interior, saliendo con las lágrimas que habían hinchado sus ojos y la dejaron destrozada, aferrada a la almohada de Mercury, su olor el único consuelo que pudo encontrar. El recuerdo de su sonrisa pasaba por su mente. El conocimiento de sus ojos cuando la miraba. La conocía. Hubo cosas que no había tenido que decirle. Él sabía quién era ella, cuando nadie más lo ha sabido, incluso los Vanderales. Ella no quería que los demás vieran quién era, por lo que ella lo había escondido. Pero Mercury la había visto. La había sentido. Y ahora lo estaba perdiendo. Ella se había alejado. ¿Debería haber luchado por él? Sus sollozos se volvieron más profundos ante el pensamiento. OH, Dios, quería luchar por él. Quería arrancar los ojos de esa mujer. Arrojarla lejos de Mercury y desgarrar ese cabello perfecto que enmarcaba esas facciones perfectas. ¿Y qué bien le hubiera hecho? ¿Cuándo el amor cedió lugar al calor del apareamiento? Ella había hecho su tarea. Ella sabía que no podía negar el calor. 225
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Y el calor no había estado entre ella y Mercury. Al menos, no en Mercury. Ella estaba sangrando agonía a través de cada poro de su cuerpo con el pensamiento de otra mujer tocándolo. ¿Cómo iba a sobrevivir? ¿Cómo iba a hacer su trabajo y luego alejarse? Se acurrucó más apretada en torno a la almohada que sostenía contra ella. Ella no podía quedarse aquí. Dane tenía razón. No había manera que pudiera sobrevivir a esto, pero ella tampoco podría sobrevivir regresando a Sudáfrica. Donde Elizabeth se preocuparía por ella y Leo la miraría con triste decepción. Porque ella se había desordenado y se descuidó de nuevo. No, no era eso, se dio cuenta. Fue porque él la conocía. Él sabía que ella se negaba a compartir su dolor, y él siempre había estado decepcionado con ella porque no peleaba cuando la lastimaban. Se escondía y trataba de sanar. Y Leo sólo sabía pelear. ¿Y Dane? Dane siempre le trajo baratijas, chucherías y joyas cuando se lastimó. Como si no supiera otra manera de tratar de aliviar su dolor. Y ella siempre las había aceptado, porque siempre había sabido que lo consolaba. Incluso si no la consolaba a ella. Ella era la relación de pobre huérfana, porque lo había permitido. Porque, como Mercury la había acusado, le permitió ocultarse. Mantuvo a los hombres a distancia, y mantuvo su corazón seguro. Porque no deseaba sufrir. Porque esa niña de seis años todavía existía en su interior. La que sabía que la vida podía arrebatar demasiado fácilmente el centro de su mundo. De nuevo oyó el rugido de leones afuera, justo afuera de la cabaña. ¿Los animales sienten la muerte de un alma? ¿De un corazón? ¿Estaban moviéndose como carroñeros para participar de la destrucción? Había visto a los leones en la finca de Leo. Grandes y poderosos, siempre atacaban al más débil del grupo en primer lugar. A los que estaban heridos. A los que no podían luchar. Por primera vez en su vida estaba dispuesta a luchar por algo o alguien, y sabía que la batalla era inútil. Una mujer no podía derrotar el calor del apareamiento. Pero él le había hecho promesas. Él la había llamado su compañera. Él la amaba. El amor podía luchar contra la biología, la química. Podría mover montañas Sacudió la cabeza. Ella destruiría a ambos en el proceso, ¿no? —De todos los datos que he recolectado, así como de las pruebas que he realizado en mi misma y en Leo, tengo que decir que el calor del apareamiento siempre viene con el sentimiento—. Elizabeth había estado delante de ella hace 226
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más de un año, con el ceño fruncido mientras trabajaba, mientras que Ria pasaba las transmisiones de Leo y actualizaba la seguridad de su codificación. — ¿Qué te parece, Ria? ¿El amor conquista todo? —. Ria había levantado la vista de la computadora para encontrar la mirada satisfecha de Elizabeth. — ¿Cómo voy a saberlo? Nunca he estado enamorada—. Le había devuelto la sonrisa a la otra mujer. —Pero me has ayudado con muchas de esas pruebas—Elizabeth señaló. —Los apareamientos se están fortaleciendo en las castas de América, aunque no hemos tenido el apareamiento del orgullo de Leo—. Ria resopló. —El orgullo de Leo rara vez abandona las llanuras. ¿Qué se supone que aparee? ¿Las cebras? —. Y Elizabeth se había reído de eso, de acuerdo con ella. —Mira eso. Devoción, Ria—. Extendió las fotos que se habían tomado de las parejas acopladas. —Mira sus ojos, sus expresiones, como se miran unos a otros. Estos son más que biológicos, químicos u hormonales. Es por esto que las pruebas de apareamiento no son siempre concluyentes. A veces tienen razón, a veces no la tienen—. Ria sabía que a menudo Elizabeth trabajaba en secreto con la científica casta Ely Morrey. —Esto es amor. Amor, la predisposición para ello, o el sentido animal que esa mujer es de alguna manera más perfecta, más digna que otras. Comienza el calor del apareamiento—. Ria había mirado las fotos. El orgulloso líder Callan Lyons y su esposa en una conferencia de prensa después que se anunció al mundo lo que eran las Castas. Taber Williams y su compañera, Roni. Tanner y Scheme. Un responsable de seguridad, Tarek, y su compañera, Lyra. En sus expresiones ese algo extra que siempre había fascinado a Ria. Era amor. Siempre era amor. El calor del apareamiento había logrado, en cada caso, combinar lo químicos, lo biológico y lo hormonal con el amor. Mercury la amaba. Ella oyó el rugido exterior. Más cerca, palpitando con rabia, recordándole a Mercury. Él la amaba. Ella sabía que lo hacía. Su alma estaba siendo arrancada de su cuerpo sin él. No amaba a Alaiya. El calor del apareamiento viene con el amor. Mercury había dado muestras de la hormona de apareamiento en aquellos laboratorios. No del calor del apareamiento. 227
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Hundió la cabeza más profunda en su almohada, en su olor. Era suyo. Él iba a hacerla suya. Sin embargo, lo que debería haber sido suyo había cobrado vida por otra mujer. El aroma del calor del apareamiento que Dane había olido. En el momento que Mercury vio Alaiya. Estaba preparándose para moverse, para obligarse a ir a la cama, cuando el golpe de una puerta la hizo endurecerse. Un rugido llenó la cabaña y el estallido de la puerta del dormitorio al abrirse, lanzada contra la pared con una fuerza que sacudió la habitación. Se tiró de la cama. La luz del cuarto de baño derramada sobre él. Mercury. Salvaje. Furioso. —Escapaste de mí, compañera—. Rompió los botones de su chaqueta cuando se la arrancó de su cuerpo. Lo miró sorprendida mientras se desnudaba. Las botas se estrellaron en el piso. Sus pantalones se deslizaron de sus poderosas caderas. Su erección era más gruesa, vibrante, sus ojos completamente azules cuando ella volvió a la aparición que merodeaba por su cama. —Mercury... — —Compañera—exclamó, sus caninos destellando cuando se trasladó a la cama. Ella vio, como en trance, cuando se detuvo a los pies de la cama. Parecía más grande, sus músculos más poderosos, la fuerza en su cuerpo amplificada. Tragó saliva con fuerza. — No me acoplaste, Mercury—. Su respiración ocultó un sollozo. Ella iba a llorar de nuevo, y no podría soportar llorar delante de él. Quería ser fuerte, quería darle la oportunidad de elegir sin tener que responsabilizarse por las promesas que le hizo. —No hay calor para mí—. Las lágrimas goteaban de sus ojos de todos modos, el dolor recorrió su alma. Sus ojos brillaban con rabia. Los ojos azules, las puntitas doradas ardiendo en ellos como el fuego. Como lo habían hecho en los laboratorios. Como lo habían hecho por otra mujer. Ella se acercó a él, luego alejó su mano, luchando contra los sollozos. — ¿Por qué estás aquí? —susurró. — ¿Por qué? OH, Dios, Mercury. No puedo soportar esto. No puedo soportar perderte dos veces. No me hagas 228
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esto—. El estruendo que llenó la sala la hizo parpadear. Era bestial, no era el casta. Estaba lleno con todo el poder y la furia de la genética que de alguna manera había sido incrementada en él, que se derramaba a través de él. El sonido era puro animal. Cuando su cabeza bajó de nuevo, la expresión de su rostro la aterrorizó. Porque ella sabía que no iba a dejarla ir. Ella sabía que él ignoraría el calor del apareamiento y los destruiría a ambos. Se movió para saltar la cama, para salir de la habitación. Él la atrapó antes que ella hiciera nada más que tensarse. Estaba sobre ella, empujándola hacia abajo, gruñendo. Sus dedos enredados en su pelo, sosteniéndola en su lugar, la rabiosa lujuria que llenaba su rostro sobresaltaron su corazón con miedo. —Mi jodida compañera—. El gruñido fue salvaje. — No... —. Porque iba a besarla. A darle algo que pertenecía a otra mujer. No a ella. Y no podía evitarlo. Sus labios cayeron sobre ella, inclinados sobre los suyos, y su lengua entró en su boca con decidido hambre. Codiciosa. Con una desesperación que surgió a través de sus sentidos y un sabor que la calmaba por dentro. Salvaje. Primitivo. El calor y los rayos, la energía y el hambre oscura. Le llenó su boca. Cubrió su lengua, y era tan bueno. Como néctar. Ella luchó contra él. Le mordió la lengua, pero no fuerte. Porque cuando lo hizo, más de ese gusto llenó su boca. —Chúpame la lengua—gruñó contra los labios. —Tómalo— — ¡No es mío! —le gritó, aumentando su propia furia ahora. — ¡Maldito seas! —. Sus puños golpearon sus hombros. — ¡No es mío! —. Sus labios llegaron a ella de nuevo, bombeaba la lengua dentro de su boca, forzó el sabor dentro de sus sentidos, y OH Dios, era tan bueno. Era todo lo que había soñado que sería. Era imposible de resistir. Sollozó. Ella le suplicó con sus lágrimas cuando sus labios se cerraron vacilantes sobre los de él. Ella lo tomó. Ella lo saboreó. Y en cuestión de segundos, estaba consumida por él.
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Leigh, Lora CAPITULO 20
Ella era su compañera. Nada más importaba. Ningún otro pensamiento llenaba la cabeza de Mercury al sentir sus labios rodeando su lengua, los indecisos movimientos de succión, ordeñando la hormona de él. Sintió su placer, el deseo creciendo impaciente en su interior, incluso si ella estaba indecisa con esto. Él se estaba dando a ella, tomando lo que le pertenecía, dándole lo que le pertenecía. Lo que había soñado darle. El calor lo quemaba completamente, una ardiente ola de placer abrasador y de agónico éxtasis. El animal y el hombre se fusionaron aquí, con ella. Sin batalla, sin lucha por la supremacía entre ellos. Por Ria, eran uno. Él gruñó en el beso. Sus dedos amasaron su cuero cabelludo y tomaron el aroma de ella en su mismo ser. Su compañera. Había necesitado esto. Sufrido por ello. Desde el momento en que la vio por primera vez, había orado por ello. Y nunca se había dado cuenta que él fue la razón de que no la hubiera acoplado. Que ese control que se había impuesto después que salió de las drogas del cambio salvaje había bloqueado su capacidad para aparearla. No se dio cuenta hasta que el animal dentro de él percibió su angustia y su miedo, su premonición de peligro. El animal se había liberado. Desde el primer perfume de ella, desde la primera vez que la había visto, hablado con ella, el animal se había negado a dormir por más tiempo. Se había despertado, sentido atraído por lo que Mercury se había sentido atraído, por su olor, por su honor, por el hecho que fue creada para vivir dentro de su alma. Ahora, cuando ella tomaba la oscura y potente hormona de su lengua, y él sabía que era potente, los gruñidos que salían de su pecho hicieron eco en su cabeza. Por el momento, era más animal que hombre. Ella se había alejado corriendo de él. Lo había dejado, negándose a ver a quién pertenecía, negándose a permitirle protegerla, a él, su compañera. Protegerla era su placer. Protegerla, asegurarse que sobreviviera a toda costa, era para lo que él había nacido. Había nacido para esta mujer. Nacido para llenar los lugares fríos en su interior, al igual que ella llenaba los de él. Ella aliviaba el frío y la oscura soledad en su interior. Ella la derrotó, trajo la calidez y la risa, trajo el dulce conocimiento que el animal y el hombre que él era, realmente le pertenecían.
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Ella se había alejado corriendo de él. Había dejado a otra mujer interponerse entre ellos, se apartó, sin importar la razón. Ella nunca se apartaría de su lado de nuevo. Ella nunca se atrevería a considerarlo, incluso si sospechara que su felicidad estaba en otra parte, nunca se le ocurriría alejarse de él. Ella se aferraría a él con garras tan profundas, tan agudas como cualquier animal. Le demostraría que su placer era el suyo. Su seguridad era la suya. Su Ria iba a aprender a tomar lo que le pertenecía. —Te atreviste a abandonarme—. Él arrancó los labios de ella, mirándola a los ojos, viendo el rubor que cubría su cara hinchada por las lágrimas, vio el hambre comenzar a llenar sus ojos chocolate. Sacudió la cabeza lentamente. — ¿Qué me has hecho? —. —Tomarte—. Tocó la tela de ese vestido detestable. —Y te tomaré más. Y más. Hasta que te des cuenta, Ria, que nada puede arrancarte de mí—. Tenía que tocarla. El león en su interior necesitaba extender su marca a través de todo su cuerpo. Los finos vellos a lo largo de su cuerpo cosquillaban, la hormona de apareamiento que infundió su beso empezó a filtrarse a lo largo de esos vellos. Quería frotarse contra ella. Llenar sus poros con su olor, y solamente con su olor. Nunca otra casta, masculina o femenina, intentaría usurpar lo que le pertenecía sólo a él. —Me destruirás—sollozó. Ese sonido, la visión de sus lágrimas y el olor de su dolor lo estaban destruyendo. Se quedó mirándola, viendo el conflicto en su mirada, las emociones que había arrancado su separación, todavía la quebraban, y él no quería nada más que aliviarla. Todo dentro de él le exigió aliviarla, y él sabía hacerlo de una única manera. La única manera. Él liberaría el animal dentro de Ria, aunque los matara a ambos. Era la única manera. —Tú eres mi compañera—. Le tocó la cara, se inclinó y la besó suavemente. Para pedir disculpas ahora por lo que sabía sería su enojo más tarde. Mercury frotó sus labios contra los de ella, la escuchó jadear por el hambre que la llenaba, y el estruendo de placer en él fue como un ronroneo profundo de su garganta. Luego clavó su lengua dentro de su boca de nuevo, la obligó a tomar más 231
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del calor, incluso cuando a una parte de él le dolía. Su orgullosa compañera. Tan orgullosa, tan asustada de las emociones arañando entre ellos. —Mercury—. Su suspiro roto lo impulsó hacia atrás, sus manos se aferraron a la tela de su vestido antes de romperlo. Deseaba ese jodido y feo vestido fuera de su cuerpo. No más tarde que la siguiente noche sus armarios estarían llenos con ropas que se ajustara a su Ría. Que se ajustara al femenino animal que sabía iba y venia y merodeaba en su interior. Ella no era casta, todavía. Pero el animal en él reconoció el núcleo primitivo de ella. Y él lo sacaría afuera. Fue creado con la fuerza, la arrogancia, para garantizarlo. — ¿Qué estás haciendo? —. Su grito era uno de sorpresa, no de miedo. Arrancó los jirones de ella, arrancó el delicado material hasta que no hubo manera alguna vez que cubriera su cuerpo de nuevo, y entonces se calmó. Se inclinó sobre ella, ahora podía ver lo que llevaba debajo. El sexy portaligas negro de encaje y las medias. Bragas de seda y encaje corte francés haciendo juego. Y un pequeño sujetador estaba allí, empujando alto sus pechos, revelando sus rígidos pezones. Picos rosados rodeados por la oscura tentación. La visión de ellos lo puso hambriento, lo hizo gruñir. Hizo vibrar su erección dolorida y hambrienta y lo hizo relamerse ante la idea de probarlos. Una vez que sus labios cubrieran esos picos duros, la hormona en su boca se hundiría dentro de ellos, los quemaría, la llenaría con la necesidad de tenerlo mamándolos hasta que ambos expiraran con el éxtasis. Entonces, sus labios se moverían más bajos. Dejó que sus ojos bajaran por sus bragas. Él no quería sacarlas. Eran sexy como el diablo, lo llevaron a la locura con el hambre ante la vista de ellas. Apartó sus piernas con las suyas, inhalando, oliendo su excitación y el calor comenzando a prepararlo. Su espalda se arqueó en la cama. Bajó su cabeza, sus labios cubrieron el pezón y lo absorbió dentro de la boca mientras ella gemía de placer. Por un momento, existió la suficiente cordura dentro de él para maravillarse de como se sentía por ella. Ria estaba hundida en un torbellino de sensaciones. Mercury siempre la había complacido. Nunca había conocido otra cosa que el placer con su 232
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contacto. Pero esto, ella arqueó la espalda, enterrando la cabeza en las almohadas y luchando para dar sentido a lo que estaba sintiendo ahora. Su boca estaba llena con el sabor de la lujuria oscura, primitiva. Lujuria Primitiva. No había ninguna otra descripción para ello. Un profundo sabor del placer masculino, como una tormenta de montaña. Fresco. Limpio. Sin embargo, teñido de fuego. Y la inflamaba. Podía sentirlo palpitando por sus venas cuando el sabor de sus besos alimentó un hambre que no se podía haberse imaginado sentir. Ella no podía luchar contra él. Deseaba arañar y rasguñar y demandar que él la tomara ahora, pero el placer, Oh Dios, el placer la tenía atada, mirando como él levantó la cabeza y se empujó entre sus muslos. Un segundo después sus bragas fueron arrancadas de su cuerpo. Y fue erótico. Fue tan sexual que ella no estaba preparada para lo próximo que hizo. Su espalda se arqueó y arrancó un gemido de ella cuando sintió su dedo zambullirse en su interior. No fue un lento y fácil empujón. Fue una penetración. Un empalamiento, mientras bajaba la cabeza y sus labios cubrían la demasiado sensible y distendida punta de un pezón. ¿Qué estaba haciendo con ella? Su lengua raspaba sobre la endurecida punta, y la calentaba. La hizo estremecerse y arder, y cuando él la cubrió, azotándola con la lengua, ella comenzó a retorcerse debajo de él. Era demasiado. Su dedo bombeando en los apretados y húmedos confines de su sexo, su lengua destruyéndola con el placer que llenaba su pezón. Las sensaciones desgarraron a través de la punta, corrieron velozmente a lo largo de sus terminaciones nerviosas y rebanaron su útero con la capacidad para robar su aliento con el éxtasis de ello. —Mercury—. Ella jadeó su nombre, apenas notando que sus uñas estaban perforando la piel dura de sus hombros en lugar de las mantas sobre las que ellos estaban trabados. — ¿Qué me estás haciendo? —Movió bruscamente su cabeza. El miedo y el placer, la agonía y el terror estaban golpeando a través de ella. No sabía si debería rezar por la liberación o mendigar por la muerte de lo que era tan intenso. —Apareándote. Compañera—. Levantó su cabeza, los ojos de cristal azul, las puntitas de oro brillando dentro del color de gema. Bajó la cabeza y los labios cubrieron el otro pezón. Y fue lo mismo. Ella estaba retorciéndose, aferrándose a él. Necesitándolo. Su coño palpitaba
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alrededor de su dedo mientras lo movía dentro de ella, frotándola suavemente, acariciándola mientras ella gritaba su nombre de nuevo. —Mercury. No puedo soportar esto—le dijo jadeando. Ella luchó para aferrarse a él cuando el temor comenzó a crecer en su interior. Había leído los informes sobre el calor del apareamiento, la lista de las sensaciones subjetivas, la intensidad de ellas, y eso no la había preparado para esto. No para esto. El aumento del salvajismo en su interior, rompiendo sobre ella y borrando cualquier control que pudiera haber pensado poseer. Todo lo que podía hacer era sentir. Sus labios apoyados sobre su pezón, calentándolo, su lengua raspándolo. Derramando esa hormona sobre ella. Hundiéndola en sus poros. La aspereza de su lengua estaba abriendo diminutos poros, permitiendo que la hormona entrara en ella. — ¡No se puedes hacerme esto! —. Trató de gritar, pero todo lo que pudo lograr fue un grito agudo y ahogado. — Maldito seas, Mercury. ¡No me puedes hacer esto! —. Él la estaba llenando con esa hormona. Lamiéndola, derramándola dentro de su propia carne mientras gruñía contra el montículo de su pecho y empezó a avanzar poco a poco hacia abajo. Un beso, una lamida. Haciendo una pausa para chupar su carne, para barrerla con esos perversos caninos, para rasparla con su lengua. Él la estaba destruyendo, una lamida y bajaba por la segunda. Ella sabía a dónde iba. Donde el calor de su excitación estaba quemando demasiado profundo, torturándola, arremolinando a través de ella. Su dedo se zambulló dentro de ella, retorció la muñeca, frotando su interior, y todavía no era suficiente. —Nunca te alejarás corriendo de mí—. Su voz era tormentosa, gruesa, primitiva. —Rompiste mi alma, Ria. Huyendo de mí. ¡Yéndote con ese hijo de puta! —. Mordisqueó su carne y ella se arqueó. El pequeño mordisco fue demasiado placentero. —No puedes hacer esto—. Su cabeza cayó derrotada en la cama. —OH Dios, Mercury. Me destruirás. Esto no es para mí. Sabes que no es para mí. Es para ella—. Sacudió la cabeza hacia arriba. — ¿Te quemas, Ria? —. Ella gimió ante la pregunta. Ardiendo no describía las sensaciones que la 234
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desgarraban completamente. —Me está matando—. Quiso gritar, pero apenas pudo jadear. — ¿Necesita mi sabor de nuevo, bebé? —. Se acercó a ella, sus labios bajaron sobre los de ella, y se le hizo agua la boca por él. La necesidad de su sabor la consumía. —Respóndeme, dulce Ria. ¿Necesitas mi sabor? —. —Por favor. Por favor—. Se levantó, tocó los labios de él con los suyos y tomó su beso. Sus labios se abrieron para su lengua, encerrándola, y ella sintió de nuevo una tormenta dentro de ella. Ella conocía lo mejor. A distancia, una parte sana de su mente sabía que lo mejor era no permitir que esto suceda. Ella sabía que su vida habría terminado, si alguna vez la dejaba. Su alma se rompería sabiendo que él se había arrepentido de esta noche, de este momento, cuando su necesidad de contar con su verdadera pareja comenzara a arder en su interior. La muerte sería fácil comparada con el infierno que ella tendría que soportar. Y, sin embargo, el paraíso estaba aquí. El sabor de su beso se filtraba en su interior, llenándola, haciéndola sentir hambre. Podía sentir cada centímetro de su cuerpo que la tocaba. Los diminutos pelos, tan sedosos, tan suaves rozando contra su carne. Su mano entre los muslos, su dedo presionando dentro de ella, la punta callosa encontrando un lugar profundo dentro de ella que tenía a su clítoris gritando por alivio. Estaba hinchado, duro, y necesitado. Necesitaba tanto como sus labios necesitaban sus besos, sus pezones necesitaban su boca. Ella necesitaba. Y le dio. Amamantó esas puntas, enviando centellantes flechas de agonizante placer corriendo desnudas a través de ella hasta que estuvo retorciéndose, girando debajo de él. Los gritos rotos llenaron la habitación cuando finalmente comenzó a bajar de nuevo. Besos, lamidas sobre su carne. Saboreándola, moviéndose hacia abajo de su cuerpo hasta que estuvo extendido entre los muslos, los dedos separaron la tela que había arrancado, dejando al descubierto la yema congestionada de su clítoris. Ria miró su cuerpo, observando. Tenía la boca seca, sus sentidos estaban aturdidos, mientras observaba a su lengua separar sus labios, dilatada, endurecida. Entonces agachó la cabeza, sus ojos todavía en los de ella, y ella 235
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vio cuando la empujó en el reluciente nudo de carne. Ria se sacudió, se estremeció, su cuerpo se alzó de la cama, sólo para tener su mano aplanada contra el estómago, presionándola hacia abajo mientras sus labios cubrieron su clítoris. Ella gritó cuando la electricidad abrasó el pequeño nudo de nervios. Se sentía venir, apretando alrededor del dedo que la invadía mientras su clítoris tenía espasmos, se agitaba y latía contra su lengua torturadora. Y, sin embargo, no era suficiente. Nada era suficiente. Se estaba muriendo con la necesidad y no era suficiente. — ¡Por favor! —. Ella gritó, tratando de atraerlo hacia ella cuando su lengua fue más abajo. —Por favor, Mercury. Ahora. Tómame. Por favor, tómame—. Los muslos se abrieron más para él y ella gimió cuando su dedo se deslizó fuera del agarre. Sólo para que sus manos se deslizaran por debajo de su trasero, levantándola. Agachó más la cabeza y hundió su lengua dentro de ella. Lamiendo, frotando, él no se detuvo. Se empujó dentro de ella, llenándola con esa hormona, quemando su carne viva mientras ella empezó a girar por debajo de él. OH, Dios, si no la follaba, iba a morir. Ella iba a arder en llamas y se iría para siempre. —Por favor—sollozó. Le rogó. Gritó su nombre hasta que se vino una vez más, arqueándose y sacudiéndose contra él mientras sentía fluir los jugos de su vagina hacia su lengua. El gruñido que salió de él fue duro, mezclado con hambre voraz, mientras se enderezaba y arrastraba sus muslos sobre los de él. Mercury podía oler el calor de ella ahora. En su interior. Se mezclaba con el sabor de su dulce jarabe y acariciaba su lujuria a un punto de ebullición. Ahora su polla latía como una herida abierta. Y la cura para ella era no más que una exhalación de la hinchada y enrojecida cabeza con pre-semen preparado por la hormona. —Sabes lo que ocurrirá—gruñó bajando sobre ella, mientras ella lo miraba, su rostro, sus ojos aturdidos con el placer. —Cuando te tome, Ria. Cuando me venga dentro de ti, ¿sabes lo qué va a pasar? —. Sacudió la cabeza, pero el conocimiento estaba en sus ojos. Ella lo sabía. Ella sabía lo que iba a darle, que cuando se viniera dentro de ella, la extensión que 236
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podía sentir pulsando debajo de la cabeza de su polla se hincharía. Lo trabaría en su interior. Derramaría la hormona que empezaría a preparar su cuerpo, cambiándola, haciéndola receptiva a la alteración del semen que podría, y cómo rezaba por que lo hiciera, darle a su hijo. —Por favor— susurró de nuevo, su voz entrecortada, llena de su necesidad mientras apretaba su polla contra ella. Ella era tan apretada, y él era más grande que antes. Más grueso. La anticipación construida dentro de él, la satisfacción brillando en él. Esta era su mujer. Su compañera. Apretó los dientes y comenzó a llenarla. Vio cómo su polla comenzó a hundirse en el interior del caliente terciopelo de su cuerpo. Las bragas de encaje negro y eróticas, enmarcaban la penetración. Los muslos ligeramente bronceados se tensaron, se agruparon mientras se arqueaba y su coño se apoderó de él, lo ordeñó hasta que estuvo gruñendo por el placer, sintiendo el sudor derramarse por su cuerpo mientras luchaba por contenerse Ria estaba muriendo del placer / dolor de la penetración. Todo en Mercury parecía más grande ahora. Sus hombros, su cuerpo musculoso, la congestionada longitud y el grosor de su erección. Ella se arqueó y se retorció debajo él, gimiendo, pidiendo mientras la tomaba. Y sintió más que la penetración de su cuerpo en el suyo. Más que el empalamiento de su polla. Sintió un hambre salvaje circulando dentro de ella ahora. Su sangre era fuego. El sudor cubriendo su cuerpo era lava. Cada terminación nerviosa estaba presionada demasiado cerca de su carne, y ella necesitaba más. —Mi Ria—. Se levantó sobre ella con un gemido cuando empujó su carne pesada dentro de ella hasta la empuñadura. Podía sentir la presión de sus bolas más abajo, el latido de su polla dentro de ella y su cuerpo cubriéndola. Sentía el éxtasis y la agonía y no podía hacer nada salvo aferrarse a él cuando comenzó a moverse. Lentamente al principio. Demasiado lentamente. Aliviándola, empujando profundo y lento, trabajando dentro de ella mientras su carne se apretaba y convulsionaba alrededor de él. —Pon tus piernas a mi alrededor, Ria—. El profundo, áspero tono de su voz, envió un escalofrío por su espalda. Sacudió la cabeza. Ella no podría soportarlo. Estaba tan grande dentro de ella, llenándola tan completamente ahora. Sus dientes mordisquearon su hombro en señal de advertencia. —Hazlo. Envuélveme, Ria. Todo el tiempo—.
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Ella gimió, pero levantó las rodillas y envolvió sus piernas alrededor de sus muslos. — ¡Dios! Mercury—. Sus manos arañaron sus hombros, cuando el placer parecía irradiar de su interior, más brillante, más caliente. —Eres tan apretada. Como un puño caliente, hábil. Mejor. Mucho mejor que cualquier cosa que pudiera imaginar—. Mercury tenía su control agarrado del hilo más frágil. La hormona de apareamiento había sensibilizado su carne a un grado que apenas podía respirar por el placer que ahora lo consumía. Podía sentir el caliente apretón de los delicados músculos que rodeaban su polla, cada ondulación, cada pequeño espasmo de semen que trabajaba a través del canal demasiado apretado de su coño. Placer agonizante. La cabeza de su polla palpitaba. Podía sentir la púa pulsando justo debajo de la carne. Él la sentía. Era para ella. Todo esto para ella. El aumento en su interior igual que una marea de locura y posesión con un hambre que iban mucho más allá de la lujuria. Ahora su sudor los recubría. Haciéndolos resbaladizos cuando él se deslizaba en contra de ella. Los pequeños pezones duros y calientes asomaban empujando contra su pecho. Tiesos y calientes, llamaban a su boca mientras comenzó a empujar más duro contra ella, trabajando su erección dentro y fuera cuando una violenta necesidad comenzó a romper esa última medida de control. —No me abandonarás de nuevo—Mordisqueó la curva superior de su pecho. —Nunca te alejarás corriendo de mí—. ¿A dónde iba a correr? ¿Cómo iba a correr? Ella nunca podría vivir sin conocer este placer de nuevo, sin sentirlo aumentando en su interior con semejante éxtasis. Ria se mordió un poco los labios, retorciéndose en su contra cuando la necesidad empezó a crecer, quemando más brillante, más caliente. Ella se levantó para encontrar cada impulso, lloriqueando, muriendo por más. Y él le daba más. Duras y poderosas estocadas enterraban su polla dentro de ella, la acariciaban internamente mientras la necesidad de su sabor empezó a arrollar a todo lo demás. Sus labios se volvieron hacia su hombro. La respiración jadeante, gritos entrecortados abandonaban su garganta, y cuando sus estocadas se incrementaron, cuando machacaron en el interior, ella lamió la carne de su
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hombro, gimió, gritó, y antes que pudiera evitarlo, lo mordió. Tal como lo había mordido muchas veces. Ella se pegó a la carne dura de su hombro, la apretó con fuerza, la lamió, chupó el gusto de él. Mercury se congeló contra ella. Todo su cuerpo apretado, estremecido, entonces con un gruñido hambriento perforó su hombro con sus dientes igual que una marca y sus caderas se agitaron contra las de ella. Ria habría gritado, pero el placer, la necesidad de su sabor, los furiosos empujes de su cuerpo dentro de ella, estaban apretando su vientre, vibrando en su clítoris. Las lágrimas se derramaron de sus ojos ante el increíble poder y belleza de lo que estaba haciendo con ella. El placer, no era sólo placer. Era voraz. Desvergonzado. Era pura sensación, cegadora, caliente y llegaba a lugares dentro de ella donde ella nunca había sabido que podría conocer placer. Su vientre se apretó furioso. Su clítoris estalló en éxtasis, y el éxtasis estalló a través de ella totalmente conciente. Tuvo que soltarlo para gritar. Para resistir contra los furiosos empujes fortaleciendo las flagelantes sensaciones recorriendo cada una de las terminaciones nerviosas. Enterró su cabeza en la almohada. Sabía que estaba arañando sus hombros y no podía parar. No podía respirar. No podía gritar. Un derroche de color explotó delante de sus ojos cuando lo sintió darle una última y dura estocada, y luego de su liberación se derramó dentro de ella. Su liberación y algo más. Sentía la lengüeta. La sintió extenderse, engullir, presionar dentro de su carne convulsionada, apretando alrededor de su polla, trabándolo en su interior. La parte superior de su cuerpo se sacudió bruscamente hacia adelante, pero su duro pecho la mantuvo en su lugar, sus fuertes dientes apretados en ella, su lengua la lamió, y esta vez, la hizo gritar. El placer fue demasiado para contenerse. La absoluta violencia de otro orgasmo la desgarró completamente, robando el control de sus respuestas, de su cuerpo. Ella se sacudió y se estremeció, se retorció y se arqueó, desesperada por escapar, por estar más cerca. La lengüeta era desafilada, como la punta de un grueso y pesado pulgar presionando dentro de ella, Oh Dios, la acariciaba, pulsando como si se viniera también. Podía sentir su semen chorreando en su interior, y desde esa extensión, la lengüeta que los hombres Casta León poseían, sintió agregar una ardiente eyaculación para su placer.
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Mercury se tiró encima de ella, levantando su cabeza del hombro, un rugido de triunfo salió de sus labios, llenó la habitación cuando él se sacudió contra ella de nuevo, conduciendo su polla y la lengüeta más profunda dentro de ella. El animal estaba libre, y ella debería haber estado aterrorizada. Ella sabía lo que esto significaba. Sabía que no era para ella. Pero no podía dejarlo ir. Ella se aferró a sus brazos con manos desesperadas, sus caderas encerradas en sus piernas. Dejó que el placer la tomara igual que una ola barriendo la tierra. Ella era impotente ante él. Sacudió a su alma por él. Y ahora, estaba limitada por cadenas que nunca le permitirían alejarse de él. Ella estaba acoplada a él. Su compañero, tanto si era para ella o no, y la satisfacción debería haberla llenado. Debería haberla quemado por dentro. Ella había ganado al hombre y a la bestia. Era suyo. Él la amaba. La había acoplado. Pero nada pudo eclipsar el hecho que había sido otra mujer la que llamara a la libertad al animal en su interior.
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Leigh, Lora CAPITULO 21
Mercury se retiró lentamente del cuerpo agotado de Ria, haciendo muecas cuando la carne demasiado sensible de su pene se frotó contra el cómodo agarre de su coño. Maldición, todavía estaba duro. Continuaba duro y tan jodidamente excitado que era doloroso. Pero él tenía sus sentidos dados vuelta, su cordura. Colocó su pelo detrás de su cara, viendo como sus labios hicieron un mohín y ella se escondió contra su pecho, como si tuviera frío. Un pequeño gemido salió de sus labios cuando sus duros pezones rozaron los vellos sobre su piel. Todavía estaban congestionados, enrojecidos. Y deseaba chuparlos. Los deseaba contra su lengua, el dulce sabor de su carne en su boca. Aspiró con dureza y tiró las mantas sobre ella, colocándose a su lado mientras ella se extendía sobre su cuerpo y él se dejó envolver a su alrededor. Sus manos jugaban en el pelo, tocándolo, acariciándolo. Amando la sensación de ello. Le encantaba la sensación de ella. Frunció el ceño, pensando en la confrontación con Alaiya. El disgusto había coagulado sus sentidos cuando ella lo tocó. Y cuando sus labios se habían presionado a los suyos, se había congelado, se obligó a no matarla. Ella sabía, en el momento en que lo vio, lo olió, Alaiya sabía que él pertenecía a otra. Y, sin embargo, había pretendido jugar a la compañera herida. ¿En qué juego estaba involucrada aquí? Definitivamente uno del que él sabía no deseaba formar parte, pero uno que él sabía tenía el potencial de destruir a Ria. Alaiya era una criatura perceptiva. En muchos aspectos era tan fría y calculadora como Jonas. Aunque el Director de Asuntos de las Castas no tenía la sangre fría maliciosa que Alaiya poseía. Frotó una pesada mecha de cabello de Ria entre los dedos, mientras consideraba este problema. Su Ria. Era tan confiable, poderosa, una fuerza a tener en cuenta cuando se trataba de lo que sabía. Códigos. Seguimiento de temas de engaño. Ella era la mejor que jamás había visto, incluso dentro de la comunidad de las castas. Era la mujer que ocultaba lo que le concernía. Era el único que podía ver en ella, sentir en ella, el único al que ella se negó a abandonar. Esa mujer sería salvaje, poderosa, una compañera que podría perdurar los años que tuvieran concedidos como Castas acoplados. 241
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Ella mantenía esa parte de sí misma vencida, se negaba a liberarla al igual que Mercury se había negado a liberar a la bestia. Porque la confianza de la mujer era muy fácil de destrozar. Esa mujer nunca había sido libre, porque Ria estaba aterrorizada de perder la última parte de sí misma que le daba fuerza. Era una contradicción, no había duda. La mujer se escondía en el interior, mientras que la lógica y el sentido empresarial de ella enfrentaban al mundo. La mujer que se enfrentaba al mundo en el que se escondía anhelaba llevar vestidos sexy y tacones altos. Ser intensa y salvaje. Porque ser intensa y salvaje llamaba la atención. Hacían a una mujer objeto de especulación, de chismes, de los hombres que no querían nada más que su nombre tallado en los respaldos de sus camas. Y Ria no podía permitirse esa vergüenza, ese dolor. Así como ella no podía permitirse dar la impresión de ser más que la empleada de los Vanderales de quienes en gran medida dependía. Ahí estaba. Él frunció el ceño ante la idea. Ria no podía permitirse el lujo de ser visible, por temor a perder la ventaja que tenía en su puesto de trabajo. Los floreros desaparecen entre la multitud. Nadie se fijaba en ellas. Nadie les tenía miedo, le había dicho. Pero era más que eso. Ella tenía una ventaja. Era una de las que Leo aprobaba, era necesaria. Ella era una herramienta que utilizaba con demasiada eficacia. Y los Vanderales eran lo único perdurable en la vida de Ria. Ciertamente ella temía perderlos. La familia que la había salvado. No la habían criado, pero habían supervisado su manutención. La habían educado. La habían empleado. Ella era la pobre niña huérfana de la que todo el mundo pensaba la poderosa familia tenía lástima. La mujer interior no tenía confianza en sí misma, en su capacidad para llamar la atención y la autoridad que Mercury sabía tenía merecida. Gruñó ante la idea de ello, entrecerrando los ojos a la luz oscura de la habitación mientras consideraba cada vía abierta a él para continuar. Era su compañera. Su trabajo era protegerla, garantizar su seguridad, su felicidad. Ella nunca iba a creer que él la había acoplado. Esa parte de ella que se negaba a permitirse aceptar nada como suyo siempre se echaba atrás. Porque el calor de apareamiento no se había hecho plenamente presente hasta la aparición de Alaiya. No podía culparla totalmente, y sin embargo lo hacía. Y sabía que cuando se despertara la furia de una mujer aterrorizada por tener algo que no le pertenecía ardería tan alta y tan caliente como el calor del apareamiento. 242
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Decirle simplemente que nunca sería suficiente. Y no era suficiente para él. Lo había enfureció cuando salió corriendo de él. Rompió su orgullo y su autoestima. Esta era su compañera. Ella lucharía por él. Lucharía por él o no habría furia mayor que la suya. Levantó la cabeza y se centró en la puerta abierta del ropero. Dentro de él estaban esos vestidos feos que insistía en usar. Miró el reloj, y una sonrisa dura y decidida retiró sus labios de sus dientes. Se levantó, arregló las mantas a su alrededor y se acercó a ese ropero. Tenía unas pocas horas antes que el calor la despertara. Antes que la necesidad comenzara a desgarrar a través de ella. Entró en el gran ropero, cerró la puerta detrás de él y encendió la luz. Se volvió, y sus ojos se entornaron sobre la ropa antes de mirarse las manos. Las uñas como garras estaban limadas, pero seguían siendo peligrosas. Tomó la primera falda de su soporte silencioso, y sólo el desgarro de la tela susurró a través de la noche, cuando comenzó la destrucción. Cada jirón de ropa desaliñada y miserable que ella poseía cayó al suelo del ropero, rasgada. Faldas, tops y pantalones. Suéteres y blusas. Todos ellos estaban más allá de de poder repararse. Los zapatos vinieron después. Excelente calidad, mano de obra perfecta. No fueron un obstáculo para la rabia silenciosa trabajando a través de él. Su compañera se escondía, incluso de él, y él no lo permitiría más. Cuando terminó con el ropero, se trasladó a la cómoda y al baúl. No dejó nada salvo la ropa interior más sexy, la más ligera, la más pequeña. Dejaba caer cada prenda en el suelo cuando terminaba con ella. Las rompió, las desgarró, destruyó cada artículo que ella había traído. Excepto un equipo. Un par de pantalones vaqueros. Una camisa. Un par de botas cortas de cuero. Necesitaría algo para vestir cuando la llevara a Buffalo Gap y le comprara ropa nueva. La ropa que correspondía a la mujer que sabía que era. La arrogancia se apoderó de él. Tenía abundancia de ella, no había duda. Y él sabía que la furia que enfrentaría mañana sería una que él podría desear haber evitado. Pero había algo más en juego que su ira, su orgullo. Su confianza y fe en él estaban en juego, y él estaría condenado si iba a perder algo de eso. Era su compañera. Maldita sea por pensar que podía tan fácilmente darlo a otra. Que ella simplemente se alejaría. Él lo sabía, lo había percibido, sentido y visto sacudido por el amor total que lo rodeaba cuando ella lo miraba fijo. Estaba dedicada a él. Él lo sabía. Y, sin embargo, ella se había alejado. 243
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Su generosidad era mucho más profunda de lo que la suya nunca podría ser. Porque él mataría al hombre que tratara de llevarla. Incluso antes del apareamiento, habría destrozado cualquier competidor a su corazón, miembro a miembro. Despedazado como él destruyó su ropa. Luego, como si esos jirones de tela no fueran más importantes que el suspiro de satisfacción que le dieron, regresó a la cama. Se acurrucó a su alrededor una vez más, y cuando el sueño se apoderó de él, sonrió. Ria tenía razón, podía ronronear. *** Ella estaba ardiendo. Ria podía sentir la ardiente excitación arrastrarla del sueño, exigente, destrozando su cuerpo y su mente mientras luchaba por despertar. Ella no quería despertar. Ella no estaba preparada para enfrentar la realidad. Ella no estaba preparada para enfrentar sus propias emociones. Las que arañaban más profundas que la excitación. La satisfacción, porque él la había elegido. De buena gana, aunque ella no había creído que fuera posible que un casta hiciera tal elección. Según Elizabeth Vanderale, no era posible. Pero Mercury había tomado esa decisión. Él se había alejado de la mujer a quien la naturaleza había elegido para él años atrás, y había venido a ella. Había desatado la fuerza plena de toda el hambre salvaje en ella y la había tomado con entusiasmo. No sólo físicamente, sino emocionalmente. Algo en su interior se había aliviado, mientras que otra parte de ella se tensó. La eligió, por ahora. Estaba aterrorizada que algo saliera mal más tarde. Dios, esto era el por qué no se involucraba en relaciones. Ella había estado aterrorizada de llamar la atención de alguien con esta profundidad. Miedo de amar, hasta el punto que no supiera cómo alejarse. Y así era como amaba a Mercury. Cuando se alejó de él, no supo cómo ir más allá de la cama que compartieron. Su toque alimentaba una parte de su alma, que siempre había estado cerrada a los demás. Pero su cuerpo estaba listo para ser alimentado ahora. Estaba hambrienta por el sabor de Mercury. Por la sensación de tenerlo. Su posesión y su beso. Se movió contra él, sintiendo su erección presionando contra su estómago, su mano acariciando su cabello. Sus propias manos se apretaron contra él, la sensación de su carne calentándolas, excitándolas. 244
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Estaba despierto, ¿por qué solamente no la tomaba? Podía oler su necesidad, ella sabía que podía. Ella lo había observado inhalando su aroma la noche anterior, empujándolo dentro de sus fosas nasales y gruñendo de placer. Así que ¿por qué estaba esperando? Curvó sus dedos contra él mientras luchaba por contenerse. Para evitar atacarlo. Devorarlo. —Si lo quieres, entonces tendrás que tomarlo tú misma, compañera—. El duro gruñido en su voz le aseguró que no estaba dormido. Le aseguró que estaba aún demasiado volátil, aún tan salvaje como lo había estado la noche anterior. Ella luchó por abrir los ojos, sintiendo su corazón latiendo en su pecho mientras él la miraba con esos ojos azules glaciales. Ojos que se hundieron dentro de ella y le recordaron las fotos del laboratorio que había estudiado antes de venir al Santuario. —Tus ojos cambiaron de color—susurró, recordando que fue desde la noche anterior. Ahora el color era aún más vivo. —Mis ojos eran azules hasta que ellos trataron de destruir lo que era—le informó, un destello de ira enviaba chispas de oro a través del azul. —Sin embargo, no es de mi color de ojos que necesitas preocuparte—. El tono de su voz estaba justo en el borde de enojarla. La tormenta, la agitación emocional de la noche anterior, habían pasado. Pensar todavía era un proceso delicado, pero ella estaba consiguiéndolo. Sin embargo, sus emociones eran volátiles. Podía sentirlas creciendo dentro de ella, empujándola, tratando de liberarse de su control. Sin embargo, ella tendría que tratar con ellas más tarde. Tan pronto como él apagara el fuego en su cuerpo. — ¿De qué tengo que preocuparme entonces? —. Se tiró la sábana sobre sus pechos hinchados cuando su mirada se desvió a la cubierta. — ¿Me deseas, Ria? —él canturreó, su voz caliente con su propia excitación. El nerviosismo aumentó en su interior mientras trataba de luchar contra él. —Esa es una pregunta estúpida, Mercury—. Él sonrió cuando ella le contestó. —Entonces ven a mí—le dijo. —Es mi placer aliviar tu calor. Todo lo que tienes que hacer es tomar lo que es tuyo— Ella se estremeció. Tenía que decirlo así. Y él sabía lo que estaba haciendo, ella lo vio en sus ojos entornados, en el endurecimiento de sus facciones. 245
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Levantó la barbilla, mirándolo furiosa. Le dolió. Él no podía darse cuenta de cuánto le dolió, temer que ella eventualmente lo perdiera por una mujer que no lo merecía, que no había venido a él cuando la necesitaba. En su lugar, ella había esperado hasta que alguien más lo quisiera, lo necesitara. —Se suponía que eras el Casta agradable—afirmó, tratando de ser fría, pero su voz temblaba de necesidad. —OH, yo era muy agradable—aseguró. —Todavía lo soy. Ten en cuenta si se quiere, que aún no he azotado tu culo por alejarte corriendo de mí la noche anterior. Si bien, la opción sigue estando—. Necesitaba protestar por ello. Realmente lo necesitaba Pero a medida que hablaba, se deslizó la sábana de su cuerpo duro y ella perdió su aliento, su voluntad de luchar. Su polla estaba rígida, llegando casi hasta el ombligo, la cabeza gruesa y congestionada vibraba oscura y potente. Se humedeció los labios. Se sentía aturdida, demasiado hambrienta, de repente tan desesperada por esa carne dura y caliente dentro de ella que gimió. Ella se acercó, tocó el plano duro de su pecho, su mano lo acarició hasta la mitad de su estómago y se detuvo. Ella quería ir más bajo, quería tocar y saborear y tomar todo lo que deseaba reclamar como propio. —Mercury—. Ella levantó su mirada hacia él. Suplicante. —Es tan fácil, Ria—susurró. —Toma lo que necesites. Siempre es un placer dártelo, lo sabes—. —Tomar lo que no es mío—dijo cortante, la ira creciendo en su interior ante el pensamiento, la afrenta que el calor de apareamiento no se había presentado para ella. Ella no lo había forzado. Otra mujer lo había hecho. La oscuridad, el gruñido de advertencia que retumbó en su garganta la hizo pestañear. Mantuvo los brazos detrás de la cabeza, pero juntos, las venas bajo la piel abultadas como los músculos —No me empujes esta mañana, Ria—le advirtió. —Este no es lugar para ello, y mi paciencia es lo suficientemente escasa. Si me necesitas, aquí estoy. Si no, entonces sufriré como el infierno, me ducharé y seguiré adelante con las actividades del día—.
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— ¡Maldito seas! —gritó, dolorida, sangrado por dentro por la tormenta emocional creciendo en su interior. — ¡Maldita seas por tu insolencia! —replicó cortante. —Tú eres mi compañera. Aceptarás este hecho o ambos sufriremos por ello. Ahora decide. ¿Vas a joderme o a pelearme? —. Tenía toda la intención de hacer ambas cosas, pero tenía sus prioridades. ¿Quería atormentarla? ¿Torturarla? Entonces ella jugaría su juego también, por el tiempo que pudiera soportarlo. Pasó una pierna por encima de su cintura, por encima de la repleta cabeza de su erección, y se inclinó hacia delante, mientras sus manos tiraron la cabeza desde abajo y esparció su cabello. Sus labios cayeron sobre él. —Dámelo—exigió, casi jadeando por el sabor de él ahora. —Dámelo ya—. Todo. Su toque, su posesión, su corazón tan completamente como él lo reclamaba de ella. Levantó la cabeza, sus labios se inclinaron sobre los de ella y su lengua en su boca. Las glándulas debajo de ella estaban hinchadas y pesadas, derramaron el sabor eléctrico de la lujuria en su boca. Era adictivo. Ella lo necesitaba. Lo necesitaba tanto que incluso la hizo retorcerse. Apretó su montículo contra sus duros abdominales y gimió al sentir su clítoris hinchado acariciar los músculos tensos allí. Ella se deleitaba en el placer, en su toque, en el conocimiento, que por ahora, en este momento, él era todo suyo. Aspiró su lengua, enredándola con la suya y sintió su beso sacudir su alma. Era tan profundo, como hambriento, como suyo. Un rugido surgió de su pecho, acarició las puntas duras de sus pezones y envió una vibración de placer golpeando a través de ella. Ella estaba demasiado necesitada, demasiado hambrienta para esperar. Le dijo que tomara lo que necesitaba. Y ella lo necesitaba desesperadamente. Necesitaba todo de él, físicamente y emocionalmente. Levantó sus caderas, se deslizó hasta que la cresta congestionada alcanzara los pliegues húmedos de su sexo. Mercury retiró su lengua, mordisqueando sus labios y luego regresó ese sabor especiado cuando ella comenzó a moverse sobre su dura polla. La excitación estalló en su interior. Ella controlaba esto. Sus uñas clavadas 247
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en sus hombros, mientras sentía la hormona de su lengua invadir su organismo. Devoró todos los gustos de ella mientras sus caderas trabajaban en contra de su polla. Tomó toda su longitud, gritó en su boca, mientras sus manos ahuecaban los montículos hinchados de los pechos. Sus dedos golpearon suavemente sus pezones. Su lengua bombeó dentro de su boca mientras ella luchaba para mantenerse sobre él. Sin embargo, ella controlaba la erección, la profundidad que tomaba con cada movimiento de sus caderas, la longitud de la estocada, cómo la penetraba, cómo la estiraba. Ella controló la fuerza poderosa y primitiva del hombre debajo de ella, y lo sintió. Se regocijó con ello. Él gruñó debajo de ella, pero no trató de detenerla. Cuando su cabeza se echó hacia atrás, ella lo miró, observando el cordón de sudor en su frente, la mueca que reveló los perversos caninos a los costados de la boca. — ¿Me amas, Ria? —gimió. —Dame eso, nena. Ámame—. Miró hacia abajo, amándolo con toda su alma. —Te amo hasta la locura—finalmente susurró, y lanzó un grito de placer cuando sus caderas se sacudieron debajo de ella. Apenas tenía la mitad de la longitud en su interior. Estaba estirándola, ella juró que la maldita hormona lo hizo más grande o a ella más pequeña, porque el placer / dolor de la entrada ya la tenía a punto de llegar. —Dios mío, eres tan grueso—se quejó. —Eres tan fuerte—gruñó en respuesta, la cabeza pulverizando la almohada. —Tómame, Ria. Voy a tener un jodido ataque esperando—. Hizo una pausa. Un rubor rojo teñía sus pómulos, el oro brillaba en los ojos azul ártico y la excitación retorcía su expresión. Tenía la mirada de un hombre aferrado a su control solamente por la parte más delgada. Pero los dedos que tironeaban los pezones no le hacían daño. Cada toque estaba preparado para su placer. Para su excitación. Para sus necesidades. Su mirada llena de ternura, amándola sólo como antes hizo con otra mujer que había destruido su mundo. Ella no tenía más opción que amarlo igual, amarlo más, porque estaba desesperada por llenarse a sí misma tan profundamente con él como sea posible. —Ria. Muévete carajo—gruñó. —Fóllame—. Ella se movía lentamente, levantando y bajando sus caderas mientras lo miraba. ¿Era así como ella se veía cuando él la tomaba? ¿Enloquecida con el 248
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placer? ¿Aturdida con la necesidad rebotando a través de ella? El hambre, la necesidad y la desesperación llenaban su expresión. Latían en su polla, golpeaban dentro de su coño y la hicieron girar sus caderas contra él y gemir con la sensación. Él apretó lo dientes, tensionó la mandíbula. —Me estás matando—gimió, sus ojos reducidos a cintas azules mientras la miraba.
Él la estaba matando. Se levantó y tomó más de él, arqueando su espalda, empujando sus pechos fuera de sus manos mientras ella se aseguraba contra los duros planos de su estómago. Esto era exquisito. Tomándolo de una pulgada a la vez, sintiéndolo extenderla a su ritmo, experimentando sensaciones que nunca había conocido antes. —Ria, dulce Ria—gemía desesperadamente, sus manos se deslizaron de sus pechos a sus caderas cuando ella hundió más de él en su interior. —Ah, bebé. Tómame todo—. —Todavía no—jadeó, sacudiendo la cabeza, sintiendo sus manos agarrar sus caderas aunque no hizo nada para forzarla más sobre la erección que la empalaba. — ¿Cuándo? —. Su voz era tortuosa, mitad risa, mitad gruñido. Se apretó a su alrededor y gimió cuando un gruñido bestial llenó el aire. —Me estás torturando—la acusó, pero ella oyó algo parecido a la alegría en su voz mientras se movía contra él, apretando, trabajándolo dentro de ella, ordeñándolo y acomodando más de él dentro suyo. Momentos más tarde, estaba enterrado totalmente en su interior, cada vibrante pulgada quemándola mientras ella sentía que su control se desintegraba. La necesidad era un azote de furioso placer construido para el éxtasis. Las manos de Mercury se apretaron sobre sus caderas, echó hacia atrás su cabeza ante el placer cuando levantó sus caderas y se entregó a ella. Dejándola encontrar su placer, así como el suyo. Lo estaba montando mientras él estaba duro como un semental, grueso, palpitando con su propia necesidad de liberación, pero retrasándola por ella. Le 249
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estaba mirando el arroyo del sudor bajar desde su frente a los gruesos mechones de su cabello. Otro desde su poderoso y acordonado cuello cuando el orgasmo comenzó a apretar en su interior. Su cuerpo era una masa palpitante de necesidad. Rayos parpadeando sobre sus terminaciones nerviosas, sobre cada una de las terminaciones nerviosas. El placer estaba en la profundidad de sus células, de su alma, y tomarlo estaba alimentando algo salvaje y potente dentro de ella también. —Mercury—. Su cabeza se inclinó hacia atrás mientras ella gritaba su nombre. — ¡OH, Dios. Mercury! —. Ella trató de mantenerse en movimiento mientras se acercaba, trató de arrojarlo en su propia liberación, pero la estaba desgarrando en partes. Ella se estaba sacudiendo, temblando, sintiendo la explosión interior, y entonces él se lo dio. La tomó. Sus manos apretaron las caderas mientras se movía debajo de ella, empujando duro y profundo, empalándola con la gruesa intrusión de su carne, hasta que su grito ronco, luego primitivo y asfixiado rugido, arrancó de su garganta y su liberación se unió a la de ella. Eso no significó que había terminado. Ella colapsó sobre su pecho, casi sin darse cuenta de sus uñas escarbando en sus antebrazos cuando sintió extender la lengüeta, la sintió arrojarla más alto, más profundo, en una liberación que la vació y la dejó rogándole. Suplicándole clemencia, porque el placer estaba partiéndola en pedazos y rehaciéndola, y ella no sabía cómo vivir con el ser rehecho. Necesitó un tiempo antes de poder levantar la cabeza, antes de poder arrastrar su cuerpo saciado del de él y rodar al lado del colchón. Sentada, ella se apartó el pelo de su rostro, miró el suelo, y se congeló. ¿Esas no eran sus fuertes botas de invierno, en jirones? ¿Esa no era la falda de lana gris? ¿Sus calzas? ¿Sus zapatos? OH, Dios. Se volvió y miró el ropero. La puerta estaba abierta, la luz estaba encendida, y se sintió palidecer. Sintió que Mercury se tensaba mientras estaba todavía a su lado, su mirada en la de ella, observándola con atención. Ella no podía mirarlo. Todo lo que podía ver era la ropa. Desgarrada. Como si alguien la hubiera cortado con tijera. Sus robustos zapatos y botas, sus sencillos calcetines y sus calzas. Lo único que no vio fueron los conjuntos de ropa interior de delicada seda y encaje que había llevado con ella. No había push-up hechos trizas. Ni medias. Como las que aún llevaba puestas y ni siquiera se había dado cuenta.
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El shock lentamente se convirtió en furia. Ella miró el desorden, el cálculo deliberado en cada ligero fragmento de tela, y se volvió hacia él lentamente. Él la miraba con esos ojos azules que todavía parecían perversos, ardiendo con voraces llamas. La expresión de ella era controlada. La mirada de Mercury arrogante. Confiada. — ¿Qué sanguinario carajo has hecho aquí? —. Él sonrió. — ¿He mencionado lo mucho que me encanta cuando aparece ese acento tuyo tan correcto y preciso? Significa que hay una fiesta en el camino. Ten cuidado, Ria, no es solo el café lo que te pone más caliente. También la ira—. Ella lo miró, incrédula. La arrogancia, la primitiva confianza en sí mismo y la completa calma en su expresión la enfurecieron. —Destrozaste mi ropa—le dijo cortante. Los ojos de él se entornaron. —Sí, creo que podría haber hecho justamente eso— — ¿Por qué? —. Apenas podía formular la palabra, apenas podía formar un pensamiento. Entonces se levantó y se inclinó hacia ella, nariz con nariz. —Estoy harto de follar a una extraña. De percibir la mujer con la que me acoplé y nunca verla. Esos—exclamó, señalando la ropa—ocultan a mi compañera y yo ya no lo permitiré— Ella retrocedió y se trasladó a sus pies, mirándolo fijo, temblando, y no era de excitación. Era de absoluta e imperiosa incredulidad y rabia. —Estás loco—comentó despectiva y burlona. —Tu compañera, mi culo. Tu compañera está de vuelta en el Santuario escabulléndose como una maldita gata en celo. Esperándote. Esperándote mientras me alimentas con esa jodida hormona y te aseguras que no pueda dejarte. ¿Qué pasa, Mercury? ¿No puedes manejar el hecho de que no lo tienes de la manera que lo quieres? ¿Ahora tienes que transformarme en algo que puedas soportar tocar? —. Salió de la cama con un gruñido lo suficientemente fuerte, lo suficientemente primitivo que algo en su interior se rebeló. ¿Pensaba que retrocedería ante el rostro de su ira? ¿Que iba a flaquear? Antes de que pudiera dar el primer paso estaba en su rostro. —Puedo tener esa ropa de regreso, así de rápido—. Ella levantó la mano y 251
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chasqueó los dedos imperiosamente. —Un Casta Vanderale las entregará y un Casta Vanderale seguirá cualquier petición que le haga. Y tú puedes tomar estos pedazos—se burló—y empujártelos—. — ¿Quieres muerto un Casta Vanderale? —articuló lentamente, su nariz casi tocando la de ella, la ira un ser vivo en sus ojos ahora, una entidad viva y respirando dentro de ella también. —Permite una entrega más de esas parodias que usas y lo rasgaré en pedazos y lo enviará corriendo y llorando al imperioso Leo al que pertenece. Eres mi compañera y que me aspen si te esconderás de mí por más tiempo— —Alaiya es tu compañera—le gritó en su cara. —Con lo que me has hecho, te has burlado de la cosa natural que intenta ser el calor de apareamiento. ¿Qué, Mercury, necesitas un jodido harén en lugar de una mujer? —. Él sonrió. Una sonrisa fría y tranquila que penetró en su furia, que la dejó devolviéndole la mirada cautelosamente cuando él se enderezó. —Podemos ir de compras esta mañana. Te guardé un equipo—. — ¡Perdón! —. Apretó sus puños, la violencia estaba desgarrándola en pedazos dentro de ella. — ¿Qué acabas de decirme? —. La expresión de su rostro la hizo retroceder. No por miedo, por precaución. Los ojos entornados, oro oscuro brillando, y su expresión apretada con tal primitiva arrogancia que no tenía idea de cómo luchar contra ella. — Dije, vamos a ir de compras. Esta mañana. Después de ducharnos, comer y, si me necesitas de nuevo, tomarme. Reemplazaremos tu ropa—. — ¿La ropa que tú desgarraste? —. Tenía la voz ronca, desformada por la ira y la incredulidad. Arqueó su ceja. —No lo creo. Pero puedes tratar de convencerme, si quieres. Tú eres mi compañera y las castas han sido conocidas por estropear atrozmente a sus parejas. ¿Quieres ver lo lejos que yo te estropearé? —. Le dolió. — ¡Cabrón! —ella exhaló, incrédula, ciertamente uno de ellos había perdido su mente, y ella estaba malditamente segura que no era. —Fue sólo una sugerencia—Se encogió de hombros. —Tú sucio, arrogante y ególatra Casta—gritó. —Eres peor que Dane. Peor que Jonas. Eres peor que el Leo—. Y ese era el insulto de mayor arrogancia que podía descargar en alguien.
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—Los elogios ayudan—. Él sonrió y pasó junto a ella y su mano acarició su trasero mientras pasaba, generando un chillido de rabia de sus pulmones. —Te mataré— —Maldición si vamos a continuar el uno con el otro como lo hicimos esta mañana—él le dijo a sus espaldas. —Moriré feliz— La puerta del baño se cerró. Ella miró a su alrededor, aún en estado de shock, segura que estaba soñando. El gruñido apretado y furioso que salió de sus labios habría rivalizado con el mejor de él. Y el muy cabrón se rió de ella. Ella lo oyó. Escuchó su risa, y antes de poder evitarlo, el pequeño reloj de la mesa de luz estaba en sus manos, y luego volando a través de la sala para hacerse pedazos contra la puerta. Se quedó allí, respirando agitada, luego gimió y volvió a sentarse en la cama y miró fijo las ruinas de su detestable ropa. ¿Qué diablos iba a hacer ahora?
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Leigh, Lora CAPITULO 22
—Vaya—. Mercury fue muy, muy cuidadoso de mantener la aguda exhalación de la respiración tranquila como el silencio que llenaba la habitación. Apoyó sus manos en el lavabo y esperó. Ella estaba en el dormitorio. No estaba corriendo. Maldición, si no saldría corriendo desnudo en la nieve para entenderse con ella. Podía oler el dulce aroma de su excitación, el agudo sabor de su furia, y tuvo que admitir, maldita sea, que ella era un desafío cuando estaba enojada. No es que quisiera probar de nuevo pronto. Como había dicho, los hombres Castas generalmente estropeaban sus parejas, especialmente durante el calor del apareamiento, cuando sus emociones y su sentido de equilibrio estaban tan fuera de forma. Los hombres Castas eran altamente sexuales durante el calor del apareamiento, pero ellos no experimentaban la dolorosa y angustiante excitación que una mujer apareada sentía, especialmente una que no fuera casta. No experimentaban las puntas afiladas de ira, porque no podían controlar sus emociones o sus necesidades. Las mujeres eran dependientes de sus compañeros, y para una mujer independiente, eso era un infierno de ajuste a realizar. Ria era una de las mujeres más independientes que había conocido. En el exterior, era tan autosuficiente, tan contenida, que los otros se movían con inquietud a su alrededor. Los seres humanos necesitaban ser necesitados, al igual que las castas lo hacían. Ellos no se sentían cómodos alrededor de aquellos que sentían no querían o no necesitaban tales embrollos. Así es como Ria afectaba a los demás. Ellos la evitaban, la miraban con recelo, sin darse cuenta que ella los estaba alejando. No iba a funcionar en el Santuario, o en cualquier parte del mundo Casta. Si ella no lo reclamaba como su compañero, ella misma, entonces nunca sería feliz. Y hacerle un lugar en su vida sería angustioso para ella, no importa lo fácil que él tratara de hacerlo, o cómo lo estropeara. Sus temores siempre estarían allí. Y las otras castas siempre lo sentirían. Se tensó al oír cerrarse la puerta del dormitorio. Frunciendo el ceño, salió rápidamente del cuarto de baño. El equipo que le había dejado faltaba. ¡Maldita sea!, si ella había huido de él de nuevo. Oyó otra puerta cerrarse, pero no la puerta de salida. Moviéndose a través de la casa, se detuvo ante la puerta cerrada de la habitación de huéspedes y 254
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suspiró aliviado. Ella estaba allí. Duchándose sin él. Él tenía la esperanza de ducharse con ella, para aliviarla. Frunció el ceño y entró en el dormitorio, atraídos por algo, una sensación, un olor que lo quebró. El aroma de sus lágrimas mezcladas con el agua. El olor de su confusión, tan sombría y desconocida para ella. Y le rompió el corazón. Quebró su alma. La ducha estaba corriendo en el baño y Ria estaba allí. Retiró la cortina para verla, con su cabeza contra la pared, sus manos cubriendo su rostro, sus hombros sacudiéndose con las lágrimas. —Ría—susurró. —No—. Sacudió su cabeza con voz ronca. —No me grites. No me ruegues. No me lastimes con esto—. Su voz se volvió rasposa, enojada. —Déjame sola. Por favor. Déjame controlar esto. Tengo que controlar esto—. Dio un paso detrás de ella, los encerró en el calor húmedo y la atrajo hacia su pecho. Donde pertenecía, y la dejó llorar. Inclinó la cabeza sobre la de ella y cerró los ojos, sabiendo lo difícil que era para ella. Sintiéndolo. Percibiéndolo. —Te amo, Ria—susurró contra su pelo. —No puedo darte más garantías que eso—. No se las daría, porque sabía que ahora ella no las escucharía. Ella sollozó con dureza, con los brazos rodeando su cintura, abrazándose a él mientras las lágrimas marcaban con hierro candente su pecho. —Yo no quería amarte—gritó entrecortadamente. —Yo no quería lastimarme así—. — Lo sé, bebé—. La besó en el pelo, le acarició la espalda. —Lo sé—. Dejó que la tormentosa ira rasgara dentro de ella, y la acarició mientras se aliviaba. Cuando ella se quedó en silencio contra él, se trasladó a su espalda, tomó una esponja de baño y la lavó. Suavemente. Limpió sus lágrimas de su rostro y tocó sus labios con los de él, conteniendo la necesidad que engrosaba su lengua, que ardía en su interior. Por consolar. Él le dio el único consuelo que sabía darle. Su amor. *** El heli-jet del Santuario los trasladó a Buffalo Gap horas más tarde, después que Mercury la llevara colgada del hombro y la depositara en la zona de atrás, 255
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bajo la mirada divertida del piloto. Estaba furiosa. Tan loca que apenas podía respirar, y una vez que aterrizó en el centro comercial, no tuvo más remedio que comportarse con decoro. Ella no iba a entrar en una pelea a gritos con un casta arrogante para que la prensa lo publicara. Y Mercury lo capitalizó. Incluso fue tan lejos como para permitirle elegir un atuendo y medirlo. Ella no tuvo tiempo de desnudarse que él abrió la puerta y le robó la ropa que había llevado a la tienda. Y lo oyó, era hombre muerto, lo oyó decirle a la vendedora que se deshaga de sus pantalones vaqueros y suéter. Estaba muerto. Ella iba a matarlo. Salió con la ropa que había elegido. Pantalones negros y un suéter de color gris. Le echó una mirada, flexionó sus dedos y gruñó en señal de desaprobación, cuando le preguntó, en voz muy baja— ¿Quieres salir de esta tienda desnuda? —. Salió de la tienda vestida con un ajustado y acariciante pantalón vaquero que atrajo más los ojos de los hombres que lo que ella había tenido en su vida, y él se atrevió a gruñir a los hombres que la miraban. Combinado con los vaqueros llevaba una camisa ajustada color rojo oscuro, rojo oscuro por el amor de Dios, que ella escondió debajo de la chaqueta de cuero que él le había permitido mantener por algún motivo. Hizo lo mismo en la tienda de zapatos. Ella se fue en un par de botas cortas de taco bajo muy favorecedoras que de ninguna manera se parecían a las que había en el cesto de basura. Y los zapatos. Demasiados zapatos de la tienda fueron seleccionados para ser enviados a la cabaña esa tarde. Tacones altos, zapatos tan caros que ella dio un respingo, botas de tacón alto, botas de cuero, botas sexys y bien formadas que enviaron una ola de pánico dentro de ella mientras él estaba de pie a su lado, intimidándola, todo por obligarla a probarlas y pararse con ellas.. Para caminar con ellas. Para sentir la sensación puramente erótica de calzado diseñado no sólo para la comodidad, sino para la perversa sensualidad. Tienda tras tienda. Visitaron cada tienda disponible del exclusivo centro comercial, anexado al hotel más exclusivo construido para los huéspedes del Santuario. Ellos estuvieron allí por horas. De tienda en tienda, mientras Mercury metía ropa en el probador, gruñía, amenazaba con una escena y la empujaba más lejos dentro del pequeño y oscuro rincón donde la mujer femenina escondida gritaba de alegría. Ella no estaba satisfecha. Cuando la forzó a entrar en el salón de maquillaje, hundió los talones, sólo para tenerlo susurrando insidiosamente que no tenía ningún problema en dar a la prensa una historia que los mantuviera por meses.
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Y la prensa estaba allí. Mercury era una figura conocida en la Oficina de Asuntos de las Castas. Uno de sus más encumbrado ejecutores. Él podía no estar vestido para el servicio, pero los pantalones de cuero y la camiseta negra que llevaba no hacían nada para ocultar el poderoso animal macho que era. De cuero negro por el amor de Dios. Ver esas poderosas piernas y las pesadas botas en sus pies. Una camiseta que se extendía sobre su pecho y por los brazos forzudos. Su pelo estaba recogido en la nuca, mostrando las facciones orgullosas del león, eso hacía que otros compradores lo miraran con recelo. Salió con maquillaje, accesorios para el cabello y un perfume tan pecador que quería probarlo ahora. En este instante. La obligó a los vestidos cortos. Pantalones de cuero. Un chaleco de cuero. ¿Quién sabía que él era tan terriblemente salvaje? ¿Cuero? Ella debería haber sabido. Ella había sabido. Había algunas fotos de Mercury sin uniforme, y las fotos la habían hecho humedecer, mucho antes de conocerlo. Había sencillos vestidos de negocio y trajes falda, pero cortos, para destacar la figura. Seda y suave algodón, jerseys que se extendían sobre sus pechos y mostraban el escote, y tantos condenados pares de medias, push-up y bragas a juego que deseaba desmayarse con el pensamiento de los costos. Él había gastado una verdadera fortuna y ni siquiera pestañeó. —Te odio—murmuró al salir de otra tienda. Hasta allí le había dejado mantener su sencilla chaqueta de cuero. La sacó de sus hombros, se la arrojó al empleado con una orden de quemarla, y luego sacó una pequeña chaqueta corta y ajustada de cuero negro con una fina protección para el frío sobre los brazos. El interior suave se sentía como el cielo. El cuero se ajustaba a su cuerpo, como lo hacían las otras ropas, y destacaba la vista de su culo en la espalda, los muslos en la parte delantera. Otra maldita razón para que él gruñera. Lamentó no poder protestar por su gusto. Ella quería. Pero habría tenido que mentir, porque tuvo un gusto exquisito en todo lo que eligió. —Me amarás de nuevo en unas pocas horas—le prometió, inhalando lentamente, sonriendo ante la prueba que encontró de su excitación. —Tal vez más pronto—. —Realmente te odio—dijo entre dientes. —Oigo amor en tu voz, Ria—. La besó rápidamente. —Vamos, una parada más que hacer—. 257
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Una parada más. En un diseñador de modas exclusivo que la llevó derecho al vestidor, la midió, cosió un dobladillo, vaciló y cacareó alegremente cuando Mercury eligió varios vestidos para ella. Porque ella se negaba. Estaba horrorizada. Indignada por el precio. Y la belleza de los vestidos de fiesta que eligió. —Acción de Gracias, varias fiestas de Navidad y Año Nuevo—le dijo. —Asistirás conmigo—. —Mi trabajo está casi terminado—le informó, mostrando una calma que no sentía al salir de la boutique. Mercury se detuvo y la miró ferozmente. — ¿Quieres volver ahora? —preguntó entonces. — ¿Me dejarías, Ria? —. Ella hizo una pausa, mirándolo en silencio. Podría venir a Sudáfrica con ella, pero ella sabía lo mismo que él. El orgullo de Leo ya estaba establecido, la jerarquía formada, como lo estaba aquí. No había lugar para él allí, mientras que aquí. . . Sacudió la cabeza lentamente. No, no habría nunca más retorno a lo que era. Y no podía dejar a Mercury. Ella había probado eso la noche anterior. Dane le había ofrecido su huida, y ella la había rechazado. — No—dijo finalmente en voz baja. —Todavía no—. —No siempre—. Su voz se endureció. —Todavía no—. No hasta que él se lo pidiera. No hasta que ya no pudiera negar la atracción que Alaiya tendría sobre él. Y entonces, ella tenía mucho miedo, no habría lugar para escapar del dolor. —Tú me amas, Ria—. La miró a los ojos. —Puedo olerlo brotando de ti, rodeándome, dentro de mí. No puedes negarlo—. —Yo no lo niego—admitió. — ¿Pero te arrepientes? —. La ira estalló en sus ojos. Y ella tuvo que mover la cabeza. No, ella no se arrepentía. Moriría a causa de ello, caminando en la tristeza, cuando todo haya terminado, pero ella no se arrepentía. —No me arrepiento a lo que entre con los ojos abiertos—le dijo finalmente. —Pero no me tiene que gustar. Y cuando te des cuenta del error que cometiste, 258
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lo que nos has hecho a ambos, Mercury, tengo un muy mal presentimiento que tú podrías arrepentirte—. Caminó delante de él otra vez, y Mercury dejó remolcar una sonrisa a sus labios mientras la miraba pasar. Era dueña de la ropa que llevaba puesta. No sólo físicamente, sino que también podía ver que su actitud, su conducta se estaban agrietando. Sin embargo, tuvo que apretar los dientes mientras la veía caminar. Los pantalones vaqueros abrazaban su culo como nadie, y que esa ligera chaqueta de cuero negro llamaba la atención sobre sus caderas y muslos delgados. Ella era un sueño húmedo caminando, y si no conseguía estar dentro de ella, iba a volverse loco. Miró el reloj e hizo una mueca. El pequeño indicador verde en él le informó que Jonas necesitaba contactarlo. No era imprescindible, no era una emergencia, pero necesitaba terminar aquí pronto y llevarla de vuelta al Santuario. El apareamiento estaba ocupando tiempo. Tiempo al que no quería renunciar, por atrapar un bastardo traidor que él podría tener que matar por interferir en sus planes de esta manera. Sacudiendo la cabeza ante la idea, siguió a su mujer, observando su estado de ánimo, lanzando gruñidos silenciosos a los hombres que la comían con los ojos. Pero el orgullo lo llenaba ante las miradas que ella estaba recibiendo. Todo ese cabello precioso y grueso caía por su espalda, las caderas se movían, su culo se fruncía deliciosamente, y cada hombre que la miraba la deseaba. Tenía una mujer para estar orgulloso, no sólo porque se movía como el sexo mismo, sino porque era inteligente, honorable y lo amaba tanto que había tratado de dejarlo ir. Mujer tonta. No tenía idea que no tenía ninguna intención de escapar alguna vez de su delicado dominio. —Una parada más—anunció cuando la alcanzó. Ella suspiró como si se apagara. Como si el pensamiento de una tienda más fuera abominable. Pero él le había visto los ojos mientras ellos compraban, la miraba tratando de ocultar su creciente excitación, su placer por la ropa y su incapacidad para negarlo. Si ella realmente no las quisiera, le habría permitido hacer una docena de escenas y mirar con frialdad cada uno de ellas. Pero ella las deseaba, tal vez, casi tanto como lo deseaba. La parada sorprendió Ria. La tienda realizaba exclusivamente prendas de 259
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vestir adaptados a motocicletas, en cualquier época del año. Mercury compró botas, pantalones de cuero, guantes y una chaqueta que le hacía los ojos de fuego cuando las sostuvo casi gruñó la orden que se las probara. Y Ria tuvo que admitir que ella las amaba. Quizás demasiado. A medida que volaban de regreso al Santuario, no podía dejar de preguntarse si tendría la oportunidad de usarlas. Y cuando entró por la puerta de la mansión, no pudo evitar el pico de rabia que se disparó través de ella. Alaiya estaba en el otro lado del hall de entrada, apoyada en la pared, viendo cuando entraron. Su cabello rubio rojizo con mechas multicolor rodeaba su cara en atractivo desorden. Sus ojos marrones se estrecharon, barriendo la ropa nueva de Ria con una mueca. Por un segundo, Ria se divirtió. Ella no era un desconocida para la ropa bonita, solamente nunca dejaba que nadie supiera que la usaba. Esa mujer, ella no lo sabía. A ella no le importaba su ropa. Pero cuando la mirada de Alaiya se iluminó sobre Mercury con lujuriosos hambre, Ria tuvo que apretar los puños dentro de su nueva chaqueta para contener su rabia. —Jonas nos está esperando en su oficina—Mercury le dijo en voz baja mientras colocaba su mano en la parte baja de la espalda de Ria y se movían hacia la otra mujer. —Está impaciente—. —Eso parece ser una debilidad de las Castas—Ria murmuró. —Lo considero una fortaleza—le dijo, la diversión estaba en su voz cuando Alaiya se enderezó y le devolvió la sonrisa a Mercury tentativamente. —Mercury, ¿podría tener un momento? —. Dio un paso adelante, extendiéndose, luego retiró su mano, sus dedos estaban temblorosos, el falso nerviosismo casi hizo que Ria pusiera sus ojos en blanco. —Ahora no, Alaiya—. Su voz áspera, mientras pasaban junto a ella.
Tal vez más tarde. No dijo las palabras, pero Ria las sintió. Ella abrió la boca para hablar. —Mira lo que dices, Ria—le advirtió de repente, su voz baja. —Recuerda el poco control que tengo cuando estás tan caliente que estás provocándome. Y, cariño, estás definitivamente echando chispas—. Cerró los labios rápidamente y le lanzó una mirada fulminante, cuando giraron en el pasillo y se trasladaron a las oficinas ubicadas en la parte trasera de la mansión.
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Sólo por despecho, porque ella era un infierno de adentro hacia afuera, añadió un pequeño balanceo extra de caderas, un poco de sensualidad a su paso. OH, ella sabía cómo hacerlo. Ella lo había hecho muchas veces cuando era más joven, antes que hubiera aprendido mejor. Y oyó su aguda y rápida inhalación detrás de ella, un segundo antes que la puerta de la oficina que le habían asignado se abriera de golpe y Jonas saliera. Él se paró de golpe, la miró, inhaló despacio, y luego miró a sus espaldas a Mercury. —Odio a los hombres—murmuró, pasando junto a él, teniendo cuidado de no tocarlo. Las pocas veces que los empleados o los vendedores la habían rozado en el centro comercial, había sido terriblemente incómodo. —Bien, al menos ella no sólo odia Castas—Jonas respondió con cautela, cuando Mercury salió detrás de ella. —Tampoco me gustan demasiado—ella le informó un poco malhumorada mientras miraba en torno al desarreglo que había sido hecho en los expedientes que había ubicado en cuidadosas pilas semanas atrás. — ¿Qué le hiciste a mi oficina? —. Él y Mercury entraron mientras cerraban la puerta detrás de ellos. —Maldice a Dane—Jonas dijo. —Él mismo estuvo aquí haciendo como si fuera su casa más temprano—. Ria cerró los ojos y contó hasta cinco. Añadió otros cinco para estar segura antes de volverse hacia Jonas. —Nunca, jamás, permito que Dane Vanderale tenga acceso a nada en la oficina—le informó con estudiada cortesía, mientras luchaba contra la ira que aún quería arder en su interior. —Lo hace bien en su pequeño espacio, pero destroza el de los demás—. Ella se quitó la chaqueta y la arrojó sobre el respaldo de la silla antes de apuntalar las manos en las caderas y mirar fijo el lío. Sacudiendo la cabeza, tiró de la banda de pelo que se había guardado en el bolsillo del frente ese día, se apartó el pelo para atrás y lo ató antes de inclinarse sobre la mesa y volver a apilar los expedientes. Detrás de ella, Mercury entrecerró los ojos a Jonas. Normalmente, el Director era suave como la seda, pero si estaba mirando, donde Mercury creía que estaba… Demonios sí, estaba.
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Mercury se ubicó detrás de ella y se volvió hacia su comandante, levantando los labios en una mueca que no pudo controlar del todo. Jonas frunció los labios y exhaló sorprendido, sacudiendo la cabeza antes de alejarse. Sin embargo, Mercury capturó la sonrisa en el rostro del otro hombre. —Estos expedientes deben estar separados—les informó Ria, un estallido en su voz que tuvo la polla de Mercury tironeando en sus pantalones. El desafío y el reto llenaban su tono. —Hable con Dane al respecto—. Jonás se encogió de hombros. —Acabo de terminar de cargar toda la información que llegó después de la fiesta. Tuvimos una transmisión saliendo a través del servidor seguro que no procede de ninguno de los equipos. No hemos podido rastrear su destino hasta el momento. Y estaba codificada. Dane, Callan y Kane están en la oficina de Callan trabajando en eso—. —Buen lugar para ellos—dijo Ria impacientemente. —Usted debería ayudarlos—. Jonas hizo una mueca mientras Mercury le disparaba una mirada divertida. El olor del calor de Ría, el dulce aroma de hambre y necesidad, llenaba el espacio de la pequeña oficina, y la presencia de Jonas, su capacidad para olerlo, hería la actitud posesiva de Mercury. Cuando se volvió a ellos, Jonas disparó la mirada hacia sus pechos. Mercury le dio un pequeño gruñido de advertencia casi silencioso antes que Jonas se diera la vuelta de nuevo, sonriendo. Mercury se volvió para mirarla y casi gimió. Esa endemoniada camisa rojo profundo que tenía que verla usando. Le rodeaba los pechos como la mano de un amante, y debajo de la tela, debajo del sujetador que llevaba debajo de ella, la huella de los pequeños pezones endurecidos se podía ver claramente. Se volvió a Jonas. —Estaré aquí con ella—. —Estás sin uniforme—. Jonas se aclaró la garganta antes de girar. Ria hizo un delicado y burlón mohín a ese comentario. —Mercury decidió que no le gustaba mi ropa la noche anterior—ella arrastraba las palabras con sarcasmo. — Él destrozó todo lo que yo tenía. Así que yo destrocé todo lo de él—. Ambos uniformes de hecho. Sólo semanas atrás Mercury se habría enfurecido ante la vista de su uniforme en pedazos como lo vio. Su uniforme, su posición, lo había definido. Ahora había encontrado algo mucho más 262
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interesante para involucrarse que el uniforme que proclamaba su rango. —Estoy seguro que podría encontrar un artículo en la Ley de Castas para hacer que esos motivos tengan algún tipo de medida punitiva—Jonas gruñó. — ¿Podrían ustedes dos abstenerse de destruir la ropa del otro? Al menos hasta que hayamos descubierto las cosas aquí—. Ria les dio una mirada oscura. — ¿Por qué no encuentran algo que hacer y me dejan trabajar aquí? —. Ella señaló a Mercury con la mirada. —Estoy seguro que puedo evitar molestarte—le prometió. Jonas suspiró. —Maldito calor de apareamiento. Lawe amenaza con entrar en un monasterio y Rule amenaza con dejar de fumar. ¿Por qué no tratan de mostrar a los más jóvenes que puede ser divertido en lugar de hacerle notar a los demás que los conducirá a la locura? —. —Estoy tan cuerdo como siempre—. Mercury se encogió de hombros. —Ese es un pensamiento terrible—Ria murmuró, y casi se echó a reír. Tendría, pero él podría decirle que su humor aumentaba con su calor. —Los dejaré entonces—. Jonas se aclaró la garganta de nuevo y abrió la puerta para salir. —Diviértanse, niños—. La puerta se cerró detrás de él, dejándolos encerrados, atrapados en el aroma de la creciente excitación de Ria, y en su confusión. Ella tironeó varios expedientes de la mesa, fue hacia su escritorio y los apoyó de un golpe en la parte superior del mismo antes de sentarse. Mercury trabó la puerta. Sólo en caso que ella decidiera ponerse juguetona. O él lo hiciera. — ¡Permítele tocarte delante de mí otra vez y le arrancaré ambas manos! —. Sus ojos chocolate disparaban fuego por encima del escritorio. Mercury arqueó la ceja. — ¿A quién? —. —Sabes a quién—le dijo, con voz entrecortada, precisa. —Cualquier cosa que hagas, Mercury, por más que esto no resulte. No me dejes ver que te toca, porque no seré responsable de mis actos—. Él mantuvo su sonrisa para sí mismo. Allí estaba ella. Su mujer. Toda actitud, fuego y caliente excitación. Él asintió con la cabeza, recogió su revista y fingió leerla. Había estado leyendo la maldita cosa durante un mes. Aún no conocía 263
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un solo artículo en ella. —Y te sería de ayuda para leer la revista, si la pusieras del derecho—le dijo cautelosamente. —Si sólo estás simulando leerla, entonces simula con al menos una muestra de decoro—. Él sonrió detrás de la revista. Pero no la puso del derecho. Y he aquí que había pensado que ella no lo había notado.
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Ria no había imaginado la agonía de necesidad que Elizabeth Vanderale le había descripto una vez cuando ella le explicó el calor del apareamiento. Ella no podría haber entendido, se dijo más tarde, sintiendo los espasmos violentos como un fuego ardiendo justo debajo de su carne. Sentada en su escritorio, con los muslos apretados, su clítoris palpitando con pesada demanda, Ria supo que estaba a punto de clamar por el desahogo. Miró a través de la cortina de sus pestañas, donde Mercury se sentó frente a ella. El cómodo sillón que había en la esquina de la habitación para que él recostara su gran cuerpo con facilidad. Estaba tirado en él, sus largas piernas extendidas hacia adelante, el grueso bulto entre sus piernas grueso presionaba contra los pantalones negros de cuero. Su camiseta se ajustaba a las ondulaciones de sus músculos abdominales, y mientras ella miraba, esos músculos se apretaron, sus muslos se giraron y ella podría haber jurado que su polla latía bajo el cuero. Se paró y sus ojos finalmente se encontraron con los de él. Sus ojos estaban brillando con hambre. El agudo, azul nítido casi ardía en su rostro oscuro cuando la miró. Sin embargo, no había tratado de tocarla. Cada vez que caminaba hacia él para obtener más expedientes, ella rezó por encontrarlo contra ella, por tenerlo a su alcance. Ella lo deseaba con una violencia que estaba empezando a corroer sus nervios, pero más allá del bulto comprimiendo sus pantalones, no mostró signos que la misma hambre lo comiera vivo. La necesidad era como una llama en constante aumento trabajando sobre sus terminaciones nerviosas, construyendo en su sexo. La necesidad, no sólo de follar, sino de frotarse contra él, de tener sus brazos rodeándola, de acariciarlo y mimarlo, tenía a todo su cuerpo ardiendo como un infierno. Se obligó a volver su mirada hacia la transmisión que Jonas había cargado en la computadora. Definitivamente estaba codificada, aunque el código era mucho más corto, más apurado. Ria frotó su frente mientras ella se encargaba de otras transmisiones de la noche anterior y las trabajaba junto a la anterior. Había habido un patrón, hasta ésta. El culpable de la filtración de la información había encontrado un sistema que había logrado ocultarse a la detección disponible de los enganches en las transmisiones salientes, adjuntando el código y luego liberándolas hacia sus destinos. Cada transmisión había ido a una filial de Productos Farmacéuticos Engalls o Investigaciones Brandenmore. La mayoría de ellas fueron a una empresa subsidiaria de la rama de la investigación, y uno bastante popular en el Santuario por la adquisición de suplementos inocuos como la aspirina. Las Castas eran propensas a los dolores de cabeza leves cuando cambiaban las estaciones, y se utilizaba la aspirina en grandes cantidades. 265
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Sin embargo, también había un pedido de otro medicamento para el dolor de cabeza. Uno un poco más fuerte. Ria frunció el ceño, siguiendo los pedidos y las transmisiones unidas a ellos mientras las trasladaba a través de la unidad de disco fantasma. En el último año los pedidos de la droga habían crecido, y estaban siendo entregados a la misma casta. Dra. Ely Morrey. A medida que se desplazaba por varios archivos fruncía el ceño fruncido ante los resultados. Un golpe fuerte aterrizó en la puerta. —Es Jonas—Mercury le dijo en voz baja mientras abría la puerta y permitía que la otra casta entrara en la habitación. Mercury se movió al lado de su escritorio cuando ella lo miró suspicazmente. ¿Pensaba que Jonas iba a volverse rabioso y atacarla o algo así? Casi meneando la cabeza, levantó su mirada a Jonas cuando la puerta se cerró detrás de ellos. Ante el leve chasquido, los ojos de Ria se dispararon a la cerradura. —Ely convocó al Gabinete de Gobierno en su conjunto— Jonas anunció. —Una sesión de emergencia. Ellos se están reuniendo pasado mañana." — ¿Ella va a exigir el confinamiento de Mercury? —. Ria sabía que era la razón detrás de la sesión de emergencia. Jonas asintió con la cabeza, su fuerte y arrogante expresión más endurecida. —Ella ya ha comenzado a llamar a los miembros del gabinete, que a su vez están llamando Callan. No va a conseguir el apoyo que necesita, pero podría lograr obligarlo a las pruebas por el cambio salvaje y el calor de apareamiento—. — ¿Y la sangre que tomaste ayer? —Mercury le preguntó, dibujando una mirada sorprendida en Ria. — ¿Qué sangre? —preguntó ella. La mirada de Jonas se cruzó con la suya. —Cuando te fuiste ayer, Mercury entregó una muestra de su sangre para analizar el cambio salvaje y el calor de apareamiento. Lo que significa que vamos a necesitar una muestra de la tuya— — ¿Para que la Dra. Morrey apriete las tuercas? —. Ella lo miró con incredulidad. —Realmente no lo creo, Jonas— Jonas miró a Mercury una vez más, su expresión interrogante. A una señal 266
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mínima de Mercury, Jonas se volvió hacia ella. —Tenemos otro científico— Ria sonrió a sabiendas, mientras se recostaba en la silla y lo miraba con sorna. —Usted tiene a Jeffery Amburg, ¿no es cierto, Jonas? —. Jonas cruzó los brazos sobre su pecho y volvió su mirada a Mercury. — ¿Confía en él para hacer las pruebas? —preguntó. Mercury se encogió de hombros. —Es un hijo de puta asesino, pero nada le importa, excepto las pruebas y los resultados. Es un científico, Jonas. De la peor clase. Pero va a seguir adelante con lo que encuentre—. Ria sabía que Jeffery Amburg había sido uno de los científicos asignado al laboratorio de Mercury. También había sido el científico que ayudó a desarrollar el medicamento para controlar el cambio salvaje cuando Mercury se había vuelto loco de rabia ante la noticia de la muerte de Alaiya. También había sido el científico que investigó la hormona que se presentó en Mercury, que era conocida por ser la precursora de calor de apareamiento. Ella se sorprendió ante el duro pinchazo de dolor que trajo a su pecho. Tendría que haberse acostumbrado a la situación tal como estaba ahora. —Él no la toca—. Mercury volvió la cabeza hacia Ria. —Una casta puede tomar las muestras de sangre y saliva. Nadie más— Jonas apretó la mandíbula. — ¿No sería mi decisión, Mercury? —. No es que ella quisiera esas pruebas, pero la arrogancia en su voz erizó el vello en la parte posterior de su cuello con primitiva advertencia e irritación. Él le lanzó una mirada. — ¿Quieres que Amburg salga de allí con vida, Ria? Si yo viera sus manos sobre ti, sabiendo la sangre que las cubre, no sería capaz de refrenarme—. Ignoró la declaración y se volvió a Jonas. — ¿Alaiya está siendo examinada? —. La mirada de Jonas se trasladó de nuevo a Mercury. —No le pregunté a Mercury, le pregunté usted—. Él asintió con la cabeza brevemente. —Uno de nuestros ejecutores la escoltó a los laboratorios del subsuelo donde tenemos a Amburg ahora. Sus muestras 267
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fueron tomadas hace varias horas—. — ¿Y estaba mostrando signos de calor de apareamiento? —. Jonas no habló. Ria sintió que su corazón se contrajo, lo sintió arder como una brasa en su pecho. —Ya veo—. Se inclinó hacia delante, arregló los papeles en su escritorio y se quedó mirando sin ver en la pantalla. —Hágame saber cuando necesite que le dé la sangre y saliva. Voy a trabajar hasta entonces—. El silencio llenó la sala por un buen rato. —Enviaré al técnico de Amburg cuando me vaya. Es una casta joven, ella trabajó en otro de los laboratorios, ayudando a los científicos de allí, antes de los rescates. Ella se ocuparé de ti—. Ria asintió con la cabeza y copió otra transmisión. Se centró en el trabajo. Ella siempre se había centrado en el trabajo. Él no la traicionaba, no la consumía, no corroía sus emociones. —Por cierto, su transmisión de anoche vino desde las barracas de las Castas, en lugar de la casa como usted supone. De bajo nivel, se montó a cuesta de una transmisión de salida y terminó en el hotel en Buffalo Gap—. Empujó la silla hacia atrás de la computadora cuando Jonas se acercó al escritorio. Se levantó, le dio el asiento y se trasladó alrededor del escritorio mientras él se sentaba. Se quedó mirando la pantalla de transmisión donde había tenido ejecutando el programa de seguimiento que primero había descargado desde el satélite de las Castas a una computadora en la oficia que le habían asignado. — ¿Cómo lo encontró? —. Los dedos de Jonas se movían a través del teclado. —Nosotros no tenemos este programa— —Los niveles de seguridad del Santuario no son suficientes para permitir el uso del programa—le dijo. —Yo tenía autorización para utilizarlo personalmente, otorgada por el propio Leo, cuando me desperté esta mañana y comprobé mis mensajes— Lo que significaba Dane había hablado claro con él. Por alguna razón, eso la había hecho sentir menos como una extraña. Dane había llamado a Leo, cuando la situación se había salido de su control. Había estado dispuesto a afrontar la ira de Leo para llevarla de vuelta a Sudáfrica. Cruzó los brazos sobre su pecho, dejando ese conocimiento a un lado cuando ella frunció el ceño ante la información que había encontrado.
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— ¿Por qué Ely está pidiendo codeína a una de las filiales de Brandenmore? —preguntó. —Hubiera pensado que todos los medicamentos y los suministros ordenados eran suministrados por Vanderale o Industrias Lawrence no por Engalls—. Jonas hizo una pausa y levantó su mirada, sus ojos agudos, mortales. —Las Castas no toman codeína—le dijo. —No funciona tan bien con nuestros organismos como lo hace con los no castas—. Ria se encogió de hombros. —Compruebe sus transmisiones, las que tienen el código adjunto sobre ellas. Ha hecho varios pedidos en los últimos seis a ocho meses, con creciente frecuencia. Ella también ordena medicamentos para el dolor mucho más fuertes. La morfina fue añadida a la lista del mes pasado—. —No ha habido ningún pedido o pagos de esas drogas—le dijo. —Lo sabría si los hubiera— —Entonces, es posible que ella esté pagándolos de otra manera—. El silencio, la tensión pesada, peligrosa, que llenaba la sala tuvo como resultado el pelo a lo largo de sus brazos y en su cuello erizado. Jonas sacó un comunicador del costado de su cinturón, lo ubicó en su cabeza y empujó el micrófono a su mejilla. — ¿Jackal? Asegura la oficina de la Dra. Morrey y ubica a los ejecutores Blade, Noble y Mordecai en los laboratorios hasta que todos las computadoras puedan ser confiscadas. Quiero a Ely confinada en sus habitaciones, e informa a Callan y a Dane que estoy en camino a la oficina de Callan para una reunión de emergencia—. Desconectó el enlace, sacó los auriculares y se quedó mirando a Ria, la furia remolineaba en sus ojos. — ¿Cuando encontró esto? —. —Justo antes que entrara—. Ella se encogió de hombros. —Pero yo tendría cuidado, Jonas. Era demasiado fácil de encontrar y no me gusta eso—. —Ely no es asistente electrónica—. Suspiró profundamente. —Sólo para empezar ella odia las computadoras. Si la computadora no tiene un equipo científico, entonces para ella no tiene ninguna utilidad. Tendrían que guardarlas—. Su voz era pesada, llena de pesar, cuando se puso de pie. —Imprima esta información, saque el programa de aquí, lo quiero instalado en la red personal que estamos organizando para el uso de la casa—. 269
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Ria sonrió. —No sin autorización, Jonas—. —Necesitamos este programa, ¡maldita sea! —. Sus manos se aplanaron sobre el escritorio mientras a su vez gruñía. —Jonas—. Mercury se interpuso entre ellos, su gran cuerpo tenso, su voz de advertencia. —Hacia atrás— Jonas se echó para atrás del escritorio y miró furioso a Mercury. — ¡Joder esta mierda! Cuando esto termine, me uno a Lawe en los malditos monasterios. Ya he tenido suficiente de Castas excesivamente territoriales y de la mierda del calor de apareamiento que hace de mi trabajo un infierno. Cuidado, Mercury. Te daré mi trabajo—. Se metió las manos en su pelo corto y oscuro y exhaló fuerte antes de volverse a Ría. — ¿Puede al menos, imprimir la información y llevarla a la oficina de Callan? Necesito pruebas, Ria. No suposiciones o información sobre un programa que no tenemos permitido tener—se burló. —Puedo instalar el programa en la computadora de Callan. Puede estar fantasma hasta setenta y dos horas antes que se elimina a sí mismo y convierta en inoperable e imperceptible la red principal. O cualquier otra red privada—. Él asintió con la cabeza fuertemente mientras se movía del escritorio y le permitió volver a su silla. Sentarse era una agonía. Apretaba los muslos alrededor de su clítoris, recordándole el vacío dentro de su núcleo, y endurecía su vientre espasmódicamente mientras la necesidad de sexo comenzaba a comerla viva. Contuvo la necesidad de poner la mano en el bajo vientre en protesta por el dolor, y temió que las próximas horas fueran imposible de pasar. Ella escribió la clave para liberar el programa de la computadora, insertó otro programa fantasma para limpiarlo del disco y de la red, luego retiró la pequeña unidad externa que contenía la información que ellos necesitaban. Cuando levantó la vista, fue para ver la mirada de Mercury en la suya, ese duro color azul de sus ojos ardiendo en su cara. También necesitaba, y sin embargo no hacía nada para aliviarlos. Si ella lo deseaba, lo tendría que tomar. Ella lo miró fijo, casi sintiendo el dulce alivio, la ardiente necesidad como si hubiera forzado su pesada erección dentro de ella, tomándolo hasta la empuñadura y sintiendo que controlaba todo ese calor y poder. Que podría 270
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volverse más adictivo que el calor de apareamiento en sí mismo. Sus pechos se pusieron más hinchados, los pezones dolorosamente duros debajo del encaje del sujetador que llevaba. Se sentía como jadeando. Como cayendo de rodillas y tomando lo que deseaba. —Hoy, niños—. Jonas se aclaró la garganta, rompiendo el hechizo tejido alrededor de ellos. —En algún momento de hoy, si no les importa—. Ria se puso de pie y se obligó a volver la mirada a los expedientes que había dejado a un lado para respaldar la información de la unidad externa. Ella quería sacudir la cabeza, intentar aclararla y las emociones golpeaban a través de ella, ira y necesidad, angustia y certeza que la vida sin él ahora no era una opción. Él había hecho eso con ella, argumentó en su interior. Había tomado la decisión de tomarla en lugar de la mujer que la naturaleza había pensado para él. ¿Y si como resultado esa mujer estaba sufriendo? Sacudió la cabeza. No funciona así. La investigación de Elizabeth demostró que el calor de apareamiento requiere un cambio de la hormona, un beso, un acto sexual, más que sólo un deseo. La hormona sólo puede aparecer con el calor de apareamiento en pleno vigor. La lengua de la casta puede picar, pero las glándulas se hincharían sólo en los primeros minutos a menos que el contacto fuera iniciado con anterioridad. Tomaba más que sólo el conocimiento que el calor de apareamiento podría ser una opción. Y, obviamente, era posible para un varón casta tomar otra compañera, si ese intercambio no se hizo. Porque se había acoplado a ella. Y la acopló. Y lo necesitaba para aparearse de nuevo antes de fundirse en un charco de necesidad en el suelo. Salieron de la oficina y Mercury se acercó a su lado, apoyó la mano en la parte baja de su espalda, deslizando los dedos por debajo del dobladillo de su camisa mientras se dirigían a la oficina de Callan en el otro lado de la mansión. Al doblar el pasillo principal, una vez más, ella estaba allí. Los ojos avariciosos miraban a Mercury, deslizándose sobre su cuerpo mientras él y Ria se acercaban a ella. La codicia y la lujuria brilló en los ojos de la otra mujer cuando Ria apretó los dedos de los puños para contener la necesidad de clavar las uñas en esos ojos. Podía sentir el incremento de violencia dentro de ella. Algo que ella detestaba, temía, en sí mismo. Siempre había sido una parte de su psique que
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mantenía refrenada, que nunca se permitió liberar, por una razón. Se había vestido mal, rara vez usó maquillaje y se quedó en la periferia de todo el mundo, para su protección. Por sí misma. Odiaba la violencia interior que sentía cada vez que había perdido algo importante para ella. Recordó la rabia que la había consumido cuando era una niña y se dio cuenta, cuando finalmente la golpeó, que su madre la había dejado para siempre. Sin importar las razones, su madre la había dejado sola. La familia de acogida con la que había estado viviendo se había visto obligada a llamar a Dane. Había destruido la bonita habitación que Dane había decorado para ella. Había roto los juguetes, destripado los animales de peluche, y cuando eso no había aliviado el duro nudo de furia, había tratado de escapar corriendo. A partir de ese momento, una vez que la cordura había vuelto, Ria había luchado para asegurarse que nunca volviera a ocurrir. Y ahora podía sentir que ese núcleo, más viejo, más maduro, se anudaba de rabia ante la idea de perder lo que había reclamado con su alma. Mercury había hecho su elección. Si él le pedía la liberación, abriría las manos y lo dejaría ir, a pesar que la mataría por dentro. Pero esta mujer no tendría la oportunidad de tomar nada de ella. Dejó que su mirada se encontrara con la de Alaiya cuando Mercury se movió a su lado y Jonas se ubicó en el otro lado. Como si la protegieran. Ella no necesita su protección y permitió que Alaiya lo supiera. Mantuvo los ojos de la hembra casta, vertió toda la ira, la frustración y la determinación en la mirada que le dio, y tuvo la satisfacción de ver el parpadeo de los ojos de la otra mujer. OH no, esta batalla no iba a ser tan fácil. Ria lo sabía, y ahora Alaiya también lo sabría. —Jonas—. Los labios de Alaiya se curvaron de repente. —Acabo de recibir los resultados de los análisis de sangre— —Más tarde, Alaiya—Jonas ordenó mientras pasaban junto a ella. —No, Jonas. No más tarde—. Su voz lo detuvo a todos. Jonas gruñó hacia ella con rabia. —Usted sobrepasa sus límites, ejecutora—. Alaiya sonrió. —De acuerdo a la Ley de Casta, lo estoy fundamentando. La hormona de apareamiento está en mi análisis de sangre, Jonas. Y es compatible con la de Mercury—. Se enderezó de la pared, se deslizó hacia 272
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adelante y se volvió hacia Mercury con feroz posesión. —Él es mi compañero—. Ria se sentía romper por dentro. Pero en lugar de la tormenta de ayer por la noche, sintió un furioso y ardiente núcleo de rabia ardiendo en su interior. —Las Castas tienen un solo compañero—afirmó a través de los labios entumecidos cuando Mercury la cogió del brazo, tirando de ella hacia delante. — Exactamente—. Alaiya arrastró las palabras. — Y nosotros compatibilizamos—. —Y nosotros nos acoplamos—replicó ella con frialdad, mirando cuando la mirada de Alaiya de repente se redujo. —Puedes olerlo. Puedes sentirlo, ¿no, Alaiya? —. Los labios de la otra mujer se afinaron cuando el gruñido sordo de Mercury se hizo más fuerte. —Tócalo, y tratarás conmigo— Ante eso, los labios de Alaiya se fruncieron con satisfacción. —OH, creo que puedo tomarte, ratoncito—. Su risa se deslizó desde su garganta. —Sin comentarios— —Y yo creo, querida, que si lo intentas, voy a tener que matarte—. Dane apareció en la puerta en el mismo momento que Mercury tiró hacia atrás a Ria y rugió en la cara de Alaiya. —Recuerda mi advertencia, Alaiya? —le espetó, su fría voz. —Ley de Casta... —. — ¿Me arrojas la Ley de Castas? —. Su voz era un poderoso y peligroso rugido de violencia. —Recuerda la advertencia. Presta atención. O vas a sufrir las consecuencias—. —Y yo no necesito a ninguno de los dos de pie delante de mí—Ria empujó a Mercury, volviendo a su lado, la ira a caballo de la excitación, al igual que lava saliendo de un volcán. —Déjala que encuentre por sí misma con lo que está tratando. En sus propios términos— —Tan segura—. Alaiya se burló. —Tan maliciosa—. Ria respondió con frialdad. —No hay nada para ti. No importa tu creencia—. Entonces permitió que Mercury la llevara. No es que ella pudiera haberlo prevenido, él era todo, pero la estaba arrastrando por el pasillo, pasando a 273
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Dane, en dirección a la oficina Callan, mientras la rabia lavaba sobre él. —Esto es una puta locura—dijo mientras la empujaba dentro de la oficina de Callan. —Consigue ser cuidadosa antes que pierda la paciencia por completo— —OH, sí, no vamos a tentar a tu paciencia—Sacudió su brazo de su agarre y le lanzó una mirada furiosa. —Sobre todo considerando el hecho que he perdido periódicamente la mía—. La puerta se abrió de golpe y cerró detrás de Dane cuando entró. En cuestión de segundos estaba en la cara de Mercury. —Tenga cuidado de esa pequeña gatita rabiosa—dijo Dane furioso en el rostro de Mercury. — ¿Qué diablos quería decir, que sus pruebas de acoplamiento coinciden con la suya? Eso es mentira, puedo olerlo todo sobre Ría, y su olor es suyo—. Mercury gruñó hacia él, empujando a Ria detrás de él cuando la masculina genética Casta se juntó con la híbrida furia y amenazó con estallar. Malditos hombres. Ella se volvió y miró a Jonas mientras él se apoyaba contra la pared, movió la cabeza y observó la escena con burlona paciencia. —Déjelos sacar fuera sus temperamentos—. Se encogió de hombros ante su mirada. —Dígame, Srta. Rodríguez, ¿Dane es su hermano o su padre? —. Ella suspiró. —Creo que es mi enemigo, pero no vamos por allí— —Puede detener a esa mujer para que no la lastime en cada oportunidad que tiene—-. Dane estaba gritando en la cara de Mercury mientras Callan se recostaba en la silla detrás del escritorio y miraba. Kane se sentó, evidentemente, más que divertido ante la confrontación. Mercury permaneció en silencio. Cruzó los brazos sobre su pecho y se volvió hacia Dane pensativamente. Era una mirada que puso a Ria intensamente nerviosa. —Amburg realizará las pruebas sobre Mercury y Ria tan pronto como podamos conseguir la sangre—agregó Jonas. — ¡Amburg! —. Dane se volvió hacia él, la incredulidad endurecía sus rasgos. — ¿Jeffery Amburg? ¿El carnicero de los laboratorios de las Castas? ¿Has perdido la jodida cabeza, hombre? —. Jonas arqueó las cejas. —No podemos confiar en la opinión de Ely en este punto. ¿Tienes una alternativa mejor? —. El silencio llenó la sala, pero Ria vio la expresión de Dane.
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—No lo hagas, Dane—susurró nerviosamente. —No vale la pena—. La cabeza de Mercury se dio la vuelta y la pinchó con ojos furiosos. — ¿Tengo una mejor alternativa? —. Dane sonrió. Ella odiaba cuando una casta sonreía así. Todos los dientes y sin diversión. — ¡OH, Jonas!, no tiene ni idea—. —Dane. Te estoy diciendo. No lo hagas. Lo digo en serio— Su mirada se volvió hacia ella, y lo que ella vio le hizo temblar sus manos. —Por favor—. —Lo preguntaré una última vez—. Jonas inclinó la cabeza y los miró a ambos. — ¿Hermano o padre? El aroma está ahí, sólo me tomó un tiempo recogerlo. ¿Por qué no nos informó que su pequeña y perfecta burócrata era una casta híbrida? —. —Su Amburg no la tocará—. Dane espetó a continuación. —Usted esperará la llegada de su abuela. Elizabeth puede hacer sus pruebas, y nadie más— Entonces se volvió a Ria, la mirada espesa. —La información que les des es tuya. Sin embargo, estas pruebas no se llevarán a cabo por fuentes inseguras. Lo siento, Ria. No voy a permitir semejante riesgo para ti de nuevo—. Con esto, se abrió de un tirón la puerta e irrumpieron en la oficina, dejándola en silencio, tres castas y un ser humano muy curioso, Kane Tyler, la miraba fijamente. —Bueno—. Suspiró rígidamente. —Supongo que es eso. ¿Alguien tiene una taza de café? —. —Sabes, puedo decir que ellos están relacionado contigo, Jonas—. Callan rió. Jonas lo miró furioso. —Ellos están más relacionados contigo de lo que están relacionados conmigo, Orgulloso Líder—. A lo que Callan sonrió antes de reducir sus ojos sobre Ria. —Tener a Jonas por hermano no es diversión y juegos. Tenerlo de tío podría ser peor— Ella juró que Mercury palideció. Evidentemente, tener a Jonas por familiar no era una perspectiva cómoda. Ella les devolvió la sonrisa a todos. Todos los dientes. —Señores, si no les importa, tenemos un traidor que capturar, y yo prefiero hacerlo antes de la llegada de Leo y Elizabeth. ¿Tendríamos que trabajar? —.
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No se escuchó ningún sonido. Y no había café en la habitación. Sin café, sin respuestas, sin preguntas, nada más que el calor creciendo en su interior, y su propio animal estirándose libre. Mierda. Ella estaba cansada de la clandestinidad.
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Mercury miró a su compañera, y el orgullo lo llenó como nunca antes. Orgullo y desafío. Su compañera era alguien a tener en cuenta, obviamente. Cuando la vio trabajando con Callan, su tercera taza de café vacía junto a ella, sus mejillas enrojecidas, sus ojos ardiendo de excitación, no pudo dejar de admirar su fuerza. Su increíble tenacidad. Nadie más que él podría ayudar a la reacción de su desafío y el silencio producido en él. Se había acoplado a una casta. Casta híbrida. Una con vínculos familiares con el Leo, Dane, Jonas y Callan. Un pensamiento aterrador. La nieta de Leo. ¿Por qué no le sorprendía? —Miren el pedido de la droga—. Ria estaba explicando a Callan, Kane y Jonas, girando la pantalla para que pudieran ver con más claridad. —Codeína, morfina y aquí, este pequeño cachorro—. Señaló uno de los nombres más largos en la pantalla. —Es similar a un alucinógeno. Malo, malas noticias para las Castas sobrecargadas de trabajo, con problemas de stress. El efecto que tiene sobre los procesos del cerebro es similar al de la droga que el Consejo creó para contener el cambio salvaje en Mercury. Tenemos una Casta entrando al Santuario droga para controlar la mente en pequeñas cantidades, justo debajo de sus narices—. —Y sin tratar de ocultarla—dijo Jonas. —Ely no nos drogaría—. —Ely está siendo drogado, Jonas—afirmó con claridad. —Uno de nosotros lo habría olido—. Mercury señaló entonces. —Algunos de los ejecutores que custodian los laboratorios tienen el mejor sentido del olfato desarrollado en los laboratorios del Consejo. Ely no podría estar drogada—. Sacudió la cabeza. —Es casi imperceptible. El medicamento tiene un dominio sobre la Casta, es muy adictivo para el cerebro, y no es detectable hasta que los efectos que produce son con toda su fuerza. Ella está todavía luchando contra él. No tengo el sentido del olfato que tiene una casta, por lo que no puedo detectarlo en absoluto—. — ¿Cuáles son tus talentos? —. Callan preguntó con suavidad. —Excepcional visión nocturna y habilidad para romper códigos y detectar patrones. Yo soy una experta en logística, con una calificación alta en los procedimientos mentales. Como un híbrido, nacido naturalmente de una casta y una pareja humana, mi genética es prácticamente imposible de detectar sin un profundo nivel de detección genética, porque es recesiva. Hasta el calor del apareamiento. Ningún híbrido puede ocultar el calor del apareamiento una vez que comienza. En mi caso, yo necesitaba la hormona de apareamiento que 277
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Mercury produce para poner en marcha mi genética híbrida—. —Usted dice eso como si hubiera suficientes híbridos para detectar el fenómeno—Kane sugirió. — ¿Cuántos hay? —. Su mirada era fría, compuesta, y sólo sus ojos ardían. —Soy un híbrido, usted sabe eso ahora. Cuántos hay, donde pueden estar, o por qué son híbridos no es de su incumbencia—. Las cejas de Kane se arquearon. —Pero usted es la nieta de Leo. Eso significa que Dane es su padre—. —O Callan o Jonas o cualquier número de castas que fueron creados usando su esperma o cualquier niño que nazca del apareamiento con las Castas que fueron creadas a partir de ellos. Está haciendo las preguntas a la persona equivocada—. — ¿Dane es tu padre? —. Callan gruñó. —Porque si lo es, entonces alguien debería señalarle las responsabilidades de los padres. Estuviste en una serie de familias de acogida. Los Vanderales no te criaron. Leo y Dane han descuidado tu seguridad—. Se levantó de la mesa y recogió el disco duro externo conectado. —Usted tiene setenta y dos horas para jugar con este programa y encontrar a su traidor, Orgulloso Líder Lyons. Después de eso, se habrá ido. No se moleste en tratar de copiarlo, lo he creado. Confíe en mí, conozco mi trabajo. Usted no tiene el tiempo para averiguarlo—. —Ella es la hija de Dane—. Jonas dijo entre dientes. —Sólo él es tan malditamente arrogante—. Se limitó a sonreír con calma, pero Mercury sabía lo que los otros no. No había nada calmo acerca de ella. —Prefiero que mi condición híbrida siga siendo un secreto el mayor tiempo posible. Mi aroma casta se volverá demasiado inconfundible dentro de poco, pero yo prefiero que la verdadera condición de ello quede entre nosotros— afirmó. —Ella pone mucha confianza en nosotros—Jonas gruñó. —En usted, señor Wyatt, pongo tanta confianza como lo hago en Dane. Los dos van a terminar estrangulados en su propias telarañas uno de estos días—. Se volvió a Mercury. — ¿Estamos listos para partir? —. —Más que listos—. Podía sentir la necesidad bombeando a través de él, la adrenalina corriendo carreras en su organismo, la excitación rompiendo 278
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completamente sus pelotas y endureciendo su polla aún más. Cada aspecto en su cuerpo estaba rígido con el desafío. Él podía verlo ahora, olerlo. Había bebido su café en contra de su consejo. La cafeína sólo aumentaba la excitación del calor del apareamiento. Había discutido con Dane y enfrentó su ingenio contra Kane y las preguntas de Callan. Y el animal en su interior se había estirado a la entrada, el calor de su excitación pulsaba a través de ella, negándose a permitir su cautiverio por ese increíble deseo de ella. Su animal estaba estirándose hacia la libertad, y podía sentirlo llegando a él. Ahora tenían sentido los arañazos en su espalda y en sus hombros. Sólo una hembra casta arañaba con tanta fuerza. Y la mordida que latía en su hombro. Él debería haberlo sabido. En el momento en que sus dientes se hundieron en su piel, debería haberse dado cuenta con lo que estaba tratando. Se levantó de su silla mientras ella se movía por detrás del escritorio, su cuerpo se deslizaba con un poder sensual, la ropa nueva, la hembra creciendo poderosa dentro de ella, le daba un suave y erótico deslizamiento que le hizo apretar los dientes ante la encubierta mirada que ella recibió de los otros hombres. No había lujuria allí. Todos estaban totalmente acoplados, con la excepción de Jonas. Pero la curiosidad, la conciencia de ella, era evidente. No le extrañaba que ella hubiera escondido ese núcleo interior de sí misma durante tanto tiempo. Una mirada a ella ahora, y no había duda de la hembra acechando debajo de su carne. —Debo advertirte, Alaiya está aún acechando por los alrededores—dijo Jonas. Ria no habló, pero sus ojos brillaron posesivos cuando miró a Mercury. Él la miró en silencio, desafiándola en lugar de tranquilizarla. Si quería reclamarlo, él era de ella para reclamar. Pero ella lo reclamaría antes que una garantía más saliera de sus labios. La camisa rojo profundo que llevaba, los ajustados pantalones de vaqueros y las botas planas enfatizaban el cambio de poder dentro de ella en ese momento, y la anticipación rugió en su interior. —Alaiya no me preocupa—. Ella se encogió de hombros. Y Mercury podía darse cuenta que no estaba mintiendo. Alaiya no le preocupaba, pero esas pruebas de acoplamiento seguro como el diablo que lo hacían. —Estoy lista—. Ella se trasladó hacia él, balanceando las caderas, tentando, su cabello flotando a su alrededor, burlándose de él, apretando, los pechos hinchados presionando contra su camisa, haciendo picar sus manos. 279
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La lengua palpitaba con la hormona de apareamiento, cuando él puso su mano en la parte baja de su espalda y la llevó hasta la puerta. Nadie habló detrás de ellos. No habrían sido oídos si ellos lo hicieran. Ya era hora de regresar a la cabaña. Ya era hora de ver si el animal dentro de Ria estaba dispuesto a luchar por lo que era suyo. *** El aeródromo privado que Dane había adquirido antes de llegar al Santuario estaba lleno de actividad. Tres heli-jet Vanderale aterrizaron mientras Rye estacionaba la limusina en el claro. Los heli-jets estaban dejando caer la fuerza de seguridad del Leo, Castas de mirada dura, duramente entrenados, viciosos con un solo propósito en la vida, excepto para los pocos que estaban apareados. La protección del Leo y su familia. Treinta guardaespaldas castas se colocaron en cerrada protección antes que el Leo saliera. Y, como siempre, Dane se quedó impresionado por el poder que su padre presentó cuando él se hizo visible. Su melena leonada de pelo más oscuro en algunos lugares, las mechas de color negro y rojo que aparecieron cuando él se hizo mayor, se voló sobre una cara imponente, una cara cuyos fuertes huesos y ángulos no eran sólo por apariencias. El Leo era fuerte, era imponente. Él medía seis-cuatro, la densidad de los huesos y de los músculos de su cuerpo le había hecho casi imposible de matar. En comparación, la pequeña mujer de pelo oscuro que salió del heli-jet era increíblemente frágil. La madre de Dane era todavía una belleza tranquila. Con su pelo moreno largo hasta los hombros y sus ojos dulces, ella manejaba al orgulloso Vanderale con fuerza y femenina suavidad. Manteniéndola cerca de su poderoso cuerpo, el León se dio la vuelta y aceptó dos pequeños paquetes envueltos en portacargas ultraligeros, resistentes y a prueba de balas. Dane bajó la cabeza en ese momento. Sus padres habían corrido a rescatar a Ria, sus mellizas recién nacidas estaban seguras en sus brazos, conscientes del el precio de la detección en caso que alguna vez se revela quien y que eran ellas. Antes habían perdido a sus hijos. Dos niños gemelos en la infancia, asesinados en un ataque de Castas Coyote que habían logrado conocer la ubicación en donde Leo y Elizabeth estaban protegiendo a sus bebés.
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Su madre casi había muerto en el ataque, al igual que el Leo. Leo seguía llevando las cicatrices de las repetidas explosiones de fusil en el pecho, espalda y muslos mientras cubría a su compañera y a los niños. Y aún así las balas habían atravesado su cuerpo, atravesado a su compañera y a sus hijos antes que su fuerza de seguridad, entonces mucho más pequeña, pudiera correr al rescate. Hace años, pensó Dane, limpiándose las manos en la cara. Demasiados muchos años atrás. Cerca de un siglo. Había llevado cinco décadas antes que el cuerpo de Elizabeth y el calor de apareamiento pudieran volver a producir los óvulos que los espermatozoides Castas pudieran fertilizar. Y nació Dane. Ahora, después de otros cincuenta años, sus padres todavía estaban en óptima condición física, y una vez más habían vuelto a nacer mellizos. Fuertemente armados, las fuerzas de seguridad rodearon a Leo, Elizabeth y a las bebés y se precipitaron dentro de la limusina donde Dane estaba esperando, cuando la fuerza de seguridad que había llevado Dane, finalmente llegó con los vehículos para el transporte de la fuerza de seguridad de Leo a la propiedad que Dane había alquilado por el invierno. O hasta que pudieron despejar el Santuario. Él preferiría sus hermanas y su madre protegidas dentro de las paredes del Santuario. —Dane—. El Leo se acercaba cuando Dane abrió la puerta del coche. Su madre se extendió y le tocó la cara mientras él se inclinó hacia ella, y sintió su beso en la mejilla antes de entrar en el vehículo y que le pasaran a las bebés. —Hijo—. Leo lo abrazó. Su padre siempre lo abrazaba, como si hubieran pasado años desde que se habían visto más que una cuestión de unas pocas semanas. — ¿Cómo lo está haciendo nuestra chica? —. Leo entró a la limusina, seguido por Dane y dos guardaespaldas castas, de ojos y rostros brutalmente duros. Otros dos en la parte delantera con Rye mientras los restantes se apresuraron a los Hummers esperando que rodeaban la limusina. —Ellos saben que ella es híbrida—. Él encontró la mirada de preocupación de su padre. —Necesitamos que las pruebas se hagan rápidamente, sobre el calor, el cambio salvaje de Mercury y una casta conocida como Alaiya, número de laboratorio seis-tres-siete, del laboratorio designado Alfa Tres—. Leo frunció el ceño. —Se pensó que ella era una compañera de Mercury— afirmó, su mente tan rápida, tan competente como cualquier equipo de computación. —Ella se perdió en una misión cuando tenía quince años. Ella y su entrenador fueron dados por muertos—. 281
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Dane asintió. —Llegó a la Oficina de Asuntos de las Castas hace seis meses y se entregó a Jonas. Jonas corrió las pruebas requeridas en ella y en Mercury, ellas no volvieron a mostrar signos de apareamiento o posibilidades de apareamiento, por lo que él nunca informó a Mercury que estaba viva. Ella se presentó en el Santuario la otra noche, reclamando a Mercury como su compañero. De acuerdo con las pruebas realizadas en la sangre de Mercury anoche, así como en la de ella, el calor de apareamiento se muestra en ella y compatibiliza con el de Mercury—. —Pero Mercury acopló a Ria—. Elizabeth acotó. —Yo misma ejecuté las pruebas antes de enviar al Santuario la sangre y la saliva que había separado de la genética casta. Mis pruebas fueron concluyentes, Dane, había indicios de viabilidad del calor de apareamiento. Las Castas se aparean una sola vez—. El rango de híbrida de Ria fue la razón por la que habían sido dadas muestras alteradas de sangre al Santuario. —Pero Mercury mostró signos de acoplamiento antes de la desaparición de Alaiya—. Leo reflexionó. Elizabeth sacudió la cabeza mientras abría los portacargas protegidos para permitir más libertad de movimientos a las niñas, así como para evitar que tengan demasiado calor. —Se los advertí, sus pruebas de los laboratorios no fueron concluyentes. Los signos de apareamiento y de la hormona que aparecen independiente del contacto físico no son confiables. Las pruebas de los científicos no estaban avanzadas en ese momento, y ellos no tenían idea con lo que estaban tratando en lo que se refería al calor del apareamiento—. —Tampoco se puede confiar en las pruebas de Ely—. Dane suspiró. —Sospecho que han estado siendo armadas de alguna manera. Ella está actualmente limitada a sus habitaciones, y a cargo del humano, Jackal, está furiosa y sufriendo una agitación extrema. Recibí un informe de Ria, a través de la red personal de Callan, cuando ella usaba el programa seguro para seguir las transmisiones, que hay una posibilidad que Ely esté siendo drogada con algo similar a la droga que se usaba con Mercury en los laboratorios—. Él mencionó el nombre científico de la droga y Elizabeth frunció el ceño. —Indetectable para los sentidos Castas hasta que el sujeto ha sido bien comprometido—murmuró antes de volverse a Leo. —Es una poderosa droga para alterar la mente, especialmente cuando se trata de castas con algunas deficiencias. Necesitaré equipamiento. Pon uno de nuestros contactos de América en estado de alerta por mis necesidades. Esto tiene que terminar aquí, Leo. No podemos permitir que ellos sufran de esta manera. Con el equipo adecuado, los conocimientos que he adquirido... —. —Podrías destruir a la familia Vanderale, Madre—Dane instó suavemente.
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—Piensa en esto cuidadosamente. Si te pones a disposición del Santuario, palabra que se va a filtrar. Así como se han filtrado el calor del apareamiento y el retraso de la vejez—. Elizabeth miró dormir a sus hijas. Acarició con la parte posterior de sus dedos la mejilla de la niña más cercana antes de levantar la mirada hacia Leo. —Hemos perdido hijos—ella susurró. — ¿Qué haríamos, Leo, si David se pierde?, el hijo y heredero de Callan. Callan es nuestro hijo también. Sólo que concebido desde el semen que los laboratorios te robaron, pero criado desde nosotros dos. ¿Podremos ponernos como excusa, que nuestra propia seguridad era primordial? —. —Si debo—. El padre de Dane era más duro, a menudo más lógico, y definitivamente menos dispuesto a correr determinados riesgos. Pero Dane sabía lo que iba a venir de todas formas. —Pero en esto, Elizabeth, estoy empezando a estar de acuerdo contigo. No quiero al Santuario sufriendo como lo hicimos nosotros. Tal vez, si Callan, Jonas, Dane y yo podemos forjar algunos acuerdos mientras estamos aquí, entonces nosotros veríamos cuánto más podemos lograr—. —Quiero estar en el Santuario a primera hora de la mañana—le dijo a su marido y a su hijo. —Las niñas vendrán con nosotros, el predio es más seguro que la casa, especialmente con nuestra fuerza protegiéndolas—. —Madre, el Santuario es una bomba de tiempo ahora—dijo Dane y gimió. —Nos invitaron a asistir a la fiesta previa de Acción de Gracias—le recordó Elizabeth. —Lo que hacemos en privado durante una visita con la familia Lyons es otra cosa—. — ¿Y cuando de repente Vanderale done equipos médicos avanzados y de investigación? —le preguntó. —Los periodistas se van a volver locos—. —Hay maneras de garantizar el silencio—le dijo Leo. —Voy a ocuparme de eso, Dane. Coordina la seguridad y ayuda a Ria a averiguar qué demonios está pasando aquí. Quiero esto custodiado, entonces quiero un equipo propio de nuestras castas en el lugar. Permanentemente, Dane—. Dane hizo una mueca. —A Jonas no le va a gustar eso, Padre—. Leo sonrió. Todos los dientes, sus ojos color ámbar llenos de diversión. —Ese joven mequetrefe. Descubrirá exactamente cómo llegó a esos instintos suyos de manipulación. No soy un hombre viejo, Dane, a pesar de mi edad. Todavía sé qué diablos estoy haciendo aquí—. Eso era cierto. Lamentablemente, Callan y el Santuario se estaban convirtiendo en los puntos débiles de Leo. Y de Elizabeth. Porque Callan era 283
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uno de los pocos niños creados utilizando la genética de ambos. Y él era un orgulloso líder ante su mejor momento, al igual que Leo lo había sido. Si Dane no estuviera totalmente seguro de su lugar dentro de la jerarquía de su orgulloso padre, podría haber estado un poco celoso de su hermano menor. En cambio, él estaba muy preocupado. A diferencia de Dane, Callan aún no se había dado cuenta, no lo tenía claro hasta en los huesos, exactamente cuan engañosas podrían ser las otras Castas. Especialmente los traidores. *** —El Leo ha aterrizado—. Ria dijo en voz baja mientras sacaba el pequeño y delgado teléfono satelital que llevaba en su funda en la cadera y leía el mensaje codificado. —Estará en el Santuario a la mañana—. Como estaría Elizabeth. Ria se obligó a permanecer relajada, tranquila, mientras la limusina se detuvo en el camino que conducía a la cabaña. Mañana, las pruebas comenzarían siendo dadas a alguien en quien ella sabía que podía confiar. Elizabeth sabía más sobre el calor del apareamiento y la fisiología de las castas que cualquier otro científico pudiera posiblemente entender. Ella había vivido a través de la unión, las diversas fases del calor, la concepción y el nacimiento de dos pares de mellizos y de Dane. Ella se había examinado a sí misma, experimentó en sí misma, y cuando Leo empezó a formar su propio ejército para rescatar a los niños que él sabía que estaban siendo creados con su esperma y los óvulos robados de Elizabeth antes de su huida de los laboratorios, había tenido otras castas y otras compañeras para comparar sus hallazgos. Y ahora ella tendría a su nieta para examinar. Su nieta y la rabiosa pequeña gata decidida a robar el compañero que Ria había tomado. *** Ria miró la parte posterior del vidrio de color cuando la limusina llegó a su parada en frente de la cabaña. Las dos castas de la parte frontal izquierda del vehículo se acercaron a la cabaña y efectuaron un control de seguridad antes que Ria y Mercury entraran. ¿Ellos sabían? se preguntó. Lawe y Rule eran castas excepcionalmente perceptivos, y tenían la confianza de Jonas. ¿Sabían lo que era? No tenía ninguna duda que ahora ellos eran conscientes que era una casta. Se estaba volviendo imposible mantener ese animal contenido. Antes de Mercury, no había sido un problema. Antes del apareamiento, no había tenido la preocupación que alguna vez pudiera estar en libertad, ya que su control estaba demasiado arraigado. — ¿Por qué no me lo dijiste? —. Hizo la pregunta en voz baja mientras esperaban por Lawe y Rule. 284
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Ria miró el bosque, con su cubierta de nieve, y los depredadores que estaban haciendo conocer su presencia. Los leones parecían seguir a Mercury. Ella había visto eso en África, en la finca que Leo había construido en lo profundo del Congo. Allí, estaban algunas castas, como Mercury, que podían controlar las feroces y salvajes criaturas. —Lo dije a alguien una vez—finalmente dijo en voz baja. —Mi primer amor. Un mes después, Dane tuvo que matarlo. Estaba tratando de encontrar al Consejo, para contactarlo y venderme a ellos—. Dane no había mostrado misericordia. En el momento en que se enteró de lo que estaba pasando, había llegado a su nuevo apartamento, arrancado a su amante de la cama y ordenado a Ría subir al coche. Ellos habían volado al Congo. Veinticuatro horas más tarde había visto cómo Dane puso una bala en el cerebro de su amante. Él tenía veinte años. Y ella había pensado que lo amaba. Se empujó los dedos a través del cabello suelto, consciente de su mano cálida y reconfortante ubicada encima de su muslo. Sacudió la cabeza y se negó a mirarlo. — ¿Los Vanderales no te criaron? —. Sacudió la cabeza. —Ellos me supervisaron, sin embargo. Dane siempre estaba cuando yo lo necesitaba. Pero ellos no podían arriesgarme a las preguntas que se plantearían si tomaran una huérfana y la criaran. Especialmente una huérfana vinculada a una víctima de un acto violento. Mi madre estaba en un accidente vehicular con varios otros coches, pero lo que nadie sabía era que ella misma estrelló el vehículo. Se mató a sí misma, a la casta Coyote que la había tomado como rehén y a los ocupantes de otros dos automóviles, para proteger los secretos Vanderale. Una vez que los Vanderales se enteraron de mí, ellos temieron que los Coyotes pudieran haber informado de sus hallazgos al Consejo, y que estuviera en peligro. Ellos me protegieron, pero también se protegieron a sí mismos—. — ¿Dane es tu padre? —preguntó. —No. Dane es mi tío biológico. Mi madre era una casta que Leo y su fuerza rescataron. Ella fue creada usando la genética robada de Leo y Elizabeth. Soy su nieta natural. Mis padres se escondieron de Leo después de su apareamiento. Cuando mi padre murió, ella volvió, pero nunca les dijo de mí—. —Ellos te abandonaron, Ria—dijo, su voz tranquila, pero llena de ira. —Deberían haberte criado—. —Tendrían que haber hecho exactamente lo que hicieron—. Ella se volvió y lo encaró entonces. —En realidad, deberían haber hecho mucho menos, con el 285
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fin de protegerse completamente. Soy una híbrida, Mercury, y ni siquiera una híbrida especialmente eficaz. Mis talentos son simples, mis instintos recesivos. Para todos los efectos y propósitos, soy meramente humana. Ellos se arriesgaron con lo poco que hicieron, y estoy agradecida por ello—. —Ellos no te amaron—gruñó. Ella sonrió tristemente ante la acusación. —Ellos me quisieron, Mercury. Y me quieren ahora. Yo no te dije lo que era, porque nunca he olvidado el valor del silencio. Mi amante murió delante de mí. Pidiéndome clemencia. Pidiéndome detener la ira de Dane. Porque mi amante me traicionó. Arriesgó mi captura, así como la de Leo, Elizabeth y Dane. Mi mal juicio pudo haber acabado con todos nosotros. Y eso nunca más volverá a suceder—. La puerta de la limusina se abrió cuando ella terminó de hablar. Apretó su chaqueta más estrecha alrededor de ella, nunca sintió frío mientras salió del coche. Todo lo que sintió fue calor, arañando sus entrañas. Había esperado demasiado tiempo y ella lo sabía. Saciar la horrible excitación desgarrándola no sería fácil. Tampoco sería suave. Mercury la acompañó a la cabaña, entró por delante de ella y esperó mientras ella entraba. Cerró la puerta lentamente y luego la trabó. El sonido del clic fue como una bomba estallando dentro de su mente. Debilitó sus rodillas, y su lengua empezó a picar. Cerró los ojos. Ella no tenía las glándulas debajo de la lengua que Mercury tenía, no tenía la hormona necesaria para inducir el calor del apareamiento. Sin embargo, todavía podía sentir las anomalías en su propio cuerpo. Las había sentido desde la primera vez que entró en contacto con él. — ¿Cuál era su nombre? —. Mercury le preguntó. Ria sabía lo que quería decir. Ella se encogió de hombros dentro de la chaqueta de cuero antes de sentarse y quitándole los cordones de las botas. —Su nombre era Jason. Era el hijo de uno de los contratistas de Leo. Ellos nunca se enteraron de lo sucedido a su hijo. Dane había trasladado su cuerpo de regreso a Johannesburgo y lo colocó donde sería encontrado. Pareció un acto de violencia al azar—. —Se lo merecía, Ria—Mercury gruñó. Ella se volvió hacia él lentamente. —Él no lo merecía. Pude haberlo salvado. Dane me miró antes de matarlo. Me dio la elección y me quedé callada. Porque sabía que si lo rescataba de su mano, Leo, Dane y las castas que habían rescatado a través de los años nunca estarían a salvo de nuevo—. Las opciones a las que Dane la había obligado rompieron su corazón. La 286
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elección que había hecho ese día nunca había roto su alma. —Lo cual no explica por qué no decirle a tu compañero casta que eres una casta—señaló, y aunque su voz era tranquila, podía sentir su ira. —Porque ya no me considero una casta, híbrida o de otra manera—dijo. —Y yo no tendría, tanto tiempo como para no poder mantener esa parte de mí escondida. No había ninguna razón para decirte, simplemente porque no tenía intenciones de permitirle ser libre—. Sus labios se levantaron en un gruñido silencioso mientras pasaba al otro lado de la habitación. No trató de tocarla. Ella estaba ardiendo, en agonía, el dolor que se extendía a través de la excitación la estaba matando. — ¿Estás lamentando el apareamiento? —le preguntó entonces. Ella había esperado eso, pero eso no significaba que lo acogiera favorablemente. Se volvió hacia ella lentamente. — ¿Lo he dicho? —. —No me has tocado. En todo el día—. Su expresión se transformó. Se hizo dura, salvaje, implacable. —Lo quieres, lo tomarás. Sin excusas. Reclama lo que es tuyo o puedes sufrir por ello. Sabiendo lo que sé ahora, no tendré misericordia, Ria. Eres una casta, tanto si te gusta o no, los instintos de los animales están dentro de ti. Puedes usarlos, por Dios, o vamos a prescindir de todo ese sexo salvaje y caliente por el que ambos estamos muriendo—. Ella lo miró sorprendida. —No eres serio, Mercury. Los machos Castas no esperan a que sus compañeros den el primer paso. ¿Cuándo perdiste el juicio? —. —Cuando retorciste mi mente y mi alma, con todas las emociones que juré que nunca iba a sentir por una mujer—gruñó a su vez. —Cuando me di cuenta que te alejarías antes de luchar por cualquier maldita cosa que desees. Un hombre tiene su orgullo, y un Casta aún más. ¿Lo deseas, compañera? Ven y consíguelo—.
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Los ojos de Ria se estrecharon sobre Mercury. Esos pantalones de cuero ahuecaban y amaban la erección estirándolos por debajo de ellos. Las botas pesadas hacían que sus piernas se vieran más poderosas, más fuertes que nunca. La camisa le hacía agua la boca por la forma en que se extendía sobre el pecho. Su boca se hacía agua. Necesitaba su beso. Necesitaba el elixir del apareamiento llenando sus sentidos, descolgándola por ese oscuro recorrido de hambre sexual y necesidad. Lo estaba implorando. Una adicción codiciosa. Sus uñas se curvaron ante el pensamiento de tomarlo, de saborearlo, volviéndose glotona con el sabor de él. —Sácate las botas—le advirtió. Sus cejas se arquearon, pero él la obligaba. Se sentó en el sofá, liberando las hebillas y tirando las botas antes de echarse hacia atrás y estirar los brazos por encima de los almohadones traseros. La respiración de Ria se hizo pesada, laboriosa. — ¿Algo más? —. Se humedeció los labios con nerviosismo. —La camisa—. Ella se paseaba cerca de él, los labios entreabiertos mientras luchaba por respirar. La camisa se desprendió, la carne de teca se volvió disponible mientras ella sintió que un gemido se elevaba en su pecho. El hambre abrumador comenzó a atacarla, el dolor en su vientre la hizo jadear, su mano presionaba su estómago cuando Mercury de repente frunció el ceño, entrecerrando los ojos. — ¿Te dejas llegar hasta que te duele? —le preguntó, su voz oscura y pesada. —Sácate el pantalón. Ahora—. Su voz se fortaleció cuando ella agarró el dobladillo de su camisa y casi la rompió mientras se la sacaba de su cuerpo. El push-up de encaje rojo enmarcó sus pechos pesados e hinchados. Sus pezones presionaban el encaje que apenas los tapaba, que hacía poco por contenerlos. Sus dedos rompieron el broche de sus vaqueros cuando Mercury se despojó del cuero. Ella se deslizó cimbreante de los pantalones vaqueros, dejándolos caer mientras se cruzaba sobre él, a horcajadas sobre su regazo y cerró los labios sobre los suyos. —Dámelo—gimió, pellizcando la curva inferior, tan hambrienta ahora, el 288
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doloroso pinchazo la atravesaba mientras su carne tocaba la de ella. Sus labios se inclinaron sobre los de ella, su lengua penetró la boca, y ella lo estaba esperando. Desesperada por ello. La lujuria salvaje llenó su boca, se elevó dentro de su mente como una niebla roja y la tuvo chapándolos, codiciosa. Ahora las glándulas debajo de la lengua, estaban cargados de la hormona, y la derramó en su boca. Le impregnó los sentidos, como una tormenta impregna la tierra, y un grito ahogado arrancó desde su pecho. Había esperado demasiado tiempo. Ella sabía que ella estaba esperando mucho tiempo, aún mientras se empujaba, se negaba a tomar lo que necesitaba. Porque tomarlo significaba que lo estaba aceptando. Significaba que estaba permitiendo ese cuidadoso amarre sobre el que ella se permitía resbalar. El animal tomó lo que le pertenecía. Era la mujer la que siempre se había refrenado. La mujer que temía pertenecer a un lugar. Ahora era la mujer y el animal que tomaban. La bestia que había llegado a conocer como una niña estirándose indolente y siseando con hambre cuando la hormona de apareamiento comenzó a bramar a través de ella. Sus manos acariciaron sus hombros, quería lamer su carne, pero no todavía. No hasta que esa necesidad estuviera saciada. Entre los muslos sintió su erección, donde se elevaba entre ellos, presionando en su montículo. Él estaba tan duro, tan grueso. Lo necesitaba dentro de ella. Pero todavía no. Necesitaba otras cosas con mayor desesperación, y ella las tendría. El beso la inflamaba, las eróticas imágenes que se extendían a través de su mente, el hambre que ella nunca antes se había permitido saciar, comenzó a caer en cascada a través de su imaginación. Si ella iba a tomar, entonces lo iba a tomar todo. Mercury podía sentir la desesperación en su beso, y ahora que ellos estaban solos, ese increíble control que ella poseía se le estaba escapando, podía sentir el dolor físico provocado por la necesidad de aparearse. Se había preguntado al respecto durante el día. ¿Por qué no lo había intuido? Porque él nunca le hubiera permitido dañarse a través de su propia estupidez. No había habido ningún indicio de ello, sin olor. Incómoda, sí. Un poco enojada a veces. Frustración. Pero ninguno de los dolores que sabía sentían las hembras apareadas si no saciaban la necesidad de estar con sus compañeros. Maldita sea. Se obligó a dejar sus brazos en la parte posterior del sofá, para hacerle tomar la iniciativa, para hacerle tomar. Bombeaba su lengua en la boca de ella, sintiendo la líquida lujuria derramando de las glándulas debajo de ella, 289
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llenando su boca, sus sentidos. Podía oler su calor ahora como una droga adictiva, alimentando sus sentidos. Podía oler su dolor, su necesidad, las emociones lagrimeando libres de su control, y más dulce que cualquier otra cosa, podía oler el aroma delicioso de una hembra casta tomando a su compañero. No podía haber aroma más excitante en el mundo, pensó. Era más excitante que el olor de su ardor por él como su compañero, y él había creído nada podría ser más caliente, más dulce que eso. Hasta ahora. Una hembra casta ardiendo con un olor especial. Partes iguales de él y de ella, y un caliente y sutil aroma de fondo que lo hizo salvaje. Apretó sus dedos, luchó por aferrarse a algo, a cualquier cosa, en vez de agarrarse a ella y arrancar esas preciosas bragas de su cuerpo antes de enterrarse en su interior. No podía tomarla. Esto era para ella. Su tomar. Su reclamación. Estaba demasiado fuerte aún para admitir, para aceptar frases bonitas o garantías que ella era suya. No, para reclamar a su pareja, esta hembra casta tendría que establecer su propio sentido innato de la fuerza. Y maldición ella estaba estableciéndolo. Después de los primeros momentos frenéticos chupando su lengua y la hormona que fluía de ella, se desaceleró. Los movimientos de la boca se hicieron más sensuales, más gratificantes. Empezó a paladear el sabor, a estirarlo, a dejarlo remolonear sobre su lengua antes de regresar por más. Enroscó su lengua con la suya, se frotó contra ella, la acarició y lo volvió loco. Los gruñidos venían de su pecho, profundos rugidos de puro placer cuando ella lo tomó al borde de la locura antes de retroceder. Se humedeció los labios. Pasó la lengua por ellos mientras su mirada somnolienta le hizo apretar la mandíbula, deseando tener más para darle. —No pensé que lo haría—susurró, pero el sonido fue más un ronroneo femenino de puro placer cuando sus manos acariciaron sus hombros, sus uñas arañaron su dura piel. —Has esperado demasiado tiempo—. Él se tensionó, el placer bajando veloz por su espina dorsal para apuñalar sus bolas ante la sensación de sus uñas. —Te azotaría las nalgas por dejarte lastimar así—. Ella ondulada contra él, frotando el encaje de sus bragas sobre el eje sensible de su polla y presionando su clítoris en el calor y la dureza de él. —Deseo frotarme contra ti todo el día—. Se inclinó hacia delante, sus 290
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pezones pincharon su pecho cuando ella hizo justamente eso, se frotó contra él mientras él miraba oscurecerse sus ojos, el iris volviéndose casi negro mientras sus labios se movieron por su cuello. Mercury nunca podría haber imaginado que tenía el control de sí mismo para sentarse allí y ser torturado de esta manera. El calor húmedo de su coño era como un hierro a través del material de sus bragas mientras ella se frotaba contra su polla. Su toque era exquisito. Sus labios sobre los hombros, las manos acariciando la acordonada longitud de sus brazos, mientras sus caderas ondulaban contra él. —Continúa burlándome y podría no hacerlo hasta que llegues a la parte de tomar—se quejó. Ella le mordió el cuello en represalia. — ¡Maldita seas! —. Inclinó su cuello para darle un mejor acceso, maldiciendo el placer que tenía arqueando sus caderas contra ella, con la cabeza de su polla palpitando en deliciosa tortura. Ella lo mordió de nuevo, luego lavó el pequeño centro de placer / dolor antes que sus labios bajaran. Inclinó la cabeza, la miró, vio su expresión, demasiado llena de placer mientras lamía su carne, barriendo sus dientes sobre ella. Cuando su boquita caliente cubrió el disco duro de su masculino pezón, juró que iba a venirse. Cada músculo en su cuerpo se tensó para retener. Le dolían sus pelotas. Su polla se flexionaba, palpitaba, y un gruñido lujurioso desgarró su garganta. Eso no la detuvo. Vio la sonrisa que tironeaba de las comisuras de su boca mientras chupaba el disco duro y su lengua golpeteaba sobre él. Su expresión era hipnotizante, fascinante. Ruborizada y llena de sensualidad. Ella era la criatura más hermosa que jamás hubiera visto. — ¿Todavía no estás listo para tomarme? —. Le dio un beso en el centro de su pecho, tirándose hacia atrás, yendo sobre sus rodillas en el suelo mientras él la miraba a los ojos, casi impotente, con anticipación. —Esto no era lo acordado—se quejó. — ¿Teníamos un trato? —. Mordisqueó su estómago, justo por encima de la cresta vibrante de su erección. — ¿Sobreentendido? —. Se quedó sin aliento. —Tal vez yo no entiendo por qué—. Levantó sus pestañas y lo miró, y él vio 291
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la vulnerabilidad en su mirada, el toque de confusión. —Entonces tal vez necesitas resolverlo—. Él la miró, implacable. No se movería de esto. No importa cuánto alguno de ellos se lastimara por ello. No importa la testarudez que podía ver rabiando dentro de ella. Ella tenía que entender que él la había acoplado. A quien pertenecía su alma. Para ello, tenía que elegir aceptar, tomar lo que era suyo. Lo mismo que él había tomado lo que era suyo. —Las Castas son testarudas—. Ella bajó la cabeza y sopló una bocanada de aire húmedo sobre la cresta demasiado sensible de su polla. —Tú deberías saber—dijo con voz ronca, luego casi dio un grito de angustioso placer cuando su boca cubrió la cresta ardiente y congestionada y la absorbió dentro de su boca. — ¡Ah infierno! —le espetó mientras sacudía sus caderas, hundiendo su carne más profunda en su boca. — ¡Ay, Dios, Ria! Me estás matando—. Ella estaba recorriéndolo, su boca hambrienta, su lengua un latigazo de caliente placer contra la cabeza demasiado sensible. Sus uñas se clavaron en los cojines del sofá. Estaba seguro que la tela se rasgó. Apretó sus muslos, y se sintió consumido por ella. Él estaba consumido por ella. Su corazón, su alma, el calor de su polla, y no iba a durar mucho tiempo si esto seguía. —Ria—se quejó. —Bebé. Estoy demasiado jodidamente cerca—. Apoyó la cabeza hacia atrás a lo largo del sofá, luchando por el control. Pero ella no aflojaba. Chupaba y lamía, sus manos, pequeñas y suaves manos bombeaban la carne dura de su eje. —Ria. Maldición. Voy a venirme—. Sí, los cojines rotos, la espuma de adentro triturada debajo de sus uñas. — ¡Hija de puta! —. Un irregular grito desgarró de él cuando su boca encerró la cabeza, sólo la cabeza, chupando y tragando los vibrantes y torrentosos choros de su liberación. La agonía perforaba sus bolas, la parte inferior de su caliente polla. La lengüeta latía por debajo de la carne, el movimiento de ordeñe necesario para liberarla ausente cuando ella consumía los remolinos de su semen. Ella aspiró y lamió y él estuvo jadeando, el sudor brillaba sobre su cuerpo mientras su polla parecía más dura, más lujuriosamente excitada que nunca antes. Estaba a segundos de la locura. La adrenalina corriendo a través de él, su visión borrosa, lagrimeando hambrienta a través de él con una fuerza que no parecía poder controlar.
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Y podía oler su necesidad. Le llenaba la cabeza, liberando los rugidos profundos de su pecho cuando su cabeza se alzó, viendo como ella se elevó sobre él, a caballo de él, la cabeza de su polla metida contra los pliegues suaves y ocultos de su carne saturada. Ella comenzó a tomarlo. Tenía sus ojos clavados en los suyos mientras él sentía su movimiento, el calor líquido rodeando su carne torturada, trabajándolo en su interior. Y sus ojos. Tan oscuros. Estaban llenos de placer, de dolor, de posesividad. Él le gruñó, viendo que el placer y el orgullo desgarraban a través de él, mientras miraba lo que ella aún todavía se negaba a admitir. Que ella lo estaba reclamando como él ya la había reclamado a ella. — ¿Qué me haces? —susurró mientras ella trabajaba su carne más profundo dentro de ella, sus uñas se clavaban en los hombros. —Mercury, ¿qué me haces? —. No podía mover las manos de los cojines. Si él la tocaba, si se atrevía a permitirse sentir el calor de su piel, entonces la tomaría. —Te estoy llenando, Ria—. En cada sentido. En todos los sentidos. Él siempre la llenaría, la completaría, la abrazaría y la calentaría. Con su permiso o sin él. Era un macho Casta. El juego que ahora jugaba, para forzarla a admitir que él era su compañero, lo jugaba sólo porque estaba seguro de los resultados. De lo contrario, ella nunca saldría de su cama. Nunca daría un paso fuera de su vista hasta que se diera cuenta de ello. —Me estoy llenando—ella jadeó. —Sólo sentándote aquí, Mercury—. Su gemido fue ronco cuando ella tomó más de él, trabajándose sobre la gruesa intrusión mientras él se esforzaba empujando contra ella. Dios, no iba a durar mucho más. La sensación de su cómodo agarre, el hábil y húmedo deslizamiento de su sexo sobre su erección, lo estaba matando. Podía sentir el sudor corriendo por su cuello, y nunca eso se marchaba solo. Ella bajó la cabeza, su lengua lamió y él sacudió sus caderas, cuando sus dientes rastrillaron contra él. Se enterró un centímetro en su interior antes que pudiera detenerse, pero el gemido susurrante de su placer sobre el cuello valió la pena. Sus labios aumentaron la velocidad, trabajando sobre él, chupando más y más de él dentro de ella mientras el calor comenzó a rodearlos como llamas. El cojín rajado debajo su agarre, el control estaba perdido cuando con un 293
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grito profundo Ria se empaló completamente sobre el duro alzamiento de su polla. Bien, ella lo tenía. Ella lo tomó. Eso era todo. El gruñido que arrancó de él era puro animal macho. Apretó sus manos en las caderas cuando comenzó a empujar, satisfaciéndola con duros empujes hacia abajo y cayendo en un hoyo de tal éxtasis del que nunca quería ser libre. Ria, estaba fascinada por la visión de Mercury. Ella lo miraba fijo, la forma en que sus pestañas rozaban las mejillas, la completa sensualidad que bañaba su expresión. No es que ella tuviera suficiente mente para hacer otra cosa que montar la dura longitud de su polla. El placer estaba desgarrándola. La necesidad era como una herida lujuriosa y desordenada en su clítoris, en su vientre. Apretó sus músculos, y el desenfreno la estremeció. Pero tenía que mirarlo. Tenía que aferrarse a algo, porque todo dentro de ella estaba precipitándose a lo largo de la montaña rusa en que se estaba convirtiendo este placer. Sus manos se movían con desesperación sobre los hombros, las uñas lo rastrillaban, la dura y densa piel no se rompió, pero los verdugones estarían claros por horas. Un testimonio, una marca. Pero no era suficiente. — ¡Mercury! —. Estaba gritando su nombre. Apretó sus dientes. No mordería. Ella no iba a morder. Había mordido una vez, pero se había logrado contenerse. Logrado no romper la piel, no dejar su marca en él. Sacudió la cabeza. — ¡Hazlo, maldita seas! —. Sus ojos se abrieron, el llameante azul ártico brillando con los puntitos dorados. — ¡Hazlo! —. Ella gritó su nombre, empalándose furiosamente sobre él, luchando contra la necesidad, luchando contra la obsesión, contra la compulsión. — ¡Eres mía! —gruñó. —Otro hombre toca lo que es mío y lo mato. Lo destrozaría, Ria. Cualquiera que se atreva a intentar hacerte daño, y la locura será la menor de mis debilidades. Me destruirá. Eres mía—. — ¡No! —. Ella no podía parar. Se empujó más duro contra él, el placer se coló dentro del dolor, el dolor se coló dentro del placer, creció la sensación fabricada y la compulsión.
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— ¡Mi compañera! —. Sus manos se cerraron sobre sus caderas mientras la tomaba con fuerza, golpeando en ella y ella perdió la voluntad de luchar. No, ella ganó la voluntad de luchar, la sentía derramándose de ella, oyó el femenino siseo de éxtasis animal, bajó su cabeza y mordió. Ella mordió fuerte. Los desafilados caninos se pegaron a él con una fuerza que apenas atravesó la carne. Pero la perforó. Ella saboreó la sangre; la probó en su propia saliva, salvaje, llena de la hormona que él había fundido en ella, y se la devolvió. Él inclinó su cabeza sobre el hombro, apretó fuertes los dientes sobre ella, la atravesó; chupó y lamió, le enseñó a marcar y ella lo marcó. Lo marcó cuando su orgasmo desgarró a través de ella, la recorrió velozmente, y sus uñas arañaron sus brazos. Con un rugido Mercury se sumergió de nuevo en su interior, su liberación, tan salvaje como la segunda vez, se derramó en ella mientras la lengüeta extendida, acariciaba los músculos internos de ella, y el animal dentro de ella respondió de formas que la tuvo gritando en estado de shock y a Mercury gruñendo de éxtasis. Los músculos internos se cerraban, apretaban, y allí, donde la lengüeta la presionaba, derramando su reluciente liberación, sintió el placer estallar nuevamente. Su carne la rodeaba, se ajustaba a su alrededor, trabando su polla con más fuerza, masajeándola con una fuerza que hizo que ambos gritaran en respuesta. Otro orgasmo desgarró a través de ella. Ella sintió los chorros de la liberación dentro de ella nuevamente, y sus gritos, los de él y los de ella, se hicieron eco a través de la cabaña. Cuando el último rayo de agonizante sensación se alivió en su cuerpo, Ria colapsó contra él. Todavía estaba duro en su interior, aún grueso. La lengüeta cedía lentamente, pero el calor seguía. Ella había esperado demasiado tiempo, demasiado mucho tiempo, y aliviar el hambre imperioso en él tomaría horas. Ella había ayudado a Elizabeth en los laboratorios, conocía los signos, conocía la investigación, y sabía que no moriría si ella perdía a Mercury ahora. Ella mataría. *** Ely iba y venia por sus cuarteles. Eran pequeños, ella los había preferido pequeños. Hasta ahora. Ahora, las paredes parecen estar acercándose a ella, y el miedo estaba transportando clavos a través de su cerebro. Y ella estaba llorando. Se secó las lágrimas antes de envolver los brazos sobre su pecho y caminar por la habitación de nuevo. 295
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Jonas había tomado sangre. La había tomado él mismo, por sí mismo, por lo menos había hecho eso. Él había dicho algo acerca de codeína. Las Castas no podían tomar codeína, ella lo sabía. Ella nunca habría recetado codeína para ninguna casta. Ni siquiera se la daba a los seres humanos. Y algo más. Sacudió la cabeza, tratando de recordar el nombre médico para ello. Lo único que recordaba era el nombre de la etiqueta de laboratorio para ello. Ellos lo llamaban Mental. Simple. Al punto. Porque se metía con la mente de una casta. Ella nunca ordenaría uno u otro. ¿Qué había dicho? Levantó la cabeza, apretó las manos sobre ella y gruñó. Esto era culpa de Mercury. El cambio salvaje. La lealtad de Jonas a Mercury iba a matarlos. Tenía que estar encerrado. Había una celda debajo de los laboratorios, acolchada, donde el Consejo había encerrado a las castas con las que habían experimentado cuando eran los dueños de la finca. Una celda y un laboratorio especial. Ella se detuvo, mirando hacia el pasado, sin ver. Ese laboratorio, los recuerdos de otro laboratorio idéntico eran horripilantes. Y ella no podía bloquearlos. Castas atados sobre las mesas, sus cuerpos paralizados por las drogas bombeadas en ellos, sus pechos abiertos, y ella miraba. El corazón, los pulmones, los órganos internos protestando ante el agonizante dolor por el que cada casta estaba pasando. La sangre recubría sus manos mientras contemplaba el bisturí que ella estaba sosteniendo, luego los ojos del casta la miraban. Rabia. La rabia inhumana reflejada en sus ojos azules. Los puntitos de oro estallando en ellos, como estrellas, rebotando de rabia. Un gruñido arrancó de su garganta, y luego un grito ahogado. No, no le haría eso a él. Sólo la celda. Eso era todo. Ellos podrían tratar el cambio. Ella sabía cómo. Se lo trataría. Pero primero tenía que conseguir pasar ante el casta estacionado en la puerta. Se trasladó a la pequeña cocina, sacó una botella de agua del refrigerador y se metió de nuevo en la boca un puñado de aspirinas. Su cabeza estaba dividida. Se sentía como si alguien estuviera perforándola con un instrumento contundente.
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Apretó los dedos en la sien y luchó contra el dolor. Tenía que pensar. Eso era todo. Ella era la más inteligente y la más brillante de las castas creadas en su laboratorio. Se le enseñó cómo estar encubierta, cómo luchar. Cómo matar. Se calmó lentamente. Mercury estaba haciendo esto. Ella sabía que era él. De alguna manera, había logrado convencer a Jonas y a Callan que él no era un peligro para el Santuario. Y ellos la estaban castigando. Su respiración se enganchó en un sollozo. Ellos la estaban castigando. Eso era lo que Jonas estaba haciendo. Estaba castigándola por tratar de proteger a los demás. Estaba manipulándolos a todos. El cambio de Mercury estaba satisfaciendo algunas de sus planes, eso era la única cosa que tenía sentido. Y esta vez, él iba a destruir el Santuario. A menos que ella hiciera algo para detenerlo.
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La parte bestial de una casta tenía actitud. Era casi una obligación. Un animal atrapado dentro de un ser humano, influyendo en la psiquis del ser humano, en los patrones de pensamiento, en las hormonas, las acciones y reacciones. Ria ha logrado mantener su animal contenido a un punto. Había estado allí. A diferencia de Mercury, ella había sabido que estaba allí. Sólo había manipulado para controlarlo, para evitar que se extendiera libre. Hasta el calor del apareamiento. El fenómeno del calor del apareamiento seguía siendo un misterio en muchos sentidos, incluso para su abuela, Elizabeth Vanderale. Elizabeth lo había estado estudiando por más de un siglo, en sí misma, así como en las parejas de algunos acoplados que habían resultado entre los orgullos de Leo. Y nunca tuvo todas las respuestas. A Ria le hubiera gustado tener algunas de las respuestas la tarde siguiente, después de haber concurrido a los laboratorios. Su carne todavía se sentía abrasado por el examen que había sido obligada a soportar. En silencio. Ni siquiera había sido capaz de quejarse de ello, porque Mercury se paseaba como un león enfurecido en el otro lado de la cortina. —Es intenso—comentó su abuela Elizabeth a la ligera cuando Ria salió del vestuario, vestida una vez más con los pantalones de cuero negro, botas de tacón alto en blanco y negro, un suéter suave como la seda y confortable como el infierno que estaba usando con ellos. Elizabeth no se parecía a la madre de nadie. En más de un siglo, apenas había envejecido diez años. —Sí, es una bonita cosa intensa—. Ria echo un vistazo a la pantalla, viendo su sombra mientras iba y venía, y la mirada de Elizabeth recorrió su ropa de nuevo. —Has cambiado—dijo Elizabeth suavemente. —En las pocas semanas que has estado aquí, por fin has salido de tu caparazón—. Ria se movió incómoda, tratando de mirar a cualquier parte, excepto a Elizabeth. —Yo no te traicioné—Ria finalmente susurró. —Jonas conjeturó—. —Jonas pudo oler el aroma familiar—. Elizabeth asintió con la cabeza. —Su sentido del olfato es excepcional, incluso para una casta. Más bien como el hijo de Callan, David. Pero, Ria, que nunca nos has traicionado, y nunca hemos sospechado que lo harías—. 298
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Ria empujó las manos en los bolsillos traseros de los ajustados pantalones. —Lo hice una vez—. Levantó los ojos hacia su abuela. — ¿Es eso lo que crees que pensamos? —. Elizabeth le preguntó. —No, querida, Jason te traicionó. Tú eras una niña, y estábamos muy preocupados por tu protección, por asegurar que el orgullo como un todo fuera protegido, no hicimos concesiones a tus necesidades de familia. ¿Cuál de todas las castas tienes, lo sabes? —. Elizabeth estaba excusando sus acciones, y Ria había esperado eso de ella. Ellos siempre las habían excusado. Ella era joven. Ella no había entendido. Ellos habían tratado de hacer más fácil su sentimiento de culpa por la elección que hizo. —Dane lo habría matado de todas maneras, Ria—Elizabeth dijo en voz baja, adivinando el giro de sus pensamientos. —No te estaba ofreciendo hacerlo donde tú pudieras ver, no te estaba ofreciendo apretar el gatillo. Cuando Jason intentó ganar dinero por traicionarte con el Consejo, firmó su sentencia de muerte. No había manera que Dane le permitiera vivir—. —Jason no lo hubiera sabido si yo no lo hubiera dicho—. —Y él no habría muerto si hubiera tenido un ápice de humanidad en él—. Mercury gruñó mientras caminaba alrededor de la cortina y la miraba. —No fue tu culpa—. Elizabeth arqueó las cejas cuando sintió sus dientes apretados juntos. —Voy a darte a conocer los resultados de la prueba, cuando las tenga— Elizabeth prometió. —Tomé las muestras de Alaiya más temprano, realicé el examen—. La cabeza de Ria se echó para atrás hacia su abuela. La expresión de Elizabeth era compasiva. —Ella está mostrando signos de calor del apareamiento, Ria. Pero eso no significa nada. Simplemente significa que ha estado en contacto con su compañero—. —Ella besó a Mercury—. La mirada de Elizabeth se dirigió a él, casi acusatoria. —No fue más que una presión de labios—le espetó. — ¿Crees que arriesgaría a mi compañera ante la posibilidad de dar a otra mujer esa parte de mí? —. Elizabeth frunció el ceño. —En cada apareamiento que he investigado, para
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que el calor empiece, tiene que haber un intercambio de la hormona de alguna manera y tiene que ser compatible—. —Confía en mí, no hubo intercambio—Mercury gruñó. —Salvo con Ria—. —Un misterio interesante entonces—. Elizabeth se volvió de nuevo a donde los viales y las muestras esperaban en el mostrador del laboratorio, junto al equipo que había llegado esa mañana y que había puesto en marcha. —Ve, pues. Voy a conseguir que las cosas comiencen aquí antes que Leo me traiga las gemelas. Deberíamos saber algo pronto—. —No te olvides la fiesta de esta noche—Ria le recordó. —Dane ha encargado ya mi asistencia—. —Voy a estar allí—. Elizabeth asintió con la cabeza, aunque ella no se apartó de sus muestras. —Ve ahora, y hablaremos más tarde—. La fiesta no era una que Ria estuviera esperando. El pre buffet de Acción de Gracias y el baile ya tenían al Santuario en un bullicio. Leo estaba al acecho en los salones de arriba, al igual que una docena de miembros de su fuerza de seguridad, mientras ellos protegían a las gemelas y a otros niños castas confinados allí durante el día. No estaba permitido subir sin autorización, incluidas las castas, aunque ellos fueran ejecutores o invitados. La habitación que le habían asignado a Ria y Mercury estaba en el sótano, al otro lado de los laboratorios. Su vestido y accesorios esperaban allí, la peluquera que Merinus asignó a las compañeras y otras mujeres de la familia gobernante estaría asistiéndola a ella también. *** Era un desastre. Por esta razón, no hacía fiestas, se dijo mientras iban ascendiendo por la escalera que llevaba al primer piso de la mansión. En su personaje alternativo, no tenía que pasar por esto. Ella no tiene que preocuparse por arreglar su cabello, por maquillar su rostro, sonreír a todas las miradas de sorpresa o negociar con falsa amabilidad. No es que se sintiera de esa manera respecto de la familia gobernante. Pero esta fiesta era para los benefactores de las Castas, presidentes de las corporaciones, senadores y políticos, multimillonarios y groupies. Y todos los ojos estarían sobre ella, porque la mayoría de ellos conocían a la anodina burócrata, no a la mujer que verían esta noche. —Yo podría ayudar a proporcionar seguridad para la fiesta—le dijo a Mercury, cuando ellos entraron en el largo pasillo. —Sólo encontrar un oscuro rincón y disimular—. —No estás proporcionando seguridad. El rincón oscuro es una opción—. Oyó 300
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la sonrisa en su voz. —Y yo no estoy trabajando de seguridad esta noche, al menos no de uniforme. Estaré asistiendo como representante de los ejecutores Castas y uno de los ayudantes de Jonas. Él me encajará los niños gordos y calvos que quieren oír historias de guerra—. Ella lo miró desde las comisuras de sus ojos. — ¿Y cómo te enfrentarás con eso? —. —Por lo general gruño, una muestra rápida de los caninos y ellos corren a cubierto—se rió entre dientes. —Incluso Jonas piensa que es gracioso—. —Jonas lo haría—. Podía sentir sus palmas sudando. Engalls y Brandenmore estarían en esta fiesta. Era obvio que no habían obtenido lo que buscaban en la última. Ellos habían conseguido esta invitación, como habían conseguido la otra, tirando de las inconmensurables cuerdas a último momento. Al doblar la esquina del salón, se abrió otra puerta más adelante, y Alaiya salió de la oficina de Jonas. Tenía las mejillas encendidas de rabia, su expresión retorcida, cuando miró a Ria. —Hola de nuevo—. Ria murmuró. Si no hubiera sentido la sorpresa de Mercury, lo habría olido cuando él la miró rápidamente. Ella casi se mordió el labio. Tuvo esa actitud castas creciendo dentro de nuevo. No había estado tan emocionada por su genética casta desde que era una adolescente. Sin embargo, Alaiya se congeló cuando la vio. Su mirada se desvió sobre el cuerpo de Ria, las aletas de su nariz llamearon mientras ella inhalaba, la ira brillaba en sus ojos. — ¡Casta! —dijo entre dientes. —Yo, ¿crees que se está refiriendo a mí? —. Ria preguntó con falsa inocencia cuando el felino se subió al desafío. —Infierno—murmuró Mercury. —Alaiya, retírate—. La otra mujer tomó una clásica posición desafiante, los pies separados, los dedos encrespados a los lados, como si imitaran garras. Ria, casi siseó, pero salió como un chillido de sorpresa, cuando Mercury la empujó detrás de él, ladró una orden de refuerzos por su micrófono y gruñó de vuelta a Alaiya. — ¡Le di una orden, casta! Retírese—. 301
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— ¿Crees realmente que necesito que me protejas contra ella? —. Ria se apoyó contra la pared, mirando alrededor de su hombro y parpadeando a la otra mujer una sonrisa de triunfo. —Puedo detenerla—. Ella arrugó la nariz jugando de nuevo ante Alaiya, aunque no había nada divertido creciendo en su interior. La expresión de Mercury se apretó disconforme cuando le lanzó una rápida mirada. —Las pruebas de apareamiento compatibles—Alaiya silbaba, yendo y viendo más cerca, el cuerpo tenso, preparado. —Apestas a ella—. —Pensé que olías un agradable olor a mí misma—. Ria se sintió obligada a señalar a Mercury con un toque de risa. —Agua de Ria va bien con tu olor Casta—. — ¡Quieres parar! —. Mercury le dijo cuando Alaiya gruñó otra vez. —Tócala y voy a patear tu culo en lugar del de ella—. Uh-oh. Tenía ese acento de nuevo. Se apoyó en la pared, la cabeza dada vuelta, asegurándose que Alaiya tuviera una visión clara de su expresión cuando tres castas giraron en la esquina y Jonas salió de su oficina, detrás de Alaiya. Todos parecían congelados ante los olores que los atacaban. Ria podía olerse a sí misma. La ira de Mercury combinada con la suya, el aroma de su apareamiento, sus hormonas de ajuste, las de ellos dos mezcladas entre sí hasta que estaban casi juntas. Y Alaiya. Rabia pura y calor, un aroma singular mezclado de furia. — ¿Qué demonios está pasando aquí? —. Jonas preguntó cuidadosamente cuando Alaiya siseó de nuevo. — ¡Sepárala de él! —. Alaiya señaló el dedo hacia Ria. —Yo lo exijo. Hasta que los análisis de apareamiento vengan, exijo que ella sea separada de él—. Las cejas de Jonas subieron sorprendidas cuando Ria enseñó los dientes en un gruñido y miró hacia él. —Inténtalo—le espetó. —No te gustarían las consecuencias, Jonás, y ambos lo sabemos—. Porque Dane y Leo vendrían sobre él como una tonelada de ladrillos. Sobre él, Alaiya y cualquier otra persona que se interpusiera entre ella y su compañero.
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Ella no se molestó en gruñir, en gruñir o copiar ese continuo silbido procedente de los labios de Alaiya. Se limitó a entornar los ojos de nuevo a la otra mujer en un reto de confianza. —Alaiya, reporta a los cuarteles femeninos—Jonas ladró. —Ahora—. —Usted está violando la Ley de Casta—. La perra chillaba. —No puede separar a los compañeros—. —No se ha demostrado que eres algo para Mercury en este momento, además de una molestia—. Jonas mordió las palabras cuando Mercury gruñó a Ria. A ella le gustó cómo lo hizo. — ¡No voy a dejarla aquí, reclamando lo que es mío! —. La rabia era un olor amargo y salvaje ahora, ácido, chamuscaba los sentidos cuando Ria se incorporó lentamente. Se había entrenado con castas salvajes, luchó con ellos y junto a ellos, conocía las señales de una casta llegando al extremo. Y Alaiya estaba llegando a la rabia extrema. El animal se rompería en su interior y atacaría, intentaría atacar, de cualquier modo. — ¡Usted regresará a los cuarteles ahora! —Jonas gruñó, su expresión se volvió salvaje cuando su ejecutor Alaiya lo desafió, silbando en su rostro en desafío. Ria, miraba interesada, como el Director de Asuntos de las Castas se convirtió en el ejecutor feroz y fríamente eficiente que una vez había sido. Acero Alpha, Elizabeth lo llamó. Su mano tiró hacia fuera, envolviendo los dedos alrededor del cuello de Alaiya cuando él abrió de golpe la puerta de su oficina y la arrojó dentro antes de volverse a Mercury. —Consigue que tu compañera vuelva a su oficina—le ordenó. —Yo te haré saber cuando esto esté resuelto— —Yo podría haberlo tratado bien—. Ria anunció, aburrida, el animal dentro de ella retirándose decepcionado mientras Jonas la mirada fulminándola. —Di una orden—le dijo en voz baja. Ria salió de detrás de Mercury, ignorando la sorpresa de Jonas de cómo estaba vestida. —Pero yo no soy uno de sus ejecutores, Sr. Wyatt. Usted no es mi orgulloso jefe, y no tiene ningún control sobre mí, a menos que se atreva desafiarme directamente—le recordó, pasando ante Mercury cuando gruñó en advertencia. —Y no cabe duda, voy a tratar con ella si ella me desafía otra vez—. 303
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Jonas la miró pensativamente. — ¿Qué diablos te pasó? —. Ella sonrió. —Su ejecutor, mi compañero. Tal vez usted debería discutir el problema con él. Pero antes de intentar darme más órdenes en lo que se refiere a la felina arañando su puerta, entonces yo hablaría con el Leo, si fuera usted. Porque va a perder un ejecutor si ella me desafía otra vez—. — ¿Y cómo hará eso? —dijo entre dientes. —Alaiya está bien entrenada, Ria. Ella no es una chica de ciudad excitada—le dijo con un toque de censura. —Y ella no está entrenada por el Leo—le dijo en voz baja, con confianza. —Pregúntenle a él, Jonas. Vea a lo que se está enfrentando antes de permitir a esa mujer desafiarme de nuevo. Porque la mataré—. —Lo llamaría, ¿amor? —. Dane se unió a la fiesta. Se apoyó en la esquina de la pared y arqueó las cejas, el pelo rojizo cayendo elegantemente sobre la frente mientras apretaba un delgado cigarro entre los dientes. —Este lugar se está convirtiendo en una casa de jodidas fieras—. Jonas hizo una mueca antes de la ruptura de la puerta y el rugido, —Detén la follada antes que tenga que encerrarte—. Los gruñidos, los rugidos femenino y los arañazos a la madera estaban empezando a ponerlos nerviosos a todos. Dane la miraba, levantando sus labios en una sonrisa cuando todo el poderío sensual que Ria tenía fue exhibido en su andar suave, en sus piernas largas, en la ropa que mostraba su excepcional condición Casta y su entrenamiento. Aquí estaba la sobrina que había deseado ver regresar. La que lo había llevado loco cuando él trató de mantenerla fuera de problemas cuando era una adolescente. Estaba madura ahora, y esa madurez se veía malditamente bien en ella. —Jonas, mi amigo—suspiró. — ¿Desde cuando el Leo emplean empleados ineficaces? —. —No me importa si emplean clones robot diseñados para arrancar el cuero cabelludo y la piel—Jonas dijo entre dientes. —Espero que obedezca mis órdenes mientras ella está dentro de Santuario. Todo el tiempo, Dane. La jerarquía aquí se ha establecido, y tus normas no significan que yo levante la mierda, más que lo que el Leo hace. Ella se detendrá—. —Ella no lo hará—le informó Ria con calma. —Es una ejecutora y una casta. Ella entiende el reto que ella le está haciendo. Yo podría haber sido un florero, tío Jonas—le espetó en voz baja—pero nunca he tenido miedo de una pelea. Informa a tu ejecutora de tus reglas y tu jerarquía. No a mí—. 304
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Mercury suspiró silencioso, feroz, el orgullo abrumador corriendo a través de él mientras miraba a Jonas, alzó las cejas y sonrió. Diablos sí. Esta era su compañera. —Alguien debería dispararle—Jonas gruñó hacia él. —Dame tiempo—dijo Ria mientras se movía junto a él. —Yo puedo encargarme—. Pero la mirada que ella disparó a Mercury era cualquier cosa menos asesina. A menos que intentara matarlo con el sexo. ¿Podría un Casta morir de felicidad? En ese caso, él pensó, diablos sí. *** Ria entró en la oficina, sostuvo la puerta cuando su compañero entró, entonces la cerró de un golpe. Ella lo atacó. Estaba ardiendo, ampollándose con la necesidad, y él la encontró, beso a beso, dándole el sabor salvaje de su hambre, mientras se arrancaban la ropa uno al otro. Nada les iba a arrebatar este momento, afortunadamente, en cuestión de segundos se encontraba inclinada sobre la mesa de los expedientes, la erección de su compañero empujando demandante en su interior. —Tómalo—le espetó a su oído. — ¡Maldita sea el infierno! Tú gatita caliente. Desafíame, Ria. Te desafío—. Ella corcoveó contra él. No tenía que desafiarla, ella podía sentirlo creciendo en su interior cuando sus caderas se estrellaban contra las suyas, enterrando su polla completamente en su interior mientras ella giró su cabeza y le mordió la barbilla. En la primera oportunidad, ella estaba dejando crecer y afilar esos caninos. Era natural. Tenían que ser limados mensualmente. Ella tenía hermosos caninos. Lo sabía. Perfectos para morder, uñas perfectas para rasguñar. —Tómame—. Estaba enterrado en ella hasta la empuñadura, moliendo contra ella cuando su brazo se curvó sobre el cuello de Mercury, su cuerpo se retorció contra el de él para besarlo nuevamente. Para arder más brillante, más caliente. Era duro y rápido, el placer brutal, girando fuera de control, desgarrándola completamente cuando el primer orgasmo apretó su vientre, explotó en su clítoris. El segundo arrancó su mente, ardió a través de ella y tuvo a Mercury rugiendo su liberación, bloqueándose dentro de ella mientras ella se cerraba 305
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sobre él, la lengüeta se extendía desde la polla y el éxtasis corría veloz a través de ambos. Ella susurró su nombre. Felina, posesiva. Sintió la posesión, y la aterrorizó. Se apoderó de ella. Y ella supo que estaba perdida por él. — ¿Qué diablos pasó? —. Mercury estaba jadeando detrás de ella, sus labios sobre su cuello mientras ellos esperaban que la lengüeta se aliviara, retrocediera dentro de su carne. —Calor de apareamiento—. Se recostó contra la mesa, se inclinó sobre ella, destrozada. —Todavía estoy en uniforme—gruñó. —Diablos, ni siquiera llevé mi pantalón hasta los tobillos—. —El mío tampoco—. Estaban metidos alrededor de sus muslos, y no le importaba un bledo. —Así que dime, compañera—gruñó, mordisqueando su cuello— ¿realmente crees que acabarás disparándome? —. Ella sonrió ante el masculino resentimiento en su voz. —Probablemente con tu propia arma—. Ella no estaba lista para moverse todavía. Estaba saciada, relajada por ahora, el calor de apareamiento un fuego suave dentro de ella en lugar de una ardiente quemadura. Él le mordió el cuello de nuevo, haciendo que sus labios se curvaran satisfechos, la respiración traspasó sus labios a la carrera cuando él salió de ella. —Quédate quieta—. Su mano se apretó contra la espalda de ella. No hubo necesidad de eso, de todos modos ella no sabía si podía moverse aún. Un segundo después sintió los movimientos suaves de una toalla de mano pequeña entre las piernas. Ella miró a la pared, emociones desconocidas la barrían mientras él le limpiaba la prueba de su apareamiento. — ¿Por qué haces esto? —le preguntó, frunciendo el ceño. —Yo puedo lavarme—. —Quédate quieto, compañera, me gusta cuidar de ti—. Puso un beso en un redondeado cachete de su trasero antes de morder el otro con suavidad y enderezarse. 306
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—Eres muy extraño entonces—. Ella se levantó, enderezó su ropa sin mirarlo. Se sentía demasiado vulnerable ahora, también desbalanceada. El sexo fue una cosa, la forma en que la tocó, la forma en que la había limpiado, eso era algo totalmente distinto. —Gatita independiente—gruñó cuando se trasladó al pequeño cuarto de baño adjunto. Entonces algo atrapó su mirada, sus ojos se entornaron y un gruñido salió de sus labios cuando ella levantó la vista. Mercury volvió a entrar en la habitación, miró hacia arriba y se congeló. La cobertura que había colocado sobre la cámara, la que todavía había estado allí cuando salieron de la oficina más temprano, faltaba. —La puerta estaba trabada cuando entramos—. Su voz era dura, cruel, mientras miraba la lente. —No había olores inusuales, nada para indicar que alguien más había estado aquí—. —Alguien obviamente estuvo aquí—murmuró, moviéndose alrededor de la mesa, pasando los dedos a lo largo de los bordes y los cajones. Estrechó sus ojos sobre ella, Mercury tomó su chaqueta, la dejó sobre el monitor y sacó el pequeño detector electrónico de uno de los bolsillos de sus pantalones del uniforme antes de voltearlo y comenzar a pasarlo sobre la habitación. Ria seguía recorriendo con los dedos debajo del escritorio, trabajando de arriba hacia abajo. Ria hizo una pausa. Había encontrado lo que estaba buscando. —La habitación está limpia—Mercury anunció. — ¿Lo está? —. Sacó el pequeño dispositivo de abajo del borde inferior del escritorio y lo levantó para que él lo inspeccionara. El indicador de luz estaba apagado, el dispositivo desactivado, por el momento. Un gruñido retumbó en su garganta. —Para de gruñir—murmuró, mirando por encima del pequeño receptor cuidadosamente. —Esto no es un diseño Vanderale, ni es nada de lo que tiene Lawrence. ¿Utilizan dispositivos de otras empresas? —. Ella sabía que el Santuario tenía acuerdos, contratos, con Vanderale e Industrias Lawrence solamente.
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—No que yo sepa—. Se acercó a ella, tomó la caja, inhaló lentamente, entrecerrando los ojos. —Tiene una superposición de olores, pero no puedo recogerlos—. —Está caliente—señaló. —Estaba activo—. —Hasta que cubrí la cámara—le espetó. —Vamos—. Ella sabía a dónde iban. Ria ajustó rápidamente su camisa mientras Mercury salía de la oficina, la mano en su arma, mientras hablaba en voz baja en el vínculo que había reactivado en su oreja. El pequeño micrófono estaba apoyado a lo largo de su mejilla, mientras ellos se movían rápidamente a través de los pasillos, en dirección a la sala de seguridad. Al acercarse a la pesada puerta de acero que protegía el sensible equipo de monitoreo de seguridad, Jonas se acercó rápidamente desde el otro extremo de la sala, una unidad de seis ejecutores hombres lo seguían casi sobre sus talones, las armas listas. Jonas pasó la tarjeta de pase seguro a través de la cerradura de seguridad, esperó a que el escáner de retina trabajara, entonces presionó la palma de la mano sobre la chapa plana y esperó la luz verde. Cuando se encendió el panel, abrió de un tirón la puerta. El olor que identificaron sus sentidos era inconfundible. Jonas dio concisas órdenes entre dientes mientras entraba en la habitación, moviéndose lentamente, cuidadosamente alrededor del cuerpo extendido en el suelo, los intestinos afuera, los ojos horrorizados mirando sin ver hacia el techo. Austin Crowl. Su sangre manchaba el piso de metal, coagulando, el hedor de la muerte rodeándolo cuando Ria miraba el cuadro. — ¿Dónde están sus asistentes? —. Jonas se movió a través de la sala, se detuvo en la puerta de otra sección de la habitación y la abrió con cuidado. Ellos estaban allí. Uno con un disparo, el otro con la garganta cortada de lado a lado. —Contacte al Orgulloso Líder Lyons. Inicie Alfa Directo, y comience la colocación. Hemos estado en peligro—. Por uno de los suyos. Ria miró hacia Mercury, viendo como su compañero y amante se convirtió en el ejecutor. Duro, ojos fríos, facciones salvajes.
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Jonas volvió a Ria. — ¿Puedes operar ese equipo? —. Ella asintió. —Puedo—. — Ven aquí y levanta los discos de seguridad. Quiero conocer qué demonios estaban mirando, quien estuvo aquí, y cómo alguien se las arregló para matar a mis hombres—. Se movía lentamente por la habitación, mirando a Crowl con un sentimiento de ira y tristeza. Había sido un pequeño matón desagradable, pero él no se merecía esto. —Lyons está iniciando Alpha Directo. Dane Vanderale se está trasladando a nuestras ubicaciones; Leo Vanderale, su esposa y sus bebas están seguras en los laboratorios, su fuerza de seguridad avanzando—. —Ponte a trabajar—. Jonas apuñaló su dedo en la dirección de los monitores. —Tenemos cuatro horas antes de esa fiesta de mierda, y quiero saber qué diablos está pasando. ¡Ahora! —. No era el único. Alpha Directo llevaría a todas las compañeros y los niños de la familia gobernante a una ubicación segura, conocido sólo por Callan, Jonas, y la fuerza de seguridad asignada a la acción. Si Jonas decidía que era necesario, podría obligar a Callan dentro del mismo perímetro asegurado. La protección de la familia gobernante caía bajo su designación y no dudaría en usarlo. —Este es el equipo de Vanderale—Ria murmuró, con los dedos corriendo sobre el teclado, tratando de codificar los protocolos especiales de seguridad que el equipo tenía establecido desde cuando fue iniciado. —Necesito a Dane aquí. Este es uno de sus hijos. Tienes una copia de seguridad, pero también tiene una serie de protocolos establecidos para mantener la seguridad, no importa que. Protocolos que los técnicos desconocían. Sólo Callan sabía cuales eran—. Jonas le dio una mirada cortante e inquietante. — ¿Por qué no fui consciente de esto? —. —Necesidad de saber—. Sacudió la cabeza y sonrió. —El que hizo esto, ellos están atrapados, Jonas. El Santuario es una de las prioridades de Leo. Usted tiene lo mejor a su alrededor, de todas las maneras, y a este bebé—. Entró los comandos en el programa del sistema, mirando el código desplegado mientras aparecía. — ¡Este bebé se sacude! —. Y allí estaba. El nivel cinco de seguridad activado, reproduciendo ahora. Ella sólo necesitaba a Dane para ayudarla a terminar el barrido final.
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El monitor parpadeó, las imágenes de la última barrida llegaban. Su oficina, la transmisión grabada. La oficina de Callan, mostrando a Dane, Callan y los varones de la familia gobernante en gran medida en una conversación sobre su escritorio, como a la hora, mostraba, grabaciones recibidas, a través de las habitaciones que no estaban preparadas para la grabación. Y los niños. Allí, se mostraba la habitación donde los hijos del jefe estaban asegurados. —Muévase Alpha asegure tres punto siete—Jonas ordenó mientras Ria trabajaba furiosamente, subiendo la seguridad actual. — Los niños están considerados. Leo, Elizabeth, y las mellizas se encuentran allí. Necesito a Dane en la línea inmediatamente—. Mercury conectó el auricular a su oreja. —Informe—. La voz de Dane era dura. —Estoy en camino a tu ubicación. Alpha uno y las fiestas seguras—. —Te necesito aquí. Sin transmisiones salientes, sólo entrantes. El equipamiento ha sido alterado, pero los protocolos de seguridad están todavía en vigencia. Necesito saber a dónde iban las transmisiones. Ellas han sido desviadas—. —Ejecuta un barrido completo del sistema y te lo debería mostrar cuando yo llegue. Nosotros realizaremos un seguimiento y quemaremos al bastardo responsable—. Entró el comando, trabajando furiosamente mientras mantenía sus ojos sobre los monitores de seguridad que empezaron a estar de nuevo en línea. Cada habitación de la mansión estaba programada, excepto dormitorios y baños. Las salas de estar estaban desplegadas, el salón de baile, los principales terrenos y los pasillos. Vio a Dane corriendo para el centro de seguridad, las fuerzas de seguridad de Leo dentro y fuera de la sala donde el Leo, Elizabeth y las niñas estaban detenidos. Las compañeras estaban siendo escoltadas a esa habitación ahora, las mujeres madres de los niños tan en peligro como los propios niños. —Esto no es acerca de los niños, es acerca de información—dijo entre dientes, hablando más para sí misma mientras ella continuaba tecleando en el sistema alternativo que mantenía la computadora. — ¿Por qué tomar a los niños si tienen la información que necesitan? ¿Por qué tomar este riesgo? ¿Por qué? Patrones—continuó murmurando para sí, sin apenas darse cuenta del silencio en la sala cuando ella comenzó a leer a las carreras la información a través de la pantalla del ordenador. —Siempre patrones. ¿Dónde estás? Tú estás aquí, bebé, te siento mover. Vamos. Dámelo—. 310
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Mercury la escuchaba, acercándose. El susurro del acento, el tono curiosamente sensual de su acariciante voz mientras ella golpeaba comandos y trabajaba el sistema, lo asombró. Nunca había oído nada igual. Mientras trabajaba, acariciaba, coaccionaba, la información comenzó a aparecer en las pantallas, transmisiones, los comandos de entrada y, por último, se vio. Vieron como la Casta se trasladó por el pasillo, ocultando el arma debajo de la bata de laboratorio. La puerta del centro de seguridad se abrió. —Ahí estás, entra. Tenemos la mesa de juego instalada atrás. Voy a conseguir mi dinero de vuelta esta noche—Austin se jactó. El Casta sonrió, entró, y el monitor mostró el derramamiento de sangre que comenzó. Dane entró en la habitación, se acercó al cuerpo y se sentó en el centro de control junto a Ria. — ¿Está usted lista, amor? —le preguntó con suavidad. Se detuvieron. —Uno. Dos. Vamos—. Sus dedos tocaron las teclas a la vez, en comandos idénticos, y luego simultáneamente pulsar Intro. —Por Dios—Jonas susurró ante la información enviada en menos de segundos. — ¡Santa Madre de Dios! —. Dane y Ria no le hicieron caso. Ellos trabajaban con sus teclados, ingresando comandos, apresurándose a borrar la información codificada que es imposible borrar, transferir o interceptar. No estaban detrás de los niños. No estaban detrás del Leo. Esta información era mucho más destructiva. Los archivos de código fuente, alimentados directamente desde los equipos del laboratorio estaban ubicados para procesar y alimentar a otro lugar: acoplamientos, pruebas de protocolos y los resultados, cada archivo, cada onza de información en relación con el calor de apareamiento, la disminución de la edad y los hallazgos en los niños híbridos, incluido trabajos de genética y las pruebas genéticas completas. — ¡Cabrón! —. Dane maldijo. —Cuida tu lenguaje—Ria murmuró, y trabajó. Sus dedos volaban a través de lo comandos, y mientras ellos trabajaban, la 311
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información se estaba borrando, página por página, limpiando, transmisión fallida se desplegó. La traición final, por uno en el que todos habían confiado.
Transmisión fallida. Por favor, compruebe la configuración de la red. El mensaje apareció un segundo antes de la pantalla en blanco. —Su sistema se ha estrellado oficialmente—. Dane arrastró las palabras, aunque su voz era salvajemente dura mientras sacaba un puro del bolsillo de su camisa, lo encendió y entrecerró los ojos contra el monitor, donde se mostraba la cara del culpable. — ¿Tengo que hacer la matanza que tú piensas? Me gustaría—. —Y a mi también—Jonas gruñó. —A mi también—.
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Los invitados a la fiesta no tenían idea de las corrientes subterráneas que se movían bajo las castas de servicio, o en aquellos que circulan a través del gran salón de baile y sala de buffet. No tenían ni idea del peligro que acechaba entre ellos, o los juegos traicioneros donde unos pocos jugarían a destruir la mayoría. El plan para capturar a esas pocas castas era simple, pero mucho dependía de la coordinación de todos los involucrados. Si ellos perdían a un sospechoso o cómplice, entonces todo el plan podría estar jodido. No podían permitirse ese lujo. No podían permitirse el lujo de aceptar que un simple traidor sea dejado de lado para cuando todo esté terminado. Leo y Dane habían tenido en cuenta a los entrenadores traidores del Consejo entre las Castas rescatadas. El Consejo había sido siempre fuerte colocando traidores entre las pequeñas manadas y jefes, castas especialmente entrenadas, especialmente lavado el cerebro y tratado con cuidado para asegurarse que hiciera lo que estaba programado. Como estaban haciendo aquellos que ahora trataban de traicionar al Santuario. Pero no era para el Consejo. Era por codicia. Por el dinero que creían que ganarían, y el deshonor de haber destruido su propia comunidad sin la ayuda del Consejo. Callan y Merinus se situaron en la única entrada del salón de baile, tranquilos y al parecer inconscientes del engaño creciendo dentro del Santuario. Pero ellos sabían, y Callan ya había dictado sentencia una vez que las castas fueran capturadas. Sin excepciones, incluso para la mujer. Merinus Lyons estaba elegante y agraciada como siempre, su cabello castaño corto, mostrando su esbelto cuello y las perlas que lo rodeaban. Llevaba un traje de baile que lograba ser fascinante y elegante a la vez. La extensión de tela color bronce flotando a su alrededor. Roni Andrews estaba con su compañero y esposo, Taber. Taber estaba vestido con un esmoquin negro, pero Ria sabía de las armas ocultas debajo de él. La familia gobernante entera estaba allí, incluyendo a Dawn Daniels y su novio Seth Lawrence. Ellos se trasladaban a través de los invitados, sonriendo, charlando, riendo, pero la tensión estaba allí. El aroma de ella hubiera sido detectable si no fuera porque muchos de los invitados estando nerviosos, algunos de ellos reuniéndose con la familia gobernante de las Castas por primera vez. Ria curvaba su mano sobre el amplio antebrazo de Mercury, moviéndose a lo largo del perímetro de la multitud con un vestido largo verde esmeralda de terciopelo, su mirada se extendía por la habitación, encontrando varios de los 313
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agentes de seguridad que Leo había traído con él también. —Te ves muy calientes—se quejó Mercury con un gruñido divertido cuando los masculinos ojos se dirigieron a ella, brillaron con interés y luego parpadearon con temor cuando su compañera casta gruñó ante ellos. Pero ella oyó el orgullo en su voz. Por alguna razón, le agradaba que la genética animal contra la que había tratado siempre de luchar fuera imposible de suprimir desde que se había acoplado a ella. —Es tu culpa—le recordó, su voz baja, cuando casi se rió ante la pequeña palmadita de advertencia justo encima de su trasero. —No me lo recuerdes. Estoy a punto de explotar—. Y lo estaba. Estaba duro debajo de su uniforme de gala y listo para ella. Siempre estaba listo para ella, tal como ella lo estaba para él. Ella sonrió ante la idea de eso, calentándola mientras trataba de concentrarse en la seguridad ubicada alrededor de la habitación. Había Ejecutores Castas en los lugares previstos para tales efectos, pero ella sabía que había aún más listos, fuertemente armados y esperando. Horacio Engalls estaba allí con su esposa, en la pista de baile deslizándose a través de la muchedumbre, su expresión petulante y arrogante. Brandenmore estaba bailando con ninguna otra que Alaiya, la casta decidida a tomar lo que Ria había decidido que no había una oportunidad en el infierno que fuera a tomar. Ria no estaba segura de exactamente cuándo había tomado esa decisión. Ella había estado dispuesta a alejarse una vez, para que Mercury tuviera la pareja que primero había sido destinado para él. Él no la había dejado alejarse. Había arrancado su corazón y su alma, y liberado partes de sí misma que había jurado que nunca permitiría salir de nuevo. Era suyo. Y una vez que esto termine, ella se aseguraría que Alaiya Jennings lo entendiera completamente, no importa lo que pudieran mostrar los resultados de las pruebas, Mercury siempre pertenecería a ella. Pero esto tenía que ser atendido primero. Ella y Mercury se movieron a través de la multitud, colocándose lo suficientemente cerca como para cubrir a Roni Andrews y Merinus Lyons, en caso de disparos de fuego.
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Ellos no estaban en contra de una casta, sino de varias. Cuando Dane comenzó a tirar de las copias de seguridad fantasma, siguiendo movimientos y reuniones, habían encontrado lo que necesitaban. Patrones, siempre había patrones, y éste había sido muy sencillo, basado en la completa arrogancia y certeza que habían logrado obtener toda la información necesaria relativa a la seguridad del Santuario. Ellos no eran expertos técnicos. De lo contrario, se habrían dado cuenta que siempre había diseñados protocolos de recuperación en cualquier sistema de seguridad. Especialmente en un sistema de Vanderale. La tecnología era el juego de Vanderale, y lo hacían mejor que nadie en el mundo. Jonas, Callan y Merinus estaban cerca de la entrada del salón de baile, y fue allí donde Mercury y Ria terminaron después de haber hecho una breve recorrida del salón para dar la apariencia de mezclarse. Junto con Taber y Roni, ellos estaban recibiendo a los invitados, sonriendo, perfectos anfitriones consumados. Cuando Ria y Mercury se movieron detrás de la familia Lyons, Ria se tensionó. Ely Morrey había aparecido en la entrada, vestida con un traje negro, el pelo peinado atractivamente alrededor de su rostro. Lucía sociable y agradable, hasta que Ria vio sus ojos. —Esto es malo—le susurró mientras miraba a Jackal alejarse de Jonas hacia la médica. —Ella está aquí temprano—. Ellos no esperaban eso. Y si su apariencia era algo por hacer, ella estaba más nerviosa que antes. Ella no tenía que haber aparecido hasta más tarde. Ojala de ninguna manera. Jackal se detuvo junto a Ely, su cabeza oscura se dobló cuando le susurró algo al oído. Solicitando que ella le permitiera acompañarla de regreso a su habitación. La tristeza llenaba los ojos de Ely. La traición, el miedo y las lágrimas, cuando ella se volvió y miró a Jackal. Su expresión era curiosamente gentil para un hombre que Ria sabía no estaba considerado suave. —Por favor, Ely—susurró. —Por mí—. Ellos tuvieron sólo un segundo de advertencia. Antes que Jackal pudiera reaccionar, Ely tenía una mano alrededor de sus testículos en un puño duro y una pistola eléctrica en el cuello mientras lo miraba caer. Liberándolo, sacó un arma de fuego de atrás de la espalda, debajo del vestido oscuro que llevaba, y la mantuvo sobre Jonas. 315
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Los huéspedes casi gritaron. Una mujer maldijo y otro declaró que ella sabía que las castas no podían ser civilizadas. Las fuerzas de seguridad estaban moviéndose. Callan y Taber empujaron atrás de ellos a sus esposas; los huéspedes gritaron, cuando el movimiento para limpiar el salón de baile se vio obstaculizado por el hecho que la única entrada estaba custodiada por una salvaje científica casta de mirada dura, y que sólo quedaba la sala del buffet para encontrar algo de seguridad. — ¿Qué estás haciendo, Ely? —. Jonas la miró fríamente. —Retírate y vuelve a tus cuarteles—. Ella se burló de él, la letal arma automática destinada a su corazón. Parecía lista para usarla. El fanatismo brillaba en sus ojos, y el odio quemaba su expresión. —No me mandes a mis cuarteles, tu jodido coño de chica—dijo entre dientes. —Manipulador de mierda. Vas a destruirnos a todos nosotros—. Los huéspedes estaban jadeando; los gruñidos estaban retumbando desde las castas avanzando a sus espaldas. —Voy a volarte el corazón de tu pecho, Jonas—le espetó. —No voy a dejarte hacerle esto al Santuario—. —Ely, estás fuera de control—. Su voz, con toda su dulzura, vibraba con un centro de furia dura y fría. —Dame el arma—. —Te daré la bala—le advirtió cuando una jeringa bajó de la ancha manga de su vestido. —Dile a Mercury que se inyecte esto en el brazo—. Ella tiró la jeringa. Jonas la atrapó con facilidad y la miró. — ¿Qué es, Ely? —. —Veneno para el organismo casta—respondió ella con facilidad. —Detendrá inmediatamente su corazón y dejará el resto de su organismo intacto. El cambio salvaje nunca supondrá una amenaza para el Santuario de nuevo, y cuando yo lo diseccione, encontraré las respuestas que necesito para asegurar que nunca se infecta otra casta—. — ¿Matarías a Mercury? —le preguntó. Las manos de Ria se apretaron en el brazo de Mercury al sentir su impacto. Su dolor. Ely era una amiga, ella lo sabía. Una de confianza. Y la confianza no le resultaba fácil a su compañero.
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— ¿Y su mujer, Ely? ¿Se lo quitarías? —. Detrás de ellos, las castas movían a los huéspedes dentro de la sala del buffet, con cuidado de separar a Engalls y su esposa y Brandenmore de la multitud. Aislándolos. Tenían que permanecer aislados, confinados. Ely levantó el arma hasta que estuvo nivelada con el corazón de Jonas. —Inyéctatelo, Mercury, o se muere—. Mercury se movió empujando lejos a Ria. —No—susurró Ria. —No voy a perder así—. Lo haría. Podía verlo en su rostro. Si eso era lo que se necesitaba para garantizar la seguridad del Santuario, entonces lo haría. —Su primer deber es para mí, no para él—le espetó. Su mandíbula se tensó y se movió, sus ojos conectados con Ria, advirtiéndola. Lo sintió entonces, ese salto de conexión, ese vínculo que ella nunca antes se había permitido para conectarse. Como si, de espíritu a espíritu, él le estuviera prometiendo que tenía un plan. Por Dios, mejor que tenga un plan, y la muerte no fuera una opción. Ella soltó su agarre lentamente, el miedo moviéndose a través de ella, el terror llenando su sangre. No iba a dejarlo suceder. Ella no le permitiría hacerlo. Mientras ella se desplazaba, captó la actividad por la esquina de su ojo. Dos figuras moviéndose delante de la entrada, en dirección al vestíbulo de la puerta principal. Todos los Ejecutores Castas estaban ocupados, en el salón de baile protegiendo a los invitados y a la familia gobernante. Mercury se acercó al lado de Jonas. Alaiya Jennings se movía lentamente en su lugar, luego captó la mirada de Ria.
En tres, Ria moduló lentamente, su mirada moviéndose despacio hacia Ely. Alaiya asintió con un movimiento lento y sutil. Mercury tomó la jeringa de Jonas.
Uno. Dos. Ellas saltaron. Alaiya llamó la atención de Ely cuando Ria se movió para tomar el arma. Jonas la pateó. Hizo girar la pistola de la mano de la médica, la agarró y la arrojó a otra casta, cuando le gritó—Sostenla—. 317
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Ellos salieron corriendo del salón de baile y llegaron a una parada sorpresiva y difícil. Dos auxiliares de laboratorio, masculino y femenino, se encontraban inconscientes en el suelo del vestíbulo mientras Dane daba un paso atrás, un cigarro entre los labios, los brazos cruzados sobre el pecho, mientras les sonreía. Levantó la mano, y en ella, entre sus dedos, tenía un pequeño chip de la unidad externa. —Decodificador—. Él sonrió. — ¿Vamos a informar a Engalls y Brandemore de la jodida penalidad con el Santuario? —. —Hijo de puta—Jonas mordisqueó las palabras. Dane levantó la frente. —Espero que no te refieras a mí, hermano. Puedo tener que hacer una excepción—. Lawe y Rule se materializaron, apresando las manos de los asistentes de laboratorio, a pesar de su estado inconsciente, y los levantó sobre sus hombros. — ¿Qué hay de Ely? —Mercury gruñó. Jonas suspiró. —La ubicaremos en la celda de confinamiento—. Sacudió la cabeza tristemente. —Diablos, yo estaba esperando que unos pocos días de descanso despejarían la mierda de su mente. Eso sólo la puso peor—. Esa mierda. La droga que ella había estado consumiendo en el laboratorio. Elizabeth dijo haberla encontrado en los envases de los analgésicos y las aspirinas en el escritorio de Ely, pocas horas antes. Ellos habían sabido que estaba siendo consumida de alguna forma, sólo que no habían descubierto cómo. —El confinamiento será más fácil—. Elizabeth entró en el vestíbulo. —Yo me encargaré de ella, Jonas. Controla a Jackal, cuando se despierte, tendrá un dolor de cabeza infernal de la pistola eléctrica, pero estará bien—. Jonas asintió con la cabeza y se volvió a Ria y a Mercury, su mirada llena de cansancio, su expresión cargada de tristeza. —Los deje llegar a ella—él susurró. —Diablos, examiné a esos dos yo mismo. Y todavía me las arreglé para dejar que esos bastardos del Consejo llegaran a ella—. Ria sintió los brazos de Mercury rodeándola, atrayéndola a su pecho, a su calor y la seguridad la envolvió. —Ellos fueron entrenados para engañar, todas las castas lo fueron, Jonas— 318
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ella dijo en voz baja. —Revisarlos no siempre es suficiente. No somos diferentes que aquellos que no tienen genética casta, sólo un poco mejor en lo que a veces hacemos—. — ¡Carajo! —dijo entre dientes de nuevo, empujando las manos sobre el pelo oscuro antes de mirar todo el vestíbulo. Estaba esplendido, grande y disgustado. El esmoquin negro que llevaba estaba arrugado, una mancha de sangre ensuciaba el puño de la camisa, y su expresión estaba alineada con la pesadez en su corazón. —Perder a Ely va a doler—Jonas finalmente susurró. —Ruego a Dios, que Elizabeth puede arreglar esto—. Rezar, eso era todo lo que alguno de ellos podía hacer. Ria asintió con la cabeza, las manos cerradas sobre las de Mercury mientras él las apretaba contra su estómago, manteniéndola cerca. Segura. Cálida. Dios, ella podría haberlo perdido. Si Ely hubiera girado esa arma sobre Mercury en cambio, ella no habría dudado en apretar el gatillo. Estaba decidida a verlo destruido por una enfermedad que nunca había sufrido de verdad. —Creo que estoy listo para salir de esta fiesta—le dijo, sus labios en su oído, acariciando la concha mientras el calor y la dureza de él la llenaron de fuerza. —Los malos han sido capturados y el vestido me está volviendo loco—. Ella casi sonrió. —Sí, creo que estamos listos para salir de esta fiesta—. —Creo que todos lo estamos—Jonas exhaló ásperamente. —Desafortunadamente, tenemos invitados— —Y yo estoy fuera de servicio y en el calor del apareamiento—Mercury gruñó. —Me estoy llevando a mi compañera a nuestra cabaña—. Porque la adrenalina estaba rompiendo dentro de ella, combinada con el calor del apareamiento ahora que el peligro había pasado, ahora que las castas determinadas a destruir su propia sociedad estaban bajo custodia. Jonas asintió con la cabeza mientras se alejaba. Ria se volvió, viendo como él se trasladaba a la entrada del salón de baile, llegando a detenerse cuando Callan llevaba a Ely en sus brazos y se movía por el pasillo. La médica estaba inconsciente, su cara papel blanco, una mancha de sangre debajo de la nariz acreditando el hecho que la droga estaba en tratativas para destruir su mente excepcional. La cara de Callan estaba tallada en piedra, la de su esposa estaba mojada con lágrimas mientras seguía detrás de él. Ely era una parte querida de la 319
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comunidad, era su esperanza para las respuestas a las preguntas acerca de su propia fisiología, y era una amiga. — ¿Sobrevivirá, Elizabeth? —Ria preguntó cuando su abuela se acercó a ella, Leo sobre los talones, como estaba siempre. —Si es lo suficientemente fuerte, Ria. Si es lo suficientemente fuerte—. Elizabeth le dio unas palmaditas en el brazo y pasó junto a ella, el brazo de Leo se envolvió alrededor de su esposa acercándola a su lado mientras seguían a Callan y Merinus. Segundos después, Horacio Engalls, su esposa y Phillip Brandenmore fueron escoltados desde el salón de baile bajo vigilancia de un ejecutor, sus expresiones eran furiosas y aterradas a la vez. Está terminado, pensó Ria. Mientras Mercury la giró hacia las puertas y ellos se movieron para abandonar la fiesta, ella se permitió creer que finalmente había terminado. —Tenemos cerca de ocho horas—Mercury gruñó en su oído al entrar en la limusina y que el ejecutor asignado al auto los trasladara rápidamente desde el salón de baile que casi se había convertido en un baño de sangre. — ¿Crees que es tiempo suficiente? —. La levantó sobre su regazo, inclinó su cabeza a sus labios y la lamió, con calor, con dulzura. —No voy a dejarte ir—ella susurró. —No puedo—. Tocó su pelo, su cara. — ¿Crees que yo quiero ser libre, Ria? —. — ¿Y si ella es tu pareja? ¿Y si las primeras pruebas fueron correctas, y ella iba a ser tu compañera? —. Sacudió la cabeza. —Ella no es mi pareja, Ria. Nunca. Nunca lo fue. Estoy sosteniendo a mi compañera aquí, entre mis brazos—. —Te amo, Mercury—susurró en un suave, casi escondido sollozo. — Te amo demasiado—. —Nunca demasiado, dulce Ria. Nunca demasiado—. ***
El animal no merodeó. No se agazapó y miró ferozmente. Lanzó un suspiro de satisfacción, miraba a su compañera a través de los ojos del hombre, sintiendo el animal que se acercaba a él y a la mujer también. 320
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El animal en el hombre ronroneó, ignorando la sorpresa del hombre, mientras el sonido retumbaba en su pecho. Pero la mujer ronroneaba en respuesta, y ella se rió con un toque de lágrimas. Detrás de sus ojos, en las profundidades inconscientes de su ser, la compañera del animal en el hombre lo miró. Ellos eran animales contenidos. Partes ocultas del hombre y de la mujer que ya no estaban obligadas a guardar silencio. La genética, sí. Eran una parte de ellos, los espíritus contenidos del hombre y de la mujer, ya no por separado, sino plenamente conectados. Y acoplados. Animal a animal. Hombre a mujer. Y cuando el hombre llevó a su compañera a su guarida, la puso suavemente en su cama y completó la unión de sus cuerpos necesitados, los animales se conectaron. Ellos eran lo que siempre estuvieron destinados a ser. Alma a alma. Corazón a corazón. Vibrantes y vivos. Eran castas, y estaban orgullosos. DOS DÍAS DESPUÉS El laboratorio estaba fresco para proteger los equipos sensibles que no requieren del calor que Ria tenía. Se sentó en la camilla, obligándose a relajarse mientras que Mercury se apoyó contra la pared y la miraba en silencio. Alaiya había exigido que las pruebas de apareamiento se completen rápidamente, sobre todo porque su ocupación en la Oficina de Asuntos de las Castas estaba siendo reconsiderada. Ella sabía que estaba en su salida. No del Santuario tal vez, pero fuera de los niveles superiores de la jerarquía de las castas. Ella había ignorado las órdenes de su comandante. Lo desafió. Y había perdido el control de sí misma durante el último enfrentamiento con Ria. Los ejecutores castas siempre tenían que mantener el control, hasta que la fase completa del apareamiento fuera verificada. La suya no había sido verificada. —Ustedes son compañeros—Elizabeth salió de la oficina que estaba usando mientras supervisaba los deberes de Ely en el Santuario. Elizabeth Vanderale estaba en su elemento aquí. Trabajando con las castas, sumando su conocimiento y experiencia, así como a la de Ely. — ¿Y Alaiya?" —Ria sabía que ella era la compañera de Mercury, no había dudas en su mente, y ella no tenía intención de dejarlo en libertad. No importa el resultado de esas pruebas. 321
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—Bien, ella está definitivamente acoplada con alguien, pero su calor no coincide con el calor en tu organismo y en el de Mercury—. Ella frunció el ceño, moviendo la cabeza. —Alguien alteró las pruebas que Ely había hecho. Ellos han estado alterándolas durante meses, en varias castas que ella examinó. Ella no lo captó porque el medicamento ya había empezado a infectar su mente. Charles, uno de sus ayudantes de laboratorio, le diría que no buscara las anomalías, y ella no lo hizo—. La información había sido encontrada fácilmente en los últimos dos días. Los meses de las peores pruebas alteradas, transmisiones codificadas e intentos de drogar a otras castas. Los dos ayudantes de laboratorio, Charles y la vieja enfermera, Maydene, habían estado trabajando durante casi un año para Engalls y Brandenmore. Pero habían sido inteligentes cuando de venta de información se trataba. La sacaban, pero luego se negaron a suministrar el código para desbloquearla hasta que hubieran recibido el pago total. Algo que ellos nunca volverían a ver ahora. — ¿Lo sabe Alaiya? —Mercury le preguntó. —Ella lo sabe—Elizabeth exhaló fuertemente. —Pero ella no lo está aceptando todavía. Jura que Mercury es su pareja y que yo soy la que altero las pruebas. Será mejor evitarla por un tiempo—. —Yo no tengo tiempo para evitarla—. Ria se deslizó de la camilla y miró a Mercury. —Ya le he dicho a Leo. No voy a regresar a las oficinas principales cuando los dos se vayan. He tomado una posición aquí, con el Santuario. Ellos necesitan alguien en quien puedan confiar el control de la seguridad, alguien que puede entender los sistemas que tienen y la manera de supervisar cualquier otro intento de romperlos. Leo va a girar uno de los satélites más recientes sobre el control del Santuario, y Dane nunca descansará si uno de sus bebés no está siendo vigilado—. Ella sonrió ante eso. Dane amaba la tecnología. Especialmente la tecnología Vanderale. —Ya he asumido eso—. Elizabeth sonrió dulcemente. —Leo y yo nos quedaremos un tiempo de todos modos. Quiero seguir vigilando a Ely. Ella está viniendo muy bien, pero una vez que las drogas estén fuera de su organismo, va a tener un cuadro difícil para superar—. Ella miró a Mercury. —Tú eres su amigo, lo sabes. Ella está desolada por lo que casi te hizo—. —Ella sigue siendo una amiga—. Él asintió con la cabeza fuertemente. —Voy a ser asignado de manera permanente al Santuario ahora. Estaré al frente del destacamento de seguridad que estamos reelaborando para los laboratorios y para Ely. Ella estará cuidada a partir de ahora—.
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Elizabeth sacudió la cabeza. —Ellos pudieron haberla destruido. Traerla de vuelta de esta no será fácil—. —Vamos a traerla de vuelta—. Mercury era arrogante, seguro de sí mismo. Ria sonrió con orgullo. —Así que, compañero, ¿listo para ir a casa? —ella le preguntó. Su cabaña estaba preparada, una dentro de las paredes seguras del Santuario, pero también dentro de la montaña cubierta de vegetación que rodeaba la finca. La mirada de Mercury ardía, ojos azul ártico que quemaban. Amaba esos ojos. Ella lo amaba. Con una sonrisa, él la acompañó desde los laboratorios a la planta principal, instando caminar más rápido mientras le susurraba al oído exactamente cómo tenía intención de complacerla. —Toda la noche—gruñó mientras ella luchaba para contener la risa. —Sofá. Silla. Piso—. —Tenemos una cama—le recordó. —Yo estaba llegando a eso—. Le mordisqueó la oreja en represalia al entrar en el vestíbulo. Y Alaiya salió de otra habitación. Ella no estaba en uniforme. Llevaba pantalones de algodón, botas planas y una camiseta. Estaba dispuesta a luchar. —Continúa—Mercury gruñó cuando Ria hizo una parada. Correr nunca había sido la respuesta. Ria había corrido toda su vida, de quien era ella, de lo que era. Ella no iba a correr por más tiempo. Leyó el desafío en la cara de la otra mujer, en sus ojos. Alaiya no había aceptado que había perdido a Mercury. Que no era su pareja, y que nunca lo sería. —No quiero hacer esto aquí, Alaiya—Ria le advirtió. —Mejor aquí que en cualquier otro lugar—se burló Alaiya, mirando hacia atrás a Mercury cuando gruñó su advertencia a ella. — ¿Es a tu falsa compañera a quien vas a proteger? ¿Él lucha tus batallas? ¿Sabe que no eres nada más que la puta de Dane Vanderale? —.
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Ria sujetó a Mercury cuando se trasladó a interceptar a Alaiya, la ira tensionaba su cuerpo. Ria volvió la cabeza, mirándolo ferozmente. —Es mi lucha—. —El infierno lo es—gruñó. —Se lo advertí—. —Tú le advertiste, pero sólo yo puedo convencerla—. Animal a animal. Se volvió a Alaiya, siseó, ellas atacaron. Ria era una casta. Se había entrenado con el más fuerte, el más despiadado casta jamás creado o formado, y ella estaba luchando por todo lo que siempre le había pertenecido. Mercury se apoyó contra la pared, los brazos cruzados sobre el pecho y luchó contra el impulso irresistible ir y sacudir el infierno de Alaiya. Hizo una mueca cuando Ria agarró un puñado de pelo de Alaiya y le dio una dura sacudida. Ria le dio un puñetazo en la cadera cuando se tiró a un lado para evitar un golpe en el abdomen. La palma de la mano golpeó debajo de la barbilla de Alaiya, tirándola para atrás antes que su pierna se deslizara en un golpe que lanzó a la otra mujer contra la pared. Alaiya volvió gruñendo. Mercury gruñó furiosamente cuando Ria capturó un puño a su barbilla, y luego él sonrió con fría y dura satisfacción cuando el codo de Ria golpeó en el riñón de Alaiya y de una patada la envió al suelo, resbalando. Alaiya estaba más lenta consiguiendo protegerse, pero no menos cruel cuando ella se volvió a Ria con un duro puñetazo. —Mercury, tu compañera está luchando en mi hall de entrada—Callan le dijo mientras se dirigía desde el comedor. —Creo que está ganado también—dijo Kane. — ¿No deberíamos detenerlas? —. Jonas se acercó alrededor, viendo en la pantalla cuando las castas fueron atraídas al vestíbulo. —Déjala—. Dane sonrió desde la puerta. —Ella está jugando con Alaiya ahora. Sólo espera a que empiece la pelea sucia—. Alaiya gruñó, hundiendo sus dientes en el brazo de Ria. El tiempo parecía haberse detenido. Dane y Jonas sujetaron a Mercury antes que desgarrara a 324
La guerra de Mercury
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Alaiya de su compañera, al mismo tiempo Ria sonrió. La sangre goteaba de su brazo. Se levantó, golpeó la cabeza de Alaiya contra la pared una vez, dos veces, y rompió la mordida, y luego ella se puso sucia. Un puño al rostro de la otra mujer tuvo sangre manando de la nariz de Alaiya. Una patada alta y dura a la cabeza, otra en la rodilla, y Alaiya estaba abajo. Ria enredó sus dedos en el pelo de la otra mujer, rebotó su cabeza contra el piso y luego siseó. — ¡Es mío! ¿Nos entendemos? —. Alaiya gimió. —Respóndeme—. Su cabeza rebotó contra el suelo de nuevo. — ¿Nos entendemos? —. —Sí—. Alaiya gritó, rindiéndose, admitiendo mientras ella miraba a Mercury. —Es tuyo—. Ria saltó hacia atrás. No había triunfo en su cara, ni presumida satisfacción. Había una tenue luz de pesar en sus ojos, y una de compasión. —Encuentra a tu propia pareja, Alaiya—. Luego se volvió y miró a la multitud que la miraba. Su ceja se arqueó ante las castas masculinas, más de dos docenas ahora, mirando por la pura satisfacción de ver a las mujeres luchar. —Hombres—. Sacudió la cabeza. —Castas o humanos, son todos pervertidos—. —Eso me hace tu pervertido, supongo—Mercury se echó a reír. —Vamos, compañera, vamos a probar esa teoría. Veremos cómo luchas contra mí—. La empujó hacia la puerta, su risa deslizándose a través de sus sentidos, acariciándolos, recordándole que él estaba acoplado. Y era amado. Y su compañera era su mayor tesoro.
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EPILOGO TRES SEMANAS MÁS TARDE Jonas abrió la puerta de la celda de confinamiento y entró lentamente, con el pecho dolorido mientras miraba a la encogida forma de la médica a la que él realmente se había acostumbrado bastante bien con los años. Tenía el pelo revuelto y se extendía sobre el pálido rostro. Su pequeño cuerpo estaba acurrucado en el colchón en el cuarto de seguridad, y parecía frágil, increíblemente frágil, cuando él se puso en cuclillas junto a ella y la miró por largos momentos. —Nosotros estábamos jugado con todos en los laboratorios—él dijo finalmente en voz baja. —La droga, para muchas de nuestras mujeres, la violación de sus mentes y de sus cuerpos. ¿Crees que lo que les sucedió fue culpa suya? ¿Que ellas merecían tal horror porque lo permitieron? —. Ella se quedó callada durante tanto tiempo que él se preguntó si ella siquiera iba a contestarle. —No—susurró ella finalmente, su voz ronca mientras ella continuaba acostada de espaldas a él. Estaba vestida con ropa limpia. Él había hecho que ella fuera mantenida limpia, nunca le habría perdonado lo contrario. Ely era particular acerca de su apariencia. A pesar que ella nunca podría perdonar el hecho que ellos la habían sedado para asegurar que se bañaba y vestía antes que la locura la llevara de nuevo. —Entonces no es tu culpa, lo que sucedió—él le dijo mientras se sentaba en el suelo acolchado y se apoyaba contra la pared detrás de él. —Sucedió porque no estábamos todos lo suficientemente diligente. Nos habíamos vuelto displicentes en áreas en las que nos creíamos seguros. No volverá a suceder—. Estaría malditamente seguro de ello. Tendría pesadillas para los próximos años por venir de la ruptura de Ely y la pérdida que casi la comunidad en su conjunto habría sufrido cuando ellos pensaron que la perderían. —No fuiste tú—ella susurró, seguía negándose a volverse a él, pero podía oír las lágrimas. —Ellos no lo hicieron por ti. No te hicieron hacer esas cosas—. Ella se interrumpió, y Jonas tuvo que parpadear ante el ardor en los ojos, tragar pasando el espesor de la garganta. Ely era una pequeña criatura orgullosa. Con sus ojos de terciopelo oscuro y su pequeña barbilla puntiaguda que mantenía con tal obstinación. Incluso a veces contrario a su naturaleza era
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poco más que una orgullosa mujer cuando ella luchaba para tomar decisiones demasiado pesadas para los frágiles hombros. —Pero podría fácilmente haber sido yo—él le dijo. —O Callan. O incluso Kane o Tanner. ¿Los habrías culpado, Ely? ¿Les habrías dado la espalda y culparlos siempre de algo en que te diste cuenta compartes la culpa? Fuimos arrogantes creyendo los laboratorios demasiados seguros y a nuestro mayor tesoro invencible. Fue nuestra culpa que fueras tocadas por este infierno, no la tuya. Tu trabajo es protegerlos cuando nosotros te los entregamos. La nuestra es asegurarnos que el mal nunca invada tus dominios. El fracaso fue nuestro, gatita, no tuyo—. Ella suspiró y sacudió la cabeza. Ely no había conocido los horrores de los laboratorios. Desde el nacimiento, había sido la niña estrella de los científicos que la crearon. La mejor, la más inteligente genética había ido a su creación, y ella había sido tratada con el máximo cuidado para garantizar que nunca fuera dañada. Ella había visto los horrores. Había quedado horrorizada por ellos y luchó para proteger a las castas que había sido creadas para torturar. Pero ella nunca había experimentado el dolor en sí misma. Nunca había sido el suyo hasta ahora. —No puedes mirarme a los ojos y permitir que me disculpe, aunque tan fácilmente me diste un puñetazo en la cara y me llamaste jodido coño de chica—le reprochó. —Realmente, Ely. ¿Dónde está la justicia en eso? —. Una risa lacrimógena escapó de sus labios. —Y nunca, en toda mi vida, olvidaré la cara de Jackal cuando agarraste sus pelotas. Sabes, Ely, ese hombre ha visto todo, hecho todo, pero creo que casi lo pusiste de rodillas—. Ella gimió y se cubrió la cabeza con las manos. Y tal vez otros lo llamarían cruel por recordarle lo que sabía la mortificaba. Pero Ely estaba hecha de un material más fuerte que eso, se aseguró a sí mismo. Además, otros nunca le permitirán que lo olvide, y prepararla ahora era lo mejor. —Bastardo—susurró entre lágrimas. Él suspiró. —JCC—le dijo. —Jodido coño de chica. Eres consciente que el título está siendo susurrado a mis espaldas, ¿no es así, Ely? Realmente tendrás que arrastrar tu culo fuera de ese colchón y volver al trabajo para que pueda obtener una pequeña franja de tu piel a cambio—. Ella casi se rió. Él lo sintió. —Ely—. Dijo su nombre en voz baja. —Mírame, sólo por un momento—. 327
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Esperó con paciencia. Finalmente, ella se apartó el pelo hacia atrás y se levantó lo suficiente para volverse y mirarlo. Y él abrió sus brazos para ella. —Por favor, Ely. La culpa me está matando. Yo no protegí a mi chica favorita. Perdóname. Por favor—. Y sus lágrimas llegaron ahora. Desde los ojos magullados con la fatiga y el dolor, cuando los labios secos se separaron y los gritos llegaron. Ella se enterraba en sus brazos, contra su pecho. Empujó las piernas apretadas contra él, y él la envolvió en sus brazos y luchó contra sus propias lágrimas. Dulce Ely. ¿Cómo podría mirarse en el espejo, después de lo que había permitido que le pasara? Si no pudo protegerla, ¿cómo podría proteger a alguien más? Se meció con ella, le cantó, le besó la frente con suavidad. —Nunca más, gatita—le prometió tiernamente. —Nunca más. Lo juro—.
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