Vivir en (p)ascuas edición web 2014

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Vivir en (p)ascuas Relatos de solidaridad y fuego

Editorial Horizonte de Mรกxima 2


Vivir en (p)ascuas Relatos de solidaridad y fuego

Por: Alejandra Vidal Alejandro Sáez Fernando Rivarola Gastón Drago Gonzalo Lascombes Inés Drago Inés García Joaquín Carrera José Alioto José Pereira Juan Quelas María del Pino Mariela Corleto Mateo Argerich Matías Lanz Matías Nicolini Mauro Rivara Pedro Vidal Rafael Pereira Sofía El Jaouhari Teresita Vidal Victoria Tausch

Presentación: Dr. Abel Albino-Antonio Spadaro, SJ

Editorial Horizonte de Máxima 3


Vivir en (p)ascuas : relatos de solidaridad y fuego / Joaquín José Carrera ... [et.al.]. - 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Horizonte de Máxima, 2014. 100 p. ; 21x15 cm. ISBN 978-987-45251-1-6 1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Carrera, Joaquín José CDD A863

Tapa y contratapa: Natacha Esains Fotografías: Grupo Horizonte de Máxima Entrevistas: Gastón Drago y Pedro Vidal Maquetación: Juan Quelas Video: Mateo Argerich Legales: Sofía El Jaouhari Corrección: Fernanda Sallenave

© Editorial Horizonte de Máxima horizontedemaxima@gmail.com

ISBN: 978-987-45251-1-6 Editado en la República Argentina Para preservar la intimidad de las personas a quienes hemos ayudado, todos sus nombres fueron reemplazados con pseudónimos. 4


Índice Presentación 1, ABEL ALBINO

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Presentación 2, ANTONIO SPADARO, SJ

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Prólogo: El todo en el fragmento, JUAN QUELAS

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Capítulo 1 A: Los orígenes del proyecto, RAFAEL PEREIRA

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Capítulo 1 B: Mi experiencia en un fragmento, ALEJANDRA VIDAL

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Capítulo 2 A: Los vínculos en el grupo, GASTÓN DRAGO

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Capítulo 2 B: Mi experiencia en un fragmento, INÉS GARCÍA

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Capítulo 3 A: La elección de la familia, VICTORIA TAUSCH

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Capítulo 3 B: Mi experiencia en un fragmento, MARÍA DEL PINO

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Capítulo 4 A: El desafío constructivo, MATEO ARGERICH

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Capítulo 4 B: Mi experiencia en un fragmento, MATÍAS LANZ

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Capítulo 5 A: La gestión de los fondos, JOAQUÍN JOSÉ CARRERA

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Capítulo 5 B: Mi experiencia en un fragmento, MATÍAS NICOLINI

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Capítulo 6 A: La interacción con el barrio, TERESITA VIDAL

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Capítulo 6 B: Mi experiencia en un fragmento, FERNANDO RIVAROLA

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Capítulo 7 A: El camino formativo, GONZALO LASCOMBES

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Capítulo 7 B: Mi experiencia en un fragmento, MAURO RIVARA

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Capítulo 8 A: La experiencia de una Pascua encarnada, MARIELA CORLETO

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Capítulo 8 B: Mi experiencia en un fragmento, JOSÉ ALIOTO, INÉS DRAGO

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Capítulo 9 A: La experiencia interior, PEDRO VIDAL

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Capítulo 9 B: Mi experiencia en un fragmento, SOFÍA MARÍA EL JAOUHARI

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Capítulo 10 A: El camino hacia un horizonte, ALEJANDRO SÁEZ

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Capítulo 10 B: Mi experiencia en un fragmento, JOSÉ MARÍA PEREIRA

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Aspectos finales: Un grupo en camino hacia la santidad, JUAN QUELAS

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Epílogo 1: Entrevistas a los dueños de casa, JULIA, ABEL

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Epílogo 2: Una carta, BIBIANA TAUSSIG DE VIDAL

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Presentación 1

A pedido de Joaquín José Carrera, hice contacto con un grupo hermoso de jóvenes que decidieron construir una casa para una familia muy necesitada. No interesan los nombres, interesan los hechos. La actividad la desarrollaron en San Miguel. Primero soñaron, luego se organizaron, tercero convencieron, y cuarto, accionaron. Con la locura y frescura propia de esos años, se lanzaron al trabajo. Un rasgo distintivo de este grupo es su profunda fe. Comencé a leer el libro y me saltaron, primero que nada, las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. La esperanza de Juan Pablo II, la fe monumental de Benedicto XVI, y la caridad, que sorprende al mundo, de Francisco. A estas virtudes teologales se le suman las virtudes humanas: amistad, solidaridad, compromiso, patriotismo, amor al prójimo, etc., etc., etc. Normalmente, se dice en todos los ambientes que faltan valores, faltan valores, faltan valores. En realidad lo que falta son virtudes, ya que valor es lo que declama, y virtud es lo que se encarna. Una cosa que me gustó mucho del proyecto, fue la creación de la “unidad húmeda (cocina, baño y lavandería). Eso es una cosa seria, porque están solucionando estos jóvenes, integralmente, la parte más difícil de la vivienda. Construir el resto es relativamente sencillo, pero la “unidad húmeda” requiere sellado, proyecto, trámites, oficinas públicas, etc., etc., etc., y en estos ambientes empobrecidos, el tema es tan difícil como hablarles en chino. Como yo soy un entusiasta de la “unidad húmeda”, aplaudo con orgullo y de todo corazón esta iniciativa, que habitualmente uno deja para los propietarios, pero que es sin duda la parte compleja. Trabajaron con compromiso y solidaridad, y en el tiempo pactado entregaron la vivienda. Su precioso ejemplo trasciende a las familias que beneficiaron, trasciende a las familias suyas, trasciende a las familias observadoras, y sienta un precedente precioso que nos dice que querer es poder, que nos dice que esta sí es una juventud maravillosa, que nos dice que sin sacrificio no se consigue nada, y que nos dice que 2+2 es 4, pero que 2+2+Dios, es cualquier número. El primer Mandamiento nos recuerda: “Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo”. Han hecho un trabajo práctico de religión. “Obras son amores y no buenas razones”. Obras concretas de apostolado que tanto bien hacen y tanto necesita nuestra sociedad, y compromiso concreto de jóvenes con nuestro país. Un abrazo grande, orgulloso, de este médico de Mendoza que siempre tendrán de amigo. Dr. ABEL ALBINO, Fundador y Presidente de la Fundación CONIN 7


Presentación 2

“Sólo en la narración se puede hacer discernimiento, no en la explicación filosófica o teológica, en las que, en cambio, se puede discutir”: Esto me dijo el Papa Francisco mientras lo entrevistaba, el 19 de agosto de 2013, para la revista de la que soy director, La Civiltà Cattolica. Continuando el diálogo con él, me di cuenta de lo importante que son las historias para el Papa, las historias personales, las de cada uno, no sólo los grandes acontecimientos del mundo. Sólo en las historias es posible hacer discernimiento espiritual, reconocer la presencia de Dios. También la de Jesús es una historia. La vida humana es un entrecruzamiento de historias. Otra cosa que le gusta mucho a Jorge Mario Bergoglio es el hacer cosas juntos. El diálogo para él no sólo está hecho de debates sobre ideas abstractas, sino de hacer algo juntos. Y así es posible conocerse, “olfatearse”, sentir el olor del otro, hacer gestos, estar uno junto al otro. Sólo así se puede realmente dialogar reconociendo al otro y no sólo sus ideas. Deshojando “Vivir en (p)ascuas” vinieron a mi mente estas dos cosas, así como las dice el Papa Francisco: las historias de cada uno y el hacer algo juntos. Este libro cuenta una historia de algo hecho juntos por un grupo de amigos: cuanto de más bello pueda ejercitarse en la vida, entonces. En 2012 nació el Grupo Horizonte de Máxima, con 22 jóvenes de diferentes carreras, de 3 universidades argentinas, con el objetivo de trabajar para construir un mundo mejor, a partir de una perspectiva humanista y cristiana. Después de un extenso trabajo de discernimiento estos jóvenes han comenzado un proyecto: construir una casa de ladrillos para una familia muy pobre. Era necesario encontrar la familia, conseguir el dinero y hacer el proyecto de construcción. Los jóvenes han construido la casa con sus propias manos en 6 días en el período de Pascua de 2013. Después, cada joven ha escrito una historia, su relato de la experiencia común. Aquí, entonces: historias y obras. El fuego del que habla el título no es sólo un fuego que únicamente quema el corazón o la mente: es más bien como el fuego que impulsa a una locomotora, un fuego operativo que mueve los brazos y las piernas de muchas personas diferentes con un ritmo común. Este libro “calienta” el ánimo de tal manera que lo mueve con el deseo de construir. Uno de los jóvenes habla eficazmente de un «motor interno que con-mueve a uno a seguir en esa búsqueda, que después se verá plasmado en lo que hace». Mejor no se podría decir. La dimensión espiritual es el resultado de esta tensión por el encuentro. El libro cuenta el proyecto paso a paso, con una concreción que tiene el sabor de la realidad y no de la utopía. Y, sobre todo, desarrolla un itinerario formativo con intensos momentos espirituales, de experiencia interior. 8


El lector que lee las experiencias incluidas en “Vivir en (p)ascuas” queda, entonces, involucrado. No advierte distancia o extrañeza. Siente que son parte de esa “vocación de la felicidad”, como dice uno de los jóvenes, que es de todos. Es una historia de deseo por la vida, de incidir en la historia del mundo, a partir de un fragmento, una familia. De esta manera, sin embargo, los jóvenes han encontrado que el “fragmento” no es una pequeña pieza de un gran rompecabezas, sino una pequeña semilla de vida sembrada en buena tierra, capaz de generar un gran árbol. La perspectiva se invierte. Una parte integral de este libro son las imágenes: sean las fotos que documentan las fases de la obra, sean las instantáneas de los autores de los relatos. La juventud y la sonrisa de los protagonistas exaltan el simbolismo de las grandes fotos que van mucho más allá de su naturaleza de documento ilustrativo. Estas fotos -bellísimas- son en sí mismas historias, o mejor: las semillas de historias. ¿Por qué estos jóvenes, guiados con sabiduría por el padre Juan Quelas, escribieron este libro? La respuesta está al final: «Escribimos un libro porque hemos sido testigos y protagonistas (¡que bendición!) de una bella historia de amor». Estaría contento San Ignacio de Loyola, que en sus Ejercicios Espirituales escribía: «El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras». Estaría contento porque estas palabras, ascuas auténticas, son generadas no por ideas sobre el amor, sino por obras, gestos, acciones: por una historia compartida, de la que cada lector puede ahora convertirse en testigo y participante.

P. ANTONIO SPADARO, S.J., Director de La Civiltà Cattolica

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Prólogo El todo en el fragmento

“Hasta que despunte el día y el lucero del alba se alce en nuestros corazones” (2Pe 1, 19)

¿Podría cruzar el puente?

Todo prólogo, también este, se puede saltear. Y pasar directamente a lo que importa: los capítulos del libro, donde un puñado de jóvenes ponen palabras a una gran aventura de vida. Para quien se anime a leer este prólogo, correré el riesgo de hacer de guía de la lectura. Como enseñan los grandes maestros, la historia es un continuum que se compone no sólo de los acontecimientos fácticos que han ocurrido en el devenir del tiempo, sino también de lo que el hombre ha visto en ella y de lo que el hombre ha hecho de ella. Es decir, la historia se despliega delante de nuestros ojos, y nosotros la vamos moldeando con nuestro obrar, nuestro soñar, nuestro anhelar. Con toda razón, un peregrino del Camino de Santiago le decía a un cura que lo alojaba: “la memoria es creativa”. La memoria va recordando en una narración unos hechos del pasado, repensándolos en el presente, para rehacer el futuro. No hay hechos fácticos cerrados en sí. Hay acontecimientos que, reinterpretados en la palabra y revividos en la experiencia, van entretejiendo nuestros trabajos y nuestros días, para que recobren el sentido que nos tensa la existencia para hacer que esta vida resulte posible y deseable. El hombre es un ser narrado, contado por otros y por sí mismo, y en esta narración que el hombre es, se aseguran y se llevan a cabo su inmersión en la historia y su inscripción en un destino. Por eso, como enseñaba Plutarco, no escribimos únicamente relatos históricos, sino vidas. Esos relatos de vidas también son signos que orientan el sentido. “Solamente al relatar su historia (Ulises) llega a comprender su significado” (H. Arendt). En estos relatos que presentamos aquí, se comprende la vida. Vidas que se despliegan como las animosas velas de un navío al amanecer cuando, alentado por la brisa de la mañana, pone la proa hacia el horizonte que adivina a lo lejos. Hacia un horizonte de máxima, como nos gusta decir. Este prólogo quiere presentar la experiencia de veintiún jóvenes argentinos de diversos lugares del país que, habiéndose graduado en variadas carreras o cursando su último año de estudios, en tres universidades de Buenos Aires, decidieron entretejer sus caminos para hacer de sus vidas una aventura que se vive al servicio de los demás. El sueño que los anima es cambiar el país. Y ese sueño arraiga en una apuesta por el hombre (ese 11


testimonio del Absoluto) desde la perspectiva de la fe en Dios (ese Dios que es pasión por el hombre). “Somos del linaje de Dios” (He 17, 28). Para concretar esa loca aventura, un día decidieron empezar. En septiembre de 2012 el grupo empezó a reunirse a trabajar sobre este objetivo. En diciembre del mismo año el grupo conformado por estos jóvenes se propuso el desafío de construir una casa a una familia que no la tenía. Y en la Semana Santa del 2013 llevaron a buen puerto ese sueño. Ahora, estas páginas recogen fragmentos de esa aventura inicial, que luego se desplegará en travesías aún no descubiertas, en desafíos aún impensados. Desafíos que ellos descubren atreviéndose a vivir a fondo su fe, “la fe que, como paloma de Noé, intrépida, ligera y enamorada, emprende su vuelo por la mañana, siguiendo una llamada inverificable, pero para volar al atardecer trayendo una respuesta que abre de par en par las puertas del porvenir” (Adolphe Gesché). Estos jóvenes creen en Dios. No en un Dios que adormece las conciencias para, de este modo, no cambiar nunca nada de aquello que se puede y que se debe cambiar. Creen en un Dios que es amor. Amor que es fuego, pasión, ternura, gratuidad, sobreabundancia, transgresión, locura, audacia, coraje, atrevimiento, plenitud. Un Dios que se pone en juego comprometiéndose con la historia para que el hombre comprometa su vida y transforme esa misma historia como un apasionado juego delante de Dios. Por eso, porque creen en un Dios así, creen en el hombre. Y porque arden en el fuego del Dios-hombre Resucitado, escriben este, su “vivir en (p)ascuas”. Son sus “relatos de solidaridad y fuego”. Todos ellos quedan expuestos en sus narraciones, todos se juegan, todos se desnudan, porque no se puede estar cerca de Dios y del prójimo sin quemarse en las ascuas pascuales, sin dejarse traspasar por la vulnerabilidad del Amor entregado. De ahí el poder de este libro. Y de ahí mismo, su fragilidad. Este libro se puede empezar a leer por donde se quiera. En los capítulos “A” algunos de los chicos narran los hechos acontecidos. Son los textos de Rafael Pereira, Gastón Drago, Victoria Tausch, Mateo Argerich, Joaquín Carrera, Teresita Vidal, Gonzalo Lascombes, Mariela Corleto, Pedro Vidal y Alejandro Sáez. En los capítulos “B” encontramos fragmentos de experiencias, relatos en primera persona que, desde el corazón, los chicos se atreven a escribir. Son los textos de Alejandra Vidal, Inés García, María del Pino, Matías Lanz, Matías Nicolini, Fernando Rivarola, Mauro Rivara, José Alioto, Inés Drago, Sofía El Jaouhari y José Pereira. Se puede empezar la lectura siguiendo el orden de las páginas. Se puede leer el libro de cabo a rabo. Se puede empezar leyendo los textos “A”, y luego los textos “B”. Se puede empezar leyendo las experiencias vividas en carne viva, esos entrañables textos “B”, para luego encontrarse con la narración de los hechos en los bellos textos “A”. O se puede recorrer la experiencia siguiendo el hilo de las imágenes, otro modo de relato que incorporamos aquí. Cada uno hará su propia aventura personal, de la mano de estos noveles escritores: “El texto es una brasa bajo la ceniza de las letras. La vivacidad de la llama que sale depende de la fuerza del soplo de quien la aviva” (Hayen de Vologine, rabino medieval). Al final del libro, dos entrevistas y una carta exceden este esquema, y nos esperan con un plus de sentido, sugiriéndonos que el final no es sino el principio de una aventura que todavía debe escribirse, vivirse, amarse: en unas nuevas (p)ascuas que enciendan el fuego de la solidaridad, que a su vez generarán nuevos relatos que abrirán nuevas puertas a nuevos sentidos, en una interminable espiral de amor que se eleva hasta los umbrales del mismo Dios. Termino este prólogo con una metáfora hecha relato (porque la metáfora trans-porta más allá de lo fáctico, liberándonos de las brutalidades crasas y rasas, para sumergirnos en prístinas aguas bautismales):

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“El río estaba desbordado. Enormemente desbordado. Hacía semanas que la inundación había superado todos los límites y se había enseñoreado en la inmensa pampa, saliendo del sedoso cauce del río para anegar cuanto encontraba a su paso. Joaquín contempló el espectáculo asombrado, paralizado, en las penumbras de la noche. Estaba de este lado del río, de este lado del puente. Recordó que en enero había llevado a su pequeña sobrina Cecilia a un paseo por la ribera del río, y lo habían cruzado a pie, saltando entre los montículos de tierra, porque el río estaba casi seco. Parecía increíble que, ahora, hubiera cobrado esa fuerza. Las aguas corrían torrenciales por debajo del puente que, ya viejo y embestido por la fuerza del agua, amenazaba con caerse. El agua casi tocaba el asfalto, de modo que la cercanía del río y su fuerza destructora eran tangibles. En medio del descampado, un viento embravecido soplaba sin piedad, haciendo más inquietante la decisión de cruzar el puente, y obligando a que el paso requiriera de más coraje. La endeblez del puente había urgido a los ingenieros a empezar a construir otro puente al lado, más largo, más grande, más sólido. Pero la inundación los encontró en plena tarea, que hubo de ser abandonada. Para construir el nuevo puente ensancharon el cauce del río, dragaron el fondo, alejaron las orillas. En esa distancia de las orillas colocaron los pilotes: recios, sólidos, turgentes. Los pilotes de los extremos del nuevo puente estaban terminados. Pero los del medio no: sólo se veían las enormes bases de hormigón con los hierros emergentes de su corazón de cemento, erguidos hacia el cielo, a la espera de que los obreros terminaran el trabajo. Los hierros del hormigón eran brutos, gruesos, desafiantes. Agitados por la fuerza del agua como si fueran palillos movidos por un niño, golpeteaban entre sí, en una danza sonora que sumaba dudas al tomar la decisión de lanzarse a la aventura. Joaquín dio unos pasos en dirección al puente. Era noche oscura, sin luna. Oscuridad rota sólo por algunos destellos de luz de fuentes erráticas, inidentificables (y Joaquín recordó al poeta: “de noche iremos, de noche / sin luna iremos, sin luna; / que para encontrar la fuente / sólo la sed nos alumbra”). Al mirar hacia el puente notó que había una rajadura, no demasiado grande, pero amenazante… Se detuvo a la mitad del puente, frágil, cansado: por debajo de sus pies sentía el temblor del agua que, abismal, transcurría su carrera hacia destinos inciertos, socavando los cimientos del puente; por encima de su cabeza, la negrura infinita del cielo, abriendo destinos inseguros aunque deseados; a los costados, la fuerza pujante del viento que le erizaba la piel. Dio un tembloroso paso adelante. ¿Podría cruzar el puente?”.

JUAN QUELAS (43), Master en Teología (UCA, 2007) y doctorando en Teología (Universidad Comillas, Madrid)

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Capítulo 10 A El camino hacia un horizonte

Sabemos dónde queremos ir Cuando me senté para empezar a escribir este capítulo, el que a mí me tocaba, me paré a pensar en esta frase –la que lleva por título el capítulo-, “El camino hacia un horizonte”. Camino y Horizonte. ¿Qué es un Camino? Me vinieron muchas cosas a la mente, desordenadas, por cierto. No sabía por dónde arrancar. Si por el camino del proyecto que estamos recorriendo, mis caminos pasados, mi camino actual. Además tampoco tenía bien en claro lo que camino realmente significa. Por todo esto, lo que hice fue ir a mi habitación, agarrar un diccionario, y buscar. Escuálido, Delirar, Conga, Cerbatana, Carcaj, Canadá, Campal, Camino. Camino. (Lat. Caminus.) m. Tierra hollada por donde se transita, especialmente la preparada para ello; Viaje; Medio para conseguir algo; modo de efectuarlo. De la primera definición no me hice muy amigo, sobre todo de la parte que definía al camino como preparada para ello. Queríamos –y queremos- cambiar el país, para bien, claro está. Formamos un grupo no sabemos bien de qué, pero sí sabíamos que íbamos a construir una casa, para ver cómo trabajábamos en grupo, y al mismo tiempo, ayudar a una familia que lo necesitara. Construir una casa, buenísimo. No estábamos preparados para ello. Si bien algunos miembros del grupo estudiaron carreras relacionadas con la construcción, -léase Arquitectura o Ingeniería Civil-, y tenían una preparación teórica, en la práctica, el grupo en su conjunto no sabía casi nada. No teníamos experiencia, ni teníamos el know-how, y prácticamente ninguno había trabajado en obra, pero eso no importaba. No porque no fuéramos responsables o porque no fuéramos conscientes de las responsabilidades que estábamos asumiendo, sino porque simplemente confiábamos. Confiábamos en la Providencia, confiábamos en el proyecto, confiábamos en esta loca idea, confiábamos que no iba a llover el día que pusiéramos hormigón, confiábamos en que seis días nos iban a alcanzar para levantar desde cero una casa, y sobre todo, confiábamos en el otro. ¡Cómo cambia todo cuando uno simplemente confía! Pero ojo que hablo de confiar y no de abandonarse en el destino, como pensando “total tiene que salir bien…”. Acá trabajamos mucho en la previa, y confiamos. Hablando de caminos y de confianzas, me acuerdo de cuando hice el Camino de Santiago. Es una peregrinación histórica, la más antigua de la que se tiene registro, con más de 1000 años de historia. En esta peregrinación, se parte de un punto “cualquiera” (suele 15


ser una ciudad de España, Italia o Francia) y se llega a Santiago de Compostela, donde está la tumba de Santiago Apóstol, uno de los 12. Ahora bien, uno empieza a caminar, sale de un pueblo, llega a otro, camina 6, 7, 8 o incluso más horas por día, transitando los más variados paisajes, y conociendo una gran cantidad de personas, durante el paso a paso. El primer día que caminé, cuando comenzó la peregrinación, en la que luego me encontraría con Juan Quelas, salí de Francia, muy cerca de la frontera con España, de un lugar llamado Saint Jean-Pied-de-Port y llegué, 17 kilómetros después, a Roncesvalles, en España. Yo llevaba una pequeña libreta, en la que día a día escribía vivencias, sensaciones y emociones. Transcribo aquí algo de lo que anoté ese día: 1ero de Agosto: Salimos hacia Roncesvalles, tempranito. Había mucha niebla. Caminábamos sin tener ni idea lo que teníamos delante, sin saber lo que había incluso a 50 metros. Seguimos caminando y al rato se abrió el cielo y se hizo la luz. Cerros y Montañas con miles de ovejas; el cielo azul. Montañas que sólo dejaban ver sus picos. Montañas cuyas bases –y el resto del todo- estaban tapadas por las nubes. Era como estar en el cielo. Era muy loco porque no se veía absolutamente nada. Nada de nada. Nunca había estado en medio de una niebla tan densa, en la que apenas se podía ver a dos metros. Lo único que veía eran mis manos, mis pies más o menos, y sólo oía mis pasos. Pero confiaba en que iba por buen camino. Todo el trayecto del Camino de Santiago está señalizado con flechas, en el piso o en las paredes, con carteles o pintadas con aerosol, indicando la dirección que se debe tomar. Uno simplemente confía en esas flechas. Uno confía en unas manchas en el suelo, sin saber quién ni cuándo las pintaron. Caminábamos hacia un lugar, simplemente confiando. Qué distinto, cómo cambia todo cuando existe esa verdadera confianza, en que lo que va a venir va a ser bueno. Es como si te sacaras una mochila súper pesada y te inflaran con helio. Flotás. Volviendo a las definiciones de camino, con la segunda, ya iba un poco mejor, porque de alguna manera, esto fue un viaje. Fue una aventura, lo sigue siendo, claro, pero construir una casa, era algo loco. Lao-Tsé, un pensador y filósofo chino de no sé qué siglo, decía que “todo viaje, por largo que sea, comienza con un primer paso”. Da igual si querés ir a la vuelta de tu casa, o si querés caminar 800 kilómetros. Tenés que moverte. Tal vez pienses que el viaje es corto, y termine siendo largo, pero el comienzo es idéntico. Y ahí está la cuestión. Arrancar cuesta, nos da fiaca, es verdad. En términos físicos, podría decir que el coeficiente de rozamiento estático es mayor al dinámico. Eso significa que una vez que te estás moviendo, es más fácil seguir moviéndote, que empezar a moverte cuando estás quieto. Física pura, y simple. Pero el esfuerzo de arrancar hay que hacerlo. Muchas veces cuesta –porque es técnica o prácticamente imposible- imaginarnos cuál va a ser nuestra sensación al haber terminado la tarea o trabajo en cuestión. Si conociéramos de antemano nuestro sentir cuando finalizáramos la tarea, tanto más fácil sería. Pero no, no es fácil. Hay una hermosa –no hay otra palabra que la defina- poesía de Juan Luis Gallardo, llamada “Las Pequeñas Cosas”. Les recomiendo que la busquen. Uno de sus versos dice así: Celebro la epopeya del trabajo bien hecho del horario completo, del deber satisfecho. Cuánta razón. Como cuando tenés que escribir un informe, redactar un trabajo o hacer algo que te supone esfuerzo y tiempo. Y al mismo tiempo, qué lindo es cuando escribís la última coma, la última palabra y el último punto. Inicio. Guardar. Cerrar Microsoft Word. Qué placer. Y ¿quién te quita lo bailado? Nadie. Por eso, dice Gallardo, que nos sentimos épicos, cuando hicimos bien nuestro trabajo y satisficimos nuestro deber.

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Pero la definición que me cerró totalmente fue la tercera; Medio para conseguir algo. Da la idea de proceso, supone esfuerzo, tiempo, sudor, y hasta lágrimas – ¿por qué no…?-, pero se persigue un algo que lo justifica, y hace que todo ese esfuerzo, tiempo, sudor y lágrimas valgan la pena. Horas y horas de lectura para aprobar un examen final. Días y días de madrugar para aprobar una materia. Años de esfuerzo y estudio para recibirte y tener un título. Ese algo que le da sentido a todo. ¡Y cuánto más sentido gana lo que hacés, cuando ese algo que perseguís, no es para vos! Cuando hacemos algo, sea lo que fuere, cuyo fin último nos excede a nosotros mismos, tanto más gratificante es. Tanto más noble es. Toda posibilidad de egocentrismo queda de alguna manera relegada. Personalmente pienso que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Una vez, a un amigo, recuerdo haberle dicho que si llegaba a tener la posibilidad de dar mi vida por él, lo haría con gusto. Me miró, sonrió y me preguntó cuántas posibilidades concretas iba yo a tener en la vida, de hacer eso, de interponerme entre él y un disparo que se estuviera acercando a su cuerpo, bien hollywoodesco. “La verdad”, me dije, “no creo que eso pase”, fue mi respuesta. Me dijo que él tampoco creía que yo fuera a tener serias posibilidades de hacer eso. Y ahí me dijo algo que me ordenó un poco los patitos: “La vida no se da al otro haciendo grandes actos heroicos, sino con muchos pequeños actos, ahí es dónde se juega la vida”. Esto fue hace ya bastante tiempo, pero creo que dio en la tecla. Y la otra parte que me faltaba pensar era la de horizonte. Me vienen a la cabeza palabras como “Norte, Destino, Futuro, Grandeza, Trascender”. Creo que tiene que ver con el lugar hacia dónde vamos. Y tener definido hacia dónde uno camina, es vital. Séneca, filósofo romano, decía: “Ningún viento es favorable para el que no sabe a qué puerto va”. Y razón tenía. Porque si no, uno simplemente deambula por ahí, sin rumbo fijo, pasando el tiempo. Perdiendo tiempo. Si no tenemos el norte definido, el lugar al que queremos llegar, nunca sabremos si el camino que estamos recorriendo es el acertado. Por suerte, nuestro caso justamente lo contrario; sabemos dónde queremos ir, lo que no tenemos tan claro es cómo llegar hasta allí. Frases como “Cambiar un País y Transformar la Realidad” no suenan accesibles en el corto plazo. Para nada. La primera pregunta que me viene a la cabeza al decirme a mí mismo “quiero cambiar el País” es: ¿Por dónde empiezo? Sabemos que tenemos un largo camino por recorrer, y sabemos que hay de alguna manera y en algún momento hay que empezar. Pero empezar y siempre tener en mente ese horizonte al que queremos llegar aunque puede que no tengamos tan claro cómo llegar ahí. Posiblemente tengamos que equivocarnos varias veces para darnos cuenta cuál es el camino correcto, será prueba y error. Bienvenido sea. Lo importante será disfrutar del proceso y nunca perder el rumbo. Creo que esto es muy importante cuando uno tiene un objetivo en mente. Muy distinto es hacer cosas por el simple hecho de hacerlas, que hacer esas mismas cosas para alcanzar algo más grande. Hay un cuento que anda dando vueltas por internet, que relata la historia de tres hombres que aparentemente estaban haciendo lo mismo. Dice, palabras más o palabras menos, así: El primero de los hombres, albañil de oficio, estaba con la cara amargada, triste y aburrida. Estaba como vacío. Se le acercó un chico y le preguntó qué estaba haciendo. “Estoy poniendo ladrillos, uno sobre el otro, agrego mezcla, uno sobre el otro, agrego mezcla, otro ladrillo más. Así siempre”, fue su respuesta, seca, sin vida. El chico siguió caminando un poco, y vio que a unos metros había un segundo albañil, que estaba un poco más alegre. Y por lo menos, de vez en cuando sonreía. El chico preguntó al segundo albañil qué estaba haciendo. Este le respondió: “Estoy construyendo una pared. Pongo un ladrillo 17


sobre el otro, agrego mezcla, más ladrillos y de a poquito voy llegando hasta arriba para terminar la pared”. Sonaba animada la respuesta. Pero quedaba un albañil más. El chico se acercó, le preguntó al tercer albañil qué estaba haciendo, y este le respondió: “Estoy construyendo un hospital. Va a ser un hospital para niños, donde van a atender a muchos chiquitos y los curarán y les salvarán la vida. A mí me toca construir las paredes que van a albergar las habitaciones de los chicos. Voy poniendo ladrillos, mezcla, y más ladrillos hasta llegar arriba. Después paso a otra pared, hasta que terminemos el hospital”. Los tres estaban haciendo en esencia exactamente lo mismo, pero como tenían horizontes distintos, eso que estaban haciendo cambiaba radicalmente. Qué distinto sabor tiene algo cuando uno lo hace pensando en algo más grande. Cómo cambia todo cuando uno piensa en ese horizonte. Y es de alguna manera lo que estamos buscando hacer. Juntarnos cada 2 ó 3 semanas y charlar sobre el país que queremos y que nos gustaría ver, debatir e investigar sobre las áreas en las que nos gustaría formarnos y hacer política -política en el sentido de participación cívica, no necesariamente de política partidaria-, preguntarnos y repreguntarnos cuáles son nuestros principios y nuestros valores, , hacer partícipes a nuestros familiares y amigos a que es cívicamente sano que nos interesemos en participar en pos del bien común, hacer un proyecto concreto y ayudar a una familia a que tenga un hogar un poquito más digno, participar en ONGs y Fundaciones y tantas otras cosas más, es, pienso, una manera de involucrarnos con el país que nos gustaría dejarles a nuestros hijos y nietos. Eso es tener un horizonte, es mirar más allá. Es levantar la mirada, visualizar una realidad cercana o lejana, pero que es posible, y perseguirla. Parafraseando a Lao-Tsé; “No importa si ese horizonte queda a 5000 kms. o a 500 metros, empieza con un pequeño primer paso”. Y eso estamos haciendo. ALEJANDRO SÁEZ (24), Ingeniero en producción agropecuaria (UCA, 2012)

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Si querés continuar la lectura del libro podés comprarlo aquí:

http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-515675619-vivir-en-pascuasrelatos-de-solidaridad-y-fuego-_JM

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Si querés: Hacernos un comentario acerca del libro, Compartirnos tu propia experiencia, Entrar en contacto con nosotros, Donar para los proyectos que estamos implementando, Saludarnos, podés escribir un e-mail a: horizontedemaxima@gmail.com Nos comprometemos a responder a todos Buscá nuestra web: http://hdm.strikingly.com/

Buscanos en Horizonte de máxima https://www.facebook.com/horizontedemaxima?fref=ts

Encontrá aquí un video de la construcción: http://www.youtube.com/watch?v=GeB5t9igjSA Y aquí una nota periodística: http://www.hacercomunidad.org/escribi/articulo/15577

“He venido a traer fuego” Jesús (Lc 12, 49)

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