Los cuentos de la abuela Recopilaci贸n de cuentos que fomentan valores y h谩bitos saludables
Los cuentos de la abuela Recopilación de cuentos que fomentan valores y hábitos saludables Para todos los niños que quieran aprender divirtiéndose
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Más cuentos en www.faroshsjd.net
Con la colaboración de:
Colección Los cuentos de la abuela © Hospital Sant Joan de Déu © Ilustración: Àgueda Mercadal Diseño y maquetación: Lourdes Campuzano y Jordi Fàbrega
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La abuela Saturna Texto: Lourdes Campuzano Ilustración: Àgueda Mercadal
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Este cuento acerca a los niños, a través de la especial relación que la protagonista del relato mantiene con su abuela, a la diversidad en un sentido positivo y les hace comprender que lo diferente no es peor.
Mi abuela se llamaba Saturna y yo siempre creí que le habían puesto ese nombre porque venía de otro planeta. Cada verano, cuando acabábamos las clases, íbamos a visitarla. Mi abuela vivía muy lejos de nuestra casa. Tan lejos que para ir teníamos que pasar sentados en el coche horas y horas recorriendo una carretera que no se acababa nunca. Mi abuela vivía en un lugar que parecía de otro mundo, en un pueblo muy pequeño de calles estrechas donde no había parques para jugar ni supermercados; donde no había cine, ni teatro, ni piscina… Las casas también eran muy extrañas. No tenían cocina y mi abuela tenía que hacer la comida en el suelo, en un fuego que hacía con ramitas y troncos de los árboles. Tampoco había bañera y cada vez que teníamos que bañarnos, la abuela sacaba por la ventana una manguera y nos rociaba con agua mientras nosotros corríamos riendo de un lado hacia otro. Y tampoco tenía nevera, ni lavadora, ni calefacción, ni aire acondicionado, ni ordenador… Pero aunque en el pueblo de mi abuela no había ni parques para jugar ni supermercados; aunque tampoco tenía cine ni teatro ni piscina… ¡a mí me parecía el mejor lugar del mundo! Porque había un río donde nos bañábamos cada tarde y donde veíamos peces de todos los colores y tamaños… Porque estaba envuelto de bosques donde corrían libremente animales que en mi ciudad solo podíamos ver en el zoo…
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¡Y también había huertos donde descubrimos que los tomates que comprábamos en el mercado nacían de la tierra! Sólo teníamos que plantar una semilla, regarla y esperar que pasaran los días… ¡Era como magia! Un día mis padres me dijeron que ya no volveríamos a ver a mi abuela porqué se había ido al cielo. Pensé que se habría escapado a dar una vuelta para conocer otros planetas y se lo estaba pasando tan bien que olvidó el camino de regreso. Mohamed, Youssef y Unga me han explicado que sus abuelas también viven muy lejos de Barcelona, en un lugar llamado África, y que a veces van a visitarlas. Estoy segura que vuelven a casa con la misma sensación que yo tenía cuando iba a ver a mi abuela: con la sensación de haber viajado a otro planeta. Por eso nos hemos hecho amigos, porque aunque parecemos muy distintos tenemos muchas cosas en común.
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Día de Reyes Texto: Eva Santana Ilustración: Àgueda Mercadal
En este cuento los juguetes toman vida para fomentar en los más pequeños el consumo responsable y hacerles comprender que no deben pedir muchos juguetes a los Reyes.
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¡Qué contenta estaba la muñeca! Cuando la cogieron de la estantería de la tienda de juguetes y la envolvieron bien en una caja de regalo –¡con lazo y todo!– ya sabía que aquello era lo que había esperado toda la vida. Iría a parar a casa de algún niño o de alguna niña y se pasaría el día jugando. Le cambiarían la ropa, le cepillarían los cabellos, quizás incluso la bañarían en una bañera con agua de verdad y seguro que tendría otras muñecas con las que jugar. La peonza no estaba tan contenta, pues no le gustaba nada que la hicieran girar: siempre se mareaba. Ya de pequeña su madre le decía que no era una peonza muy normal, ya que todas las peonzas han nacido para girar. Cuando cogieron la peonza y la envolvieron para regalar, pensó que ahora tendría que dar vueltas todo el día y pasarse todo el rato mareada. El cochecito, con su mando a distancia, no podía ni creer lo que ocurría, de tan contento que estaba. Tanto tiempo parado y por fin podría correr todo el día por el pasillo arriba y abajo. Deseaba de todo corazón que en la casa donde lo llevaban hubiera una alfombra y un montón de peldaños: le encantaba la sensación de correr por encima de la lana rugosa y saltar por las escaleras. Ya sabía que era peligroso, pero le daba igual. El paje real elegía un montón de juguetes: la muñeca, la peonza, el coche teledirigido y ahora preguntaba si tenían robots. Todos los robots de la estantería sacaron pecho y pusieron la espalda muy derecha. Todos querían ser los elegidos. Imaginad: si este paje se llevaba tantos juguetes de golpe, quería
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decir que irían a parar a una casa donde debía de haber un montón de niños. Se lo pasarían de maravilla. El robot elegido, uno muy grande, que llevaba cuatro pilas y chillaba “¡Fuerza, fuerza!” cuando le pulsaban la oreja derecha, entró muy orgulloso dentro de la caja de regalo. El paje, mientras leía la lista de Reyes que llevaba en la mano, todavía añadió una cuerda de saltar, unos bolos, un juego del parchís, una pelota, un tren eléctrico y una cocinita con todos los accesorios, incluidos un paquete de alcachofas y unas latas de sardinas. Los juguetes estaban tan contentos que apenas podían quedarse quietos dentro de sus cajas aunque todavía faltaban tres o cuatro días para el día de Reyes. Cuando por fin llegó la noche de Reyes, el paje ayudó a colocar cada regalo debajo del árbol. Por la mañana, muy temprano, unos pasos se acercaron corriendo hacia el montón de cajas de regalo. Los juguetes estaban tan nerviosos que no se podían aguantar más. El robot casi se pone a chillar “¡Fuerza, fuerza!” antes de que abrieran su caja. Qué sorpresa tuvieron cuando vieron que todos aquellos juguetes eran sólo para.... ¡un solo niño! Éste estaba muy contento cada vez que abría una caja, pero pronto se olvidaba de todos sus regalos. Primero cogió la muñeca, que orgullosa estiró bien las trenzas, pero mientras le cambiaba el vestido la dejó olvidada debajo del sofá, porque el tren había silbado y había distraído su atención. Pero mientras el niño miraba embobado el tren, el robot chilló “¡Fuerza,
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fuerza!” para ver si alguien le hacía caso y el tren quedó abandonado y descarrilado bajo el árbol de Navidad. El coche teledirigido empezó a hacer sonar el claxon sin que nadie tocara el mando a distancia, sólo para llamar la atención: también quería que alguien jugara con él. Al final, para ver qué era aquel claxon que sonaba sin cesar, el niño, agobiado, dejó caer el robot, que fue rodando hasta quedar debajo de la mesa del comedor. Y así pasó toda la mañana, de un juguete a otro, pero sin jugar con ninguno. Los juguetes estaban enfadados, muy enfadados. Los padres no paraban de hablar y decir: “¿ya has visto esto?, ¿y eso?, ¿Ya te has dado cuenta de todo lo que puede hacer este coche? ¿No juegas con la cocinita?” La única que estaba contenta era la peonza, que no había tenido que girar ni una sola vez y no se había mareado. Al final del día, el niño estaba agotado. Todavía no sabía como funcionaba ni uno de los juguetes y se dio cuenta que la pobre muñeca iba medio desnuda, pues no había tenido tiempo ni para acabar de vestirla. “!Ya sé qué haré! -pensó el niño- Mañana elegiré un juguete y jugaré con él todo el día. Y el día siguiente elegiré otro y también jugaré con él todo el día. Así aprenderé a hacerlos funcionar y no estarán tristes. El año que viene, quizás no hará falta que pida tantas cosas en la lista de Reyes, me parece que este año me he pasado”.
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Caparazón Texto: Xavier Krauel Ilustración: Àgueda Mercadal
Este poema muestra a los niños que deben tomar precauciones porque, a diferencia de algunos animales, no tenemos caparazón que nos proteja del frío, de los golpes…
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Hay algunos animales que tienen caparazón una cubierta de hueso que es como un vestido duro que les protege del frío, de los golpes, del calor y de que bichos más grandes los coman sin compasión. El mejillón vive a oscuras dentro de su habitación mirando por la rendija el mundo a su alrededor. Ya ha terminado la lluvia y vuelve a salir el sol, el caracol va despacio llevando su casa a cuestas por encima de una col. La langosta está asustada porque como la cigarra, el pequeño saltamontes, la serpiente, el escorpión, una vez todos los años cambia su caparazón. Un pulpo con ocho brazos la mira con atención, con su carne ahora blandita quiere darse un atracón. El perezoso armadillo se “arma” con caparazón y cuando huele el peligro, se enrosca sobre sí mismo o se entierra bajo tierra y así encuentra protección frente al jaguar o al coyote o a ciertas aves rapaces que habitan en su región.
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Vestido como una piedra, desorienta al agresor. La gallina ha puesto un huevo donde crece un embrión. Un pollito muy pequeño vive bajo el cascarón, se alimenta con la clara hasta que a los doce días se produce la eclosión. Con el pico rompe el huevo y se viste con plumón. Hay personas que están solas o han perdido la ilusión viven dentro de su mundo como en un caparazón, enfermos de la cabeza o tal vez del corazón. Nuestra piel es muy blandita, necesita protección: abrigo cuando hace frío, crema cuando pica el sol. Si te subes en un coche, tienes que usar la sillita y abrocharte el cinturón. También limpiar tus heridas y ponerte una tirita para evitar la infección. Y si vas en bicicleta o subes a un patinete o te montas a un caballo para hacer equitación, ponte el casco en la cabeza y evitarás un chichón. Aunque te creas muy fuerte, cuando existe algún peligro has de tener precaución, como hacen los animales que usan caparazón.
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Temba, Bru y el agua Texto: Estefanía Lázare Ilustración: Àgueda Mercadal
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En este cuento una madre intenta concienciar a su hijo sobre la importancia de ser sensible con el medio ambiente y ahorrar agua porque es un bien muy preciado y escaso en otros lugares del mundo.
La madre de Bru, Matilda, no encontraba la manera de hacer entender a su hijo la importancia de ahorrar el agua, uno de los bienes más preciados: “Bru, cierra el grifo mientras te lavas los dientes; los duendes de las cañerías no tienen tiempo de salir y se pueden ahogar”; “Bru, cierra el grifo mientras me ayudas a enjabonar los platos; dentro de las cañerías hay seres fantásticos que lloran cuando el agua no se aprovecha”; “Bru, cierra el grifo…” Matilda no quería castigarlo, solo quería que entendiera que ahorrar agua podía ayudar a nuestro querido mundo. Un día llamó a Bru para explicarle la historia del abuelo Martí, el explorador. Aunque estaba más pendiente de llenar con agua su juguete de soplar y hacer burbujas, Bru se sentó a escuchar a su madre. Al abuelo Martí le gustaba recorrer mundo para poder satisfacer su espíritu aventurero. Había conocido distintos países, culturas y gente maravillosa, pero también había descubierto que su vida era mucho más confortable de lo que nunca se hubiera podido imaginar. Durante su último viaje fue a parar a una pequeña aldea en el centro de África donde conoció un niño con el cabello rizado y unos grandes y preciosos ojos negros que se llamaba Temba. Temba, el pequeño de cinco hermanos, vivía con sus padres y abuelos en una cabaña hecha de barro y paja. Allí no había ni siquiera luz eléctrica ni agua corriente. - ¿Qué?- dijo Bru – ¿que en África no hay grifos?
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- No, Bru, ni saben que son los grifos - Pero... ¿cómo se lo hacen para beber y ducharse? Matilda le explicó a Bru que Temba tenía que recorrer a pie cada día cinco kilómetros para ir a una fuente y llenar de agua la garrafa que su madre le daba y que usaría toda su familia. Aquella noche Bru se fue a dormir muy preocupado por lo que su madre le había contado pero al día siguiente ya se había olvidado. Matilda decidió entonces que se tendría que esforzar un poco más con Bru: decidió cerrar el grifo principal del agua. Cuando Bru se levantó al día siguiente y quiso beber agua se quedó atónito al ver que al abrir el grifo no salía agua. Cuando quiso ducharse, fue del todo imposible. Tampoco pudo lavarse los dientes ni llenar de agua su juguete preferido -el oso de soplar y hacer burbujas- ni regar la planta que le había dado su maestra. “¡Oh! soy el encargado de la planta esta semana, ¿qué haré si se ahoga?”, pensó Bru. Cuando fue a pedir agua a su madre, ella le respondió dándole una garrafa vacía de 5 litros y le dijo: “Bru, si quieres agua para cubrir todas tus necesidades tendrás que ir a la fuente”. Esta vez Bru sí entendió la lección y se prometió hacer todo lo posible para ahorrar agua en su casa y para que también lo hicieran todos sus compañeros en la escuela.
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El Ratoncito Pérez y los angelitos Autor: Eva Santana Ilustración: Àgueda Mercadal
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La niña de este cuento está preocupada porque le ha caído un diente, y su padre le dice que vendrán los angelitos mientras su abuela dice que será el Ratoncito Pérez. Su madre encontrará la solución.
Ya hacía días que a Mariona se le movía uno de los dientes de delante. Era el primero que amenazaba en caer y por eso estaba tan nerviosa. Su padre y su madre, que la veían inquieta, le decían que no tenía que sufrir por nada, que cuando le cayera el diente ya se daría cuenta. Pero Mariona se lo tocaba constantemente, mirando que aún estuviera en su lugar, y ya hacía días que estaba ceñuda, mucho más callada de lo que era habitual. El lunes por la mañana parecía que el diente ya solo se aguantaba por un hilillo muy delgado, y cuando se fue a la escuela, su padre le dijo: “Mariona, ¡seguro seguro que se te caerá hoy!”. Mariona ponía una cara tan preocupada que su padre la abrazó fuerte: “¡Venga va -le dijo- no te pongas a llorar ahora! ¡No entiendo que es lo que te preocupa tanto!” Por la tarde, su madre la fue a recoger y la encontró llorando desconsoladamente: ¡Traía un papelito con el diente dentro! -¡Mariona! -le dijo su madre- ¿por qué lloras? ¡Pero si es una cosa muy bonita que te caiga el primer diente! Y entonces sí que Mariona le explicó todo lo que le pasaba: estaba muy preocupada, le dijo, porque la abuela le había contado que cuando te cae un diente viene el Ratoncito Pérez y deja un regalo debajo de la almohada. Pero su padre aseguraba que vendrían los angelitos a dejárselo. ¿Cómo se entendía aquello? Además, como el padre y la madre ya no vivían juntos: ¿cómo sabría Ratoncito Pérez o los angelitos dónde tenía que ir? ¿Y si Ratoncito Pérez pien-
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sa que irán los angelitos y los angelitos van a la casa que no toca? ¡Se quedaría sin regalo! La madre rió y le dijo que aquello tenía una solución muy fácil. Aquella noche escribirían una carta a Ratoncito Pérez y otra a los angelitos, para explicarles en qué casa estaba y les pedirían, por favor, que hablaran y se pusieran de acuerdo, ¡no fuera que hicieran el viaje en vano o que no fuera nadie! Después de cenar, Mariona y su madre escribieron las cartas para Ratoncito Pérez y los angelitos. Las escribió Mariona con mucho cuidado. -¡Pero mamá! -dijo Mariona- ¿cómo sabremos dónde tenemos que enviar la carta? Como siempre, su madre tenía la respuesta: la carta para Ratoncito Pérez la dejaremos sobre el mármol de la cocina, al lado de un trozo de queso. Alguien le explicó una vez que Ratoncito Pérez visita cada noche todas aquellas casas en las que alguien ha dejado un trocito de queso fuera de la nevera. La carta para los angelitos había que leerla en voz alta, porque tienen un oído muy fino y lo oyen todo. Al día siguiente, Mariona levantó el cojín y encontró un cuento nuevo. Pero… ¡qué sorpresa! ¡También había una carta! Decía:
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Querida Mariona: No sé si lo sabes, pero soy muy amigo de los angelitos. También de las Hadas del Bosque y de los Dientes, que traen los regalos a niños sin dientes de otros países. ¡Sí, somos una gran panda de amigos! También somos amigos de Papá Noel, de los Reyes Magos y del Tió, por supuesto. No tienes que sufrir por los regalos: estamos muy bien comunicados entre nosotros y conocemos perfectamente todos los niños y niñas. Sabemos dónde viven, qué hacen y si se han portado bien o mal. Así que la próxima vez que te caiga un diente, estés donde estés, déjalo debajo de la almohada. ¡Nosotros nos ocupamos! Un abrazo muy fuerte.
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El Ratoncito Pérez
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Los cuentos de la abuela es una recopilación de cuentos que el Observatorio de la Infancia y la Adolescencia FAROS ofrece en su plataforma digital (www.faroshsjd.net) para fomentar la lectura, y difundir valores y hábitos saludables en la población infantil. FAROS es un proyecto impulsado por el Hospital Sant Joan de Déu el año 2008 con el objetivo de promover la salud infantil y difundir conocimiento de calidad y actualidad en este ámbito.