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Elegir aceptar la misericordia de Dios en nuestras vidas
Este mes es una ocasión de gran alegría para nuestra diócesis, ya que damos la bienvenida a tres nuevos sacerdotes: los diáconos Matthew Prosperie y Joseph Lapeyrouse, a quienes ordenaré en este mes, así como también al diácono Davis Ahimbisibwe, quien será ordenado en su país natal, Uganda, antes de regresar aquí. Al celebrar sus ordenaciones y el don de las vocaciones sacerdotales, ha suscitado mi propia reflexión sobre el don y el misterio de esta llamada. En el fondo, la vocación es un misterio. No es algo que yo o alguien pueda crear o producir, sino que es una obra de Dios, sólo revelada a cada persona por la persona de Jesucristo. Por designio de Dios, cada uno de nosotros, de manera única, somos llamados por el Padre a través del Hijo a una misión de salvación en el poder del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos una vocación, una llamada especial y un propósito escrito en nuestros corazones por el Señor.
La vocación de un sacerdote es un don especial para la Iglesia. Jesús, como ustedes saben, es al mismo tiempo Dios y hombre. Él es a la vez la Segunda Persona de la Santísima Trinidad presente desde toda la eternidad, y también eligió hacerse hombre, nacido de la Virgen María, para sufrir y morir para que pudiéramos vivir para siempre con Él en el cielo. Jesús pudo haber elegido ofrecernos esta salvación para todos por sí mismo. Como era Dios, podría haberlo hecho esta obra de la manera que hubiera querido. Sin embargo, Él eligió una manera muy específica para traer el don de la salvación para todos nosotros. Eligió a doce hombres por su nombre y los invitó a compartir su vida. Los hizo sus amigos. Él sabía que no eran perfectos. Sabía que algunos lo traicionarían, lo negarían, lo abandonarían. Aun así, los llamó a participar con Él en la misión de salvación. Los eligió para que fueran sus representantes en el mundo todo el tiempo. Es a través del sacerdote, actuando en la persona de Jesucristo, que la gracia salvadora de los sacramentos se nos ofrece cada día. Ninguno de aquellos Doce originales era perfecto. Sin embargo, su pecado e imperfección no eran demasiado grandes o malos para superar al Señor. Más bien, de una hermosa manera, su confianza en su misericordia en los momentos de su debilidad permitió que su gracia los enriqueciera aún más. La reconciliación les permitió acercarse más al Señor, como dice San Pablo en su carta a los Romanos: donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (Romanos 5,20). Tanto a Pedro como a Judas se les abrió la misma oferta de misericordia. Uno de ellos pudo aceptarla, mientras que el otro no. Cuando elegimos aceptar la misericordia de Dios, vemos nuestra propia vocación, el llamado que Él ha puesto en nuestros corazones, como algo que es realmente posible, no por nuestros propios esfuerzos, sino por su gracia.
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Esa oferta de misericordia y compasión, y la belleza del llamado de Dios, no es algo que pertenezca sólo al pasado de Jesús y sus apóstoles, sino que es algo que continúa hasta nuestros días, incluso en nuestra propia diócesis. Mientras recibimos a tres nuevos sacerdotes este mes, y mientras muchos hombres y mujeres jóvenes continúan discerniendo la llamada que Dios tiene para ellos, vemos que Él continúa trabajando en los corazones de tantos, invitándoles a ser sus amigos íntimos mientras le entregan sus vidas. Ninguno de nosotros está exento de esa llamada. La llamada a la santidad y a la amistad con Dios es una llamada universal que no excluye a nadie. Si piensas que eres demasiado pecador, o que no eres lo suficientemente bueno, o que no serás feliz, ¡no temas! Dios te llama especialmente para ser instrumento de su gran misericordia. Las vocaciones no surgen de la nada, sino de las familias. Cada uno de nosotros proviene de una familia, y es ahí donde comienza la llamada de Dios. Es hermoso ver a las familias dar un regalo tan grande a la Iglesia - sus propios hijos - para continuar la obra de Jesucristo aquí en esta diócesis. Ya sea que se trate de familias locales, como las del Diácono Matt y el Diácono Joseph, que dan a sus hijos para servir a su propia área, o familias como la del Diácono Davis, quien generosamente dio a su hijo a un llamado misionero para servir a la gente de los bayous, la Diócesis de Houma-Thibodaux y toda la iglesia son tan bendecidas por los sacrificios que estas familias hacen. Estoy muy contento de poder dar la bienvenida a estos hombres a la hermandad del presbiterado y de trabajar con ellos para continuar la obra de Jesús aquí.
Les pido que recen por nuestros sacerdotes -tanto por los que tan generosamente han entregado su vida entera en muchos años de servicio, como por los que acaban de comenzar una vida de ministerio- para que todos podamos estar unidos como instrumentos de la misericordia de Dios para cada persona que encontremos. Por favor, recen también por los hombres de nuestra diócesis quienes pueden estar escuchando la llamada de Jesús a ser su sacerdote, para que tengan el valor y la confianza de decir “¡Sí!”. Siempre que sigamos a Jesús con todo nuestro corazón, nunca seremos decepcionados.
Que Dios los bendiga a todos mientras trabajamos juntos en esta importante misión de responder a la llamada de Dios en nuestras vidas. BC