VESTIDOS_DE_GRACIA_10

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Para el 4 de junio de 2011


“Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola” (Lucas, 15: 1-3) En el capítulo 15 de Lucas, Jesús explica a publicanos y pecadores, mediante tres parábolas, cómo se relaciona Dios con los pecadores.

La oveja perdida

La moneda perdida

El hijo pródigo

Sabía que estaba perdida, pero no sabía cómo volver

No sabía que estaba perdida

Se alejó voluntariamente de Dios

Dios va en su busca y la rescata

Dios la busca y la rescata

Dios esperó a que volviese voluntariamente


“También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente” Lucas, 15: 11-13


El hijo decide independizarse de su padre y vivir su vida sin tener que rendir cuentas ante él.

A veces, por voluntad propia nos separamos de Dios y queremos vivir nuestra vida sin tenerlo en cuenta.

¿Cómo se sintió el padre cuando su hijo quiso abandonarle? ¿Cómo crees que se siente Dios cuando te alejas de Él? (Lee Juan, 3: 16)


“Este joven, evidentemente cansado de las restricciones y sintiendo quizá que su libertad era indebidamente limitada por un padre que sólo se preocupaba por sus propios intereses egoístas, deseaba, por sobre todas las cosas, hacer lo que más le agradaba. Sabía perfectamente lo que quería, o, por lo menos, pensaba que lo sabía. Pero que no lo sabía es evidente por el hecho de que cuando volvió "en sí" (vers. 17) cambió completamente su proceder. Pero en este momento ni se entendía a sí mismo ni entendía a su padre. Y lo peor de todo era que no entendía ni apreciaba el hecho de que su padre lo amaba, y que todas las decisiones y reglamentos de su padre se basaban sobre algo que al final sería lo mejor para sus hijos. El relato deja en claro que el padre era sabio y comprensivo, y a la vez justo, misericordioso y muy razonable. Sin embargo, el inexperto joven pensaba que tenía el derecho incuestionable de aprovechar todos los privilegios por ser hijo, pero sin llevar ninguna de sus responsabilidades. Después de pensarlo bien decidió que el único curso de acción que resolvería el problema, en la forma que él pensaba que debía resolverse, era abandonar su hogar e irse solo para vivir a su antojo” Comentario Bíblico Adventista, sobre Lucas, 15: 12


“Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba” Lucas, 15: 14-16


Mientras todo iba bien, no se acordó de su padre ni sintió necesidad alguna de él. En un momento de su vida, después de vivir como pródigo (derrochador), cosechó las consecuencias de sus actos. Sus pecados le costaron, no solo su estabilidad financiera y su cómodo hogar, sino también la dignidad, el respeto propio, la reputación, su pureza y su buena conciencia.


“Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” Lucas, 15: 17-19


Cuando las cosas empezaron a irle mal, recapacitó, volvió en sí y comenzó a darse cuenta de cuánto tenía cuando dependía de su padre.

En ocasiones, es necesario que vengan dificultades que nosotros no podemos solucionar para que sintamos cuánto necesitamos a Dios y tomemos la decisión de ir a buscarle.


“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” Lucas, 15: 20-21


El padre no esperó a que su hijo terminase de recorrer el camino que los separaba. Corriendo hasta donde el hijo estaba, el padre le abrazó y le besó.

Dios está deseando que reconozcamos nuestro pecado para podernos abrazar y aceptarnos de vuelta al hogar. No le importa cuán bajo hayamos caído, Dios nos acepta y nos transforma.


“Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se habĂ­a perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarseâ€? Lucas, 15: 22-24


“El padre no había de permitir que ningún ojo despreciativo se burlara de la miseria y los harapos de su hijo. Saca de sus propios hombros el amplio y rico manto y cubre la forma exangüe de su hijo, y el joven solloza arrepentido, diciendo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo". El padre lo retiene junto a sí, y lo lleva a la casa. No se le da oportunidad de pedir el lugar de un siervo. El es un hijo, que será honrado con lo mejor de que dispone la casa, y a quien los siervos y siervas habrán de respetar y servir” E.G.W., “Palabras de vida del Gran Maestro”, pg. 160


Inicialmente, el padre coloca su propio manto sobre las sucias y malolientes ropas de su hijo. Luego, ordena que sea vestido con ropas nuevas, calzado y el anillo familiar. Así fue recibido nuevamente como miembro de la familia.

Una vez que nos hemos arrepentido, Dios nos cubre con su manto de perdón.

Luego nos viste con un nuevo vestido y, como si nunca hubiésemos pecado, nos restaura como un miembro más de su familia.


“Jesús presentó la parábola del hijo pródigo con el fin de exponer acertadamente el cuidado tierno, amante y misericordioso ejercido por su Padre. Aunque sus hijos yerren y se aparten de él, si se arrepienten y vuelven, él los recibe con el gozo manifestado por un padre terrenal que recibe a su hijo perdido durante largo tiempo pero que regresa arrepentido” (E.G.W., “Evangelismo”, cp. 4, pg. 46)

“Él espera con brazos extendidos para dar la bienvenida al hijo pródigo. Id a él y contadle vuestros errores y fracasos. Pedidle que os fortifique para un renovado esfuerzo. Nunca os chasqueará, nunca burlará vuestra confianza” (E.G.W., “Mensajes para los jóvenes”, cp. 24, pg. 95)


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