Concurso literario IES Mediterráneo de Málaga

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Mi eternidad y yo. Despegué las sábanas que quedaron adheridas a mi cuerpo, lentamente intentaba enfocar mi mirada perdida a causa de tanta oscuridad, pero sin logro alguno, decidí incorporarme. Caminé por el estrecho pasillo, y allí estaban acechándome de nuevo. He de decir que, el mundo había cambiado mucho hasta entonces, al menos, sí lo hizo para mí. Unos extraños seres me esperaban en la entrada de mi puerta. Solían vestir de negro, pañuelos en la cabeza y siempre aparentaban estar un poco perturbados. Ellos me esperaban, día tras noche, a que me preparase el café, mientras observaban con detalle, todo y cada uno de mis movimientos, como si con ellos pudiesen amansar su propia locura, o la mía. Mi vida en la tierra no fue del todo satisfactoria, cometí muchos errores como cualquier otro vulgar humano, juzgué y me juzgaron, desprecié pero también fui despreciada... eso ya no importaba mucho aquí. Aún seguía viva pero de otra forma, podía sentirlo todo con la misma intensidad: los olores, la incertidumbre, el dolor, el pánico. Así, no cabría ninguna duda de que todo era real. Y también he de objetar que, yo no era la única que sufría esta contienda diaria que al principio parecía una buena opción, pero pasar, pasó, y aquí estoy aferrada a mi propio ser. El 19 de Julio de un año que tan si quiera quiero recordar, ocurrieron muchas cosas, una entre tantas pasó alrededor de las 10 de la noche cuando volvía a casa después de dar un paseo por la avenida principal. Iba andando, sin mucha prisa por regresar, me gustaba respirar aire fresco tras un largo y duro día de trabajo, así que no me entusiasmaba la idea de encerrarme en casa de nuevo. En una de las aceras tuve que abstenerme de cruzar ya que había un tráfico bastante aglomerado, por lo tanto me quedé quieta hasta que el semáforo cambiase de color, para así poder avanzar en mi camino de regreso. Giré mi cabeza hacia la izquierda, y luego hacia la derecha para asegurarme de


que no habría peligros, siempre solía ser una persona detallista y sobre todo hacía las cosas con mucha delicadeza, odiaba la idea de no poder evitar situaciones embarazosas sin poder haber sacado lo mejor de mí, y aplicaba esta teoría para todo. Cuando me decidí a cruzar, noté cómo una intensa luz avanzaba rápidamente hacía nuestra dirección y digo nuestra por que yo no era la única que me encontraba allí. Pude distinguir a cierta distancia el tipo de coche que era, un rojo cobrizo bastante parecido al mío, cuyo coche se encontraba aparcado en el garaje de mi casa. Mis piernas a causa del estruendo pavor, no se veían capaces de moverse o tan siquiera hacer un mínimo movimiento para poder salvar la poca vida que intentaba aferrarse a mi pobre aura. Algo me empujó contra el suelo con una fuerza indescriptible y gracias a ello pude percatarme de algo que yo, tan si quiera esperaba encontrar. En un instante, vi el interior del coche, pero simplemente dirigí mi mirada hacia la persona que estaba al mando de él. Era yo. Yo misma. Tenía una expresión de rencor, parecía que otro espíritu había sucumbido mi cuerpo sin haber sido avisada, pero no podía ser de aquella manera, no. Me negué a pensarlo. Ahora sí que me apresuré a llegar a casa, estaba atemorizada, sólo podía pensar en que todo había sido un malentendido, en que de alguna forma u otra había confundido a la persona que estaba conduciendo con esa decisión, pero cuando llegué a casa, mi sorpresa no iba para menos, mi coche no estaba, mi perro, tampoco, mi familia no cogía el teléfono, mis amigos no daban señal de vida alguna, y mis vecinos parecían no querer responder a mis gritos de desesperación. Al cabo de unas horas, parecía estar más relajada, me senté en el sofá con una infusión esperanzada de que llegase de nuevo la claridad del día que todos esperábamos para poder afrontar la realidad del mañana y qué otra forma mejor de matar el tiempo restante que encendiendo la televisión. De primeras aparecieron las noticias, y no necesitaba más que eso para que terminase de destrozarme la poca razón que tenía sobre las cosas. En la esquina superior derecha de la pantalla aparecía mi foto, pero claramente yo sabía que no era mi yo real, mis ojos no derrochaban lo que realmente sentían, no era yo. Me buscaban por toda la comarca, me culpaban por haber hecho cosas increíblemente terroríficas, como haber despeñado a mis amigos


uno por uno, por el monte más rocoso de toda la cuidad, por haber embestido con mi propio coche a más de un centenar de personas desconocidas y no quería pensar que hubiese pasado con mi familia. Ya no sabía qué tipo de realidad estaba viviendo, había claramente pruebas por las que era culpable, de las cuales yo no podía explicar lo contrario, pero de lo que sí estaba tremendamente segura es que algo me perseguía y quería acabar con mi voluntad, el mismo mal en todos sus sentidos. De repente sufrí una fuerte jaqueca, de aquellas que te envolvían y te hacían perder el conocimiento de una forma absorta. Cuando quise dar cuenta, apareció. Nunca pensaba que esto en realidad podría llegar a suceder. Allí estaba, delante de mí con todo su malvado y escalofriante esplendor, como todos solíamos pensar, el fuego realmente lo representaba. Él era el dueño de todos los males, el que hacía que la vida se hiciese más pesada a cada segundo, el que hacía que nuestras esperanzas, se desvaneciesen, el mismísimo incitador del mal. – ¿Qué tal va todo querida?. Me susurró al oído mientras me acariciaba el pelo. – Creo que ya sabes de qué va todo esto, no?. No me atreví a hacer un mínimo gesto. Temblaba. – He venido porque sé todo lo que ronda por esa cabecita... sé lo que deseabas hacer, y lo he hecho por tí, ¿no me vas a dar las gracias?. Avancé un paso hacia delante intentando no sentir su presencia. Él quería convencerme de mi infelicidad, de mis pensamientos indebidos, yo nunca quise hacerle daño a nadie, empezaba a confundir mis principios, su mirada se flechaba en la mía, todo era muy confuso, sólo deseaba que todo terminase. – ¿Qué... qué quieres de mí?. Me atreví a decir con un poco de tartamudeo pero con cierto poder en mi palabra. – Lo único que deseo, es que seas quien realmente eres... que te hagas mi aliada. Únete conmigo y a los demás y así podremos convencer al mundo de lo que realmente debería alimentarse, del poder sobre el mal y el desenfreno. De lo único que estaba realmente segura era de no querer formar parte de este


estúpido y absurdo juego. No tuve más alternativas, lo empujé con todas mis fuerzas e intenté salir corriendo lo más rápido que pude sin ningún objetivo más que perderle de vista para siempre. Sabía que ya estaría expuesta a él pasase lo que pasase, pero aún así decidí no rendirme, pero como solían decir, nada ni nadie podía escapar de las garras del infierno. En mitad de las escaleras, me envolvió con sus ráfagas de fuego, y a la vez, con su risa descomunal, acabó sentenciándome a los más profundos de los abismos escondidos de mi ser. Y aquí me hallo... en la parte más oscura y tenebrosa de mi alma, acompañada de por siempre, por aquellos seres extraños, torturadores de mentes, que jugaban con mi conciencia sin pausa programada, día tras noche y aunque no era del todo consciente, el tiempo me consumía. Las manecillas del reloj se clavaron en mis pupilas de una forma atroz, avanzando lentamente en circunferencias eternas y asumiendo consigo todos mis pesares ¿Duraría esto eternamente?

Natalia Torres Vertedor 1º bach.


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