Segundo Acto. "El Ascensor"

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ACTO 2

Escena única Poco a poco va encendiéndose la luz del escenario. Es una luz tenue, blanca. De repente para la música.

Hombre está solo, sentado en el suelo del ascensor, en estado relajado, reposando sobre una de las barras de la estructura de la parte opuesta al escenario. Espera unos segundos antes de empezar a hablar.

Hombre: (Como pensando en voz alta. Las frases van llegando intermitentemente a su cabeza y las dice de forma poco reflexiva, sin meditarlas demasiado) Son bonitas. Un poco tenues sí, pero bonitas. Las mías no sé si lo son tanto. Aunque, claro, a mí me gustan más. ¿Qué voy a decir yo? (Pausa breve) A las suyas les habría puesto más dorado. Tenían poco. Unas acuarelas de ese tamaño tendrían que tener el doble por lo menos.

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El Ascensor

Así, con sólo eso, quedan pobres, como apagadas. De todas formas, para el cuidado con que las trata... acabará perdiendo todas, estoy seguro. (Con ligero tono de indignación) Pero si es que las lleva colgando, rozando con los demás ascensores. Las tiene llenas de golpes, de manchas... de arañazos. Incluso ya no se distinguen bien los trazos que hizo. (Relaja el tono. Coge aire y suelta un suspiro) Pero bueno, cada uno sabe lo que hace. No voy a ponerme a decirle a nadie cómo tiene que cuidar sus obras. Sería bastante prepotente de mi parte. (Pausa) Las mías a él no sé si le habrán gustado mucho. Parecía que sí. Las ha mirado con atención. Incluso hasta ha hecho preguntas. Pero, claro, eso no quiere decir que le gusten. La gente muchas veces pregunta por educación, para demostrar un interés que no tiene por qué ser real. Un poco como las condolencias en los velatorios. (Pausa) De todas formas, son importantes estos formalismos. Sin ellos seríamos... animales. Bueno, animales no, ellos tienen también sus formalismos. No sé qué seríamos. ¿Plantas? ¿Piedras? Ni idea.


Acto Segundo

En fin, tampoco es algo fundamental, la filosofía está muy sobrevalorada. Debería haber unas cuantas acuarelas más y bastante menos filosofía. Peeero... (Pausa de tres o cuatro segundos. Se lleva la mano a la frente como para mirar a distancia sin ser deslumbrado. Mira hacia arriba) Vaya, ya ni se le ve. Al parecer tenía prisa. Total, no sé para qué. No le espera nadie... Cuando llegue le va a tocar pararse un buen rato. (Pausa) Se echará un cigarro o algo. Es lo mejor para matar el tiempo. (Pausa) O se dará una vuelta. Sí, supongo que andará un poco y que, cuando se canse, se apoyará en una barandilla para disfrutar de las vistas... Aunque, según dicen, con tanta perspectiva, lo que se siente más bien es vértigo. Incluso cuentan que a tanta distancia no se aprecia gran cosa, que todo se ve muy pequeño. (Pausa) Supongo que es verdad. Imagino que a media altura será cuando mejor se vea todo. Desde abajo no se aprecia nada y desde arriba no creo que se distinga gran cosa. Cabezas planas, calvas en muchos casos.

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El Ascensor

(Pausa) Y luego encima están los miopes. (Coro va entrando lentamente desde un lateral. Hombre de momento no repara en él) Los miopes desde abajo mal porque no ven lo que les viene, pero es que desde arriba peor. Desde arriba además confunden todos los pisos por los que han pasado. Les puedes preguntar algo desde aquí, a voces, por supuesto, porque desde allí casi no escuchan, y nunca jamás sabrán indicarte. Como para pedirles que te hagan una ruta o te den algún consejo... (Se da cuenta de la presencia de Coro. Un poco sobresaltado) Vaya, ¡Es usted! No me dé esos sustos. ¿Lleva mucho tiempo ahí?

Coro: Prácticamente acabo de llegar. No era mi intención sobresaltarle. No se alarme. (Cambiando de tono) ¿Qué hacía? ¿Estaba hablando solo, no?

Hombre: Pues... estaba abstraído. Hablando solo, sí. (Con tono irónico) Un símbolo de gran erudición... O de locura absoluta, vamos.


Acto Segundo

Coro: Hombre, seguro que es más bien de erudición, tratándose de usted. Viene muy bien discutir las cosas con uno mismo. Además, lo bueno es que así siempre se gana el debate. ¿Sabe? Por lo que he escuchado, le juro que de forma totalmente involuntaria, ha aprendido usted bastantes cosas desde que le dejé.

Hombre: Hombre, no me ha quedado otra. Me dijo que me explicaría cómo funcionaba todo esto y todavía le estoy esperando. Mientras tanto, he ido haciendo mis consultas. Algo se averigua preguntando, aunque no mucho. Cuatro cosas, de hablar con los que se me cruzan.

Coro: Pues eso es estupendo. Es lo que debe hacer. Parece usted despierto. Le vendrá muy bien esa inquietud. Aunque le recomiendo que no indague tampoco demasiado.

Hombre: ¿Y eso?

Coro: Es que uno no sabe nunca lo que puede encontrar. Igual lo que descubre no es algo maravilloso. Es mejor no remover demasiado.

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El Ascensor

Con saber esas cuatro cosas es suficiente. Sea inocente. La inocencia garantiza la tranquilidad.

Hombre: ¿No querrá usted decir la ignorancia?

Coro: No hombre no. Saber hay que saber. Pero... poco. Lo justo. Preguntarse muchas cosas ¿A qué lleva?

Hombre: Al conocimiento, supongo.

Coro: Mentira. A la frustración. (Se mete dentro del ascensor colándose entre las barras de la estructura y se sienta en el suelo al lado de Hombre) Cuando sepa lo que se está preguntando querrá saber otra cosa más difícil todavía y no descansará hasta encontrar la respuesta a esta nueva incógnita. Así sucesivamente hasta que o bien se conforme o bien reviente. Es más práctico conformarse.

Hombre: (Harto) Lo que usted diga.


Acto Segundo

Coro: ¿Ve?

Hombre: ¿Qué veo?

Coro: Que es más práctico conformarse. No se líe. Hágame caso. Disfrute del qué sin el por qué.

Hombre: Eso me lo dice porque no me ha aclarado usted ni una sola cosa de lo que pasa con este maldito ascensor... ¿Dónde se había metido?

Coro: He estado haciendo cosas. Recados.

Hombre: ¿Recados? ¿Qué clase de respuesta es ésa? ¿Ha ido a ponerle el ticket al coche?, ¿a renovar la tarjeta sanitaria?.

Coro: (Ríe) No, hombre. He estado aquí y allá, ya sabe. ¿No creerá que es usted el único, verdad?

Hombre: ¿Qué quiere decir con eso?, ¿Sube usted con muchos más?

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El Ascensor

Coro: Con todos, en realidad.

Hombre: ¿Y cómo lo hace para acompañar a tantos? Es imposible. Somos miles. ¡Millones! ¿Es usted Dios?

Coro: ¿Dios? Veo que ha aprendido menos de lo que yo pensaba. Aunque bueno, también hay muchos que llegan arriba y todavía siguen sin enterarse de lo que pasa. Los miopes que usted decía, por ejemplo. Esos no ven nada en ningún sitio, pero, sin embargo, ven a Dios en todas partes. ¿Se acuerda usted de los libros esos de “¿Dónde está Wally?”, esos que teníamos de pequeños en los que había que encontrar en unas láminas a todo color a un tipo vestido con un jersey a rayas que se escondía entre una multitud de personas diferentes? ¿Se acuerda verdad? Pues los miopes verían a Wally en cualquiera de los personajes de la viñeta. Todo con tal de acabar rápido. Además, al no ver más allá de un palmo de distancia, no tiene mucho sentido molestarse en buscar algo en profundidad, nunca lo encontrarían. Mejor quedarse con algo suficientemente parecido. No tengo claro si la miopía lleva a la vagancia o la vagancia a la miopía.


Acto Segundo

El caso es que los dioses aquí salen debajo de las piedras. (Hace amago de sacar cosas del bolsillo pero todo es ficticio. En tono jocoso) Mire, tome, aquí tiene diez dioses. Están bien baratos. Elija los que quiera. A cincuenta dólares cada uno. Si compra muchos le haré descuento. Llévese cinco y se los dejo a treinta dólares. ¡Una ganga!

Hombre: (Le sigue la broma) Es que ahora no necesito ningún dios.

Coro: Bueno, pero para luego. Y si no para regalar, para algún cumpleaños o para Navidades. Anímese... (Volviendo al tono previo, ya más serio) ¿Qué le parece? (Espera un segundo tras la pregunta retórica) Pues así, constantemente.

Hombre: Hombre, en parte se puede entender ese afán espiritual. Es que aquí no hay fútbol en la tele. La gente supongo que necesitará entonces ese tipo de cosas para entretenerse.

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Coro: Pues podrían coger otros vicios más sanos. El chocolate, por ejemplo. ¡O el pipermín! ¿Ha probado usted el pipermín? Es exquisito de aperitivo. De un gusto refinadísimo.

Hombre: Yo no catalogaría al pipermín de refinadísimo, discúlpeme. Lo veo bastante vulgar. En los pueblos que yo conozco se toma de digestivo. Alternándose con el anís y el aguardiente.

Coro: ¿Qué pueblos conoce usted que tomen pipermín? ¿Conoce Versalles? ¿Conoce Montecarlo? Venga hombre, no me lo compare con esos alcoholes baratos.

Hombre: Emm. ¿Por qué estamos teniendo esta conversación? Es decir, me parece que estamos divagando un poco... No sé si tiene esta sensación.

Coro: Es por hablar de algo hombre. Para matar el aburrimiento. Tendrá que elegir: Orar a un Dios, beber pipermín, divagar durante horas o pintar acuarelas... Por cierto ¿Cómo lleva sus acuarelas?


Acto Segundo

Hombre ¿Cómo sabe que pinto acuarelas? ¿Me escuchó antes mientras hablaba de ellas?

Coro: En absoluto. Lo sé porque todo el mundo lo hace. Todos aquí pintan acuarelas. ¿Se creía usted especial? Lamento defraudarle. Sin acuarelas nadie soporta esto. Bueno, algunos raros no lo hacen, pero la mayoría desenfundan el pincel en cuanto pueden. Las pinturas, por lo general, no suelen valer gran cosa, aunque, como le digo, funcionan muy bien para distraerse.

Hombre: Algunas habrá que sí sobresalgan del resto, imagino.

Coro Claro. Hay unas preciosas. Si tiene suerte verá verdaderas obras de arte. Lo malo es que, por lo general, va usted a encontrarse con más paja que grano.

Hombre: Aún así merecerá la pena ¿No?

Coro: No lo dude. (Pausa breve. Más lento) No lo dude.

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