El Molino entre un pasado mítico y un futuro incierto Piera Carchedi Los artistas recogían de prisa los trajes de lentejuelas que caían por el pasillo de los vestuarios, algunos salían corriendo sin querer hablar, otros se quedaban con las manos vacías. No podían coger nada. “Todavía no me lo puedo creer”, repetía atónita Yolanda Ramos, la primera vedette. Algunos, como el cómico Antonio Vargas, tenían toda una vida en aquellos camerinos. Y en un momento habían perdido su casa, no sólo el escenario de sus éxitos. No entendian el por qué, nadie les había comunicado nada. Era el 14 de noviembre de 1997. Los trabajadores de El Molino habían acudido aquella tarde al teatro para preparar la función de la noche, el espectáculo Pluma y peineta, y se enteraban de que tenían que retirar sus pertenencias personales y abandonar el local. El teatro cerraba sus puertas por quiebra. Hoy, 16 años después, El Molino podría revivir aquella pesadilla. La empresa que reabrió el local hace tres años, intentando recuperar las glorias del Paral·lel, tiene que hacer frente otra vez a una situación difícil, debida a la crisis económica y a la falta de público. Sin embargo, 114 años de historia no pueden caer en el olvido. Y lo que fue el primer café concierto de Barcelona quiere sobrevivir.
EL MOLINO EN LA HISTORIA Templo sagrado del mundo de las variedades, El Molino levantó el telón en 1899, en la esquina de Vilà i Vilà con Rosal. Se llamaba La Pajarera catalana y era un simple barracón de madera. En 1908, pasó a llamarse Petit Moulin Rouge, en referencia al famoso music-hall parisino y en 1913 el arquitecto Manuel Raspall (discípulo de Domènech i Montaner) llevó a cabo una importante remodelación, combinando un exterior sobrio de superficies planas con un interior decorativo propio del estilo modernista.
Asentado en un Paral·lel que contaba con nueve teatros y once cafés cantantes en 600 metros, acabó siendo el más famoso y el más querido. Con el tiempo devino teatro de referencia e icono del Broadway barcelonés, una institución cultural, además que un patrimonio histórico de la ciudad de Barcelona. Un espacio mítico, que evoca una forma de entender y vivir el espectáculo típica de la cultura popular barcelonesa del comienzo del siglo XX, en la que se mezclaban la música y el teatro, el cabaret y la comedia picante, los obreros y las prostitutas. Para entender lo que era El Molino, se puede hacer referencia a las palabras de Sebastián Gasch, que al histórico café concierto le consagró un libro entero: “Lo que se oía en el Molino no se oía en ninguna parte. Decididamente, el Molino era un café concierto con innegable personalidad. En el Molino, en efecto, era posible que una señorita bailara el «Quijote», de Oscar Esplá, o la «Sinfonieta», de Halfter, en tiempo de rumba. Y crean ustedes que con eso la gente se divertía”. En 1929, coincidiendo con la Exposición Internacional y con la llegada de un elevado número de turistas, se incorporaron a la fachada las características aspas, como reclamo para que los miles de visitantes que iban a ver la exposición caminando por el Paral·lel entraran a aquellos espectáculos. Diez años después, en 1939, la llegada del franquismo obligó a españolizar su nombre por el definitivo de El Molino. No se pudo pretender una traducción literal: fue suprimido el adjetivo Rouge, ya que el simple sonido de la palabra ‘rojo’ parecía demasiado comunista. En los años cuarenta, emergió como un teatro diferente y provocador. Cuál fue el secreto del Molino lo explica el periodista de La Vanguardia Lluís Permanyer, uno de los más conocidos cronistas de Barcelona: “La clave del éxito eran las dimensiones que tenía y la cercanía con el público. No había distancia ni frialdad y se producía un diálogo con el espectador. Además, como era época de censura, nunca se sabía lo que podía pasar. Algunos días los artistas estaban más animados y hablaban en catalán o decían cosas de signo político que animaban a la gente, y todo esto creaba un clima especial”.
Una dimensión justa, exacta, que facilitaba la comunicación inmediata con una proximidad inusual: “En teatros grandes” - sigue Permanyer - “como el Condal o el Victoria donde la distancia es enorme, es imposible establecer un diálogo. La actriz y vedette La Maña, que fue empresaria en el Arnau, decía que de todos los sitios en que había actuado en ninguno había visto una relación público-escenario como en El Molino”. Y en este sentido, el nuevo Molino quiso preservar el mismo espíritu, manteniendo el hecho de ser un espacio pequeño, con 250 localidades, cercano a los espectadores. El Molino forjó un mito también por ser un espacio transgresor de los límites permitidos, al que no frenó ni la dictadura. El franquismo había impuesto una vigilancia y una serie de normas estrictas, que preveían multas no insignificantes. La censura que sufría El Molino afectaba las actuaciones, los vestuarios y los textos, tanto de las canciones como de los diálogos. En aquella época, se jugaba mucho con la ambigüedad de las palabras y el doble sentido. Y a veces, era suficiente una pausa o una manera diferente de pronunciar una palabra por parte de las vedettes para que el público intuyera el significado más malicioso. En cuanto al vestuario, se tenían que enviar a censura las fotografías de las artistas vestidas con todos los modelos con los que iban a actuar, para que los censores pudieran examinar las partes del cuerpo que se exhibían y las transparencias.
Luego,
los
inspectores
tenían
que
presenciar
a
los
espectáculos para comprobar si la representación se cumplía de manera conforme a lo que se había enviado. Por ejemplo, como cuenta Permanyer en su libro ‘El Molino, un siglo de historia’, en 1949 el inspector del gobierno se presentó una noche en El Molino con un comunicado que decía: “En la letra de la Pecera ha sido substituido el nombre del pez llamado raya por el de cigala, palabra esta última que tiene el idioma catalán un doble sentido harto conocido. En cuanto al cuplé ‘El mosquito’, si bien en cuanto a la letra se ha ajustado la artista al texto, lo ha hecho acompañado de gestos demasiado gráficos. Se levanta las faldas dejando tan sólo cubierto el pubis por un pequeño triángulo de tela”.
La artista en cuestión era la mítica Bella Dorita, la primera gran estrella del local, una de las columnas de El Molino durante las décadas de los ’40 y ’50. Cuenta Gasch que la Bella Dorita sabía decir las cosas más atrevidas con aire inocente, y las cosas más inocentes con el aire más procaz. Además de tener una belleza fuera de serie, la vedette poseía una aguda inteligencia y mucha ironía. “Dorita sabe cuándo ha de callar, para que el público hable, cuando ha de retardar un final para que algún energúmeno de los de primera fila lance la palabra que, en realidad, aconsonanta con las de dos filas más arriba. Juega con el habla popular extrayendo la raíz filológica en su doble o triple significado”, escribe Ángel Zúñiga. En los años sesenta una serie de circunstancias favorables como el cierre de muchos locales en el Paral·lel permitieron a El Molino convertirse en el único café concierto superviviente. El local vivió así una época dorada emergiendo como un teatro diferente, único y singular, que desafió la dictadura ofreciendo una lección constante de libertad. Durante los cuarenta años de censura, en alguna ocasión se propusieron hundirlo, pero doña Fernanda, la mítica dueña y alma del local, estaba preparada para resistir. Y de hecho, ante los espectadores más habituales, pero también los personajes célebres que pasaban por allí – desde Rainero de Mónaco hasta Federico Fellini – el café concierto más pequeño y más antiguo de Europa mantenía inalterado su programa artístico.
EL CIERRE (1997) En el amplio abanico del panorama cultural barcelonés, El Molino marcaba la diferencia. Pero tanta historia a cuestas y popularidad no impidieron que, tras comenzar una época de declive al final de la dictadura, cerrase sus puertas en 1997. La sociedad New Mill SL se había visto obligada a presentar quiebra voluntaria, debido a la precaria situación financiera del teatro, a la falta de público y el exceso de infraestructura técnica y humana necesaria para llevar a cabo los
espectáculos. La deuda se valoraba en unos 400.000 euros. Su último gestor había sido Roberto Serrano, nieto y heredero de doña Fernanda. Los hábitos y las costumbres de la sociedad iban cambiando respecto a las de los años ’60 o ’70. Durante la dictadura, la gente que quería ver espectáculos de varietés, no tenía más remedio que ir allí. En cambio, con el final del franquismo y la proliferación de la televisión ya se podían ver desde casa algunas exhibiciones del estilo de las que se veían en El Molino. “La decadencia coincidió también con la crisis del petróleo en el año 1993”, explica Permanyer. “Ir al Molino valía bastante dinero y como las mismas cosas se podían ver cómodamente en la tele, esto indujo a darse cuenta de que aquellos espectáculos ya no podían funcionar”. Un año después del cierre, el teatro fue adquirido por unos promotores rusos encabezados por Iakov Tchetchelnitski, que prometieron la reapertura. Sorprendentemente, lo primero que hicieron fue desmantelar todo el interior y la decoración, sin pedir permiso alguno a las instituciones. Un día de octubre del 1998, una vecina inglesa del Poble Sec, Valerie Powles, descubrió que delante de El Molino, algunos obreros estaban vaciando el local y llenaban un contenedor tras otro. Sillas, fotografías, vidrieras, guiones con el visado de censura, libretas de diálogos, partituras: todo un valioso material documental que, en buena parte, se remontaba a los años ‘20 y ‘30 y tenía un interés cultural, sociológico y hasta político, pues evidenciaba las prohibiciones actuadas por la censura. La alarma de la vecina y un artículo de denuncia escrito por el mismo Permanyer en La Vanguardia, sirvieron para que el Ayuntamiento al día siguiente parase las obras.
EL MOLINO RENACE (2010) En 1999, lo que quedaba de El Molino eran básicamente una fachada, que aún mantenía su carácter icónico, y un interior que, desgraciadamente, había quedado vacío.
Tras un largo proceso de negociaciones, finalmente la empresa barcelonesa Ociopuro SL consiguió comprar el local a los rusos y a Serrano y se convirtió en 2006 en la propietaria total, encargándose de la rehabilitación y de la compleja gestión del espacio. Para Elvira Vázquez, consejera delegada de la empresa y promotora del proyecto, la recuperación de El Molino representó no sólo un trabajo profesional, sino que un compromiso personal: “El Molino en mi mente es un icono y un espacio emblemático” - dice mirando por la enorme ventana de su despacho que da a la avenida del Paral·lel, justo enfrente del teatro. “De estudiante venía con amigos, era un sitio con mucha humanidad. Cuando me llamaron para hacer un plan de viabilidad en 1999, empecé a estudiar el barrio y el distrito y veía que aquí todos suspiraban por El Molino, querían El Molino”. Luís Martinez, Presidente de la Asociación de Vecinos del Poble Sec, lo confirma: “Sin duda la rehabilitación de un lugar emblemático del barrio como El Molino representaba un objetivo importante, para devolver al Paral·lel un aire cultural y atractivo”. De ahí la empresaria entendió que El Molino podía recuperar los valores que se habían perdido y empezó a implicarse totalmente. Y ahora lleva 14 años trabajando en un proyecto complejo que engloba también la revitalización del barrio, a través de la constitución de la Fundación El Molino (FEM). La fundación - que cuenta con el apoyo del Ayuntamiento - nace con la voluntad de dinamizar proyectos e ideas en la zona del Paral·lel. Una avenida que acogió durante 40 años (entre finales del siglo XIX y hasta la dictadura) una oferta cultural única en Europa, y de la que ahora sólo queda una larga calle de tránsito. “La idea de revitalizar el Paral·lel empezó a raíz de la reapertura del Molino” - comenta Permanyer. “De ahí se tomó conciencia de que se había perdido vida en la avenida y que valía la pena recuperarla”. Pero, además de las correcciones urbanísticas, lo que es importante según el periodista es introducir otros cambios: “Como se ha visto en la gran transformación que ha tenido Barcelona en ocasión de los Juegos Olímpicos, no basta con introducir arquitectura y urbanismo, hay que inyectar vida”.
Y en este sentido la recuperación de algunos teatros es imprescindible: “Sólo El Molino, el Victoria y el Condal sobreviven, pero si enfrente de estos hay un solar abandonado, como el Talía, o el Arnau, que sigue cerrado, toda esta operación de recuperación no tiene sentido”, dice Luís Martinez. No fue fácil para la empresa decidir en qué manera rehabilitar aquel espacio destruido. Algunos de los proyectos anteriores proponían construir locales de ensayo, escuelas de danza o una residencia de estudiantes de música y teatro. Incluso se estudió la posibilidad de convertir El Molino en el Petit Liceu, con una programación de ópera adaptada para los niños, vinculando su gestión con El Liceu de La Rambla. El proyecto definitivo, empezado en 2006, fue la solución que más se parecía a la disposición original del histórico café-concierto. Se decidió recuperar así su identidad, adaptándola a los nuevos tiempos. “Tenía que ser algo muy contemporáneo” – explica la empresaria – “no podíamos pensar proponer los espectáculos de antes porque los gestores tuvieron que cerrar, había más empleados que clientes. Por eso, decidimos recuperar el cabaret en un concepto más actual, más moderno, que engloba el music-hall, el cabaret, el varietés, el burlesque y el flamenco”. La noticia tan esperada por los vecinos y los nostálgicos del glorioso teatro, al final se hizo realidad. El Molino regresó en el octubre de 2010, cuando se inauguró el nuevo espacio con el espectáculo Made in Paral·lel, un recorrido por la historia del café concierto y los diferentes artistas y géneros que pasaron por su escenario.
EL MOLINO HOY Son las nueve de la noche y enfrente de El Molino, en la plaza de la Bella Dorita – un homenaje a la gran vedette – empieza a formarse una cola de gente. Hay catalanes, alemanes, italianos, colombianos, franceses. Parejas, sobre todo. Mientras esperan entrar, observan el movimiento de las aspas rojas y la fachada construida a base de lamas metálicas con leds, que crean una
espectacular fuente de color cambiante e iluminan las noches apagada y frías del Paral·lel. Sobre la fachada del teatro, a la izquierda, hay un cartel con una bailarina que lleva ropa muy ligera que anuncia el espectáculo Burlesque Fever. En la programación actual, el burlesque - la nueva moda del revival de cabaret que ha tenido mucho éxito en las salas de París, Berlín, Londres o Nueva York - es la apuesta más grande. Además, por ser icono de este tipo de espectáculos en Barcelona, El Molino acoje cada año el Festival de Burlesque, un concurso internacional donde una selección de artistas internacionales y locales más reconocida de este género, ponen a prueba su talento. En la puerta los asistentes reciben la bienvenida y los besos de la anfitriona Merche Mar, la ‘molinera’ histórica que representa la cara amable del pasado en el presente: “Estoy viviendo la tapa más feliz de mi vida, esta es mi casa”, dice la ex vedette. “He vivido el glorioso pasado de este teatro así como el cierre del 1997, pero siempre he seguido luchando, no se puede estar en un rincón llorando y pensando en el pasado. Hay que evolucionar y modernizarse”. Entrando la sala principal teñida de rojo y negro - y donde una ‘lengua’ roja se desarrolla por 27 metros en altura - no solo parece estar dentro de una boca gigante, sino que se tiene la sensación de una verticalización vertiginosa. De hecho, El Molino es uno de los teatros más altos del mundo, a pesar de ser uno de los más pequeños. Entre leds, pantallas, luces deslumbrantes y sonoridades, la estética de este nuevo Molino se puede relacionar mucho mejor con lo futurista que con lo retro. Tras ocupar los asientos, también de color rojo, sobre la pantalla del escenario pasan imágenes históricas de El Molino que trasladan al pasado: Carmen Amaya exhibiéndose en un impetuoso flamenco, la Bella Dorita mostrando su sonrisa maliciosa, Mary Mistral bailando una rumba sensual. Finalmente, una voz anuncia que Burlesque Fever va a empezar. Las luces se apagan, el humo sube al escenario, arrancan las primeras melodías, aparecen los bailarines y bailarinas del Team Molino y las plumas rojas, los trajes brillantes y los tacones invaden el ambiente. Y así empieza un viaje entretenido
por el burlesque, un espectáculo en que varios números musicales, cortos y variopintos, con bailes y destapes, se entrelazan entre sí. Un señor sentado en la primera fila se queda con los ojos abiertos de incredulidad delante del duelo de striptease entre las bailarinas con diversas versiones de la canción Fever de fondo. Y su pareja, poco después, no deja de mirar estupefacta al bailarín que esconde su cuerpo desnudo entre plumas y sombras. Entre el ritmo de la música, las coreografías y las miradas provocadoras de los artistas, los espectadores poco a poco dejan de ser meros asistentes para convertirse ellos mismos en ‘molineros’. Y, tras la inhibición inicial, se sueltan en aplausos y exhortaciones a los bailarines. Pero es Merche Mar la que anima la sala con sus intervenciones improvisadas. Su humor y sus divertidas charlas con los espectadores son el sello distintivo del espectáculo. “Estoy buscando novio. Guapo, si tiene tarjeta Visa Oro mejor, porque claro, a mi edad se necesita comprar muchas cosas...”, le dice a un señor que se queda al mismo tiempo divertido y avergonzado. Entre números individuales más pausados y coreografías colectivas que calientan los asistentes, se llega al final del show. “Hasta aquí hemos llegado”, anuncia la ex vedette entre los aplausos del público.
LA CRISIS Y EL FUTURO Son las 12.30 del 15 de mayo y el ambiente en El Molino es muy distinto. La sala principal se va llenando de periodistas, cámaras y vecinos. Han llegado para conocer de cerca la situación económica del local. Hace unos días en los diarios han salido indiscreciones según las que los responsables de la empresa Ocio puro habrían presentado concurso de acreedores, la antigua suspensión de pagos, y que el local estaría a punto de cerrar. Elvira Vázquez espera que todos ocupen sus asientos para empezar la rueda de prensa. A su lado está su legal. A sus espaldas, sentados en las escaleras del escenario, los artistas del Team El Molino - entre ellos Merche Mar -
vestidos como si estuvieran a punto de actuar. En el fondo de la pantalla situada en el escenario se lee 'Non stop. The show must go on'. “El Molino no cierra", deja claro Vázquez nada más empezar su discurso. La empresaria confirma que una deuda de 9 millones de euros ha obligado a la empresa a presentar un Concurso Voluntario de Acreedores. Una deuda generada en su mayor parte por el coste asumido en la rehabilitación del edificio, unido a una bajada importante en los ingresos - de los 1.800.000 euros de 2011 a los 825.000 euros del 2012. Un descenso, según la empresa, fruto de la crisis - que ha reducido el gasto de la gente en ocio - y del incremento del IVA cultural del 8 al 21%. Aunque admita las dificultades, aclara que el concurso de acreedores ha sido presentado con una "vocación de continuidad", para poder preparar un "plan de viabilidad que garantice el futuro del local”. Vázquez, al mismo tiempo, niega que el Molino esté buscando nuevos inversores y asegura que no pedirán ayuda al Ayuntamiento, que ya se ha comprometido con el objetivo de dinamizar la zona del Paral·lel a través una promoción de todos los locales de la zona. Durante el aluvión de preguntas más o menos incómodas de los periodistas, Merche Mar recorre la platea exhibiendo su facilidad de replicar al público para aclarar que “Ni El Molino cierra ni se traslada a Qatar”. Tras las intervenciones de agentes vecinales, de la restauración y culturales relacionados con el Paral·lel y el Molino, los artistas toman la palabra. Vanessa García, bailarina que se ha exhibido tanto en la nueva etapa como en la antigua - y
que creció entre las plumas de El Molino porque sus padres
trabajaban en el local - se muestra orgullosa de formar parte de esta familia: “El Molino es un lugar único en Barcelona. Aquí no hay paredes y puedes mirar a la gente a los ojos; luego, cuando bajas del escenario, les puedes hablar, tocar, te pueden oler...", comenta. Pero, a pesar de su intento de modernización, El Molino no ha logrado atraer al público que esperaba. Por eso, más allá del aspecto económico, se debate también sobre el tipo de oferta y la programación. Espectáculos que pretendían
relanzar el local emblemático y provocador que tanto entusiasmó en el pasado y que evidentemente no lo han conseguido ahora. En este sentido, el Alcalde de Barcelona, Xavier Trias, reconoce la importancia de la recuperación de un lugar histórico como El Molino, así como la de otros teatros del Paral·lel, siempre que propongan una oferta de calidad: “Es evidente que estamos en una crisis inmensa, pero si queremos que el Arnau o El Molino sean los dos centros culturales de la ciudad estamos en una equivocación. Son teatros importantes pero necesitan proyectos que funcionen”. El teatro Arnau lleva muchos años cerrado y el Ayuntamiento prevé solucionar la situación: “Estamos buscando inversores, pero no para hacer varietés, si esto es lo que se entiende hacer teatro, porque económicamente no funciona”. En cambio, para la gente que se dedica a la danza o al burlesque, El Molino es un referente para este tipo de espectáculos. Marina Salvador es coreógrafa, bailarina
y
profesora
de
Burlesque
Dance,
y
estuvo
a
ver
varias
representaciones en el local: “Estuve también en la inauguración del Festival de Burlesque y me encantó, para mi es la representación ideal del trabajo que yo hago. Es un espectáculo entretenido, picante y tiene un punto de burla, mezcla bien la diversión con la sensualidad”. Además, “ahora mismo la oferta está muy limitada”, dice. “El Molino es uno de los pocos lugares que ofrece espectáculos puntuales de burlesque en Barcelona. Yo creo que es una ocasión única y que merece la pena. Es normal que la gente a quien no le guste este tipo de espectáculos diga que El Molino es decadente y que ya no tiene sentido, pero a quien le guste este estilo se lo va a pasar muy bien. Me encantaría que se haga allí un centro de burlesque que sea un referente en calidad y en espectáculo, donde la gente pueda aprender y hacer práctica.” La subida de precios de las entradas debido al aumento del IVA tampoco permite que el local esté lleno todas las noches. Una entrada para el burlesque cuesta 33 euros: “El tema del precio siempre es un tema de polémica” dice Salvador. “En tiempo de crisis 33 euros no es poco, pero creo que hay que tener en cuenta que en los teatros hay un montón de trabajo atrás. No puede
ser como la entrada del cine, en el teatro hay los bailarines, los técnicos, mucha gente que trabaja y esto debe tener un precio”. A pesar de las circunstancias del mercado, Vázquez no quiere perder lo que ha sembrado en 14 años de trabajo e insiste en la continuidad de su proyecto. El local es probablemente el más moderno y tecnológico que hay en la ciudad. Un local multiuso, equipado con todas las infraestructuras técnicas para acoger las más variadas actividades. “Visto todo el edificio en su conjunto - comenta la empresaria - podemos decir que no hay ni un edificio dedicado al ocio que tenga estos recursos. Y si le sumamos los 114 años de historia y el esfuerzo que se ha hecho para recuperarlo, todo esto tiene mucho valor”. Por eso, el próximo reto del local será abrir todo el día y organizar las más variadas actividades de diversión que el edificio permite, como eventos gastronómicos, exposiciones sobre la historia del Paral·lel y de El Molino, presentaciones de libros, clases de burlesque o de yoga. “No sabemos dónde nos va a llevar este momento de crisis – comenta Váquez – pero estamos conscientes de que el valor de nuestro espacio y de nuestro producto es único en Barcelona. Por eso, si queremos que una cosa tan singular se mantenga tenemos que luchar más por ella”. La ilusión de todo el equipo de El Molino es seguir. Sin olvidar su espíritu pero dejando atrás la nostalgia y la sombra de un pasado demasiado grande.