or quién toca la campana? Con esta frase habitualmente usada en el discurrir diario de nuestras comunidades parroquiales, quiero dirigirme a todos vosotros, queridos diocesanos, compartiendo la preocupación por la carencia de vocaciones al sacerdocio. Con frecuencia y desde distintas parroquias que no tienen sacerdote, manifestáis vuestro deseo de que sea nombrado alguno. Para mí es un desasosiego no poder ofreceros una respuesta positiva. “Precisamente porque la falta de sacerdotes es ciertamente la tristeza de cada Iglesia, la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia, con la conciencia de que no es un elemento secundario o accesorio, ni un aspecto aislado o sectorial, como si fuera algo sólo parcial, aunque importante, de la pastoral global de la Iglesia”1. Es por nosotros por quien toca la campana. Esto nos lleva a recordar la 1 JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, nº 34.
misión del sacerdote. Éste ejerce su ministerio al servicio del Evangelio como apóstol por gracia de Dios. “Pero por la gracia de Dios, escribe san Pablo, soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mi. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1Cor 15, 10). Esta conciencia lleva a los sacerdotes a glorificar en su corazón a Cristo que configura su vida por el sacramento del Orden, amándole con un amor, único y totalizador, que purifique, ilumine y santifique todas las demás relaciones, y les compromete a dar razón de su esperanza a todo el que se la pidiere (cf 1Pe 3,15). La esperanza sacerdotal está vinculada a la glorificación a Cristo, siendo según Benedicto XVI, una “esperanza de vida y de perdón para las personas encomendadas a vuestro cuidado pastoral; esperanza de santidad y de fecundidad apostólica para vosotros y para toda la Iglesia; esperanza de apertura a la fe y al encuentro con Dios para cuantos se acerquen a vosotros
buscando la verdad; esperanza de paz y de consuelo para los que sufren y para los heridos por la vida”2. La vida del sacerdote se alimenta de la relación personal con el Señor Jesús a través de la oración. La experiencia que Pablo nos transmite es que todo lo puede en aquel que le conforta (cf. Fil 4,13). El sacerdocio es la vocación a la que el Señor llama a los que quiere para estar con él, seguirlo, permanecer en él y lograr el ideal de la madurez destinándolos, como “pescadores de hombres”, para que vayan y den fruto y que su fruto permanezca (cf Jn 15,16). Los sacerdotes han de mantener viva la identidad sacerdotal a pesar de las múltiples ocupaciones en el ejercicio del ministerio, pudiendo manifestar: “Es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Han de irradiar la santidad de Cristo en el pueblo confiado a través de su misión que consiste en predicar el Reino de Dios llevando el Evangelio 2 BENEDICTO XVI, Homilía en la ordenación de 29 sacerdotes en la Basílica de san Pedro, 27 de abril de 2008.
a todos, en dispensar la misericordia divina, y en alimentar a los fieles en la mesa de la Eucaristía. Así se convierten en “servidores de la alegría”, que no pretenden dominar sobre los creyentes en Cristo sino contribuir a su alegría para que se mantengan firmes en la fe (cf. 2Col 1, 24). Jesús dijo: “He venido a prender fuego a la tierra ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (Lc 12,49). Es el fuego del Evangelio que debe arder en los sacerdotes para trasmitir la alegría que necesita nuestro mundo sobrado de tristeza y de referencias negativas. Para preparar a los futuros sacerdotes contamos con una institución que ha de estar en el corazón de todos los diocesanos como es el Seminario, cuya identidad se manifiesta en ser “continuación en la Iglesia de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús, en la escucha de su Palabra, en camino hacia la experiencia de la Pascua, a la espera del don del Espíritu para la
misión”3. Conforme a este paradigma ha de discurrir el acompañamiento en el proceso de formación de los candidatos al ministerio sacerdotal que “reclama unas cualidades, además de virtudes morales y teologales, que deben estar sostenidas por el equilibrio humano y psíquico, particularmente afectivo, de forma que permitan al sujeto estar predispuesto de manera adecuada a una donación de sí, verdaderamente libre en la relación con los fieles, según una vida celibataria”4. Los seminaristas, en medio de la influencia de las realidades negativas de la sociedad actual como el materialismo, la inestabilidad familiar, el relativismo moral, una visión equivocada de la sexualidad, entre otras, deberán comprender el significado de su vocación en un “clima de fe, de 3 JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, nº 60. 4 Congregación para la Educación católica, Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio, Ciudad del Vaticano 2008, nº 2.
oración, de meditación de la Palabra de Dios, de estudio de la teología y de la vida comunitaria -fundamental para la maduración de una generosa respuesta a la vocación recibida de Dios-”5. En este espíritu quiero agradecer el esfuerzo generoso de todas las personas que colaboran de diferente forma en la formación de los seminaristas, y pedir a todos los diocesanos orar intensamente para que haya en la Iglesia numerosos candidatos y perseveren fieles en la vocación a la que el Señor les ha llamado. La campana toca para que todos seamos conscientes de esta necesidad y asumamos nuestra responsabilidad, sabiendo que la vocación sacerdotal es un don de Dios para quien es llamado y para toda la Iglesia. “Todos los miembros de la Iglesia, sin excluir ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones”, empezando por el Obispo que sabe que puede contar con la colaboración de sus sacerdotes, solidarios y corresponsables con él en la búsqueda y promoción de las vocaciones sacerdotales. 5
Ibid., nº 6.
Especialmente responsable es la familia cristiana que es “como un primer seminario” en el que “los hijos pueden adquirir el sentido de la piedad y de la oración y el amor a la Iglesia”. También la escuela que como “comunidad educativa está llamada a iluminar la dimensión vocacional como valor propio y fundamental de la persona humana”. Tampoco se puede olvidar en la pastoral de las vocaciones sacerdotales la importancia de los fieles laicos según la propia vocación y misión en la Iglesia6. Toda la pastoral vocacional es como un diamante que en cada una de sus caras refleja toda su belleza. Ojalá sepamos manifestarla. La campana suena por cada uno de nosotros. + Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela
6 Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Potsinodal Pastores dabo vobis, nº 41.
ste suplemento de la Revista Diocesana “Barca de Santiago” dedicado al Seminario Mayor, está contextualizado en la fecha del día del Seminario que la Iglesia siempre celebra la solemnidad de San José. El Seminario tiene la vocación de ser el corazón de cualquier diócesis, porque en él se forman los que serán los futuros pastores del Pueblo de Dios. Y es ésta una labor no poco importante hoy en día, ya que el mundo necesita sacerdotes santos que testimonien a Jesucristo transparentemente, con total coherencia, generosidad y servicio. Esto no se consigue de manera espontánea, sino que son necesarios varios años de intensa formación a nivel humano, intelectual, espiritual, comunitario y pastoral. La Iglesia dedica el día de San José con especial atención al Seminario; de hecho, en todas nuestras parroquias se trata este tema en las Misas de la Solemnidad o del domingo más cercano. Esta coincidencia de fechas queridas por la Iglesia no es casual, ya que San José es el patrón de los Seminarios; y esto porque la casa de la Sagrada Familia de Nazaret fue el primer “Seminario”, la casa donde Nuestro Señor pasó treinta años de su vida y donde “crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2, 52). San José era el padre de familia en esa casa; que él interceda por nosotros para que nunca falten las vocaciones necesarias en nuestro Seminario. Dar a conocer nuestro Seminario es tarea que nos compete a todos, ya que sólo lo que se conoce puede ser querido y transmitido a los demás. En estas páginas vemos un día normal en la vida de nuestros seminaristas, en el cual hay momentos de oración, de estudio, de vida fraterna, de ocio… la vida de cada día de cualquier cristiano concretada en nuestros futuros sacerdotes. Una vida completamente normal pero, al mismo tiempo, extraordinaria, porque es vivida en la generosidad de una vida entregada a Dios y a la Iglesia totalmente, sin cortapisas y con inmensa alegría y felicidad, como todos ustedes podrán comprobar en estas páginas. Finalmente, solo me queda pedirles lo más importante: que sigan rezando -como ya sabemos que hacen- por el Seminario, por las vocaciones sacerdotales y por la santidad del clero. El Señor siempre está pendiente de su Iglesia y escucha nuestras súplicas. Tengamos en gran estima nuestro Seminario y démoslo a conocer a todos, especialmente a los jóvenes que puedan estar siendo llamados por el Señor. ¡Muchas gracias! Carlos Álvarez Varela Rector del Seminario Mayor
Lectio Conocer la Biblia y lo que Dios nos quiere revelar a través de su Palabra es algo muy importante para cualquier cristiano. Más aún, claro, para los seminaristas. Por eso, una vez al mes nos reunimos por grupos una tarde para leer y meditar un pasaje de las Escrituras. Siempre es enriquecedor escuchar lo que el Espíritu sugiere a un compañero en este clima de oración. Liturgia de las Horas Cada mañana, a las 08:45, nuestra vida comunitaria comienza de nuevo en la Capilla, donde nos encontramos para rezar Laudes, uno de los tres rezos (cuatro en Cuaresma) que compartimos. Los otros dos son: Hora Intermedia, antes de comer, y Vísperas, por la tarde, junto con la Misa del día. En Cuaresma y Adviento, además, rezamos Completas antes de irnos a descansar. Estas oraciones, que vienen durando aproximadamente 15 minutos, se rezan por todos los
sacerdotes y consagrados/as católicos/as en todo el mundo, y también por muchos laicos. Mediante las mismas, todos nos mantenemos unidos por los vínculos del rezo de una serie de Himnos litúrgicos y Salmos. Eucaristía Como os podéis imaginar, la Eucaristía diaria es el centro de nuestra vida comunitaria. En ella retomamos fuerzas -espiritualmente hablando- y celebramos juntos que Jesucristo, vivo, resucitado, nos acompaña siempre y se entregó por nosotros. Somos muy conscientes de que, en estos tiempos en los que muchas aldeas del rural no pueden siquiera tener una misa semanal debido a la falta de sacerdotes, es todo un privilegio poder celebrar cada día que Dios nos ama. Exposición del Santísimo Jesús está presente realmente bajo las especies del Pan y el Vino en el sagrario. Por eso los jueves tenemos adoración del Santísimo: por la tarde, nos reunimos en la Capilla y adoramos al Señor, que quiso quedarse entre nosotros en la Sagrada Forma. Una vez al mes tenemos lo que se llama adoración continua: se expone el Santísimo a medio día y permanece expuesto en la Capilla Mayor hasta última hora de la tarde. Durante este tiempo
nos vamos turnando para estar con Él de forma individual, rezándole y dándole gracias por tantas cosas que hace por nosotros. Rosario La Virgen es nuestra madre del Cielo y además co-patrona del seminario. Por eso muchos de nosotros le rezamos el Rosario -el piropo más bonito que se le puede decir a María- en algún momento del día: algunos lo hacemos en grupo después de cenar por los claustros del Monasterio de San Martín, sede como sabéis de nuestro seminario; otros personalmente en su habitación o en la Capilla… Lo importante es no dejar de cultivar ese amor por la Virgen, pues Ella es el camino más corto para llegar a Cristo. O r a c i ó n personal Además de la media hora de oración personal todos juntos en Capilla por la mañana, después de Laudes, cada uno de nosotros dedica también una parte de su tiempo a hablar con el Señor en la Capilla durante el resto del día. Es un buen momento también para leer algún tipo de lectura espiritual o, simplemente, para estar frente al Sagrario y dejarse mirar por el Señor. Juan Manuel Sandín Pérez, Seminarista Mayor
uál es la función de un director espiritual en un Seminario? El director espiritual es la persona a la que se encomienda, de manera especial, velar por la vida interior de los seminaristas. Ha de acompañarlos en el camino de seguimiento de Jesucristo hacia la santidad, ayudándoles a discernir su vocación, a progresar en su vida de oración y a vivir la espiritualidad propia del presbítero. Además de los sacerdotes, ¿los fieles pueden aspirar a una dirección espiritual de provecho? El Concilio Vaticano II ha subrayado que todos los bautizados
están llamados a la plenitud de la vida cristiana, es decir, a la santidad. Para alcanzar este fin es muy importante que los fieles puedan acudir a la dirección espiritual, pues es un medio muy recomendado desde siempre por la Iglesia. En el seminario se pretende que los seminaristas vivan con seriedad la dirección espiritual durante sus años de formación, no sólo en beneficio de su propia vida espiritual, sino también para que, capacitados experimentalmente, puedan ellos luego ejercer esta función en favor de los demás. ¿De qué habla un seminarista en su conversación con el director espiritual? L a entrevista del seminarista con el director espiritual suele tener una primera parte más formal, en la que ha de dar cuenta de cómo cuida su plan de vida espiritual: oración, lectura espiritual, confesión, vida eucarística, c a r i d a d fraterna, etc. En un segundo momento, se trata de que el seminarista abra su corazón para describir su estado espiritual: ¿Cómo está viviendo la vocación? ¿Hay alegría, paz, confianza… o, al revés, tristeza, dudas, desánimo…? ¿Qué dificultades se presentan en el seguimiento, día a día, del Señor?… El director espiritual debe ayudar al seminarista para que interprete, desde la fe, los distintos acontecimientos que va viviendo. El seminarista tiene que aprender a discernir la acción de Dios en su vida
y a ser dócil al Espíritu Santo. También es muy importante ayudarle a que vaya asumiendo las virtudes sacerdotales fundamentales: la humildad, la obediencia, el espíritu de oración, la castidad, la caridad pastoral… En definitiva: que se vaya identificando cada vez más con Jesucristo Buen Pastor. ¿Puede terminarse la vocación o es cuestión de cuidarla? La vocación es un diálogo entre Dios y el ser humano. Dios es el que toma la iniciativa y llama. El hombre ha de acoger la llamada y responder. La respuesta no es cuestión sólo del momento en que uno decide ir al Seminario o del momento en que se solicitan las Sagradas Órdenes, sino que la respuesta ha de irse actualizando día a día. En este sentido, la vocación es un don que uno ha de conservar y cuidar. Por esta razón, si no se renueva la respuesta a Dios mediante la fidelidad diaria, la vocación sí que puede llegar a terminarse… pero no es porque Dios lo quiera así, sino porque la persona llamada no ha sido fiel, no ha cuidado el don recibido. Ricardo Vázquez Freire, Director Espiritual del Seminario
i testimonio vocacional es la historia de la bondad y misericordia infinita de Dios: después de casi once años de formación sacerdotal, siete en Caracas y casi cuatro en Santiago de Compostela, estoy firmemente convencido de que mi vocación es la historia de un Dios bueno que me ha llamado y me ha mirado con misericordia y ternura. Cuando reflexiono sobre esta llamada, las imágenes que me vienen a la mente no son precisamente las de un Dios abstracto hacedor de todo o la de un abuelo venerable con barbas largas, sino las de rostros concretos que la Providencia ha puesto en mi camino y que han sido referentes en mi historia vocacional: es mi abuelo, son mis padres, mis tíos, mis amigos; son las mediaciones de la Iglesia. En definitiva, son todos ellos los que me han comprendido, los que han tenido paciencia conmigo, los que me han visto con cariño. Nací hace 33 años en una aldea de la Cordillera de los Andes venezolanos. Soy el mayor de los cuatro hijos del matrimonio de mi padre y mi madre, aunque tengo hermanos mayores por parte de cada uno de ellos. En casa rezábamos el Rosario todas las noches y nos levantábamos más temprano los domingos para asistir a la Misa. A los 11 años quedé huérfano de padre, y ese mismo año ingresé en el Seminario Menor de mi Diócesis. La experiencia del Seminario Menor al principio la vi como un mal, pues de una vida tranquila en la aldea de repente topé una ciudad de unos doscientos mil habitantes, lo cual me costó llevarlo al principio.
Al concluir el bachillerato, quería ser de todo menos cura. Tampoco perseguía hacer los deseos de mi madre… estudiar Magisterio. En medio de esa crisis de decisión, experimenté el sentimiento de la soledad. Años más tarde comprendí que, providencialmente, fue una de las experiencias más enriquecedoras de la vida. Me fortaleció; pero, aun más: comprendí, como nunca antes, que Dios no abandona la obra de su mano. No obstante, en aquel momento fue una de las etapas más desoladoras que pude vivir. Sin embargo, allí estaba un rostro concreto: una de mis tías que para entonces vivía en Caracas me abrió las puertas de su casa y de su corazón como nunca antes lo había experimentado… y hasta hoy. Con su apoyo, entre otras cosas, comencé los estudios de Publicidad. Para mí todos estos acontecimientos forman parte de la presencia providente de Dios. En Caracas, muy pronto me hice al ambiente universitario. Además, también trabajaba a tiempo parcial. Poco a poco fui experimentado que todo aquello no me llenaba. En medio de tal experiencia existencial, conocí un movimiento eclesial que llenaba mi vacío, pues significaba una vida en el mundo pero contemplativa. Fueron muy importantes en este sentido los retiros, las convivencias, los campamentos en los que tuve la gracia de participar. Toda esta experiencia, casi sin darme cuenta, me hizo ver que mi vida desde siempre estaba llamada a algo más, sólo que quizá por miedo, por rebeldía… en definitiva, por buscar mis caminos y no los de Dios, simplemente estaba huyendo. Y, sin embargo, fue también una gracia que sucediera justo en
aquella etapa de mi vida: me sentía llamado personalmente y yo también experimentaba que respondía personalmente… Lo vi como algo sólo de dos. Así que, después de algunas búsquedas vocacionales, ingresé en el Seminario Mayor de Caracas y allí viví seis años. No obstante, el último año de mi estadía en Caracas estuvo marcado por la crisis en casi todos los aspectos de la vida. Pero con una diferencia fundamental respecto de otras crisis del pasado: experimentaba la situación vocacional como algo ciertamente complicado y, sin embargo, después de todo, sabía que si Dios me llamaba todo es gracia. Creo que allí, por primera vez, reconocí la grandeza a la que estaba llamado, y mi indignidad y fragilidad… Nuevamente, a través del rostro concreto de un sacerdote amigo y en la acogida generosa del Arzobispo y de los formadores del Seminario Mayor Compostelano, quiso la Providencia conducirme a la Archidiócesis de Santiago. Al concluir este testimonio de mi vocación reconozco que, en este momento de mi vida, son muchas más las razones (tanto externas como internas) por las que humanamente no me mantendría en este camino. Lo hago porque creo que, simplemente, sólo una razón es necesaria y suficiente: Dios es bueno, llama a quien quiere… y yo deseo nada menos que ser testigo de su bondad. Óscar Antonio Roa Osorio, Seminarista Mayor
Conciertos La formación de un futuro sacerdote tiene que ser integral. No basta con tener muchos conocimientos sobre la Escritura o saber latín. Por eso, y como parte de la educación de nuestros gustos musicales, el seminario pone a nuestra disposición entradas para los conciertos de música clásica que cada jueves se celebran en el Auditorio de Galicia, junto al campus universitario de Santiago. Así, cada semana, uno o dos de nosotros asiste con un sacerdote a estos conciertos donde es una gozada poder escuchar en directo a la Orquestra Filarmónica de Galicia. Charla del rector No os vayáis a creer que por estar en el seminario ya somos todos unos santos. ¡Qué va! No todavía. Por eso, una vez al mes, tenemos lo que llamamos “Charla del rector”. Nos vamos todos a la Sala Juan Pablo II y allí, tanto el rector, D. Carlos, como nuestros formadores, nos
comentan aquellos detalles que debemos ir mejorando de nuestra vida comunitaria. También aprovechamos para ir leyendo el Plan Pastoral de la Diócesis, alguna carta que Benedicto XVI haya dedicado a los seminaristas o presbíteros, o unos textos sobre las virtudes humanas. Es momento también para dar los avisos importantes de cosas que vayan a suceder en los próximos días/semanas. Padres y familia El estar aquí no implica que nuestra familia no pueda venir a vernos. De hecho, muchas veces algún familiar cercano -padres o hermanosvienen a hacernos una visita y, por supuesto, se alojan “en casa”, es decir, en el seminario. Plática Un día a la semana nuestro director espiritual, don Ricardo, nos da una especie de charla breve, de media hora, antes de ir a desayunar, por grupos, acerca de algún aspecto espiritual que debamos conocer o reforzar. Aunque son a primera hora de la mañana, nadie se duerme, porque hay que escribir aquello que creamos más importante de lo que nos dice. Formación humana Una vez a la semana, normalmente los lunes por la tarde, tenemos lo que se llama formación humana. En ella hablamos de modales y saber estar, etc.
El modo de pensar del sacerdote, su actuación, su presentación personal, su trato, su manera de expresarse... en una palabra: su configuración humana y social, abre o cierra las puertas del diálogo, la confianza y la amistad. En el Seminario, por supuesto, también nos formamos intelectualmente. Por las mañanas, de nueve a dos, acudimos a las clases en el Instituto Teológico Compostelano; y por las tardes tenemos tiempo de estudio personal en la habitación, biblioteca, sala de estudio… Pero, aparte de las clases para el estudio de las distintas asignaturas, tenemos también otras, como son la posibilidad de aprender idiomas (alemán, italiano, francés, inglés) y clase de música; en ella aprendemos tanto a cantar las oraciones y partes de la Misa, como lectura de notas, medir compases, etc. Además de las clases, para formarnos en la dimensión intelectual, una vez al mes tenemos la charla del Rector en la que, además de tocar otras también las otras dimensiones, nos formamos leyendo las cartas de Santo Padre, de nuestro Arzobispo, el directorio… entre otros materiales. Juan Manuel Sandín Pérez, Seminarista Mayor
33 - Barca de Santiago Revista diocesana
os que ingresan en el Seminario, ¿vienen a probar o vienen con las ideas claras de ser sacerdotes? Suelen tener la intención bastante definida. Puede ser también un signo de los tiempos: en otras épocas, cuando el sacerdocio tenía mayor aceptación social, quizá se prestaba a que hubiese personas que, ante la duda, se inclinasen a probar en el Seminario si tenían vocación o no; y hoy esas mismas personas, ante la duda, quizá no se atrevan a venir. ¿Les cuestan las exigencias de una vida como la sacerdotal? (no deje de comentarnos el tema de la obediencia, el celibato y la oración de la Iglesia; el día de su ordenación habrán de formalizar estos compromisos). Querámoslo o no, a todos nos influye nuestro entorno familiar y social y nuestras circunstancias vitales. Y
nuestra sociedad del ruido, la diversión y el placer, el consumismo, la libertad y el individualismo, el bienestar y la comodidad, nos van moldeando. Todos tenemos que hacer un esfuerzo por no dejarnos arrastrar por todo eso. Ello exige adquirir una personalidad equilibrada y madura, una vida espiritual seria, capacidad de disponibilidad y obediencia. A algunos les cuesta un poco más y, entonces, su proceso de formación tiene que prolongarse en el tiempo.
¿ E n c u e n t r a lagunas en la formación con la que llegan estos muchachos? Hay personas que llegan con escasa formación religiosa, con problemas de madurez y educación humana, escaso bagaje académico y poco espíritu de esfuerzo y de sacrificio.
¿Es hostil el ambiente que les rodea fuera del seminario? ¿Han de vencer muchas resistencias de sus familias y amigos cuando ingresan en el seminario o, más bien, reciben apoyo? En general, los muchachos perciben que el ambiente no es favorable y eso yo creo que repercute en el poco ímpetu apostólico que muestran algunos de ellos (porque se ven desbordados y poco capacitados para la inmensa tarea). Tampoco es extraño que tengan que
enfrentarse a la oposición o la indiferencia de la familia.
No todos llegan a la meta. ¿Cómo se sabe si alguien sirve o no para esta vocación? Supongo que “por sus frutos los conoceréis”. Y cuando alguien da muestras de poca docilidad, falta de espíritu de servicio y de laboriosidad, conflictividad en la convivencia, falta de celo apostólico, incapacidad manifiesta para vivir el celibato… son señales que indican que se debe emprender otro camino.
¿Cuál es la ayuda más útil que puede prestar un formador a un futuro sacerdote? El acompañamiento paciente y generoso que suscite en ellos la confianza para abrirse con sinceridad en la formación, y así sean capaces de descubrir y verbalizar los puntos más débiles de su persona para tratar de ponerles remedio. Y que comprendan que esto deben hacerlo no sólo en la etapa de formación, sino también una vez ordenados, porque siempre necesitamos comentar con alguien nuestros problemas y dificultades para desahogar y para dejarnos aconsejar. José Luis Ramos Souto, Formador del Seminario Mayor
e llamo Juanjo, tengo treinta y siete años, y me estoy formando en el Seminario de Santiago de Compostela para ser sacerdote. No estoy en el Seminario tanto porque yo así lo desee, sino porque algo dentro de mí, en un momento muy concreto, me indicó que debía ser sacerdote. Algo más profundo que un mero sentimiento me llevó a cambiar todos los planes de vida que ya tenía montados y empezar algo distinto. En ese momento, yo vivía en Estados Unidos. Llevaba nueve años dando clases de español en una escuela pública en Chicago y tenía mi vida hecha: trabajo, piso, amigos y novia. Había conseguido todo lo que un joven de mi edad deseaba; incluso había logrado más de lo que unos años antes hubiera soñado. Viajaba mucho, tenía una dilatada vida social, era respetado en mi trabajo y admirado por los que me conocían. Mi creencia religiosa en ese momento era, como mucho, una marca cultural que me distinguía de los demás. Si bien mis padres me educaron en la fe católica, los años que había vivido “a mi aire” en Estados Unidos habían borrado la mayor parte de mi práctica católica. Aquello quedaba en una teoría, y con ser “buena gente” ya bastaba. Sin embargo, esto no debía de bastar lo suficiente porque cuanto más conseguía lo que deseaba más insatisfecho me sentía y, además, poco a poco, iba pillándome a mí mismo en contradicciones que me hacían ver que la motivación final de lo que hacía no era más que una autobúsqueda, la propia
realización personal, tan efímera y que tan vacío me dejaba una vez alcanzada. Si la vida vivida para uno mismo, aun haciendo cosas buenas y necesarias, dejaba vacío, sólo quedaba el razonamiento de vivirla para algo externo a uno: lo que por cultura y razón debía de ser el concepto de Dios. En ese periodo empecé a rezar con la fuerte motivación que me daba la conciencia clara de que o había un Dios que diera sentido a la existencia o todo era un sinsentido. Mi oración consistía en clamar: “Dios, si existes, dime qué he de hacer con mi vida”. A partir de ahí, vinieron a mi corazón varías cosas: el recuerdo de personas cuyo testimonio de vida me había marcado antes de ir a Estados Unidos; la necesidad de compartir lo que me pasaba desde un plano distinto ya que mis amigos no me daban respuesta satisfactoria; y, sobre todo, un fuerte deseo de silencio. Surgió entonces un lugar en el que tomarme un tiempo de parada y reflexión. Así que, impulsado por el convencimiento de que las motivaciones que me habían guiado hasta entonces me llevaban a una vida muerta, decidí aparcar lo que tenía y probar por ahí. Fue muy duro; lo que más me costó fue dejar la relación con mi novia. En los dos meses que tardé en organizar esta transición me ocurrió lo mejor de todo: de vez en cuando, me sorprendía una sensación bien clara y profunda de sentirme amado. Nunca antes había sentido eso ni con esa intensidad. Sé que mis padres me quieren, pero esto era distinto. En alguna ocasión en que estaba solo, tenía que darme la vuelta y cerciorarme de que no había nadie conmigo, porque el sentimiento de una presencia era más certero que cualquier
otra cosa. Me acordé de la descripción que hace Jesús de Nazaret de Dios como un Padre amoroso, y caí en la cuenta que eso que yo experimentaba era comparable al amor de un padre por su hijo. Dios dejó entonces de ser un concepto, una idea que justifica teóricamente una moral o una religión. Pasó a ser persona viva, consuelo y esperanza. Desde entonces, he ido dando pasos desde la confianza en ese alguien externo a mí y tan íntimamente dentro. Alguien que sé que me conoce mejor que yo mismo y que, sobre todo, me ama. Así he llegado al Seminario de Santiago de Compostela: no tanto porque sea ésta una opción lógicamente razonada o así yo lo desee, sino más porque sé que soy deseado, sé que soy amado por el que quiere mi felicidad y me ha dado la gracia de conocer el camino para llegar a ella plenamente. Esto ya lo he empezado a experimentar; las consecuencias más profundas desde que empecé esta nueva vida han sido una gran paz interior y una libertad que antes no tenía. Todos queremos ser felices. Y una mayor felicidad que cuando somos amados y, como consecuencia de ello, nosotros amamos, no creo que sea posible. Estoy convencido de que la vocación única de todos es al amor, al Amor que nos ha creado y al Amor final al que llegamos tras una vida haciendo patente su presencia. Doy gracias a Dios por haberme dado el regalo de esa experiencia de amor y mostrado el camino del sacerdocio como medio para hacerla visible a los demás. Juan José López Marín, Seminarista Mayor
n cuanto al tema comunitario, tendríamos mucho para hablar, ya que vivimos todos juntos en un clima de familia. Aparte del rezo de la Liturgia de las Horas, la Santa Misa, la comida… que son siempre en comunidad, tenemos otro tipo de actividades diferentes. Los martes toca deporte, en el que algunos se divierten con diferentes juegos y otros echamos la típica “pachanga” (partido de futbol). También por la casa hay
otro tipo de espacios: el gimnasio (con distintas máquinas para ejercitarse a mayores de la Educación Física de los martes), salas con sofás y la prensa, la sala de tele y otras con el ping-pong, el billar, el futbolín, donde a veces nos juntamos para charlar, desconectar y pasar un rato agradable juntos echándonos unas risas. Existen también las comisiones. Son estas: de vocaciones; misiones y cáritas; deportes; medios de comunicación y fiestas; excursiones y teatro; a través de ellas organizamos diferentes actividades y colaboramos con distintas cosas de la diócesis. De vez en cuando ponemos pelis en una sala con pantalla gigante (a estilo cine) y, cómo no, en los recreos o algún rato libre salimos a tomar algo por ahí. Formación Pastoral ¿Y cuándo “hacemos prácticas”?, os preguntaréis. Además de ir haciendo de monaguillos (acólitos) por turno en la Capilla del seminario durante las Eucaristías, cada fin de semana nos vamos a la parroquia que a cada uno nos hayan asignado nuestros formadores y allí ayudamos al sacerdote, que nos acoge en su
casa rectoral (pues nos vamos desde el sábado en la sobremesa hasta el domingo por la tarde/ noche, que regresamos). En estos destinos, no sólo aprendemos sobe el funcionamiento cotidiano de una parroquia sino que también entramos en contacto con otras instituciones de la Iglesia: Cáritas, grupos juveniles, etc. Y también, claro, impartimos catequesis a los niños/adolescentes de las parroquias a las que nos toca ir cada año. Juan Manuel Sandín Pérez, Seminarista Mayor
e llamo Paco, tengo 24 años y soy de A Coruña. Estoy cursando ya mi quinto año en el Seminario Mayor de Santiago de Compostela, y parece que fue ayer… En primer lugar, siempre digo que le doy gracias a Dios por haber nacido en una familia profundamente cristiana. Esto ha sido fundamental para mi fe y para toda mi vida, desde mis padres, mis abuelos, mis tías, etc. Desde muy pequeño, siempre he sentido una inclinación a querer ser sacerdote con toda naturalidad. Sin embargo, en la adolescencia no lo sentía con la misma fuerza y me olvidé un poco del tema, aunque siempre permaneció latente en mí. Gracias al capellán de mi colegio volvió a mí aquella primera inclinación, pero ya de una forma más madura. Al cumplir los 18 decidí comenzar la carrera de Derecho en la Universidad de A
Coruña. Sin embargo, pasados los dos primeros cursos, tomé la decisión de entrar en el Seminario. Hasta hoy… Y feliz. He podido comprobar en el transcurso de mi vida cómo Dios tiene un plan, un proyecto específico para cada uno de nosotros y que te lo va mostrando con las pequeñas cosas del día a día, como hizo conmigo desde niño hasta ahora. Es preciso ver siempre las señales que el Señor nos va poniendo en nuestra vida, y casi siempre tienen rostro humano, porque Dios mismo se ha hecho hombre y todo lo humano es divino. Francisco Rafael Gómez-Canoura, Seminarista Mayor
numere las l铆neas maestras de lo que pide la Iglesia a quienes se preparan para el sacerdocio. Lo que la Iglesia pide a los candidatos al sacerdocio ministerial, en esencia, es que sean verdaderos hombres de Dios al servicio de sus hermanos. Esto se concreta en su propia vida, adquiriendo desde el primer momento en el Seminario una s贸lida relaci贸n personal y de amistad con Jesucristo, que lo ha llamado a su seguimiento exclusivo con el coraz贸n indiviso. Esto es lo fundamental. Pero
de esto nace algo irrenunciable: la “caridad pastoral” -tan mencionada en los documentos oficiales de la Iglesia-, esto es, la solicitud generosa por todos los hombres, especialmente por aquellos que les serán encomendados el día de mañana en su ministerio cotidiano de pastores. Vd. tiene mucha experiencia en la Delegación de Vocaciones de nuestra diócesis. ¿Qué hay que hacer para encontrar a quien tiene vocación sacerdotal? Es verdad que llevo unos cuantos años colaborando con el Sr. Arzobispo en la tarea vocacional, lo cual me ha dado alguna experiencia; pero no más que a cualquier sacerdote verdaderamente preocupado por las vocaciones sacerdotales. Sin embargo, puedo decir que, antes de organizar campañas o eventos de carácter vocacional, lo más importante es la oración: la súplica continua e
incansable a nuestro Padre de que envíe obreros a Su mies. Sin esto no podemos hacer nada y sobre esto se organiza todo. Luego vendrán las campañas cotidianas que requieren estar siempre disponibles y atentos a cualquier persona que se nos pueda acercar. Y no sólo esperando a que vengan, sino yendo a buscarlos poniendo en su corazón el interrogante de la vocación, la cual debieran plantearse todos los cristianos serios para poder descubrir la auténtica voluntad de Dios en sus vidas. Los seminaristas, ¿son conscientes de la tarea de Nueva Evangelización que habrán de llevar a cabo como sacerdotes? Son totalmente conscientes de ello. En primer lugar, porque viven en el mundo, en la sociedad de hoy en día, son hijos de su tiempo que ven las necesidades de sus hermanos y cómo muchos, desgraciadamente, se
alejan de la fe o ni siquiera llegan a conocerla. Esto lo viven muy de cerca en sus propios ambientes y, además, en las tareas de formación pastoral que realizan los fines de semana en parroquias de nuestra Archidiócesis. Y, en segundo lugar, porque saben que la Iglesia está pidiendo la Nueva Evangelización como una tarea primordial en el mundo secularizado de Occidente, nada menos que por boca de Santo Padre, que ha convocado un Sínodo de Obispos para este otoño con esta finalidad. La Nueva Evangelización forma ya parte de sus vidas como cristianos y como futuros sacerdotes. ¿Cree que el sacerdocio es un camino vocacional suficientemente conocido por la sociedad? Por desgracia, en nuestro mundo indiferente, cada vez es menos conocido el rol que juega el ministerio sacerdotal en la sociedad. Sólo son conocidos, muchas veces, hechos “escabrosos” y marginales. Sin embargo, hoy en día la sociedad pide al sacerdote que sea un hombre de Dios, íntegro y coherente, en el que se pueda confiar porque se ve reflejado en él el rostro del mismo Cristo. Ésta es su verdadera realidad y dignidad, no otras distintas. De esta forma es conocida la vocación al sacerdocio de forma auténtica y no viciada por conocimientos vagos.
Se da por supuesto que le gustaría ver un Seminario llenos de vocaciones. ¿Es eso posible? ¿Cómo? La verdad es que la preocupación por las vocaciones afecta a toda la Iglesia. Es cierto que estamos en una época difícil, pero al mismo tiempo
ilusionante. Nuestro Seminario es de los más numerosos del norte de España, pero la escasez de vocaciones es notoria. Sin embargo, los jóvenes que deciden entregar su vida a Dios en el sacerdocio porque han sentido su llamada son de los más generosos de hoy: están los que tienen que estar y el Señor nos concede. No hay que mirar solo el número -porque han existido otras crisis a lo largo de la historia-, sino, sobre todo, la formación y la entrega generosa de nuestros futuros sacerdotes. Esto es lo verdaderamente importante. Dios guía en todo momento a su Iglesia y le da lo que necesita, contando siempre con nuestra solícita colaboración. Carlos Álvarez Varela, Rector del Seminario Mayor
as consagradas del Instituto Secular Hijas de la Natividad han cuidado de los seminaristas desde el año 1964. Han incorporado a su carisma la preocupación por los sacerdotes, una constante en la vida de su fundador, D. Baltasar Pardal. Ella mismas nos explican el trabajo que desarrollan en el Seminario Mayor: “que en nosotras puedan encontrar unas madres que suplan a las que han dejado en sus hogares de procedencia”.
a creciendo en la Iglesia la conciencia de la necesidad de contar con sacerdotes santos y profundamente preparados, que puedan de verdad servir a todo el pueblo de Dios en su búsqueda de la santidad y en su empeño apostólico por anunciar el Evangelio. La Delegación de Vocaciones centraliza y coordina las tareas de oración, información, organización de jornadas, etc., que se desarrollan en nuestra diócesis para alentar una súplica constante a Jesucristo: “envíanos pastores como Tú”.
“Al verlos, compruebo de nuevo cómo Cristo sigue llamando a jóvenes discípulos para hacerlos apóstoles suyos, permaneciendo así viva la misión de la Iglesia y la oferta del Evangelio al mundo” Benedicto XVI en la celebración eucarística con los seminaristas durante la JMJ 2011