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NAVIDAD
UN REGALO DE NAVIDAD
Por Lau Carranza.
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n una pequeña ciudad, había una sola tienda que vendía Eárboles de Navidad. Allí se podían encontrar árboles de todos los tamaños, formas y colores. El dueño de la tienda había organizado un concurso para premiar al arbolito más bonito ymejor decorado del año. La familia que ganara el concurso sería premiada con una deliciosa cena de Navidad para la familia completa en el calor de su propio hogar. Todos los niños querían el premio para disfrutar con su familia esa exquisita cena, así que acudieron a la tienda a comprar su arbolito para decorarlo yllevarlo al concurso. Los arbolitos de Navidad también estaban muy emocionados esperando que los niños llegaran decididos a comprarlos, así que se colocaron en el aparador de la tienda con su mejor pose para lucir muy verdes, frondosos, grandes y así ser escogidos por los niños. Los arbolitos, muyemocionados gritaban: -¡Escójanme a mí! –“Ami”, “Aquí estoy” decían otros. Cada vez que entraba un niño a la tienda, todos los árboles se esforzaban por llamar la atención yser los elegidos. Uno de ellos que estaba en el centro de la tienda decía: - “Escójanme a mí porque soy muy grande y mi estrella podrá verse desde muylejos” . El que estaba junto a éste, decía: “Mejor llévenme a mí que soy gordito, así podrán colgar muchos adornos y esferas en mis abundantes ramas” .
Ahí cerca podía escucharse una agradable música navideña que salía de otro arbolito que gritaba: -¡Heymírenme! ¡Yo tengo música con villancicos! - ¡Y yo tengo luces incluidas! Dijo otro prendiendo y apagando decenas de foquitos multicolores. Mientras otro decía con cierta presunción: -“Todos querrán llevarme a mí porque soyblanco como la nieve” … Los árboles trataban de llamar la atención de los niños, quienes volteaban hacia todos lados buscando el mejor. Fueron pasando los días y la tienda se iba quedando sin árboles, hasta que solo se escuchaba el susurro de uno de ellos. Era un pequeño árbol arrinconado hasta el fondo que decía: -“Pst, Pst, llévenme a mí que soychiquito” Ya en vísperas de la Noche Buena, llegó a la tienda un matrimonio muyelegante buscando un árbol. El dueño de la tienda les dijo: -“El único árbol que me queda es uno muy pequeñito”. Ellos, sin pensarlo mucho se lo llevaron. Al fin y al cabo era el último que quedaba. ¡El pequeño árbol estaba muy feliz! ¡Por fin alguien lo decoraría y hasta podría ganar el concurso! Tristemente la felicidad le duró muy poco. Llegaron a una enorme y elegante mansión, llena de lujo y riquezas. Pusieron al arbolito en la sala y salió a su encuentro una niña pequeña llamada Regina. El árbol, que de por sí era pequeño, lo parecía aún más en esa sala tan grande. Así que cuando Regina vio el pequeño árbol que sus padres le habían comprado, gritó furiosa: -“No puedo creer que éste sea el árbol que me trajeron para adornar. ¡Es demasiado pequeño! ¿Creen que con esto voy a ganar el concurso? ¡Claro que no! ¡No lo quiero! ¡No me gusta! ¡Llévenselo!” Entonces el arbolito fue devuelto a la tienda. Estaba muy triste sintiéndose rechazado ymuypoca cosa por ser tan pequeño. El dueño de la tienda estaba por cerrar, cuando llegó una familia muy sencilla y humilde. Por sus ropas se podía ver que vivían en la pobreza. Así que el dueño de la tienda pensó que no les alcanzaría para comprarlo y continuaba preparando todo para cerrar su tienda. Los ojos de todos en la familia les brillaron al ver al pequeño árbol. Tímidamente el papá preguntó el precio. El papá había trabajado duro para poder comprarlo y pudo completar la cantidad solicitada. Cuando salían de la tienda los niños con mucha alegría dijeron: -“¡Éste es papi, lo encontramos! ¡Es el que tanto habíamos soñado! Ya en su hogar, los niños pasaron la noche abrazando al arbolito chiquito y decorándolo hermosamente mientras cantaban villancicos.
Al día siguiente, era el día de Navidad y el esperado concurso. Fueron llegando las familias, cada una con su árbol. Todos eran muy bonitos con sus decoraciones de esferas, luces de colores, escarcha, moños y adornos de todo tipo. Llegando la hora de la premiación, nadie podría adivinar que el arbolito premiado fue… ¡Si, exacto, el arbolito pequeño! Tal vez sus decoraciones no eran las mejores ni las más lujosas, pero como era el más amado, se veía más feliz que los demás y lucía esplendoroso y brillante. Se notaba que había sido adornado por toda la familia con amor, cariño yesfuerzo. Aquella noche, todos juntos pudieron disfrutar de la exquisita cena que ganaron alrededor de su amado, feliz y pequeño arbolito navideño. Ésta historia nos recuerda que no es tan importante tener una enorme y lujosa casa con un árbol grande y elegante; la alegría se consigue compartiendo amor, dando lo mejor de nosotros al compartir en familia y estando agradecidos con lo que tenemos, aun cuando nuestra casa sea pequeña. Que ésta Navidad podamos sentirnos como aquel arbolito que a pesar de ser chiquito se sintió muyamado yfeliz. ¡Tan, Tán!
Por: Max Lucado
La Navidad, como decía mi papá, es acerca de Cristo. El nombre de Cristo encierra todo el sentido de la Navidad, por el amor de Dios. No se trata de Papá Noel, las compras o el reno. Se trata de Jesús.
e encantMrepiquen! escuchen a ¡ ! la Navidad. ¡Que lo Que los cantores de ¡Mientras más Papá s cascabe villancicos Noel, mej les se or! ¡Mientras más árboles, mejor!
Me encanta la Navidad. El jo, jo, jo, el ro po pom pom, y las películas y canciones navideñas. La «Noche de paz» y los caramelos.
No me quejo de las tiendas abarrotadas. No refunfuño por los supermercados atestados de gente. ¿El vuelo está lleno? ¿No cabe un alma más en el restaurante? ¡Qué importa! ¡Es Navidad! Ya mí me encanta la Navidad.
Me puedes traer a Scrooge, al primo Eddie y la «escopeta de aire comprimido modelo Red Ryder con capacidad para doscientos balines». «¡Te vas a volar el ojo de un tiro!».
Las guirnaldas y el ruido, y el levantarse para «ver qué está pasando». Bing y sus canciones. Los globos de Macy's. Los besos bajo el muérdago, las listas de peticiones para Papá Noel y los platos preferidos. La nieve de los días festivos, la vestimenta de invierno yla nariz roja de Rodolfo.
Me encanta la Navidad. Me encanta porque alguien, en algún lugar, hará las preguntas de Navidad: ¿y por qué tanto revuelo acerca del bebé en el pesebre? ¿Quién era él? ¿Qué tiene que ver su nacimiento conmigo? El interrogador puede ser un niño mirando al patio en una guardería. Tal vez un soldado asignado lejos de su hogar. O puede ser una joven mamá que, por primera vez, sostiene en sus brazos a su bebé en Nochebuena. La temporada navideña insta a hacer preguntas.
Recuerdo la primera vez que hice esas preguntas. Crecí en un pueblito pequeño al oeste de Texas; hijo de un mecánico y una enfermera. Nunca fui pobre, pero ciertamente tampoco rico. Mi papá instalaba oleoductos en los campos petroleros. Mamá trabajaba el turno de tres a once en el hospital. Todas las mañanas, yo seguía a mi hermano mayor hasta la escuela primaria, y en las tardes jugaba a la pelota en el vecindario.
Papá estaba a cargo de la cena. Mi hermano lavaba los platos y yo me encargaba de barrer el piso. Nos bañábamos cerca de las ocho de la noche o antes, y ya para las nueve estábamos en la cama, con permiso para hacer solo una cosa antes de apagar las luces. Podíamos leer.
Dentro del baúl al pie de nuestra cama había libros para niños. Libros grandes, cada uno con ilustraciones satinadas y en colores llamativos. Los tres osos vivían en el baúl. También el lobo grande y malvado, los siete enanos, y un mono con una lonchera, del que no me acuerdo el nombre. Y en alguna parte del baúl, debajo de los cuentos de hadas, había un libro sobre el niñito Jesús.
En la cubierta tenía un pesebre color amarillo-heno. Una estrella brillaba sobre el establo. José y un burro, con los ojos igual de abiertos, estaban parados cerca. María tenía un bebé en los brazos. Ella lo miraba y él la miraba a ella, y recuerdo que yo los miraba a ambos. Mi papá, un hombre de pocas palabras, nos había dicho a mi hermano y a mí: «Muchachos, la Navidad se trata de Cristo».
En uno de esos momentos de lectura antes de dormir, en algún punto entre los cuentos de hadas y el mono con la lonchera, pensé en lo que él había dicho. Comencé a hacer preguntas sobre la Navidad. Y de una u otra manera, las he seguido haciendo desde entonces.
Me encantan las respuestas que he encontrado. Como esta: Dios sabe cómo nos sentimos los seres humanos. Cuando le hablo sobre plazos de entrega o filas largas o tiempos difíciles, él entiende. Él ha pasado por eso. Él ha estado aquí.