Tesis Rostro de mujeres, caminos de resistencia

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ROSTROS DE MUJERES, CAMINOS DE RESISTENCIA

Investigación monográfica para optar al titulo de Sociologa

Por YOLIMA M. RAMÍREZ ACEVEDO Cc: 21 549 252

Asesora: LUZ MARÍA LONDOÑO Investigadora Asociada del Instituto de Estudios Regionales –INER-

DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 2002


PRESENTACIÓN Durante los años comprendidos entre 1998 y 2000, a partir de la oportunidad brindada por la Comisión Intergregacional

de Justicia y Paz, sede Medellín, realicé algunos

acompañamientos como voluntaria a varios lugares del Urabá antioqueño y chocoano, donde tuve contacto con comunidades de desplazados, ubicadas unas en albergues de Dabeiba y Turbo y otras en proceso de retorno en el Carmen del Atrato-chocó. Dicha experiencia me permitió un acercamiento real con las víctimas de la guerra en Antioquia, y de alguna manera también vivir la violencia y la confrontación armada muy de cerca. Los desplazados en proceso de retorno me impactaron de modo especial por el sentido de pertenencia y arraigo a sus tierras,

donde forjaron historia, generaciones familiares,

bienes materiales y emocionales, frente a lo cual el miedo pierde fuerza, siendo el sentido de organización y de lucha por la recuperación de lo suyo lo que les anima a despertar una nueva conciencia frente a su papel en la confrontación armada. De modo que ya no son las víctimas pasivas y silenciosas, sino los campesinos, los indígenas, los hombres y mujeres que se oponen a una guerra donde la disputa territorial de los actores armados arrincona inmesericordemente a la población civil, que lucha por la recuperación de sus poblados, de sus parcelas, aunque sea de una pequeña porción de tierra donde puedan vivir, cultivar, sin tener que ser colaboradores de ningún guerrero. Así conocí las comunidades de paz de San José de Apartadó y la comunidad indígena de los Embera Katios en el Carmen del Atrato; comunidades de cincuenta, setenta personas que se declaraban en resistencia contra la guerra a través de la declaratoria de neutralidad activa. Con ellos me acerqué por primera vez a la resistencia civil y desde entonces este tema empezó a perfilarse como una inquietud académica, que me permitiera pensar y difundir esta práctica más allá de las selvas apartadas donde ellos la viven. La resistencia civil –pensé– debe constituirse en la razón de lucha de toda la sociedad civil colombiana, no sólo es un asunto de los desplazados. La academia desde la investigación tiene el deber de generar conciencia política e impulsar al Estado colombiano, a la comunidad internacional e incluso a la misma población civil para buscar una salida no violenta desde a la confrontación armada y política. Una de las características que más me impactó de dichas comunidades fue que estaban


constituidas mayoritariamente por mujeres y niños. Los hombres eran pocos, casi todas las mujeres eran viudas o estaban solas, pues a sus hombres se los habían asesinado, desaparecido o reclutado para la guerra. Ellas, en particular las de la comunidad campesina de San José de Apartadó, abanderaban los procesos comunitarios de organización, de capacitación, de atención del hogar, de siembra, de recolección de cosechas, de búsqueda de los modos para comercializarlas. También le hacían frente a los actores armados, que desconociendo su declaratoria de neutralidad llegaban a exigir colaboración. Desde el testimonio de dichas mujeres nació la inquietud por reflexionar acerca de una resistencia civil femenina. Así, después que culminaba cada periodo de acompañamiento y salía de las montañas para retornar a las aulas, la revisión bibliográfica fue ubicándome desde la perspectiva teórica. Conocí entonces dos casos particulares de mujeres en resistencia en distintos periodos históricos y contextos sociopolíticos: las Madres de la Plaza de Mayo y las Mujeres de Negro de Belgrado, experiencias me impactaron. Revisando un poco estas experiencias que tenían un impacto nacional, surgió la pregunta por Colombia, y en el año 2001, en medio de los ires y venires por resolver esta inquietud, supe de la existencia de la Ruta Pacifica de las Mujeres y de la Organización Femenina Popular –OFP– de Barrancabermeja. La primera noticia que tuve de ellas fue la movilización a nivel nacional que emprendería la Ruta Pacifica a Barranca en el mes de Agosto de ese año para acompañar a las mujeres de la OFP. Después de un par de meses indagando quiénes eran y qué hacían unas y otras, me di cuenta que, nacidas en la década del noventa, se pronunciaban contra la confrontación armada. Así entonces, después de deliberaciones, de múltiples conversaciones con profesoras, con amigas feministas, de considerar posibilidades, la Ruta Pacifica se convirtió en el sujeto activo de mis preguntas frente a la resistencia civil de las mujeres contra la guerra en Colombia. Dicha elección fue motivada fuertemente por las experiencias de resistencia de las argentinas y las yugoslavas; de algún modo ellas marcaron mis primeras preguntas sobre la resistencia de las mujeres, a medida que fui estableciendo algunos puntos de convergencia y divergencia. Igualmente empezó la búsqueda por quienes han realizado elaboraciones conceptuales sobre la resistencia civil y la no violencia; así me encontré con


Michael Randle, Gene Sharp, Gustavo Matus Lagos y Ameglio Pietro. Ya en esta etapa del proceso, de nuevo la experiencia con las comunidades campesinas e indígenas en retorno de San José de Apartadó y Carmen del Atrato fue decisiva al momento de concretar mis preguntas de investigación, puesto que ya pensándolas a la luz de los hallazgos realizados y de los casos de resistencia que tenía parcialmente trabajados, surgió una nueva inquietud, que nacía de considerar que cada grupo humano y cultural desarrollaba la resistencia civil de forma distinta. Aún cuando los campesinos y los indígenas que acompañé realizaban su resistencia desde la declaratoria de neutralidad activa, ambos casos revestían diferencias en las formas particulares de concebir la resistencia y de aplicarla. vi. entonces que los contextos concretos de guerra y violencia que padecían, al igual que las características propias de una y otra cultura, eran determinantes a la hora de definir las acciones que emprenderían para manifestar su no colaboración con los actores armados. En este sentido logré establecer el punto central de partida: las mujeres, como un grupo con características y funciones social y culturalmente determinadas, igualmente podrían significar y vivir la resistencia de un modo distinto desde su posición de género y su identidad femenina. Lo cual implicaba a su vez considerar que la resistencia no era una experiencia homogeneizante, sino por el contrario una práctica política que si bien tenía unos soportes teóricos y metodológicos, albergaba a su vez matices respecto a su significación, sus métodos y sus estrategias de aplicación, asociados con las características particulares de cada grupo de resistentes, el momento histórico, el contexto social, político, cultural, y la situación frente a la cual se resistía. Así se logró configurar un proyecto de investigación que recogiera la inquietud por indagar acerca de una resistencia civil con identidad femenina, la cual, a su vez, albergaría matices de acuerdo a los grupos particulares de mujeres y a sus respectivos contextos. Y por último, que si bien existen esos matices diversos al interior de ella, la vinculan los símbolos y representaciones asociados e incorporados por las mujeres con respecto a su identidad femenina, vividos ya desde el espacio político de la resistencia. A través del proyecto el lector podrá identificar de modo más claro y estructurado dichas preguntas, articuladas con unos objetivos específicos. Aquí sólo se quiso darle a conocer cuál fue el origen de esta inquietud y los hilos rectores de esta investigación. Espero que


sea una provocación para continuar reflexionando sobre la resistencia civil, más aún cuando esta práctica parece comenzar a tomar fuerza en nuestro país.


INTRODUCCION

A través de la presentación el lector tuvo un primer acercamiento con el origen de las preguntas de investigación, y fue advertido de que más allá de los resultados aquí expuestos, la resistencia civil ofrece un amplio abanico de posibilidades para continuar siendo pensada e indagada. Si bien se tomaron tres casos de mujeres resistentes: las argentinas, las yugoslavas y las colombianas, es la experiencia de estas últimas la que se aborda más profundamente, en tanto es desde ellas que se realiza el análisis grueso de esta investigación. Sin embargo, los otros tres casos revisten importancia, en tanto ofrecen elementos significativos para hilvanar relaciones, comparaciones y soportar el análisis final con referencia a los interesantes matices que ofrece la significación y práctica de la resistencia civil. En consecuencia, este informe final se configura en cuatro capítulos. En el primero de ellos se realiza una contextualización de la guerra en Colombia y Antioquia, donde se exponen algunos lineamientos que dan cuenta de la complejidad de la guerra colombiana desde el entretejido de múltiples violencias y actores, y su continuo proceso de degradación, cuya principal característica es la utilización de la población civil para aterrorizar y demostrar fuerza ante el enemigo. En este sentido, Antioquia se mira con un poco más de detenimiento, esbozando la problemática de la extensión del enfrentamiento armado a la ciudad y dando cuenta de la victimización a la que están siendo sometidas las mujeres por los guerreros. De modo que se empieza con un panorama amplio de la guerra en Colombia, para terminar introduciendo la situación de las mujeres

en la guerra. Se

muestras entonces en este capítulo la primera cara de la moneda de la resistencia, es decir, las situaciones injustas –en este caso la guerra– que alientan y determinan la organización de las víctimas para propugnar un cambio. En el segundo capitulo se exponen dos experiencia de resistencia protagonizadas por las mujeres. El caso de las mujeres argentinas –Madres Plaza de Mayo– durante la represión de la dictadura militar, quienes en un primer momento se organizan motivadas por la desaparición de sus hijos e hijas por parte del régimen dictatorial argentino de 1975, hasta lograr articular sus demandas especificas a la problemática nacional, convirtiéndose hasta nuestros días en constantes opositoras de los abusos de Estado.


El segundo caso corresponde a las yugoslavas –Mujeres de Negro de Belgrado–, quienes a partir de la confrontación interétnica y la manipulación de su maternidad para fines nacionalistas se pronuncian contra el militarismo, articulando sus demandas de género a el contexto de intolerancia y guerra de Yugoslavia, al tiempo que tejen hilos de solidaridad y extensión de su experiencia con mujeres de otros puntos del planeta. En el tercer capítulo se presenta el análisis de las dos experiencias anteriores, exponiendo las significaciones que entraña la resistencia civil para cada una de ellas, y en relación con ello, los métodos, estrategias y acciones que utilizan para su resistencia. Se aborda además la relación existente entre la práctica de la resistencia de estas mujeres y la lucha por la conquista de la vida pública y de espacios reales y efectivos de participación y decisión política desde sus propias demandas. Igualmente, se introduce un primer análisis sobre la resistencia simbólica como uno de los elementos que particularizan la resistencia civil femenina. En el cuarto y último capitulo, de un modo más extenso se expone y analiza la Ruta Pacifica regional Antioquia como movimiento de resistencia civil. En él, a partir de una introducción de los principios, demandas y propuestas de la Ruta, se analizan la significación, los métodos, las estrategias y acciones de resistencia considerando el componente subregional y étnico. Dicha experiencia vuelve otra vez, de modo más argumentado, a soportar la idea de que la resistencia civil alberga amplios matices en su significación y modo de ser expresada, en tanto cada subregión y el grupo étnico trabajado entrañan diversidades

en estos aspectos, aún cuando se ven cobijados por la Ruta

regional. Así mismo, se analiza lo simbólico con mayor profundidad, desde su estrecha relación con la práctica política de la resistencia como elemento identitario de la resistencia de estas mujeres. Estos cuatro capítulos proporcionan el material para esbozar algunos apuntes que, a manera de conclusiones y de recomendaciones, hacen referencia a los matices y las convergencias que alberga la resistencia civil femenina.


MUJERES EN RESISTENCIA CIVIL NO VIOLENTA CONTRA LA GUERRA: EL CASO DEL MOVIMIENTO DE MUJERES EN RUTA PACIFICA Regional Antioquia Por otra parte, la teoría y la práctica de la noviolencia han sido ajenas a las preocupaciones en boga entre politólogos y sociólogos, hasta el punto de que su estudio no figura en los programas universitarios habituales de las cátedras de ciencia política y sociología

1.

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

Algunas sociedades en guerra, entre ellas la colombiana, comparten un conjunto de características comunes que se pueden resumir bajo los términos de polarización y militarización. Al generalizarse la guerra disminuyen las posibilidades de neutralidad, porque los actores beligerantes obligan a la sociedad a tomar parte por uno u otro bando. El proceso de degradación de la guerra en general se mide también por su incidencia negativa en la población civil ajena a la confrontación, sometida a una violación sistemática de los Derechos Humanos, al despojo de sus tierras y propiedades y a los intentos de homogeneización política sustentados en intereses diversos de quienes acuden a la violencia para lograr sus fines. La dinámica del enfrentamiento armado rompe de forma violenta la red social al generar muertos y movimientos masivos de fuga al interior del país y/o hacia otros países; al instalar el terror y la amenaza permanente de ser objeto de agresión física o psicológica; al convertir a cada civil en posible blanco de acciones bélicas. Las familias se ven sometidas a enfrentar la pérdida de uno o

más de sus integrantes por asesinato, desaparición,

secuestro, exilio, e incluso, en algunos casos, porque alguno o varios de sus miembros han optado por vincularse a un actor armado . Las comunidades sometidas al desplazamiento pierden el sentido de vinculación a un territorio, al vecindario, a las formas comunitarias de organización. Algunas veces aunque la comunidad en sí no es sometida al éxodo, recibe amenazas y advertencias acerca de


las actividades vecinales promovidas por sus mismas organizaciones; los actores armados intentan tomar el control de las relaciones sociales y prohíben cualquier forma de vinculación solidaria y de organización. Paralelo a ello, la guerra y en general las situaciones de conflicto también posibilitan nuevas formas de organización social de las víctimas, para reclamar un mejoramiento de su situación, demandar el respeto a los Derechos Humanos y exigir la finalización del enfrentamiento armado, surgiendo así nuevos actores de la sociedad civil. Esta etapa de organización se presenta, valga aclararlo, después de que las personas, generalmente en forma grupal y con ayuda de instituciones y organizaciones humanitarias, han comprendido su situación de víctimas dentro de la guerra y el conflicto y han asumido como su responsabilidad la búsqueda de un cambio social que, por experiencia, saben no está en manos de los violentos. Una de estas formas de organización es la llamada Resistencia Civil, definida como un Método de lucha política colectiva que evita cualquier recurso sistemático a la violencia

Concebida así, uno de sus elementos centrales, como lo destaca Ameglio, es Situar la lucha en el plano de la confrontación moral, donde tiene una centralidad determinante lograr evidenciar ante las masas y las fuerzas del adversario la inhumanidad e injusticia de sus posturas

Pocos autores se han detenido a indagar los significados que la resistencia civil tiene para sus actores, significados asociados a sus formas particulares de percibir e interpretar la realidad que les circunda y a partir de la cual se organizan para alcanzar unos objetivos colectivos. Desde esta perspectiva, la resistencia civil como significado puede albergar una serie de elementos diferenciales de acuerdo al grupo y al contexto que la practique, en tanto no es vista ya como un fenómeno general que igual significa para todos los casos, sino que se transforma en un “elemento” con sabor y acción propia de acuerdo a quiénes la viven y dónde la viven. Son sus actores quienes la resignifican y, en consecuencia, conciben sus estrategias de resistencia. Si bien la resistencia civil tiene unos fundamentos filosóficos y debates teóricos y políticos, ello no debe convertirla en un concepto homogeneizante de las experiencias de


resistencia, en tanto que cada sociedad, etnia, grupo, tiene motivos y demandas específicas y diversas, enmarcadas también dentro de un contexto socio-cultural particular. Son justamente estas particularidades las que enriquecen la reflexión en torno a este método de lucha política colectiva. En Colombia, muchas mujeres, luego de realizar sus propios procesos de interpretación y comprensión de las dimensiones de la guerra en el país y siendo sus testigos o sus víctimas, han optado por resistirse a ella, esta presencia de las mujeres en contra de la guerra se ha expresado en diferentes ámbitos y a través de diversos medios, entre ellas están, para citar algunos ejemplos la Organización Femenina Popular de Barrancabermeja, la Red Nacional de Mujeres, la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas de Colombia, ANMUCCIC; Mujeres en Ruta Pacifica, movimiento popular de mujeres, entre otras, son algunas de las expresiones de organización de las mujeres contra la guerra. A éstas se le deben sumar las que existen en el ámbito regional, que si bien no tienen impacto nacional realizan acciones de resistencia civil a la guerra y despliegan actividades tendientes a generar espacios de negociación y cese al fuego. Lo que ilustra cómo en las últimas décadas, los grupos y los espacios organizativos de mujeres han dado prioridad a la situación de guerra y violencia que vive el país. En diversos países, las luchas de las mujeres, sean feministas o no, han provocado un impacto en el sistema político a través de la critica que han ejercido sobre el mismo, cuestionándolo y ampliándolo, generando cambios importantes relacionados con la consideración de la condición de las mujeres, las relaciones de género y la vida cotidiana en general . Desde esta perspectiva es posible, por ejemplo, entender a las Madres de la Plaza de Mayo EN Argentina, que declarando no ser feministas, desde el reclamo al Estado por sus hij@s han resignificado la maternidad, convirtiéndose en un símbolo de la indignación de la sociedad civil contra los regímenes burocráticos-autoritarios del Cono Sur. A las Mujeres de Negro, nacidas en Israel y presentes en Belgrado, Italia, España, México, Turquía, Gran Bretaña, Dinamarca, Alemania, India, Sudáfrica, Filipinas y ahora en Colombia, quienes vestidas de negro y en silencio manifiestan su repudio a la guerra, inventando nuevas formas y códigos para expresar la resistencia civil de las mujeres contra la guerra desde una postura feminista.

A las Mujeres en Ruta Pacifica de Colombia, quien se


constituye en el presente proyecto monográfico en el caso central de análisis de la resistencia civil femenina contra la guerra. El Movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica nace en Colombia en 1995 y en Antioquia a mediados del año 2000, siendo la agudización y la degradación de la guerra en este departamento la que convoca su nacimiento. Forma parte del movimiento internacional de Mujeres de Negro, el cual declara:

Aunque no es fácil inventar nuevas formas y códigos para expresar la resistencia civil de las mujeres contra la guerra, hemos decidido mantener el rito del color negro y el silencio, no para alimentar la tradición, sino que exponemos el color negro en la calle como un color visible, político, para expresar nuestra conciencia insumisa. Nuestro estar en las calles es revelarnos directamente, interferir directamente. A través de nuestros cuerpos, como un grito, una advertencia, expresamos la rabia y el desprecio hacia todos los que desean y hacen la guerra. Vestimos de negro para protestar contra los líderes responsables de las víctimas de esta guerra... es imposible impedir la guerra con las armas. Estamos convencidas profundamente de que el respeto a la vida humana es la premisa fundamental de toda actividad política y social. La guerra no la hemos buscado ni la queremos; la rechazamos por vía de la solidaridad activa como mujeres

La Ruta Pacífica ha contado con la participación de diversos sectores del movimiento social de mujeres –organizaciones, grupos, redes, instituciones, ONG de mujeres– e incluso de mujeres y hombres independientes y/o pertenecientes a otras instituciones. Por ejemplo alzar la voz frente a la manera como se abordan los conflictos económicos, políticos y sociales en el país, fue el motor que impulsó y dinamizó el compromiso para iniciar su proceso. Definiéndose como una propuesta política feminista, que propugna por la tramitación negociada de los conflictos, y declarándose pacifistas, antibélicas y constructoras de una ética de la no-violencia, suscitan procesos de reflexión sobre la guerra y las consecuencias que tiene en la vida de las mujeres y para el conjunto de la sociedad. La resistencia de las Mujeres en Ruta Pacífica es pues activa no violenta, y para expresarla recurren a acciones simbólicas cargadas de contenidos de denuncia y protesta social. No obstante su corta existencia, la Ruta Pacífica ha tenido un importante desarrollo en la región y un protagonismo a nivel nacional, convocando a amplios sectores de mujeres rurales y urbanas: mujeres de Urabá, del Oriente, del occidente y el Nordeste Antioqueño, y una amplia variedad de organizaciones de mujeres de la ciudad de Medellín, pertenecientes a los diversos sectores populares de la ciudad.


La participación de estas últimas a nivel regional es destacada, representando una gran porción de mujeres cuya resistencia civil es contra la urbanización de la guerra. Estas mujeres de los sectores populares de Medellín denuncian y cuestionan la presencia de los actores políticos armados –FARC, ELN y AUC– en sus barrios, donde sostienen disputas armadas por el control del territorio urbano, sometiendo a la población civil, imponiendo normas a partir de la instalación del terror, generando desplazamientos de un barrio a otro, realizando tomas de viviendas para convertirlas en centro de operaciones. Es por ello que las Mujeres en Ruta Pacifica en Antioquia se manifiestan y resisten también, y de modo especifico, contra la urbanización de la guerra. Como particularidad que reviste especial interés en términos del estudio a realizar, cabe anotar que las mujeres en ruta pacifica no sólo se pronuncian en contra de los actores políticos armados –guerrilla, paramilitares y fuerzas armadas–, denunciando las violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario, sino que también sus acciones de rechazo se dirigen a las diversas bandas de delincuencia común que azotan a los barrios, y que en algunos casos se encuentran al servicios de los actores políticos armados que se hayan instalados en la ciudad. De cómo se han asimilado las estrategias de sometimiento empleadas por los actores políticos armados y la delincuencia común habla el empleo de mecanismos de dominación comunes a ambos, como es el caso del acceso carnal violento a mujeres como un método de terror contra la población civil femenina, empleado tanto por los primeros en la confrontación política armada, como por los segundos en contextos barriales como forma de retaliación entre bandas. Desde la identidad femenina y los roles que le han sido asignados, pero también desde el descubrimiento y vivencia de su propio cuerpo, las mujeres han construido sus propias representaciones y simbologías para intervenir en el mundo de lo público, en la sociedad patriarcal. Las Mujeres de la Plaza de Mayo, por ejemplo, incorporaron el pañuelo blanco en sus cabezas, y un pañal de sus hijos desaparecidos como símbolos de su resistencia y de su presencia en los actos; incorporaron también la oración como una estrategia de comunicación en momentos de riesgo y como forma de decir lo prohibido. Las Mujeres de Negro recurren, como su nombre lo indica, a los atuendos de color negro, color que ha sido culturalmente vinculado al luto, sobre todo al luto femenino.


Las Mujeres en Ruta Pacifica recurren al color negro, a las ollas anti-guerreristas –objeto vinculado al hacer de la mujer que cumple el rol tradicional de ama de casa, asociado a los símbolos de no a la guerra y expuesto en las movilizaciones–, a la danza, al ritual, expresando en lenguaje femenino su protesta contra la guerra y su propuesta política de salida negociada a la misma. Por otra parte el caso de las mujeres Argentinas –en un contexto de dictadura militar y desde una postura no feminista–, de mujeres de Belgrado –en un contexto de lucha territorial y étnica y desde la incorporación del pensamiento feminista–, de las mujeres colombianas, a partir de las Mujeres en Ruta Pacifica regional Antioquia –feminista y en un contexto de guerra que atraviesa todos los sectores de la sociedad y que progresa en su degradación y extensión territorial de modo complejo y ágil– entraña la diversidad del pensamiento y el hacer de la resistencia civil femenina. A partir de lo anterior, es posible pensar que las mujeres recurren a sus símbolos, cargándolos de nuevos valores, a veces resignificandolos de acuerdo a las condiciones particulares a las que se enfrentan, para construir sus estrategias y métodos de resistencia. No sólo como una manera de decir profundamente ligada a su identidad femenina, sino también como una forma de expresar de modo contundente, pero a veces en lenguaje cifrado, lo que la condición particular de la guerra no permite expresar de un modo explícito. Se intuye, entonces, que para estos tres casos de mujeres la resistencia civil entraña aspectos diversos en su significado, y que desde esa percepción y las condiciones de guerra en las cuales habitan, realizan construcciones diferentes de los métodos y estrategias de resistencia de acuerdo a los resultados esperados. Es en este contexto donde surgen las preguntas que orientarán la presente investigación: ¿Qué de las estrategias y de los métodos empleados vincula las experiencias de resistencia de estas mujeres, al punto que se precise hablar de una resistencia civil femenina? ¿Cómo se manifiesta su identidad femenina en su resistencia simbólica? ¿Cómo se caracteriza el movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica de la regional Antioquia como expresión de resistencia civil de las mujeres? Qué particularidades reviste en cuanto a la significación misma de la resistencia civil, en cuanto a los métodos y las estrategias empleadas para


expresarla? Sin duda alguna hay un abanico de posibles preguntas para encaminar la reflexión acerca de la resistencia civil –en este caso de la Resistencia Civil Femenina–, más aún cuando en nuestro país ésta apenas empieza a considerarse como una posibilidad de cambiar la lógica de la guerra y el dominio de los guerreros por la lógica de la paz, la negociación y la búsqueda de la justicia; la equidad y la búsqueda del mejoramiento de la calidad de vida. Por ello es necesario abrir este espacio en la investigación académica. Más aún cuando las mujeres han sido invisibilizadas como víctimas de la guerra y también como hacedoras de paz, aun cuando cientos de ellas están comprometidas activamente en la búsqueda de un nuevo orden social y político desde la no-violencia, reemplazando la búsqueda de poder por empoderamiento, buscando realizar cambios verdaderos que apunten al desarrollo social, a reducir la escalada de violencia y a alcanzar a las raíces mismas de la guerra, desde la visión y el accionar particular de un grupo en un contexto social determinado, en este caso, desde la visión del Movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica, Regional Antioquia.

2.

REFERENTES TEÓRICOS

Con el fin de abordar el problema de investigación, se propone asumir la perspectiva de género como marco interpretativo de tres categorías de análisis que constituirán el eje alrededor del cual se desarrollará la indagación: la guerra, los movimientos sociales y la resistencia civil. La perspectiva de género El género hace referencia a la forma en que todas las sociedades del mundo determinan las funciones, actitudes, valores y relaciones que les conciernen al hombre y la mujer. Mientras el sexo de una persona es determinado por la naturaleza, por la biología, el género lo elaboran la sociedad y la cultura, es decir, se construye a partir de lo que cada cultura reconoce como masculino y femenino y, por ende, como propio del ser mujer y del ser hombre. Es una elaboración cultural de la diferenciación sexual. Así, en el caso del género femenino la identidad ha estado asociada tradicionalmente con


la esfera de lo privado; histórica y culturalmente la identidad femenina es la identidad de los seres inferiores en el sistema, Una identidad que sólo es positiva cuando es naturaleza y es negativa para todo lo demás

Al género masculino se le han atribuido las características de la fuerza, el poder, la racionalidad, el dominio y la administración no sólo de la mayoría de los recursos materiales, culturales y simbólicos, sino también de los asuntos públicos, la ley y la justicia. En efecto, han sido los hombres quienes mayoritariamente a lo largo de la historia humana han impulsado y desarrollado las guerras. Tal como dan cuenta la mitología y la historia, su papel en ellas es protagónico; la guerra para los varones más que un deber, pareciera haber sido una vocación. Aunque también las mujeres en algunos contextos socio políticos e históricos se han incorporado a la guerra como combatientes, su número y sus roles no se igualan al de los varones [abordando sólo un aspecto de las implicaciones que ello supone]. Para el caso de Colombia la regla permanece, pues si bien existen mujeres vinculadas a los diferentes ejércitos, sean estos legales o al margen de la ley, su número y su accionar es limitado. Las mujeres vinculadas a las Fuerzas Armadas Nacionales cumplen fundamentalmente labores administrativas intermedias y logísticas estrictamente no bélicas; los ejércitos de izquierda son quizá quienes tienen mayor número de mujeres en sus filas como combatientes, pero por lo general sin asumir altos mandos o la dirección de frentes o columnas; la vinculación de mujeres al paramilitarismo es un hecho más reciente y minoritario, al menos por el momento. Independientemente del tipo de participación que las mujeres tengan en las guerras y aún en casos en que se hacen partícipes directas de las mismas, dada su fuerte adscripción tradicional al espacio doméstico, por lo general ellas siguen teniendo a su cargo el mayor peso de las responsabilidades familiares y comunitarias, lo cual hace que se incrementen sus obligaciones. Este hecho, resaltado por estudios diversos sobre lo que representa la guerra para las mujeres, es señalado así por el Instituto Panos: Por regla general el rol de la mujer cambia sin haberse planificado, debido a la desorganización, tanto social como económica, o porque la guerra requiere la fuerza de trabajo de las mujeres. En la guerra, una experiencia casi universal de las mujeres


es hacerse cargo de nuevas responsabilidades, sobre todo la de mantener económicamente a la familia, pero también acostumbrarse a nuevas maneras de gestionar, tomar decisiones y realizar tareas administrativas, como son el trato con la burocracia y los gobiernos.

En Colombia, aunque a causa de la guerra

muchas mujeres han sido víctimas de

amenazas y secuestros por una labor particular o por sospechas, la cotidianidad muestra que las cifras más representativas de homicidios y desapariciones, corresponden al sexo masculino. Si bien la participación diferencial de hombres y mujeres como víctimas directas de la violencia política ha sido escasamente registrada, las pocas veces que las estadísticas realizan esta clasificación muestran que mientras los hombres resultan mayormente afectados por asesinatos y desapariciones, las mujeres reciben un mayor impacto como sobrevivientes . En este sentido, los hechos parecen hablar por sí solos: cuando se visitan las zonas en conflicto recrudecido, salen al encuentro decenas de mujeres que han perdido a un esposo, a un hijo, a un hermano, a un hombre de sus familias, quedando ellas como memoria de la crueldad de la guerra. Considerando que las mujeres viven los conflictos sociales y políticos de un modo diferente a como son vividos por los hombres, la perspectiva de género constituye una herramienta valiosa de indagación, en la medida que ayuda a comprender no sólo el por qué de las diferencias a la hora de asumirlos y vivirlos, sino también

a la hora de

organizarse y resistir ante ellos. En este sentido, es preciso introducir en la presente investigación la perspectiva de género como un eje central

de análisis que busca

desentrañar y comprender algunas de las particularidades que la construcción cultural de la diferencia sexual le confiere tanto a la guerra y los movimientos sociales, como a la resistencia civil. La guerra La idea general de introducir la guerra como categoría de análisis es ubicar al lector en el contexto político y social de a guerra en Antioquia, argumentando su proceso de degradación y por ende, la victimización de la población civil, situación que ha generado una reacción por parte de esta última, desembocando en la organización y la movilización de propuestas y acciones en contra de la guerra y a favor de la paz, donde las mujeres han jugado un papel protagónico.


En Colombia la guerra como instrumento político se desarrolla como una guerra interna – que otros denominan conflicto político armado interno– entre miembros de un

mismo

grupo organizado (ciudadanos del mismo Estado) y en la que se inmiscuye a la población civil como parte de la estrategia bélica. La guerra en

Colombia es un fenómeno complejo, en tanto no sólo se libra una lucha

armada política entre dos ejércitos organizado –la fuerza pública y la subversión– sino que vincula una serie de actores que entretejen una serie de conflictos o guerras minoritarias, que finalmente, configuran el cuerpo de una guerra interna nacional donde la sociedad queda divida en una serie de bandos o facciones, siendo difícil localizar con certeza al “enemigo”, en otras palabras, parecería tratarse de una guerra de todos contra todos La guerrilla y los paramilitares se disputan la apropiación

por todos los medios de los

recursos de poder más diversos: económicos, territoriales, etc. Otros protagonistas, desde los narcotraficantes hasta las diversas bandas urbanas, interfieren de manera permanente en la situación de conflicto y violencia del país, incluso establecen alianzas con los grupos armados organizados con carácter político. Así por ejemplo en Medellín, las bandas de diferentes sectores están al servicio de la guerrilla o de los paramilitares, también, fundamentalmente en los años 80 trabajaron al servicio del narcotráfico en las labores de terrorismo y sicariato. De este modo, la violencia se ha convertido en el país en una situación generalizada, donde todos los fenómenos están en resonancia unos con otros. La violencia ejercida por los actores políticos organizados constituye el marco en el cual se desarrolla la violencia de los actores no políticos. Refiriéndose justamente a la complejidad de la guerra colombiana, a partir de la relación entre violencia política y no política, y a la crisis social y económica que ella implica, Pécaut anota: Una de las razones por las cuales se han vuelto fluidas las fronteras entre violencia política y no política, lo mismo que entre violencia organizada y desorganizada, es el hecho de que todos los protagonistas con capacidad de acción armada se encaminan desde ahora, como medio o como fin, al control de los polos de producción económica del país

Dado que resulta difícil y extenso pretender una reflexión de la guerra en Colombia que abarque todas sus dimensiones, en el presente estudio se hará una contextualización


general, que si bien pretende no omitir la complejidad del fenómeno, no se detendrá en descripciones o análisis, sino que, más bien, brindará un panorama general que soporte la contextualización de la guerra en Antioquia, su degradación, y su intensificación, y como expresión de esta ultima, su urbanización en la ciudad de Medellín. Con el propósito de soportar la reflexión en la teoría política se considerarán los desarrollos de Enrique Serrano Gómez, Carl Schmitt y Norberto Bobbio en torno a conceptos

y teorías sobre la guerra y la paz, y sobre la sociedad civil y la guerra. El

aspecto de la degradación del conflicto armado se analizará desde los desarrollos teóricos aportados por Gonzalo Sánchez y Daniel Pecaut; empíricamente desde los informes y balances sobre violaciones a los DD.HH y al D.I.H en Antioquia durante el período 1990-2001, así como sobre la urbanización de la guerra en Medellín, posibilitando un mapa general de la guerra en el departamento y en la ciudad. Así mismo, si bien apenas se empieza a investigar sobre género y conflicto armado en Colombia, se desarrollará una reflexión a partir de lo escrito hasta el momento. Igualmente, de hará una revisión de los bancos de información de algunas de las organizaciones de mujeres que en Antioquia se ocupan de estos temas, los cuales ofrecen testimonios de particular interés para la investigación. La resistencia civil Partiendo de la situación de guerra que vive el país, y continuando con la posición antibelicista asumida por la sociedad civil a través de la organización, se llega a la resistencia civil como una teoría –y una práctica– que contiene los dos elementos anteriores y determina unas pautas concretas y específicas de oposición a la guerra, en este caso como un método colectivo de lucha no violenta. Para lograr objetivos políticos, económicos y sociales, la resistencia civil de masas ha sido algo significativo en la historia occidental, sobre todo desde el siglo XIX, con las luchas obreras, campesinas y por los derechos políticos, civiles y sociales.

Existe un debate

entre si lo que se denomina resistencia civil sólo considera la protesta no violenta –de ahí el apellido de civil– o si en ella se pueden también contemplar las acciones violentas de protesta originadas en las masas que no hacen parte de sectores combatientes.


Para los intereses de esta investigación la resistencia civil se considerará como método de lucha no violenta. Se desarrollará en este apartado la exposición de algunos teóricos de la resistencia civil sobre el concepto, los fundamentos, los objetivos, las características, los métodos, estrategias y acciones que ella implica. Se abordarán las principales variantes y elementos que acompañan los debates teóricos –y que determinan la práctica– sobre la resistencia, tales como el pacifismo, la desobediencia civil, la no-violencia y la neutralidad activa,

conceptos que si bien hacen parte de la resistencia son constantemente

confundidos, aún cuando presentan diferencias entre sí y determinan cada uno unos componentes específicos de acción. La resistencia simbólica es considerada como un elemento activo dentro la resistencia no violenta, en tanto que implica la capacidad creadora de “combatir” al oponente sin armas bélicas, de expresar el descontento y de proponer un nuevo orden social a través de la fuerza moral, de lenguajes, representaciones y discursos que buscan un impacto emocional en el adversario, e incluso en la sociedad en la cual el movimiento de resistencia actúa. De allí la importancia que se le otorgará en la presente investigación al abordaje de la resistencia civil desde el uso de los símbolos: el ritual, los emblemas, y otro tipo de acciones y representaciones inscritas en este campo del símbolo, y a la cual se denominará resistencia simbólica, como una subcategoría con un peso particularmente importante en la resistencia civil no violenta, y específicamente en la resistencia civil femenina a partir de las mujeres argentinas, españolas, yugoeslavas y colombianas que serán sujetos de reflexión en este estudio. En el caso específico de las Mujeres en Ruta Pacifica contra la guerra, él ha construido un discurso propio y con ello una serie de creaciones simbólicas que no sólo hacen parte de sus prácticas de resistencia, sino también de la construcción su identidad. En palabras de una de sus integrantes, [...] existe en todo caso algo común entre nosotras que rechaza la guerra: la propia dimensión del cuerpo femenino [...] a todas las mujeres del mundo, que nos hemos comprometido con una propuesta distinta, nos es ajena esta guerra y por ello creemos que nuestras creaciones simbólicas siguen siendo válidas para sostener una postura frente al conflicto armado


A través de los colores, de los rituales y de una serie de simbologías, las mujeres de la ruta pacifica han forjado una identidad particular y ha creado un discurso anti-belicista. Así se realizará un acercamiento teórico a los símbolos, los rituales, los emblemas, como elementos activos de la identidad de los movimientos sociales y de los grupos organizados –en este caso particular, movimientos y grupos de resistencia civil femenina– así como a las acciones simbólicas que adquieren un peso relevante en la práctica de la no-violencia. 3.

HIPOTESIS

3.1 La resistencia civil femenina no es un concepto ni una experiencia homogeneizante. Aún cuando existen unos lineamientos teóricos y filosóficos básicos, ella adquiere matices propios de acuerdo al contexto socio-político, cultural e histórico en el que se desarrolla. 3.2 Si bien todas las formas de resistencia civil femenina entrañan matices diferentes en sus significados, estrategias y métodos, hay un aspecto vinculante: la identidad femenina y los símbolos y representaciones que han sido asociados con la feminidad e incorporados por las mujeres. 3.3 Los grupos de resistentes eligen sus métodos, conciben, preparan y dirigen sus estrategias con una organización y plan, con unas tácticas específicas, de acuerdo a los significados que cada grupo le da a la resistencia civil, a los resultados y el impacto esperado, y fundamentalmente de acuerdo al contexto y al oponente.


4.

OBJETIVOS

4.1

OBJETIVO GENERAL

Identificar y analizar los significados, los métodos y las estrategias de la Resistencia Civil de las mujeres contra la guerra en Colombia, a partir de la confrontación entre los desarrollos teóricos sobre la resistencia civil y la guerra y el trabajo etnográfico con el Movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica, regional Antioquia 4.2

OBJETIVOS ESPECIFICOS

Contextualizar la guerra en Antioquia, particularmente en lo que atañe a su degradación e intensificación y, como expresión de esta última, su extensión a la ciudad de Medellín. Identificar y analizar las tres dimensiones ya enunciadas de la resistencia civil – significados, métodos y estrategias– contra la guerra en el caso del Movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica regional Antioquia. Reconstruir tres experiencias significativas de resistencia civil de mujeres en realidades socio-políticas diversas: las Madres de la Plaza de Mayo y las Mujeres de Negro de Belgrado, para ubicar un contexto histórico que posibilite comparaciones con la experiencia del movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica, enriqueciendo el análisis y la reflexión en torno al tema.


5.

METODOLOGÍA Existe algo vital que no se puede conocer sino se tiene acceso al interior, esto es, reconstruir su realidad, recuperar el mundo tal como se ve desde sus actores (Schwart y Jacobs, 1984).

Perspectiva de la investigación: Cualitativa Estrategias investigativas: Investigación documental y método etnográfico Técnicas de recolección de datos: observación directa, entrevista y revisión documental y de archivos. Técnicas de registro de información: Fichas de contenido, diario de campo y grabaciones magnetofónicas. Técnicas de análisis e interpretación: análisis de contenido, categorías de análisis y análisis comparativo. Para poder comprender el mundo de la resistencia civil de las mujeres es necesario descubrir a sus protagonistas en resistencia, sus situaciones, su percepción e interpretación de la realidad y la forma en que éstas se relacionan con sus actos de resistencia. La investigación documental y la investigación etnográfica se constituyen en estrategias investigativas ejecutables de modo paralelo y cuyo objetivo es aportar elementos claves desde sus desarrollos a la recolección de percepciones, interpretaciones, significados y comprensión de la resistencia civil, tanto desde quienes la han estudiado y escrito sobre ella, como desde las mujeres que la viven. El método etnográfico, como primera estrategia de investigación, permite ingresar a sus mundos de vida, a sus comunidades, sus reuniones, sus actividades. Escucharlas, observarlas, trabar dialogo con ellas, preguntar, inquirir, vivir su mundo, entender la resistencia civil de acuerdo a su contexto cultural y social y en consecuencias identificar las estrategias y significados de la resistencia. Desde el trabajo etnográfico se utilizan como

técnicas de recolección de datos la

observación directa, el diario de campo y la entrevista.

A través del empleo de la


observación directa se expresa la preocupación por realizar una tarea desde “dentro” de la realidad del movimiento de mujeres en Ruta Pacifica, en contraste con las miradas externas de quienes han abordado teóricamente el tema de la resistencia civil femenina. El diario de campo se constituye en un registro acumulativo de todo lo acontecido durante el trabajo etnográfico, de interacción con la realidad y los sujetos de ella. La entrevista como proceso comunicativo permite la obtención de información desde los sujetos mismos de estudio, que facilita la identificación de discursos diferentes, expresiones y emociones, tan importantes para el objetivo de identificar sus propias construcciones y percepciones frente al conflicto, la organización femenina, la resistencia. Es decir, la entrevista posibilita, a través de la recolección de un conjunto de saberes y percepciones privadas, la construcción de un sentido social del grupo elegido, realizando una labor constante de análisis comparativo y discutiendo los aspectos más relevantes con las líderes del movimiento. Como técnicas de registro se acudirá a las fichas de contenido, que permiten no sólo un registro sistemático de la información, sino además su clasificación de acuerdo a categorías y la correspondiente recuperación y construcción de bases de datos manuales. La segunda estrategia investigativa es la investigación documental, utilizando como técnica de recolección de datos la revisión documental. Comprende la revisión de fuentes secundarias y de fuentes primarias. Desde los análisis teóricos, descripciones, narraciones, hasta documentos elaborados por las propias organizaciones de mujeres, biografías, actas, memorias. La investigación documental apoyará tanto la elaboración de los fundamentos teóricos y conceptuales de la resistencia civil, como la reconstrucción de tres experiencias concretas de resistencia civil femenina en contextos socio-políticos diferentes: las Mujeres de Negro de Belgrado y las Madres de la Plaza de Mayo de la Argentina, de tal suerte que permita no sólo una ubicación histórica de la resistencia civil femenina, sino también la identificación de elementos convergentes y divergentes con el caso particular del movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica.


Respecto al análisis de la información, y entendiendo éste cómo “el conjunto de manipulaciones, transformaciones, operaciones, reflexiones, comprobaciones que se realizan sobre los documentos con el fin de extraer significados relevantes con relación a un problema de investigación”, las técnicas a utilizar para tal efecto serán el análisis de contenido y el análisis comparativo, encaminados a extraer la esencia de la revisión documental y bibliográfica y del trabajo de campo y entablar un diálogo entre ambos. El análisis de contenido, tanto de la revisión documental como de las entrevistas, se realizará tomando como ejes las categorías de guerra, movimientos sociales y resistencia civil con sus respectivos fundamentos teóricos, de modo tal que el proceso de análisis sea sistemático y coherente a la hora de ordenar, clasificar, conceptualizar y establecer nexos y relaciones de la información. Este proceso de análisis se realizará en dos sentidos: intratextual e intertextual. En el primero se busca verificar la lógica y la coherencia de los discursos orales y escritos, así como identificar las ideas centrales, clasificándolas y relacionándolas mediante procedimientos de categorización y recategorización que buscan, a partir de categorías emergentes, de índole básicamente descriptiva, dar paso a categorías relacionales de orden más teórico. En el segundo se realizarán comparaciones entre discursos y se identificarán tendencias y rupturas entre los mismos.

Igualmente

ambos análisis serán contrastados a su vez con las observaciones y los datos obtenidos a través del trabajo de campo. Con el fin de verificar la validez y confiabilidad de los hallazgos se empleará el método de triangulación, buscando contrastar la información obtenida.

Delimitación espacio-temporal Para lograr una contextualización de la guerra en Antioquia, particularmente en lo que atañe a su degradación e intensificación –de la cual su urbanización es una expresión– se abarcará el período comprendido entre 1990 al 2001, en tanto que los años 90, con la aparición del paramilitarismo como un actor beligerante y activo dentro de la guerra, proporcionan elementos importantes para hablar de su agudización y degradación.


Por otra parte, el objetivo de identificar y analizar los significados, mĂŠtodos y estrategias de la Resistencia Civil contra la guerra del movimiento de Mujeres en Ruta Pacifica regional Antioquia, se suscribirĂĄ al perĂ­odo 2000-2002, periodo de surgimiento y existencia del movimiento en el departamento.


CAPITULO 1 DE LA FURIA DE LOS GUERREROS Y EL DOLOR DE SUS VICTIMAS: CONTEXTUALIZACION DE LA GUERRA EN COLOMBIA Y ANTIOQUIA Tristes guerras sino es amor la empresa. Tristes, tristes. Tristes armas sino son las palabras, Tristes, tristes. Tristes hombres sino mueren de amores, Tristes, tristes. (Fragmento poema tristes guerras de Miguel Hernández).

Algunas sociedades en guerra, entre ellas la colombiana, comparten un conjunto de características comunes que se pueden resumir bajo los términos de polarización y militarización. Al generalizarse la guerra disminuyen las posibilidades de neutralidad, porque los actores beligerantes obligan a la sociedad a tomar parte por uno u otro bando. El proceso de degradación de la guerra en general se mide también por su incidencia negativa en la población civil ajena a la confrontación, sometida a una violación sistemática de los Derechos Humanos, al despojo de sus tierras y propiedades y a los intentos de homogeneización política sustentados en intereses diversos de quienes acuden a la violencia para lograr sus fines. La dinámica del enfrentamiento armado rompe de forma violenta la red social al generar muertos y movimientos masivos de fuga al interior del país y/o hacia otros países; al instalar el terror y la amenaza permanente de ser objeto de agresión física o psicológica; al convertir a cada civil en posible blanco de acciones bélicas. Las familias se ven sometidas a enfrentar la pérdida de uno o

más de sus integrantes por asesinato, desaparición,

secuestro, exilio, e incluso, en algunos casos, porque alguno o varios de sus miembros han optado por vincularse a un actor armado . Las comunidades sometidas al desplazamiento pierden el sentido de vinculación a un territorio, al vecindario, a las formas comunitarias de organización. Algunas veces aunque


la comunidad en sí no es sometida al éxodo, recibe amenazas y advertencias acerca de las actividades vecinales promovidas por sus mismas organizaciones; los actores armados intentan tomar el control de las relaciones sociales y prohíben cualquier forma de vinculación solidaria y de organización.

Sin embargo, más allá de estos efectos tangibles, la guerra en Colombia entraña una complejidad a veces inabarcable donde se entretejen múltiples actores y múltiples violencias en un espiral ascendente donde la agudización de la guerra acrecienta y parece aún no tocar fondo, así en este capitulo se hará una breve reflexión sobre dichos aspectos presentando un panorama general de la guerra en Colombia y Antioquia. 1.1. El concepto de guerra Según Norberto Bobbio, las connotaciones más frecuentes de guerra son: Un conflicto entre grupos políticos respectivamente independientes o considerados tales, cuya solución se confía a la violencia organizada. Se está en presencia de conflicto cada vez que las necesidades o los intereses de un individuo (o de un grupo) no pueden satisfacerse sino en detrimento de otro individuo (o grupo)”

Para Bobbio la guerra, se constituye en un modo para resolver un conflicto, es decir considera la guerra como medio, de modo tal que plantea como problema

de fondo el

establecer si existen justas pretensiones para ella, por tanto para él la guerra también puede someterse a la evaluación de lo justo y lo injusto. Para Carl Schmitt la guerra se entiende como: La lucha armada entre unidades sociales organizadas, en las que cada una busca exterminar a la otra (aunque no siempre se llegue a este extremo), es decir a lucha que tiene como fin la negación óntica de un ser distinto.

Para Carl Schmitt, al contrario que para Norberto Bobbio, la guerra bajo ningún modo se justifica: No existe objetivo tan racional, ni norma tan elevada, ni programa tan ejemplar, no hay ideal social tan hermoso, ni legalidad ni legitimidad alguna que puedan justificar el que determinados hombres de maten entre sí por ellos. La destrucción física de la vida humana no tiene justificación posible, a no ser que se produzca, en el estricto plano del ser, como afirmación de la propia forma de existencia. Una guerra no puede justificarse tampoco a base de argumentos éticos y normas jurídicas


1.2. La degradación de la guerra en Colombia La guerra en Colombia ha padecido en el transcurso de los años un proceso acelerado de degradación del mismo. En palabras de Gonzalo Sánchez: Más que a una tendencial cualificación de la guerra, a lo que hemos asistido es a una degradación permanente de la confrontación social y política y particularmente de sus expresiones armadas. A pesar de los diferenciados objetivos que se pueden invocar, el hecho

es que la criminalización de los mecanismos utilizados por los múltiples actores en pugna ha terminado por pervertir el carácter de la guerra.

Para dar cuenta de este proceso Sánchez ubica tres momentos en la guerra Colombiana. El primero el de las guerras civiles que si bien podían llegar a ser sanguinarias, estaban regidas por inviolables códigos de honor que imponían, por ejemplo, el respeto a la integridad física de mujeres y niños. El segundo momento lo marca el periodo de la violencia de los años 50, donde.

Los

grupos rivales se eludían sistemáticamente y cuya estrategia de ataque al enemigo se desarrolló de manera indirecta a través de operaciones de exterminio contra la población civil, en su mayoría campesina. No había en aquel entonces consideraciones especiales de edad o sexo, sino todo lo contrario: a mayor indefensión, mayor sevicia. Sus resultados no se nombraban en términos de bajas al enemigo, sino de masacres, de genocidios, de víctimas. La función de esta guerra en este caso no era la de vencer o desarmar a un real o supuesto enemigo, sino la de producir el terror y la intimidación en regiones y comunidades enteras de una determinada composición partidista.

Este segundo momento marca un hito importante en la degradación de la guerra en Colombia, sin embargo a partir de la década de 1980 al presente la guerra en el país ha adquirido dimensiones que sobrepasan el horror, como lo explica Sánchez: En el momento actual, además de muchos de los componentes de las fases anteriores, siempre presentes, lo característico parece ser que nos estamos acercando de manera suicida a la guerra total, pero en sentido muy diferente al que le han dado los teóricos militares. Los asesinatos y las masacres de hoy en Colombia ya no tienen como límite una frontera que defina el “más acá” y el “más allá” en el forcejeo de bandos opuestos por controles territoriales


El conflicto entre los actores armados (paramilitares, guerrilla y fuerzas del estado), en la práctica se realiza contra la población civil. Los enfrentamientos directos entre ellos son escasos. En cambio, el ejército ha bombardeado zonas habitadas; la guerrilla ha quemado vehículos, asesinado personas desarmadas y difundido la orden de evacuación de las zonas; los paramilitares llegan a las distintas veredas y con lista en mano van asesinando a los líderes campesinos y a quien cuestione de alguna manera su actuar y dan igualmente la orden de desalojo argumentando que todo el que vive en la zona ha sido colaborador o miembro directo de la guerrilla. En repetidas ocasiones, cuando en los pocos enfrentamientos se producen bajas o derrotas frente al enemigo armado, se le cobra a la población civil por no haber informado de una posible celada.

Ese cobro implica el asesinato de los hombres de la familia, el

incendio de los ranchos de la vereda y la obligación de salir de la zona a todos los habitantes:

Es una guerra de todos contra todos. Es una guerra que juega con los que no están en ella, una guerra sucia. Es una guerra en la cual, para ser potencialmente víctima, basta ser el otro. No es sólo una guerra contra el estado o del estado contra la sociedad entera consigo misma. Es el suicidio colectivo

O en palabras de Daniel Pecaut: ...Todo esto es lo que me ha llevado a hablar de una guerra contra la sociedad. Mientras más crecen los enfrentamientos, más se afectan los más vulnerables y, como siempre ocurre, más se acentúa su miseria y se agudizan sus desigualdades.

Cabe la pregunta de sí este proceso de degradación de la guerra colombiana ha tocado fondo o si puede esperarse que el terror se agudice. Para Daniel Pecaut, no es posible descartar esta última posibilidad:

Todo parece indicar que las guerrillas y los paramilitares buscan, en lo sucesivo, provocar una polarización general en el país. En efecto las FARC tienden a presentarse como los únicos portavoces de la oposición al régimen, y los paramilitares como los únicos portavoces de la oposición a las guerrillas [...] si el gran proyecto de las guerrillas y de los paramilitares es impulsar la polarización, deberán desplegar todos los medios para alcanzarla .

Las acciones de los actores armados confirman día a día lo que en los medios académicos se debate: la guerra colombiana no parece tocar aún fondo y el horror no


parece aún tener límite. Basta con leer los casos presentados por los informes de derechos humanos, escuchar los registros de los medios de comunicación o los testimonios de las victimas sobrevivientes –cuando se atreven a hablar-, para comprender que ni los más rigurosos violentologos pueden predecir cuales son las fronteras de la guerra en el país. Para ilustrar el horror y la sevicia con que los actores armados desarrollan la guerra, se puede nombrar a los paramilitares –sin eximir a los otros actores armados, pero resaltando que son estos quienes han demostrado mayor ensañamiento en sus practicas guerreras-, estos no se contentan solo con matar sino que mutilan los cuerpos con el fin de demostrar que están dispuestos a destruir hasta los últimos restos de lo que es un ser humano. Todos los actores armados pretenden implicar a la población, sometiéndola y obligándola a huir, demostrando que toda neutralidad es en la práctica imposible. Las poblaciones no tienen ninguna garantía de estar al abrigo del terror. Saben que la protección otorgada por un grupo u otro sólo tiene una validez limitada; han aprendido que cuando el control de una zona pasa a manos de otro protagonista armado, son ellos quienes tendrán que responder por toda la colaboración prestada a los antiguos “jefes”. Sin duda alguna, estos hechos demuestran que la estrategia de los principales actores armados está ligada cada vez menos a los problemas sociales y a las reivindicaciones de las poblaciones locales; por el contrario su primacía es la dimensión propiamente militar, la cual pasa cada vez más por el uso del terror contra la población civil. Los centenares de miles de desplazados son uno de los ejemplos de expresión de este hecho. 1.3. De telaraña a maraña: la complejidad de la guerra en Colombia Como lo ilustra el título, la dinámica que se ha operado en la guerra en Colombia, el entrecruzamiento de lógica y de actores, han convertido la guerra en el país en una verdadera maraña, así, cada día resulta más difícil explicar las causas de la guerra en Colombia, delimitar fronteras entre actores, realizar una clara demarcación entre amigos y enemigos, explicar la complicada red de alianzas entre actores armados, definir claramente las fronteras entre violencia política y violencia no política, entre violencia


organizada y no organizada, argumentar de manera sólida las estrategias y los intereses de los guerreros, clarificar en qué momento la guerra dejó de ser asunto de ejércitos organizados y de partidos políticos para convertirse en una amalgama de múltiples violencias, de múltiples intereses, de variedad de actores, de cientos de causas y efectos en resonancia unos con otros.

Identificar a qué horas todos y cada uno de los

colombianos son parte de la guerra sin excepción y con altas posibilidades de ser victimas de su crueldad; determinar responsables y responsabilidades de esta guerra fraticida de un modo certero es imposible en este país. Por ello más que dar explicaciones y sentar verdades, al abordar la guerra colombiana se puede describir, se puede tratar de conectar algunos hechos y causas, se puede dar un panorama general, concientes de que ni el estudioso más entregado a la labor de escudriñar y entender esta realidad, puede dar un mapa completo y claro de una guerra que todos vivimos y ninguno comprendemos. 1.3.1. Los actores de la guerra: Múltiples, camaleónicos y voraces. La guerra colombiana no se libra entre ejércitos regulares dependientes de dos estados, sino frente a protagonistas irregulares que buscan apropiarse por todos los medios de los recursos de poder más diversos: económicos, territoriales, etc.

Otros protagonistas,

desde los narcotraficantes hasta las diversas bandas urbanas, interfieren de manera permanente en el desarrollo de este conflicto, de modo tal que se mezclan múltiples dimensiones, irrumpiendo otros fenómenos de violencia, que carecen de un sentido político, retroalimentándose unos con otros: Una de las razones por las cuales se han vuelto fluidas las fronteras entre violencia política y no política, lo mismo que entre violencia organizada y desorganizada, es el hecho de que todos los protagonistas con capacidad de acción armada se encaminan desde ahora, como medio o como fin, al control de los polos de producción económica del país.

El complejo entramado de la violencia y la guerra en Colombia no sólo conoce de la constante retroalimentación entre la violencia organizada y desorganizada, sino también de las interferencias e interacciones estratégicas entre ambas, y a su vez entre sectores organizados “antagónicos” en un momento dado. Por ejemplo, las fuerzas del orden se han apoyado en el cartel de Cali para combatir al cartel de Medellín, los grupos paramilitares pasan a veces de la alianza con la fuerza pública al enfrentamiento, las


guerrillas y los paramilitares en unas zonas del país sostienen enfrentamientos y en otras zonas estratégicas de producción y procesamiento de coca, conviven con perfectos acuerdos “comunitarios” y “laborales”.

Habría que ser muy presuntuoso para pretender trazar todavía líneas claras entre la violencia política y aquella que no lo es. Cuando los narcotraficantes se enfrentan al Estado, o cuando lo corrompen, se convierten en actores políticos. Cuando las guerrillas protegen los cultivos de amapola y los laboratorios de heroína, dejan de ser solamente un actor político

El Estado promulga leyes de extradición para los narcotraficantes, pero son continuos los escándalos donde políticos reconocidos de nuestro país y hasta presidentes en mandato, se encuentran presuntamente vinculados a estas actividades ilegales, cuenta de ello da el proceso ocho mil en el periodo de Ernesto Samper Pizano. Este último caso, aunado al hecho de que en varias ocasiones se ha comprobado la alianza y el auspicio de sectores de la fuerza pública y de personajes de la vida política con fuerzas paramilitares, argumenta como la dislocación del Estado, reducido a no ser más que un actor entre otros, alimenta la generalización de la guerra, además de no ejercer su autoridad sobre grandes porciones del territorio.

Los paramilitares En Colombia ha hecho carrera la creencia común de que las organizaciones paramilitares surgen por la demanda de seguridad en las zonas afectadas por la guerrilla. Ciertamente, muchos ganaderos y hacendados, así como traficantes, han creado sus propias guardias. Igualmente, las exacciones y abusos por parte de grupos guerrilleros han generado una situación favorable para que campesinos medios y pequeños notables locales, bajo los auspicios de autoridades civiles y militares, se organicen en grupos de autodefensa en algunas regiones. Sin embargo, al considerar la experiencia de muchas regiones con presencia paramilitar, cabe preguntarse si su oferta de protección no es mayor a la demanda; si la protección que ofrece supone el uso real o potencial de la violencia; y si, en lugar de acabar con una situación de desconfianza, no terminan más bien alimentándola. No es una especulación afirmar que la naturaleza de estos grupos de autodefensa ha mutado hasta convertirse en organizaciones con un claro carácter ofensivo, que han hecho del terror su principal


estrategia de dominio y sometimiento:

Su eficacia se basa en el terror discriminado de la muerte selectiva y en el terror indiscriminado de la masacre y del genocidio. Asesinatos todos fuera de combate, de gente desarmada, señalada, con razón o sin ella, de ser auxiliadores de la guerrilla

Volviendo a la idea de la complejidad de los actores de la guerra colombiana, cabe anotar como lo argumenta Rangel, que tampoco es posible analizar el desarrollo de las organizaciones paramilitares por fuera de la difusión del tráfico de droga: Son los narcotraficantes quienes establecieron en 1981, la primera de esas organizaciones –MAS- y que, enseguida han asegurado su multiplicación [...] pero las organizaciones paramilitares han sido también el producto de la cooperación establecida entre numerosos militares y los narcotraficantes frente a las guerrillas

El fenómeno del paramilitarismo empezó a tomar fuerza en la década de 1990 y al momento no sólo tiene bajo su dominio importantes territorios rurales, sino que también desde el año 2000 se han fortalecido en algunas de las principales ciudades, como es el caso de Medellín. Su escalamiento en número y poderío militar va dejando tras de sí cifras alarmantes de víctimas –aún cuando ellas no pueden proporcionar un panorama preciso de la barbarie-. La intensa y sistemática actividad paramilitar de los años 2000 y 2001 tuvo como consecuencia una disminución de manera lenta pero sostenida los territorios previamente controlados por la guerrilla y que se amplíen a igual ritmo las zonas en disputa entre las dos fuerzas irregulares. Sin embargo en el año en curso (2002) la estrategia de las FARC apunta a la reconquista de esos territorios, lo cual agudiza aún más la guerra. Sus filas se van nutriendo de jóvenes que participaron de las bandas de delincuencia común, campesinos reclutados por la fuerza o seducidos por un salario mensual, exguerrilleros, y hasta de desempleados que han visto en la guerra una oportunidad de obtener ingresos. Sus actividades han desbordado las operaciones contrainsurgentes hasta establecerse como nuevas autoridades en decenas de territorios urbanos y rurales creando sus propias normas y leyes e imponiendo castigos para quienes les desobedezcan. La guerrilla


La guerrilla habiendo operado en las décadas de los 60 y 70, aún hasta mediados de los 80 de manera preponderante en regiones rurales y aisladas, en la actualidad extiende su acción a los centros político administrativos más importantes del país y muestra una presencia muy activa en zonas petroleras, mineras, de cultivos ilícitos, fronterizas y con importante actividad agropecuaria. También ha variado su composición. Si en sus inicios sus filas se nutrían de campesinos y estudiantes altruistas, ahora el reclutamiento se hace con base en campesinos desocupados y colonos que en muchas ocasiones sólo buscan un salario y una forma de vida. Además de la delicada presencia de menores de edad, niños y niñas campesinos de escasos recursos algunas veces seducidos con promesas de auxilios en dinero para sus familias, aunque que en la mayoría de los casos son reclutados de manera forzosa bajo amenazas de exterminio de sus parientes.

A ellos se suma también las mujeres

combatientes, quienes se constituyen entre un 20 y 30%, la guerrilla es el grupo armado con mayor presencia femenina en la actualidad. El impacto de su presencia en el campo también ha cambiado. De personajes más o menos pintorescos que trashumaban sin descanso por los riscos del país sin provocar mayores reacciones de los pobladores del campo, se ha pasado a ejércitos muy bien pertrechados que causan terror donde quiera se hacen sentir.

Pero hay un aspecto

relevante que diferencia a la guerrilla de ayer a la de hoy: Lo que más diferencia a la guerrilla de hoy de su pasado ancestral es el uso permanente y sistemático de un arma inédita contra la población civil: el terror masivo. Y esto parece haberla pervertido irremediablemente

Al igual que los paramilitares han llegado a actuar en diversas regiones con funciones de gamonales por la vía del terror, manejando instrumentos de fuerza, e imponiendo estrategias de control y coacción sobre la población. El ELN, y las FARC-EP han utilizado como retos estratégicos el control de los recursos del país, lo cual también se constituye en un medio de acumular poder político porque implica la puesta bajo tutela de poblaciones y territorios y proporciona

un medio

considerable de presión sobre las élites dirigentes, económicas y políticas. Así, aún y a


pesar de la persecución paramilitar, muestran presencia activa en zonas petroleras, mineras, de cultivos ilícitos, fronterizas y con importante actividad agropecuaria. Las FARC-EP, y el ELN, fortalecidas económicamente con el fruto de los secuestros y de las actividades de narcotráfico, han asestado importantes golpes a la infraestructura del país, así sus acciones de terror no solo se dirigen contra la población sino contra los activos económicos de Colombia. Al igual que los paramilitares se han urbanizado conquistando cada vez más espacio en las ciudades. Los narcotraficantes Aunque no se pueden catalogar claramente como un actor armado, es importante mencionarlos debido a que no son desconocidos sus nexos tanto con los paramilitares, y con la guerrilla como con el estado, y aún la delincuencia común. Los carteles de la droga en el país son de fundamental importancia a la hora de brindar un panorama de la guerra colombiana. Así, los partidos tradicionales durante la historia colombiana han aceptado sin quejarse, las generosas subvenciones proporcionadas por los narcotraficantes en los periodos electorales, en compensación por beneficios de diversa índole.

En aras a ilustrar el

maridaje que ha existido entre algunos sectores de la clase política y reconocidos narcotraficantes, es conveniente recordar entonces como por ejemplo, Carlos Lehder y Pablo Escobar en algún momento participaron dentro de los estamentos políticos legales del país. El primero creando su propio movimiento político en el Quindío, y el segundo, tomando asiento en el congreso en las filas del liberalismo. Igualmente se sabe también de sus relaciones con el paramilitarismo y las bandas de delincuencia común:

Gonzalo Rodríguez Gacha, miembro del cartel de Medellín, muerto en 1989, dirigió la reconquista de la región del Magdalena Medio e hizo de Puerto Boyacá el epicentro de la Colombia Libre. Fidel Castaño, durante un tiempo aliado de Pablo Escobar y luego su adversario más resuelto, estuvo en el origen de numerosas masacres perpetradas en la región de Urabá contra supuestos simpatizantes de la guerrilla. En cuanto a las bandas de sicarios de Medellín, ante todo se constituyeron para servir a


los proyectos de Pablo Escobar

Así mismo, también en algún tiempo sus tentáculos tocaron a la guerrilla. Si bien luego, unidos al paramilitarismo apoyaron y financiaron actividades de contrainsurgencia, ello se debió, como lo deja ver Pecaut, a desacuerdos en negocios de estupefacientes: El papel mayor representado por Gonzalo Rodríguez Gacha, miembro del cartel de Medellín, en la guerra contra las FARC y UP se explicaría, según se dice, por el hecho de que las FARC no respetaron ciertos acuerdos- Se dice también que recientemente las FARC querían crear sus propios laboratorios

Además bajo la sombra de los narcotraficantes se han constituido centenares de bandas que, liquidan militantes de izquierda, vagabundos o marginales. Por su iniciativa o con su apoyo, diversos grupos se esfuerzan por reducir al silencio a quienes denuncian su papel en la guerra sucia.

1.4. Antioquia: en la mirilla de los fusiles La guerra en Colombia comparte algunas características homogéneas para todo el territorio nacional; sin embargo, existen diferencias en la escala de intensidad y complejidad del fenómeno de acuerdo a las regiones donde se desarrolla. Ellas se hayan vinculadas a factores tales como la riqueza económica, las vías marítimas y terrestres, el abandono estatal, los intereses de sectores políticos y económicos, entre otros. Antioquia ha sido uno de los departamentos

donde la dinámica de la guerra se ha

desarrollado de manera más aguda, extendiéndose progresivamente en los últimos años a todo el territorio, hasta llegar incluso a la capital –fenómeno denominado como urbanización de la guerra–. Desde el 2001 Medellín vive una guerra sin cuartel en los barrios populares, a donde se han trasladado guerrilla y autodefensas, enfrentados por ejercer el dominio en varios sectores populares. Confluyen en el departamento diversos actores armados: la guerrilla –FARC-EP Y ELN–, los paramilitares y el ejército, en una encarnizada disputa por el control del territorio. Inicialmente Urabá era la porción territorial más afectada; sin embargo, como un cáncer, y


básicamente en los años 90, la guerra invadió el oriente, el nordeste, el occidente e incluso la capital, sin dejar una porción de territorio donde no haya como mínimo un actor armado. ¿Qué hace a este departamento tan apetecido por los actores en conflicto? Factores tales como su salida al mar, y por ende las facilidades de intercambio comercial, que para los intereses de los actores armados se traduce en la posibilidad de tráfico de drogas y armas; la riqueza de su suelo, apto para la agricultura y la ganadería; la riqueza en bosques y paramos; los embalses en el Oriente Antioqueño; la riqueza minera en la porción del territorio que cobija a Puerto Nare y sus alrededores; la riqueza en oro del nordeste. Así mismo, el Urabá presenta un extenso tramado de canales naturales que eventualmente conectados con el departamento del Chocó posibilitan una salida del Océano Pacífico al Atlántico. Todos estos factores configuran a Antioquia como región de alto valor estratégico. Dentro de las estadísticas nacionales, Antioquia ocupa los primeros puestos en cifras de desplazamiento, homicidios, secuestros, masacres y desapariciones, aun cuando ya en el momento actual de la guerra en Colombia sea difícil señalar departamentos con una guerra de baja intensidad. 1.4.1. Los actores armados en Antioquia y la intensidad de la guerra En las décadas del 60 y 70 la guerrilla sólo llegó a ser un fenómeno marginal en Antioquia. Las FARC sólo lograron asentarse en algunos municipios del Magdalena Medio Antioqueño, mientras las nuevas guerrillas revolucionarias, el EPL y el ELN sólo contaban con pequeños focos armados que no representaron una amenaza real para el establecimiento y que fueron diezmados por la fuerza pública o por las divisiones y contradicciones internas como en el caso del EPL. La violencia política en Antioquia como un fenómeno con dimensiones de catástrofe social y en una espiral ascendente, empieza a dibujarse en la década del 80. La investigación publicada por el IPC en 1995, señala como causas que marcan un nuevo hito de la guerra en Antioquia las siguientes: ϖ El fortalecimiento de la guerrilla ϖ La adopción por parte del estado de la política de seguridad nacional la cual facilita la


violación contra los derechos humanos ϖ El fortalecimiento del narcotráfico en la década del 80 en la región antioqueña

Si los años 80 marcan una nueva etapa en el protagonismo de la guerrilla y el fortalecimiento del narcotráfico en el departamento, los de mediados de la década de los 90 son decisivos para Antioquia en lo que se refiere al fenómeno paramilitar marcando un nuevo giro en las dinámicas de la confrontación armada. A mediados

de los años 80 la presencia de estas organizaciones se localizaba

básicamente en algunos municipios del Magdalena Medio y Boyacá, Urabá y en el sur de los llanos orientales; pero para 1993 los grupos paramilitares estaban presentes en 273 municipios del territorio nacional, esto es el 27% de los municipios Colombianos. Desde noviembre de 1994, con la ofensiva decretada por los paramilitares para erradicar la guerrilla en el norte de Urabá, y con la crisis del sector bananero la violencia sufre una escalada impresionante

De acuerdo al citado informe del IPC fenómenos como el desplazamiento presentaron durante esta época cifras alarmantes. Entre el periodo comprendido entre noviembre de 1994 y mayo de 1995 se registró uno de los mayores éxodos en la historia reciente del país, cuando más de 20000 desplazados llegaron a los principales centros urbanos. Para 1995 según la Conferencia Episcopal la región antioqueña era una de las más afectadas por el desplazamiento interno, con unos 60 mil desplazados, es decir, un 10% del total nacional. Sin embargo según la comisión gubernamental sobre los Derechos Humanos y el desplazamiento, esa cifra de 60 mil desplazados no da cuenta de la dimensión del problema en la región. María Teresa Uribe también hace referencia en sus análisis a este periodo de mediados de los 90, señalando cómo a partir de 1995 en Antioquia se observan giros significativos en las dinámicas bélicas, redefiniendo los lugares y las acciones de los sujetos sociales – tanto armados como desarmados-, transformando los propósitos y los objetivos de las luchas. Uno de estos giros se refiere a la expansión de las acciones y las nuevas estrategias puestas en marcha por las diferentes agrupaciones de civiles armados (legales o ilegales) en Antioquia, refiriéndose al protagonismo ganado por las agrupaciones de paramilitares y


asociaciones rurales de vigilancia (Convivir). El giro civil de la confrontación armada pone al frente del conflicto a las organizaciones privadas –legales e ilegales-, desplazando a un segundo plano las instituciones públicas. Para ella, a partir de 1995 la población civil pasó a convertirse en el objetivo principal y central de la guerra, en el propósito de la confrontación. Al revisar los informes de derechos humanos que presentan el balance de la guerra en 1997 en Antioquia, se percibe la alarma frente al agravamiento de la situación en la región por parte de algunos estudiosos de la guerra, quienes sostienen: Se expresa en el departamento de Antioquia un deterioro alarmante y escalado del conflicto armado reflejado en cifras de violaciones graves al D.I.H, en la creación de un clima de solución militar al conflicto, en el abuso de las facultades de excepción constitucional que le brinda atribuciones excesivas a las fuerzas militares y en la restricción de los derechos fundamentales en las zonas especiales de orden público.

Así entonces con respecto a las acciones armadas se presentó en 1997 un incremento equivalente al 568% con respecto a 1996.

De acuerdo al informe del IPC, los actores

armados de todo tipo aumentaron, incrementando el saldo del número de civiles involucrados en la guerra y las víctimas de ésta: Como resultado del conflicto armado se da un escandoloso aumento de las víctimas civiles no combatientes, llegando al 80.8% del total de las muertes, fruto de los enfrentamientos bélicos Se presentaron en el año de 1997, 23 casos masivos de desplazamiento forzado. Los presuntos responsables de estos desplazamientos forzados son en un 71% paramilitares, 18% insurgentes, 9% fuerza pública y en un 2% actores desconocidos. Se trata de 5575, 1464 y 1095 familias respectivamente por actor armado.

Durante 1997 en Antioquia la desaparición forzada de personas se caracterizó de manera genérica como un procedimiento represivo ilegal, cruel e inhumano, practicado por agentes con funciones gubernamentales a nombre del Estado o por mandato de éste. Estos agentes presumiblemente fueron militares, policías, civiles y/o grupos de particulares que actúan con la colaboración, tolerancia, complicidad y apoyo de los anteriores, o sea grupos de autodefensas del magdalena medio, de Córdoba y Urabá, o paramilitares

Además, el comité permanente para la defensa de los Derechos Humanos y el banco de datos del IPC presentan un balance de 193 masacres en Colombia, de las cuales 75 se


efectuaron en el departamento de Antioquia, dejando un balance de 438 muertos. Igualmente reportaron un total de 305 secuestros en el departamento es decir el 68.5% del total del país. Para 1998 según esta misma organización, el actor armado que mayor número de crímenes colectivos cometió y el que mayor número de victimas produce por estos hechos en todo el país fueron los grupos paramilitares: Se presentaron bajo su responsabilidad o presunta responsabilidad el 56.7% de los casos, cobrando la existencia de 755 personas en crímenes colectivos. La dinámica de las masacres muestra cómo durante los últimos años ha venido disminuyendo la responsabilidad de los diferentes organismos de seguridad del Estado en este tipo de acciones, mientras paralelamente crece la responsabilidad de los grupos paraestatales

Para 1998 el fenómeno violento producto de la guerra que adquiere mayor resonancia es el secuestro, adquiriendo unas connotaciones más directamente relacionados con propósitos económicos y políticos. Por un lado como fuente de ingresos para capitalizar la guerra; de otro lado, como instrumento de dominación territorial a través de controles militares en carreteras (retenes), que en muchos casos fueron acciones de guerra donde se presentaban requisas, retenciones arbitrarias y secuestros: En 1998 un 72,4% de los secuestros es atribuido a la insurgencia, aunque en 1998 este fenómeno tuvo una variación especial: grupos paramilitares que también realizan los secuestros que eran un medio típico de las guerrillas

Sin embargo, la violencia presenta una gran complejidad en el departamento. De un lado la presencia de múltiples actores armados con diversos intereses, y de otro, diferentes fases del control territorial que hacen que las cifras no puedan leerse de manera fría y lineal. Así, independiente de las cifras en los años siguientes al presente se puede observar cómo las acciones armadas y los actos de barbarie incrementan en ciertos territorios, como por ejemplo en el oriente, al que se dirigen muchos de los proyectos de expansión de las estrategias de desarrollo territorial, tanto metropolitana como departamental. En Antioquia, al igual que en el resto del territorio nacional es impreciso definir hasta dónde y hasta cuándo se desenvolverá el horror de la guerra. Lo cierto es que las fronteras de


la violencia se desplazan sin cesar según el ritmo de los avances de un bando o del otro. El fondo aún no parece tocarse, La guerra se ha extendido también a la ciudad de Medellín.

Por ello al hablar de guerra en Antioquia ya es tema obligatorio abordar su

urbanización.

1.4.2. La Urbanización de la guerra

La presencia de la guerrilla en las ciudades no es un fenómeno nada nuevo, pues desde hace más de 20 años sus redes urbanas han servido de apoyo para las tropas rurales. Sin embargo, sus modos de accionar han ido evolucionando en el tiempo, hasta asistir a lo que se vive en la actualidad: el traslado de la guerra rural a la ciudad. Y con ello al traslado de las prácticas de terror y de disputa entre grupos políticos armados que, como estrategia militar han vinculado a grupos armados no políticos (bandas de delincuencia común) a la disputa política armada. De este modo en las ciudades se vive con especial intensidad el fenómeno de entrecruzamiento entre violencia política y no política y la dificultad de diferenciar una de la otra. Así, aún cuando la presencia de la guerrilla en las ciudades no sea un fenómeno reciente, lo que motiva a hablar de la urbanización de la guerra es el traslado de la confrontación entre la subversión y el paramilitarismo a la vida urbana, y con ella de todas sus prácticas de horror.

Ya no es necesario viajar al campo para encontrar a los actores armados;

ahora ellos ejercen el dominio en varios sectores de algunas ciudades, tomando el control de la vida civil y la organización comunitaria. Como lo ilustra Rangel, Las FARC hablaron por primera vez de trasladar la lucha del campo a las ciudades en la VII conferencia en 1982, cuando se propusieron iniciar el trabajo militar urbano con miras a producir una insurrección popular.

De la

misma

manera, señalaron a Bogotá como el centro de ese eje, o sea el objetivo principal hacia donde debería converger.

Esta estrategia también implicaba movimientos de cerco y

hostigamiento a las principales ciudades del país. Este planteamiento de las FARC coincide con la vieja estrategia definida por Mao Zedong


para china en la década del 30, que denominó como guerra popular prolongada. Según esta estrategia, las guerrillas debían desarrollar una lenta acumulación de fuerzas, creando en sus inicios bases de apoyo en zonas muy apartadas y evitando enfrentamientos desventajosos y definitivos con el ejército regular.

Posteriormente las

guerrillas se irían cualificando, adquiriendo más apoyos políticos y mayor capacidad de combate, hasta lograr un equilibrio de fuerzas con su adversario. En este proceso los insurgentes deberían ir saliendo de sus zonas de apoyo y, manteniendo su retaguardia segura, iniciar un parsimonioso cerco desde el campo hacia las ciudades. En líneas gruesas, este es el sendero que han seguido las FARC en sus casi 40 años de existencia. Durante estos últimos 20 años han venido creando decenas de nuevos frentes a lo largo y ancho del país, a través de la cordillera oriental y cerca de algunas de las principales ciudades. Las conversaciones de paz –en su momento-, y el fortalecimiento de las fuerzas militares del Estado los ha inducido a acelerar dicho proceso, imprimiéndole un mayor ritmo al reclutamiento de nuevos combatientes, al acopio de armas y al desarrollo de nuevas formas de operar, para tratar de cumplir con mayor rapidez sus planes estratégicos en los próximos cinco años.

Su anuncio de la urbanización del conflicto se inscribe en este

marco. Así, el 24 de julio de 2001, Jorge Briceño Suárez, alias “El mono Jojoy”, a través de un video emitido por los medios de comunicación del país anunció el arribo de la guerra a las ciudades: "En la selva sólo quedarán ratones, dantas, pavas y paujiles. Los guerrilleros se van para las ciudades. Allá nos pillamos", señaló, y la sentencia se está cumpliendo Según el analista Alfredo Rangel esta decisión es una estrategia militar y política de la subversión:

En Colombia la falta de apoyo en las zonas urbanas tal vez le obligue a realizar acciones de cerco y hostigamiento en las inmediaciones de las ciudades, en las que utilice mayormente el sabotaje económico para, por ejemplo, cortar los suministros de energía, impedir el acceso de provisiones y víveres, y restringir la llegada y salida de personas y de mercancías por vía terrestre. Igualmente, la guerrilla podría realizar ataques a cuarteles militares dentro o cerca de las ciudades, destruyendo valores simbólicos muy respetables y muy apreciados por las mismas fuerzas militares, pero que


en medio de una guerra podrían resultar poco funcionales. Para realizar ataques a esas bases militares, así como para efectuar otros actos de sabotaje en blancos civiles dentro de las ciudades, las FARC estarían entrenando grupos de fuerzas especiales .

Se sabe que en Colombia hoy por hoy las FARC tienen frentes en las cercanías de Bogotá, Cali, Medellín, Neiva, Popayán, Florencia y Villavicencio. Así mismo las AUC han tomado el control de la ciudad de Barrancabermeja después de una asidua labor de exterminio del ELN, que habría tenido una presencia legendaria en la zona.

Las milicias populares: un actor armado en las ciudades Las primeras expresiones de grupos de milicias populares se presentaron en medio de la tregua que a partir del 24 de agosto de 1984 se dio entre el gobierno nacional y el M-19. Esta organización, en desarrollo de las políticas trazadas en su IX conferencia nacional realizada en febrero de 1985, inició en marzo siguiente la instalación pública de los primeros campamentos urbanos de paz y democracia en barrios populares de Cali. A partir de este momento se multiplicaron en Bogotá, Manizales, Barranquilla, Bucaramanga y Medellín (Barrios Moravia y los Populares-. Los campamentos de paz reunían la comunidad y a grupos de militantes del M-19 en torno a tareas propias de los moradores, tales como limpieza de lotes y caños de aguas negras. A estas actividades se agregaron otras de vigilancia y formación física. El decreto 1560 autorizó a los alcaldes a ordenar el cierre de estos campamentos el 19 de junio de 1985.

Desde este instante las milicias conformadas alrededor de los

campamentos de paz comenzaron a actuar en la clandestinidad convirtiéndose en grupos delincuenciales al servicio del narcotráfico o como grupos de autodefensas contra las bandas, ampliando su radio de acción a los barrios cercanos. Como lo ilustra Villamizar: Muchos de los jóvenes que habían pertenecido a las Milicias Bolivarianas, como las había denominado el M-19, se quedaron con un mínimo de organización y de formación militar que utilizaron para su provecho personal. Así surgieron en Medellín grupos como Los Nachos, Los Capuchos, Los Calvos y Los Priscos; bandas éstas que se dedicaron a delinquir y a sembrar el terror en los mismos barrios de donde eran originarios, y que se colocaron –en su gran mayoría- al servicio del narcotráfico y


sus secuelas” [...] “En otras organizaciones guerrilleras, particularmente en el ELN y en las FARC, había prendido la idea de organizar milicias como una forma de realizar el trabajo político en las ciudades y de afianzar sus redes de apoyo logístico; así sucedió con ex miembros del ELN y de otros grupos que a finales de 1988 se encontraban en el barrio popular 1 de Medellín donde organizaron un primer grupo de milicias, como forma de autodefensa contra las bandas que amenazaban a los pobladores

A partir de las primeras fuerzas milicianas, su ejemplo se extendió por los barrios de las comunas Nororiental y Noroccidental de Medellín. La confrontación militar contra las bandas se fue transformando en una guerra que dejó cientos de muertos. Superada la etapa de organización de la comunidad en torno a su propia defensa, los jefes milicianos que tenían claridad política en cuanto a su proyecto de ser apoyo a la guerrilla tradicional para la toma del poder desde el trabajo urbano, pasaron a cumplir una función mucho más política de combatir al Estado mediante el desconocimiento de sus autoridades y la creación de un para-Estado. 1.5. Medellín: nuevo epicentro de la guerra Unos de los primeros grupos de milicias del país del ELN, nació a mediados de 1985 en Barrancabermeja. En 1989 el ELN destinó a varios de sus cuadros para ir a Medellín a aprender de la experiencia de las Milicias Populares del pueblo y para el pueblo. Entre 1992 y 1993 se inició el proceso de instalación de las Milicias populares del ELN y las Bolivarianas de las FARC en la ciudad de Medellín. Posteriormente en 1996 hacen su aparición las autodefensas de Carlos Castaño, y entre 1996 y 1997 surgen los comandos armados del pueblo –CAP-, quienes se organizan en los barrios con el pretexto de dar protección a su vecindario. La presencia de todos estos grupos ha ido evolucionando al punto que ya se presenta la confrontación entre las FARC y el ELN contra las AUC y los CAP. Así paralelamente fueron surgiendo nuevos grupos de milicias que coincidían en la necesidad de organizar a la comunidad en su defensa y, con mayor o menor énfasis, enfrentar al Estado o servir de apoyo a proyectos político-militares que buscaban la toma del poder. Así aparecieron las Milicias Bolivarianas, con clara orientación de las Fuerzas


Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, asentadas en barrios de Medellín y Ciudad Bolívar en Bogotá; Milicias obreras Primero de Mayo, Milicias América Libre, Milicias Pueblo Unido, Milicias Populares de Occidente, Milicias Populares Revolucionarias, Milicias El Sol, Milicias Che Guevara y Brigadas de Resistencia popular, entre otras, grupos milicianos que actúan en distintos barrios de la capital Antioqueña. Tanto las milicias como los CAP están conformados en su mayoría por jóvenes que pertenecieron en su tiempo a las principales bandas delincuenciales de la ciudad, muchas de ellas conformadas por el desaparecido Pablo Escobar. Las tristes secuelas del auge del narcotráfico en Medellín, y la época de terror y barbarie que ello produjo, aún se dejan ver. Ahora estas agrupaciones de jóvenes, denominadas con otros nombres, tienen vínculos cada vez más laxos con los grandes protagonistas políticos de la guerra colombiana. Unos al servicio de la guerrilla, otros al servicio del paramilitarismo, de acuerdo a las garantías ofrecidas. Estas radican básicamente en dotación y entrenamiento militar, como en remuneración económica, constituyéndose la guerra en una nueva posibilidad para obtener ingresos fijos. Estos actores urbanos exhiben su potencia encerrando una o varias cuadras, incluso hasta un barrio, imponiendo allí

una disciplina e incluso instaurando a través de la

intimidación y el terror normas morales que coartan la libre expresión, identidad

y

movilización de las personas. Los sectores críticos de la ciudad a la fecha son: Robledo, Santo Domingo Savio, Popular 1 y 2, Belencito, 20 de Julio, las Independencias, Paris, Picacho, Picachito, fundamentalmente las partes altas de las zonas nororiental, noroccidental y centro occidental. 1.5.1.

Las mujeres en medio de la guerra: De testigas mudas a victimas que

exclaman de dolor. Dentro de este panorama de progresiva y acelerada intensidad y degradación de la guerra colombiana, la violación a los derechos humanos de las mujeres va en aumento.

De


mudas testigas del horror, las mujeres, van siendo blanco de las prácticas atroces de la guerra. Sin embargo esta situación no ha sido aún suficientemente ilustrada en los análisis e informes de violación a los derechos humanos y degradación de la guerra en Colombia. Uno de los factores que dificulta la tarea de recopilar información sobre la violación de los derechos humanos y victimización de las mujeres en la guerra, es que generalmente la conceptualización y las estadísticas se han elaborado teniendo como parámetro de los derechos

al

s ujeto

mas c ulino.

Esto

hace

que, usualmente, los datos sobre violaciones a los derechos humanos no se recojan con una perspectiva de género, ni se destaquen los efectos particulares de la violencia sobre las mujeres. De otra parte, el miedo, la falta de confianza en las instituciones de justicia y los elevados niveles de impunidad, impiden a las víctimas denunciar los hechos: Esta violación de los derechos humanos de las mujeres, no puede palparse en su magnitud, porque su denuncia es mínima y los registros la desdibuja de múltiples formas, a tal punto que parece existir una seria resistencia a asumirla como violación de derechos fundamentales, excepto en los fallos de tutela, donde sin lugar a dudas se han consignado notorios avances.

El informe realizado por la mesa de trabajo mujeres y conflicto armado que cobija el periodo de octubre de 2000 a marzo de 2001 nos muestra que las mujeres en la guerra Colombiana padecen diversas formas de violencia ϖ Violación del derecho a la vida En el período comprendido entre octubre de 2000 y marzo de 2001, una mujer murió diariamente a causa de la violencia sociopolítica en Colombia: casi una mujer, cada día en promedio, a causa de ejecuciones extrajudiciales y homicidios políticos; una mujer cada 10 días fue víctima de desaparición forzada; una murió cada 17 días como víctima de homicidios contra personas socialmente marginadas; y cada 25 días, una mujer murió en combate. Este promedio diario significa que, en el período comprendido en este informe, 189 mujeres perdieron la vida por la violencia sociopolítica. De éstas, 182 murieron fuera de combate, es decir, en la calle, en su casa, o en su trabajo, de las cuales 153 lo fueron por ejecución extrajudicial u homicidio político; 18 por desaparición forzada; y 11 por homicidio contra personas socialmente marginadas.

ϖ Desaparición forzada Con respecto al período comprendido entre octubre de 1999 y septiembre de 2000, se nota un preocupante aumento de mujeres víctimas de desaparición forzada, pasando de una mujer víctima de este delito cada 14 días a una cada 10 días.

ϖ Secuestro


Durante el período comprendido entre octubre de 1996 y septiembre de 1999, se produjo un incremento de más del 300% en el número de mujeres víctimas del secuestro, pues de 38 mujeres secuestradas en el año de 1996, se ascendió a 162 en 1999. En total fueron secuestradas 272 mujeres, en el período estudiado

ϖ Desplazamiento. Este afecta desproporcionadamente a las mujeres y particularmente a las mujeres de organizaciones sociales, que deben enfrentar no sólo rupturas familiares y condiciones extremas de pobreza; para estas mujeres el desplazamiento trae además la pérdida de procesos sociales y políticos en los cuales han invertido muchos años y que son un referente fundamental en su quehacer social y en su proyecto de vida. De 60.623 registradas en el Sistema de Información sobre Población Desplazada por la Violencia en Colombia “RUT” del Secretariado Nacional de Pastoral Social en el primer trimestre del año 2001, 29.683 son mujeres, de ellas, 24.392 son mestizas, 4.666 son afro colombianas y 625 son indígenas. El desplazamiento de mujeres solas, o mujeres jefas de hogar, suele ser subregistrado por el temor de ellas de acercarse a las autoridades. El impacto del desplazamiento en las mujeres, las adolescentes y las niñas en Colombia es significativo. Las estimaciones sobre la proporción de mujeres desplazadas forzosamente en Colombia apuntan a un porcentaje que oscila entre 49% y 58% del total de la población desplazada. En los últimos cinco años 6.300 mujeres de ANMUCIC han sido desplazadas en 18 departamentos. La disminución de reuniones y la ejecución de proyectos que no generen inquietudes a los actores armados, son algunas de las estrategias que ANMUCIC ha desarrollado para mantener la organización y garantizar niveles básicos de protección a las mujeres. Estas estrategias han tenido como resultado la disminución de la participación en espacios de elección popular, de concertación de las políticas públicas (en las regiones), con lo cual se ha perdido la participación en espacios de toma de decisiones y por lo tanto la exclusión de las necesidades particulares de las mujeres en los planes y programas de desarrollo.

ϖ Aumento de sus responsabilidades La jefatura femenina del hogar es alta, dado el elevado número de viudas de la violencia y los efectos de la fragmentación familiar que suele conllevar el desarraigo. Las mujeres que se desplazan en forma dispersa -individual o familiar- (la modalidad dominante en Colombia) son aún más vulnerables que las mujeres que huyen en medio de una colectividad más o menos organizada (como suele presentarse en algunas regiones como el Magdalena Medio y el Urabá)

ϖ Violencia sexual, al respecto hay dos tipos de situaciones que según el informe de la mesa de trabajo, merece la pena mencionar: la retención o secuestro temporal de mujeres por actores armados con el fin de abusar sexualmente y la exigencia de trabajo doméstico sin contraprestación:


Una mañana llegaron a Mapiripán los paramilitares (...) pensábamos que eran militares. Permanecieron todo el día en el pueblo (...) Ellos hacían las cosas delante de la gente. A la fuerza se metían a las casas para que los atendieran, para que les dieran comida y les lavaran la ropa. A las mujeres las manoseaban, les gritaban cosas obscenas y a muchas las violaron y mientras hacían todo esto soltaban grandes risotadas. Las mujeres víctimas de violencia sexual por parte de los actores armados, se ven obligadas a ocultar su drama por diversas razones, entre las cuáles sobresale el miedo a las amenazas de muerte proferidas por los actores armados que cometen la violación. A finales de año iba con otras cinco niñas, a casa de una tía, cuando vimos que al lado paró una camioneta, se bajaron varios hombres y nos obligaron a subir. A la salida del pueblo nos sacaron y empezaron a violarnos. Sentía que me iba a morir, que me estaba desgarrando y me asfixiaba con su cuerpo encima. Fueron muchas horas, como una eternidad. Son paracos”. Las amenazaron con matarlas a ellas y a su familia si contaban. Les dieron cinco días para salir del pueblo.

ϖ Violación al derecho de la participación y la organización. Las mujeres no sólo han desarrollado formas de participación social y política propias, en torno a procesos comunitarios que buscan mejorar las condiciones socioeconómicas, así como las relaciones y la cohesión social de sus comunidades. La violencia contra las mujeres, como consecuencia de sus actividades políticas y sociales no solamente ha causado la pérdida de vidas humanas; también está rompiendo procesos sociales y de empoderamiento femenino que han requerido tiempo, recursos humanos y sociales en los espacios públicos y privados: En la mayoría de los casos de violaciones al derecho a la vida, se desconoce la actividad que desempeñaba la víctima. En cuanto a las mujeres cuya actividad se conocía, 27 de ellas eran funcionarias públicas, tres sindicalistas, cuatro defensoras de derechos humanos, 14 educadoras, dos miembros de partidos políticos, dos reinsertadas y 20 eran activistas sociales La Asociación Nacional de mujeres Campesinas e Indígenas de Colombia-ANMUCIC ha sido víctima de estos ataques; desde 1995 hasta la fecha, treinta mujeres de la organización han sido asesinadas por los actores armados, en su afán por debilitar el liderazgo femenino

Las organizaciones de mujeres, especialmente las que actúan en zonas de confrontación armada, son objeto de una acción sistemática de amedrantamiento que afecta directamente tanto a sus integrantes, como al trabajo comunitario que desarrollan. Los


actores armados, en su afán de controlar social y políticamente territorios en disputa, encuentran en las organizaciones femeninas un obstáculo no muy visible, pero sí muy arraigado en las comunidades, el cual tratan de utilizar a su favor o de destruir si las mujeres no acceden a sus requerimientos. A todo ello se suma el miedo como referente de vida, la perdida de la posibilidad de confiar y establecer relaciones desprevenidas con otras personas, angustia por la supervivencia económica, fractura de costumbres y tradiciones, aumento de enfermedades corporales como somatización de sus miedos y angustias, aumento incluso de la violencia intrafamiliar donde por lo regular es la mujer quien mayoritariamente la padece.

Las mujeres y la guerra urbana en Medellín: Un dolor del que pocos hablan

Las mujeres de la capital antioqueña viven el drama de la guerra día a día. No sólo son testigas y dolientes de las decenas de varones que son arrebatados por los continuos enfrentamientos entre los actores armados en los barrios por la disputa territorial, sino que también son blanco de sus acciones, aún cuando el miedo que las silencia hace que su drama cotidiano sea menos visible: Las violaciones a los derechos humanos de las mujeres en Medellín en medio del conflicto armado son alarmantes, contamos con algunos testimonios de mujeres de los barrios que solo se atreven a hablar con organizaciones de mujeres no gubernamentales porque además del miedo por posibles retaliaciones, existe en ellas una desconfianza creciente en los organismos estatales para denunciar, las mujeres de los barrios saben de la complicidad por acción u omisión de la policía con los paramilitares asentados en los barrios o con las bandas que han sido cooptadas por ellos .

Los actores armados imponen códigos de comportamiento y “morales”, como la prohibición a las mujeres de usar piercing, minifaldas, descaderados, ombligueras... sopena de recibir castigos tales como “baños” con ácido muriático, “champús” con sacol, exhibición pública de su desnudez, en algunos casos, la violación y la muerte. En marzo de este año, en el municipio de la Ceja, Antioquia 4 mujeres fueron amarradas a dos árboles del parque principal, madres e hijas respectivamente, a las hijas les pusieron un letrero que decía: “por pelearse por hombres” y a las madres otro que decía: “por alcahuetas


También las mujeres padecen la prohibición de vivir una vida emocional libre, sus relaciones afectivas están siendo controladas por los beligerantes, quienes como una estrategia de guerra intentan privar a su enemigo de la oportunidad de acceder a una relación afectiva y sexual con las mujeres que están en zonas de disputa territorial. En octubre de este año: 13 niñas entre los 11 y 18 años fueron secuestradas durante 3 horas por el ELN en el municipio de San Luis y cuando las dejaron en libertad la advertencia fue “no pueden saludar a los policías, ni ser amigas de ellos, ni mucho menos novias o amantes .

El derecho a la libre movilización es vulnerado tanto para hombres como para mujeres, pero lo que hace que para las mujeres estas situaciones sean más graves es que a ellas, en muchos casos, se les sancione a través de la violación sexual: En muchos sectores de la ciudad, controlados por uno u otro actor, éstos imponen “toques de queda”, amenazando que si es un hombre el que vulnera la medida lo matan y que si es una mujer quien está en la calle luego de la hora señalada, las violan. Medidas estas que han ocasionado que muchas mujeres, fundamentalmente jóvenes que estudian en establecimientos nocturnos se tengan que retirar de estudiar porque no pueden movilizarse libremente

Frente a la violación del derecho a la organización y la participación: Los actores armados realizan requisas, interrogatorios, hacen presencia en las diferentes reuniones de los grupos de mujeres y se burlan de las mujeres cuando realizan talleres y otras actividades

Incluso algunas organizaciones femeninas, padecen la extorsión por parte de los actores armados, aprovechando la condición vulnerable y algunas veces insipiente de dichas organizaciones en los barrios, y el temor de las mujeres a denunciar. Igualmente las mujeres también padecen el desplazamiento, que en la ciudad de Medellín se da de calle a calle de barrio a barrio; el padecimiento por la potencial participación de sus hijos en la guerra, el miedo a participar en cualquier acción de protesta contra la guerra y sus prácticas, la tensión, la depresión, la angustia... Se necesitarían muchas páginas para describir la situación de las mujeres en la guerra, plasmar sus testimonios, analizar sus palabras y sus gestos de angustia ante una guerra devastadora. Sin embargo las mujeres no son solo victimas, como dadoras de vida, como seres que saben del valor de la existencia humana que germina desde sus entrañas, ellas también saben de valentía y de defensa de la vida, transitando por un camino tortuoso a lo


largo de la historia también han ideado sus propias formas de resistir contra la guerra. Ellas, las mujeres que superan su condición de victimas y recorren el camino de la resistencia por la defensa de la vida y la exigencia del respeto a sus derechos serán las protagonistas del capitulo siguiente. Testimonio de que las mujeres son también un roble de fortaleza, un árbol que retoña día a día a pesar de las talas inmisericordes de las que son objeto.


CAPITULO 2 TRES EXPERIENCIAS DE RESISTENCIA FEMENINA LAS VOCES DE LAS INCONFORMES Las mujeres entrarían a la historia por necesidad. Necesidad de los hombres que no se daban abasto p a ra mo rir, p a ra lu ch a r, p a ra tra b a ja r. L a s necesitaban a fin de cuentas, aunque sólo lo reconocieran en la muerte. Gioconda Belli La Mujer Habitada

A continuación se exponen dos experiencias de resistencia civil femenina ubicadas en contextos históricos y socio políticos de guerra y represión diversos, a partir de los cuales dichas mujeres se organizan con demandas especificas, asumiendo una conciencia política desde una visión de género, construyendo sus particulares significados de resistencia y con ello sus correspondientes métodos y estrategias de acuerdo a los resultados esperados. La primera experiencia se remite a las mujeres argentinas de las Madres Plaza de Mayo, nacidas en 1977 en medio de la represión dictatorial. Ellas evidencian de modo claro que lo privado también es público, a partir de lo cual estructuran una resistencia con evidente identidad de género, donde los métodos y estrategias de lucha política son atravesados por su identidad femenina, manifestada en el uso de símbolos y rituales que ellas han convertido en actos políticos contundentes, cuestionando los abusos y violaciones a los Derechos Humanos perpetrados por el régimen. Un elemento importante es la resignificación que le han dado a la maternidad, siendo este aspecto una característica que marca su hacer político: es justo a partir de la desaparición de sus hijos por parte del régimen que ellas salen del anonimato doméstico a la vida pública, para demandar verdad y justicia. La segunda experiencia aborda la resistencia de las Mujeres de Negro de Belgrado, quienes surgen en 1991 a partir de las Mujeres de Negro de Israel. Nacidas en medio del conflicto de intolerancia yugoslavo, hoy hacen parte de la Red mundial de Mujeres de


Negro. Motivadas primero por la guerra de los Balcanes y posteriormente por los continuos conflictos padecidos en esta

región, Mujeres de Negro sigue en pié como

experiencia de resistencia civil. Al igual que las argentinas, su resistencia está atravesada por la consideración de su identidad femenina. El ritual y el símbolo, entendidos como acciones políticas no violentas, tienen un importante valor en su modo particular de resistencia. Ellas manifiestan con claridad su opción por la no violencia, apoyadas en el estudio de la misma y en la difusión de sus principios en las calles de Belgrado. Así, a partir de la exposición de dichas experiencias, es posible identificar elementos de análisis que permitirán posteriormente una reflexión en torno a la existencia de una resistencia civil femenina, y los matices que ella adquiere de acuerdo a los contextos históricos y socio políticos en los que estas experiencias se han desarrollado. 2.1.

LAS MADRES DE LA PLAZA DE MAYO: SACUDIENDO A UN PAIS

ADORMECIDO Nuestros hijos no están perdidos, están ganados para que otros jóvenes piensen, sueñen y tengan fantasías. A ellos los tiraron vivos al mar, quemaron sus cuerpos, los enterraron, pero no pudieron con sus ideas, no pudieron porque sus madres seguimos y comenzamos a darle vida a sus sueños, empezamos a hacer las cosas que ellos estaban haciendo y porque viven en cada persona que reclama, exige, pelea. Asumimos la responsabilidad de levantar las mismas banderas de nuestros hijos, exigir trabajo, salud, vivienda digna, no trabajo explotado, esclavo, no viviendas de cuatro chapas. Pedimos dignidad, que vivamos parejo, no que un pequeño grupo familiar viva en la opulencia y millones seamos muy pobres. Hebe Bonafini

A partir de 1977, Argentina padece la represión de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla, bajo la cual miles de personas desaparecen. Son las mujeres, las madres de l@s jóvenes desaparecid@s, acusados de subversivos, quienes a partir de su sentimiento maternal lastimado se organizan en la asociación Madres Plaza de Mayo para demandar la aparición con vida de sus hijos y denunciar la sistemática violación a los Derechos Humanos por parte del régimen, exigencia que adquiere todo un transfondo político,

a

partir del cual Madres Plaza de Mayo madura como una organización femenina en resistencia. Su voz y su accionar mueven a una nación sometida, donde son las mujeres quienes se atreven a convertirse en “la piedra en el zapato” de un Estado no garante del bienestar y la vida de su pueblo. A partir del valor que le asignan a su

maternidad,


construyen un modo de resistencia con significados, métodos y estrategias propios, que persiste hasta nuestros días. Su historia: de víctimas aisladas a Asociación de Madres La asociación de las Madres Plaza de Mayo nace en abril de 1977, como respuesta a la política de desaparición forzada de personas que implementó la dictadura militar instaurada en Marzo de 1976. El grupo originario estaba conformado por unas 14 mujeres entre 40 y 60 años, que se conocieron en el incesante trajinar en busca de sus hij@s y decidieron manifestar su dolor y exigir frente a la casa de gobierno la “aparición con vida” de sus hij@s desaparecidos: Nunca creímos en lo jurídico, porque siempre nos dimos cuenta que los pueblos no pueden solucionar su lucha jurídicamente. Los pueblos, la única manera que tenemos para solucionar nuestras cosas es luchando, es movilizando, es participando, es accionando, con la lucha de la base del pueblo.

Desde su aparición, las madres han intervenido permanentemente en las cuestiones políticas más importantes por las que ha atravesado el país, centrando su preocupación primero en el tema de la aparición con vida de los detenidos-desaparecidos y el castigo a los culpables del terrorismo de Estado, y después contra los diferentes intentos de olvidar y enterrar el pasado, encarnados en el dictado de la Ley de Punto Final y su correspondiente Ley de Obediencia Debida: El punto final que el régimen democrático proponía era que todos nosotros aceptáramos la muerte así porque sí. Pero ellos impusieron el punto final por ley, y la obediencia debida, pero como nosotras estamos luchando contra ese sistema, no aceptamos las leyes que nos quieren imponer este gobierno.

Los hijos por quienes las madres reclaman son los subversivos para la dictadura, subversivos a los que ésta decidió aniquilar. En este contexto, la presencia de estas madres en la Plaza de Mayo está sacando a la luz y colocando en el espacio público la trama secreta de la represión, tal como lo ilustra Jaquette: El activismo sin precedentes de estas mujeres fue producto de una causa extraordinaria: la invasión de la esfera privada de la familia por parte de los gobiernos, que, a pesar de su compromiso público de preservar los valores familiares tradicionales, utilizaron el terrorismo de Estado para mantener el control político. Las Madres de la Plaza de Mayo fueron obligadas a ocupar el espacio público de la plaza luego de


fracasar en sus demandas privadas.

Las características que adquiere en Argentina la reducción de las formas de solidaridad, a partir de la supresión lisa y llana de toda forma de participación política y social y el ejercicio sistemático del terror, hacen que la reacción de la comunidad frente a este último sólo pueda comenzar desde sus planos más profundos: en el ámbito de la solidaridad básica, la familiar. Las formas de defensa de los Derechos Humanos preexistentes a marzo de 1976, como aquellas de los abogados dedicados a la defensa de presos políticos, militantes que denunciaban transgresiones, etc., fueron violentamente suprimidas mediante secuestros, asesinatos y otras formas de represión. Por ello la primera forma del movimiento de Derechos Humanos será la actividad espontánea y expuesta a cualquier riesgo de las madres. Si bien éstas se conocían unas a otras en las antesalas de los organismos del Estado, que les negaban toda respuesta, su encuentro en la Plaza de Mayo, más que una decisión política, fue inicialmente un ardid determinado por la necesidad de reunirse en un lugar muy frecuentado, para evitar así la represión. A partir del 30 de abril de 1977 –el primer “jueves de la plaza”– ésta se convertirá – en forma no deliberada al principio– en un modo de apelar a la gente, al transeúnte indiferente o aterrado, al periodista amordazado o cómplice. En la plaza, por lo tanto, se tiende el primer puente de una comunidad muy desarticulada en sus sistemas de solidaridad y comunicación. Inicialmente. La demanda de las madres es simple y radical: la aparición con vida de sus hijos desaparecidos, reivindicación grupal asumida por los propios familiares de las víctimas y las entonces extremadamente pequeñas entidades de defensa. Esta demanda se reformula al cabo del tiempo y accede, sin perder su carácter ético, al plano político: comienza a ir más allá de la acción puramente reactiva o defensiva, como se ha calificado a este tipo de participación, para expresarse en términos de valores del bien común e interpelar al Estado “para que esto no se repita”, “para que todos tengan libertad”. Las Madres de la Plaza de Mayo ingresan así al campo de lo colectivo, al espacio de lo social y lo político, desde donde apelarán a todos y cada uno de los ciudadanos, cuyos derechos están siendo afectados igualmente, aunque en apariencia queden fuera del problema. Su identidad como colectivo: símbolos para no olvidar


Para señalar que están en esa plaza por motivos diferentes a los de sus habituales transeúntes, las mujeres llevan un pañuelo blanco, símbolo directo de los hijos que faltan. Hebe Bonafini así lo narra: Cuando llega el mes de octubre entre los organismos que estábamos funcionando se prepara una marcha. Los primeros días de octubre también la iglesia preparaba su marcha a Luján con un millón de jóvenes. Y las madres decidimos ir a las dos marchas, unas iban a Lujan, las otras a la de los organismos. Entonces empezamos a ver cómo nos identificaríamos, y una dijo “vamos a ponernos un pañuelo blanco”, “y che, y si nos ponemos un pañal de nuestros hijos” (que todas tengamos esa cosa de recuerdo que uno guarda), y bueno, el primer día, en esas marchas usamos el pañuelo blanco, que no era otra cosa, nada más ni nada menos, que un pañal de nuestro hijos .

Para darle regularidad a su presencia y crear un foco que aglutinara a otros familiares, ellas eligieron el día jueves y las 15:30 como hora de encuentro. Posteriormente, ante la falta de respuesta y aprovechando el acercamiento de algunos sectores solidarios con su lucha, en diciembre de 1981 se realiza la primera marcha de la resistencia, que consiste en resistir 24 horas dando vueltas a la pirámide de Mayo como forma de expresar el repudio y la resistencia posible a la dictadura. En sus propias palabras las Madres se refieren a esta acción, a través de la cual se identifica el significado que para ellas tiene la resistencia: También hicimos nuestra primera marcha de resistencia. Algunos cuestionaban la palabra resistir; las madres decíamos resistir, no hay otra cosa, qué vamos a decir [...] ¿Qué quiere decir resistencia? Resistir. Queremos resistir en la plaza 24 horas a esta dictadura [...] También hicimos nuestro primer ayuno. Terminada la marcha de resistencia, tomamos la catedral de Quilmas y ayunamos 10 días un grupo pequeño de madres apoyadas por las otras madres, para mostrar que la marcha de resistencia y el ayuno eran eso, el querer conseguir un espacio y un gobierno constitucional que nos permitiera salir de esa noche de horror… .

Esta marcha se ha venido reiterando, al llegar el mes de diciembre, a lo largo de seis años. En ella se vieron desfilar por primera vez los rostros de los desaparecidos, en pancartas con sus fotos ampliadas, sus nombres y fechas de secuestro. Algunos han denominado a esta acción “La Ronda”. Sin embargo, desde una postura clara frente a sus acciones simbólicas de resistencia, ellas explican porque no debe llamarse Ronda sino marcha, tal como lo expresa Bonafini:

Quiero decirles que a nosotras no nos gusta que le llamen ronda a lo que hacemos. Las madres creemos que, aunque sea un círculo, estamos marchando hacia algo. No nos gusta ronda porque ronda es rondar sobre lo mismo. En estas primeras acciones,


ese caminar, también tomándonos del brazo, aferrándonos las unas a las otras, contándonos, también fuimos solidificando nuestro pensamiento y creciendo y tomando conciencia .

Estos tres elementos –pañuelo, jueves, marcha– son los elementos representativos de la Madres Plaza de Mayo. A través del caudal de acciones simbólicas y de protesta que han desarrollado, con el paso del tiempo y su maduración como movimiento han logrado instalarse en la vida pública. Pero sin lugar a dudas, es su convicción por lo que luchan y la fortaleza de no sucumbir ante la represión –a ejemplo de sus hij@s–, expresada en una serie de acciones y actos de resistencia no violenta, con claros objetivos políticos, lo que les ha posibilitado un reconocimiento incluso a nivel internacional: Nos pedían que nos fuéramos y nosotras insistimos con dar vueltas a la pirámide, un día le pidieron un documento a una madre, y luego al otro día lo mismo, y un tercer día –un tercer jueves– cuando le piden el documento a una decidimos darlo todas. Esto fue una acción de mucha unidad (todas o ninguna) y luego fue parar a la “cana” para que no nos pidieran más documentos. También hicimos acciones cuando venían personajes. Por ejemplo cuando vinieron Terence Todman y Cyrus Vance. Cuando Todman nosotras fuimos a la plaza, Videla mandó un emisario (no usábamos pañuelo todavía, agitábamos un pañuelo y les decíamos que teníamos los hijos desaparecidos), para decirnos que si nos íbamos nos iba a atender, pero no le creímos y nos quedamos agarradas entre nosotras, agarradas a una columna. Entonces mandaron milicos como para la guerra, armados, que no nos íbamos a ir. Entonces ellos pidieron y dijeron “apunten” y nosotras les gritamos “fuego”. Y ese gritarles “fuego” hizo que todos los periodistas que estaban para verlo a él –a Terence Todman– vinieran a ver quiénes eran esas mujeres. Esa acción nos sirvió para salir en muchos periódicos. Fuimos luego a la marcha que hicieron los organismos, donde 300 de nosotros fuimos presos. A medida que nos identificaban y nos preguntaban quiénes éramos y nos mandaban a un lugar, decidimos rezar también en ese lugar. Pero rezábamos pidiendo para que no fueran tan asesinos los de esa comisaría, para que no torturara el comisario, o sea que mientras tanto aprovechábamos el rezo para decirles asesinos y torturadores a los que teníamos ahí adelante. Entre padre nuestro y ave María los acusábamos de asesinos .

La respuesta del Estado: “son unas locas” Los militares las llamaron locas con el fin de desprestigiarlas. Este término tiene varias lecturas posibles: por el hecho de estar aplicado a mujeres, adquiere una resonancia de insulto; en otro sentido, “locas” hace alusión a la fantasía o delirio que las acompaña: lo que dicen es mentira, los desaparecidos no existen, la represión es un mito, una campaña difamatoria urdida en el exterior. También el calificativo de “locas”


estaría señalando que lo sano, lo adecuado, es la pasividad y el silencio; lo peligroso, lo anti-social, es la disidencia y el compromiso político.

En principio, la dictadura aparece descolocada frente al desafío que supone una manifestación pública en pleno estado de terror, donde están suspendidas las garantías políticas y los derechos civiles. En este primer momento, el movimiento es subestimado y se le responde con la desinformación, la infamia, e incluso el entorpecimiento de su presencia en la Plaza de Mayo. Surgidos de aparatos ideológicos del Estado, era común escuchar slogans como “por algo será” –que esas personas fueron secuestradas– y “en algo andaban”. Hacia fines de 1977 el movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo ha crecido considerablemente. Es entonces cuando la dictadura opta por la represión directa y el 10 de diciembre es secuestrada y desaparecida Azucena Villaflor De Vicente –una de sus fundadoras– junto a otros familiares de desaparecidos. El golpe es duramente recibido por sus compañeras; no obstante, su trabajo de denuncia no se detiene ni en los diarios y ni en la calle con las marchas en la Plaza de Mayo. En 1978, cuando Argentina es elegida sede del mundial de fútbol, la dictadura aprovecha esta oportunidad para mejorar su imagen en el exterior. Se apela entonces al sentimiento nacionalista y se difunde masivamente una frase, dirigida a desbaratar las versiones sobre la represión: “los argentinos somos derechos y humanos”. Sin embargo, es otro el sentimiento que embargó a éstas incansables combatientes por la vida y la verdad: Y viene la época del mundial, en 1978. Ese horror que para nosotras era el mundial y que a mucha gente ponía contentos. Se provocaban más secuestros. Se acentuaba la represión, sobre todo en la plaza. Nos tiraban gases. Habíamos aprendido a llevar bicarbonato y una botellita de agua. Mujeres grandes que nunca habíamos salido de la cocina, habíamos aprendido lo que habían hecho tantos jóvenes antes. Luchar por ese pedacito de plaza, luchar por ese pedacito de cielo que significaba nada más y nada menos que esto que tenemos hoy .

En 1979 redactan el acta fundacional de la Asociación Madres Plaza de Mayo, subrayando que su lucha es por la vida y por lo tanto se la postula desde un plano ético.


Incansables en sus demandas: que aparezcan con vida Con la justicia trabada y los asesinos en libertad, Madres Plaza de Mayo reafirma su lugar en la plaza, asegurando: No olvidaremos. No perdonaremos. Esta consigna tiene distintas interpretaciones. Por un lado, apunta a rescatar la lucha de los desaparecidos, el proyecto transformador de esa generación; en un segundo sentido, señala que no serán olvidados ni perdonados los crímenes cometidos por la dictadura, y una última interpretación alude a que no se olvidará ni perdonará la complicidad de los sectores políticos, religiosos, judiciales, que por acción u omisión permitieron la impunidad.

La consigna de aparición con vida pasará a tener diversos contenidos, pero resumirá, como ninguna otra, el fondo ideológico de las luchas de Madres Plaza de Mayo. Aunque para la época ya se habían descubierto varios cementerios clandestinos, con tumbas N.N y fosas comunes, la suposición es irrefutable desde el campo popular: sólo los militares saben que han hecho con los desaparecidos y no están dispuestos a decirlo. Frente a esta situación, la consigna de aparición con vida muestra la decisión de las Madres Plaza de Mayo de no cambiar la figura atroz de la “desaparición forzada” por la del homicidio. También en el 80 afirmamos nuestra consigna de “aparición con vida” porque cuando le dieron el premio a Adolfo Pérez Esquivel, Emilio Mignone había salido con él e iba diciendo por toda Europa que los desaparecidos estaban muertos. Y nosotras, que no somos ingenuas ya lo sabíamos, pero no queríamos darle esa posibilidad a la dictadura de que ya empezábamos nosotras a decir que estaban muertos cuando todavía nadie nos había dicho qué había pasado con ellos. Y como todavía nadie nos ha dicho que pasó seguimos pidiendo y reclamando esa consigna que es tan dura de mantener, y tan difícil, y que costó tanto que otros la tomaran como consigna llena de contenido y no de capricho. La aparición con vida es un modo para cuestionar el sistema, y lo sacamos en un documento en 1980.

Además, entre los miles que habían sido secuestrados por las fuerzas armadas, se contaban decenas de niños y bebés nacidos en cautiverio. Sabiendo que muchos de ellos habían sido entregados a conocidos de los represores, la consigna también los menciona y pide por sus vidas. En ambos casos, escenas políticas marcadas por las formas más perversas de represión, hacen que la defensa de la vida se convierta en el principio ético de mayor convocatoria en la escena política; que sean las mujeres, especialmente las madres pero también algunos otros grupos, las únicas que contra todo cálculo de riesgo personal o de eficiencia política – entendida en el sentido tradicional de costo/beneficio– puedan hacerse


cargo de levantar ese principio frente a un gobierno que desprecia el valor de la vida humana y a una sociedad que, con frecuencia, calla de manera cómplice frente a estos horrores. De la claridad existente acerca de su accionar concebido como una forma de ejercicio político, son elocuentes las palabras de Bonafini: Somos madres de desaparecidos y lo que hemos hecho es revalorizar la maternidad, amamos la política; no es una cosa mala la política, aunque los políticos que han perdido autoridad intentan corromperla. La política es la mejor acción del hombre, la política es todo, la política es salir, es decir, es resolver. Los indiferentes también hacen política. Más miedo le tengo a la indiferencia.

Ellas piden una justicia ejemplar que considere los actos del régimen como crímenes de lesa humanidad. Aceptando sin más la muerte de sus hijos, las Madres Plaza de Mayo creen que aceptan el cierre de la lucha; el dejar de dar vueltas en la plaza, en cierto modo, significa para ellas el olvido de los crímenes de la dictadura y de su propia acción para denunciarlos. Entonces sintetizan su sentir, convertido en consigna permanente: aparición con vida, ni olvido ni amnistía: Se habla de perdonar, de reconciliar y nosotras no olvidamos, ni perdonamos, ni nos reconciliamos: combatimos. Y combatimos con toda la fuerza que tenemos; buscamos dónde vive, donde está el torturador, el asesino, quién le paga sueldo, porque en algunos casos está en el gobierno y esto lo denunciamos permanentemente. Lo que hay que reparar con justicia, no se puede reparar con plata.

Su presencia en la plaza significa que la lucha continúa hasta no ver la justicia. Ellas cuestionan la política oficial y ello es tomado por algunos como ataque a la democracia como sistema político; por otro lado, su intransigencia es considerada por parte de sus detractores como búsqueda de venganza. Sin embargo, ellas son un claro ejemplo del valor femenino, de la capacidad de luchar y defender la vida, de cuestionar el Estado, de buscar la verdad, sin armas, sin violencia, desde una postura clara frente a sus demandas y sus convicciones.


2.2.

LAS MUJERES DE NEGRO DE BELGRADO: CRUZANDO LAS FRONTERAS

DE LA DIFERENCIA Mujeres de Negro de Belgrado, nacidas de la experiencia de Mujeres de Negro de Israel, es un movimiento que ilustra una resistencia con clara identidad de género. Aparte de ser antimilitaristas y pacifistas son feministas, lo que les ha permitido articular su pensamiento y accionar antiguerrerista con una clara posición frente a la cultura de dominación patriarcal y la situación de la mujer en ella. De este modo, consideran que un elemento importante para alcanzar una paz integral es el reconocimiento de la diferencia entre los sexos y la igualdad de derechos y oportunidades de género. Para ellas ya no existen asuntos exclusivamente masculinos, y menos aún cuando se trata de la guerra. Ésta, si bien es conducida por los varones, es un asunto que a todos compete; por ello se pronuncian ante el complejo masculino armamentista y la cultura del hombre guerrero, proponiendo la tolerancia, el respeto, y la solución negociada de los conflictos.

Nacen de la guerra y luchan contra ella El movimiento Mujeres de Negro nació en Israel en 1988, a partir de un pequeño grupo de mujeres que salieron a la calle para protestar contra la ocupación israelí de los territorios palestinos, acto de resistencia que aún continúa manifestándose en las calles: Es verdad que siempre denunciamos lo mismo pero el problema no cambia... Mujeres de Negro en Israel sigue trabajando específicamente en temas de ocupación porque la realidad tampoco cambió. Cuando encontré por primera vez a las Madres de la Plaza de Mayo llevaban como 12 o 13 años manifestándose, ahora llevan más de 20 porque la situación en Argentina tampoco ha cambiado... entiendo cuando las mujeres dicen... “ya no puedo más, quiero ocuparme de otra cosa, quiero desarrollarme...", lo entiendo pero hay que recordar que no hemos terminado con la ocupación, puedes marcharte porque es una decisión personal, pero la decisión política no ha cambiado.

A finales de 1991 se creó el grupo quizás más conocido de Mujeres de Negro, el de Belgrado. La guerra de Yugoslavia las ha obligado a mantener un intenso protagonismo, denunciando la violación como arma de guerra, organizando talleres y coordinando estructuras de apoyo a las mujeres víctimas de las diversas guerras que se han


producido en la zona. Las guerras en el corazón de Europa, primero en Croacia y Bosnia, después en Kosovo y Serbia, dieron protagonismo indiscutible al grupo de Mujeres de Negro de Belgrado. A pesar del acuerdo de paz firmado en 1995, las yugoeslavas, al igual que las israelitas, siguen manifestándose en las calles: Cuando fue firmada la paz de Dayton hemos conversado y concordado de seguir con la protesta. Antes de nada, porque la paz firmada por los que han provocado y hecho la guerra no es nuestra paz, porque la guerra ha continuado, sólo que con métodos diferentes, porque la paz no es sólo la ausencia de guerra, porque en el entorno nuestro todo está impregnado por la lógica de la guerra y el militarismo.

Es decir, su lucha va más allá: desenmascarar también los mecanismos que militarizan la vida cotidiana y la conciencia, los que las despojan de la posibilidad de tener el control sobre sus vidas.


Sus símbolos: otras formas de decir sin palabras En el caso de las Mujeres de Negro, el vigor de la palabra y de la visibilidad ha sido confiado a la fuerza expresiva del silencio y el luto. Sus símbolos son el color negro y el silencio, que ya han sido reconocidos por el movimiento internacional de mujeres contra la guerra como una forma peculiar de resistencia. Adoptaron este color ya que en su cultura forma parte del color femenino tradicional para manifestar el dolor en la esfera privada, invisible; ellas entonces han expuesto en las plazas el negro como un color visible, político: Cada miércoles pensamos cómo vestirnos de negro. Vestir de negro es nuestra pública y personal expresión de que no estamos de acuerdo con el nacionalismo, no estamos de acuerdo con los asesinatos […] nuestra elección del negro significa que nosotras no estamos de acuerdo con todo lo que el régimen Serbio estuvo haciendo. Con nuestros cuerpos, como una llamada de recuerdo y advertencia, representamos nuestra amargura y hostilidad hacia todos los que desean el salario de la guerra. Durante la vigilia permanecemos silenciosas, algunas veces nos susurramos para apoyarnos y darnos ánimos cuando las palabras de los que pasan nos insultan.

Una de las aportaciones fundamentales que ha hecho Mujeres de Negro es plantear la idea de que las mujeres podían manifestarse y ser visibles en las calles con su opinión en temas políticos.

Sus principios, sus demandas: ¡no más guerra, no más armas! Ellas se reconocen como pacifistas, antimilitaristas y feministas. Así han logrado incorporar dentro de sus demandas una serie de elementos que tocan las fibras no sólo de la guerra como tal, sino también de la serie de relaciones causales (muchas de ellas estructurales) de tal estado de crisis. Es decir, sacan a relucir al mundo público aquellas dimensiones de la vida “privada” donde la mujer es sometida y utilizada con fines ideológicos, ofensivos, defensivos, instrumentales en todo caso para la dominación masculina en tiempos de guerra. Así entonces, denuncian a las instituciones que han contribuido –a través de la propagación ideológica, doctrinaria, normativa, etc. – a la reproducción de la violencia y la guerra, y a la utilización y sometimiento de los cuerpos femeninos a los sentimientos nacionalistas bélicos; el Estado, la iglesia y la escuela son objeto de sus acusaciones.


Conscientes de que su condición de mujeres –en medio de una sociedad atravesada por un profundo y persistente conflicto,

donde subyace de modo tenaz la intolerancia y el

irrespeto a la diferencia– las hace objeto de constantes abusos y excesos, denuncian las prácticas contra las mujeres, que reducen su identidad al hecho de ser madres y esposas, que las llaman a volver a sus casas, a “ofrecer” sus cuerpos para los fines de la guerra y la nación. Así mismo, denuncian las violaciones sexuales masivas y toda forma de atropello, exclusión y dominación de la mujer. Y es que Mujeres de Negro vincula de una manera sólida el feminismo y el antimilitarismo, a partir de la claridad de que toda forma de irrespeto a la diferencia, a la otredad y sus correspondientes manifestaciones, son violencia, son expresión de la guerra. Así entonces, demandan el reconocimiento de las mujeres como sujetos políticos, con pleno derecho a decidir frente a los temas nacionales e internacionales y de replantear y reconceptualizar su papel dentro de la sociedad, puesto que consideran que no existe ningún tema que sea de dominio exclusivo de los hombres. Así, aunque tradicionalmente la guerra ha sido un asunto considerado de dominio exclusivo de los varones, ellas no solo la critican, sino que emprenden acciones para manifestar su repudio, promoviendo el florecimiento de la no violencia y el pacifismo como formas de resolver los conflictos. A partir de considerar la guerra como una experiencia traumática que ha dejado graves repercusiones para todo el planeta, recurren a la recuperación de la memoria de la guerra y de sus víctimas, proclamando el no olvido como una de los cimientos para seguir resistiendo: Tanto nosotras, como las pacifistas de otros países, coincidimos en que los regímenes autoritarios y totalitarios recurren, para mantenerse en el poder, a la construcción y la imposición ideológica del olvido de todo lo que podría cuestionar, ahora o en el futuro, ese mismo régimen… los instrumentos principales que el régimen utiliza para crear e imponer el olvido son los medios de comunicación… aceptar el olvido sobre los crímenes de guerra y los criminales de guerra es una especie de complicidad en el crimen. La memoria de lo que pasó en esta guerra es una forma de resistencia a ésta y a todas las guerras […] lo que estamos haciendo nosotras, lo que hablamos, lo que será grabado, escrito, es nuestra lucha contra el olvido […] los que detentan el poder pretenden no sólo imponer el olvido de su responsabilidad en la guerra, sino también imponer el olvido de la resistencia a la guerra, de la solidaridad humana en la guerra. La memoria de la resistencia y de la solidaridad es una forma de oponerse a la guerra y


a la historia como memoria inscrita según las órdenes de los vencedores de la guerra.

Con la recuperación de la memoria buscan sensibilizar a la opinión pública por los crímenes cometidos en contra de la población civil, al tiempo que impulsan la conciencia de la responsabilidad por la guerra.

El reconstruir todos los hechos de la guerra permite

además reclamar la verdad sobre las personas desaparecidas, exigir juicios contra todos los autores, organizadores y ejecutores de los crímenes de guerra. Para Mujeres de Negro ningún acto de guerra debe ser ocultado; por tanto; la difusión de información certera y la contra información son claves en este aspecto.

En su ardua labor antimilitarista dedican importantes esfuerzos a la promoción de la objeción de conciencia, teniendo como tareas fundamentales apoyar a los hombres que se niegan a ir a la guerra, al tiempo que realizan acciones diversas encaminadas a difundir esta practica. Denuncian además la militarización de la vida privada, evidenciada en la industria armamentista, las industrias al servicio de militares, la creación de burdeles militares y la estructura militarista del sistema escolar, donde se educa a la mujer para callar y obedecer. A la par, reclaman la disminución de los gastos militares y policiales, la prohibición de minas antipersonales y la conversión de la industria militar. También son objeto de su atención temas que tocan directamente con el modo como se distribuyen y asignan los recursos públicos, y consecuentemente con ello, con la situación de pobreza y desprotección social, buscando hacer visible la relación entre el aumento de gastos para la guerra y la menor inversión social En uno de los apartes de su libro, Mujeres de Negro se refiere a su labor antimilitarista en con siguientes palabras:

Nuestra vida diaria confirma cuanto nos concierne y nos afecta el negocio militar y la movilización forzosa. Todos los temas son temas de las mujeres. No consentimos seguir siendo víctimas del militarismo, queremos cuestionar el valor del sistema militarista, no sólo a través de pequeños actos de resistencia no violenta.

Sus acciones de resistencia

A la par con las protestas, han organizado también la educación alternativa en las calles a través de la distribución de panfletos y boletines, recogiendo firmas para varias iniciativas y preparando ‘performances’. Estas acciones se han hecho coincidir con fechas importantes para el movimiento internacional de mujeres y paz, tales como el 8 de marzo, día internacional de acciones de solidaridad entre mujeres; el 15 de marzo, día internacional contra la brutalidad policial; el 24 de mayo, día internacional de acciones de


mujeres por la paz y el desarme; el 28 de mayo, día internacional de acciones por la salud y los derechos reproductivos de las mujeres; el 9 noviembre, día internacional de acciones contra el fascismo y antisemitismo; el 10 diciembre; día internacional de los derechos humanos, entre otras.

Dentro de su forma particular de resistir a la guerra utilizando los elementos simbólicos en acciones políticas contundentes, estas mujeres tienen además instauradas una serie de actividades que han logrado extenderse en varios lugares del mundo, a través de otros grupos de Mujeres de Negro en diversos países, que han introyectado esta experiencia de lucha contra la guerra. Entre dichas actividades se encuentra: Promoción de la Red Internacional de Solidaridad de Mujeres contra la Guerra (Red de Mujeres de Negro). Empezando en julio de 1992, han organizado nueve encuentros internacionales. Esta actividad refleja el valor que le dan a la unidad y la solidaridad como punto de partida para la consecución de objetivos comunes contra la guerra y como expresión de su practica feminista: Nuestros encuentros divulgan la solidaridad entre mujeres por encima de las fronteras, divisiones y barreras estatales, étnicas, religiosas y raciales, impulsando la creación de coaliciones multiculturales de mujeres por la paz, la participación de mujeres en la resolución no violenta de conflictos, los vínculos entre el feminismo y antimilitarismo.

Talleres de educación alternativa: el objetivo de esta práctica educativa consiste en impulsar el desarrollo de la sociedad civil, la auto-organización y autonomía de las mujeres, la creación de redes y coaliciones interculturales de mujeres por la paz. Apoyo a las víctimas de la guerra y de la represión: desde 1993 hasta el año 1997 se han dedicado intensamente a dar apoyo y ayuda organizada a la población refugiada que se encuentra ubicada en los campos de refugiados existentes en el interior de Serbia. Observación de los juicios políticos a las víctimas de la represión política y étnica perpetrada por el régimen serbio en 1999 y 2000. Sobre estos juicios han informado a la opinión pública nacional e internacional. Realización de charlas y talleres que les permitan hacer de puente de paz y democracia en los Balcanes, como una forma de "saltar los muros" y de hacer resistencia frente a


la homogeneizaciĂłn ĂŠtnica y al totalitarismo en los paĂ­ses de la ex Yugoslavia.


Sus acciones de resistencia: seamos creativas/os, no seamos violentas/os Nacidas de la guerra y de la violencia y marcadas por su horror, ellas, Mujeres de Negro, consideran que la desactivación de la guerra no puede ser inducida por medio de métodos violentos. En consecuencia, han introyectado una serie de principios no violentos, tales como el rechazo a la violencia como forma de solucionar los problemas y conflictos, de modo que ellas recurren a medios diferentes a los empleados por el régimen; de llegar a la no violencia como fruto de un análisis detenido del estado de las cosas y de la correlación de fuerzas en el contexto socio-político donde se resiste. Sobre la significación que tiene para ellas la no violencia afirman: La no-violencia es una prueba de nuestra fuerza interior, de nuevas convicciones y de perseverancia.

Como resistentes no violentas, consideran que quienes practican esta forma de lucha tienen un amplio arsenal de armas no violentas a su disposición, haciendo referencia a los cientos de acciones no violentas de resistencia que se pueden emprender con objetivos claramente políticos, y que pueden ocasionar reacciones y respuestas en el “adversario”, además de expresar descontento, repudio, no colaboración, a partir de otros lenguajes. En sus propias palabras, expresan así la importancia que le conceden a la acción no violenta: En el momento en que este régimen trata de provocar la guerra civil, tenemos que empeñarnos al máximo, para que toda nuestra acción sea exclusivamente no violenta. Es obvio que en las actuales circunstancias cualquier tipo de violencia física, o daño material, hasta las palabras arrogantes u ofensas a adversarios, perjudican gravemente la acción.

En la búsqueda de este tipo de acciones y de lenguajes, Mujeres de Negro recupera y difunde los métodos publicados en el segundo tomo del libro “Política de no-violencia”, de Gene Sharp, seleccionando algunos y adecuándolos a las circunstancias locales, Basadas en los teóricos de la no violencia, las Mujeres de Negro forman a las mujeres y a la población de Belgrado frente a la resistencia civil no violenta. Tanto en sus principios como en sus postulados y acciones, demuestran una claridad contundente frente al valor de la resistencia civil no violenta como una opción política seria y ética. Una de las formas de desobediencia civil promovidas por Mujeres de Negro, con sello y


carácter propiamente femenino, se asocia con los planteamientos que formulan con respecto a la maternidad en medio de la guerra: En una de nuestras primeras proclamas, en 1991, Mujeres de Negro hemos animado a las mujeres a no parir durante la guerra, como forma de desobediencia, de deslealtad a la etnia, al Estado […] la experiencia nos enseñó que el símbolo de lo materno cumple múltiples roles y funciones. Los regímenes nacionalistas-militaristas, como el de Serbia, han contado en los años de guerra, y siguen contando ahora, con la abnegación incondicional de las mujeres, con su dedicación absoluta a los demás, utilizando esto como un instrumento eficaz para comprar la paz social. El régimen genera y fabrica víctimas, las mujeres se hacen cargo de ellas.

Ellas logran articular de modo claro y coherente la esfera pública y privada de modo que la antigua frontera que limitaba la acción y la participación política desaparece. Concientes de la importancia de las redes y los fenómenos globales vinculan su experiencia a la red mundial de mujeres contra la guerra y su movimiento va adquiriendo cada vez mayores dimensiones en América y Europa. Resistiendo y cruzando la diferencia difunden el espíritu de la resistencia femenina contra la guerra como esperanza de vida para esta y las futuras generaciones.



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