Lo que he visto al pasar

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LO QUE HE VISTO AL PASAR



Lo que he visto al pasar Vida rural e historia natural en la Nicaragua de hace un siglo

Fernando Buitrago Morales Glosario y notas de Jaime Incer Barquero

Colección Cultural de Centro América Serie Monografías Departamentales nº 1 2010


N 863.44 B932 Buitrago Morales, Fernando Lo que he visto al pasar/Fernando Buitrago Morales; mapas Jorge A. Fiedler. – 1ª. ed. – Managua : Fundación Uno, 2010. xiv, 384 p.:il., – (Colección Cultural de Centro América. Serie Monografías Departamentales nº 1) ISBN: 978–99924–53–55–1 1. NOVELA NICARAGÜENSE-SIGLO XX 2. LITERATURA NICARAGÜENSE

©2010 Colección Cultural de Centro América DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN

inFORMA (Managua, Nicaragua)

informa.graphic.design@gmail.com

INTRODUCCIÓN Y FOTOGRAFÍAS

Jaime Incer Barquero GLOSARIOS Y NOTAS

Jaime Incer Barquero, Jorge A. Fiedler DIGITALIZACIÓN Y RETOQUE DE IMÁGENES

inFORMA IMPRESIÓN

Imprelibros S.A. PRINTED IN COLOMBIA


Colección Cultural de Centro América El Fondo de Promoción Cultural del Banco de América editó en calidad y en cantidad la mejor colección de obras arqueológicas e históricas, literarias y artísticas que se haya publicado en Nicaragua. Quedó interrumpida la colección cuando el gobierno nacionalizó los bancos. Al instaurarse de nuevo la democracia y la economía de mercado, Fundación Uno, contando con miembros del anterior Consejo Asesor del Fondo de Promoción Cultural y con nuevos elementos de gran valor se propone no sólo reanudar la colección interrumpida, sino centroamericanizar su proyecto, haciendo accesibles al lector de las repúblicas del istmo, aquellos libros que definen, sustentan y fortalecen nuestra identidad. Esta labor editorial que facilitará la enseñanza y la difusión de nuestra cultura en escuelas, institutos, centros culturales y universidades, producirá simultánea y necesariamente una mayor unidad en la cultura del istmo; unidad cultural que es el mejor y más poderoso cimiento del Mercomún y de cualquier otra vinculación política o socioeconómica de la familia de repúblicas centroamericanas. Este es un momento histórico único del acontecer del Continente, todas las fuerzas tienden a la formación de bloques regionales, pero la base y motor de esas comunidades de naciones es la religión, la lengua y las culturas compartidas. Fundación Uno quiere ser factor activo en esa corriente con la publicación de la Colección Cultural de Centro América. Pablo Antonio Cuadra


Consejo Asesor Colección Cultural de Centro América La Colección Cultural de Centro América, para desempeñar sus funciones, está formada por un Consejo Asesor que se dedicará a establecer y vigilar el cumplimiento de las políticas directivas y operativas del Fondo.  Dr. Francisco X. Aguirre Sacasa Dr. Emilio Álvarez Montalván Ing. Adolfo Argüello Lacayo Dr. Alejandro Bolaños Geyer ( ‒) Dr. Arturo Cruz Sequeira Don Pablo Antonio Cuadra ( ‒) Dr. William V. Davidson Dr. Ernesto Fernández-Holmann Dr. Jaime Incer Barquero Dr. Francisco J. Laínez Ing. René Morales Carazo Lic. Ramiro Ortiz M. Dr. Gilberto Perezalonso Ing. Ricardo Poma Lic. Sergio Raskosky Holmann Lic. Marcela Sevilla Sacasa Lic. Pedro Xavier Solís Arq. José Francisco Terán

  Lic. Jorge Canahuati Dr. Marco Fernández Ing. Luis H. Moreno Jr. Rev. Manuel Ignacio Pérez Alonso, .. ( ‒)


Presentación Zothecas amputat Aquae Sulis. Tremulus apparatus bellis miscere quinquennalis cathedras. Catelli iocari cathedras, quamquam ossifragi suffragarit vix verecundus matrimonii. Saburre agnascor quadrupei. Rures amputat bellus saburre, quod cathedras suffragarit Augustus, iam Caesar agnascor Octavius, quod catelli iocari adfabilis quadrupei. Concubine amputat saetosus syrtes, etiam catelli adquireret incredibiliter tremulus cathedras. Syrtes imputat apparatus bellis, utcunque catelli insectat gulosus apparatus bellis. Lascivius concubine amputat parsimonia matrimonii, ut adfabilis cathedras circumgrediet chirographi, quod zothecas adquireret optimus perspicax ossifragi. Utilitas zothecas corrumperet cathedras. Tremulus zothecas neglegenter adquireret satis perspicax agricolae. Saburre insectat plane pretosius umbraculi, utcunque verecundus cathedras amputat Caesar. Perspicax concubine praemuniet pessimus pretosius rures. Quadrupei imputat fragilis catelli. Chirographi agnascor catelli. Octavius frugaliter amputat oratori. Rures circumgredi. Pretosius cathedras conubium santet vix perspicax agricolae, semper fiducia suis deciperet Augustus. Tremulus concubine circumgrediet optimus saetosus agricolae, et catelli iocari concubine.

pendiente

Ernesto Fernández-Holmann PRESIDENTE COLECCIÓN CULTURAL DE CENTRO AMÉRICA

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FUNDACIÓN UNO


Introducción En la biblioteca del abuelo encontré —hace más de  años— Lo que he visto al pasar, libro de Fernando Buitrago Morales que en la época de adolescencia despertó mi curiosidad por las narraciones de la flora y la fauna nativas que existían en las ubérrimas montañas al oriente de Boaco a principios del siglo , que entonces era parte del departamento de Jerez. Mi abuelo materno, Manuel Barquero, leía con deleite aquel libro que le recordaba sus años mozos. Él también había sido finquero, evaluador de haciendas, andador de caminos y conocedor de ríos y montañas, a tal extremo que dibujó de memoria el primer mapa del municipio de Boaco con bastante acierto, tomando como única referencia los linderos de las tierras ejidales que el rey Carlos  había conferido a la comunidad indígena, allá por el año de . Don Manuel había sido amigo y compañero de don Fernando en sus mocedades boaqueñas y éste lo menciona en algunas de sus simpáticas pasadas. El padre del autor, don Mariano Buitrago, de origen granadino, se había radicado en Boaco y fue el primer alcalde de aquel pueblo al iniciarse el siglo pasado. Su gestión edilicia quedó grabada en la memoria gracias a mi maestra de primer grado, quien nos explicaba —como parte de la historia de la localidad— que don Mariano introdujo el alumbrado callejero instalando faroles de kerosene y pagaba de su propio peculio el salario del farolero, quien encendía y apagaba diariamente las luces del pueblo a las horas del orto y ocaso del sol. Fernando, hijo de don Mariano, solía abandonar Granada al comenzar las vacaciones para pasarlas junto a sus padres, trasladándose a lomo de mula —única forma de transportación que existía entonces— para llegar a Boaco y disfrutar del verano en Chayotepe, finca ganadera que su padre poseía entre las comarcas de Sácal y Baguas. Al salir de Granada, el camino bordeaba la orilla occidental del lago de Nicaragua y vadeaba la bocana del río Tipitapa en el

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Paso de Panaloya, lugar donde pernoctaban los viajeros al final de la primera jornada. Continuaba el viaje por Malacatoya, se cruzaba el llano de Masapilla hasta alcanzar Tecolostote, otra parada obligada al caer la noche. En el tercer día se continuaba rumbo a San Lorenzo y luego los cabalgantes remontaban las serranías para columbrar por la tarde las primeras casitas del pueblo, acurrucado entre las estribaciones de la cordillera chontaleña. Por otra parte, Chayotepe estaba situado a unas tres horas a caballo al oriente de Boaco, cerca del camino real que unía a esta población con Muymuy, ambos municipios separados por el hermoso río Olama, cuyas fuentes se encuentran en la vecina montaña de Cumaica. Dotado de gran espíritu de observación, el joven Buitrago aprendió en aquella finca todo lo relacionado con las artes campestres chontaleñas; se enteró de la vida y costumbres de los nativos —o natuchos, como él los llama—, mandadores y peones de Chayotepe; y estudiaba también los fenómenos naturales, las curiosidades y usos de muchas plantas y animales, pues en aquel entonces la finca lindaba con el bosque húmedo tropical, exuberante y virgen. La montaña, como los lugareños llaman a este biotopo sempervirente, ya no existe en la comarca, y ha desaparecido en todo el departamento de Boaco y regiones aledañas de la vertiente atlántica, suplantada en el transcurso del siglo  por extensos “desiertos de zacate” dedicados a la crianza de ganado. En el tiempo que don Fernando escribía sus memorias —hace unos  años— tuve la suerte de conocer el mismo ambiente campesino descrito por el autor. Mis hermanos y yo solíamos pasar las vacaciones de verano en la finca de un tío abuelo, situado al pie del cerro Mombachito, así rebautizado por los pioneros procedentes de Granada que se asentaron en el viejo Chontales. Su elevada cumbre, cubierta de un bosque nebuloso —semejante al que corona a su alter ego granadino— era conocida como Akil Asang por los indios Sumus, antiguos

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pobladores de la región. Este cerro se yergue de canto sobre la meseta de Camoapa, unas cuantas leguas al sur de Chayotepe. En los amaneceres de Mombachito escuchábamos la imploración de los congos, que con roncos aullidos perforaban la densa neblina que envolvía a la montaña, al tiempo que el mandador de la finca referiría al patrón de la heredad haber escuchado el rugido de un tigre que en la noche anterior rondaba el corral del ordeño. Al caer la tarde, bandadas de loras y parvadas de chocoyos invadían los guanacastes, mientras las oropéndolas regresaban a sus nidos pendulares colgados de las ramas más endebles de un roble sabanero. El canto del guás agorero clamaba por lluvia. Bajo el monótono concierto de las chicharras cuarezmeras se cerraba la noche, en cuya negra comba Sirio y Canopus brillaban resplandecientes sin la competencia de las luces de la ciudad. Hoy, en el otoño de mi vida, la lectura de Lo que he visto al pasar recrea en mi memoria aquellas imágenes y despiertan en mí la intención de rescatar este libro, escrito en un lenguaje rural, rico en vocablos y expresiones hoy desaparecidas del habla campesina y fruto de experiencias que nos remontan a la Nicaragua de hace un siglo. Ciertamente, no conozco narrativa similar sobre un tema de antaño, que como ésta trate con tanta vivencia de la vida rural de nuestro país, donde lamentablemente estamos olvidando nuestras raíces genuinas y borrando el recuerdo de tiempos mejores. Jaime Incer Barquero PRESIDENTE ACADEMIA DE GEOGRAFÍA E HISTORIA DE NICARAGUA

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Índice vii Presentación viii Introducción 1 Tranquera en pampa, a manera de prólogo Sultanato simio Cangrejo de sabana La insustituible acémila Apariencia que engaña Enemigos del cerdo Chompipes cruzados La cura de la ratonera El chapuzón de San Juan De lagartija a sabanera Los Corredores

Portones de la finca Chayotepe, 2009

4 12 14 16 18 19 21 23 26 31

33 34 36 36 39 43 44 45 46 48 51 53 56 60

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La iguana montañera La Semana Santa del indio Agua zarca Noticias de Cascabelandia Chuluca de hervedero El convivio, vacuna Crianza de guatusas Yodo vegetal Batracio cazador Fiera diminuta Importancia del carol Hedor a cabro macho El fin de una herencia colonial Gallego encostalado


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64 65 65 71 73 77 78 80 82 88 89 93 95 99

126 127 129 130 133 142 151 157 166 173 175 176 178 178 179 180 181 182 184 186 189

La bajada a Chayotepe, 2009

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Ranas gualdas y rosadas Ofidio raro Felino a horcajadas Chirriones y guayolas Cosas curiosas que parecen chiles La fibra del panchil El alma en pena de Cosme Calero Rarismos nicas Tapas macabras Peinemico montañero La revelación de una lucha Platanillón Ñor Sen Los flujos y reflujos del Panaloya La caza de los piches El Zar de las auras El milagro de una súplica El descubridor del guaco Fueranos urbanizados

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Gavilán de mico Peste de pescados Huevos por costaladas Voladora descomunal Ápteros militares y estrategas El final de una momia Hijueputazos bravucones Los ocho días de los defuntos Remetálicas de las octavas Ñoca de río Por horror a los chingos Reproducciones interesantes Pilastras desmesuradas La cruz de Camoapa Víboras en lugar de guapotes Burillo de palanca Serpentinas silvestres Toboba maromera Bejucos fosforescentes Aviso campesino Yo he pensado ser don


ÍNDICE

Desventaja incorregible Centinela intrépido El pájaro brujo La playa de El Subidero Sierpe con astas Reventazón de pescados El peligro del alero Pelos peligrosos Hatajo y partida Tilinte… y a la estradiota Tigres overos Vida del chagüite silvestre Bolenca de tabaco Desquiciante filosofía del hato Para sabanear Exageración y probabilidad Tres años de verano consecutivo 242 Caprichos de la Naturaleza 244 Culebras caseras 248 Río oleador

250 Plumas, pelos, fincamientos

199 202 204 208 209 213 215 216 218 219 225 226 229 230 238 239 240

257 260 260 262 264 267 271 273

Finca Chayotepe, ruinas de la casa vieja, 2009

277 280 284 285 288 290 294 298

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y caitiyos raros Sacuanjoche animado El cuajayote Antídoto poderoso Palma de pita y árbol de majagua El gritón Juego de pizotes y prueba de jaños Pocito raro Curiosidades del tino irracional Lagunita de San Salvador Peculiaridades de los félidos Derribadera del eco Floripón misterioso Pambas y verdades Inundaciones La Cirila Verdades que parecen guaraguas


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302 304 307 308 310 312 313 315 315 316 316 317 317 318 318 318 319 319 320 320

Hormigabravas amansadas Despescuezamiento Bince de mapachín Caza de saurios Camposantos miniaturas Surgión inolvidable Cuernos y piedras Esterilidad Flor que se defiende Grave Concisión Curiosidad Cedro descomunal Gallináceo cornudo De cuatro patas Bazofia ensombrerada Ceiba vasta El níspero Hermandad cucarachil El conyagual

Suelda con suelda Un préster del Xolotlán Pánico puro Tuco perseguidor Frutas El indio historia Fardachos Sobre de un lagarto Cucaracha de agua Lecciones de chavalo Compañerismo completo Remedio que llama a risa Varazonazo inolvidable Incoherencias de Pinolandia Perrozompopos Pendejos El salto de Tierra Azul El cacaste, cuento sabanero, de pasadas 369 Mapas e ilustraciones

321 322 323 324 328 331 332 333 335 336 338 340 341 342 346 349 350 356

…entre las muchas desventajas del nicaragüense, las mayores son el no conocer debidamente a sus compatriotas de los ocho horizontes patrios, ignorar por completo las peculiaridades y curiosidades campesinas y desconocer por entero las riquezas y secretos de la tierra… Fernando Buitrago Morales

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Tranquera en pampa a manera de prólogo

Con las curiosidades que la cámara de la pupila ha filmado en el trajinar continuo por los caminos reales, atajos y picadas, que en diversas direcciones descuartizan los rumbos cardinales de la república, se ha formado este libro. Se ha evitado en lo posible el hacer literatura y dentro de su organismo, brolla autóctona y atravesada la jerigonza fuerana y natucha, para hermanar más naturalmente el cuerpo de la pasada que se narra, con el alma del ambiente de donde ha sido captada. La mayoría de los casos adquieren vida entre los parazales, ríos, llanadas, desfiladeros, montañas y altiplanos de los departamentos de Boaco y de Chontales; la persistencia de tales escenarios no debe de extrañar a los lectores, ya que el actor de estas noticias se compenetró e intimó con el campo y el boscaje a causa del largo convivio con ellos que las vacaciones anuales de su juventud le brindaban en las heredades que poseía su señor padre en las divisiones políticas citadas y a donde desde muchacho era llevado para que su organismo engullera vigor y descanso, tan necesarios siempre para los infantes que gastan sus energías en la brega del aprendizaje; y fue en esos viajes, precisamente, que el mozalbete, harto de ciudad y de aulas, aprendió a gozar interiormente con la serena presencia de la Naturaleza soberbia y a tragarse con fruición y entusiasmo el llanete, el potrero, la talolinga y el filete, con sus ojos hambrientos de paisajes y de horizontes poliformes. Casi todas las cosas que se cuentan en estas páginas están en la posibilidad de ser comprobadas por cualquier espíritu

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observador que vaya a convivir con los fueranos en los hatos y ranchos de las comarcas y cañadas donde ellos habitan, ya que la fauna, la flora y lo sorpresivo quedan de tal manera a mano que es fácil palpar lo que a primera vista puede parecer que es mero cuenterete de camino o simple invención de escritor novedoso que gusta de sorprender la buena fe de los lectores; claro es que para satisfacer los sentidos con la prueba de la veracidad de los asuntos que se tratan en la obra, se requiere no ir al campo a permanecer jamaqueándose en la vivienda en que se posa, sino que a coger por un rumbo y por el otro, por un desecho y sobre el lomo de cualquier picada hasta dar, el día menos pensado, en el recodo más imprevisto de la ruta, con el primer ejemplo que demuestre la existencia de algo que en el pensamiento ha sido puesto en duda, o se ha negado mentalmente o de palabras su realidad, a pie juntillas. Existen capítulos en este librejo que no se pueden comprobar a voluntad por más que se quisiera, porque pertenecen a lo preternatural, tales como Güito, Sacuanjoche Animado y Floripón Misterioso; hay además algunos otros como el Final de una Momia, etc., que por ser meramente historietas de un hecho sucedido, al investigarlos, sólo los conocedores de ellos pueden dar testimonio convincente; los primeros se escribieron por muchos testigos presenciales insospechables que tuvieron y que aún viven todavía, y los segundos por igual cosa y además, porque si no fueran ciertos no tendrían mérito ninguno al estamparlos, es decir no habría para qué endilgarlos como auténticos en unas páginas en las cuales no hay para qué decir mentiras, ya que el autor empeña en cierto modo su palabra de honor al transcribirlos al público. Para los escépticos, el esfuerzo por darle forma a este volumen no ha de tener ningún mérito; quien lo ha escrito lo sabe perfectamente, pero emprendió la tarea por la convicción triste que tiene de que entre las muchas desventajas del nicaragüense las mayores son el no conocer debidamente a sus compatriotas de los ocho horizontes patrios, ignorar por completo las pecu-

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TRANQUERA EN PAMPA

liaridades y curiosidades campesinas y desconocer por entero las riquezas y secretos de la tierra que le ha dado vida y lo alimenta piadosa. Estos defectos, hijos legítimos de las malas vías de comunicación y de lo muy poco que al paisano se le enseña de Nicaragua en las escuelas, no forman indudablemente inferioridades decisivas para las bregas por el pan y las necesidades imprescindibles de la subsistencia; no, nada de eso, y por ello es seguro que jamás se le ha dado ni la más mínima importancia; pero hay que convenir que semejantes despropósitos sirven para probar agobiadoramente a los extraños lo poco que el nica sabe sobre su patria, la indolencia con que se mira la sobrevivencia de semejante situación y la ignorancia dolorosa, que pasma y admira a los que tocan la llaga, del desconocimiento en que vive el pinolero citadino del nicaragüense comarcano, demostrando todo esto la carencia completa que se tiene del pleno sentido de la nacionalidad. Aquí no habrá de encontrar todo lo que necesita el connacional para dar fin a esos complejos incongruentes que desquician el ánimo; pero por lo menos entrará a familiarizarse con un mundillo nacional interesante, el cual el ciudadano de las poblaciones ignora lastimosamente. Con el pretexto de poner en pampa la tranquera de entrada imaginaria, que cierra al lector las fojas de este libraco, bien se podía paliquear de lo lindo dando explicaciones antes de dejarle el paso libre al valiente auscultador que vaya a entrarse en él; pero, cansar desde un principio al temerario caminante que va a remolón a acometer la exploración de los arrecifes de estas anotaciones, es algo muy pesado que se ha tratado de evitar para que la pampura de la puerta no resulte en muralla que evite el adentramiento de los desalmados por esos abismos jinchunos, traídos al papel por el esfuerzo de la pluma de un curioso observador. Y haciendo de lo dicho un hecho, se zumba la última tranca y se dice con franqueza hatera: “¡Adentro! que este rancho que

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ve y esa agua que ay nomasito brolla son de yo y por lo mesmito suyos.” glosario Adentramiento. Penetración; andar tierra adentro. Ay nomasito. Allí nomás; muy cerca. Brollar. Aparecer; surgir; borbotear. Cuenterete. Cuento, relato o historieta poco creíble. En pampa. Abierto; véase pampura. Fuerano. De las afueras de un poblado; del campo; provinciano; campesino. Jamaquear. Descansar en una hamaca; bailar sacudiendo el torso; sacudirse el suelo por un sismo oscilatorio. Jincho. Jinchuno. Jinchada, jinchería. Indio, campesino de modales rústicos; provinciano. Actitud o modales de personas con escasa educación. Acción o expresión poco elegante, sin recato. Mesmito, mismito. El campesino nicaragüense tiende a cambiar ciertas vocales, por ejemplo, mesmo, en vez de “mismo”, y abusa del diminutivo. Natucho. Indígena campesino o peón mestizo que vive en el campo. Nica. Apócope de nicaragüense. Paliquear. Platicar; palabrear. Palpar. Verificar por cuenta propia; darse cuenta de algo. Pampura. Campo abierto, de límite indefinido. Parazal. Potrero sembrado de zacate pará. Pasmar. Asombrar; sorprender; dejar boquiabierto. Picada. Sendero abierto en la montaña para acortar el camino; atajo. Pinolero. Que come pinol; por extensión: nicaragüense. Talolinga. Terreno pantanoso o sonsocuitoso, poco firme al paso. Tranquera. Puerta de trancas deslizables que separa los potreros en una finca o hacienda. Zumbar. Levantar de forma enérgica; lanzar; aventar; correr rápidamente.

Sultanato simio Se ha perdido en el abismo del tiempo transcurrido, la fecha precisa en que tuvo verificativo la anécdota que se va a entrar a narrar, pero aconteció en el año de . Viajaban para Boaco don José María Buitrago y su sobrino

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Fernando, del mismo apellido; éste había aprobado la primaria y muchacho al fin, quería deslumbrar a su noble y austero tío hablándole del colegio, de los exámenes, de sus proyectos futuros, etc. La bondad del anciano sonreía bonachona viendo correr desbocada la imaginación del mozalbete, que sin cesar barajustaba sobre la bella y dilatada llanura de la niñez que el rocío de la primavera reverdecía. Pasitroteaban las bestias tragando tierra y el espíritu del infante volaba hacia el país del devenir, a donde el aéreo-liniero del pensamiento lo llevaba con mayor rapidez de lo que gasta la luz para llegar al planeta. Por el camino en que viajaban, que era la trocha real que va de La Unión a San Lorenzo, hay una bella y ancha faja de sendero, ubicada precisamente entre Teoyaca y Tataguacosta, que tiene como tres mil metros de largo por unos  de ancho y está de tal manera sombreada por la moheda de ambos lados, que los que no están familiarizados con la ruta piensan que la arboleda de los flancos ha sido mandada a plantar expresamente. Iban en ese retazo de la jornada, ya avanzada la tarde, cuando de improviso la más rara reyerta que ojos humanos hayan podido ver se presentó a sus miradas. En medio de la vía y en pleno suelo, bajo unos corpulentos árboles de genízaros y chilamates, un montón de congos asustados y con el ánimo en vilo presenciaban la lucha de dos fornidos y torvos congos que de modo inmisericorde se atacaban. El señor Buitrago hizo que Fernando detuviera el Medias Blancas, rocín obsequiado al estudiante por su padre como un premio a su esfuerzo estudiantil; lo invitó a bajar de la cabalgadura y recomendándole silencio avanzaron cautelosos hasta un punto en que la prudencia aconsejó al invitante a detenerse para contemplar la lid, sin que la presencia de tales mirandas le violentara el desenlace. El jovencito se puso en observación; inquiriente y atisbante captaba todos los pormenores del combate, mientras los ma-

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chos se despedazaban ciegos de ira y lanzados por el instinto, las hembras chillaban frenéticas y temerosas, tal vez más por la cercanía de los observadores que por el sentimiento que podía causarles el desgarramiento y sangrazón de los testarudos gladiadores. El match era a tarascada limpia y los mordiscos iban y venían con la electricidad que la rabia podía trasmitirles; la sangre había dejado de presentarse a gotas para mostrarse a borbollones; espumeaban las boquicias enrojecidas por el escape del líquido vital, los ojos vidreantes por las centellas del furor eclipsaban la serenidad, y la cólera se pavoneaba iracunda sobre el pecho de los simios; éstos estrechamente unidos en el tarascamiento, daban la impresión de un raro trompo-coyote que, al volteretear, hacía de los dos monos un solo cuerpo, que la vista por la rapidez de los costalazos que se daban no podía separarlos en el instante. Era como cuando una voladora engulle un cascabel sobre los agüistales del Xolotlán, que se ve un solo torsal férreamente enroscado al pajonal y por más que se buscan sus extremidades para distinguirlas, éstas no se encuentran y presentan un solo rollo, cuyo principio y fin sería imposible desentrañar con un vistazo que no se detuviese a inquirir. Perdido entre los batalladores la conciencia del ser, el control del conocimiento se había extinguido por lo que a veces un mismo congo se mordía su propia pierna, su mismo brazo. Una imagen precisa se puede tener viendo la junta de dos ríos, que tan luego se besan las aguas no se puede decir a qué cauce pertenecen las linfas si éstas se quisieran separar. De repente, un estridor ronco, como el ruido de un fuelle medio roto de una herrería de aldea funcionando forzado, vibró en el ambiente y uno de los cuadrumanos rodó agonizante huyéndosele la vida por la yugular cortada al filo de una dentellada certera, y sin fuerzas se estiró sobre la arena del camino; las congas atónitas y sobresaltadas abandonaron su lugar de espectadoras, rodearon al vencedor y ágiles y acobardadas saltaron a los genízaros, sombreadores y amparadores de aquella lid mo-

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nil, desde cuyas copas, llenas de un mutismo inesperado e impresionante, contemplaron al vencido, que penetraba a la muerte por amor a la compañía del sexo débil de su raza. Los jinetes volvieron a sus cabalgaduras, montaron, se arrimaron al cuerpo yacente del infortunado contrincante que ya tenía la mirada trabada, dieron el último vistazo al saldo de la escena y siguieron el viaje. La lengua del muchacho, que la curiosidad había sujetado, principió a articular comentarios y —manivela del pensamiento— a investigar e inquirir con don José María las causas que habían motivado aquella lucha. El señor Buitrago explicó algo que a pesar de la ilustración de los profesores del joven estudiante nunca éstos le habían contado en las largas horas de clase, ni en las conferencias sabatinas dedicadas a profundizar las lecciones de la semana; ese algo fue una revelación que abrió a los ojos del muchacho, desde el instante, el valor auténtico que tiene la ancianidad y de donde sacó la conclusión de que vale mil veces más la serenidad de las décadas que aprende sin fachendería en los recodos de la vida y se hace sabia por lo que ha visto y sufrido dentro de la universidad insustituible, carente de rivales, del tiempo, que el huracán de la juventud que devasta sin meditar y desprecia, porque imagina que tiene la supremacía en todos los ramos del saber humano, cuando en realidad de realidades, en lo único que se destaca es en la fogosidad y arrogancia, facultades que sobran siempre a todo racional o irracional que principia la jornada. De aquella boca sencilla, sin vanidad, con suavidez como si lo que narraba no tuviera importancia alguna, brotó fluido, interesante y ameno el aprendizaje de los años, ni más ni menos como el ojo de agua del bosque que da, como por no dar, su cristal refrescante a la montaña que lo ampara. Y el anciano habló así: “El jefe de esta raza de cuadrumanos, mientras se siente vigoroso no consiente más padrote que él en la manada; es decir, en cualquier recua de congos nunca se encuentra más de un macho en el congal. “Este sultán montañero, como bien podía denominársele

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a este simio, no es sino hasta que ya se siente débil y decrépito que escoge entre las congas que están en estado de gravidez a la que debe ser madre del futuro heredero de su trono, el que una vez nacido recibe el cuidado y esmero de la mesnada toda; sólo en la época de tal escogimiento es que se logran ver dos varones en semejante sultanato y que se respetan y viven en paz debido a la impotencia del progenitor envejecido. “Explicado lo anterior, hay que agregar que por tal motivo, cuando las hembras se sienten próximas a dar a luz, emigran escondidas y sigilosamente de la conguería, hasta poner una distancia prudencial entre el rebaño y ellas, para que cuando la hora del parto llegue no esté por la vecindad el rey temido; pues si éste llegase a estar y el recién nacido fuere conguito, lo asfixiaría; en cambio siendo hembrita no tiene nunca peligro y entonces, generalmente después del alumbramiento, la simia se incorpora a la compañía si el vástago tenido es de tal clase. “Cuando están encinta y se acerca el nacimiento, el congo vigila continuamente a las que están en tal estado para que no se escapen y poder palpar el acto de la venida, cuando consigue esto, todo machito que nace lo estrangula incontinenti y hay que agregar que también las congas atisban al padrote para escapar a tiempo y ver si pueden salvar al hijo futuro, de una muerte segura. “Con todo y la viveza de las madres para defender a sus crías, la observación ha demostrado que de cada diez partos de machos, nueve mueren y uno logra escapar al egoísmo de su progenitor, pues cuando no los mata en el instante de la parida lo consigue después persiguiendo a las crianderas y juidoras en los bosques en que se ocultan. “Hecha esta explicación, bien se puede entrar a detallar el pleito que acaba de pasar y que culminó con el degüello del más joven de los simios; cuando una conga que parió macho logra escapar de la furia del sultán y pone a salvo su vástago, se dedica a criarlo lejos de la recua. A medida que éste va creciendo le va enseñando a defenderse y a bastarse a sí mismo; cuando consi-

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dera que está en situación de defenderse y sostenerse sin peligro de su vida, lo abandona un día de tantos y se vuelve a su manada; el joven congo principia por llevar vida de anacoreta, por profundizar sus cualidades de barómetro insustituible y de cronómetro inmejorable; luego el instinto lo conduce a las proximidades de las pandillas lejanas y lo convierte en raptor; primero cacha una hembra, deja pasar mucho tiempo para aventurarse en otro alzo, y así van pasando los días y los meses y con ellos redondeando sus fuerzas. “Una vez que se siente fuerte, si no se le adelanta a buscarlo el jefe de la mesnada en que ha robado, se resuelve a presentar batalla al congo viejo; si vence, queda de la noche a la mañana convertido en señor, si no pues bien lo sabe que se irá de compañero de la muerte, pues la lucha entre congos tiene el distintivo curioso de que no termina hasta que rueda agonizante cualquiera de los intrépidos contendores. “Dicho esto, no falta más que agregar que lo que acabas de ver fue un combate de esta clase y que el congo viejo recuperó los simios que el fallecido le había de seguro robado tiempo atrás.” El señor Buitrago picó la mula que montaba; dijo al sobrino que era tarde y que le dieran a andar para llegar antes de las  a San Lorenzo. Cuando columbraron el pueblo, en los oídos del muchacho sonaba claro todavía el estridor ronco del mono agonizante, que tenía mucho parecido con el ruido seco y quejumbroso de la destartalada fragua vieja y semi-rota del herrero Iglesias que habitaba en Boaco, y por más esfuerzos que hacía en olvidar la tragedia no se le borraba del cine de su mente, en donde los ojos, que habían actuado de películas, habían sabido revelar el combate. Han pasado muchos años después de aquel desaguisado conguil y en ellos el muchacho que presenció la lucha se ha hecho hombre y ha podido comprobar al través de un largo con-

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

vivio y observación en la montaña que todo lo que le contó ese día don José María Buitrago es una verdadera realidad. Cabe agregar, antes de poner cierre a esta crónica conguil, que este mono es el barómetro del indígena; por él conoce la vecindad del vendaval y su duración, la llegada del veranillo y su partida, el día ventoso y el de calmachacha, la noche que quiebra de frío y la proximidad de la tormenta, pues al presentirla, abandona los árboles elevados en que generalmente estaciona y se traslada a los más patangos. Cuando el aborigen nocheya para ir a Boaco, en rumbo para Abajo, su voz estentórea le marca certeramente el filo de la madrugada, es decir, da la una junto con el Nistayolero, o bien sólo precisa las  de la madrugadita con una exactitud que resulta desquiciante. El congo es casi insustituible para los pormenores de los cambios atmosféricos y es de tal utilidad al indio, que le sirve hasta de brújula, pues como se finca en zonas determinadas de la montaña, su grito lo aprovecha para fijar las copas de los vástagos gigantes, que en su mente actúan como señales cuando anda perdido, y una vez determinado el carrujo que le aclara el paraje en que se halla, sale del atontinamiento como por encanto y guiándose por el cóbano, la ceiba o el matapalo escogido se va sin vacilar en derechura a la picada que por la enmontañada se le ha confundido, cosa que le pasa de tarde en tarde, sobre todo si va de cacería. glosario Abajo. Oeste; dirección en que se pone el sol; para quienes viven en el centro del país, la zona occidental o del Pacífico. Ver Arriba. Agüistal. Zarzas espinosas o huistes que crecen en zonas pantanosas o en las riberas de charcos, ríos o lagos. Atisbar. Divisar; observar desde lejos. Atontinamiento. Estado de tonto; torpe o confundido; dejadez. Barajustar. Correr en forma precipitada; hablar o barruntar atropelladamente. Boquicia. Boca pequeña. Cachar. Robar.

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SULTANATO SIMIO

Calmachacha, calmachicha. Término marítimo: tiempo sereno a mitad de una tormenta; espacio de tranquilidad. Carrujo. Rama pendiente; planta que cuelga de las ramas. Ceiba. Árbol de ceiba o ceibo, Ceiba pentandra. Cóbano. Otro nombre del árbol de ceiba. Columbrar. Divisar; atisbar. Conguerío. Grupo de monos congos o monos aulladores. Costalazo. Golpe en el costado; caída sobre un costado. Chilamate. Árbol de higuerón, Ficus sp. Derechura. Con rumbo directo o en línea recta. Desaguisado. Pleito; lucha; palabras incoherentes; propuesta inaceptable. Dilatada. Extensa. Enmontañar. Internarse en la montaña o en el bosque espeso. Estridor. Estruendo. Fachendería. Ostentación. Fachendoso, fachento. Presumido; pretensioso; vanidoso; ostentoso. Genízaro. Árbol frondoso de dosel redondo y flores rosadas, Pithecellobium saman, muy común como árbol de sombra en corrales y potreros. Juidor. Huidor; animal o persona que huye o va de huida; dícese de la vaca o bestia extraviada, que suele encontrarse en otro paraje, fuera del que normalmente pasta. Junta, juntada. Unión de dos ríos. Linfa. Líquido claro o transparente; agua limpia. Mesnada. Recua; grupo de animales. Miranda. Mirón; curioso; persona que se detiene a observar un evento con curiosidad desmedida, rayana en el morbo. Matapalo. Higuerón; árbol del género Ficus, que emite raíces aéreas y se desarrolla encima de otros árboles, a los que ahoga y termina por aplastar. Moheda. Humedad; paraje boscoso; arboleda sombría. Nistayolero. Venus visto como planeta matutino, o en horas de la madrugada cuando se prepara el nistayol, masa de maíz nesquizado que se usa para echar (amasar) las tortillas. Nochear. Pasar la noche en el camino; emprender viaje pasada la medianoche. Pajonal. Zacatal; montarascal. Pasada. Relato de algo realmente sucedido, aunque narrado con mucha imaginación; acción o respuesta de contrarrestar, contravenir o contradecir. Pasitrotear. Paso sostenido o acompasado de la cabalgadura, entre paso y trote; es el paso ideal para jornadas largas. Patango. De pata corta; de baja estatura; de porte pequeño. Picar. Espolear la cabalgadura; acelerar el paso; emborracharse. Precisar. Indicar; marcar; determinar; señalar.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Principiar. Comenzar; iniciar. Principio. Comienzo; inicio. Sanguazón. Hemorragia. Tarascada. Dar mordiscos. Tarascamiento. Bochinche o pelea entre contrincantes. Tener verificativo. Ocurrir; suceder; tener lugar. Torsal. Torso; cuerpo. Trabada. Fija. Voladora. Especie de serpiente que se mueve a gran velocidad entre las ramas. Volteretear. Dar vueltas o volteretas.

Cangrejo de sabana Desde que se cruza Sácal, los bosques que aprisionan el camino que lleva a Tierra Azul abundan en ojos de agua. Por lo general, estas vertientes, a pocas varas de su nacimiento, se tornan en sangraderas que se visten de grama y tortuguilla y en el limo de ellas habita el cangrejo de sabana. Los indígenas han rodeado de leyendas la existencia de este crustáceo, cuyo tamaño desmesurado no admite comparación con ningún individuo de las especies que pueblan los lagos, ni con el más desmedido punche. Colocado en un plato de china común, su cuerpo, quitándole las patas, descansa completo en el plan y no es fenómeno que rebase algunas veces, según el ejemplar, el fondo de la loza. En muchas ocasiones se le ve correr sobre el gramal de las sangraderas y son éstas las veces que aprovechan los indios para capturarlos; sus salidas obedecen a que es atrevido cazador y gusta de lanzarse sobre los zacatales a capturar saltones y otros bichos. Nunca los natuchos se dedican a buscarlo, pues tienen la creencia de que cuando un cangrejo de esta especie es sacado de su cueva se seca el ojo de agua en que habita, porque, según afirman, es el crustáceo el que le brinda el agua a la fuente, o diciendo

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CANGREJO DE SABANA

mejor, tal como explican ellos el caso: “Dios le da al cangrejo la linfa del pocito y si se le mata es natural que se consuma ya que la virtud —que aquí significa ‘magia’— terminó con el animal.” Cuando se presenta el caso, por cierto nada extraño, de que un ojo se ciegue, si se le pregunta a un indio la causa de aquella falta de líquido, responde incontinenti : “es que algún maldoso le sacó el cangrejo.” Mas es común que la vertiente después de algún tiempo vuelva a tener agua y entonces si se interroga al indígena exclama de plano: “es que ya vino a poblar la cueva otro cangrejo.” En los criques se encuentran también cangrejos de esta clase, pero parece que no alcanzan el tamaño del crustáceo sabanero. Un solo animal de éstos es suficiente para hacer una buena sopa para dos personas; tiene abundante carne en las manos y da un sabor exquisito. glosario Crique. Anglicismo derivado de creek: arroyo, riachuelo. Uno de muchos anglicismos incorporados al español nicaragüense durante las dos intervenciones norteamericanas del siglo xx. Maldoso. Persona mala o mal intencionada. Ojo de agua. Manantial. Plan. Fondo; parte o terreno plano. Pocito. Ojo de agua, ya sea artificial o hecho a mano. Punche. Cangrejo. Sangradera. Cauce por donde corre agua. Vara. Antigua medida española que equivale a 3 pies (aprox. 0.84 m). Zacatal. Terreno cubierto de zacate; montarascal.

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La insustituible acémila La mula, por más que hasta la época se le tenga por muy torpe, es muchas veces más inteligente que el caballo; los que sostienen lo contrario es que no han vivido en el campo sirviéndose de ambos animales. Cuando la noche sorprende en la montaña a los campistas, la preocupación que les asalta es lo difícil de no perder la picada, que apenas si se conoce, es por las ramas y bejucos que se le cortan para que no entorpezcan la marcha y que, si de día se confunde, en la noche —no hay ni para qué explicarlo— tiene que ser seguro su abandono, ya que nada se distingue. Siempre que tal cosa sucede, el mandador de campo ordena que tome la delantera el jinete que anda en bestia mular y sin temor y con desparpajo se observará al ayudante designado coger la punta silbando, soltar las riendas a la bestia, no apresurarla; si se para, tener la paciencia de esperar a que siga sin arrearla; si algunos de los caballeros traseros habla por el paro, le explica el puntero la causa y el silencio torna de cola a la cabeza hasta que después de mil agachones, rayadas de cara, cuerazos del monte y variedad de raspones, se presenta la amplitud del potrero que acarrea alegría a los preocupados caminantes, poniendo en libertad a las sinhuesos. Por eso es que se dice que viajar de noche en este híbrido es una garantía, puesto que nunca confunde el sendero; evita cualquier huraco, se aparta del abismo, conoce el pantano impasable y cuando se para, para salvar cualquier peligro y el jinete la espueleya para que prosiga, se deja rajar primero la panza antes que lanzarse en el despeñadero o al suampo insalible. No son pocos los que deben la vida a estas virtudes de la mula y en la Cuchilla de San Lorenzo, allá por , en un recodo de la falda del abismo de esa trepada, un arriero, jinete casual al anca de una híbrida carguera, subiendo en la madrugada garroteaba a la pobre incesantemente y de manera despiadada para que avanzara, porque se había parado en redondo; en ese ins-

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LA INSUSTITUIBLE ACÉMILA

tante acertaron a pasar por el lugar unos caballeros nochadores y oyendo el garroteo al filo del abismo alumbraron con una lamparita eléctrica el sitio de que procedía y la sorpresa no tuvo límites al ver al mulero que inocentemente estaba obligando al ungulado a saltar sobre el vacío pavoroso; el rayo de luz inesperado mostró al pobre peón la realidad del peligro, la raya que faltaba para llegar a la muerte y fue tan brusco el choque que quedó idiotizado por algún tiempo y tan lleno de pavor que hubo que desmontarlo y le quedaron temblando las canillas como tiembla una ramita mecida por un viento furioso. Otra gran cualidad de la mula es que por larga que sea la jornada no cambia de paso; cuando es pasitrotera se aprecia mejor esta ventaja. También tiene otra virtud inapreciable: en los largos viajes, cuando se va sintiendo rendida, rebuzna al aproximarme a las viviendas situadas a la vera del sendero; quien conoce su índole acampa al primer rebuzno, la guateya y la deja descansar; no procediendo así, se expone el caminante a quedarse en el camino y a arruinar la bestia, pues “mula que se tulle una vez, se rinde siempre.” Nadie duda de la nobleza del caballo y su domesticidad, que son los únicos lados por donde presenta superioridad sobre su adversario en trabajo, pues no admite parangón con el híbrido, ya que cuando un campista dice que “su penco es como una mula,” afirma de hecho la inferioridad de aquél y en esta materia no hay autoridad mayor que la de los sabaneros que conviven con ambos. Cuando se dice “que un caballo es como una mula,” significa que es de jornada, que no cambia paso, que no se tulle, que defiende al jinete de todos los peligros y es capaz de caminar  leguas de un tirón, o lo que es lo mismo, es la última palabra en materia de solípedos. Cuando se conoce la inteligencia de la mula, no se halla explicación al refrán que principia “la mujer que piensa mal…” porque con serenidad observando, en lugar de desacreditarla la amerita y hay que suponer que el tonto dicho fue hecho para

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

molestar a la parte más noble del género humano y no para enaltecerla; siempre que se palpa el discernimiento de este híbrido se desea para los hombres el instinto que posee; para los bípedos tal vez hubiera sido mejor la intuición que el raciocinio, ya que si éstos tuvieran la voluntad de aquél, primero se dejarían malmatar, como la carguera de la Cuchilla, antes que tomar el fusil para cazar hermanos con pretextos guerreros. glosario Bejuco. Liana; rama colgante. Campista, campisto. Jinete del campo; sabanero; vaquero. Dicho. Proverbio. Espuelear. Espolear; picar la espuela. Guate. Heno; pienso; zacate seco. Guatear. Dar guate, o pienso de maíz que se les da a las bestias cuando se va de jornada. Huraco. Hueco; agujero; hoyo. Malmatar. Apalear; golpear; caer. Mandador, mandador de campo. Administrador de una finca; capataz. Pasitrotera. Cabalgadura que anda al pasitrote sostenido. Penco, pencón. Bravo; fiero; arrojado; valiente; decidido. Se aplica tanto a personas como a animales. Nochador. Persona que pasa la noche en un albergue o posada. Sinhueso. Lengua. Suampo. Anglicismo derivado de swamp: pantano. Trepada. Subida; camino empinado.

Apariencia que engaña Cuando se bordea la vera del Malacatoya1 y con detenimiento se observan los paredones que aprisionan la sierpe bullanguera de sus aguas, no se concibe que éstas rebasen el cauce en que se deslizan. 1

Río que nace en San José de los Remates y desemboca en el extremo norte del lago Cocibolca; parte de su curso forma el límite entre los departamentos de Boaco y Granada.

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APARIENCIA QUE ENGAÑA

Mas, siempre que en el invierno los vendavales abren las trabas de sus grifos y el turbión lleva a los valles el eco de sus destrozos en la selva, el manso río del verano salta como por juguete de su álveo y se desparrama sobre las bajuras de sus lados, retozando sin freno. En  y  sus linfas desbocadas inundaron los bajos de Teustepe y en la finca Veracruz —que entró ya a la historia por el conocido combate que libraron allí las fuerzas del general Moncada con las del señor Díaz2— cuya casa es de dos pisos, llegó la llena una vara arriba de las puertas del alto, quedando el caballete como un raro promontorio rojizo sobre el cual se encrespaban las aguas que corrían. Pocos ríos tienen tantos remoquetes como éste, pues acostumbran darle el nombre de los lugares que atraviesa. En Teustepe, al vado del oriente, le nombran Paso de Boaco y al de occidente, Patastule. Siguiendo para el poniente va tomando los nombres de Malpaso, Las Canoas, San Gabriel, Las Banderas, etc., hasta que al pasar por el poblado de su nombre toma definitivamente el de Malacatoya, que ya no lo abandona sino cuando se echa sereno en la vasta cuenca del rumoroso Cocibolca. glosario Bajura. Parte poco profunda de un río; plano. Bullanguera(o). Ruidoso; alegre. Trabas. Llave; grifo. Turbión. Tempestad; aguacero; aguas revueltas.

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Uno de los combates de la Revolución Constitucionalista de 1925–27. Los personajes mencionados son el general José María Moncada y el presidente Adolfo Díaz.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Enemigos del cerdo El cerdo tiene dos enemigos peligrosos y los dos son fatales para su vida, ellos son el alacrán y el güiligüiste. El piquete del arácnido le causa la muerte de manera instantánea, cae como fulminado. Es curioso que mientras la víbora no le hace daño con su ponzoña, un bicho articulado dé al traste con su corpulencia. El caso es tan conocido que no vale la pena de insistir, aunque no es malo agregar para los espíritus observadores que el veneno del escorpión da igual resultado en el puerco gordo como en el flaco. El güiligüiste es un árbol que brinda excelente madera para horcones y una fruta que tiene un sabor exquisito; es del tamaño de una pasa y del mismo color. Siempre que la mata es desarrollada, la cosecha de frutas es abundante y cuando por la madurez principian a caer, los animales monteses gozan de la delicia de comerlas. En las haciendas en que la crianza de marranos vive descuidada, éstos salen a montear, persiguiendo en sus andanzas la comida que en la casa no encuentran. Por esa causa, el día menos pensado principian a llegar a la alquería los animales derrengados. Cuando los mandadores son neófitos, atribuyen a garrotazos el estado en que aparecen, pero la verdad de la cosa es que han engullido gran cantidad de frutas de güiligüiste y el exceso de la comida de éstas es lo que da por resultado el derrengue. Muchos afirman que al pasar la cosecha se curan, pero la experiencia demuestra que el estado de postración en que viven, los aflige y les causa la muerte. En La Trinidad, cercano a Boaco, fueron puestos en observación tres cochinos que aparecieron de arrastrada; uno murió a los  días de llegado y los otros dos, después de cierto tiempo, lograron amacizarse al parecer, pero luego pudo constatarse que unas veces amanecían buenos y otras imposibilitados, hasta que, lentamente minados por el efecto de la derrenguera, llegaron a un estado en que no querían levantarse, aborrecieron la comida

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CHOMPIPES CRUZADOS

y —después de un padecimiento verdaderamente largo— se murieron. glosario Alquería. Finca; hacienda. Amacizarse. Hacerse macizo; fortalecerse. De arrastrada. Agotado; arrastrándose. Derrenguera, derrengue. Enfermedad que afecta a ciertos animales y que consiste en no poder caminar por falta de sustento de la columna vertebral a la altura de las ancas; fracturarse la columna a la altura del lomo; desrrabadillar. Güiligüiste. Árbol de la familia de las Rhamnáceas, Karwinskia calderonii. Piquete, piquetazo. El campesino nicaragüense usa este término para referirse tanto a la picadura de un insecto como a la mordedura de una serpiente.

Chompipes cruzados Los indios hacen caseros los pavones para mezclarlos con chompipes y de este injerto han sacado una extraña raza de pavos cuyo plumaje café búlico llama súbitamente la atención. Con su modo raro de no gustar vender sus animales, era en  difícil conseguir con ellos ejemplares de la extraña mezcla, mas a pesar de todo, lograron ciertos ladinos poseerlos. En Chayotepe habían en , traídos de Río Negro, unos cuatro hermosos tipos de este cruce, tres de los cuales eran hembras y el otro macho. Imposible fue propagarlos por lo delicado de la crianza, pero por mucho tiempo engalanaron el patio de la hacienda citada. En ciertos ranchos indígenas se veían pintas curiosas, y en la vivienda de Lencho Linarte había un chompipe cuyo cuerpo se vestía con plumas tornasoles, blancas, cafés, cenizas y además una cola amarilla pálida cruzada de franjas negras, veteadas de ojos búlicos, que hacían en total un prodigio para la curiosidad. El indígena, cuando se alababa aquella muestra, acostum-

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braba a decir que era el adorno de su casa y que aunque le ofrecieran este mundo y el otro, no se deshacía de él. Los que ignoran este cruce de jolotes se imaginan que han sido traídos de otros lugares y al referirse a ellos hablan de feyones amarillos que se crían en los palenques sumos, en los patios de los indios de la Macantaca, de Muymuy Viejo, de Río Negro, de Caño Blanco, etc. Mencionan dos o tres colores más y mostrando suficiencia, añaden: “es lástima que esos jinchos tengan esos animales tan galanos y que nosotros no podamos enseñar pero ni uno en nuestros solares.” En realidad que es lástima, pero resulta más lastimoso vivir entre los natuchitos y no aprender a reproducir el pavón montañero con el pavón casero, porque si la crianza común de los chompipes resulta contumeriosa, la de mezclar las dos especies citadas es difícil enteramente si no se adquiere el secreto de que se valen los indios para que no se les apesten los polluelos cuando ya van para los dos meses. Allí radica la clave del cuento y para mientras se adquiere, no queda más camino que admirarlos en los patios de las rancherías natuchas. glosario Apestar. Enfermar; amurriñar. Búlico. En los animales dícese del pelaje o plumaje de color amarillento o café sucio, salpicado de manchas o entrecruzado por bandas oscuras. Contumerioso. Complicado; difícil. Chompipe. Pavo doméstico, guajolote. Feyón. Chompipe. Jolote. Guajolote. Palenque. Comarca; villorrio; caserío. Pavón. Ave gallinácea, Crax rubra, parecida a un pavo de monte, los machos tiene un plumaje de color negro y las hembras café.

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LA CURA DE LA RATONERA

La cura de la ratonera Entre los males que más daño causan al caballo, el de la ratonera es el más ruinoso y fatal porque desvaloriza totalmente el paquidermo al quererlo vender y lo imposibilita para la faena que el hombre exige al bruto diariamente. Esta dolencia, que siempre ha sido de muy difícil curación, quizás sea mejor decir que ha carecido de medicina, ha servido a los empíricos para explotar a los simples —y hay que decirlo con entereza y valentía— que también a los vivitos; los dos especímenes han sido víctimas de los supercherizantes. Los tales fraguan todavía una operación, que consiste en extraer por una rajadura que hacen en las ventanas de la nariz, unos ñervos, que la inteligencia no alcanza a comprender qué papel pueden desempeñar en la cura al arrancarlos y con lo que lastiman salvajemente al noble penco; el sacrificio no conduce a nada, porque por más que aseguran que desaparecen las hinchazones, a éstas se las ve permanecer inalterables. Este padecimiento fue juzgado siempre como incurable y aún hay lugares que lo creen así, mas para suerte de los propietarios, se debe a los campistas olameños el descubrimiento de un remedio que da resultados positivos y que sólo requiere cuido y asiduidad; con pleno conocimiento de causa se recomienda el procedimiento y téngase por seguro que antes de  días han desaparecido todas las protuberancias. El saneamiento es así: en las fincas donde no existen galerones, se debe construir un pequeño rancho, pues el solípedo tiene que permanecer bajo techo la docena de soles que poco más o menos tarda la cura; una vez hecha la covacha se procede al tratamiento. Éste requiere que se encaballerice al semoviente, el que una vez amarrado no se debe montar hasta que ya esté bueno. De ingredientes se necesitan una o dos botellas de manteca de lagarto y un jícaro sabanero que hay que mudar continuamente.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Una vez listo todo, se hace un pequeño fuego junto al lugar en que el rocín está hospitalizado, luego se coloca una cazuela sobre el fogón y se vierte en ella una cantidad de la manteca citada, suficiente para embeber la pelota o pelotas del ungulado; cuando el líquido está hirviendo, se toma un trapo y se introduce en aquél, una vez empapado, se saca con un palo cualquiera y sin dejarlo enfriar se pone sobre la inflamación de la bestia y se frota la parte dañada hasta llenar bien la piel; hecho esto, se toma el jícaro —que siempre debe estar a mano— y se da con él un fuerte masaje por toda la extensión de lo inflamado; cuando se calcula que ya está tibia la untura, se vuelve a meter el trapo en el recipiente y se sigue la operación, repitiendo hasta alcanzar unas cinco o seis amasadas; este amasijo se lleva con orden, pues sólo debe hacerse remolineando en el centro y de aquí al borde del absceso en forma de sobijo, para abajo y nunca para arriba. Esto debe efectuarse tres veces el primer día y repetirse en los otros solamente dos; en caso hubiere rebeldía del mal, se prosigue como el primero; al tercero y cuarto del medicamento, el túmulo principiará a desparramarse y al séptimo u octavo, cuando más al duodécimo, el animal estará completamente bueno. El jícaro hay que cambiarlo para cada sobada, pues como se aplica con fuerza y en caliente, se revienta fácilmente y ya en tal estado no sirve para las sobaduras y hasta hay peligro de lastimarse la mano. La cabalgadura hay que soltarla hasta tres días después de haber terminado el tratamiento y no es malo agregar que la estación más adecuada para hacerlo es la de verano. glosario Amasar. Amasijo, amasada. Masajear. Masaje. Covacha. Refugio; lugar donde guarecerse. Desparramarse. Desintegrarse; desaparecer. Jícaro, jícara. Recipiente hecho del fruto seco y vaciado del árbol de jícaro. Se usa para tomar tiste, bebida típica nicaragüense. Lagarto. Crocodylus acutus.

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EL CHAPUZÓN DE SAN JUAN

Ñervos. Nervios; tejido o carne fibrosa. Olameño. Originario del llano de Olama, cerca de Muymuy. Palo. Rama; vara; bastón; arbol. Ratonera. Serpiente pequeña que se alimenta de ratones. Rajadura. Corte; herida. Reventar. Rajar; resquebrajar. Sobada, sobadura, sobijo. Masaje. Untura. Aplicar o untar una crema o ungüento.

El chapuzón de San Juan Entre las costumbres curiosas de los indígenas, hay una que observándola de cerca, hace desternillar de risa y obliga muchas veces, cuando la practican delante de ladinos, a intervenir aconsejándoles. Es el caso que todo indio, bueno o calentureando —expresión nativa que abarca un centenar de padecimientos— debe de bañarse en la madrugada del día de San Juan, porque si así no lo hace, corre el riesgo de pelar los dientes en el resto del año. El  de junio, todo aborigen anda levantado desde las  de la mañana y es asombroso verlos atravesar atajos y desechos que ni bajo pleno sol dan ganillas de trotearlos. Bien saben que al principio de la madrugada las víboras no viajan, pero también están enterados que muchas de las que se alejan bastante de su guarida al oscurecer, por pereza, o no queriendo repetir la jornada, se enrollan al margen de las picadas, esperando la albita, para salir nuevamente a cazar y que al recorrer senderos que atraviesan la montaña en horas tan intempestivas, caminan expuestos de machucar algún rollo ofídico; pero con todo y el peligro, se lanzan a las veredas y trotean con las cabezas gachas por temor a las ramas y lo más ligero que pueden, con rumbo indetenible hacia la vera del río más cercano. En ocasiones se citan en las haciendas y, cuando los cantos esporádicos de los gallos de las  precisan la hora, parten a los

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

riachuelos y en la vera de éstos, entre chistes, bromas y guacales de guarapo, esperan los cánticos seguidos de los gallináceos que anuncian las , para tirarse al agua. Pasado el chapuzón, la friega y el enjuague, cambian los vestidos por trajes domingueros, emprenden el regreso, bullanguean en los corrales y cuando Apolo asoma se disuelve el cotarro, pero ya convenidos para juntarse en las diversas chichadas de los juanes. Tienen tan arraigada la creencia de no morir si efectúan el dicho baño, que una ocasión, en que ña Chabela Linarte de Paz, mandadora en ese tiempo de Chayotepe, se encontraba con alta fiebre, el mero día del Bautista, en pleno delirio causado por la calcinante temperatura, la levantaron y la condujeron al río y para disimular ante el patrón, dijeron que a pesar de su descomposición había dicho que ella iba a la remojada y que la llevaran. Siempre en esta fecha, las lluvias en las montañas son copiosas y la de la referencia estaba preñada de vendaval, de suerte que la pobre natucha desde que abandonó la casa cargada en un tapesco manual —litera rústica que la forman con varas— principió a mojarse; cuando tornaron, traía la quijada tiesa, y más parecía difunta conducida a su velorio, que bañista procedente de la extraña jolgoriada. El propietario, al darse cuenta, les dio una seria pero suave reprimenda, porque es su opinión que en el fondo del cúmulo de rarezas de los aborígenes existen vestigios de antiguos ritos que las centurias han ido disipando lentamente —con esa lentitud con que el agua gasta la piedra, de cuyo canto se precipita cuando la roca se corta para formar la catarata— y además, que regañándolos con dureza no se consigue nada, y menos en estas cosas, cuya raíz se alimenta en el espíritu; lo único que se alcanza es que se tornen hipócritas y desconfiados; en tanto que la dulzura los hace meditar y comparar su vida con las de los patrones, medio más efectivo de conseguir que cambien, que usando la violencia.

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EL CHAPUZÓN DE SAN JUAN

Volviendo a ña Chabela, cabe decir que, en seguida de haberla frotado reciamente, abrigada bien, ponerla cerca a un fogón, y darle disueltos  gramos de sulfato con procedimientos monteses, desapareció la trabazón, habiéndose después dormido profundamente y al despertar a media mañana, con asombro de todos los ladinos en servicio y del hacendado, la hornalla se le había apagado y pedía comer frijoles, como si sólo en sueños hubiera estado grave; debe agregarse que no recayó y que tres días después estaba al frente de todos sus quehaceres. Estas casualidades, con resultados lisonjeros, hacen aumentar en ellos la resolución para llevar a término semejantes barbaridades, con lo que parece que se confirma el vulgar adagio que reza: “a nadie le falta Dios,” y lo que asusta por agregado es ver a gente no jincha, pero que convive con la tal, adoptar naturalmente el raro zambullón anual, sintiendo alegría al practicarlo. Muchos casos como éste de la Linarte de Paz pueden citarse, pero, como muestra, con lo narrado basta, ya que el estado de ña Chabela le había llevado a permanecer por varias horas “besando las lindes del Musún,” expresión jinchuna que equivale a decir que estuvo a las puertas de la muerte, pues para tales indígenas el fabuloso volcán mencionado es el lugar donde los muertos moran. glosario Asustar. Sorprender. Calenturear. Padecer de fiebre; calentura. Chichada. Fiesta campestre en la cual se bebe mucha chicha de maíz fermentada; borrachera. Cotarro. Grupo, reunión. Descomposición. Malestar, enfermedad. Desecho. Desvío o sendero junto al camino para evitar los trechos malos. Guacal. Jícara redonda; cuenco hecho del fruto del árbol de jícaro. Guarapo. Jugo de caña de azúcar. Ligero. Rápido. Machucar. Pisar. Mandadora. Esposa del mandador. Musún. Montaña de 1,400m de altura, situada al oriente del departamento de Matagalpa.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Ña, ñorita, ñor, ñorito. Apócopes de señora, señorita, señor y señorito, respectivamente. Pelar los dientes. Morir. Precisar. Fijar; señalar; determinar; anunciar. Tapesco. Cama rústica; petate tendido sobre varas para descansar; dormitorio levantado sobre una base de cañas. Trabazón. Impedimento; incapacidad para superar algún obstáculo. Dolor de cuerpo, estar tieso.

De lagartija a sabanera La vez que en La Trinidad de Boaco, doña Susana Morales de Buitrago, conversando de curiosidades con su hijo, le aseguró que las lagartijas botaban las extremidades y se metamorfoseaban en sabaneritas u ofidios de sabanas; le dio tal sorpresa al muchacho que su asombro no tuvo límites y lo que más alelaba al párvulo, era ver que su madre, mujer inteligente y preparada, creyera y afirmase tales sandeces, propias de concebirse solamente dentro del pobre ambiente indígena; sin embargo, para no herir a su progenitora por su completa incredulidad en lo que le manifestaba, hizo vagar una sonrisa de escéptico piadoso sobre sus labios de mocetón aprovechado. La noble señora interpretó, muy a pesar del joven, toda la falta de crédito que aquel gesto contenía y con una tranquilidad desconcertante pasó de la plática a dar órdenes al mandador para que limpiasen y barriesen el bajo de El Coco, que muere en la quebrada que atraviesa el predio, y sobre cuyo piso pasa la senda que lleva al bajadero en que la familia acostumbraba a bañarse. Tres días después, el encargado de la roza dio aviso de que el trabajo ya estaba concluido y que fuesen a recibirlo; desde el siguiente sol, la patrona quiso ir todas las mañanas al rozado con el pretexto de distraerse y arreglar una hortaliza que determinó plantar sobre aquel plan.

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DE LAGARTIJA A SABANERA

Para el heredero el paseo era seductor; allí había presenciado algo espeluznante, por cuyo solo hecho creía haber recibido ya el bautismo de valiente y guardaba de ese sitio el recuerdo del suceso que su mente de hombrecito agigantaba y que tenía estrecha relación con una lucha que Eugenio Mayorquín sostuvo con un coral endemoniado en la cumbre del cocotero que en esa bajura se yergue y que tuvo verificativo en su presencia, todavía siendo él un chacalín. Había acontecido años atrás, que invitaron cierta tarde al chiquillo para ir a comer cocos, el ciudadano ya citado y el vaquero Gabino Zamora; en el trayecto al convite hablaron los dos hombres, mientras caminaban, del peligro que encierra subirse a botar tales frutos, por las víboras que acostumbran anidar en los huecos de la copa del árbol anotado y por las catalas que fabrican sus casas en la cima de aquélla. Llegados al lugar, Mayorquín, con la cutacha al cinto, abrazó la mata y principió a ascender; cuando pasaba por la mitad del recorrido, Gabino le recordó lo de las tobobas y aquél le contestó que subía listo. Terminada la ascensión, Eugenio se enganchó en una palma y se dedicó a cortar las piñas; hecha la operación, desgajó la primera y cuando su acero se levantaba para destajar la segunda, emergió de improviso, casi sobre su pecho, un mayúsculo coral que le voló un piquetazo; escurrió listo el bulto y rápido como un mono se agarró de otra palma de donde fríamente le envió un cutachazo que lo desgobernó, precipitándolo al suelo, en donde Zamora se encargó de ultimarlo. Sin una gota de sangre en el rostro, el cortador prosiguió en su tarea y al desplomar el quinto racimo, se vio rodar con él otra serpiente, la que destrozó el mismo que terminó con la primera; ante la repetición ofídica, Mayorquín descendió, y después de examinarse nervioso todo el cuerpo por temor de algún piquete no sentido por el frío del espanto y cuando no se halló nada, principió a desollar cocos, los que una vez limpios, fueron destapados para el banquete en el cual se trató solamente de lo acontecido. 27


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La evocación de aquel corte ponía los pelos de punta al jovenzuelo y sentía placer en medio de todo, en reconstruir la contienda; en su mente de niño quedó grabado indeleblemente el peligro que contienen los carrujos de tales palmeras, lo mismo que el fiero combate que aquel hombre sostuvo por brindarle un rato de solaz y comedera. Con la añoranza narrada, llevándola a flor de labio, el estudiante concurría gustoso a hacerle compañía a su madre que placía de oírle la pasada y bajo cuya dirección el terreno se macaneaba para las siembras que se iban a plantar. Abundaban tanto las lagartijas en el citado prado, que el muchacho se vio compelido a rebautizar el rincón ubérrimo con el remoquete de El Lagartijero. Había ya transcurrido una semana de estar concurriendo al sitio y como mañanearan al comenzar la otra, la señora mandó al adolescente a bañarse antes de principiar la fajina diaria; apenas éste se había quitado los zapatos y se distraía viendo unos quesillos de amapola, cuando salió de un hoyo una lagartija que tenía solamente las manos y una pata; a pesar de su arisquez el animalito pasó tan cerca de él, que pudo comprobar que, o había nacido con sólo esas extremidades, o la otra había sido desprendida por ley de una metamorfosis. Comentaba con calor la cotería del bicho el jovencito, cuando sobre el trillo del sendero se arrastraba otro que carecía de las patas; asombrado del nuevo caso, no intentó ni moverse para contemplarlo a sus anchas; comprobó que no quedaba seña alguna del desprendimiento ni de ninguna herida y con paso lento se dirigió a la poza y se zambulló silencioso, no sin recordar que doña Susana le había explicado que las patas botaban primero y por último las manos. Su mente era una cámara fotográfica que captaba placas y placas del animalito y su imaginación una operadora que revelaba y revelaba y no cesaba de funcionar en el afán de amplificar el cuadro. Pasaron ocho días y durante ellos encontró algunas veces a

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DE LAGARTIJA A SABANERA

los reptiles siempre zigzagueando cercanos al bañadero y sin que nada anormal les contemplase, hasta que un sábado que hubo que fajinear con unos mozos para trasplantar un almácigo de chiltomas, se presentó a sus ojos una lagartija que sólo se valía de una mano para caminar; uno de los trabajadores la asustó y habiendo barajustado de sorpresa, por tal causa, botó en el barrido de la limpia el último apéndice que tenía y prosiguió corriendo como si nada le hubiese acontecido. El imberbe patrón alzó la manecita que cayó a la vista, examinóla bien y comprobó que la piel que la sujetaba se había desprendido con el resto, sin tener la más leve señal de sangre que pudiese haber emergido por alguna herida o violencia de la carrera. En tal operación estaba, cuando uno de los mozos le presentó el animal que acababa de capturar sin golpearlo, lo había atontado con una rama de abejón y se lo traía para que lo escudriñase según la gráfica expresión del fajinero. Nada de anormal tenía; era un ofidio cabal que demostraba bien a las claras de donde procedía por el color y su tamaño, lo mismo que por lo mansa, y desde esa hora quedó convencido que las culebras que llaman sabaneritas, sabaneras o de sabanas, que son rayadas con pinturas vistosas, sufren el cambio que él había puesto en duda en el momento en que se lo afirmaron los labios de su madre. Cuando ésta supo lo sucedido, se sonrió satisfecha; había logrado demostrar al hijo que nunca se debe dudar del aserto de los padres y de que aún existían muchas cosas que los maestros, por preparados que fuesen, no conocen, y gozando de la prueba agregó a su cipote : —Mandé a hacer la limpia no tanto por los siembros, cuanto porque tenía la seguridad de que abundando ahí las lagartijas, en sólo este verano te convencerías, porque lo lograrías ver, de lo que te afirmé; yo también me reí cuando me narraron el cuento, pero la casualidad en el mismo lugar, me enseñó que era verdad lo que se tiene por leyenda; y ahora que palpaste eso, dedícate a observar

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

y no a burlarte, que hay otras cosas parecidas a ésta y que pocos gustan de creer, unos por suficiencia y otros por seguidores. Después la curiosidad de aquel colegial, que el trotar del tiempo hizo hombre, lo llevó a contemplar un duplicado del mismo caso que su noble madre indirectamente le mostrase y aunque nunca ha tenido la oportunidad de comprobar si todas las lagartijas se transforman, sí tiene la convicción de que las rayadas en colores sumamente vivos y a lo largo, terminan en sabaneras al completar su metamorfosis, ignorando por supuesto, el tiempo que dilata el período de la transformación. Comentando lo anterior hay que convenir que es indudable que hay cosas que por lo comunes, no llaman la atención, a pesar de que la merecen y de que aplicándoles el sentido, si no estuvieren al alcance de nuestros ojos, jamás las pasaríamos por exactas; por ejemplo: los batracios en su época de renacuajos respiran con branquias y ya mayorcitos con pulmones, cosa que es una metamorfosis estupenda; todos los reptiles acuáticos necesitan aire atmosférico para vivir y se ahogan como cualquier animal de tierra ya que carecen de branquias; el gusano se hace mariposa y la hormiga y el comején adquieren alas, y vuelan; como todo lo apuntado con frecuencia se mira, no admira a nadie, mas no hay que olvidar que hay muchas cosas que aunque nunca se observen en la vida, son, por más que no se quiera, una verdadera y completa realidad, a pesar de todos los escépticos y el escepticismo de los sabelotodos. glosario Abejón. Arbusto de clima seco, Senna pallida, se encuentra en las regiones Central y Pacífico de Nicaragua. Alelar. Soprender; atontar, dejar boquiabierto; paralizar de la sorpresa. Almácigo. Vivero de plántulas. Arisquez. Condición de arisco. Bajadero. Sitio donde se baja a un río o laguna; sendero para llegar a la orilla de uno de éstos. Barrido. Desmonte; área de terreno rozado o desmontado. Botar. Desprender. Mudar de piel.

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LOS CORREDORES

Catala. Avispa grande, negra o rojiza, de picadura muy dolorosa. Chacalín. Langostino de río; en sentido figurativo: jovencito, niño. Chiltoma. Fruto de la familia de las Solanáceas; ají; chile dulce. Cipote, cipota. Niño o niña pequeña. Coral. Serpiente venenosa, Micrurus nigrocinctus. Cotería. Condición de coto; persona a quien le falta un brazo. Cutacha. Machete de hoja corta. Cutachazo. Golpe, corte o herida hecha con una cutacha. Desgobernar. Perder el equilibrio. Dilatar. Tardar; largo período de tiempo. Fajinear. Fajina. Fajinero. Trabajar en el campo. Labor diaria del campo; trabajo extra o adicional. Campesino que trabaja al destajo, por día. Limpia. Preparar un terreno para sembrar en él. Macanear. Cavar con macana; trabajar intensamente. Quesillos de amapola. Hilera de flores trenzadas. Rozar. Rozado. Terreno preparado para la siembra. Sabanera. Culebra pequeña, Masticoplis mentovarious. Toboba. Todas las víboras del género Bothrox.

Los Corredores A unas  leguas al noroeste de Boaco se encuentra la altiplanicie de Los Corredores, región de agricultura de los aborígenes finqueros. El nombre que tiene la meseta, se lo debe a unas curiosas y extrañas galerías, abiertas en la roca viva de una cantera que existe en las faldas del cerro que hay que ascender, cuando se va de la ciudad para el nombrado lugar. Los indígenas acostumbran ampararse bajo la techumbre de los grotescos corredores, del rigor de las aguas, cuando viajan en invierno y del ardor de los rayos solares, en verano. En la soledad de aquellas bóvedas, quién sabe cuantos idilios han desfilado al través de las centurias y qué de amargos sufrimientos sintieron bajo de ellas los chontales, cuando los españoles principiaron la tala de la arboleda milenaria de sus selvas.

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Lo que admira el curioso inteligente es la constancia natucha perforando la piedra y más cuando se sabe que los indios desconocieron el cincel; hasta se piensa que, quién sabe de qué extraños mordentes se sirvieron para pulverizar la roca y dar forma a aquellas galerías, que en medio de su deformidad tienen la imponencia de su ciclópeo taladramiento. Tal vez hurgando aquí, paleando allá, revolviendo el sedimento arrastrado por las décadas, pudieran hallarse noticias sobre el porqué de la monstruosa perforación. Muy cercano a ella, se eleva un promontorio cuya cara mira al río que se arrastra a los pies del altiplano; en esa fachada está pintado un gallo giro con perfección y gallardía tal, que obliga a la contemplación; el tono y el frescor de los colores a pesar de los siglos transcurridos desde que lo dibujaron se hallan tan frescos que pareciera una obra recientemente terminada, debiéndose agregar que pesa sobre la sutil delicadeza de la pintura la intemperie en que yace. Ese gallo, según la sencillez de los naturales del lugar, canta todos los Jueves Santos a las  de la noche, recordando el momento en que Jesús fue prendido por los judíos,3 lo mismo que bajo la ingrimidad reverberante de la hora nona 4 de los Viernes Sacros, y el  de diciembre, al silencio frígido de la una de la madrugada de ese día. Corren otras sugestivas leyendas, pero no se trata aquí de fantasías sino de realidades, motivo por el cual tienen que seguir hacinadas en el recuerdo hasta que se llegue el momento de contarlas para entretenimiento. Al pie del promontorio citado, en cuyo frontis el gallináceo vive su vida de dibujo, emerge un angosto crique que, después de 3

Quienes apresaron a Jesús en el Huerto de Gethsemaní fueron soldados romanos.

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Las 3 pm. Una de las horas de rezo u “horas canónicas” instauradas por San Benito; llamadas así por las normas o cánones de la Iglesia medieval. Las otras eran: maitines (medianoche), laudes (amanecer, 3 am), prima (1 hora después de salir el sol, 6 am), tercia (3 horas después de salir el sol, 9 am), sexta (mediodía), nona (3 pm), vísperas (puesta de sol, 6 pm), y completas (antes del descanso norcturno, 9 pm).

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LA IGUANA MONTAÑERA

hacer un recorrido breve, aprisionado entre los paredones que forman una cisura que tiene la altiplanicie para dar curso al agua, la vertiente se echa al río que bordea la altura, y a un lado de esa juntura, sumergido en un arenal, se veía hace ya unos  lustros una piedra en forma de túmulo, que según afirmaban los indios era una tumba antigua y que los sedimentos de las corrientes estaban a punto de sepultar. Valdría la pena mandar a ese lugar a personas entendidas a practicar excavaciones, pero mandarlas a que permanezcan por algún tiempo para que puedan arrancan al pasado su secreto y no como si fueran a mandado teniendo que regresar al otro día; intimar con el indígena no es obra de minutos, de su amistad puede sacarse gran provecho; pero para ello se necesita de un convivio largo en donde la campechanería tiene que obrar de diplomática para poder conseguir del natucho su confianza. glosario Chontal. En idioma náhuatl, extranjero o foráneo. Así se referían los invasores de origen azteca a los antiguos pobladores del centro de Nicaragua, desplazados por ellos a su llegada, alrededor de 800–1000 ad. Giro. Color azul verdoso; se aplica a las gallináceas. Ingrimidad. Condición de íngrimo; persona en completa soledad. Juntura. Unión; confluencia de dos ríos.

La iguana montañera La iguana de las montañas de Vagua 5 tiene mucha diferencia con la de las cuencas de los lagos y del litoral Pacífico. Aquélla es tan desarrollada como el garrobo de estas latitudes, con la variante de que tiene una cola muy larga que a veces pasa de un metro. 5

Vagua o Baguas: comarca nororiental del municipio de Boaco. En lengua sumu, bawas, excremento o diarrea.

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Su piel es de variados colores sobresaliendo el pringue amarillo subido y el negro profundo, que toman viveza por estar sentados sobre un barniz rosado pálido que se hace general en todo el cuero y que vuelve extraña a la iguana. La sarta de su postura nunca alcanza más de  huevos, siendo éstos del tamaño de los de paslama, pero alargados. Son sumamente raras, viven a la vera de los ríos y en lo más espeso de los grandes pajonales, colgadas de las copas de los árboles. Los españoles aprendieron de los indios a comer el pinol de lagarto y generalizaron la costumbre, también el de serpientes; pero el garapacho de ofidios es raro encontrar hoy en Nicaragua quien lo coma, aunque sin disputa, aún tiene sus devotos. glosario Garapacho. Carne de iguana asada en pinol. Sopa de garrobo. Garrobo. Especie de reptil, Ctenosaura similis, parecida a la iguana. Iguana. Especie de reptil, Iguana iguana. Paslama. Tortuga marina, Lepidochelys olivacea, que desova en las playas del Pacífico. Pinol. Bebida hecha de maíz tostado. Postura. Puesta de huevos. Pringue. Con manchas; tachonado de puntos. Sarta. Cadena de elementos unidos; tira; rosario.

La Semana Santa del indio Para el indígena, la celebración de Semana Santa se reduce al Domingo de Ramos, por lo menos refiriéndose a los naturales del departamento de Boaco. Ese día baja la mayoría de ellos al pueblo de la comprensión en que habitan, estrenan las mujeres chillantes trajes rojos, amarillos y de variedad de zarazas churriguerescas y los hombres tiesos pantalones y camisas azules y otros, cotonas de manta común.

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LA SEMANA SANTA DEL INDIO

A las  de la tarde emprenden el regreso, uno que otro se queda a pasar la Santa Semana y es curioso observar cómo cumplen con ciertos preceptos de la Iglesia. Las mujeres comulgan desayunadas, no todas por supuesto, pero sí algunas, y si se les dice algo, objetan que fueron a recibir la hostia ya comidas, porque no creían que fuera pecado proceder de esa manera; al otro año hacen lo mismo, pero se esconden al tomar café queriendo evitar la llamada de atención. En el campo se afanan en pasar los días de Pasión en casa, no trabajan, el Jueves y Viernes se dedican a visitar a sus vecinos y el Sábado de Gloria y el Domingo de Pascua lo celebran con grandes chichadas. Si tienen un desmonte preparado y la hojarasca está seca, le dan fuego al mediodía del Viernes Santo, costumbre que no tiene explicación, ya que contrasta con el sentimiento religioso de ellos, refractario a todo trabajo en esos días. El Viernes de Pascua no emprenden ninguna ocupación, porque ese día es la octava del fallecimiento del Señor6 y por más que se le ofrezca duplicar la paga y se les haga otras promesas, no hay medio de conseguir que ellos hagan algo. Así se deslizan entre los aborígenes los días que los ladinos dedicaban antes a la meditación y que hoy los ocupan con el pretexto de refrescar el bochorno de sus horas calcinantes en imitar a Eva en las playas marinas, de donde se originan liviandades y desgastes de pudor que concluirán con el tiempo por derribar el árbol de la virtud femenina, tan macheteado ya por el filo peligroso de las costumbres desconcertantes del momento. glosario Cotona. Camisa de manta, sin cuello, de manga semi-corta hasta el antebrazo; sus dos o tres botones se cierran sólo hasta el pecho. Es parte del traje típico del campesino nicaragüense, quien la usa por fuera del pantalón. Desmontar. Desmonte. Limpiar un terreno o parcela, cortando la vegetación, antes de sembrarlo. Zaraza. Tipo de tela barata. 6

Los campesinos celebraban la octava del Señor el Viernes de Pascua, siete días después del Viernes Santo. Véase “Los ocho días de los defuntos,” pág.157.

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Agua zarca En la finca La Trinidad, departamento de Boaco, en el potrero Los Reflejos, corre una angostísima quebrada cuya agua es blanca; da la impresión de que han derramado leche en su linfa. Nace en el mismo encierro; en el verano se corta y las pocitas que a trechos distantes quedan, siempre tienen el agua gata. Cuando el invierno derrama el prodigio de sus lluvias vivificantes, las corrientes de los desguindos empuercan la zarcura del crique misterioso, pero tan luego cesan los aguaceros de engrosar el torrente, la gatura aparece aún al través de la suciedad que los lodazales arrastrados producen en el agua. El poco conocimiento que se tiene de este hito sabanero proviene del corto curso que mide, pues antes de haber corrido  legua, desde su nacimiento se echa en brazos de una fortachonota vecina que le corta el paso y lo sepulta en el seno centuplicado de un caudal vertiginoso que unos  km más adelante recibe el nombre de Las Cañitas; siendo esto así y quedando distante de los senderos traficados, se necesita, para que sus aguas sean observadas, que sean muy curiosos los campistas desgaritados que de tarde en tarde suben a Los Reflejos en busca de alguna res juidora que ha encontrado albergue en los parazales de tales rincones. glosario Desguindo, desguindadero. Terreno empinado; barranco. Zarco, gato. Zarcura, gatura. Color o tonalidad verde o azul claro.

Noticias de Cascabelandia En la jurisdicción de Mateare abunda de tal manera el cascabel que, en la chapoda de la propiedad El Charco, en , en la división de El Caragual, que abarca  manzanas, se mataron

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NOTICIAS DE CASCABELANDIA

 sierpes de esta clase. Para suerte de los trabajadores, este ofidio duerme profundamente en el día y como ellos conocen bien las peculiaridades del terreno en que trabajan, proceden a la limpia con las precauciones que la experiencia les ha enseñado. La leyenda que sostiene que esta víbora cuenta tantos años de vida como nudos tenga en el chischil, es enteramente inexacta; pues lo bota periódicamente y le renace de igual manera. Se testifica esto con la siguiente observación: Entre las serpientes que se mataron en la chapoda citada había una de  varas y jeme de largo y del grueso de un cuartón rollizo, cuyo chischil tenía apenas dos nudos con el engarce; en cambio se hallaba otra que tenía tres cuartas de longitud y el espesor de un palo de escoba y ostentaba ufana un chischil de  nudos groseros; y había una tercera de dos varas y del grueso de la primera, que sólo la seña en donde se sostiene el chischil tenía, es decir, lo acababa de botar, estaba julunga, como dicen en el lugar. El chischil de la primera era tan delicado, que se llevó a la joyería de don Miguel Silva, de la capital, donde le hicieron una montadura de oro y fue convertido en prendedor de corbata que el dueño se lo obsequió más tarde a don Alfredo López. El cascabel se desarrolla lentamente y necesita muchos años para llegar a la corpulencia. No es malo agregar que la tal creencia que averigua la edad de los crótalos por los engarces córneos del apéndice de la cola de estos animales, en Mateare y gran parte de los pueblos occidentales del país no tiene ningún adepto, hay más, se sonríen cuando oyen tal aseveración, pues la realidad, que hiere con rudeza a las pasadas, se ha encargado de poner a raya el cuenterete que los pobladores urbanos aún sostienen contra viento y marea. Para destruirlo, los mateareños tienen una prueba fehaciente, que, una vez que logra comprobarse, resulta inapelable y ella es que no es un fenómeno, ni mucho menos, encontrar —en los

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chaparrales y chanales— chischiles que en sus andanzas nocturnas han dejado abandonados las serpientes de este linaje; claro es que, siendo estos aditamentos de color de monte reseco, con facilidad se confunden entre los hojarascales, de donde resulta que su hallazgo no es una cosa frecuente, como no lo es tampoco topar de manos a boca en cualquier pajonal de algún rastrojo con alguna víbora de esta clase, a pesar de su bárbara abundancia; pero de que se hallan en el campo los tales chischiles, se les halla “sin Jerónimo de duda” como suelen decir los granadinos. Los pobladores de Los Brasiles, Mateare y Nagarote no saben comer la exquisita carne del pescado de monte, sobrenombre que gasta el cascabel en otras regiones de la república y cabe aquí asegurar que además de ser delicioso su sabor, deja en el paladar la impresión de que se engulle un sabrosísimo guapote. Los que gustan de comerla generalmente la prefieren asada, en garapacho, es decir, en pinol, pero, para los ladinos, en sopa y frita es como resulta apetitosa y agradable. En caldo se le puede dar a cualquiera para que se desayune y afirmará, si se le pregunta, que lo que ingiere es sopa de mojarra y si no lo desengañan se quedará convencido que lo que tragó fue caldo de pescado. Debido a sus colores, los campesinos dividen estas sierpes en dos clases, la café y la amarilla, ambas con cuadros negros; dicen que los individuos de la primera son dormilones y mansos, y los de la segunda despiertos y endemoniados; puede haber mucho de verdad en lo que aseguran, puesto que la convivencia con las dehesas los tornan experimentados con los animales que las pueblan, pero la experiencia demuestra que cualquiera de las dos especies cuando se dedican a acechar son agresivas y mortales, aunque duerma la una más y la otra menos. glosario Cuarta. Antigua medida española que equivale a la distancia entre el dedo pulgar y el meñique extendidos a su máxima separación; aprox. 20–25 cm; también se conoce como palmo.

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CHULUCA DE HERVEDERO

Chanal. Lugar donde crece el chan, hierba olorosa cuyas semillas se muelen y se mezclan con cacao para darle mejor olor al tiste. Chapodar. Chapoda. Chapodador. Cortar con machete el monte o la vegetación de un terreno o parcela para su posterior siembra. Persona que realiza la chapoda. Chischil. Sonaja en la cola de las serpientes cascabel. Dehesa. Bosque claro, con estrato inferior de pastizales o matorrales, generalmente destinado al mantenimiento del ganado y al aprovechamiento de otros productos forestales. Engarce. Unión; junta; montura; articulación. Guapote. Pez de agua dulce. Cichlido mayor y de hábitos carnívoros, especialmente apetecido por su buen sabor. Jeme. Antigua medida española que equivale a la distancia entre el extremo de los dedos pulgar e índice, separados en ángulo recto; aprox. 12–15 cm. Julunga(o). Dícese del animal o gallinácea que ha perdido la cola. Mojarra. Pez de agua dulce, de la familia de los guapotes, pero de menor tamaño que éste. Se aplica este nombre a diversas especies de Cichlidos medianos y pequeños, comunes en los lagos de Nicaragua. Prendedor de corbata. Prensacorbata. Rastrojo. Restos vegetales que quedan en el terreno después de levantar la cosecha. Sin Jerónimo de duda. Sin lugar a duda; sin duda alguna.

Chuluca de hervedero Cuando en la villa de Tipitapa, en , el rivense don Francisco Bejarano que se había fincado en el lugar, mandó en el patio de su casa a perforar un pozo, se encontró con que el agua que brolló era termal y por tal motivo tuvo que volver a cavar otro, a unas cuantas varas de distancia del primero, en donde la linfa que emergió resultó potable. En su época el suceso tuvo resonancia en el perímetro local, pero si se examina con detenimiento el asunto se llegará a la conclusión de que el subsuelo de la villa abunda en las dos clases de aguas mencionadas, ya que al oriente brota su conocidísimo hervedero; al noroeste, otro que revienta en la bocana, y al norte, pasa el río de su nombre, que más abajo lo trastrueca por el de

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Panaloya, con cuya confirmación desemboca en el Cocibolca. Este curioso estrecho que en el verano corre para el Xolotlán, es decir, para atrás, recibe dos nombres diferentes que los orillanos o habitantes de sus veras precisan y demarcan de una manera cabal, y se valen para ello de un brinco raudaloso que hay en medio del famoso desaguadero, el cual ocupan de división, y más que brinco es una roquería tortuosa a cuya ubicación denominan Paso Chiquito, y dicen ellos: “del Lago de Managua hasta aquí, este río se llama Tipitapa, de aquí al Gran Lago, su nombre indiscutible es Panaloya.” Aunque no se les quisiera separar, resulta imposible no querer hacerlo, pues mientras las aguas del Tipitapa son escasas y lleno su cauce de arrecifes, el de Panaloya es arenoso y más bien parece su seno un brazo de lago, una punta de lanza del Cocibolca, como diría un estratega que se pusiera a describir estos caudales; de donde resulta que con tamañas anormalidades se hace imposible que no los diferencien. Y regresando a las termas, resulta interesante hacer aquí la siguiente disertación: Si se traza imaginariamente un paralelogramo que parte de Portezuelo en el Xolotlán a La Estrella en el Cocibolca por el sur, que se levante una línea de la desembocadura del río Las Maderas en el Lago de Managua hasta Boaquito por el norte, y que haga vértice en este lugar hasta formar el otro en La Estrella ya citada, por el oriente y por occidente que salga de Portezuelo a morir en la boca de Las Maderas, se tendrá enmarcada una vasta región tan grande como los departamentos de Masaya y Carazo juntos, cuyo subsuelo está preñado de líquidos termales y en donde abundan las fuentes de esta clase. Todos los riatillos que cruzan la Carretera Panamericana en el trecho de Managua a Tipitapa comenzando con Ríolodoso que nace en Santa Rosa, cercano al campo de aterrizaje de Las Mercedes,7 provienen de hervideros que revientan a la falda de la 7

A partir de su construcción en 1942, el aeropuerto Las Mercedes, ubicado a 10 km de Managua, complementó y posteriormente sustituyó al campo de aviación Xolotlán, primer

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CHULUCA DE HERVEDERO

semi-colina que se levanta en El Portillo, prosigue por Cofradía sobre cuyo lomo está asentado este valle, llega a La Pelota en el camino de Masaya y parece que termina en el barrio de Panamá, aunque en realidad muere a la vera del desaguadero. En Tipitapa revienta a su vera el ojo de agua que la técnica humana ha aprisionado para hacer notables caldas. Al fin de Masapilla está el pacífico Riyito que nace en una hondura que forma el altiplano que se levanta besando el camino real que va para Juigalpa y que da vuelta en Teoyaca, en la trocha para Boaco. Hay otras vertientes entre Esquipulas, La Rejoya y Cusirisna, cuyos nombres se escapan a la memoria, siguiendo, es entendido, la proximidad de la raya del oriente y buscando para el centro del paralelogramo. En Teustepe, casi en el límite de la línea imaginaria de Boaquito a la desembocadura de Las Maderas, están los conocidos hervederos de don Gregorio Valle, ahora pertenecientes a su hijo don Manuel. En la heredad de este señor, una de las fuentes forma una cascada encantadora que mide  metros y cuya linfa termal será encauzada para dar luz al hotel que el señor Valle tiene a la vera de la carretera que lleva para el Atlántico. En San Francisco del Peñón toman proporciones tales estos caudales que prueban el vasto volumen que de estas aguas existe, pues las vertientes llegan a formar un completo playón de pura terma. Aquí hay algo que raya en el prodigio, en lo imposible y que supera toda ponderación, y es el caso curiosísimo de que habita en la linfa hirviente un pececillo medio rojo que alcanza una pulgada de largo por ½ de ancho y que no se le encuentra nunca aeropuerto de la capital, ubicado cerca de la Loma de Chico Pelón. Las Mercedes continúa en uso hasta hoy, después de varias remodelaciones y ampliaciones, la más reciente siendo la de 2005–9. En 2006 fue bautizado (por segunda vez) como Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino. La antigua terminal de Las Mercedes se encuentra al oeste de la terminal moderna, casi oculta entre los hangares de la Fuerza Aérea.

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a más de  varas de las meras fuentes en donde el líquido principia a enfriarse, pues resulta un hecho cierto que se muere lejos de la alta temperatura. No existe en abundancia y cuando algún travieso lo ha sacado sin maltratarlo de las termas para ponerlo en la linfa normal, llevado adrede, ha muerto instantáneamente al sólo caer a ella, y cuando arriándolo con ramas lo han conducido del hervedero al sitio en que la corriente se enfría, también ha pelado el ajo. Como en este país todo se duda, si hay alguien que no lo crea no tiene más que ir a Las Maderas y enrumbar para el playón y a  leguas de la carretera palpará lo aseverado. En pleno río Malacatoya, en San Gabriel, en el paso de este nombre, ubicado en esta propiedad que hoy es del general Somoza,8 brotaba una corriente termal que altibiaba el agua del álveo a pesar de su volumen y cuando el camino que lleva para Boaco bajaba al pie de la casa de la hacienda citada, en el límite de un vasto tablazo que demarcaba el vado y a cuya vera se extendía un lajero insustituible para desvestirse, los viajeros se desmontaban en pleno paso y por agitados que viniesen se zambullían en el enorme pocerón porque su seno tibio no hacía ningún daño y después de refrescarse proseguían la troteada. El poder de las crecientes que todo modifica dio fin con el bellísimo tablazo y quién sabe si se cegó también el chorro hirviente que reventaba en el cauce, porque ahora ni hablar se oye de él. Saliendo del paralelogramo imaginado y partiendo de la boca de Las Maderas y enrumbando hacia San Francisco del Carnicero, en muchas partes del Xolotlán, cercanas a las veras de esas playas, revientan muchas fuentes termales, en cuenta unas a unos  kilómetros del puerto citado, que sirven de paseo a los sanfranciscanos.

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Anastasio Somoza García (*San Marcos 1896, †Zona del Canal 1956). Presidente y dictador de Nicaragua entre 1937–47 y 1951–56.

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EL CONVIVIO, VACUNA

glosario Agitado. Dícese de la persona o animal que acaba de realizar un gran esfuerzo físico. Altibiar. Calentar; ponerse tibio. Chuluca. Pececillo tropical de la familia de los Poecílidos, abundante en las aguas claras de arroyos y ríos. Orillano. El que habita a orillas de un río o camino. Hervedero. Sitio donde surgen aguas termales. Lajero. Lugar o fondo de río donde abundan las piedras lajas, un tipo de roca sedimentaria. Pelar el ajo. Morir. Reventar. Brotar, surgir. Riatillo. Río pequeño; arroyo; quebrada. Roquería. En un río, sitio pedregoso, de poca profundidad. Tablazo. Curso ancho y rectilíneo de un río. Termas. Baños termales; lugar donde brotan aguas calientes o sulfurosas, de origen volcánico. Troteada. Cabalgata realizada al trote.

El convivio, vacuna El hombre se contamina tanto del ambiente en que vive, que en algunas regiones pareciera que la Naturaleza lo vacunase inmunizándolo contra ciertas enfermedades. Un campista jereceño9 —arrebatando el término al pasado para abarcar lo que fue antes Chontales— si se hiere en el campo se limpia la sangre pasando los labios de la herida sobre el copete del caballo en que monta; el vaquero y el aventador hacen lo mismo y se pasma uno al verlos curar las gusaneras del ganado con las manos tasajeadas. Cuando se les dice que es peligroso dedicarse a tales menes-

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Patronímico de los habitantes del efímero departamento de Jerez, nombre con que se rebautizó al departamento de Chontales durante el gobierno de José Santos Zelaya, en honor a Máximo Jerez (1818–1881), líder del Partido Democrático.

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teres con lesiones frescas en las extremidades por una infección, etc., vacilan un momento y como si juzgaran que es cobardía haberse detenido se sonríen y luego se lanzan a la faena. Obsequian la misma sonrisa al hablárseles del tétano por usar las crines de limpiadoras de heridas, y la realidad demuestra que no les pasa nada, ya “que ni de mal humor padecen,” como suelen decir ellos. glosario Aventar. Avanzar, empujar, arrear, apurar, lanzar. Aventador. El encargado de recoger las vacas para el ordeño; mozo encargado de arrear el ganado. Tasajear. Cortar la carne en tasajos; presentar muchas heridas o cicatrices en la piel. Tétano. Enfermedad viral causada por el virus del ánthrax, uno de cuyos síntomas es la parálisis muscular.

Crianza de guatusas En La Puerta, región intermedia entre Sácal y Tierra Azul, la indígena Luisa Alonso logró hacer un criadero de guatusas admirablemente manejado. Era curioso ver aumentarse la mesnada con los machos monteses que tras las hembras en celo llegaban hasta la casa; se encariñaban en la tribu y ya no se alejaban nunca, y después de pocos meses se amansaban enteramente. A pesar de la igualdad de color, la señora distinguía bien a los individuos de su recua de los recién llegados. Llamaba los animalitos al grito de “¡tuchitas, tuchitas, tuchitas!” etc., y de donde los roedores estuvieran volaban para la casa; pasaban el día en el monte y la noche bajo techo, los recién amansados eran reconocidos por los extraños, porque anidaban en madrigueras que hacían en el patio. La guatusa padece de menstruación, motivo por el cual su

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CRIANZA DE GUATUSAS

carne, que es deliciosa, no es apetecida por los indios, y al recuerdo de la costumbre hacen ascos cuando la ven comer, pero, cuando se trata de un macho, con entusiasmo lo engullen. glosario Guatusa, guatuza, taltuza, tucha. Roedor silvestre de mediano tamaño, Dasyprocta punctata, que hace su madriguera a ras del suelo o excavando túneles en el subsuelo.

Yodo vegetal El sangregrado o drago de los bosques de la altiplanicie del Atlántico difiere completamente del que se encuentra en las volcánicas selvas del Pacífico. El primero es de hoja larga y ancha como la del gatillo y cuando se le hiere arroja resina tinta en abundancia y si la incisión se le hace en luna nueva, echa tanta sangre que da la impresión de una hemorragia auténtica. Su savia es medicinal y nuestros antepasados la recogían en vasos y mezclándola con alcohol la conservaban líquida para reemplazar el yodo. Don José María Buitrago guardaba de esa manera la savia encendida de este árbol y por las mañanas se enjuagaba con ella; era un enjuagatorio de sangre y solía decir con frecuencia —a los  y pico de años— que por esos enjuagues conservaba su dentadura, pues desde los  años de su edad los dientes se le habían empezado a aflojar y desde ese tiempo a su octogeneidad, los había preservado y logrado endurecer a fuerza de resina de sangregrado ; lo cierto es que feneció de  y tantos años y se marchó con ellos. Los natuchos, con la misma intención con que la usaba el señor Buitrago, se la untan en las encías, pues sostienen también que afirma la dentadura y tienen el raro placer de machetear por

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gusto el árbol sólo por la curiosidad de ver correr la sangre. El del Pacífico es más empleado en medicina que el primero; su corteza tiene enorme demanda para cocimientos, los que se utilizan en diferentes enfermedades. No tiene ningún parecido con el otro, su hoja es pequeña como la de la camelia, la mata llega a desarrollar como el tempisque y es pobre de sangre. Cuando se le rebana o se le machetea, la savia roja emerge apenas como la sangre humana en un raspón de piel, mientras que en el montañero de la vertiente caribeña brolla el líquido como el chorro de una vena partida que de pronto parece intancable al verlo salir a borbollones. glosario Gatillo. Pelusa o fibra algodonosa que recubre ciertas semillas, como la del ceibo, y que les ayuda a flotar en el viento; árbol alto de madera suave que produce gato, fibra que se utiliza para rellenar almohadas y colchones. Intancable. Que no se puede detener. Sangre. Savia. Sangregrado. Drago. Árbol de la familia de las Fagáceas, Pterocarpus rohrii. Tempisque. Árbol de hasta 30 m de alto, Siderxylon capiri, de madera dura, pesada y fuerte, empleado en construcciones y para leña.

Batracio cazador El burje es un sapo montañero cuyo nombre le viene de que al croar pareciera que exclama “burje, burje, burje…” Es de un tamaño que no admite comparación con los batracios grandes que se ven por las ciudades, es en su orden de admirable dimensión, pues llega a veces a ser como una ñoca mediana. Generalmente habita en los rastrojos y cuando sale de caza gusta seguir los atajos que los indios abren para acortar las distancias; cuando ve gente se sopla y se alza sobre sus extremida-

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BATRACIO CAZADOR

des como queriendo meter en miedo al viandante peatón que sobre la senda viaja. Pocos son los que no esquivan su encuentro, pues la mayoría desecha su presencia abriendo brecha sobre los matorrales de los lados y si el viajante es muchacho, por descontado es seguro que torna para su rancho en desenfrenada carrera. El animal es inofensivo para los humanos, pero hay tantas leyendas alrededor de estos sapos y aún de los comunes, que los natuchitos y aún los mismos ladinos le tienen un recelo grande, basado sin duda alguna en el sinnúmero de historietas con que la fantasía popular ha calumniado a los útiles batracios; sin que esto quiera decir que la leche de ellos no sea un cáustico terrible y al mismo tiempo fatal para ciertos animales caseros. El burje no sólo se alimenta de insectos sino que de bodegos y cuando se finca cercano a los ranchos y casas de haciendas, también de pollitos tiernos; pareciera increíble al no existir la prueba contundente. En Chayotepe se notó —allá en — que a una clueca, que acababa de abandonar el nido con  polluelos y que estaba amarrada, se le mermaban los hijos sin causa visible alguna; hay que advertir que las desapariciones acontecían de día y que por ello no se podían atribuir a boas ni a otros animales nocturnos y menos a gavilanes por estar la gallina prisionera en el corredor de la casa. Al cuarto pollo perdido, la mente del patrón se llenó de conjeturas y hasta pensó que se los estaban cogiendo los colonos que en las mañanas llegaban a trabajar en las chapodas de los encierros, y no queriendo herirlos basado en simples suposiciones se propuso averiguar la causa de las pérdidas. Se dedicó a atisbar la culeca y grande sorpresa tuvo al ver salir un burje de un hacinamiento de reglas que existía en el patio, pegar unos veinte saltos y luego quedarse quieto bajo un palito de apazote al parecer mirando indiferente todo lo que lo rodeaba. En tal actitud estaba cuando un polluelito se dirigió hacia

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su flanco; verlo y saltar del puesto en que se hallaba fue un solo movimiento, cayó a la vera del animalito, sacó su larga lengua, lo envolvió con ella, se lo engulló y “ni pío hizo siquiera,” como dice el refrán. Llamó el dueño al mandador, se reunió todo el servicio, se comentó la cosa y a la gallina se le cambió de lugar; incontinenti se pasaron las reglas a otra parte, bajo de ellas se encontraron otros burjes y a uno que el maderamen aplastó, se le vio en la menudencia un bodeguito, caza indudable que había hecho en la noche. Las leyendas batrácicas no colocan a estos sapos como salteadores de pollos, como todos los cuentos ignoran la verdad de sus vidas; la casualidad descubrió a los ojos del finquero ese curioso enemigo del gallinal que era desconocido como peligroso para la crianza de pollos por todos los natuchos y ladinos que vivían en el lugar. glosario Apazote. Arbusto cuya savia lechosa y amarga es usada como medicina contra las lombrices intestinales. Bodego. Ratón casero pequeño. Burje. Rana de gran tamaño, Tetradactylus pentadactylus, al sentirse amenazada suele hincharse y erguirse sobre sus patas, para infundir temor a sus perseguidores. Culeca. Clueca; gallina que está empollando. Menudencias, menudo. Vísceras; intestinos. Ñoca. Cualquier tortuga de agua dulce. Servicio. Empleados domésticos de una hacienda.

Fiera diminuta La bijagua, pariente del platanillo, es una planta cuyas hojas son muy útiles a los habitantes de las montañas; son ellas como de ½ vara de ancho por una de largo, poco más o menos.

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FIERA DIMINUTA

En las haciendas de Boaco las emplean para empacar los quesos y cuajadas y en general el indio las ocupa para sustituir el papel; la mayoría de sus líos van protegidos por ellas y cuando están a mano en los trabajos distantes de las viviendas, les sirven como mantel. Por su anchura, longitud y facilidad de corte, hacen un magnífico material para reemplazar la palma y el zacate en la techumbre de los ranchos, pero presentan la desventaja de que su vida para ese menester no va más lejos de un año; quizás apenas soporten  meses en buen estado, en cambio brindan la facilidad de que cuatro hombres listos pueden dejar en un día un caserón techado y además que es muy fácil reponerlas cuando ya están inservibles. Pero como todas las cosas que las montañas brindan, presentan el inconveniente de ser blancas y casposas en el dorso; defecto que se presta para que se oculte en sus espaldas la chica y terrible bijagüera. Esta es una viborita de un pie de largo, de color mohoso, cabeza desproporcionada a su cuerpo, que tiene la viveza de adherirse a la bijagua confundiéndose con la vena, bastante pronunciada, del tallo de la hoja; hay que advertir que cada una de éstas forma una mata independiente y de tal manera se coloca el diablillo, de modo vertical que no se nota diferencia por lo exacto de su color con el lomo de aquélla, por lo bien que se enfila y también por la delgadez que se gasta. Su piquete es mortal y si no estuviere esto suficientemente comprobado hasta la saciedad, bastaría para tenerle horror la cantidad de leyendas con que los indígenas han rodeado su nombre; quizás éstas se han originado por ser este reptil el más diminuto de todas las tobobas. El nombre que lleva le viene de la misma bijagua, planta de la cual se sirve la inteligente culebrita para hacerse invisible a la visual del hombre y de todos los seres de que suele valerse para llenar la faena del sustento. Por lo general es en los espesos bijaguales donde planta su

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tienda y aunque a veces se le halla en las manchas raquíticas, prefiere siempre las exuberantes y distanciadas de los caminos. Vive también en los embrollamientos de los papamielares de las vegas; pero esto es la excepción. Cuando se siente descubierta por la mirada humana, sus ojitos que son negros profundos como cabezas de alfileres antiguos, brillan de una manera siniestra sobre el moho lechoso, impoluto y terso mientras no se toca de la hoja, a causa de cuyo color toman mayor viveza y que por efecto de la óptica pareciera que los raros azabaches fueren del vegetal, al sentirse, pues, vista, sus cristalitos relampaguean como en un gesto de reto, semejando que dicen: “vuélvete, o salto desde aquí.” Tan luego ese brillo hiere la retina, en cuanto se le descubre sólo dos cosas caben: matarla o correrse, porque no hay que olvidar que un traspiés por nervios o una falladura en el golpe por lo mismo, acarrearían inevitablemente la muerte y cuando mejor se saliere, un padecimiento largo, sobre todo si se desconoce el guaco, pues hay que fijar la mente en el hecho de la imposibilidad de defenderse de un enemigo que, desprendido de su escondite, se vuelve invisible en el jaral por lo ínfimo de su tamaño, y que desde el instante del desprendimiento, no habiendo sufrido varazo certero alguno, todas las probabilidades de triunfo son completas para él, mas como siempre en los grandes apuros hay que contar con lo imprevisto, la serenidad puede trocar el desastre en una completa victoria, pero esta cualidad no todos los hombres la poseen y menos aún si son individuos de ciudad. glosario Bijagua. Platanillo, planta de la familia de las Musáceas, sus anchas hojas se emplean para envolver quesos y cuajadas, así como para fabricar los techos de los ranchos campesinos. Bijagüera. Pequeña serpiente venenosa que vive en las hojas de la bijagua. Guaco. Enredadera del género Aristolochia y arbusto del género Mikania. Sus semillas y hojas se usan en el campo como antídotos contra la mordedura de las víboras.

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IMPORTANCIA DEL CAROL

Jaral, charral. Matorral. Papamiel. Arbusto de flores rojas, erizadas de estambres melíferos, Combretum fructicosum; también llamado comúnmente peine de mico o peinemico. Varazo. Golpe propinado con una vara.

Importancia del carol El carao o carol es en los campos yermos una bendición para los rumiantes que sufren las angustias del hambre. En las regiones estériles se propaga muy poco, motivo por el cual debieran los agricultores esforzarse en reproducirlo. En Mateare abunda en la parte húmeda de El Charco y en ese lugar, se ha podido observar que hace aumentar de producto a las paridas, lo mismo que el peso y la riqueza de la leche. Mas tiene la desventaja que cuando las vacas de ordeño se propasan en comer sus frutos, se les sollaman las tetas y a ciertas, hasta el punto de parecer que las sollamaduras fueren ocasionadas por orines de las picacaballos; sin embargo, siempre que las mamas no se llenen de gusanos no corren ningún peligro, pues al cabo de una semana han desaparecido las quemaduras, aunque existen animales que sufren más que otros los estragos y no es malo decir que los hay que no padecen del todo y también que se encuentran horras cuyas ubres presentan los efectos citados. Los constructores nunca han tenido aprecio por la madera del carao y es bueno decir, por esto, que en Tierra Azul don Chico Chaverri mostraba a los visitantes un horcón de carol que cargaba una esquina del corredor de la casa en que vivía, puesto por su padre y que en  tenía ya  años de soportar incólume su fardo, a pesar de que la cepa, sin defensa alguna, estaba sepultada en pura tierra; lo mismo hay que agregar, que mucha de la madera del puente de Panaloya, que este río arrastró, era de este árbol.

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Sus vainas las ocupan los ladinos y natuchos en medicinas y para sobremesas y su comida continuada tiene la peculiaridad de hacer desaparecer el bienteveo, bientebello o vitíligo, que es el nombre académico. El inteligente carpintero de artesón y de banco Francisco Paladino, natural de Granada, bien conocido en Boaco, cuando vivió en este lugar arregló con el dueño de Chayotepe en el año de , un trabajo en esta hacienda y en la que permaneció por tal causa más de un año. Al poco tiempo de haber llegado, notó el patrón de aquella época, que Paladino no se bañaba nunca en compañía, sino que buscaba la ingrimidad para hacerlo; intrigado por esto, se propuso saber la causa y logró averiguar después de haberse valido de varios trucos que a Pancho se le estaba overeando el cuerpo y que no quería que la gente se diera cuenta de ello. Acostumbraba Paladino a comer demasiado carol y como las vainas se descomponen en invierno, antes que éste principiara, suplicó al propietario le cediera un pequeño cuarto desocupado de una recámara que había para arpillarlo de aquéllas, éste no le puso obstáculo y la pieza fue repletada con un hacinamiento de frutas. Al llegar diciembre había mermado en mucho la existencia carolítica y bromeando el hacendado al carpintero, por ello, éste le dijo: “invite al mandador y al vaquero y vamos a bañarnos.” Ante la insólita propuesta del “cimarrón del agua” —como le llamaba el servicio— todos los que oyeron el convite soltaron la carcajada, mas insistió en sostenerlo y convinieron todos en ir a darse un chapuzón a Los Encuentros. Cuando el Maestro quedó completamente desnudo, ya en el río, la sorpresa invadió al señor del latifundio: a Paladino se le habían desaparecido las manchas, y en la intimidad le contó más tarde que por un consejo de un viejecito de Teustepe se dispuso a comer las vainas, pues éste le había dicho que sólo con ellas se curaría y tal como le asegurara el anciano, la prueba estaba a la vista, demostrando la verdad de su indicación y para

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HEDOR A CABRO MACHO

que Ud. viera el resultado de mi hartazgo de caroles, es que he hecho la invitación, pues de otra manera no me hubiera decidido nunca a bañarme acompañado. Lo cierto es que cuando don Francisco Paladino abandonó Chayotepe, sólo un puntito blanco como el tamaño de una chata de danto, le quedaba en la mano izquierda. glosario Bienteveo, bientebello, vitíligo. Enfermedad degenerativa, no contagiosa, de la piel, causada por la muerte de los melanocitos (células responsables de la pigmentación de la piel); la zona afecta revierte a un color rosado pálido, muy dramático en personas de piel morena u oscura. Carao, carol. Árbol de la familia de la Cesalpináceas, Cassia grandis; común en las haciendas de ganado de Nicaragua. Cepa. Cepón. Base o pie de una mata de plátano o, por extensión, de cualquier planta. Chata. Garrapata pequeña. Danto. Tapir, Tapirus bairdii. Demasiado. Mucho; gran cantidad. Horras. Vaca de grandes ubres, durante la lactancia. Overo. Animal de piel blanca con prominentes manchas de color café. Overeado. Manchado. Sollamar. Irritar la piel; escarificar.

Hedor a cabro macho Los que viajan a lomos de ungulados reciben con frecuencia en los zigzagces del camino variedades de impresiones… ya la llanura ilímite que inspira la tentación de revolcarse en ella al ver la grama bella que brinda la felpa enorme de su verdura, bien la cresta maravillosa que marca la lejanía con la vértebra quebrada de su dorso, o el río que cristalino marcha rielando indiferente los espesos ramajes de las vegas, quizás el ojo de agua límpido que invita a mitigar la sed del mediodía, en cualquiera parte el pájaro nunca visto, el venado que cruza, la mesnada ganadil que rodea, el danto

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que hace de la sangradera lecho, la sierpe que horroriza, el mico que distrae, el burro que persigue, la alquería anhelada y no prevista, el jinete que se alcanza, el carguerío que se topa, la partida de erales que se encuentra y que el totero la guía; todo lo que, en fin, es difícil de gozar en su contemplación, cuando el tránsito se hace a  kilómetros de velocidad sobre el colchón de un automóvil o en un asiento semi-endurecido de ferrocarril. Y hay que agregar a lo dicho —y a lo que no se dice, porque sería la de no acabar— las rarezas inexplicables que guardan los senderos y los secretos que a veces la casualidad arranca del seno de lo rural. Así, por ejemplo, es admirable que al atravesar ciertos pedazos de bosque o al llegar a un riachuelo o al principiar un llano, aspirar del ambiente que rodea a los tales, un profundo hedor a cabro macho —tufo, como dicen los campistas— al inquirir qué lo produce, no se halla el motivo que regala el mal olor y por más que se atisba y que se busca, es imposible atinar de qué procede. La fantasía indígena atribuye el pesado perfume a la demoníaca presencia del Cadejo y los que se la pican de sabelotodo a la abundancia de chatas; lo cierto es que si éstas produjeran el cargante aroma, en la mayoría de los trechos enmontados de las mal cuidadas rutas se percibiría y no se palpa que trascienda así, hay que buscar el efecto en otra causa, observar y descubrir su procedencia. Cuando acontece ingerir pulmonarmente en las abras reales al peso de la media noche o al filo helado de la madrugada el desagradable ambiente, se espeluzna el cuerpo, se eriza el cabello, un escalofrío de temor invade al ego y el ánimo sin ánimo queda en vilo; estos estados de la materia y del espíritu se duplican si se viaja solo y —cuando el tránsito se hace a pie limpio como lo verifican los arrieros y los peatones trasnochadores— la cosa reviste caracteres de terror y ya son muchas las personas que, invadidas de pánico al sentir el hálito cabruno en plena tiniebla nocturna, han abandonado la trocha para ir a esperar el alba en cualquiera vivienda de la vera, y algunos sumamente cobardes

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hasta se han regresado al punto de partida. Hubo una época que en cierta faja de monte del potrero San Fernando, del latifundio de Chayotepe, se estacionara el tal hedor; los indígenas sostenían que el Cadejo había hecho su guarida en aquella ceja, por desgracia ubicada al margen de la senda que llevaba a la ciudad y resultaba difícil hacerlos madrugar por ese motivo, cosa por cierto necesaria cuando la urgencia imponía mañanear para ir a la población por víveres y otros menesteres. El dueño de ese tiempo inspeccionó detenidamente el lugar por ver si hallaba procedencia al vaho, todos los vegetales que había eran inodoros y ningún ser viviente habitaba el bosquecillo y no encontrando remedio para el mal, resolvió mandar a socolar la montañita y a derribar ciertos palos ; puso los hombres necesarios para terminar el trabajo en un mismo día y resultó que cuando los socoladores despejaron la cinta, el soplo cabrío había desaparecido como por encanto; ante tal curiosidad, dijeron entonces los natuchos que el andariego se había ido porque le habían despejado el echadero. Al andar de los días se les fue quitando el recelo y poco tiempo después el asunto pertenecía a la vasta extensión de las leyendas. Que qué causa el tufo, nadie puede decirlo, todavía el prodigio de la contingencia no ha revelado la causa y los que conviven con él, no habrán de saberlo nunca ya que se lo achacan al Cadejo, causal que procede del misterio y que corta la observación y que arraigada en ellos esa idea, no se obligan por lo mismo a inquirir de qué brota y en cuanto lo sienten, no hacen más que decir, aunque los incrédulos los motejen: “hiede a cabro macho; por ay —o por allí— debe de andar el Cadejo.” Bonita es la tal explicación para los creyentes jinchos y aún para muchos supersticiosos ladinos, pero para los estudiosos, no es nada satisfactoria. El latifundista que mandó a descampar la isleta montañosa citada supuso —y tal vez sea la verdad por haber desaparecido el bálsamo, incontinenti a la limpia— que quizás proviene de

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algún animal montés que lo exhala de igual modo que el cabro despide el suyo, nunca obtuvo confirmación sobre el supuesto y para mientras llega la prueba convincente no queda más camino que narrar el hecho y tener la paciencia de esperar. glosario Cadejo. Perro diabólico, hay de dos clases: uno, de color negro, enemigo del hombre y otro, de pecho blanco u overo, protector de los humanos. La superstición popular afirma que dicho perro juega a los hombres malos para luego llevárselos al infierno. Contingencia. Ocasión; casualidad; suerte; accidente; azar. Echadero, echadera. Lugar sombreado donde se echa el ganado; sitio donde una animal se agazapa o enrosca. Eral. Res vacuna de más de un año pero que no pasa de dos. Socolar. Despejar el campo de árboles con el machete; remover de arbustos o cizañas un plantío. Totero. El que arría el ganado dando voces: “to, to, to.”

El fin de una herencia colonial Cuando don Mariano Buitrago, allá por , fijó su residencia en Boaco para talar la selva y cultivar la tierra chontaleña, se encontró con que el indio de la región, de cualquiera edad que fuere, tenía la costumbre —herencia de la Colonia lejana— de saludar al patrón y al patroncito, es decir, al hijo de aquél, de rodillas y con las manos juntas, forma triste de la sumisión humana. El indígena de la comarca de Chayotepe no estaba exento de tal modalidad y honesto y sencillo casi todo el conjunto de su raza, le sobraba madera para forjar con ella el tipo del ciudadano consciente y capacitado, capaz de comprender a conciencia hasta dónde abarca la obligación del respeto debido al superior y el lugar que comienza la nivelación del hombre cuando se trata de rebajar a éste. Con el descuaje de la montaña chayotepina se incrementó el convivio del natucho con el ladino, el campista paceño y el peón

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malacatoyense, quienes, siguiendo a don Mariano, se establecieron en aquel bosque, y el jincho, apercibiendo con aquel fincamiento un hálito nuevo que modificó su ambiente, se principió a avispar, pero no prescindía de dar los buenos días colocado de hinojos. En las vastas propiedades boaqueñas priva la modalidad de dar terreno a los hombres honrados y con familia, que luego se tornan en colonos con sólo la obligación de dar su trabajo a la hacienda en que hacen sitio, que siempre es retribuido con el jornal corriente, cuando llegan las épocas de las chapodas, de las derribas para las primeras, de las recorridas de las cercas y en los ajustes inesperados. Chayotepe era un latifundio cuajado de colonos, y en tal abundancia los tenía en , que habitaban los ranchos de sus cañadas unos  individuos, entre mayores y niños de ambos sexos. En Santa Susana, encierro que está situado al sur de la casa del predio, y muy cercano al alambrado que divide con ñor Ildefonso Cerda, se arranchó con permiso del dueño el aborigen Eligio Amador, que se gastaba el remoquete de “el Cusuquero.” Como su vivienda no distaba mucho de la alquería del patrón, acostumbraba Eligio con frecuencia visitarlo cuando los veranos maravillosos de aquellas colinas eternamente verdes le permitían permanecer en su heredad. El señor Buitrago generalmente llevaba, año con año, a toda su familia a pasar el rigor de los calores abrileños, que casi soasan en Granada, bajo el amparo de las frescuras de las frondas de su fundo y en una de tales temporadas, por unas de esas frecuentes maldades de muchacho, aconteció algo que influyó decisivamente para desterrar casi por completo la denigrante costumbre de saludar hincado. Desde el corral se divisaba el caballete de bijagua de la casuca de Amador y tan pronto desembocaba éste de los platanillales de los rastrojos que la circundaban, a los parazales del potrero, claramente se miraba el galopante desguindar del indio singlado para San Fernando.

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Un domingo, viendo bajar Gilberto, hijo tercero de don Mariano, a Eligio con el pequeño Nando, primogénito de la familia del chontal, se fue a situar en el corredor occidental de la casa con el propósito indudable de molestar al comarcano cuando arribara, pero esto sí, después de cerciorarse que su padre leía completamente abstraído en la hamaca de su pieza la que tenía una puerta que estaba abierta y daba de lleno a la galería citada. La ladrazón de los perros precisó el minuto de la entrada, los fueranos atravesaron el chiquero, se avistaron con la molendera en la cocina, le dieron un recado en la pasada y divisando al patrón meciéndose en su cuarto se dirigieron hacia él sin fijarse en que Gilberto estaba en esperas del saludo o hincamiento en la parte opuesta del entapizado, listo por bribonada a chorrearles una bendición estilo patriarcal-sacerdotal, según decía frecuentemente, con el brazo extendido y con seriedad irónica, preñada de la diablura de imitación de algún gesto bien grabado del queridísimo padre Juan Cerna, cura por largos años de la parroquia de Boaco. Al observar Gilberto que el mal rato que pensaba darles estaba a punto de chasquearse, les llamó la atención para que se encaminaran hacia él, y como Eligio y su hijo, que ya tenían la mente imbuida en parrafear con don Mariano, que por casualidad se hallaba solo, no se arrodillaran a saludarlo, los obligó a que lo hicieran, y en el momento cabal en que levantaba la diestra patentizando bendecirlos, un “¡Gilberto!” rudo y seco partió el ámbito en mitades, dejando paralizada a la mano bendecidora, a los inditos postrados y a la servidumbre en vilo, en espera de lo que al muchacho iba a sucederle, dado el tono de voz de la llamada. Para desgracia de Gilberto y suerte de los montañeses, su padre miró en el segundo de las postraciones al lugar de los sucesos, rápido se levantó el señor Buitrago, se acercó a los protagonistas y con una firmeza cristiana, es decir, sin alteración, pero con rectitud, dijo a Eligio y a su muchacho: —Levántense, el hombre sólo debe de arrodillarse delante

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EL FIN DE UNA HERENCIA COLONIAL

del Santísimo, cuando oye misa o bien cuando implora al Señor en el templo; desde hoy en adelante ni tú ni tu hijo ni ningún otro de todos ustedes, aunque sea niño, volverá a postrarse cuando vengan a la casa ni cuando se encuentren con alguno de nosotros en cualquier parte de la hacienda. Y dirigiéndose a Gilberto, agregó: —Pasa al aposento, para que no olvides que no hay que humillar nunca a nuestros semejantes. Pocos momentos después una fuerte reprensión y unos cuantos chorejazos, seguidos de la promesa de Gilberto de no repetir acción igual, hicieron el epílogo. El menor de los hijos del hacendado que presenciaba la escena se había quedado turulato, no comprendía el motivo del castigo por una causa que era tan común; pero no ha olvidado nunca, después que el tiempo le permitió juzgar, la enseñanza cristiana y nivelante de aquel día. La acción de don Mariano anduvo de boca en boca y a tal punto fue obedecida su determinación de aquella hora que, al siguiente año de acontecido el incidente, cuando retornó la familia a veranear, ninguno de los aborígenes que visitaron Chayotepe intentaron arrodillarse; había bastado una recta decisión para dar muerte a la costumbre. Ya en la cercanía del tramonto de la vida del señor Buitrago, por una contingencia, su señora evocó aquel episodio y cuando terminó de hablar ella, él comentó así: —Lo único que me duele y que me hace sentirme responsable en consentir aquel relajamiento inaudito, es por el imperdonable pecado de no haberlo hecho desaparecer más antes. Y es que sale difícil ser católico sincero y ver costumbres como ésas que degradan al hombre sin sentir indignación; por tal motivo es que valen tanto los ejemplos inesperados que hablan hondo al corazón, tienen ellos tal elocuencia que puede ser muy mal inclinado el individuo, pero por bajos que sean sus instintos, siempre le nacen ansias de imitación cuando un acto justamente reparador le hiere la retina.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Ya han pasado muchos años desde aquella lección a esta hora y cuando el asustado chiquitín de aquel momento observa hoy en plena madurez una de esas injusticias que degradan la condición humana, recuerda la anécdota narrada con tan honda satisfacción que siente un grandísimo placer al evocarla ya que su progenitor fue el eje central de aquella acción y piensa con dolor que a los hombres les hace mucha falta la educación y la práctica cristianas, ya que sin ellas se olvida frecuentemente que hay un Dios que nivela con la muerte —rasero inevitable— las tristes y grandes humanas diferencias. glosario Ajustar. Limpiar un terreno para la siembra. Arrancharse. Afincarse; establecerse; asentarse; ponerse cómodo. Avisparse. Avivarse; estar alerta; con ánimo decidido. Chasquear. Malograr, echar a perder. Chiquero. Porqueriza, corral para cerdos. Chorejazo. Jalar la oreja. Derriba. Desmonte; tala de árboles para despejar el terreno a ser cultivado. Desguindar. Correr a toda velocidad, como si fuera cuesta abajo; descolgar. Fincamiento. Establecimiento; asentamiento; rancho. Malacatoyense, malacatoyino. Patronímico de los habitantes de Malacatoya, municipio del departamento de Granada. Molendera. La que muele el maíz en el metate o en el molino. Paceño. Patronímico de los habitantes de La Paz Centro, municipio del departamento de León. Parrafear. Charlar, platicar. Recorrida. Cabalgar a la orilla de una cerca, examinando su estado. Turulato. Persona indecisa; desorientado; atontado; vacilante; trastabilleante.

Gallego encostalado En  se fincó en Chayotepe una tigra parida que causó enorme daño en el ganado de esa propiedad; en desastres felinos no tenían memoria los aborígenes de los acontecidos con anterio-

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GALLEGO ENCOSTALADO

ridad que pudieran compararse con el que estaba sucediendo en San Fernando. Cuando menos se esperaba, amanecían dos o tres terneros de ordeño deslenguados y tilintes, o bien el sabanero en estampida allanaba la casa de la hacienda y destruía los corrales, haciendo, al propagar el terror, que el parido destruyese las cercas del chiquero y que la leche, al chuspeársela los hijos, causare con la falta de ella enorme pérdida. Viendo Buitrago Morales, que era en ese entonces el dueño del citado latifundio, que la cosa iba a lo largo pues en febrero de  la gata hacía destrozos mayores que en , ya que en una noche de tantas había degollado en la quesera de Santa Susana cinco becerros y en el encierro de El Rosario, que distaba del cuadrilátero de ordeño como  legua floja, encontráronse descuartizados un novillo y un potro, dispuso cruzar de abras las montañas y por tal motivo más de  mil varas de trochas partieron las espesas entrañas de la vasta soledad de los frondajes. Así la cuestión, el propietario y dos tiradores recorrían de día y de noche las malezas partidas y fue en esos recorridos y en la época de las roturas que pudieron observarse muchas curiosidades y conocerse animales y bichos raros y aún costumbres y rasgos extraños de los brutos pobladores de los bosques. En una faja abierta y levantada desde la orilla del parazal de El Rosario y que desguavilaba el seno del monte de El Misterio y que iba a morir a El Salto, que divide a San Pablo de Chayotepe, se encontró adherido a una ceiba pichona un extraño reptil, del tamaño de un gallego tierno, alimaña ésta de piel verde que ostenta un diminuto morrión en la mollera y papera grande, cuyo oficio es posarse en las piedras de los ríos y bajar y erguir la cabeza en actitud rabiosa, lo que le ha servido para convertirle en un terrible personaje de pasadas, siendo apenas un pobre diablo inofensivo; apartándolo y volviendo al habitante de la ceiba, de la longitud del lagarto acabado de describir, estaba como incrustado al parecer en el árbol y más bien semejaba corteza del vegetal que ser viviente.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Lo que hizo que la atención se fijara en él, fue su color exacto al de la iguana común, de suerte que prendido de una mata cuyo vástago en su pichonés siempre es verde límpido, resultaba un pegoste llamativo que fraguaba un extraño lunar, que semejaba ni más ni menos una plasta de res seca pegada al tallo, mas con todo y la diferencia, no parecía ser lo que en verdad era, y por ello y por inquirir uno de los tiradores echó pie a tierra y fue a tocar la cáscara, clasificación dada por los peregrinantes desde que lo descubrieron, al extraño aditamento. Cuando el caballero lo tomó, sintió lo blando del diantre y alejó nervioso la diestra al comprender que era la corroncha de un saurio raro, aclarando mejor, el lomo de un garrobo no clasificado, éste no se meneó siquiera y entonces, a una cuarta de distancia, lo contempló a su capricho. Era un animálculo que tenía el cuerpo pegado completamente todo a una gruesa piel que parejamente bajaba de la cabeza a la cola, las extremidades casi no se echaban de ver y del rabo se perdía la parte del tronco en el ancho pellejo y la punta, que tendría unas  pulgadas, descansaba vertical sobre del palo; para mejor explicar el caso, hay que imaginar una concha de corozo cuadrada y de un jeme de dimensión, pero colgando de uno de los flancos una tira de  pulgadas de largo por ½ de ancho. Luego hay que clavarla mentalmente en un árbol y sobre del trozo, sin salirse por ningún lado, dibujar un gallego cuya cola muera sobre la cinta angosta y se tendrá una idea cabal de aquel inquilino de la selva. Mientras se le miraba no hizo más que cerrar y abrir los ojitos indiferentemente, prosiguieron los caballeros después de remirarlo hasta El Salto y cuando  horas después tornaron, todavía ocupaba el mismo puesto. Los campistas lo bautizaron con el nombre de gallego encapotado, y Félix Paz, que fue a verlo, le enclavó el remoquete de gallego encostalado, sobrenombre que abarcaba la conformación exacta del bicho, pues efectivamente la forma del diablillo daba la impresión de un garrobito metido en un costal pequeño

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GALLEGO ENCOSTALADO

con cuatro ínfimas aberturas, sacando en la del medio y superior la cabeza, en las de los lados, las manos —sin las patricias que se perdían en la bolsa del cuero— y en la de la mitad inferior, la cola, y ya está completamente descrito. Habita indistintamente en lo más espeso de la montaña y en las cejas de montes que aprisionan las llanerías y siempre se le halla enclavado en las plantas; es un fenómeno encontrarlo, tanto, que en  años de convivio montañés una ocasión se le pudo ver en una hojachigüe plantada a la vera del llano de La Aduana y la otra en la ceiba de El Misterio, que dio margen a lo anteriormente contado. Alguien supuso una vez después de haberle conocido que era dragón volador y por tal motivo, Buitrago Morales, que no olvidaba al saurio encostalado, se dio a buscar figuras y revisar descripciones del volátil lagarto javanés y se convenció en seguida que no había ningún parecido entre el compatriota silvestre y el reptil que usa paracaídas de nacimiento en el archipiélago de la Sonda.10 glosario Corozo. Palmera, Attalea butyracea, cuyas inflorescencias se usan para adornar los altares en Semana Santa. Corroncha. Caparazón o piel gruesa, áspera o escamosa de ciertos saurios. Tener corroncha: actuar sin escrúpulos, abusivamente, sin miramientos. Chuspear. Mamar el ternero toda la leche de la ubre materna. Desguavilar. Hender; segmentar; partir en dos mitades un tronco. Gallego. Basilisco, Basiliscus plumifrons, saurio de la familia de las iguanas. Hojachigüe. Planta de hojas ásperas, Curatella americana, se usa en el campo para lavar platos y utensilios de cocina. Menearse. Moverse; hacer algún movimiento; apartarse. Patricias. Patas. Pichón. Polluelo; animal recién nacido o sumamente joven; por extensión: joven, niño. Quesera. Lugar de la hacienda donde se elaboran los quesos. Rotura. Desmontar; limpiar un terreno; arar; remover la tierra.

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Solat Sunda, estrecho que separa las islas indonesias de Java y Sumatra.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Tigra. Jaguar; Panthera onca. Tilinte. Rígido; estirado; tenso; tieso; muerto. Tirador. Persona que caza con arma de fuego. Volátil. Volador.

Ranas gualdas y rosadas En la picada abierta en las faldas de la colina de San Diego y sobre unos pajonales abrazados a los carrujos de unos guayabos enormes, se capturaron dos extraños batracios curiosísimos por el color de sus pieles. Eran ellos unas ranas un poco más grandes que las comunes, siendo la una completamente amarilla y la otra enteramente rosada; el pase del tiempo comprobó que las de color amarillo abundan más que las otras, pues éstas son casi un fenómeno encontrarlas. Quien las halló pensó llevarlas al Instituto de Granada como obsequio, pero recapacitando resolvió libertarlas, ya que tales ofrendas nunca las agradecen, y aunque esto no quiere decir nada, sí significa demasiado, muchísimo, que ni siquiera se tomen la molestia de conservar las rarezas que de tan lejos se traen, idiosincrasia por cierto muy nica y muy natural entre nosotros y el criterio del dueño de ellas por tales consideraciones, inclinó la balanza al lado de la libertad, la que en seguida les fue brindada a los bien raros anfibios. glosario Gualdo. Color amarillo verdoso.

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OFIDIO RARO

Ofidio raro En uno de los declives de esa misma abra se halló también una culebra que tenía la cabeza en la forma de una hoja de tres picos, como la de ciertas enredaderas campesinas. Los aborígenes, cuando no les conocen el nombre a los ofidios y si son julungos les llaman víboras y con éste, pasó ese caso, nadie los sacó de decir que era una víbora y aunque parecía cierto por el corte de la cola, exacto al de toda toboba, en cambio, la jupa que se gastaba, por su extraña forma, parecía decir que era simple culebra. No pudiendo resolverse la casta de la sierpe, se escalafonó como toboba y ese día se dio por conocido a otro nuevo enemigo del montañero, pero sin comprobar si realmente lo era. Por el continuado andar sobre esas rajaduras hechas a los bosques, se lograron mirar muchas cosas que el cine de la memoria va a revelar en la pantalla de la mente de donde el pensamiento copiará para seguir construyendo otros capítulos. glosario Jupa, jupota. Cabeza; cabezota.

Felino a horcajadas Bajando cierta vez un terno de montados de Las Nubes para Santa Justina, sobre el tirón más largo de las abras que se hicieron en la ocasión en que fueron tasajeados los bosques chayotepinos, principiaron los que descendían, a oír un tropel estruendoso y cercano que casi rayaba en ese ruidaje, producto de destrucción que fragua el huracán cuando a su paso la arboleda se dobla y los ramajes se quiebran. Detuvieron las bestias para orientarse de dónde procedía el alud tronador y se pararon precisamente en un trecho limpio

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

hasta la mera tierra, a causa de una vasta zompopera que había concluido con el monte mediano y el chinaste y que formaba una elipse de descampe de unos  metros en medio de la infranqueable maleza; a la orilla sur, que daba sobre la falda del encierro de San Francisco, un espeso ateinal arrancaba intrincando la maleza y prolongándose hasta morir casi en los parazales que llegaban a besar el corral del Sonzapote a unos  kilómetros de distancia; el tableteo pavoroso, en lugar de disminuir, aumentaba, y los corceles principiaron a inquietarse, encabritándose dos; cuando parecía que pasaba en el mismo sitio en que los hombres estaban y que la tronazón de allí emergía, un caballo se desbocó y arrancó ronda abajo, sin que se le pusiera atención al que lo montaba porque cada uno de los otros se habían tornado ojos para ver la causa que producía el molote y luchaban también por sofrenar los solípedos que querían secundar el ejemplo del desjocicado. “En un tras,” como dicen los campistas, pasó, haciendo trizas el ateinal descrito, frente a ellos, un danto corpulento sobre cuyo lomo cabalgaba un tigre café, rayado en negro, al cual el paquidermo trataba de sopapear por lo que se tiraba por lo más enmarañado y espeso de los matorrales; en el desenfreno desesperado que llevaba iba dejando una majada capaz de trotearse sobre ella en la parte en que al ateine se refiere. El alelamiento producido por el estridor, unido a la impresión que causó la causa inesperada que lo motivaba, lo mismo que la ignorancia de la suerte del compañero que iba sobre el ungulado despedido, hicieron que los caballeros tiradores no tomaran una resolución en el instante, pero repuestos, al momento gritaron al desgaritado que apareció al ratito renqueando y jalando el potro que en un recodo del filete partido por la picada lo había malmatado; parlamentaron y puestos brevemente de acuerdo, después que ayudaron al desquebrajado a engancharse, dos arrumbaron sobre las huellas del tapir y el golpeado siguió sobre la trocha, rifle en mano, oído atento al eco de alguna probable detonación y listo para converger a cualquiera

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FELINO A HORCAJADAS

sitio de combate. El Chingo y el Bravonel, intrépidos canes tigreros, asaltaron la punta; había que avanzar despacio porque la precaución es la base en que descansa la propia vida en tales circunstancias y aunque a la entrada, lo tupido del ateine retardaba la marcha; tan luego avanzaron unos  metros sobre el majadón, el tejimiento del carrizal mermó y la amplitud invadiendo los jarales permitió acelerar, al parecer, el facilísimo como inquietante güellaje. Ya bastantemente internados sobre el carril dantero, tropezaron los seguidores con una ancha sangradera, que la partía el trillo que el puerco huyente dejaba y en ese lugar fue el desbarajuste de la aventura perseguidora, pues aparecieron bifurcaciones de diversos arranques dantiles que salían por todas partes y los perros atontinados no hallaban cuál de todas seguir; el lodazal del cuento era un bañadero de dantos; nunca es malo decir que éstos y los cerdos en eso de revolcarse en el limo son exactos y de allí es indudable que les viene el nombre científico de puercos ; ahora bien, es natural creer que al sentir el estruendo y aparecer tras él un compañero con un fardo del de la naturaleza descrita, todas las bestias que estaban en el empuerque rompieron en estampida sin ordenación ninguna; tomando al acaso la ruta que el horror les señalaba como más fácil, y dejando por lo dicho sobre el ancho pantano un trillerío tal, que ni habiendo estado a la hora del desbande frente a la laguna de suampo se hubiera podido haber atinado después, cuál era el batido que había hecho el trompudo que el felino jineteaba. Hay que advertir que lo que de pronto había parecido nada más que una sangradera a los intrépidos cazadores, era en realidad una laguneta pantanosa que la fuente que la producía tenía su nacimiento a unas  varas de los echaderos dantiles; fue descubierta la cuna por el instinto práctico de uno de los individuos cebolleros y vadearon el tembladero sobre el mismo ojo de agua que lo ocasionaba; ya al otro lado no quedaba más camino que buscar sobre el monte los rastros de sangre que iba

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dejando, por donde barajustaba, el paquidermo cargado. Toda la dimensión del cieno estaba cubierta de coyanchigües, platanillos, bijaguas, gamalotes y diminutas tortuguillas que sirvieron para indicar que aquel lodo era de porrazo impasable y ya en el flanco opuesto del pantanal, los jarales batidos y enlodados, lo mismo que los arbustos y gramalitos de las orillas que estaban pisoteados y maltrechos, no dieron seña alguna de la ruta que el danto proseguía, pues ningún pringue sanguíneo pudo verse en los contornos. Así las cosas, resolvieron avanzar por la faja más amplia que encontraron; al poco rato los perros principiaron a ladrar, y como el ladrido era continuado, muy diferente al que lanzan cuando siguen al gato, que siempre es a intervalos o “a guanes” como dicen los fueranos, se convencieron los tiradores que la pista del tigre había sido perdida y que de seguro lo que los galgos taloneaban, era algún danto descarrilado y trasero que habían descubierto en un recodo del güellerón. A medida que proseguían, los latidos se alejaban de ellos y cuando a la ½ hora desembocaron en el mero zacatal de San Francisco, la ladrazón estaba ubicada en pleno bajadero del vado del Sonzapote. Cuando el río fue columbrado, los sabaneros habían reforzado a los canes y los dogos de la quesera aumentaban el batallón canino. En una poza del cauce tenía la mesnada perril plantado a un danto y como los campistas no portaban escopetas, a pedrada limpia lo estaban tratando de ultimar. Al arrimar los huelladores, el Chingo, el temible Chingo, se lanzaba a nado sobre del vasto puerco, se prendió del pescuezo del bruto, reculó éste a lo hondo y en un instante se refundió con aquél; a continuación sólo una tromba de agua se veía y cuando mermó el turbión, sacó la cabeza el tapir que se lanzó sobre el mastín que huía atolondrado, lo alcanzó en media panza con el semi-moco y le arrancó la piel del flanco izquierdo dejándolo en carne viva desde la paleta hasta las nalgas. La desolladura era bestial, indignados los campistas ante el

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FELINO A HORCAJADAS

desastre del más valiente de los lebreles, la emprendieron con el paquidermo; les gritó el patrón que había que tirarlo, pero ellos pidieron que les consintiera lazarlo para matarlo a garrote, y tal como se lo solicitaron así les permitió que procedieran. Cuatro, cinco, seis barzones cayeron sobre el enfurecido animal, de los cuales sólo dos fueron afortunados; el demontre lazado obedeció dócilmente a la cuerda y habiéndolo arrimado a uno de los paredones del tablazo, principiaron a leñatearlo con un ahínco sin igual; el aguacero estaquil era tremendo y sintiendo piedad el propietario en el preciso momento en que el tirador maltratado por el potro en la zompopera se aproximaba, ordenó a éste meterle un cilindrazo al pobre diablo, que no había hecho más que defenderse, para que aquel bárbaro suplicio terminase. Obedeció en el acto el recién llegado y con un fogonazo puso punto final al garroteo; incontinenti se sacó al vencido; al tenerlo cerca y ver las enormes coyundas de cuero fresquecitas arrancadas a sus costados y lomo se convencieron los hombres que habían venido sobre la majada del cuento, que la víctima, conducida quizás por un hado tremendo, era el valiente danto que pasó frente a ellos atuteando el tigre, al que había dejado embejucado, sin duda alguna, quién sabe en qué cuajichotales de la travesía. De esta manera fue real a los ojos del patrón el cuento de que el tigre cae sobre el danto y casi nunca lo mata, porque siendo su piel muy gruesa, para asesinarlo necesita alcanzarlo en la barriga donde es delgada la tal, o tener lugar de cogerlo de la ternilla para desnucarlo; si cualquiera de esas dos cosas no las logra pescar en la arrancada, está perdido el esfuerzo y aún va corriendo el riesgo de que lo desquebraje y lo tuerteye en los cañaverales, breñales y zarzales, el áspero paquidermo. Uno de los muchos inventos de la imaginación indígena sobre estos puercos terminó ese día para ciertos natuchitos que presenciaron el lance; ellos sostenían y aún deben sostener que los tiros no les entraban nunca a los dantos y el que finalizó al de esta pasada no necesitó de compañero, es decir, de ayuda de un

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cartucho de gracia; cayó el bruto tras el golpe y si es cierto que algunos se escapan cuando los perdigones chachagüeros los hieren, tiene eso una explicación clarísima y es que siendo tan doble el cuero, es natural que la munición de un guatucero no tenga fuerza suficiente para bazofiarlos, eso es todo; pero de allí a que la bala o las balas de una pistola o de una buena escopeta no los ultimen, hay un enorme abismo, tan grande como la realidad del hecho que les mostró que el plomo no sólo los liquida rápidamente, sino que ni siquiera los deja levantarse cuando los hiere en firme. El felino, convertido en jinete por astucia, tuvo a los pocos días su término en este mundo, pero para captar de la añoranza su fin y las utilidades que brindó la alimaña sacrificada, hay que emprender una nueva jornada para que el lector no se canse y la manivela se aceite. glosario Arrumbar. Enrumbar. Ateinal. Sitio cubierto por ateines, especie de carrizo o junco de montaña. Atontinado. Atontado. Atutear. Llevar a cuestas o a tuto; cargar sobre el lomo. Barzón, barsón. Soga de 8 a 12 brazadas hecha con una cinta ancha y retorcida de una sola pieza de cuero crudo; se usa para lazar el ganado. Bazofia, vazofia. Bazofiar, vazofiar. Intestino; tripas; vísceras. Eviscerar; sacar las tripas. Cebolla. Huella de la pata acolchonada de cánidos o félidos. Cebollero. Huellas dejadas por cánidos o félidos. Chinaste. Hierba rastrera que aparece al caer las primeras lluvias de invierno. Cilindrazo. Disparo de revólver. Coyanchigüe. Pequeña palmácea que crece entre pantanos; coyolito. Coyunda. Azote hecho de varias correas de cuero trenzadas en la base; látigo. Cuajichotal. Terreno cubierto de cuajichotes, especie de bambú montañero que forma marañas intrincadas. Demontre. Demonio; animal enfurecido. Desjocicado. Desbocado. Empuerque. Chiquero; pocilga; echadero. Gamalote. Planta acuática que flota en estanques.

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CHIRRIONES Y GUAYOLAS

Guatucero, guatusero. Persona mentirosa, engañador, hipócrita; rifle rústico de pequeño calibre. Güella. Güellador, huellador. Güellaje. Güellerón. Huella. Persona que identifica huellas o que sigue la pista de los animales. Muchas huellas; gran cantidad de huellas. Huella grande. Intrincando. Enmarañando. Latido. Ladrido. Leñatear. Pegar con un leño; apalear. Majada, majadón. Rastro o trillo abierto entre la maleza; camino que los animales dejan en los zacatales cuando entran a un potrero por primera vez; vegetación aplastada por el paso de un animal. Molote. Agrupación desordenada. Perdigones chachagüeros. Perdigones de escopeta. Ver chachagua. Sangradera. Trillo o senda por donde se escurre el agua. Sopapear. Dar golpes o sopapos; tropezar o caer al suelo; trompicar; derribar; golpear. Talonear. Seguir muy de cerca; pisar los talones. Tener lugar. Tener la oportunidad. Tortuguilla. Planta rastrera de hoja como paraguas y tallo débil que sólo nace en las sangreaderas y talolingas. Trillerío. Múltiples senderos que se entrecruzan, hechos por el ganado. Tronazón. Ruido grande; eco de los truenos que anteceden a las lluvias. Tuertear. Dejar tuerto. Zompopera. Zompopo. Madriguera de zompopos. Hormigas rojas, Atta cephalotes.

Chirriones y guayolas De la piel del danto se sacan rebenques sumamente gruesos y fuertes, y cuando el cuero del lomo se tuerce para chilillos, salen éstos tan dobles, que llegan a tener el espesor de una estaca de carreta. Los látigos que se hacen del pellejo de los costados son más finos, pero con todo y la delgadez que usan, en las manos de un hombre enfurecido se tornan en armas peligrosas. Del paquidermo que se mató en el Sonzapote, sacaron los campistas cuatro chirriones que iban en camino de ser casi

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garrotes y una docena de medianos, largos y flacos como un bastón común; el resto del cuero lo feriaron. Los indios han rodeado de tantas leyendas las carnes del tapir, que ha dado por resultado que nadie las ingiere; dicen que producen llagas que a lo largo se convierten en fístulas, que dan la lepra, la sífilis, etc. Lo cierto es que no son nada apetitosas, porque cuando se van a comer lo que menos asalta a la mente es uno de los pasajes jinchos y para un estómago lleno y un cuerpo nutrido lo que resulta es que emerge el asco y el esfuerzo de tragar se contiene; quizás con hambre se tragarían bien y resultarían deliciosas. Y como si las historietas los perros las conociesen, pasa que hasta ellos no gustan de engullirlas cuando se las brindan crudas; de este modo las comen meticulosamente, sin desaforación y sin deseo y como las suelen pasar mejor es cuando se las sirven asadas. Apartando los cuentos, son ellas aseadas y quizás hasta sabrosas, pero por lo que dicen no se gusta de probarlas y los que se atreven a ello, se detienen por el recuerdo de los chismes que brincan a la imaginación en el momento de deglutirlas. glosario Aseado. Limpio; sano; saludable. Chilillo. Látigo pequeño. Chirrión. Pedúnculo que se subdivide en ramales y termina en varias extremidades, por lo general se aplica a ciertas inflorescencias. Feriar. Poner a la venta; dilapidar el sueldo o la ganancia de un negocio; malgastar el producto de una venta. Guayola. Mentira; embuste; falsedad. Rebenque. Tira; tasajo; faja.

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COSAS CURIOSAS QUE PARECEN CHILES

Cosas curiosas que parecen chiles Hay cosas que al parecer tienen cariz de meras habladurías, pero que cuando se palpan, el ánimo se sorprende y la inteligencia no atina a darles explicación, por más vueltas y revueltas que les dé el pensamiento. Es muy corriente oír contar a las personas versadas en rarezas campesinas que cuando un chucho no tigrero se encuentra con un felino, se cuajadeya todo, lo que equivale a decir que corre a los pies del amo haciendo aguas y defecándose, actos involuntarios que los produce el terror en su naturaleza. La cosa es igual cuando el dueño viaja a lomo de solípedo y el topetón es imprevisto; el can se coloca bajo la barriga del ungulado dedicándose incontinenti a las operaciones mencionadas. Al oír tales narraciones los escépticos y fachendosos se sonríen, comentan y con cierta mirada de piedad envuelven al narrador; mas la cuestión no es asunto de desmentirlas haciendo poses proteccionistas, las tales no son más que simples ignorancias vestidas con vanidades que si al individuo que las brinda lo pudieran someter a prueba, quizás padecería de las desgracias que aquejan a los lebreles, pues hay que tener presente, que a ciertos hombres les pasa en la presencia del tigre lo mismo que les sucede a los mastines, con la grandísima desventaja de que el bípedo empuerca su pantalón. Cuando a los tres días del ultimamiento del danto se desanduvo el trillo que formó el bruto de Las Nubes a San Francisco, por una cacería imprevista, se confirmaron los efectos del pánico que ocasiona el tigre en los dogos y algunos bimanos. Inesperadamente llegó a Chayotepe José María Linarte, a participar que sus murriñas habían hallado el tigre en la majada del tapir, que estaba encaramado en un canelo y que quería que le fueran a acompañar para matarlo. A la hora en que llegó, todos los campistas se habían ido al campo llevándose los mejores perros y no estaban más que unos

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venaderos, inútiles para tigrear ; lo mismo podía decirse de los hombres, los tiradores andaban en las trochas y para una cacería como la prometida, no había personal idóneo, ni humano ni canino; el patrón, no queriendo desperdiciar la oportunidad, arregló las cosas como pudo y se llevó a un ayudante de quesera que era un lenchano de apellido Guzmán, a Juan Paz y a los perdigueros citados. Paz se acordó en el trayecto de que su padre estaba en una frijolera y se adelantó a invitarlo y la casualidad deparó en el sendero a Narciso Mejía que era un hombre de verdad. Mejorada la situación con tal refuerzo, el asunto cambió de faz; al entrar a la majada se oían distantes los latidos acompasados de las murriñas; a medida que se avanzaba se echó de ver que ya no estaba el demontre encaramado, pues los ladridos en cuanto se acercaban se alejaban; pasada la sangradera, descrita al narrar la barajustada pavorosa del danto, había una fresca majada que se ocupó como atajo y guiados por la guanguaneadera de los canes pronto se arrumbó en fijo y en menos de ½ hora fueron columbrados el seguido y los seguidores descendiendo la trocha que se enfilaba hacia Santa Justina. El gato, frente al refuerzo, no dejó de acalambrarse y taimada y pausadamente se atalayó en un quebracho, mirasoleando sereno; brincaron a tierra los cabalgantes, le dieron a tener las bestias a Guzmán y cuando quisieron adelantar tropezaron con la dificultad de que los dogos que les acompañaban se metían en medio de sus piernas conteniéndoles el paso y orinándose y excrementándose; la situación no era para dar hospitalidad a la cobardía y por tal causa se procedió a darles cincha, yéndose los tales a fincarse bajo de los rocines; después se caminó paso a paso hasta rodear el árbol, cuya copa estaba convertida en un observatorio felino. Colocados diestramente los hombres, se dejó a Linarte disparar primero a pesar de que se sabía que por miedo había ido a pedir auxilio a la hacienda, mas hay que advertir que un indio acompañado no padece de horror y sabe recuperar la puntería,

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COSAS CURIOSAS QUE PARECEN CHILES

fenómeno que se produce indudablemente por su eterno trajín montañero, lo que confirmó José María pues de un solo semillazo puso fin a la ansiedad de sus compañeros. Caído el tigre y arreglado todo para conducirlo sobornaleado sobre uno de los semovientes, se llamó a Guzmán, quien no daba señales de oír a pesar de que se hallaba a unas  varas; fue el propietario a verlo y se encontró con que el lenchano se había desgraciado en los calzones de puro terror y casi no podía hablar. El patrón haló los brutos, se cargó el bulto tigruno, se le dejó un compañero al ensuciado para que se arreglase el desastre y, entre comentarios y chistes, se emprendió el triunfal regreso. Es tan humano y natural el miedo al tigre, su presencia es tan llenadora de pavura, que la triste situación del pobre ayudante, no motivó en el finquero ni en los otros tiradores mayor admiración nada más que comentarios de la influencia ñigrera sobre la nerviosidad del hombre; pero de lo que no pudo capearse fue de que lo hicieran el blanco de la risería por un tiempo que casi no se podría precisar, con todo y que en su favor intervenía el dueño de la alquería haciendo ver al servicio que ese horror cerval que padeció Guzmán, lo sufrieron los perros no acostumbrados a esa clase de cazas y que en la mayoría del resto de los animales se posesiona de igual modo cuando avizoran u olfatean la presencia del terrible desnucador. Existe algo singular que vale la pena de transcribir a propósito de la cobardía que ocasiona el tigre y ello es el ánimo que toma la cabalgadura cuando en lugar de aterrorizarse el montado la emprende valientemente contra el tigre, pues si se azota el caballo porque de sopetón fue el encuentro, pronto se tranquiliza si nota que el jinete no vacila en enfrentársele y tal es la serenidad que le entra, que a horcajadas el caballero le puede apuntar al gato sin que el rocín se menee; esto es tan común que en cualquier momento que la casualidad proporcione se puede comprobar. Cuando llegó el instante del desollamiento se confirmó que el felino muerto era el que jineteó al danto por lo golpeado de las

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

carnes y, como prueba fehaciente, el hecho de tener el huevo de un ojo vaciado y completamente fresco el porrazo que se lo destripó, lo mismo que un pedazo de caña de cuajichote que le entraba bajo la quijada y le salía en la tabla del pescuezo. Con la experiencia adquirida en los perros y en el hombre, jamás volvió el patrón, que acostumbraba de vez en cuando a mudar los tiradores y los canes, a hacer cambios en los grupos destinados a la caza de la tigra que seguía haciendo destrozos en el latifundio. glosario Atalayar. Divisar desde lejos. Canelo. Árbol de la familia Lauráceas, Nectandra reticulata. Caña. Bambú montañero. Cincha, cincho. Faja ancha de cuero que se ciñe alrededor de la panza de una bestia para afianzar la montura. Cinchar. Apretar el cincho. Cuajadeya. cuajadear. Suavizarse como cuajada; por extensión: acobardarse, entrar en pavor. Chile. Broma; embuste; cuento de dudosa veracidad. Chucho. Perro; can. Desnucador. Epíteto del jaguar o tigre. Encaramar. Subir; remontar. Guanguanear. Ladrar. Guayola. Mentira; embuste; falsedad. Lenchano. Oriundo de San Lorenzo, departamento de Boaco. Mirasolear. Mirar de soslayo. Murriña, murriña. Abatimiento, debilidad; epidemia o enfermedad que ataca al ganado; animal de aspecto flaco, endeble o enfermizo. En sentido figurativo: perro sin dueño o callejero. Ñigre. Tigre. Ñigrero. Perro entrenado para cazar tigres. Perdiguero. Cazador armado de escopeta; por extensión, el perro que lo acompaña. Quebracho. Árbol de la familia Mimosáceas, Lysiloma quebracho. Semillazo. Golpe certero; disparo; balazo. Sobornalear. Recargar el lomo de la mula. Topetón. Toparse con algo de manera sorpresiva; de sopetón.

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LA FIBRA DEL PANCHIL

La fibra del panchil Entre los burillos que brindan las selvas nicaragüenses, el que produce el panchil indudablemente es el más superior y quizás el más interesante. El árbol mencionado alcanza la dimensión del sangregrado o drago de la vertiente atlántica y su madera es suave como la del talalate; en los bosques boaqueños su hoja es permanente, aunque en aquellas tierras prodigiosas son muy pocos los vástagos que suelen desnudarse. La fibra del panchil es completamente blanca, aseada, como dicen los jinchos, éstos la ocupan para fabricar reatas, hamacas y cuando sale ancha hasta hacen barzones pequeños con ella. Una soga de panchil de  brazadas para ir a sabanear es irreponible, pues tiene la enorme ventaja de que el lazo sin revolerar vuela abierto y puede garantizarse por ello un par de lirios seguros o un cacho-y-barba grosero. Los aborígenes usan poco esta clase de mecates, pues no sirven para el invierno porque en poco tiempo se pudren y por tal motivo la mayor ocupación que les dan es para colgar chinchorros y los que tienen animales para cabestrear terneros. glosario Burillo. Árbol de la familia de las Tiláceas, Apeiba tibourbou, de cuyas semillas se extrae un aceite que se usa para alisar y dar brillo al cabello. Cacho-y-barba. Sujetar con una soga a la res por el cuello y entre los cuernos. Chinchorro. Red o hamaca corta, hecha de fibra de majagua, panchil, cabuya o bramante; red para pescar. Lirios. Cuernos. Mecate. Soga hecha de la fibra del henequén o cabuya, Agave fourcroydes. Panchil. Árbol de la familia de las Timelanáceas, Daphnopsis seibertii, de fibra blanca y resistente. Reata. Soga; mecate. Revolerar. Revolotear. Talalate. Árbol de corteza plateada, Gyrocarpus americanus, que crece en lugares secos y es de poco valor maderable.

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El alma en pena de Cosme Calero Muchos árboles y bejucos secos se vuelven fosforescentes, de tal manera que en la oscuridad desquiciante de las noches invernales de las selvas chontaleñas, fraguan pirotecnias originales. El curioso metaloide que brindan los bosques en las plantas en desintegración, llega a veces a ser causa de sustos y leyendas que los trasnochadores achacan según los casos a las ánimas de los humanos fallecidos. En un viejo tronco del encierro de San Salvador, en San Fernando, dio por aparecer una luz que los natuchos aseguraban que era el espíritu de un ajustero recién fenecido en la época del cuento. Tanto hablaban y decían de ella, que ya ni los tiradores osaban a pasar por el lugar. Los que la habían visto, aseguraban que era de color verde y ancha, bastante ancha, pero que cuando el zacatal estaba grande, la sofiama no aparecía. A tal grado había rodado la historieta que muchos llegaron hasta inquirir con el dueño del predio que si era verdad que en el bajo del potrero mencionado asustaba una alma en pena; tenía tal fuerza de veracidad el cuenterete por haber visto el deslumbre el indio Catarino Amador, cuya palabra era insospechable, por su seriedad y hombría, que el propietario ni desmentía ni aseguraba la versión. Mas sucedió, que habiendo ido el patrón a La Puerta cierto día, en los quehaceres lo avanzó la tarde y tuvo que emprender el regreso ya de noche; para tornar a Chayotepe podía hacerlo por dos caminos, el del cuento y el de La Aduana, mas como andaba solo, si lo veían llegar por el último, iba el servicio a suponer que era por miedo al fuego de la visión que no había vuelto por el otro; entonces soltó las riendas a la acémila para que ella tomara el que quisiera y ésta se encaminó por el Sonzapote que llevaba derechito al asustadero. Cercano al lugar de la pasada arrendó la mula a la derecha

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EL ALMA EN PENA DE COSME CALERO

y prosiguió despacio, efectivamente en el flanco occidental del tronco estaba una luz ancha, bastante ancha, ni más ni menos como el rumor aseguraba, que lo obligó a detenerse para inquirir la causa y a pesar de los repelos que en su cuerpo emergían por los tantos decires, con resolución se dirigió hacia ella, llevando bien parados los pelos y con quichipones el corazón. Como a veces la miraba clara y a ratos casi no se notaba, echó pie a tierra, haló la cutacha de la vaina y la mula del cabestro hasta la vera de la chiva dicha; ya junto a ella comprendió en el momento que aquello era fosforescencia vegetal; en cuclillas examinó bien el fenómeno y con cuidado cortó un trozo de pirotecnia. Cuando llegó a la hacienda les contó el caso a los sirvientes, nadie creía por más que en lo oscuro les mostraba el pedazo irradiador y no fue sino hasta el otro día que con un serrucho destajó el tronco del potrero y en la noche el tuco trasladado a la casa lo fue a colocar al pie del chilamate del corral, que se convencieron de la verdad al verlo fosforecer. Con todo no fueron pocos los que entre resueltos y miedosos acudieron a vigilar nocturnamente el pie restante del cepón seco por cerciorarse si la irradiación había desaparecido; cuando palparon que ya no salía, hicieron rodar la muerte del fantasma imaginario y tanto rodó y rodó la apagada de la luz, que afirmaron los aborígenes que por el patrón de Chayotepe, que cometió la penconada de hablarle, había dejado de penar el alma del que en vida respondiera al nombre de Cosme Calero, famoso chapodador del latifundio, recientemente muerto en tal época; que de Dios goce. Amén. glosario Ajustero. Campesino que trabaja a destajo. Asustadero. Lugar donde asustan. Chilamate. Árbol del género Ficus, de raíces múltiples y abrazadoras, que se planta a menudo en la orilla de los caminos para formar cercas vivas. Chiva. Colilla de cigarro o cigarrillo; trozo; expresión de alarma, recelo o temor. Penconada. Acto de bravura o valentía.

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Quichipones. Latidos fuertes del corazón. Sofiama. Luz en forma de llama. Tuco. Pedazo; trozo; fragmento.

Rarismos nicas Entre los rarismos de la idiosincrasia nica hay uno que por lo simple es sumamente llamativo y por agregado vergonzante, y el tal, es el siguiente: Si en Managua u otro lugar de la república se le pregunta a un nandaimino que de dónde es, incontinenti responde “de Granada,” se hace igual interrogación a un nagaroteño y contesta “de León,” se inquiere de un ciudadano de los que en Carazo llaman costeños y en el acto dice “de Jinotepe” o “de Diriamba,” según sea la jurisdicción; al chontaleño auténtico nunca le ha gustado ser tal, el boaqueño era lo mismo, pero ahora que comprende el vasto porvenir de su departamento confiesa con desparpajo la ciudad de su cuna; con los betlemelitanos, sanjorginos, bonaerenses y potosineños pasa igual cosa, todos son “de Rivas,” pero donde la cosa se remataba de tajo era con los naturales de Metapa y del Tortuguero; el metapino nunca quiso ser chocoyano y no es sino hasta ahora que se yergue para decir que es de Ciudad Darío y el tortuguense odió tanto el nombre de su pueblo que cuando el Congreso le sustituyó el sustantivo por el de Cárdenas,11 llamó a la mejor vía del poblado Calle de Calero, sólo porque el caballero don Domingo de igual apellido se interesó demasiado en la Asamblea para que el primoroso puertecito lacustre fuese rebautizado con el apelativo del ilustre ex-presidente meridional, como un recordatorio del mismo. 11

En honor al dr. Adán Cárdenas (*Rivas 1836, †Managua 1916). Presidente de Nicaragua entre 1883–87. En 1884 envió a un grupo de sus opositores al exilio, entre ellos a José Santos Zelaya, futuro general y dictador liberal. Fundó la Escuela de Artes y Oficios de Managua y creó el departamento de Masaya.

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RARISMOS NICAS

Este rincón paradisíaco, que está ubicado en las márgenes del Gran Lago, presenta de curiosidad —para el espíritu observador del viajero que gusta escudriñar— que las mujercitas de  años tienen ya los pechos completamente pronunciados, los cardenales convienen con el visitante que le llama la atención tal peculiaridad, que es la cosa interesante y anómala y también digna de estudio, pero por más que conjeturan no hallan ellos la causa de donde proceda el temprano desarrollo de los senos de sus criaturas. Sus primitivos pobladores eran de raza negra, mas ya casi todos ellos se han extinguido, quizás por lo poco prolíficos que fueron, han ido lentamente siendo desalojados del perímetro urbano y las raras familias que subsisten pasan la vida en pequeñas covachas escalonadas en los arenales de la costa que se extiende en la parte occidental del municipio. Los hombres son buenos trabajadores y las mujeres a pesar de la estirpe son bastante agraciadas; las más galanotas de estas hembras se dedican al amor libre. Cárdenas es apropiada para temperar, gasta un clima delicioso, sus calles bien arenadas y planas desconocen el polvo y el día que el Gobierno haga que el vapor la visite con un itinerario exacto y le mande a construir un muelle, su porvenir estará completamente asegurado. Sus tierras son fertilísimas, sus habitantes cultivan el arroz y las judías en regular cantidad, hay buenas fincas de café y grandes haciendas de ganado. Para evitar que los frijoles se piquen, los guardan de un modo sui generis : los echan en una artesa la que siempre dejan algo vacía, para llenar el resto con una gruesa capa de arenilla del lago que nunca rebasa la canoa sino que apenas besa las orillas; con esta operación hacen imposible la vida de los gorgojos y de cualquiera otra clase de insectos destructores, de donde resulta que el grano se preserva sano y sin endurecerse, que es todo lo contrario de lo que acontece con los que se fumigan, que casi se vuelven incomibles por lo duros; cuando llega la época de ocu-

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parlos los zarandean y quedan completamente limpios. El único defecto de esa latitud radica en que por los muchos caminos que salen de sus cañadas para la república sureña,12 el abigeato está muy generalizado en toda su extensión y los propietarios por tal circunstancia tienen que duplicar el cuido de los semovientes; por lo demás son pocas las regiones tan privilegiadas como ésta y con tantos terrenos de humedad, aunque sin mayor ni menor ocupación. glosario Betlemelitanos, sanjorginos, bonaerenses, potosineños. Patronímicos de los pobladores de Belén, San Jorge, Buenos Aires y Potosí, poblaciones del departamento de Rivas. Metapino, chocoyano. Patronímicos de los poblacores de la antigua Metapa o Chocoyos, hoy Ciudad Darío, ciudad del departamento de Matagalpa. Picar. Agujerear por algún insecto. Tortuguenses. Patronímico de los habitantes de Tortuga, puerto lacustre del departamento de Rivas, posteriormente bautizado como Cárdenas. Zarandear. Sacudir vigorosamente.

Tapas macabras Por cienes se pueden mencionar las anécdotas que parecen cuentos y que rigurosamente hablando son “verdades de clavo pasado,” hechos que han sucedido y por lo extraño llaman a duda. Un ejemplo preciso de ellos es lo que a continuación se refiere, por cierto curioso, pero capaz de comprobarse en la primera oportunidad que a mano se tenga. Viajaban para Chontales, a fines de un mes de febrero, de uno de los años de la primera década del siglo , don José María Buitrago, su sobrino Fernando del mismo apellido, Eugenio Mayorquín, mandador de campo de Chayotepe y Carmelo Rodríguez, ayudante de quesera, en ese entonces, de la misma heredad. 12

Costa Rica.

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TAPAS MACABRAS

Madrugaron de Granada y a las  de la mañana la barca que transportaba a los viajeros en Panaloya los había pasado al otro lado del río en donde se entretuvieron tomando café en casa de don Eustaquio Miranda y saludando a unos parientes que en el lugar vivían. La voz de marcha la dio don José María, una hora después del desayuno, por lo que la mañana avanzó bastante y hubo que ir a sestear a Malacatoya contra la voluntad de todos los caminantes, para que no se asoleara el sobrino del señor Buitrago, que era todavía un muchacho y a cuyo cargo iba. Los viajeros se fueron a posar directamente a la casa de doña Flora Guzmán, que tenía en el poblado una hospedería amplia y que además de servir bien, contaba con una hermosa ramada de huate, elemento indispensable para el hartazgo de las bestias sometidas a jornada. Doña Flora era hija del ex-presidente Guzmán,13 señora agradable, a pesar de los años que atuteaba y que huyendo del trajín de la ciudad, había buscado asilo en la tranquila Malacatoya, situada a la vera del caudaloso río de su nombre. A poco de haber llegado, Mayorquín y Rodríguez se fueron a dar un chapuzón en el tablazo que la corriente formula en el caserío y que pasa adormilado frente al alero de la habitación de la señora Guzmán; tras de ellos se fue Fernando y cuando éste principiaba a bañarse, notó que una carreta que conducían cuatro hombres, entraba al corralillo de la vivienda de doña Flora, llevando un enorme lagarto cuya cola descansaba en el tiro, pero no se le veía cabeza. Los bañistas, avisados por el chicuelo de la curiosa carga que llegaban a botar, aligeraron la refrescada, en un santiamén se mudaron y sin tardanza ninguna, se encaminaron a la posada. Cuando llegaron, el saurio reposaba bajo un árbol del patio con la jupa cercenada, pero que en la vecindad no se veía. El muchacho husmió a su tío y como no lo columbrase entre 13

Fernando Guzmán (*Tipitapa 1812, †Granada 1891). Presidente de Nicaragua 1867–71.

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los curiosos que rodeaban al animal, se fue en su búsqueda hasta que lo encontró en la sala de la casa parado frente a una enorme mesa de comer, más propia para servirle a una escolta que para ser ocupada por una familia y en la cual reposaba la desmedida cabeza del caimán. Observaban todavía los Buitrago el despojo macabro e impresionante del taimado saurio cuando apareció caballero en brioso caballo saíno por el lado del vado, José Antonio Mayorquín, hermano de Eugenio, que llegaba a saludar a los viajeros, echó pie a tierra, atarcó el rocín, dio media vuelta, se tiró el sombrero de pita nacida hacia atrás, que quedó sostenido con el barbiquejo, avanzó puerta adentro hasta estrechar la mano de don José María, viendo al muchacho lo abrazó y tomándolo de la cintura lo zumbó al aire jugueteando con él como lo hacía cuando el cipote tenía  años y ya lo iba a poner en la mesa, cuando descubrió la descomunal tarasca lagartuna. Ante su vista no pudo detener un movimiento de sorpresa y por hablar, gritó así: —¡Don José Mariyá, ese demonio es peligroso que lo tengan allí, si el niño se descuida le puede desmambichar la manito y a cualquier confiado que se arrime lo mesmo ! —Cierto, José Antonió, por eso me he colocado aquí; pues la gente no creé que la cabeza queda viva por mucho tiempo después de cortada. —Que creya o no lo creya, es lo de menos; evitar que lo creyan por la fuerza, es lo necesario. —En eso estamos, José Antonió. —¿Se acuerda, don José Mariyá, cuando me escapó de volar los dedos aquella que se cortó de aquel lagartón, allá en San Pedro? —Claro, hijó, que lo recuerdo. —No se me borra el susto que me dio, por más que pasan los años. Por allí iba la plática cuando un negrito timbirique, es decir, como cuerpo de mono tecolote, o explicado más claro, alto, flaco

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y panzón, que estaba entre el grupo de curiosos, se adelantó paso a paso hasta ponerse frente a frente de la jupota que la habían dejado con unos cuatro dedos del mero pico al aire libre. Al verlo proceder de tal manera José Antonio le gritó: —¡Tené quietú ! No intentés jurungunearla y menos con la mano que te va a dejar chingo para toda tu vida o cuando menos jabequeado si le arrimás la totolpa . Sea que el timbirique quisiera calentar a Mayorquín, sea que se adundara al grito de éste. o que no creyera en la realidad de sus amonestaciones, lo cierto fue que se arrimó tanto a la cabeza que la curva de la panza besó el hocico sáurico y en un momento en que volteaba la cara al auditorio como para reírse del amonestador ante el público y quizás desafiándolo en la creencia de que lo que le había dicho no era más que un “¡uy, que te coge el mico!” se abrieron desmesuradas, horrorosas, macabras, mostrando las toscas hileras de dientes como si obedeciesen todavía a una voluntad de un ser no muerto, las desmedidas tapas del difunto, lo que obligó a los circunstantes a lanzar un alarido angustiado de horror, de asombro y de temor; esto hizo que el negrito volviera rápido los ojos al despojo y ante las fauces en pampa que lentamente se cerraban sobre su mera timba, dio un aullido de terror tan espantoso, que todos los presentes supusieron que al pobre hombre lo había destrozado aquel remedo de fiera que no era ya más que un pingajo. En realidad nada le había pasado, el miedo y la idea de sentirse cogido lo habían hecho mostrarse un cobardazo; José Antonio corrió a palparlo y después de haberlo examinado y convencerse que nada le había ocurrido, por serenarlo le dijo con una voz de estentor: —Dale gracias a Dios que no te agarró el pellejo, si no, a esta hora estarías chillando más que una mona parida, o como murriña de indio pobre, perseguida por perros de haciendas. Y volviéndose a don José María, que contemplaba al muchacho, medio risueño y apacible, agregó, indudablemente satisfecho de que se hubiera cumplido su pronóstico:

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—Don José Mariyá, estos peleles se la pican de vivos, sin acordarse que el diablo es diablo no por diablo, sino por viejo. El cotarro, alborotado por el suceso no previsto, no cesaba de comentar y dio rienda suelta a la sinhueso hasta los confines de la guayagua y del trabuco y no fue sino como hasta las dos de la tarde en que ya nadie tenía nada que contar, que entró en completa calma y se principió a disolver. José Antonio vomitó tres casos más, muy raros e interesantes que él había visto y don José María otros tantos, también llenos del atractivo de las cosas que parecen imposibles, llegándose a la conclusión —después que todos habían buchoneado largo— de que cuando se desprende la cabeza de los saurios de un solo tajo, ésta no muere sino mucho tiempo después que se le ha separado la cabeza del tronco. El muchacho espectador de aquella escena ha presenciado en el devenir de los años, dos casos más, uno con un cuajipalo, en El Charco, jurisdicción de Mateare, decapitado por unos ajusteros, el que encontró en la chapoda en la tarde del día de la ejecución y rememorando lo que años atrás había visto, por ver si lograba una repetición, le dio vuelta a la cabeza y le metió un palo, que sujetó ésta fuertemente, hasta el extremo de llevarla de arrastrada hasta la lata de la casa y el otro en la costa del lago de Granada, en el Subidero, donde sobre un bote viejo, halló una jupa fresca quizás puesta allí para que se secara y juzgándola sin fijarse como que era vieja, iba a tocarla, cuando el jinchito Vicente Paz que le acompañaba le hizo observaciones sobre el frescor de una sangre que había al margen lo que, según Paz, indicaba que había sido colocada recientemente; entonces se detuvo rápido el comprobador de maisolas lagartunas, tomó una rama seca, se la arrimó a la trompa, se la restregó y restregó y en una de tantas restregadas fue asida por ésta con relativa fuerza; dejándosela pegada como una señal que sirviera de advertencia a cualquier otro travieso que intentara hacer lo mismo sin sospechar que aquella jupa abandonada, sobrevivía a pesar del fallecimiento de su propietario, quizás con el justo y postrer intento de vengar a su dueño. 86


TAPAS MACABRAS

glosario Aligerar. Hacer algo con mayor rapidez; acelerar; apurar; adelantar. Adundar. Atontar. Atarcar. Recoger o encapotar el pescuezo de la cabalgadura para sofrenarla; darle vueltas a las riendas en el contralátigo de la montura para que el caballo no camine o para que permanezca recogido. Barbiquejo. Cordón que sirve para afianzar el sombrero, atándolo al cuello. Buchonear. Contar cuentos fantasiosos o exagerados; platicar por mucho tiempo; volar lengua. Chingo. Animal que tiene la cola muy corta o que la ha perdido por completo. Cuajipalo, cuajipalo. Caimán, Caiman crocodilus. Creya. Crea. Desmambichar. Desmembrar; desquebrajar; desintegrar; desbaratar; desplomar; colapsar; caer hecho pedazos; desmarimbar. Guayagua, guaragua. Mentira; cuento; embuste. Huate. Alimento para rumiantes; heno o zacate seco. Jabequear. Herir en la cara dejando una cicatriz. Jurungunear. Jincar; escarbar; sacudir; perturbar; alborotar un homiguero o avispero. Lata de la casa, —de la finca. Patio delantero o recinto cercado de una casa-hacienda. Maisola. Trompa. Mono tecolote. Mono araña, mico, pancho, Ateles geoffroyi. Animal de color gris oscuro. Pingajo. Despojo. Pita nacida. Soga o fibra verde, recién cortada. Tapas. Mandíbulas; fauces. Tapudo. Persona dada a las habladurías; embustero. Timbirique. De cuerpo flacucho y abdomen distendido. Totolpa. Cabellera enmarañada o ensortijada; murruco. Trabuco. Rifle o escopeta vieja. Vivo. Astuto; sagaz; inteligente.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Peinemico montañero En el mes de junio, los pajonales de las selvas de Chayotepe se visten de extraña púrpura: ya dan el tono obsesionante de la llamarada o bien cortan la monotonía esmeralda de las copas de la arboleda con un tinte de sangre. Tal vestimenta emerge de las bellas flores que producen las enredaderas de peinemicos, no del común, sino de uno llamado montañero, cuyo tamaño alcanza dos veces la dimensión del peinetón vulgar; cuando se les ve por vez primera y aún después que el convivio amengua la admiración, no se explica la mente que las palpa, por qué no se les aclimata en los parques de las ciudades de la vertiente del Pacífico y se les lleva a los jardines de las que están ubicadas en el septentrión y en el otro litoral. Dos cosas se lograrían con ello; adornar con lo propio los centros de recreo y mostrar al nica y al extranjero los gajos encendidos, rarísimos y encantadores de nuestra extensa flora. Como enredadera para proteger los corredores que no tienen amparo y que los baña el sol del mediodía abajo, no tiene sustituto dado su enmarañamiento, desarrollo y frondaje y si a esto se une el prodigio pirofiláfico de sus flores se tendrá por tal menester algo que en realidad vale la pena de cultivarse y reproducirse por todos lados. Los ramilletes de sus gajos florecidos duran por muchos días y cuando la florescencia brolla sólo rojear se mira en el espacio que ocupa. Cuando la arboleda es mediana, o se finca en un rastrojo sobre la arbustería pichona, no es difícil encontrar trechos de ,  y hasta  varas cuadradas, completamente enrojecidos en el tiempo en que los peinemicos ponen en exhibición sus galas deslumbradoras. Fraguan islas de carmín sobre el océano esmeralda del boscaje; trasplantarlos para urbanizarlos sería trabajo que ellos mismos más tarde resarcirían con creces si los pusiesen a la venta pública.

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LA REVELACIÓN DE UNA LUCHA

glosario Peinemico. Se denomina con este mismo nombre a dos especies distintas: el papamiel, Combretum fructicosum, y el burillo, Apeaba tibourbou. La especie montañera aquí referida parece ser el Combretum farinosum.

La revelación de una lucha En Malacatoya y en el patio de la casa de una señora Cordonero que hacía jabón de tierra en el lugar, tuvo verificativo, hace ya una veintena de años, una curiosa lucha que reveló al peregrino que la contempló, el antídoto, si así decirse puede, contra la leche cáustica del sapo. El poblado citado está cruzado por el camino que conduce a los departamentos de Boaco y de Chontales y partido por el río de su nombre y para el viajero que sestea en los meses calurosos del verano, sus aguas brindan la tentación de sumergirse en ellas; el límpido cristal se ofrece como atención de la aldea para que no sean aburridas las horas desquiciantes del mediodía inquisidor. Desde el solar de la vivienda dicha, se ve que duermen las linfas del tablazo navegable de la aldea; obsequiando en aquel entonces en plena vera del bello estancamiento, un árbol doblado la anchura de su vástago para descansar, el transeúnte de esa época se sentó sobre él y dirigió la mirada inquiriente sobre el espejo que se desliza indiferente y que riela lo mismo los ramajes que llenan de frescor sus verdes flancos. Al poco rato y bajo el mirador en que se hallaba pudo ver lo siguiente: en un arenal, más bien un guijero del cauce; cuyo centro lo ocupaba una piedra de regular tamaño, estaba al pie de ésta un batracio grande que en una semi-cisura de la roca, buscaba amparo sintiéndose perseguido por una ratonera que le atisbaba los pasos. El pobre sapo entumido no hizo más que agazaparse, a su

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vez la culebrita avanzó y se situó frente al afligido diablo, éste se sopló lo más que pudo y se atravesó un tuquito de palo en la trompita como un último intento de defensa y aquélla se abalanzó a tragárselo, no contando con la desproporción de la caza y del palito, difíciles de que pudieran pasar por su gaznate. Como el ofidio era pequeño, y dada la astucia que el batracio había puesto en juego, no podía engullírselo y forcejaba, reforcejaba, expandía el gargüero hasta lo imposible sin resultado alguno y ante la defensa eficaz inesperada, reaccionando del horror y en la desesperación, principió el sapo a echar leche, al sentirla la ratonera amainó el ímpetu y echó a su vez a viajar a los paredones del barranco del lado, en cuyo pie habían unas matitas de monte las cuales mordía y a las que cortaba pedazos de hojas que mascaba precipitadamente, retornando en seguida a emprender la pelea. No llegando el combate a decidirse y viendo que el duelo avanzaba en interés, el observador tomó la resolución de bajar, lo hizo así, arrancó las matas que masticaba el reptil y se regresó a su puesto a avizorar el resultado que la operación practicada podía producir. El efecto no se hizo esperar; acababa de acomodarse el espectador cuando la viborilla tornó a buscar las cepas que aquél había llevado hasta su puesto; al no encontrarlas dio vueltas, vueltas y revueltas y cansada de darlas buscó el agua, metió la boquita en ella; hacía como que se enjuagaba, no contenta se zambulló en la corriente, permaneció un rato bajo de ella y luego salió disparada al viejo lugar en que las plantitas estuvieron, hurgó por un lado y por el otro y convencida quizás de que no las descubriría se encaminó al lado en donde se encontraba su enemigo que había permanecido como petrificado en el mismo sitio, se estiró frente a él y en tal posición se quedó como dormida, extenuada y sin ánimo por tiempo indefinido. El lugar del desafío era un punto apartado que nadie transitaba, casi podía decirse que se internaba en el remanso sin utilidad para los malacatoyinos y los caminantes pasajeros, por tal

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LA REVELACIÓN DE UNA LUCHA

motivo, ya que todo permanecería lo mismo, con el deseo de ver el desenlace, el curioso de la lid dispuso quedarse en Malacatoya para conocer el final. Se alejó del árbol que le sirvió de palco y con el lío de plantas se encaminó a la jabonería, allí preguntó por el nombre de aquéllas a la Cordonero y demás gente que trabajaba y le dijeron que eran de yantén. Cuando al atardecer de ese día volvió al teatro de los sucesos, el anfibio se había ido y la ratonera, como entontecida, estaba a la margen del agua con la trompita metida en ella. A la mañana siguiente la culebrita descansaba sobre la piedra que dio amparo al batracio, no estaba pelando el ajo, pero todo su estado demostraba que su salud era, si no grave, cuando menos apurada; espesa baba emergía de su boca y ésta la tenía inflamada al parecer. Era indudable que el licor despiadado de la víctima había sollamado atrozmente la frágil pielecilla del galillo de la ratonerita; enjalbegado todo el conducto por largo tiempo de semejante cáustico, tragado quizás por los esfuerzos de engullición que había hecho la alimaña, lo posible debió de haber sido que la leche hubiese viajado por todo el aparato digestivo y que el resultado de tal peregrinación al través de la menudencia, fuere la que ocasionó el estado lastimero en que a la otra jornada solar fue encontrada la cazadora. Años más tarde, el peregrino de este cuento se encontró con que un perro de raza de su propiedad,  horas después de haber estado jugando por largo rato con un sapo, no pasaba bocado alguno por más esfuerzos que hacía por comer, echaba una babaza que semejaba agua de mozote y la aflicción se reflejaba en los ojos del can, los que sumamente brillantes miraban sin fijeza. Entonces rememoró la pasada de la culebra y decidió experimentar: para ello mandó a cocer unas hojas de yantén y de aquel cocimiento le dio a beber y lavó con el mismo el hocico del dogo, verificó varias veces la operación y el animal fue mejorando

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

al pasar de los días, hasta que sanó completamente. En seguida se le presentó el caso de una gallina que —por el estado de suciedad en que manejaba la trasera y el apocoyamiento en que yacía— dijeron que había sido chupada por un burje, ordenó que hicieran el mismo cocimiento y luego que le lavaran el fondillo, esto se repitió asiduamente y después de una semana se curó el ave del todo. De estos dos hechos surgió a sus ojos la realidad de que el yantén es antídoto contra la leche cáustica del sapo y que sana rápidamente las quemaduras que el endemoniado licor ocasiona. Son las casualidades las que descubren los secretos de la Naturaleza, y ésta que al parecer no guarda ninguno para el instinto de los animales irracionales, a veces brinda a los hombres oportunidades en que revela arcanos que ya conocidos pasan a los ojos humanos nada más que como simplezas; con todo, para el espíritu diligente y estudioso son esos descubrimientos la prueba fehaciente de que Dios dio para todos los males una contra y si brindó a los hijos de Adán el raciocinio y la palabra, compensó a los brutos con el raro don de la sabiduría del instinto, la que los convierte, al comenzar a bastarse por sí solos, en seres experimentados y aprendidos sin molestia ninguna. glosario Afligido. Preocupado. Apocoyamiento. Aflicción; agobio; decaimiento. Babaza. Baba; estar babeado. Chupar. Lamer; succionar; engullir. Enjalbegado. Untado; embijado. Galillo. Garganta. Gargüero, güergüero. Pescuezo; pliegues del cuello; papada. Gaznate. Garganta. Guijero. Pedregal; terreno cubierto de guijarros o piedras. Mozote. Gramínea que abunda en todas las regiones del país; sus pequeños frutos están erizados de espinas y se prenden de las crines de las caballerías y de las ropas de quienes las rozan. Surgir. Brotar; saltar a la vista; hacerse patente. Trasera. Posadera. Yantén. Hierba rastrera que crece en suelos húmedos.

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PLATANILLÓN

Platanillón Siempre que de Managua se parte para ir a los prados boaqueños se entristece el espíritu cuando ya se entra al boscaje de las nutridas colinas y se cohíbe precisamente porque de modo involuntario se compara la belleza gallarda del platanillón que engalana aquellas tierras fértiles con esas matitas miniaturas de guineos enanos que habitan en el central de la urbe más importante de la nación. Porque efectivamente, si lo que se quiere es dar variedad y frondaje al mejor pensil de la capital, exhibir rarezas que en lugar de buscarlas en lo propio se traen del extranjero, pues lógico es acarrear de la amplitud de los montes todo lo cautivante que existe en las praderas nicaragüenses y para sustituto del citado guineo, ampliando mejor, para que lo achique y al mismo tiempo brinde su frescor, nada más hermoso y atractivo que el platanillón. Es éste una planta de la familia de los platanáceas, y, fueranamente hablando, de los chagüites. Cuando no se le conoce, se le confunde con los patriotas, se yergue a igual altura que éstos, tiene más lozanía, es más doble su tallo, más bella la hoja, presenta la ventaja de rajarse muy poco y ser muchas las que tiene cada vástago, se duplica en igual forma que los plátanos, patriotas y dominicos, es decir, por cepas, y en lugar de dar un racimo de frutas lo brinda de flores; esta cabeza tiene unas  cuartas de largo por ½ vara de ancho, adelgazándose a la punta y fraguando en conjunto un mal delineado corazón, su color es rojo por todo el medio haciéndose lívido hacia los bordes y cuando se le desgrana encierra en cada trozo una cantidad de florecitas cada una de ellas en forma de plátano diminuto de color lila en una parte, blanco lechoso en el centro y amarillo pálido en el fin; el conjunto es una verdadera gracia, sin cortarlo permanece sin arruinarse exhibiendo su lozanía más de un mes, y decapitándolo tarda poco más o menos una semana lleno de plena frescura antes de principiarse a desintegrar.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Exhibe sus guindajos en todas las estaciones; los que no van con frecuencia a la manigua lo conocen porque en la época del padre Juan Cerna, se le veía adornar frecuentemente el altar consagrado a María en el mes de mayo, en la iglesia heredada de los españoles en la ciudad de Boaco. Los indios, que no por ser tales, no son ajenos a la hermosura, adornan los nichos de sus imágenes con chirriones de platanillón; en las celebraciones de sus santos las cabezas de la bella planta resaltan en el túmulo de pacayas, corozos y ramos de coyote, siendo este cánido vegetal una especie de reseda silvestre, más aromada y de color más viva que la citadina y cuyo palo que es de copa espesa, de hojas permanentes y tupidas y nada corpulento, podría ocuparse bien para arborizar ciudades. Entre las parásitas raras y los ramilletes de lengua de vaca y de zopilote, el homónimo de los guineos y los plátanos resalta maravillosamente embelleciendo la rusticidad y el decorado de los altares indígenas y no es nada extraño encontrar colgados de los encañizados de las chozas alegrando las montañesas paredes o bien colocados en el centro de los ranchos pendientes de las rollizas soleras, colguijos fresquísimos de este chagüite curiosísimo que los jinchos guindan en sus tiendas para refrescar la vista y para que jueguen los muchachitos cuando ya están marchitos, según reza el decir común de ellos. “Cepa y flor, causan y son dignas de admiración.” glosario Chagüite. Plátano. Guineo. Platanillón. Patriota. Dominico. Diversos tipos de Musáceas, algunas usadas para consumo humano. Colguijo; guindajo. Parte de las flores o frutos de una planta que cuelga de las ramas. Sinónimo de chirrión. Coyote. Árbol de la familia de las Fabáceas, Platymiscium pleiostachyum, de bellas flores anaranjadas. Lengua de vaca. Arbusto de tierras bajas, Solanum rugosum. Pacaya. Palmera pequeña de montaña, Chamaedora sp., propia de regiones húmedas, los campesinos queman su tronco para extraer sal. Pensil. Jardín hermoso. Zopilote. Árbol de fragantes racimos florales (panículas), de color amarillo-naranja, Vochysia ferruginea.

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ÑOR SEN

Ñor Sen Cuando se atraviesa el amplio río de Tecolostote, dos o tres días después de haber azotado sus cabeceras o sus flancos un vendaval chocoyano, se supone que aquel coloso imponente tiene que ser el más prodigioso caudal de agua permanente de la región que se extiende de Masapilla a Comalapa y de San Lorenzo a Hato Grande. Quien lo ha cruzado en tal situación y al peregrinar de los meses desanda el camino que galopó en el invierno y lo pasa en pleno marzo, sufre la desagradable desilusión de verlo evaporizado y ocupado el cauce por trillonadas de guijarros medianos. Enfilando la nariz para San Lencho, Comalapa o Camoapa y al fin de un llano pedregaloso, como precisando la división entre éste y el sitio de Teoyaca y con este mismo nombre, se vadea el Tecolostote, pleno de linfa fresca y de atrayente exuberancia, en la época más ardorosa de abril y aún en el más dilatado verano. Lo curioso radica en que a unas dos leguas o quizás menos de ese vado, frente a El Recreo, caserío que vive su vida campesina al margen del río que hacen sorpresivo los recios vendavales, el álveo del Tecolostote se amplía súbitamente de manera considerable, abandonan los bolones la corriente y los sustituyen grandes bancos de arenales muy gruesos en cuyos senos se sepultan las aguas admirables del Teoyaca abundoso y de allí para adelante lo que fue sierpe corrida se convierte en pocerones que hay que escarbar para convencerse de que corren, y cuando la trocha real que lleva para Abajo parte la madre de la anaconda temible del invierno, y el que viaja se ve obligado a cruzarla, se encuentra a la feróstica fiera de las grandes lluvias, convertida en charquitos que ni siquiera tapan los cascos de las cabalgaduras. Entre Tecolostote y La Unión —que era de Sebastián Blanco, el viejito aconsejador y sereno que fue padre político del malogrado Luis Beltrán Sandoval— se encuentra situada Santa Rita, fuerte hacienda de ganado al comenzar el siglo , que llegó a

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

tener sus mil y pico de cabezas y de la cual fue dueño ñor Juan Sáenz, conocido entre los arrieros por ñor Sen , debido a que cuando le preguntaban que cómo se llamaba decía que Juan Sen, indudablemente porque no podía pronunciar Sáenz. Don Juan era el tipo clásico del capitalista nicaragüense de fines del siglo  y comienzos del ; su alquería, que estaba situada a unas  varas del camino real citado anteriormente, era un mojón de jornada, es decir, el viajero escotero que salía de Boaco para Granada, iba a pasar la noche en ella o a la inversa el que viajaba para Arriba troteaba con la determinación de nochar allí. En la época a que esta historia se refiere, la casa más cómoda y la menos abundosa en zancudos era ésta de Santa Rita con el aditamento sumamente atrayente de que siempre había huate para las bestias, último negocio que en plena ancianidad, podía hacer sin fatigarse el propietario del fundo. Al nochador curioso lo primero que le llamaba la atención después que había cenado y colgado su hamaca, una hora después de haberse acostado las gallinas, cabe advertir que en los campos nicaragüenses los animales actúan como relojes, era ver a ñor Sen apagar el candil, salir al patio a hacer aguas, una vez en él, quedarse un rato observando las estrellas, coger un puro para tirar el humo al aire con el intento de perseguir con la mirada el rumbo que seguía para ver si la virazón viajaba o los eternos alisios dominaban la plaza, luego quitarse el vestido y regresar con los trapos de encima en la mano, ponerlos en un taburete al lado de un chinchorro viejo en que descansaba y quedarse en calzoncillo hasta que los gallos de las  le indicaban que ya se podía poner en cueros, porque los caminantes y los de la casa dormían a pierna suelta, operación que hacía diariamente para economizar la ropa, según su propia confesión. A este excéntrico señor le compró don Mariano Buitrago allá por  unos cuantos toretes, que en marzo de ese año resolvió ir a recibirlos y llevó de agregado a su comitiva, a su hijo menor que era en ese entonces un niño.

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ÑOR SEN

Al segundo día de haber llegado a la posesión los campistas se fueron a recoger el ganado, don Mariano partió a la oficina de Tecolostote a poner un telegrama y ñor Juan Sen y el muchacho se quedaron en la casa. A poco de que todos se habían ido y cuando ya estaba el sol en plena carrera, ñor Juan sacó de arrastrada de su mal cerrado aposento, un cuero lleno de monedas de plata grande, luego un cobijón con monedas pequeñas y en un cuerito de ternero o desmedida garra acondicionada para el oficio, una gran cantidad de medias monedas de plata de las que llaman macuquinos unos y macacos otros y gastan en sus máscaras los bailantes emperindicuetados de las fiestas del patrono Santiago de Boaco. Al chicuelo le llamó la atención todo aquello y se puso a observar a la distancia, mientras el propietario defendiendo del sol el cuerpo, se asombraba al bramadero del corral y con una tajona espantaba los cerdos que se aventuraban a acercarse a tan primitivo y singular banco montés. Cuando regresó el señor Buitrago, su hijo le preguntó que por qué tendría aquel señor todos los macuquinos de los bailantes y que por qué los asoleaba. El aludido contestó: —Los macacos de los bailantes los tiene bien guardados el prioste Vicente Ramos allá en Boaco, no pienses que éstos son de ellos; eso que está allí, es la opulencia, hijo, encerrada en el cajón de la miseria, que cuando les llega, a los señores como ñor Juan, no saben qué hacer con ella; lo que tú estás viendo es plata acuñada y lo que su dueño hace es asolearla, ya que no puede hacer otra cosa con ella, bien por falta de iniciativa o porque tal vez sienta placer en eso de jugar la moneda en semejante forma; cuando seas grande vas a poder contar a tus hijos, después de haber visto esto, que ñor Juan Sen o Sáenz en estas estériles plazuelas de sonsocuite, le quitaba el moho a la plata a fuerza de darle sol. Aquella profecía salió exacta, pues el muchacho de ese entonces ha narrado más de una vez la desmojoceada de tal canti-

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

dad de dinero y ante lo inútil de su estancamiento ha sentido piedad a la distancia por el raro proceder de aquel Creso rústico, que sólo apilar supo. Años más tarde tuvo que pasar por Santa Rita en consecución de un negocio y con sorpresa para su ánima, la soledad reinaba en la nochadera de otros días, ñor Juan era ya polvo y el soplo de otra dirección sin avaricia había puesto fin al viejo fundo. Las leyendas habían sustituido a la realidad y las monedas apiladas en otra hora se habían esfumado, según decían unos, porque ñor Sen las había enterrado al pie de un viejo palo que las quemas abrileñas concluyeron y cuyo lugar jamás lo reveló a nadie el propietario y otros decían que el Cielo había castigado de ese modo la insaciable avaricia del anciano, etc., etc. Sea de todo esto lo que fuere, la verdad es que aquel prodigio que guardaban los cobijones desapareció como había sido acumulado, sin hacer ruido y sin saberse cómo; producto híbrido de una vida muy larga dedicada a acaparar y a no gastar ni un centavo, pues las vacas, los cerdos, las gallinas y el huate le dieron el alimento indispensable y la ropa precisa que sus necesidades requerían; el sobro de esas rentas y las ventas quinquenales de novillos y toretes hicieron las curiosísimas cueradas de plata, macacos y macuquinos que todavía añora el muchacho de antier y hombre de hoy y ha de evocar el anciano si Dios le permite llegar a la vejez al ciudadano que logró ver aquellos machorros, secanos y vastos acumulamientos. glosario Arriba. Este; dirección en que nace el sol; para quienes viven en el occidente del país, las zona central y oriental. Bailantes. Promesantes disfrazados de moros y cristianos que bailan en las fiestas de Santiago en Boaco. Bolón. Piedra de río; roca de forma redonda u ovalada. Cobijón. Manta, cobija. Cueradas. Bolsas de cuero. Desmojocear. Desenmohecer; quitar el moho; asolear una cosa mohosa. Emperindicuetado , empericuetado. Vestido con muchos y coloridos adornos; ataviado para llamar la atención.

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LOS FLUJOS Y REFLUJOS DEL PANALOYA

Escotero. Viajero que va haciendo escalas; que viaja en grupo, pagando cada uno la parte que le corresponde de una cuenta común. Macaco, macuquino. Moneda de plata del tiempo de la Colonia. Machorro. Viejo solterón y avaro. Nochadera. Albergue o posada nocturna. San Lencho. San Lorenzo, cabecera municipal del municipio homónimo, departamento de Boaco. Sonsocuite. Terreno de arcilla negra; por su carácter denso e impermeable, en invierno se convierte en lodazal tenaz. Vendaval chocoyano. Dícese de la lluvia que cae en los llanos de Chocoyos (hoy Ciudad Darío); por extensión: llover sobre llanos de sonsocuite. Tajona. Trozo de madera con tiras de cuero crudo remachadas en la punta; se usa para dar latigazos o golpes. Virazón. Viento fuerte que sopla repentinamente; cualquier viento contrario al alisio y que trae vendaval; los hateros supersticiosos no castran nunca un caballo cuando sopla virazón, porque creen que se muere.

Los flujos y reflujos del Panaloya El desmesurado y profundo río de Panaloya, que más bien parece brazo de lago que afluente del Cocibolca, llega en ciertos veranos a ponerse tan seco en su desembocadura, que se logra cruzarlo a caballo en ese punto, alcanzando el agua apenas a besar la falda de la albarda. El fenómeno indudablemente obedece a la furia del alisio, que obliga a las olas a levantar en la bocana una barrera de arena, la que rellena el cauce y la que luego sirve de puente para vadear la madre del coloso. En el poblado de su nombre que consume también el remoquete de El Paso y que dista casi una legua de la juntura mencionada, se palpa cuando sopla virazón, la curiosidad de que el gigante padece de flujo y reflujo, a lo que denominan “marea” los paceños; este asunto tiene una explicación parecida al de la sequía de la junta, con la diferencia de que en este otro caso el viento desbocado, obliga a las linfas superficiales a recular, que es la causa que produce el inunde.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

El Paso es un puertecito fluvial que consta de dos partes que forman un todo y que se levantan cada una de ellas, a las orillas del Tipitapa que en este lugar se llama Panaloya; al siamésico poblado lo atraviesa medio a medio, partiendo el lomo vasto del ofidio viajero, el camino que lleva para Chontales y por tal motivo son muchos los caminantes que hacen noche en las casas de las veras, ya en un flanco, ya en el otro, y como si el Panaloya gustare de chusquear cuando el hálito sureño lo azota, invade los corredores de las casas donde los posantes descansan y cuando éstos se despiertan, se encuentran con que las hamacas en que duermen se columpian sobre un piso de agua. A los neófitos, la invasión inesperada los asusta, pero a los prácticos les causa más bien distracción mirar la inquietud de las ondulaciones y tumbos que danzan bajo sus lechos y que en la villa del cuento no fraguan mayor murmullo ni encierran ningún peligro. En las márgenes de este vasto caudal se encuentran unas conchas que tienen sabor a ostras y del tamaño de éstas y que son bastante apetecidas por los habitantes de las cercanías y por algunos viajeros. Hay detalles que el tiempo, tarde o temprano, con cuidado o sin él, destroza en la memoria y por esto es útil revelarlos antes de que la muerte llegue, para que la hilación de la historia de los lugares en donde han tenido verificativo se conserve sucesiva, así vale la pena decir que la creciente que este río de El Paso echó en octubre de , fue tan grande, que el vapor Victoria14 violó su barra sin peligro y recorrió de su espinazo varias millas llegando a arrojar el ancla en pleno pueblecillo. En los botes salvavidas que la nave andaba, Gilberto Buitrago Díaz y otras personas fueron hasta La Tapia, caserío que dista  kilómetros del puerto, a socorrer a mucha gente que a pesar de la distancia estaban en peligro, pues todos aquellos bajos se 14

El mayor y más renombrado de los barcos a vapor que surcaron el lago Cocibolca en las últimas décadas del siglo xix y primeras del xx. Sus restos abandonados se encuentran hoy en una ensenada cerca del puerto de Asese.

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LA CAZA DE LOS PICHES

habían convertido en una inmensa laguna que amenazaba a cada instante sepultar a todos los vivientes de la región. El cierre de las bocanas, con enormes bancos de arenas que los vaivenes de los oleajes construyen, es común en la mayoría de las desembocaduras de los ríos, pero en los enormes afluentes, si es verdad que la profundidad merma, en cambio no se corta nunca su curso; la junta del Sapoá permite también que se le cruce como la anteriormente descrita en los meses de abril y mayo de ciertos años; esta arteria meridional es profunda como la otra que une al Xolotlán con el Acalzáhuac, pero tiene sus  metros menos de ancho que el majestuoso chusqueador de los flujos y reflujos cuando sale a pasear la virazón. glosario Acalzáhuac. Nombre náhuatl del río Tipitapa. La palabra acal (bote) parece referirse a la bocana del río, donde éste nace en el lago Xolotlán. Albarda. Montura rústica con alerones que caen a los costados de la bestia y que protegen las piernas del montado. Chusquear. Curiosear; indagar de un lado a otro.

La caza de los piches Malacatoya es otro caserío, siamés o gemelo en la forma de ubicación al anterior puertecito, pero el caudal de las aguas que arrastra el torrente de su nombre, si es cierto que forma tablazos enormes como el que embellece al poblado, en cambio carece de uniformidad en la hondura, lo que hace difícil que puedan llegar de visita las piraguas. Los sui generis villorrios, apartando la atrayente belleza de sus parajes, tienen sugestivas distracciones como la de la pesca y también la caza de los piches que se encuentran en abundancia en ciertos meses. Para la cacería de estos patitos los paceños y malacatoyinos

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

se valen de cierto truco para capturarlos, que bien vale la pena de describir. Toman para ello varios calabazos los que mancuernan algo separados y los ponen a flotar en los remansos no profundos, principalmente entre las rajaduras de los lechugales acuáticos que abundan en El Paso; en medio de las ñambiras boyadoras, estratégicamente zambullido, el hombre que va a verificar las capturas de los palmípedos confunde su cabeza, que lleva metida en un calabazo con boquetes diminutos para poder atisbar a sus anchas los movimientos patulecos, se revuelve, repítese, con aquéllas, para que no lo descubran los volátiles. En tal posición, la débil corriente de la poza sirve de alcahuete y calabazas y jupa enmascarada, se deslizan quedamente hacia los piches que permanecen engreídos dedicados al perseguimiento de las sardinas, chulucas y carates, y cuando el pato está al alcance del espiador, éste estira la mano bajo las aguas y lo coge de las patas, refundiéndolo de manera vertical incontinenti, luego lo sujeta con la siniestra y teniéndolo refundido prosigue en el oficio hasta completar cierto número según sea la cantidad que nada o bien jalándolo dentro del líquido se lo pasa al compañero que, perdido entre otro enjambre de ñambiros, y emboscado también en igual forma, sigue a la sirga; pero esto último es menos común y rara vez se mira. Casos se dan en que el piche se sienta al lado de la cara que lo atisba y que por viveza del cazador, para no espantar a la recua voladora, lo captura hasta después de transcurrido cierto tiempo. A causa del continuo capturar y tirar de aves, los moradores de las aldeas citadas reúnen enormes cantidades de plumas que venden por libras en el mercado de Granada, por igual motivo es común ver una almohada de plumillas suavizando la dureza de la cabecera de un camastro cualquiera, lo mismo que metidas en sacos, imitando colchones, ablandando la estrecha rigidez de una tabla o de un banco que sirven de dormitorios; el plumón y el gatillo en esas tierras de Dios se nivelan y tanto gastan de cabecera los mullidos vestidos de los palmípedos el rico fachen-

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LA CAZA DE LOS PICHES

doso como el pobre encallecido en las dificultades. En Malacatoya y frente a una destartalada pulpería, vendiendo tistes insuperables por la delicia del sabor, pasó el ocaso de su vida doña Flora Guzmán, que había escogido aquel paradisíaco rincón, para alejarse de la vida y gozar de la rumia del recuerdo; aquella mujer, en , no mostraba más que las ruinas de lo que había sido el templo de su belleza; llamaba la atención únicamente a los que posaban en su venta y sabían que ella había sido la inspiradora de Francisco Zamora, el poeta que inmortalizó su nombre con el romántico poema “Yo pienso en tí,” nacido al calor de los ojos de aquella dama cuya hermosura dio tanto que decir cuando fue joven. De la vanidad despampanante, de la galanura que apartó a Zamora en plena esplendidez, nada sobrevivía que atrayese en el poniente de su tránsito, apenas la curiosidad de conocer los escombros de algo que había tenido el don venusino de hacerse idolatrar; del pasado de ellos quedaba y quedará para siempre sólo la poesía del panida; en aquel entonces valía la pena solamente doña Flora, por la sabrosura de sus tistes que los hacía requeterriquísimos. Doña Flora, que jamás accedió en sus buenos tiempos a los requiebros de Zamora, tuvo que soportar después del fallecimiento del panida, la investigación y el inquirimiento de los curiosos y de los admiradores del poeta y por tal motivo hasta el silencioso y monótono rincón de su aislamiento, llegaban en son de cuenteretes y chismes los tardíos comentarios de los unos y los otros y de los admiradores que la dama tuvo y que lograron engarzar cuentas en el rosario de su recuerdo. Cuando al pasar por el poblado la cabalgata de veraneantes de la familia de don Mariano Buitrago, algunos de sus componentes sacaban a colada el nombre de la señora, solía decir don Mariano, en tono de comentario, para poner punto final a las habladas lo siguiente: —No crean que porque Malacatoya, se puede decir, que es un arrabal de Granada, es esta la causa verdadera por la cual sus

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

contemporáneos no olvidan a doña Flora, no; es la poesía de Francisco Zamora, el cicerone culpable que la descubre y dirá siempre en qué parte gasta sus últimas horas esta belleza de otra época y como una misteriosa estrellita del Belén del pensamiento, señalará hasta que llegue el término final el punto en que se oculta esta dama, y bien pudo haberse ido ella a remontar a Cusirisna o a Las Mesas de Chayotepe y en esas regiones que parecen tan lejanas, el centilar de los versos la habrían denunciado siempre. Y meditándolo bien, le sobraba razón al señor Buitrago; la Guzmán, que no quiso andar ligada en vida con Zamora, no logró más adelante, en su larga existencia, conseguir quitárselo del lado después de que éste feneció, suceso lamentable que tuvo verificativo de manera temprana; ahora, sepultados los dos, la separación resulta un imposible, ya que a la muerte de ella, la lira del soñador capitalino que había recogido desde atrás el canto amoroso de éste, para hacer vibrar en los corazones tristes su dolor, juntó de hecho las dos almas que en vida anduvieron disgregadas para presentarlas fuertemente ligadas a la posteridad en el marco de la composición inmortal. Que Dios les dé la paz no conseguida en el troteo del sendero terreno a estos espíritus atormentados por ansias diferentes; ya que el uno se empeñó, se esforzó y sufrió por encontrarla en el regazo esquivo de un amor que no fue nunca correspondido y el otro, que pretendió alcanzarla, después de haber hecho sufrir y loquear a muchos, en esa vida sin vida —consuelo sui generis— del desfile de los días monótonamente amodorrados al margen de la vega triste y habitada del sugestivo y rumoroso Malacatoya. Que la Cruz redentora preste sus brazos tibios, buenos y perdonadores, para que de su madera, vuelta esperanza al contacto Divino, cuelguen sus nidos estas oropéndolas humanas que salieron al seno del Señor, en busca del vellocino del consuelo que en la Tierra no lo hallaron o no lo supieron encontrar. Así sea.

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EL ZAR DE LAS AURAS

glosario Camastro. Lecho rústico de fabricación rural; catre con armazón de bambú. Carate. Mojarra de agua dulce, Cichlasoma nigrofasciatum, de piel oscura, cruzada de bandas más claras. Chuluca. Pececillo de agua dulce, Astyianax fasciatus. Cusirisna. Comarca al sur de Teustepe, famosa por la existencia de una cueva de leyendas fantasmagóricas. Espiador. Que espía; por extensión: cazador. Galanura. Belleza. Lechugales. Plantas acuáticas flotantes que cubren la superficie de los ríos, lagunetas y lagos; gamalotes. Mancornar. Atar por los cuernos a dos bueyes para sujetarlos al yugo de la carreta; amarrar una bestia con otra; aparejar; atar una cosa con otra. Ñambira. Calabaza de costra dura, usada por los campesinos para almacenar agua y también como instrumento musical (quijongo); calabaza hueca recubierta por una membrana para generar sonidos. Patuleco. Relativo a los patos, o que camina como tales aves. Piragua. Canoa larga y angosta; pipante. Piche. Pato arbolero, común en estanques, lagunas y ríos, Dendrocygna autumnalis. Plumón. Ver gatillo. Sirga. Soga. Tiste. Bebida típica nicaragüense hecha de maíz tostado y cacao, molido con canela, clavo de olor y pimienta; se bebe en una jícara.

El Zar de las auras Es indudable que la mayoría de los animales de la Creación encubren curiosidades que los espíritus observadores en cualquier recodo de los hemisferios captan, ya por inquirimiento, ya por casualidad, y también es un hecho verdadero que los humanos que llevan vida campesina, se connaturalizan tanto con las rarezas de los seres inferiores, que llegan a ver como comunes, las cosas que a los ojos de los habitantes urbanos son asombrosas y que éstos juzgan con criterio citadino como realmente imposibles o vistosas fantasías de fueranos.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Por docto que sea un hombre de ciudad, por filósofo y estudiado que se crea y que efectivamente fuere, siempre tienen el campo y la montaña infinidad de secretos que le quebrarán eternamente sus conocimientos adquiridos en las aulas. Mientras el más eminente médico y cirujano, colocado en la manigua chontaleña, sin botiquín y sin nada, al ser mordido por una víbora, moriría como cualquier badulaque perillán sin auxilio ninguno, el más simple de los Sumos se ligaría apenas en igualdad de situación para mientras hallare la contra y con sólo machacar enseguida unas cuantas yerbas y tragarse el menjurje, seguiría su andanza, esperando que sus ocupaciones le permitieran regresar al palenque para terminar de curarse; y así por el estilo, si se quisiera proseguir comparando, pero como no es la intención divagar, queda a un lado el comentario para bosquejar algo de la vida singular de los zopilotes. No son los chepes de poblado los que ofrecen especialidades para admirar en su existencia rutinaria, de éstos hay que decir únicamente y bien sabido lo es, que son los higienizadores de las basureras de las urbes paisanas y los consumidores de canes, felinos y aves de corral que por uno u otro motivo desollan el ajo dentro del perímetro municipal y cuyos dueños los tiran a las calles por no costear los funerales. Son los zopes que conviven con los indígenas y baten el éter bajo el cielo silvestre, a los que hay que historiar, puesto que tienen Rey, etiqueta, espionaje y milicia que valen la pena de describir y contar y aún de hacer crónica de sus grandes banquetes para que los escépticos al leer se sonrían, los que han vivido en el monte gocen con el recordatorio y los curiosos conozcan algo de la vida de tan ignoto reino con semejantes súbditos. Es en la época de las grandes morriñas y una que otra vez que ocurren decesos esporádicos de semovientes, que logran verse en los mortorios a los Reyes y Reinas de las auras; de una vez hay que dejar dicho que de cada  veces que se encuentran a estos Monarcas, una, si acaso, se les logra mirar en compañía de las Emperatrices y es más fácil ver a varios Emperadores jun-

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tos, que a uno con la compañera, lo general y común es encontrar a un solo Soberano presidiendo a la chepería. El macho es gallardo, su cabeza está cubierta por una piel roja con ciertos carúnculos y gruesa, que baja envolviendo una pequeña parte del cuello y que le da cierta distinción; su pico está rodeado de protuberancias sebáceas, entre las que sobresale una que cabalga en media frente fraguando de pronto un diminuto moco; su plumaje es blanco con manchas de plumas negras bajo el pecho, sobre las alas, el dorso y en la cola y como están ubicadas con rara simetría, el conjunto de lejos parece netamente níveo; es alto, erguido, lleno de bizarría y donairoso y en las zopiloteras antes de caer sobre el cacaste se posa avizor sobre el árbol más alto e inmediato del festín. La hembra carece de tanta ostentación, pero no es menos interesante; su cabeza la cubre un pellejo morado oscuro que se descuelga hasta el pescuezo, siendo a veces completamente lempo, tiene el pico bordeado de adherencias pequeñas pringadas de sonrosado y sobre la testa no lleva ninguna de importancia, su vestimenta no es alba, sino ceniza, pero no es el cenizo común, es lo que llaman los indios guachío, claro, por supuesto, que es un guachío raro, ya que los tonos blanco y plomo, viven en completa pugna, sin dominar ninguno, por aparecer vencedor cada cual en el total de la presencia; su papel es inferior al del Rey hasta en lo más simple, puesto que salta sobre los cadáveres después de aquél y antes de banquetearse se sienta en los carrujos en aptitud de obediencia y un poco más abajo que el Kaiser. Por más que se medita, francamente no hay como explicarse por qué a estas aves no se les encuentran en todas las regiones. Comarcas existen donde jamás las han visto y hay zonas en que esporádicamente se presentan y eso que tal vez entre un lugar y otro, donde hay y donde no, apenas están separados por una distancia de  leguas. En las cañadas de Chayotepe y Vagua se les ve frecuentemente y no porque gusten de volar haciendo divulgación de su

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Realeza, así no se les mira nunca, cuando se les contempla es una que otra vez que descienden a comer a los potreros y llanuras y esto de tarde en tarde, en las pestes o cuando menos, sobre cualquier piltrafa, con todo, a pesar de su abundancia en las jurisdicciones citadas, hay estaciones enteras que se vuelven invisibles y tiempos en que constantemente se les divisan en las cumbres que enmarcan los encierros; por eso es de notar, que en los años de  y , a diario y casi de manera cronométrica, engalanaron con sus figuras los bajos de San Salvador y Santa Susana, divisiones perdidas hoy, de la hacienda llamada entonces San Fernando de Chayotepe. Fue en ese bienio, quizás sería mejor decir en ese período de convivio, que pudo apreciarse algo de las costumbres y ritos de tan exóticos Monarcas. Por esa época una tigra parida se fincó en Las Nubes del latifundio chayotepino y solía desguindarse a los parazales de la propiedad en donde cazaba continuamente los terneros de la quesera y aún las reses grandes del sabanero; con las víctimas hacían enormes comilonas los zoperronches y de vez en cuando, solían concurrir a ellas los muy serenísimos Soberanos. Siempre que había caza, el día que iban a llegar sus Majestades, se comprendía de plano porque las auras en lugar de caer sobre las sobras felinas, velaban desde los árboles, una que otra descendía y circunvalaba los restos y en un matón cercano cualquiera, permanecía atisbando, se levantaba al rato retornando a la rama de donde partiera al bajar, enseguida se lanzaba alguna otra a reponerla y así se estaban turnando hasta que sus Majestades comparecían. Los ilustres Caciques, antes de dar comienzo al hartazgo, descansaban en el árbol más cuajado de concurrentes, observaban y luego planeaban hacia el mortorio aterrizando unos  metros distantes, prosiguiendo avanzaban paso a paso hasta llegar a la vera, parándose sobre el despojo sólo el Rey, en tal instante descendía un cúmulo de chepes y dejando por centro el cadáver formaban un círculo, especie de Guardia de Honor, en

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cuya formación permanecían mientras sus Altezas burriaban, después uno de tantos zopes, saliendo de la rueda se les juntaba y a continuación, lentamente iban desfilando todos hasta que la comedera se hacía general; pero esto sí, los que estaban en los palos cercanos permanecían en ellos hasta que se levantaban sus Realezas. Con la continuidad de decesos por asesinatos tigriles, se comprobó que cuando los sabaneros descubrían en plena mañana el daño del gato y rodeaban la res sacrificada, no procedían los zopes como se ha dicho antes, sino que de modo diferente, comían los plebeyos primero y hacían la recepción al Duce, hasta después del mediodía, disposición sin importancia al ojo humano y que encierra sacrificio y encubre cuido, vigilancia y cariño para el Monarca, ya que cuando los campistas hacen rueda al semoviente en estos acontecimientos es generalmente para regar las carnes de estricnina con la intención de dar muerte al criminal, de donde resulta que los damnificados positivos son estos pobres seres. En tales casos, cuando ya el Excelentísimo venía y no había novedad en el cotarro, la chepada se alzaba a la arboleda y quedaban junto al difunto un grupo de aves formadas en semi-círculo grueso, a diferencia de cuando nadie llegaba, que era en circunferencia, y la que construían con posterioridad, siendo en lo demás, en este segundo caso, la ceremonia exacta a la descrita. Verificado el acto, la irrupción zopilotal ya no tenía límites, pero siempre que en la vecindad permanecían los Regios comensales, se tenía que suponer por la rutina descubierta, que los tales volverían a la engullición, mas ya en la vez segunda, no les guardaban nunca los cumplidos del principio y liberalmente se mezclaban con todos. En dos ocasiones se vio un enjambre de Mandatarios cuyo total llegaba a diez; en una de ellas y en la que se les atisbó, un hermoso novillo moro había sido el escogido por la gata sanguinaria para desnucarlo y los restos que la maldita dejara, fueron los que sirvieron de jolgorio a la pléyade; lo visto pasó así:

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El eral liquidado se velaba en pleno zacatal en San Francisco, junto a un zapotemico que sombreaba la llanura, sobre unas guabas que al oriente verdeaban la vera del Chayotepe, se posaba una zopilotada que aleteando y guzguceando vigilaba desesperada; en el carrujo despampanante y bello del primer árbol, apenas estaban siete primos de los buitres y sobre el lomo del rumiante abombado se paseaba, con el ojo rendido de deseo y tristemente, un zoperronche. De pronto, en el borde de la montaña occidental, sobre la copa de una ceiba se perfiló una atrayente Figura Real, tras de ésta otra y, como por encanto, el resto de Altezas, cuya cifra quedó precisada atrás. Conste de una vez, que es casi fenómeno ver vagando en el vacío a tales Majestades y que cuando se les mira, es de pronto, sin saber ni cómo han llegado al alcance de la vista, ni de qué manera se ocultan cuando parten; lo común es contemplarlos cruzar de la cima del bosque al prado y de éste a la arboleda de aquél. Bien, una vez columbrados, los vigilantes del zapotemico se elevaron y un Rey, seguido de las Reinas, anularon la distancia y se sentaron en la mata, después uno a uno arrimaron los otros, el chepe del cadáver, saltó al palo, e incontinenti un Monarca, las Damas y el centinela citado cayeron sobre el fallecido, luego descendieron los otros personajes y dieron principio al descuartizamiento. A esa hora apareció en el cielo una bandada de auras que giraron a gran altura incesantemente sobre el sitio del convite, las de las guabas ascendieron hasta confundirse con las otras y después de cierto tiempo, se vio que volplaneaban buscando aterrizaje, tan luego lo encontraron, rodearon la Mesa Noble y un instante después, personajes y plebeyos danzaban sobre del muerto en un enorme revuelo de hartazón. Pasados pocos minutos, el zapotemico balanceaba en sus ramas al cuerpo de Realezas asistido por un grupo de zopes. Retornando a lo dicho anteriormente sobre la precaución de

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estas aves para salvar a sus Reyes de un probable envenenamiento, cabe aquí contar lo siguiente: Al servicio de San Fernando, le llamaba mucho la atención que entre los zopilotes que eran víctimas del veneno no se encontrara nunca ningún Zar de ellos y la cuestión llegó a su clímax una vez que la mortandad, en un solo cadáver preparado, había subido a  diablos; en vista de esto resolvió el mandador, que era Abelardo Martínez, observar cómo procedían para salvarse de la quema. Para ello, como el felino hacía estragos de manera constante, se vigilaron, en un período de  meses, cinco reses que cayeron al peso de las garras tigrunas y se sacó la conclusión que ya quedó narrada al hablar de los banquetes, debiéndose agregar que cuando el Emperador veía que era la situación anormal porque sus gobernados principiaban a dar trastumbos y al intentar volar se sopapeaban, entonces, raudo y sin vacilar, emprendía la marcha desapareciendo del punto del suceso, en donde era difícil volverle a ver aunque fuere un nuevo ejemplar el que brindare sus carnes apetitosas. Su espera para ver qué resultado daba la engullición en sus gobernados no era corta, pacientemente dejaba pasar el desfile de las horas y hasta que al parecer juzgaba que ya no había peligro o lo creían así sus súbditos, descendía. También se comprobó que cuando el rumiante caía bajo el hacha de la morriña no interesaba a este volátil jerarquizado, que los campistas pelaran o no el cacaste, lo rodearan o que hicieran las cosas que quisieren, para él no tenían todos los arrumacos que fraguasen, interés especial ninguno, era como si hubiesen concurrido humanos al velorio, mas no así cuando el animal había sido desjarretado por el ñigre, de inmediato los zopes detectives exponían su vida, mientras la Testa Coronada esperaba el resultado de sus pruebas en la vecindad. Júzguese como se quiera, no tiene interés el narrador en engañar y menos de averiguar lo que otros piensen, lo cierto es que Dios da a cada especie el instinto de la defensa, ya que dotó

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al hombre del raciocinio que le pone a cubierto de todo, y no hay por qué suponer que a estos nobles destructores de pestes, el Hacedor los haya privado de intuición preventiva al incubarlos. glosario Auras. Buitres; zopilotes. Burriar. Comer. Banquetear. Comer en gran cantidad; darse una comilona. Cacaste. Despojo de un animal muerto, seco y vacío, disecado por el sol y la intemperie; osamenta con restos de piel adherida. Chepes, chepería, chepada. Zopilotes, congregación de zopilotes. Guaba. Árbol de las Mimosáceas; produce una gruesas vainas que encierran semillas envueltas en una membrana de agradable sabor dulce; Inga punctata. Guachío. Color gris. Guzgucear. Graznar; hacer ruidos con la garganta; sonido gutural. Menjurje. Mezcla de dos o más sustancias distintas; combinación poco común; bebida o poción mágica. Mortorio. Lugar donde se encuentra un animal muerto; cadáver de un animal en estado de descomposicion; objeto o cosa hedionda; hediondez. Quesera. Sitio de la hacienda o espacio donde se elaboran los quesos. Sumus. Grupo étnico de la Costa Atlántica, autollamados Mayangnas. Zapotemico. Árbol gigante de la vertiente húmeda de Nicaragua, Couroupita nicaraguensis. Zopilote, zoperronche. Zopilotera. El buitre negro, Coragyps atratus. Conjunto de zopilotes.

El milagro de una súplica Después de las pláticas del Espino Negro,15 que devolvieron la paz al país, las fuerzas yanquis de ocupación se dedicaron a desarmar a la mayoría de los nicaragüenses, que por uno u otro motivo conservaban armas de fuego en su poder. 15

El llamado Pacto del Espino Negro, firmado en Tipitapa el 4 de mayo de 1927 entre el general liberal José María Moncada y Henry L. Stimson, representante especial del gobierno norteamericano, dió por concluida la Revolución Constitucionalista, iniciada para derrocar al usurpador de la presidencia y caudillo conservador general Emiliano

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Tal tarea la desempeñaron sin tener miramientos ni contemplaciones con nadie y debido al sandinismo que se propagaba en las Segovias, temerosos tal vez de que inundara a la nación, cometieron injusticias dolorosas al cumplir el cometido y perpetraron hechos de barbarie, puesto que hasta sacrificaron muchas vidas útiles en el ajetreo de tal misión. Para evitar que las portaciones fuesen numerosas y fáciles de adquirir, el impuesto para conseguirlas lo estipularon sumamente crecido; con tal medida los que realmente salían desarmados eran los finqueros que entregaban las pistolas que tenían, pues los zánganos las escondían para merodear y se dedicaban para garantizarse a denunciar a los propietarios que malquistados por ellos con las autoridades, éstas no les daban protección; los jefes extranjeros no meditaban en el daño que ocasionaban con tales medidas a los terratenientes honestos que con esos procederes quedaban a merced de los desalmados que pasaban por honrados. Así las cosas, los hacendados que no podían disponer en el momento de los  córdobas para llevar libremente la pistola, determinaron andarlas escondidas en los alforjas o bajo las faldas de la albarda para mientras su situación se mejoraba. En tal época era dueño de El Charco, fundo ubicado en Mateare, Buitrago Morales, y habiendo éste dispuesto deshacerse en ese entonces de la propiedad para cancelar una deuda que tenía, se la ofreció en venta a don Lolo Blandino, quien fue a verla con aquél en el verano de uno de esos años de transición y de inquietud. Blandino y Buitrago Morales se fueron de Managua a lomo de solípedos a visitar el mencionado predio y puestos allá, en revisar la propiedad, ver animales y andar potreros, el tiempo se

Chamorro, y a Adolfo Díaz, su reemplazo. El general liberal Augusto C. Sandino se opuso a dicho pacto y regresó con sus tropas al norte del país, para continuar luchando contra el gobierno conservador de Díaz y contra los marinos estadounidenses que habían arribado al país el 6 de enero de ese mismo año. Esta segunda intervención norteamericana en Nicaragua duraría hasta el 1º de enero de 1933.

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deslizó con tal brevedad, que cuando percataron era bastante tarde para retornar a la capital. A pesar de la declinación del día, los viajeros resolvieron regresarse y como en la finca había abundancia de frutas apetitosas, antes de montar dispuso don Lolo llenar con varias de ellas sus alforjas, quedando abultadas éstas por la carga, al extremo de que si algún yanqui los topaba, podía imaginarse, por el ningún conocimiento que tenían de los nicaragüenses, de que algo anormal se conducía en ellas. Temeroso Buitrago Morales de que les fuese a suceder algún incidente en el retorno, ya que era sumamente común que en la Cuesta de El Plomo asaltaran a los viajeros que la noche cotoneaba en el camino, determinó echar en sus bizazas la pistola, cuya portación por falta de dinero todavía no había podido solicitar y para contrapesar el peso del cilindro, al otro lado echó unos cuantos mangos que en una guaca se maduraban cubiertos con hojas de madero. Una vez emprendida la marcha, todo salió a pedir de boca, pues el trayecto fue recorrido felizmente, pero al entrar a la población como a las  de la noche y en uno de los recodos del barrio de San Sebastián los estaba atisbando lo inesperado. Al doblar una esquina los caballeros, de una de las tantas calles que cortan la avenida de El Cauce, les nacieron de improviso tres yankotes bien armados que poniendo bala en boca a sus fusiles les apuntaron, obligándoles con sólo la actitud a detenerse, sospechando quizás que a aquellas horas, con alforjas tan timbonas y también, montados los jinetes, debían de ser cuando menos si no emisarios de Sandino, fueranos peligrosos que huían de la justicia y de contrabando, después de anochecido, acostumbraban pernoctar en la ciudad. Uno se abalanzó sobre las alforjas de Blandino, otro sobre las de Buitrago Morales y el tercero, mientras los otros dos hurgaban el laberinto de las frutas, quedó formando ángulo y con el rifle en alto apuntando indistintamente al pecho de los citados ciudadanos.

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Buitrago Morales, que comprendió el peligro en que se hallaba por la . que traía, tuvo la suerte de conservar la serenidad y en el instante, a pesar de andar vagando en ese tiempo por los atajos de la incredulidad y de la duda, cruzó como meteoro feliz por su recuerdo una súplica cariñosa de su madre, que en los ratos bien tiernos de los aconsejamientos, la dulce educadora de su corazón le había hecho y la que se reducía a la simpleza hasta ese minuto para él, de exclamar cuando estuviera en peligro, la conocida invocación al Creador de las cosas que se miran: “en el nombre de Dios Todopoderoso, la Sangre de Cristo me valga aquí y en todo lugar” y tal como la piadosa señora se lo encareciera, ante aquel sopetón nunca esperado, y al llegar en la dificultad a su mente el rayo de luz de tal evocación, tuvo éste el suficiente calor como para diluir el hielo de su indiferentismo y con sinceridad pronunció mentalmente la expresión ya citada y dejó al militar estadounidense que operara, sin ponerle cuidado tan siquiera al tener verificativo la escurcada. Mientras rebatía los cuatro mangos del lado derecho, el montado dirigió la mirada al lugar en que Blandino se encontraba, el genízaro se pasó luego al flanco izquierdo y un calofrío de temor viajó en la vértebra del primero, pues allí era donde el cascabel se hallaba, repitió la invocación y una sangre fría bienhechora circuló en sus arterias, había llegado ya el momento en que, o se operaba un milagro o la Colt debía de ser descubierta; los segundos se convertían en toneladas de ansias que las circunstancias harto difíciles solían duplicar. De pronto, el hombre sacó a luz la mano en la que traía solamente un periódico doblado que el olvido había dejado durmiendo en tal lugar, lo observó, le dio vuelta, lo colocó de nuevo y lentamente principió a cerrar la tapadera; su diestra entorpecida por voluntad Divina había quedado privada de tacto para escudriñar en lo oscuro y el arma que tanto aliento causa en los casos peligrosos, y que en aquél no era más que un tormento, no fue descubierta por el yancazo del cuento; luego éste se juntó al compañero que apuntaba y haciendo una seña, indicó que estaba franco el pase, precisa-

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mente en el instante en que don Lolo también quedaba libre. Los caminantes prosiguieron el rumbo de sus casas, una que otra palabra se cambiaron después y en seguida de cabalgar unas  cuadras juntos, al desembocar a la avenida de San Pedro, se despidieron. Cuando Buitrago Morales se desmontó estaba emocionado, en su interior sentía un huracán de fe tan fuerte y tan demoledor, que  minutos habían bastado para desarraigar la maleza de la duda, los cornizuelares de una filosofía aprendida al fuego de la juventud que todo gusta de cambiar, en la creencia de que todo lo aprendido es ya vejez, acababa de presenciar un milagro y para suerte suya había sido operado por una súplica de su sentimiento enfriado desde hacía muchos años. Esa noche, la indiferencia y la incredulidad fenecieron en su pecho y si a las madres, por su condición de tales, les suele ser permitido gozar en la otra vida cuando los hijos abandonan los senderos de las malas inclinaciones, él cree profundamente que la suya nunca sintió ni volverá a tener una satisfacción mayor, que la que la Divina Providencia le deparó esa hora, cuando le abrió los ojos de la razón al retoño, que mal entendido descreimiento, lo alejaba de la fe inquebrantable que profesaron sus buenos progenitores. glosario Bala en boca. Insertar un cartucho en la recámara de un rifle o pistola, preparándolo para disparar. Bizaza. Alforja. Calofrío. Escalofrío; miedo. Cascabel. Arma. Cilindro. Revólver. Cornizuelares. Terreno donde abunda el cornizuelo o cachito de aromo, Acacia farnesiana. Cotonear. Perseguir muy de cerca, hasta agarrar la cotona. Escurcar. Registrar; buscar con los dedos dentro de un recipiente o bolso. Genízaro. De color café; por extensión: marine o soldado norteamericano. Guaca, huaca. Vasija, tinaja o recipiente enterrado o emparedado, para esconder cosas de valor; por extensión: descubrir un tesoro o una riqueza inesperada.

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Malquistado. Enemistado; con malas intenciones. Portación. Permiso o licencia para portar armas. Timba. Timbón. Barriga. Barrigón; cosa abultada. Yanqui, yancazo. Del inglés yankee.

El descubridor del guaco El guaz es el ave más interesante que existe en las montañas del país; los aborígenes montañeros hallan en él un raro barómetro barítono que con alegres cantos mañaneros, cenitales o vesperales, les indica con anticipación casi precisa las variaciones del tiempo. Cuando en medio de la crudeza del vendaval en un ligero paro de las aguas, el sol aparta las nubes y se asoma, el raro rapaz indica al indio si es el cuadro sequía permanente o no tarda la lluvia en proseguir. En la época de verano, le señala viento, frío o calma y en la región Atlántica, predice los chaparrones y garúas que acompañan los movimientos de la luna en la estación seca. Apartando sus cualidades barométricas, el guaz se dedica a la noble faena de exterminar ofidios; en el campo, cuando se le observa, frecuentemente se logra mirarlo levantándose de los prados llevando entre sus garras elásticas serpientes. Su oficio es cotidiano y a él se debe el descubrimiento maravilloso de ese antídoto incomparable que se llama guaco, arbusto misterioso que el nombre que lleva, lo debe al canto de este noble gavilán que arrancó al inacabable arcano de la selva, el más útil secreto que para el hombre pudiera encerrar ella. En Los Animales, León Gerardin, al tratar de las serpientes se refiere al guaco y a su atrevido descubridor y trasmite la hermosa narración que en Le Monde Animal hace Mme. Stanislas Meunier. Son pocos los que en Nicaragua no han oído el canto del

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guaz ; cuando suele entonarse, es costumbre decir que “está pidiendo agua,” su cántico monótono al repercutir estridente en las capas del éter pareciera que dice: “guacóoo, guacóoo, guacóoo, guacóoo…” de donde se derivó al parecer el nombre que lleva la planta, según dice Gerardin. Una vez en el encierro de San Diego de Chayotepe, bajo una tormenta casi en seco, descendiendo unos montados del potrero Las Nubes, de una enorme derriba para milpa que se había hecho y que ya estaba quemada, se alzó un guaz con un par de terciopelos cuyos cuerpos flotaron al aire como raras cintas adornando sus garras; cuando el gavilán iba sobre las cabezas de los que descendían, un rayo partió el éter, el ave asustada soltó del pico unas cuantas hojas, las que recogieron los caballeros que pasaban, resultando al examinarlas que eran de guaco. Indudablemente la intuición del instinto hace que este rapaz, cuando va a cazar estos reptiles, se llene el pico de hojas del vegetal jamás suficientemente ponderado y se las coma o masque para prevenir cualquier fatal resultado de un piquete de las tobobas que en algún descuido pudieran darle y es seguro que así como la casualidad permitió esta observación a los campistas de la cabalgata citada, a los aborígenes se les haya presentado también en igual forma casual un caso parecido y guiados por el fino sentido humano y su espíritu curioso y observador, con la muestra en la mano, se dieron a la búsqueda, hasta que encontraron el arbusto que puede clasificarse como rey de los antídotos para el veneno de las sierpes. Suprimiendo suposiciones, lo cierto es que el indio de los bosques atlánticos y el guaz, conocen a perfección la planta y están enterados del privilegio de ella; y hay más todavía, su raíz, mascándola por algunos minutos, duerme por completo la sensibilidad de la boca, lo que hace que los natuchos la ocupen para el dolor de muelas; por supuesto, que por este efecto no hay que confundirla con el hombregrande ni con el alcotán. Para contraveneno se emplean indistintamente las hojas, que son crespas, las ramitas y las raíces, dando todas el mismo

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resultado, pero es más común el uso de las primeras y segundas con el objeto de no exterminar la especie, a pesar de que no se dificulta su encuentro si es en plena montaña; en los llanos se escasea y hay que buscarla en las márgenes de los ríos donde priva de manera esporádica, luciendo gallarda el pálido morado de su flor. Este palito, que en la estufa del Jardín de Plantas de París es fácil ver, según afirma Gerardin, es desconocido por el  % de los nicaragüenses y puede asegurarse sin temor a equivocación alguna, que en ninguna huerta tratando de lo rural, ni en ningún pensil de las poblaciones, refiriéndose a lo urbano de la vertiente del Pacífico, se encuentra una cepa de este arbusto, pero ni siquiera de muestra. Hay algo peor todavía, por esa rara idiosincrasia nica de asegurar conocer todo, ignorando gran cantidad de cosas, los habitantes de las regiones rurales de la vertiente últimamente citada, confunden lamentablemente el hombregrande y el alcotán, con el guaco, al que jamás han conocido, ya que no se halla ni en los llanos ni en los bosques de la tierra que limita el océano descubierto por Balboa, exceptuando la zona del Mombacho y ciertos lugares del departamento meridional, sobre todo desde Cárdenas a Río Frío, en donde si se busca, se le encuentra aunque con dificultad. A pesar de que es simple la preparación de la toma de la poción guáquica para las mordidas, los indígenas la llenan de misterio y sólo la beben, cuando la preparan ciertos individuos que pasan como brujos entre ellos; hace algunos años era célebre en las cañadas de Vagua y Chayotepe, ña Santos Méndez, cuya sabiduría radicaba en curar los piquetes de las diversas tobobas. Una vez que al mandador de Chayotepe le picó una tamagás, la famosa bruja fue llamada y observada hasta en los más pequeños detalles al hacer la preparación del antídoto sin que ella lo sospechara y de esa observación se sacó en claro que la primera poción dada, fue de ramas de guaco crudo, que da al agua un tinte verde subido y las otras de raíces de guaco cocido,

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que tiñen levemente de un café pálido la linfa en que se hierven, mezcladas de una cantidad de ipecacuana suficiente para que se convirtiera en vomitivo. La mente de estos curadores es hacer creer a los deudos y al paciente, que en la basca sale la ponzoña de la víbora y son tan crédulos los indios que ven salir la ponzoña imaginaria, puesto que lo que la víbora inyecta es simplemente veneno líquido, en una de tantas revesadas. Tornando al guaz, hay que decir que a pesar de pertenecer a las rapaces, no encierra ningún peligro para los gallinales, pues, de natural solitario, siempre busca lo espeso de las selvas y anda lejos de las viviendas, quizás debido a que las culebras de las cuales se alimenta se encuentran en cantidades suficientes en las montañas. Hay variaciones de guaces, los que viven en las regiones septentrionales y las colinas de la cordillera atlántica, tienen la cara medio buchona, la cabeza, el pecho y la trasera bastante blancos aunque entretejidos de pringues cafés grandes, son de un tamaño regular y de presencia serena. Hay algunos que confunden al gavilán búlico con el noble defensor de la especie humana por mandato Divino. El desconocimiento que el nica tiene del inapreciable guaco y de la nobleza del guaz, es semi-plena prueba de la ignorancia en que vive de todo lo que le pertenece, vale y es útil para él en su país. El nicaragüense confunde a los mentecatos y vivitos con los hombres de valía, no aprecia ni aquilata el precio que tiene la feracidad prodigiosa de su tierra, el valor de las cascadas que en las espesuras de las selvas lanzan su estridor de libertad, en espera del aprisionamiento que pudiera darles la ingeniería y brindando al mismo tiempo su ayuda, con indiferencia, para llevar en sus lomos las tucas que ofrecen sin aceptárseles, los árboles que cubren el inapreciable tesoro de sus caídas; para el nica no hay más Meca que Managua, ni horizonte más ancho que la política.

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Hay que abandonar las dos cosas y marchar a convivir con los guaces, dedicándose a talar los bosques para reponerlos con pastos, de esa enorme derriba emergerán secretos que al conjuro del trabajo llenarán de riqueza la bolsa particular de cada uno y la general, que es la del Estado, y se encontrará con seguridad, la mata misteriosa que ha de producir el antídoto maravilloso contra el piquete de esa terrible toboba bijagüera que es la política. glosario Alcotán. La enredadera Cesampelis paereira. Basca. Vómito; reflujo estomacal. Departamento meridional. Departamento de Granada. Guaco. Enredadera del género Aristolochia y arbusto del género Mikania; sus semillas y hojas se usan en el campo como antídotos contra la mordedura de las víboras. Guaz, guás. Gavilán o halcón serpentario, Herpetotheres cachinans. Hombregrande. Árbol simarrubáceo, Quassia amara. Milpa. Maizal. Revesar. Vomitar. Tamagás. La víbora Angkistrodon bilineata. Terciopelo. La víbora Bothrox atrox, también llamada barba amarilla.

Fueranos urbanizados El aparecimiento de ciertos caprichos raros en el vestir paisano, hacen meditar, cuando se presentan, en el origen de ellos. Para los espíritus observadores no ha de estar pasando desapercibida esa tendencia al cotonismo de los muchachos bien, de los viejonzones iguales y aún de muchas otras personas que don Gustavo Guzmán dejó clasificadas como de tercerolilla o de mediopelo, según fisguea la frasecita paisana. Muchos de los rarismos que vemos deambular por las calles y salones de las ciudades del Pacífico, han tenido su eclosión entre los íncolas chontaleños, los campistas y natuchos boaque-

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ños, los hateros olameños y hablando en general, de la holgura e indiferencia campechana del vestuario del indígena de los cuatro puntos cardinales de la república. Nadie puede dudar que el cotonismo se abre paso a carga motorizada y que a propósito de la fobia por encotonizarse, vale hurgar la procedencia de este conquistador fuerano y aún de algunos otros que el tiempo ha derrotado, ayudado quizás por la característica de todo furor, que está basada en invadir y pasar. Para no alargar el exordio, hay que entrar de lleno al hurgamiento de las excentricidades transitorias, comenzando la enumeración con el sombrero a la pedrada, con el cual metió mucha bulla la juventud del primer cuarto del siglo  y la base de cuya rareza consistía en tirar el ala del calañés o del jipijapa hacia arriba. Esa forma de llevar el sombrero, es auténtica costumbre hatera; es una necesidad indispensable del sabanero, que, para aclarar la visual, zumba el sombrero hacia atrás, según reza su frase, de su teja de pita o palma, para reconocer y observar sin obstáculos al juidor columbrado en el sesteo, que la distancia despista y que al enmatorrarse, el pajonal torna equívoco. Hasta el remoquete sombrero a la pedrada, es de pura prosapia natucha y hay que asegurar sin temores que de las queseras de los hatos voló la rara usanza a la ciudad, una vez urbanizada, vivió el instante efímero de las cosas viajeras e inútiles que pasan por las urbes, mientras todavía se yergue altanera dentro de la campistada que no la deja fenecer por la utilidad que le presta; nunca es malo meditar que existe gran diferencia entre la moda y la necesidad. La camisa de cuello pegado, que bien almidonada se pavonea fachendosa sobre el cuerpo del mozalbete inquieto, del doctor seriesote y del artesano puntilloso, con la intención vanidosa de esconder el origen de su abolengo montañero, tiene su cuna dentro del seno de la jinchada pinolera; antes, muy antes de comenzar el orto del siglo , quizás antes del período walkeria-

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FUERANOS URBANIZADOS

no,16 ya lucía cubriendo la desnudez del chontal. Los niños finiseculares y los de la primera década del que viaja, pedían a sus progenitores les hicieran camisitas de cuellos pegados para usarlas como piezas del vestido diario, mas siempre trataban de hacerles desistir de tal idea porque el uso de tales camisas sólo se miraba entre vaqueros y fueranos y cuando las criaturas insistían, se les decía que si querían andar como Gabino, Eugenio, ñor Leocadio, ñor Aniceto, Germán Sánchez, y algunos otros indios que no abandonaban nunca esa forma de vestuario, mofa esta por lo cual desistían los chicos, para volver a la carga tan luego habían olvidado la comparanza. No fue sino hasta muy tarde, después de la revolución de , que con la inundación de las ciudades por los militares vencedores —quienes en su mayoría traían camisas kaki de cuello adherido— principiaron a verse en las vías de las poblaciones; en  uno que otro vejete se atrevía a llevarla a su oficina, y de  a la fecha la propagación ha sido tal, que por ahora no se concibe la forma que vaya a sustituirla. A esta fuerana útil no habrá de sucederle lo que le aconteció a su coterráneo, el sombrero a la pedrada, virrey del sanjuanismo, es decir de los corredores de patos cada  de junio, fecha de ostentación de tejas a la pedrada. Después del terremoto17 apareció el cuelloabiertismo, palabra a la cual dio vida Apolonio Palazio y que la empleó para darle nombre a la costumbre de andar abierta la camisa y el cuello zumbado de manera indolente, con un indiferentismo de borracho. 16

La década de 1850. William Walker arribó a Nicaragua el 16 de junio de 1855, con una tropa de 58 mercenarios a sueldo del partido democrático, a participar en la guerra civil entre democráticos y legitimistas. Tras una serie de maniobras políticas y militares, convocó a amañadas elecciones, en las que salió electo Presidente de Nicaragua. Una coalición de tropas nicaragüenses y centroamericanas logró derrotarlo y expulsarlo del país el 5 de mayo de 1857. El 6 de agosto de 1860 desembarcó cerca de Trujillo, Honduras, con nuevos planes para invadir Centroamérica, pero fue capturado por un destacamento inglés y entregado a las autoridades hondureñas. Después de un consejo de guerra, fue fusilado y enterrado en Trujillo, el 12 de septiembre del mismo año.

17

Se refiere al terremoto que destruyó Managua el 31 de marzo de 1931.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Esa moda tiene su ombligo repartido entre el mulero y el arriero de novillos boaqueños, chocoyanos y segovianos, pues cuando el sol los sofoca, bajo la inclemencia de las plazuelas grietosas de los senderos estériles, se desabotonan hasta el medio tórax la cotona, que nunca es abierta del todo sino hasta la mitad, para que el aire les seque la transpiración del pecho, que les acosa. Esta modalidad, que no es un dechado de cultura, todavía está en uso y quizás sea su misma vulgaridad la que le alimenta la vida, sin perjuicio del descaloramiento que ofrece al bifurcarse en el cuello. Y ahora… al cotonismo, que es la rabia del momento y cuya simiente disgregada, después de plantarse en todos los ámbitos donde mora la jinchería nicaragüense, el viento del contrasentido lo ha tirado del bosque ubérrimo a la ciudad capital. El fuerano de cualquier lugar de Pinolandia, ha usado desde tiempo inmemorial la cotona de mantadril azul y la de manta blanca, con un corte igual y un talle flojo exacto al cotón que los señoritos han puesto tan de moda en el instante. La cotona blanca la ocupa el campesino para la brega del trabajo diario y en la estación invernal si el laboreo es el arreo, bien de erales o de acémilas de carga, entonces acostumbra echarle un nudo al lado izquierdo para que no pueda moverse de un lado a otro y evitar que el lodo llegue al cuero cuando el chapoteo de los animales en el pantano hace saltar el limo hacia arriba, embijándolos enteramente. Con la de mantadril azul no hace tal cosa y la usa sólo para las fiestas de sus santos patronos, como el día de San Juan, San Pedro, Santiago, etc., o bien cuando llega el tiempo del mozote para que no se les pegue. Cualquiera de las dos cabalgan sobre el pantalón sin ser aprisionadas por éste y la libertad de que gozan proviene de la facilidad que ofrecen al andarlas así, para matar las chatas, aradores y garrapatas con que el monte brinda en el verano y en el invierno, para que no se peguen al cuerpo y se oreen con rapi-

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FUERANOS URBANIZADOS

dez cuando la lluvia sorprende en la labranza o bien cuando el vendaval aflige con su chischís continuo para que el agua ruede sobre las piernas y no se resbale hacia las partes nobles. El precursor de este rarismo en la colmena urbana, es sin duda Colomer, el popular Intramuca Juca granadino,18 que, si aún vive, ha de sonreír satisfecho al verse por fin imitado después de tan largos años de pasear por las arenosas calles de la Sultana su estrafalaria indumentaria, cuyo modelo trajo de Teustepe cuando anduvo de andariego y que en más de una ocasión le dio aspecto de fantasma, ya que cuando le regalaban sus conocidos pudientes las antiguas camisas blancas o faldones larguísimos, se los tiraba por encima y casi los arrastraba al suelo, debido a su mediana estatura. En cuanto a la vida que vaya a tener el cotón, es cosa que no es posible vaticinar, porque lo que está sujeto a caprichos vive a merced de los gustos; lo que sí habrá de tenerse por seguro, es que puede la cotona desaparecer a cualquier minuto del poblado urbano, pero de las cañadas, donde su utilidad es palpable, es materialmente imposible que logre alguna vez emigrar. Que cómo se ha comercializado la cotona y cómo lo fueron las anteriores rarezas, eso es un asunto que poco interés tiene en el presente hurgamiento, ya que lo único que ha movido la pluma es la intención de mostrar la procedencia natucha de los furores idos y el de la fobia presente. glosario Aparecimiento. Novedad; popularización. Comparanza. Comparación. Cotona. Camisa de manta, sin cuello, de manga corta, abotonada hasta el pecho, que cuelga por fuera sobre el pantalón. Prenda de vestir típica del campesino nicaragüense. Cotonismo. Costumbre de usar cotona, en vez de la más formal camisa. Cuero. Cuerpo; piel. Chischís. Onomatopeya de la lluvia, que cae en forma intermitente. 18

Apodo de Vicente Colomer, personaje callejero de Granada a inicios del siglo xx, a quien el autor dedicó un jocoso poema, recopilado por Orlando Cuadra Downing en su libro Seudónimos y apodos nicaragüenses, Editorial Alemana, Managua, 1967.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Embijar. Embarrar. Enmatorrarse. Esconderse entre la maleza; desaparecer en el matorral. Hurgamiento. Explicación; exploración; análisis. Jipijapa. Sombrero fabricado con fibra de pita. Mediopelo. Persona de categoría social mediana o mediocre; mengalo. Orear. Secar al aire libre. Pinolandia. Tierra de los pinoleros, es decir, Nicaragua. Pita. Fibra que se saca del cogollo de una palma y con la cual se fabrican los sombreros de jipijapa o de pita. Teja. Sombrero. Tercerolilla. De tercera clase; barata.

Gavilán de mico Existe en las montañas orientales de Boaco, una bella y curiosa ave de rapiña que los naturales de esa región llaman gavilán de mico. Es blanca, nítidamente alba, de la cabeza al medio cuerpo, la otra mitad salpicada de puntos cenizos y la cola netamente negra. Alcanza el tamaño de un quebrantahuesos, es ancha de pecho y tiene la peculiaridad de que cuando se posa en un lugar, se pasa horas de horas sin moverse del sitio en que se puso; cualquiera se atraviesa bajo el árbol en que se halla y no se moviliza, está como enclavada, apenas mueve la cabecita avizora y lanza un silbo. El nombre le viene porque sirve de guía y hace de centinela de los monos. Cuando en la lejanía se mira el punto níveo completamente inmóvil, se tiene la seguridad de que a pocas brazas de ese plumón inmaculado está una mesnada de simios; siempre que se aproxima gente al lugar en que se halla, silba de manera especial y los micos prevenidos por el silbido se esconden en lo más alto de las copas de los árboles.

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GAVILÁN DE MICO

Tienen los anuncios de este gavilán sus diferencias curiosas y se ha observado que el aviso lento y sin nervio con que señala la presencia del hombre, difiere en mucho con el que participa la proximidad del tigre; cuando se trata de éste, los silbos son prolongados y continuos como queriendo trasmitir pavor. Se ha dado el caso de que un tirador montañero práctico, que piteaba una tarde venados en plena selva, fuese prevenido por el conocimiento que tenía de las clases de silbos del gavilán y al oírlos, se pusiera en guardia, comprendiendo que el tigre andaba cerca y logrando por ello descubrir al felino antes que éste lo mirase, lo que le valió demasiado, pues le dio tiempo suficiente para acribillarlo de municiones —mejor dicho, asesinándolo— sin peligro alguno. Como los monos acostumbran ubicarse en los árboles cubiertos de abundantes frutos, no es extraño ver muchos días consecutivos en un mismo lugar el punto blanco, enormemente llamativo y raro del gavilán de mico. Al cambiar de sitio vuela lento, puede decirse que salta de palo a palo como dando lugar a la recua de cuadrumanos de que avance y hay que anotar también que la mesnada siempre es de monos, es decir, de simios cafeses pálidos; pues los indios denominan micos sólo a los negros caras blancas. glosario Gavilán de mico. Leucopternis albicollis. Pitear. Atraer a los animales de caza sonando un pito o silbato. Quebrantahuesos. Querque, caracara o cargahuesos, Polyborus plancus.

Peste de pescados Las mojarras y guabinas del Xolotlán se apestan de tiempo en tiempo y mueren en tan enorme cantidad, que pareciera que el lago se quisiese purgar de ellas.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

La plaga no es periódica y cuando les azota, leguas de leguas de costa se cunden de guabinas muertas. Las zopiloteras son enormes y las hedentinas, espantosas; no menos de  ó  meses tarda la vasta peste y es curioso notar que no ataca nunca a los guapotes ni a los otros pescados, sin excluir a las sardinas, sino solamente a los citados al principio. Es por eso, precisamente, que hay que descartar la suposición común de que por efectos volcánicos es que mueren las mojarras, pues si así fuere, natural sería que muriesen peces de toda especie y no sucede así. El período de la enfermedad y sus varias fases, en la plaga de  fueron observados en el agua cristalina de la corriente del río subterráneo que procede de las Lomerías de Mateare18 y que revienta en el corral de El Charco. El lecho del río en ese lugar es de piedra pómez, su cauce fue acondicionado para que entraran de noche los guapotes, poderle poner compuerta y que quedaran prisioneros los tales, para tomar café con peces frescos. En ese entonces pudo verse que las mojarras y guabinas al parecer completamente sanas principiaban de pronto a restregarse en el lecho de la corriente, pasados unos minutos se les saltaba el ojo izquierdo, luego volvía a su lugar, al ratito era el derecho, tornaba a su estado normal, después de ¼ de hora poco más, poco menos, los ojos juntos se les saltaban de las órbitas, flotaba luego de plano el animal sin energía, en tal estado, cualquiera podía tomarlo con la mano sin que él hiciera intento de correrse y unos instantes en seguida, era ya fofo cadáver, semejando la carne como si fuera de algodón al coger el difunto y los lomos manidos se desprendían solos. Después de esa peste, parece que han habido unas dos más. Los habitantes de ciertas riberas del Xolotlán se comen las mojarras grandes y hermosas que arroja el lago, moribundas, en la época de la plaga. 18

Mejor conocidas como Sierras de Mateare, estribación noroeste de las Sierras de Managua.

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HUEVOS POR COSTALADAS

glosario Cundir. Llenar; darse en gran cantidad. Guabina. Pez de regular tamaño que se encuentra en los lagos de Nicaragua, Gobiomorus dormitor. Hedentina. Hediondez; tufo; mal olor. Manir. Asir; agarrar con la mano. Tardar. Durar.

Huevos por costaladas En las márgenes del Zanjón de Acoto, que en parte divide Chontales y Granada, hay tal abundancia de iguanas que en abril los habitantes de su cercanía y los de Malacatoya, se dedican a sacar de los arenales del Zanjón, los huevos de estos reptiles saurios que se hallan en cantidades inimaginadas. Cuando Acoto era de don Juan Pascual Gutiérrez, los mozos de esta hacienda recogían por sacos estos huevos y hacían enormes cocinadas. La comida resulta muy sabrosa y más aseada a la vista, que el garapacho que hacen con el cuerpo de tales lagartos. Cuando en el verano de  pasaron algunos de los derrotados de Tipitapa por Acoto, no teniendo don Juan Pascual qué aliñarles y darles con rapidez en el momento en que aparecieron, ordenó cocieran un saco de tales huevos que acababan de llevar unos muchachos y en un santiamén estuvieron; engulleron aquellos hasta donde quisieron y el resto lo atutearon para llevarlo de reserva en la caminata que emprendían. Entre el grupo iba una señora baja, avejentada y seca que decía que era hija del general Castro —fusilado por Zelaya19— 19

José Santos Zelaya (*Managua 1853, †New York 1919); presidente y dictador de Nicaragua (1893–1909). Participó en la revolución liberal contra el gobierno conservador de Roberto Sacasa. Una vez presidente, ordenó la toma de la plaza de Bluefields, logrando la reincorporación de la Mosquitia al territorio de Nicaragua. Era partidario de la unificación de América Central, por lo que promovió diversas conferencias unionistas y dió apoyo a

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y la que, aunque no había logrado unirse a la fuerza de Chamorro, sí había salido de Managua en busca del ejército de Mena que según decían sus compañeros de vivaque, tenían noticias ciertas de que se encontraba en Las Mesas, lugar que se había hecho famoso en ese entonces por los varios encuentros que se habían librado en él. Y con esa idea, para tal lugar se encaminaron, bien comidos de huevos de garrobo. glosario Acoto. Pequeño afluente del río Malacatoya. Aliñar. Empacar; preparar el equipaje o los alimentos para un viaje. Zanjón de Acoto. Cauce del río Acoto.

Voladora descomunal La voladora es una culebra que no debe matarse; debieran darse leyes especiales protegiendo su vida. Por instinto y por falta de conocimiento siempre se tiene miedo a los ofidios, mas no hay que olvidar que no todos ellos son venenosos y que hay algunos útiles para el hombre tales como la ratonera y la voladora. Esta última se dedica a cazar víboras, que forman su mejor alimentación y puede asegurarse que su vida la consagra, por el motivo apuntado, a la destrucción del cascabel y de las diferentes especies de tobobas, ya que se le halla en todos los climas. Su nombre le viene de la rapidez con que anda; y, quien está acostumbrado a viajar a caballo de El Boquerón a Nagarote, a la orilla del camino de hierro20 —que en ese pedazo quedó aprisiolos partidos liberales de los otros países centroamericanos. Tuvo serios desacuerdos con los ee.uu., debidos al proyecto de construcción del canal interoceánico y a la injerencia de Zelaya en los asuntos políticos de la región. Fue derrocado en 1909 por una revolución conservadora, financiada por los ee.uu., dando lugar a la primera intervención norteamericana en Nicaragua (1910–26). 20

Ferrocarril.

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VOLADORA DESCOMUNAL

nado por los paredones de las lomas cortadas para nivelar el trayecto— puede recordar que, en más de una ocasión, una voladora viajera y de buena longitud pasó sobre su cabeza saltando de vera a vera, sin más peligro que el susto de saber que sobre de él pasó un ofidio brincando y suponiendo después, que por la rapidez de la marcha, no tuvo tiempo de ver el zanjón y no le quedó más remedio que saltar. Alcanza una corpulencia no imaginada y es notoria y exacta la existencia de una voladora en el llano La Aduana de Chayotepe, que una vez que corría sobre el zacatal de la llanería que es de clindemacho, partía el zacate como cuando una troza de ½ vara de ancho abre brecha en un pasto no ocupado todavía. Se columbró la abertura del zacate como a  metros de donde sabaneaban siete campistas y el patrón, y habiendo llamado la atención aquella abra que corría sin saberse la causa, obligó a los caballeros a observar parados y su sorpresa no tuvo límites cuando a diez pasos de ellos la enorme troza ofídica enderezó para la montaña dejando únicamente el rastro formado por el zacate aplastado por su enorme cuerpo. Ese día se convirtió a los ojos de aquellos hombres una leyenda natucha en realidad: existía en La Aduana una culebra que era como una troza. En las haciendas de la montaña de Boaco no se usan carretas por la falta de caminos propios para estos vehículos y las maderas y utensilios grandes como las canoas, etc., que se trasladan de un punto a otro, se conducen a la rastra. Por tal motivo la brecha que se veía avanzar sobre el tupido clinalmachuno causó sorpresa en los sabaneros, pues no podían atinar qué cosa la motivaba. Una vez descubierta la causa y pasada la admiración que produjo la serpiente, el mandador de campo, Abelardo Martínez, pidió autorización al patrón para llevarse tres peones y tratar de darle caza al vasto ofidio. Dada la licencia, Abelardo escogió entre la campistada a Narciso Mejía, a Juan Rocha y a Mateo Hernández; los dos

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últimos eran ajusteros que estaban haciendo un corral en el llano citado y que accidentalmente se habían unido al grupo para pedir instrucciones al dueño del predio. La voladora había dejado el llano para coger la montaña, según se dijo ya, ante la presencia de los hombres; los güelladores siguieron la majada que dejaba el animal y por fin perdieron el rastro al llegar a un crique y aunque comprobaron que remontó corriente arriba, al salir de una semi-pocita, la huella ya no seguía. Cuevearon a un lado y a otro de los paredones de la quebrada, hurgaron por todos los costados y les fue imposible al fin descubrir el echadero de la sierpe; marcaron el sitio para regresar y volvieron al empeño al amanecer del otro día. En esta nueva búsqueda, dieron con la majada que había dejado, la que los condujo a una laguna que está ubicada en el altiplano del potrero de San Fernando, en plena montaña, y que sirve de división a los encierros de El Rosario, San Salvador y San Francisco; la laguneta es un enorme fangal lleno de platanillos, bijaguas, coyanchigües y tortuguillas, entre cuya maleza se ocultó paulatinamente la última noticia, es decir, la majada que se tuvo del hermoso reptil en ese tiempo. Los sabaneros chayotepinos no olvidaban la alimaña y de vez en vez le dedicaban sus horas para ver si la hallaban. Nunca se toparon después de esa vez con ella, y sólo los jinchos llegaban de tarde en tarde a dar referencias suyas, tomadas de los majadones que dejaba en los clinales de la Aduana, cuando salía a sandunguearse la malvada, las que efectivamente, se comprobaban cuando se les iba a evidenciar. Y como si la hermosa sierpe se hubiera querido despedir del dueño del latifundio que la había conocido en el encuentro que comprobó su existencia, la tarde del día que abandonó éste Chayotepe para siempre, al cruzar el sendero que lleva para El Salto en La Aduana, ya al llegar a la Puerta de Golpe, subiendo del río para el llano, apareció la culebraza, la que al verlo de sopetón, dio vuelta en redondo rápidamente, barajustó ansiada

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ÁPTEROS MILITARES Y ESTRATEGAS

hasta el riatillo, entró a él y se ocultó haciendo un remolín enorme entre las aguas, en el seno de la poza que forma el despeñadero de El Silencio, en donde quizás viva tranquilamente todavía a pesar de los años que han pasado. El color de esta clase de ofidios es café claro y la cola bastante ahumada y en los corpulentos, café oscuro y la cauda casi negra. Es un aliado sin pactos con que el humano cuenta de manera indirecta; enemiga de sus congéneres, tiene por ello mucho parecido con el bimano, ya que el hombre es enemigo del hombre, pero es un poco más noble que éste, ya que ataca en su familia sólo a los parientes ponzoñosos, sobre todo al cascabel, cuya engullición es fácil palpar en los nutridos agüistales de las playas mateareñas. glosario Clinalmachuno. Terreno o pastizal cubierto de clindemacho. Clindemacho. Crin-de-macho; zacate alto cuyas espigas se adhieren a la crin de las cabalgaduras. Cuevear. Hurgar en agujeros u hoyos, en busca de un animal escondido; pescar introduciendo la mano entre las rocas para atrapar a los peces. Evidenciar. Verificar, confirmar, comprobar. Puerta de golpe. En las fincas ganaderas, portón de paso entre dos encierros o corrales, formado por un marco de maderas cruzadas y fijado a desnivel, de tal forma que se cierra de golpe por acción de la gravedad. Sandunguear. Mover demasiado las posaderas al andar.

Ápteros militares y estrategas A la una de la tarde del  de septiembre de , un ejército de garriadoras o guerriadoras, pues de uno y otro modo indistintamente son llamadas, amagaba la casa hacienda de El Charco, perteneciente en esa época a Buitrago Morales; la propiedad está situada a unos , metros al oriente del pueblo de Mateare

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y sobre el calpul que divide al Xolotlán del charco alagunetado que forma aquél cuando los inviernos son copiosos y del cual se deriva el nombre que la heredad ostenta. Las asaltantes aparecieron en nutrida fila de seis en fondo sobre el callejón que lleva para Managua y que desemboca en la cabeza de La Montura en plena línea férrea. Antes de entrar a los corrales y con una rapidez inaudita, bajo un talalate atutucado, con huecos y acomejenado, pero espesamente coposo, la cabeza de las milicias hizo un paro breve para mientras la avalancha hormiguil cubría el espacio que el carrujo del árbol sombreaba frescamente y tan luego fue cumplida la evolución, el ejército que en apariencia acampaba, pero que ni un instante había dejado de moverse, se bifurcó en varias columnas saliendo primero una con rumbo hacia el oriente, luego otra hacia el noreste, dos con una distancia de  metros poco más o menos entre ellas, tomaron para el norte con dirección a la casa, después una quinta se enrumbó hacia el noroeste y por último, una sexta se enfiló hacia el occidente. Desde el chiquero, el vaquero Ignacio Amador y el patrón Buitrago Morales habían observado con atención estudiosa las rápidas subdivisiones que del vasto ejército habían hecho los generales que lo capitaneaban y conjeturando por la forma en que lo dirigían, supusieron que el asalto iba encaminado hacia los aromales de El Charco y los agüistales de la costa que siempre guardan culebras, cascabeles, cuajipalos, lagartos, pendejos en bárbara abundancia adheridos a los nancigüistes, genízaros, tigüilotes y tamarindos que sombrean el lugar y otras diversas cantidades de bichos, entre ellos los desmesurados gusanazos de pochote, árbol este que de trecho en trecho sirve de poste en los alambrados del predio. Las personas citadas estaban curando unos terneros cuando las nómadas invasoras aparecieron y por este motivo descuidaron el atisbamiento del cúmulo garriadoril, pues prosiguieron en la faena que momentáneamente habían abandonado para tomar nota del desfile, curiosamente atractivo de los articula-

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dos inquietos; ya estaban dándole fin al oficio que entre manos tenían, cuando la molendera, que respondía al nombre de Celaura Vaca, salió corriendo a la lata de la finca y llamando a gritos al patrón, pues unas cuantas culebras habían subido sobre las paredes de la cocina por el lado del tamarindo, huyendo, según decía ella, quién sabe de qué animal que se las quería comer o que las perseguía. A sus voces, patrón y vaquero salieron disparados para la casa y el cuadro que a sus vistas se presentó, si no era aterrador y alarmante, era bastante sui generis, ya que tenía mucho de sugestivo y atrayente y demasiado, sumamente demasiado, de peligroso y amiedante, para el sentido práctico de aquellos que viven al corriente de la costumbre de estos animalitos de asaltar cuando les da su real gana a las casas que encuentran a su paso. Sucedía que las columnas que habían cogido para el oriente y el noroeste operando a trote largo, profundizaron lo necesario para sus fines charco adentro, hasta que se juntaron las cabezas de ambas divisiones, en la pequeña hendidura que pone en comunicación el lago con la laguneta, después de haber rebatido la hoja de ésta en busca indudablemente de ofidios, saurios y diablos de las diferentes especies de los cuales unos habían sido muertos y otros habían logrado escapar de las ponzoñas de las endemoniadas hormigas; ya juntas las combatientes en el punto dicho, enderezaron sobre el calpul arenoso para la casa, no en fila seguida, sino que en semi-círculo parejo, que arrancaba apoyado en la retaguardia que acampaba en el talalate mencionado al principio y desde allí seguía hasta la hendidura acabada de citar, desde donde volviendo grupas marchaban de frente los individuos de toda la curvatura, para arrear lo que al paso encontraron, sin que se les pudiera escapar nada por la forma en que habían operado, de tal manera que venían aventando por parejo a los transeúntes monteses que encontraban, conduciéndolos, debido a la maniobra verificada, por la fuerza a la alquería en donde sin duda alguna, habían resuelto dar la batalla terminal del día.

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Aclarando mejor, los ejércitos orientales se habían, pues, promiscuado y regresaban hacia occidente troteando parejamente en espesa línea de casi un pie de ancho por  mil metros de largo, pero embestían todas de frente, no en cinta seguida como acostumbran viajar unas tras de otras los individuos de esta especie, sino que habiendo hecho un cerco del corral al calpul, el cerco la emprendía audazmente para juntarse con el otro que habían mandado ya hacer por el lado del poniente con la quinta y sexta columna despachadas en ese rumbo. Los generales que llevaban el mando del noroeste y el occidente, no tuvieron que bregar mucho para llenar su cometido, pues operaban en terreno limpio y habiendo avanzado hasta la puerta que divide El Chiquero del general Fornos de El Charco de Buitrago Morales, bajaron rápido hacia el lago hasta cerca de un esqueleto de piragua vieja que el general citado tenía montado sobre unos burros y quebrando en la mera popa del armatoste nombrado, volvieron rectamente hacia la lata de la finca; al llegar al calpul partieron resueltamente sobre éste como quien se encamina para El Paraíso y después de haber engullido unos  metros de arena sobre tal senda, de manos a boca se toparon con los compañeros que venían de El Charco, seco en ese entonces, para la alquería; con este último movimiento estaba completado el plan, pues quedaban completamente cercados la casa y los parajes descritos. Las columnas que irrumpieron para el norte al llegar a unos jocotes guaturcos habían hecho paro y se habían extendido de tal manera, que casi la mitad de la superficie del corral estaba inundada por ellas; cuando la circunferencia descrita fue hecha, se vio un trecho de terreno en forma de franja como de  jeme de ancho, quedó limpio hasta el pie de un jocote de chichita, que en la fila de un jocotal que había, semejaba aquél como se adelantaba para la vivienda y se miró luego salir del pie de dicho palo una cabeza de columna que cernió por el senderillo despejando y que, al llegar a una puertecita de golpe que separaba el patio, cercado con piñuela cimarrona del corral, se bifurcó ya adentro

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y enderezó, una escolta para los corredores de la casa, y la otra enrumbó sobre el pilar esquinero que las llevaba en derechura al segundo piso de la habitación. Era nochandito ya cuando esto acontecía y ½ hora después la inundación era tal que patrón, sirvientes y animales domésticos tuvieron que abandonar la alquería para ponerse a salvo de la furia de semejantes militares. Se tuvo la precaución de encender las cuatro tubulares que existían y con una lámpara eléctrica de mano, se enfocaron los rincones por donde era posible que los animales ponzoñosos aparecieran huyendo de la desmedida quema. En las piezas del alto donde los perrozompopos caseros abundaban, caían éstos medio dundos, atemorizados y sin ánimo de defenderse, con una frecuencia tal, que ya no se les hacía caso. Los ratones que podían hacerlo pasaban en estampida y los que no tuvieron tiempo de correrse junto con los recién nacidos, fueron ultimados por los bárbaros conquistadores; a las culebras que llegaron en busca de albergue se les dio fin, ayudados del servicio de El Chiquero en donde la cuidadora, a la que sus nietos llamaban ñorita, despachó a éstos y a los meseros para que ayudaran a los invadidos a defenderse. Claro es que como las garriadoras libraban la batalla de noche y aunque estaba clara ésta, muchos fueron los bichos malos y buenos que se escaparon y numerosos, demasiado numerosos los que perecieron a fuerza de mordiscos de guerriadoras y de escobazos y varejonazos de los espectadores. Como a las ½ de la noche se principió a observar que una cabeza nutrida de atacantes se acercaba a un palo de acetuno que estaba en la parte occidental del patio, al pie del pozo mal hecho que en la hacienda había para casos de emergencia y todos supusieron que el ataque al gallinal iba a comenzar, pues en el árbol citado dormía, mas no sucedió así, sino que avanzó hacia el tempisque que se yergue en el corral viejo, en donde se fueron reuniendo y espesando la línea hasta tener el ancho de un metro y tal vez más, cuando tal cosa sucedió, principiaron

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a pasar a lomo de garriadoras tucos de salamanquesas, de escorpiones o lechosos como dicen los segovianos, de ratones tiernos, de bodegos, de lagartijas, de cucarachas, perrozompopos vivos que todavía luchaban con sus martirizadores, iguanitas que forcejeaban por irse y que avanzaban ½ vara dando la impresión de que ya habían logrado escapar, pero cuando menos se esperaba, iban a dar a la desmedida fila que se formó al pie del centenario tempisque. A la una de la madrugada había mermado de tal manera la invasión y tanto diantre habían sacado de las despensas, no imaginadas para los humanos, las pacientes asaltantes, que el patrón se resolvió a subir al alto en busca de un galón de aceite negro para formar con un hisopo de blanquear, una ancha faja en el entapizado para ver si las hormigas no se aventuraban por ella y podían hacer un claro para descansar tranquilos. Una vez arriba, vació en una palangana el aceite y a la pieza que da al tamarindo, le hizo un zócalo negro con el lodo petrolífero, dejó una brecha por donde con una escoba sacó todo el resto de militares y animales que se encontraban en el cuarto y cuando lo cercó por completo, llamó a la Celaura y a los demás servidores para que pudieran ir a respirar sin miedo a los piquetazos de los terribles judas. El aceite fue una muralla invulnerable que resultó peligrosa para los atacantes, ya que perecieron muchos combatientes al querer aventurarse sobre la trinchera y dio seguro asilo a los ciudadanos desvelados por los incansables guerreros. A las  se pudo principiar el ordeño en la lechería y como todos se sentían agitados, el sueño por tal motivo no les hacía compañía y entonces fueron a ver la deslechada del ganado; cuando llegaron al corredor, traían las hormigas el más pesado y largo botín que se contempló en la noche: venían dándole muerte a una boa de  cuartas de largo, la cual traía pegados tantos bichos, que apenas se notaba que era culebra por las ondulaciones que hacía cuando la obligaban a caminar; de allí los espectantes sacaron la suposición, de que los inteligentes

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animalitos no matan de viaje a sus víctimas, para que ellas mismas les ayuden a conducirse al sitio que de antemano les tienen destinado. A la mañana siguiente, una que otra tardía y desorientada garriadora, viajaba sobre el tejado o andaba por los corredores o patios, el resto del ejército había cogido chiquero adentro en rumbo al parecer para El Rejego o para quién sabe qué guarida bien guardada que tenían en los chanales y floresamarillales de los contornos mateareños. Tempraneramente se revisaron los rincones de la casa, se le dio una samanguanteada general a las viviendas y después de una requisa minuciosa, se llegó a la conclusión de que habían arrasado con toda la diversa fauna que públicamente o a escondidas poblaba la alquería, pues hasta una casa de bocaporabajo que había en el alero de la cocina y otra de hogadoras en el limatón de un corredor no estaban en los sitios en que se alzaban, es decir, habían corrido San Juan en el fragor del asalto. Años atrás del suceso narrado, Buitrago Morales había visto varios ataques de garriadoras en Chayotepe, a diferentes ranchos de indígenas y desde esa época, dedujo que esta clase de hormigas son pueblos nómadas, pues no hacen viviendas fijas. Para llegar a tal conclusión tomó por base que los breves sitios de ubicación en que las localizó, fueron siempre en enormes cepones en desintegración, en donde se les miraba uno o dos meses seguidos y de allí, después desaparecían como por encanto. Una vez, en una desmedida ceiba que el alisio tremebundo doblegara a su paso, se encontró con una descomunal población de tales seres y viendo que enero había entrado halagadoramente seco, se dijo para su capote: “en marzo haré una fritanga de estos demonios con sólo pegarle fuego a este vástago podrido.” Casi todos los días pasaba dándole sus vistaditas al poblado y para convencerse que allí estaban, tenía que observar mucho, pues para no descubrirse, los tales articulados apenas salen uno que otro a revisar las orillas del albergue, dar vueltas cercanas

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para llenar menesteres indispensables y también, es indudable, que para avizorar y vigilar los alrededores. Pues bien, una mañana en que marzo lucía sus colores sofocantes, se presentó el fundero para coronar su propósito y su asombro no tuvo límites cuando vio que la ciudad hormiguil estaba abandonada. Parece que se detienen únicamente para reproducirse y cuando tal acontecimiento ha sido llenado por completo, prosiguen en su eterna andarieguía. Cuando cambian de poblado es que acontecen los ataques, pues necesitan llevar alimento suficiente al nuevo sitio escogido. Son tan inteligentes estos animálculos para sus luchas, son tan constantes en sus resoluciones, cuando preparan un ataque, gastan tal estrategia para verificar los combates que emprenden, que la mente humana se pasma ante la maravilla de sus operaciones y no halla qué conclusión sacar del prodigio de sus movimientos guerriles; es tal la cosa, que más bien parecen seres humanos que piensan, que animales de tan baja especie los que dirigen las acciones. Cuando en  las fuerzas estadounidenses intervinieron para poner fin a la revolución en Nicaragua, decía de ellas don Andrés Roa a Buitrago Morales, aludiendo a la bravura y fiereza de los articulados del cuento: —Es tal la cantidad de yanques que han llegado, amigó, que me estoy temiendo, que casi ya me lo he tragado, que esos machos del diablo ¡ni con garriadoras los vamos a poder sacar después! La muerte no permitió al señor Roa tener el consuelo de ver desocupado el territorio patrio por las fuerzas extranjeras y menos de haber tenido el gusto de saborear el resultado prodigioso y sabiamente hermanable, de la política del Buen Vecino que puso en práctica Roosevelt,21 para barrer con las fronteras, concluir con los resquemores, terminar con los odios ancestra21

Franklin Delano Roosevelt (1882–1945), 32º presidente de los ee.uu (1933–45).

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les de razas y sepultar en el pasado definitivamente los remoquetes internacionales con que se insultaban ayer los hispanoamericanos y sajones, los muy conocidos apodos de mantecosos y pata al suelo, dichos por los del norte y la de machos, yanques y bárbaros, prodigados por los del sur. glosario Acetuno, aceituno. Árbol de madera blanca, Simarouba glauca; sus frutos tienen la forma de las aceitunas y su madera se utiliza en la fabricación de muebles. También se le llama talchocote. Amiedante. Atemorizante. Aromal. Sitio donde abundan las acacias o cachitos de aromo. Atutucado. En tucos, en trozos. Bocaparabajo. Colmena de avispas que cuelga de soleras y techos. Burros. Madero sostenido por cuatro patas formado ángulos en cada extremo; sirve para ahorcajar una montura; dos de ellos sirven para sostener en posición horizontal una tabla o puerta mientras se le trabaja. Calpul. Montículo funerario aborigen; loma o colina pequeña; pequeña elevación en un terreno. Coger. Dirigirse, enrumbarse. Cuidador. Vigilante; encargado; administrador. Chanal. Sitio cubierto con la olorosa hierba de chan. Decirse para su capote. Decirse para sus adentros. De viaje. De manera directa o definitiva; de lleno; completo; a todo gas. Diantre. Interjección equivalente a ¡diablos! o ¡demonios! Dundo. Tonto. Floresamarillal. Lugar donde abundan las flores amarillas. Fritanga. Dícese de cualquier comida frita; por extensión: quemazón. Fundero. Dueño de un fundo o propiedad. Garriadora, guerriadora. Hormiga del género Eciton. Forman grandes columnas que capturan nidos de insectos y animales pequeños. Sus andanzas fueron inicialmente descritas por Thomas Belt en su libro The Naturalist in Nicaragua, en 1874. Gusanazos de pochote. Gusanos de color café y de gran tamaño, Bombacopsis quinata, se apiñan en las hojas de los árboles de pochote. Jocote guaturco, jocote de chichita. El jocote es un árbol típico del trópico seco, Spondias mombin; el aquí referido es una variedad cuya fruta, de buen tamaño, es muy apetecida para la elaboración del curbasá. Hogadora. Especie de avispa cuya picadura es muy dolorosa. Macho. Mula. Apodo que se le dio a los marines norteamericanos que intervi-

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nieron en Nicaragua entre 1912–25 y 1927–33, debido a que usaban mulas, en vez de caballos, para adentrarse a las entonces húmedas y enmarañadas montañas del norte del país. Nancigüiste. Árbol frondoso de lugares secos, Zizyphus guatemalensis. Nochandito. Entrando la noche; al anochecer. Palangana. Recipiente ancho y de fondo plano, hecho de loza o porcelana; sirve para lavarse las manos; por lo general es acompañada por un pichel del mismo material. Pendeja(o). Cierto tipo de arañas, de patas largas y delgadas. Perrozompopo. Pequeño reptil del género Geckonidas, Lepidodactylus lugubris, semejante a la lagartija; habita tanto en el campo como en las viviendas, trepando por paredes y cielos rasos en busca de insectos; contrario a la creencia popular, limpian de mosquitos, arañas y otros insectos los resquicios de las casas. Piñuela. Bromelia de hojas firmes y gruesas, con bordes espinosos; usada en cercas vivas. Salamanquesa. Salamandra; perrozompopo; gecko. Samanguantear. Lavarse o bañarse a medias; no del todo limpio. Tempisque. Árbol de la región seca y central del país, Mastichodendron capiri, su madera es dura y sus hojas son excelente alimento para el ganado. Tigüiilote. Arbusto de frutilla semitransparente y sabor pegajoso, Cordia dentata.

El final de una momia La Naturaleza, más que los hombres, gasta con frecuencia y aún se exagera en el derroche, gran cantidad de excentricidades, de tal manera que el espíritu observador peregrina de sorpresa en sorpresa y recoge en la cámara de la mente, en el continuo desfilar del tiempo, tal cantidad de negativas, que se convierte en un museo de rarezas, listas para ser reveladas tan luego el pensamiento y la voluntad lo disponen. Un árbol seco no pasa nunca de ser una ruina vegetal, en esperas del huracán o del invierno que lo han de regresar a la tierra a cumplir la misión del abono y del renuevo; pero un árbol difunto que no permite a la carcoma hacer su agosto, ni al chobote minarle la raíz que le prodigó de continuo el alimento

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necesario, ni a los quinquenios demoledores con sus otoños inherentes, consentirles que lo desintegren, es algo más que anormal y curioso, es algo que salta como para ser la excepción en ese dilatado mundo de las selvas. Una tormenta es siempre una tormenta, es un fenómeno que una vez que fue descubierta la mano invisible del fluido que la mueve, no presenta más particularidad que la de alterar los nervios de los individuos sobre cuyas cabezas se desata, pero una tormenta que dura casi  horas consecutivas y se circunscribe a un perímetro de  manzanas poco más o menos, es un diluvio de rayos y centellas que constituye una rareza desquiciante, que culmina en la excepción en ese inconmensurable universo de la electricidad. Pues de una ruina vegetal casi septuagenaria y de una cólera celeste sin ejemplo, se va a reseñar el tránsito; y cese ya este preámbulo. Se erguía en la montaña de San Diego, en Chayotepe, el gigantesco esqueleto —alma en pena en pleno día— de un difunto cóbano que la mano de Cronos había limpiado y emblanquecido tan nítidamente, que su albura, contrastando con la perenne verdura de la intrincada selva, hacía un desmesurado blanco, que la vista acertaba, tan luego se disparaba la mirada hacia el oriente, desde los amplios corredores de la casona de la hacienda. Ésta se halla situada en una altura dominante y desde allí se columbraba el majestuoso cadáver que por más de ½ centuria, calculando a base de la memoria indígena, fue la atención de los visitantes de la propiedad y, caso curioso, también de los tranquilos moradores de ella. Cada año que pasaba, parecía que antes de alejarse, había puesto en práctica la peregrina idea de darle una hisopeada con óxido de zinc, avivando así —a medida que el tiempo transcurríaó— la impecable blancura de la osamenta, que al abrir sus ramas, desquebrajadas por la barajustada de los huracanes desbocados, fraguaba cruces, que en el lenguaje de las cosas misteriosas parecían musitar eterno ruego por los otros compañeros

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que en época distante habían sido sus cofrades de frondaje. Cuando San Diego pasó a manos de Rigoberto Cabezas,22 ya el gigante exhibía su quietismo de difunto y estaba desnudo de la corteza que amparare su cuerpo en la época distante en que la savia a raudales corriera por su vástago; después, cuando don Mariano Buitrago agregó San Diego a Chayotepe, se esforzó en conservar aquella hermosa momia vegetal, que en horas de palique y de sosiego, había servido de tema a Rigoberto quien se la recomendó a Buitrago y lo que consiguió éste, con sólo llevar el descuaje de la montaña, a una distancia prudencial del coloso, para que el fuego de las limpias veraneras respetare siempre sus despojos admirables. La muerte derribó a Cabezas, terminó con Buitrago, con la viuda de éste y con otros muchos que rodaron al filo de la descuajadora temida y el mediosiglero fantasma, que el enorme paste del tiempo, le fregaba el musgo que los vendavales le plantaban, se erguía todavía como interrogando desde ultratumba a una vida que él ya no vivía, el  de octubre de . Por la tarde del día de esta fecha, si es fiel el archivo que guarda las cosas vividas e inolvidables, se desató en Chayotepe una sui generis tormenta, a cuya tardanza no se le halló paralelo en la evocación de quienes la presenciaron, y se localizó en un perímetro de unas  manzanas, cuyo centro lo formaba el cóbano del cuento y se puede asegurar sin temor de que se exagere, de que a cada  minutos caía, por lo menos, una descomunal descarga que hacía añicos implacablemente a un miembro de la arboleda que la circundaba. Desde la casa hacienda, el espectáculo tremendo y aterrador era angustioso y espeluznante, magnífico y bello, lleno de insa22

Rigoberto Cabezas (*Cartago 1860, †Masaya 1916); periodista y general. Fundó el Diario de Nicaragua en 1884, junto con Anselmo H. Rivas y fue expulsado del país ese mismo año por sus duras críticas al presidente Adán Cárdenas. De regreso en Nicaragua, participó en la revolución liberal contra el gobierno de Roberto Sacasa. Fue nombrado Inspector de Armas de la Costa Atlántica por el presidente José Santos Zelaya, bajo cuyas órdenes emitió el Decreto de Reincorporación de La Mosquitia. Esto y su ocupación militar de la plaza de Bluefields llevó a que Gran Bretaña aceptara que el antiguo protectorado inglés quedara definitivamente bajo la soberanía de Nicaragua.

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nia y rabia; los latigazos de fuego cruzaban de sur a norte la región que enmarca la cresta de la suave pendiente de la colina de San Diego y con precisión admirable daban sobre los carrujos de los árboles centenarios, tronchando, desguavilando a veces, como quien tuquea y raja varejones de guásimos, las copas y los vástagos de los Atlantes silvestres; el tableteo sobrecogedor de las centellas llenaban el espíritu de pánico y los mozos y las mozas, los enrejadores y los aventadores, los campistas y capataces, los vaqueros y mandadores y el patrón que pugnaba por sofrenar los nervios que operaban como quintacolumnistas, todos con el alma en vilo y la plegaria en los labios, miraban aquella derriba tremenda, aquel desmoche colosal, aquella danteada de la tormenta a la moheda envueltos en estupor, ahítos de espanto y rodeados de un silencio completo, interrumpido apenas por el chasquido del rayo y el bólido de los zigzagces de los dantazos del fluido de cada una de las descargas. No hay cosa que despierte más pronto a la realidad, que el sentido de la comprensión cuando éste no se pierde y la observación demuestra, que el peligro, aunque próximo, no se presenta inminente; el propietario compenetrado por la mirada de que el ciclópeo mecateo se presentaba localizado en el perímetro descrito, principió a dialogar sobre la furia fluídica desatada sobre la pequeña circunscripción; su mente revoloteó alrededor de Franklin que hizo en el pararrayo, una prisión a la descarga del fluido y olvidándose del físico norteamericano, señaló a Abelardo Martínez el hueco que la selva presentaba después de una media tarde de hachazos, mandobles y cumazos eléctricos y la serenidad, que tiene el don de trasmitirse y de ahuyentar al miedo tan pronto se halla alguno que la comunique, permitió a los otros espectadores contemplar la oquedad que iba forjando la hidrofobia centáurica a fuerza de empecinarse en fustigar tan reducido diámetro. Poco a poco la servidumbre que se había apuñuscado, principió a diseminarse por los corredores, los relámpagos iban disminuyendo, la noche se dedicó a poner en acecho la felinidad de

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sus tinieblas duplicadas por la suciedad que da el vendaval al cielo, la tormenta prosiguió debilitándose, y se volvieron raros los rudos ronjonazos; miró el patrón hacia el lugar del siniestro que apenas indecisamente podía precisarse por la blancura ya desfalleciente del esqueleto del cóbano, pues con la oscuridad, los colores iban desapareciendo y lentamente volvió la vista al espacio y se adentró al aposento a elevar una plegaria a Dios ante un querido y dulce Crucifijo que acompañaba su soledad y cuya bondad bienhechora suavizaba el horror de aquellas horas; bondad Divina del Nazareno que no pierde la esperanza de que a su conjuro, la humanidad mejore y el hombre no siga siendo por más tiempo el enemigo del hombre. No habría pasado ¼ de hora de haberse efectuado el desbande de los habitantes de la alquería, cuando un centellazo tremendo, bravuconada de fluido cuyo estruendo carbonizó en cada microcosmo ciudadano la sangre fría acumulada hacía poco, los obligó a reunirse en el mismo sitio de la casa con un azoramiento y desasosiego tales, que la palabra, como si fuese la delación personificada, fue abolida absolutamente de aquel rodeo humano; luego sangró la tiniebla luz, al ser partida en dos enormes tajos imperfectos, por la estocada kilométrica que le descargó a fondo una corriente ciclópea, vacilaron las pupilas al destello inesperado, tabletearon los cielos como si un millón de centauros se hubieran puesto a dar coces en el vasto bombo del espacio y el estruendo lejano de un ramaje que rodaba, probó que otra copa desquebrajada, buscaba acomodo en la tierra; transcurrieron varios minutos, cesó la lluvia como por encanto, parecía que el arcano y la montaña habían hecho la paz, rompiendo la tiniebla la quietud ya se abría paso, cuando otro relámpago cruzó verticalmente de la nube a la selva y se descargó pulverizándolo, sobre el fantasma del cóbano milenario, fallecido desde hacía quien sabe cuántos años; se oyó el seco rebote y se precisó bien claro el desmoronamiento de la momia; dejó la impresión aquel zigzag de una cinta meteórica de un cinema al natural, raro y fugaz, que tuvo por pantalla el telón color de tal-

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chocote de la noche; después, todo entró en calma, dejó de chasquear el látigo de la tormenta, al desenvolverse enfurecido, por la mano rarísima del fluido que lo enarbolaba y los asustados moradores de Chayotepe, se fueron a sus camastros a buscar en el sueño la tranquilidad, que aquel infierno de batalla inaudita les había arrebatado. A la mañana siguiente, la neblina, vaho de la montaña, como queriendo ocultar a las miradas o suavizar al bosque el vapuleo desastroso de la víspera, cubría el lugar de la hecatombe como un ungüento raro que algún Atlas piadoso hubiese colocado sobre la cercenada y no fue sino hasta como a las , que fue elevándose poco a poco y lentamente, con esa lentitud desesperante que gasta la respiración, para volver a su lugar la bazofia de un individuo operado del vientre, que fue dejando al descubierto el bárbaro descuartizamiento que la cordillera había sufrido; del curioso, bello y elegante esqueleto, no quedaba rastro visible en el horizonte, hecho astillas iba a terminar en breve su desintegración, cumpliendo al fin, después de tanto resistir, con el mandato Divino de abonar el humus y sólo por la oquedad que el desmoche salvaje de carrujos había producido en la moheda de la falda, es que podía precisarse el lugar exacto en que la osamenta del cóbano difunto descansaba dispersa. El ladino, si es observador, tropieza siempre en la montaña con un curioso misterio jamás explicado y que deja turulato al que lo palpa, cuando comprueba cómo el indio se da cuenta de todo lo que sucede a larga distancia, a pesar de lo aislado de su rancho y de lo difícil de las vías de comunicación, pocas horas después de acontecido un hecho; son raras las covachas vecinas y cuando éstas se miran, es que pertenecen a miembros de una misma familia, las más cercanas tienen una separación de mil varas; sin embargo, el jincho conoce lo acontecido con una rapidez igual a la que gasta la verificación del acontecimiento; no han salido los chingos a reclutar de la ronda del pueblo, cuando el extraño inalámbrico ha funcionado y se ha puesto la mayoría de ellos a buen recaudo; no ha pelado los ajos ñor o ñora tales

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y ya el fuerano sabe que está de viaje o se ha ido; que zutano de tal llegó a Boaco, pues cunde la noticia tan rápida como si viviesen todos en la ciudad y así por el estilo; Narciso Mejía exclamaba cuando se hablaba de esta curiosidad natucha “es que tienen mosca,” es decir, que son como los zopilotes, “que dónde ha de estar el mortorio que los chepes no lo sepan,” y Justo Buitrago opinaba sobre este asunto “que la voladora les sirve de Gaceta.” La verdad es que aunque no se le halle explicación al caso, el fenómeno es real. Bien, dicho lo anterior, se puede asegurar que no fue sorpresivo para los de Chayotepe que a las   la casa estuviera inundada de colonos y jinchos de todas partes, hasta de las fincadas de la lejana Vagua, cabe decir, a  leguas, sólo por inquirir sobre la tormenta del día anterior que había ocasionado el admirable desmonte que San Diego presentaba; todos comentaban la centellada de la tarde pasada y lamentaban el descuartizamiento del mediosiglero esqueleto desaparecido entre el pajonal de la palamenta derribada, aunque hablando con claridad, este desaparecido del comentario, era un desaparecido de la vida desde hacía casi ¾ de centuria y lo que realmente sucedía con él, era que era un aparecido que se pavoneaba sobre la vida, a pesar de su muerte acaecida en una época que, en el momento de su desaparición total, tenía todos los caracteres de remota. Por uno o dos meses fue el plato diario de la jinchería y aún de la ladinería montañera, la tormenta añicadora de la pasada, y en realidad de verdad que merecía la pena, y era más que justo ante el juicio de los que presenciaron el suceso, el comentario incansable de los labriegos sobre aquel acontecimiento, no visto anteriormente ni vuelto a contemplar en seguida, por ninguno de los circunstantes; son, como decía el doctor Ignacio Suárez, rarezas que una vez nada más en la vida se contemplan y pasan a nuestro lado. Hay que ponerse a meditar detenidamente y pensar compenetrándose de la dimensión, lo que son  manzanas poco más o menos de montaña, descapada, derribada, o aclarando para

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precisar mejor, tronchada, doblada como cuando el huracán con delirio de ruina, lanza a los maizales a besar la tierra y deja a las gramíneas cangrejeantes, quebradas y acolchonadas, con la misma facilidad que gasta el remolino para dispersar el gato del gatillo y de los ceibos y para que se compenetre más exactamente la magnitud de aquel derribamiento, cabe agregar que cuando a enero le tocó su turno de verdor sobre la tierra, los que visitaron Chayotepe en esa verduría, preguntaban al dueño de la hacienda, que por qué había mandado hacer tan anticipadamente el desmonte de la milpa futura, pues el claro maduro que presentaba la oquedad del siniestro era tal, que vista de la alquería, daba la impresión de que la derriba había sido hecha de exprofeso. Los soles de marzo achicharraron la descomunal chapoda por entero, los alisios desguindaron los carrujos, que asidos de la corteza, se columpiaban en los vástagos sin vida, los troncones camagües semejaban en la lejanía, curiosos obeliscos plantados en un desorden atrayente que cautivaba la atención; aquel desguavilamiento reseco, aquella tierra soleada, dejó de llamar la atención como sementera hecha adrede y con la llegada del invierno en junio, se presentó el fenómeno de que los cepones no retoñaron, y hasta los que salvaron ciertas gambas no dieron señales de vida; ni el chinaste, ni los bejucos, ni las hierbas aparecieron en aquel sitio; el terreno al parecer se había vuelto híbrido. Los natuchos, que son supersticiosos y de una imaginación sorprendente, echaron a rodar la especie, después de que los vendavales ensuciaron la palamenta desmochada y había tomado éste ese color mugriento que da la desintegración a los vegetales muertos, de que el cadáver cobánico semi-septuagenario, en los atardeceres y en las noches de luna montañeras, que son como penumbras acechantes, llenas de una rara toriondez canicular, exhibía su figura de esqueleto gallardo cuya blancura inmaculada, se precisaba clara, pero que al poco de observarse se desvanecía y no quedaba más que un humito raro que como

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una neblina misteriosa en lugar de elevarse, se embutía en el suelo y la especie rodó y rodó como todas las cosas indígenas y quizás aún ruede todavía. El dueño en aquel entonces de la heredad, abandonó Chayotepe en mayo de  y, cuando partió, la oquedad todavía se precisaba no ya como en el invierno de  yerma y sin vida, sino completamente reverdecida por las miles trepadoras silvestres que construyendo pajonales sobre la leñazón ocultaban los despojos del bárbaro descuaje, la hibridez de la tierra había terminado, ya que la vegetación lo comprobaba; pero a pesar de la exuberancia y el frescor, con que el paraje vapuleado se revestía, claramente se precisaba aún desde la casona de la hacienda, el vasto huraco que los centauros chiveadores ocasionaron al bosque con sólo un rato de retozo infernal. glosario Albura. Blancura. Apuñuscado. Formando un puñado o grupo muy compacto. Camagüe. Entre verde y seco. Cumazo. Machetazo o golpe dado con la cuma, o machete de punta curva. Chingo. Animal que ha perdido la cola. Se aplicaba este término, en tono de burla, a los soldados encargados de reclutar campesinos a la fuerza. Chobote. Gusano que destruye las sementeras. Dantazo, danteada. Golpe fuerte; topetón; azote; descarga. Desmoche. Desmonte; tala; recorte. Enrejador. Peón que amarra el ternero a la pata de la vaca previo al ordeño. Gambas. Raíces gruesas y aéreas que sirven de faldón o contrafuerte de algunos árboles altos; rama sobresaliente. Guásimo. Árbol de mediano porte de la familia de las sterculiáceas, nativo de América tropical, Guazuma ulmifolia. Hisopear. Esparcir agua con un hisopo. Mecatazo. Azote; golpe. Mecatear, mecateo. Trabajo duro; lucha continua; esfuerzo intenso y prolongado. Palamenta. Arboleda; bosque grande. Paste. Áspera fibra vegetal que se usa para exfoliar la piel. Ronjonazo. Golpe ruidoso. Talchocote. Árbol de acetuno.

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Tuquear. Cortar en tucos o pequeños pedazos.

Hijueputazos bravucones No se puede dudar que el güis, que lleva alegría a los agüizoteros cuando sobre los caballetes desgrana la reducida escala de sus sones, es una avecilla sumamente interesante porque por su audacia abarca en la extensión cabal de la palabra para simbolizarla dignamente la expresión adágica que dice: “jugar el todo por el todo,” lo mismo que la otra: “el que no se expone no cruza el mar;” su despampanante temeridad para atacar al gavilán es una prueba precisa de lo aseverado. Porque le sobra arrojo, carece de prevención, sobre todo cuando arremete a los tetrácteros ponzoñosos para alimentarse; por este motivo, a veces paga con la vida el intento de nutrirse con abejones; claro es que no siempre lleva la de perder. Su decisión para atacar a las rapaces y su confianza, quizás por juzgarlos débiles, cuando caza anélidos peligrosos, influyeron hace ya algunos años para que un hombre testarudo y rústico por los cuatro costados, cambiara la aferración que le había producido un rencor hogareño, por un raciocinio lógico, inesperado en los bípedos de su especie. Para conocer el milagro operado por el chiquirringo volador en el campista mataporjuramento hay que leer hasta el final lo que en seguida principia: Algunos deben recordar, en Boaco, a la María López, que siempre, en sus buenos años, se dedicó a servir en las haciendas del departamento a que da nombre la ciudad citada, quizás subsista todavía y si vive, según el recuerdo apunta, debe de estar llegando a los  años. Estuvo en Chayotepe de molendera desde  al año  y en ese período de tiempo fue amante oficial de Narciso Mejía; era una natucha vivaracha, de cara regular, de índole suave y prolija

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para prodigarse a todo aquél que placía en requebrarla. Narciso sabía que no era virtuosa, pero padecía él de esa rara enfermedad que mina al  % de los hombres y que es la obstinación por amar a quien traiciona en cuanto se da la vuelta; dolencia extraña y común, que frecuentemente conduce a desaguisados peligrosos y que entre montañeses termina siempre a machetazo limpio, cuando no es con el fogonazo alevoso que emerge con cobardía del apañante matón que sirve de escondrijo en la vereda. En , tuvo la ocurrencia el indio Faustino Amador de prenderse de la muchacha López y habiéndose presentado la oportunidad de robársela por un viaje que el amante de ella echó a Masaya, aquél no desperdició tiempo e hizo propuesta a la chipunga de que huyeran y un día de tantos desapareció la María, habiendo emigrado voluntariamente al rancho del tentador. Pasadas dos semanas del acontecimiento, Mejía tornó a San Fernando y, en la amplitud de los corredores, la pindonga queridísima no desembocó a recibirlo, inquirió luego, le historiaron la partida, hizo que comía sin hacerlo, preparó la chachagua cuape, llenó la chuspa de cúcala de municiones, se arremangó la cotona y cogió el camino del chagüite en rumbo directo a la vivienda del raptor. Como buen natucho listo, Faustino avizoraba bajo los naranjales de su tienda al ver la figura erguida y altanera del rival con el fusil preparado para desborrumbarlo, se abrió en estampida sobre el desguindadero y dejó a merced del invasor la covacha, mujer y perros que valían —según él refirió en seguida— cien veces menos que su vida y que su cuerpo. El triunfador lió los peleros de la mujer deseada, le pegó un par de baquetazos, entre un mar de sollozos, más llenos de terror que de arrepentimiento, brotaron las explicaciones de la infiel, la obligó a cargar con el motete protegido con la chistocita de la traviesa molendera, vociferó estridente, pronunció cien juramentos, doscientos jotazos, mil hijueputazos, por fin cansado arrió a la indina y entre atorozonado y alegre, abandonó la casu-

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cha, maldiciendo al natucho que violó su posesión porque él había estado ausente. Después todo quedó en paz; mas en el interior de Narciso nació el cornizuelo del rencor que echó hondas raíces en su corazón, de vez en vez los corocitos amarillos de las flores del árbol reventaban tan luego de Faustino se hablaba, exhalando el mal olor de un despecho sofrenado por la falta de ocasión de medir con su cutacha el cuerpo del contrabandista. Así las cosas, el patrón, que estimaba a los dos hombres especialmente a Mejía, que era el vaquero, pugnaba por cortar de tajo la planta que la traviesa aventura había obligado a emerger en el pecho del ofendido. Los dos no eran chiches ni cotos, pero Amador, siendo nervioso y algo más joven, evitaba encontrarse con el otro; en tal estado las cosas y temiendo el hacendado una guarapeteada imprevista por algún santo no acordado por él y festejado por los indígenas, trasladó a Mejía a La Trinidad, ascendido a mandador. Éste salía con el propietario constantemente y en las vaqueaderas por los campos, abordaban la pureza de la María pieperro; tales pláticas llevaron al dueño a la conclusión de que cuando Narciso encontrara al tenorio, trataría de ultimarlo por los medios que las circunstancias le prestaren. Por más que los consejos se desgranaban elocuentes y sinceros de los labios del finquero y ejemplo tras ejemplo le presentaba al enrabiado, el ex-vaquero rompía la charla diciendo que había jurado matarlo y que lo cumpliría y concluía sentenciosamente: —Cada pájaro tiene su gavilán, patroncito, y de ese jincho condenado, yo habré de ser su querque. Un día de tantos, yendo propietario y criado juntos, pasaron cerca de un guásimo de donde se alzó un grupo de güises chilladores que audazmente se abalanzó sobre un rapaz picoteándolo. —Ya, ves, dijo el superior a su empleado, esa huida te demuestra que el gavilán tiene también su güis y el tuyo puede serlo

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cualquier día el apupujado de Faustino. —Vaya patrón, dijo el campista, los güises dominan siempre al guascaú, pero en pandilla, y yo no soy tan chocho que busque camorra estando el tuno en manada. —Hay mucho de real en lo que afirmas, mas tú que siempre has sido observador debes recordar, porque sé que lo has visto, que no hay gavilán que asalte a un güis por más solitario que éste se halle, adujo el jefe. —Sé que es cierto lo que dice, pero el mensajero, como lo llaman algunos, lo ataca sólo en recua; mas debo confesar que cuando está con polluelos, el macho y la hembra solos, los defienden, aunque… no concluyó la frase, porque el patrón la terminó así: —Aunque si sólo uno se halla cuando el salteador llega, éste lo ataca íngrimo y lo pone en polvorosa. —Positivo, asintió el mandador —y agregó, vuelta la vista a las aves— y algún secreto guarda este mirringo cuando es el que se encarga de avisar las alegrías, aunque a los guaces sólo les lleve malas. El sirviente se amoscó un poco después de confesar la valentía del puntero de las dichas y el silencio parcamente tomó posesión de los caballeros. Y francamente hablando, es curioso mirar que esas débiles avecillas pongan en plena derrota a los asesinos del aire y la observación se hace compleja cuando se logra ver salir huyendo hasta tres gavilanes juntos, cotoneados por sus audaces perseguidores los agoreros citados. Las avecitas estas son un verdadero símbolo del valor, su intrepidez entusiasma al atisbador preparado y ponen al descubierto el dicho aquel que sostiene “que no hay enemigo chico,” y es tan cierto este adagio, que véase lo que sigue: Dos días después de la victoria güisil, arriba narrada, iban los mismos remidiendo una ronda que un ajustero había terminado; como a la mitad de ella salió de un palo seco un abejón que el alisio furioso arrojó a un madero que se erguía en el cer-

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HIJUEPUTAZOS BRAVUCONES

co, de esta mata emergió un güis a darle caza al articulado, se les vio caer al suelo y al pájaro picotearlo sobre el terreno; en tal oficio se le pudo haber gritado al glotón: “no lo mates en el suelo,” y sin embargo no era tan chiche la cosa como a la vista parecía. Siguieron los medidores su tarea y cuando regresaban concluida la faena, se sorprendieron de ver tilinte sobre el limpio, al volátil del cuentecillo. El ajustero que hacía compañía a los medidores dijo al punto: —Se trasquilaron y con ésta es la tercera vez que veo que un abejón se lleva a la tumba a su matador y cosa rara, los otros dos, también eran güisitos. Lo tomó el hacendado de la patita y principió a examinarlo, tenía el pico completamente en pampa, en el güergüero atravesado el abejorro con la ponzoña enclavada al lado derecho del galillo y ninguna otra señal; luego lentamente extrajo el bicho del conducto y cuando lo tuvo en la mano dijo a Mejía: —También el güis tiene su abejón. El mandador, impresionado por aquel cuadro que era una moraleja objetiva, contestó en el acto: —Es auténtico patroncito, no hay enemigo chico y pensar que yo seguí midiendo con la idea de que el pajarito se había comido al pobre demonio y da por resultado ahora que cazador y presa se mataron; quién creyera, quién podría suponer tal cosa, fue por lana y salió trasquilado el zanganito, qué Judas, se trasquilaron, como dijo Eduviges. Se silenció el hombre y prosiguieron el regreso. Cuando entraron al corredor de la finca, Narciso dijo al señor: —Le prometo no volverme a acordar de Faustino, su guatucero avienta plomo como mi chachagua municiones y en un pleito me puede pasar lo que le sucedió a este diablito que traemos; así es que ya lo sabe, no pensaré más en ese berrejo. Y efectivamente, Mejía olvidó la quincena de contrabando de su consorte, se tornó medio filósofo y cuando observaba que alguno intentaba contrabandearle su predio humano, amonestaba a la india, le zampaba sus dantazos, expectoraba un melen-

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cazo, se retorcía el bigote, áspero como barba de chompipe, lanzaba unos diez hijueputazos, daba con la cutacha sobre las tablas, y si más tarde sabía que se lo habían zumbado cuando andaba sabaneando, se consolaba diciendo: —Es que las molenderas envideyan a la María y para reírse de ella me meten cuentos para que la danteye; eso es todo, eso… y… eso… eso es todo… y me cuenteyan para que la barzoneye a la pobrecita… Y se alejaba con el hacha al hombro, rumbo al segundo corral de la casa de la propiedad a picar el vástago de un enorme níspero que un huracán había tirado al suelo y de cuya madera sacaba la leña con que hacía el fuego para la humalera que el chimbo necesitaba. glosario Abejón. Abejorro. Agüizote. Espíritu; espanto. Agüizotero. Supersticioso; pronosticador; hechicero. Apupujado. Hinchado; abotagado. Atorozonado. Emocionado; sin habla o sin respiración. Aventar. Disparar; empujar; orientar; enrumbar. Baquetazo. Fajazo propinado con cuero de baqueta. Barzonear. Azotar con coyundas de cuero. Berrejo. Pálido; descolorido; asustado; sin expresión en el rostro. Corocito. Diminutivo de corozo. Cuentear. Chismear. Cúcala. Nombre que se aplica a las tres especies de perezoso: el de dos garfios, el de tres y la ceibita de pelo dorado y sedoso. Sus pieles eran utilizadas por los campesinos para elaborar salbeques, bolsos dobles que se llevan a lomo del caballo. Chachagua. Escopeta. Chachagua cuape. Escopeta de dos cañones. Chiche. Lerdo, lento, torpe; fácil. Chimbo. Jícara; guacal; recipiente; enrejado suspendido sobre un fuego para ahumar quesos u otros alimentos; estructura donde se ahuman los quesos. Chipunga. Mujer de baja estatura; patanga. Chiquirringo, chimirringo, mirringo. Muy pequeño. Chistocita. Cobija vieja y rala.

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Chocho. Tonto, bobo, lerdo, lento. Chuspa. Bolsa de cuero para guardar cartuchos de municiones. Dantear. Ver dantazo. Desborrumbar. Derribar, colapsar; caer desde una altura; precipitarse. Envideyan. Envidian. Guarapeteada. Bebedera o borrachera con guarapo. Guascaú. Halcón reidor, halcón serpentario o guás cagón. Güis. Avecilla de colores amarillo y café, muy común y arrojada, Pitangus sulphuratus. Humalera. Humareda. Hijueputazos. Interjección: !hijo de puta, jueputa! Jotazos, jotas. Interjección: ¡jodido! Matarporjuramento. Que cumple lo que promete; persona que se sale con la suya. Medidor. Peón que mide el terreno a sembrar. Melencazo. Escupir saliva mezclada con jugo de tabaco; salivazo; gargajo; escupitajo. Motete. Fardo de ropa. Níspero. Árbol tropical, de fruto redondo y pulpa dulce, Manikara zapota. Peleros. Trapos viejos, ropa vieja. Pieperro. Pie-de-perro; pata de perro; andarín; mujer que cambia de hombre con facilidad. Pindonga. Mujer de baja estatura. Querque. Buitre; ave carroñera; quebrantahuesos. Vaqueadero. Arreo de vacas. Zampar. Lanzar; empujar enérgicamente.

Los ocho días de los defuntos Los aborígenes boaqueños tienen costumbres que desquician el sentido común del ladino y por tal motivo se las puede clasificar a varias de éstas de sui generis, ya que para el raciocinio de la razón citadina resultan un contrasentido. Sin embargo, si a algunas de ellas se les analiza detenidamente, se verá que tienen un raigambre profundo de una honda filosofía, a tal extremo, que si se consiguiera trasplantarlas al

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ambiente urbano, darían resultados provechosos. Como no es posible detallarlas por lo innumerables que son, hay que tornar al azar la primera que la mente revele y esa revelación, por hoy, corresponde exactamente a la celebración de los ocho días de los difuntos. Para los natuchos, el deceso de un semejante es un acontecimiento triste, pero que no llega al dolor y que involucra algo de una idea pagana batida y rebatida inexplicablemente, en una argamasa todopoderosa de religiosidad cristiana, de cuya mixtura se hace imposible separar la creencia estrambótica, legado indudable del ancestro prehistórico, de la dulzura de la doctrina Nazarena, que bajó al fondo del corazón fuerano sin explicación ni preparación alguna, que hubiera sido la única manera de haber evitado ese raro chacuatol jinchuno que ha profundizado tan poderosamente en la mentalidad nativa. De todo eso resulta que el que muere, va a revivir, según ellos, al Musún;23 allí vaga por sus laderas, le sirve a Suquia24 el poderoso, pena, andando de un lado a otro en las soledades de la selva en las noches de lluvias copiosas, como castigo por las malas acciones que cometió en la vida, hasta que condolido su patrono, del cual fue devoto en el tránsito terreno el fallecido y que casi siempre es uno de los apóstoles Santiago, Pedro o Juan, lo saca del misterioso cerro y se lo lleva al cielo a vivir con Jesús. Esto se relaciona de manera única, con los que públicamente han llevado una vida relativamente honesta, que para los matasiete, robadores de mujeres, finqueros sin conciencia y hacendados que acostumbraron robar el jornal, o que a sus mozos engañaron de alguna manera, siempre los retiene el Gigante Suquia en su desconocida montaña, para que le barran sus ciudades encantadas, le cultiven las praderas, le cuiden los jardines y todo ello ejecutado bajo una rigurosa lluvia, concepción que indudablemente prueba, que para el indio, el sacrificio mayor y la molestia más grande es trabajar bajo los aguaceros castañe23

Montaña de 1,400m de altura, situada al oriente del departamento de Matagalpa.

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Chamán, brujo indígena. Véase la explicación del autor en la pág. 159.

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teándole los dientes por el frío y tembloteándole el cuerpo por el filo del viento que produce el hielo. Los castigos con que se purgan en el cerro las negras acciones y desmanes y la resucitada en el mismo volcán, sólo tienen atingencia con los adultos, ya sean pícaros o buenos y con ciertos matacanes malos hijos, pues los niñitos y los ancianos buenos nunca llegan a él, sino que van de viaje y derechito para el cielo, en donde los espera la Santísima Virgen. Indudablemente que se está divagando, puesto que lo que se ha dicho se ha salido del tema y por ello no se ha entrado todavía al asunto de los ocho días, pero como en lo de más adelante, si no se hubiera dado esa explicación somera, podría quedarse algo de lo que se cuente, confuso, por tal cosa se ha preferido narrar todo lo dicho anteriormente y ahora, para no cansar más, se salta de lleno a la cuestión objeto principal de estas líneas. Pero antes de entrar a ella y para que no quede en nebulosa lo contado, hay que decir que el Gigante Suquia es un ser legendario, inventado al parecer por la fresca imaginación de los sumos, pues suquia, en sumo, significa “zajurín,” y el remoquete de gigante, significa, en este caso, “el más grande”; de donde resulta que el nombre de Gigante Suquia equivale a decir “el más grande y poderoso de todos los zajurines.” No hay que confundir el “zahorí” del léxico con el “zajurín” del indio, el primero es simplemente un adivino y en lenguaje figurado, persona perspicaz, mientras que el segundo, es un ser poderoso que todo lo alcanza, que todo lo consigue, que todo lo sabe y que puede hacer todo, que nada se le escapa ni nadie lo domina; y por eso cuando el jincho dice —al hablar del ente fabuloso que gobierna y es dueño del Musún— el Gigante Suquia, quiere afirmar con ello, sin ambages de ninguna especie, que éste es el más grande y poderoso de todos los zajurines y que no hay ninguno que lo iguale y menos que lo supere; y en conclusión, que todos los zajurines, cualesquiera que ellos sean, están sometidos a él. Ahora, sí puede seguirse adelante:

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Cuando fallece un indio, después de la juerga del velorio y de los funerales que casi limitan con la chichada, los deudos entran al siguiente sol del entierro en plena posesión de sus quehaceres y sólo se hecha de ver que en la casa hubo defunto, porque a los amigos que supieron después de enterrado la caminada del cristiano y llegan por eso tardíamente a manifestar su dolencia, les guardan siempre para repartirlo a prorrata entre ellos, un tinaco de chicha del cual brindan apenas un guacal de guarapo a cada uno de los que suelen presentarse en los subsiguientes días, como una prueba fehaciente de que se les estaba esperando. Concluido el tinajón, se acabaron los pésames, es decir, los pesares que reciben después del final del ciliano, ya no tienen obligación para ellos, o lo que es lo mismo, no hay por qué corresponderles la visita a tales amigos el día que éstos lleguen a tener un muerto; tal es la regla de etiqueta por la cual se rigen. El tiempo sigue su curso, pasa y pasa interminablemente y del muerto quizás ya nadie recuerda, sólo los de su casa, en donde sus progenitores y parientes se han dedicado a engordar cerdos, recoger gallinas, vender carne de monte para reunir centavos suficientes y cuando ya tienen lo necesario y sobrado para celebrar una digna de la memoria del fenecido, invitan para los ocho días del defunto que van a verificarse el miércoles tal, de la semana cual, porque al que estiró la pata se le llegó la hora un miércoles de tantos, el que tal vez ya tiene  años de haber pasado entre los vivos, y así por el estilo. Una vez, y de esa vez hace ya muchos años, se le presentó en Chayotepe a Fernando José Buitrago Morales, el colono José María Linarte para invitarlo a la celebración de los ocho días de la muerte de su hermana Isabel Linarte; esposa que había sido del inolvidable Félix Paz. En el momento, Buitrago Morales, poco relacionado con las costumbres de ellos, no cayó de cuajo en el hecho del cual se trataba y suponiendo que a alguna hija de José María, le había puesto Isabel para reponer a la hermana de Linarte, dijo a éste: —Pero hombre, José María, por qué vienen hasta ahora

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a participarme tal desgracia, con gusto te hubiera acompañado al velorio y al entierro, si me hubieras mandado razón el día que se fue. —Si es que como las lluvias eran muy grandes y Ud. estaba allá Abajo, no se le podía poner razón. —Hombre, si yo he estado aquí desde hace  días y no ha chaparroneado tan siquiera. —Bueno, eso es ahora; pero cuando ella murió, Ud. andaba Abajo. —¿Yo? ¿Pero no te estoy diciendo que tengo  días de haber venido y que haciendo  que murió la Isabel, por qué no iba a poder recibir la razón ? —Ocho no, patrón, si ya cumplió  años y  meses de que se fue su comadre la defunta mi hermana Isabel, esposa de su compadre Félix, en nombre de quien también lo invito para los ocho días. —¿Para los ocho días, dices? —Para los ocho días, patrón. —Pero ¿cómo es eso de los ocho días, si mi comadre tiene ya  años y pico de haber muerto, José María? —Es verdad eso que dice, pero ni Félix ni nosotros sus hermanos, habíamos podido amontonar para celebrárselos. —En tal caso hagamos una misa. —Vea, patrón eso está bueno para Uds., y no digo que no, pero para nosotros no se ha cumplido con el muerto si no se le celebran sus ocho días y esto en cuanto se puede se hace. —Pero, hombre, si me hubieran dicho en su época, yo les hubiera dado todos los gastos. —Tampoco, don Fernandito, los muertos de uno, son de uno y la defunta aunque lo quería mucho y era su comadre, no nos hubiera perdonado que lo hubiéramos dejado celebrarlos y molestarse tanto por ella. —Pero ¿qué cuenta se iba a dar ella, José María? —¿La defunta? ¿Que qué cuenta? Claro que se hubiera dado y nos hubiera estado saliendo después y no se iría del Musún

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y quizás se hubiera trasladado a la loma de El Rosario, la que retumba, para aligerar las aparecidas. —Bueno, hombre, pues si es así, no discutamos y cuenta conmigo que llegaré sin falta a los ocho días. —Así lo esperamos todos, que allá en el rancho lo queremos mucho. —Hombre, antes de que te vayas a la cocina, dime ¿por qué hacen esas celebraciones Uds. así? —Vea, nosotros deferenciamos los ocho días y la octava del Señor. —¿La octava del Señor ? —Eso, ni más ni menos; la octava del Señor son los  días que cumple nuestro Señor Jesucristo de sepultado el Viernes de Pascua, día que ni a palos trabajamos, mejor reventamos, que hacerlo por ser su octava y ni de casa salimos siquiera. —Pero bien, hombre, también esa octava la podrían celebrar cualquier otro viernes. —No patrón, las cosas del Señor son del Señor. —Bueno, ya comprendo, la octava del Santo Entierro no puede posponerse, ni necesita parranda sino solamente rezos, mientras que la de cualquier muerto deja tiempo para hacerla. —Eso es lo que pasa, patroncito; nosotros celebramos los ocho días de nuestros muertos, cuando tenemos y podemos, es decir, cuando ya hemos reunido para celebrar como se merece la última fiesta de nuestro defunto, de su despedida real, que después de eso, ya todos sabemos bien que “el muerto al hoyo y el vivo al bollo,” ¿no le parece? —Sí me parece, José María. —Pues hasta los ocho días en la casa de Félix, patrón, si es posible aclarandito, para que vea matar los chanchos y escoja su lomo. —Hasta entonces, hijo, y que Dios te lleve bien, muy al albita estaré con Uds. El indio enderezó para la cocina a invitar al servicio y mientras el patrón lo miraba alejarse, musitaba mentalmente:

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—La octava del Señor es una, y los ocho días de los muertos otra; no hay qué hacer que estos indios son enrevesados. Y realmente atravesados o no, lo cierto es, que los ocho días equivalen en el fondo, a los nueve de la gente de ciudad, es decir, al último día del novenario que acostumbra hacerse en cada muerto que se tiene, con la diferencia de que el novenario citadino se principia irremisiblemente un día después de sepultado el cadáver y en realidad son  días los que se rezan; mientras que los ocho días de los jinchos, es una fiesta que se celebra en un solo día y en cualquier momento, siempre que tengan el dinero suficiente para hacerla. Esta celebración tiene sus pormenores y la de los recién nacidos y niñitos mucho más, pero en capítulo aparte se hablará otro día de todo esto. El patrón de Chayotepe se había abstraído pensando en el diálogo que acababa de tener con Linarte, al ver pasar a éste de regreso con rumbo a La Canoa a platicar con los sabaneros, monologó indiferente con su conocimiento citadino y arguyó interiormente: —¡Oh, sabia y dulce sencillez de los bosques! Si en las ciudades se pudiera pensar así, cuánta economía harían las familias dolientes, que por aquello de aparentar, hasta con los pobres muertos aparentan, lo que en el fondo realmente daña y desequilibra los pequeños y mal garantizados presupuestos de las clases medias y proletarias. Y pensándolo bien, sucede que entre la gente de ciudad, después de los enormes gastos que acarrea la enfermedad, viene enseguida el más doloroso de todos los sacrificios y al cual obliga la mala compenetración que se tiene de no saber quién es cada quien y por aparentar —como si cambiaran con ello— se compra una fosa de primera, cuando en verdad de verdad tal vez apenas podría conseguirse —y quién sabe, sin llegarse a comprometer— una humilde y buena sepultura de tercera; y para colmo de colmos —o apariencia de apariencias— se empeñan por hacer una misa de año rumbosa, cuando para el descanso

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del espíritu a los ojos del Altísimo tiene el mismo valor, una rezada que no requiere esfuerzo ni implica sacrificio, que el alto bombo de una solemnemente cantada. Ahondando en el ambiente jinchuno, se llega a la conclusión de que cuando un supersticioso o bien algún creído, de ésos que ven almas en pena en las sombras que los ramajes tejen en los caminos, en las noches claras por la luna, principia a decir que ñor Fulano o ña Zutana, seño Jorobo o seña Joroba, el niño tal o la niña cual, salen en la bajada tal o en el panteón cual o que lo vieron en el ensayo de los bailantes en Boaco, o en la procesión del patrono Santiago, los parientes del difunto señalado no caben ya de angustia ante la suposición de que el alma de su muerto ande penando por algo que debe y porque no le han hecho los ocho días, a pesar del largo tiempo que tiene de haberse ido a la Loma. Ante tal situación precipitan el día de la celebración, la que consiste en rezar tres rosarios de las  de la tarde a las  de la noche; entre rosario y rosario ponen grandes comilonas y la gente que se engulló en el primero, no repite la tanda y deja el lugar a nuevos visitantes; el enseñador, que es el más atendido, repite en cada entreacto la ronda de comilona y cuando ya se terminan los rosarios, sale la chicha a retozar con su efervescencia en la cabeza de cada uno de los concurrentes. Cuando ya están todos hasta el cerco, alguien apaga las luces del altar y este es el punto final, pues señala la hora del desbande. Mientras no se efectúa el rezo, el muerto señalado como aparecido o que está apareciendo, anda de boca en boca, lo traen del Musún a los ranchos, de los llanos al Musún, de la Loma Retumbadora a los brazos de Suquia, de los desguindos del cerro a Muymuy Viejo y así por el estilo; hasta que, verificado el rezo, principian los ánimos a apaciguarse y la creencia de ellos los sereniza. Cuando algún brujo muere, es decir, hechicero que pasa por zajurín, éste se va al Musún escoteramente, en donde se convierte

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en tigrecaribe, o lo que es lo mismo, en gato con alma de gente, que Suquia le permite salir del cerro para que venga a la cañada en donde vivió, a comerse a los enemigos que tuvo en vida, los que desde el momento en que murió el endriago, se dan ya por comidos seguritos del futuro tigrecaribe. Para éstos, los ocho días no son largos, la misma familia trata de borrar la mala memoria del deudo haciéndolos tempraneros, aunque de verdad en verdad, lo hacen más por recelo y para que el padre o hermano no lleguen a la casa a dar fin con todos ellos, pues suelen asegurar, que cuando ya se les reza, Dios se los quita a Suquia y ya no logran después salir, sino que se van a cumplir con su castigo. Como se dijo al principio, hay en todo esto una profunda mezcla de creencias estrambóticas, heredadas del ancestro prehistórico y luego revueltas y rebatidas con la belleza luminosa y Divina de la doctrina cristiana; para el criterio ladino, fácil es hacer la separación de los componentes, pero para los fueranos no se concibe el medio de alcanzarlo. Con todo, hay sencillez honrada en el proceder fuerano, en eso de hacer tardíamente los ocho días porque no se ha tenido con qué aunque el defunto pene, que empeñarse como el ladino hasta los ojos, para llenar apariencias que a nadie sacan de apuros, sino que apuran seriamente y de verdad, a los tontos mentecatos que por aparentar no saben con la que pierden. glosario Aclarandito. Al clarear, al alba. Amontonar. Reunir (juntar) dinero. Atingencia. Atañen. Caminada. Ida sin retorno; desaparición; fallecimiento; muerte. Ciliano. Velorio. Creído. Presumido; engreído; arrogante. Chacuatol. Revoltijo; mezcla de muchos y diversos ingredientes. Chaparronear. Llover en chaparrones seguidos. Defunto. Difunto. Enderezar. Dirigirse; encaminarse.

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Endriago. Engendro; monstruo fabuloso con facciones humanas y miembros de varias fieras. Enrevesar. Hacer las cosas al revés. Escoteramente. Véase escotero. Estar hasta el cerco. Estar completamente borracho. Gigante Suquia. El mayor de los brujos o hechiceros. Matacán. Muchacho grande, fortachón. Matasiete. Asesino. Parranda. Algarabía; fiesta ruidosa. Razón. Recado. Rezada. Rezo. Rumbosa. Elegante; pomposo. Salir. Aparecer un espíritu. Suquia, sukia. Brujo o hechicero entre los indios Sumus. Tigrecaribe. Felino imaginario que habita generalmente en el cerro Musún. Los indígenas sumos y campesinos mestizos creen que las almas de los zajurines toman a su muerte la forma de un tigre (jaguar) y que salen por las noches a devorar a sus antiguos enemigos. Los relatos fantasmagóricos sobre este ser son numerosos y espeluznantes. Tinajón. Tinaja grande. Zajurín. Brujo, hechicero. Tinaja. Vasija redonda hecha de barro.

Remetálicas de las octavas Hablando “sin círculos madroños,” como dicen los chayotepinos, la celebración de los ocho días del defunto es una fiesta de despedida, mitad religiosa, mitad pagana. Involucra la mente y tiene un profundo sentido de cambio de estado, es decir, la dan para despedir al muerto definitivamente, ya que éste se divorció de la vida. Abarca la idea, por cierto sui generis, de que el día de tal acontecimiento, regresa el espíritu del fallecido a su casa, pues concurre al rezo-parranda a despedirse para siempre de sus deudos y amistades con quienes, por última vez, comparte casa, comida y lecho, aunque sea esto solamente en sombra y en pu-

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ra imaginación. Es decir, desguavilando los circunloquios, es la chichada del desposorio del muerto con la quirina, algo así equivalente a una despedida de soltería ladina la que tiene verificativo para que el futuro marido le diga adiós a las barrabasadas a que conduce siempre la independencia individual. Después de tal celebración, el musuneño entra en plena posesión del más allá y se va para donde Dios lo mande, conducido de la mano por el santo patrono o santa patrona a quien se encomendaba en el tránsito, o llevado definitavente por el Malo a los desguindos del infierno, si no alcanzó esa noche el perdón del Señor. El día de la brasca, el sitio de la casa en el cual se veló el cadáver en su época, es bien barrido, regado, apelmazado, nivelado y enflorado y sobre el mero diámetro en donde estuvo yacente el cuerpo, se coloca el tapesco que al fenecido sirvió en vida, junto con la chistocita y peleros nuevos que éste ocupaba para parrandear. Esto es lo primero que hacen; ya una vez arreglado este punto, alistan el resto de la covacha y cuando los invitados principian a llegar, los que fueron amigos del fenecido saludan a los del rancho y luego se van a sentar un ratito a la yacija samanguanteada del amigo que se fue hace tiempo y que van a despedir esa noche, después se quitan para dar lugar a los que se van arrimando y van aquellos a buscar enseguida acomodo a donde les da su real gana. Una hora antes del rezo, encienden una candela de cera de abejas que ellos hacen y la pegan a una varilla de los extremos del camastro; cuando el enseñador llega, prenden una nueva vela, pero de esperma, la que colocan sobre un tiesto en la cabecera del tabanco portátil y luego la madre o la esposa del fenecido o la persona que debe hacerlo según la circunstancia, bate en un guacal bien limpio y nítidamente terso, un posol agrio, el que van a situar sobre de una selvilla en medio del tapesco para que el defunto beba, quien lo lleva se sienta al lado, y después de un rato, levanta el guacal haciendo que le da a alguien que está

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imaginariamente sentado, seguidito se lo arrima a la boca el mismo individuo y traga, repite varias veces la operación y transcurrido cierto tiempo, coloca el recipiente de jícaro en la selvilla, se levanta y dice en voz baja: “ay vengo” y se va efectivamente a ocupar sitio entre los invitados que rezan y cuyas miradas dirigen de altar al tapesco y del tapesco al altar. Todo esto lo ejecutan cuando se trata de adultos, cuando la fiesta es por un niño de pecho, el mecanismo tiene sus cambios sustanciales. Aunque todos los muertos grandes y chicos, son velados en el puro suelo, cuando se trata de algún pelón sin despecharse, el lugar en que fue tendido lo cubren de flores silvestres y pacayas y a su vera, colocan la yacija de la madre con todos los pañales que usó el defuntito. Una hora antes de que principie la chapandonga religiosapagana, llenan una botellita de leche de las de agua florida de  onzas, y sobre del pico colocan un chuponcito de trapo embebido del líquido lactante y la ponen en el sitio en que descansó la yerta jupita del pizotillo ido; llenados estos pormenores, la madre se acuesta en el camastro colocado en el sitio dicho anteriormente, ésta se acomoda de lado, se saca un pecho, el que cubre con uno de los peleritos que han sido puestos al lado, fraguando la impresión de que el muertecito ha llegado a coger el seno, después de un rato, se da vuelta, luego principia el rezo y hasta que éste se ha terminado, la amamantadora madre se levanta y en cuanto se pone en pie, principian los jarabes y taloneos, pues esta clase de ocho días finalizan con danzadera; los de los adultos no tienen tal apéndice. La botellita queda en el mismo sitio y no la quitan de allí sino hasta en la mañana del siguiente día. Tales son los ritos que ejecutan con los que se fueron mamando; con los que partieron destetados, proceden del modo siguiente: Arreglan el lugar como en los casos anteriores, pero en vez de la botella de leche, colocan una fina y bien labrada jicarita

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masayata que llenan con un flamante tiste bien recargado de cacao, jícara que la tiene que obsequiar el padrino si vive en la cañada y si no radica en ella, ellos se ingenian la manera de que el utensilio sea regalado, ya por un pariente del compadre o por un buen amigo suyo y si no, pues van a conseguirla hasta Masaya o se dirigen a Granada y algunos más rumbosos, las llevan hasta de Rivas, artísticamente labradas. Si no adquieren una buena jícara, no hacen la fiesta y se da el caso cuando tienen interés en que se verifique en determinada fecha, de que los padres la vayan a buscar de hacienda en hacienda, hasta que la hallan en casa de algún patrón que posee iguales creencias o les tienen un piadoso cariño y esto lo ejecutan aunque para ello tengan que andar leguas de leguas o ir hasta Boaco. Puesto el vaso indígena en el sitio en que tuvo verificativo el velorio, dan comienzo al rezo y cuando todos los invitados se han ido, ya en la madrugada, las sobras supuestas que deja el muertecito, se las beben los padres, dando el primer trago el progenitor hasta que engullen de una boca a la otra, todo el tiste que contiene la jicarita. Cuando se trata de un brujo, y brujo es para la jinchería un zajurín en ciernes, es decir un humano que al principio de su carrera se hace zorra, mono, toro, tigre, vaca, conejo, gato, etc. etc., etc., en el momento en que él lo quiere, el velorio reviste las características de un esplendor inusitado, pues como se dijo en otro lugar, cuando uno de estos seres muere, Suquia lo hace su cofrade y le permite convertirse en tigrecaribe, para que venga a comerse a los adversarios que tuvo cuando peregrinó entre los vivos. La pompa de tal rezo proviene de que la mayoría de los vecinos de la posada contribuyen a la fiesta y a que todos los jinchos que conocieron al brujo llegan desde enormes distancias a la parranda, para ponerse a buen recaudo de las fauces ultratumbinas del diabólico engendro de Suquia, que asciende en sus montañas a tal clase de hombres a la categoría de tigrecaribes

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o animal con alma de humano, que viene todas las noches a la Tierra a cortar el hilo de las vidas de todos los enemigos que tuvo. No todos los rezos revisten tal fastuosidad, pues los hay de que a pesar de haber sido el hechicero muy taragotudo, nadie concurre a la verificación de sus ocho días, quizás por odios ancestrales muy hondos y cuando tal cosa sucede, se encuentran en los patios de todos los ranchos de los que no asistieron, cruces hechas con bejucos de papamiel y miona, las que engalanan con flores diversas en la mayoría de todos los amaneceres. Cuando tal desaire acontece, los hombres de las covachas próximas se van a trabajar con sus mujeres a las haciendas de los ladinos, en donde al parecer por la costumbre que existe de hacer bendecir éstos sus casas antes de habitarlas, no pueden aproximarse a ellas los caribunos ñigres. En cuanto a los pormenores que forman el arreglo de la vivienda, cabe decir que es sustancial la diferencia, y para un ladino neófito, difícil de echarla de ver, pues aunque el arreglo le hiera la retina, forzosamente piensa que es abundancia de caza la que se exhibe y ventila en la casa. Tal pensamiento llega a la mente, porque en lugar de flores y pacayas pegadas a los encañizados, se ven por todo lugar largas sogas de panchil y majagua con tasajos de carne fresca de vaca, venado y chancho y los mecates que cargan la materia de este último animal, atraviesan medio a medio el salón de la covacha luciendo las gruesas lonjas del útil paquidermo. En el punto donde el zajurín pasó la ultima noche en pleno mortorio velorín, ponen en el lugar donde estuvo la cabecera, una mata de platanillón, cuelgan imitando al morido para que éste no halle diferencia al llegar de las varas de la pared, su chachagua cuape, su chuspa de pericorreal, un calabazo con cachivaches y chucherías que contienen sabidurías del defunto y por último, pegada de uno de los ganchos en donde se sostenía su camastro, traban una candela de cera de abeja jinchunamente confeccionada, la que llora la lágrima de su luz en un continuo chisporroteo, lo que hace que el reducido sitio casi permanezca

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REMETÁLICAS DE LAS OCTAVAS

en una semi-oscuridad. Esta vela negra que mide a veces más de  vara y que parece más culebra zopilota, que candela, es la única luz que mata la oscurana del recinto; la cocina se alumbra con la fogata del fuego en donde los sancochos popeyan y el corralillo lo avivan y alegran, cuatro o cinco pequeñas hogueras que los parientes del morido avivan. Cuando el rezo comienza, se enciende un candil de mala muerte, el que por la constancia con que se apaga, terminan por dejarlo sin encender. La carne tendida es una carnada estratégicamente colocada, para que se entretenga el tigrecaribe si temerariamente el zajurín llegara transformado en tal fiera en vez de concurrir en espíritu, que es como la familia doliente anhela que se presente, para que se harte de ella antes de que se coma a la gente. Sobre el diámetro en que durmió el sueño definitivo en mera tierra, colocan un calabazo lleno de agua destapado y un tasajo de carne metido en un asador de guásimo sobre una hoja de caliguate que sirve de servilleta para que se banqueteye el tunante y se vuelva satisfecho a su monte, sin hacer tigrunadas ni caribadas. Cuando se termina la candela que se retuerce como víbora en el gancho que sujetó la solerita sobre la cual la yacija del brujo descansaba cuando la iba a ocupar, la reponen con otra que la compañera de vida del muerto labora en el instante mismo de la celebración. Antes de terminar no es malo dar una explicación sobre esta clase de candelas. Los jinchos, cuando capan —o pican— jicotes y mariolas en los montes, guardan la cera que encuentran en las colmenas y la alzan cruda sin preparación alguna. Como se acuestan al oscurecer, gastan muy poca luz, y cuando necesitan de ésta, se sirven de velas que sacan de la cera almacenada. Para hacerlas aprovechan los trapos viejos, que los ocupan de mecha, y según sea el empleo que le vayan a dar, así es el

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tamaño que les otorgan. Las fabrican con facilidad y para ello no tienen más que arrimarse a cualquier fogón de cocina rústica y mientras una india tiene la tira de trapo en la mano sobándola como para alargarla, otra arrima una pelota desmesurada de cera al fuego, tan luego principia a ablandarse, la que tiene la mecha va untando la cera derretida en la tira y en un santiamén queda hecha la vela. Las tiras para las candelas de los velorios las sacan de pantalones viejos o de chamarras más antiguas que los dueños, de donde resulta que les dan el tamaño que ellos quieren; por lo que no es extraño que lleguen a tener a veces de largura una vara y su ipegüe. Los naturales pegan en cualquier lugar estas candelas cuando las encienden y como por lo general, las traban de la mitad, queda al aire libre la extremidad que ilumina y el extremo apagado de donde surge la impresión de ser la vela una zopilota que da luz; la zopilota es una toboba negra, tersamente endrina, que no va más allá de una yarda en longitud, ni engruesa nunca más adelante del espesor cilíndrico de una regla de rayar de un tenedor de libros, por supuesto que esta descripción abarca solamente el largo y corpulencia general de esta clase de ofidios y no las excepciones que la manigua esconda en la diversidad de los pajonales y balseras. glosario Alistar. Acomodar; preparar. Balseras. Pantanales. Caliguate. Lirio silvestre de flor amarilla que crece entre los rastrojos. Chapandonga. Fiesta familiar de mucha algarabía. Endrino. Color negro azulado. Enflorar. Adornar con flores; florecer. Ipegüe. Extra; adicional; pequeña cantidad que un vendedor o pulpero añade a la compra para que el cliente prefiera su pulpería a las otras; vendaje; adehala. Jarabe. Baile popular de origen mexicano. Jicote. Abeja de color barcino, que hace sus colmenas dentro de troncos hue-

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ÑOCA DE RÍO

cos de los cuales se extrae la exquisita miel de palo. Majagua. Árbol de madera suave, Hibiscus tiliaceus; su fibra, de consistencia fuerte y de color café, es usada por los campesinos en diversos menesteres. Mariola. Especie de abeja silvestre. Masayata. Artículo elaborado en Masaya. Miona. Bejuco de montaña, su abundante savia tiene propiedades anti-inflamatorias. Mecha. Cordel; hilo. Morido. Muerto. Musuneño. Que vive o procede de la zona del cerro Musún, departamento de Matagalpa. Pegar. Colocar; ubicar; poner; afianzar. Pericorreal. El oso colmenero, Tamandua tetradactyla, pariente del oso hormiguero. Pizotillo. Diminutivo de pizote; en sentido figurativo: chico; niño. Popear. Hervir; hacer popas o burbujas. Posol. Refresco que se hace con la masa del maíz pujagua; masa lista para hacer la bebida. Selvilla, salvilla. Pieza circular de madera para asentar la jícara. Tabanco. Mueble rústico que sive de asiento comunal; dormitorio construido sobre varas en la parte alta de un rancho. Taloneo. Baile. Taragotudo. Pencón; tayacán. Velorín. Velorio. Yacija. Lecho o cama pobre.

Ñoca de río Ya en los paredones de los tablazos de Las Cañas, del departamento de Boaco, se principia a encontrar una ñoca que los indios llaman de río y que es frecuente hallar en el de Sacal, Chayotepe, Vagua, Olama y demás riachuelos, que unidos al primero citado, al comenzar, forman al sur de las llanerías olameñas, el ancho caudal de aguas que denominan los septentrionales Río Grande de Olama, y los boaqueños de La Puerta, y que en un punto de la jurisdicción de Matiguás, se hecha cantarino sobre

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el Grande de Matagapa. La paslama citada se diferencia mucho de la que habita en los lagos y no es tan abundante como ésta. Su concha es negra con ciertos tonos barcinos casi indistinguibles, su peto lo forma un cuero grueso arrugado, oscuro, que está reforzado en el centro por una cruz de la misma materia que ostenta la parte inferior de los quelonios lacustres, su cabeza es grande y el pescuezo largo, entre ambos pueden tener ½ pie, y los usa fuera de la armazón, sus patas alcanzan cierta altura que le permiten andar casi sin arrastrase, la cola tiene una tercia de longitud, vestida con una piel dura, adornada con crestas y corronchas como las del lagarto, cuando está brava, se sienta sobre su nabo, gira rápidamente sobre él y tira tarascadas con tal agilidad y prontitud, que se necesita presteza para esquivarlas. En Chayotepe, se intentó varias veces domesticar diferentes ejemplares, pero por su índole agresivo, hubo que prescindir de tal deseo, pues hasta cierto punto, por cualquier descuido, constituía un peligro para los chacalines, porque en cuanto se iba aproximando cualquier individuo, chico o grande, se alistaba incontinenti para tarasquear. Los natuchos hacen un garapacho apetitoso de ella o lo que es lo mismo, la cocinan en pinol. Vive encuevada en los paredones de las pozas de los ríos, es casi imposible dar con sus posturas y más aún conseguirla pequeña, como se encuentra en mayo, la ñoca lacustre en las costas del Xolotlán y el Cocibolca. glosario Barcino. Dícese de los animales cuyo pelaje es de color blanco y pardo, y a veces rojizo. Brava(o). Enojada(o). Tarasquear. Morder; defenderse a mordiscos.

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POR HORROR A LOS CHINGOS

Por horror a los chingos Los indígenas de las regiones norte y oriental del país, por lo general construyen sus ranchos en lomas dominantes para vigilar los caminos y siempre hacen que alguien permanezca avizorando para distinguir la clase de peregrinos que pasan o la de los visitantes que se aproximan. Es de suponer que esta costumbre fue arraigada en ellos en época de la Colonia, pues tratados brutalmente por los españoles, necesitaban vigilar para huir, antes que éstos los sorprendieran en sus viviendas; perseguidos después de la Independencia por las levas de los despotismos criollos y por las malas pasiones de los pésimos jueces de mesta de las comarcas, han llegado a nuestros días poseídos del horror que sintieron sus antepasados por las autoridades que los gobernaban de manera atroz y los reclutaban de igual modo. Algunas veces, se descuida el vigía de su oficio y se logra llegar a sus bohíos sin que se percaten de que un extraño avanza, mas tan luego los perros ladran, por la falda trasera del otero se desguindan todos, viejos y muchachos, y sólo queda el más anciano —hombre o mujer, o los chiquitincitos— haciendo frente a la visita inesperada. Los que corren, se agazapan en los matorrales, se esconden entre las breñas y cuando los chuchos cesan de ladrar, brinca el más listo de ellos al primer palo que encuentra y desde ahí columbra la causa de la huida, una vez enterado de que no son los alguaciles los impertinentes, hace seña a sus compañeros para que retornen y luego van apareciendo, como si brotaran de la tierra uno por uno, y lentamente, en la cabaña. Este proceder, que a los ojos de los ladinos pasa como salvajismo, no tiene nada de ello, es una medida preventiva, quizás de salvación, que el natucho emplea para defenderse de los jueces y soldados, que ellos denominan con el curioso nombre de chingos. Este es un término con que distinguen a los canes venade-

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ros que casi siempre chinguean y de allí lo han tornado para aplicárselo a las escoltas, queriendo decir con ello que son perros perseguidores y de natural sin rabo y que deben volverse venados para poder escaparse. Aunque clásicamente hablando en el lenguaje de ellos, cuando dicen: “¡ay vienen los chingos !” manifiestan con horror que se acercan los hombres-perros, que por naturaleza son chingos y peor que murriñas con rabia. Por esa costumbre inveterada —difícil de ponerle término— las fuerzas yanquis de ocupación cometieron muchas injusticias y demasiados asesinatos y lo triste, lo censurable, fue que ningún espíritu piadoso tuvo la generosidad de hacerles comprender a aquellos militares la rara idiosincrasia de nuestros aborígenes. glosario Levas. Soldados uniformados. Otero. Divisadero; mirador; lugar elevado desde donde se otea el horizonte.

Reproducciones interesantes Ciertos árboles son reproducidos por los rumiantes, pues al ingerir éstos sus frutos, se tragan las semillas y después en las revesadas de las rumias, van plantando las simientes. En los bosques de Chayotepe no existían genízaros, mas los Buitrago acostumbraban trasladarse a La Trinidad a que pasaran el invierno sus ganados, mientras que en verano los llevaban a la montaña; así los animales condujeron en sus panzas las nueces que en seguida germinaron y dieron las hermosas matas que se yerguen en los potreros de San Diego y San Salvador de la primera posesión citada. En El Charco, en Mateare, el coyol se reproduce de igual manera y si no fuere que la gente pobre de Mateare se introduce a la propiedad y se dedica a recoger para vender por latas los

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REPRODUCCIONES INTERESANTES

coyoles que excrementan las vacas en el corral, los potreros y callejones de la finca antes dicha, a estas horas hubiera tenido que mandar a derribar el propietario las espinudas y utilísimas palmeras como palos inútiles, por la enorme abundancia. Es curioso ver a las mateareñas y a los chicos de la comprensión, andar con sacos sabaneando en los encierros de las fincas cercanas al pueblo y en la vera del lago, los echaderos de reses en donde, según la época, abundan coyoles revesados por las tales. Cuando tienen una buena cantidad de semillas recogidas, las llevan al mercado de Managua o las hacen cajetas. El servicio de los diversos predios las pepena para comérselas, y cuando El Charco fue de Buitrago Morales, se observó que los individuos que al parecer estaban sanos y se dedicaban a ingerirlas en exageración, al poco tiempo empezaban a calenturear; intrigado el propietario por la observación y deduciendo que la falta de mosquiteros podría ser la causa verdadera, se resolvió a probar con su persona. A los  días de haber emprendido la tarea, sufrió la primera fiebre y a partir de ésta, se le desarrolló un paludismo que minó hondamente su organismo, claro es que a pesar de la prueba, no afirmó nunca que su calentureadera se derivaba de la tal comida, pero sí, tuvo la convicción de que la ingerencia de las tales semillas sin medida, aceleraba el desarrollo de los gérmenes de la malaria; pueden los científicos asegurar que no hay razón para afirmar tal cosa, mas si esto llegase a suceder, antes de que lo dijeren, sería satisfactorio que se sometieran al experimento y después… muy agradable oír lo que pensaren. glosario Cajeta. Pasta dulce elaborada con leche, zumo de frutas, harina de arroz y azúcar. Coyol. Palmera espinosa del Pacífico seco, Acrocomia vinifera. Su savia se deja fermentar para elaborar la chicha de coyol. En lengua náhuatl, “cascabel.” Pepena. Acción de pepenar, o sea levantar o recoger del suelo varias frutas o semillas, una tras otra.

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Pilastras desmesuradas En la exuberante bajura de un potrero cercano a Santa Lucía, se yergue una columna, desmesurada pilastra, que prueba el pase de una civilización prehistórica, de pura piedra, en forma de florero y sobre de la copa de este florero, empotrada otra columna de iguales líneas al granito de la base. A unos  metros de ésta, se halla otra columna mucho más baja y que no tiene ningún empotramiento en la cima. Vistas a la distancia y juzgadas de igual manera, parecen desmesurados obeliscos que esperan silenciosos la paciencia del sabio que descubra el misterio aborigen que ellos guardan. En Santa Lucía han abundado las guacas indígenas, se han hallado objetos de cerámica antigua y quizás esas piedras oculten muchos secretos de la civilización indígena.

La cruz de Camoapa La cruz que está colocada en el atrio de la iglesia de Camoapa es de piedra fina negra y fueron hechos de una sola pieza, el cuerpo y los brazos. El bloque rocoso en que fue labrada debió de haber sido enorme y con el doble mérito de que esa piedra fina que llaman de río, pareciera que es incincelable. Esta joya colonial tiene ya un brazo reventado y han tenido el mal gusto de pintarla de verde. Con sus brazos abiertos, llama a la oración a todo humano que pasa frente a ella y en su indiferencia piadosa, pide ternura y compasión a la maldad terrena; el tiempo seguirá desfilando impasible sobre su vida de roca y algún día que está gestándose perdido en el desfile del devenir, ha de llegar el pastor de almas que comprenda con precisión, que a esa joya de la Colonia hay que tratarla como a tal y no como un arrumaco cualquiera

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VÍBORAS EN LUGAR DE GUAPOTES

como ha sucedido hasta ahora. Quiera Dios aligerar tal hora y proteger la vida de ese símbolo de redención. glosario Reventado. Rajado, quebrado.

Víboras en lugar de guapotes Los campesinos de la vertiente oriental de la república no gustan de tigüilear por el peligro que ofrece la pesca nocturna y la cueviadera, aunque se verifique ésta en pleno día. Sucede que es muy común encontrar en las cuevas de los paredones de los cauces de los ríos, diversidades de víboras que hacen sus viviendas en los hoyancos de las pozas y cuando se llega a los remansos y se introduce la mano en la cueva, en lugar de sacar guapotes, se cogen ofidios y entonces sale a pedir de boca el viejo adagio de “ir por lana y salir trasquilado.” Por tal causa, los natuchos no son adictos a comer pescado y prefieren más la caza montera que la acuática. Una vez, un aborigen de apellido Amador, cueveaba en un pocerón del río de La Puerta; pasando en el momento, por casualidad, a la vera del tablazo los campistas de Chayotepe, se detuvieron a una seña que el natuchito les hizo. Cuando se arrimaron, el pobre hombre que estaba más berrejo que un papel amarillo, les dijo: —Muchachos, les voy a regalar ese guapote que tengo allí en la orilla, pero vengan a ayudarme, que de ese huraco maldito, por sacar una tortuga, agarré una barbamarilla y si la suelto me asesina. El indio la tenía bien refundida, pues la víbora bajo el agua no puede picar, pero ya suliviada, ni el demonio la contiene. Dos de los sabaneros no vacilaron en desnudarse para ayu-

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dar al indio y en menos de lo que canta un gallo, pusieron a la toboba fuera de combate. Por tales contingencias y por las experiencias que sacan de las tigüileadas semanasantinas es que los fueranos evitan en lo posible cuevear los ríos. glosario Barbamarilla. La víbora Bothrox atrox, también llamada terciopelo. Refundida. Hundida. Suliviar. Nadar bajo el agua, muy cerca de la superficie; salir a la superficie; flotar. Tigüilear. Pesca nocturna auxiliada por un candil.

Burillo de palanca En los charrales del departamento de Managua y en los pocos montes que el espíritu destructor del paisano aún ha dejado plantados en estas latitudes, el único burillo bueno que se encuentra para los menesteres campesinos es el que produce el palo de palanca. Es tan fuerte como el de la majagua y aunque no llega nunca a tener su consistencia ni se produce en cantidades suficientes, suple, sí, perfectamente para las necesidades que los requieren, tales como la manojeada de la leña, las amarradas de los tapescos cuajaderos y un montón de otras cuantas cosas caseras rústicas, en que los pobladores del campo lo necesitan. Los bejucos buenos ya terminaron en el departamento, y el campesino, para trasladar la leña a la capital, topa con la dificultad de no hallar con qué hacer los manojos y la palanca, que es la llamada a sustituirlos, tiene un inconveniente peligroso y difícil de resolver. Como se ha dicho, el burillo que produce es magnífico, pero se hace difícil, si no imposible, conseguir trabajadores que lo

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BURRILLO DE PALANCA

quieran extraer y en verdad que les sobra razón para no hacerlo. Sucede que el hombre que se resuelve a sacarlo, debe tener sumo tino y demasiado cuidado, pues si cuando está extrayendo el burillo se toca los ojos, se expone a perderlos, pues afecta la vista de una manera terrible. No son pocos los que han quedado ciegos por haber hecho la operación y restregarse los párpados sin acordarse del efecto doloroso que produce la savia de la palanca, pues hay que suponer que es en ésta y no en el burillo donde la causa reside, pues cuando éste está seco, se le ocupa en todo, se le juega sin recordar uno los tristes resultados que ocasiona su arranque y no afecta absolutamente en nada. Muchos aseguran que el burillo que produce el árbol de la anona montera ocasiona también la ceguera, pero la prueba fehaciente de esto nunca se ha tenido a la vista para poder asegurarlo. glosario Burillo. Fibra vegetal resistente que sirve para atar manojos. Jugar. Tocar; manipular. Palanca. Árbol de savia cáustica, Sapranthus nicaraguensis. Topar. Encontrar; hallar; dar con alguien.

Serpentinas silvestres En las praderas de los bosques del departamento de Boaco, abundan unos cañaverales que reciben el nombre de cuajichotes y que son parientes degenerados de las cañabravas y de los bambúes. Cuando se fincan en los potreros, son una amenaza para el pasto, pues lo invaden con facilidad y lo pierden; sin embargo, para terminar con el cuajichote, no hay más que picarlo y darle fuego y una vez quemado, regarle cualquier semilla de zacate

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poderoso, pues si siembra pará, a éste lo domina enteramente. Esta caña, cuando se la corta alta, es peligrosa para los transeúntes de toda especie, principalmente para los semovientes y humanos, pues la punta es una lanza que ensarta cualquier barriga y raja los costillares como si fueran de papel, así sean éstos de paquidermos o de bípedos descuidados. El indio, que es un gran productor de cususa y sumamente ingenioso, fabrica alambiques rústicos para extraerla y las serpentinas que ocupa para el ajetreo las saca del cuajichote. Esta caña montera, en su juventud se pandea hasta donde el capricho humano quiere y de allí nace la facilidad que presenta para dedicarla al oficio a que la destina el natucho. Dios da de todo en su viña, hasta serpentinas que los resguardos de Hacienda nunca habrán de terminar, por más empeño que ponga en ello la acuciosidad del coronel Hernández Fornos. glosario Cañabrava. Caña o bambú común en los ríos del Caribe, Gynerium sagittatum, se usa para construir techos, chozas, cobertizos para almácigos, etc. Cususa. Aguardiente elaborado de maíz fermentado. Pandear. Doblar; encorvar.

Toboba maromera Todas las tobobas son peligrosas y cuando se cruzan por los pajonales de la montaña, se hace necesario atravesarlas con precaución, por cualquier acecho de estos diantres en los jarales espesos y en los recodos del sendero. La zopilota es una víbora mucho más peligrosa que las otras congéneres de su especie, pues tiene la costumbre de subirse a los árboles situados a las márgenes de los caminos; ya arriba, desde las copas, se dedica a avizorar y cuando pasa un deambu-

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TOBOBA MAROMERA

lante peregrino, se lanza desde el carrujo al individuo, comiéndoselo a piquetazos si la ligereza y serenidad del transeúnte no lo pone a buen recaudo, aunque es tal la sorpresa con que ataca que a veces resulta un imposible defenderse. Yendo Buitrago Morales para El Rosario, en Chayotepe, una zopilota atisbaba desde un hermoso cóbano que queda en el bajo que se extiende entre el río y la estribación en que está situada la casa de la hacienda; el camino pasa junto al cóbano, aunque se puede evitar pasar a su vera con sólo entrarse un tantito en el potrero. Buitrago, que había visto la toboba, resolvió pasar bajo del árbol, primero para comprobar si se zumbaba y después, para convencerse si es posible defenderse de tales ofidios yendo uno sobreavisado de su presencia. No es malo manifestar que Buitrago Morales siempre andaba en la montaña con el guaco suficiente para contrarrestar el más endemoniado piquetazo en una chuspa especial, para defenderse de las tobobas, motivo por el cual no les tenía miedo. Cuando observó a la zopilota avanzó despacio, sacó la cutacha y la emparejó con la tajona de varazón que nunca le falta a los campistas y luego se colocó de tal manera en el caballo, que permitiera que el cuerpo ofídico cayera sobre su cutacha preparada por el cuapiamiento con el rebenque, sólo para desgobernar y no para partir. Llegado al mero punto, la toboba se dejó venir a plomo y en un santiamén fue víctima de la estrategia humana, pues habiendo caído sobre el filo del acero, la tajona evitó que se tuqueara, pero permitió por lo mismo que se desvertebrase en cuatro partes; sucedido por fortuna todo felizmente, lo único que restaba era apearse y acabarla de ultimar, cosa que no tardó mucho en suceder. No hay que suponer por lo narrado, que siempre este ofidio se lanza a plomo como fruta madura, pero cualquiera que sea la forma que adopte, si el hombre atacado lo mira, lleva la culebra el  % del combate perdido; mas si no se le mira a tiempo, con seguridad cuese a piquetes a la descuidada víctima.

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Esta toboba, que como su nombre lo indica, es enteramente negra, no es común el hallarla, pero esto no quiere decir que no se viaje prevenido contra ella, sobre todo al pasar bajo los árboles solitarios, que son los que ella escoge para explorar fácilmente y atacar sin estorbos. glosario Cuapiamiento. Acoplamiento; uso simultáneo. Cuese. Cose; conjugación incorrecta del verbo coser. Ligereza. Rapidez; velocidad. Rebenque. Látigo recio de jinete. Varazón. Árbol de madera fina de cuyas ramas se elaboran los mejores mangos o cabos de tajonas.

Bejucos fosforescentes A fines del verano de  y en las noches en que el cometa Halley enfilaba por el oriente su cauda majestuosa, alborotando con su tránsito sidéreo el vasto cotarro humano, en una de ellas se apareció en Boaco, procedente de la cañada de Las Mercedes, el talentoso caballero don Manuel Barquero, quien concurrió con don José Ángel Incer,25 a la cantina que don Juan T. Tijerino tenía establecida en ese entonces en la ciudad citada. Sentados alrededor de una mesita en el mencionado lugar, hacían rueda los solterones petrificados Virgilio Henríquez y Carlos Gómez, a quienes acompañaban los imberbes mucha chos José Luis Mora, Juan T. Tijerino y Fernando Buitrago Mora les; al entrar Incer y Barquero, menudearon las bromas y cuando el silencio se hizo, Barquero se metió la mano a la bolsa y sacando de ella tres tucos de un bejuco seco, los puso sobre la mesa y dijo al colocarlos: 25

Abuelo paterno de Jaime Incer Barquero, editor de este libro.

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BEJUCOS FOSFORESCENTES

—Examinen bien esos bejucos, pues voy a hacerles una brujería con ellos. Los que estaban sentados, revisaron cuidadosamente los pedacitos de palo que carecían de corteza, estaban completamente limpios y presentaban ese color sui generis que tiene la madera sin vida, es decir, ese blanco amarillento sucio que dan los vegetales que ya no gozan de savia. Una vez vistos, revistos y vueltos a ver por los aludidos, convinieron éstos que nada de anormal presentaban y juntándolos Henríquez, que era el más cercano a Manuel, los tomó de la mesa y se los devolvió a Barquero diciéndole: —Bueno, ya puedes proceder a la prueba, pues ni siendo el mismo diablo podrías hacer nada con ellos. Barquero los agarró y llevándose las manos a la espalda dijo a los circunstantes: —Apártense un poco, pues voy a inclinarme para meter los bejucos bajo la mesa, cuando los meta, ustedes se asoman y me dicen qué es lo que ven en mi mano. —Convenido, contestaron todos. Hecho el lugar necesario, Barquero se inclinó y colocó en la oscuridad los tuquitos bejuquiles, y después agregó: —Miren ahora. Todos los mirandas se inclinaron para escudriñar la oscurana que bajo el artefacto había y con sorpresa para los escrutadores, vieron iluminados los bejucos en la diestra de Manuel. Nadie habló en el momento, cada uno se dedicó a tocar la mano y los pedazos y cuando se convencieron que no había ningún truco en la operación, exclamaron al unísono: —¡Qué raro! Y efectivamente que lo era aquella curiosa y diminuta pirotecnia que producían los bejucos, que como se comprenderá, no era más que fosforescencia vegetal producida por el fósforo o metaloide que brindan a veces ciertos vegetales en plena desintegración. Después los tuquitos anduvieron de mano en mano, para

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arriba y para abajo y por muchas noches fueron asiduos concurrentes a la cantina, hasta que al fin de cuentas, don Manuel se fue de Boaco y dispuso de ellos, sin saber los que los conocieron, en qué manos terminaron.

Aviso campesino La montaña encierra curiosidades que el hombre de ciudad no debe de ignorarlas, porque el individuo puede hacer por cualquier causa de la suerte, hoy vida urbana y mañana aún contra su voluntad, tal vez le toca llevarla hatera. Es lastimoso, cuando el turno llega por cualquier motivo, ver a señoritos y artesanos puntillosos vacilar ante la ciénaga profunda y poner cara de horror como si les aconteciera un parto de espantos frente a un río en plena crecentada. También pueden suceder las cosas a la inversa, es decir, que se trate de jóvenes bien y proletarios fachendosos, todos desalmados, que se tiren para dar muestras de valor sin escudriñar el pantano y dar por esto con su humanidad en pleno cieno y salir al otro lado, si lo logran conseguir, como personajes de pantomima, llenos de lodo hasta los ojos como los cerdos, o bien hechos una lástima y desquebrajados por haber sonreído de una quebrada cuya pequeña anchura juzgaron juguete, sin contar con la violencia que la corriente toma a medida que el cauce se comprime, y esto cuando mejor les va en este segundo caso, pues lo general es pagar el atrevimiento y falta de conocimiento de los vadeos con la misma vida, pues la experiencia demuestra que de cada tres personas que desafían un crique rebalsado, dos lo pasan y una se ahoga. Para los que vayan a cabalgar en los suampos montañeros sin tener práctica ninguna, lo natural es seguir sin apartarse el trillo consecutivo que forma el continuo trajinar de los jinetes y cuando al llegan a cualquier punto miren una rama o varita

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AVISO CAMPESINO

sembrada en plena senda, detenerse al momento y observar por dónde doblan las huellas de las cabalgaduras que han pasado antes para continuar tras de ellas, pues la rama enclavada significa, cuando menos, que en ese lugar hay un hoyo o es muy profundo el cieno, o es allí un tembladero; el fuerano pone la vara como un aviso para sus semejantes. Al llegar a la vera de un caudal en llena nunca hay que aventurarse en él si está completamente sereno, la serenidad indica profundidad y lanzarse a ella es principiar a volteretear desde la entrada, el conocimiento aconseja buscar en el vado la parte de la correntada, pues las piedras son como termómetros que indican la hondura que tiene el río y si se desconfía de los pequeños pormenores que presente el raudal para vadearlo, pues lo que el sentido común ordena, es tener la paciencia de esperar hasta que llegue un práctico que lleve el mismo camino o marcar una piedra y ponerse a observarla prudencialmente para ver si el río sigue creciendo o merma; si sucede lo primero, hay que desistir de pasarlo o a buscar un baqueano que ayude para atravesarlo y si lo segundo, pues esperar un tantito más y aventurarse después, soltándole las riendas a la bestia para que ella escoja el punto por donde debe de partirlo. Casi todos los animales son sabios por la fina y constante enseñanza del instinto y no hay que echar en saco roto que también por la experiencia que adquieren. En la montaña, las noches lluviosas llenan siempre de inquietud a los pequeños y grandes propietarios, pues sólo en ellas gusta el tigre de hacer daño en los rebaños. Es indudable que tal afición proviene de que cuando llueve, el viento se paraliza y entonces le es difícil a los ganados ventear a los felinos y éstos logran la oportunidad de tal estado para caer sobre los rodeos. El tigre, por lo dicho, es más dañino en invierno que en verano; los daños en esta última estación son esporádicos y en la primera completamente frecuentes. Cuando los indígenas ven oscurecer preñado el cielo de ven-

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daval y lloviendo a cantaradas, exclaman enseguidita: “esta noche es de tigre,” con lo que significan que hay que mañanear para ir a comprobar si hubo daño, pues es una casualidad que no cace en noches de tal naturaleza y donde existe sabanerada. En las grandes haciendas, las barajustadas de las mesnadas son tan grandes que invaden los corrales y muchas veces hasta se meten a las casas cuando éstas han sido hechas con fácil acceso a los chiqueros y si los corredores no tienen tamaño suficiente para dar cabida a las trombas resiles, pueden hasta desmambicharlas, pues si son pequeñas con seguridad las destrozan. Las víboras buscan en los meses lluviosos las alquerías para pasar las noches, por eso es peligroso salir a las latas después de oscurecido, pues se les puede pisar y recibir en pago un piquetazo. En la montaña, las tobobas que más gustan del calor casero son las castellanas, denominadas por los natuchos simplemente víboras, los corales negros, y de tarde en tarde, pero muy tarde, la barbamarilla. Las culebras, por lo general, todas son caseras, esto es que les gusta intrusamente fincarse en las viviendas aunque vivan capeando el bulto; entre ellas, la voladora, la boa, la ratonera, y algo más ariscona, la mica. Estos últimos ofidios no hacen daño al hombre, ya que no contienen veneno y si se les destruye es por la repulsión que inspiran y por la falta de conocimientos que se tiene de ellos, también porque los indios creen que a ciertas horas tienen veneno y pican y porque engullen huevos, pollos y gallinas, causas estas tres últimas en realidad perjudiciales; pero por lo demás las culebras son útiles y la voladora es hasta digna de reproducirse porque se alimenta de víboras. glosario Salir a las latas. Salir al patio, al corral, o a un recinto cercado de una finca. Sabanerada. Sabana; campo abierto; llanura.

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Yo he pensado ser don El último vástago de don Mariano Buitrago conserva entre los recuerdos de los laberintos de su infancia uno tan curioso, tan sugestivo, tan interesante y ejemplar, que no es posible resistir a la tentación de poner a funcionar la manivela de la añoranza, para que la cinta celulóidica de la memoria se desenvuelva y dé vida en la pantalla del papel, sirviendo de cámara la cabeza y de operadora la mano, a la realidad de una página que habrá de arrancarla del vasto anecdotario que aquel descendiente, coleccionador de películas reales que han sido filmadas a su vera, conserva de la época tranquila y fugaz de su niñez. Es el caso, que a principios del siglo , don Mariano acostumbraba llevar a veranear a su familia a las posesiones que tenía en Boaco; para emprender los viajes que motivaba el tempereo, tenía que movilizar un completo ejército de acémilas de carga y caballos de silla, lo mismo que una numerosa y bien escogida servidumbre. Cuando ya quedaba determinada la fecha de salida, dos o tres días antes de la marcha, llegaban a Granada los heterogéneos elementos que requería la movilización general de los Buitrago; la madrugada de la partida, a pesar del trajín inusitado que causaba, era una mañaneada sugestiva y feliz hasta para las domésticas, pues casi todas eran natuchas auténticas, originarias del ubérrimo Chayotepe y del pintoresco Boaco; éstas, los conciertos, y aún el resto de los viajeros, no dormían, ansiosos de oír cantar la primera barcarola inquietante del gallardo gallo giro que se pavoneaba airoso en los amaneceres, en medio de su harén que lo encuadraba el patio de la casa y cuyo cántico era la señal para el servicio de dar principio al ajetreo y a la ensillada de los brutos, y para los patrones ponerle punto final a la aliñada. La casa de habitación del señor Buitrago quedaba ubicada en pleno corazón de Samoaca, costado sur de San Francisco, en la calle de doble tope que va de la iglesia colonial citada a la Calzada, en la inolvidable Granada, y bordeaba su acera una larga

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baranda de madera pintada en verde, que por ser esquinera la residencia, formaba una “L” desmesurada y servía para inspirar confianza a los transeúntes deambuladores y nochadores y a los inquilinos del caserón, pues queda éste, por la topografía del terreno, sumamente elevado, al punto de arrastrarse en el fondo la calle a unos  ½ metros del enladrillado del andén; en el fin de la parte de éste, en el flanco que va para la iglesia, hay o habían unas dos medianas gradas en las que en las noches anteriores al éxodo, se reunían y sentaban los meseros y arrieros a contar consejas pasadas, cadejerías y también a jugarretear con el hijo chacalín del ya citado caballero, al que todos gustaban de meterle en miedo y además para hacerle movilizar la medialengua. De los contertulios de aquel club semi-fuerano y exótico, cuyos socios tertuleaban solamente cada año, viven frescos y claros, en el recuerdo del descendiente citado al comenzar, con perfiles precisos e inolvidables, Eugenio y José Antonio Mayorquín, Simón Sánchez, Eusebio Suazo, Pablo Jarquín, Zacarías Bello, Julián Cantillano, Abraham Pérez, Carmen Rodríguez, Abel Ortega, Isabel Téllez, Onofre Malueños y algunos otros cuyas caras están patéticamente reveladas, pero sus nombres los ha desvanecido el peregrinar acelerado de las décadas y la ondulada ilímite de la distancia, al extremo de que puede decirse que se palpan en la añoranza, pero que es imposible nombrarlos al enumerarlos, que es la única forma de revelar cuando se trata del pasado. De los citados, parece que apenas sobreviven Eugenio Mayorquín, ahora al servicio del dr. Pedro José Mora, y Pablo Jarquín, hoy un rico terrateniente. En tales reuniones, todos los mencionados gustaban siempre de preguntar al niño —como solían decir por antonomasia al benjamín de don Mariano— que “para qué cosa iba a estudiar” cuando tuviera que concurrir al colegio; el muchachito contestaba a su modo las interrogaciones y más de alguna vez les repuso —porque además del ambiente ganadero que aspiraba, a él le entraba la pampa por los ojos— de que se haría campista para andar ordeñando vacas, lazando reses, capando toros

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y recorriendo los llanos en el brioso y andador Caldo-frijoles. Entre aquellos trabajadores, fieles cumplidores de su deber, el menos decidor, el más apartado, austero y sereno, era sin duda alguna Pablo Jarquín; poco comunicativo por naturaleza, sin vicios, respetuoso, comedido y de modales suaves a pesar de su oficio, era lo que puede llamarse, un caballero sirviente; éste y Eugenio Mayorquín formaban el ambo de la pegazón del cipote, a los dos los quería mucho, quizás sería mejor decir, que los apreciaba como a parientes muy estimados, el corazón del chiquirrín. El chicuelo notaba, a pesar de su edad, que cuando Pablo estaba solo con él y nadie los veía, se tornaba expansivo, se hacía hablantincito, se volvía juguetón, confianzudo, cariñoso, blando, y para decirlo de una vez, se convertía en otro, le abría su pecho al nene y lo hacía su confidente y amigo, bien seguro indudablemente de que éste nunca se reiría de él, así le contare lo que le contase, o fuese un imposible lo que su boca chorrease. Fue en esos ratos de coloquios fueraniles, de sana sencillez, de medio aldeano, que Pablo vació su corazón y reveló al chiquillo lo que él pretendía llegar a ser al trotar de los quinquenios. Sucedió que una vez de tantas, estando los dos solos, sentado el niñito sobre las piernas del mesero y éste descansando sobre de una de las gradas del límite de la acera descrita con anterioridad, que el muchachito, a quien todos los hombres de la servidumbre, como se dijo antes, le preguntaban que “para qué cosa iba a aprender,” le interrogase infantilmente y a quemarropa, quizás por devolver el tan acostumbrado inquirimiento, del modo siguiente: —Hombré, Pabló, vos que no vas a la escuela y que casi no leés y no hacés más que lazar, montar, ordeñar y arrear, ¿qué has pensado ser cuando estés viejo como ñor Félix Franco, el zapatero de la esquina de allí nomasito? —Pues lo que he pensado ser, niñó Fernanditó, es don; don voy a ser, niñó Fernanditó, ¿no le parece que puedo llegar a ser don ?

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La mente del zaparruco no estaba todavía lo suficientemente ejercitada para desentrañar y explicarse la curiosísima contestación del montañero y volvió a la carga por ello, diciendo: —Hombré, Pabló, y ¿qué cosa es don ? —Don es ser uno señor; don es su papá, son dones sus hermanos porque son hijos de don Mariano y porque van a doctorarse. —Ajá, todos dicen: don Mariano, don Francisco… don Salvador… don Gilberto... ¿y para eso se estudia, Pabló? caviló el zoquete. —No, mi muchachito, para ser don no se estudia nada y porque no hay que aprender nada, es por lo que voy a llegar a ser don, si Dios me ayuda. —Y entonces, Pabló, ¿qué es lo que se hace para llegar a ser don? —Trabajar, trabajar, y déle que déle trabajando, y entre más se trabaja, más pronto se hace uno don. —Entonces, mi papá se hace más don cada día, porque yo oigo decir a todos que trabaja mucho, mucho, muchote. —Por supuesto, niñó Nanditó, don Mariano es más don todos los días. —Pero, hombré Pabló, yo veo que mi papá es siempre el mismo don Mariano. —No, niñó Nanditó, su papá se hace más rico todos los días y a medida que más tenga, tiene que ser más don. —Entonces, Pabló, don ¿es ser rico? —Cabal, mi niñó, ¿no ve que a los pelados nadie les dice don? —Ajá, hombré, a Simonote le dicen sólo Simón, a Eugenio, Eugenio, a vos, Pablo, a José Antonio, José Antonio, pero a Leocadio Hernández le dicen ñor Leocadio, Pabló. —Es que a los viejos les llaman ñores y a Leocadio Hernández se lo dicen por viejo y porque también es riquito. —Entonces, los riquitos, ¿también son dones? —Sí, niñó Nanditó, porque ya los respetan; para ser don, hay

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que tener propiedades, ganado, bestias, plata, billetes o como dice la gente, “tener de qué echar mano.” —Me dijistes endenantes, que para ser don hay que trabajar y trabajar hasta reventar; pero, ¿qué se hace con ese trabajo? —Como a uno le pagan por su trabajo, el que quiere llegar a don, guarda su pago hasta que reúne para principiar a trabajar por su cuenta. —Hombré, Pabló, no hay que hacer que ahora sí creo que vas a ser don, porque según Eugenio, dice que vos sos un gran sebo de riel y más agarrado que el viejo que vende guate en Santa Rita, que para no gastar la ropa, se pone en cueros aunque se llene de ajuate. Con semejante salida del muchacho, Pablo se sonrió alegremente y lo hizo tan largamente y con tal alegría, que el chicuelo y el fletero olvidaron el tema de la conversación y se engolfaron a platicar de otras cosas. No sólo esa vez, sino que en otras ocasiones, Pablo exteriorizó en los coloquios con el chavalo su firme resolución de llegar a ser don aunque tuviera que zurronear como los machos; el chiquillo, que no tenía edad para interpretar los anhelos de Jarquín, no comprendió ni juco de la esperanza que embargaba la rara contestación del mesero y de la insistencia de éste en hablar sobre el mismo asunto cuando la circunstancia se presentaba; pero jamás se le olvidó aquel deseo que como no lo había oído nunca en boca de ninguno de los otros hombres de la campistada ni de las personas que lo rodeaban, que se le grabó en la jupa, de tal manera, que a medida que crecía, más fresca y clara su mente, conservaba la determinación de Jarquín de llegar a ser don en cualquier mes, año, quinquenio o década futura y sin importarle para nada la forma y el lugar, la cuestión era llegar a ser don cueste lo que costare y bajo cualquier sacrificio. Al andar del tiempo vio claramente el chico, ya convertido en matacán, que lo que Pablo le quiso decir cuando le manifestó que él pensaba ser don, es que a fuerza de trabajo reuniría la suficiente fortuna para convertirse en propietario, que siéndolo,

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tenía por fuerza que ser patrón y que al serlo se transformaría en señor y que entonces sus sirvientes le llamarían don Pablo, como al señor Buitrago le decían, al tratarlo, don Mariano, sus empleados y todos los sujetos que conversaban con él. Jarquín acostumbraba economizar su jornal y para conseguirlo, anualmente se liquidaba y lo que alcanzaba o bien le suplicaba a don Mariano que le guardara la piyuya o la invertía en animales que soltaba en los sitios cercanos a su trabajo. En su trotar indetenible, el tiempo galopó rápido y un día de tantos, Pablo pidió su última y definitiva liquidación al señor Buitrago, para irse a adquirir y laborar una güerta que le vendían y que, a poco de haberse retirado de la campistería, hizo suya. El mirringo, hecho ya mozalbete, partió al colegio y con los ojos preñados de ansias, se perdió en el laberinto de los libros. De esta manera, la vida, al aspirante a don y al estudiante, los separó de un tajo para llevarlos por distintos caminos, a cumplir la misión Divina encomendada a cada uno de ellos, en el tránsito variado de este sendero terreno. A medida que la infancia se alejaba, la juventud invadía el espíritu del niño antonomásico, destrozando la belleza encantadora de su niñez inolvidable, pulverizando con su savia revolucionaria los ídolos inocentes que su sencillez había entronizado y colocando a su vez otros, en los nichos remozados por el estudio, que la serenidad, que también es iconoclasta, resquebrajó adelante cuando la madurez llegó y dejó libre de fetiches y desalojó errores dentro de su corazón, que experimentó mucho a fuerza de las continuas e indispensables decepciones que ha sufrido más tarde. Por tales motivos y por las inquietudes que los estudios tienen, la servidumbre de sus años tiernos llegaba a su memoria sólo en la época de las vacaciones o en los encuentros inesperados que de vez en vez se presentaban en los mercados de las ciudades del interior y Pablo, convertido en güertero independiente, ya era difícil que lo viera en su breve permanencia anual en Boaco y de consiguiente, casi no lo evocaba. Enfermó don Mariano en el ínterin, el noble corazón del

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hacendado exigió a su espíritu desocupar el barro que le había alquilado para peregrinar y el muchacho estuvo algunos años sin visitar por ello las antiguas heredades; cuando pudo retornar lo hizo y se tragó alegre con la mirada, el llano, la montaña y el potrero que le eran tan familiares y queridos. A pesar de su continuada permanencia, no se había visto con Pablo y una vez, cuando menos lo esperaba, en el topón de El Muñeco, en las rondas de Boaco, se juntaron sin quererlo y sin pensarlo el hombre de la liquidación y el matacán que zarpara al colegio de su tierra, se abrazaron, se estrecharon las manos, conversaron contentos y recorrieron, a pura recordación, los días distantes de los viajes con la familia, las tertulias de las gradas de la acera y los cienes de pequeños motivos que la añoranza presentaba de súbito y como llevaban el mismo rumbo, la emprendieron juntos acompañándose alegres. La mañana semi-nublada se presentaba deliciosa y ½ legua después del encontrón, entraron a La Trinidad; allí el descendiente del señor Buitrago invitó al que una vez fuera mulero de su padre a desayunarse, convivieron varias horas y cuando los estómagos estuvieron llenos, brincaron de nuevo a las evocaciones; hubo un desfile cabal de cosas muertas, vividas y lejanas y cuando la conversación principiaba a decaer, Pablo preguntó al chiquitín, ya hecho un hombre: —¿Se recuerda Ud. que yo le decía que lo que pensaba y deseaba, era llegar a ser don? —Perfectamente, Pabló, lo recuerdo como si me lo hubieras dicho hace un rato. —Y ahora que vino, ¿qué le han dicho de mí? —Que ordeñas  paridas y tienes una buena propiedad y gran cantidad de pelos. —Es cierto, niñó Fernanditó, Dios ha sido bueno conmigo y mi trabajo se ha multiplicado. —Es que Dios bendice al hombre honrado, alentando su voluntad. —Así debe de ser; creo que ahora Ud. está ya claro en aque-

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llo de mi deseo, pues desde hace algún tiempo soy ya don ; Dios, la paciencia, el trabajo y la constancia me condujeron hasta allí. —Pabló, bien sabes que me alegro por ello, como nadie después de los tuyos se podría alegrar. —Lo sé, mi niñó Fernanditó, lástima que su papita no me haya podido ver, que es otro que se hubiera alegrado de todo corazón; los consejos que me dio él, cuando me fui de viaje, me han servido de mucho. —Así es, Pabló, mi padre hubiera gozado mucho con tu hacienda. El diálogo fue interrumpido de pronto, porque habiendo llegado del corral en ese momento, un antiguo compañero de labores de Jarquín, llamado Pedro Sánchez, que lo voseaba siempre en las faenas cotidianas cuando le trabajaban a don Mariano, con sorpresa notó el anfitrión, que se dirigió a saludarlo llamándole don Pablo, y a cada rato en la plática, don Pablo iba y don Pablo venía, como si Pablo para él siempre desde las cuepas hubiera sido don Pablo. El niño de  años atrás, quedó mirando al peón de arriba abajo y de abajo arriba con esa piedad que siente el hombre preparado cuando ve a un semejante que se rebaja demasiado sin ningún motivo y por ninguna necesidad; con todo, guardó prudente silencio y cuando Sánchez se retiró, interrogó a Jarquín: —¿Por qué Pedro te saluda y te titula de don como si nunca el pan de cada día lo hubieran ganado juntos? Niñó Fernanditó, es sonsera de Pedro, pero la verdad es, que como ahora es él uno de mis mejores peones, tiene que decirme don Pablo, porque entre nosotros no se acostumbra a vosear a los patrones y no hay patrón también que lo consienta para conservar en el servicio la disciplina. Esa es la verdad. —Tenés razón, Pabló, pero éste era tu compañero inseparable y por eso creía que podía eximírsele del don. —No se lo exijo, pero él siempre me dice don Pablo. —¡Pobre! Eso está demostrando que Pedro no es chiche ni chocho y que antes de que se lo mandés, se adelanta él a darte el

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título que por tu propio esfuerzo has ganado. —Debe ser así, pero lo cierto, es que hasta los que en el pueblo me voseaban, me dicen ahora don Pablo. —Son los reales, hombré, son los reales que se imponen a la mediocridad, y el respeto que te tienen proviene de esa rara aureola de admiración y envidia que rodea al individuo cuando su trabajo prospera. —Hasta cierto punto es verdad, pero me digo yo siempre, que es injusta esa envidia, pues todos conocen el camino que anduve; si se fueran todos ellos por ese mismo camino, llegarían todos a ser dones ; y en lugar de envidiarme debieran intentar hacer lo que yo hice, ¿no le parece a Ud.? —¡Claro que me parece! Pero lo que pasa, es que no todo mundo es Pablo Jarquín. Se sonrió el aludido reflejando la satisfacción en los ojos y como el día avanzaba, Pablo dispuso proseguir su camino y levantándose dijo: —Niñó Fernanditó, me voy porque se hace tarde y tengo que caminar mucho, aquí tiene un amigo y tras de aquellas lomas que ve hacia el oriente, está una casa que es suya. —Gracias, Pabló, lo mismo te digo yo; pobre o rico siempre has tenido un puesto en mi corazón. —De eso he estado yo siempre seguro; salúdeme a doña Susana y a don José María. Luego se arrimó a su caballo, lo compuso, montó en él, salió corriendo Pedro Sánchez para abrirle la tranquera, se dieron manos y Jarquín, pasitroteando, engulló en un santiamén los  metros que separan el corral de la propiedad del camino real que lleva indistintamente para Camoapa o para Olama. Cuando su figura se sepultó en la lomita que bordea la vivienda de seña Trinidad Barquero, el descendiente de don Mariano se dijo interiormente: —Este fuerano es la prueba fehaciente de lo que vale la iniciativa particular y la voluntad sometida a disciplina; pensó desde joven llegar a don y llegó sin fatigarse, entero, completo, hon-

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rado; para alcanzar la meta sólo contó con su trabajo y jamás, ni por mal pensamiento imaginó coger de lo ajeno para ayudarse; en lugar de envidiar la riqueza de su patrón y desear que éste llegara a mesero como él lo era, caviló con su ego, y del cavilamiento resultó su disposición de trabajar, para llegar a ser don e igualarse hasta donde le es posible a un rústico comarcano sin preparación ninguna, a don Mariano; lo consiguió con la andanza del tiempo, sin detenerse a envidiar ni a hablar nunca de los ricos porque eran ricos y él no era más que un pobre diablo zorro colapelada. ¡No! No cometió simplezas de esa clase, al contrario, en lugar de murmurar, se caló la vestimenta de un cruzado del esfuerzo y al ponérsela con decisión y coraje, se dijo interiormente: “soy un hombre como cualquiera otro, por lo tanto puedo hacer capital honestamente como lo han hecho otros muchos que prefirieron engolfarse en el trabajo para tener”; en lugar de hacer lo que hace la generalidad, que se dedica a envidiar a los que tienen y tal como lo pensó, lo hizo; la constancia lo premió con haberes y el servilismo, admirado, lo tituló con el don. Paso a los humanos que como Pablo Jarquín domeñan a la miseria y se imponen a sus congéneres; no como los totalitarios sui generis de la Rusia Soviética, arrebatando la propiedad para administrarla para todos, sino que laborando la tierra bajo el empuje desestudiado de la iniciativa personal, para levantar con su usufructo las fornidas pilastras de la libertad, independencia y tranquilidad individual de un ciudadano bajo cuya sombra abrigadora habrá de prosperar a riata limpia, la honestidad de un hogar y el respeto a una familia. Si hay algún ¡viva! por merecimiento, un ¡viva Pablo Jarquín!, el más justo de todos esos alaridos malhadados que los hombres acostumbran dar cuando están hartos de alcohol o plenos de entusiasmo de mesnada en los mitines políticos. glosario Agarrado. Avaro; averso a gastar dinero.

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Ajuate. Pelusa que suelta el guate. Cadejerías. Cuentos de fantasmas o espantos, muy popular entre los campesinos supersticiosos. Ver Cadejo. Desde las cuepas. Desde mucho antes. Endenante. Hace poco; recientemente; anteriormente. Fletero. Carguero; encargado de llevar carga. Güerta. Huerta. Inquirimiento. Inquirir; preguntar; indagar; averiguar detenidamente. Liquidar. Pagar. Ni juco. Ni pizca, nada. Pegazón. Afecto; cariño. Pelos. Bestias de montar; reses; cabalgaduras. Piyuya. Pequeña suma ahorrada; algo insignificante. Riata. Soga; mecate; esfuerzo. A pura riata: con gran esfuerzo. Sonsera. Tontería. Topón. Cuesta corta y empinada. Tempereo. Época para temperar o vacacionar. Tertulear. Reunirse en tertulia. Vosear, voseo. Usar el arcaico pronombre vos en vez de tú, para la segunda persona del singular. Muy común en Centroamérica y Argentina. Zorro colapelada. Didelphis marsupialis, conocido también como zarigüeya. Zurronear. Cargar con un zurrón o fardo a las espaldas.caminar con fatiga.

Desventaja incorregible Los solípedos híbridos, a pesar de su fino instinto, tienen defectos que provienen indudablemente de su temperamento, por lo que a veces se colocan en situaciones desventajosas, cuando de hecho su viveza y briosura los pone por encima de la generalidad de los brutos. La bestia mular, que no tiene sustituto para la carga y para la silla, cuando es jacona o pasitrotera y que lanzarse caballero en ella sobre cualquier camino al peso de la noche, es una garantía para quien la galopa, hace cosas que desdicen de su fama y de la seguridad que presta en los recios ajetreos de la brega campera.

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Como prueba de seguridad, véase hasta de lo que es capaz, en lo que en seguida se cuenta: En  era dueño de una mula parda que la llamaban la Balija, Buitrago Morales; en ella acostumbraba a trasladarse de Boaco a Managua y de aquí para Arriba. En el invierno de ese año, que fue bastante crudo y en el mes de septiembre, su dueño tuvo que hacer un viaje a Granada y para verificarlo, salió de Boaco un lunes y el martes a las  de la tarde, había llegado a Tipitapa; el camino estaba pésimo. En la villa se entrevistó con el señor Francisco Bejarano que a la sazón radicaba en ella y éste le dijo que era muy tarde para que siguiera para Sabanagrande, lugar a donde se dirigía para tomar allí el ferrocarril que debía conducirlo a Granada. Consultando el caso con su primo don Leandro Buitrago h., opinó lo mismo que Bejarano, pero como era realmente temprano, dispuso ir a hacer noche a Panamá y salir de allí amaneciendo. A poco de haber dejado Tipitapa le nació en un recodo del sendero un viejo conocido que llevaba el mismo rumbo y quien le aseguró que conocía todas las pasadas malas y que por tal motivo no había peligro para llegar a dormir donde Isidro Suncin; lo que facilitaba la tomada del tren para La Sultana. Emprendieron resueltos el viaje y cuando pasaron por donde Tercero, acababa de oscurecer, amenazaba lluvia, uno que otro zigzag hería el cielo, la tiniebla se hizo profunda en un santiamén y cuando llegaron a La Mucuana, la negrura de la noche no permitía distinguirse entre sí a los caballeros, a pesar de que iba el uno tras el otro. El puente de La Mucuana lo estaban componiendo o lo había destruido el tiempo y el conocedor del sendero se olvidó de tal detalle, la Balija era rápida para andar y como el terreno allí es casi tieso, se adelantó bastante sin que su dueño se percatara del aumento del paso; al llegar al mero puente, notó el montado que la mula olfateó a un lado y a otro y de pronto puso el cuerpo de una manera nada natural; conociéndola Buitrago Morales, le soltó las riendas y cuando había caminado unos seis

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pasos, un relámpago breve le permitió observar que sobre de una angosta viga atravesaba el río, pues la tablazón del puente había sido quitada de cuajo. Fue tan breve todo aquello, tan rápida la maromeada mulil, que el pavor, a pesar de ser hijo de los nervios, no tuvo tiempo de recorrer el cuerpo sino hasta cuando la mula se hallaba al otro lado; el compañero hasta que el relámpago descubrió al amigo sobre el abismo en el lomo de la viga, se acordó que había que quebrar a la derecha para pasar el riatillo y un grito de horror, rasgando la tiniebla, fue lo único que pudo articular cuando su retina captó el cuadro espeluznante de la peligrosa travesía. Serenizados los hombres, hechos los comentarios, se prosiguió la caminata y se logró llegar a Sabanagrande como a las  de la noche, sin haber sufrido, después de la mala impresión de La Mucuana, ningún accidente digno de mención. De la Balija se pueden contar anécdotas por cienes, y de la mayoría de estos híbridos, siempre tienen sus dueños que narrar infinidad de cuentos, que en la mente particular de cada individuo, viven una vida inolvidable. Pues bien, en los sitios donde abundan los tigres, siempre hay peligro para los brutos mulares, pues adolecen de la aberración de que cuando salen en estampida junto con el hato en que andan, o bien solos, ya porque se asustan de una sombra o porque ventean el ñigre, se vuelven a palpar la causa de la cual se corrieron. El gato, que siempre viaja en acecho, aprovecha este regreso y la acémila paga con la vida su constante curiosidad. La Balija, que fue el asombro de muchos y la admiración constante de la campistería, pagó tributo al defecto de su género y una noche de tantas, después de haber barajustado largo trecho por el soplo ñambiruno que la brisa transportaba de la montaña al potrero, señal inequívoca de que un felino rondaba los alrededores, pues el tigre exhala un tufo parecido al que produce la ñambira tierna, se volvió y desanduvo lo que había avanzado

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en la carrera abierta y al querer atravesar el río en el encierro de San Francisco, en Chayotepe, el gato que vigilaba, le cayó encima, y la desnucó certeramente, dándose con ella la banqueteada del siglo. Este defecto del solípedo mular es incurable y la única manera de prevenirse contra él, es encaballerizar la bestia cuando se llega a lugares donde abundan los felinos. glosario Ñambira. Cuesco seco y vacío de la calabaza, de olor peculiar, entre ácido y podrido. Ventear. Olfatear algo en dirección del viento.

Centinela intrépido Casi todos los animales monteses se pueden hacer caseros y muchos reportan utilidades que recompensan el sacrificio de amansarlos. El sajino es un cerdo salvaje que si se le domestica, resulta un cuidador inmejorable y al mismo tiempo peligroso para los visitantes que les son desconocidos. Este paquidermo, cuando ya ha cogido sitio, es para los ranchos de los indígenas de suma utilidad. Se familiariza a fuerza de convivio con los cerdos, perros, terneros, gallinas, chompipes y demás animales que los indios reproducen y tienen. Distingue a todos los de la casa y pueden los perros no ladrar a los extraños que llegan por estar calentando fuego, como llama el fuerano al hecho de echarse o ponerse cerca del fogón en los meses de invierno, tanto los animales como las personas; pero que el sajino no salga al encuentro volándole tarascadas a los intrusos es verdaderamente imposible, pues le ayuda el hecho de que no es calienta fuego.

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Juan Rodríguez, en Vagua, cogió uno y de tal manera se llegó a civilizar y a tomar posesión de la vivienda, que el dueño lo dejaba de cuidador cuando bajaba a Boaco en la Semana Santa o para la fiesta de Santiago Apóstol. Para San Pedro de , el dueño de Chayotepe en esa época, salió de caza y a mediodía arrimó a la alquería de Rodríguez, indígena adinerado y cuya propiedad limita con San Fernando. El patio de la casa es amplio y limpio en una extensión de  metros redondos, es decir en circunferencia; los tiradores eran seis con el patrón y resolvieron visitar a Rodríguez para dejar en su casa unos tres venados que habían blanqueado en la montaña y cuya carga era difícil conducir en el momento. Juan y su familia se habían ido a una chichada vecina, y, cuando los visitantes avanzaron unas cuantas varas sobre el limpio de la lata, salió de la casa el sajino con un ímpetu y una furia tales, que les fue imposible a los visitantes arrimar a la mera casa. Matarlo era un atentado contra la propiedad y la nobleza de aquel bruto, y ante la intrepidez de semejante cuidador no quedó más camino que subir a un compañero a un palo, guindar de las ramas los venados y despachar una comisión escotera a Chayotepe a traer dos bestias de carga para conducirlos; el resto se enmontañó de nuevo para proseguir la cacería. Por lo narrado se puede deducir la utilidad que un sajino presta cuando ha sido domesticado y a todo eso hay que agregar que corre a los zorros y se come a las culebras que se aventuran a llegar a las cercanías de los patios y es un centinela seguro al peso de la noche, así la luna cruce el cielo o derramen el agua a cantaradas las nubes del invierno. glosario Blanquear. Tirar al blanco; cazar con arma de fuego. Calienta fuego. Perezoso; holgazán. Sajino, saíno. Cerdo salvaje o chancho de monte, Tayassu tajacu.

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El pájaro brujo A todo individuo observador que llegue a permanecer por algún tiempo a Chayotepe, tiene que llamarle la atención a los pocos días de haberse radicado, el canto fugitivo y continuado, alegre y playero, como si Malacatoya o el Paso Real estuvieran cerca de unos piches misteriosos que lanzan sus cánticos en las primeras horas de la noche y que al parecer, circunvalan de tarde en tarde el perímetro de ubicación de la casa y los corrales de la heredad citada. Cuando se les escucha por primera vez y no se conoce la región, lo primero que la mente supone, es que cerca del lugar debe existir algún playón exótico o laguna igual y que por el poco conocimiento que se tiene de la montaña, ha evitado que se enteren de su vida los habitantes de Abajo. Luego que se inquiere sobre si hay hoyas rellenas de agua o lagunetas que roben lugar a las sabanas y los informes van diciendo que no existen en la comarca por ninguna parte, el espíritu deja pensar en la posibilidad de que los patitos malacatoyinos pueden poblar lo montaña si no hay elementos suficientes donde puedan subsistir. Entonces la acuciosidad cede la investigación a los ojos y comienzan éstos cuando se oyen los cantos, a escudriñar el vacío, mas como nunca captan nada en el éter, principia incontinenti a vacilar y entonces el inquirimiento personal va de un individuo a otro, y como con quienes se trata de satisfacer la curiosidad son natuchos, se limitan éstos a decir que el animal que canta así, se llama pájaro brujo, de donde nadie los saca, pues no dan más explicación y hay que tragarse la píldora de que las barcarolas pichunas, son endechas del miliunanochesco cantor no catalogado. Si el convivio montañero se prolonga y llega el verano con su cortejo de encantos primaverales, pues en tales zonas esa estación es una encantadora primavera eterna, se presenta la oportunidad de oír cantar el ave fabulosa, en las claras y serenas noches abrileñas. 204


EL PÁJARO BRUJO

La grama que crece en el vasto corral de San Fernando invita, en los días de luna, a tirar la humanidad sobre su fresca felpa, y cuando menos se espera, pasa sobre la cabeza de uno desgranando sus notas alegrantes el alado entonador desconocido. En una noche del mes de abril del año de , hacían rodeo en el corral citado Félix Paz, su hijo Juan, José María Linarte y Fernando Buitrago Morales que andaba en Chayotepe, cumpliendo unas órdenes de su señor padre. La luna estaba bella y la montaña dormía aparentemente su quietud de estribación arrogante, bañada completamente de plata; la brisa no había salido de paseo y un frescor amanerado se extendía como una emanación acariciadora de la pradera en plena mansedumbre. De pronto un “sacudite brígida” rasgó la tranquilidad del ambiente y Buitrago Morales, que descansaba estirado y supinamente, se incorporó rápido buscando con la mirada el piche imaginario que había dado al aire el cantido anunciante de su paso. Buscó y rebuscó por todos lados y como sus ojos no encontraron nada, cansado de escudriñar, tiró la vista a la grama y se volvió a estirar sobre de ella. No habían pasado  minutos cuando otro “sacudite brígida” volvió a circular por el espacio y el muchacho al oírlo de nuevo, no pudo contener por más tiempo su curiosidad y dirigiéndose a Félix, que era su compadre, le dijo: —Compadré, no sé por qué se me hace difícil descubrir ese piche o piches que pasan cantando, si Ud. los ve dígame por dónde vuelan para mirarlos. —¿Qué piches, compadré? Si por estos lados no se conocen. —Esos que pasan cantando… Y como por casualidad se repetía en ese instante el cántico, agregó Buitrago Morales: —Ese piche que acaba de oír y que con su canto dice “sacudite brígida.” —¡Ah, vaya! eso es diferente; esos “sacudites brígidas” no

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son de piches, sino que de una chicharra. —¿Chicharra? —Así como lo oye, de una chicharra. —No juegue, compadre, si se lo estoy preguntando en serio. —Sí, en serio, compadre, se lo digo, es una chicharra. —¿Será? —¿Cómo que si será? que lo es y “sin círculos madroños” de ninguna clase. —Sólo viéndola podría creerlo. —Pues no lo conseguirá nunca, porque es casi imposible y para conseguirlo habría que vivir permanentemente en Chayotepe. —Algún día voy a hacerlo y entonces la conoceré. —Dios lo oiga, ese animal es misterioso. —¿Y cómo se llama? —Pájaro brujo. —¿Pájaro brujo? y el misterio, ¿cuál es? —Lo que yo le puedo contar, es la pasada que me contó mi tatabuelo cuando era matacán ; es curiosa la pasada y la chicharra la conocí cuando yo estaba ya casadero. —Hable, compadre, cuénteme esa pasada, que me está interesando mucho ese tal pájaro brujo. —Allá voy pues, pero no se ría de lo que le cuente, si le parece bueno, bueno, y si no le parece bueno, pues también bueno. —Hecho el trato, compadre Félix. Y el indio Paz soltó la sinhueso y contó la historia del pájaro brujo, que no se transcribe aquí porque es muy larga y en un libro, todavía sin nombre, de Buitrago Morales, se relata intacta. Pasaron muchos años y, tanto en invierno como en verano, los habitantes de Chayotepe se distraían oyendo de tarde en tarde los cantos brujos del pájaro del cuento. Como a las  de la noche del  de agosto de , bajo un cernido casi imperceptible pasó endechando el pájaro brujo sobre la casa de Chayotepe; Buitrago Morales que tenía que salir para Granada, estaba liquidando a Narciso Mejía a esa hora

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EL PÁJARO BRUJO

y se hallaba cerrando el libro de cuentas, cuando se oyó otro acorde del misterioso trovero, luego vibró otro y como si hubiese entrado el animal a la casa, se sintió el “sacudite brígida” en pleno corredor y luego un último canto que fue a terminar en el mero libro que Buitrago sostenía en la mano y que lo daba, sin lugar a dudas ya, una chicharrita de menos de  pulgada y la cual fue hecha prisionera en el instante. Así se comprobó que es real la afirmación indígena. El tiempo probó a Buitrago Morales la realidad que es una chicharra la que canta como piche en las montañas de Chayotepe y que es difícil dar con ella, si la casualidad no depara el encuentro. Esta chicharra es medio amarilla, pero la cabeza y algunas partes del cuerpo, son de color café encendido como el de las plumas del piche; la barriga se puede decir que es tinta como la sangre y las alas tienen pringues de igual color. La que voluntariamente se presentó en Chayotepe, fue guardada en una cajita y todavía en  la conservaba su dueño; cuando éste se trasladó a Diriamba, en el camino que el chofer lo condujo, que fue el señor Manuel Morales, le perdió un costal de libros y unas cajitas más que iban en él; en una de ellas iba el pájaro brujo y así desapareció del poder de Buitrago Morales el histórico cacaste que comprobó la positiva existencia de este articulado sin catalogarse. El canto es fácil de comprobarse con sólo irse a la montaña a permanecer unos cuantos días, sobre todo si esa permanencia se verifica en el invierno, pues en las noches claras, por cierto raras, de esta estación, suele cantar continuamente el brujo de la historieta, pero conocer la chicharra no es asunto de un día, en  tuvo la primer noticia del cuento Buitrago Morales y hasta en  pudo comprobar la realidad, pero que existe, “sin Jerónimo de duda,” existe. glosario Cantido. Canto de un ave o insecto.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Cernido. Lluvia muy menuda. Endechas. Canción triste o de lamento. Sacar. Hacer cambiar de opinión. Tatabuelo, papabuelo. Abuelo.

La playa de El Subidero Cuando se pasa por la playa de El Subidero, encantadora vera del incomparable Cocibolca, rumbo a Granada o bien partiendo de esta ciudad con destino a cualquiera de las regiones de lo que fue anteriormente el departamento de Jerez,22 no se halla explicación al motivo de que por qué los granadinos, y aún el resto de los nicaragüenses que acostumbran transitar esa ruta, no han hecho de aquellas costas maravillosas el centro de veraneo del país. Hay que ver aquel arenal que parece hecho para nacimiento, terso, tieso, fino, sólido, que da la impresión de un pavimento hecho adrede y cuya extensión enorme, abarca una superficie de  legua de largo por unas  varas de ancho y en partes quizás hasta el doble de latitud tenga; sirva esta descripción para captar una idea aproximada de lo que es. Abundan en las cercanías las haciendas de ganado; el caserío de Los Cocos está a la orilla del paradisíaco lugar; en pequeños botes se pueden visitar las numerosas propiedades costeras y sin dificultad se verificarían deliciosas pesquerías en el silencioso y casi olvidado Charco de Tisma que besa su costado occidental. Transporte y todo lo necesario para un traslado temporal resulta muy barato y como aditamento se encuentra todo lo necesario para poder practicar la equitación ya que existen buenas bestias en las propiedades de los contornos. Comparando todos los balnearios del Pacífico del país con este sitio, puede asegurarse que no hay uno que presente la

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SIERPE CON ASTAS

belleza, amplitud, extensión y aseo tan esmerado como éste de El Subidero. Cuando se ha trotado sobre tales arenales y se ha palpado el encanto que los rodea y las facilidades que hay para gozarlos, no se puede más que exclamar que todo eso se tiene arrumbado por pura idiosincrasia nica y ¡qué clase de idiosincrasia, Dios santo! glosario Arrumbar. Descartar por inútil; menospreciar; ignorar. El Subidero. Camino arenoso entre el Playón del Genízaro y la costa del Cocibolca, en el actual camino que va de Granada al Paso de Panaloya.

Sierpe con astas Como a  varas al oriente de la casa de Chayotepe, al pie del acirate en que se levanta la alquería, se arrastra una delgadísima quebrada que se echa incontinenti, de acariciar el altiplano, al río de San Fernando. Frente al lugar de esa juntura, hay un recodo de tierra como de  manzanas que se adelanta a cortarle el paso a la corriente, la que por tal motivo se ve obligada a bordear la faja que casi se convierte en isla si no fuera que el río se arrepiente de regresar a su álveo y, al momento de hacerlo, endereza y se lanza impetuoso canturreando canciones de linfas murmurantes en dirección del norte. En vida de don Mariano Buitrago ese lugar se dedicó para siembra de verduras y árboles frutales, motivo por el cual fue bautizado con el nombre de La Hortaliza y como se mantenía completamente limpio, fue escogido para servir de baño a la familia. Por lo expuesto se comprenderá que el encantador rincón era muy visitado, mas sucedió que al paso de los años, decayó la alegría del paraje debido a que la poza que se usaba de bañade-

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ro, entró de sopetón a la leyenda. Decían los indígenas que en ese sitio vivía una sierpe que siempre bajaba por la quebrada descrita al río en que se echa, y que se perdía hundiéndose en el tablazo en donde los Buitrago se bañaban. Para los aborígenes, una sierpe es un ser fabuloso que tiene cuernos, es enorme de largo y de un espesor como de níspero; cuando ellos dicen que en el paso tal, del río cual, hay una serpiente, equivale a echarle maldición al sitio que señalan, pues allí nadie vuelve a bañarse ni a pescar y cuando a la margen pasan, se vuelven sólo ojos, oídos y cruces para observar bien todo el lugar y defenderse de cualquier diabólico ataque si por si acaso el desmedido ofidio es hijo de Satanás. Tanto iba y venía el rumor, que para serenizar los nervios de las señoras, hubo que prescindirse de La Hortaliza y buscar otro bajadero para el baño. Así las cosas, la importancia del paraíso decayó por completo y la pulcra limpieza del islote terminó con el olvido. Habían transcurrido unos  años de que había comenzado la leyenda y ya la pasada del ofidio misterioso casi no se recordaba, cuando una mañana del mes de marzo de , regresando a la casa con procedencia da la quesera de Los Encuentros, después del ordeño, el patrón y dos sirvientes, en el mero crique que lame el pie de la falda de la loma en que se levanta la casa de la hacienda y a unas  varas de su desembocadura y al margen del vado del camino, estaba una víbora de unos  ½ metros de largo, gruesa como un cuartón rollizo de escobillo negro, con una cabeza como la de un perro de raza enana que lucía dos pequeñísimos oteros que se levantaban tersos de su jupa, fraguando una curiosa cornazón y envueltos en la piel de la cabeza. La impresión que causaban las astas, es la que producen los Cerroscuapes sobre la trocha real del camino que va para Olama, es decir, como los dos cerritos están totalmente cubiertos de grama y se levantan al fin de un llano, cuando se les ve de lejos parece que se vienen alzando y que a medida que suben,

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arrancan la alfombra del llano para cobijarse la sompeta; pues ni más ni menos con la toboba del cuento, al levantarse los cuernos sobre la testa del reptil, parecía que lo obligaban a llevar la cabeza verticalmente y que le venían arrancando la piel al ofidio para ir cubriéndose con ella; de donde al columbrarlos trasmitían la sensación que se percibe cuando por vagancia se les jalan las orejas a los perros y se ve el esfuerzo que hace el cuero al estirarse. El animal miró primero a los jinetes y el patrón vadeó el riatillo sin haberlo visto todavía, fue el asotón de su mulo el que lo puso en guardia, pues al otro lado del hilo de agua, estirada, estaba otra culebra, plana de cuerpo, que daba la impresión de una cinta enredada y dunda como una solitaria y del grueso de un canto de ojo de buey, chata como este mismo fruto y de  pulgada de ancho y del color exacto —en lo que a las rayas se refiere— a la piel de tigre, chorreada en blanco, sí, y no gateada ; aclarando mejor, el blanco sobresalía sobre lo negro. Ambas sierpes eran dignas de admiración, los cuernos que exhibía la más desproporcionada no eran como el común de las astas, no; estas le venían subiendo con todo el pellejo del frontis, ni más ni menos como se dijo atrás, de tal manera que daban la idea, por la forma exacta de ellas, a dos diminutos piloncitos de azúcar ubicados en la frente de la alimaña, completamente separados y de unas  pulgadas de alto cada una y anchas en el pie del nacimiento. Se ha dicho arriba que el reptil era una víbora; hay que explicar antes de terminar, que, para los indígenas, la víbora verdadera, es decir la que ellos llaman así, es una toboba muy parecida a la castellana de las latitudes del Pacífico, pero que cuando en aquellas regiones llega a la desproporción, cambia los tonos del color y tiene diferencia con la de estos lados. La de los cuernos tenía el pecho blanco, el total del frontispicio plateado, de los cerritos para el dorso, negro todo, y el resto del cuerpo morado cardenalicio, con tonos variados las partes restantes y con rayas y pringues comunes a la especie a que pertenecía. 211


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La serpiente chata desapareció lentamente en una hendidura de la raíz de un árbol que al pie de la vera de la quebrada se erguía y la otra saltó al río, tomó corriente arriba, y al llegar a la poza que sirvió de baño a la familia de don Mariano, se hundió bajo las aguas del tablazo junto a los paredones que lo aprisionan, indudablemente en busca de la cueva en que habitaba. No quiso el dueño de la propiedad que los hombres las ultimaran, eran demasiado interesantes las alimañas para concluirlas y estando tan cerca de las casas, algún día podría llegar un estudioso a quien la casualidad daría oportunidad de mirarlas y de allí sacar algo interesante para bien de los que inquieren los secretos de las selvas y talvez hasta para reforzar ese vestigio de museo que posee la capital de la república. La contingencia deparó —después de tres quinquenios— la confirmación de lo que parecía fábula natucha; y el latifundista de aquel entonces gozaba después del encuentro haciendo hablar a los indios sobre las veces que habían visto al reptil antes de que él lo conociera, y llegó a compenetrarse, al través de las buchoneaderas de esos días, de que pueden los indios exagerar las rarezas que logran mirar en la montaña, pero que en cada cosa que cuentan, siempre existe un  % de purísima verdad. glosario Acirate. Loma que sirve de lindero en las haciendas. Asotón. Detenerse de golpe; de sopetón; de improviso. Castellana. Serpiente de la familia de las Vipéridas, Askistrodon bilineatus. Gateada. Con rayas como las de un gato. Ojo de buey, ojo de venado. Semilla de tamaño mediano que recibe su nombre por la apariencia con el ojo del animal; la planta madre es la pica-pica, un bejuco del trópico seco, Mucuna urens, cuyas hojas están cubiertas de pelos irritantes. Otras especies que producen la característica semilla son la M. fawcetti y la M. sloanei. Sompeta. Cabezota.

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REVENTAZÓN DE PESCADOS

Reventazón de pescados Cuando cae el primer aguacero del invierno, el potrero de San Salvador de Chayotepe se cunde de carates. El carate es un pescadito barcino, de  pulgadas de largo por  ½ de ancho, poco más o menos. A la mañana siguiente de la lluvia, la frase general entre los indios y mozos es: “ya está la reventazón de pescados.” Y en realidad, pareciera que al conjuro del agua primera, el pescado reventara de quién sabe qué secretos huevos, protegidos y conservados por el prodigio sin límites de la Naturaleza, pero esto casi resulta imposible por el tamaño que presenta el pececillo, el cual sería curioso que lo adquiriera de la noche a la mañana. Siguiendo la frase aborigen, revienta en tal abundancia el carate, que los indígenas lo pescan barriéndolo con escobas especiales de arbustos de abejón, que deslizan sobre de las aguas que se estancan en los planes del potrero. Para este barrido, si no hay abejón, hacen escobas de ramas espesas, de hojas de vainillo y con ellas proceden a recoger los peces de las charcas. El indio Félix Paz recogió en , en menos de  horas, dos costales azucareros de estos pescados. Después de  ó  días de haber acontecido la reventazón, el carate se desaparece como por encanto, “de no hallarse ni para remedio” como reza el refrán. De esta misma especie de peces y en exacta época, aunque no en igual abundancia, revientan en todas las llanerías que se extienden al oriente de la ciudad de Boaco y se esfuman del mismo modo que desaparecen los primeros. La cultura y la razón individual, según la preparación que haya tenido en las aulas, entran en pugna ante la realidad del hecho; por más que se le da vueltas a la cabeza, no se encuentra la causa que motive la reventada del carate y haciendo conjeturas aquí, sugerencias allá, posibilidades por acullá y pensando

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hasta en lo no previsto, se termina por fin en la conclusión de que el fenómeno necesita un estudio verdaderamente detenido para llegar a descifrarlo. Es lo posible, que la causa radique en un huevo especial que el animalito deja en su breve tránsito, el que incuba y desarrolla en todo el año y al caer el primer aguacero toma plena vida y forma, como sucede con las iguanas y lagartos que entierran sus posturas y que al romper el cascarón, los animales ya salen con un tamaño desproporcionado al huevo en que vivieron embrionariamente Con todo, y aquí es donde la confusión hace su agosto, el caso es de que en los ríos no se halla esta clase de pescado y el carate de río difiere en mucho de éste de potrero, y aún suponiendo que las desemejanzas que contienen permitieran confundirlos, jamás se ve en las quebradas y riatillos que por esa época, pero en ninguna otra, aumenta la existencia del pescadito barcino que recibe el nombre mencionado, con el refuerzo que forzosamente recibirían los criques de las innumerables llanerías y encierros que aprisionan sus caudales. Mientras llega el naturalista que le preste atención a este prodigio, la causa que lo produce ha de seguir en el misterio como hasta esta hora en que se transcribe la noticia. glosario Carate. Pescado de la familia de los guapotes y mojarras, abundante en el lago Cocibolca. Reventazón. Momento en que se abren los huevos de peces o reptiles; el término científico es eclosión.

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EL PELIGRO DEL ALERO

El peligro del alero Los aleros son un verdadero peligro para la salud de los animales, así sean éstos, racionales o irracionales. El tétano o trabazón del pescuezo de los semovientes, que los fueranos denominan morriña de sabana, es casi siempre un efecto moderado de la maldad de los aleros, pues sin reparar en éstos, desensillan las bestias agitadas bajo de ellos. En la mayoría de los casos, no se echa de ver en el momento el resultado del efecto que produce la gotera y, cuando al siguiente día el animal aparece tieso, atribuyen la tiesura a la malhadada morriña de sabana. No se puede sostener que esta tal morriña, tomada no como tal, sino como nombre de la dicha enfermedad, no exista, pues hay muchos, muchísimos árboles cuyas frondas airean al permanecer bajo de ellas, otras simplemente entiesan y también embaran; pero tales efectos no son completamente graves y pueden denominarse como tétanos benignos y quizás como asegura el campesino, efectos de ciertas virazones. La experiencia demuestra que hasta quitarle las alforjas a un penco agitado, resulta contraproducente y dañino, siempre que sea bajo la gotera. Una vez regresaba de Olama el activo caballero don Juan T. Tijerino en compañía de Buitrago Morales y en Cerrocuape resolvieron pasar visitando a don Ildefonso Cerda, cuya propiedad quedaba cerca. Los viajeros habían ido a El Coyol a comprarle a don Chico Saavedra unos caballos, y cabalgando en ellos retornaban a Boaco. El bruto que Tijerino montaba era de color blanco salpicado, de una oreja guirocho, andador, brioso y valiente y como las bizazas que traía pesaban demasiado, al llegar a la finca de don Poncho, para que el animal descansara, sin decir “agua va,” le quitó la carga en el propio alero y con tan mala suerte que en el momento el caballo se dobló con tétano, imposibilitándose para seguir la marcha, por lo que tuvo que dejarse al cuidado del

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señor Cerda y facilitar éste otra bestia para seguir la andanza. El noble penco, sometido a un buen tratamiento, se alivió a los pocos días, pero los que presenciaron el hecho jamás olvidaron el caso, por lo menos puede asegurarse en lo que respecta a Buitrago Morales. En las lecherías, los tétanos de las cabalgaduras son muy comunes, por lo descuidados que son los lecheros; en cuanto regresan les quitan los aperos a los pobres jamelgos y el alero pone la nota triste de sus efectos sobre el cuerpo de los nobles brutos, víctimas inocentes de la pereza de sus manejadores. Los patrones y los dueños de bestias no deben olvidar nunca y los encargados de manejarlas tenerlo presente siempre, de que jamás se debe desensillar un animal bajo el alero, porque el tétano acecha constantemente y de manera infatigable, como el tigre atisba la caza que le va a poner fin a su hambre. glosario Guirocho. Dícese de la bestia de oreja caída o gacha.

Pelos peligrosos En el ganado de asta, hay colores en los pelos que denuncian en el momento la índole del semoviente que los ostenta, hablando un poco más claro, debe decirse, que ciertos pelos indican a los experimentados la conveniencia inmediata de prevenirse de la res que los lleva. Todo animal barcino es por lo general embestidor y el overo negro —pringue de causelo— que abunda en el ganado común, es también peligroso. Las reses con tales vestimentas pasan tranquilas las horas del corralaje y hasta suelen inspirar confianza por tal motivo, pero si se les laza en el campo para curarles alguna gusanera o si son machos para caparlos, al soltarles el lazo para dejarlas

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PELOS PELIGROSOS

en libertad, arman la bronca del siglo y si el sabanero es pendejo, lo despanzurran en menos de lo que tarda un gallo para lanzar un quiquiriquí. El hoscoencerado de la pampa olameña es otro tinte endiablado de los astunos de esas llanerías, y el alazán requemado, si lo porta un rejego de las queseras boaqueñas, es algo que inspira desconfianza desde que se columbra al cornúpeto. A pesar de lo dicho, no hay que suponer que todos los rumiantes con tales pelambres sean desguaviladores, no; los hay mansos y nobles a pesar de que visten los tonos precisados. Las vacas mucas de procedencia lenchena, recién paridas, son por lo general embestidoras y muchas aún también no teniendo crías. No hay que fiarse de los mucos porque son mucos, pues el topetazo es muy fuerte y aunque no sacan la basofia, revuelcan y desquebrajan a los confianzudos y valentones que se ríen de sus totolpas peladas. Cuando en un arreo va una muca y resuelve desgaritarse, es un dolor de cabeza seguro para los arrieros y el caporal, pues no hay monte que la detenga ni alambrado que la pare; porque si en un pajonal o en un cerco mete la maceta y la pasa desahogada, hay que decir que la vaca está al otro lado de la balsada o del alambre, porque donde encuentra paso libre la jupa, escurre el cuerpo como si se tratare de un gato o de un coyosebo mañoso. De esta desventaja para conducir esta clase de ganado, es que nacieron los adagios: “es peor que vaca muca,” y “es como una muca, a donde mete la cabeza ni con el grito ceja,” expresiones hateras que suelen aplicar los fueranos a las mujeres testarudas y a las muchachas sin freno, que por más consejos que les den, se van o se meten con hombres que al siguiente día las dejan. glosario Caporal. Entre los campistas montados, el que va adelante. Causelo. De color café con rosetas negras. También se llama así a una especie de tigrillo u oncilla, Leopardus tigrina.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Coyosebo. Gato ostoche o zorro gris; Urocyon cinereoargentus. Desgaritarse. Salirse de la manada, dejar la ruta. Hoscoencerado. Res de lomo color café subido y el resto del cuerpo negro. Maceta. Cabeza; jupa. Meterse. Involucrarse románticamente; enredarse. Muca(o). Vaca o toro sin cuernos. Rejego. Toro que sirve de padrote. Topetazo. Golpe o embestida que da una res con la cabeza o con sus cuernos; golpe de frente.

Hatajo y partida No es lo mismo arrear un hatajo de bestias, que una partida de ganado, pues mientras las primeras viajan a galope, los segundos caminan paso a paso. En el jerigonce campista, la conducida al corral de una novillada o vacada se denomina “arreo” si es para el comercio, “rodeo” si se trata de vaquería o sabaneo, “mamanto” a la reunión del ganado de leche a mediodía, y “aviento” el echar al amanecer las paridas al corral. Por hatajo se entiende una cantidad de yeguas, caballos y mulas, y por partida un rebaño de erales, vacas o terneros. En los vastos hatajos donde hay garañones finos para mejorar la raza, se debe tener mucho cuidado con ellos para que no peleen, pues no sólo se hacen tiras las ancas y los lomos sino que algunas veces hasta se zontean. En muchas grescas, el saldo ha sido que “salgan a nivel” los luchadores, expresión gráfica esta de los campistas, con la cual significan que se dejaron sin orejas. Indudablemente para que no se hagan daño los padrotes, sobre todo en los hatos en que la crianza de solípedos no es desmesurada, lo mejor es manejar un garañón por cada  yeguas y en potreros separados.

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TILINTE… Y A LA ESTRADIOTA

glosario Hacerse tiras. Quedar rasgado o herido. Zontear. Quedar zonto, es decir, perder una o dos orejas.

Tilinte… y a la estradiota Siempre que los fueranos adinerados pelan el ajo lejos del villorrio, caserío o pueblo a donde están avecindados o les queda muy distante de su alquería el panteón de la cañada en donde radican, los deudos conducen el cadáver del fallecido a lomo de caballo hasta el lugar en que va a reposar definitivamente. Claro es que para que un muerto pueda operar como jinete, se necesita de truco para poderlo conseguir y los campesinos, que no son chiches ni chochos, se valen de horquetas especiales para lograr tal cosa. La horqueta es un gancho de patas a capricho y con cabeza igual, ni más ni menos como el que se ocupa en una honda, con la diferencia que el que se emplea para jugar es diminuto y el otro desmesurado. Cortada y dada a la horqueta la dimensión que requiere, de acuerdo con el tamaño del difunto, se procede a vestir a éste con su traje de semanasantear, una vez emperelijado y bien taponeadas las vías del cuerpo se le deja yacente para mientras se arregla la cabalgadura. Por lo general la bestia que se saca la tarea, es la mula o el caballo de silla del que van a sepultar; arreglada la albarda y bien cinchado el animal, se engancha la horqueta a la silla y se amarra del jinetillo y del contralátigo y se refuerza el rateado en los estribos; luego se prueba si está fuertemente sujetada y capaz de no darse vuelta en el camino. Hecho esto último y en cuanto suena la hora de partida, cargan los amigos al amigo que se va y cuando ya está el muerto a la vera del semoviente, le quitan la cotona, la chaqueta o el saco y cualquier otro aditamento que estorbe y que le haya sido puesto

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en el momento de vestirlo, despojado de la parte de vestimenta citada y los impedimentos, lo suspenden en vilo e incontinenti lo enganchan, luego sacan las riatas y lo aspan a la horqueta; una vez bien amarrado, hacen los recortes de las partes del gancho que sobresalen de los pies y la nuca y visto que todo está bien hecho, para cubrir el palo de la espalda, le ponen de nuevo la pieza de encima, que le quitaron antes de la aspada, y cualquiera otro culero necesario que hubiera sufrido igual suerte para poder efectuar con libertad la mancornada. Después, sale primero en su bestia el baqueano adelante para que el jamelgo enterrador vaya a la sirga; sueltan enseguida el caballo que conduce al cacaste y luego la comitiva atrás arrea al bruto que lleva al fenecido. Tales entierros se convierten en descomunales bebiatas y sucede frecuentemente que cuando al baqueano le gusta el trinquis, éste deja el camino para entrar junto con los acompañantes a libar en las cususerías que siempre se hallan escalonadas a las veras de las trochas rurales. El caballo del difunto, como su jinete, no tiene que desempeñar ningún papel en el estanco y además, como no lo arriendan, se queda ramoneando en el sendero en esperas de que la cabalgata vuelva a emprender su ruta y lo rebiaten de nuevo. Por lo general, si algún escotero pasa en tal instante, el jumento que anda libre no tiene inconveniente de seguirlo, maña general en los caballos que están cargados y en esperas de seguir la jornada y si el caballero que pasa, no se fija o ya es de noche y por ello la oscuridad no le permite observar quién le va pisando los talones, el muerto va a parar hasta donde el viajero vaya, pues hasta que éste se detiene, el rucio carguero para. En enero de , en plena revolución de la Costa,26 fue Eleuterio López a traer a Granada a un hijo de don Mariano Buitrago, mandado especialmente este señor para cumplir tal misión. Por la revoluta no se podía madrugar y por esto tuvieron que 26

El 11 de octubre de 1909 estalló una revolución conservadora en contra del dictador liberal José Santos Zelaya. La Nota Knox obligó a Zelaya a dimitir, asumiendo la presidencia el abogado José Madriz. Éste renunció a su cargo el 20 de agosto de 1910, y el 26 las tropas conservadoras entraron triunfantes a Managua.

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TILINTE… Y A LA ESTRADIOTA

salir de La Sultana a las  de la mañana; llegaron a Acoto como a las  y don Juan Pascual Gutiérrez, que era el dueño de la hacienda y amigo de don Mariano, no permitió a los viajeros seguir el camino por lo fuerte del sol y porque en esa época de guerra era mejor viajar de noche, ya que a tales horas no se encontraban escoltas y su experiencia lo tenía comprobado así. A las  de la tarde partieron los caminantes; a las  de la noche vadeaban Tecolostote, y un poquito adelante de El Recreo alcanzaron a un señor que parecía que esperaba a alguien, pues estaba parado en medio del camino. Los montados pasaron a su vera, saludaron y como no les contestara el adiós, supusieron que el hombre o era sordo o estaba distraído. A poco los cotonió un campista que iba para Tataguacosta y tras de éste, venía el jinete que habían dejado hacía poco; el sabanero saludó y después de advertir el rumbo que llevaba, agregó en voz baja: —A ése que viene atrás lo saludé tres veces y no me contestó y lo único que hizo fue seguirme sin decirme “esta boca es mía.” ¿Quién diablos será ése, compadré? Los otros le contaron lo que les había pasado y como el campista iba al galope por andar urgido, se despidió y desapareció pronto en uno de los recodos del sendero. Cuando pasaron Teoyaca, Eleuterio, que era medio supersticioso, dijo al compañero: —No sé por qué llevo miedo a pesar de que está clarona la luna, sería bueno que le diéramos a andar lo más que podamos. —Bueno, pues dale viaje, a todo paso, se ha dicho. Y como lo dijeron, lo hicieron, pero el montado misterioso, en lugar de quedarse, puso al parecer a la andadura su caballo y a tal extremo lo violentó, que dejó atrás a Eleuterio. Así las cosas, trataron los caminantes de que el hombre los dejara, pero a medida que éstos sofrenaban sus brutos, el andante desconocido también atarcaba la cabalgadura. Entonces volvieron apretar a todo escape, e imitando a los

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huyones, el hombre de la pasada echó a trotear también, y en menos de una hora llegaron a Tataguacosta; aquí resolvieron entrar para que el individuo, que siempre insistía en traserearlos, siguiera adelante y los dejara, mas su sorpresa no tuvo límites cuando vieron a su perseguidor también desembocar en el corralillo de la hacienda tras de ellos. Arrimaron a la casa y el señor pisatalones paró su caballo bajo la ramada de guate que en el corral había; cuando el campista que los había dejado reconoció a los visitantes, se dirigió a ellos y después de que cambiaron impresiones, resolvieron todos juntos romper la incógnita del caso. Echaron los llegantes pata al suelo, el campista tomó un candil de mala muerte para ir a la inspección, avanzaron los hombres sin titubear y recorrida la distancia que separaba la casa de la ramada de guate, se arrimaron al desconocido que cabalgaba a la estradiota y al verlo bien rateado sobre el rucio que lo conducía, en el acto cayeron en la cuenta de que se trataba de un prójimo que ya andaba en la otra vida y que el caballo lo llevaba para donde su instinto le decía. Como el sombrero se lo habían rempujado hasta los ojos y una barba espesa y medio canosa le ocultaba el resto de las facciones, el rostro quedaba prisionero y sólo se veían claros, la nariz y un bigotazo bajo el cual se presumía que acamparon o acampaban todavía su milloncejo y medio de microbios; por lo dicho se comprenderá que se hacía difícil comprobar a quién pertenecía aquel cadáver. Entonces resolvieron los investigadores amarrar el rocinante a un horcón de la ramada, atarcar el animal y si al amanecer no aparecían los deudos, llevar al pobre difunto a San Lencho para entregarlo a las autoridades y que éstas ordenaran su enterramiento. Eleuterio y el hijo de don Mariano determinaron hacerle un tiempito regular a los desconocidos parientes que todos suponían que de un momento a otro aparecerían tras de las huellas de la cabalgata, para ver la conclusión de aquel caso sui generis.

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Así las cosas, López les aflojó las cinchas a las bestias, les echó guate y tendió las hamacas para que la espera se convirtiese en descanso. Un poco después de la media noche, se oyó que avanzaba sobre el camino recorrido por los caballeros, una bullaranga del diablo, al rato se distinguía claro lo que platicaban y cuando la cola de los enterradores venía en el topón de la llegada, la cabeza ya hacía rodeo al difunto, contentos quienes la integraban, de haberlo encontrado al fin. Antes de que saludaran los buscadores, gritó uno de los de la comitiva: —¡Allí está mi tiyo, ni muerto se corrigió mi tiyito ! Todos los de la casa volvieron a ver a la ramada y el hijo del señor Buitrago murmuró fuerte y por lo bajo: —Desde ayer se corrigió tu tío, los que no se corrigen son ustedes. Nadie contestó nada, se dedicaron a dar explicaciones y a contar el cuento de la confundida de ñor Rito, nombre que todos le daban y después de rendir las gracias, repetirlas y volverlas a repetir, salieron unos a todo trote y otros a galope tendido, seguramente que para llegar más breve, no al cementerio que ya el muerto estaba muerto y no podía dejar de estarlo y además no urgía echarlo al hoyo, sino que indudablemente para la primer casa, en donde encontraran un ojo de agua de cususa cristalina o morena, que el color, a la altura en que ellos andaban, poco o casi nada podía haberles interesado. Con la costumbre de las bestias de rebiatarse a sus hermanos los solípedos que pasan, el jumento de ñor Rito se puso a la cola del campista tataguacosteño y no se dejó de ninguno de los brutos con los cuales se engaratuzó en las  ½ leguas que tuvo que andar con ellos, desde El Recreo hasta Tataguacosta. El apellido del señor fue difícil captarlo en medio de la barahúnda que hacían los marañones enterradores; pero según se dijo después, el muerto era uno de los riquitos de las llanerías que suben desde Qüizaltepe y Teoyaca adentro, es decir, al

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oriente de esos lugares y a quien medicinó por muchos años el célebre y bien conocido curandero Cucalón, apodado “el doctor,” quien se trasladaba desde San Lencho a pasar a la casa de ñor Rito larguísimas temporadas, para hacerle continuado el tratamiento médico a que lo tenía sometido y el cual lo había mejorado mucho; pero, para desgracia del enfermo, estiró Cucalón la pata muchos meses antes de que pelara los dientes el paciente que el jumento de la cabalgata, lo hizo andar por todos lados, antes de que definitivamente lo fijaran en uno. glosario A la estradiota. Manera de andar a caballo, con estribos largos, tendidas las piernas, las sillas con borrenes (almohadillas forradas de cuero) donde encajan los muslos, y los frenos del animal con las camas largas. Andar urgido. Andar de prisa; andar apurado. Aspar. Amarrar, afianzar. Bebiata. Bebiatas. Bebedera de guaro. Bullaranga. Fiesta o tertulia ruidosa; ruido grande. Clarona. Noche clara; estar suficientemente claro como para ver. Culero. Accesorio; apero. Darle viaje. Iniciar; accionar un mecanismo; echar a andar; empezar el trabajo o jornada; acelerar; darle con fuerza. Emperelijado. Preparado. Engaratuzar. Acoplar; juntar. Hacer un tiempito. Esperar. Rebiatar. Amarrar del contralátigo o de la cola de una caballería la rabiza de la jáquima de otra bestia; seguir sin protestar a alguien; ser de la misma opinión de otro; pensar con cabeza ajena. Rempujar. Sumir; hundir; afianzar. Rucio. Pringado; manchado; sucio. Semanasantear. Propio de la Semana Santa; por extensión: elegante. Tirar. Dirigir; orientar. Traserear. Seguir muy de cerca. Trinquis. Onomatopeya del ruido que hacen los vasos y botellas en una mesa de tragos.

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TIGRES OVEROS

Tigres overos En San Gabriel, sitio ubicado entre Las Banderas y Teustepe, existen tigres overos. A fines de  mataron en esta hacienda dos gatos cuyos pellejos parecían que pertenecían a cabros; las pieles eran negras, con grandes parches blancos y por ninguna parte de ellas se encontraba el chorreado a rayas, común de los felinos. El caminante que se detenía en la ruinosa casa de esta propiedad, en ese entonces perteneciente a un señor Plata, de Masaya, gastaba su tiempo contemplando la hermosura de los cueros de tan raros animales. Había que tocar y retocar los pellejos para convencerse que realmente eran de ñigres y se palpaban para que en las manos se adhiriera ese tufo especial a ñambira verde, que obsequia el sobijo de las pieles de estos mamíferos, prueba infalible que comprueba que el cuero que se juega es exactamente de tigre. Ese olor sui generis lo trasmite este gato cuando está vivo, al ambiente de los jarales que cruza y es precisamente el imperdible vaho que ventea el ganado en las grandes estampidas o en las particulares de cada semoviente y que los pone a salvo cuando la suerte les resulta propicia. Ya que de colores se trata, también cabe decir que hay tigres netamente negros en las montañas de Boaco, de la Costa Atlántica, Las Segovias y Chontales. Y a propósito de estos gatos hay que hacer saber que su carne cocida es olorosa, nada desagradable al paladar y a la simple mirada resulta apetitosa; pero es curioso notar que los seres irracionales, aún sancochada, la distinguen en el momento, exceptuando a las aves. A un perro glotón, si se le tira sin que se haya dado cuenta que se ha matado un tigre, un pedazo de carne felina, se la engulle en dos monazos; pero al repetirse la acción, en lugar de comérsela a todo full, con reticencia la huele, recula unos cuantos pasos, colea, brinca a un lado y se miya, avanza luego a olfa-

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tearla, vuelve a recular y por último sale en carrera a pupusearse y no hay medio que la vuelva a comer; muchos se estragan, hasta el extremo de que no pasan carne de ninguna especie por algún tiempo. Las aves de corral la comen sin que muestren aversión por ella, pero si se les sirve en la mañana y por la tarde se les repite la ración ya no la engullen esta vez con el entusiasmo del primer banquete, y si se guarda el sancocho para el siguiente día y se les sirve de nuevo, se nota en el momento la poca hambritud que muestran para deglutirla, y por último la dejan y de tarde en tarde se arriman a tirarle un picotazo. glosario A todo full. Anglicismo de full speed ahead, a toda velocidad. Miyar. Mear, orinar. Pupusear. Defecar.

Vida del chagüite silvestre El chagüite, palabra que involucra la plantación en un mismo lugar de plátanos, patriotas, cuadrados, caribes, chanchos, dominicos, norteños, negros, manzanos y cuantas especies abarca la familia de las musáceas, tiene la peculiaridad de alcanzar en la montaña una gran longevidad, cuando el hombre, por abandono, o el indio, porque cambia de sitio, lo deja salvajizarse. Estas plantas, que tienen una vida efímera en los terrenos secanos y que hay que manejarlas completamente limpias para garantizarles la vida —pues la invasión del monte las desmedra y contribuye al mecateo aniquilante que les producen los soles del verano— en los bosques ubérrimos de Boaco y Matagalpa, se desposan con los pajonales y viven en alegre compañía con los bejucos y arbustos que la pródiga naturaleza de aquellos lados brinda en todas partes y obsequia en cualquiera de las

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VIDA DEL CHAGÜITE SILVESTRE

estaciones que rigen la vegetación. Todos los finqueros tienen la creencia de que el chagüite que se enmonta se pierde, y el natucho asegura, quizás con muy buen sentido, que merma la cosecha y que no embanecen las matas. En la carestía de bastimentos de  se tuvo que hacer, por tal motivo, una requisa general en los diez chagüites de Chayotepe y al abrir una abra para acortar la distancia de uno que estaba plantado al otro lado de Las Nubes y que había sembrado ñor Cleto Rayo en la época en que fue dueño del lugar citado, se dio de manos a boca, al profundizar un poco la picada en la montaña, para quitarle violencia a la faldeada de la cordillera de La Ceiba, con una plantación cuya reseña ningún indio conocía y Timoteo Amador y Félix Paz que hacían de punteros y que eran la historia viviente de la comarca, ignoraban por completo. Después de buchonearla un poquito, por la averiguata de ver si se daba con el dueño que había sido de aquel platanar, se llegó a la conclusión de que por el momento no había ninguno entre los circunstantes, que diera con el plantador del chagüite descubierto. Inmediatamente el patrón dio orden de suspender la picada para proceder incontinenti a la limpia del bananal; dos días gastaron diez hombres en dejar chapodado el sitio y cuando la desmontada se concluyó, aparecieron gallardas, frescas, cargadas de cabezas y nada más que un poco delgadas, pero lo suficientemente vigorosas para aguantar los guindajos de las frutas, , y pico de matas de guineos de toda clases, nueve de plátanos y tres de dominicos. Félix Paz no estaba satisfecho por el descubrimiento, mejor dicho, por no haber podido dar él con el indígena que había plantado aquellas platanáceas que por tan largos años habían vivido escondidas a las miradas inquisidoras de los aborígenes del lugar y por tal causa hizo que se reunieran donde ñor Juan Amador todos los viejos de las cañadas de La Primavera, Vagua y Chayotepe, en un día que Félix determinó. A la asamblea concurrió Buitrago Morales y no anduvo muy

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largo Félix Paz al exponer los detalles de la plantación encontrada, porque lo atajó de pronto, en media narración, ñor Juan Amador, diciéndole: —Si esas matas están a docecientas sensenta varas, poco más o menos, de la laguna de Las Nubes buscando para San Francisco, las pegó ñor Diego Pérez en vida de mi tatita, pues con mi tatabuelo iba mi tatita a traer cabezas a ese guineyal, cuando mi tatita estaba gamichón, y después que yo crecí, lo acompañé varias veces a la traida de guineyos. Como las señas que daba ñor Juan coincidían exactamente con la posición del chagüite, se llegó a la conclusión de que los guineos habían sido sembrados por ñor Diego Pérez hacía unos  años atrás de la época en que se descubrían. Con esta prueba y con otros descubrimientos que más tarde se hicieron en otras zonas de los alrededores, dedujeron los colonos de Chayotepe, y el patrón con ellos, que el chagüite en la montaña que se vuelve silvestre, vive indefinidamente y florece y da fruta sin necesidad de que la mano del hombre lo cultive y lo mantenga limpio. glosario Averiguata. Averiguación. Bastimento. En español arcaico, alimento; los campesinos nicaragüenses denominan así a ciertos alimentos que consideran básicos, tales como tortillas, guineos, etc. Desmedrar. Disminuir; reducir; enflaquecer; deteriorarse; debilitarse. Faldeada. Faldas o estribos de una sierra o cordillera. Gamichón. Venado joven, que no ha echado cuernos todavía; por extensión: adolescente. Pegar. Plantar. Tatita. Papito; papacito. Traida. Cosecha; acarreo.

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BOLENCA DE TABACO

Bolenca de tabaco No hay situación más desagrable para el cuerpo y para el ánimo, que el malestar desquebrajante que produce la bolenquera de tabaco. Acompañan al mareo de la borrachera, un anhelo angustioso de vomitar, un deseo de pupusear, un sudor copioso y helado que acarrea consigo el desgobernamiento de las extremidades, una intranquilidad imprecisable que tanto abre la vía de arriba como la de abajo, una ansiedad que no se sabe qué es lo que se desea y por último, un profundo abatimiento que sólo llama al individuo a tirarse a descansar en cualquier parte. Pues, cosa curiosa, tan penoso y desagradable malestar desaparece como por encanto, con sólo beber un trago grande de aguardiente y si después de  minutos de ingerido, quedase todavía algún rescoldo de inquietud y de mareo, pues con repetir la dosis, se le pondrá punto final a la congerie de intranquilidades, las que desaparecerán por completo ¼ de hora después de haber tomado el otro trago. Resulta difícil convencer a un bolo de esta especie, a que beba guaro atravesando la crítica situación que lo quebranta, máxime, si la bolenca es producto de anduyo o de pipa curada, pero, para salir del paso, no queda más camino que obligarlo a que se trague el guaritutis, con lo cual se le hará un perfecto servicio, que enseguida lo tendrá que agradecer. glosario Anduyo. Tabaco para mascar. Bolenquera, bolenca. Borrachera. Bolo. Borracho. Pipa curada. Pipa que ha sido preparada o madurada.

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Desquiciante filosofía del hato Hay actos individuales que cuando se conocen, desconciertan el espíritu, hasta el grado de que ni siquiera se asoma el comentario a la pantalla de la razón; de una acción de esa naturaleza, que tuvo verificativo en la distante y encantadora Olama hace ya varias décadas, se va a narrar la historia. Don Francisco Saavedra, conocido y llamado por los fueranos desde Tipitapa a Muymuy, vía Boaco, ñor Chico Saavedra, fue un rico terrateniente y ganadero olameño que se dedicaba a la crianza y engorde de novillos y que en las postrimerías de su vida, quiso dejar los hatos para dedicarse a las queseras. A pesar de su complexión recia, fue un campista sin igual, todavía vagan en las alquerías de la pampa — años después de su muerte— las arriesgadas cogidas de cimarrones que con su soga precisa alcanzaba cuando se resolvía poner a prueba su mula retinta en cualquiera cruzada que el torete perseguido hiciera en la llanura y que tuviera la desdicha de atravesar el llano frente a sus ojos, jamás saciados de engullir verdura para alimentar su alma. Se hace difícil relegar al olvido algo que muchos presenciaron en una vaquería allá por  y que, aunque no es excepcional, puesto que no faltan otros campistas que lo hayan alcanzado, sí es raro, y para los hombres de ciudades, un imposible verdadero que dificultosamente lo lograrán digerir al conocerlo. Era un miércoles del mes de febrero del año citado, día destinado en El Coyol al sabaneo de los erales ; la víspera, por la tarde, habían llegado de Chayotepe varios campistas que iban a recoger unos toretes, chingastes desperdigados que vagaban todavía en los gramales del hato de Las Delicias, cuyos semovientes en su mayoría habían sido ya trasladados a las haciendas del nuevo dueño; muy de mañana, ñor Chico Saavedra dispuso el sabaneo y los sabaneros fueron saliendo en grupos a dar cumplimiento a lo dispuesto; por último, partió él mismo y los visitantes con él.

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Tomaron rumbo al sur sobre el gramal ilímite; a poco de caminar, un caballero que cabalgaba a su lado señaló hacia el oriente un puntito casi imperceptible, pero que a medida que la cabalgata avanzaba, iba tomando forma; de pronto Saavedra dijo: —Es venado. —No, ñor Chico, es ternero —dijo el que lo había descubierto. —Venado, mi amigo, venado, y para probártelo, enderecemos para donde está. —Le voy a ganar, ñor Chico. —¿Ganarme? Dale a prisa que te lo vas a comer hoy —y, volteándose al grupo, agregó: —ábranse, muchachos, ábranse, sin bulla, despacio, listos a correr cuando yo les grite. Y ñor Chico soltó su bella soga de  brazadas, abrió un lazo, ni pequeño ni grande, revisó el jinetillo, se puso la mano sobre los ojos, avizorando el gamichón lejano, picó la retinta pasolarguera, y a poco de avanzar, los montados vieron claro que efectivamente el animal sobre el cual se dirigían, era un venado cacho de pelo, que comía retoños distraídamente. Saavedra hizo que dos jinetes fueran a quitarle al rumiante el viaje a la montaña y que lo aventaran sobre el llano; esta operación tuvo verificativo cuando los vaqueadores distaban de la meta unos  metros; llevada a buen término la maniobra, la arisca bestiezuela partió sobre la pampa a pasar en línea recta a unos  metros de los sabaneadores; cuando ñor Chico la vio enfilarse así, semi-paró la mula, alzó la diestra para revolear el lazo, luego picó en redondo al híbrido que tuvo un arranque inaudito y saliendo como una flecha, se fue a cortarle el paso al zanganuelo. Los traseros resolvieron principiar a correr para volver el animal si Saavedra erraba el tiro o no lo alcanzaba en el cruce, pero cuando iban a mitad del camino, vieron a ñor Chico aventar la soga, luego, tras de la zumbada oyeron al gamichón dar un gemido prolongado al sentirse férreamente pescueceado, y seguidito, trastumbar para atrás y dar un enorme costalazo. Cuando los acompañantes se arrimaron, el lazador infernal,

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apenas dijo, sin comentar nada: —Que se quede Anselmo con el venado y nosotros sigamos el camino; Anselmo era el cuidador de Las Delicias y lo escogió, indudablemente por lo avejentado. Cumplido lo dispuesto, los hombres prosiguieron la andanza, y explicado ya quién era don Francisco Saavedra, se va a entrar de lleno a la pasada. El fundador de los Saavedra tuvo dos hijos varones, que por sus condiciones de latifundistas y dueños de enormes hatajos, fueron sumamente conocidos en la región de Boaco; si tuvo más descendientes el señor, fue cosa que no se supo nunca en Chontales y además no urge conocerlo, porque no se está escribiendo una biografía, sino que se va a narrar simplemente una anécdota; los vástagos conocidos respondían a los nombres de Francisco y Nazario. Vivía todavía el padre de ellos cuando don Chico resolvió casarse; al cambiar de estado el joven, el viejo Saavedra entregó a don Nazario El Naranjal, para que lo administrara, y a don Chico, El Apante, para que lo manejara. El futuro don Chico plantó su tienda junto con su compañera en la heredad que le había sido destinada y desde entonces se dedicó al engorde y arreo de novillos. Por término medio, en cada verano, don Chico conducía a las plazas del interior, sus  ó  reses gordas, y en cada arreo, él venía vigilando la partida con el objeto de venderla personalmente, evitando de esta manera cualquier intermediario. De esta suerte, su compañera de vida pasaba, por lo menos cada  meses, sus  días sola en El Apante apartado y tenía por ello que vivir entre la servidumbre, sin ninguna compañía adecuada para aquella soledad de la llanura. El convivio de los hatos desguavila la distancia respetuosa que siempre separa los patrones del servicio y cuando no se tiene la dignidad ni la educación necesarias para imponer la diferencia de posición, sin avasallamiento de ninguna clase, el sirviente se nivela sin que lo eche de ver el patrón y después el instinto

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opera en el ambiente de una manera tal, que el mozo sube a la señora y ésta baja a la yacija del mesero; sin asustarse siquiera de la enorme diferencia y lo mismo acontece con el propietario que seduce a la fámula, por lo cual ésta sube del envarillado tapesco, a la fresquísima y colonial cama de viento. Esta clase de lecho, por ser desconocido ahora en las ciudades, hay que describirlo, porque lo requiere así la historieta para su mejor comprensión. Es una cama de madera grande, cuyas patas reciben el nombre de pilares por ser ellas cuadradas y anchas y tener en la parte superior cuatro hoyos de  pulgadas de hondo, hechos con taladro especial y en los que se empotran los barrotes sobre de los cuales se monta la armazón del cielo, compuesta de dos reglas laterales, dos transversales por las extremidades y tres travesaños para que así mantengan estirada, junto con los otros aditamentos citados, la zaraza que tiene que formar el cielo propiamente dicho. Del marco descrito y bajo el arandel que fragua el trapo de la techumbre, se cuelga el mosquitero y se amarra el pabellón que cobija por entero los pilares, quedando ya cuando está completamente armado el armatoste y puestos los perendengues como una especie de piececita independiente dentro del propio aposento, quizás para salvaguardar a los que descansan adentro de las miradas inquirientes de los compañeros curiosos; todo se garantiza con tornillos y engarces especiales y cabe decirse que el marco de dormir se forra con cuero crudo de toro, quedando el pelo para el piso y lo liso para arriba y que como tal forro no deja filtrar el aire aunque se duerma a la intemperie, de esto le viene el nombre y le llaman cama de viento, para significar que protege de cualquier corriente que pueda atizar la espalda o la parte del cuerpo que se apoya sobre del entarimado. La tabla del espaldar de la cabecera, tiene a veces hasta  cuartas de ancho y la del de los pies es un poco más mediana, pero cuando se trata de camatijera de viento, son de un mismo alto.

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El fuerano maneja vestido el dormitorio y lo abrochona noche a noche como un sobretodo singular del camarote en toda la estación lluviosa; cuando ésta cesa, le apea por completo a la cama toda la armazón montada en los barrotes, guarda el pabellón y el mosquitero y queda así el lecho caliente del invierno completamente desmantelado; esta costumbre no se debe de extrañar, porque el cambio de temperatura no exige abrigo y además, en aquellas tierras de Dios,  leguas adelante de Boaco, ya no se hallan los zancudos. A mediados de un verano de un año ya lejos, ñor Chico salió de El Apante rumbo a Masaya con una novillada, habiendo advertido a su consorte en el momento de salir, que no sería posible que regresase antes de unos  días, debido a que en la venta de los animales se tenía que entretener y que además, eran muchas las recomendaciones que ella le había hecho para traerle del mercado de la ciudad fernandina. En la primer jornada, durmió en El Muñeco, situado en plena ronda de Boaco; el éxodo segundo terminó donde Montalván, hoy Veracruz, propiedad de los descendientes de Alejo Oliva; y el tercero, en Ostocal, al otro lado del río de Las Banderas. En aquel tiempo, los compradores de ganado iban al encuentro de las partidas, unos para evitarse competidores y los menos lagartos, para revenderlas en Tipitapa y ganarse aunque fueran  centavos por cabeza. Acababa de encorralar ñor Chico sus erales y era todavía temprano cuando se aparecieron dos comerciantes, los que después de haber visto los novillos de Saavedra le hicieron una halagadora propuesta y éste la aceptó para evitarse las contingencias del cruce del llano y los pormenores y las dificultades que siempre lleva consigo un acarreo y expendio de ganado, aunque sea al por mayor. Los arrieros, que por inveterada costumbre van arreglados hasta el lugar terminal en que piensa rematar la partida el dueño, después de arreglarse con los nuevos propietarios, recibieron instrucciones de ñor Chico y la liquidación correspondien-

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te, y éste, con su guachimán Juan Angulo, preparó la emprendida del regreso para las  de la madrugada. Salieron para Olama a la hora convenida y como no había amanecido cuando arrimaron a Teustepe, siguieron sin detenerse; la mañanita estaba nublada y como las bestias cuando van para su sitio aligeran el paso, no sintiéndose cansados los caminantes, determinaron ir a tomar café a Boaco, a donde ingresaron a las  y pico. Acordándose Saavedra de los encargos de la señora, despachó a Angulo a las tiendas del lugar para que comprara todos los más urgentes, entre ellos, unos paquetes de candelas de esperma de dos en libra, marca Apollo, que eran al parecer imprescindibles. El guachimán llenó el cometido en un momento y en un santiamén estuvo todo listo antes de mediodía. Viendo ñor Chico que no tenía nada que hacer ya en Boaco, se puso a cavilar con su maruchero y después de buchonearla con éste, resolvieron avanzar para ir a dormir a Las Cañitas, donde Rómulo Flores, hoy finca de don Juan B. Morales. El hatero, cuando va de regreso, quisiera engullir la distancia que lo separa de su casa de un solo bocado, y como los caballeros arrimasen a donde Rómulo a la hora nona, determinaron seguir para hacer noche en La Puerta. Oscureciendo llegaron a este punto y, como los ranchos allí son bastante incómodos, Juan Angulo sugirió al patrón que era mejor seguir y arrimar a Tierra Azul; Saavedra aceptó la sugerencia, pero a condición de que si cuando llegaran al lugar mencionado, que es la boca de Olama, ya estaban acostados los moradores, prosiguieran sin detenerse para El Apante, que ya no quedaba largo. Angulo, que hacía de diablo esta vez, aceptó encantado y como no andaban ya ligero por no molestar a los semovientes y además, porque ñor Chico era hombre que cabalgaba al paso, cuando llegaron a Tierra Azul, ya estaban acostados los moradores del caserío y por tal causa enrumbaron de un solo tirón

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hasta la hacienda para cumplir con lo convenido. La gente de campo suele dormir a pierna suelta, tiene sueño pesado o descanso de piedra y por más bulla que se haga, es casi imposible que vuelvan al mundo. Saavedra, cuando llegó a su propia posada, dijo “buenas noches,” hizo ruido por un lado y por el otro y cuando perdió las esperanzas de que su cara mitad le abriera, falseó la puerta y se adentró en la oscuridad del aposento. Antes de irse el ganadero, ordenó a su mujer que desmantelara el camarote y cuando, para no romperse la crisma en la oscurana, rayó un fósforo, la cama de viento se presentó desvestida y sus pilares mostraron los hoyos completamente libres de barrotes; luego encendió otra cerilla y puso fuego a una vela que, al derramar su luz sobre la pieza, mostró a ñor Chico un cuadro completamente abatidor para su espíritu y desconsolador para su noble corazón de casado, pues el dibujo de la acuarela real presentaba a su esposa durmiendo entrepiernada con uno de los sirvientes de su predio. Los hombres que cultivan la serenidad, hacen de ella, al paso de los años, el pararrayo del alma, en donde el fluido de las decepciones al producir el rayo de la violencia, desbarata su descarga; Saavedra por naturaleza gustaba de tal cultivo y había llegado a desarrollarse en su ego de tal manera la planta, que cuando a sus ojos se presentó el adulterio jamás imaginado, la centella de la prueba apenas endureció su rostro, lo que mostró con un arrugamiento de cejas, observó los cuerpos un rato, —No hagás más ruido, seguíme que tenés que ayudarme a preparar un velorio y no volvás a hablar ni me preguntés nada. Nor Chico pidió al guachimán dos paquetes de candelas de los comprados en Boaco para la señora, una vez en sus manos los rompió y tomando las velas las encendió y puso una en cada uno de los hoyos de los pilares de viento; luego tomó un taburete y se sentó frente a la tarima, diciéndole a Juan que hiciera otro tanto. La esposa y el sirviente, siguieron durmiendo a pesar de la

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claridad que trasmitían los cirios, como si el agua no les hubiera llegado al cuello, diciendo mejor como si no los hubiera sepultado en su seno; el esposo indiferente, encendió un chilcagre, le dio otro a Angulo y hasta que el frío del amanecer entró en la pieza, abrieron los ojos asustados los velados, contrabandistas en sentimiento humano. Éstos, al ver a Saavedra, quisieron levantarse, pero él, con un gesto rudo, les advirtió que no lo hicieran; luego ordenó al criado que despertara a la servidumbre y que llevara al aposento a todos. Cuando la reunión al centro fue cumplida, el hacendado habló así: —Estos ingratos me han ofendido hasta el grado que ustedes están viendo; los dos salen inmediatamente de esta casa para no volver a entrar nunca a ella, hagan de cuenta que ahora los enterramos, por eso los he velado; sirvan de testigos de la ofensa y que no se hable más de ello, por lo menos delante de mí, yo se lo suplico. Los sorprendidos abandonaron la cama casi a medio vestirse, con el rabo entre las piernas salieron de la alquería en una estampida semejante a la del coyote del cuento en el instante de emprender la panera, con el botamay quemado, y cuando al andar de los años, por algún motivo, tenía ñor Chico que recontar la historia porque algún amigo preguntón se lo pedía, lo hacía seriesote, indiferente, amargado por la hiel que el desengaño deja siempre en el espíritu por más filósofo que sea el que lo ha soportado y cuando terminaba de referir la pasada, sus ojos, hartos de tragar verdura de llanada, se le inyectaban, como un efecto raro, espejismo del sentimiento a la distancia, del vasto esfuerzo que hizo para no moler a dantazos al retazo de su corazón, que se prestó gustoso para que pulverizaran su hogar y pusieran en la picota de la injuria su condición de marido. glosario Abrochonar. Abrochar; abotonar.

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Botamay. Ano. Cacho de pelo. Cornamenta de un venado joven, cubierta de una piel o tejido sedoso que después se desprende. Camatijera.Cama con forro de lona tendido sobre dos horquetas que se abren como tijeras. Chilcagre. Tabaco fuerte. Chingaste. Residuo; resto; sedimento; lo que sobra. Guachimán. Anglicismo derivado de watchman: vigilante nocturno. Lagarto. Persona codiciosa, que se aprovecha de un negocio. Maruchero. Maletero. Panera. Estampida. Pasolarguero. Cabalgadura de paso largo. Pescueceado. Agarrado por el pescuezo. Quedar largo. Quedar lejos. En español nicaragüense es casi universal el uso del adjetivo largo en vez del adverbio lejos. Quitarle el viaje. Salirle al paso, impedir el escape. Vaqueador. Vaquero; persona montada que arrea las vacas; campisto.

Para sabanear Hay ciertos pequeños detalles que son interesantes y es bueno retener, bien ya porque se es finquero o porque se puede llegar a serlo, como también para destruir algunas mentirijillas que flotan en el ambiente. No hay que olvidar que la soga y el cable son las cuerdas ideales para sabanear en el verano, pero para la época lluviosa, no desempeñan bien porque se pudren. El barzón y la manila encerada, son los mecates sin rivales para campistear en el invierno, pero al primero hay que asolearlo siempre que se ha mojado para que no se destuerza; con cualquiera de ellos se ponen lirios puros y cacho-y-barbas preciosos; todo es asunto del jinete y del caballo. glosario Destuerzar. Destorcer; soltar un nudo; aflojar.

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EXAGERACIÓN Y PROBABILIDAD

Poner cacho-y-barba. Sujetar a una res, lazándola por los cuernos y el pescuezo. Poner lirios. Sujetar a una res, lazándola por los cuernos.

Exageración y probabilidad Los que afirman que en las regiones de la vertiente septentrional y oriental del país se dan cuatro cosechas de granos anualmente, exageran demasiado la cuestión; es casi difícil poder adquirir tal producto, pero sí, es seguro que se pegan bien tres siembras, sabiendo escoger los meses en que el espeque va a romper la tierra para dar cabida a la simiente. Hay que tener presente que hasta  ó  días después de sembrado el maíz, hay elotes en las milpas y que a los  meses no está en sazón pareja la sementera, sobre todo en las latitudes lluviosas, donde el grano para endurecerse tarda más. Si a lo dicho se agrega la preparación de los terrenos, se comprenderá en seguida lo irreal de la aseveración productora. Con todo, se pueden conseguir bien  cosechas de maíz y  de frijoles, pero exponiendo completamente la segunda y la tercera siembra de éstos, pues el exceso de lluvias los aguachina; la primera y la cuarta sí son maravillosas, sobre todo, la última de judías que se planta a principios de enero y deja un magnífico rendimiento. glosario Aguachinar. Pudrirse una cosecha por exceso de lluvia. Espeque. Coba o macana rolliza, usada por los campesinos para abrir los agujeros donde se depositan las semillas.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Tres años de verano consecutivo Las montañas orientales de la nación también conocen los veranos interminables, pero muy de tarde en tarde, tal vez no sea esa verdadera expresión para decirlo, como que es mejor consignar que centurialmente llegan a visitarlas las sequías que rayan en el fenómeno. Para comprobar lo dicho, hay que presentar el atestiguamiento, y para ello, allá va lo siguiente: Recorriendo una vez las faldas de la división de San Diego, en Chayotepe, el dueño y tres indígenas encontraron en lo más crudo de la maleza, un enorme níspero que tenía parte del pegue y el flanco occidental quemados; tal estado no le quitaba que fuera exuberante la lozanía que ostentaba. Siguieron adentrando en la selva y, a medida que avanzaban, los gigantes falderos del boscaje presentaban carbonizamientos que obligaron al patrón, por lo continuado de ellos, a detenerse y tratar de inquirir la causa de aquella inexplicable fritanga. Viendo Félix Paz, que era uno de los indios acompañantes, la curiosidad que habían despertado los vástagos carbonizados en el ánimo del señor, se volvió a donde estaba éste y le dijo, en actitud de historiador de la moheda : “Era yo muy niño, chiquirrico, cuando hubo tres veranos interminables, es decir, que no llovió en tres inviernos consecutivos. “En los llanos de La Esperanza, que entonces formaban un todo con el de El Limón, a mi tío Juan Pérez que vivía en esos planes, se le quemó su rancho y el fuego se internó sobre la llanería; esto sucedió en los últimos días del mes de mayo del segundo año de sequía. “El fuego subió sobre las pampas de La Aduana, abrazó los cuajichotales de las lomas vecinas y, entrando por los ateinales de los bosques de El Rosario, se enderezó sobre el monte en que está ubicado ahora el potrero de la entrada y bajó a la meseta de la casa de Chayotepe; de allí descendió a los bajos del río, subió

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TRES AÑOS DE VERANO CONSECUTIVO

a unos pajonales y saltó a la otra vera, de donde prosiguió sobre la montaña en que estamos. “Pero esto no aconteció en un día ni en un mes ni en una estación, todo el recorrido hasta darle vuelta al altiplano de Las Nubes, y  u  leguas más adentro, lo hizo el fuego en  años de quema continua. “Como no llovía, no se apagaba la hogalera y cuando en el último período llovió algo, el fuego se capeó en los cepones grandes, y cuando llegó el nuevo verano siguió con su furia destructora. “Mis tatabuelos me contaban que aquel desastre fue un infierno, en que los árboles al carbonizarse, formaban gestos horrorosos y las figuras que hacían eran como imágenes de los diablos poseídos de contorsiones espantosas; fue aquello una enorme, bárbara e infernal pirotecnia que el compañero Timoteo Amador, cuando el polvo ya querqueaba, dice que no ha tenido igual, ni parecido por lo menos, en lo que él tiene de vida. “Esa es la historia que explica de que por qué, aquí en este sitio, se hallan árboles quemados, pues como se ve, con sólo observar la palazón, esta montaña milenaria nunca ha sido derribada.” Calló en este punto Félix Paz y si se deduce por la edad de ñor Timoteo, que casi besa la centuria y aún por la del mismo Félix que le pisa los talones a los , se comprenderá que es un fenómeno la prolongación de las sequías en aquellas tierras privilegiadas, pero que cuando Dios quiere, el yermo esteriliza el vigor incomparable de las montañas boaqueñas. glosario Palazón. Conjunto de árboles o palos; bosque espeso; arboleda; árboles arrastrados y depositados tras una inundación. Pegue. Empalme; articulación. Querquear. Menguar, descender, disminuir.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Caprichos de la Naturaleza La Naturaleza presenta rarezas que a medida que se observan, se vuelven más sorpresivas al entendimiento, primero, porque rompen la lógica del sabio y raro sentido común de los casos, y después, porque no se encuentra el motivo que circunscriba una cuestión vulgar en muchas partes a que sea determinada y sin pluralidad en otras; por ejemplo, lo que sigue: Yendo de Boaco para San Lorenzo, al llegar al pie del principio del altiplano de La Cuchilla, se cruza La Garrapata, riatillo insignificante en ese punto y que a medida que se desguinda para las llanuras orientales del departamento, se engruesa de tal manera, que cuando se le pasa en la trocha real que lleva para Olama, ya es un río desmedido y que zigzaguea con el nombre de Las Cañas. Pues bien, La Garrapata, que nace a unos  kilómetros del trayecto que la parte al dirigirse a San Lencho, es la cabecera real del río de Las Cañas y desde su nacimiento, bordea el ojo de agua de su cuna, la cañabrava, especie de bambú montero que llega a alcanzar desmedidas proporciones. Los cañabravales se enfilan como guardianes curiosos sobre la vera de la angosta quebrada, y van a un lado y a otro de ella haciéndole sombra en sus flancos; cuando ella rompe el sendero citado anteriormente, las cañabravas apenas tienen el espesor de los cuajichotes, pero a medida de que avanza en su curso, lo desmedrado de los cañales va desapareciendo, hasta el extremo de que cuando llega la corriente a las pampas de Cerrocuape, el grosor de las cañas es completamente desmedido. En esta forma siguen siempre bordeando sus orillas, hasta que, aumentado el caudal con los ríos de Sácal, Chayotepe, Vagua, Quilán, Olama, El Jobo y diez quebradas más, forma la primitiva Garrapata, el Río Grande de Olama, en donde los cañabravales se tornan esporádicos. Lo curioso es que ninguno de los ríos nombrados, ni los que no se citan, que son más de , a excepción de Las Cañitas, que,

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CAPRICHOS DE LA NATURALEZA

un kilómetro antes de echarse a Las Cañas, presenta retazos de cañabrava en sus flancos, los otros, repetimos, y aún este último mencionado, puesto que sólo gasta , metros de sus veras con cañas, presenta la peculiaridad distintiva de La Garrapata de sombrear sus veras con la intrincada, útil y peligrosa, a causa de sus poderosas puyas, la ya citada tantas veces cañabrava. El motivo es inexplicable, puesto que es un secreto de la Madre Tierra; y para terminar, véase este otro caso: El río de Chayotepe lo forman dos fuentes que nacen, la una, a los pies del altiplano en cuya cima se extiende la finca de Pablo Rivas, hoy del activo terrateniente don Juan B. Morales, y la otra, en la cañada de San Isidro, atraviesa luego la finca de don Poncho Cerda, hoy de sus herederos, y entra formando un salto de tres metros en Chayotepe, hasta que en un paraje que comprimen el potrero de San Diego, nombre dado a éste en honor del padre de Rigoberto Cabezas,27 el encierro de Santa Susana, que deriva su distintivo del sustantivo de la esposa de don Mariano Buitrago, y el de Los Encuentros, división que llega a apretujar el sitio en un ángulo completo y que se llama así, por la juntura en tal sitio de las dos aguas, se reúnen los dos cauces, y las linfas desposadas forman, de allí para adelante, el rumoroso y cantarino río de Chayotepe. Ahora, óigase claro, desde esta junta descrita hasta el salto que divide San Pablo de San Fernando, legua y media poco más o menos de longitud de un punto a otro, las vegas del Chayotepe están preñadas de frondosos árboles de guaba negra, que, además de amparar la frescura de las veras, brindan las delicias de sus frutas a los indígenas y habitantes del predio. Las guabas, a fuerza de ser comidos sus frutos, se han reproducido aunque esporádicamente en los centros de algunos de los potreros del latifundio dicho y aún en los alrededores de la alquería en donde están ubicadas las casas de la hacienda de Chayotepe, pero en cuanto las aguas se juntan en la parte orien27

Véase nota 22, pág. 144.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

tal, es decir, del punto de la junta descrita para arriba, no se halla ningún árbol de guaba negra aunque se busque con candelas en cualquiera de las veras que tienen los dos criques que vienen de las rutas señaladas, y en seguida que las linfas se despeñan impetuosas en el salto del límite con San Pablo, se desaparecen lo mismo como por encanto, a pesar de que el torrente se agranda, pues es en San Pablo, que hoy llaman Santa Rosa, por ser su dueña la distinguida dama doña Rosalina v. de Espinosa, que se echa al río de Las Cañas, el caño de Chayotepe. Un árbol que como la guaba negra se reproduce con tanta facilidad, es curioso que se demarque y aferre en tal circunscripción de vegas, pues lo natural sería que siguiese multiplicándose al través de las veras ubérrimas, fértiles y planas que en su mayoría presenta el bello río de La Puerta, nombre que toma aquí el ya descrito caudal de Las Cañas. ¿Raro? sí, muy raro, pero así son esos curiosos caprichos de la Naturaleza que desjarretan el sentido común de la corriente de las cosas, cuando el individuo se detiene en ellos.

Culebras caseras Los campesinos del siglo  acostumbraban hacer caseras a las boas y ratoneras para defenderse de los roedores que se fincaban en sus casas. La boa, mientras no alcanza un desarrollo desproporcionado, no es peligrosa para ningún humano, ya que no es víbora, y la ratonera —que tampoco nada tiene de toboba— es una culebra que no pasa de vara y media a lo sumo y la llaman así, porque se alimenta de ratas y de bodegos; sin embargo, usar estos ofidios como ratoneras, requiere que sus propietarios tengan nervios especiales. En muchas de las casas situadas a la vera del camino real que lleva de Granada para Boaco, persistía en los primeros años

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CULEBRAS CASERAS

del siglo , la costumbre de usar culebras, en lugar de ratoneras comunes metálicas y gatos. Entre las deficiencias que presentaban los reptiles que dedicaban a la caza de bodeguitos y ratas, las más importantes eran de que también se ejercitaban en deglutir pollos y huevos, de tal manera, que los dueños de tales animales cazadores, tenían que dejar al acostarse a buen recaudo a todas las cluecas echadas, a las cluecas con polluelos y a los huevos que recogían en el día. Situado a la margen occidental de Quizaltepe,28 existe un desmedrado caserío, cuyos habitantes siempre han vivido de los rendimientos del engorde de cerdos y de las posturas de sus gallinas, que llevan a vender al mercado de Granada, y que ahora que pasa a unos  kilómetros la carretera que conduce para el Atlántico, deben mandar tales esquilmos a Managua. El tal vallecito se llama San Francisco y es sitio de sesteo y nochada para los que fletean entre los pueblos de San Lencho, Boaco, Camoapa y Comalapa, conduciendo los productos de estos lugares a La Sultana; también lo ocupan muchos escoteros para lo mismo, cuando les ha cogido la tarde al salir del punto de partida. Existía allí hace más de  años, una señora Pancha que tenía una su casita y que algunos preferían para dormir donde ella, por su suave carácter, a pesar de que habían en el poblado viviendas más regulares. Una vez le cogió la noche a Buitrago Morales en el villorrio descrito y como no había luna que alumbrare el camino, no le quedó más remedio que quedarse donde la seña Pancha. Pidió posada el citado para él y para un doméstico que lo acompañaba y que se llamaba Carmen Rodríguez; éste tendió la hamaca del patrón, sacudió un banco que había para estirarse en él y después de que merendaron los posantes, se dedicaron a dormir. A los gallos de las , se incorporó Rodríguez para despertar a Buitrago, pues le acababa de pasar encima una cosa larga y fea 28

En náhuatl, Cuisaltepe, cerro de los gavilanes, ubicado entre San Lorenzo y Tecolostote.

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como coral montero y se había llenado de pánico con el suceso. Como la casa era estrecha, el banco del sirviente y la hamaca del patrón casi se besaban, pues estaban paralelamente colocados. Cuando Rodríguez se levantó para manifestarle a su jefe lo sucedido, se agarró de la hamaca de éste y al hacerlo, dio un alarido tan espantoso, que todos los habitantes de la casita se pusieron en guardia, máxime que Carmelo se escupió el pecho en panera abierta y Buitrago Morales saltó entonces adormilado y se lanzó tras de su peón, medio atolondrado todavía, a saber qué le sucedía. Buitrago, para no resfriarse, se tiró la colcha con que se cobijaba al hombro, pero notó a pesar del atontinamiento, que algo se movía en su izquierda entre la cobija y el brazo; con todo, no se detuvo hasta que llegó a la vera del sirviente; a quien preguntó: —Hombré, ¿qué te pasa? —Un coral enorme me ha pasado encima, y al levantarme, para despertarlo, para que me prestara la candela y escurar el banco, cuando agarré su hamaca, cogí a la maldita culebra que había andado sobre yo, la tiré sin darme cuenta y grité sin saber cómo, por lo mismo, porque lo que soy yo, me mato con  hombres, pero me corro de una víbora pendeja. Con la respuesta, se calmó el patrón un poco, pues se había imaginado que algo diferente acontecía y en tal punto, hubiera dado fin la pantomima si en ese momento, la seña Pancha no se hubiera arrimado con su candil a dar luz al escenario. Con la claridad, Rodríguez principió a examinarse y después, a ver a todos lados; cuando estaba en el inquerimiento, clavó los ojos en el patrón y se le salió otro grito con el cual redondeó la siguiente frase: —¡Patroncito, allí… allí en el brazo le anda la culebra! Por sereno que hubiera sido aquel patrón, con tal aviso era suficiente para que la calma muriese repentinamente y jalando

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CULEBRAS CASERAS

la colcha, la zumbó a un lado, cuando ésta cayó, apareció el reptil enrollado flojamente en la zurda de Buitrago. Demás está decir, que éste no se acordó de nada y menos de ratoneras ofídicas que tenían dueños y antes de que Rodríguez se menease del lugar en que se había enclavado por el miedo que le ocasionó ver a su patrón en compañía de semejante alimaña, se fue sobre Carmelo y le arrebató el puñal que andaba al cinto y en un santiamén, poniendo el lomo del cuchillo para el brazo y el filo contra las vueltas de la casera cazadora, que colgaban holgadamente con una corrida pareja para abajo, hizo cuatro tucos la culebra. En el ínterin, la seña Pancha, angustiada, triste y media brava, explicaba que la culebrita era inofensiva, que no se la debían de haber tuqueado y cuando vio brincando los pedazos dispersos, exclamó: —Pobrecita, tan buena que era, tanto que me servía, yo tuve la culpa de su muerte por no haberles dicho nada antes de que se acostaran; nunca le hizo un mal a nadie, aunque talvez la vecina, esa negrota de adelante, le hubiera dado muerte el día menos pensado, pues se me había vuelto medio vaga y en una de estas noches, se le había comido una hermosa pasera de  huevos de un solo viaje, de una julunga que la malvada tiene, pero mejor hubiera sido así y no que en mi presencia, me la hayan sancochado. Rodríguez tomó la palabra y contestó en el acto el de profundis de la seña Pancha: —Déjese de carajadas, ésa y cien más que hubieran sido, se las hubiéramos matado; vieja del diablo, condenada, bruja maldita; vamonós patrón de aquí, que es mejor rompernos el jocico con los palos, que estar durmiendo con brujas como ña Pancha, pues ese demonio que nos ha asustado, es el nagual que guardaba ella en el rincón de su cama. Carmen había llegado al frenesí, por el pavor de que estaba poseído; toda cosa que le rozaba le parecía que era víbora, boa o ratonera y como no hubiera sido posible reconciliar el sueño

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en tal situación, no tuvieron más camino que marcharse los asustados posadores, muy después, por supuesto, de haber recibido algo más serenado los viajeros, las satisfacciones centuplicadas de ñora Pancha, y haberle correspondido de igual manera, por el deceso dado a la ratonerita, con otras tantas excusas, Buitrago Morales. De las tales ratoneras de esa clase, sólo los cuentos van quedando ya, sin embargo, no se vaya a creer que han sido desterradas por completo, pues aún existen campesinos que las ocupan para el mismo terrorizante oficio. glosario Jocico. Hocico. De profundis. Salmo penitencial; lamento. Nagual. Animal que el Diablo regala a los hechiceros para mascota, compañero o guía. Éstos lo guardan debajo de la cama en un calabazo o jicarón para servirse de sus indicaciones en hechizos y maldades. Cuando al brujo le llega la hora de la muerte y entra en agonía, si no ha hallado quien se haga cargo de su nagual, padece indefinidamente hasta que otro brujo o mal hombre se lleve al animal, o bien un cristiano piadoso le eche un chorro de agua bendita. Al contacto con ésta, el nagual muere y su dueño deja de penar. Rendimientos. Réditos; ganancias.

Río oleador El río de Sapoá es tres veces más angosto en la proximidad de su desembocadura al Cocibolca, que el gallardo y desmesurado Panaloya, pero aquel tiene la curiosidad de que sus aguas, que son continuamente azotadas por los alisios, olean por tal motivo como si fueran de lago, en la parte en que se le atraviesa caminando para Cárdenas. Claro es de que el Sapoá es una sierpe desmedrada si se le quiere comparar su extensión ancha con el de Tipitapa, desde Pasochiquito al Gran Lago; pero no por no poderse parangonar con la arteria que une al Xolotlán con el Cocibolca, no es digno

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RÍO OLEADOR

de admiración y de estudio el caudal meridional. En el punto en que se le cruza para ir al antiguo Tortuguero,29 tiene la orilla oriental cortada a pico ni más ni menos como las lagunas de Apoyeque y de Jiloá en los bordes del poniente, y en ciertos veranos, cogiendo desde el caserío de su nombre, por la costa se le puede vadear a caballo en plena bocana, sin mojarse los estribos tan siquiera, siempre, por supuesto, que el Mar Dulce se encuentre sereno o esté levemente agitado. En el invierno de , el Sapoá se unió con el Gran Lago y formó la juntura un playón desmedido de más de mil metros, que iba desde el paredón que limita al río por el poniente, hasta la puerta de alambre en donde termina el callejón que lleva a los potreros de la propiedad que fue de don Nemesio Martínez, hoy de los herederos de don Juan de Dios Pastora. La casa de esta hacienda, que está situada en una parte semi-alta a unas  varas del río y a unas  varas del lago y que es de tambo, quedó como una curiosa islita, rodeada de agua por todos lados, y a ella los caminantes que iban para Cárdenas arrimaban en bote para ensillar en pleno tambo las bestias y seguir luego el viaje dentro del aguajal, a ratos a la sentadera y a instantes al nado, hasta llegar a la vieja puerta de alambre citada anteriormente. Tal situación duró más de  meses y todavía a fines del verano de  se palpaban con facilidad los estragos y destrozos que en su época había causado la desmedida inundación. glosario Aguajal. Terreno cubierto por el agua durante el invierno. Tambo. Plataforma de tablas ajustadas levantada sobre horcones en sitios de suelo húmedo o pantanoso, sobre los cuales se levanta una casa rústica.

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Hoy Cárdenas. Véase nota 11, pág.80.

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Plumas, pelos, fincamientos y caitiyos raros La fauna de las montañas boaqueñas es extensamente rica en aves raras y hermosas y entre ellas sobresalen el sargento —una extraña paloma blanca de alto vuelo que habita en Chayotepe— y la lapa verde. El tinco, que la maledicencia popular lo cataloga como instrumento de hechicería, abunda en los alrededores de la ciudad de Boaco, pero apenas se transpone Cigüita, en rumbo para las montañas, se desaparece del ambiente para radicarse, sin atreverse a aventurarse en las serranías, en la amplitud de la pampa y en los retrojales que se extienden desde Sácal a El Muñeco y de allí a los otros puntos cardinales de la región; su primo hermano, el pijul, actúa de la misma manera. El zanate tiene un gusto igual o parecido al de los tincos, pues no gusta de enrumbar para las selvas y en Managua existe la curiosidad que se enmarca en casi todo el departamento hasta la Cuesta de El Plomo, pero de allí para Mateare, no se le encuentra hasta que aparece más adelante en varias regiones de occidente. Regresando a las aves mencionadas al principio, hay que decir que el sargento es un bello animal que pone el rojo encendido de su pluma a merced de los vientos cuando levanta el vuelo, y que estando sentado, su plumaje negro de encima cubre la belleza que esconde bajo el prodigio de sus alas bicolores, dejando a descubierto apenas, cerca de la trasera, una fajita de fuego que semeja una raya de sargento militante, de donde le viene el nombre. No hay que confundir a esta encantadora avecilla boaqueña, con el llamado sargento cabeza roja del Mombacho que se halla también en casi todos los departamentos del Pacífico; no, no hay que hacer semejante profanación; el rojo de este pájaro sureño es un rojo de carne en descomposición, de posta golpeada o hecha tasajos después de unas dos horas de la degollación; la

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PLUMAS, PELOS, FINCAMIENTOS Y CAITIYOS RAROS

llama del sargento de Boaco, es fuego vivo, flama de bosque incendiado o llamarada de potrero a merced de ráfagas dispersas e intermitentes, comunes en aquellos sitios en plena Semana Santa, que es la época de quemar en la montaña; entre uno y otro, hay el abismo que existe entre un remedo de arco iris producido por los cernidos de un invierno seco y un arco pleno brindado por el chischís afligiente de un vendaval en pleno curso, que por la rajadura de una nube deja pasar un chorro de sol para que florezca la luz en los colores del iris o bien ocasionado por un chaparrón montañero desbocado sobre el clinal de La Aduana. La hembra de este sargento es tecolota, sumamente inferior al compañero y pareciera que la Naturaleza hizo el contraste para confirmar la afirmación indisputable de que el macho de cualquier especie es siempre más hermoso y más gallardo que la hembra. Los natuchos los hacen caseros y en lugar de enjaularlos, los manejan sueltos y cuando en los amaneceres las inditas salen de las covachas para ir al ojo de agua a lavar el nistayol, las avecillas se van tras de ellas volando de palo en palo o de la cuasplata de la nesquiza que viaja sobre la cabeza de la jinchita carguera, engullendo granitos nisquezados a la sompeta de la natucha puntera o al hombro de la misma; mientras lavan el maíz, revolotean en los ramajes de los árboles que sombrean la cuna de la vertiente y cuando en los charquitos que forma la enjuagada cae algún grano desperdigado bien limpio, saltan de los carrujos a la pocita transitoria, toman la semilla caída y sobre de la espalda de la lavadora la pulverizan y se la tragan, arrullándose como si el epitalamio de sus desposorios fuera eterno, como la alegría que gastan de continuo las alboradas insustituibles de los días del verano. Sobre de la paloma blanca, hay pocos datos que dar a conocer, porque además de ser sumamente arisca, habita únicamente en lo más espeso y apartado del boscaje. Los aborígenes le dan el nombre de mota, por cierto, cuando

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

se le conoce, hay que reconocer que el nombre es maravillosamente bien dado, puesto que cuando menos se piensa, ve uno que una mota blanca parte el horizonte a una altura casi inestimable y con una lentitud tal, que parece que nunca va a llegar a su destino, como si estuviese anclada en el espacio. El plumón serenamente vuela de la cumbre de una cordillera, a la cresta de la colina vecina y para recorrer una distancia de unos  mil metros lo hace tan despacio, que a veces pasan varias horas y la mota inmaculada prosigue flotando en el éter como si sus albos remos estuvieran a merced de los vientos y sin fuerza. Es un fenómeno que se aproxime a las alquerías y en un elevado matapalo que se yergue en un plancito que está situado al norte y a la margen del corral de Chayotepe, en un término de  años, apenas se posó unas cinco veces un ejemplar de esta clase, en épocas diferentes y en todo el período citado. Cuando se sientan en un árbol, lo hacen en lo más alto de la copa y pasan varias horas en él; el pico y las patas son amarillas y hacen contraste con la albura del resto del cuerpo; ponen, en los huecos y cavidades de los vástagos vastos, en el centro de los bosques impenetrables. Una vez, el indio Faustino Amador regaló al dueño de San Fernando, en , una pareja de pichones que en una centenaria ceiba de la selva de Las Nubes capturó; uno de ellos murió a los pocos días de haber llegado a las manos del latifundista y el otro, en una ausencia de éste, se le fugó de las manos a la mandadora del predio y no volvió jamás a la heredad. Cuando el cielo está netamente azul, ver cruzar una paloma de esta especie, de Las Nubes, en el oriente, a la cordillera de San Salvador, en el occidente, es tan sugestivo el viaje de la mota, que obliga al espectador a abstraerse viendo hacer la cruzada a la paloma viajera. Esta ave siempre anda sola y raya en el fenómeno verla siempre emparejada; por eso hay que citar como curiosidad de que en una ocasión se vieron tres de una vez, no andaban juntas

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propiamente dicho sino que desperdigadas, pero estaban próximas aunque en árboles distantes posadas cada una; desde luego, con todo y disgregación, probaron que habían salido de paseo en compañía, pues al unísono se levantaron de las matas en que se colocaron, para internarse próximas —y no revueltas— después de revolotear un rato en el denso tupimiento del boscaje. La lapa verde es un papagayo del color citado que no pasa de ser una rara y extraña lapa que llama la atención únicamente por el tono nada común de su plumaje y que si no fuera por la forma de su cola que denuncia su hermandad con las guacamayas de diversos coloridos, se diría que es una lora grande perfecta. Esta lapa no existe en abundancia ni mucho menos, y su presencia resulta esporádica en la boca de la montaña y adonde se le puede encontrar con más facilidad es de Bulbul o Cañoblanco para adentro, en las bajuras que El Tuma bordea y en la espléndida y solitaria espesura del Musún. El carpintero boaqueño se diferencia mucho del carpintero managua y caraceño en los tintes de su plumaje, pues tiene la cabeza y un copete agregado a ella, completamente rojo, que le da mucha gracia a su figura; mientras que el otro tiene una que otra plumita de fuego, varias de tono giro y el resto cuijo, que le quitan donaire a su estampa y a su calidad de taladrador empedernido. Algo semejante acontece con las urracas; las granadinas y chontaleñas portan sobre la jupa un cuernecillo de plumas colocado de revés, es decir, que se alza de la base y en lugar de mirar para la cola, se ondula en el camino y avienta la punta para el pico; su color plomo es de tono subido y sus partes azules son lo mismo; por lo dicho difieren mucho de las urracas capitalinas y mateareñas que son mucas y los tintes de sus plumajes, descoloridos y nada llamativos. Ya que se ha hablado de aves, vale la pena antes de abandonar la faena, hablar de ciertos mamíferos curiosos que habitan esas regiones. Existe en Chayotepe y desde luego en las montañas de esos

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lugares, unas cúcalas cuyas pieles son excesivamente bellas y llamativas. Después de la amarilla común —cuyo cuero lo ocupa el natucho para hacer chuspas que le sirven para guardar las municiones— se encuentran otras dos clases de cúcalas que los indios nunca gustan de matar aunque las encuentren a mano. La una es completamente blanca y la otra parejamente verde. La albura de la primera atrae por la pureza de su blancor, pero resulta más sugestiva, más atrayente y extraña la otra. La verdura de la segunda, puede decirse que radica del medio pelo para arriba, de tal manera que a veces, con el tono diferente que presentan las hebras de la mitad para abajo, dan toques en la luz por tal motivo, de un tornasol no previsto. Es sumamente difícil dar con ellas, encontrarlas equivale casi un fenómeno y quizás sea esta la causa por la cual los indios no gustan de exterminarlas, pues las matan sólo cuando quieren quedar bien con algún compadre que sabe corresponder a sus cariños. El pericorreal es otro animalito curioso que casi sólo de noche viaja y a cuyo rededor se han tejido un sinnúmero de leyendas. Generalmente anda parado y su cola, que es blanca, larga y espesa como una flor de caña sin varilla, se la tira sobre del lomo y al caminar de pies, da la impresión de que es un chicuelo el que marcha. Sus caites son como los pies de un niñito y por esto, cuando en el invierno se detiene en ciertos sitios donde la tierra húmeda no deja escapar las huellas, los indígenas dicen que los duendes llegaron o viven en el punto tal o cual de la montañita perenceja. Una vez, en el encierro de Los Encuentros, en Chayotepe, sobre un desmedido huraco que hizo un cedro al caer y el cual permaneció mucho tiempo sin que el chinaste lo cubriera, dio por aparecer un fuellerío de muchachitos que los natuchos señalaron como patitas que los duendes dejaban al llegar a jugar al descampado. 254


PLUMAS, PELOS, FINCAMIENTOS Y CAITIYOS RAROS

La pasada iba de una boca a otra boca, de un oído a otro oído, de una cañada a otra cañada, hasta que un día de tantos, aburrido de oír el cuenterete el dueño de la propiedad donde el fenómeno se producía, resolvió ir éste con un tirador a descifrar el misterio en una noche inolvidable de invierno, en mero agosto. A las  llegaron al punto y, como a unos  metros antes de arrimar a la excavación, se paró tembloroso el tirador para anunciar al patrón que un bultito blanco, como de chacalincito, se veía preciso, imagen que captaba el hombre del seno de la noche ayudado por una luna canicular semi-clara que permitía revelar las imágenes que se presentaban en los limpios de la moheda, pues la lámpara de tirar no había sido prendida porque si se hubiera hecho tal cosa, el embrujo no hubiera sido posible descubrirlo, según afirmaron al salir los naturales. —Avancemos un poco más, dijo el patrón. Ante tal orden el hombre se aparejó a su jefe y vaciló un momento para decir: —¿Y si nos pierden, patrón? —Perdidos nos quedamos, querido. —Es que pueden ser muchos los duendes. —¿Y qué querías? —Disparar desde aquí. —Bien, no tengás miedo, arregláte lo mejor que podás, encendé la luz y disparemos. Sonaron dos detonaciones y el bultito del cuento, dio un rudo costalazo en el suelo y no se volvió a levantar por más esfuerzos que hizo. Los tiradores se aproximaron hasta llegar a la vera del cuerpo y examinado éste, resultó ser de un pericorreal que había cogido sitio en el lugar y como la mayoría del tiempo lo pasaba paradito, dejaba grabados sus caitiyos que semejaban los de un niño de un año. El animalito fue llevado a la casa hacienda, la asustadera terminó con su muerte, pero para los comarcanos se convirtió en una pasada misteriosa que, confundida con los duendes,

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

entró de cuajo a la leyenda, para ser contada en las alquerías en las noches de luna del verano. El campesinado boaqueño tiene la creencia de que la no existencia de cascabeles en sus cordilleras se debe a la temperatura fría de ellas y tal suposición es un yerro, pues en la Cuchilla de Managua,30 que es sumamente helada, se encuentran en abundancia esos ofidios. La clave verdadera radica en que los chischiludos reptiles, huyen de los pantanos y las lluvias continuadas, y Boaco, con sus maniguas semi-permanentes y vendavales seguidos, no es terreno propicio para que se finquen estas víboras de regiones secanas. En Mateare y Los Brasiles, donde las aguas del invierno desaparecen de la superficie una hora después de haber caído, son puntos preferidos por las temibles tobobas de chischil, hasta el extremo de que se dice entre los fueranos de esos lugares, de que la mata de ellas se encuentra entre los pomares de tales sitios. Y a propósito de ideyas, existe entre los finqueros del antiguo Jerez, hoy Chontales y Boaco,31 la aberración de creer de que el cedro es un árbol que solamente nace en las latitudes de climas calientes y estériles. Hasta tal punto tienen imbuida esta suposición en la cabeza, que, cuando en las montañas encuentran manchas de cedros, dicen en cuanto descubren las matas: “esta tierra es caliente y no sirve para la agricultura.” Semejante creencia no pasa de ser un simple yerro que, por el poco conocimiento que tienen del país, no la han destruido desde ha tiempo, pues el cedro es un árbol de todos los climas y de cualquier terreno; y para prueba obsérvese que se le halla en los lugares fértiles del sumamente frío departamento de Carazo y en sus costas marinas, terriblemente secanas; lo mismo en las heladísimas Cuchillas de Managua que en la volcáni30

Sierras de Managua.

31

Véase nota 9, pág.43.

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SACUANJOCHE ANIMADO

ca península de Chiltepe; en Mateare, donde la materia vegetal en sus mejores partes no tiene más de un jeme y descansa sobre un lecho inconmensurable de una eterna piedra pómez; en el sonsocuitoso llano de Estócal como en el fertilísimo Chayotepe; en el ubérrimo Mombacho como en las frescas e incomparables montañas segovianas, matagalpinas, boaqueñas, costeñas y rivenses; en total, que en todos los climas y en todos los sitios se le halla. glosario Asustadera. Sustos provocados por apariciones o espectros. Caite. Sandalia rústica que usan los campesinos. Caitiyos. Caites pequeños; por extensión: pies o huellas pequeñas. Cuasplata. Batea para echar el maíz nesquizado. Cuijo. Color café claro de algunas aves; amarillento tirando en partes a negro, de tonos bajos. Chischiludos. Que porta un chischil. Fuellerío. Huellerío; muchas huellas, seguidas o dispersas. Ideyas. Ideas. Mota. Ave de plumaje blanco, semejante a una paloma, Carpodectes nitidus. Muca. Animal sin cuernos; urraca sin copete. Nesquiza. Maíz cocido con ceniza para que suelte la brizna o afrecho. Pijul. Ave cuclilla, de plumaje negro, Crotophaga sulcirostris. Pomares. Terreno formado por piedra pómez. Retrojal. Rastrojal; terreno cubierto de rastrojos. Sargento. Ave de plumaje negro y rabadilla roja, Ramphocoelis passerinni. Tinco. Otro nombre del pijul.

Sacuanjoche animado En una noche del mes de octubre de , a las  de ella misma, se desató un fuerte aguacero, por cierto el tercero de los tres únicos mecatazos de agua que cayeron sobre Mateare en todo el invierno de ese año, tan fuerte, que obligó a los habitantes del fundo de El Charco a recogerse temprano para esperar pacien-

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

temente a que el ramalazo pasara, para comenzar incontinenti a ordeñar el parido, cuya leche, que se mandaba a Managua, salía para esta ciudad a la una de la madrugada. A las  ½ , la lluvia había cesado por completo y Luis Silva, que a la sazón era el vaquero, despertó a Ignacio Amador que desde Boaco había llegado a visitar a su padre de crianza que era el dueño de la heredad en esa época, para que le ayudara a muir ; por el ruido que hicieron las pichingas y un cuchicheo medroso de los hombres que se habían levantado, se despertó Buitrago Morales, que era el patrón, y después de éste, el joven profesor de enseñanza don Pablo Rivas, que estaba pasando unos días de descanso en la propiedad de aquél. La casa de la hacienda es de dos pisos y por uno de los balcones que dan al sur se asomó a mirar a los muchachos el propietario; cuando éste estuvo a la vista de aquellos, le gritó Amador preocupado: —¡Padrinó, mire al primer carol de la puerta de El Caragual y dígame, ¿qué ve?! El aludido tiró la vista en el acto al lugar indicado y después de escudriñar el sitio y el árbol, respondió pausadamente: —Una luz, que no produce ningún resplandor a su alrededor y que está empotrada sobre la rama más baja y gruesa del carao y que se alarga hacia El Caragual. —Exactamente; eso mismo estamos viendo desde hace rato nosotros. El cielo se había aclarado y una luna semi-tapada regaba el brillo de su plata sobre la pradera empapada; el carol del caso estaba en la penumbra, medio corral iluminado, y la mayoría de la hoya del Charco propiamente llamado, en plena oscuridad. La luz permanecía inmóvil, bella, clara, era como un vasto diamante cuyas irisaciones la descubrían al instante; tenía la forma precisa de una flor de sacuanjoche amarilla, pero de unas  pulgadas de alto y una corola de  ½ pulgadas de ancho, que hipnotizaba la mirada. Se salió Rivas al balcón y como transcurriera más de

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SACUANJOCHE ANIMADO

¼ de hora y la luz siguiera indiferente en su puesto, Buitrago Morales dijo a Silva: —Por lo que se ve, la luz va a permanecer allí, así es que no queda más camino que no perder más tiempo y comenzar ya el ordeño. Amador y Silva se fueron reticentes a cumplir su obligación y Buitrago Morales y Rivas siguieron observando el fenómeno por más de una hora; por fin se adentraron a preparar la remisión y cuando la acababan de terminar, la cocinera, que se hallaba en ascuas, gritó desde la cocina: —¡Salga patrón al balcón y verá que cosa más curiosa! Buitrago Morales y Rivas se hicieron presentes al momento y con curiosidad contemplaron que la luz caminaba del pegue de la rama a la punta de ésta y de allí se regresaba al pegue; los ordeñadores terminaron su faena y cuando venían para la casa, la luz salió paso a paso del extremo de la gamba, llegó al vástago y tomando palo abajo, una vara antes de llegar a tierra, brincó a ella, vaciló un instante, dio otro salto y se apagó a metro y medio del carao. Cuando desapareció principiaron los comentarios, pero por más que se habló, se dijo y se buchoneó, nadie pudo saber qué causa la motivó y aunque se propusieron a espiarla en un período de  años consecutivos, nadie volvió a tener el gusto de verla recorrer la gamba y deslizarse tranquila sobre la vertical del vástago. glosario Muir. Reunir las vacas para el ordeño. Pichinga. Recipiente metálico en que se guarda la leche recién ordeñada. Ramalazo. Golpe; relámpago. Riendazo. Lluvia fuerte acompañada de viento; golpe. Sacuanjoche. Árbol de la familia de las Apocináceas, Plumeria rubra var. Alba, cuya florescencia es la flor nacional de Nicaragua.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

El cuajayote El cuajayote, conocida por gallinita de monte en Chontales, Boaco y Granada, es una deliciosa verdura cuando está celeque, para comerse cruda en ensalada y en su período casabuyano, da en la sopa un sabor muy sabroso. Los chicuelos granadinos lo comen asado cuando está maduro y no ha reventado la gallina, pero los caraceños, un poco más experimentados, lo engullen tierno con bastante sal y francamente resulta una comida apetitosa. En San Lencho, Tecolostote, Malacatoya y El Paso, esta fruta sólo la aprovechan los muchachos, los viejos ni siquiera la vuelven a ver; la verdad es que madura y asada sólo por chivería se le puede deglutir, pues su sabor anodino dice muy poco al paladar; el día que los moradores de tales lugares la prueben celeque o casabuyana, no la volverán a tratar con indiferencia y, por el contrario, la cultivarán y la harán casera como una verdura digna de verdadera estimación. glosario Casabuyana. Fruta aún no madura, pero más sazón que verde. Celeque. Fruta verde. Cuajayote, cuajilote. Árbol frutal, Parmentiera aculeata; en náhuatl, árbol de elotes. Chivería. Comer cosas desabridas que sólo comerían los chivos; comer chucherías como hojas de jocote, tamarindo casabuyano con ceniza o piñuelas.

Antídoto poderoso La cáscara de guanacaste negro o de choreja es un poderoso antídoto para el veneno de cualquier víbora, ya que no sería posible que sólo fuera bueno para la picadura del cascabel, que es donde la prueba ha sido fehaciente. La preparación del brebaje es sencillo, pues una vez arrancada la corteza del árbol, se machaca con una piedra o tuco de

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ANTÍDOTO PODEROSO

madera cualquiera, dentro de un recipiente que tenga la cantidad de agua suficiente para la toma que vaya a ocuparse. Cuando el líquido se pone negro o café oscuro sucio, ya está de punto y lo que resta es ingerirlo. A una persona se le puede dar ½ litro por toma y a un semoviente hasta un galón; diariamente se deben apurar tres dosis, por lo menos en los comienzos y después del cuarto día, según siga el paciente, hay que principiar a mermarlas. Es tal el poder de este contraveneno, que resulta interesante dar a conocer que en el mes de octubre de , yendo el general David Fornos Díaz, de Mateare para San Francisco, propiedad ubicada en la vecindad de la laguna de Apoyeque, y cruzando El Genizaral y El Paraíso, de los Urroz, al brincar la mula que lo conducía, de un grueso genízaro que la maldad humana había tumbado y se tendió al caer sobre el camino, un cascabel emergió debajo de la panza del árbol con una rapidez tal, que no dio lugar a la acémila a defenderse, ni al jinete hacer lo posible de capearla de sus tiros certeros. Ocho piquetazos tremendos sufrió la pobre híbrida y  minutos después, se tambaleaba borracha bajo el influjo del veneno; el general maniobró rápido y tuvo la suerte de dar a poco de haber andado, con un peatón que traía un balde, convenció al caminante de que fuera al lago a llenarlo de agua, mientras éste se fue al mandado, Fornos macheteó un guanacaste negro que se encontraba a la vera del sendero, cuando volvió el del cubo, la cáscara estaba lista, la metieron en el líquido, la machacaron con un garrote y cuando se puso negra se la dieron a la mula;  horas después, el semoviente que estaba “más de la otra que de ésta,” se logró parar y buscó qué comer. glosario Choreja. Fruto del árbol de guanacaste, Enterolobium cyclocarpum. Estar más de la otra que de ésta. Estar a punto de morir.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Palma de pita y árbol de majagua No hay que confundir la pita que produce una piñuela sin espinas y cuya fibra se ocupa para hacer hamacas, coser zapatos, alforjitas para alhajas y cien chucherías más, con la palmera de montaña que brinda el cojollo, que, desmenuzado en hilazas, se emplea en la construcción de los sombreros de pita. Esta palma, que en la montaña se convierte en enormes macollones, es tan común en las praderas y bosques del departamento de Boaco, que a veces se le tiene que chapodar como yerba inútil, a pesar de que los campesinos la emplean para hacer escobas. En Camoapa es donde existe la mapa de los mejores tejedores de sombreros de pita, y los hacen tan finos, que nada tienen que envidiar a sus congéneres, los fabricados en la célebre villa ecuatoriana de Jipijapa, que ha legado su nombre a la industria de las fresquísimas y elegantes tejas de palmas. De los maestros que trajeron del Ecuador, los hombres de los Treinta Años32 en el siglo , para enseñarles a los natuchos nicas la industria de las loras de pita, sobrevivía aún en , sumamente anciano, Elautaro Acosta, quien se casó en plena senectud con una galanota fuerana de apellido Oporta, con la quien tuvo uno o dos hijos todavía, a pesar de estar ya casi al fin de su prodigiosa longevidad. Los tales maestros tuvieron buenos discípulos y éstos, al andar del tiempo, propagaron la industria por todo el oriente de Boaco y de Chontales y si los hechores de sombreros finos, fueron y han sido generalmente, por lo engorroso de la tejida, muy contados, los ha habido siempre en todo tiempo, buenos y de reconocida y merecida fama, como la famosa familia Lira, de 32

Se refiere al período de 1858–93 , en que gobernaron en Nicaragua presidentes del partido Conservador, tras la humillación política del partido democrático (liberal), que había traído al filibustero William Walker. Se le considera como un período ejemplar, de gobernantes honestos y probos, respetuosos de las leyes y del erario público, y durante el cual se realizaron importantes obras públicas.

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PALMA DE PITA Y ÁRBOL DE MAJAGUA

Camoapa, y otros cuantos hombres y mujeres de Boaco Viejo, que se dedican con pasión y ahínco al tejimiento de sombreros. Una vez, en Chayotepe, un mesero cogió la costumbre de cortar cogollos de palma de pita en los potreros y los llevaba a la casa de la hacienda, en donde los desmenuzaba y los ponía a secar; cuando reunió una cantidad suficiente, se dedicó a hacer trenzas con las fibras preparadas y después las tejió tan fuertemente entre sí, que de la malla construida fabricó una hermosa hamaca que le sirvió en seguida para pasar echado las horas desocupadas y los domingos, en una continua e indetenible roncadera, lo que le valió que sus compañeros le encaramaran “olla nacatamalera,” por la semejanza que el ronquido tiene con la popiadera de tales utensilios, cuando está hirviendo el agua en que se cuecen los nacatamales en los días de destace de cerdos. A propósito de hamaca, los jinchos hacen unos cómodos y agradables chinchorros de majagua, en los cuales resulta sabroso descansar y hasta dormir cuando la necesidad lo requiere. La fibra del majagua es algo que debiera someterse a estudio, para ver a qué industria textil se le puede dedicar, pues además de ser fuerte, es abundante y es una lástima que se pierda en las continuas quemas y derribas de las montañas, de una manera tan inútil y sin aprovechamiento alguno. El indio, que aunque de natural es desperdiciado con lo que abunda a su lado, tiene a pesar de todo, la cualidad de amparar los árboles de esta especie, porque como le sirve para todos los menesteres en que hay que emplear mecates en su rancho, al defenderlo, lo hace con el pensamiento de que no se escaseye la planta que produce la común hilaza, que para sus maletas, motetes y amarras de toda índole, le sirve tan generosa y desinteresadamente. glosario Cogollo, cojollo. Parte interior o corazón de una lechuga u hortaliza; brote de hojas apretadas. Escaseye. Escasee.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Hechores. Artesanos. Macollón. Macolla grande. Popiadera. Hacer popas o burbujas.

El gritón Después de las  de la tarde, es común oír cuando se anda en plena montaña boaqueña y de otros lugares o en potreros enmarcados, en serranías espesas, gritos como de campistas o arrieros perdidos en los laberintos de las picadas que los sabaneros hacen para acortar las distancias en los latifundios chontaleños. En los bosques oscurece más aceleradamente que en las llanuras, y una vez puesto el sol, con una rapidez inaudita, entra la noche en las selvas y siempre que la oscuridad no dé tiempo al viajero que cruza un boscaje, de salir a la llanada antes de que el crepúsculo termine, queda el deambulante expuesto a perderse inevitablemente entre la intrincada maleza que prospera ubérrimamente bajo la tupidez de los frondajes. Si el caminante es nervioso, el atontinamiento es seguro y si a los nervios se agrega la cobardía, el hombre que afronta la situación, puede darse por perdido. Tan luego la tiniebla cobija el monte, los “upáaa… upáaaa… upáaaa…” dados por una voz que parece de cristiano y que muchas veces se oyen por delante, otras por detrás, otras como que se alejan en lugar de acercarse y en otras, cuando menos se piensa, emergen sobre la mera cabeza del caballero en cualquier recodo del breñal que atraviesa y tanto van y vienen los gritos angustiosos, bien ayudados por la hora en que se escuchan, que hasta que por fin los tales “upás” hacen que los pelos se pongan de punta y la espalda derrame frío, produciendo una extraña jincazón y las piernas temblequeyen, como cuando el rendimiento embarga las extremidades agotadas.

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EL GRITÓN

Claro que estas cosas difícilmente las llega a sentir un hatero, puesto que la costumbre morigera la inquietud que la soledad lleva al ánimo, y también porque para su oído son comunes los “upás” espeluznantes que en las montañas vibran a merced de la acústica natural que conserva la arboleda centenaria. Los tales gritos, cuyos ecos inundan de pavor el espíritu, no provienen, como dicen los natuchos y campesinos, de las almas en pena de los difuntos sabaneros, macheteros y trabajadores muertos; no, los emite un gavilán nocturno de tamaño desmedido, que en Boaco le llaman el gritón y en otros lugares del país le denominan pájaroleón y aún le endilgan otros remoquetes que resulta prolijo enumerar. Es difícil dar con el susodicho animal, que por ser nictálope, es indudablemente pariente de la lechuza, la quirina y el estiquirín, o por lo menos, es un buen compadre de ellos, aunque el gritón sea montañés neto y algunos de los otros hasta ciudadanos plenos. Atravesando una vez varios camaradas una altura de la montaña de Vagua, como a las  de la noche, un pájaroleón graznó lúgubremente sobre de la cabeza del puntero de la cabalgata, a éste se le espelucó el cuerpo y contestó el grito aterrorizante con otro grito de espanto dado sin darse cuenta siquiera, mas como llevaba un foco eléctrico en la mano, lo encendió incontinenti y lanzó el chorro de luz de la lámpara sobre el carrujo del árbol bajo del cual pasaba, iluminada la copa; una vez hecha la claridad, apareció en una gamba el gritador aterrorizante, casi, casi, casi como el tamaño de un zopilote, de plumaje oscuro y de cabeza igual, tan luego se sintió descubierto, brincó a un hueco de una rama opuesta al punto en que se le descubrió y allí se escondió y no se le pudo columbrar de nuevo, por más esfuerzos que hicieron los cinco individuos que integraban la compañía de sabaneadores, que la noche sorprendió haciendo la travesía de Río Negro a Chayotepe sobre picadas indecisas, hechas en el seno pajonaloso de la montaña virgen de esas sierras. Entre el grito del hombre y el del gavilán del cuento, no existe

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

diferencia alguna, o diciendo mejor, sale difícil distinguir el uno del otro y si quien lo oye es neófito en asuntos pamperos, se tragará la píldora al creer por la igualdad de que el canto del ave es un “upá” de un humano que le ha cogido la noche en la espesura o bien de que se ha atontinado en el boscaje y que para darse valor en el seno de los jarales, se upea serenamente a tales horas. Se necesita tener práctica y prolongado convivio montañero para echar de ver en el momento, si el grito escuchado es de pájaroleón o de caminante confundido en los breñales y con miedo. Las pasadas abundan sobre este pajarraco, que entre los montañeros pasa como un ser misterioso, hasta el extremo que cuando uno anda con jinchos y oye el “upá” y exclama al oírlo: “oigan el gritón,” cualquiera de los natuchos que responde por los demás, contesta de inmediato: —Se ha confundido, patroncito, el gritón sólo en la cuaresma se oye, ese que pide auxilio ahora es el pájaroleón, que quién sabe por quién anda penando. Y si se le replica, amanece contradiciendo y en cada contradicción contará una anécdota para reforzar la tesis que sostiene; y así continuará sin llegar jamás a ningún término, con tal de salirse con lo que afirma. Vale la pena citar antes de concluir, uno de los muchos remoquetes que le dan los chayotepinos al gritón, cuando upea en el período de la cuaresma, dado lo gráfico del nombre, le llaman en tal época, el cuaresmero. glosario Espelucar. Espeluznar. Estiquirín. Esquirín, especie de búho. Jincazón. Hincazón; sensación de punzadas sobre cualquier parte del cuerpo; molestia insistente. Rendimiento. Agotamiento; cansancio. Temblequeyen. Tiemblen. Temblor de piernas a causa del miedo o inseguridad.

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JUEGO DE PIZOTES Y PRUEBA DE JAÑOS

Juego de pizotes y prueba de jaños En el libro Pasadas Fueranas, de Fernando Buitrago Morales, aparecen descritas la mayoría de las costumbres natuchas, escapadas a los ladinos por la falta de convivio con los indígenas y de manera especial, por tratarse de la historia de una jincha, se encontrarán casi todas enfiladas, en la vida de la fuerana Luz Amador, que da nombre a la pasada. Con todo y lo dicho, la tentación es mucha y por ello se va a referir, aunque sea pasitroteando, la forma en que la mujer aborigen pierde su virginidad y la sui generis prueba que todo novio exige a su futura compañera antes de contraer matrimonio. El indio no concibe su rancho sin tabanco, es decir, toda casa pajiza, tiene su segundo piso que se dedica de manera impostergable para dormitorio. La gente joven es la que por lo general duerme en el alto, a donde se sube por medio de un palo con chaflanes gradeados en el lomo y el cual nunca es fijo, para poderlo quitar de día y ponerlo en la noche solamente. Siempre que tienen cipotes con calentura, les sirve la medida a las mil maravillas, pues una vez quitada la montañera escala, los enfermos no pueden bajar y por la fuerza pasan el día recogidos y sin necesidad de “vivirlos ponteando” como suelen decir ellos. Los muchachos de los dos sexos, que después de las picadas en el verano y las desyerbas en el invierno, no tienen ningún oficio que desempeñar en el resto del año, nada más que acarrear agua a ciertas horas de la mañana y de los atardeceres, cuando se desocupan de estas breves fajinas, con el pretexto de dormir o de jugar, ponen la escala que conduce al tabanco y se encaraman en él, donde pasan horas de horas, hasta que los llaman a yantar o a recoger buruscas para avivar el fuego, cuando se aproximan los tiempos. Siempre que el instinto no ha golpeado todavía, por la falta de edad a la puerta del deseo, los matacanes fueranos efectiva-

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mente se dedican a dormir o a jugar, según el estado de espíritu en que se hallen cuando suben el segundo piso, pero desde el momento en que el macho llega a comprender que es tal y la hembra sabe ya que es ánfora de placer dentro de la especie, el asunto cambia por completo y de las inocentes retozaderas de niños, pasan a las jincazones achambonadas, talvez sin mala intención, a consecuencia de las cuales se inflaman lentamente los ardores púberes adormilados al comenzar todo orto humano y salta, cuando menos lo piensan, del pedernal de la carne, la chispa de la toriondez que moviliza la manivela incestuosa, en tales casos, de los actos genésicos. Después de las cosquillas, manoseos, apretujamientos de cuerpo contra cuerpo, puesto que el tabanco no es más que una desmedida cama, o tapesco envarillado, donde no hay más que darse vueltas para juntarse a los otros, el parentesco o sea la hermandad o primería, por consanguinidad, cede su puesto al semental despertado por tales causas inesperadamente, el cual opera salvajemente hasta que aplaca la fiebre del erotismo florecido al impulso de la bestia del instinto. Cuando la natucha despierta de la bestialidad del hecho, a la normalidad de la razón, se encuentra con que su virginidad fue decapitada por su hermanito mayor o menor, o bien por el primo hermano o pariente tal, o si no por el zaparruco hijo del compañero de ajustes de su padre que pasa el día jugando con ellos, hasta que regresa su progenitor, quien se larga ya oscureciendo para su covacha, en compañía del pelón que trajo a pasar el día en el embijaguado de su amigo. Esto es tan común, que existe entre los ladinos la creencia de que no hay india de  años que sea virgen; pero, en verdad, de verdad, jamás se han puesto a inquirir la causa de tal anormalidad y aunque en lo general, es cierta la afirmación, se puede asegurar, a pesar de todo, que abundan sus casos en que semejante aseveración no es exacta. Ahora bien, aclarado como acontece el hecho, hay que juzgar con más piedad a las natuchitas, pues en sí, efectivamente,

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JUEGO DE PIZOTES Y PRUEBA DE JAÑOS

ellas no tienen culpabilidad; es el tabanco, la creencia campesina de que los chicos son inocentes y de que para los padres, los muchachos siempre son muchachos, que nunca hacen cosas malas y el modo raro apegado al ambiente de cómo entretienen sus horas de solaz los chicos fueranos, resulta que de todo esto se saca la conclusión de que los culpables del hecho y responsables verdaderos del desastroso efecto que acarrean las citadas jugarretas, son los viejos crianderos de sus progenitores. A pesar de lo dicho y de todo lo que acontece en la mocedad del indio, cuando llega a la soltería, le guarda respeto el hermano a la hermana, ésta a aquél, el primo a la prima, el pariente más lejano a la deuda de tal índole y, hasta los que por chavalería y vecindad, sin grado consanguíneo ninguno, jugaron una vez en forma tan desusada, respetan a la amiguita de los años mozos, como si nunca hubiera pasado nada entre ellos, aunque ciertas veces, tal calidad de camaradería conduce a queridazgos que, al andar del tiempo, terminan en matrimonios que se efectúan en la celebración de cualquier santo patrono. Siempre que un indio ha encontrado una jaña y determina casarse con ella, lo primero que piensa, es pedir la novia a sus padres o a los padrinos de ella, para si se la dan, exigir la prueba que todo jalón tiene derecho a pedir, antes de desposarse. La “prueba de los novios” es algo desquiciante para el sentido citadino y en general para todo buen cristiano y aunque el montañés es siempre respetuoso creyente, tiene, a pesar de todo, sus atravesamientos, de los cuales no prescinde nunca y con los que deja a cualquiera que no sea campesino enteramente turulato. La tal prueba es como sigue: una vez que el enamorado se presenta a pedir a la futura jaña —bueno es aclarar, que para ellos, jaña es la muchacha con la que se van casar, pero que ya viven con ella— el padre, si no radica el padrino de pila por los alrededores, tiene que resolver el asunto a más tardar a los  días después del pedimento. Cuando a los progenitores no les gusta el candidato, ponen evasivas y entretienen al futuro yerno de un modo y de otro, con

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la cantinela de que hay que esperar, para ver qué dice el padrino de la candidata, pues la solicitud embarga el hecho de que el solicitante, si es aceptado como jaño, al día siguiente de la aceptación, pasa sus maritates a la casa de los suegros para hacer vida común con la muchacha, pues el galán necesita saber si su futura compañera es hacendosa, trabajadora, si hace buen tiste, si echa bien las tortillas, si tuesta bien el esquite para que salga sabroso el pinol, si revienta bien el maíz del posol del fresco de los amaneceres, si no le da pereza para ir a buscar buruscas, para jalar el agua, para lavar la ropa y en fin, los cien menesteres más que toda mujer —para ser buena compañera, según el criterio indígena— necesita saber para casarse con ella. Desde el día que invade la casa el novio, duerme con la jaña, para mientras pasan las pruebas, pero muchas veces se deriva de todo esto que si el natucho es bellaco, goza casa, goza jaña y llena el pico sin responsabilidad ninguna, pues si al final de los exámenes el interesado queda descontento, levanta el campo y deja a la muchacha con un palmo de narices y se larga nada satisfecho por pura socarronería, pero en el fondo, completamente contento de haber alcanzado todo y aún sus ipegües no imaginados nunca. Pero hay que hacer constar que esto es muy raro y contadas veces pasa, por lo general, el matrimonio se hace para la fiesta del patrono Santiago, o bien, cuando los obispos pasan por los pueblos en misiones evangelizadoras, o ya en cualquier ocasión que el pretendiente esté sobrado de centavos. Con lo dicho, se llega a la conclusión de que para el indio, ennoviar, mejor dicho, enjañar, equivale a enqueridar, a vivir de los suegros, mientras se llega la hora de que los jaños se larguen a vivir por su cuenta; después al andar del tiempo, saben dar la media vuelta de semejante complacencia, pues tienen el privilegio, digno de todo encomio, de cargar con sus viejos, cuando la longevidad priva a éstos de la energía que requiere la brega por el sustento.

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POCITO RARO

glosario Achambonado. Comportamiento grosero; rudo. Atravesamiento. Ocurrencia inesperada o fuera de lugar Buruscas. Astillas, ramas o cortezas secas que se hallan bajo los árboles y sirven para avivar el fuego. Covacha. Rancho o vivienda pobre; cueva pequeña. Chaflán. Corte sesgado; muesca practicada en un tronco a manera de grada. Embijaguado. Rancho techado y forrado con hojas de bijagua. Esquite. Maíz tostado en comal para elaborar el pinol. Fajina. Faena; jornada de trabajo relizado durante un día. Jalar. Enamorar; estar de novios. Jaña(o). Novia(o). Maritates. Pertenencias domésticas, como ropa y objetos personales. Pedimento. Pedir permiso a los padres de una joven para casarse con ella. Pontear. Gritarle al ganado que se arrea o arremolina para que se detenga o sosiegue. Yantar. Comer.

Pocito raro Al terminar el callejón que lleva directamente, arrancando del camino real que conduce a Tierra Azul, a la Puerta de Golpe de San Fernando de Chayotepe, se cruza un riatillo que forma, después de atravesar La Esperanza, la quebrada de Quilán y el cual nace a unos  kilómetros del cruce mencionado al pie de la montaña que divide la comarca de San Isidro con El Silencio, que fue de los señores Incer Barquero. Caminando sobre el sendero que parte el crique y que enrumba para la cuesta de La Aduana, a unos mil metros poco más o menos de la vega de la corriente citada, se tiene cuando se llega a tal sitio a mano izquierda un vasto plantiyo de jengible sembrado por la mano pródiga de la Naturaleza, el cual lo conocen nada más que los natuchos, y a la derecha comienza, corriendo de norte a sur, un paredón de rocas que en su parte más alta puede tener dos metros, en sus extremos se nivela de

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tal manera con el terreno corriente que no se echa de ver el nacimiento gradual del granito y de largo puede alcanzar unas  y pico de varas. Enamorado del plantiyo de jengible, se fincó una vez en el lugar descrito un labriego aborigen de apellido Amador, y, como el agua para el uso continuo de las necesidades diarias quedaba muy largo para el acarreo —pues había que ir a recogerla hasta la quebrada de la entrada descrita al comenzar la presente narración— el indígena dispuso interiormente abandonar el lugar que había escogido, pero antes de hacerlo le fue a pedir consejo a Félix Paz, natucho que pasó siempre entre los fueranos como el indio baqueano de la montaña, diciendo mejor, como la historia andante del pasado jinchuno y como el mapa vivo y coleante de las cañadas enmarcadas entre los ríos de La Puerta y Las Cañas por el poniente, Yagua hacia el oriente, Sácal por el sur y el Santa Susana y otras vertientes corridas por el norte. Félix aconsejó al coterráneo que no se fuera del punto que había escogido por semejante pendejera, pues a  varas del rancho había agua abundante y filtrada y a su juicio la mejor del lugar a  leguas a la redonda y que al siguiente día llegaría a ponerlo en posesión de ella. Y tal como se lo prometió, se lo cumplió y el curiosísimo ojo de agua que la brinda vale la pena de describirlo, para mostrar uno de esos tantos y frecuentes caprichos que la Madre Tierra ofrece. Efectivamente, cruzando el camino que trae de la Puerta de Golpe, a unas  varas del cruce, comienza el acantilado que fue descrito al principio, y siguiendo sobre su lomo para el sur, a poco de andar, se encuentra en la viva piedra una pileta natural del tamaño y forma de un ñambiro hecho dos tapas, es decir, que es exacta a un cuartillo de calabaza indígena; tal recipiente tiene en el fondo un hoyito y por ese orificio brolla un cristalino hilo de agua que mantiene lleno del líquido indispensable el hoyuelo de la roca. Jamás rebalsa sus bordes la linfa y aquel desmedido guacal

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POCITO RARO

silvestre de obside puro, brinda al sediento que lo descubre la maravilla incomparable de su licor insustituible. Claro que vaciarlo es obra chinga, pero también es para la Naturaleza empresa “de un paso de perico” volver a rellenarlo y “en menos de lo que tarda un mico cara blanca en darse una rascada y comenzar otra nueva,” se llena hasta el pico una tinaja de barro de las que acostumbran atutear las indias. Si a la ranura por donde emerge el agua se le pone un tapón que tenga la fuerza suficiente para detener el líquido y evitar la filtración, el pocito queda ciego de un segundo a un minuto, tiempo suficiente para vaciar el contenido. Una vez, por broma, se lo hizo Félix Paz a su amigo y cuando éste vio la ceguera de su ojito, mostró una aflicción tan honda, que es bastante difícil de pintar de corrido, cuando Paz quitó el obstáculo y saltó de nuevo la linfa, al hombre que la ocupaba se le llenaron de lágrimas los ojos, producto de la rara emoción con que se manifestaba su ilimitada contentera. Los sabaneros, cuando no querían perder tiempo entrando a la casa de los colonos de La Aduana a pedir agua, se resbalaban a la roca y desde a caballo malmataban la sed. glosario Contentera. Alegría. Cuartillo. Antigua medida española de volumen líquido; aprox. 0.504 l. Jengible. Jengibre. Pendejera. Tontería; estupidez; cosa sin importancia. Plantiyo. Plantío.

Curiosidades del tino irracional Todos los animales tienen completamente desarrollado el sentido de la orientación, ya sea que ello es cualidad inseparable del instinto, o bien que, por su condición de irracionales, es algo ingé-

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nito dentro de su calidad de tales, la verdad es, sea lo que fuere, que la cuestión es cierta. Una vez, a la señorita Pastora Buitrago Acevedo le regalaron en San Lorenzo, un chanchito timbuco de  meses y como tenía que trasladarse a Granada, resolvió pasar por La Joya, que dista  leguas de San Lencho, dejándole a una su parienta el cerdito del regalo, para que ésta se lo criara. La niña Pastora, satisfecha de haber dejado bien colocado su timbuquete, madrugó lo más que pudo de donde su familiar; al cumplirse el cuarto sol de su llegada al caserío y antes de que la tarde cayera, ya su humanidad descansaba en su casa de Granada, situada en el mismo barrio en que vio por primera vez la luz terrena quien fuera eminente político y destacado orador, el dr. Carlos A. Morales.29 La recomendada pasó revista, antes de acostarse, a la puerquería que valoraba su chiquero y tanto los marranos de su propiedad, como el futuro ceboticito, estaban descansando del trabajo de las andanzas diurnas. A la mañana siguiente, lo primero que hizo, fue ir a ver al mirringo de la recomendación, pero por más que lo buscó, no apareció por ninguna parte. Batió todas las casas y solares del poblado, los diversos caminos que conducen a partes distintas, los varillales, chanales y montes de la comprensión inmediata y por más que husmió y ventió por todos los ámbitos, la tierra se había tragado al timbuco confiado a su cuidado. Principió la señora a dar recomendaciones por aquí, recados por allá, ofrecimientos por acá, escribió a su prima Pastora dándole informes de lo acontecido y después de haber hecho todos los esfuerzos pertinentes para descubrir su paradero, se dio por vencida y puso punto final a los inquirimientos. Todo lo narrado se había desarrollado en los primeros días del mes de abril de ; a fines de mayo, don Casiano Alvarado, pariente de la señorita Pastora, vecino de San Lorenzo, tuvo que hacer un viaje a La Rejoya y puesto aquí, dispuso ir a La Joya

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CURIOSIDADES DEL TINO IRRACIONAL

y cuando llegó, lo primero que hizo tan luego dio las buenas tardes y se desmontó, fue avisarle a la recomendada del timbuco en cuya casa posó, de que el animalito hacía dos días había llegado sano y salvo, aunque maltrecho y cruzando las patas a San Lencho. Un hermano de don Casiano, don Hermenegildo Alvarado, había sido el obsequiante del puerquito a la señorita Buitrago y el animalillo el regresar a su municipio natal, fue a dar directamente al solar en donde el soplo de la vida se apoderó de su vehículo cerduno el día que comenzó a respirar. La recomendada y don Casiano, después de la nueva, se pusieron a hacer cálculos y cuentas, y de ellos resultó que el chanchito tardó  días en el retorno; que a pesar de la abundancia de alquerías en el camino, ninguna fue escogida por el animal para quedarse, y que, estando situada la casa de don Hermenegildo en medio del pueblo, no titubeó a pesar de ello en encontrarla, cuando bien se pudo haber equivocado con cualquiera de las otras viviendas de la entrada, darse por satisfecho y quedarse habitando intrusamente en una de ellas, ya que a un posador de tal naturaleza, vago, y al parecer sin dueño, le abren las puertas del chiquero en el patio más encopetado a que golpeye, y sanas paces. Los ganados, los solípedos, los dantos, las guatusas y los sajinos, cuando son caseros, todos van directamente al sitio en donde acostumbran pastar los primeros y a los corrales en donde los han fincado los otros y ninguno se equivoca, cuando por algún motivo se ve obligado a buscar por su cuenta el aquerencio. Don Mariano Buitrago tenía un perro que se llamaba Bravonel que fue criado desde pequeño en su casa de Granada; cuando don Mariano llevaba a Chayotepe a veranear a su familia, el dogo hacía la jornada a pata limpia, a la par de las bestias que formaban la cabalgata de la conducida de sus amos. Muchas veces se esforzó el señor Buitrago en dejar al perro en su latifundio por el temor de que lo envenenaran en una de

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esas razzias de canes que la policía de Zelaya acostumbraba a verificar casi siempre en las ciudades, sobre todo, en épocas de revolución; pero el perdiguero se encargó siempre de burlar sus buenas intenciones, porque apenas veía que sus dueños se habían ido, la emprendía también él para La Sultana. De Chayotepe a Granada hay una largura de  kilómetros poco más o menos, hay que cruzar en el trayecto la ciudad de Boaco, los pueblos de San Lorenzo, Malacatoya y El Peso Real, atravesar el desmesurado Panaloya al nado, pasar cienes de alquerías, y al entrar a la ciudad un ciudadano perruno tiene que desechar las diferentes casas de los barrios que se anticipan a la propia solariega vivienda a donde el dogo se encamina; pues bien, el Bravonel hacía todo eso y cuando menos se pensaba, entraba por el zaguán brincando y coleando con una enorme, sana, y muy decidora contentera. Por los informes que los conocidos daban, se sabía en seguida que entraba a sestear a las propiedades en donde acostumbraba hacerlo la familia en su peregrinaje de tránsito; saludaba a quienes conocía meneándoles el rabo y con más de alguno con quien había estrechado relaciones en los viajes anteriores, les ponía la barba sobre de las piernas, los olfateaba, daba a entender que tenía hambre, le daban de comer y después que se desayunaba, se echaba un largo rato y tan luego bajaba el sol, arremetía sobre la soledad de los senderos, con el instinto puesto hacia el final del viaje, indudablemente. De todo lo dicho y de otras cosas que no se dicen porque sería la de no concluir nunca, hay que convenir, que el recuerdo que es la base de la orientación, es una condición indiscutible, tanto del racional como del bruto. glosario Aquerenciar. Familiarizarse con un determinado lugar; afincarse; aclimatarse. Timbuco. Gordo; panzón. Tino. Sentido.

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LAGUNITA DE SAN SALVADOR

Lagunita de San Salvador Al norte de la casa de Chayotepe, después de pasar el río por ese rumbo y en el pleno plan del potrero de San Salvador, buscando ya en este lugar para el poniente, como quien va para el rincón de El Coyol,  varas antes de llegar al caño que recorre el predio en todas direcciones y casi al pie de una plantación de guineos, abandonada a merced del parazal, hay una lagunita que tiene unos  metros de circunferencia y que más que laguna se diría que es un charco si no fuera que sus aguas son limpias y de ese color sui generis que dan siempre las linfas de los lagos, es decir, que son zarconas. La hoya, en general, tiene una circunferencia de unas  manzanas y en el invierno, cuando se le cruza, pareciera que la alberca y la depresión casi indistinguible fueran una sola cosa, pero la verdad no es así; la lagunita que jamás se seca y que nunca aumenta de volumen, cuando éste se le crece por los torrentes del invierno, vomita el excedente sobre el huraco medio inclinado que lentamente se le semi-reclina por su flanco norteño y una vez descongestionada, termina sus transitorias relaciones con el semi-hueco, su vecino, que se convierte en el verano en tembladero. La boca del estanque queda al nivel del bajo y cuando se llega a su vera por el flanco sur, se palpa que el paredoncito de este lado tiene  metro a lo sumo de la superficie del plan al agua; toda la lagunita está en medio de un zacatal ubérrimo y un campista que la emprende contra una res arisca, sin ser conocedor, corre el peligro de ir a dar a la hondura de su seno. Su profundidad, a pesar de su tamaño, no baja de  metros; por el sur y el oriente está cortada a tajo, y por el norte y el occidente su inclinación es normal; aclarando mejor, vale afirmar que no tiene por tales puntos boladeros, está casi a nivel de la depresión en que derrama el excedente de sus linfas. La fantasía natucha la ha preñado de pasadas y son tan numerosas, que narrarlas, sería la de no acabar, pero de una de

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

tantas que tiene visos de veracidad, mejor dicho, que es cierta, hay que contar algo que fue comprobado con la vista, el cuerpo del delito, según reza la frase leguleya. Por uno u otro motivo, el pará de sus orillas fue hecho zacatera y mandado a cortar en el verano de ; por esta causa, sus bordes fueron desmantelados y se apreciaban con claridad desde cualquier punto del plan del encierro en que se encuentra ubicada. Una mañana, yendo el dueño de la propiedad con el mandador Abelardo Martínez, vieron a la distancia un tronco negro a su margen sur, como de  metro de alto; el patrón, que nunca había mirado semejante cepón a la vera de la laguna, preguntó a su doméstico: —¿Quién fue ese vago que arrastró hasta la laguna ese tronco quemado? —¿Cuál tronco, señor? —Aquél que se ve allá, en la orilla de ella. —De verdad, patrón, que allá está la cepa; pero sabe una cosa, yo acabo de pasar por allí cuando fui a buscar su mula y no había nada; si quiere vamos a ver cómo la llevaron o qué cosa es. —Vale la pena ir, pero perderemos tiempo y ya es bastante tarde. —Si Ud. quiere, pasemos viendo el tronco y para no recular nos salimos por El Coyol, y así no nos entretendremos. —Pasemos, pues. El sirviente y el patrón variaron el rumbo y enderezaron para la lagunita; cuando les faltaban para llegar unas  varas, vieron que el tronco se echaba al seno del agua y cuando arrimaron, nada más que círculos concéntricos habían en la superficie. Admirado, Abelardo dijo: —Esa es la sierpe negra de que tanto hablan los jinchos, patrón; indudablemente que se estaba calentando al sol. —Así ha de ser; lástima sea que sólo espiándola se podría saber de verdad qué diablos es ese demonio negro. Varias veces después, fue columbrado el mismo tronco, una

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LAGUNITA DE SAN SALVADOR

tan de cerca, que se le distinguió a medias la cabeza y se comprobó además, que cuando avizoraba gente, el diantre desconocido se deslizaba al estanque, no tirándose de sompeta sino que escurriéndose en las aguas por la cola, como para no hacer bulla, puesto que lo hacía despacio y metiendo por último la jupa, con el intento indudable de precaverse de cualquier ataque. Los indios aseguran que el día que se mate esa sierpe, se secará para siempre la diminuta, curiosa y rara lagunita de San Salvador, que tiene una agua de color exacta a la de cualquiera de las linfas de nuestros grandes lagos. ¿Era el tal animal una serpiente? Quién sabe; la cabeza era tan larga y tan sin forma la citada sompeta que más que jupa ofídica, parecía la de un helminto de pantano exótico, quizás anguila monstruo, pariente cercana de esas culebras de lago que abundan en Mateare, en las riberas lodosas del Xolotlán, o ser tenido hasta la hora, que es lo más probable, como de fábula y sin clasificación; extraño habitante de linfa estancada con fondo cenegaloso, que los científicos no han podido clasificar todavía por no haberlo tenido nunca a mano; por lo menos si ello no es así, fue la opinión que se formó de aquel reptil al parecer viscoso, sin escama y liso, al pasar brevemente por su retina en un vistazo relámpago, uno de los curiosos que lo vieron el día que se le observó más de cerca en el momento de irse al fondo del estanque, abierto en el seno del potrero por la mano Divina que hizo los macrocosmos. glosario Boladero. Precipicio; guindo.

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Peculiaridades de los félidos Pocos animales tienen la agilidad y presteza que el león gasta y cuando por algún motivo los perros lo encaraman en un árbol o pajonal en la montaña, puede decirse que es un imposible para quien lo intente lograr, ponerle un lazo en el pescuezo. Los tiradores experimentados lo han tanteado de diferentes maneras por ver si logran capturarlo vivo y también por si consiguen que no les haga cuechos los espartos, hechos especialmente para tales maniobras, ya de cabuya cruda o lavada, bien de crin, de manila y hasta con barzones y sogas de cuero. Ya zumbados los lazos a plomo, ya sujetas las gazas de una vara larga, la dificultad de conseguirlo radica en que tan luego siente el cabestro sobre de la jupa o ve que se lo pasan por la cercanía de su cuerpo, estira la zarpa con maestría inaudita y lleva el cable a la boca, en donde con los colmillos tuqueya en un santiamén la reata o persoga con que quieren aprisionarlo. Es raro que este cuadrúpedo cace animales grandes; por lo general se alimenta de venados y terneros, y después que ha comido lo suficiente para saciar su bulimia, abre un hoyo en la tierra y entierra la carne que le sobra para volver por ella algo más tarde, es decir, antes de que entre en descomposición el matate resguardado. La caza del león presenta el peligro de que cuando se le blanquea, salta sobre el fogonazo deslumbrante con la intención de caerle encima al tirador. Justo Buitrago escapó milagrosamente de un salto de esta clase, en el momento en que le disparaba a un melenudo cebado que estaba causando daños entre los animales del patio de los colonos de La Aduana, en Chayotepe. El animal se había encaramado sobre un árbol de hojachigüe; entre el palo y Justo había una pequeña faja de cuajichotes como de  varas de ancho y temiendo que la oscuridad del atardecer lo privara de poder hacerlo, tiró a la bestia, se colocó rápidamente en el punto que le pareció mejor y le disparó el

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PECULIARIDADES DE LOS FÉLIDOS

mecatazo a unas  varas poco más o menos; todavía tenía el chopo estirado cuando a su lado rebotó una enorme maza, que no era otra cosa que el cuerpo del león que sintiéndose pegado o antes de sentirse, quizás, saltó de la gamba en que se protegía sobre el blanqueador que lo había asesinado. Para suerte de Buitrago, el tiro había sido tan certero, que el félido al caer, ya iba en los últimos patatuces y culipateos y apenas ya sin fuerza, le rasgó de soslayo el pantalón al lado de la pierda izquierda, dio luego un maullido débil y se estiró convulsivamente pelando ya los ojos con seguro en el otro barrio. No hay que olvidar que lo que entre nosotros pasa como león, no es el rey de los animales propiamente dicho, sino que es el puma, simple remedo de la temible fiera africana y el cual le usurpa el nombre en América, ya que las tierras privilegiadas de este continente, el melenudo monarca, cuando las ha visitado, ha sido completamente prisionero y sirviendo de cartel para aumentar el producto de las taquillas de los circos de maromas. Lo mismo acontece con el tigre, quien ha suplantado siempre al jaguar en estas regiones de pieles rojas, mayas, cachiqueles, niquiranos, chibchas y gauchos; a pesar de lo dicho, se han llegado a aceptar de tal manera las permutas, que no hay en estas latitudes quien llame a tales felinos por sus propios nombres, y el puma pasa como león y el jaguar como tigre. Este último gato tiene tanta fuerza, que una vez, en unas vaquerías verificadas en Esquipulas, propiedad que era en esa época de los herederos de don Santos Buitrago, progenitor de los Buitrago de oriente, los campistas soltaron al campo, mancornadas, un par de mulas semi-chúcaras para que no se volvieran a su hatajo, porque las iban a seguir albardeando al siguiente día en las recogidas que apenas estaban comenzando. Tan luego amaneció, los meseros se dedicaron a recoger las bestias de la campistada vaqueadora, todas fueron encontradas, menos las acémilas de la mancornadura. En la búsqueda de ellas tropezaron con una abra, mandada hacer especialmente para facilitar el arreo y como a  varas de

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la entrada del descampe del corral, desembocaba en éste, procedente de un llanetillo vecino, un majadón enorme que tomando trocha arriba, es decir, para el oriente, avanzaba sobre la ronda sin variar de rumbo hasta llegar a un filetito donde el matorral no había sido desguavilado. Del punto del tropezón con la majada al montículo dicho, habían flojamente sus  mil y pico de metros bien jalados de distancia, y la sorpresa de los buscadores no tuvo límites cuando vieron a una de las mulas en mera cima del cerrillo, guiñándose desesperadamente falda abajo, sin poder conseguir mover, ni levemente, el obstáculo que la sujetaba. El aguafuerte que los sabaneros tenían ante sus ojos, era el siguiente paralizante cuadro: un tigre estaba montado sobre una de las mulas, desnuncada ya ésta, comiéndosele tranquilamente el pecho, mientras la otra forcejaba por escapar, llena de horror ante la terrible fiera. Hay que pensar la fuerza que por estampida debía de haber estado haciendo la híbrida sujeta por el mancuerno a la mula que le quitaba la bulimia al jaguar, y juzgar, después de haber meditado la cosa, qué potencia tendría el bruto cuando, indiferentemente al parecer, yantaba frente a su prisionera. Luego hay que balancear el arrastre inaudito, de más de una legua, del cadáver de la desborrumbada y el contrapeso desesperado que la compañera haría para salir en estampida, a todo trance huyendo de las fauces tan cercanas del salteador inesperado, y se comprenderá en seguida, la calidad de fuerza que gasta el tigre, siempre que su necesidad lo requiere. Cuando el jaguar vio a los hombres, rugió enardecido, y quizás hubiera escapado o malferido a alguno, pues no portaban armas de fuego los campistas, si uno de los muchachos que andaba integrando el grupo y cargaba un machete envainado y cuyo sustantivo se escapa en el momento, perdido en el laberinto de la cosas idas, no se hubiera resuelto sin consultar a nadie, a dar un rodeo al cerrito, con el guapote en la mano y valientemente arrimarse al gato por la trasera y tirar recio de la cola

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del tigre con la siniestra, mientras con la derecha, rápido, le desmambichaba la cabeza con un bestial y salvaje machetazo, acto asombroso y desquiciante que sólo la serenidad de espíritu y el temor a la muerte, son capaces de producir en ciertos lances y situaciones difíciles, y que ese fuerano intrépido supo aprovechar con ventaja, sin desperdiciar el tiempo en vacilaciones y pendejeretas. La experiencia demuestra, y el que lo quiera probar puede hacerlo con un félido casero, que si a esta clase de cuadrúpedos cuando están con caza, se les tira del rabo para atrás, entierran las garras en el suelo para sostenerse y se olvidan por entero de la trompa, por tenerla llena de comida, motivo por el cual no la emplean en su defensa y no piensan, por cobijar con el cuerpo la carnada, defendiéndola en tal forma, en voltearse para atacar a quien lo está combatiendo de tal guisa; el hombre de esta pasada conocía el negocio y se acordó en el instante de tal flaqueza y condición de estos carnívoros y antes de que los demás lo acobardaran procedió resueltamente y dio fin, en menos de lo que tarda rebuznando un burro, con el jaguar, concluyendo la hazaña con mucha anticipación a que los compañeros volvieran del estupor que les ocasionó aquel ataque. Cuando la otra acémila fue desmancornada, se comprobó que no le había pasado nada y todos supusieron que por la constante fuerza que hacía para romper en panera, no la decapitó el ñigre, indudablemente por atender al fardo de la desnuncada, que si lo soltaba, le debe de haber parecido que se lo quitaban, motivo por el cual no contrabruñó a la otra. Tal suposición tiene completos caracteres de certeza, pues los felinos cuando se han posesionado de una caza, prefieren morir antes que abandonarla y si se les tira del rabo, la cuestión raya en lo inverosímil, pues se adhieren a la tierra con las garras tal como se ha dicho antes y muerden la merienda como para asegurarse que no se la quitarán, de cuyo extraño proceder se deduce claramente que tienen que abandonar su propia defensa para cuidar a su modo el suculento plato del fresco y palpitante

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desayuno; ni más ni menos como el jaguar de la pasada de las unguladas del cuento que se acaba de transcribir. glosario Albardear. Amansar; jinetear una bestia chúcara o salvaje; someter; domar. Cabuya. Fibra vegetal que se utiliza para elaborar sogas o mecates. Cebado. Fiera astuta, con experiencia en cazar terneros, potros, etc. Contrabruñir. Rugir desafiando al tigre o jaguar. Culipatear. Mover las patas y las ancas; estertor; temblar de miedo; estirar la pata. Chopo. Fusil o escopeta vieja. Chúcara. Bestia salvaje o indomable, que resiste ser ensillada o montada. Desmancornar. Soltar un animal mancornado, o amarrado por los cuernos. Desnuncada. Desnucada. Gaza.Lazo que se forma en el extremo de un cabo, doblándolo y uniéndolo con costura o ligada. León. Puma, Puma concolor. Malferido. Malherido. Matate. Fardo. Patatús. Estertor; agonía; contracción muscular. Persogar. En un llano o potrero, amarrar un caballo a un árbol o tronco delgado usando una soga o mecate lo suficientemente largo como para permitirle pastar o ramonear; sofocar con la soga al cuello.

Derribadera del eco En las montañas boaqueñas, las derribas tienen verificativo en febrero para poder quemar las ramazones de los árboles, ya que los vástagos, a los  meses de botados, están completamente camagües y no cogen fuego por tal motivo por más que se les queme y requeme y lo único que logra conseguirse con la insistencia de fueguearlos, es que se suacen las cortezas de los flancos. Cuando abril prende la limpidez de sus días sobre el azul del cielo, en las noches serenas y ligeramente amodorradas por la

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DERRIBADERA DEL ECO

tibieza que exhalan, se oye claro, preciso, como si se estuvieran derribando en el mismo momento, el golpe certero del hacha que tronchó cienes de palos en febrero. Pareciera que la selva guardara el dolor que le ocasiona sus derribas para devolverle al hombre el eco asesino del hacha, dos meses más tarde, cuando ya desocupado de la fiebre de descuajar, puede meditar el mal que hace y el que se ocasiona él mismo, al herir la montaña, cuyo frescor conserva y alimenta la linfa de las fuentes, en las cuales su sed apaga. Muchas veces en marzo principia el concierto de la acústica que brinda el fenómeno de la hachadera en pleno abril, pero no es tan emotivo, ni tan interesante, ni tan claro, como cuando se oye el descuaje nocturno en el pleno seno del mes, en que la primavera entra a enflorar la tierra y a aumentar las fuentes de los ríos y la savia de la arboleda. Ojalá penetre alguna vez al corazón del hombre, para que evite en lo posible la derriba, el de profundis desolador de los hachazos que tan hondo entran en el alma de todos aquellos que aman la Naturaleza, en cuyo seno y exuberancia, se ve reflejado siempre el prodigio y la bondad de la infinita misericordia de Dios. glosario Botados. Derribados; cortados. Fueguear. Quemar un terreno en preparación para la siembra. Suasar. Soasar; quemar.

Floripón misterioso En una tarde de un sábado de abril de , después de haber liquidado a la mocería el patrón de Chayotepe, se reunieron todos, es decir, patrones, servicio y mozos en el corredor de la casa, que da al poniente y que precisamente mira sobre la bajada

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que muere en el corral de la hacienda, la cual pertenece al potrero de San Fernando y por ella se desciende a la casa cuando se llega de Boaco, o se le sube cuando se viaja para la ciudad citada. Vivía todavía doña Susana Morales de Buitrago, y la señora, teniendo que hablar con su hijo Fernando, se incorporó al grupo que estaba diseminado en el sitio indicado; la Pastora Buitrago Acevedo, a su vez, se arrimó con dos domésticos más, a consultar algo a doña Susana; se puede decir que toda la gente de la alquería se había agolpado al flanco occidental de la casona, por pura contingencia. Allí estaba don José María Buitrago, disponiendo con los capataces los trabajos del lunes, el mandador Abelardo Martínez, recibiendo instrucciones, y la esposa de éste, Patrocinia de Martínez, que vive ahora en Boaco, y que era la mandadora, oyendo lo que se disponía para arreglar la echada de tortillas en la madrugada del primer día de trabajo de la semana. Entre los campistas, se hallaban Narciso Mejía, Daniel Guzmán, Juan Linarte y el aventador de apellido Rodríguez; los mozos eran Juan Rocha, Mateo Hernández, Catarino y Faustino Amador, Félix y Vicente Paz y diez cristianos más, cuyos nombres ha borrado el tiempo de la pizarra del recuerdo. También se hallaban las hijas del mandador, llamadas Isabel y Fernanda, que parecían pegostes, a pesar de ser mayores de  años, adheridos a las naguas de la madre. Cuando se terminaron las disposiciones, los jornaleros resolvieron levantarse para coger el camino del rancho de cada uno; el puntero fue Catarino Amador y la vista de los presentes lo siguió en el enrumbamiento que llevaba; cuando se iba arrimando a la tranquera de en medio del corral, a una seña de él, todos levantaron la vista a la cumbre de la cuesta de San Fernando. Esta pendiente puede tener unas  varas y en la propia cima, se veía clara una luz del tamaño y forma de un floripón grande, que más bien tenía el brillo y blancor de un diamante,

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FLORIPÓN MISTERIOSO

que el resplandor de una luz, cabalmente hablando. El floripón misterioso iba de un lado a otro en la mera altura, se paseaba, se pavoneaba, mejor dicho, del norte para el sur, hasta que después de varias vueltas, se estuvo quieto, miró para la casa hacienda y desde el punto en que estaba, salió en estampida cuesta abajo hasta parar en un completo chisporroteo y hecho añicos en la puerta de entrada del corral, al pie de la bajada en donde se apagó definitivamente. Los jinchos son supersticiosos y después del fenómeno y como era ya tarde, ninguno quiso irse para su casa. Buitrago Morales los invitó para ir a revisar la ruta que había recorrido el fenómeno, ninguno aceptó y tuvo que conformarse el invitante en ir solo con su tío José María a pasar revista al sendero en donde se desarrolló la vida de la curiosa luz; éstos revisaron por todos lados y nada extraño encontraron que pudiera revelar la causa que dio vida, o el rastro que dejara el bello, animado y lumínico brillante floripón. Nunca se averiguó nada sobre el fenómeno descrito, ni normal ni anormal, pero jamás olvida Buitrago Morales que en la casa de la hacienda, se sucedían curiosidades preternaturales que alarmaban a la servidumbre, le “metían el mono” a los valentones y, cosa rara, podía decirse que tenían verificativo por lo general los miércoles y los viernes; el dueño en ese entonces de la propiedad jamás vio nada después de lo de la luz, pero eran demasiado serios ciertos miembros del servicio para poner en duda las pasaditas que afirmaban y el asunto sumamente baladí, para suponer que inventaban las cuestiones por puro prurito de mentir. glosario Floripón. Hierba anual, de la familia de las Solanáceas, Datura stramonium. Mocería. Conjunto de mozos; trabajadores del campo.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Pambas y verdades Los indios y campesinos del país sostienen una infinidad de cosas que son meras leyendas sobre ciertas carnes de monte, de los animales que las producen, y sobre de otros muchos derivados de éstos. Afirman que quien come pizotesolo se derrenga, es decir, se desrabadilla y tal aseveración, que es de origen natucho, no es más que un simple invento. Pocas carnes hay tan sabrosas como la de este mamífero y en el salpicón vale la pena y va más allá de cualquiera ponderación. El pizotesolo es sumamente peligroso para los perros y aún para los hombres que no tienen experiencia campesina, pues la uña de enmedio de su mano es sumamente descompasada, puede decirse que es una verduguilla, con ella se defiende a las mil maravillas, es como un nido de ametralladoras que salta intempestivamente en el momento en que la panera no ha podido ponerlo a buen recaudo y ¡ay del chucho o del individuo sobre del cual se clave ese punzón! Si al dogo lo coge por la hoyita “va a parar al otro barrio,” y al humano que pesca le desguavila las carnes dolorosamente; por tales motivos nunca se le persigue con cualquier murriña ni se le permite a un neófito dedicarse a tal caza. Otra carne de la que hacen ascos los indígenas y de la cual dicen que produce sarna es la del zorro cola pelada, que si el animal este es taimado y de presencia fea por naturaleza, no tiene en cambio que ver nada con ello su delicada y deliciosa materia. Como este animalejo es marsupial, su hembra parida no resulta agradable a la mirada y por tal causa el fuerano siente aprensión para comerlo, pero fuera de la mala impresión que causa, no tiene nada de malo que pueda acarrear al organismo el hecho de engullirlo. Su carne cocinada tiene un perfecto sabor a gallina bien condimentada y si se le prepara desmenuzado y se le sirve a al-

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PAMBAS Y VERDADES

guien que ignora su procedencia y no se le dice su origen, al concluir de comer, quedará creído de que lo que le sirvieron fue producto de una ave de corral. Este didelfo es sumamente inteligente y como gusta de alimentarse de pollos, cuando se le sorprende en un gallinal agazapado para cazar y se le da por esto de palos, pedradas, garrotazos y tenamastazos, se hace el muerto y hasta se estira para que no le pongan punto final a su existencia. Los que ignoran tal astucia de este diantre, se privan de darle el golpe de gracia necesario para ultimarlo definitivamente y cuando al siguiente día lo buscan para botar el cadáver, se encuentran con que el cola pelada puso pies en polvorosa tan luego el malmatador dio la vuelta suponiendo que lo dejó desmambichado. Muchas veces hasta los entendidos son víctimas de las argucias de este inofensivo y útil marsupial que valdría la pena de no sacrificarlo si no fuera que es un empedernido enemigo de la reproducción de los corraleros gallináceos. Anda por todos lados un viejo cuenterete sobre el zorrespino, que no pasa de ser mera buchona que la tragan los pobres de espíritu y aquellos que digieren todavía la sonaja de que existe la reproducción espontánea, y es el caso de que dan como un hecho positivo el que guardando las espinas que este zorro lanza al aire al defenderse, se reproducen por sí solas de una manera interminable. Tal especie no pasa de ser más que una invención, producto de consejos antiguos que se multiplican maravillosamente en las noches plateadas de marzo, en los corrales de los hatos, cuando las mocerías se juntan para cuchichear de lo lindo y bravuconear sin peligro. Tres docenas de espinas de esta clase guarda entre sus cachivaches campiles Buitrago Morales desde hace  años y nunca, ni en sueños, han pasado de ser  puyas las diablillas del cuento. Lo que es cierto y no tiene lugar a dudas, es que el perro que se lanza a coger este demonio cuando aquel abre la boca para

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morderlo, se la rucia y reclava con los puntiagudos clavos, que, mezclados con su pelambre, lleva el zorro calumniado adheridos a su piel, y que para los dogos es sumamente doloroso el efecto que les produce la defensa de este bicho. También, cuando las puyas se clavan en el cuerpo de una persona, causan pinchazos que al jalar las agujas dejan el punto pinchado sumamente dolioso y cuando la desgracia lo permite o la imprudencia individual no repara el peligro, se expone, quien festinadamente procede, a que un alfiler de esta índole lanzado al azar sea clavado en el centro del coyol de un ojo y cause una choquera segura y si se clava en los dos, pues lleva la noche eterna a las ventanas por donde el alma se asoma para captar la vida. glosario Choquera, choguera. Ceguera. Dolioso. Doloroso. Pamba. Exageración. Pizotesolo. Pizote, Nasua narica. Se dice del animal que abandona la manada para cazar solo. Ruciar. Rociar; salpicar; pringar; lanzar algún líquido o polvo sobre una persona o cosa; churretear; pringar la ropa para plancharla. Salpicón. Plato de carne machacada y mezclada con cebolla y cilantro. Tenamaste. Piedra de cierto tamaño que normalmente se usa para sostener un recipiente sobre el fogón. Verduguilla. Navaja de hoja delgada, filosa y cortante. Zorrespino. Puerco espín, Coendon mexicanus.

Inundaciones Los inviernos fuertes producen vastas inundaciones, ya que los ríos, al rebasar los cauces, las ocasionan frecuentemente. Los lagos también rompen los diques de sus demarcaciones y rebalsadas las hoyas, se posesionan de las bajuras que se extienden a sus veras. En la segunda mitad del siglo , después del año de ,

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INUNDACIONES

la fecha fija se perdió entre unos documentos extraviados, el Lago de Nicaragua se unió con el Charco de Tisma y el ancho calpul que separa al uno del otro, desapareció tragado por las intranquilas linfas del majestuoso Cocibolca. En Granada las aguas subieron unos cuantos metros sobre el antiguo declive o rampa empedrada que se extendía al pie del atrio de la iglesia de Guadalupe y la muchachada de ese entonces iba a zambullirse y a bañarse frente a frente del templo acabado de citar. Desde Sacuanatoya a Tisma, desde Panaloya a Los Malacos, desde aquí a Pasochiquito y de este lugar a los bajos de Tepetate, todo eso se convirtió en una prolongación desmedida del Gran Lago, que, de la noche a la mañana, debido a lo copioso de las lluvias, se había convertido en un peligroso deglutidor de planes y semi-alturas. Las haciendas de esos lugares quedaron totalmente sepultadas bajo las aguas y los granadinos que tenían propiedades en El Paso Real, Jiquelite y Malacatoya, para ir a ellas tenían que hacer el viaje dando la vuelta por Tipitapa. Pasó mucho tiempo para que el lago desocupara el terreno conquistado y el primer hombre que se aventuró sobre el lomo del viejo calpul ahogado, guiándose por los restos de la palazón de las vegas, con la intención de sondear la profundidad y baquear una ruta mutable para establecer el tráfico, fue don José María Buitrago, que, aburrido de ir a Esquipulas dando la vuelta por la villa, se resolvió a internarse sobre lo inundado, exponiendo el pellejo para dejar señalado el camino por donde más tarde podían exponerse los que se resolvieran hacerlo a caballo. Don José María era un magnífico nadador y tenía la grandísima ventaja de nadar parado, lo que le daba una gran facilidad para verificar la natación, entre la palamenta derribada y desarraigada por la áspera creciente del coloso. En menor escala que ésta del Cocibolca, hay llenas de ríos, arroyos, zanjones y criques que se hacen inolvidables por los

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sitios y los lugares hasta donde llegaron con el ímpetu descuajante de sus aguas; por ejemplo, no es posible que los boaqueños cuarenteños hayan olvidado la juntada de La Chingastosa incipiente con el río de Fonseca, hecho que tuvo verificativo en el aluvión del  de octubre de , en donde el plan de Maráhita fue convertido en una laguna, que iba desde el desguindo de La Holocica hasta la poza de El Horno, y desde La Lajalisa a El Danubio, todo ello causado por las corrientes de los caudales citados y la linfa invadiente subió bastante arriba de la cuesta que lleva para la ciudad de Boaco. En esta misma época, el Zanjón de Acoto, en el departamento de Granada, se unió con el río Malacatoya y con el arroyo arenoso de Masapilla, formando un desmesurado playón que tenía más de  kilómetros de largo por unos  de ancho y en partes hasta más. La terrible inundación subió hasta besar el piso de la casa de alto de la hacienda de Acoto, que en ese entonces era de don Juan Pascual Gutiérrez; la familia de este señor y la servidumbre fue salvada por una precaución de don Juan Pascual, que, cuando vio que la cosa se ponía color de hormigabrava, entremojó la canoa de la leche del balcón que da o daba al sur de la vivienda, y le metió adentro las palas de palear la cuajada, que más tarde sirvieron de canaletes. En la artesa del cuento fueron remontados en varios viajes para La Trinidad, propiedad ubicada en el camino que lleva para La Joya, todos los asilados del segundo piso; habiendo resuelto a última hora doña Mónica, hermana de don Juan Pascual, a esperar la voluntad de Dios dentro de la casa junto con su hermano quien determinó en semejante situación acompañarla en aquel instante de ¡sálvese quién pueda! pues la señora prefirió acoger con fe viva a sus devotos, antes que exponerse a la lluvia y a la violencia de la correntada. La misericordia Divina no desamparó a doña Mónica, mal llamada así, pues no fue nunca señora y se murió señorita, al parecer y no sólo no hizo daño en la alquería el inunde bestial,

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INUNDACIONES

sino que el zanjón no siguió subiendo del nivel desnivelado que habían alcanzado sus aguas. En ese entonces, y en los días más álgidos del rudo cordonazo franciscano, se podía viajar en bote sobre el camino que lleva para Juigalpa, desde el Riyito, en el oriente, hasta Los Cocos, en el poniente, con ligeros arrastres en angostas zonas, como la de la parte alta de La Tapia y alguna otra que se le hace difícil revelar por el momento a la memoria. En esa ocasión fue la primera vez que el Patastule entró hasta el segundo piso de la casa de Veracruz de don Alejo Olivas, en Teustepe, y como si le hubiera sabido a gracia la travesura, lo ha vuelto a repetir en otros dos inviernos. Los inundes con frecuencia presentan curiosidades, pareciera que la frase campesina: “se cargó el agua en tal parte,” tuviera mucho de verdad, pues mientras el Xolotlán terminó con el barrio de Miralagos en , y en La Rayo, el arroyo que pasa bajo la línea férrea se la llevó todita en el mismo año, el vendaval de  no causó iguales efectos en tales sitios, pero sí y desastrosos, en la barriada de La Ensenada tras de la Escuela de Artes y en la curva ferrocarrilera de Miraflores, motivo por el cual se cortó por completo el tráfico ferroviario. Par último y siempre con la intención de reforzar la frase fuerana, en , al comenzar la estación lluviosa, el riatillo de Las Limas, sobre el cual acaban de hacer un puente los trabajadores de la carretera al Atlántico, se desbordó de tal manera, que cobijó enteramente un bajo de unas  manzanas que se extienden a sus costados, frente a la carretera, llegando el ímpetu en un momento dado a tal extremo, que las aguas saltaron sobre el piso del puente. Esta quebrada, a unos  metros de este punto, se echa en brazos del Malacatoya, frente por frente al pueblo de Teustepe, y a pesar de estar sumamente crecido este coloso en esa hora en que la riada retozaba, no dio pruebas de querer imitar la zanganada que a menos de un kilómetro estaba verificando su afluente de Las Limas.

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Éste y cien casos más que podrían citarse, parece que confirman la curiosa afirmación del campesinado cuando afirma ante lo inesperado de ciertas llenas, en medio de los vendavales generales, cuyos desastres debían de ser parejos y no lo son, “es que se cargó más el agua en ese punto, que en las otras partes.” Y para comentarios basta y quizás sobra. glosario Color de hormiga. Situación peligrosa o arriesgada. Cordonazo. Lluvia fuerte, tradicionalmente esperada el 4 de octubre, día de San Francisco. Entremojar. Amarrar con tramojo o trangallo; sujetar a una pieza de madera.

La Cirila Cuando doña Susana Morales de Buitrago vivía, tenía la costumbre de ir a pasar a Chayotepe los veranos y en los días en que se sentía bien, se iba con la Pastora Buitrago Acevedo, una turba de hijos de casa que educaba y las domésticas de su confianza, a pasar el día a las casas de los colonos de la hacienda, especialmente adonde sus compadres, los indígenas Félix Paz y su esposa Isabel. La señora Buitrago tena una hermosa pareja de monas amarillas, a las que Justo Buitrago les había puesto por nombres, a la más grande, Cirila, y a la más pequeña, Cirilita. Cuando doña Susana se iba a ver a los Paces, se llevaba a las Cirilas y éstas tenían sus cabalgaduras sui generis que las conducían en todos los paseos; las tales eran una perraza barcina llamada Baronesa y un hermoso dogo overo colorado que le decían Bravonel. Los perros eran fieles amigos de las monas y se dejaban hacer de ellas lo que a estos traviesos cuadrumanos se les antojaba. Desde que el Bravonel y la Baronesa veían a la familia pues-

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LA CIRILA

ta en marcha, lo primero que hacían era ladrar, barajustar, saltar y por último cada uno se arrimaba mansamente al lado de la Cirila que le correspondía conducir; éstas, a su vez, comprendiendo que la cuestión de que se trataba era de poner pies a la marcha, en cuanto los lebreles se acercaban, saltaban sobre sus espinazos, les pasaban el rabo bajo la panza y una vez bien aseguradas, no había medio de desmontarlas hasta que llegaban a su destino. Las monitas se sentían seguras a lomo de sus conductores y la señora de Buitrago veía que los animalitos viajaban garantizados en las vértebras de los canes: jamás en un convivio de  años les había pasado nada y los dóciles dogos no se apartaban nunca del camino, quizás con la intención de no maltratar a sus amiguitas. Para ir donde los Paces, hay que pasar un tuco de montaña cruda, que puede tener casi una legua de ancho en la parte en que se le atraviesa, y las dos únicas viviendas que habían en ese entonces por tales lugares eran las de Félix Paz, situada al noreste del bosque, y la de ña Santos Méndez, que estaba ubicada en el mero oriente; de donde Paz a donde la Méndez había como ½ legua floja. Ña Santos era una célebre curandera de piquetes de toboba y pasaba entre la jinchería, como una bruja peligrosa. Bien, como en esta vida no todo debe ser contentera, es natural que la Cirila grande llevara un día de tantos, un susto de padre y muy señor mío que le abatió el ánimo por muchos días y costó algo lograr levantarle el espíritu. Sucedió que a mediados de abril de , fue doña Susana con su acostumbrada comitiva, a visitar a su compadre Félix; el indio, para que la señora no se asoleara, le dijo que esperara a que fueran las  de la tarde para emprender el regreso y que, con sus hijos, la iban ir a dejar hasta Chayotepe. La señora accedió para no desechar el ofrecimiento del compadre y claro es, que, en sólo la travesía de la faja de montaña, se gastó lo poco que restaba el día.

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Para desgracia de la Cirila, cuando las paseadoras venían por media montaña, bajo un corpulento árbol de níspero, un gamichón se entretenía en comer las frutas que el viento desborrumbaba; verlo la Baronesa y ponerse tras de sus huellas, fue obra de un minuto, cuando la quisieron llamar, era ya tarde y la pobre mona, con la cabalgadura desbocada y sufriendo indecibles pimporrazos a cada rato, no tuvo más camino que abandonar la bestia y buscar amparo en el primer árbol que encontró. La perra siguió al venado, hasta que oscureció totalmente y cuando se incorporó a la columna, el hijo de casa Ignacio Amador, que era el palafrenero de las simias, fue el primero que notó que la Cirila había quedado embarbascada en la montaña; la llamaron una, dos, tres y en fin varias veces, pero era indudable que la pobre había sido malmatada desde muy lejos, pues no respondió por ninguna parte al llamado de la muchachada que tanto la quería. Muy de mañana, doña Susana destacó a Ignacio y a un sirviente para que la fueran a buscar y por más que anduvieron de un lado para otro y de arriba para abajo, no dieron con ella. Encontraron en el bosque una pandilla de monos tecolotes y se pusieron a observar, para ver si alguno andaba algún pedazo de mecate; no descubrieron ningún cabo en la barriga de los tales y, ante la imposibilidad de dar con ella, resolvieron regresar a la querencia. Pasaron varios días y ni noticias se obtuvieron de la pobre. Una mañana, cuando menos se esperaba, va apareciendo en Chayotepe, ña Santos Méndez con sus dos hijos a pedirle a doña Susana, agua bendita y auxilio, porque una mona bruja se había posesionado de su casa. Narró la Méndez que la mona llegó del lado de donde los Paces, perseguida o acompañada por una legión de monos y, que en cuanto vio su rancho, barajustó para adentro y sin decir “agua va,” se fue sobre la bateya de nesquiza y se puso a comer, como si allí hubiera vivido siempre. —Nosotros, dijo ña Santos, a nuestra vez, salimos en estam-

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LA CIRILA

pida porque como la mica bruja llegaba del lado de donde los Paces, que son nuestros enemigos, supimos que éstos la mandaban para que nos echara mal viento. La Méndez, que era mujer entrada en años, temblaba con un azoramiento que demostraba el pavor que la poseía, sus hijos no hallaban qué decir, no podían hablar, hasta que lograda una débil laguna de silencio que el miedo de los recién llegados permitió a éstos hacer, se les explicó que lo más probable era que la tal monabruja fuera la Cirila, que hacía unos  días se había perdido en esa parte de montaña y se les contó la pasada completa para que entraran en calma. Inmediatamente, el hijo de casa, Amador, salió con Narciso Mejía para la covacha de los Méndez, llegados a ella, se encontraron con que la bruja era la Cirila y tan luego vio ésta a Ignacio, dio unos cuantos chillidos de alegría y se abalanzó sobre de él, de quien no se despegó hasta que llegó a San Fernando. Los Méndez, tranquilizados, dieron las gracias, suplicaron que no le dijeran nada a los Paces y pusieron patas para su rancho. Poco después de idos los Méndez, los patrones y el servicio, comenzaron a comentar con muy buen sentido, que “mono que se hace casero desde chiquito, no hay medio que coja el monte,” aunque se encuentre con una manada de sus congéneres y la prueba se tenía a la vista, después de  días de perdida la Cirila en pleno bosque, en lugar de incorporarse a la piara de simios que la perseguía, buscó el primer rancho como implorando amparo, se asiló en él y esperó paciente a que sus amos la llegaran a buscar. El fenómeno quizás radique en que, acostumbrado el paladar a comidas sazonadas, ha de resultarles difícil después a estos cuadrumanos, hacerse a vivir de sólo frutas. glosario Bateya. Batea; recipiente de madera, de fondo plano, donde se coloca la nesquiza o nesquite, o se lava la ropa. Echar mal viento. Desear o traer mala suerte a alguien; malquerer.

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Embarbascar. Introducirse en el monte, en la espesura; perderse en el monte. Pimporrazos. Porrazo; golpe; caída estrepitosa.

Verdades que parecen guaraguas Los que se ríen y mofan por suficiencia o porque realmente dudan de que existen los hechizos, tienen la aprobación de la gente sensata y de la preparada, pero la realidad demuestra que aunque duela y se sufra al confesarlo, la existencia de tales cosas no se puede negar, lo más que puede hacerse es disimular para no darse por vencido, pero de allí a que no sea real la vida de tales menjurjes, hay un abismo de desquiciamiento que resulta doloroso reconocer, ya que se palpa con sólo ser algo curioso. No se trata de convencer a nadie de la verdad de tales cosas ni hay interés en probar que los polvos son verdaderos, se va a narrar algo que fue visto y lo demás queda al criterio de cada quien, y basta de comentarios. En La Aduana, llano de Chayotepe, en el mero altiplano, vivía en  Mateo Hernández, casado con la Luz Amador, y Juan Rocha, yerno de los primeros citados. El rancho de Hernández era amplio, limpio y hermoso; podría decirse que era una señorial residencia montañera. Tenía el empajizado sus  varas de largo por  de ancho y un tabanco, que era, como los chicos dicen, un mama tabanco, es decir, el más grande de los tabancos vistos. Mateo y la Luz procrearon tres hijos, llamados Juana, Ramona y Juan; la primera casó con Juan Rocha y los otros dos eran solteros, en la época de la fecha citada al comenzar. Todos estos indios eran honrados, buenos, y trabajadores, y se puede decir que formaban algo así como la crema social de la jinchada. La Luz era mujer de cascos ligeros, hermosa, jipata, agra-

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ciada y verdaderamente sabia en eso de hechicerías, tan sabia, que su pobre marido era un niño sometido a los menjurjes de su sabiduría silvestre. El tabanco era el aposento y la sala real de la bruja, lo que equivale a decir, que el segundo piso le pertenecía por entero, y Mateo y los hijos, eran dueños del suelo, en donde sus tapescos, enrollados y por tal recogibles, cuando la necesidad lo requería, vivían su vida de pereza. La Luz tenía los amantes que quería y a presencia de Mateo; cuando la visitaba alguno, lo hacía pasar para el tabanco y antes de poner el pie en la escala de una sola pieza de guarumo, le decía al consorte: —Mateyitó, cuidá que los niños no suban, yo voy a recibir a mi amigo allá arriba y ya sabés que no voy a hacer ninguna maldad. —Andálo, sin cuidado niñá, que no los dejaré pasar —respondía el pobre hombre. Una vez, llegó de visita el dueño de la propiedad, que en esa época era Buitrago Morales y a poco de haber llegado se presentó Daniel Guzmán, con la intención de escanciar los vinos de la lujuria de la Luz. Ésta, como el patrón estaba presente, se estuvo quieta y esperó a que se fuera para complacer a Daniel; queriendo Buitrago comprobar las cosas que se decían, se despidió de los natuchos y se fue al llano a dar una vueltecita. Una hora tardaría la vuelta y cuando regresó al patrón, encontró a Mateo cuidando la escalera y a la Luz y a Guzmán pereciando en el tabanco. Buitrago, que estimaba demasiado a Mateo, se sintió molesto por la inutilidad del indio y dijo a éste: —¿Y la Luz? —Está allá arriba con Daniel. —Pero ¿cómo permitís tal cosa, Mateyitó? —¿Qué cosa, patrón? —Que la Luz te la esté pegando en tus propias barbas.

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—No, patroncito, la Luz recibe en el tabanco a sus amigos, porque son de confianza; no creya usted que estén haciendo nada malo. —Buen babosote te has vuelto. —No patrón, no patroncito, la Luz es muy honrada y es incapaz de quemarme la chipiza. —Así debe de ser, cuando lo dices. Buitrago puso punto a la plática, pidió agua, dio media vuelta, encendió un puro, se enjorquetó en su mula y se marchó. Meses después, Guzmán se metió con una muchacha de La Puerta y cuando el dueño de Chayotepe lo supo, se fue a ver a la Luz. La encontró sola y a quemarropa le dijo: —Hombré Luz, Guzmán sí que te fregó ; te dejó y se metió con la puerteñita, que dicen que es galanota. —¿Que me fregó, don Fernandó? —Que te fregó, ni más ni menos. —No me lo diga, que voy a desrengar al pendejazo. —¿A desrengar? y adónde esos quesos, si el gaznápiro se halla a legua y media de distancia. —No se vaya y se lo voy a probar; espérese dos horas, voy a subir al tabanco un momento y dejo de ser Luz Amador si ese chocho no viene corriendo a pedirme perdón y a llorarme para que lo deje en el rancho. —Me voy a quedar, para ver si es verdad tanta buchona. La Luz subió al tabanco, permaneció una ½ hora arriba, después bajó, le brindó un tiste a Buitrago y a poquito gritó a las orillas del fogón: —¡Allá viene el pendejazo, ya salió a todo trote de La Puerta! Transcurrió una hora todavía para que el anuncio se cumpliera, pero al final de ella se apareció Guzmán, sudoroso, rendido, sumiso y retrechero al ver la figura del patrón. Éste disimuló y se fue al lado del patio y cuando volvió la cabeza, se encontró con que Guzmán hincado le pedía perdón a la Luz y ésta con una tajona lo mecatiaba de lo lindo.

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Terminada la pantomima, Guzmán ascendió al tabanco de donde no salió sino  meses después para ir a botar una milpa a la Luz. Ante la evidencia de los hechos, Buitrago le dijo a la Amador que cómo hacía para verificar todo eso y ella le contestó: —Mi papabuelo me enseñó muchos secretos cuando yo era chiquirritita, y como no tengo mal corazón no le hago males a nadie; pero que de mí se ría un carrizo de éstos, eso si que no lo verán sus ojos. Y en realidad que no lo vieron los ojos de Buitrago Morales. Juzgue el lector lo que quiera, pero ante la realidad de los hechos, no sabe uno qué razonar ante ellos; muchos casos más se podrían citar sobre esta mujer, pero como su vida aparece escrita en Pasadas Fueranas, libro de Buitrago Morales, se cortan las historias aquí y se remite al lector a la lectura de las andanzas de esta bruja, que aparecen en el libro citado. glosario Carrizo. Carajo; individuo, dicho en forma despectiva. Enjorquetar. Enhorquetar; montar a caballo; engancharse en la montura. Fregar. Engañar; maltratar; hacer daño. Gaznápiro. Zángano; aprovechado. Guarumo. El árbol Cecropia peltata, de tronco hueco y hojas palmeadas. Guaragua, guayagua. Mentira; cuento; embuste. Jipata(o). Pálido; berrejo; de color claro. Pereciar. Entregarse a la pereza; no hacer nada. Quemar la chipiza. Quemar el rancho; traicionar al cónyuge. Pegar. Ser infiel; traicionar al cónyuge. Retrechero. Retraído; que oculta algo; que trata de eludir una responsabilidad.

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Hormigabravas amansadas Es indudable que si uno se propone educar cualquier clase de animales, lo consigue con la constancia, al fin y al cabo del continuo desfilar de los días. La hormiga de espino negro o de lago, ésa que comúnmente llaman hormigabrava, es un articulado endemoniado y cuando se le jurungunea el nido ni el diablo es capaz de soportarla; sin embargo, se la domestica a pesar de la cólera de que siempre vive poseída. En el patio de la casa particular de doña María Enríquez v. de Morales en Granada, al amparo de la espesura y humedad de un hermoso jardín plantado, en él, se reproducía el áptero del cuento de una manera admirable. El nieto mayor de la señora gustaba de alborotar los hormigueros y les daba una guerra sin cuartel; mas sucedió que una vez que iba a verificar la cotidiana tarea de escarbarlos, se encontró con que sus habitantes conducían trabajosamente una salamanquesa despanzurrada, y, en vez de calentarlos, se entretuvo el chicuelo viendo las peripecias y mañas que gastaban las hormigas para arrastrar la desmedida y necesaria carga. Observó el muchacho la transportada por más de una hora y de aquella curiosidad, nació en su interior la idea de darles comida todos los días, para que los animalitos no trabajasen tanto. Al siguiente sol la determinación fue un hecho y  meses después de proceder diariamente echándoles comida y de no molestarlos, los ápteros se habían hecho amigos del chicuelo. Éste después de almuerzo recogía las migas, se iba al hormiguero que había resuelto amansar, agarraba un palito y jincaba suavemente el hoyo o bien, daba algunos golpes suaves en el brocalito y la muchedumbre hormiguil barajustaba incontinenti para afuera a recibir su ración de alimento. Cuando transcurrió el segundo mes, el chico se resolvió a poner la mano sobre la boca de la ciudad subterránea para que

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HORMIGABRAVAS AMANSADAS

los pobladores subieran sobre de ella y de allí se llevaran la comida; verificado el primer tanteo con resultado satisfactorio, repitió la operación todos los días sin que nunca los agradecidos ápteros le hicieran ningún daño. De tal manera llegó a intimar el mozalbete con las hormigas, que su abuelita decía cuando el ñeto hacía alguna maldad, que “a este demonio hay que hacerle las cruces, cómo será de malo, que hasta las hormigas en lugar de picarlo resolvieron hacer las paces con él, con lo que consiguieron poder vivir tranquilas.” Y a propósito de estos articulados, cuando el Xolotlán inundó sus vegas de Mateare en , se pudo observar que estas hormigas se hacían macoyas para no ahogarse y andaban flotando sobre las linfas para que las ondulaciones de éstas las arrojaran a los agüistales de las orillas y salvar de esa manera al pellejo; pues fue tan violenta la inundación que no les dio lugar a retirarse a tiempo y trasladarse a otros sitios. Las que lograron sacar sus huevos los condujeron sobre las aguas formando balsas perfectas de hormigas, las que hicieron juntando cuatro macoyas y sostenidas éstas interiormente por cadenas espesas de animales de unas  pulgadas de largo cada una oblicuamente colocadas, estas amarras terminaban por formar el piso, y sobre de la hondonadita que éste fraguaba, apilaron el güeverío, y después la brisa y el oleaje, dieron punto final al salvamento. glosario Echar. Proporcionar; dar. Gueverío. Conjunto de huevos. Jincar. Hincar. Macoya. Agrupamiento compacto; conjunto de raíces o matas formando una sola masa. Ñeto. Nieto.

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Despescuezamiento Hay costumbres que han ido desapareciendo sin que una clara explicación demuestre la causa verdadera de sus decesos. La corrida o despescuezada de patos en cada día de San Juan es algo que si no se ha traspuesto definitivamente a la historia, va ya casi remitiéndose al recuerdo. Para los que no han conocido ese suplicio, vale la pena hacer una breve disertación sobre semejante barbaridad. El Juancho o Juancha que celebraba su santo, tenía por obligación alistar un hermoso patuleco y como las visitas de los amigos ese día se verificaban a caballo, cuando ya se habían reunido unos  ó  caballeros, el celebrante de su onomástico sacaba una larga y fuerte reata y una de sus puntas la amarraba con nudo de chancho en el alero de la casa vecina en la parte situada frente a frente de la puerta de su covacha y la otra extremidad la nudociegaba en una de las alfajillas que morían en la calle sosteniendo la techumbre de la vivienda emparrandada. Ya colocado tilintemente el mecate, se meneaba duramente al pato, luego se le arrancaban las plumas del pescuezo, ya pelado el bitoque, en seguida se le mancornaba en el centro de la soga que atraviesa la calle, concluido lo anterior, el dueño de la fiesta brinda un farolazo de guaro a los montados, la rúa se inundaba de curiosos, la familia se agolpaba en los quicios de las portadas, lanzaban los jinetes un sinnúmero de gritazos y jotas contundentes y aguardentosas y el mejor montado de ellos, caminaba unos  metros para abajo o para arriba, según el terreno, luego volvía la cabeza del bruto para el punto donde el pobre acuático esperaba guindado y gritando: “¡una, dos, tres! ” picaba en redondo al penco y partía en estampida, pasaba bajo del pato jalándole la sompeta y luego los otros imitaban al primero y la operación se repetía hasta que de repente uno de los cabalgadores le arrancaba la cabeza al pobre animalculito y al que se la desprendía lo perseguían los otros montados para ver si lo despojaban de ella en una carrera desenfrenada y sin límites, cir-

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DESPESCUEZAMIENTO

cunvalando la población; si alguno lograba apoderarse de la jupa, se regresaba a la casa de la fiesta en donde el Juan esperaba, zumbaba el ganador la cabeza sobre la concurrencia y luego se abría completamente la bebiata. Juanes habían que ponían hasta tres patos y patulecos que nunca les arrancaban la maceta, quizás por aquello de que no les había llegado su hora. Tal costumbre no ha desaparecido por completo, pues en muchos lugares apartados de la república y aún en algunos sin serlo, todavía se pavonea fachendosa; pero que ha mermado mucho, “sin círculos madroños” de ninguna clase, ha casi desaparecido, pero no es una sorpresa que un día de San Juan, patos se guillotinen y qué guillotinamiento más salvaje. Resulta curioso que el pato —que no resiste el más leve golpe en la mollera, porque en ese punto es completamente frágil— puede aguantar los guiñones despiadados, rudos y bestiales de los campistas descabezadores y el asombro no tiene límites si por vagancia se toma un varejoncito para comprobar y se le da en la jupa con él al palmípedo, ni fuerte ni despacio, y se verá en el acto que cae redondito al instante, trasladado de un solo pencazo y sin murmuraciones “a la otra costa” definitivamente. Esta costumbre de despescuezar patos crió entre la jinchería una frase sui generis que se hace necesario transcribir y que ellos la aplican a las muchachas hermosas y alegres que llegadas a los  años no se han casado o no han enqueridado, el adagio es “por falta de caballo no ha corrido San Juan,” y en realidad, de verdad, que demuestra ingenio y sale de perlas la tal frasecita, pues para sanjuanear se requiere buena cabalgadura y el que no la tiene, no sanjuaneya. Otra barrabasada que ya va tocando a su fin, es la del gallo enterrado, cuyo apogeo llegaba a su clímax en el día de San Pedro, diciendo mejor, que por entero pertenecía al santo portero, pues si es verdad que en ciertos cumpleaños se enterraban gallos para distraer a la concurrencia, esto era completamente esporádico.

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El gallo enterrado, como su nombre lo dice, consistía en cavar un hoyo en donde metían un gallo que luego cubrían de tierra hasta el pescuezo, dejándole la cabeza descubierta; luego a cualquier bergante de la parranda lo vendaban y le ponían una cutacha en la mano para que se fuera con ella rasurando la tierra a ver si le volaba la maceta al pobre volátil, si después de unos cuantos mandobles y razadas no daba en el blanco, se le reponía con otro y así sucesivamente hasta que más de alguno decapitaba al pobre diablo, el cual salía del hoyo a la cazuela. Lo curioso de este suplicio era, que mientras se jugaba el gallo no se tomaba guaro y la chichada comenzaba hasta que había sido decapitado el gallináceo. Era obligación de los Pedros y Petronas poner el gallo de la sampedreada, nombre que la fiesta recibía y ¡guay! del Petrus que no lo alistaba, porque los concurrentes llegaban con guacales de ceniza y se los echaban en la cabeza. A esto le llaman encenizar y de aquí es indudable y seguro que emergió la costumbre grosera y salvaje de echarle ceniza en la mollera a la persona que no obsequie aunque sea un trinquis en su cumpleaños; esto se mira hoy sólo como broma vulgar y de jinchuno gusto. El gallo se jugaba por lo general en la calle, en donde los transeúntes se agolpaban, pero en los pueblos, donde los corralillos son amplios y las divisiones no son más que alambres, se escogían los patios para la bárbara distracción. Tanto las corridas de San Juan como los gallos de San Pedro van llegando ya a su término y quiera Dios que dentro de poco no vivan más que en las crónicas que leguen a la posteridad los curiosos que se dedican a narrar las costumbres nacionales. glosario Alfajilla. Alfanje; parte del alero de una casa donde se escurre el agua. Bergante. Individuo inútil, que no tiene , con sentido despectivo. Emparrandado. De parranda; de fiesta. Encenizar. Echar ceniza en la cabeza el día del cumpleaños.

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BINCE DE MAPACHÍN

Farolazo. Trago grande de aguardiente o ron. Guiñones. Tirones. Jotas. Malas palabras proferidas. Nudociegaba. Amarrar con nudociego. Pencazo. Golpe fuerte; lluvia intensa. Razadas. Golpe o machetazo tirado a ras. Sampedreada. Fiesta popular en celebración de San Pedro apóstol, 29 de junio. Sanjuanear. Fiesta popular en celebración del nacimiento de San Juan Bautista, 24 de junio.

Bince de mapachín Hay muchas leyendas sobre la bince del mapachín, pero no se ha comprobado ninguna de ellas como reales. Es indudable que este digitígrado, pariente cercano del perro y de la zorra, es un cánido digno de estudio por tener su miembro viril un alma, si así puede decirse, de hueso puro. La forma de esa alma es como la de una interrogación o una “S” mal hecha y por su presencia en tal lugar, hay que suponer que el mapachín es un mamífero exageradamente lujurioso. Antiguamente, a los burros hechores les daban suero con huevos y le echaban a la bebida bince de mapachín raspada para embramar al animal y buscara éste por tal causa, a las hembras no cargadas del hatajo, para aumentar así la reproducción de las acémilas. ¿Que si la raspadura calienta o calentaba a los asnos? Eso no se puede negar ni asegurar, ya que la prueba no se ha tenido a mano. Los hechiceros han ocupado siempre la bince de este animal para hacerle daño a los humanos y cuando una mujer coge la calle de enmedio33 para lanzarse al vicio por la maldad de los tales, ha sido costumbre decir que la víctima está amapachinada. 33

Dícese de la persona que lleva una vida licenciosa; el nombre proviene de una calle de la ciudad de Granada.

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Son muchas las personas serias que dicen, que el polvo que produce la raspadura de la bince, ingerido en agua, produce efectos afrodisíacos poderosos, hasta el extremo que si pasa de la dosis, se llega a la locura, pero es difícil asegurar tal cosa, ya que aunque se tiene a mano desde hace años un hueso de tal clase, nunca ha cruzado por la mente de quien lo posee experimentar si es cierta la tal afirmación. glosario Amapachinada. Persona cuya necesidad sexual es sumamente elevada; ninfómana. Bince. Hueso o cartílago en el pene del mapache. Mapachín. Mapache, Procyon lotor.

Caza de saurios El deporte favorito del general David A. Fornos Díaz, en Mateare, consistía en cazar lagartos vivos en la ensenada de la punta qua está situada frente a El Charco y El Chiquero, propiedades que fueron del citado militar. Al andar del tiempo, F. Buitrago Morales le compró a Fornos El Charco y de la negociación, nació una amistad franca que vivió siempre inalterable en todo el tiempo en que estuvieron de vecinos. Fornos invitó una vez a Buitrago para una cacería de saurios, y de la invitación nació la determinación del general de agarrar vivo un caimán para que el invitado conociera el procedimiento que emplean los experimentados para capturar tales animales sin hacerles daño. Para amansar a los lagartos se dedican a cebarlos, la ceba se hace a base de bofes; una vez escogido el cocodrilo que se desea coger, todos los días, ya avanzada la mañana, se lleva al sitio en donde se le va a apresar el bofe respectivo, y se le tira tan luego

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CAZA DE SAURIOS

se le ve suliviarse sobre el agua. Después de  ó  días de repetir la misma operación, el lagarto se pone tan atrevido con la ceba, que apenas ve la sombra del hombre que se arrima a tirarla, sale del fondo de la linfa y se dirige a topar al cebero, para recibir en las meras fauces la ración de pulmones que le corresponde. Fornos Díaz tenía fama entre los mateareños de gran bañador; bañador es para estos cazadores el hombre nadador, listo y ágil para jugar con el lagarto en el momento supremo de cogerlo. Para llevar a cabo esta empresa, preparan un aro de bejuco, en el centro de la circunferencia maestramente amarrado, colocan un bofe y sobre el filo del aro, con cabuyas débiles, sujetan un mecate grueso como un cabestro de manila o de cabuya fuerte, que le da por entero vuelta a la argolla, quedando de esta manera hecha una gaza que tiene el tamaño de la rueda, y el resto del cable lo hacen un rollo para facilitar los movimientos. Luego, cuando está todo listo en plena vera del lago, el que va a lazar al caimán se mete el rollo del mecate en el hombro que le parece, toma el aro con cuidado entre las dos manos, se mete al agua y avanza sin pestañear sobre el lagarto, que desde un principio está dando vueltas por las cercanías, en esperas de su puntal cotidiano. El animal, tan luego ve al hombre que avanza hacia él, a su vez también la emprende para donde el cazador, éste se abrevia para que la operación tenga verificativo con el agua a la cintura por lo menos, para poder maniobrar, y en el instante en que el saurio y el humano se topan, éste alarga el brazo presentando la ceba, y el lagarto parte sobre de ella con una resolución inaudita. Por supuesto que el bofe queda en la trompa del caimán, pero el aro pasa de viaje hasta el pescuezo y en el momento oportuno, después de un intervalo de  ó  segundos, el bañador jala y soca con fuerza la soga y el caimán queda definitivamente cogido. Tras del operador van los otros compañeros para resguardarle las espaldas si no sale felizmente la celada, pero en verdad

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de verdad, cuando es un práctico verdadero el que trabaja, todo sale a pedir de boca. Una vez amarrado el cocodrilo, ya no existe problema, pues ni resistencia ponen cuando lo tiran para llevarlo a la costa; de lo único que hay que cuidarse es de la cola, que con un pimporrazo dado por el anfibio con ella, bien pegado, se va cualquiera “al otro barrio” a temperar eternamente. Un espectáculo de tal naturaleza fue el obsequio sui generis del general a Buitrago; se ponen los pelos de punta, se inquieta el ánimo y el juego se desacompasa cuando el pase de la argolla llega a su clímax y si por desgracia el mecate se enreda en el cuerpo del bañador, la inquietud y la zozobra no tienen límites hasta que se ve salir airoso al ejecutante de la maniobra. Este deporte, como deporte es demasiado espeluznante, pero hay que confesar que ninguno otro puede brindar las tremendas emociones que éste obsequia a quienes lo practican y a los mirandas que tienen la suerte de presenciarlo aunque sea solamente una vez en la vida. glosario Bañador. Bañista; nadador. Bofe. Vísceras; partes de la res que generalmente se da a los perros. Cebero. Persona encargada de cebar la carnada. Desacompasar. Acelerar; perder el ritmo; moverse de manera alocada o desesperada. Puntal. Comida ligera entre tiempo y tiempo; merienda que se hace durante un viaje largo mientras se llega al lugar de sesteo o de destino.

Camposantos miniaturas Los jicotes tienen dentro de su colmena un cementerio perfecto, dividido en celdas, las que, cuando son ocupadas por la defunción de alguno o algunos de los miembros de la familia, son soldadas herméticamente y repelladas con tal acuciosidad, que causan admiración. 310


CAMPOSANTOS MINIATURAS

Cuando una abeja fallece es recogida cuidadosamente por un grupo de sus compañeras, luego la colocan en cierto lugar del jicote para mientras las enterradoras preparan la bóveda en donde va a descansar definitivamente la difunta, una vez lista la fosa, la levantan del sitio provisorio y en seguida la acomodan en el osario destinado a la muerta. Jicotes hay, que por lo viejos, tienen un camposanto tan grande que la razón no atina a comprender cómo sea posible que esos articulados tan primarios, puedan tener un instinto tan exquisito como el que muestran por sus difuntos. Como la extensión de sus viviendas es completamente limitada, sus panteones, que por lo general son en circunferencia, los fabrican de círculos y círculos seguidos para poder darles amplitud en los límites de la ciudad en que se agitan. Hecho el primer círculo, no lo abandonan hasta que está completamente lleno, cuando se halla “hasta los tacos,” lo repellan bien y luego sobre la cara de esta circunferencia fabrican otra cantidad de celdas, las que permanecen listas para recibir en cualquier momento el cadáver inesperado que el trajín de la vida diaria ocasione entre la dilatada sociedad articulada. Los indios ocupan para remedio estos camposantos que les sirven como curas de ciertas enfermedades, particularmente de la íntima de las mujeres; los ponen a hervir y luego ingieren el cocimiento bajo la indicación de los entendidos. Las mariolas, los tamagases y la mayoría de las abejas silvestres, tienen todas sus cementerios; lo mismo pasa con las avispas, aunque éstas no trabajan con la delicadeza y constancia de las otras. Las hormigas y los zompopos obran de igual manera, sobre todo los últimos, que llegan a construir verdaderas ciudades subterráneas, con calles, almacenes para guardar la comida, dormitorios, cementerios; un dédalo verdadero en unos pocos metros cuadrados; porque eso sí, la vivienda de los zompopos siempre resulta desmedida y dar con ella casi limita en el fenómeno, motivo por el cual resulta un imposible terminar con una

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zompopera, pues las troneras aparecen por un punto y la capital está muchas veces a cienes de metros del lugar de entrada o de los hoyancos y tierra movediza que en los aparentes zompopales se miran; pareciera que todo esto lo hacen para despistar y defender de tal modo su verdadera guarida. glosario Estar (o hallarse) hasta los tacos. Estar completamente lleno; colmado; harto; saturado; estar muy borracho. Tamagás. Especie de abeja silvestre.

Surgión inolvidable El lagarto tiene una enorme agilidad para surgir verticalmente, o, lo que dicho sea más claro, para impelerse de abajo para arriba. En los paredones que dan al Gran Lago, en Granada, frente al Colegio Centro América, había un aparragado árbol de espino negro cuya copa se elevaba unos tres metros sobre la superficie del cantil del precipicio; era el año de  y en una mañana del mes de febrero salían a caballo por ese lado, para Boaco, los señores José María y Fernando Buitrago. El fuerte invierno de  había hecho que el Cocibolca engullera la costa que generalmente separa al coloso del paredón, y las aguas reventaban encrespadas y hondas sobre las paredes de la muralla natural que forma el límite del álveo del lago por ese flanco. En una gamba del espino mencionado que irrumpía hacia el oriente, se asoleaba una hermosa y desmedida iguana verde que, al pasar los caballeros en sus cabalgaduras, quedaba casi al nivel de los ojos de los viajeros; se pararon éstos para observarla y en tal oficio estaban, cuando desde el fondo de las aguas saltó un caimán mediano con tal empuje y fuerza, que alcanzó la rama y se llevó en un santiamén dentro de las vastas mandíbulas a la iguana calienta sol. 312


CUERNOS Y PIEDRAS

Don José María se rió a carcajada plena del susto que llevó su sobrino Fernando y éste no olvida desde entonces, que los saurios de tal ralea tienen una fuerza de impulsión tan poderosa que se hace necesario tenerla presente siempre por cualquier curiosidad al margen de una vera aparedonada en cuyo fondo habitaren lagartos. Cuando estas cosas se recuerdan, brota una sensación de frío en el estómago y se piensa y se medita lentamente en el viejo adagio que reza “cuando menos se piensa salta la liebre.” glosario Aparragado. Cualquier árbol de copa baja y esparcida; agachado; inclinado. Aparedonada. Camino o senda bordeada por una caída o paredón vertical. Surgión. Salto vertical.

Cuernos y piedras Bezaar, bezar o bezoar, son los nombres que se dan a la piedra que se encuentra en algunas ocasiones, en el estómago de ciertos animales y cuando un cazador la halla en la panza de un venado, la convierte en talismán, el cual le sirve, según la creencia popular, para encontrar siempre caza cuando sale a la montaña en su busca, y asesinar con facilidad a estos arisquísimos rumiantes. Sea de esto lo que fuere, verdad o mentira, el hecho es que cuando un tirador jinchuno o güizotero, da de manos a boca con un bezoar de gamichón, que él llama a secas piedras, es capaz de volverse loco y guarda el guijarro estomacal con tanto esmero como si se tratase de un desmesurado y valiosísimo diamante. En las montañas del Musún y en otras sierras septentrionales existen venados blancos, y en La Trinidad, a ½ legua de Boaco, mató, hace unos  años, uno de color negro don Santos Buitrago Gómez, famosísimo tirador que ha derribado más de  mil

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cuadrúpedos de esta clase, y que en el período de la guerra de , en que las pieles alcanzaron un alto precio, con el producto de tales cazas logró levantar en Boaco un bonito y estimable capital. En Chayotepe se comprobó que el venado cacho de pelo nunca tiene adheridos los cuernos al frontispicio, es decir, soldados al hueso de la cabeza, sino que se sostienen con ñervos y tendones especiales, protegidos por la piel y fuertemente enraizados, de tal manera que cuando se desollejaba al rumiante de éstos, bastaba trozar los tendones sostenedores, para que las astas se viniesen pegadas al pellejo de la maceta, y aumentar con ellas de esta manera el peso del cuero. Se vio muchas veces a Abelardo Martínez y a Narciso Mejía hacer esta operación en el citado latifundio y sólo le quedaba en la sompeta al difunto, las ondulaciones de las hendiduras en donde los cachos descansaban. Es indiscutible que los cuernos cubiertos de vellos o cachos de pelo, como llaman los comarcanos a estas cornazones, los ciervos comunes los botan en cierto período de su edad; talvez sea más lógico decir que los mudan, aclarando más la cuestión, cambian las astas de pelo, que son transitorias, por las definitivas, ya sin pelos, de ramazón o bien por lisas y de una sola pieza que son las más comunes y que los jinchos denominan malacates, muda que al parecer tiene verificativo cuando el venado va más allá de los  ó  años de su edad. No es difícil encontrar en la montaña ciervos de esta especie restregando su cornamenta velluda en los árboles delgados, y cuando se les halla y se lleva un natucho experimentado de compañero, exclama incontinenti : —Se está rascando el bruto, porque ya la cachazón le pica, seña segura que dentro de poco la va a botar para mudarla. Los cuernos malacates, los estima y guarda el campesino para anchar los ojales que se abren para hacer las costuras con que se juntan las orillas de los cueros crudos cuando se van a convertir en zurrones y, en general, para ampliar las gazas de

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FLOR QUE SE DEFIENDE

cualquier correa que vayan a ocupar en los diversos menesteres del campo. Los venados blancos del Musún están cobijados de leyendas y, aunque en las montañas del norte del país se encuentran de tarde en tarde ejemplares de esta naturaleza, no son comunes ni mucho menos, y encontrarlos es algo que raya en lo sorpresivo, pero de que existen, existen “sin Jerónimo de duda.” glosario Bezoar. Piedra que se encuentra en el estómago de ciertos rumiantes. Malacate. Cuerno de una sola asta del venado joven; por extensión: animal o persona joven. Zurrón. Bolsón de cuero de res que sirve para cargar objetos a lomo de bestia.

Esterilidad El piquete de la barbamarilla vuelve estériles a las perras. Cualquier doga picada por esta toboba se cura de la esterilidad dándole ½ botella de agua con guaco tres días consecutivos. El guaco es un arbusto maravilloso que tiene la virtud de ser antídoto poderoso contra el veneno de las víboras.

Flor que se defiende La ventana montañera, parásita muy común, da una flor que es de una belleza despampanante. La redecilla con que cobija el corozo que la forma, el cual le sirve de sostén a la red para que permanezca bien estirada, es una obra de arte tan fina, tan delicada, tan frágil, que obliga irremisiblemente a la contemplación. Por fuerza se medita en el intrincado bordado que emerge

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entretejido por el vigor de la savia, con que le da vida Dios. Pero no hay que pasar de contemplarla y por consiguiente sólo hay que contentarse con verla, porque si se juega, produce una fetidez desquiciante, muy parecida a la que da la excretación del perro, y además tiene la peculiaridad el mal olor de adherirse a la mano irreverente que toca la albura de la flor, motivo por el cual, quien conoce el secreto, no la agarra, se contenta con admirarla, más que platónicamente, con cierto groserísimo cuidado, fruto que brolla del temor de rozarla.

Grave Para todo gato, es grave comer perrozompopo o salamanquesa grande, como dice la gente. El felino que ingiere ese bicho, se muere.

Concisión Indudablemente, los indígenas tenían disposición y certeza para dar nombre a las cañadas y cuando bautizaban, el sustantivo que ponían daba, hasta cierto punto, una exacta percepción de la zona, del río o del sendero que marcaban. El chayote es netamente silvestre en Chayotepe, hallándose en abundancia el que denominan blanco; hay que suponer, sin temor a dudas, que el sustantivo que lleva al lomo esta fertilísima comarca, se lo dieron por la peculiaridad apuntada. glosario Chayote. Fruto de las Cucurbitáceas, Sechium edule; zucchini.

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CURIOSIDAD

Curiosidad En , en una finca situada a la margen del Patastule, cercana a Teustepe, había un toro alazán pálido, parchado en blanco, que tenía dos pares de testículos, uno en el lugar natural y el otro, de tamaño completamente normal, colgando del anca izquierda. El dueño lo había dejado de rejego y todo el que iba para Boaco o venía para Managua, lo veía con frecuencia en el rodeo de ganado, que en los amaneceres y en las horas vespertinas, se situaba siempre frente a la casa de la citada alquería.

Cedro descomunal En , el padre Nieborowski34 pidió al dueño de Chayotepe  trozas de cedro de  y  varas de largo por ½ de ancho cada una, de cuya madera tenía urgencia para la iglesia de Boaco, el sabio y virtuoso cura. Habiéndola cedido el propietario, envió el ilustre sacerdote a unos tantos aserradores al mencionado latifundio, los que en el vaqueo de la madera, dieron con una desmesurada mata de cedro cuya copa contaba con muchas ramas que daban más de dos tucas cada gamba, y habiéndola sabido derribar, de sólo ese árbol sacaron  piezas, de las  solicitadas. glosario Vaquear. Sabanear; arrear; sacar; buscar; revisar; examinar.

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José Nieborowski (*Alta Silesia 1866, †Boaco 1942). Vino a América y fue consagrado sacerdote en Portoviejo, Ecuador (1889) y después sirvió en Costa Rica y Honduras; vino a Boaco en 1916, donde impulsó muchas obras de progreso, como fueron el primer cine, la fábrica de ladrillos, la luz eléctrica, la cañería de agua potable y el hospital, entre otras.

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Gallináceo cornudo En , en la casa contigua a la del suegro de don Matías Brenes, frente al Margot,35 en Managua, un gallero exhibía un gallo giro con un par de cuernos, ubicados uno a cada lado del pie de la cresta, y como uno de ellos era tingleado para abajo, el volátil cornudo era gambeto. Por supuesto que lo que el gallináceo lucía como astas, no eran más que dos espuelas, que como ipegüe había traído al mundo en la cabeza. glosario Gambeto. Con un cuerno apuntando hacia abajo. Tingleado. Techado con un declive ligero.

De cuatro patas En el mismo año , y en la propia citada capital, don Ismaelito Elizondo llevó a la dirección de La Tribuna36 un polluelito que tenía cuatro patas, las naturales que le servían para andar y las otras dos más, traseras, sobre de las cuales descansaba el animalito cuando se paraba. Tanto lo anduvo don Ismael para un rumbo y para el otro, que al mes y pico de nacido, se fugó de la vida el pobrezuelo.

Bazofia ensombrerada Hace unos  años, al ciudadano Faustino Vázquez —parece que el nombre era ese— en la cañada de Las Cañas o en las cer35

Famoso teatro y cine de Managua.

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Diario de Managua.

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CEIBA VASTA

canías de la citada comarca, en el departamento de Boaco, le vaciaron de una herida la bazofia y no hallando amparo en el sendero, se quitó el sombrero y en la copa depositó la menudencia; caminó deteniéndola en tal forma más de una legua rumbo a Boaco, hasta que encontró quien le prestase ayuda. La ciudad carecía de médicos en aquella época y entonces, el distinguido caballero don Mercedes Ramírez procedió a pespuntearlo, lo hilvanó bien y después de algunos días, el hombre de esta historia ambulaba tranquilamente. glosario Pespuntear. Dar puntadas; coser una herida. Templar la guitarra y en general, los instrumentos de cuerdas.

Ceiba vasta En , un huracán quebró una vasta ceiba en las faldas de San Salvador, en San Fernando de Chayotepe, que era completamente hueca de la cepa a la copa y por lo más ancho del enorme huraco, en el mero pegue del árbol donde fue la tronchadura, hasta dos varas adentro, entraba un hombre montado rozando la parte superior; ya a la boca, podía con facilidad darle vuelta a la bestia sin maltratarla y sin exponerse el jinete. glosario Tronchadura. Rajadura; quebradura.

El níspero El níspero, que es una fruta deliciosa, tiene la desventaja de dejar en los labios cuando se engulle, una especie de leche o

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pegazón que molesta demasiado y que priva a muchos del placer de comerlo, pues resulta sumamente desagradable esa especie de chicle diluido que se adhiere en la boca. Restregándose los labios con aceite de comer fino, desaparece como por encanto la molestia apuntada. glosario Pegazón. Savia o secreción lechosa y pegajosa.

Hermandad cucarachil Las cucarachas tienen el don del compañerismo y por ese lado, limitan con los ofidios; si uno destripa una cucaracha que al parecer anda sola, observará al momento, después de matarla, que a poco vuela otra que se aproxima a la difunta, dispuesta indudablemente a correr la misma suerte que la desmambichada; claro es, que, esto sucede cuando se trata de compañeras, porque si se curiosea bien, estos animales se juntan en montones, pero dentro del barullo, cada oveja forma su pareja y precisamente cuando se trata de la muerte de uno de dos emparejados, es cuando se logra palpar la cosa; donde es más fácil comprobarlo es con los articulados de esta especie que viven tras de las puertas.

El conyagual Aseguran los campesinos que el conyagual, yagual o gusano de rosquilla, es un animalito sumamente venenoso, no porque pique, sino que si algún ejemplar de este género se ahoga en un tinaco o recipiente de agua y no se echa de ver su defunción a tiempo y si alguien ingiere de tal agua, la linfa que está enve-

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EL CONYAGUAL

nenada con un virus que el animal suelta al morir, causa inesperadamente la muerte a consecuencia del poderoso veneno que el gusano transpiró. Citan muchos casos de personas que al parecer han muerto repentinamente y que, revisadas después por contingencia las tinajas en la vivienda del difunto, se ha encontrado en el fondo un conyagual hecho cadáver. ¿Que hasta dónde es cierta esta leyenda? Nada puede asegurarse sobre de ella, pero habiéndose visto la muerte inesperada de una señora campesina del departamento de Carazo y habiéndola visto antes de caer, tomar agua de un tinajón en cuyo fondo se halló un yagual después, pudiera ser que talvez realmente existiera algo peligroso y se transcribe como curiosidad el caso y la leyenda, pues aunque haya sido contingencioso lo del rosquilla encontrado, talvez tengan razón los fuereños y nunca es malo transcribir como simple presunción lo que ellos piensan. glosario Gusano de rosquilla. Gusano enroscado, miriápodo.

Suelda con suelda Existe una culebra poco común, que es de dos cabezas, que no llega a alcanzar grandes dimensiones y que los campesinos llaman suelda con suelda. Su color es rosadejo pálido en ciertas partes, amarillento en otras y con ojitos negros por todos los lugares, como las cabezas de los alfileres antiguos, que venían siempre con jupas de color. En Mateare no es difícil encontrar ejemplares de esta clase de ofidios, pues en un período de  meses se mataron dos en el corral de El Charco, propiedad vecina a ese pueblo, una como de un pie de largo y la otra casi de ½ vara. Los fueranos han tejido un sinnúmeros de historietas alre-

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dedor de ella y por experiencia puede afirmarse que es un animal inofensivo cuya mala suerte radica en ser ofidio, motivo por el cual, la gente, uniendo su calidad a las leyendas no la dejan con vida en el sitio donde la encuentran. glosario Suelda con suelda. Batracio del orden de los Cecilidos que vive escondido entre la hojarasca húmeda o debajo de los troncos podridos, Dermophis mexicanus. Aunque semeja a una culebra, o a un gusano grande, en realidad se trata de un anfibio.

Un préster del Xolotlán Las trombas en el lago Xolotlán llegan a adquirir un cariz tal de belleza, que cuando una vez se miran, no se olvidan nunca. En octubre de  se levantó una frente a Mateare, entre el Momotombito y el Momotombo, tan espléndida y rara, que habrá necesidad de esperar a que el corazón se paralice para cesar de recordarla. El caso fue así: de pronto una nube negra se redondeó sobre el espacio, rápidamente una punta de ella tomó la forma de un vasto cuerno de la abundancia vuelto para abajo, como dispuesto a chorrear un enorme pitazo de agua, tan luego fue concluida el asta en el cúmulo del lago, se alzó una enorme, bestial, precisa y bien delineada columna de agua que podía haber tenido unos  metros de alto y que al llegar al límite de su altura, se abría como un vasto florero en donde la linfa se convertía en flores acuosas que rodaban al fondo como una lluvia de rarísimas rosas, sin deslizarse sobre de la pilastra, sino que caían a distancia, como para conservar la pureza inmaculada de la columna. El fenómeno tardó un poco más de ½ hora, al extremo que unos paseantes que habían ido a distraerse a El Charco salieron de esta finca ya formada la pilastra, anularon los , metros

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UN PRÉSTER DEL XOLOTLÁN

que separa dicho predio de la estación de Mateare y llegaron a descansar en las bancas de ella para seguir contemplando el préster sin que éste diera señas de quererse terminar. Cuando la tromba iba a llegar a su término, se fue anchando de la base, y a medida que la anchura aumentaba, disminuía la columna, hasta que de repente se amplió tanto que desapareció la pilastra, vaciada en un vasto remolino y en una onda tan grande que dio la impresión de que el Xolotlán entero se sacudía para poder producir semejante macho de agua. glosario Pitazo de agua, macho de agua. Chorro de agua; borbollón. Préster. Tornado que se forma sobre un lago o en el océano, levantando una columna de agua.

Pánico puro La casualidad llevó un día a los tiradores que recorrían las abras chayotepinas a la vivienda del natucho Juan Linarte; antes de llegar al rancho existe un crique que tiene un extraño y encantador saltito que mide más de  metros de extensión, pero de altura propiamente dicha sólo  ½ varas tiene; al pie de tal pasada, el camino que llevaba a la covacha y en el limo de las veras del arroyo, las cebollas de un tigre, fresquecitas, estaban dibujadas. Una vez descubiertas, principiaron los comentarios e incontinenti el cebolleo, seguidas las huellas, iban éstas derechamente para el patio de la casucha; al desembocar en él, junto a un palo de chile largo, la alimaña estaba sentada sobre un pequeño cuerpo humano. Temiendo por la vida del semejante caído, los hombres no pudieron disparar, porque los tiros de las escopetas eran de varias municiones y rucian al reventar y tuvieron que dividirse

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para aclarar la situación; en la maniobra, los perros cayeron sobre el tigre y con ellos la gritazón de los atisbadores para que soltara la presa; acobardó la bulla al fiero tigre que saltó a unos plantanillales orilleros al solar, en cuyo intrincamiento se perdieron sus huellas, pues el rastrojo donde se erguían las plantas tenía más de  manzanas. Inquietos los seguidores por la criatura del cuento, tornaron al sitio en que se hallaba; registrada, se probó que de un manotón el gato la había ultimado; visto que no había nada que hacer por su vida, se inquirió por los habitantes del casucón; no había nadie al parecer, mas al revisarse el tabanco se columbró a Juan Linarte tumbado en él, con la chachagua en la mano, inmóvil de pavor; cuando volvió en sí, narró que la escopeta no había dado fuego en el momento oportuno y que cuando él buscó a la niñita que había gritado aflictivamente, ya estaba el ñigre sobre de ella. Esto es una rara muestra de horror, en que un padre paralizado por el miedo, no puede accionar en defensa de su hija; después, al andar de los días, daba lástima mirarlo, quedó mucho tiempo como idiotizado. glosario Gritazón. Griterío.

Tuco perseguidor A medida que más se vive en el campo, más curiosidades se pescan en sus recodos; pues sucede que para captar lo que pertenece a las montañas no se logra ni consigue con vistazos transitorios; hay necesidad de convivio y por supuesto de convivio dilatado de años y no de semanas, donde las delicias del tempereo que embargan las intenciones de descansar, quitan al ánimo el ansia de inquirimiento, tan necesaria para desentrañar los secretos de la Naturaleza y dar de sopetón cuando menos se pien-

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TUCO PERSEGUIDOR

sa en cualquier curva de los llanos o en un precipitado declive de colina con sucesos que sólo es posible contemplarlos en las cañadas que los fueranos diseminados habitan y la variada fauna de nuestros bosques controla. Lo que se va a contar es difícil, imposible mejor dicho, de poderlo contemplar en una ciudad, pero es fácil aunque no común de conseguirlo, ver el día menos pensado, en cualquiera alquería que bañe el Tecolostote, acaricie La Chombita o la refresque el Malacatoya. El Recreo es un semi-vallecito que está ubicado al lado oriental del Tecolostote, en el camino real que de Granada lleva indistintamente para Comalapa, Boaco, Camoapa y San Lorenzo. En  había en el lugar citado una vivienda que más parecía ramada amplia que casa, que después que se pasaba el río en rumbo para cualquiera de las ciudades citadas, parecía, por la posición que ocupaba y por la configuración del camino, que se adelantaba a topar al viajero y que lo invitaba, en el día para sestear y al atardecer, para hacer noche bajo su techo. Una vez, un grupo de caminantes se vio obligado, a pesar de que eran las  de la tarde, a quedarse a dormir en la covacha descrita, porque a uno de los compañeros se le iba cansando la bestia y no queriendo abandonarlo, resolvieron los demás hacerle tiempo a que empotrerara la mula para que descansara y proseguir la marcha con la fresca, en la madrugada del nuevo día. Como era temprano, la mayoría de la comitiva se diseminó por las casuchas vecinas para matar el tiempo y esperar distraídos que la hora de cenar y de dormir llegara. En la posada se quedaron tres de los viajeros amarrando las hamacas y conversando con los dueños de ella. A poco vieron venir corriendo del lado de un potrerito que había en la vecindad, a un jornalero que, sudoroso y cansado, corría y corría y volvía a ver para atrás y a cada momento repetía la operación. El hombre entró en la casa y pasó de viaje al traspatio sin

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decir una palabra; los peregrinos lo midieron de arriba abajo, pero como a nadie le dijo nada, no dijeron nada ellos. A poco, la señora de la casa se subió sobre un taburete sin decir tus ni mus, y su marido saltó sobre una mesa que cercana tenía, más berrejo que una hoja seca; los viajantes que estaban descansando en sus hamacas pelaron los ojos y vieron que un tuco de cascabel, es decir una víbora de tal especie partida por la mitad, atravesaba la casa y salía por la misma puerta por donde había escapado el campesino recién entrado; éste, que se había arrimado a un palo para descansar, al ver al pedazo de ofidio le dio la vuelta a la covacha y volvió a entrar de nuevo en ella y a salir por el mismo punto por donde se había escurrido antes. El reptil entró de nuevo a la vivienda y tornó a salir tras del hombre y así estuvieron dando vueltas y vueltas, hasta que al fin el pobre corredor pudo hablar y dijo: —Si no la matan, me asesina, porque ya no aguanto. Lo curioso era que aquel remedo de culebra no se detenía para lanzarse sobre los espectadores o tan siquiera para observarlos, sino que, con un fin premeditado, perseguía a su contrincante del potrero, lo que demostró que sabía perfectamente quién la había dañado. Ya casi tambaleándose pasó de nuevo el perseguido, perdió pie al llegar al corralillo por donde voltereteaba para defenderse y se embrocó cuan largo era en la mera puerta del rancho. La víbora iba ya a descargar su furia sobre las piernas del tullido, cuando viendo uno de los viajeros que los dueños de casa no hacían nada por él, se tiró de la hamaca, alzó una escoba vieja que estaba rodando en el suelo y en el preciso instante que el cascabel se arrimaba al costado del jornalero, le dejó ir un mochazo que lo dejó patitieso, dio todavía media vuelta para embestir a su nuevo atacante y al dejarle ir éste otro ramalazo, el tuco de reptil peló el ajo, mejor dicho, le comenzó una epilepsia de muerte y la pantomima llegó al punto final. Hasta entonces volvieron en sí los encaramados, se le ayudó a levantarse al trabajador, se le dio agua, se le asistió lo mejor

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que se pudo y cuando ya había recuperado las fuerzas, fue invitado para que contara el cuento, y habló así: —Chapodaba a la orilla del río, cuando al picar un matón que tenía un aromo en medio, la maldita culebra se me tiró encima, no tuve más tiempo que meterle el machete y la partí en dos, pero con tan mala suerte que el guirro se me cayó y el bordón se quedó pegado en el aromo; viéndome desarmado así, entonces me retiré un poco, pero cuando me di cuenta, ya tenía casi en los pies al pedazo de demonio; entonces salí en panera para acá, pasé luego por aquí y no pude decirles nada porque el susto me había quitado el juelgo y no podía hablar; lo demás ustedes lo conocen mejor que yo, pues ya no me di cuenta de nada. Cuando los otros de la cabalgata llegaron, fueron a traer la cola de la víbora, le quitaron el chischil y el resto de la tarde se gastó en contar pasadas y pasadas, hasta que llegó el instante de comer. Este hecho real demuestra lo peligroso que es ultimar a las víboras con arma blanca, hay que prescindir siempre de semejante proceder y con serenidad y con valor, sobre todas las cosas, con plena calma, buscar un varejón fuerte y darles duro con él, que a poco de golpearlas se les quiebra el espinazo y quedan imposibilitadas para perseguir; ya puestas en tal estado, el resto no ofrece ningún peligro; pero jamás hay que hacer lo del pobre jornalero de Tecolostote, que lo menos que puede acontecer es tener que dar una panera, que si no se verifica con suerte, termina uno como el hombre de la pasada que se acaba de contar. glosario Bordón. Palo de una brazada de largo; se usa para chapodar y cuadrar la tarea. Embrocar. Colocar un vaso o recipiente con la boca para abajo; caerse; tropezar. Guirro. Machete viejo y romo. Juelgo. Aliento; hálito. Mochazo. Escobazo. Patitieso. Paralizado; atónito.

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Frutas En Nicaragua hay regiones en donde ciertas frutas se dan privilegiadamente y en las cuales se reproducen con particularidad determinadas especies. En Rivas, la fruta más popular es el mango. Son tan grandes las plantaciones de este terebintáceo apetitoso que los humanos primero y los animales domésticos después, se aburren de comerlo, hasta el extremo que, bajo las vastas hileras de las palamentas, la carnosidad del fruto entra en descomposición y la hedentina se hace insoportable. En Cárdenas, delicioso puertecito lacustre del departamento meridional, el limón dulce es el que impera, y son tan buenas las cosechas y tan escasos los burriadores y los que hay se aburren pronto, quizás por la abundancia que existe de limones, que éstos se pudren lastimosamente en los patios y alambradas en donde se levantan las matas que los ofrecen a los hombres. En Granada es el jocote verdedulce el abundante, y tiene tantos consumidores, en la ciudad y en el país, que hacen falta para el expendio. Matagalpa es la madre de la calala, y acerca de su reproducción, existe una leyenda simple y medio vulgar que se va a narrar porque al fin y al cabo, hay que contar las cosas que tienen cariz de peculiares y de raras. Esta enredadera aseguran los indígenas que no nace nunca haciendo viveros especiales de ella, sino que hay que comérsela y tragarse, al deglutirla, las semillas, y al siguiente sol, a la hora de la defecación, ir a pupusear en el sitio en donde se quiere sembrar la plantación; al andar de los días las matitas no se hacen esperar y el calalal se puede dar por garantizado. No hay que confundir la calala matagalpina con la calala agria de fresco, redonda y chiquita como del tamaño de un limón común, que abunda en todas las partes frescas de la nación, particularmente en Boaco; la septentrional es larga como un aguacate mediano y redondeada en los extremos.

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FRUTAS

Chinandega es la mayor productora de caña y de aguacate y este último es de una calidad estimadísima; antes se creía que sus naranjas eran las mejores del país, pero desde que las carreteras rompieron las montañas boaqueñas y chontaleñas, la fama de tal cosa se extinguió como por encanto, pues las naranjas mejores están donde ñor Timoteo y La Laguna en Boaco y en Santo Tomás en el antiguo Jerez. Cuando Chayotepe pasó por compra al poder de don Orontes Lacayo, fue a recibirlo por recomendación don Ulises Delgado, en su calidad de Administrador General del primero; don Ulises llevó —cargando desde Managua hasta aquella lejana latitud— unas cuantas naranjas chinandeganas, porque según decía, no las habían iguales en todo Nicaragua. El encargado de entregarle el predio, por hacerle ver a Delgado lo inútil de semejante carga que le ocupaba un necesario lugar en las alforjas, lo invitó a ir a comer naranjas a donde el indio Timoteo Amador, en El Silencio, pegado a Chayotepe. Don Ulises aceptó, pero no creyendo en el cuento de semejantes auranciáceas, se echó unas cuantas de las que había ido cargando desde la capital a los bolsillos para ir a desafiar con ellas a las humildes pero insustituibles montañeras. Ñor Timoteo tiene un pequeño naranjal en el patio de su casa, que no pasa de  palos ¡pero qué árboles, Dios Santo! prodigiosos en la producción y prodigiosos en lo azucarado de sus naranjas; cuando don Ulises las probó, con disimulo se deshizo, botándolas, de las que condujo para el desafío, el cual no pudo verificarse por lo imposible que resultaba, por la inferioridad de las chinandeganas, el poder competir con la miel exquisita de las citróneas de Amador. Boaco ya tiene fama por sus naranjas de La Laguna, comarca situada a una legua poco más o menos de la cabecera departamental y puede decirse que esta es la fruta reina de la región. En San Lorenzo, pueblo del departamento acabado de citar, llamado por los boaqueños San Lencho, impera el aguacate, que puede competir sin temor alguno con los lauráceos occidenta-

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les de los más escogidos del ubérrimo Cosigüina. En San Pedro de Lóvago y Santo Tomás, las naranjas mandan y son iguales a las de Boaco. La sandiya es una cucurbitácea, que como el rosáceo verdedulce, ya descrito, ha plantado su tienda en La Sultana y reina e impera sobre todas sus congéneres de la república. En Teustepe y Santa Lucía, la cebolla domina a la redonda, lo mismo que en Sébaco, y la hortense especial luciyana, que es un bulbo grande como el extranjero, no tiene rival en Nicaragua. En Carazo, la mandarina impone el rojo encendido de su cáscara medicinal, aunque en realidad de realidad, son el mamey y el manzanarrosa los más abundantes y a veces pasa que las cosechas de mameyes son tan grandes, que se descomponen los frutos en los callejones formados con hileras de estas gutíferas, a las que los caraceños le dan poca apreciación para engullir sus productos. glosario Aguacate. Persea gratissima. Burriador. Comensal. Calala. Fruto de cáscara dura y pulpa dulce que envuelve semillas, de sabor similar al maracuyá. Lo produce una enredadera pasionaria. Jocote verdedulce. Spondias sp. Limón dulce. Citrus limettioides. Luciyana. De Santa Lucía, departamento de Boaco. Mamey. Mammea americana. Mandarina. Citrus reticulata. Mango. Mangifera indica. Manzanarrosa. Syzigium jambos. Pegado. Contiguo; adyacente. Sandiya. Sandía, Citrullus lanatus.

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EL INDIO HISTORIA

El indio historia Los indios nicaragüenses, como todos los hombres de otras razas que no se han podido valer de la escritura para legar a la posteridad su historia y sus costumbres, determinan para ello a un sujeto observador que cuenta y repite los sucesos que le contaron sus mayores y agrega a su archivo mental los acontecimientos que él ha visto, los cuales revela cuando la necesidad lo requiere o cuando quiere ilustrar a sus hijos o a los conterráneos que lo desean. En la cañada de Chayotepe, Félix Paz era el indio historia y el aborigen geografía; precisaba sin vacilación los más lejanos acontecimientos sucedidos entre la jinchería, desde el cólera, a mediados del siglo , hasta las últimas reclutas de las levas de Zelaya. Por él se conocieron tres panteones perdidos entre los rastrojales y hechos inesperadamente por la violencia del cólera morbo; por él los lugares ocultos de la montaña no eran un secreto para los ladinos, pues él los explicaba y después conducía al sitio que había pintado con exactitud uno o dos días antes y en fin, la vida y milagros de los muertos y de los vivos desfilaba por sus labios con una claridad y precisión tales, que asombraba a los oyentes que lo escuchaban. En Vagua, ñor Juan Amador era rival de Félix Paz, pero en verdad de verdad, a poco de hablar con los dos y a pesar de ser más viejo ñor Juan, se echaba de ver en el acto la superioridad que Félix tenía sobre su competidor. La leyenda del Pájaro Brujo, del Tigrecaribe, de los Venados Blancos, del Cadejo, la vida de ñor Cleto Rayo y cien pasadas más, tenían una expresión tan sui generis en los labios de Paz, que cuando se la oían a ñor Juan, se veía la inferioridad de éste como narrador y se reconocía la suficiencia del otro. Los indígenas no apelan ya a la piedra ni a los jeroglíficos para dejar la historia de su tránsito terreno, pero conservan, eso sí, como una cosa impostergable, al indio historia, que revela a

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sus contemporáneos los hechos que ellos juzgan importantes a su criterio, así sea una descomunal chichada de San Juan o bien una macheteadera de esas en donde sólo se ven caer dedos, saltar manos y caras jabequeadas con más de  jabecazos. glosario Levas. Tropas uniformadas; reclutas forzados. Jabequear. Herir en el rostro con arma cortante.

Fardachos El garrobo es un animal cuya carne es sumamente sabrosa, su sabor es muy parecido al de la gallina cocinada, por lo que su comida resulta superior a la de la iguana y si se sirve desmenuzada, no se encuentra diferencia con la del ave de corral citada. Estos lagartos cuando se fincan en los huecos de los árboles orillados a las alquerías, no son muy aseados que se diga, pues gustan de alimentarse de los excrementos de los humanos, hasta el momento de vivir atisbando a los hombres para engullir las suciedades. Donde hay crianza de gallinas se debe tener demasiado cuidado con los fardachos, pues son muy atrevidos cazadores de pollos y en un santiamén dan fin con cualquiera bandada de estos animalitos recién nacidos, y a veces hasta los que tienen ya  meses, corren un igual riesgo. Hace ya algunos años, en un espino negro situado en las márgenes del río Tipitapa y en la propia villa de este nombre, se arrimó al árbol citado una clueca de uno de los vecinos del lugar, con una docena de pollitos ya matacancitos ; al rato de haber llegado, se deslizó de una de las gambas del palo, un saurio sucio y crestón, y sin decir agua va, pescó un animalillo y luego salió en panera, dejó pasar un rato y después tornó a la caza y siguió operando así de igual manera hasta que un curioso que es-

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FARDACHOS

taba en la vecindad y que observó las maniobras desde el principio, dio el grito de alarma al vecindario para que corrieran la gallina; cuando lo hicieron, cinco polluelos había ingerido el hambriento demonio. Con un riflito . se puso un vecino a espiar al saurio y para que saliera amarraron en una de las raíces del espino a la clueca del cuento; el espiante era gran tirador y en menos de  horas mató tres lagartos del mismo color, donde se dedujo y parece que lo comprobaron, rajándoles las panzas, que no había sido un solo fardacho el comelón, sino que de uno en uno habían estado saliendo a pescar a los animalitos que habían llegado con su madre a comer huevos de hormigas, que extraían rascando la tierra que cobijaba los raizones del espino negro. glosario Espiante. Persona que espía; cazador. Espino negro. Árbol nictagináceo, Pisonia aculeata. Fardacho. Animal feo.

Sobre de un lagarto Los lagartos acostumbran a enterrarse dentro de los lodazales cuando principian a secarse los pantanos de las plazuelas sonsocuitosas que se extienden de Malacatoya a Masapilla. Los hay que lo hacen en el estero que forma el invierno al margen del caserío de Los Cocos y en las cercanías del Paso Real de Panaloya e indudablemente han de proceder de igual manera en otros lugares. Los saurios, para soportar esta vida de fakires sui generis, se tragan un bolón, o piedra grande que es lo mismo, indudablemente como lastre para defenderse del hambre, luego escogen el sitio donde van a pasar durmiendo el verano y ya cobijados con el lodo necesario para no ser descubiertos, sacan la toronjita de

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la nariz para que la respiración no les falte, disimulándola de tal manera que no se eche de ver y que más bien parezca un tronquito cualquiera de palo seco adherido al sonsocuite. Una vez, siendo todavía muchacho Buitrago Morales, venía de Boaco para Granada, hizo noche en Acoto, propiedad que era en esa época de don Juan Pascual Gutiérrez y al amanecer preparó su mula para seguir la andanza; cuando ya se disponía a salir, el señor Gutiérrez le invitó a esperarlo porque él también partía para La Sultana y quería que se fueran juntos. Buitrago aceptó inmediatamente, y al doméstico que venía con él y que respondía al nombre de Carmen Rodríguez, le ordenó que le echara guate a las acémilas para mientras don Juan Pascual se alistaba. Por fin, como a las , estuvo en situación de partir el señor Gutiérrez e incontinenti tomaron el camino. La plazuela que se extiende después del Zanjón de Acoto hasta la finca que fue del dr. Pedro Matus no estaba completamente seca y por andar desechando, la bestia de Rodríguez se pegó y hubo necesidad de que todos se desmontaran para ayudar a Carmelo a poner a flote el semoviente que lo conducía. Cuando Buitrago se iba a desmontar, vio cerca de él un tuco de palo seco como de ½ vara, entonces arrimó la mula al palo, echó pie a tierra sobre del trozo y se fue después directamente a ayudarle a su concierto. Despegada la híbrida de Rodríguez y arreglado ya todo, Buitrago regresó a donde estaba su bestia y se principió a limpiar las suelas del calzado en el palo del cuento; en lo más fino de la operación estaba, cuando notó que el palo parecía que era blando y que se meneaba, se puso a observarlo y se convenció de que en realidad tenía un verdadero cariz de ser bofo, o que por lo blando del terreno se mecía; del inquirimiento que hacía, vino a sacarlo de dudas don Juan Pascual, diciéndole: —No te preocupés, Fernanditó, que estás parado sobre el lomo de un lagarto. —¿De un lagarto?

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SOBRE DE UN LAGARTO

—Ni más ni menos y te lo voy a probar. Se desmontó el señor Gutiérrez, le prestó su cutacha a Rodríguez y con ella quitó el lodo que cubría lo que para Buitrago era un tuco seco. A poco de escarbar, aparecieron claras, fuertes y ásperas, las corronchas del caimán; le siguió el hilo al cuerpo el escarbador y mostró a los viajeros la toronjita del animal puesta al ras de la tierra para respirar libremente; cuando la prueba estuvo palmariamente demostrada, dijo don Juan Pascual: —En estos lugares, esto es tan común, que no llama la atención. Y en verdad de verdades que es muy cierto lo que don Juan Pascual afirmó; los saurios acostumbran a enterrarse para pasar el invierno, o bien por idiosincrasia sáurica, pero sea lo uno o lo otro, lo cierto es que se entierran y se desentierran hasta que ya el nuevo invierno está completamente establecido y las plazuelas están llenas de agua y los lodazales en plena función y apogeo. glosario Bofo. Fofo; hueco; flojo; sin consistencia. Toronjita. Trompita; punta redondeada.

Cucaracha de agua En el Xolotlán hay cucarachas de agua; en la apariencia son exactas a las de los sumideros y letrinas, pero no dan la impresión de asco que expanden las otras. Tienen sólo cuatro extremidades lo suficientemente anchas para la natación, las alas son córneas, dobles y consistentes, vuelan perfectamente, viven bien fuera del agua, es decir, son anfibias, pero tan luego pueden meterse en la linfa, vuelan con desesperación para hacerlo cuanto antes. En las riberas del lago citado, en Mateare, hay grande abundancia de tales animales.

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Lecciones de chavalo Todo animal, educándolo desde pequeño, adquiere al fin y al cabo, las costumbres que se le quieran enseñar. Al hijo menor de don Mariano Buitrago le regalaron, cuando era chico, en Boaco, una mica cara blanca; el animalito era un diablo de vivo y el muchacho se propuso a enseñarle todo lo que su cabeza de jurgandillo le dictaba. La bautizó con el nombre de Cuchita, que indudablemente en idioma infantil, significa “cosita”; cuando ya entendió por su nombre, la clase se fue por otros senderos y principió a iniciarla en diversas travesuras. En la época que abarca esta historia, en Boaco abundaban los cerdos vagos y éstos andaban de abajo arriba y desde un punto cardinal al otro. Por el zaguán de la casa de los Buitrago, los cochinos se introducían con frecuencia al interior y al pequeño Fernando le tocaba por obligación, correr a los nigüentos paquidermos. Aburrido el muchacho de correr y correr tras de los tales, se puso a cavilar un día que si él lograba que la Cuchita aprendiera a correr tras de los chanchos y que la mona se les pegara del rabo y se los cortara, la llegadera de aquellos sucios mamíferos se terminaría por completo. Más tardó en concebir el pensamiento apuntado que ponerlo en práctica el infante y desde el instante en que lo pensó, se fue a alistar los menesteres que, según él, eran necesarios para lograr que la mica se bachillerara en arrancar rabos. Consiguió dos sondalezas de  varas cada cual, la una era para el Brasil, que era su perro favorito, y la otra para la mona. Luego se fue a una esquina del patio con los dos animales manteniéndolos persogados con las sondalezas, se puso a jugar con ellos y en cuanto apareció el primer cerdo, ajotó al dogo para que lo siguiera y él con la mica, salió tras del lebrel para que a ésta se le quitara el miedo que los guanguanes del perro le daba. El primero y segundo día avanzó poco, pues tan luego guan-

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LECCIONES DE CHAVALO

guaneaba el lebrel, la Cuchita saltaba sobre el primer pilar que encontraba a mano y se encaramaba en la solera; entonces cambió de táctica, le acortó el mecate y cuando había que correr tras de los chanchos, la obligaba a mecate corto a ir a su lado y por último se les aventaba encima. Tanto le hizo el muchacho el ejercicio, que al quinto día la mona, ya sin miedo, en cuanto veía un diantre pegaba cuatro chillidos para anunciar su presencia y luego corría tras del animal. A los  días, la Cuchita siguió a una cerda del finado Leocadio Hernández y no habiendo podido encaramarse en ella, la logró pepenar del rabo y como no la podía sujetar y el muchacho le jaló la sondaleza, la carablanca endiablada le clavó los dientes en el rabo, que fue lo único que pudo coger de una manera tal y con tal gana, que no se despegó de la cola, hasta que le arrancó la punta. Ésta puede decirse que fue la prueba que la tituló, pues después de ella, sólo de allí trataba de asir a los pobres diablos y tantos rabos arrancó y tantos mordiscos dio en un término de mes y medio, que al cabo de este tiempo no se volvió a ver que apareciera ningún chancho por el zaguán de los Buitrago. De esta manera, el chavalo zoquete logró quitarse de encima la obligación que le habían dado de correr a todo paquidermo que lograba penetrar al patio de la casa. glosario Ajotar. Azuzar a los perros; uchar. Guanguanes. Ladridos. Nigüento. Lleno de niguas, insecto sifonáptero de la familia Hectopsyllidæ, Tunga penetrans; las hembras fecundadas penetran bajo la piel de las personas descalzas, cerdos u otros animales, ocasionando picazón o úlceras graves. Según el drae, nigua es una voz taína. Sondaleza. Soga larga, con un lazo al extremo para amarrar o lazar.

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Compañerismo completo Es curioso observar que casi todos los animales acuden a la engañifa para salvar el pellejo; las culebras en su totalidad, se hacen las muertas cuando las están malmatando, para evitar que les den el golpe de gracia final. Y a propósito de ofidios, vale la pena referir que siempre viven emparejados, es decir, macho y hembra; un día sale a buscar la comida necesaria el uno y al siguiente, el otro, y que si por cualquiera mala estrella, matan a uno de ellos en tales menesteres de obligación, a las  horas precisas se presenta el sobreviviente a correr la misma suerte, o a vengar al compañero; debe advertirse, que nunca los dos andan buscando el pan de la subsistencia, sino que como queda dicho, uno trabaja una jornada y el otro, otra. En el verano de , Buitrago Morales estaba recién casado y hacía vida de campo con su señora esposa en La Ceibita, finca esta, ubicada en el camino que lleva de la Cuesta de El Plomo a San Andrés. Al oscurecer de una de las tardes del mes de mayo, principiaban a cenar su esposa y él, cuando por una endija de la pared de tablas de la casa, desembocó una solcuata que atrevidamente avanzó hacia el sitio en donde estaba ubicada la mesa. La joven Joaquina Solís, hija de casa del matrimonio, echó de ver en el instante más álgido la presencia de la temible visitante y con un grito más de susto que de pavor, anunció a la peligrosa señora que se aproximaba. Buitrago Morales tomó un varejón que a mano tenía y en un santiamén asesinó a la ponzoñosa dama; luego volviéndose a su mujer y a la Joaquina, les advirtió que tuvieran mucho cuidado, pues al siguiente día y a la misma hora, se presentaría la compañera. La señora de Buitrago se sonrió de la advertencia y la Solís, después de que vio estirar la pata a la que acababan de liquidar, se olvidó de las solcuatas y no volvió a acordarse de ellas.

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COMPAÑERISMO COMPLETO

Buitrago, acostumbrado a vivir en las montañas boaqueñas, sabía por propia experiencia que el asunto no era para reírse y desde muy de mañana del otro sol, preparó los alrededores de la casa por cualquier sorpresa o acecho que presentara el ofidio, que por idiosincrasia concurriría a la cita que la ausencia del compañero le había determinado. A la misma hora del día anterior fue servida la cena y no había ingerido ni dos tragos de chocolate la familia, cuando el ofídico inspector llegaba a reclamar, o a exigir, la liquidación de la muerte de su consorte. El reptil saltó con una fuerza inaudita de la juntura de dos tablas distanciadas entre sí hacia la mesa, y si Buitrago Morales no hubiera estado preparado de antemano, cuese a piquetazos a su señora y a él. En cuanto la cabeza se puso horizontal con dirección a la mesa, Buitrago le descargó un certero golpe que la desgobernó por entero, con esto la ultimada no tuvo ya mayor ni menor peligro. Doña Luisa, vuelta del susto, quedó convencida de que hay muchas cosas que parecen mentiras y son exactas verdades y desde entonces es ella tan experimentada como su marido en citas de tal clase. En cuanto a la Solís, es de creer que todavía se asusta cuando por algún motivo le toca referir el cuento. glosario Endija. Rendija; ranura; pequeño espacio entre dos tablas. Engañifa. Engaño; truco. Solcuata. Serpiente. Vuelta. Repuesta; recuperada.

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Remedio que llama a risa Hay un chichicaste pitango, aparragado y peludo, que cuando sus puyas penetran en la carne humana, dan una sensación de un piquetazo de catala y causan un escozor sumamente doloroso y picante, que obliga a quien ha sentido el puyazo, a rascarse seguidamente y a restregarse de continuo la ropa sobre la parte de piel lastimada y doliosa. El que quiera que el malestar y todas las molestias le desaparezcan en unos pocos minutos, no tiene más que tener un poco de presencia de ánimo y de serenidad y bastará para ello que, al sentirse jincado por la planta, no volverse a ver el sitio jurunguneado del cuerpo y menos tocárselo, por supuesto; si tal cosa se hace al pie de la letra,  ó  minutos después, el dolor y el escozor habrán desaparecido como por encanto. Cuando los mateareños le dieron este consejo a Buitrago Morales se sonrió de ellos, pero las casualidades, que nunca faltan, le depararon la prueba; una vez que su bestia de silla se asotó casi, casi, sobre un manchón de chichicastes de tal clase, en donde por lo inesperado del asotón, fue a caer el jinete de bruces en pleno chichicastal. Por todas partes las puyas se cebaron sobre su pobre humanidad y acordándose del cuento de sus trabajadores, Buitrago Morales hizo el esfuerzo de no verse y no tocarse para palpar qué resultado le daba la maniobra. Con asombro suyo,  minutos después no sentía nada y todos los malestares e incomodidades de las jincazones habían terminado de cuajo. Estas clases de chichicastes abundan en Mateare y por lo general en todos los departamentos del Pacífico del país. En las montañas ubérrimas de Boaco no se encuentran, pero ni para remedio, semejantes demonios. glosario Chichicaste. Planta de tallo y hojas urticantes, Urera laciniata; persona irritable.

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VARAZONAZO INOLVIDABLE

Pitango. De color amarillento café. Puyazo. Golpe dado con un objeto punzante.

Varazonazo inolvidable Una vez, a una mona casera que mordió a Buitrago Morales por tarasquear a un muchacho que le hizo una maldad, en un momento que aquella se le arrimó, le dio por cólera irreflexiva un tajonazo que por nada la “traslada al otro barrio” y del cual se logró que volviera después de muchos sobos, sobijos y contumerios que la simia del cuento no olvidó jamás. La mona y el golpeador habían sido íntimos amigos, pero el diablo, que anda en todo, los distanció inesperadamente para siempre, después del mordisco y el varazonazo. En cuanto el cuadrumano veía a Buitrago, decía a chillar y contrachillar, de tal manera, que había que mandar a un muchacho para que la aplacara a fuerza de estar con ella haciéndole cariño. Tuvo que dejarse por tal motivo, a la tecolote en Chayotepe, Buitrago pasó  años sin llegar al latifundio mencionado y cuando al fin de ellos regresó, la mona, en cuanto lo vio, lo reconoció y principió a chillar, como solía hacerlo recién pasado el garrotazo. Se resolvió entonces regalarla a un pariente de la familia, para que la pobrecita no sufriera con la presencia de su golpeador; se la llevaron a Granada, pasaron  años más y en ese período jamás la volvió a ver Buitrago. Mas habiendo llegado éste una vez, a La Sultana de El Gran Lago, determinó ir a saludar a los familiares, en cuya casa la mica vivía; había desarrollado demasiado y la vejez se le notaba a través de las flacideces del cuerpo. El visitante ya no recordaba del incidente habido en Chayotepe, pero la mona tan luego lo columbró, lo reconoció en el instante y la chilladera de los tiempos idos, comenzó en el momen-

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to, hasta que aquél abandonó la posada. ¿Tendrán memoria los simios? ¿El recuerdo será posible en ellos? Quién sabe, lo único que se puede asegurar es que lo narrado es verídicamente cierto. glosario Tajonazo. Golpe dado con tajona. Varazón. Árbol de madera fina de cuyas ramas hacen los campistos cabos de tajonas inmejorables.

Incoherencias de Pinolandia Es indudable que Nicaragua es el país de los contrasentidos, de las incoherencias, descentraciones y despropósitos; duele profundamente confesarlo, pero hay que tener la entereza de decirlo, pues quizás hiriendo el mal a riata limpia desde ahora, en el devenir de los años, con la remoción indetenible de los hombres, se logre concluir con semejantes anormalidades. Lo lógico, lo corriente, lo natural, nunca dan resultado en Pinolandia; son las cosas que rayan en vesanía, las que suelen fructificar en la nación. Conjeturando, le parece a uno que talvez flota algo de sobrenatural en el ambiente paisano, que influye y se inocula directamente, no sólo sobre los hombres y los seres animados, sino que hasta sobre las cosas, conclusión a la cual se llega después de observar los sucesos que de vez en vez se registran y que llegan hasta el límite del asombro y de lo inverosímil. El tema es sumamente amplio para abarcarlo de prisa, quizás en otra ocasión haya tiempo y lugar sobrado para enfocarlo de plano y estudiarlo detenidamente y para mientras llega esa hora en que pueda hacerse una crítica constructiva para la ciudadanía nacional, se narran tres hechos curiosos, que sólo en Nicaragua pudieron haber tenido verificativo y se escogen he-

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chos aislados, porque los colectivos y que atañen a los individuos, no es posible referirlos sin detenerse a comentarlos. Allí va el primero: Cuando Sandino se enseñoreó en Las Segovias, las fuerzas de ocupación yanquis unidas a las nicaragüenses, nunca le dieron descanso, siempre lo persiguieron. Una vez, un aeroplano de los Kuáqueros,37 de los que éstos dedicaban a vigilar a los sandinistas, se levantó en la plaza de Jinotega con rumbo no conocido por los civiles, pero con tan mala suerte, que un zopilote errabundo se le metió entre la hélice y se desplomó la voladora de metal. En torno de esta suceso, se levantaron millares de fábulas recriminatorias y burlonas y como traspasó las fronteras patrias, en el extranjero no quisieron creer la leyenda del chepe, que los yanques con naturalidad narraban, ya que esa era la historia cierta y dieron, pues, en decir en las otras repúblicas, que los sandinistas lo habían desborrumbado a tiro limpio de fusil Remington, blanqueando al aviador. En Panamá publicaron sobre el caso una caricatura curiosa, como para contestar las aseveraciones de los militares cheles, que aquí en Managua anduvo de arriba abajo, y que en  se veía con facilidad por manejarla a mano don José de Jesús Orozco, secretario del dr. José Dolores Lola, en la oficina de éste. Orozco ya goza de Dios desde hace tiempo y quizás sus descendientes conserven esa revista. El caricato del cuento fraguaba un desmedido zoperronche montado sobre unas ruedas de cañón y otros cuantos arrumacos que al recuerdo se escapan y al pie de tal fabulosa ave, se leía la leyenda siguiente: “El Plomífero, extraña ave que circula en los cielos de Nicaragua.” 37

Los quakers (cuáqueros, en español) son una denominación religiosa fundada en Inglaterra y que posteriormente se estableció en las colonias británicas del noreste de ee.uu. El autor aplica el término a los marinos con cierto sarcasmo, dado las creencias pacificistas del grupo; muchos cuáqueros han preferido ir a prisión en calidad de conscientious objectors (opositores de conciencia), en vez de servir en las fuerzas armadas de su país y participar en intervenciones militares tales como las de Nicaragua (1910–26; 1927–33).

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El tiempo ha viajado mucho desde  a  y la serenidad ha ido lentamente envolviendo el ánimo de los apasionados y se ha comprobado por testigos presenciales, que fue cierto que un zopilote se metió en la hélice del avión y que por tal causa se desplomó. En ninguna parte, que se sepa, ha sucedido tal cosa, muchos dicen ahora que “en Pinolandia, cuando los pinoleros se resuelven, resultan patriotas sinceros hasta las auras .” Sea de esto lo que fuere, no hay interés en discutir el asunto, lo curioso, lo no imaginado, aconteció porque así tenía que suceder, ya que los zafires eran netamente pinoleros; en otra parte no hay medio, no lo ha habido y no lo habrá, de que un chepe le corte el paso a un aeroplano, pero como esto es un contrasentido, tuvo verificativo en la querida Nicaragua. Allá va otra pasada : El  de junio de , en el campo de aterrizaje de Las Mercedes,38 sucedió algo que raya en el límite, como es el cuento de la cucaracha del cura. Y viene a pedir de boca la contestación del feligrés a su pastor, cuando trataba éste de hacerlo creer por socarronería de que el articulado se convertiría en Hostia Santa si él lo bendecía. A cada carga del padre para convencerlo y que recibiera el animal como el alimento Divino el creyente contestaba: “lo creo padre, pero no me la trago.” Ni más ni menos se diría aquí, si el caso no hubiera sucedido a unos pocos kilómetros de la capital y lo acontecido fue que un bombardero de guerra de los .., uno de esos temibles destructores aéreos que obligaron al Eje a levantar chucha y a rendirse desastrosamente, chocó con una aplanadora, así como suena, con una aplanadora, en plena pista del aeródromo nombrado. ¿Chocar un avión con una aplanadora? ¿Habráse visto caso igual? Se supone y con razón, que no se ha palpado en el resto del mundo un hecho semejante, pero que aconteció en el aero38

Ver nota 7, pág. 40.

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puerto de Las Mercedes y en Nicaragua, “sin Jerónimo de duda” de ninguna clase que sucedió el choque relatado. Y ahora hay que entrar al tercero y último cuenterete. Sin suposición ni comentario de ninguna clase, se puede afirmar, sin temor a equivocación, que no hay persona en el planeta que crea que los difuntos vuelvan de ultratumba a retratarse y remachando doblemente el clavo a fotografiarse en grupo. Pues bien, auque nadie lo crea, aconteció un caso muy especial y de esa clase en Pinolandia. Hace ya unos  ó  años, un honrado padre de familia de la ciudad de Estelí sucumbió bajo el peso de la guadaña niveladora; su familia se componía de la esposa y un hijo, si no se añora mal. Al andar del tiempo, ya en la viudedad, se le antojó a la viuda que le hicieran una fotografía en compañía de su muchacho, aprovechando la oportunidad de un fotógrafo que de paso pasaba por la localidad, según lo explicaron en su época. Arreglado el retratista para la fotografiada, tan luego llegaron los interesados a la hora dispuesta, tomó la placa que debía de retenerlos y cuando al siguiente día fue revelada la negativa, apareció en medio de la madre y del hijo, la imagen del difunto, cabeza de la casa. El suceso causó revuelo y asombro enorme, anduvo de boca en boca en el vecindario, y a pesar de lo difícil de las caminatas en aquellos tiempos, la fotografía emprendió viaje a Managua y fue publicada en los periódicos de la época, mejor dicho, la dio a luz El Comercio, si no está extraviada la memoria. Los nombres los ha olvidado el recuerdo, pero no es difícil dar con ellos, pues hay muchos espiritistas que los andan en la punta de la lengua y ciudadanos curiosos que saben retener en la mente los sucesos que van más allá de lo normal; también y con seguridad revisando las lecciones de la prensa del país, en el quinquenio comprendido de –, se les encontrará a poco de revolverlos. Y para datos es ya más que suficiente.

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Si hay alguno que no lo crea, se le deja indicado llanamente el camino para probarlo, pero quien lo dude que no se olvide y lo tenga presente, que el caso aconteció en Pinolandia y que por tal, no hay que dudarlo, no hay más que menear la cabeza y tragar grueso. Pueden todavía enumerarse muchas, muchísimas cosas sui generis que han tenido verificativo entre los pinoleros, pero para probar que esta es tierra de contrasentido y descentrada hasta para los sucesos materiales, que acontecen y que no tienen incumbencia con nuestra idiosincrasia, con tres muestras basta y sobra, aquí se dice que “con un botón se tiene,” éstas son tres, de consiguiente, sobra para demostrar que aquí acontecen las cosas más imposibles que imaginarse puedan. Y que Dios nos bendiga y nos absuelva para que finalicen los despropósitos. glosario Arreglar. Convenir el precio de un bien o servicio; acordar un determinado precio; contratar. Caricato. Caricatura; dibujo gracioso. Chele. Rubio; de tez clara. Levantar chucha. Rendirse; someterse. Viudedad. Viudez. Zafir. Zopilote.

Perrozompopos En , ñor Chico Saavedra arregló repastaje para  novillos en Chayotepe, los erales fueron echados al engorde en enero del año citado y por tal motivo tuvo ñor Chico, en ese verano, que frecuentar periódicamente la propiedad en donde se repastaban sus rumiantes. En abril, el rico hatero olameño llegó a pasar revista a los semovientes y al regresar a la casa hacienda en uno de los días

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PERROZOMPOPOS

de su permanencia, después de haberse desmontado, notó que los chavalitos del mandador hacían arrumacos y tiraban guijas para el cielo que fraguaba el entapizado del alto, pues la casona era de dos pisos. Tiró la vista al punto perseguido por las piedras y su pupila captó en el limatón del sur que daba a la cocina, un perrozompopo enjoscado y ya bastante caliente por el apiedramiento de los párvulos. Ñor Chico llamó a rodeo a la chiquillería y una vez recogida ésta, le gritó a Manuel David, uno de los tayacanes que acompañaban al hacendado, para que fuera a ultimar a aquella fiera peligrosa que estaba en pleno corredor, según dijo al dar la orden de muerte. Buitrago Morales sonrió con escepticismo ante la prudencia de ñor Chico, pues no creía en la fiereza de aquel animalucho, algo más grande que una terepota de montaña y sumamente selecote para que el colegial de aquellos días pudiera creer en la amenaza de ese gallego prieto y en plena pichonés, que fue el parecido que el estudiante le halló. Manuel David salió troteando a paso largo rumbo a un guásimo coposo, que en el guindo norte del acirate en que se levanta la alquería se elevaba ramoso y cuajado de mamones derechitos y hermosos; cortó de un cutachazo el mamón que le pareció más fuerte y manejable, le voló el cojollo y en unos tantos saltos y mates llegó a la vera de su robusto patrón. Hombre y animal se miraron, se aprestaron los dos para el ataque, anduvo unas pulgadas el perro peligroso, Manuel puso en vilo la vara, mas cuando ésta iba acercándose, saltó a la mera punta el saurio, el pavor de David fue tan grande y tan inaudita la destreza que da el miedo, que antes que el animal se le zumbara, Manuel comprimió la punta contra el cielo, saltó al margen del limatón un chorro espeso de leche, grande, brollado por la fierilla y el perrozompopo, hecho tortilla, expiró en la extremidad del mamón que lo hizo cuita. La leche que aquel animal aventó en la hora de la muerte se

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coaguló en la madera y quedó allí para secula seculorum, hasta el extremo que cuando en  se le quitó el segundo piso a la casa, la leche no había perdido su color, estaba su tono exacto, y adherida a la madera como una extraña marquetita de yeso de un milímetro de espesor por unos centímetros de ancho y de largo. Hay muchas historias sobre los perrozompopos, los indios cuentan cienes de pasadas, pero si se debe ser honrado en la narración hay que decir que no se conoce el caso cierto de un individuo que haya muerto por un piquetazo de estos animálculos, expresión que se pone para hablar como los jinchos y darle el tono de víbora con que lo califican los natuchos. El perrozompopo del Pacífico lo más que alcanza es el tamaño de una terepota común, jamás llega a ser como su congénere del Atlántico, pero sí, también es recargado de leche y de tarde en tarde agresivo. En  en Mateare, cuando Buitrago Morales compuso la casa de El Charco, don Chon Muñoz, que era el albañil, malfregó un diablo de estos sin poderlo finalizar y viendo el patrón que por tal causa tenía miedo el buen maestro de subirse de nuevo a la techumbre, le hizo burla y encolerizado el trabajador, le dijo: —Venga para acá, no crea que la cosa es chiche, le voy a probar que ese pendejito que Ud. llama tonto, no lo es. El patrón no se hizo repetir la invitación y corrió al lado de su disgustado albañil, escrutó el tejado y en un recodo descubrió al malherido animal, se lo señaló a Muñoz y convencido éste que no podía caminar el diantre porque tenía la columna vertebral quebrada, avanzó resuelto con un palo para suspenderlo en vilo y en forma de alforja por estar desgobernado el bicho. Cuando éste se sintió suspendido, lanzó por la punta de sus extremidades  chorritos de leche, uno por cada uña o dedo de ellas y viendo Buitrago Morales que no cesaba de salir el líquido, le puso una pana de lata que el albañil tenía arriba, a un grupo de cinco de una de las cuatro lluvias provenientes de las patas;

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cuando se recogió como una ½ cucharada se le acabó de ultimar y se puso en observación la leche, que, como la del demonio de Chayotepe, terminó coagulándose. De éstos como de los otros nada puede asegurarse, nada más que son fatales para los felinos que los comen. Los perrozompopos que dicen que existen en las zompoperas y que ladran como perros y que son más temibles que los descritos —según cuentan los que se precian de conocerlos— jamás han sido vistos por el que ha tenido la curiosidad de recoger los datos con los cuales se le ha dado forma a este libro. Cabe agregar como una observación que es curioso que los perrozompopos busquen sus alimentos solamente de noche, idiosincrasia que sólo gastan los animales ponzoñosos. glosario Componer. Reparar; realizar mejoras o agrandar una estructura. Enjoscado. Enojado; furioso; hosco; bravo. Guija. Guijarro; piedra. Malfregar. No matar por completo; dejar medio muerto. Mates. Movimiento; amago; paso; actitud o intención. Selecote. Celeque. Tayacán. Valiente; fuerte; mozo que desempeña bien su oficio; amigo; guía. Terepota. Perrozompopo; mujer bajita y barrigona.

Pendejos En las márgenes del Xolotlán existen unas arañas que los campesinos designan con el nombre de pendejos debido a la forma larga y color endrino de sus extremidades. En las ciudades se les encuentran, pero lo más que se llegan a ver son uno o dos ejemplares de tal clase y cuando se hallan muchos jamás pasan de la docena. Esta araña es un animalito de cuatro patas largas, muy lar-

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gas, exactas a pelos de vientre humano —de donde reciben el nombre que gastan— y el cuerpo no va más lejos del tamaño de una semilla de papaya montera y su color es netamente negro, rudamente azabache. En las costas mateareñas del lago citado, en el calpul que va de Mateare para la propiedad de los Urroz, en los nancigüistes y papalones de las veras se encuentran parches de estos arácnidos, compuestos como de mil ejemplares cada uno; generalmente para fincarse buscan los sitios ahuecados que forman las partes bajas de los árboles, se apiñan en esos puntos en parches casi triangulares y forman tal espesura uno sobre de otro que efectivamente dan la impresión, cuando están así reunidos, de formar un hermoso bajo vientre velludo de hombre o de mujer pachones. glosario Papalón. Árbol frondoso y de hojas anchas que produce una frutilla muy sabrosa, Cocoloba caracasana; también conocido como papaturro. Pachón. Grueso, gordo. Pendeja(o). Cierto tipo de arañas, de patas largas y delgadas; vello púbico.

El salto de Tierra Azul Tierra Azul es un valle del departamento de Boaco, en el límite con Matagalpa, que la indiada de Río Negro, Caño Blanco y Vagua le llama pueblo; debe su nombre al color peculiar de ciertas vetas de ocre que parten las pampas de la región, que más que azules son verdes; está situada en una manga de llano primorosa, en uno de cuyos costados la bordea por entero el pequeño río de Olama y a un kilómetro al oriente, la abraza el caudaloso caño de Las Cañas, que juntándose al final de El Jobo con el caudal primeramente citado, forman el río Grande de Olama. Tierra Azul tiene telégrafo y teléfono y por su posición, que

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da a la boca de los distintos senderos que llevan a las diversas montañas, está llamada a engrandecerse al través de los años; además, el sitio es pintoresco, su gente buena y el clima sumamente agradable, puede decirse que no se conoce el frío, ni se sabe del calor. Don Chico Chaverry fue uno de los primitivos fundadores del poblado y el patio de la casa de este señor muere en el río de Olama a la orilla de un rumoroso salto, que, a los ojos de un viajero estudioso, es un rico filón de antigüedades jinchunas que pide a gritos, los cuales emite con la lengua de sus aguas, un urgente estudio sobre su nacimiento a la vida. Don Chico murió desde hace mucho tiempo y el heredero de su casa es su hijo Margarito. En pleno invierno de  y en el mes de julio, llegó a Chayotepe Margarito Chaverry a ofrecerle en venta en nombre de su señor padre, unas bestias caballares a Buitrago Morales; con tal motivo, éste se trasladó a Tierra Azul, con tan mala suerte que a poco de haber salido de San Fernando, se destacó un vendaval tan fuerte que cuando llegaron al río de La Puerta, ya era casi impasable el vado; a pesar de todo, lograron atravesarlo, pero en la orilla de Tierra Azul existe un arroyo que llaman El Quebrantadero, el cual estaba hasta los tapones y hubo que hacer noche bajo la lluvia en plena llanería. El Quebrantadero es una corriente que pasa seca en el verano y al cruzarlo en abril, su lecho da la impresión de que es una enorme plancha de embaldosado, de cinco metros de ancho por  metros de largo, limitando al oriente con una zanja tortuosa por donde la chiflonada de agua se precipita en la estación lluviosa y por el poniente, con un corte acantilado que forma un salto mediocre y sucio, de dos varas de profundidad poco más o menos; pues bien, este zanjón, en el invierno, con tres cuartas de agua sobre la plancha, no hay cristiano que lo atraviese, a menos que se exponga a caer desquebrajado en el remolino que forma la corriente en el fondo de la cascada y perder la vida, irremisiblemente revoleado por el ímpetu vertiginoso y cruel-

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mente aprisionado de la linfa. Amaneciendo, dio paso el arroyo y a poco los viajeros llegaron a la habitación de ñor Chico; en lo que arreglaban el café, se cambiaban de ropa los recién llegados y se llevaban a término otros cuantos pormenores logrando la oportunidad. Se puso a hurgar el llano y los contornos Buitrago Morales; éste notó, al rato de estar escrutando, que parecía que la tierra trepidaba y se oía constante e indetenible un ruido sordo, cuyo volumen aumentaba en la proximidad del corral. Después del desayuno, el propietario dio orden al concierto de que fuera a traer las bestias para recorrer la sabana y recoger los hatajos. El potrero en donde estaban los animales quedaba al otro lado del río y como estaba lleno éste, era casi un verdadero imposible atravesarlo; cuando Buitrago Morales vio al muchacho en el encierro, el que por agregado está situado frente a la casa, se sorprendió y dijo a Margarito: —Buen nadador es ese bergante. —No, compañero, si ni siquiera se moja uno las plantas de los pies para atravesar el río. —Y ese pacto con el diablo, ¿desde cuándo? —Desde hace tiempo; vamos a conocerlo. Margarito avanzó, silbando un aire montero, y Buitrago lo siguió hecho todo ojos, para captar el prodigio. Cuando habían caminado unas  varas, el caño se presentó a la vista, sucio, resbaloso, fragoroso y luego por un estrépito encajonado que se oía, Buitrago se dijo: —Allí hay una cascada. Llegados a la vera, la sorpresa del visitador no tuvo límites, la vasta masa de agua no saltaba sobre el acantilado del salto; no, ésta se precipitaba por un boquete de una vara de ancho, que, a pesar de la desmedida crecentada, vomitaba sin atragantarse el líquido, luego una cuarta pareja alrededor del farallón de luz, en plena piedra, de la linfa a la cima del andén, ponían a los ojos vistas la sabia disposición del escape; se ha dicho andén

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y no de otra manera se puede clasificar a la acera de un metro de ancho que va de orilla a orilla del río y que las aguas apretujaban por parejo sin poderla engullir, aunque talvez lo deseaban; sabia y magnífica colocación de embaldosado hecho adrede según la opinión del observador de ese momento. Buitrago saltó el boquete y recorrió el puente pétreo de un extremo al otro, la estudió a vista de pájaro y sacó en conclusión que esa caída fue hecha por los indígenas para aprovechar la fuerza hidráulica del torrente para algún menester que la requería. Después del salto, el río corre en medio de dos paredones que, con poco observarlos, se descubre que fueron construidos por manos humanas; los cangilones de tierra que hay a sus márgenes, paralelamente situados, cobijados ahora completamente de grama y que sobresalen todavía altos a pesar de las centurias, no tienen otra explicación y lo seguro debe haber sido que el río corriese al nivel corriente que trae de la montaña, hasta llegar al salto de hoy y que en este punto resolvieron cortarlo para ahondar el cruce, quizás porque descubrieron la vasta roca que se profundizaba allí, cortada de hecho sin avanzar sobre el curso del caño, luego cavaron un canal de unos seis metros de hondo, por unos ciento y pico de largo, para darle altura a la caída, y la tierra la acomodaron a sus lados y una vez hecha la obra, la deben de haber empleado en quién sabe qué ocupación, que todavía yace en el pasado sin concebirse en concreto, para qué objeto determinado fue construida. Sobre los paredones del canal fueron incrustando a ambos lados cuadros en formas de nichos de unas tres cuartas de alto por dos de ancho, en donde ahora se acomodan los caimanes y cuajipalos para calentar sol y salvar el pellejo en los grandes torrentes de los días invernales; también hay jeroglíficos ya casi destruidos, pues como los acantilados son de cascajo y tierra café, no es posible que soporten los desgastes indispensables que deben producir en las paredes los aguaceros y vendavales de la estación pluviosa.

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Si la memoria no falla, a este río, por la cañada en donde brolla, le llaman en su nacimiento Cumáica, pero no hay seguridad en ello; y ya en La Ermita, en los terrenos que pertenecieron a la cofradía del apóstol Santiago le nombran El Carnero; la generalidad lo conoce sólo por Olama y es el que se atraviesa cuando se deja Tierra Azul para ir a Muymuy. Observando con detenimiento, se echa de ver claro que principiando en la cueva de Cusirisna —que es mejor llamar de Llano Grande por estar ubicada allí, en Teustepe— en la vecindad del crique de Las Limas que se echa en el Malacatoya y siguiendo el curso de este río hasta la bifurcación con el Fonseca, y luego remontando los cauces de los dos caudales hasta su nacimiento y saltando a las otras corrientes que van apareciendo a los lados hasta llegar a Esquipulas por un flanco, a Los Tannites por el otro y trasponiendo estas alturas por Cumáica hasta desguindar a Tierra Azul y de allí curveando directamente hacia el oriente hasta el misterioso Musún, se llegará a la conclusión de que en tales sitios se levantó una vasta civilización aborigen, cuyo último recuerdo es el gallo giro que está grabado en un farallón frente a Los Corredores, en la vecindad de Boaco, puesto que el gallináceo prueba que fue hecho ya estando los españoles en el país, ya que tal ave no tiene su raíz en América. En esta extensión abarcada, hay miles de cosas jinchas que esperan la descifración de los entendidos, entre ellas: La interesante cueva de Cusirisna que ya debiera estar limpia y preparada para mostrársela a los turistas en un día no lejano. La Poza de las Máscaras en el Paso de Lajas, la Piedra de la Alcancía en Cerro Largo, llamada así por una ranura que tiene en la cima y una especie de gaveta que ofrece en uno de los costados. Las guacas, que son tan comunes en Santa Lucía y en donde deben emprenderse exploraciones, las desmesuradas pilastras, especies de menhires criollos, que en la vecindad de este mismo pueblo se yerguen desafiando a los años.

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Los Corredores hechos en la piedra viva, el gallo giro que está vecino a éstos y luego en un plancito que se extiende al pie del altiplano en donde se hallan los enumerados en medio del río de Fonseca y un hilo de agua que sale del pie de la roca del volátil, hay que hacer una excavación para ver lo que encierra un túmulo que los sedimentos, arrastrados por las crecentadas, han sepultado al través de las décadas, y que en  todavía se mostraba al transeúnte atisbador. Las cuevas y curiosidades del Cerro del Padre en Esquipulas; las alturas de El Toro y El Caballo en la vecindad de Olama; Los Tannites en las cercanías de San José de Boaco; saliendo de este pueblo sobre el lomo de la cordillera que va para el poniente, hurgar los jeroglíficos que hay en los farallones de un río cercano a Cerro de Piedra y a Las Mesas, pueblote como de unas  casas, cuya iglesia está abandonada por entero a su suerte, pues ni autoridades tiene, ubicado a una legua de Las Maderas, en el camino a Matagalpa. Sin descender de Las Mesas, proseguir hurgando sobre la estribación que va a morir a las rocas aparedonadas de San Francisco del Peñón y bajar a la cueva con graderías especiales que hay allí, donde se encuentran estereotipados signos antiguos y en cuyo seno revienta una fuente de agua pura. Y desandando lo andado, llegar al Musún y entrar a la montaña por lo más espeso del flanco sur, que es por donde se pueden hallar curiosidades de curiosidades. Virar luego hacia el sur, rumbo al río de Piedra Luna, cuyo nombre le viene de una luna pintada en un peñón, el cual lo volteó el río hace unos  años y ahora la luna descansa sobre las aguas, y ver qué se descubre en los contornos removiendo el terreno. Y en fin, inquirir, azadonar, hurgar, trabajar, jincar aquí y allá, que escudriñando esa vasta porción de terreno señalado, puede sacarse mucho de la cultura que alcanzaron nuestros aborígenes antes de que vinieran los españoles a terminar con ellos.

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Quedan muchas cosas por señalar, perdidas en el laberinto de las colinas y vertientes de los lugares apuntados, pero seguirlas enumerando es salirse definitivamente de la intención de esta crónica, que cuando se principió, no tenía más intención que la de dar a conocer el curioso salto que se yergue en el patio de la casa de don Chico Chaverry, hoy de su hijo Margarito, en plena Tierra Azul. glosario Chiflonada. Corriente fuerte de agua o de viento. Hasta los tapones. Completamente lleno; colmado; hasta la pata.

El cacaste cuento sabanero, de pasadas

Cuando el Nistayolero despuntó sobre la loma de ñora Trinidad, en la madrugada del día de San Juan, ya encontró a Samuel Ortega atuzando y maiceando al inquieto y brioso Melado, que tanta fama había adquirido en el dilatado ámbito campista, desde las yermadas planicies de Teoyaca hasta las ubérrimas e incomparables de Olama. Después que aquél columbró la hermosa estrella, como asombrado de verla, lanzó una mirada escrutadora al espacio, echó a ver luceros, encendió un puro para guiarse con precisión por el rumbo que emprendiera el humo y saber por ello si soplaba vendaval o había tranquilidad en la atmósfera, quién sabe qué le revelaron sus observaciones, pues al concluir de ellas dialogó con su penco en estos términos, palmoteándole las ancas: —Cométe todo el maíz, hoy será el día de pura mecha y remecha para vos y para tu desgracia y la mía, la tarde será de pura agua; con que estás entendido, mientras amanece, voy a bañarme para no morirme en este año. Y, sin agregar palabra, atravesó el corral de piedra de La Tri-

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nidad y enrumbó para la quebrada a prolongarse la vida, pues el indígena cree que si no se baña en la madrugada del santo del célebre obispo de Efeso, estira la pata en el resto del año. Principiaba a descender para el vado de La Uva, cuando oyó voces distintas que avanzaban sobre el sendero en que él marchaba; como fuerano astuto y bellaco, se agazapó tras de un matón de mozote y esperó a que los que conversaban pasasen para reconocerlos y darse a conocer de ellos si le convenía o conservar la incógnita si esto le iba bien a su capote. Por el eco reconoció en los dialogadores a Julián Cantillano y a Abraham Pérez, que eran ayudantes de la quesera y campistas en embrión, que estaban haciendo su pasantía bajo la dirección del mandador de campo Eugenio Mayorquín; cuando éstos pasaban frente al mogote en que Samuel se escondía, Cantillano dijo a Pérez: —Este brujo de Samuel está dispuesto a levantar hoy el cacaste de la vaca vieja que murió en La Chingastosa. —Compañeró, y dicen que ya son varios los hombres que este carajo ha hecho correr con sus brujerías. —Cuentan muchas pasadas suyas, y lo pior del caso es que ahora quiere que nosotros lo viamos parar la jediondaza carroña del Pochote. —Bueno, pues no tenemos más remedio que verlo, o no vamos a sanjuaniar a Boaco. —Eso sí que no; prefiero ver levantarse a la murriñosa, aunque me churreteye, que dejar de ver a mi jaña. —Con unos cuantos cususazos, hasta la sortiaremos. —No es tan chiche la cosa, pero estamos en el toro y no hay más remedio que agarrarse del pretal ; aunque tengamos que robarle a Carmen Rodríguez la cola de mico. Al llegar aquí la conversación, Ortega salió de su escondite y les gritó a quemarropa: —¡Coñones, luego van a probar que son hombres! La plática que traían y que se refería al brujo, lo inesperado de aquel grito y ser el mismo Ortega quien lo daba, dejó corta-

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dos y patitiesos a los bisoños ayudantes que castañeteaban del susto; por fin se repuso primero Cantillano y le dijo: —Coñones, no, pero soy franco, hemos llevado un gran susto que nos ha melenquiado el ánimo. —Cuando los lirios del cacaste de la overa te cojan, pararás un churrete como de novillo comido de retoño, en pleno junio. —Eso lo veremos; seguí tu camino que ya es tarde, el agua está sabrosa y nosotros ya nos remojamos. Y cogiendo por opuestos senderos se separaron; Ortega riéndose a carcajadas para la quebrada y los muchachos, silenciosos y temblando, a preparar los baldes para el próximo ordeño. Cuando Samuel tornó a la casa ya había amanecido, Mayorquín daba órdenes y Zacarías Bello, mandador en jefe, estaba atareado, preparando sus arreos para ir a correr San Juan. Con sólo mirar un poco se observaba que el ambiente era de fiesta y que el esplendor de aquella mañana incomparable prometía a los campesinos un día de jolgorio inolvidable. Todos se hacían lenguas comentando que “el Santo no estaba llorón,” es decir, que no había lluvia en toda la plenitud de los puntos cardinales; luego que el pato que Juan Gregorio Cubas tenía listo, era tan grande que casi era un chompipe ; que a Juan Paz le chopiarían la jupa con la cabeza de un pato si el pendejazo no había alistado alguno; que el Cuentas Azules que montaría Mayorquín era la fiera andando y que el Melado de Ortega era el mismo diablo hecho caballo, pues además de que contaba del uno al cien, dando manotadas sucesivas, hacía caso cuando le hablaba el dueño en cualquiera parte o cuando le silbaba en el corral para que llegara a la casa si andaba en el encierro. A las  el ordeño había terminado y las  el queso estaba hecho y la campistada lista para dirigirse a juanchar. Una vez montados todos, Mayorquín era el jefe natural, ya que era el mandador de campo, dio las últimas órdenes, advirtió a todos que en Mombachito a las  de la noche debían estar allí para emprender el regreso; una vez advertidos, los que iban a Saguatepe picaron los briosos brutos y los que se dirigían

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a Boaco le hablaron a sus corceles. Samuel había hecho promesa de levantar el cacaste que estaba en la quebrada del pueblo y desde que salió del corral no habló palabra hasta que llegó a El Muñeco. —Hombré, Ugenió —dijo a Mayorquín— hasta aquí voy hacer que la carroña deje a los muchachos, ahora en la noche. —¿Y es verdad eso, Samuel? respondió el aludido. —Pues no tenés más que esperar a que llegue la noche para que quedés convencido. —Si llegás a levantar la vaca vieja, qué trabajo más grande va tener ña Anselma mañana, en La Quebrada, lava que lava peleros embijados, pues yo creo que todos nos curciaremos, ¡oh tuco de churrete el que vamos a zumbar! — Todos talvez no, porque tratándose de vos, sos un valiente de verdad. —Pero es que debés acordarte que es un mortorio lo que vamos a sortiar. —Pero… luego hablaremos… que voy entrar a ver a la Prudenciona que es mi vieja jaña, y como no voy a tardar, a las  estaré donde don Mencho Ramírez para correr donde Juan Gregorio y presentarle en El Bajo nuestros respetos al padre Juan, aunque yo siempre ando huyendo de Su Reverenda. —Hasta las , Samuel; y hacé lo posible por no juir del padre Cerna. Picó el caballo Ortega y separóse del grupo. Este Ortega era un hombre de  años, fuerte, jipato, patango, corneto, lechonote, desgarbado, bravucón, metelascabras, cadejero, albardeador, campista sin igual, apartado, abstemio, bellaco, brujo, cegüero, con fama de ser íntimo del diablo, malvado que con sólo rezar oraciones al revés abría las puertas de cualquier casa —menos aquéllas donde existían imágenes— violador de mujeres dormidas, de ubérrima inventiva, amigo de las tinieblas y valiente en eso de quedarse a dormir en los lugares en donde se decía que asustaban, sobre todo en los panteones.

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Su fama había llegado a tal grado que las viejecitas se santiguaban cuando lo veían pasar y los jinchos palidecían cuando lo encontraban en el camino; tal era el fuerano compañero de la campistada de La Trinidad que había prometido levantar los despojos de la murriñosa que había pelado el ajo en el pleno cauce de La Chingastosa. Tal como Samuel le había dicho al Melado, después del mediodía principió el Santo a llorar, lloró y lloró tanto y tan duro que el cascajo, vuelto fango, gafeó muchas bestias y entre ellas al Melado, cuyo oficio, que era hacer piruetas y dar corcoviaditas, lo había puesto en cama y casi no podía ni con él mismo, qué menos que con su dueño. El Melado era un bruto de siete cuartas de alto, de bella estampa; el nombre le venía de su color, entero, brioso, bisoño, reparisto, valiente de jornada, pasolarguero, copetudo, coludo, casco de mula, noble, de boca admirable, educado, matemático, pues contaba dando manotadas seguidas hasta , las decenas las marcaba dando una vuelta en redondo y luego proseguía la cuenta, daba la mano, amusgaba las orejas, se echaba, barajustaba y hasta relinchaba haciéndolo todo bajo la voz de su amo; con tal educación y con tal dueño tuvo que pasar como hijo del Averno y regalo del demonio a Samuel. La lluvia no pasó nunca, más bien, arreciaba antes que disminuir, con todo, la alegría de las parrandas no decayó, las cabezas de los patos iban y venían y en las carreras las cabalgaduras hacían prodigios de esfuerzo, que les conquistaban renombre llenando de satisfacción el amor propio de sus jinetes. El Melado tuvo que ser caldeado varias veces para poder proseguir en el calanche; esto, en el fondo, aunque finamente disimulado, satisfacía a Mayorquín, que caballero intrépido en el Cuentas Azules, podía lanzarlo sobre los cascajales todavía, pues el fornido animal no daba señas de cansancio ni señales de gafeadura alguna. Cuando oscureció, todos los campistas convergieron a Mombachito, unos llegaron zarazos, otros a mediasta, uno que

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otro bacalao, Eugenio con seis quemones, Zacarías Bello con tres tapirulazos y Ortega con decidores silianes ; recontada la tropa, acostados los imposibilitados, empinado un cuartazo general, se dio la voz de ¡monós! y emprendieron el viaje todos a las  de la noche rumbo hacia La Trinidad amonados algunos y casi monas los demás. Al bajar el trepón de El Pochote, Cantillano que se iba refrescando, se acordó de la promesa de Ortega y preguntó por él, dos hicieron alto para buscarlo, pero Samuel no apareció entre los caballeros, Mayorquín que iba a la cola arrimó al fin y le dijeron que El Brujo había desaparecido. —Mejor para Uds., pero yo creo que ese pendejísimo nos va hacer pasar un mal rato; con todo, alisten los curtidos y hagan de tripas los corazones, pues Samuel ha de estar ya preparando el cacaste y no nos queda más remedio que reventar o parar el chorro. —Pasá vos adelante, dijo Cantillano a Eugenio Mayorquín. —No, cobarde; Abraham y vos van de punteros, que yo les voy cubriendo las espaldas. —Santigüémonos y sigamos, repuso Abraham, que lo que sea sonará. Y la cabalgata en un silencio de acecho emprendió la marcha, queriendo captar cada quien en la lobreguez del sendero la precisión de los bultos que la oscurana torna siempre en tigrescaribes o Gigantes Suquias. A poco andar, el cristal de la quebrada lo hacían añicos los montados y les indicaban las roturas que el mortorio estaba cercano; un “upá” aceguado, es decir un silbido que comienza como tal y termina como un grito, partió la oscuridad en descomunales tapas, poniéndoles los pelos de punta, haciéndoles sudar a chorros a pesar del frío intenso que la humedad les trasmitía y, como un juego de subibaja, el fluido del pavor les corrió por la columna vertebral de la nuca a la cola y del rabo al cogote; después oyeron tres mugidos siniestros que repercutieron en un recodo del camino, cohibiendo a los más valientes,

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y la voz de Samuel, emergiendo de la oquedad de la tiniebla casi al mismo instante, a unos los entonó y a otros les aflojó las llaves, Ortega gritaba: —¡Pendejos, allí está el cacaste parado, sortéyenlo o los desquebraja, aprieten duro las posaderas para que no se les salga el pitazo ! Semejante aviso arremolinó a los sabaneros los que instantáneamente se jesusearon, luego hubo castañeteos, rempujones, mandobles incoherentes, súplicas, cursos, curseadas, churretes, churreteadas, delirios, tumbos, trastumbos, inconsciencias, temblidos y ya en el guindo del canto más liso del filo más alto del pavor, un relámpago dio luz a la hondonada del riatillo, que fue como una quilla inabordable en el mar de la desesperación y que sirvió más bien para alelar y dejar patitiesos y paralíticos a los concurrentes, pues por él pudo verse claro, con esa claridad preñada de ansia con que capta el ánima que espera algo de lo inesperado y que ya no deja lugar a dudas cuando ve la realidad, a Mayorquín con el curtido en la mano, jugándose el todo por el todo frente a la cuerazón huesamentosa del cacaste bien parado, espumareado de gusanos y en actitud de embestir en medio de un mosquero ensordecedor y rodeado de una chopada vigilante, guzguceante y atolondrada por la sacudida de la roña al levantarse. En la oscuridad se traslucía, si se quiere, se adivinaba, más bien que se veía, que Eugenio, fraguando un don Tancredo miliunanochesco, esperaba sin pestañar, sin respirar casi, a rejo de pura penca con el alma en la punta de los pelos, el ataque del endriago infernal; se oyó un hondo mugido, temblaron los paredones del cauce, un viento helado y fragoroso batió los ramajes de las veras, en el ranchito maltrecho de El Copel aullaron los perros y las aves de corral cacaraquearon, un tufo a azufre inundó la cañada y una rara y nunca vista fosforescencia de infierno, de olla mayor en fritanga a todo full, dio transparencia de penumbra a la oscurana, al extremo de que todos los circunstantes se miraron y pudieron ver claramente la macábrica jugada taurina

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de esa noche de San Juan. Por fin se animó el mandinguero y se resolvió a tirarle al endemoniado torero improvisado que esperaba; se vio a éste hacerle uno, dos, tres, cuatro, cinco, diez, cien saques al mortorio, la mandunguería crujía bajo el cuero chirreador; un tufo a carroña de  días preñaba los contornos que la pirotecnia diabólica los dibujaba; resoplaban los caballos; en una de las embestidas, Mayorquín ocupó el lugar del rumiante de ultratumba y éste quedó rozando los belfos de las cabalgaduras; el Laberinto, que montaba Zacarías, no soportó al nuevo vecino y desbocándose cogió quebrada arriba rumbo hacia la querencia; una llamarada plutoniera brotó del sitio en que la lidia se efectuaba, iluminado por ella, el mandador de campo daba la impresión de un domador de cadejos en una hacienda del diablo, alistándolos para las ceguas ; ante el claror inusitado, los brutos de Cantillano y Pérez rompieron en estampida y tras de ellos, los otros pencos pusieron patas en polvorosa con todo y sus montados, quienes estaban ya al culipatear; el resplandor de la hoguera dejó a descubierto a Samuel, quien hacía esfuerzos inauditos por sofrenar al Melado que estaba encabritado sobre un lomillo del cauce convertido en escenario de la táurica sorteadera insospechada, de pronto falló uno de los de las riendas y el Melado soberbio, volteó grupas y salió disparado envuelto en un claror de flamas que iluminaba el sendero sobre del cual se escapaba; el cacaste, como dominado por el vacío que hacía aquella partida inesperada, se apartó del curtido del campista temerario y barajustó trastumbando tras del penco puesto en fuga; el mosquero y la zopilotera lo seguían; Mayorquín, que antes de entrar en lidia había amarrado bien al Cuentas Azules, se fue a soltarlo, medio le arregló el cabresto, montó de un salto, rayó al noble rucio, le aflojó las riendas, descolgó del jinetillo la bella soga olameña de  brazas y partió tras del mortorio para lazarlo frente a frente de la Prudenciona; en El Muñeco le dio alcance, medio se le emparejó, le tiró el lazo, lo cogió de los meros lirios, según lo indicó su experiencia de sabanero; pero en

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ese momento, un remolino extraño que arrancó palos, quebró ramas, hizo aullar perros y obligó a formar torada en el corral de la lechería de Juan Gregorio Cubas al ganado que allí estaba, terminó con la pirotecnia; quedó todo en tiniebla profunda, se oyó un ruido seco como de un cuero que se arrastra y al jalar la soga el penconazo notó que no había resistencia, se dedicó entonces a enrollarla, metió espuelas al caballo y cuando iba en el portillo que forman la mancuerna de caminos que conducen para Olama y para Camoapa, palpó que en la gaza de la soga venían cogidas las astas del cacaste embestidor. Eugenio no quiso o no tuvo valor para soltarlas y amarró la soga con todo y el trofeo de la cachazón, prueba fehaciente de la lucha diabólica que acababa de sostener; le apretó las chocoyas al barzomecatudo animal y salió de juida, pues por ningún lado aperecían los rastros de los compañeros y menos aún el endemoniado brujo de Samuel, autor putativo de la nunca vista ultratumbina macábrica tauromaquia. Cuando el Cuentas Azules pisó las guijas del corral de La Trinidad, los dogos aullaron ensordecedoramente, meció el viejo o su raquítica copa y el ceibo dio al traste con los pitayales de sus gambas ; Cantillano, que se había estirado bajo el tabanco de ña Anselma, metió la cabeza en un zurrón viejo que imaginó cobija según su propia confesión hecha en enseguida; los demás, apiñados y medrosos, se habían echado llave en el chimbo y Samuel, tendido en una hamaca de majagua, era el único que esperaba al héroe de la noche, pero con todo y ser él la causa verdadera del macabro desaguisado, se encontraba azorado y frío como el sereno que humedecía los zacatales del potrero. Por fin echó pie a tierra Mayorquín, cesaron los remolinos de los vientos y los traquidos pavorosos de los carrujos aislados de los árboles de la alquería; se serenó la manada perruna, brilló un lucero en el cielo ensuciado todavía y cantó el primer gallo; era al medio filo de la madrugada; Eugenio, a quien Samuel no dijo nada, buscó su tabanco y sorprendido vio a ña Anselma con una cruz de palo que manejaba en la cabecera de su dormitorio,

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poniéndosela de frente y acurrucada en un rincón, la levantaba de arriba abajo y la meneaba de un lado al otro, haciendo cruces en el aire y le gritaba azorada: —¡Chiquita cruz, no te acerqués, chiquita cruz… no te acerqués, chiquita cruz, no te acerqués, chiquita cruz! Ña Anselma estaba llena de espanto, tremendamente horrorizada, pues Zacarías le había contado lo del sorteyo y aunque era la amasía de Mayorquín, creía que con éste entraba el diablo en la casa, más aún, todavía llegó a creer que el Malo había tomado la forma de su querido para llevárselos a todos ellos, en aquella noche igual al fruto del talchocote mateareño. Cuando ña Anselma vio al torero tirarse sobre la yacija sin darle mayor importancia a los cruzazos, entró en calma y se aproximó al supino amante que acababa de acostarse, miró a uno y otro lado, rezó, santiguó a la cama, se echó al lado de su costilla torérica y terminó por echarle la pierna a Eugenio que tiritaba de frío, de emoción y de angustia con todo lo sucedido. Hasta que amaneció abandonaron el chimbo los que se enllavaron en él, embijados de manteca, de hollín y malolientes a humo salieron de la trampa de los quesos a soportar la rechifla de los chiquitines de las molenderas, que los echaron de menos cuando revisaron sus camastros al ir a acarrear agua en la madrugadita. Ya eran las  cuando Cantillano sacó la cabeza del zurrón; como habían amanecido desasosegados, nadie reparaba en nadie y todos andaban ordeñando como autómatas y atontados. Por fin rompió el silencio Mayorquín, salieron los comentarios a relucir los bellos trajes de sus raros y avivados coloridos y después de una hora de desfile de los tales, repararon que Ortega no aparecía, lo llamaron y a las cansadas se presentó al rodeo humano. —Pobre ña Anselma —dijo Eugenio, dirigiéndose a Samuel— todos los peleros de estos brutos pendejísimos están llenos de cuita y bien saben Uds. lo que le costará lavarlos. Con lo dicho, los jinetes del día anterior se palparon las

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posaderas y no fue sino hasta esa hora que se dieron cuenta de que estaban enjalbegados de triaca ; de uno en uno se fueron yendo del corral los embarrados y uno que lo estaba de lodo y uno de curso, cuando se convenció de ello, hizo alardes y chiles del pellejo de sus compañeros churreteados. De pronto dijo Samuel a Mayorquín: —Lo que siento es tener que irme lejos, muy lejos de estos lugares y de Boaco; pues si me quedo me va a arrastrar el Malo, porque me dejé sortiar el cacaste. Mayorquín lo quedó viendo, tragándoselo con su mirada serena de campista compadecido, voló un gran salivazo completamente café a causa de la mazoya de la melenca y dijo como pesando las palabras en la balanza de la meditación y de su fe sabanera: —Andá a contarle al padre Juan Cerna tu raro y maldito compadrazgo con el Malo, dejá esa vida de brujo peligroso y tratá de componerte de todo corazón, que con seguro la Santísima Virgen no te faltará jamás. Ortega enfocó con la cámara de su pupila, de la mollera a las patas a su antiguo compañero de brega campera, vuelto consejero del segundo, al minuto derramó un chorro de lágrimas sinceras, se atorozonó un tanto y no pudiendo hablar por la emoción que le invadía, dio media vuelta disimuladora, fue a buscar sus arreos, llamó silbándolo —como acostumbraba hacerlo— a su inseparable Melado, que había amanecido en cama; atendió a pesar de su estado a los silbos del amo el brioso rucio y cuando éste se paró en la galera del chiquero, Samuel se le arrimó, le dio una ligera examinada, le sobó cariñosamente el lomo, bien humedecidos los ojos por una tristeza galopante y sin entretenerse más ni vacilar —parpadeando continuamente como para contener el llanto que pugnaba por salírsele— le puso los sudaderos, le sujetó la albarda y una vez listo el penco, se fue a liar la media docena de peleros de sus vestimentas, después pidió su liquidación a Zacarías Bello; una vez despachado, se despidió de todos, suplicó rogaran por él, prometió reiteradamente ir donde

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el padre Juan, le echó una mirada inolvidable y largamente triste a la abejonada casa de La Trinidad que por lo hoyuelada parecía que había padecido de viruela confluente, avanzó jalando lentamente al jamelgo y cuando éste transpuso la tranquera, echó pie al estribo, se enjorquetó firmemente, se agachó y le sobó la cabezota al Bravonel que lo seguía, recomendó le dieran recuerdos al patrón y volviendo con amargura la cara al corredor de la alquería, en donde se habían agolpado sus habitantes, dijo a los moradores y viejos compañeros: —¡Hasta nunca! Luego rayó al Melado y partió paso a paso guindo abajo. glosario Aceguado. Propio de la Cegua. A mediasta. A media asta; borracho; decaído. Atuzar. Separar la tuza de la mazorca de maíz. Barzomecatudo. Animal amarrado con un barzón. Cadejero. Que cree en el cadejo; supersticioso; brujo. Calanche. Pleito, lucha, contienda. Caldear. Coger un tizón y ponerlo sobre sebo, dulce de rapadura o gas para calentar la ranilla de las cabalgaduras cuando están gafas. Cascajal. Despojo; cadáver; cacaste. Cegua. Mujer diabólica que adopta formas que inspiran horror; dícese que juega (hipnotiza, atonta, subyuga) a los hombres malos para después llevárselos al infierno. Cegüero. Que cree en la Cegua; supersticioso; brujo. Corneto. De piernas torcidas; patizambo. Cuita, triaca. Excremento fresco. Cursear. Ensuciar; defecar. Cususazo. Trago de cususa. Chepada. Conjunto de chepes, o zopilotes. Chocoyas. Espuelas. Chirre. De consistencia líquida; sumamente diluído. Chopiar. Arrugar; estrujar; apachurrar. Churretear. Defecar heces líquidas o muy suaves. Gafear. Reblandecer el casco de las bestias. Gafeadura. Renquera del caballo. Hoyuelada. Agujereada; perforada; llena de hoyos.

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Jediondaza. Sumamente hediondo. Jesusearon. Invocar el nombre de Jesús. Juanchar. Festejar el día de San Juan. Lechonote. Recio; de cuerpo grueso. Maicear. Dar maíz a la bestia cuando va de jornada o para fortalecerla si no está trabajando. Mandinguero. Persona que se enfrenta al diablo. Mazoya. Macolla; bolo que se mastica, generalmente de tabaco. Melenca. Cabo o trozo de tabaco o puro chilcagre que se mastica. Melenquear. Mareo causado por la masticación de tabaco fuerte; malestar. Metelascabras. Persona que presume de valiente entre cobardes, pero es tímido y reservado entre valientes. Mogote. Monte; matorral. Monós. Apócope del imperativo “vámonos”, que en Nicaragua se pronuncia con acento en la última “o”: “vamonós.” Mortorio. Cadáver animal en estado de descomposicion; cosa maloliente. Penconazo. Pencón; hombre muy valiente. Pior. Peor. Pitayal. Pitahayal. Pitazo. Pedo; chorro. Pretal. Cincho que se ata alrededor de la barriga del toro para que se sujete quien lo monta. Pura mecha y remecha. A pura penca; esfuerzo grande y prolongado. Quemones. Tragos de aguardiente; tapirulazos. Rayar. Dar con la espuela en la panza de la cabalgadura. Reparisto. Cabalgadura que de todo se asusta. Robar la cola de mico. Engatusar; engañar; embobar. Roña. Carroña. Saque. Lance que ejecuta el torero con la capa frente al toro. Sortear. Torear; hacer pases frente un toro; azuzar; incitar. Subibaja. Juego infantil; tronco ubicado sobre un punto de apoyo central, en cuyos extremos se sientan dos niños para balancearse; balancín. Sudadero. Cabresto que se pone en el lomo de la cabalgadura para evitar causarle llagas; pieza gruesa de burillo que se coloca encima de todos los sudaderos menores para que el aparejo de carga no maltrate a la bestia; esterillón. Trepón. Cuesta; subida; camino empinado. Viamos. Veamos. Yermadas. Yermas. Zarazo. Medio borracho.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Mapa en relieve (2003) que muestra la accidentada topografĂ­a del departamento de Boaco, asĂ­ como la actual red vial entre Boaco y Managua.

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MAPAS

& ILUSTRACIONES

Antiguas rutas entre Granada, Boaco y Managua, recorridas por el autor. Usando los mapas topográficos de ineter (1987) se ha intentado ubicar las localidades o fincas donde éste se detenía en su recorrido, aunque algunas han desaparecido o cambiado de nombre con el paso del tiempo.

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Mapa de la ruta Boaco-Chayotepe-Tierra Azul, mostrando las principales localidades, rĂ­os y cerros de la zona.


MAPAS

& ILUSTRACIONES

Camino Real que discurre entre las montañas al norte del antiguo Chontales.

Montados en mula. La mula continúa siendo hoy en día un medio común de transporte personal entre los finqueros de la región.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Puerta de golpe de una finca en Boaco. La estructura de doble techo, al fondo, es un chimbo, donde se ahuman los quesos.

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MAPAS

& ILUSTRACIONES

Finca de Moya. Muchas fincas todavía conservan los nombres de sus antiguos dueños; nótese la cerca del corral y el balcón de la casa de tambo.

Finca Chayotepe. Corrales (2009).

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Finca Chayotepe. Bosques y cerros en los alrededores (2009).

El peñón de Cuisaltepe es el resto erosionado de una antigua chimenea volcánica. El nombre, en lengua náhuatl, significa “cerro de los gavilanes.”

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MAPAS

& ILUSTRACIONES

Curso del río Olama, entre Tierra Azul y Muymuy.

Ganado abrevando en el río.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

El mono congo o mono ullador, Alouatta palliata, es el primate más grande de Centroamérica y es autóctono de las selvas de la región. Debe su nombre a sus fuertes aullidos, que se pueden escuchar a varios kilómetros de distancia.

Árbol de carao o carol, Cassia grandis, en plena floración. Pertenece a la familia de la Cesalpináceas, y es común en las haciendas de ganado de Nicaragua.

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MAPAS

& ILUSTRACIONES

Floración del sangredrago, llamado por los campesinos sangregrado.

Floración del papamiel, arbusto de flores rojas, erizadas de estambres melíferos, Combretum fructicosum. Se conoce comúnmente como peine de mico o peinemico. El cachito de aromo, Acacia cornigera, es un árbol de la familia de las Fabáceas, autóctono en México y Centroamérica. Sus espinas huecas semejan a los cuernos o cachos de un toro.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

El jícaro sabanero (Crescentia cujete) abunda en el trópico seco de Nicaragua. La pulpa de su fruta se usa como alimento para el ganado, debido a sus altos porcentajes de proteínas, grasa y carbohidratos. Las semillas del jícaro casero se secan y muelen para elaborar el tradicional refresco de “semilla de jícaro”; su dura cáscara sirve de vajilla al campesino, pues de ella se elaboran diversos utensilios de cocina, desde jícaras (vasos), hasta guacales (cuencos) y cucharas.

El árbol de guanacaste, Enterolobium cyclocarpum, es muy común en los corrales chontaleños, como sombra y alimento del ganado, el cual contribuye a su propagación. Su distintivo fruto, en forma de oreja, justifica su nombre náhuatl: cuauh, “árbol,” nacaztli, “oreja.”

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MAPAS

& ILUSTRACIONES

Embarcación de trasbordo, comúnmente llamada plana, cruzando el río Tipitapa en el Paso de Panaloya. Antiguamente se montaban las cabalgaduras en botes de madera, para no vadear las aguas del Cocibolca, donde abundaban los lagartos.

Desembocadura del río Tipitapa, finca arrocera (2009).

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Llanos de Chontales. La creciente expansión de la ganadería en tierras chontaleñas ha convertido muchas áreas boscosas en pastizales.

Rancho en las faldas del Cerro Masigüe, al oriente de Camoapa.

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MAPAS

& ILUSTRACIONES

La poblaciรณn rural muestra una alta y continuada fecundidad.

Cociendo frijoles en un fogรณn tradicional.

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LO QUE HE VISTO AL PASAR

Viejas pichingas de aluminio, usadas para trasegar la leche recién ordeñada.

Monturas rústicas para llevar carga a lomo de mula.

Vieja rueda de molino, de hierro forjado.

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Colección Cultural de Centro América OBRAS PUBLICADAS

serie estudios arqueológicos 1

nicaraguan antiquities*

4

Carl Bovallius Traducción: Luciano Cuadra 2

Samuel K. Lothrop Traducción: Gonzalo Meneses Ocón

investigaciones arqueológicas en nicaragua* J.F. Bransford Traducción: Orlando Cuadra Downing

3

cerámica de costa rica y nicaragua VOL. II

5

quetzalcóatl César Sáenz

cerámica de costa rica y nicaragua VOL. I Samuel K. Lothrop Traducción: Gonzalo Meneses Ocón

serie fuentes históricas 1

2

diario de john hill wheeler Traducción: Orlando Cuadra Downing

la guerra en nicaragua según frank leslie’s illustrated newspaper*

documentos diplomáticos de william carey jones

Selección, introducción y notas: Alejandro Bolaños Geyer Traducción: Orlando Cuadra Downing

6a

Traducción: Orlando Cuadra Downing 6b 3

documentos diplomáticos para servir a la historia de nicaragua

Selección, introducción y notas: Alejandro Bolaños Geyer Traducción: Orlando Cuadra Downing

José de Marcoleta 4

historial de el realejo Manuel Rubio Sánchez Notas: Eduardo Pérez Valle

5

la guerra en nicaragua según harper’s weekly journal of civilization*

7

testimonio de joseph n. scott 1853–1858

el desaguadero de la mar dulce Eduardo Pérez Valle

Introducción, traducción y notas: Alejandro Bolaños Geyer

8

los conflictos internacionales de nicaragua Luis Pasos Argüello

*Edición bilingüe.

A


COLECCIÓN CULTURAL DE CENTRO AMÉRICA

9

nicaragua y costa rica en la constituyente de 1823 Alejandro Montiel Argüello

serie literaria 1

pequeñeces… cuiscomeñas de antón colorado

11

Enrique Guzmán Introducción y notas: Franco Cerruti 2

3

Pedro Xavier Solís

versos y versiones nobles y sentimentales Salomón de la Selva

literatura centroamericana – diccionario de autores centroamericanos

la dionisiada

Jorge Eduardo Arellano

12

NOVELA

Salomón de la Selva 4

13

las gacetillas 1878–1894 Enrique Guzmán Introducción y notas: Franco Cerruti

5

Selección, introducciones y notas: Julio Valle-Castillo

dos románticos nicaragüenses: carmen díaz y antonio aragón

14

15

escritos biográficos Enrique Guzmán Introducción y notas: Franco Cerruti

8

los editoriales de la prensa 1878

16

Acróasis y selección: Julio Valle-Castillo

poemas modernistas de nicaragua 1880 – 1972

17

salomón de la selva – antología mayor TOMO II: narrativa Introducción y edición: Julio Valle-Castillo

darío por darío – antología poética seleccionada por el autor con adiciones póstumas

18

Introducción: Pablo Antonio Cuadra 10b

salomón de la selva – antología mayor TOMO I

Introducción, selección y notas: Julio Valle Castillo 10a

el siglo de la poesía en nicaragua – TOMO III: neovanguardia (1960–1980) Selección, introducciones y notas: Julio Valle-Castillo

Enrique Guzmán Introducción y notas: Franco Cerruti 9

el siglo de la poesía en nicaragua – TOMO II: posvanguardia (1940–1960) Selección, introducciones y notas: Julio Valle-Castillo

obras en verso Lino Argüello (Lino de Luna) Introducción y notas: Franco Cerruti

7

el siglo de la poesía en nicaragua – TOMO I: modernismo y vanguardia (1880–1940)

Introducción y notas: Franco Cerruti 6

el movimiento de vanguardia de nicaragua – análisis y antología

salomón de la selva – antología mayor TOMO III: ensayos Introducción, edición y notas: Julio Valle-Castillo

cartas desconocidas de rubén darío Compilación: José Jirón Terán, Jorge Eduardo Arellano

B


OBRAS PUBLICADAS

19

cuestiones rubendarianas Introducción y edición: Julio Valle-Castillo

serie histórica 1

filibusteros y financieros

13

William O. Scroggs Traducción: Luciano Cuadra 2

José Coronel Urtecho 14

los alemanes en nicaragua 15

historia de nicaragua José Dolores Gámez

4

16

obras históricas completas cuarenta años ( 1838–1878 ) de historia de nicaragua

17

Francisco Ortega Arancibia 7

18

la ruta de nicaragua

hernández de córdoba, capitán de conquista en nicaragua Carlos Meléndez

10

historia de nicaragua

TOMO I

Tomás Ayón 11

historia de nicaragua

TOMO II

Tomás Ayón 12

historia de nicaragua

atlas de mapas históricos de honduras – honduras, an atlas of historical maps* William V. Davidson Traducción: Jaime Incer Barquero, Lillian Levy, Jorge A. Fiedler Presentación: Mario R. Argueta

David I. Folkman Jr. Traducción: Luciano Cuadra 9

investigación económica de la república de panamá “informe roberts” George E. Roberts Presentación: Luis H. Moreno Jr.

historia moderna de nicaragua – complemento a mi historia José Dolores Gámez

8

nicaragua en la independencia Chester Zelaya Goodman Presentación: Carlos Meléndez

Jerónimo Pérez 6

un atlas histórico de nicaragua – nicaragua, an historical atlas* Francisco Xavier Aguirre Sacasa Introducción: John R. Hébert

la guerra en nicaragua William Walker Traducción: Fabio Carnevallini

5

colón y la costa caribe de centroamérica Jaime Incer Barquero y otros autores

Götz Freiherr von Houwald Traducción: Resi de Pereira 3

reflexiones sobre la historia de nicaragua

TOMO III

Tomás Ayón

*Edición bilingüe.

C


COLECCIÓN CULTURAL DE CENTRO AMÉRICA

serie cronistas 1

nicaragua en los cronistas de indias, siglo XVI

5

Introducción y notas: Jorge Eduardo Arellano 2

Introducción y notas: Eduardo Pérez Valle

nicaragua en los cronistas de indias, siglo XVII

6

Introducción y notas: Jorge Eduardo Arellano 3

descubrimiento, conquista y exploración de nicaragua Selección y comentario: Jaime Incer Barquero

nicaragua en los cronistas de indias: oviedo

7

Introducción y notas: Eduardo Pérez Valle 4

centroamérica en los cronistas de indias: oviedo TOMO II

piratas y aventureros en las costas de nicaragua Selección y comentario: Jaime Incer Barquero

centroamérica en los cronistas de indias: oviedo TOMO I Introducción y notas: Eduardo Pérez Valle

serie ciencias humanas 1

ensayos nicaragüenses

8

Francisco Pérez Estrada 2

obras de don pío bolaños VOL. I

Introducción y notas: Franco Cerruti 3

Fray Fernando Espino Introducción y notas: Jorge Eduardo Arellano

obras de don pío bolaños VOL. II

9

Introducción y notas: Franco Cerruti 4

10

W.W. Cumberland Traducción: Gonzalo Meneses Ocón

obras VOL. II Carlos Cuadra Pasos

7

nicaragua – investigación económica y financiera ( 1928 )

obras VOL. I Carlos Cuadra Pasos

6

muestrario del folklore nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, Francisco Pérez Estrada

romances y corridos nicaragüenses Ernesto Mejía Sánchez

5

relación verdadera de la reducción de los indios infieles de la provincia de la tagüisgalpa, llamados xicaques

memorial de mi vida

el sendero incierto –the uncertain path*

Fray Blas Hurtado y Plaza Estudio preliminar y notas: Carlos Molina Argüello

Luis Poma Traducción: Armando Arias Prólogo: Ricardo Poma

11

*Edición bilingüe.

D


OBRAS PUBLICADAS

12

la difícil transición nicaragüense: en el gobierno con doña violeta

14

Cristiana Chamorro Barrios Edición, prólogo ynotas: Guillermo Rotschuh Villanueva

Antonio Lacayo Oyanguren Presentación: Violeta Barrios de Chamorro 13

el periodista: pedro joaquín chamorro c.

la población de nicaragua 1748–1867 Mercedes Mauleón Isla Prólogo: David Reher

serie geografía y naturaleza 1

notas geográficas y económicas sobre la república de nicaragua

2

memorias de arrecife tortuga Bernard Nietschmann Traducción: Gonzalo Meneses Ocón

Pablo Lévy Introducción y notas: Jaime Incer Barquero

3

peces nicaragüenses de agua dulce Jaime Villa

serie viajeros 1

Traducción: León Alvarado Prólogo: Jorge Eduardo Arellano Notas: William V. Davidson

viaje por centroamérica Carl Bovallius Traducción: Dr. Camilo Vijil Tardón

2

6

siete años de viaje en centro américa, norte de méxico y lejano oeste de los estados unidos

Compilación, introducción y notas: Jorge Eduardo Arellano

Julius Froebel Traducción: Luciano Cuadra 3

7

piratas en centroamérica, siglo XVII

el naturalista en nicaragua Thomas Belt Traducción y notas: Jaime Incer Barquero

5

nicaragua de océano a océano Ephraim George Squier Traducción: Luciano Cuadra Waters, Lillian Levy Introducción: Jaime Incer Barquero

John Esquemeling, William Dampier Traducción: Luciano Cuadra 4

nicaragua en el siglo xix – testimonio de viajeros y diplomáticos

cinco semblanzas de squier Francisco Xavier Aguirre Sacasa, Jaime Incer Barquero, Jorge Eduardo Arellano, Jimmy Avilés Avilés, Ligia Madrigal Mendieta

apuntamientos sobre centroamérica – honduras y el salvador Ephraim George Squier

E


COLECCIÓN CULTURAL DE CENTRO AMÉRICA

serie costa atlántica 1

narración de los viajes y excursiones en la costa oriental y en el interior de centroamérica, 1827

2

waikna; aventuras en la costa de la mosquitia Ephraim George Squier Traducción: Lillian Levy, José Francisco Buitrago, Jorge A. Fiedler Introducción: Jaime Incer Barquero

Orlando W. Roberts Traducción: Orlando Cuadra Downing

serie biografías 1

larreynaga – su tiempo y su obra Eduardo Pérez Valle

serie textos 1

declaraciones sobre principios de contabilidad generalmente aceptados en nicaragua Colegio de Contadores Públicos de Nicaragua

serie música grabada en disco 1

nicaragua: música y canto

2

BALD 00-010 CON COMENTARIOS GRABADOS

nicaragua: música y canto BALD 011-019 SIN COMENTARIOS GRABADOS, CON FOLLETO IMPRESO BILINGÜE

Salvador Cardenal Argüello

Salvador Cardenal Argüello

serie educación 1

la poesía de rubén darío

2

José Francisco Terán

ciencias naturales Jaime Incer Barquero

serie tesis doctorales 1

la república conservadora de nicaragua, 1858–1893

2

Arturo Cruz S. Traducción: Luis Delgadillo Prólogo: Sergio Ramírez Mercado

misión de guerra en el caribe – diario de don francisco de saavedra y de sangronis, 1780–1783 Manuel Ignacio Pérez Alonso, s.j. Prólogo: Guadalupe Jiménez C.

F


OBRAS PUBLICADAS

serie pablo antonio cuadra 1

poesía i

6

Compilación y prólogo: Pedro Xavier Solís 2

Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo: Nicasio Urbina Guerrero

poesía ii

7

Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo: Jaime Incer Barquero 3

ensayos i

8

folklore Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo: Carlos Mántica Abaunza

9

crítica de arte Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo música: Carlos Mántica Abaunza; Prólogo arquitectura: José Francisco Terán; Epílogo artes plásticas: Jorge Eduardo Arellano

ensayos ii Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo: Cardenal Miguel Obando Bravo

5

crítica literaria ii Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo: Nicasio Urbina Guerrero

Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo: Alejandro Serrano Caldera 4

crítica literaria i

narrativa y teatro Compilación: Pedro Xavier Solís Prólogo: Sergio Ramírez Mercado

serie etnología 1

mayangna – apuntes sobre la historia de los indígenas sumu en centroamérica

2

Götz Freiherr von Houwald Traducción: Edgar Castro Frenzel Edición: Carlos Alemán Ocampo y Ralph A. Buss

estudio etnográfico sobre los indios mískitos y sumus de honduras y nicaragua Eduard Conzemius Traducción y prólogo: Jaime Incer Barquero

serie monografías departamentales 1

lo que he visto al pasar – vida rural e historia natural en la nicaragua de hace un siglo Fernando Buitrago Morales Glosario y notas: Jaime Incer Barquero, Jorge A. Fiedler

G



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