REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADOR INSTITUTO PEDAGÓGICO RURAL “GERVACIO RUBIO” RUBIO ESTADO TÁCHIRA.
Autora: Ingrid, Vivas Prof.: Julián, Angarita Rubio, Marzo de 2016.
INTRODUCCIÓN
La presente guía didáctica es una recolección de una gran variedad de canciones, cuentos, trabalenguas, poesías, chistes entre otras actividades didácticas, las cuales, pueden ser aplicadas dentro del aula a modo de estimular y promover el aprendizaje significativo de los educandos, entendiendo que todos poseen sus diferencias a la hora de aprender (auditivo, visual y quinestésico). Partiendo de los intereses y necesidades de los estudiantes, han surgido gran variedad de estrategias y actividades cuyo propósito no es más que el niño aprenda a partir del juego, ya que este permite que a través de los sentidos el niño perciba el mundo circundante y desarrolle su crítica, a modo de que el conocimiento sea una construcción que surge a partir de sus conocimientos previos y estos son relacionados con los presentes. Para ello, el docente es un guía durante este proceso de enseñanza-aprendizaje que permite que sus estudiantes exploren y aprendan a partir de la práctica.
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ÍNDICE
CUENTOS CON VALORES……………………………………………4
Amor……………………………………………………………..5 Amistad…………………………………………………………..10 Respeto…………………………………………………………..14 Solidaridad……………………………………………………….19
CANCIONES…………………………………………………………….31 ADIVINANZAS…………………………………………………………44 CHISTES………………………………………………………………...55 TRABALENGUAS……………………………………………………...67 POEMAS……………………………...…………………………………81
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1. AMOR EL PRÍNCIPE RANA Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm
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rase una vez un rey que tenía cuatro hijas. La más pequeña era la más bella y traviesa.
Cada tarde salía al jardín del palacio y correteaba sin parar de aquí para allá, cazaba mariposas y trepaba por los árboles ¡Casi nunca estaba quieta! Un día había jugado tanto que se sintió muy cansada. Se sentó a la sombra junto al pozo de agua que había al final del sendero y se puso a juguetear con una pelota de oro que siempre llevaba a todas partes. Estaba tan distraída pensando en sus cosas que la pelota resbaló de sus manos y se cayó al agua. El pozo era tan profundo que por mucho que lo intentó, no pudo recuperarla. Se sintió muy desdichada y comenzó a llorar. Dentro del pozo había una ranita que, oyendo los gemidos de la niña, asomó la cabeza por encima del agua y le dijo: – ¿Qué te pasa, preciosa? Pareces una princesa y las princesas tan lindas como tú no deberían estar tristes. – Estaba jugando con mi pelotita de oro pero se me ha caído al pozo – sollozó sin consuelo la niña. – ¡No te preocupes! Yo tengo la solución a tus penas – dijo la rana sonriendo – Si aceptas ser mi amiga, yo bucearé hasta el fondo y recuperaré tu pelota ¿Qué te parece? – ¡Genial, ranita! – Dijo la niña – Me parece un trato justo y me harías muy feliz. La rana, ni corta ni perezosa, cogió impulso y buceó hasta lo más profundo del pozo. Al rato, apareció en la superficie con la reluciente pelota. – ¡Aquí la tienes, amiga! – jadeó la rana agotada. La princesa tomó la valiosa pelota de oro entre sus manos y sin darle ni siquiera las gracias, salió corriendo hacia su palacio. La rana, perpleja, le gritó: – ¡Eh! … ¡No corras tan rápido! ¡Espera! Pero la princesa ya se había perdido en la lejanía dejando a la rana triste y confundida. Al día siguiente, la princesa se despertó por la mañana cuando un rayito de sol se coló por su ventana. Se puso unas coquetas zapatillas adornadas con plumas y se recogió el pelo para bajar junto a su familia a desayunar. Cuando estaban todos reunidos, alguien llamó a la puerta.
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– ¿Quién será? – preguntó el rey mientras devoraba una rica tostada de pan con miel. – ¡Yo abriré! – dijo la más pequeña de sus hijas. La niña se dirigió a la enorme puerta del palacio y no vio a nadie, pero oyó una voz que decía: – ¡Soy yo, tu amiga la rana! ¿Acaso ya no te acuerdas de mí? Bajando la mirada al suelo, la niña vio al pequeño animal que la miraba con ojos saltones y el cuerpo salpicado de barro. – ¿Qué haces tú aquí, bicho asqueroso? ¡Yo no soy tu amiga! – le gritó la princesa cerrándole la puerta en las narices y regresando a la mesa. Su padre el rey, que no entendía nada, le preguntó a la niña qué sucedía y ella le contó cómo había conocido a la rana el día anterior. – ¡Hija mía, eres una desagradecida! Ese animalito te ayudó cuando lo necesitabas y ahora te estás comportando fatal con él. Si le has dicho que serías su amiga, tendrás que cumplir tu palabra. Ve ahora mismo a la puerta e invítale a pasar. – Pero papi… ¡Es una rana sucia y apestosa! – se quejó – ¡Te he dicho que le invites a pasar y le muestres agradecimiento por haberte ayudado! – bramó el monarca. La princesa obedeció a su padre y propuso a la rana que se sentase con ellos. El animal saludó a todos muy amablemente y quiso subirse a la mesa para alcanzar los alimentos, pero estaba tan alta que no fue capaz de hacerlo. – Princesa, por favor, ayúdame a subir, que yo solita no puedo. La princesa, tapándose la nariz porque la rana le parecía repugnante, la cogió con dos dedos por una pata y la colocó sobre la mesa. Una vez arriba, la rana le dijo: – Ahora, acércame tu plato de porcelana para probar esa tarta ¡Seguro que está deliciosa! La niña, de muy mala gana, compartió su comida con ella. Cuando hubo terminado, el batracio comenzó a bostezar y le dijo a la pequeña: – Amiga, te suplico que me lleves a tu camita porque estoy muy cansada y tengo ganas de dormir. La princesa se sintió horrorizada por tener que dejar su cama a una rana sucia y pegajosa, pero no se atrevió a rechistar y la llevó a su habitación. Cuando ya estaba tapada y calentita entre los edredones, miró a la niña y le pidió un beso. – ¿Me darás un besito de buenas noches, no? – ¡Pero qué dices! ¡Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar! – le espetó la chiquilla, harta de la situación. La ranita, desconsolada por estas palabras tan crueles, comenzó a llorar. Las lágrimas resbalaban por su verde papada y empapaban las sábanas. La princesa, por primera vez en toda la noche, sintió mucha lástima y exclamó: – ¡Oh, no llores por favor! Siento haber herido tus sentimientos. Me he comportado como una niña caprichosa y te pido perdón. Sin dudarlo, se acercó a la rana y le dio un besito cariñoso. Fue un gesto tan tierno y sincero que de repente la rana se convirtió en un joven y bello príncipe, de rubios cabellos y ojos más azules que el cielo. La niña se quedó paralizada y sin poder articular palabra. El príncipe, sonriendo, le dijo: – Una bruja malvada me hechizó y sólo un beso podía romper el maleficio. A ti te lo debo. A partir de ahora, seremos verdaderos amigos para siempre. Y así fue… El príncipe y la princesa se convirtieron en inseparables y cuando fueron mayores, se casaron y su felicidad fue eterna.
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LOS DOS AMIGOS Adaptación de la fábula de La Fontaine
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abía una vez dos amigos llamados Pedro y Ramón que se querían muchísimo. Desde pequeños
iban juntos a todas partes. Les encantaba salir a pescar, jugar al escondite y observar a los insectos. Cuando empezaban a sentir hambre, se sentaban un rato en cualquier sitio y entre risas compartían su merienda. Pedro solía comer pan con chocolate y le daba la mitad a Ramón. A cambio, él le daba galletas y zumo de naranja. Estaban muy compenetrados y entre ellos jamás se peleaban. Pasaron los años y se hicieron mayores, pero la amistad no se rompió. Al contrario, cada día se sentían más unidos. Como eran adultos ya no jugaban a cosas de niños, pero seguían reuniéndose para echar partidas de ajedrez, cenar juntos y contarse sus cosas. Eran tan inseparables que hasta construyeron sus casas una junto a la otra. Una noche de invierno, Pedro se despertó sobresaltado. Se puso el abrigo de lana, se calzó unos zapatos y llamó a la puerta de su amigo y vecino. Llamó y llamó varias veces con insistencia hasta que Ramón le abrió. Al verle se asustó. – ¡Pedro! ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? ¿Te pasa algo? Pedro iba a responder, pero su amigo Ramón estaba tan agitado que siguió hablando. – ¿Han entrado a tu casa a robar en plena noche? ¿Te has puesto enfermo y necesitas que te lleve al médico? ¿Le ha pasado algo a tu familia? …¡Dímelo, por favor, que me estoy poniendo muy nervioso y ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea! Su amigo Pedro le miró fijamente a los ojos y tranquilizándole, le dijo: – ¡Oh, amigo, no es nada de eso! Estaba durmiendo y soñé que hoy estabas triste y preocupado por algo. Sentí que tenía que venir para comprobar que sólo era un sueño y que en realidad te encuentras bien. Dime… ¿Cómo estás? Ramón sonrió y miró a Pedro con ternura. – Muchas gracias, amigo. Gracias por preocuparte por mí. Me siento feliz y nada me preocupa. Ven aquí y dame un abrazo. Ramón estaba emocionado. Su amigo había ido en plena noche a su casa sólo para asegurarse de que se encontraba bien y ofrecerle ayuda por si la necesitaba. No había duda de que la amistad que tenían era de verdad. Tanta emoción les quitó el sueño, así que se prepararon un buen chocolate caliente y disfrutaron de una de sus animadas conversaciones hasta el amanecer.
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LA RATITA PRESUMIDA Adaptación del cuento de Fernán Caballero
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rase una vez una linda ratita llamada Florinda que vivía en la ciudad. Como era muy
hacendosa y trabajadora, su casa siempre estaba limpia y ordenada. Cada mañana la decoraba con flores frescas que desprendían un delicioso perfume y siempre reservaba una margarita para su pelo, pues era una ratita muy coqueta. Un día estaba barriendo la entrada y se encontró una reluciente moneda de oro. – ¡Oh, qué suerte la mía! – exclamó la ratita. Como era muy presumida y le gustaba ir siempre a la moda, se puso a pensar en qué bonito complemento podría invertir ese dinero. – Uhmmm… ¡Ya sé qué haré! Iré a la tienda de la esquina y compraré un precioso lazo para mi larga colita. Metió la moneda de oro en su bolso de tela, se puso los zapatos de tacón y se fue derechita a la mercería. Eligió una cinta roja de seda que realzaba su bonita figura y su estilizada cola. – ¡Estoy guapísima! – Dijo mirándose al espejo – Me sienta realmente bien. Regresó a su casita y se sentó en el jardín que daba a la calle principal para que todo el mundo la mirara. Al cabo de un rato, pasó por allí un pato muy altanero. – Hola, Florinda. Hoy estás más guapa que nunca ¿Quieres casarte conmigo? – ¿Y por las noches qué harás? – ¡Cuá, cuá, cuá! ¡Cuá, cuá, cuá! – ¡Uy no, qué horror! – Se espantó la ratita – Con esos graznidos yo no podría dormir. Poco después, se acercó un sonrosado cerdo con cara de bonachón. – ¡Pero bueno, Florinda! ¿Qué te has hecho hoy que estás tan guapa? Me encantaría que fueras mi esposa… ¿Quieres casarte conmigo? – ¿Y por las noches qué harás? – ¡Oink, oink, oink! ¡Oink, oink, oink! – ¡Ay, lo siento mucho! ¡Con esos ruidos tan fuertes yo no podría dormir! Todavía no había perdido de vista al cerdo cuando se acercó un pequeño ratón de campo que siempre había estado enamorado de ella. – ¡Buenos días, ratita guapa! – Le dijo – Todos los días estás bella pero hoy… ¡Hoy estás impresionante! Me preguntaba si querrías casarte conmigo. La ratita ni siquiera le miró. Siempre había aspirado a tener un marido grande y fuerte y desde luego un minúsculo ratón no entraba dentro de sus planes. – ¡Déjame en paz, anda, que estoy muy ocupada hoy! Además, yo me merezco a alguien más distinguido que tú.
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El ratoncito, cabizbajo y con lágrimas en sus pupilas, se alejó por donde había venido. Calentaba mucho el sol cuando por delante de su jardín, pasó un precioso gato blanco. Sabiendo que era irresistible para las damas, el gato se acercó contoneándose y abriendo bien sus enormes ojos azules. – Hola, Florinda – dijo con una voz tan melosa que parecía un actor de cine – Hoy estás más deslumbrante que nunca y eres la envidia del pueblo. Sería un placer si quisieras ser mi esposa. Te trataría como a una reina. La ratita se ruborizó. Era un gato de raza persa realmente guapo ¡Un auténtico galán de los que ya no quedaban! – Sí, bueno… – dijo haciéndose la interesante – Pero… ¿Y por las noches qué harás? – ¿Yo? – Contestó el astuto gato – ¡Dormir y callar! – ¡Pues contigo yo me he de casar! – Gritó la ratita emocionada – ¡Anda, pasa, no te quedes ahí! Te invito a tomar un té y un buen pedazo de pastel. Los dos entraron en la casa. Mientras la confiada damisela preparaba la merienda, el gato se abalanzó sobre ella y trató de comérsela. La ratita gritó tan fuerte que el pequeño ratón de campo que aún andaba por allí cerca, la oyó y regresó corriendo en su ayuda. Cogió una escoba de la cocina y echó a golpes al traicionero minino. Florinda se dio cuenta de que había cometido un grave error: se había fijado en las apariencias y había confiado en quien no debía, despreciando al ratoncillo que realmente la quería y había puesto su vida en peligro para salvarla. Agradecida, le abrazó y decidió que él sería un marido maravilloso. Pocos días después, organizaron una bonita boda y fueron muy felices el resto de sus vidas.
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2.
AMISTAD EL VIEJO PERRO CAZADOR Adaptación de la fábula de Esopo
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abía una vez un hombre que vivía con su perro en una casa apartada de la ciudad. Se había
criado en las montañas y era muy aficionado a la caza. Por supuesto, el chucho siempre le acompañaba, dispuesto a pasar un rato divertido con su querido dueño ¡A los dos les encantaban esos días al aire libre! Juntos paseaban, compartían la comida, bebían agua de fuentes naturales y disfrutaban de largas siestas. Pero no todo era descansar. Cuando tocaba, el perro se adelantaba a su amo y husmeaba el terreno en busca de posibles presas. Estaba atento a cualquier sonido y vigilaba concienzudamente a su alrededor, por si algún incauto animal se dejaba ver por allí. El amo confiaba plenamente en el instinto de su perro ¡Jamás había tenido uno tan fiel y espabilado como él! Pero con el paso de los años, el perro envejeció. Dejó de ser fuerte, dejó de ser ágil, y ya no estaba dispuesto a salir disparado cuando veía a una liebre o una perdiz. Últimamente se quejaba de que los huesos le crujían en cuanto hacía un pequeño esfuerzo. Su tripa había engordado tanto, que en cuanto corría un poco se sofocaba. Tampoco andaba ya muy bien de la vista y el oído le fallaba cada dos por tres. A pesar de todo, seguía sintiéndose un perro cazador y nunca dejaba que su amo saliera sólo al campo. Una tarde, el perro avistó un orondo jabalí. Levantó la punta de las orejas, miró a su amo de reojo y salió corriendo lo más rápido que fue capaz hacia la magnífica presa. El incauto jabalí no le vio llegar y, de repente, sintió cómo unos colmillos se le clavaban en su oreja derecha. Por desgracia para el perro, sus dientes ya no eran afilados y fuertes como antaño. Tenía la boca medio desdentada y la mandíbula había dejado de ser como un implacable cepo. Por mucho que gruñó y apretó, el jabalí dio un par de sacudidas y escapó con una herida sin importancia. En ese momento apareció el dueño; encontró al perro jadeando y con un ataque de tos ¡El pobre casi no podía respirar de tanto esfuerzo que había hecho! En vez de conmoverse, le reprendió. – ¡Eres un desastre! ¡Se te ha escapado el jabalí! ¡Ya no sirves para cazar! El animal le miró lastimosamente y le dijo: – Querido amo… Sigo siendo el mismo perro fiel y cariñoso de siempre con el que usted ha pasado tantos buenos momentos. Lo único que ha cambiado, es que ahora soy mayor y mi cuerpo ya no responde como cuando era joven. Debes recordar lo que he sido para ti, todo lo que hemos vivido juntos, en vez de increparme porque ahora las fuerzas me fallen. El amo recapacitó y sintió mucha ternura por ese animalito al que tanto quería. Tenía razón: el amor hacia él estaba por encima de todo lo demás. Sonriendo, acarició el lomo de su viejo amigo y, despacito, regresaron a casa.
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EL REY Y EL HALCÓN Adaptación del cuento popular de Mongolia
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ace cientos de años existió un rey que gobernaba un enorme imperio. Durante años había ganado
muchas batallas y, fueron tantas sus victorias, que logró conquistar muchos territorios que ahora estaban bajo su mandato. Siempre andaba muy ocupado dirigiendo los asuntos de estado o guerreando con otros pueblos, pero de vez en cuando se tomaba un descanso y practicaba su actividad favorita, que era la caza ¡Esos momentos eran los que más disfrutaba! Seguido por un gran séquito de ayudantes, se adentraba en el bosque y se enorgullecía de capturar las mejores presas. Sobre su brazo, siempre llevaba un halcón manso y fiel. El rey en persona se había encargado de adiestrarlo con esmero para que le ayudara a localizar desde el aire los animales a los que abatir. Un día que la jornada de caza había terminado y empezaba a anochecer, el rey y sus acompañantes tomaron el camino de regreso. En un despiste, el monarca se separó del grupo. Cuando se dio cuenta de que se había quedado solo, intentó orientarse y tomó un camino por el que nunca había pasado. Había sido un día de mucho calor y después de cabalgar durante largo rato, tuvo mucha sed. No llevaba ni gota de agua y por allí no se veía ningún manantial de agua fresca. De repente, algo le llamó la atención. De una roca medio escondida, brotaban lentamente unas gotitas de agua que bajaban de la montaña. Bajó de su caballo y cogió un cuenco que llevaba en su bolsa de armas. Tardó mucho en llenar el recipiente, pero cuando tuvo suficiente agua para dar un trago, se lo acercó a la boca. En ese momento, su querido halcón saltó sobre el tazón y con el pico, se lo quitó de las manos. El rey contempló impotente cómo el agua se derramaba y era absorbida por la tierra seca bajo sus pies. Enfurecido amenazó al halcón, que se había posado en una roca donde el rey no podía alcanzarle. Limpió la taza con la tela de su manga y procedió a llenar de nuevo el cuenco. El agua caía lenta y esto le desesperaba ¡Estaba muerto de sed! Cuando por fin lo consiguió y quiso beber, el halcón remontó el vuelo y con una rapidez pasmosa, empujó el tazón haciéndolo caer. Esta vez el golpe fue tan fuerte que se hizo añicos.
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¡El soberano se enfadó muchísimo! Maldijo al pobre animal y, en un ataque de ira, desenvainó la espada y se la clavó en el pecho. El halcón cayó al suelo fulminado. Pensaba que, a pesar de que le quería mucho, no podía consentir ese comportamiento. Se agachó para recoger los pedazos de taza que habían caído junto a la roca y se quedó petrificado. Una enorme serpiente venenosa se acercaba a él peligrosamente y estaba a punto de lanzarse a su cuello. El soberano dio un salto hacia atrás y corrió en busca de su caballo para alejarse de allí. No había conseguido beber, pero ni siquiera se lamentaba de su sed. Sólo pensaba en su amigo el halcón, que había visto la serpiente venenosa junto a él e intentó avisarle como pudo para que se alejara de la roca. Le había salvado la vida y él le había pagado con la muerte. Le invadió la tristeza y un gran sentimiento de culpabilidad. Durante el resto de su vida echó de menos a su fiel compañero de caza. No pasó un día en que no le recordara con cariño. Nunca volvió a comportarse como un hombre que hace las cosas sin antes pensarlas dos veces. De la tragedia aprendió que, en la vida, no debemos actuar por impulsos y que las decisiones importantes siempre hay que tomarlas después de reflexionar.
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LOS DOS GALLOS Adaptación de la fábula de La Fontaine
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ra una vez una granja en la que convivían muchos animales. En
particular, había dos que se consideraban grandes amigos. Se trataba de dos gallos que desde que eran polluelos se llevaban muy bien. Se turnaban para cantar por las mañanas, compartían la tarea de dirigir el corral y su relación era muy cordial. Sucedió que un día llegó una gallina nueva, tan hermosa y de mirada tan penetrante, que enamoró a los dos gallos a primera vista. Cada día, los gallos intentaban llamar su atención y la colmaban de detalles. Si uno le lanzaba un piropo, el otro le regalaba los mejores granos de maíz del comedero. Si uno cantaba bien, su contrincante en el amor intentaba hacerlo más alto para demostrarle la potencia de su voz. Lo que empezó como un juego acabó convirtiéndose en una auténtica rivalidad. Los gallos empezaron a insultarse y a ignorarse cuando la gallina estaba cerca de ellos. Su amistad se resintió tanto, que un día decidieron que la única solución era organizar una pelea. Quien se alzara vencedor, tendría el derecho de conquistar a la linda gallinita. Salieron al jardín y se liaron a empujones y picotazos hasta que uno de ellos ganó la contienda. Muy ufano, se subió al tejado mientras el otro se alejaba llorando de pena y con un ojo morado. En vez de conmoverse por la tristeza de su amigo, el ganador, desde allí arriba, comenzó a cantar y a vociferar a los cuatro vientos que era el más fuerte del corral y que no había rival que pudiera derrotarle. Tanto gritó, que un buitre que andaba por allí oyó todas esas tonterías y, a la velocidad del rayo, se lanzó muy enfadado sobre él, derribándole de un golpe con su ala gigante. El gallo cayó al suelo malherido y con su orgullo por los suelos. Todos en la granja se rieron de él y, a partir de ese día, aprendió a ser más noble y respetuoso con los demás.
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3. RESPETO EL ANCIANO Y EL NIÑO Adaptación de una antigua fábula de la India
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n anciano y un niño iban juntos viajando con su burrito por los polvorientos
caminos de la India. Sucedió que, tras varias horas andando sin parar, llegaron a un pequeño pueblo. Al pasar por la plazoleta del mercado, dos jóvenes que estaban sentados al fresco, comenzaron a reírse y a gritar para que todo el mundo les escuchara. – ¡Ja, ja, ja! ¿Cómo es posible que ese viejo y ese chaval sean tan idiotas? Vienen de muy lejos caminando y tirando del burro en vez de subirse en él. – ¡Niño! ¿No te da pena el abuelo? ¡Deja que se monte en el burro, que ya es muy mayor y no está para muchos esfuerzos! El niño miró al anciano y, haciendo un gesto con la manita, le invitó a subirse al borrico. Siguieron avanzando y poco después atravesaron una aldea donde todo el mundo andaba muy atareado con sus labores. Parecía que nadie se había dado cuenta de su presencia, pero no… Una mujer que llevaba un bebé en el regazo, comenzó a increparles a viva voz. – ¡Pero qué ven mis ojos! ¿No le da vergüenza ir sentado en el burro cómodamente, mientras el pobre niño tiene que ir andando? El anciano se sonrojó e inmediatamente se bajó del asno. Sujetó a su nieto por la cintura y, ante las miradas de una docena de personas que se habían congregado a su alrededor, le ayudó a subirse al burro. Continuaron su trayecto despacito, pues el anciano tenía cierta cojera y le crujían algunos huesos. Pasaron por un puente de piedra que salvaba un río de aguas agitadas. Un grupo de personas venía en dirección contraria, cargando pesados sacos de cereal. Al pasar por su lado, unos y otros empezaron a cuchichear. Un hombre de mediana edad no pudo evitarlo y se giró para reprenderles. – ¡Jamás había visto nada semejante! El niño tan ricamente subido en el burro y el anciano tirando de la cuerda ¡Qué desagradecida es la gente joven con sus mayores! ¡Deberías tener un poco más de respeto, chaval!
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El anciano y el niño bajaron la cabeza colorados como tomates. Decidieron que la mejor solución, era montarse los dos en el burro y así se acabarían los comentarios maliciosos de la gente. No pasó demasiado tiempo cuando, al atravesar un campo de patatas donde los campesinos se afanaban por recoger la cosecha, oyeron la voz ronca de un tipo que les miraba indignado. – ¡No me lo puedo creer! ¡Eh, fijaos en esos dos! ¡Con lo que pesan, van a matar al burro! ¿No os parece injusto tratar así a un animal? ¡Los pobres ya no sabían qué hacer! Hartos de tanta burla, pararon unos minutos a deliberar y finalmente, optaron por cargar al burro a sus espaldas. Imaginaos la escena: un viejecito y un niño, sujetando como podían a un pollino que les triplicaba en tamaño y pesaba más de cien kilos. Con mucho esfuerzo y envueltos en sudor, consiguieron llegar a la siguiente población que encontraron a su paso. Sólo pensaban en comer y beber algo, tan agotados que estaban. Pero una vez más, al pasar por delante de la taberna, oyeron risotadas y una voz que resonaba por encima de las demás. – ¡Ja, ja, ja! ¡Desde luego, hay que ser tontos! ¡Esos dos tienen un burro y en vez de subirse en él, son ellos quienes van cargados como si fueran animales de carga! ¡Desde luego ese asno ha nacido con suerte! Se formó tal alboroto en torno a ellos, que el pobre burro se asustó y echó a correr hasta que desapareció para siempre. El abuelo y el niño se sentaron en el suelo desconsolados. Comprendieron que había sido un gran error intentar quedar bien con todos: fueron juzgados injustamente y encima, su fiel burrito de había escapado.
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EL PATITO FEO Adaptación del cuento de Hans C. Andersen
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ra una preciosa mañana de verano en el estanque. Todos los
animales que allí vivían se sentían felices bajo el cálido sol, en especial una pata que de un momento a otro, esperaba que sus patitos vinieran al mundo. – ¡Hace un día maravilloso! – Pensaba la pata mientras reposaba sobre los huevos para darles calor – Sería ideal que hoy nacieran mis hijitos. Estoy deseando verlos porque seguro que serán los más bonitos del mundo. Y parece que se cumplieron sus deseos, porque a media tarde, cuando todo el campo estaba en silencio, se oyeron unos crujidos que despertaron a la futura madre. ¡Sí, había llegado la hora! Los cascarones comenzaron a romperse y muy despacio, fueron asomando una a una las cabecitas de los pollitos. – ¡Pero qué preciosos sois, hijos míos! – Exclamó la orgullosa madre – Así de lindos os había imaginado. Sólo faltaba un pollito por salir. Se ve que no era tan hábil y le costaba romper el cascarón con su pequeño pico. Al final también él consiguió estirar el cuello y asomar su enorme cabeza fuera del cascarón. – ¡Mami, mami! – dijo el extraño patito con voz chillona. ¡La pata, cuando le vio, se quedó espantada! No era un patito amarillo y regordete como los demás, sino un pato grande, gordo y negro que no se parecía nada a sus hermanos. – ¿Mami?… ¡Tú no puedes ser mi hijo! ¿De dónde habrá salido una cosa tan fea? – Le increpó – ¡Vete de aquí, impostor! Y el pobre patito, con la cabeza gacha, se alejó del estanque mientras de fondo oía las risas de sus hermanos, burlándose de él. Durante días, el patito feo deambuló de un lado para otro sin saber a dónde ir. Todos los animales con los que se iba encontrando le rechazaban y nadie quería ser su amigo. Un día llegó a una granja y se encontró con una mujer que estaba barriendo el establo. El patito pensó que allí podría encontrar cobijo, aunque fuera durante una temporada. – Señora – dijo con voz trémula- ¿Sería posible quedarme aquí unos días? Necesito comida y un techo bajo el que vivir.
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La mujer le miró de reojo y aceptó, así que durante un tiempo, al pequeño pato no le faltó de nada. A decir verdad, siempre tenía mucha comida a su disposición. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que un día, escuchó a la mujer decirle a su marido: – ¿Has visto cómo ha engordado ese pato? Ya está bastante grande y lustroso ¡Creo que ha llegado la hora de que nos lo comamos! El patito se llevó tal susto que salió corriendo, atravesó el cercado de madera y se alejó de la granja. Durante quince días y quince noches vagó por el campo y comió lo poco que pudo encontrar. Ya no sabía qué hacer ni a donde dirigirse. Nadie le quería y se sentía muy desdichado. ¡Pero un día su suerte cambió! Llegó por casualidad a una laguna de aguas cristalinas y allí, deslizándose sobre la superficie, vio una familia de preciosos cisnes. Unos eran blancos, otros negros, pero todos esbeltos y majestuosos. Nunca había visto animales tan bellos. Un poco avergonzado, alzó la voz y les dijo: – ¡Hola! ¿Puedo darme un chapuzón en vuestra laguna? Llevo días caminando y necesito refrescarme un poco. -¡Claro que sí! Aquí eres bienvenido ¡Eres uno de los nuestros! – dijo uno que parecía ser el más anciano. – ¿Uno de los vuestros? No entiendo… – Sí, uno de los nuestros ¿Acaso no conoces tu propio aspecto? Agáchate y mírate en el agua. Hoy está tan limpia que parece un espejo. Y así hizo el patito. Se inclinó sobre la orilla y… ¡No se lo podía creer! Lo que vio le dejó boquiabierto. Ya no era un pato gordo y chato, sino que en los últimos días se había transformado en un hermoso cisne negro de largo cuello y bello plumaje. ¡Su corazón saltaba de alegría! Nunca había vivido un momento tan mágico. Comprendió que nunca había sido un patito feo, sino que había nacido cisne y ahora lucía en todo su esplendor.
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LA LIEBRE Y LA TORTUGA Adaptación de la fábula de Esopo
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n el campo vivían una liebre y una tortuga. La liebre era muy veloz y se pasaba el día correteando
de aquí para allá, mientras que la tortuga caminaba siempre con aspecto cansado, pues no en vano tenía que soportar el peso de su gran caparazón. A la liebre le hacía mucha gracia ver a la tortuga arrastrando sus gordas patas, mientras que a ella le bastaba un pequeño impulso para brincar con agilidad. Cuando se cruzaban, la liebre se reía de ella y solía hacer comentarios burlones que por supuesto, a la tortuga no le parecían nada bien. – ¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja! A ese paso no llegarás a tiempo a ninguna parte ¿Qué harás el día que tengas una emergencia? ¡Acelera, acelera! Un día, la tortuga se hartó de tal modo, que se enfrentó a la liebre. – Tú serás veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera. – ¡Ja, ja, ja! ¡Ay que me parto de risa! ¡Pero si hasta una babosa es más rápida que tú! – contestó la liebre mofándose y riéndose a mandíbula batiente. – Si tan segura estás – insistió la tortuga – ¿Por qué no probamos? – ¡Cuando quieras! – respondió la liebre con chulería. – ¡Muy bien! Nos veremos mañana a esta misma hora junto al campo de girasoles ¿Te parece? – ¡Perfecto! – asintió la liebre guiñándole un ojo con cara de insolencia. La liebre dando saltitos y la tortuga con la misma tranquilidad de siempre, se fueron cada una por su lado. Al día siguiente ambas se reunieron en el lugar que habían convenido. Muchos animales asistieron como público, pues la noticia de tan curiosa prueba de atletismo había llegado hasta los confines del bosque. Una familia de gusanos, durante la noche, se había encargado de hacer surcos en la tierra para marcar la pista de competición. La zorra fue elegida para marcar con unos palos las líneas de salida y de meta, mientras que un nervioso cuervo se preparó a conciencia para ser el árbitro. Cuando todo estuvo a punto y al grito de “Preparados, listos, ya”, la liebre y la tortuga comenzaron la carrera. La tortuga salió a paso lento, como era habitual en ella. La liebre, en cambio, salió disparada, pero viendo que le llevaba mucha ventaja, se paró a esperarla y de paso, se burló un poco de ella. – ¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro! – Gritó fingiendo un bostezo – ¡Como no corras más esto no tiene emoción para mí! La tortuga alcanzó a la liebre y ésta volvió a dar unos cuantos saltos para situarse unos metros más adelante. De nuevo la esperó y la tortuga tardó varios minutos en llegar hasta donde estaba, pues andaba muy despacito. – ¡Te lo dije, tortuga! Es imposible que un ser tan calmado como tú pueda competir con un animal tan ágil y deportista como yo. A lo largo del camino, la liebre fue parándose varias veces para esperar a la tortuga, convencida de que le bastaría correr un poquito en el último momento para llegar la primera. Pero algo sucedió… A pocos metros de la meta, la liebre se quedó dormida de puro aburrimiento así que la tortuga le adelantó y dando pasitos cortos pero seguros, se situó en el primer puesto. Cuando la tortuga estaba a punto de cruzar la línea de meta, la liebre se despertó y echó a correr lo más rápido que pudo, pero ya no había nada que hacer. Vio con asombro e impotencia cómo la tortuga se alzaba con la victoria y era ovacionada por todos los animales del bosque. La liebre, por primera vez en su vida, se sintió avergonzada y jamás volvió a reírse de la tortuga.
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4. SOLIDARIDAD EL MONSTRUO DEL LAGO Adaptación del cuento popular de África
É
rase una vez una preciosa muchacha llamada Utombina, hija del rey de una
tribu africana. A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la comarca porque en él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba, devoraba a todo aquel que merodeaba por allí Nadie, ni de día ni de noche, osaba acercarse a muchos metros a la redonda de ese lugar. Utombina, en cambio, valiente y curiosa por naturaleza, estaba deseando conocer el aspecto de ese monstruo que tanto miedo daba a la gente. Un año llegó el otoño y con él tantas lluvias, que toda la región se inundó. Muchos hogares se vinieron abajo y los cultivos fueron devorados por las aguas. La joven Utombina pensó que quizá el monstruo tendría una solución a tanta desgracia y pidió permiso a sus padres para ir a hablar con él. Aterrorizados, no sólo se negaron, sino que le prohibieron terminantemente que se alejara de la casa. Pero no hubo manera; Utombina, además de valiente, era terca y decidida, así que reunió a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo. La hija del rey dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más alto en el cielo, el grupo de muchachas llegó al lago. En apariencia todo estaba muy tranquilo y el lugar les parecía encantador. Se respiraba aire puro y el agua transparente dejaba ver el fondo de piedras y arena blanca. La caminata había sido dura y el calor intenso, así que nada les apetecía más que darse un buen chapuzón. Entre risas, se quitaron la ropa, las sandalias y las joyas, y se tiraron de cabeza. Durante un buen rato, nadaron, bucearon y jugaron a salpicarse unas a otras. Tan entretenidas estaban que no se dieron cuenta de que el monstruo, sigilosamente, se había acercado a la orilla por otro lado y les había robado todas sus pertenencias. Cuando la primera de las muchachas salió del agua para vestirse, no encontró su ropa y avisó a todas las demás de lo que había sucedido. Asustadísimas comenzaron a gritar y a preguntarse qué podían hacer ¡No podían volver desnudas al pueblo! Se acercaron al lago y, en fila, comenzaron a llamar al monstruo. Entre llantos, le rogaron que les devolviera la ropa. Todas menos Utombina, que como hija del rey, se negaba a humillarse y a suplicar nada de nada. El monstruo escuchó las peticiones y, asomando la cabeza, comenzó a escupir prendas, anillos y pulseras, que las chicas recogieron rápidamente. Devolvió todo lo que había robado excepto las cosas de la orgullosa Utombina. Las chicas querían volver, pero ella seguía negándose a implorar y se quedó inmóvil, en la orilla, mirando al lago. Su actitud consiguió enfadar al monstruo que, en un arrebato de ira, salió inesperadamente del lago y de un bocado se la tragó. Todas las jovencitas volvieron a chillar presas del pánico y corrieron al pueblo para contar al rey lo que había sucedido. Destrozado por la pena, decidió actuar: reclutó a su ejército y lo envió al lago para acabar con el horrible ser que se había comido a su niña.
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Cuando los soldados llegaron armados hasta los dientes, el monstruo se dio cuenta de sus intenciones y se enfureció todavía más. A manotazos, empezó a atrapar hombres de dos en dos y a comérselos sin darles tiempo a huir. Uno delgaducho y muy hábil se zafó de sus garras, pero el monstruo le persiguió sin descanso hasta que, casualmente, llegó a la casa del rey. Para entonces, de tanto comer, su cuerpo se había transformado en una bola descomunal que parecía a punto de explotar. El monarca, muy hábil con el manejo de las armas, sospechó que su hija y los soldados todavía podrían estar vivos dentro de la enorme barriga, y sin dudarlo ni un segundo, comenzó a disparar flechas a su ombligo. Le hizo tantos agujeros que parecía un colador. Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los hombres que habían sido engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus ojos, sana y salva, fue su preciosa hija. El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Utombina su valentía. Gracias a su orgullo y tozudez, habían conseguido acabar con él para siempre.
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LA SOPA DE PIEDRA Adaptación del cuento popular portugués
E
n cierta ocasión, un viajero que iba cargado con un ligero petate y una olla vacía, llegó a un
pueblo que no conocía. Llevaba días caminando y estaba sucio, cansado y sobre todo hambriento. Se dirigió a la plaza y vio que estaba muy animada. Entre el bullicio distinguió a algunas personas sentadas degustando buenos trozos de queso con pan de hogaza y refrescándose a base de beber vino de la última cosecha. Se acercó a ellas y les pidió por favor si podían invitarle a comer algo pues hacía más de dos días que no se llevaba nada a la boca. Por desgracia, nadie quiso compartir con él ni unas migajas. Entristecido pero sin perder el ánimo, avistó una fogata en medio de la plazoleta. Cogió su olla, la llenó de agua en la fuente pública y metió dentro una piedra limpia y lisa del tamaño de una naranja. La gente, extrañada, se acercó a él. – ¿Qué hace usted? ¿Acaso va a cocinar un pedrusco? – le preguntó un lugareño descarado, cuya voz sobresalió entre los murmullos de la gente que se miraba con cara de asombro – Tengo una piedra que podría decirse que es mágica y hace la mejor sopa del mundo. Ahora mismo ustedes van a comprobarlo con sus propios ojos. Decenas de personas se arremolinaron en torno al viajero ¿Una sopa mágica? ¡Eso había que verlo! La expectación era máxima. Cuando el agua empezó a hervir, el extraño vagabundo sacó una cuchara de su bolsa y la probó. – ¡Uhmmm!… ¡Qué rica está quedando mi sopa! Claro que si tuviera algo de carne estaría más sabrosa… Uno de los lugareños le dio un pedazo de jamón que acababa de comprar. – Pruebe a echarle esto, a ver si ayuda a mejorar su sabor. Al rato, el viajero la probó de nuevo. – Realmente está más rica, pero con un poco de verdura quedaría aún más exquisita – exclamó en alto para que todos le escucharan. Una mujer que salía del mercado y se había unido al curioso grupo, también quiso contribuir a esa curiosa receta. – Tenga… unas zanahorias y unas berzas para añadir al caldo. El hombre las aceptó encantado, las echó al a olla y se llevó un poco de líquido caliente a los labios. – ¡Qué maravilla! Pocas veces he comido algo tan delicioso… ¿Alguien tiene media docena de patatas y un poco de sal para realzarla un poco más? ¡Esto ya está casi está! – ¡Yo tengo! – Dijo un muchacho deseoso de probar la sopa – Espere un momento que me acerco a casa y ahora mismo le traigo lo que le falta. Tal como había prometido, el chico apareció minutos después con las patatas y la sal, que fueron a parar a la cazuela junto con los demás ingredientes. Cuando la sopa estaba en su punto, el viajero dijo a todos los allí presentes que fueran a buscar un plato ¡Tenían que probar aquella maravilla! Hombres, mujeres y niños degustaron la sopa de piedra y la encontraron espectacular. El perspicaz e inteligente viajero había conseguido que la gente del pueblo creyera que estaba tan rica por los efectos mágicos de la piedra, cuando en realidad, estaba buenísima porque entre todos habían llenado la olla de buena comida y sabrosos condimentos.
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EL LORO QUE PEDÍA LIBERTAD Adaptación del cuento popular de la India
E
n la India todo el mundo conoce la historia de un loro muy peculiar que, por lo visto,
tenía muchas ansias de ser libre. El pájaro en cuestión vivía con su dueño, un hombre mayor de barba blanca y mirada cansada, que le cuidaba con cariño. El animal era un regalo que había recibido en su juventud, por lo que llevaban juntos casi media vida, haciéndose compañía el uno al otro. Dentro de la jaula, el loro tenía un comedero y agua siempre fresquita. Jamás había salido de ella y se limitaba a observar el mundo desde su pequeño hogar enrejado. Un día, el anciano invitó a un amigo a tomar el té a su casa. Cuando llegó, se sentaron cómodamente junto al ventanal que daba al jardín ¡Qué relajante era contemplar los árboles en flor mientras disfrutaban de la rica bebida caliente y una animada charla! De repente, el loro, que observaba con atención cada uno de sus movimientos, comenzó a gritar: – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Los dos amigos ignoraron los agudos chillidos del pájaro y continuaron conversando, pero enseguida les interrumpió otra vez. – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Nada… El loro no se callaba e insistía en que le dejaran libre. El invitado empezó a agobiarse y a sentir pena por el animalito allí encerrado ¡En el fondo era un ave y las aves gozan siendo libres y volando por el cielo!…Durante toda la tarde, el loro siguió gritando como un loco. Cuando llegó hora la de despedirse, el anfitrión, muy cortésmente, acompañó a su invitado hasta la puerta. El hombre se alejó a paso rápido, pero parecía que los alaridos del loro le perseguían por el camino, tan fuertes que eran. – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
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Por la noche no pudo dormir. Ese loro encerrado le daba mucha lástima y no podía quitarse la repetitiva cantinela de la cabeza. ¿Y si le ayudaba?… El anciano era su amigo, pero por otra parte, no podía ignorar que el loro pedía auxilio desesperadamente. Si quería ser libre, tenía que hacer algo por él. Decidió que al día siguiente iría de incógnito a la casa del viejo. Una vez allí, esperaría a que se fuera a hacer la compra diaria al mercado y, en cuanto se ausentara, entraría y liberaría al loro. Tal como lo pensó, lo hizo. Se escondió tras un arbusto y, en cuanto su amigo salió, como siempre caminando a paso lento y ayudándose con un bastón para no caerse, se infiltró sigilosamente en la casa por una ventana abierta. Recorrió las habitaciones y por fin llegó hasta donde estaba el loro, que en ese momento dormía plácidamente. El animal, en cuanto escuchó un ruidito, abrió el pico y comenzó a vociferar. – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! ¡No tenía otra opción! La insistencia del loro disipó todas sus dudas y se convenció a sí mismo de que lo que iba a hacer era lo correcto. Se acercó rápidamente a la jaula, sacó un alambre del bolsillo, lo introdujo en la cerradura y la puertecita se abrió de par en par. Pero cuál sería su sorpresa cuando, el loro, en vez de aprovechar la oportunidad y lanzarse al vuelo para escapar, puso cara de espanto y se agarró con fuerza a los barrotes como diciendo que no saldría ni de broma. Lo curioso del asunto, es que seguía chillando: – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! El hombre se quedó de piedra ¿Tanto pedir libertad y ahora no quiere salir?… Intentó encontrar una explicación a ese extraño comportamiento y llegó a una certera conclusión: – A este lorito miedoso le pasa lo mismo que a los seres humanos; hay muchas personas que tienen deseos de libertad, de ver mundo, de hacer cosas que siempre soñaron, pero están tan acostumbrados a las comodidades y a la seguridad del hogar que, a la hora de la verdad, se aferran a lo conocido y no tienen la valentía de probar. Cerró de nuevo la pequeña puerta de la jaula y se fue por donde había venido, contento al menos de haberle dado la oportunidad de ser libre.
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5. RESPONSABILIDAD EL LOBO Y LAS SIETE CABRITILLAS Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm
H
abía una vez una cabra que tenía siete cabritillas. Todas ellas eran preciosas, blancas y
de ojos grandes. Se pasaban el día brincando por todas partes y jugando unas con otras en el prado. Cierto día de otoño, la mamá cabra le dijo a sus hijitas que tenía que ausentarse un rato para ir al bosque en busca de comida. – ¡Chicas, acercaos! Escuchadme bien: voy a por alimentos para la cena. Mientras estoy fuera no quiero que salgáis de casa ni abráis la puerta a nadie. Ya sabéis que hay un lobo de voz ronca y patas negras que merodea siempre por aquí ¡Es muy peligroso! – ¡Tranquila, mamita! – Contestó la cabra más chiquitina en nombre de todas – Tendremos mucho cuidado. La madre se despidió y al rato, alguien golpeó la puerta. – ¿Quién es? – dijo una de las pequeñas. – Abridme la puerta. Soy vuestra querida madre. – ¡No! – Gritó otra – Tú no eres nuestra mamá. Ella tiene la voz suave y dulce y tu voz es ronca y fea. Eres el lobo… ¡Vete de aquí! Efectivamente, era el malvado lobo que había aprovechado la ausencia de la mamá para tratar de engañar a las cabritas y comérselas. Enfadadísimo, se dio media vuelta y decidió que tenía que hacer algo para que confiaran en él. Se le ocurrió la idea de ir a una granja cercana y robar una docena de huevos para aclararse la voz. Cuando se los había tragado todos, comprobó que hablaba de manera mucho más fina, como una auténtica señorita. Regresó a casa de las cabritas y volvió a llamar. – ¿Quién llama?- escuchó el lobo al otro lado de la puerta. – ¡Soy yo, hijas, vuestra madre! Abridme que tengo muchas ganas de abrazaros. Sí… Esa voz melodiosa podría ser de su mamá, pero la más desconfiada de las hermanas quiso cerciorarse.
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– No estamos seguras de que sea cierto. Mete la patita por la rendija de debajo de la puerta. El lobo, que era bastante ingenuo, metió la pata por el hueco entre la puerta y el suelo, y al momento oyó los gritos entrecortados de las cabritillas. – ¡Eres el lobo! Nuestra mamá tiene las patitas blancas y la tuya es oscura y mucho más gorda ¡Mentiroso, vete de aquí! ¡Otra vez le habían pillado! La rabia le enfurecía, pero no estaba dispuesto a fracasar. Se fue a un molino que había al otro lado del riachuelo y metió las patas en harina hasta que quedaron totalmente rebozadas y del color de la nieve. Regresó y llamó por tercera vez. – ¿Quién es? – Soy mamá. Dejadme pasar, chiquitinas mías – dijo el lobo con voz cantarina, pues aún conservaba el tono fino gracias al efecto de las yemas de los huevos. – ¡Enséñanos la patita por debajo de la puerta! – contestaron las asustadas cabritillas. El lobo, sonriendo maliciosamente, metió la patita por la rendija y… – ¡Oh, sí! Voz suave y patita blanca como la leche ¡Esta tiene que ser nuestra mamá! – dijo una cabrita a las demás. Todas comenzaron a saltar de alegría porque por fin su mamá había regresado. Confiadas, giraron la llave y el lobo entró dando un fuerte empujón a la puerta. Las pobres cabritas intentaron esconderse, pero el lobo se las fue comiendo a todas menos a la más joven, que se camufló en la caja del gran reloj del comedor. Cuando llegó mamá cabra el lobo ya se había largado. Encontró la puerta abierta y los muebles de la casa tirados por el suelo ¡El muy perverso se había comido a sus cabritas! Con el corazón roto comenzó a llorar y de la caja del reloj salió muy asustada la cabrita pequeña, que corrió a refugiarse en su pecho. Le contó lo que había sucedido y cómo el malvado lobo las había engañado. Entre lágrimas de amargura, su madre se levantó, cogió un mazo enorme que guardaba en la cocina, y se dispuso a recuperar a sus hijas. – ¡Vamos, chiquitina! ¡Esto no se va a quedar así! Salgamos en busca de tus hermanas, que ese bribón no puede andar muy lejos – exclamó con rotundidad. Madre e hija salieron a buscar al lobo. Le encontraron profundamente dormido en un campo de maíz. Su panza parecía un enorme globo a punto de explotar. La madre, con toda la fuerza que pudo, le dio con el mazo en la cola y el animal pegó un bote tan grande que empezó a vomitar a las seis cabritas, que por suerte, estaban sanas y salvas. Aullando, salió despavorido y desapareció en la oscuridad del bosque. -¡No vuelvas a acercarte a nuestra casa! ¿Me has oído? ¡No vuelvas por aquí! – le gritó la mamá cabra. Las cabritas se abrazaron unas a otras con emoción. El lobo jamás volvió a amenazarlas y ellas comprendieron que siempre tenían que obedecer a su mamá y jamás fiarse de desconocidos.
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EL REY PRUDENTE Adaptación del cuento tradicional de Asia
H
abía una vez un rey que vivía en un lejano
país asiático. Era un hombre muy querido por todos. No era ambicioso y estaba convencido de que las guerras no servían para nada. Su lema era que su pueblo fuera feliz, tuviera trabajo y viviera en paz. Todos le consideraban un monarca justo y trabajador. Vivía con a su familia en un palacio bastante sencillo y sin grandes lujos, pues no quería suscitar envidias entre sus súbditos. Cierto día, el mayordomo entró en sus aposentos para comunicarle que la mesa estaba servida, así que bajó hasta el comedor dispuesto a devorar un delicioso plato de arroz con brotes de soja ¡Qué bien preparaban la comida en las cocinas de palacio! Se sentó en su silla de siempre y, cuando se disponía a coger los palillos para comer, se quedó observándolos y llamó a su consejero. – Dígame, señor… ¿En qué puedo ayudarle? – Llevo años utilizando estos palillos. La madera ya está muy desgastada y necesito que me traigáis otros. Quiero que habléis con el orfebre y le encarguéis unos palillos de marfil y esmeraldas para mí. El consejero, un anciano bajito y huesudo, clavó su mirada profunda en el rey, quien al momento comprendió que tenía algo muy importante que decirle. – Majestad… Le comunico que dejo mi cargo de consejero. Si es posible, busque a alguien que me sustituya antes del anochecer.
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El rey se quedó de piedra ¿Por qué le decía eso? ¿Sólo porque le había pedido unos nuevos palillos? No entendía nada. – ¿Qué te sucede? ¿Por qué ya no quieres seguir trabajando para mí? – preguntó el rey extrañadísimo. – Verá, majestad… No puedo atender a vuestra petición. El rey no salía de su asombro y el fiel consejero continuó su explicación. – Usted me pide que cambie sus modestos palillos de madera por otros de marfil y esmeraldas. Estoy seguro de que una vez que los tengáis, querréis que el orfebre os haga una vajilla de oro. Cuando os veáis rodeado de semejante lujo, diréis que vuestras ropas no son las adecuadas para sentarse a una mesa tan elegante y encargaréis a vuestro sastre que os haga capas de seda y zapatos de terciopelo. El consejero paró para tomar aliento. Su voz llenaba el salón y el silencio entre los asistentes era absoluto. Sólo se rompió cuando el rey le pidió que continuara hablando. – Siga, por favor… – Señor, uno no debe dejarse llevar por la ambición. Cuanta más riqueza tenga, más querrá. Llegará un momento en que sus caprichos no tendrán límite. Otros reyes, en el pasado, pecaron de avaricia: siempre querían más y más y acabaron convirtiéndose en tiranos con su pueblo. Yo no quiero que esto le suceda a vos, pues le aprecio como rey y como amigo. Y si es así, yo no quiero estar aquí para verlo. El rey comenzó a llorar emocionado. Las lágrimas resbalaban lentamente por sus redondas mejillas. Los consejos que acababa de escuchar le habían llegado al corazón. – Tienes toda la razón – dijo con voz serena – No necesito nada de Gracias por ser tan sincero conmigo. El rey cogió los viejos palillos de madera y con una sonrisa dibujada en su cara, comenzó a degustar la comida, que ese día le supo más rica que nunca. La historia corrió de boca en boca por todo el reino y desde ese día, sus súbditos le bautizaron como “El Rey Prudente”.
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EL LABRADOR Y EL ÁRBOL Adaptación de la fábula de Esopo
H
abía una vez un campesino que se pasaba el día cuidando sus tierras. En ellas crecían
muchos productos de la huerta y decenas de árboles frutales. Con mucho esmero cultivaba hortalizas con las que después elaboraba deliciosos guisos y sopas. En cuanto a los árboles, le proporcionaban ricas manzanas, naranjas jugosas y otras frutas maduradas al sol. Arrinconado, en una esquina de la finca, había un arbolito que nunca daba frutos. Era pequeño y ni siquiera en primavera nacía de él una sola flor. Era un árbol tan feo que la mayoría de los animales le ignoraban, pues sólo tenían ojos para los frondosos y floridos árboles que abundaban por allí. Parecía que su única misión en la vida era servir de refugio a los gorriones y a una familia de cigarras de esas que no paran cantar a todas horas. Un día, el labrador se hartó de verlo y decidió deshacerse de él. – ¡Ahora mismo voy a acabar con ese árbol! No me sirve para nada, afea mi finca y sólo está ahí para incordiar. Abrió la caja de herramientas, se puso unos guantes y empuñó un hacha afiladísima. Atravesó sus ricas tierras y se acercó al árbol, dispuesto a talarlo. Justo antes del primer impacto sobre el tronco, los gorriones comenzaron a suplicar. – ¡No, por favor, no lo hagas! – ¡Claro que lo haré! La vida de este árbol ha llegado a su fin. – ¡No, no! Este arbolito es nuestro hogar. Sus hojas, aunque son pequeñas, nos protegen del sol y aquí construimos nuestros nidos. – ¡Y a mí qué me importa! Es un árbol horrible e inútil. Sin atender a las súplicas de los pajaritos, asestó su primer hachazo. El árbol se tambaleó un poco y el ruido despertó a las cigarras que se escondían en la corteza del tronco. Un poco mareadas, se encararon con el campesino. – ¿Pero qué hace? – ¡No mate este árbol, por favor! – ¿Quién me habla? – ¡Somos nosotras, las cigarras! Estamos frente a usted, en el árbol. Si lo destruye, no sabremos a dónde ir. Es nuestra casa desde hace años y somos felices viviendo aquí. – ¡Paparruchas! ¡No me vais a convencer! Usaré la madera para encender la chimenea en invierno ¡Vuestra vida y vuestros problemas me dan igual!
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Atizó otro golpe al árbol y todos los animalillos tuvieron que aferrarse a él con fuerza para no rodar al suelo ¡Todo parecía perdido! Cuando dio el tercer golpe, el hacha impactó en una rama donde había un panal. Sin querer lo rozó y abrió en él una fina grieta. Gotitas de miel comenzaron a caer sobre su cara y resbalaron por sus labios. ¡Qué rica estaba! ¡Quién le iba a decir que escondido entre las ramas había un panal de rica miel! Tiró la herramienta y saboreó el néctar de oro hasta el empacho. No, pensándolo mejor, no podía talarlo. Miró a los animales, y les dijo: – ¡Está bien! ¡Este árbol se queda aquí! A partir de ahora, lo mimaré para que las abejas vivan a gusto y fabriquen miel para mí. Los animales respiraron tranquilos pero, en el fondo, se sintieron muy tristes al darse cuenta del egoísmo del labrador. No preservó el árbol por afecto a la naturaleza ni por respeto a quienes vivían en él, sino porque al descubrir el panal, vio que podía sacarle provecho. Moraleja: hay que hacer el bien y ser justos con los que nos rodean por amor, por lealtad y por humanidad. Es muy egoísta hacerlo, como el protagonista de la fábula, sólo porque podemos obtener un beneficio.
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ABUELITO DIME TU
Abuelito dime tu, que sonidos son los que oigo yo, Abuelito dime tu, porque yo en la nube voy. Dime porque huele el aire así, dime porque yo soy tan feliz. Abuelito, nunca yo de ti me alejaré. Abuelito dime tu, lo que dice el viento en su canción Abuelito dime tu, porque llovió, porque nevó. Dime porque, todo blanco es, dime porque yo soy tan feliz Abuelito, nunca yo de ti me alejaré. Abuelito dime tu, si el árbol a mí me puede hablar, Abuelito dime tu, porque la luna ya se va. Dime porque hasta aquí subí dime porque yo soy tan feliz. Abuelito, nunca yo de ti me alejaré
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Arroz con leche Arroz con leche Me quiero casar Con una señorita de San Nicolás Que sepa coser Que sepa bordar Que sepa abrir la puerta para ir a jugar Yo soy la viudita del barrio del Rey me quiero casar y no sé con quien Con esta sí con esta no con esta señorita me caso yo Arroz con leche Me quiero casar Con una señorita de San Nicolás Que sepa coser Que sepa bordar Que sepa abrir la puerta para ir a jugar Yo soy la viudita del barrio del Rey me quiero casar y no sé con quien Con esta sí con esta no con esta señorita me caso yo.
Lavarse las manos,
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A comer Vivo dentro del reloj yo soy el pájaro cucú en el cuarto de un niñito tan travieso como tú
Sentarse a la mesa,Esta noche entró a la pieza un ratoncito y le voy a preguntar Pedir la comida, que es lo que viene a buscar Así es como se empieza. Lavarse las manos,Me contaron que este niño Sentarse a la mesa, que aquí duerme también Pedir la comida, ha perdido un dientecito Así es como se empieza y lo vengo a recoger A comerse la sopa, buscaré bajo la almohada y por él le pagaré A comerse el arroz, tres monedas A comerse la carne, y un billete de papel Que mamita preparó Si no comes no hay merienda Ni paseos ni diversión Si no comes no hay amigos Ni verás televisión Tiqui tiqui tiqui tiqui Los dientitos tiqui van Triturando la comida El niñito va a engordar Tiqui tiqui tiqui Los dientitos tiqui van Triturando la comida El niñito va a engordar A Comer. A comer
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Ratoncito Cuéntame mi ratoncito para yo poder contar cuéntame de dónde vienes cuéntame a dónde vas cuéntame que es lo que haces con los dientes de los niños que de noche oscura vienes a buscar Los llevo a mi reina su ratona majestad que los usa como perlas en un enorme collar tiene tanta, tantas vueltas que se pierden en el mar esa si es una reina de verdad hasta luego ratoncito vuelve pronto otra vez a mi niño tempranito esta historia contaré y al buscar bajo la almohada sorprendido encontrará las tres monedas y el billete de papel
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Los cochinitos Los cochinitos ya están en la cama, muchos besitos les dio su mamá, y calientitos todos con pijama dentro de un rato los tres roncarán. Uno soñaba que era Rey y de momento quiso un pastel su real ministro le hizo traer quinientos pasteles nomás para él. Otro soñaba que en el mar en una barca iba a remar más de repente a embarcar Se cayó de la cama y se puso a llorar. Los cochinitos ya están en la cama, muchos besitos les dio su mamá, y calientitos los tres en pijama dentro de un rato los tres roncarán. El más pequeño de los tres un cochinito lindo y cortés ese soñaba con trabajar para ayudar a su pobre mamá. Y así soñando sin despertar los cochinitos pueden jugar ronca que ronca y vuelve a roncar a país de los sueños se van a pasear.
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El patio de mi casa "El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás. Agáchate, y vuélvete a agachar, que los agachaditos no saben bailar. H, i, j, k l, m, n, o... que si tú no me quieres otro amante tendré yo. Si vienes a este corro, aprende a cantar: correrás si yo corro, como los demás. Levántate y vuélvete a levantar, que los levantaditos sí saben bailar. H, i, j, k, l, m, n, o... que si tú a mi me quieres mucho más te quiero yo."
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QUE LLUEVA, QUE LLUEVA"
""Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan... Que s铆, que no, que caiga un chaparr贸n con az煤car y turr贸n.
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"CUCÚ, CANTABA LA RANA..."
Cucú, cantaba la rana cucú, debajo del agua. Cucú, pasó un caballero, cucú, con capa y sombrero. Cucú, pasó una señora, cucú, con traje de cola. Cucú, pasó un marinero, cucú, vendiendo romero. Cucú, le pidió un ramito cucú, no le quiso dar... ¡cucú! ¡y se echó a llorar!
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"EL SEテ前R DON GATO" Estaba el seテアor Don Gato sentadito en su tejado, marramamiau, miau, miau, sentadito en su tejado... Ha recibido una carta, que si quiere ser casado, marramamiau, miau, miau, que si quere ser casado... Con una gatita blanca, sobrina de un gato pardo, marramamiau, miau, miau, sobrina de un gato pardo... Al recibir la noticia, se ha caテュdo del tejado, marramamiau, miau, miau, se ha caテュdo del tejado... Se ha roto siete costillas, el espinazo y el rabo, marramamiau, miau, miau, el espinazo y el rabo... Ya lo llevan a enterrar por la calle del mercado marramamiau, miau, miau, por la calle del mercado... Al olor de las sardinas Don Gato ha resucitado marramamiau, miau, miau, Don Gato ha resucitado... Por eso dice la gente: "siete vidas tiene un gato" marramamiau, miau, miau, "siete vidas tiene un gato"...
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TENGO UNA MUÑECA VESTIDA DE AZUL
Tengo una muñeca vestida de azul, con sus zapatitos y su canesú. La lleve a la playa se me constipó, la lleve a la casa la niña lloro. Brinca la tablita yo ya la brinque brincala de nuevo yo ya me cansé. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho, dieciséis.
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EL BURRO ENFERMO
A mi burro, a mi burro le duele la cabeza, el médico le ha puesto una corbata negra. A mi burro, a mi burro le duele la garganta, el médico le ha puesto una corbata blanca. A mi burro, a mi burro le duelen las orejas, el médico le ha puesto una gorrita negra. A mi burro, a mi burro le duelen las pezuñas, el médico le ha puesto emplasto de lechuga. A mi burro, a mi burro le duele el corazón el médico le ha dado jarabe de limón. A mi burro, a mi burro ya no le duele nada el médico le ha dado jarabe de manzana.
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EL BARQUITO CHIQUITITO
Había una vez un barquito chiquitito, (bis) que no sabía, que no podía, que no podía navegar, pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas, pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas, y aquel barquito y aquel barquito y aquel barquito navegó. y si esta historia, parece corta, volveremos, volveremos, a empezar, había una vez un barquito chiquitito (bis) que no sabía, que no podía, que no podía, navegar….
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Un partido de fútbol entre el equipo de los elefantes contra el equipo de los gusanos. El partido estaba muy descompensado. Tanto que a diez minutos del final iban ganando los elefantes por 50-0. Pero, de repente, el equipo de los gusanos hace un cambio y sale el ciempiés. El ciempiés empieza a meter un gol tras otro y al final del partido quedan 50-75. Al final del partido, el capitán de los elefantes, incrédulo, se acerca al vestuario de los gusanos y le pregunta a uno… - ¡Qué portento de jugador! ¿Por qué no lo habéis sacado antes? - Es que estaba terminando de atarse las botas.
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A Ricardo sus papás le han regalado un loro. Era un loro ya mayor, muy bonito él. Pero tenía una muy mala costumbre: ERA MAL ADUCADO. Ricardo intentaba corregir esa actitud del loro. Primero con mucha paciencia, con palabras bonitas y con mucha educación… pero el loro no le hacía ni caso!! Le ponía música suave… siempre le trataba con mucho cariño… pero nada: el loro seguía a la suya!!! Un día Ricardo se le acabó la paciencia y metió al loro en el congelador. Durante unos minutos escuchó los gritos del loro pero al poco se calló. Pero Ricardo estaba arrepentido y rápidamente abrió la puerta del congelador. El loro salió con cara de miedo y le dijo a Ricardo: "Siento mucho haberte ofendido con mi palabrotas. ¡¡Perdóname, no diré ninguna más!!" Ricardo estaba sorprendidísimo por el cambio en la actitud del loro y no sabía muy bien lo que lo había hecho cambiar de esa manera. Cuando el loro continuó y le dijo…." Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? ¿¿Qué fue lo que hizo el pollo??"
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Un amigo le dice a otro… - Oye, ¡que mi gato ha herido a tu perro! - Pero cómo va a herir tu gato a mi perro. Si mi perro es un Doberman que mide dos metros!! - Ah, ya, ya lo sé. Pero es que mi gato mecánico del carro de mi padre.
Una madre mosquito le dice a sus hijos mosquititos: “Hijos, tened mucho cuidado con los humanos y no os acerquéis a ellos ya que siempre quieren matarnos” Pero uno de los mosquitos le dijo: “No, mami, eso no es cierto. El otro día un humano se pasó la tarde aplaudiéndome.
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Jaimito le pregunta a su madre: “¿Mamá, qué es lo que tienes en la barriga?” Y su madre le contesta: “Pues tengo un bebé que me ha regalado tu padre.” El niño la mira con cara de susto y sale corriendo hasta dónde está su padre y le dice: “¡¡Papá, Papá!! ¡¡No le regales más bebés a mamá porque se los come!!”
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Un niño entra a una óptica y le dice al vendedor: - Quiero comprar unas gafas, por favor. El vendedor le pregunta: - ¿Para el sol? Y el niño responde: - No. ¡Para mí!
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Migas de risa
Érase que se era la historia de Elisa, la pastelera. Amasaba alegría Elisa, de trozo en trozo, con montañas de harina, huevo… ¡y migas llenas de risa! Milhojas de salsa y fresa para Señora Tristeza. Bizcocho de risa y coco para Don Paco ¡y poco! [¡Que de la risa se cae el moco!] Érase que se era en una asombrosa aldea, la historia de Elisa, la pastelera.
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Bailaba la niña alegre Bailaba la niña alegre en una noche estrellada. Movíase, al son del aire, bajo la luna de plata. ¡Cómo bailaba la niña! ¡Cómo la niña bailaba! Con ojos como dos faros y finas pestañas bordadas. Con el corazón muy blanco y mariposas en el alma. Danzaba la alegre niña bajo la noche estrellada Cómo bailaba la niña, cómo la niña bailaba.
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Bichín colorado A la fresca de junio nació,
Bicho, bichín, bichón. Tras la alegría de mayo, como un ratón. Con sonrosadas mejillas y dedos muy largos. Con la sonrisa pintada ¡y el juicio ya bien formado! Así vino al mundo, tras despedirnos de mayo, el príncipe de los sabios:
…Bichín… ¡Bichín Colorado! Anunciando la madrugada llegó,
Bicho, bichín, bichón. Tiñéndolo de amor todo con su canción.
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El velero hacia la mar
Sobrevolando las aguas navegaba el velero sobre la mar.
ÂĄVelero! Gritaban los delfines.
ÂĄVelero! Cantaban las ballenas guiando con su canto al velero en su remar. SoĂąaba el velero con surcar las aguas, las aguas del mar.
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Sirena varada Perdida sobre la tierra, varada a orillas del mar, solita se ve a una sirena. Dicen que es una estrella del mar, con las escamas de bronce, los dientes de marfil, y la melena de plata. Que hacĂa castillos de arena, soĂąando con ser humana. Que el tiempo tiùó de nieve su pelo, esperando a ser amada. Perdida sobre la tierra, solita a la orilla del mar, se ve a la sirena varada.
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El esperado Diciembre ¡Ya huele a Navidad! A mazapanes blandos y chocolate caliente. A polvorones, musgo, leña humeante y ardiente. ¡Ya llega, ya viene! Para jugar con los niños y rebozarse en la nieve. Para danzar con las hadas y soñar con los Reyes. ¡Ya viene, ya llega! …el esperado Diciembre.
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Viajando por un libro ¡Cu-cú! Cantaba una cabra, vestida de gala sobre una manzana. ¡Miau! Maullaba una mula, mientras pintaba el cielo sobre una grúa. Podían nadar las aves y volar los cocodrilos. ¡Llevaban pañales los grillos! Y todo esto sucedió, viajando por un libro…
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Buenos días, gorrión Pájaro cantor, que pías a la mañana bajo el manto de la noche, el silencio del mochuelo, y el rocío de la flor. Sereno de la mañana, abrigo de llanto y sueños, pájaro madrugador.
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La Rima en O Llegó el verano que rima con O. Sol, canción, sandía y melón. El mar suena a risa y el pueblo a tambor. [Que no acabe nunca esta canción…] Helado, pescado y vestidos de lima limón. [Que no acabe nunca esta canción…] ¡Cuaderno, libro de texto y lápiz del dos! Qué bonito fue rimar el verano con la O…
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UNA NOCHE DE CUENTO Dime que tienes tiempo para contarme un cuento esta noche, mamá. Quiero que me susurres bajito, tendido sobre mi oído, historias del más allá. Quiero que me traigas duendes y que hagas sonar trompetas y, junto con mil caballos, llenes mi habitación de magia, color y fiesta. Y yo… prometo estar bien atento, {¡y más que contento!} Si tú esta noche vienes a contarme un cuento.
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Caracolita del mar Caracolita del mar, dime qué susurras en oído atento y silencioso hablar de quien te escucha. Dime qué susurras, Caracolita del mar, y te contaré mis secretos, a la orilla de la noche y de los sueños. Caracolita del mar ¡Qué bonito lo que cantas, cuando me pongo a escuchar!
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El Niño Pestiño El niño Pestiño del que os voy a hablar, tiene una historia muy particular: si le daban agua, pedía limón, si le daban juego, quería un sillón. Contra y recontra el niño Pestiño, daba sus pasos a cada hora.
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La Oveja Teresa Cuentan que, un año, la oveja Teresa se asustó al oír algo y huyó del rebaño… Ocurrió que Perico el pastor tenía visita, aquel día, de su nieto Matías. Fueron los dos a pastar y, a las tres del mediodía, el abuelo Perico quiso que parasen a descansar. Y en el alto del camino, Perico contó un secreto a su nieto, para que la siesta pudiese tomar. Mira, pequeño, un remedio muy viejo y también eficaz, es contar ovejitas hasta no poder más. Primero cae una; luego la otra, y así todas las demás. Cuentan que un año la oveja Teresa se asustó al oír algo a la hora de la siesta…
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El Payaso Sinsón
El payaso Sinsón sonrisa no tenía en su rostro bicolor. Todas las tardes los padres pasaban de largo, los niños reían buen rato, y los perros sacudían el rabo ante el payaso Sinsón. Pero Sinsón no comprendía por qué nadie quería ser parte de su función. Pasábase las horas, Sinsón, dándole vueltas al coco y frotándose la nariz un poco, buscando una solución. Primero tocaba el violín
¡güin, güin, güin! Después, tocaba el tambor
¡porrón, porrón, porrón! Pero nada de nada le funcionaba al pobre Sinsón. Y así, cada tarde, niños y padres paseaban ante un payaso de cartón. 98
Manos Chinescas Mano, mano que me permites ser paloma y también gusano. Mano que puede ser liebre, conejo o gallo. Amiga del alfabeto. Araña que sube y baja ¡Araña en la mano! Mano, mano Juego de sombras. Juego de enanos.
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Hasta no poder más Felipe y Carola se querían…, hasta no poder más. Corrían, saltaban, y jugaban a deletrear. Hacían figuras de arcilla, de arena… de papel y tijera. Alternaban pares y nones tras sus riñones. Escribían poemas de amor, y leían cuentos de sal y mucho pimiento. La mamá de Felipe decía, que los niños no saben de amar, pero Felipe y Carola se querían… hasta no poder más.
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El Ermitaño Hombre serio y muy callado o cangrejo colorado, puede ser el ermitaño. En busca de concha vacía, cuatro antenas y dos pinzas, el cangrejo ermitaño va. En busca de paz en vida, con el mundo a la deriva, camina el eremita humano, de espaldas a la ciudad. Hombre serio y muy callado o cangrejo colorado, puede ser el ermitaño…
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EL COHETERO En día y noches de fiesta y sueño, un hombre sencillo y pequeño recorría, de arriba abajo, las calles y recovecos de su humilde pueblo, creando hilos de música, pintando nubes al cielo. Nubes siempre de algodón, . dulce colchón de los sueños y tejado de las calles que recorría, también sin fin, toda la gente del pueblo, al son de la música popular y de la senda del cielo. Y a su paso, caminaban creando hilos de música, pintando nubes al cielo, bajo el ilustre y eterno son del cohetero.
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