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Autonomía de la juventud en Europa Coordinadora Sandra Gaviria Sabbah
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REVISTA DE ESTUDIOS DE JUVENTUD
Directora Leire Iglesias Santiago Coordinación del número Sandra Gaviria Sabbah Diseño Gráfico Pep Carrió / Sonia Sánchez Antonio Fernández Ilustraciones Montserrat Batet Creixell Edición © Instituto de la Juventud Redacción Consejería Técnica de Planificación y Evaluación Servicio de Documentación y Estudios Tel.: 91 363 78 09 Fax: 91 363 78 11 E-mail: estudios-injuve@mtas.es Biblioteca de Juventud C/ Marqués de Riscal, 16 Tel. 91 363 78 20 E-mail: biblioteca-injuve@mtas.es
ISSN: 0211-4364 NIPO: 208-06-001-1 Dep. Legal: M. 41.850-1980 Impresión:
A. G. Luis Pérez, S. A. Algorta, 33 - 28019 Madrid
Las opiniones publicadas en éste número corresponden a sus autores. El Instituto de la Juventud no comparte necesariamente el contenido de las mismas.
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ÍNDICE
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71 EL TEMA |p g. 7 Introducción |p g. 7 1. El envejecimiento de la juventud |p g. 11 Gil Calvo
2. La vida nocturna como paso entre la juventud y la vida adulta. El caso de los jóvenes suecos |p g. 21 Magdalena Jarvin
3. De la juventud hacia la edad adulta en Francia y en España |p g. 31 Sandra Gaviria
4. Sentidos de la edad adulta: juventud y cambio social en el Portugal contemporáneo |p g. 43 Lia Pappámikail
5. La entrada en la vida adulta. Una comparación europea |p g. 57 Cécile van de Velde
6. Estudio del paso a la edad adulta de los italianos: Entre atravesar los umbrales de forma ordenada y la individualización de las trayectorias biográficas |p g. 69 Vincenzo Cicchelli y Maurizio Merico
7. Las estructuras difuminadas de la edad adulta: transformación de las relaciones sociales y «prolongamiento de la juventud» en Rumanía |p g. 83 Mircea Vultur
8. Irse de casa en Alemania: ¿Una nueva vía hacia la independencia? |p g. 97 Alessandra Rusconi
9. Las formas de terminar y de no terminar la juventud |p g. 111 François de Singly
MATERIALES |p g. 122 COLABORACIÓN |p g. 130
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En las sociedades europeas los/las jóvenes siguen procesos distintos no sólo de transición a la edad adulta sino también de realización de si mismos. Analizarlas de cerca permite observar los mecanismos y los modos de comportamientos de estos/as jóvenes. La juventud desea, en un momento dado, autonomizarse de la familia. Lo que cambia es la manera de hacerlo, el proceso y los lazos afectivos y relacionales que se hacen o deshacen a lo largo de este camino, así cómo la relación hacia uno mismo y hacia la individualización. La juventud es una etapa del ciclo de la vida que cada vez es más difícil de definir, ya que varía en el tiempo y en el espacio, y según los países, es más o menos larga, intensa y homogénea. Los/las jóvenes cambian, se transforman, y ya no siguen trayectorias lineales. Es una etapa de la vida en la que se experimenta, con la independencia, con la autonomía, con la familia, con los amigos, con el amor. El objetivo de este número es mostrar la juventud de distintos países europeos. No sólo saber cómo se pasa pero también cuando acaba. ¿Cómo los jóvenes europeos van adquiriendo autonomía y que transiciones realizan hasta la edad adulta? ¿Cuando se acaba la juventud? ¿Cuales son los indicadores apropiados, según los países, para entender mejor esta época de la vida? ¿Cual es la definición del adulto? A menudo cuando se estudia a la juventud de distintos países europeos y su transición a la edad adulta, se utiliza un marco de análisis que se considera pertinente para un país (por ejemplo obtención de un empleo estable, matrimonio, salida del hogar) y se transpone para analizar lo que ocurre en los otros. El trabajar esta cuestión de manera interna a cada país, cualitativamente y/o cuantitativamente, permitirá conocer cuales son los indicadores interesantes para entender mejor la realidad sociológica de la juventud y su paso o no a la edad adulta. Veremos países del sur de Europa, Italia, España, Portugal, del norte, Suecia, Dinamarca, Reino Unido, del centro, Alemania, Francia y del este, Rumania. Podremos observar cuales son las convergencias y las divergencias entre ciertos países a través de análisis de tipo comparativo.
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Del conjunto de las contribuciones aparecen varios puntos importantes. E. Gil Calvo muestra cómo la juventud ya no es la única etapa del ciclo de vida en la que el individuo tiene que tomar decisiones cruciales. Ha perdido en beneficio de la edad adulta su papel estratégico, ya que ahora el individuo debe de decidir a lo largo de toda su vida. F. de Singly explica cómo ya no se puede analizar la juventud tomando la edad adulta cómo una meta a la que llegan los/las jóvenes ya que el individuo construye su identidad personal constantemente, es un proceso continuo. Desde un análisis cualitativo en el artículo de M. Jarvin vemos cómo la gran autonomía dada a los jóvenes suecos hace que se construyen entre ellos la definición de lo que es ser adulto. S. Gaviria analiza cualitativamente cómo los jóvenes franceses y españoles siguen procesos de construcción de si mismos diferentes. Lia Pappámikail observa no solo cómo los jóvenes portugueses acceden a los símbolos de la edad adulta cómo el matrimonio o el trabajo pero también como ellos mismos se definen el ser adultos. C. Van den Velde mezcla también una metodología cualitativa y cuantitativa y hace un análisis comparativo de Dinamarca, Reino Unido, Francia y España, explica que la juventud varía entre estas sociedades. Se trata de construcciones sociales y culturales distintas. V. Cicchelli y M. Merico analizan la larga transición de los jóvenes italianos hacia la edad adulta cómo la consecuencia, en parte, de la ausencia de políticas sociales. Muestran que algunos jóvenes italianos realizan una individualización de sus trayectorias y que no todos siguen caminos lineales. M. Vultur contextualiza las trayectorias de los/las jóvenes rumanos/as, que son cada vez menos ordenadas y tradicionales, ya que es una juventud que se alarga cada vez más. A. Rusconi nos presenta a los jóvenes alemanes y analiza los factores que influyen en la elección de un tipo u otro de salida del hogar y de camino hacia la autonomía. Del conjunto de las contribuciones aparecen elementos comunes cómo por ejemplo el creciente proceso de individualización de las sociedades desarrolladas, el hecho de que las trayectorias de los jóvenes son cada vez más irregulares y heterogéneas. Vemos que la definición que los jóvenes dan de lo que significa ser adulto no corresponde siempre con los indicadores sociológicos que se tienen en cuenta. La juventud en Europa ya no se acaba de la noche a la mañana y la edad adulta no significa la estabilidad de la identidad del individuo para siempre. Tampoco significa el final de la toma de elecciones cruciales. Sandra Gaviria Sabbah
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Enrique Gil Calvo Universidad Complutense
EL TEMA
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“El envejecimiento de la juventud”
Este artículo analiza la transformación que sufre la juventud como etapa del curso vital. Comienza por referir el problema al proceso de individualización (Beck) o desfamiliarización (Esping-Andersen) por el que atraviesan las nuevas generaciones de las clases medias urbanas. Después expone sus consecuencias sobre la emancipación juvenil. Y por último aborda el cambio biográfico que ello implica, pues la juventud ha perdido en beneficio de la edad adulta su papel estratégico como la fase más decisiva del ciclo de vida.
1. La desfamiliarización de la juventud urbana Desde que la globalización de los mercados ha extendido por doquier el predominio de la sociedad postindustrial, sus consecuencias han pasado a transformar la estructura de la construcción biográfica, que ha dejado de depender de la red familiar o comunitaria para pasar a ser un proceso cada vez más individual o personalizado. Hasta 1975 (fecha que simboliza la quiebra del fordismo keynesiano y el consiguiente inicio de la globalización postindustrial), las personas se insertaban socialmente a través de sus estructuras de parentesco, que les asignaban sus estatus adscritos y les facilitaban su acceso a los estatus adquiridos. Esto era posible porque, gracias a sus patrimonios materiales y simbólicos, las familias podían confiar en cubrir con éxito sus objetivos sucesorios desplegando una estrategia que buscaba el enclasamiento de sus descendientes (1) en unas posiciones sociales de nivel igual o superior al familiar de origen. Movilizando los recursos de su capital social, los progenitores conseguían colocar a sus hijos y casar a sus hijas en los mismos nichos sociales que ellos controlaban y ocupaban. Era lo que Pierre Bourdieu denominó estrategia familiar de ascenso, reproducción o reconversión social, que determinaba el destino futuro de la mayoría de las personas cualquiera que fuese su clase social. Pues si bien los hijos varones de la burguesía individualista debían emanciparse de sus familias de origen, siguiendo una estrategia propia de ascenso meritocrático a través de la competencia escolar, académica y profesional, sin embargo su éxito estaba en buena medida predeterminado por la estrategia familiar que financiaba, orientaba y apoyaba su carrera personal de ascenso social.
(1) Bourdieu, 1988.
Así sucedía hasta 1975, pues gracias a la economía keynesiana del pleno empleo vitalicio, la estructura ocupacional era lo suficientemente sólida y estable para que los pater familias (varones cabezas de familia) pudieran confiar en que su poder e influencia (patrimonio material y simbólico, o capital económico y social) se mantuvieran intactos a todo lo largo de su vida activa, permaneciendo disponibles para ser utilizados de forma eficaz a la hora de inducir y garantizar la integración de sus sucesores en la estructura social. De ahí que los hijos heredasen tanto el estatus ocupativo como la conciencia de clase y las relaciones sociales de sus padres. Pero a
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partir de 1975, la llegada de la sociedad post-industrial, con su ruptura del paradigma keynesiano, quebró la estabilidad de la estructura ocupacional, que pasó a desintegrarse para fragmentarse en un cambiante agregado de empleos inseguros, precarios, discontinuos e inestables. Es la economía terciarizada de los nuevos servicios financieros, comerciales, comunicativos y personales, cuya rentabilidad depende de la introducción de nuevas tecnologías ahorradoras de empleo fijo y consumidoras de empleo flexible, basado en la precariedad laboral: deslocalización, temporalidad, externalización, subcontratas, despido libre... Y en esta situación de nuevos mercados urbanos caracterizados por su fluidez, inestabilidad e incertidumbre, la ocupación de los patres familias ya no garantiza ninguna estrategia sucesoria digna de este nombre, pues su patrimonio material y simbólico se devalúa tan pronto que en seguida queda obsoleto y ya no puede asegurar la integración social de sus hijos. En estas circunstancias los progenitores ya no pueden desplegar con éxito su estrategia familiar sucesoria, pues carecen de recursos para colocar y enclasar a sus hijos con su mismo nivel de arraigo y estabilidad. Es lo que se ha llamado el eclipse del padre, (2) que deja a la institución familiar sin herederos, (3) pues los sucesores se ven reducidos al nuevo papel de huérfanos familiares sin patrimonio material o simbólico que heredar, debiendo labrarse su futuro personal por sus propios medios sin poder contar con el auxilio de la protección familiar. Y de aquí se derivan dos tipos de efectos perversos. De una parte, la aparición de las nuevas formas de familias desestructuradas (monoparentales, reconstituidas, de cohabitantes, etc) que se caracterizan por la llamada ausencia del padre y que presuntamente inducen el fracaso escolar y laboral de sus hijos tras verse privados de la orientación normativa provista por la autoridad paterna. (4) Y por otro lado la prolongación forzosa de la dependencia familiar de los hijos, que deben permanecer por tiempo indefinido bajo la protección de sus progenitores ante el bloqueo o fracaso de su emancipación personal, (5) tal como veremos en seguida en la sección próxima.
(5) Gil Calvo, 2002.
Sin embargo, es preciso advertir que esta desestructuración de la descendencia sucesoria sólo afecta a los estratos de familias profesionales urbanas, que dependen para su subsistencia de su acceso a los mercados de trabajado cualificado. Pues por lo que respecta a las familias que se hallan situadas por encima y por debajo de los mercados profesionales urbanos, no parecen estar afectadas por este proceso en la misma medida, sino que mantienen sus viejas estrategias familiares más o menos intactas. A las familias de grandes propietarios o empresarios, su patrimonio material y simbólico les permite escapar a la desestructuración ocupacional, conservando en pleno vigor su poder e influencia para colocar y enclasar a sus hijos en posiciones privilegiadas, con independencia del puesto al que accedan por sí mismos en los mercados profesionales de trabajo. Y en cuanto a las familias más desfavorecidas, resultan excluidas en buena medida del acceso a los mercados de trabajo, sobre todo para aquellos de sus hijos que no logran sobrepasar la barrera del éxito académico, pues en ausencia de estudios post-secundarios, o en caso de expulsión por fracaso escolar, su único destino es la marginación delincuente o el subempleo explotado. Por lo tanto, también los jóvenes excluidos dependen por necesidad de la estrategia familiar de sus redes comunitarias de parentesco, que tratan de asignarles ocupación y pareja al no poder emanciparse de forma independiente por sus propios medios.
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(2) Flaquer, 1999. (3) Théry, 1997. (4) Gil Calvo, 1997 y 2003.
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De modo que la nueva estrategia juvenil de orfandad familiar que aquí vengo comentando sólo afecta a aquellos estratos urbanos (antes llamados de nuevas clases medias) que se integran en los mercados de trabajo profesional de los que dependen para su subsistencia y emancipación personal. Hasta 1975, en este estrato de profesionales urbanos también resultaba posible seguir una estrategia familiar con esperanzas de éxito, pues los progenitores podían confiar en colocar y enclasar a sus hijos en su mismo nivel o por encima de éste. Pero ahora ya no es así. Ahora la posición de los padres es tan insegura que ya no pueden transmitir a sus descendientes su estatus (nicho ocupacional), su capital social (redes de poder e influencia) ni su patrimonio simbólico (conciencia de clase e identidad familiar), por lo que sus hijos han de aprender a construir sus biografías por sí mismos, sin poder heredar como antes la posición ni la identidad de sus padres. A este proceso de creciente privación del apoyo familiar es a lo que se puede llamar desfamiliarización (6) o individualización, (7) queriéndose aludir con ello a la pérdida de la estrategia familiar sucesoria, pues ahora las familias ya no pueden inducir ni orientar la emancipación de sus hijos (postfamiliarismo), sino que éstos han de construirse por sí mismos su propio futuro ex nihilo, sin contar con más apoyo familiar que el puramente material, nutricio y consuntivo.
2. La metamorfosis juvenil: calendario, límites y sentido. La creciente desfamiliarización del proceso de emancipación juvenil ha determinado una radical transformación de su misma naturaleza, modificando sustancialmente las propiedades que solían definir a la juventud. Aquí se van a repasar por encima las grandes alteraciones introducidas en sus principales características, para dedicar mayor atención al propio cambio endógeno del concepto de juventud (lo que se hará en la siguiente sección), considerado en sí mismo con independencia de sus relaciones con las demás edades del curso vital. 2.1. El bloqueo de la emancipación juvenil. El principal cambio registrado en la naturaleza del periodo juvenil es su duración, que se ha prolongado de forma cada vez más extensa y quizás irreversible. Este alargamiento no puede ser atribuido a la distribución proporcional del incremento de la longevidad, como podría pensarse. Si la duración media del lapso vital se ha multiplicado por dos en todo Occidente, para pasar de 40 a 80 años en el último siglo, el lapso juvenil se ha multiplicado mientras tanto por tres en España, para pasar de cinco años (entre 15 y 20 años) a quince años (de 15 a 30 años). Las causas que lo explican pueden agruparse resumidamente en tres. (8)
(6) Esping-Andersen, 2000. (7) Beck y Beck-Gernsheim, 2003. (8) Gil Calvo, 2002.
Ante todo, el cambio tecnológico ha exigido cualificar la mano de obra, que de estar mayoritariamente sin cualificar como trabajo manual o de cuello azul ha pasado a ser cada vez más cualificada y diversificada como trabajo técnico y profesional de cuello blanco, cuello rosa, bata blanca, etcétera. Lo cual ha exigido prolongar los años de escolarización y formación profesional para todos los segmentos de la población activa, tanto masculina como femenina, retrasando en consecuencia el umbral de la emancipación juvenil. En segundo lugar, el cambio económico también ha encarecido los recursos necesarios para poder formar familia, obligando a aplazar la edad de
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emancipación juvenil hasta tanto pueda constituirse el imprescindible fondo de capital que resulta imprescindible para poder sobrepasar semejante umbral. Aquí aparecen varios factores asociados, entre los que destacan tres: la pérdida de poder adquisitivo de los salarios juveniles (a lo que se añade la precariedad del empleo temporal, que impide comprometerse a largo plazo con créditos hipotecarios), el encarecimiento de la vivienda (sobre todo en aquellos países, como España, donde hay boom immobiliario y la propiedad se prefiere al alquiler) y la elevación de los costes de la crianza de los hijos (sobre todo cuando la escasez de servicios sociales como el de las guarderías impide conciliar el trabajo femenino con la maternidad). Y en tercer lugar está el cambio social antes aludido: la desfamiliarización, que impide a las familias originarias apoyar a sus hijos para que puedan emanciparse por sí mismos pasando a formar familia. Este tercer factor es particularmente grave en aquellos países del modelo latino mediterráneo que, por la carencia institucional de su Estado de bienestar, son de tradición familiarista, lo que refuerza la dependencia de jóvenes y mujeres de sus padres y maridos. (9) Y cuando estos factores (demanda de escolarización, precariedad laboral, carestía de la vivienda, carencia de servicios públicos, dependencia de la familia de origen) entran en interacción, como sucede en el caso español, entonces la emancipación juvenil se bloquea indefinidamente. Todo lo cual ha determinado que la juventud haya dejado de ser un breve periodo de transición entre la infancia y la edad adulta para pasar a eternizarse como una nueva edad estable, permanente y duradera, de la que no se puede salir fácilmente. Si hace 50 años todos los jóvenes de clase obrera se casaban entre los 18 y los 22, y los de clase media entre los 22 y los 26, hoy ni unos ni otros pueden hacerlo antes de los 30, obstaculizados como están por un bloqueo de la emancipación juvenil que les impide ejercer su derecho a formar familia. De ahí que, para poder sortear ese bloqueo, se recurra a fórmulas informales de familias defectivas o familias fallidas: como sucede con la cohabitación de las parejas de hecho, que conviven precariamente tras renunciar en muchos casos a la maternidad. (10) 2.2: La disolución de los límites de la juventud. Además de prolongar su extensión en el tiempo, el periodo juvenil también ha visto disolverse los límites extremos que hasta ahora lo definían como tal, borrándose de forma indefinible. Así ha sucedido con su apertura o límite de aparición inicial, que para ciertas experiencias como por ejemplo las sexuales se ha adelantado mucho hasta resultar incluso demasiado precoces (desde el punto de vista de la madurez emocional), mientras que en cambio otras prácticas, como las de aprendizaje laboral, se han visto pospuestas hasta edades mucho más tardías que antes. El resultado es que la frontera entre la infancia y la primera juventud se ha hecho bastante borrosa, pues hay adolescentes todavía impúberes que ya parecen adultos precoces mientras otros jóvenes más desarrollados se comportan como inmaduros menores de edad.
(10) Gil Calvo, 2003.
Y la explicación de que el inicio de la juventud se haya hecho tan borroso es que resulta muy contradictorio. Por una parte los jóvenes siguen dependiendo materialmente de sus familias de origen hasta edades cada vez más tardías, los que les infantiliza en términos objetivos. Pero al mismo tiempo, y dada su creciente desfamiliarización, también se ven inclinados a romper moralmente con su familia cuanto antes, lo que les obliga a
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(9) Esping-Andersen, 2000.
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emanciparse en términos simbólicos adelantando la pérdida de su identidad familiar para sustituirla por una cambiante mascarada de identidades provisionales y ficticias. Esto sumerge a la adolescencia en un escenográfico baile de disfraces que tiene mucho de pueril juego de niños, aunque se revista con una romántica aureola de arriesgada aventura, llena de peligros sin cuento en forma de violencia, sexo, drogas y rock and roll. (11) Pero si sucede esto con la edad de iniciación a la etapa juvenil, también ocurre lo mismo con su finalización, pues la edad que le pone término resulta cada vez más imprecisa. Hace sólo 30 años, la frontera entre juventud y edad adulta nos parecía muy clara y distinta, al estar nítidamente señalada por un cuádruple criterio de demarcación basado en la libre disposición de las cuatro grandes responsabilidades que se adquirían por orden sucesivo una tras otra: empleo, pareja, vivienda y progenie. Según esto, era adulto quien ya disponía de esas cuatro responsabilidades y era joven quien no las había adquirido todavía. (12) Y semejante marca de distinción se reflejaba en los hábitos culturales, polarmente contrapuestos entre los adultos que ya se vestían de señores mayores y los jóvenes que aún no habían sentado cabeza. Pero esta marca terminal del periodo juvenil cada vez se ha hecho más borrosa, pues las parejas se forman aunque no se disponga de empleo y la obtención de éste ya no garantiza como antes el acceso a la vivienda. De este modo, ahora ya no se puede distinguir entre adultos y jóvenes, pues estos se comportan todos como adultos precoces mientras aquellos se resisten a su vez a parecerlo, comportándose como jóvenes víctimas del síndrome de Peter Pan. 2.3: La pérdida del sentido de la juventud. Podría parecer que esta transformación juvenil sólo es de tipo formal, en la medida en que su duración se ha prolongado y sus límites inicial y terminal se han difuminado, tornándose cada vez más imprecisos y borrosos. Pero no se trata sólo de un cambio formal, pues también afecta a su contenido, es decir, al significado o sentido último que adquiere la juventud considerada como un todo unitario. Cuando su desfamiliarización todavía no se había producido, la juventud se entendía como una prueba vital que había que superar. Una prueba llena de represiones y sacrificios consistente en una carrera de obstáculos que si se coronaba con éxito permitía alcanzar tras cruzar la meta de llegada un merecido premio, en forma de legítima integración social como persona adulta, madura y responsable. De ahí que esa prueba se viviera como un relato épico: una heroica lucha por la vida desplegada a lo largo de esos difíciles Años de aprendizaje (como en la novela del mismo título, la primera parte del Wilhelm Meister goethiano que constituye la expresión canónica del bildungsroman o novela didáctica de formación).
(11) Gil Calvo, 1996. (12) Gil Calvo, 1985. (13) Smelser y Erikson, 1982.
Y como en todo relato lineal, su sentido narrativo procedía del desenlace final que lo llenaba de significado, haciendo que mereciesen la pena todos los sacrificios necesarios para alcanzarlo. Así sucedía al acabar la juventud, cuando tras mucho luchar, reprimirse sexualmente y esforzarse profesionalmente, al final se obtenía el merecido premio en forma de integración social, como en el final feliz de los cuentos infantiles: se casaron, fueron felices y comieron perdices. Pues el amor y el trabajo, los dos pilares de la edad adulta según fueron definidos por Weber y Freud, (13) constituían así el doble premio que coronaba la juventud entendida como carrera de méritos. Lo cual exigía una doble condición de verosimilitud narrativa: ante todo, que los premios ofrecidos fueran reales, como sucedía cuando los
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empleos eran vitalicios y los matrimonios duraderos; y además, que los esfuerzos exigidos permitieran alcanzarlos en justa recompensa. Éste era el mensaje o la moraleja que se desprendía de la juventud entendida como narrativa de superación personal. Por eso, cuando la juventud todavía estaba sometida a la autoridad familiar, los responsables que supervisaban la emancipación de los jóvenes se sentían autorizados a reprimir el consumo y la sexualidad de sus hijos para obligarlos a luchar por la vida, aplazando toda recompensa sexual y consuntiva para utilizarlas como zanahorias diferidas que sólo se podían alcanzar ya de adultos como un premio merecido al final de la juventud. Pero ahora ya no puede hacerse así, pues la doble condición de credibilidad ha fallado: los premios prometidos ya no existen, pues tanto el empleo como el matrimonio se han hecho inseguros y precarios; y los esfuerzos requeridos ya no permiten alcanzar unos premios devaluados que se distribuyen aleatoriamente, sin proporción a los esfuerzos invertidos. Por lo tanto, como la emancipación juvenil está bloqueada y se aplaza indefinidamente, ahora los responsables familiares ya no pueden reprimir más tiempo el consumo y la sexualidad de sus hijos, que alcanzan temprana gratificación sin relación alguna con el desarrollo de su carrera de méritos. Así es como el contenido de la juventud ha cambiado, pues si antes era una etapa de sacrificio y acumulación de méritos, cuya recompensa futura sólo se adquiría en la edad adulta con el empleo estable y el matrimonio indisoluble, ahora las gratificaciones sexuales y consuntivas ya se reciben por adelantado durante la juventud, con independencia de los méritos demostrados. De ahí que los años de aprendizaje dejen de tener sentido, convertidos en un absurdo juego de niños. Y esto ha hecho que la juventud ya no tenga un final feliz. Por mucho que uno luche y se esfuerce, al final de la carrera ya no hay ahora un premio que aguarde en forma de salida vitalicia. Cuando la juventud se definía como un proceso de transición hacia la integración adulta, esta misma inserción en la madurez constituía además su término final, dotándole de un sentido unitario. Y si la juventud parecía tener sentido era porque siempre terminaba por acabar, dando lugar a la edad adulta del mismo modo que la crisálida se convierte en mariposa. La juventud parecía una enfermedad predestinada a desaparecer tras hacer crisis, sufriendo una metamorfosis como la de Kafka que la transformaba en su contrario, la edad adulta. Pero ahora la juventud se ha convertido en una metamorfosis sin fin: un proceso de transición interminable que carece de salida, no lleva a ninguna parte y sólo conduce al eterno retorno de sí misma. Si la juventud ya no es una transición hacia la estabilidad adulta es porque esta misma edad de llegada ya se ha hecho ahora una etapa tan precaria e inestable como la propia juventud, a la que viene a prolongar sin solución de continuidad. El empleo es ahora flexible o precario, y la reconversión tecnológica determina que la formación adquirida durante la juventud se amortice en quince años, por lo que hay que volver a formarse de nuevo una y otra vez, reanudando un permanente proceso de formación continua. Tampoco el matrimonio puede durar toda la vida, y por eso cuando se es adulto y se pierde el empleo o la pareja hay que volver de nuevo a luchar por la vida, tratando de adquirir nueva formación, nuevo empleo y nueva pareja, aunque siempre de forma incierta y provisional. Esto ha hecho de la
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juventud una carrera interminable que no acaba nunca, pues en cuanto parece terminar empieza de nuevo, ya que el adulto debe estar preparado para encontrar empleo y pareja una y otra vez, comportándose como jóvenes en busca de trabajo y de pareja que deben mantener intacta toda su empleabilidad y su emparejabilidad, en este tiempo incierto de elevado riesgo laboral y amoroso. Y esto hace que la juventud ya no parezca un relato lineal en busca de su mejor final feliz sino un laberinto sin salida, en el que se está obligado a navegar en círculos viciosos tratando de no ahogarse en el próximo naufragio que aguarda a la vuelta de la esquina. De ahí el atractivo que tiene para los jóvenes actuales la metáfora de la red en forma de laberinto o tela de araña, pues su propia vida en tanto que jóvenes ha dejado de tener forma de relato lineal preñado de sentido finalista para pasar a discurrir y divagar en forma de red circular. (14)
3. El cambio biográfico: juvenilización adulta y envejecimiento juvenil Hasta 1975 (fecha que simboliza el final del pleno empleo keynesiano y el comienzo de la globalización neoliberal), la juventud constituía la edad más definitoria de las biografías humanas: su nudo argumental, su centro de gravedad. Y esto sucedía así porque era en esa edad cuando se tomaban las decisiones más estratégicas e irreversibles, destinadas a marcar para siempre de una vez por todas el curso futuro de los acontecimientos que habrían de vivirse a todo lo largo de las demás edades durante el resto de la biografía. Esas decisiones cruciales eran tres, fundamentalmente, de las que se derivaban todas las demás: (15) la triple elección de estudios (oficio, profesión), de empleo (trabajo, carrera) y de pareja (matrimonio, familia). Y esas tres decisiones estaban encadenadas entre sí, pues tanto el emparejamiento como la ocupación dependían de la formación inicialmente adquirida. Pero lo cierto es que, una vez tomadas, esas tres decisiones se convertían no sólo en irreversibles sino además en vitalicias, de tal modo que estaban predestinadas a mantenerse y perdurar durante todo el resto de la vida, acompañando al sujeto desde su juventud hasta la tumba.
(14) Gil Calvo, 1999. (15) Gil Calvo, 1985.
Es verdad que, por entonces, los jóvenes carecían de capacidad de consumo, debían reprimir su sexualidad y estaban privados de libertad, teniendo que someterse al poder que monopolizaban los adultos de quienes dependían. Por lo tanto, en el conflicto intergeneracional, no hay duda de que la correlación de fuerzas entre las edades favorecía a los adultos y perjudicaba a los jóvenes. Pero a cambio, éstos protagonizaban la toma de las decisiones más cruciales, que predeterminaban el curso futuro de la vida. Sólo de jóvenes se podía elegir carrera, empleo y pareja, y una vez adoptadas esas elecciones decisivas, de adultos había que mantenerlas contra viento y marea de forma vitalicia. De ahí que, a pesar de su aparente jovialidad irresponsable, la juventud fuera la edad más seriamente comprometedora de todas, pues era en ella cuando había que jugarse la vida, al tener que tomar unas decisiones tan graves y cruciales que comprometían al futuro adulto para todo el resto de su vida. La juventud, en suma, representaba la encrucijada vital más dramática de todas, aquella que al atravesarla se formaba el carácter, se construía el propio destino futuro y se adquiría la identidad adulta definitiva.
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De ahí que la literatura glorificase a la juventud, cantando al joven héroe que protagoniza la novela de su vida al construir su propio futuro con el esforzado agonismo de su lucha juvenil: una pasión útil, en tanto que autoredentora. Y esto no sólo en los ya citados Años de aprendizaje de Goethe sino también en el Rojo y negro de Stendhal, La educación sentimental de Flaubert o el Bel-Ami de Maupassant, ejemplos todos ellos del hombre que se hace a sí mismo, y que obtiene lo que se ha merecido durante las hazañas gloriosas o trágicas protagonizadas durante su ardua juventud. Por eso Gyorg Lukács, en su Teoría de la novela, pudo decir que el héroe de la novelística burguesa no era otra cosa que el trasunto literario del weberiano burgués individualista: el sujeto que se autodeterminaba a sí mismo construyendo su destino futuro en busca de su propia salvación. Pero la pasión redentora del héroe sólo tenía lugar durante su juventud, la etapa crucial en que se le ponía a prueba. Y una vez superada ésta, la edad adulta no era otra cosa que el constante cumplimiento aplazado de aquella tarea o misión biográfica que el sujeto había contraído y adquirido durante su juventud, comprometiéndose vitaliciamente con ella. Bien, pues esto ya no sucede hoy así. Ahora, la correlación de fuerzas entre adultos y jóvenes se ha invertido en perjuicio de estos, que han perdido su pasada capacidad decisoria. Es verdad que ahora los jóvenes ya disponen de plena capacidad de consumo y libre gratificación sexual. Pero a cambio, las elecciones de carrera, de empleo y de pareja que hoy hacen los jóvenes ya no resultan decisivas en absoluto, y mucho menos vitalicias, pues se trata de unas elecciones precarias, provisionales e inciertas que están predestinadas a ser probablemente revocadas. Hoy un joven sabe que a lo largo de su vida adulta tendrá que cambiar varias veces de formación, de empleo y de pareja. Por lo tanto, las decisiones que tome de joven ya no son cruciales y comprometedoras sino irrelevantes y gratuitas, pues deberán ser revisadas y rectificadas posteriormente a lo largo de la edad adulta, que ahora se ha hecho mucho más dramática y decisiva. En efecto, ahora la edad verdaderamente heroica es la edad adulta, pues es en ella cuando hay que enfrentarse al grave problema que supone tener que cambiar de formación, de empleo, de pareja, de familia y hasta de identidad personal, haciéndolo además varias veces a lo largo de la vida adulta, en un permanente proceso de metamorfosis continua.
(17) Gil Calvo, 2001 b.
Esto ha hecho que la encrucijada biográfica que antes se concentraba para localizarse tan sólo en la juventud, ahora se prolongue y disperse a lo largo de la edad adulta. Ya no se toma durante la juventud una triple elección irrevocable y vitalicia sino que ahora se toman a todo lo largo de la vida adulta múltiples decisiones precarias e inciertas predestinadas a ser revocadas y sustituidas por otras nuevas, contradictorias con las antiguas, lo que implica tener que sufrir un dramático proceso de transformación de la propia identidad. Y este cambio biográfico no supone sólo un desplazamiento del centro de gravedad del curso vital hacia edades más tardías sino que además también implica hacer estallar ese centro vital en múltiples puntos de inflexión desconectados entre sí, que se suceden unos a otros en un discontinuo rosario de geometría variable e imprevisible desenlace. (16) Por eso el viejo héroe lineal de la novelística tradicional ha sido sustituido por las nuevas vidas cruzadas (título de la traducción al castellano de los Short Cuts de Raymond Carver) que registra la narrativa posmoderna, la única que en la estela del Ulises joyceano parece capaz de dar cuenta de esta emergente complejidad biográfica. (17)
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(16) Gil Calvo, 2001 a.
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En suma, ahora ya no te juegas la vida de un sólo golpe durante tu juventud sino que ahora te la sigues jugando de adulto una y otra vez, apostando de nuevo toda tu vida a cada vuelta de la esquina. A esto cabe llamarlo ‘envejecimiento de la juventud’ (o ‘juvenilización de la edad adulta’), pues viene a suponer que esa edad heroica de lucha por la vida y toma de decisiones cruciales ya no se reduce a la juventud sino que se generaliza a todo lo largo de la edad adulta, una edad que se convierte así en un rosario continuo de luchas inciertas por una vida imprevista y llena de contingencias. Y por contraste con este nuevo dramatismo que cobra la edad adulta, atravesada por múltiples rupturas y encrucijadas que obligan a reconstruir ex novo la propia identidad personal, la juventud queda relegada a una relativa irrelevancia, convertida en un irrisorio juego de niños que carece de trascendencia última. Parafraseando el Macbeth de Shakespeare, la juventud ya es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que ya no tiene sentido porque resulta incapaz de predeterminar el destino de la vida adulta. Es el ruido y la furia escenificados por las piras de coches en llamas que ardieron durante el otoño francés de 2005, como expresión de la incapacidad de los jóvenes excluidos por ganarse la vida mereciendo su integración adulta.
BIBLIOGRAFÍA Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (2003), La individualización, Paidós, Barcelona. Bourdieu, P. (1988), La distinción, Taurus, Madrid. Esping-Andersen, G. (2000), Fundamentos sociales de las economías postindustriales, Ariel, Barcelona. Flaquer, L. (1999), La estrella menguante del padre, Ariel, Barcelona. Gil Calvo, E. (1985), Los depredadores audiovisuales. Juventud urbana y cultura de masas, Tecnos, Madrid. ______(1996), «La complicidad festiva. Identidades grupales y cultos de fin de semana», Revista De Juventud, Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE), núm. 37 (octubre), pp. 27 a 34, Madrid. ______(1997), El nuevo sexo débil. Los dilemas del varón posmoderno, Temas de Hoy, Madrid. ______(1999), «El big bang de la juventud: del relato a la red», La nueva condición juvenil y las políticas de juventud. Actas del congreso celebrado en Barcelona en noviembre de 1998, pp. 266 a 280, Diputación de Barcelona, Barcelona. ______(2001 a), Nacidos para cambiar. Cómo construimos nuestras biografías, Taurus, Madrid. ______(2001 b), “Identidades complejas y cambio biográfico”, Estructura y cambio social. Libro de homenaje a Salustiano del Campo, pp. 151 a 158, Centro Investigaciones Sociológicas (CIS), Madrid. ______(2002), ”Emancipación tardía y estrategia familiar”, Revista de estudios de Juventud, Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE), núm. 58 (septiembre), pp. 9 a 18, Madrid. ______(2003), ”Familias fallidas y trabajo materno”, revista Arbor (CSIC), tomo (octubre), pp. 283 a 299, Madrid.
CLXXVI,
núm. 694
Smelser, N. y Erikson, E. eds. (1982), Trabajo y amor en la edad adulta, Grijalbo, Barcelona. Théry, I. (1996), «La institución familiar sin herederos», Revista de Occidente, núm. 199 (diciembre), pp. 35 a 62, Madrid. Enrique Gil Calvo es profesor de sociología política. Su área de interés incluye los estudios de edad y género. Ha publicado más de 15 libros. Los más recientes son: El miedo es el mensaje (Alianza, 2003) y Máscaras masculinas (Anagrama, en prensa).
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Magdalena Jarvin, doctora en sociología de la Universidad de París V
EL TEMA
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La vida nocturna como paso entre la juventud y la vida adulta. El caso de los jóvenes suecos
Este artículo estudia las relaciones sociales nocturnas como forma de analizar la transición de la juventud hacia la edad adulta. Los jóvenes de Estocolmo frecuentan el ambiente nocturno de manera asidua en un primer momento y, conforme pasan los años, tienden a preferir las cenas organizadas en casa. En cuanto a la forma, la evolución de la práctica parece semejante a lo que se observa en el resto de los países europeos. La particularidad del caso sueco reside, sin embargo, en las modalidades de este cambio. De las conversaciones recogidas se desprende la existencia de una norma implícita –establecida entre iguales– que indica los comportamientos que se han de seguir de forma progresiva para inscribirse en un registro de sociabilidad «adulta». Nuestra propuesta será la de interpretar esta tendencia en relación con el lugar que la sociedad les atribuye a los jóvenes. En un sistema de Estado Providencia universalista, se anima a que los individuos se hagan autónomos y se independicen de su grupo familiar lo más rápidamente posible, lo cual favorece una reagrupación y una fuerte identificación con los semejantes en detrimento de una socialización intergeneracional. Palabras clave: construcción de identidades, propia presentación, ponerse a prueba, grupo de iguales, interacción, sociabilidad, vida nocturna
(1) En el marco de mi tesis doctoral, he pasado nueve meses en Estocolmo con el fin de llevar a cabo entrevistas exhaustivas semidirigidas y observaciones participativas. A continuación he pasado un año con el trabajo de campo parisiense. Esta proximidad con las poblaciones estudiadas me ha permitido compartir su vida cotidiana, que llevase a cabo una serie de debates informales sobre el tema de estudio y que se produjesen de este modo intercambios constantes entre el terreno del estudio y de la reflexión analítica. En total, he llevado a cabo 54 entrevistas formales de una duración media de 1 h 30 m en ambas ciudades. Los resultados de este estudio titulado «Las relaciones sociales nocturnas como espacio para formar la identidad. Estudio comparativo de jóvenes adultos que viven en Estocolmo y en París» se leyeron públicamente en diciembre de 2002 en la Universidad Descartes - Paris V bajo la dirección de D. Desjeux.
Las investigaciones sociológicas de la juventud que se ocupan del proceso de construcción de la identidad y de la evolución hacia la edad adulta rara vez se ocupan de la socialización con los amigos y la vida nocturna; sin embargo, se trata de una práctica que caracteriza a las personas de 20-30 años (Desjeux et alii., 1999). Considerando, al igual que lo hacen Berger y Luckmann (1996), que la formación de una identidad nunca es total y completa, partimos de la idea de que se puede observar la identidad a través de los hábitos nocturnos, entre otros, de los jóvenes adultos. Esta evolución individual se lleva a cabo en la interacción social, a través de un juego complejo de presentación y de experimentación de facetas de la identidad (de Queiroz et Ziolkowski, 1997). Los individuos a los que nos exponemos devuelven, como en un espejo (Strauss, 1992), el reflejo de estas facetas y de este modo descubrimos nuestra imagen en sus opiniones. Es este movimiento perpetuo, este intercambio de re/presentaciones de uno mismo lo que designamos como el proceso de formación de la identidad. Aplicado a la vida nocturna de los jóvenes adultos, este reflejo consiste en el estudio de las interacciones entre iguales en los espacios públicos de socialización (establecimientos nocturnos como los bares o las discotecas) y durante los encuentros en la esfera privada (y de manera más concreta las cenas en un domicilio particular). Hemos intentado comprender de qué formas los individuos con edades comprendidas entre los 20 y los 30 años, que viven en Estocolmo y París, (1) experimentan la vida nocturna en compañía de sus iguales y cómo tienen la impresión de que se dirigen hacia la edad adulta mediante sus formas de salida.
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Destacamos una evolución similar entre las dos poblaciones del estudio. Los jóvenes franceses, al igual que sus homólogos suecos, tienen al principio una fuerte propensión a reunirse en lugares públicos y, después, poco a poco, prefieren reunirse en las casas. Así, observamos una tendencia a retirarse hacia la esfera privada, una preponderancia del espacio doméstico que se traduce en la organización de cenas con un número reducido de comensales (de cuatro a seis personas). Este cambio de hábitos se ha descrito a menudo en relación con la fatiga que causa la realización de un trabajo asalariado y la disminución del deseo de salir cuando se vive en pareja. Sin embargo, creemos que existe otra explicación: la menor inclinación por las salidas a los espacios públicos se comprendería por la disminución de su eficacia en el proceso de formación de la identidad. Presentaremos en este artículo las formas de socialización nocturna de los jóvenes suecos. Mediante sus palabras, podemos discernir con claridad una norma implícita que indica los comportamientos que se han de seguir para incorporarse al registro «joven» o «adulto», así como la forma de evolucionar de uno hacia otro. Tras describir estos dos espacios-tiempos de la socialización (joven/espacio público, adulto/espacio privado), propondremos una serie de pistas de interpretación con vistas a aclarar las características del caso sueco. ***
I. Motivaciones para socializar en los establecimientos públicos Las reuniones entre amigos normalmente adoptan la forma de una cita en un bar al caer la tarde (18-19 h). A veces, el consumo de una copa viene seguido de una cena y algunos bares también cuentan con un menú. Los fines de semana, las reuniones son más tardías (en torno a las 21 h) y continúan hasta la hora del cierre (la mayoría de los establecimientos cierran a las 2 h) ¿Cuáles son las motivaciones para estas salidas a los establecimientos nocturnos?
1. La salida como ruptura con lo cotidiano La salida a un bar representa un momento de libertad. Por una parte, se piensa que recibir a los amigos en casa exige un cierto grado de preparación y que salir a un bar le evita al anfitrión «ocuparse de las faenas domésticas y hacer la compra». Por tanto, invitar a los amigos a casa se considera algo que requiere un esfuerzo. Además, recibir a los amigos exige tener bebidas alcohólicas. Ahora bien, la venta de alcohol en Suecia es monopolio del Estado y sólo se puede comprar en tiendas especializadas (System Bolaget) abiertas de lunes a viernes de 11 h a 18 h. (2) Las personas que deseen invitar a sus amigos deben prever estas compras con antelación, lo que representa un esfuerzo adicional. Más allá del «esfuerzo de organización», el coste económico de una velada en casa puede hacer que se incline la balanza hacia el lado de las salidas; sería más caro para el anfitrión comprar alcohol en System Bolaget para sus invitados que pagarse sus propias copas en un bar.
(2) Desde 1999, momento en que se llevó a cabo el estudio de campo, han cambiado los horarios de apertura y ya es posible desde entonces comprar alcohol los sábados.
Por otra parte, salir de bares es una forma de «cambiar de ambiente». La salida se presenta como una ruptura con lo cotidiano asociado a las limitaciones domésticas y el bar se convierte en una «tercera habitación». Si las conversaciones entre amigos allí «van mejor», es entre otras cosas porque el nivel de ruido es más elevado que en el domicilio: «Como la música está alta hay que hablar más fuerte y así también se habla más. Si una habitación está silenciosa, si hay un silencio absoluto, la gente se queda callada y esto no pasa
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cuando sales. A tu alrededor pasa de todo y tú también te vuelves caótico, hablas, haces ruido, gritas.» (Erik, 22 años, trabaja, vive solo). Además, los encuestados que consumen tabaco aprovechan que no están en casa para fumar a sus anchas sin tener que padecer el olor a tabaco al día siguiente. (3) Un tercer ejemplo de razón por la que se tiene un sentimiento de libertad consiste en la posibilidad de bailar en los establecimientos nocturnos: «Se sale para ver gente, para ver un poco de movimiento y hablar, en general se hace para alternar y si te gusta bailar también puede ser una razón.» (Karin, 25 años, trabaja, vive en pareja). Los bares y los locales se perciben por tanto como un «terreno neutral» en relación con el domicilio que coloca a los individuos en pie de igualdad. Esta imagen del bar adquiere todo su sentido cuando se reúnen las personas que tienen una escasa vinculación porque el domicilio aparece como un lugar «demasiado íntimo» para presentar a simples «conocidos». El establecimiento nocturno es la «tercera habitación» que conduce a estar rodeado de forma efectiva por desconocidos, lo que favorece a sensación de anonimato y, por consiguiente, de libertad. La presencia de personas externas al grupo de amigos contribuye al ambiente festivo y favorece así la distinción entre las salidas y las reuniones en casa. Y si los solteros consideran más «divertido» salir a un bar que las personas emparejadas es porque allí quizá conozcan una pareja: « (¿Qué tiene de atractivo el hecho de salir?) Ver personas y conocer gente… En el fondo debe ser el conocer a un chico, yo creo al menos que es eso. Creo que los que ya tienen una relación estable son quienes tienden a volver pronto y eso debe tener una explicación.» (Tamara, 24 años, trabaja, vive sola). Entre iguales anónimos se da el juego de las miradas, lo que no significa, sin embargo, que se vaya a establecer ningún contacto. Los individuos que salen en grupo tienden a quedarse con sus amigos y las ocasiones en que se entra en contacto con desconocidos son en última instancia raras. Así, se frecuentan los bares y los locales porque les permiten a los grupos de amigos estar rodeados por sus iguales y «ver gente», pero «sin hablar con ella».
2. Una presión social –implícita– para que se salga
(3) En Suecia, la prohibición de fumar en los establecimientos públicos entró en vigor en verano de 2005.
Tras analizar detenidamente nuestros estudios, se ha ido haciendo cada vez más evidente que estas salidas a los locales nocturnos responden a una regla: la de hacer lo que se considera «justo»; es decir, estar a la moda llevando a cabo una práctica que «es buena»: «Creo que todo esto nos envía señales. En definitiva, es ‘justo’ salir… Creo que tengo amigos a los que les llama más la atención que a mí estar en sitios buenos, mientras que yo no me lo paso mal cuando salgo con ellos.» (Marko, 24 años, estudiante, vive solo). La presencia de un individuo en los bares «buenos», es decir, «los bares de moda», le dota de una identidad. Observa y es observado por sus iguales y los actores reflejan esta imagen de una identidad «justa»: «Creo que se forma una identidad, ‘soy una persona que conoce los sitios buenos’ y eso da una imagen de uno mismo, aporta confianza en uno mismo, da poder y la idea de que uno es alguien.» (Marko). Aquí vemos confirmada la idea según la cual la presentación de ciertas facetas identificativas permite formarse al individuo. La faceta expuesta se ve confirmada por la mirada de tu igual, que funciona como «confirmador de identidad», el individuo se siente reconfortado («eso aporta confianza en uno mismo») en su papel. Aquí, por ejemplo, el papel que se desempeña es el de alguien que ha sabido identificar y poner en práctica la moda yendo a los bares «buenos». En el caso de las personas que quieren «seguir la corriente» frecuentando los
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bares «buenos», lo cual supone recabar información y una capacidad de análisis del mercado, el simple hecho de salir poco se convierte, no obstante, en una limitación. Quien se queda en su casa una tarde y, por añadidura, los fines de semana se arriesga a que lo consideren un «muermo»: «¿Por qué queremos salir?... Creo que es para relajarnos y también es una forma genial de alternar, aunque a veces pueda ser un poco pesado. No es mi caso, pero creo que a los demás les pasa más que a mí. (¿En qué es pesado?) Hay que salir o, si no, eres un muermo si te quedas en casa un viernes por la noche.» (Marko). Sin embargo, también se trata de la percepción que los demás tienen de forma en que piensa esta persona, de la identidad que cree que le atribuyen los miembros de su grupo de referencia. En el caso de los individuos que se someten a la regla que anima a frecuentar los bares de moda, la mirada de sus homólogos tiene tanta más importancia por cuanto que podría invalidar la identidad a la que aspira el individuo. Esta disensión entre la comodidad de quedarse en casa y la «presión» de salir por los bares de moda indica que estos individuos otorgan a sus semejantes un poder y una cierta eficacia. Por ello, la ausencia del ambiente nocturno conduce a una invalidación identificativa y es una ocasión perdida de recuperar la propia imagen a través de las miradas de los homólogos.
3. La función identificativa de los iguales anónimos Los jóvenes adultos entrevistados en Estocolmo han descrito una gran variedad de salidas que van desde el consumo de unas copas la pasada noche hasta bailar en una discoteca. Sin embargo, la naturaleza de las interacciones entre iguales anónimos sigue siendo la misma: un juego discreto de miradas más que intercambios verbales. La gran mayoría de los entrevistados dijo no frecuentar los bares con intención de realizar encuentros y éstos, ya sean amistosos o sexuales, se describieron en términos peyorativos: «eso no tiene encanto», «resulta sórdido lo de conocer a tu pareja en un local», «no es en un bar donde se hacen amigos». Sin embargo, hemos observado interacciones directas entre extraños. Lo que importa aquí no es tanto el desfase entre lo que se dice y la práctica, sino más bien lo que revelan estas declaraciones sobre las representaciones de la práctica. El papel que se atribuye oficialmente a los iguales anónimos es el de espejo silencioso a través de cuyas miradas cada uno puede dejar traslucir una expresión de sí mismo. La apuesta identificativa se reduce así a lo que se puede expresar mediante la simple presencia en los ambientes nocturnos; han escogido frecuentar el mismo bar, lo que significa que pertenecen a algo común. Esto les dota de la capacidad y de la legitimidad de confirmarse de manera recíproca. Poco a poco, la frecuencia de las salidas a los bares y a las discotecas por la noche se reduce. Esta evolución general, descrita como algo «natural», se ha explicado con referencia al sentimiento que causan las salidas: «te faltan las fuerzas para salir», «uno está tan cansado». Sin embargo, más allá del agotamiento físico, ¿nos podemos preguntar si no se trata también de una fatiga vinculada a esta forma de socialización? En efecto, parte de los entrevistados establecieron una diferencia entre las prácticas de socialización caracterizadas como cosa de «adolescentes» y las formas de reunión que prefieren «ahora». Para ellos, lo ya vivido de la transición biográfica, es decir, la evolución de las prácticas que se perciben como de «jóvenes» hacia formas de reunión «adultas» se traduce de muchas maneras: por un cambio que va de la «cantidad» hacia la «calidad» (ir de un bar a otro se sustituye por la permanencia en un solo lugar durante toda la noche); se pasa del anonimato a
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la intimidad (menor frecuencia de intercambios «superficiales» con desconocidos a los que se conoce en un bar de moda y una mayor preferencia por los intercambios con amigos cercanos); se cambian los espacios públicos por los privados (tendencia a quedarse en casa). Dicho con otras palabras, la motivación que anima a salir por la noche y a «seguir la corriente» se atenúa de manera progresiva. Por el contrario, otros viven en la actualidad aquellos que los primeros han descrito como el pasado y no realizan distinción alguna entre un antes y un ahora. Estos testimonios dejan entrever el sentido que debe seguir la evolución de la socialización nocturna: la norma indica el abandono progresivo del ambiente nocturno, que se preste menos atención al hecho de observar y de que lo observen a uno sus semejantes. La función de validación de la identidad, concedida en un primer momento a los semejantes anónimos, se ve poco a poco desplazada hacia otro grupo, es decir, los amigos con quienes se entablan conversaciones privilegiadas y frente a quienes es posible mostrar facetas identificativas consideradas como más «íntimas». Es esto último lo que vamos a estudiar a continuación.
II. Predominio de la esfera doméstica Cuando aún vivían en casa de los padres y éstos se encontraban ausentes, algunos organizaban «salidas previas» con sus amigos. Otros han esperado a tener su propio espacio para reunir a miembros de su grupo de semejantes antes de salir. Los primeros años que siguen a la salida del hogar paterno (en torno a los 20 años), el espacio privado sirve sobre todo de antesala a la salida al ambiente público nocturno. Los amigos se reunían en casa de uno de ellos para prepararse juntos (maquillarse o elegir la ropa, por ejemplo), para tomarse una copa y comer algo sólido en vista del alcohol que se fuese a ingerir durante la noche. Esta práctica se describe por lo general con el verbo «calentar», que significa una especie de «ir abriendo boca». Estos encuentros entre los miembros de un grupo favorecen que se instaure un ambiente festivo y que los amigos preparen juntos la puesta a prueba –identificativa– que supondrá la salida. Paralelamente a la disminución de largas noches pasadas en un bar o en una discoteca que siguen a estas «salidas previas» los entrevistados han expresado un interés cada vez mayor por el simple hecho de reunirse en casa sin tener como objetivo una posterior salida. Estas reuniones en el espacio privado van ganando terreno a la salida a los bares. Así, algunos grupos se escinden de este modo, unos siguen saliendo a lugares públicos mientras que los otros deciden quedarse en casa. Y así, poco a poco, la esfera privada va cobrando preponderancia por sí misma.
1. Representaciones paradójicas de las reuniones en el espacio privado Las reuniones en casa adoptan distintas formas: en torno a un ágape servido en la mesa, frente a un televisor con «bandejas para la tele» o incluso un guateque donde se disponen los alimentos fríos en un bufé. Lo que aquí nos interesa más son las reuniones para cenar que se desarrollan en torno a la mesa. Éstas varían entre las cenas «mixtas» que acogen a hombres y mujeres jóvenes sin distinción, las «cenas de parejas» a las que sólo asisten personas emparejadas y las veladas «unisex» que sólo agrupan a personas del mismo sexo.
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Mientras que algunos consideran que las reuniones en un bar resultan más «prácticas» por las razones que hemos expuesto con anterioridad, los partidarios de las reuniones en casa aluden como motivo la «comodidad» y el ambiente «cosy» (4) que se crea en ellas. Por una parte, porque los amigos que se reúnen en casa estiman que tienen una menor necesidad de prestar atención a su aspecto; por otra parte, el ambiente «distendido» de la esfera privada favorecería las conversaciones personales y algunos dicen que se realizan intercambios «más profundos» que en los bares. Sin embargo, en las entrevistas se revela que muchos de los interrogados atribuyen una gran importancia a la preparación de su espacio privado antes de la llegada de sus invitados, hecho que relativiza el carácter distendido de esta forma de reunión. Al igual que se considera que un atuendo informa sobre la identidad de un individuo, la recepción de los amigos en casa es una forma de desvelar partes de la propia identidad. En efecto, se pueden observar expresiones de esta última en la decoración y en el arreglo del lugar. En este sentido, la puesta en escena consciente del domicilio (ordenar las cosas y limpiar la casa) se puede interpretar como una voluntad de controlar la imagen que de sí mismo ofrece el anfitrión. Por lo que se refiere a la organización material de la cena, se ha de destacar una evolución en el tiempo. Si en un primer momento los amigos se contentaban con una cena tirados por el suelo, con los platos desparejados, algunos conceden un valor creciente al hecho de poder reunirlos en torno a una mesa de comedor con una bonita vajilla. De igual modo, se va desarrollando poco a poco un interés por la cocina y la preparación de platos que a veces exigen que se recurra a un libro de recetas. Junto a esta tendencia general, se destacan de forma evidente las variaciones individuales. Algunos creen, por ejemplo, que entre los amigos íntimos los papeles de anfitrión y de invitado quedan difuminados y los convidados mantienen una relación de igualdad. Sin embargo, en las reuniones entre amigos lejanos las actitudes de cada uno reflejan un grado de formalidad mucho mayor. El hecho de que no se adopte el comportamiento adecuado podría crear a partir de ahí situaciones incongruentes, lo que se ha manifestado mediante risas durante las entrevistas, que marcan la improbabilidad de ciertas prácticas (como el hecho de llevarle una flor a un amigo íntimo con ocasión de una cena improvisada). Lo que está aquí en juego es la capacidad de evaluar el papel (Giddens, 1987, Kaufmann, 1998) que se supone que cada uno debe interpretar, lo que nos devuelve a la presentación y, por tanto, a la puesta a prueba de las facetas identificativas que se consideran apropiadas según el tipo de reunión (cena improvisada o prevista con dos semanas de antelación, «velada de video» o cena para celebrar un cumpleaños, etc).
2. La evolución hacia prácticas «adultas»: el ejemplo de las cenas de parejas En este punto vamos a prestar una atención especial a las «cenas de parejas», una forma de reunión que se extiende a medida que los miembros de un grupo de amigos mantienen relaciones afectivas y se instalan a vivir en pareja. Estas cenas no reúnen más que a las parejas, quedando excluidos los solteros. De este modo, la soltería se puede convertir en una traba social en la medida en que las reuniones de amigos se circunscriben cada vez con mayor frecuencia al espacio privado y que las reuniones de parejas tienden a aumentar. (4) «Cosy» es un término inglés que designa un ambiente cálido, familiar y agradable.
Las cenas de parejas se consideran una forma de socialización «adulta» y ello es así por varias razones. Si se comparan con las cenas mixtas, se consideran
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de entrada más «formales»; los intercambios verbales se organizan de manera simétrica y las conversaciones se llevan a cabo por parejas. Una segunda particularidad tiene que ver con el ambiente general de la velada: más «relajado» cuando se mezclan solteros y personas emparejadas y más «intenso» cuando no se reúnen más que parejas: «Quizá el ambiente sea un poco más intenso cuando se trata de cenas de parejas. A menudo se habla con una de las dos personas y es menos intenso entones que cuando hay varios y a lo mejor se hacen pausas entre dos conversaciones.» (Christian, 26 años, trabaja, vive solo). Si las cena mixtas se benefician a veces de un grado de preparación, las cenas de parejas tienen de forma casi sistemática rasgos de «cenas de adultos»; por tanto, se presta una atención especial a la presentación de la casa, la cena está compuesta por varios platos, el nivel de ruido es bajo, los convidados escogen su atuendo siguiendo unos criterios distintos que cuando se trata de una cena mixta o van a un bar. Las cenas de parejas carecerían así de improvisación: «Las cenas suelen hacerse con otra pareja. No pero… es exactamente lo mismo que ver a nuestros padres con sus amigos, cenar, beber vino, es como… Es una cosa rara. (¿Te molesta o te gusta?) No, por supuesto, yo lo encuentro superagradable y, además, no sales mal de estas cenas. Tienes la posibilidad de hablar y de contar cosas, de saber qué hacen los demás. Yo creo que te aportan mucho. Son divertidas.» (Karin, 25 años, trabaja, vive en pareja). Mientras que unos declaran que lamentan la evolución hacia esta forma de reunión «más adulta», otros la experimentan como lo «normal» y no consideran que difiera de las cenas mixtas: «No hay diferencias. Al fin y al cabo, digamos que si una de las parejas tuviera un niño… Pero no es el caso en nuestro círculo de amigos.» (Jonatan, 26 años, trabaja, vive en pareja). En cuanto a los solteros, que observan esta práctica desde el exterior, los hay que lamentan no contar con los medios para participar en ella, mientras que otros la critican con mordacidad: « (¿A qué crees que se debe esta evolución?) Bueno, no lo sé, yo la encuentro absurda (risas). Vamos, me parece genial que la gente se esfuerce, pero no sé a qué se debe. Creo que es una voluntad de tender hacia la categoría de adultos de cierto modo… Ya no es tan relajado, no sé muy bien por qué.» (Andreas, 25 años, trabaja, comparte piso). Otras personas que están solas se limitan a constatar esta práctica entre sus amigos emparejados sin emitir ningún juicio. Algunos entrevistados perciben las cenas de parejas como una práctica de adultos y ellos no se encuentran del todo cómodos con esta representación. Por ello, las críticas a esta forma de reunión al compararlas con un juego nos indican que no se corresponde con las formas de socializar habituales entre estos individuos. Así, sus palabras hacen referencia a una norma implícita que indica la evolución que deberían seguir las cenas en casa, que van desde las prácticas «jóvenes» hacia una forma «adulta». Por el contrario, otros no perciben las cenas de parejas como algo distinto de las cenas mixtas y creen que será más bien la llegada de los hijos lo que marcará una ruptura en los modos de reunión.
3. Posicionamiento frente a la norma y a la experimentación identificativa Entre los jóvenes adultos suecos, el grado de preparación de la cena se comprende en función de dos elementos: el grado de cercanía de la amistad entre anfitriones e invitados, pudiendo recibirse a los amigos íntimos de improviso, contrariamente a lo que ocurre con los «conocidos» y la interpretación que hacen de la norma que indica la evolución de las prácticas «jóvenes» hacia los comportamientos «adultos». Algunos adoptan un modo
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«joven» y reciben a sus amigos de forma espontánea, mientras que otros aspiran a prácticas «adultas» y desean por ello alcanzar un grado de preparación –elevado– que se corresponda a esta representación. Si la mayoría de los entrevistados está de acuerdo sobre la definición de esta norma, no la aplican de la misma forma. Los hay que practican las cenas de parejas y otros que no las practican; algunos simplemente porque no les atrae esta forma de socialización. De igual modo, hay que señalar que los entrevistados no adoptan la misma actitud frente a esta norma. Algunos emiten juicios negativos sobre las cenas de parejas, mientras que otros no las critican en absoluto. Esta diferencia de discursos no se debe al simple hecho de organizarlas o no. Una mujer que las organiza las calificó, por ejemplo, de «raras» y «aburridas», mientras que otra las mencionó con un «no pero… es exactamente lo mismo que ver a nuestros padres con sus amigos». Todas estas actitudes se refieren a la misma norma, pero desde puntos de vista distintos. Estas diferencias se pueden comprender como otros tantos estadios en el eje de evolución que parte de un modo «joven» y se encamina hacia hábitos de reunión calificados de «adultos». Algunos se sienten lejos del objetivo, otros ya lo han alcanzado mientras que los restantes asumen mal la transición. En todo caso, estos jóvenes adultos encuentran en estas interacciones con sus semejantes una forma particular de experimentar su postura frente a la norma que prescribe la evolución hacia las prácticas «adultas». En el espacio doméstico, los amigos íntimos se consideran como los portadores de la norma, como agentes que tienen el poder de reconocer, de confirmar y de (in)validar la postura normativa del otro. *** ¿Cómo se interpreta esta importancia concedida a la opinión de los semejantes? ¿Cómo se comprende la primacía de estos últimos y no de la familia, por ejemplo, en la elaboración de la norma que indique las etapas hacia la edad adulta? Para concluir, presentaremos algunos elementos de carácter cultural y social para poner en perspectiva los datos surgidos de la investigación de campo.
(6) «Aunque la ayuda estatal se le entregue a los padres en forma de subsidios familiares y de mantenimiento del cociente familiar, desde el punto de vista de la identidad, presupone que se conciba desde el principio al joven adulto como ‘hijo de’ o ‘hija de’.» (de Singly, 2000:15).
La cultura sueca valora una concepción «individualista» de la relación entre individuo y sociedad: cada uno debe ser percibido como igual a los otros. (5) El individuo prima sobre el grupo, sus acciones no surgen tanto de la presión ejercida por el grupo como de su decisión personal, él se define desde el principio y por sí mismo y menos en función de su entorno (Sjögren, 1993; Daun, 1994). Este valor se encuentra en las bases del modelo del Estado providencia universalista, modo de gobierno vigente en Suecia a partir de la Segunda Guerra Mundial. Se puede hacer referencia a un gran número de medidas políticas y sociales cuyo objetivo es la puesta en práctica de estos principios, del fomento de la independencia frente al grupo de origen. De este modo, todas las personas que tengan a su cargo un niño reciben ayudas familiares sin tener en cuenta en número total de niños. A partir de los 16 años (fin de la educación obligatoria), el joven se beneficia directamente de esta ayuda y no se destina, por tanto, a las personas a cuyo cargo se encuentre. Todo joven que prosiga sus estudios (secundarios o superiores) ve cómo a continuación se le asigna una beca. Estos ejemplos dan una idea de la concepción de la categoría que disfrutan los jóvenes en este país: más que considerarlos hijos de sus padres, lo que se traduciría en una «familiarización» (6) del trato a la población juvenil, se
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(5) Véase por ejemplo «Suède: l’égalité des sexes en question », Cahiers du Genre, n°27, 2000; La protection sociale en Europe, éds C. Daniel et B. Palier, 2001; Comparer les systèmes de protection sociale en Europe du Nord et en France, volumen 4, tomo 1&2, 1999.
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les considera, sin embargo, por ellos mismos como individuos en su totalidad y no en función de su grupo de origen. El sistema de ayudas prevé convertir de manera efectiva y lo más rápida posible a los jóvenes en adultos independientes de su familia proponiéndoles un sistema de mantenimiento individualizado. Se pueden observar otras aplicaciones de esta concepción del individuo en el sistema educativo y familiar en las ayudas de mantenimiento en general que se encuentran en los textos que recogen los derechos civiles, por ejemplo (Jarvin, 2001). Es aquí donde destacamos una paradoja. Si esta ideología característica del modelo sueco sitúa al individuo en el primer plano, ¿cómo se comprende la importancia que nuestros entrevistados dicen atribuir a las opiniones de sus semejantes? ¿Y cómo se interpretan sus numerosas alusiones a una norma común? Nosotros proponemos la siguiente hipótesis explicativa: al evolucionar en un sistema propenso a la atenuación de las diferencias y que sitúa, en el nivel de las representaciones, al conjunto de los individuos en pie de igualdad (las medidas políticas y sociales son una expresión de ello), los individuos desean instaurar normas de situación por ellos mismos. Puesto que no se concibe en primer lugar a un individuo si no es miembro de un grupo y puesto que su desarrollo depende de entrada de él mismo antes de integrarse en los vínculos con el entorno inmediato, (7) debe crear por sí mismo un sistema de referencias, de adherirse a cualquier cosa que no emane de manera directa del grupo al que pertenece originariamente. Podemos interpretar la importancia concedida a los miembros del grupo de semejantes desde este punto de vista. Si los semejantes cumplen siempre un papel socializador, aquí parecen funcionar más como referentes que el individuo puede elegir libremente. Si se ha socializado en un sistema que prevé relaciones de igualdad más que de jerarquía, parece que los semejantes constituyen el primer grupo de referencia puesto que son, por definición, los más «próximos» (este término no hace tanto alusión a una proximidad afectiva como a una proximidad de edad y de categoría social). Por esta razón estas personas semejantes instauran un sistema de valores que les es propio al cual se adhiere el conjunto de los miembros del grupo y que se convierte, a continuación, en su norma de referencia. Por ello, la presión que ejerce esta norma se comprende debido al hecho de que son los propios jóvenes quienes la han establecido, a diferencia de lo que les habrían transmitido sus progenitores.
(7) Esta observación no niega de forma evidente la importancia de los vínculos familiares durante la socialización, sino que tiene por objeto más bien recordar la definición de la ideología «centrada en el individuo».
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Sandra Gaviria, Universidad de Le Havre (Francia)
EL TEMA
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De la juventud hacia la edad adulta en Francia y en España
Este artículo, trata de analizar, a partir del análisis de la salida del hogar familiar de los /las jóvenes franceses/as y españoles/as, las trayectorias y las relaciones que establecen con su familia, su pareja y sus amigos/as a lo largo de la juventud. El objetivo es mostrar que en los dos países, se siguen procesos distintos de construcción de uno mismo hasta el momento de la total autonomización de los padres. Se expone primero el caso de Francia y seguidamente el de España. Las distintas maneras de desarrollarse corresponden a dos modelos de formación de la identidad adulta y a concepciones distintas de las relaciones que el adulto debe de mantener con las personas queridas que le rodean. Palabras clave: juventud, identidad, familia, pareja, amigos.
Introducción Los/las jóvenes franceses/as y españoles/as se van de casa de los padres, no sólo en momentos distintos, pero también de manera diferente. La diferencia no es únicamente de orden cuantitativo sino también cualitativo. Los/as primeros alternan modos de vida variados hasta el momento de la instalación con una pareja estable mientras que los/as segundos/as pasan a menudo de casa de los padres al domicilio conyugal. Los/as jóvenes de los dos países construyen su identidad de manera distinta y por eso se van en momentos distintos de casa, pero se van en momentos distintos porque se construyen de manera distinta. Los dos fenómenos están interrelacionados. Esto es posible porque en los dos países hay diferencias en lo que respecta a la definición del adulto así como sobre la manera en la que uno debe de realizarse para llegar a obtener ese estatuto. Cuando se habla de identidad se puede hablar de la identidad colectiva o individual. En este artículo hablaremos de la identidad individual y veremos cómo los/las jóvenes la construyen en Francia y en España hasta el momento de la total autonomía e independencia de sus padres. Se considerará que la identidad no es una esencia de los individuos sino que ésta puede cambiar y evolucionar a lo largo de la vida (E. Gil Calvo, 2001). Las personas pueden tener una identidad más o menos multidimensional. Se considerará que los individuos tienen una identidad múltiple y que según los momentos y/o las circunstancias de la vida desarrollan y ponen más en relieve unas dimensiones que otras. Algunos autores consideran que los individuos nunca consiguen obtener una cierta unidad en su identidad y que siempre están fragmentados (B. Lahire, 1998). Veremos cómo los/las jóvenes españoles/as tienen una unidad de su identidad más importante que los/las franceses/as. Distinguiremos diferentes identidades (F. de Sinlgy, 1996). La identidad personal es la que resulta de: la identidad estatuaria para uno mismo y para los demás y la identidad íntima para uno mismo y para los demás. La identidad íntima se define como aquella escondida en el fondo de
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uno mismo. La estatutaria cómo aquella que deriva de su estatuto en una situación dada. El objetivo será analizar cómo los/las jóvenes de los dos países se individualizan. Las dos principales dimensiones del proceso de individualización son la autonomía (capacidad para darse su propia ley) y la independencia (capacidad para obtener sus propios recursos) (F. de Singly, 2001). Nos interesaremos por las emociones y los sentimientos que expresan los individuos en sus relatos pero analizando y teniendo en cuenta el sentido de sus discursos. Estos resultados provienen de un trabajo de campo realizado en Francia y en España a través de 60 entrevistas semi-dirigidas en los dos países. Veremos en una primera parte el caso de Francia y seguidamente el de España.
I. Francia 1. Convivir con los padres, tomando distancia Los/las jóvenes se emancipan pronto de la casa de los padres. Tanto los padres como ellos consideran que una persona no puede construirse correctamente si comparte durante demasiado tiempo el mismo espacio físico que su familia. Se considera que la autonomía total sólo es posible si se vive en un espacio distinto del espacio familiar. Durante la estancia en casa de los padres y a medida que avanzan en edad explican que para ellos el poder irse rápidamente es un objetivo claro. Si no lo han hecho es porque no pueden bien económicamente o por circunstancias familiares. Cédric (24 años) que vive únicamente con su madre lo expresa así : «Tengo ganas de tener mi propia casa, de poder invitar a mis amigos cuando quiero, de poder….De poder tocar música si me apetece y de poder jugar a videojuegos si tengo ganas hasta las cinco de la mañana. » Se considera que la edad apropiada para irse de casa es de 25 años (E. Maunaye, 2001). Si los/las jóvenes trabajan esta edad puede ser más temprana y si no es el caso retrasarse un poco. El trabajo es una condición suficiente pero no necesaria para la emancipación. Por ejemplo muchos hijos/as se van de casa apoyados por sus padres económicamente para estudiar y sin un empleo (O. Galland, 2001). Se podría pensar que los/las jóvenes crean, durante los años que viven con los padres, un mundo común importante con ellos pero no es el caso. En las entrevistas resaltan que es importante crearse un mundo personal propio separado del mundo familiar. Por ejemplo la pareja del jóven tiene sobretodo una relación con él/ella pero no tanto con la familia. Los/as amigos/as y los padres no se mezclan a menudo ya que se considera que los primeros pertenecen al mundo personal del joven y los segundos al mundo familiar. Esto hace que los/as jóvenes tienen una identidad escindida en el sentido en que deben de hacer presentaciones de sí mismos diferentes según que estén por ejemplo en presencia de sus padres y de sus amigos: desarrollan facetas distintas de su identidad que pueden o no ser conciliables entre ellas. Del mismo modo los/as jóvenes no cuentan demasiadas cosas a los padres de su vida privada. Durante los años de convivencia intentan obtener sur propios recursos para pagar una parte de sus gastos. Esto a sus ojos les permite obtener una autonomía mayor. Lo hacen independientemente del capital económico de los padres y estos encuentran normal que sus hijos/as se ganen un dinerillo. Para construirse correctamente el/la joven debe de autonomizarse y esta autonomía se prepara aún cuando el joven está todavía viviendo en la casa familiar. Este modelo es aprobado por los jóvenes pero también por los padres que piensan que es importante que aunque sus hijos vivan todavía en casa vayan adquiriendo una mayor autonomía. Por ejemplo van a evitar acompañarles al médico o meterse en su vida personal.
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2. Trayectorias irregulares Cuando los jóvenes abandonan la casa familiar, lo hacen sin tener un proyecto establecido a largo plazo: no saben ni con quién vivirán, se casarán o donde trabajarán. Esto no significa que para ellos el llegar a tener una vida de pareja estable no es importante. Como lo muestra J.-C Kauffman (1999) la vida de pareja sigue siendo el modelo de referencia al cual aspiran los individuos. Lo importante es salir del hogar en un momento dado. Algunos/as jóvenes se van de casa a estudiar a otra ciudad pero otros deciden estudiar en otra ciudad, que en la que viven sus padres, para poder irse de casa. Helène (24 años) por ejemplo nos explica su caso: « Era una manera de ser independiente, porque mis padres eran un poco protectores. Mi madre no ha trabajado nunca y se ha focalizado siempre en los hijos. Para mis padres siempre ha sido muy importante que saliésemos adelante en sentido figurado y propio porque han gastado mucho dinero. Es verdad que si elegí Lille, que está bastante lejos de Burdeos (ciudad donde vivían sus padres) fue también consciente o inconscientemente para obtener mi independencia. » Al principio cuando se van de casa, vuelven a menudo pero progresivamente lo hacen menos frecuentemente y van definiendo, cada vez más, su propia casa ya no la de los padres, sino la suya propia. Los/las jóvenes se van y generalmente bien viven solos/as bien lo hacen con su pareja. El vivir solo en un momento dado durante la juventud es algo muy valorado. Es como si fuese necesario pasar por este modo de vida para encontrarse frente a sí mismo y estar seguro de tener la autonomía interior necesaria para asumir este modo de vida. Vivir en pareja de hecho es algo que los/las jóvenes practican regularmente. A menudo alternan a los largo de la juventud modos de vida diferentes; una época con una pareja, solos/as, de nuevo con otra pareja y así sucesivamente. Combinaciones distintas aparecen según la trayectoria de cada joven. El compartir piso con amigos/as es algo que no se practica mucho y de hecho pocos son los estudios sociológicos que estudian esta forma de convivencia. Algunos jóvenes comparten piso pero lo hacen más en la época del inicio de la vida profesional que durante los estudios. Estos últimos años ha habido una mediatización de los jóvenes que alquilan un piso entre varios, que no corresponde con la realidad, ya que son muy pocos, ni tampoco con el modelo español de estudiantes que comparten piso durante el año escolar pero que siguen definiendo su casa, la casa familiar. Durante años los/as jóvenes franceses se construyen libremente alejados de la familia. Los padres sólo saben lo que sus hijos deciden contarles pero nada más y cada vez tiene menos posibilidad de saber lo que ocurre en su vida. Los/las hijos/as, realizan cambios de piso, de ciudades, de modos de convivencia (solos, en pareja, vuelta en algunos casos a casa de los padres). El día que entran en el mundo del trabajo no tienen ahorros, ya que durante años han tenido que pagar piso, electricidad y todo tipo de gastos de la vida cotidiana. Una vez que entran en el mundo del trabajo no acceden inmediatamente a la propiedad y siguen durante años viviendo en casas de alquiler para poder ir ahorrando. Los/as jóvenes se convierten progresivamente en individuos con una vida propia en la cual la familia interviene cada vez menos. Por ejemplo cuando los jóvenes se instalan a vivir con su pareja, en algunos casos los padres sólo conocen a la pareja después de unos meses. En general no tienen en cuenta la opinión de sus padres para tomar este tipo de decisión. Es algo personal y
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la familia, a priori, no tiene por qué opinar. Sara una de las entrevistadas, a los pocos meses de conocer a su chico se puso a vivir con él sin que su madre lo conociese: « Mi madre no lo conocía. Empezamos a salir juntos en Enero, vino a vivir a mi casa en Julio y en Agosto fuimos de vacaciones a casa de mi madre.» En algunos casos, después de una ruptura afectiva o de perder el trabajo, los/las jóvenes vuelven a casa de los padres pero generalmente esta vuelta no se alarga demasiado tiempo. Es difícil para los unos como para los otros el convivir ya que cada uno ha incorporado nuevas costumbres y se deben realizar ajustamientos que no siempre se hacen sin tensiones o conflictos. Las identidades de los padres como de los/las hijos/as son muy distintas y cómo saben que la convivencia es para poco tiempo los esfuerzos parecen ser limitados. Los padres evitan meterse y mezclarse en mundo de sus hijos pero no les abandonan ni se inhiben. Por ejemplo prestan mucha atención en todo lo que respecta a los estudios ayudan económicamente, materialmente y moralmente a sus hijos para que salgan adelante: pagan estudios, les ayudan a mueblar sus pisos y les acompañan en el camino de la autonomía y sobretodo en los primeros años cuando se alejan de la familia cuando a días y a ratos se sienten solos. (1) Los hijos aceptan esta ayuda pero intentan conservar márgenes de independencia económica y para esto trabajan durante años de manera paralela a los estudios o durante los veranos o incluso durante todo el año. Este proceso hace que los jóvenes vivan durante años con una cierta inseguridad material y afectiva ya que no saben muy bien ni si la relación de pareja durara tiempo, ni cómo va a evolucionar materialmente su vida. Sin embargo intentan asegurar el desarrollo de su identidad personal ante todo y no únicamente adaptarse a roles preestablecidos en función de sus diversos estatutos familiares de “hijo, hija de” o personales de “novio de , novia de”.
3. Las redes
(1) Análisis de entrevistas hechas por los estudiantes de D.U.T Carrières Sociales-Universidad de Le Havre.
La juventud es una etapa de la vida en que los/as jóvenes empiezan a adquirir más autonomía y en la que se separan progresivamente del grupo de amigos/as de la adolescencia (C. Bidart, 1997). Prefieren organizar sus relaciones en redes. Un adulto es aquel que ya no tiene un grupo de amigos sino que ve a sus amigos de manera troceada. Si el grupo persiste en la edad adulta esto no se considera algo positivo. El grupo de jóvenes que perdura después de la adolescencia se atribuye generalmente a algo malo a jóvenes inmigrantes que circulan peligrosamente por la ciudad. Cómo si se considerarse que uno no se puede individualizar manteniendo los grupos de amistades. Esto hace que los/las jóvenes tengan una identidad escindida ya que pueden hacer presentaciones de sí mismos diferentes delante de los distintos amigos. Ariane nos explica así su preferencia por tener amigos distintos: « me gusta tener mi vida con ciertas personas, no me gusta estar siempre con las mismas porque después…Además uno no es igual, no es el mismo estilo de salida según con quien uno se encuentra ademas…No estoy segura que mis amigas de la universidad se lleven muy bien con mis amigos. No sé. Cada uno tiene su vida, cada uno tenemos…Pero bueno se conocen, y con los otros amigos es lo mismo se conocen pero sin más. » Las diversas esferas de la vida a las que pertenecen los jóvenes no están fuertemente interrelacionadas y devenir adulto significa aislarlas y encontrarse en el centro de distintos mundos que no están interconectados entre ellos. Por ejemplo los padres y los amigos no siempre se conocen y cuando es el caso
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no hacen actividades juntos cómo comer, tomar un café. Considerar a alguien no significa presentarle a su familia y mezclarlo con ésta.
4. La autonomía conyugal Los jóvenes intentan tener una autonomía personal también en la vida de pareja. Veamos primero el sentido que dan a este modo de vida cuando viven en pareja de hecho. Podemos distinguir dos grupos. En el primero grupo hay jóvenes que viven la vida de pareja cómo una convivencia que puede seguir durante tiempo, pero también que puede parar del día a la mañana. Se ponen a vivir juntos sin saber lo que el futuro les reserva y sin planes establecidos. A menudo empiezan pasando una noche uno en casa del otro hasta que un día bien uno de los dos jóvenes abandona su piso y se va a casa del otro, bien se instalan en un nuevo piso. Estos/as jóvenes pueden tener varias parejas antes de casarse con una de ellas. Erwan quería experimentar la vida solo en un piso y lo hizo durante un año pero la frecuencia con la que veía a su novia, que también vivía sola, le llevo a dejar su piso y a instalarse con ella : « Una de cada dos noches dormía en casa de Florence o venía a mi casa, así que era una pesadez para mi porque tenía que preparar mis clases e iba con mogollon de papeles a su casa y a veces a las 11 de la noche me iba corriendo a buscar algo que se me había olvidado. Menos mal que estaba cerca porque si no hubiese sido invivable. Como lo explica J.-C. Kaufmann: (2) «Las jóvenes parejas se forman alrededor del sentimiento amoroso y de las relaciones interpersonales antes de pensar en fundar e instalar un hogar». Para algunos jóvenes, la decisión de vivir juntos se piensa una vez que la situación ya existe porque están a menudo el uno en casa del otro: « Los jóvenes que empiezan a vivir juntos, no lo hacen con la idea de fundar un hogar, lo construyen antes de que les venga la idea de hacerlo » (J.-C. Kaufmann, 1992). En un segundo grupo encontramos jóvenes que viven con la persona con la que se piensan casar pero éste es un grupo minoritario. A menudo han hecho lo que se llama en Francia “Fiançailles” que es un compromiso de matrimonio delante de las familias y los amigos íntimos antes de la vida de pareja de hecho.
(2) KAUFMANN J.-C., La trame conjugale. Analyse du couple par son linge, Nathan, Paris, 1992.
Para los/las jóvenes que viven en pareja de hecho es importante conservar una autonomía familiar pero también conyugal. Por ejemplo si observamos cómo se organizan económicamente vemos que separar el dinero y tener cuentas separadas es algo muy importante para ellos y para ellas. En general ponen dinero en una caja o en una cuenta común para pagar los gastos cómo la comida o el alquiler pero cuándo salen a cenar o compran un regalo lo pagan con las cuentas individuales. Esto hace que situaciones que pueden parecer sorprendentes desde el punto de vista de la fusión conyugal ocurren: una pareja puede salir a cenar y uno invita al otro o cada uno paga su cuenta. Franck que vive desde hace varios años con su novia nos explica como se organizan: « Vamos a menudo a restaurantes, generalmente digo: “yo pago”. Pero algunas veces ella paga. Paga el Mc Donald’s y yo pago el restaurante, o pago el Mc Donald’s, bueno pago el Mc Donald’s o el restaurante”. Generalmente como los hombres ganan más son ellos los que pagan más a menudo los restaurantes. Este deseo de autonomía aparece también a la hora de ver a amigos. Los miembros de la pareja conservan ciertos amigos individualmente que ven sin su compañero/a. Erwan por ejemplo expresa la importancia que esto tiene para él: « Son dimensiones distintas, con mis amigas Laura y Anna voy a hablar de cosas con las que nunca hablo con mi novia o de cosas de las que hablo poco porque no tengo
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ganas de… porque implícitamente no puedo hablar de…si esto es, de cosas de las que con ella no puedo hablar de manera más explicita.» El comportamiento de estos jóvenes muestra que intentan ser individuos individualizados.
5. El matrimonio Los jóvenes se casan cuando piensan que la persona con la que viven es con la que desean pasar el resto de sus días. Esto puede ocurrir después de años de convivencia en pareja de hecho o también después de la llegada del primer hijo. La boda no cambia concretamente nada en la vida del joven ya que a menudo ya vivía con su pareja. La boda es una ceremonia que pertenece plenamente a los jóvenes y no a la familia, esto lo podemos ver a través del análisis de su organización. Los jóvenes la organizan ellos mismos y cuando no es el caso es porque ellos le piden a la familia que lo haga. El día de la ceremonia los testigos son amigos y no los miembros de la familia como por ejemplo los padres de cada uno de los novios. En el banquete, los novios no se sientan con los familiares sino en una mesa con sus amigos. Es una boda entre individuos individualizados y no entre dos hijos de que se definen en función de este estatuto de “hijo de”. Se podría casi decir que ya, antes del día de la boda, esos/as jóvenes se consideran y son considerados socialmente como adultos. El matrimonio en Francia ya no constituye un rito de paso cómo ocurría antiguamente. «Aunque hoy en día muchos matrimonios ya no celebran pasos, siguen estando en la categoría de los ritos en la medida en que ofrecen un espacio de simbolización » (M. Segalen, 1998, p. 96). Los jóvenes mantienen durante después del matrimonio modos de comportamiento en la pareja similares a los de la vida anterior en pareja de hecho. En lo que respecta a la familia, tienen pocas obligaciones con el parentesco y las relaciones obedecen más a una voluntad de las dos partes que a obligaciones en función del estatuto de cada uno en el seno de la familia. Por ejemplo las fiestas de cumpleaños no son momentos en los que toda la familia se reúne anualmente y para el conjunto de sus miembros. Las comidas de los domingos no están muy institucionalizadas. Sin embargo algunas diferencias se observan en el comportamiento de los casados respecto al de las parejas de hecho. Por ejemplo los cónyuges van más a menudo a pasar la Navidad juntos a casa de una de las dos familias y se autorizan menos frecuentemente a pasarlas separados.
II. España 1- Una convivencia de proximidad Los/as jóvenes españoles se quedan en casa de los padres durante años hasta mayoritariamente el momento el matrimonio (L. Garrido, M. Requena, 1997). Se considera que un/a joven si vive durante años con sus padres podrá construirse conservando una fuerte identidad estatutaria de “hijo/a de”. En las entrevistas los/las jóvenes no manifiestan una fuerte voluntad de irse de casa. En la familia española a lo largo del tiempo las relaciones han sido cada vez menos autoritarias y más democráticas (I. Alberdi, 1999). A veces trabajan y no expresan el deseo de irse sino más bien el deseo de irse cuando las condiciones materiales y afectivas sean favorables. Algunos estudian en otra ciudad pero generalmente vuelven los fines de semana a casa y siguen definiendo el domicilio familiar como su domicilio, a menudo al final de los estudios vuelven de nuevo a vivir con los padres.
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Sus progenitores aceptan esta situación e incluso la viven con orgullo. Si un hijo se va pronto de casa lo viven como una decepción como si hubiesen hecho algo malo. Los jóvenes que trabajan y conviven con sus padres no se consideran ni son considerados como adolescentes tardíos o como adultos inmaduros. Se puede ser adulto y vivir acompañado de miembros queridos de la familia como son los padres y a veces los hermanos. Luis (28 años), aunque tiene medios económicos para irse de casa no lo hace: « No me lo planteo porque me encuentro muy bien. De momento no tengo intención de irme y de coger un piso. Tengo todo lo que necesito y es más cómodo que coger un piso: me planchan la ropa, me hacen la comida…Entonces porque gastar dinero? » El trabajo es una condición necesaria pero no suficiente para irse de casa ya que los jóvenes quieren irse en buenas condiciones económicas, tener ahorros e incluso en algunos casos haber empezado ya a pagar una hipoteca para comprar un piso. Los jóvenes no están en casa cómo en un hotel y también les hacen favores a los padres y les dan compañía y afecto. « En la sociedad española no tan sólo resulta bastante frecuente la residencia común entre miembros de distintas generaciones ya adultos – jóvenes solteros que viven en el domicilio de sus padres hasta la treintena y progenitores viudos que son acogidos por sus hijos tras el fallecimiento de su cónyuge – , sino también el intercambio intenso y asiduo de ayudas y servicios entre ascendientes y descendientes que viven en distintos hogares ». (L. Flaquer, 1998, p. 131). Durante los años de la convivencia con los padres los/las jóvenes conservan un mundo común importante con ellos. Por ejemplo a menudo los amigos conocen a los padres e incluso celebran cumpleaños o hacen alguna cena en ocasiones juntos. Ser adulto o ir hacia el camino de la adulteidad no significa separar los diferentes mundos a los que pertenecen los individuos. Al contrario una persona que se construye correctamente como adulta es aquella que va a poder seguir conciliando las distintas esferas de la vida a las que pertenece. Esto permite a los/las jóvenes tener una fuerte unidad de su identidad. Por ejemplo si están al mismo tiempo delante de sus amigos y de sus padres deben de conciliar su identidad de “amigo de” con la de “hijo de”.
2. Trayectorias de estabilidad La mayoría de los jóvenes se van de casa en el momento del matrimonio. Una minoría para instalarse en pareja de hecho y pocos son aquellos que lo hacen para vivir con amigos o solos. A los/las jóvenes españoles no les gusta vivir solos. El/la que vive solo/a es aquel/lla que está solo/a afectivamente y este modo de vida no es valorado, ni deseado. El compartir piso con amigos es algo que se hace sobretodo durante la época de los estudios pero no más adelante. Generalmente los jóvenes hasta el momento de la vida en pareja tienen pocas experiencias: ni viven en ciudades distintas y no cambian a menudo de modalidades de vida. Por ejemplo no viven en pareja de hecho y luego solos y con amigos etc. Este modelo de comportamiento hace que generalmente no experimentan situaciones de convivencia variadas a los largo de su vida y antes del matrimonio. Bien pasan de casa de los padres a su casa de casados o de pareja de hecho, bien viven un año o dos con amigos y luego en pareja. Pero no pasan años alternando situaciones distintas y variadas. Este modo de vida hace que cuando se instalan en la vida de pareja no tienen mucha experiencia de cómo organizar una casa. Esto significa que durante años los/as jóvenes se construyen en una proximidad familiar y conservando una identidad común importante con sus padres. Esto les permite más adelante tener relaciones frecuentes con sus
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familias ya que no chocan fácilmente puesto que tienen muchos puntos en común. Por eso los encuentros más adelante son agradables y deseados por los miembros de la familia. Los padres aprueban este tipo de trayectorias estables, fuertemente arraigadas en la familia y geográficamente. Durante años ayudan económicamente a los jóvenes directamente (cuando estudian fuera) e indirectamente (teniéndolos en casa durante años y permitiéndoles ahorrar). También les protegen: Les dan afecto, les acompañan al medico y les apoyan constantemente. A menudo los jóvenes aún cuando trabajan permanecen unos años en el domicilio familiar. Esto les permite ahorrar para acceder a la vivienda. Los padres, en el único caso en el que se niegan o se oponen fácilmente a ayudar a sus hijos, es cuando se trata de emanciparse sin casarse, o si el/la hijo/a se va para vivir en la misma ciudad solo/a por el gusto de vivir en otro piso. En ese caso el discurso es: “vale si te apetece irte de casa, vete, me da mucha pena y por lo tanto encima no voy a contribuir económicamente para facilitarte las cosas”. Los padres no apoyan ni incitan a sus hijos a estudiar lejos o a salir del hogar. Del mismo modo no están dispuestos a ayudar económicamente a los hijos a emanciparse, si esto no es de una real necesidad material y si no se justifica.
3. Los Grupos Los jóvenes se construyen durante la juventud en grupos. Tienen diversos grupos de amigos que a su vez están interrelacionados entre ellos. A menudo distinguen: los amigos del colegio, los de la universidad y/o los del trabajo. El grupo de amigos es una institución aquél que no tiene grupo de amigos es sospechoso: ¿es raro? ¿Extraño? ¿Tiene algún problema? Una característica importante de estos grupos es que persisten en el tiempo y no corresponden únicamente a una etapa de la vida. La persistencia de los grupos es posible por la baja movilidad geográfica de las familias y de los/as jóvenes españoles. La tradición española de acceder a la propiedad (J. Leal Maldonado, 1998) hace que las familias pasan años en el mismo piso y barrio y los hijos yendo a los mismos colegios. La dispersión de las universidades por todo el territorio permite una baja movilidad y tener lazos sociales estables en el espacio y en el tiempo. Los grupos no existen solamente durante la juventud sino también durante la edad adulta. No es considerado como malo, al contrario es algo positivo conservar los grupos de amigos cuando uno está “instalado” en una vida familiar y profesional estable. Los grupos están interrelacionados entre ellos. Para los jóvenes es importante que sus diferentes mundos se crucen y se mezclen en algunos momentos. Por ejemplo si se considera a un amigo, es bueno presentarlo a los padres. Los padres y los amigos pasan a veces momentos juntos para comer, por ejemplo durante las fiestas del pueblo, o para celebrar un cumpleaños. El que los jóvenes se muevan en grupos interrelacionados les permite tener una fuerte unidad de su identidad. A veces deben de hacer presentaciones de ellos mismos delante de personas diferentes, por ejemplo la pareja y la familia, los amigos y la familia.
4. La fusión conyugal Los/as jóvenes que se ponen a vivir en pareja de hecho generalmente, lo consultan antes a sus padres, y si no están de acuerdo negocian para que lo acepten. Si éstos se oponen de manera muy intensa los jóvenes pueden en algunos casos abandonar la idea inicial y casarse. Los/as jóvenes tienen una fuerte identidad estatutaria y es importante para ellos contar con el apoyo
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de sus padres en sus decisiones. Algunos, aunque los padres no estén muy contentos, mantienen esta opción de vida pero son una minoría. Ellos tienen una fuerte identidad personal comparada con la de los otros jóvenes españoles. Podemos distinguir tres tipos de jóvenes que viven en pareja de hecho en función del sentido que le atribuyen a este modo de vida. En el primer grupo encontramos jóvenes sobretodo mujeres, que viven así porque su pareja de momento no se quiere casar. El compañero que vive con este tipo de chica, vive con ella porque es con la que se piensa casar el día de mañana pero no desde el principio. La novia de Juan se encuentra en esta situación, él nos comenta: « Para ella, el que no estemos casados es un problema, entra en contradicción con sus principios y con su educación. A menudo no esta cómoda con esta situación. Me presenta cómo su novio pero no como la persona con la que vive”. En el segundo grupo los/as jóvenes dicen que se piensan casar pero no de momento y resisten a las presiones conyugales o familiares. Dicen esperar a tener más medios económicos para organizar la boda. En el tercer grupo encontramos jóvenes que viven la pareja de hecho sin un proyecto definido y sin saber por ejemplo ni si se casarán juntos, ni cuanto tiempo piensan vivir juntos. Lo que es curioso es que en los dos primeros casos los jóvenes viven la vida de pareja cómo si estuviesen casados prácticamente a todos los niveles. A veces han accedido a la propiedad, incluso antes de vivir juntos. Económicamente mezclan el dinero. Esto significa que juntan sus sueldos y comparten gastos a todos los niveles. Viven la pareja con bastante fusión: suelen ver a los amigos juntos y también visitar a las familias. Se autorizan a pasar las navidades separados pero saben que las familias prefieren que las pasen juntos y que no puedan seguir así muchos años. Los padres de estos jóvenes a menudo no saben cómo comportarse con ellos y cómo actuar frente a este modo de vida. Algunos alternan entre actitudes variadas. Cuando no están contentos de que sus hijos o hijas vivan así no les facilitan las cosas. Por ejemplo cuando les reciben en su casa, les hacen dormir en camas separadas. En otros casos les dicen que deberían pasar las navidades en una familia o en la otra pero no separados como si la familia quisiese que se comportasen cómo jóvenes casados. En lo que respecta a los amigos generalmente, los ven juntos y los grupos se mezclan. Cuando no es el caso, ven más a menudo a uno de los grupos que a los demás pero siguen en contacto con todos. En cualquier caso las parejas salen juntas las noches de los fines de semana y suelen ver a amigos sin la pareja durante el día.
Casarse El matrimonio sigue siendo algo importante en la transición de los jóvenes a la edad adulta. Sigue siendo para muchos un rito de paso. Éste coincide a veces con la primera experiencia en pareja y fuera de la casa familiar. Cuando se casan intentan tener ahorros para poder comprar un piso y para intentar no bajar demasiado el nivel de vida después del matrimonio. La nueva vida al principio es complicada ya que deben de gestionar la casa, el trabajo, el dinero y la pareja a diario y no estaban acostumbrados hasta este momento. Una vez casados los jóvenes viven la pareja con bastante fusión y su pareja es para ellos la persona de referencia más importante en su vida,
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un “otro significativo” central, una persona que le ayuda a confirmar su identidad. Los jóvenes después del matrimonio siguen manteniendo relaciones intensas con sus familias, a menudo viven cerca y en cualquier caso los contactos son frecuentes a nivel diario o semanal. Algunos jóvenes incluso cuando la pareja se ausenta se instalan unos días de nuevo en casa de los padres. O por ejemplo, en otros casos uno o los dos miembros de la pareja comen a diario en la casa familiar. Esto hace que los jóvenes conserven una identidad familiar fuerte incluso después del matrimonio. Del mismo modo la familia les sigue considerando cómo miembros de ella con deberes y obligaciones.
Conclusión En Francia y en España los/las jóvenes siguen procesos de construcción de su identidad distintos hasta el momentos de la total autonomía e independencia de sus padres. Los primeros se van pronto de casa de los padres y en los últimos años de la convivencia se van creando un mundo propio. Una vez que se van, pasan años desarrollando su identidad personal y tienen una inseguridad afectiva y material importante. No saben muy bien lo que la vida les reserva y viven sin proyectos preestablecidos. La experiencia del día a día determina las decisiones futuras. Se construyen “solos” y deciden las relaciones que mantienen con su familia, sus amigos o sus parejas de manera autónoma. Progresivamente los padres sólo conocen de su vida lo que sus hijos deciden contarles. La prioridad para estos/as chico/as es el desarrollo de su identidad personal. Según si más adelante coincide con la identidad familiar mantendrán relaciones más o menos intensas con sus padres. En cualquier caso son relaciones que se crean en función de las ganas y las motivaciones de cada uno más allá de las identidades estatutarias. Estos/as jóvenes tienen una identidad escindida ya que hacen presentaciones de sí mismos variadas. Esto es posible porque sus mundos no se mezclan entre ellos. Los jóvenes quieren ser autónomos de sus padres pero también de su pareja. Intentan conservar una individualización a través de la organización del dinero (cada uno su cuenta) o de los amigos (verles en ocasiones sin el cónyuge). El matrimonio llega después de años de convivencia y en algunas ocasiones después del nacimiento de los hijos. Ya no es un rito de paso, se trata de una ceremonia que constituye ante todo el compromiso entre dos individuos y no entre dos “hijos/as de”. En España, la construcción de los/las jóvenes se hace en lógicas de gran estabilidad. Salen tarde de la casa familiar y la estabilidad de la identidad es bastante fuerte. Desarrollan su identidad personal sin que ésta cuestione demasiado la identidad en función del estatuto de cada uno. Esto les permite, una vez que son autónomos, mantener relaciones familiares intensas ya que la identidad común es importante. Se construyen acompañados, en grupo y no en solitario. Sus distintos grupos están relacionados lo que permite a los/as jóvenes tener una unidad en su identidad. A menudo los/las jóvenes pasan de la casa familiar a la casa conyugal y pocos son los/las que siguen trayectorias muy móviles y originales. El matrimonio constituye para ellos un rito de paso y a menudo es una unión entre dos jóvenes que se definen fuertemente a través de su estatuto en la familia. Algunos viven en pareja de hecho pero al igual que los casados comparten un mundo importante con sus parejas.
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En los dos países hay definiciones diferentes de la significación del adulto y del proceso que hay que seguir para obtener este estatuto. También de las relaciones que el adulto debe de mantener con su pareja, su familia o sus amigos. En Francia el adulto es un individuo más individualizado que en España y el proceso que un/una joven debe de seguir es aquel que le lleva a una individualización mayor. Esto sería el modelo ideal de construcción de la identidad pero en los dos países hay jóvenes que por ciertos aspectos se parecen entre ellos. La diferencia es que la norma de un país corresponde a la excepción en el otro y viceversa.
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Lia Pappámikail, Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa
EL TEMA
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Sentidos de la edad adulta: juventud y cambio social en el Portugal contemporáneo
El propósito de este artículo es ahondar en algunas cuestiones relacionadas con la juventud y las transiciones e identidades juveniles en Portugal a partir de la vertebración de dos niveles de análisis. En un primer momento se ha querido retratar el Portugal contemporáneo y los importantes cambios demográficos y normativos que en él se han producido, presentando sintéticamente un conjunto de indicadores nacionales e internacionales. En este sentido, se ha intentado hacer especial hincapié en las magnitudes más relevantes para comprender los cambios y las continuidades en las transiciones juveniles objetivas y en los factores que contribuyen a explicarlos. Ya en un segundo momento, se ha optado por hacer un análisis de los testimonios de 30 jóvenes portugueses en transición (recogida en el contexto de una investigación europea – FATE) para comprobar que éstos representan subjetivamente a la condición adulta, al tiempo que se listan algunas pistas interpretativas que parecen relevantes en la categorización identitaria reivindicada por ese conjunto de jóvenes. Palabras Clave: Portugal, cambio social, juventud y edad adulta
Introducción La sociedad portuguesa ha sido objeto de profundos cambios socioeconómicos en las tres últimas décadas, que han vuelto a delinear el país desde el punto de vista demográfico, cultural y económico. Muchas de estas transformaciones son comunes a la mayoría de los países europeos, especialmente los países del sur de Europa, con los que se tiende a asociar a Portugal por compartir una serie de afinidades históricas y culturales. En consecuencia, el Portugal de hoy en día no se parece en nada al Portugal anterior al proceso de democratización, iniciado el 25 de abril de 1974. Hoy en día, por ejemplo, los estudios de los (las) jóvenes portugueses duran cada vez más años, las relaciones laborales que les toca afrontar son cada vez más flexibles y precarias (a pesar de que esta tendencia afecta a todas las generaciones), se registran elevados niveles de dependencia familiar y su edad de conyugalidad y parentalidad tiende a ser más tardía. Sin embargo, incluir a Portugal en cualquier tipo de clasificación tipológica, estructurada por proximidades geográficas, políticas, económicas o culturales, también puede ocultar diferencias significativas entre esos países, que además le confieren un cierto grado de especificidad al caso portugués entre sus congéneres europeos. Es justamente en ese marco en el que intentaremos situar las trayectorias de los (las) jóvenes portugueses, para que se puedan entender y comparar con las de sus pares europeos, sobre todo al intentar comprender la forma en que éstos representan la identidad adulta y cómo experimentan sus múltiples transiciones. Éste es, por lo tanto, el principal objetivo del presente artículo, que recurre, en un primer
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momento, a un retrato estadístico del Portugal contemporáneo, articulado, en un segundo momento, con un análisis breve de representaciones juveniles sobre la vida adulta, realizado a partir de un conjunto de treinta entrevistas efectuadas en profundidad a jóvenes en transición a la vida activa en 2002.
I. Cambio Social y Juventud: el Portugal de Hoy en día
(1)
1. Conyugalidad y fecundidad en Portugal: cambios y continuidades Conforme a investigaciones basadas en los censos de población de 1991 y 2001 (Aboim, 2003), los años 90 han acusado una aceleración en el ritmo de las transformaciones sociales, en el sentido de una mayor nuclearización e individualización de las estructuras familiares y domésticas. Favoreciendo estas tendencias, surgen factores como un mejor acceso a la vivienda, una mayor informalización dos comportamientos conyugales, patente en el incremento del porcentaje de uniones de hecho (que de aproximadamente un 3% en 1991 pasó a ser casi un 7% en 2001), junto con la disminución de la nupcialidad (de un 7,3 a un 5,7) y el aumento del número de divorcios y segundas nupcias (1,8 y 11,8 en 2001, respectivamente). No menos importantes son los cambios en los patrones de fecundidad y parentalidad. Aumentan, por ejemplo, los nacimientos fuera del matrimonio (que de un 15,6% en 1991 pasan a ser un 23,8% en 2001), lo que corresponde, por un lado, al mantenimiento de un perfil de convivencia tradicional y monoparentalidad persistente, asociado a bajos recursos socioeconómicos, pero también al aumento de un perfil de convivencia y parentalidad que remite a un cambio de valores significativo, ahora menos enraizados en la tradición. Según Ferreira y Aboim nacen cada vez más hijos fuera del matrimonio en las franjas de población más favorecidas, que aparentemente priman la desinstitucionalización de los lazos y de las transiciones familiares, accediendo a la conyugalidad a través de la convivencia o no oficializando una segunda unión conyugal (2002). Este hecho aúna, por un lado, una importancia creciente atribuida a la experimentación, cuya presencia es recurrente en las diferentes investigaciones sobre las éticas de vida de los (las) jóvenes contemporáneos (Schér, 2000), y, por otro, una objetivación de la menor linealidad y mayor complejidad de las trayectorias de vida (entre otros, Pais, 2001).
(2) Pese a que no se alcancen los niveles de países como Italia o España, que registran edades medias más próximas que las comprobadas en el norte de Europa.
Sin embargo, esta tendencia no se ha de leer como un retroceso de la importancia del vínculo conyugal formal. En Portugal la gente se casa bastante, pero cada vez más tarde. (2) En Portugal, la edad media del primer matrimonio ha pasado a ser para los hombres de 26,1 en 1991 a 27,5 en 2001 y para las mujeres de 24,1 a 25,3 años. Ambas edades por debajo de la media de la U.E. de 15 países, que para el año 2001 fue de 29,9 para los hombres y de 27,5 para las mujeres. Una lectura de estos datos nos permite suponer que la salida de la casa familiar se sigue produciendo, en la mayoría de los casos, por entrada en la conyugalidad, lo que llevaría a pensar en una persistencia de los patrones tradicionales de transición (salir de casa para casarse). No obstante, en dicha observación hay que tomar en cuenta la fuerza de los condicionantes económicos (sueldos bajos que no hacen viable para muchos la experiencia de irse a vivir solos) y los cambios en los valores y representaciones asociados a estos pasos de un estado a otro. Casarse (sólo por lo civil o por la iglesia) será cada vez más fruto de decisiones pensadas, individuales e ‘independientes’ de imposiciones familiares, aunque
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(1) Salvo algunas excepciones debidamente señaladas, cuando nos remitimos a datos estrictamente nacionales, la fuente es el Instituto Nacional de Estadística (www.ine.pt), mientras que para las comparaciones internacionales la fuente de datos que se ha consultado ha sido EUROSTAT (http://epp.eurostat.cec.eu.int).
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respaldadas por éstas. O sea, se trata de una institución renovada, que incorpora nuevos sentidos, diferentes de las que gran parte de las generaciones anteriores suscribió en sus propias transiciones familiares (Pappámikail, 2004). Los hijos aparecen, así mismo, cada vez más tarde en el ciclo de vida, tanto de los hombres como de las mujeres. Aquí también los valores que se registran en Portugal son inferiores a los registrados en el conjunto de los países de Europa del Sur, donde el retraso se nota de forma más evidente: si en España ese valor ya superaba los 30 años en 2000 (30,7) en Portugal la edad media de alumbramiento del primer hijo por parte de la mujer se establecía en los 28,6 años, valor semejante al registrado en Alemania (28,7), por ejemplo. No se puede hablar exclusivamente de retraso, sin referirse a la gran reducción de la natalidad en los países del Sur. En Portugal el descenso (reflejado con un índice sintético que ha pasado a ser de 1,6 hijos por mujer en 1991 a 1,5 en 2001) ha sido brusco y se ha producido muy rápidamente (el índice era de 3,1 hijos por mujer en 1960) como resultado de una significativa masificación del uso de contraceptivos modernos (que remite una vez más a cambios en los valores) (Almeida, André y Lalanda, 2003: 405-406).
2. Estructuras domésticas y transiciones: el lugar de los jóvenes Desde el punto de vista de las estructuras domésticas, las transformaciones también se han hecho sentir, subrayando el proceso de modernización: reducción del tamaño medio de los agregados domésticos (de una media de 3,1 personas por agregado en 1991 a una media de 2,8 en 2001), y aumento del número de agregados de personas solas (de 16,6% del total de agregados en 2001 a 19,5% en 2001). Este último indicador es especialmente relevante para situar los cambios de comportamientos (y de valores) en algunas franjas de la población más joven. En realidad, aunque la mayoría de los agregados de personas solas sigue correspondiendo a personas de edad (51%), viudas y en una situación de cierta precariedad, se registra un aumento substancial de los jóvenes y adultos que viven solos y que corresponden en general a individuos más escolarizados, sobre todo solteros, tendencialmente urbanos y activos profesionalmente (Guerreiro, 2003). Hablamos de jóvenes que constituyen unidades residenciales autónomas sin recurrir a la conyugalidad, formal o informal, aunque algunos puedan haberlo hecho en algún momento de su trayectoria.
(3) No disponemos de datos comparativos de EUROSTAT posteriores a 1996. Sin embargo, podría creerse que en esta última década se ha producido un empeoramiento de la tendencia a prolongar la estancia en casa de los padres, junto con una prolongación de los estudios, dificultades en el mercado de trabajo y factores de naturaleza cultural ya mencionados.
Se trata también de una minoría de jóvenes, ya que la mayor parte sigue conviviendo en la casa paterna hasta edades próximas a los 30 años. Ya en 1996, al analizar este indicador, (3) los países del sur de Europa presentan valores claramente por encima de la media de los 15 – un 66% en cuanto a los (las) jóvenes entre 20 e 24 años, y un 32% en cuanto a los comprendidos entre 25 y 29 años. Sin embargo, Portugal estaba entre los que, dentro de este grupo, tenían los valores más reducidos: el 80% de los (las) jóvenes entre 20 y 24 y el 52% de los comprendidos entre 25 y 29 vivían con sus padres, mientras que en Italia, con referencia a las mismas franjas de edad, ese mismo valor era de un 89% y un 59%, respectivamente, y en España de un 90% y un 62%. Este hecho, además, es coherente con el perfil de las transiciones familiares que se acaba de describir A su vez, se sabe que no son sólo factores económicos y políticos (como un sistema de Seguridad Social débil y un mercado de trabajo poco favorable a los/las jóvenes) los
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que explican este fenómeno, ya que varias investigaciones señalan la fuerza de los factores culturales que sitúan a la familia como un espacio de afectividad, bienestar y seguridad, no necesariamente contrapuestos a las reivindicaciones de autonomía por parte de los (las) jóvenes (entre otros Santoro, 2000; Gaviria, 2002; Pappámikail, 2004)
3. Portugal en Europa: una proximidad singular La movilización de estos indicadores demográficos se justifica cuando se pretende contrastar los cambios y continuidades en las trayectorias de vida de la población portuguesa y las modalidades tradicionalmente entendidas como marcadores de entrada en la ‘vida adulta’. (4) Tal como intentamos subrayar, se han producido cambios muy profundos. Sin embargo, pese a que las tendencias de cambio tienen el mismo sentido en los diferentes países europeos, el proceso de modernización portugués (demográfica, pero no sólo) ha sido, a todos los niveles, más tardío, justificando, en cierta medida, el ‘retraso’ con respecto a sus pares europeos. Así pues, si, por un lado, la gente se casa cada vez más tarde, por otro, comparativamente todavía lo hacemos antes que en España o en Italia. Lo mismo puede decirse en cuanto a la parentalidad y a los demás indicadores. Como ya hemos dicho, Portugal ha sufrido un proceso de modernización claro e irreversible, que, sin embargo, ha sido profundamente asimétrico, tanto desde el punto de vista regional como social (Costa y Viegas, 1998). Se han vivido procesos de intensa terciarización, litoralización y urbanización de la población y de las actividades económicas, que han ido propiciando un progresivo aislamiento y envejecimiento de la del interior del país, por ejemplo. Pero, ¿qué otras explicaciones se pueden alegar para justificar un perfil demográfico, en muchos aspectos, mixto? A nuestro entender, de entre los diferentes factores que contribuyen a explicar este perfil, hay algunos a los que nos parece necesario referirnos de forma especial: las dinámicas de la escolaridad; el funcionamiento del mercado de trabajo para las generaciones más jóvenes; algunas magnitudes relacionadas con los perfiles de género y la participación de las mujeres en el Mercado de Trabajo; y los cambios en cuanto al orden normativo, que genera contrastes y tensiones de varia índole. O sea, factores que contribuyen a que convivan en un mismo tiempo y espacio social señales de un tradicionalismo persistente (en un sistema de empleo basado en parte en las bajas cualificaciones, en la reproducción de las desigualdades en cuanto a la escolaridad, por dar tan sólo dos ejemplos) y evidencias de desarrollo e individualización (patente en la diversificación de las formas de organización familiar, aumento de las cualificaciones, adopción de éticas más expresivas y hedonistas, por ejemplo).
4. Escuela y Mercado de Trabajo: juventud, género y desigualdad social
(4) Por lo menos si se mide en términos de transiciones familiares objetivas, lo que resulta ciertamente limitado. Nos ocuparemos de las subjetividades en el punto II de este artículo.
A decir verdad, el panorama educativo del Portugal actual no se puede entender si no se toma en consideración el punto de partida de hace apenas tres décadas, por no retrotraernos más lejos en el tiempo: en 1970, el 33,6% de la población era analfabeta, una significativa proporción sólo llegaba a cursar la enseñanza primaria (un 49,6% de individuos, que completaba el ciclo o no) y tan sólo el 1,5% accedía a la enseñanza superior, o la completaba. Desde entonces se han hecho esfuerzos importantes para aumentar la escolarización de la población portuguesa, cuya escolaridad
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obligatoria es, actualmente, de 9 años. Unos esfuerzos que sólo han tenido éxito en parte. Como consecuencia de ello, la escolarización de la población aumentó significativamente, o sea, la proporción de portugueses entre 25 y 64 años con sólo 6 años de escolaridad o menos disminuyó, de un 77,7% en 1991 a un 62,2% en 2001, registrándose aumentos en la población que había completado la escolaridad básica (9 años) –de un 7,4% a un 13,4%–; secundaria – de un 8,4% a un 13% y superior, de un 6,6% a un 11,4%. El aumento es especialmente evidente en las generaciones más jóvenes (entre los 25 y los 34 años), cuya escolarización es bastante más elevada que la de las generaciones anteriores: sólo el 43,8% tiene 6 años de escolaridad o menos, el 18,8% la escolaridad obligatoria, el 21,2% enseñanza secundaria y el 16,1% estudios superiores. De hecho, puede decirse que en Portugal una parte muy significativa de los niños y de los jóvenes crece en hogares con pocos capitales escolares, y tienden a ser ellos y ellas los elementos más cualificados del agregado doméstico, lo que puede generar interesantes tensiones al profundizar en la dinámica de las relaciones intergeneracionales (Almeida y André, 2004). Pese a ello, Portugal sigue teniendo uno de los niveles de escolarización más bajos de la Unión Europea de los 15, acompañado por elevadas tasas de abandono escolar precoz. Aunque la escolarización de las generaciones más jóvenes progrese de forma acentuada en Portugal y en los demás países del Sur de Europa – destacándose Portugal por el signo negativo en este grupo, las disparidades son aún notables. Fijémonos, por ejemplo, en la escolarización de la población joven, sobre todo en el porcentaje de jóvenes entre 20 y 24 años que, como mínimo, ha completado la enseñanza secundaria (12 años de escolaridad). En 2004, Portugal registró un porcentaje de un 49%, mientras que en Italia el valor fue de un 72,9%, y en España de un 61,8%. Por detrás de Portugal, sólo está Malta, que en ese mismo año registró un valor de un 48%.
(5) Medido en una población de entre 18 y 24 años, que declararon simultáneamente no poseer cualificación superior a los 9 años de escolaridad, pudiendo incluso ser menor, e no haber cursado ningún tipo de enseñanza o formación profesional en las 4 semanas anteriores al momento de la encuesta (Eurostat).
Ya al referirnos al abandono precoz (5) comprobamos que Portugal registró en 2004 valores muy cercanos al 40% (39,4%), muy lejos, por lo tanto, del 15,7% que arroja el conjunto de los 25 países de la Unión Europea. Aún así, hay que señalar que, en este aspecto en particular, Italia y España (con unos valores de un 22,3% y un 31,1%, respectivamente) también presentan valores por encima de la media. Dicho esto, y sin duda más relevante en el marco de las trayectorias de los (las) jóvenes portugueses, hay que hacer hincapié en los procesos de reproducción social en el campo de la educación, con impactos decisivos en las modalidades de entrada en el mercado de trabajo y también en las transiciones familiares. En realidad, se supone que un individuo que abandone la escuela antes de los 18 años (como parece suceder en Portugal con mucha frecuencia) e inicie su vida profesional en los años siguientes acaba por vivir antes, dentro de su ciclo de vida, otras transiciones familiares, como la conyugalidad o la parentalidad, lo que justificaría el comportamiento de algunos indicadores demográficos. Por eso el debate acerca de las dinámicas de escolarización resulta crucial para entender algunas particularidades del caso portugués. En realidad, así como es posible hablar de un importante movimiento en cuanto a la democratización del acceso a la enseñanza, no se puede ignorar que aún estamos lejos de una democratización equivalente del éxito escolar
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(Pais y Cabral, 1998: 203). O sea, no sólo siguen siendo bajos los perfiles educativos en una parte importante de la población, sino que se producen persistentes procesos de reproducción de las desigualdades sociales y económicas en lo tocante a la escuela. A título de ilustración, y sin negar la creciente diversificación de las bases socioeconómicas de reclutamiento de los (las) estudiantes de la Enseñanza Superior, lo cual da a entender que éste cumple un papel importante como canal de movilidad social, basta observar las características familiares de origen de dichos estudiantes para comprobar la fuerza que tienen los mecanismos de reproducción. En realidad, en la muestra de estudiantes universitarios portugueses sometidos a una encuesta a escala nacional en 2004, en el 36,6% de los casos el padre pertenecía al nivel de profesionales técnicos y cuadros, sector que ocupa tan sólo al 14,4% del total de la población entre los 40 y los 60 años. También se produce lo contrario: el 19,3% de los (las) estudiantes eran hijos de obreros industriales, porcentaje que en el total de la población alcanza el 39.5%. Aún más evidente es el análisis de los perfiles de cualificación de las familias de origen: un 35,7% de los (las) estudiantes procede de familias en las que por lo menos uno de los progenitores ha cursado enseñanza superior – contra un 9,8% del total de la población entre los 40 y los 60 años; en el 16,4% de los casos uno de los progenitores tiene por lo menos enseñanza secundaria – contra un 8,9% del mismo grupo de población; y un 13%, un 12,9% y un 22% de alumnos procedentes de familias en las que uno de los progenitores tiene 9, 6 y 4 años de escolaridad, respectivamente, contra un 10%, un 8,8% y un 62,5% respecto a los mismos niveles de enseñanza en el conjunto de la población (Martins, Mauritti y Costa, 2005: 36 a 38). Las desigualdades y dificultades siguen existiendo en el mercado de trabajo. Si, por un lado, los (las) jóvenes se ven especialmente afectados por el paro (el 15,4% de la población con menos de 25 años en 2004), por otro también son las personas menos cualificadas las que tienen más dificultades para obtener y mantener un trabajo (un 6,4% de desempleo en la población entre 25 y 59 años con seis años de escolaridad o menos, contra apenas un 4% en la población del mismo grupo de edad con enseñanza superior o más). Esto sin referirnos al hecho de que, como media, también están peor pagados. Esta constatación sitúa a los muchos(as) jóvenes portugueses con cualificaciones bajas en una situación de doble desventaja. En realidad, si a un individuo con un título de enseñanza superior le cuesta entre 4 y 5 meses encontrar un empleo definido como estable (con una duración igual o superior a 6 meses), los que no han completado la escolaridad obligatoria tendrán que esperar como media más de 19 meses para lograrlo (Vieira y Resende, 2003: 83). La tasa de desempleo juvenil, en un momento dado, puede así ocultar situaciones de vida diferentes: al desempleo en un sentido estricto se asocian el subempleo (cualquier trabajo sirve, con tal de ganar algún dinero) y el desempleo rotatorio (varios empleos alternados con períodos de desempleo). A los más cualificados incluso puede estarles reservado lo que Pais llamó desempleo de prospección (un respaldo familiar que le permite al joven titulado esperar hasta encontrar un empleo compatible con sus aspiraciones) (Pais y Cabral, 1998: 210 y 211). Es notorio que la condición social de los (las) jóvenes portugueses condiciona fuertemente su acceso a recursos (sobre todo escolares) vitales para la construcción de su trayectoria de vida. E incluso sin subestimar las capacidades individuales de construcción y obtención de capitales por otras vías, la familia, por ser uno
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de los principales (por no decir el único) respaldo material de los (las) jóvenes, constituye por consiguiente un importante factor moldeador de las posibilidades, a partir del cual los (las) jóvenes eligen. Otra asimetría que persiste en el mercado de trabajo (y no sólo) tiene que ver con el género. Las mujeres también se ven más perjudicadas por el desempleo que sus pares masculinos. Hay que registrar, como otra peculiaridad portuguesa en el contexto de los países de Europa, la elevada tasa de actividad femenina (un 61,7% en 2004, comparado con el 45,2% de Italia y el 48,3 de España) (6) que ciertamente ha contribuido a la progresiva transformación de las formas de organización familiar y la consecuente reformulación parcial de los papeles de género en la familia. Recientemente, se ha asistido a la feminización de la enseñanza: cada vez son más las mujeres que tienden a alcanzar niveles de cualificación más elevados y con más éxito. Si observamos los porcentajes de abandono escolar precoz, (7) nos daremos cuenta de la importancia de las diferencias: en 2004 se registró un 47,9% de abandono entre los chicos, valor que bajó hasta un 30,6% en el caso de las chicas. Lo mismo sucede en cuanto a los porcentajes de cualificación escolar en la enseñanza secundaria completa: un 58,8% de chicas entre 20 y 24 años finalizaron, como mínimo, dicho nivel de enseñanza, cosa que sólo hizo un 39,4% de los chicos de esa misma edad. Aparentemente, sin embargo, dichos “éxitos” en el sistema de enseñanza no se han convertido aún en “ventajas” en el Mercado de Trabajo.
5. Cambio social, generaciones y valores en el Portugal contemporáneo Este retrato somero del Portugal contemporáneo no estaría completo sin la debida referencia a las evoluciones que se han producido en el plano normativo, pero después de muchos cambios en los comportamientos de los portugueses, tal como hemos afirmado repetidamente, en las que las generaciones más jóvenes han desempeñado el papel de protagonistas. Consecuentemente, Portugal no ha sido, de ninguna forma, ajeno a la aparición de un nuevo orden de valores sociales centrados en el individuo (Beck, 1992; Giddens, 1991 entre otros). La individualización se ha traducido en la adopción, sobre todo por parte de las generaciones más jóvenes, de éticas de vida más hedonistas que subrayan la importancia de valores como la autonomía, la diversión, la experimentación y otros valores que forman parte de esta constelación de sentidos, con efectos sobre las prácticas sociales y las trayectorias de vida (du Bois-Reymond, 1998; Pais, 1998; Singly, 2000). (6) Cabe destacar el hecho de que esta elevada tasa de actividad corresponde en la gran mayoría de los casos a trabajo de jornada completa, toda vez que, según EUROSTAT, sólo el 11,2% de la población empleada en 2004 afirmaba tener un empleo a tiempo parcial. (7) Porcentaje de población entre 18 y 24 años, con toda la enseñanza obligatoria completa, y que no está implicada en ninguna forma de educación o formación.
En la sociedad portuguesa la divulgación de estos valores no sólo ha rebasado las fronteras de la edad, sino la condición social. A decir verdad, pese a que la asunción de estos valores sea más fuerte entre los (las) jóvenes y las capas más privilegiadas de la sociedad, no deja de ser un hecho el que las generaciones de más edad y los grupos sociales más desfavorecidos se han dejado influir por ellos. Hasta cierto punto, este proceso ha acabado por otorgar a los agentes socializados (los jóvenes) el papel de agentes socializadores (de sus padres) (Pais, 1998: 30). Y así, al no haber un abismo generacional en cuanto a los valores sociales, en una encuesta sobre las generaciones se comprobó que valores compartidos de una manera general por todos los grupos de edad y sociales, como el individualismo y la solidariedad, encubrían transformaciones en las
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orientaciones normativas y en sus contenidos. Si, en cuanto a las generaciones de más edad, se puede hablar de un individualismo de cariz materialista y una solidariedad de raíz moral; los (las) jóvenes tienden ya a identificarse con un individualismo basado en la expresividad hedonista y con una solidariedad ‘sociable’ (Pais, 1998: 30). Sin embargo, tal como afirma Singly, hay límites en las sociedades centradas en el individuo: pese a que la difusión de ese tipo de individualidad (hecha de elecciones, realización personal, autonomía y autenticidad), como ya hemos dicho, se amplíe, las posibilidades efectivas de acceder a ella están desigualmente distribuidas (2000:18). De ahí la necesidad, al procurar dar cuenta de las subjetividades de los (las) jóvenes portugueses en cuanto a la condición adulta, y de situarlas en los contextos macrosociales, económicos y culturales que las modelan. En realidad entendemos que el análisis de las trayectorias juveniles ha de intentar dar cuenta de la forma en que los patrones de las trayectorias de vida, enraizados en las lógicas y dinámicas de las instituciones sociales como el Sistema de Enseñanza, el Mercado de Trabajo, la Justicia, etc., se articulan con los procesos de toma de decisiones, que subyacen a los tiempos y alineamientos de las transiciones, y con las representaciones, sentidos y significados individuales que llevan asociados. O sea, dar cuenta de las complejas interacciones entre los condicionamientos estructurales, la regulación y reglas institucionales, por un lado, y las subjetividades y decisiones individuales, por otro (Heinz y Krüger, 2001).
II. Responsabilidad y autonomía: territorios de significación de la ‘edad adulta’ entre jóvenes portugueses (8) Los datos utilizados en este artículo forman parte de un proyecto de investigación comparativa que implica a ocho países – FATE, Families and Transitions in Europe coordinada en Portugal por el Profesor Doctor Machado Pais (ICS). La muestra portuguesa se seleccionó a través de la lista de contactos conseguida con motivo de la aplicación de una encuesta a estudiantes de los últimos cursos de centros de enseñanza de Almada y a diferentes niveles de enseñanza (obligatoria; vocacional\ profesional y universitaria) durante el período de abril a junio de 2002. Las entrevistas se realizaron en un plazo de entre cinco meses y un año a contar desde el final del año escolar. Se hace hincapié en que no se pretende que las interpretaciones aquí expuestas sean representativas de la población portuguesa, pese a la diversidad de la muestra, en términos de condiciones sociales de los entrevistados, de sus trayectorias y de sus proyecciones de futuro.
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Ciertas investigaciones indican que, junto con las transiciones, llenas de rupturas, avances y retrocesos, se plantea, asociada por los (las) jóvenes, una multiplicidad de sentidos, tanto atribuidos como reivindicados, sobre lo que es hoy en día volverse adulto y serlo (Plug, Zeijl y du Bois-Reymond, 2003). Éste también es el resultado de una primera lectura de los testimonios recogidos, a través de una aproximación cualitativa, realizada en el contexto de una investigación comparativa europea, de 30 jóvenes portugueses de diferentes edades (entre los 16 y los 27 años) y condiciones sociales (desde jóvenes que habían abandonado la escuela con menos de 6 años de escolaridad hasta jóvenes con título de enseñanza superior). (8) Sin embargo, pese a que este conjunto de entrevistados se divida en cuanto a reivindicar la condición adulta para sí mismos, no dudó (en la gran mayoría de los casos) en presentar una especie de equivalente semántico: ser adulto es, a su entender, ser responsable. Sobre todo responsable de las consecuencias de sus decisiones, lo que remite a una importante dimensión de su identidad (ya se entienda como adulta o no): la autonomía de las elecciones. Responsabilidad y autonomía se sitúan así como elementos centrales de un paradigma normativo que modela las proyecciones de sí mismos, pese a la mayoritaria condición de dependencia total (residencial y financiera) o parcial (sólo residencial) de los padres. Esta unanimidad casi total acaba por coincidir con lo que se ha afirmado antes en cuanto a la adopción generalizada por parte de los (las) jóvenes portugueses de un ethos basado en los principios de la individualización expresiva. En realidad, los testimonios de estos (estas) jóvenes han permitido plantear un modelo de significación, en el que dicha ‘responsabilidad’ se
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puede descomponer en tres territorios distintos de sentidos atribuidos a la edad adulta. Claro está que raramente aparecen aislados, pudiendo aparecer con varias configuraciones y combinaciones. Sin embargo, desde el punto de vista ideal típico, nos parece relevante establecer las diferencias simbólicas entre los sentidos atribuidos por este conjunto de jóvenes a la condición adulta y a las transiciones que ‘dan’ acceso a ella. Dichos territorios corresponden, grosso modo, a las tres configuraciones de responsabilidad definidas por Gaudet: responsabilidad ante sí mismos; responsabilidad ante el ‘otro’ y responsabilidad ante las instituciones (2001: 79).
1. La responsabilidad ante sí mismos: la madurez como principal marcador de la identidad adulta La mayoría de los (las) jóvenes que entrevistamos (cerca de 2/3) asoció la identidad adulta a una percepción subjetiva de sí mismo y de la fase individual de desarrollo psicosocial, o sea, a la madurez que cada uno manifiesta en la forma de dirigir su trayectoria de vida y a la responsabilización individual en cuanto a las decisiones que va tomando (y sus consecuencias). De eso nos dan cuenta Francisco y Marta, que responden de esta forma a las preguntas “¿Qué significa para ti ser adulto? Y ¿cómo te defines actualmente?”: “Tiene que ver con la responsabilidad. Para mí, ser adulto, no tiene que ver con la edad. Yo creo que ser adulto es tener conciencia de los propios actos, y asumir sus consecuencias.” (Francisco, 27 años, medio social alto, enseñanza superior incompleta, empleado) “¡Responsabilidades por encima de todo! No tiene nada que ver con la edad, sino con la responsabilidad y la madurez para tomar decisiones. Y cuando tomas algunas malas decisiones, no echarle la culpa a éste o a áquel, sino echárnosla a nosotros mismos. (...) Yo ya hace tiempo que soy adulta.” (Marta, 20 años, medio social medio\bajo, enseñanza secundaria, empleada)
(9) No hay que olvidar que estamos hablando de jóvenes que viven en el perímetro del área metropolitana de Lisboa, que pese a las asimetrías internas, es la zona del país cuyos patrones de vida, ya sea normativa, ya sea materialmente hablando, son los que más se aproximan a las medias europeas. (10) Estos objetivos so tanto más ‘fantasiosos’ (Pais, 2003), en la medida en que no se articulan con una percepción de los recursos efectivamente disponibles ni con un esbozo de estrategias para logarlos, cuanto más desfavorecida es la extracción del joven y éste presenta trayectorias de gran fracaso o abandono escolar.
En esta modalidad de identificación, en que el individuo reivindica un determinado estatuto (Dubar, 2000) y en la que la autonomía se destaca como su principal característica, la identidad adulta aparece subjetivamente disociada de la edad o de cualquier cambio de estatuto (como la entrada en el mercado de trabajo, la conyugalidad o la formación de unidades residenciales autónomas) dependiendo única y exclusivamente de la percepción de sí mismos. Pero más adelante Francisco acaba incluso por decirnos: “ganar mi propio dinero no hizo que fuera más adulto, quizás me haya hecho menos dependiente” Son testimonios que, en nuestra opinión, acaban por dar contenido a las transformaciones macrosociales a las que hemos estado haciendo referencia, sobre todo en cuanto a los valores sociales y las éticas de vida. (9) Por otro lado, también es verdad que podemos hallarnos ante una forma de estrategia defensiva de cara al futuro, aquí objetivada en la proyección identitaria, que adoptarían los (las) jóvenes en contextos de incertidumbre e imprevisibilidad estructural (Pais, 2003). A decir verdad, los (las) jóvenes entrevistados nos ofrecen imágenes difusas de su futuro, convertido, por esta vía, en un eje temporal indistinto: muchas posibilidades, algunos objetivos específicos (10) (casarse, tener su propia casa, tener hijos,
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realizarse profesionalmente, viajar etc.), pero sin un orden cronológico predefinido, dejando así espacio a posibles reformulaciones a medida que ‘el día a día’ vaya trayendo acontecimientos imprevisibles, se registren objetivos fallidos o, simplemente, haya cambios de planes. “Vivir el presente”, “prefiero no pensar a largo plazo” o “vivo una cosa a la vez” fueron las respuestas más frecuentes cuando se les preguntó por sus planes de futuro, lo que significa que la mayoría de esos jóvenes evita (por lo menos en cuanto al discurso) compromisos ontológicos que corran algún riesgo de no cumplirse conforme a lo previsto. Justamente a eso se refiere el testimonio de Carla: “Yo no suelo programar mucho el futuro, o por lo menos hacer muchos planes, porque, cuando los hago, las cosas se me tuercen y pasa al contrario. Por eso prefiero no programar nada.” (Carla, 18 años, medio social medio\bajo, curso profesional, parada) También es cierto, retomando las cuestiones identitarias, que hacer que la asunción de la identidad adulta dependa de un autoexamen subjetivo no impide a algunos de estos jóvenes identificar momentos en su trayectoria percibidos como particularmente relevantes para la percepción de sí mismo como adulto. Nos dan, en realidad, ejemplos de varias circunstancias, o momentos críticos (Thomson et al, 2002), que han desencadenado un proceso de reflexividad hacia dinámicas de reformulación identitaria. A título de ejemplo, mostramos el caso de Manuel, 20 años y un proceso de desinterés relativo por la escuela, pero que acabó por entrar en un curso de formación profesional, en el que consiguió ser el mejor de su clase: “Fue más o menos mediado el curso. La gente cae en la cuenta, ¿no? ¡A lo mejor hasta tengo talento para esto! Pasado algún tiempo (...) un profesor me dijo que más tarde me encontraría trabajo... ¡Y eso mediado el curso! Me llamó aparte y me dijo eso. Y yo empecé a pensar... en que era una cosa seria. Y me metí esto en la cabeza: esto es lo que yo quiero hacer!”
(11) Afirmación más tarde corroborada por los padres de algunos de ellos, que enunciaron discursivamente su no interferencia en las decisiones de los hijos como uno de los elementos principales de las estrategias \ prácticas educativas que llevaron a cabo. Es curioso constatar que dicha estrategia se enraíza en dos justificaciones distintas: una normativa, que se remite a los padres que sufrieron interferencias por parte de sus padres y no han querido ‘oprimir’ a sus hijos como se les ‘oprimió’ a ellos; una omisión, presente en los padres que, por sus bajas cualificaciones escolares, evitan opinar o interferir en áreas en las que sus hijos están mucho más cualificados, limitándose a intervenir únicamente en cuanto a las conductas y a los valores (Pappámikail, 2004: 106-108)
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En realidad, es interesante constatar cómo, al prolongar la estancia con los padres, la autonomía de la identidad pasa a poderse construir/conquistar sin que haya propiamente una independencia o emancipación total del “cuerpo”, dependiente del sustento, del apoyo y de la vigilancia familiar, por ejemplo: tan sólo una objetivación de la disociación entre autonomía e independencia que parece darse con la individualización (Singly, 2000). Casi todos los (las) jóvenes entrevistados afirmaron categóricamente que el respaldo y la presencia de los padres no constituyó una interferencia directa en sus elecciones y decisiones escolares, profesionales ni incluso personales: (11) “Mis padres siempre me han apoyado, yo tenía que hacer lo que me gustara. (...) Siempre tomé mis propias decisiones. Siempre he sabido cuál era mi camino” (Isabel, 23 años, medio social medio, último curso universitario) “Mi padre y mi madre nunca han interferido en mis decisiones. Cosa que yo encuentro bien. Porque cuando tomo una decisión ellos están ahí para apoyarme y no para criticarme. (...) Yo escucho su opinión, pero quiero decidir siempre por mí misma. Tenemos que cometer errores, pegarnos batacazos, para aprender (...). Ellos me dan esa libertad para que yo pueda crecer” (Carla, 18 años, medio social medio\bajo, formación profesional, desempleada) Sin embargo, es necesario entender estas afirmaciones en un contexto de afirmación identitaria. Si por un lado los discursos juveniles proyectan
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muchas veces esta “retórica de la autonomía” (Thomson et al, 2002: 351), el cruce con reflexiones sobre las modalidades de interacción e intercambio familiar nos ha permitido contextualizar esa retórica en el contexto de una “autonomía situada”, sujeta a vigilancia parental, más o menos asumida, y con diferentes grados de intensidad. Pero hablemos de una “autonomía situada en un determinado sistema de normas y también en un determinado conjunto de prácticas socializadoras que contribuyen a restringir o ampliar el campo de posibilidades efectivamente disponibles para los (las) jóvenes” (Pappámikail, 2004: 16).
2. La responsabilidad ante el ‘otro’ y ante las instituciones: la familia y el trabajo como indicadores de la identidad adulta Algunos jóvenes (una minoría en el contexto de la muestra), sin embargo, optaron por referirse a la familia (y al estatuto de dependencia material) para definir la condición adulta. En su opinión (aunque nunca cuestionen su autonomía en la toma de decisiones) sólo cuando sean verdaderamente “independientes”, financiera y residencialmente hablando, se sentirán con ‘derecho’ a reclamar el estatuto de adulto. “Ser adulto... son muchas responsabilidades. ¡Es ser una persona independiente!” (Diogo, 20 años, medio social medio \ alto, formación profesional, trabaja y cursa enseñanza superior al mismo tiempo) “No sé, ser adulto es ser capaz de pagar tus propias cuentas (...). Yo soy todavía muy dependiente de mis padres... Y pienso que mi transición a la vida adulta se producirá cuando deje de estar bajo las alas de mis padres. ¡Y cuando tenga responsabilidades!” (María, 25 años, medio social medio \ alto, último curso universitario) Ya los demás sitúan la asunción de la condición adulta, a la que atribuyen un sentido negativo, en su propio acceso al mercado de trabajo. “¡Vaya lata! Porque tenemos que levantarnos bien temprano para ir a trabajar en un horario la mar de antipático. Ya empiezo a tener la sensación esa de ‘no puedo faltar al trabajo’ (...) Yo sé que al trabajar, aunque no quieras, tienes una perspectiva adulta de la vida!” (Lourenço, 21 años, medio social desfavorecido, enseñanza superior, empleado) En ambos casos, la alteridad (ya esté en el campo privado o en el público) aparece como el elemento externo que atribuye el estatuto de adulto al paso por determinadas transiciones: en el primer caso, a la salida de casa de los padres (asociada a una forma de vida independiente desde el punto de vista financiero) y, en el segundo caso, a la entrada en el mercado de trabajo. Para estos jóvenes la condición adulta es algo que se les impone (o se les atribuye, si recurrimos a la terminología de Dubar, (2000)) lo que a algunos no les agrada, como a Lourenço. Ello se debe a que en esta modalidad de proyección de sí mismos se denota una clara confrontación entre representaciones con significaciones opuestas: una juventud alegre y sin compromisos y una edad adulta seria y llena de obligaciones. Subyacente a este tipo de representaciones, de las que encontramos ecos en gran parte de los discursos (independientemente de los territorios de sentido atribuidos a la responsabilidad), se observa una confrontación entre éticas de vida, sin que dicha confrontación se traduzca, como subrayamos
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en I, en rupturas generacionales. (12) Sobre todo las éticas que muchos de estos jóvenes encuentran en sus padres (la mayoría de las veces mucho menos cualificados que ellos, como ya hemos podido demostrar) y que asumen como paradigma de la condición adulta. Consecuentemente, esta aparente confrontación normativa es menos visible en aquellos casos en los que los (las) jóvenes procedían de familias cuyos miembros poseían cualificaciones superiores. Sin embargo, y en general, a esa ‘condición adulta’ oponen un ethos juvenil, que se sustenta en los valores de la individualización y que es, simultáneamente, un ethos generacional, al que quieren ser fieles a lo largo del ciclo de vida. Recelan, no obstante, que el ‘peso’ de la responsabilidad les impida hacerlo con éxito. En realidad, al hacer referencia a una cierta ética de la hormiga (“una vida adulta estática” y aburrida que asocian a sus padres), pero prefiriendo la ética de la cigarra (hedonista y haciendo hincapié en la movilidad y acumulación de experiencias diversificadas), recelan de la condición adulta, atribuyéndole por ello un sentido negativo (Nilsen, 1998:74 y Pais, 1998: 408).
Notas Finales Como corolario de esta presentación, necesariamente breve y en dos tiempos, uno de nivel macro, que caracteriza estadísticamente el Portugal de hoy en día y los cambios y continuidades que lo han transformado, y otro de nivel micro, que ha intentado darle algún contenido empírico a ese retrato, es importante resaltar dos notas finales. En primer lugar, el hecho de haber comprobado la existencia de estrategias ‘defensivas’ en la proyección de sí mismos (al remitir a instancias subjetivas la validación de la identidad adulta) articuladas con un paradigma normativo claramente enraizado en la individualización expresiva. Estas manifestaciones se presentan, como hemos visto, asociadas con un contexto estructural de incertidumbre (o por lo menos a la creencia de que existe). En esos casos lo que parecer ser importante para los (las) jóvenes entrevistados no es ser adulto (en cualquier sentido ‘tradicional’), sino que se le reconozca como ciudadano/ ciudadana con plenos derechos, a pesar de la dependencia y de la potencial reversibilidad de que se revisten los pasos estatutarios que van viviendo. Ya cuando los (las) jóvenes remiten la condición adulta a elementos externos o transiciones específicas, que les atribuirían socialmente dicho estatuto, en cierto modo indeseado, no pretenden reforzar su dependencia o reducir su autonomía, sino rechazar un modelo normativo de condición adulta en el que no se ven reflejados. Una oposición también de naturaleza semántica: la palabra ‘adulto’ arrastra una carga simbólica que estos (as) jóvenes preferirían no tener que asumir. Ya los primeros parecen optar (de forma más o menos consciente) por reformular su contenido, adaptándolo a sus circunstancias de vida y valores. (12) Las confrontaciones normativas entre padres e hijos, presentes en varios aspectos de la vida de los jóvenes, y que pueden dar origen a algunos conflictos menores, parecen atemperarse con el clima de afectividad que según ambas partes (padres e hijos) regulan y median en la convivencia intergeneracional.
En segundo lugar, nótese que, a pesar de estos discursos algo indefinidos e inciertos, y tal como demuestran los indicadores demográficos que se exponen en el punto 1, no podemos olvidar que la mayoría de los (las) y/o jóvenes portugueses acaba efectivamente por casarse, por tener hijos e/o por constituir unidades residenciales autónomas incluso antes que sus pares del sur de Europa. Por lo que las representaciones que aquí se analizan sintéticamente contribuyen tan sólo a texturizar la importancia de las transiciones familiares y profesionales en su relación con las identidades
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personales, con los nuevos sentidos que los sujetos les atribuyen. Subyacen a estos importantes cambios desde el punto de vista de los valores sociales, sobre todo la importancia que se le atribuye a la autonomía, y que, en nuestra opinión, han contribuido en gran medida a transformar la sociedad portuguesa.
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Cécile Van de Velde, Profesor de conferencias de la Universidad de Lille3. Membre du GRACC (Université de Lille3). Miembro del Laboratorio de Sociología Cuantitativa (CREST-INSEE). Investigador asociado al Centre Maurice Halbwachs (ENS/EHESS), París
La entrada en la vida adulta. Una comparación europea
El objetivo de este artículo es el de demostrar la existencia de distintos modelos sociales entre la juventud de la Europa contemporánea. Se basa en un análisis comparativo de las trayectorias familiares y profesionales de los jóvenes adultos en Dinamarca, el Reino Unido, Francia y España. Muestra que la definición de «joven adulto» varía enormemente de una sociedad a otra y que se trata de un concepto social y cultural que se remite a arreglos sociales definidos. El análisis se basa en la complementariedad de datos estadísticos y cualitativos surgidos, por un lado, del uso longitudinal de los seis grupos del Panel Europeo de Hogares (1994-1999) y, por otro lado, de más de cien entrevistas realizadas a individuos jóvenes con edades comprendidas entre 18 y 30 años en los cuatro países citados
Las fronteras entre la infancia, la juventud y la edad adulta varían enormemente de una sociedad a otra. Revelan las imágenes culturales y políticas de los atributos vinculados a las distintas etapas de la vida. Este artículo se propone analizar algunas de las concepciones sociales de la juventud en el seno de nuestras sociedades contemporáneas en un marco europeo. Se basa en el análisis comparativo de los procesos de autonomización de jóvenes daneses, británicos, franceses y españoles: se han llevado a cabo más de 135 entrevistas exhaustivas entre individuos con edades comprendidas entre los 18 y los 30 años en estos países (1) y se han completado con el empleo de seis grupos del Panel Europeo de Hogares (1994-1999), que es un estudio transfronterizo coordinado por Eurostat en las sociedades de la Europa occidental. De este modo, se ha trazado un mapa europeo de las formas de paso a la edad adulta, estando vinculada cada una de ellas a factores sociales definidos. Más que el sexo y el medio social, durante este periodo de la trayectoria vital es la dimensión social lo que se revela como elemento más estructurador. Si se plantea desde un punto de vista comparativo, “el alargamiento de la juventud” está lejos de reunir transversalmente los mismos rasgos de una sociedad a otra. Este artículo sigue esta estructuración desarrollando de manera sucesiva cuatro modelos sociales de (1) Estudio realizado en Madrid, Pamplona, París, Valenciennes, Londres, Brighton, Copenhague, Alborg, entre individuos muestreados en función del género, de su categoría y del medio social. La guía las entrevistas, común a todos, versaba sobre las relaciones familiares, la relación con los estudios y sobre las definiciones asociadas a la edad adulta.
definición de la etapa de la juventud y de la edad adulta, así como los caminos que se considera que las unen.
I. «Encontrarse» o la lógica del desarrollo personal Para comenzar, una primera manera de experimentar la juventud se inscribe en una lógica de desarrollo personal y adopta la forma de un largo tiempo de exploración que conduce a una independencia continua frente a los padres cuyo significado profundo es el de «encontrarse» antes de las responsabilidades adultas. Designa trayectorias de juventud que se inician
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con una independencia precoz y se prolongan mediante una larga fase de alternancia entre distintas categorías residenciales, familiares y profesionales. Este vaivén se vive en el modo de experimentar y formar la identidad. La juventud se contempla así como un largo camino exploratorio y se clausura de forma relativamente tardía, en torno a los 30 años, mediante el umbral del primer hijo, considerado como el paso de la responsabilidad propia hacia la responsabilidad por los demás. Esta lógica de desarrollo persona corresponde ante todo a una tendencia generacional: hoy día los jóvenes europeos se inscriben en el ciclo de la vida principalmente con referencia a “ser uno mismo”. La mayoría de los jóvenes adultos entrevistados, concretamente los procedentes de familias acomodadas, revelan en sus discursos ciertos elementos confusos de este tipo de experiencia, en especial una firme aspiración a “encontrarse” y una imagen del adulto en términos identificativos más que legales. Sin embargo, más allá de esta relativa transversalidad generacional, son los jóvenes daneses, más que los británicos, franceses o españoles los que se revelan no sólo más proclives a formalizar de manera terminante esta aspiración a la “búsqueda del yo”, sino también a emprender las largas trayectorias de independencia y experimentación que se desprenden de ella y que son, de este modo, relativamente homogéneas en función del género y del medio social de procedencia.
1. Trayectorias de experimentación Más que en los otros tres países analizados, la fase de juventud en Dinamarca adopta la forma de un largo camino, rara vez recto, entre viajes, empleos y estudios financiados por el Estado. Esta fase se inscribe en la continuidad de una autonomía adolescente ya reconocida en el seno de la familia. Parece que los jóvenes daneses se caracterizan por experimentar una salida que no solamente es más precoz, sino también fácil y natural, que en el caso del resto de los grupos nacionales, sociales o de géneros abarcados por el estudio. Se considera que sólo el enfrentamiento a una socialización familiar es capaz de favorecer la identidad individual: quedarse en casa de los padres se asocia a una «pérdida de tiempo», a un «aislamiento» nefasto, incluso «peligroso» que impide «hacerse adulto» y frena la creación de una «vida propia». Después de la salida, se abre así un periodo prolongado de experimentación el cual se considera que puede durar hasta aproximadamente los 30 años. En él se afirma la voluntad de enfrentarse a multitud de experiencias con el fin de «realizarse» y «de estar listo» para ejercer las responsabilidades profesionales o familiares: se trata de «hacer el ego-trip» antes de fundar una familia y de incorporarse a la vida adulta. De este modo, domina una relación con el tiempo marcada por la no urgencia y la experimentación. La retórica de la no urgencia se encuentra así presente en los discursos de los jóvenes daneses y se opone de este modo, por ejemplo, a la “angustia del retraso” a la cual son más propensos los jóvenes franceses de edad y condición similares y revelan una ausencia relativa de presión sobre el momento de incorporación efectiva en la vida activa. El horizonte parece lejano y los plazos relativamente largos. Muchos declaran tener poca o ninguna prisa por
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terminar sus estudios decididos como están por aprovechar este tiempo compartimentado y legítimo, tal como refleja esta estudiante de 24 años que, refiriéndose a la trayectoria de sus amigos, prevé trabajar «dentro de mucho tiempo» o esta otra estudiante que tiene «un poco de miedo» de terminar sus estudios a la edad de «sólo» 25 años. Esta lógica de tiempo flexible encuentra su finalidad en las trayectorias discontinuas en las que alternan viajes, estudios, suspensión de los estudios, empleos, reinicio de los estudios. Los jóvenes daneses se inscriben entonces de una forma privilegiada en trayectorias de experimentación caracterizadas por idas y venidas entre vida en solitario y unión libre, así como por idas y venidas entre categorías de estudiante y trabajador asalariado hasta un final de los estudios potencialmente tardío. Como etapa de inversión legal y salarial, este prolongado periodo de “joven adulto” se considera ante todo como un tiempo legítimo e institucionalizado de encaminamiento personal. Integrarse tardíamente en un nuevo ciclo completo de estudios, incluso después de haber terminado uno y haberse incorporado a la vida activa, es un comportamiento que revela esta lógica de experimentación. Uno de los numerosos ejemplos es la trayectoria del hijo de un contramaestre que percibe una ayuda familiar. Tras un año en Inglaterra, prosiguió los estudios de enfermero durante los cuales vivió en una casa con otros cinco o seis estudiantes. En la actualidad es enfermero titulado, vive solo y trabaja desde hace dos años en una guardería infantil. Sin embargo, ya no le gusta cuidar de los enfermos y quiere cambiar de vida. A los 27 años va a comenzar, dentro de unos meses, a estudiar ciencias musicales al tiempo que sigue trabajando. Más que cualquier otro umbral –como la salida del hogar, el trabajo o el final de los estudios– es la llegada del primer hijo lo que se considera el término relativo de este periodo de encaminamiento legítimo. Sin embargo, este “umbral” del primer hijo no rompe en cambio el proceso de formación de la identidad: en esencia, esta exigencia de autorrealización induce por sí misma una cierta duración y rechaza la idea de umbrales de clausura. La edad adulta, mayoritariamente asociada a la madurez, es una línea del horizonte subjetiva, una edad en la cual se penetra «furtivamente». Esta imagen confirma, siempre dentro de un contexto, el desarrollo de tendencias que propone Jean-Pierre Boutinet de la imagen de un adulto como proceso y como «perspectiva». (2)
2. Un logro democrático Más que una simple respuesta a un cierto nivel de seguridad económica, esta lógica constituye un “logro democrático” en cierto modo. Los efectos del Estado providencia sobre el ciclo de vida es primordial en este caso en tanto que la política de financiación de los jóvenes adultos estudiantes o parados institucionaliza la existencia de una juventud larga y de carácter exploratorio: una asignación directa y universal garantiza la supervivencia económica del joven adulto con independencia de los recursos paternos; su flexibilidad temporal permite la prolongación material o incluso la reincorporación tardía (2) Jean-Pierre Boutinet (1998), L’immaturité de la vie adulte, Paris, PUF, p.27.
a los estudios. Esta política tiene lugar en el seno de una sociedad estructurada en torno a una extensa clase media que separa la elección de los estudios y la inversión en los estudios de un simple objetivo de
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rentabilidad profesional o económica. Sin embargo, no impide ni mucho menos la incorporación precoz y masiva de los estudiantes y de los jóvenes adultos al mercado laboral. Así, si ello es posible por una política estatal desfamiliarizante, la existencia de este tipo de juventud responde en última instancia a raíces culturales más profundas. Estos itinerarios encuentran sus bases en una socialización precoz de la autonomía en el seno de la familia, en la cual independencia e igualdad parecen constituir valores pedagógicos relativamente anclados. La propia política estatal se ha puesto en marcha para contrarrestar el trabajo remunerado de los estudiantes y los por tanto de los comportamientos de independencia de los jóvenes adultos que existían previamente. Así, es en este enmarañamiento de valores culturales que aprecian la autonomía individual y de condiciones políticas y económicas que la hacen materialmente posible como se explica la existencia en Dinamarca de trayectorias de juventud regidas por una lógica de desarrollo personal. Esta configuración social no es propia de Dinamarca, sino que se encuentra en formas quizá incluso más marcadas en los países escandinavos. Por tanto, se puede formular la hipótesis de que este tipo de sociedades favorece de igual modo la existencia de trayectorias de juventud largas y exploratorias antes de que se ejerzan las responsabilidades de los adultos.
II. «Asumirse» o la lógica de emancipación individual Una segunda forma de experiencia de la juventud se enmarca en una lógica de emancipación individual y tiene como significación profunda «asumirse». Se caracteriza por una precocidad generalizada de las transiciones profesionales y familiares y adopta la figura de un joven adulto movido por la voluntad de romper todo vínculo de dependencia que lo ligue a los demás: a sus padres o al Estado. Se considera que esta ruptura sirve de base al adulto. La juventud está pensada como un corto periodo transitorio que conduce a la independencia financiera, punto de partida hacia una edad adulta precoz y con connotaciones positivas. Esta lógica de “autoconstitución en la emancipación” se asocia a trayectorias cortas en las cuales los estudios forman una experiencia totalizadora, clausurada por un acceso rápido al empleo, que es el vector de la independencia financiera. Ahora bien, más que a cualquier otro grupo social, los análisis cualitativos y las estadísticas asocian esta lógica a los jóvenes británicos, especialmente los procedentes de las clases acomodadas: sus trayectorias –cortas, dirigidas al acceso rápido al estado marital y con un salario– parecen las más inclinadas a revelar una lógica de emancipación, incluso si no se les puede encerrar totalmente en ella.
1. La precocidad de una situación En efecto, en el Reino Unido, la independización residencial es igualmente muy precoz, pero a diferencia de Dinamarca no está garantizada económicamente por un Estado desfamiliarizante y depende sobre todo de la responsabilidad individual. Incluso si no señala el fin del apoyo financiero de los padres, la salida del hogar constituye una ruptura simbólica real en las trayectorias y en las relaciones intergeneracionales. La norma social invita al
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individuo a convertirse en adulto; es decir, un ser responsable que subviene a sus propias necesidades. El hogar paterno se asocia a la infancia; por tanto, la salida de él, eminentemente simbólica, se convierte en el acto fundador del adulto. Durante los estudios, se prefieren el endeudamiento y la actividad profesional a la solidaridad de los padres: la dependencia financiera, aún parcial, pone trabas a la sensación de ser un adulto. De ello se desprenden estudios de duración corta y una integración rápida en el mercado laboral. El acceso a la categoría de padres y al matrimonio es igualmente precoz. Ahora bien, los jóvenes británicos son especialmente proclives a definirse como “adultos” –con respecto a la categoría residencial y profesional– e igualmente se distinguen por la imagen relativamente positiva que dijeron tener de esta etapa de la vida al asociarla a un «punto de partida» de trayectorias ascendentes. Lejos de la “no urgencia” que distinguía las experiencias como jóvenes de numerosos daneses, los testimonios de los ingleses denotan, al contrario, una forma de precipitación hacia el acceso a la categoría de adulto y hacia las responsabilidades profesionales y familiares que se supone que la acompañan. Muchos confiesan sentirse «deseososs», «impacientes» e «intrigados» por entrar en esta vida adulta que se equipara a la «auténtica vida» y al punto real de partida de un camino del que se desea que sea profundamente individual. Si los daneses expresaban una clara tendencia a definirse como «jóvenes adultos» hasta los treinta años, los ingleses se definen mayoritariamente como «adultos» a partir de los 20 ó 22 años, edad que corresponde más o menos, según cada caso, al final de los estudios y a su integración profesional definitiva. Más que a un proceso largo e indefinido de maduración, se asocia al paso de los umbrales de independencia: la identidad adulta se considera directamente derivada de una categoría social y familiar. La edad adulta parece así indisolublemente ligada a la noción de independencia individual y es efectivamente con referencia a su situación residencial y financiera como los jóvenes británicos encuestados se consideran “adultos” en el seno de su ciclo de vida.
2. La exigencia liberal El análisis de las trayectorias de los jóvenes británicos ha permitido mostrar que este tipo de juventud estaba sólidamente ligada a la conjunción de una sociedad liberal y de un modelo familiar de tendencia individualista. El individualismo del Reino Unido se distingue por su composición jerárquica en donde el sentido profundo de las trayectorias de autonomía es la emancipación. La edad adulta constituye una perspectiva positiva, incluso un ideal. Se invita al joven adulto a trazar su camino de manera individual en el seno de una sociedad que valora el éxito profesional como un mérito. Las trayectorias de juventud se enmarcan en un contexto cultural que desvaloriza la dependencia financiera de los padres a partir de la salida de la adolescencia y dicta comportamientos de búsqueda de un empleo remunerado más que de solicitud de la ayuda familiar y esto incluso durante los estudios. El individualismo reinante en las familias británicas analizadas se distingue de la tendencia democrática percibida entre las familias danesas entrevistadas: la igualdad en el seno de la familia no se adquiere, se merece, en especial por la demostración de las capacidades individuales de independencia.
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La intervención estatal, de inspiración liberal, consagra el principio de responsabilización individual. A falta de subsidios directos, una política de préstamos incita a la autofinanciación. A pesar de ello, el elevado precio de los estudios hace necesario en la mayoría de los casos el apoyo familiar, lo que limita de hecho el acceso a la universidad a las clases medias y acomodadas. La evolución actual es la de un alza de los gastos de la educación. Seguir unos estudios largos se convierte en un juicio entre el coste marginal de un año más y su rentabilidad en el mercado laboral en el marco de una tasa de desempleo baja. Así, más allá de una invitación normativa a “ser adulto”, la exigencia liberal condiciona de igual modo en gran medida la precocidad de las trayectorias británicas.
3. «Situarse» o la lógica de integración social Una tercera forma de experimentar la juventud se enmarca en una lógica de integración social y tiene como significado «situarse». Se caracteriza por una dedicación masiva a los estudios justificada por la apuesta de un empleo definitivo. La etapa de la juventud, asociada a la de los estudios, está pensada como una inversión en la vida que determina de forma casi definitiva el futuro nicho social del individuo y, por tanto, legitima la aceptación de una dependencia familiar transitoria. La juventud se caracteriza por itinerarios de estudios relativamente cortos, pero lineales, al cabo de los cuales se impone la necesidad a menudo insatisfecha de una pronta instalación matrimonial y profesional. La relación con el tiempo se enmarca en una lógica de urgencia en la que las opciones parecen definitivas e irreversibles y el futuro fijado en el camino profesional emprendido. El acceso a la estabilidad profesional constituye el principal umbral simbólico de entrada en la vida adulta. Los jóvenes franceses parecen los más próximos a esta lógica, pero de manera relativamente ambigua, divididos entre una aspiración al desarrollo personal y las limitaciones de una estructura social que condiciona fuertemente el posible empleo en la formación inicial.
1. La edad de lo definitivo En Francia reina la semidependencia. Entre una salida relativamente precoz y una estabilidad profesional efectiva más tardía se encuentran multitud de situaciones intermedias caracterizadas por su ambigüedad: cohabitación sin la autorización paterna, alojamiento estudiantil pagado por los padres, autonomía oficial y financiera efectiva… las trayectorias progresivas asocian prácticas de solidaridad familiar a una ética de la autonomía. El ejercicio de una solidaridad paterna efectiva, pese a un nombre de independencia precoz, responde a la apuesta social de este periodo considerado una inversión en la vida. En esta sociedad caracterizada por la importancia de pertenecer a un grupo profesional en la definición social e individual y por un acoplamiento entre esta categoría y el título obtenido al final de los estudios, la fase de la juventud está considerada como aquella en la que se «construye la vida» y está dominada por la presión para «integrarse» socialmente, «entrar en la rueda» y ocupar rápidamente una posición en el seno de una jerarquía preestablecida. La problemática de un “definitivo” condicionado por el nivel y el campo de los estudios iniciales constituye de
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manera efectiva una clave de comprensión fundamental de las trayectorias de incorporación a la vida activa que hace de la cuestión de “la orientación” una apuesta mayor de las trayectorias e induce a una relación con el tiempo marcada por la presión por avanzar y por la falta del derecho al error que se percibe. La urgencia de la integración y la ausencia de rentabilidad que se asocia a los estudios contribuyen a trayectorias académicas continuas e iniciadas de forma precoz. Existe una compartimentación marcada entre el periodo de los estudios y la incorporación al trabajo. La edad adulta está representada como la edad de la estabilidad definitiva con una connotación negativa inicial, pero buscada a medida que crece la presión de la edad. Las imágenes asociadas a la edad adulta por los jóvenes franceses reflejan la relativa ambigüedad con la que fijan sus posiciones en el seno de trayectorias de colocación. En efecto, se yuxtaponen dos definiciones contradictorias que dejan entrever una tensión potencial entre las aspiraciones individuales y el peso de una determinación precoz. Más allá de una imagen generalizada en términos de identidad y de desarrollo personal –«ser maduro», «ser responsable», «sentirse autónomo»–, la connotación negativa que una parte de ellos ha asociado a la edad adulta equiparándola a la «rutina», a lo «fijado», a una «línea triste y recta» o a un «camino totalmente trazado» no ha encontrado un equivalente real entre el resto de jóvenes europeos. La edad adulta parece entonces codificada como la edad de algo definitivo e impuesto. Estas imágenes reflejan la existencia de un tira y afloja entre una limitación a la determinación social precoz y una aspiración al desarrollo personal al cual además tienden a referirse.
2. La presión corporativa Como reflejo de la experiencia de los jóvenes franceses, este tipo de juventud se ha asociado de forma privilegiada a una estructura social de tipo corporativista. Esta experiencia de la juventud se enmarca en un modelo social que hace de la pertenencia a un grupo profesional uno de los principales criterios definitorios del individuo, pero de forma paralela limita el acceso al mismo mediante el título. Nos encontramos aquí uno de los componentes de un corporativismo que invade el conjunto de la sociedad francesa, firmemente estructurada en torno a una jerarquía de categorías socio-profesionales compartimentadas. La concesión de los derechos sociales parece bien segmentada y vinculada a la pertenencia profesional, que en Francia se aproxima a un Estado providencia de tipo “corporativista” tal como lo ha definido Gosta Esping-Andersen. (3) El sistema educativo y el mercado laboral refuerzan esta división mediante una sectorización pronunciada de las distintas canteras de estudios y trabajo, así como por una extrema valoración del título inicial a lo largo de la vida. Además, la intervención estatal frente a los jóvenes adultos “dependientes” consagra el principio de que los padres se hagan cargo de la etapa de (3) Gosta Esping-Andersen (1999), Les trois mondes de l’Etatprovidence. Essai sur le capitalisme moderne, Paris, PUF.
estudios y de la integración profesional, pero se combina con algunos rasgos desfamiliarizadores que legitiman, por ejemplo, un derecho parcial a la independencia residencial para los estudiantes y los jóvenes en paro por medio de una política de ayudas a la vivienda. Esto refleja una división
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especialmente perceptible en el seno de la juventud francesa entre una aspiración a la independencia y la adaptación a un mantenimiento provisional bajo el amparo paterno, al menos de tipo económico. Pese a que procedan de una sociedad de corte católico, los jóvenes franceses adoptan comportamientos de independencia y valores familiares más próximos a los que se encuentran en los países protestantes. En la medida en que el corporativismo es especialmente estructurador, aunque venga acompañado de un vínculo rígido de formación-empleo y de un sistema educativo de carácter elitista, se puede suponer que la sociedad francesa es la que ofrece el marco más susceptible de generar este tipo de experiencias incluso si se puede dar de forma más atenuada y parcial en otras sociedades corporativistas.
IV. «Instalarse» o la lógica de pertenencia familiar Por último, un cuarto tipo de juventud se enmarca en una lógica de pertenencia familiar y adopta la forma de trayectorias de permanencia en el hogar familiar mientras no se reúnan las condiciones para establecerse como adultos. La significación profunda asociada a esta trayectoria se podría resumir aquí bajo la expresión «instalarse». La etapa de la juventud se considera como una fase de espera y de preparación de las condiciones económicas y familiares necesarias para esta instalación futura. La salida del hogar paterno constituye una ruptura simbólica de gran calado en las trayectorias de los jóvenes adultos en tanto que clausura un periodo de autonomización en el seno de la familia de origen y fundamenta la entrada en la vida como adulto. Salir de casa de los padres constituye la última etapa de un proceso en tres actos: tener un empleo estable, casarse y comprar un piso. Se considera que la cohabitación familiar se mantiene mientras no se cumplan estas tres condiciones y abandonar el hogar paterno fuera de este marco se parece a una forma de “traición afectiva”. La integración en vínculos de interdependencia financiera y residencial materializa la integración en el seno del grupo y la salida del hogar rompe su equilibrio, aunque éste se prolongue por una renovación continua de la pertenencia familiar. En cierta medida se pueden asociar a esta cuarta lógica los discursos de los jóvenes españoles entrevistados en este estudio. La retórica a la que recurren para justificar su prolongada permanencia en el hogar paterno tiene la impronta de una lógica de pertenencia y revela la existencia de imágenes de un hogar federador. Sin embargo, estas normas parecen sobre todo reivindicadas –incluso impuestas– por la generación de los padres y su mantenimiento en el hogar se deriva de igual modo de un cierto pragmatismo económico.
1. Una instalación tardía En efecto, en España la salida del hogar familiar es más tardía y clausura trayectorias de juventud totalmente vividas bajo el techo paterno; se basa en la legitimidad de una permanencia en el domicilio familiar en tanto que no se reúnan las condiciones financieras para una instalación como adultos y en tanto que no se sellen los vínculos de la pareja que induzcan a la creación de un nuevo hogar. La cohabitación de los jóvenes adultos y sus padres a
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menudo se califica como de «hotel de lujo» por los varones jóvenes. La entrega de una aportación financiera se observa con mayor frecuencia en las familias de pocos recursos, mientras que en otros medios los padres animan a sus hijos a que ahorren para preparar su futura instalación. Esta ausencia relativa de participación económica no plantea sentimientos de culpa sino en raras ocasiones, ya que se integra en una lógica de aseguramiento y de reciprocidad a largo plazo: se considera que el sentido de la solidaridad intergeneracional da un giro completo más tarde. Por ello, la cohabitación se considera una forma de inversión colectiva en la instalación del “niño” en tanto que le permite ahorrar con vistas a una futura inversión inmobiliaria. El precio de este «hotel» parece estar en otro lugar, especialmente en el respeto a los valores paternos que inducen la cohabitación. Como punto culminante de un itinerario de juventud guiado desde el domicilio paterno, la salida tiende a verse así como el «gran salto» a la vida adulta. Mayoritariamente asociadas a la idea de estabilidad económica y a las responsabilidades familiares, las imágenes que desarrollan los jóvenes españoles sobre la edad adulta están dominadas por esta lógica de la instalación. Ciertamente, como en el caso del resto de los europeos entrevistados, la evocación de un proceso profundamente identificativo ha dominado en gran medida las definiciones expresadas sobre lo que es “hacerse un adulto”. Sin embargo, hemos de subrayar que pocos jóvenes españoles se refieren a esta formación de la identidad para situarse en el ciclo de vida: es más bien en vista de la no consecución de una estabilidad económica y familiar, que se supone que marca la entrada definitiva en esta edad, por lo que se definen como “no adultos”. La juventud se contempla mayoritariamente como la larga etapa de preparación y espera de un establecimiento como adulto.
2. Una norma familiarista El análisis de la experiencia de la juventud por parte de los españoles ha mostrado que este tipo de trayectoria conduce directamente a la conjunción de una norma familiarista y una tasa elevada de paro juvenil. Esta forma de experiencia se enmarca sobre todo en una sociedad que no ofrece un papel social a su juventud antes de una edad relativamente elevada y que mantiene a los individuos durante mucho tiempo en una situación de espera. Más allá de una simple respuesta a una norma de instalación, las trayectorias de permanencia en el hogar paterno se revelan también fuertemente condicionadas por las limitaciones económicas y por la imposibilidad material de poder “ofrecerse” una salida ya instalados. Teniendo en cuenta una tasa de paro juvenil especialmente elevada y un mercado de los alquileres saturado y orientado a la compra más que al arrendamiento, la ausencia de ayudas públicas a favor de la independencia obliga a los individuos a que prolonguen su fase de juventud mientras que no se reúnan las condiciones de una estabilidad como adulto. Sin embargo, es el lugar fundamental que ocupa “la pertenencia” al grupo familiar en la propia definición lo que permite comprender las trayectorias de permanencia en el hogar paterno de los jóvenes adultos. Más que por su independencia, el individuo se define sobre todo por su situación en los
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vínculos de interdependencia material y afectiva que se renuevan sin cesar. El hogar constituye el espacio privilegiado de concreción de estos vínculos y abandonarlo sin fundar uno nuevo constituye una “traición” afectiva. En este sentido, las trayectorias de autonomía de los jóvenes adultos consisten antes que nada en formar su individualidad en el seno de esta pertenencia familiar mediante la introducción progresiva de una reciprocidad hacia los padres y la preparación de su propia instalación. En consecuencia, a edades y en categorías sociales equivalentes, los españoles son mucho más proclives a prolongar la cohabitación familiar que los jóvenes procedentes de los otros tres países estudiados. Vistos los numerosos indicadores familiares y sociales, España se integra en el grupo más amplio compuesto por los países mediterráneos, cuyo extremo está representado por Italia. Por tanto, se puede suponer que los países del sur de Europa, que presentan condiciones socioeconómicas similares –Estados providencia de tipo familiarista y mercados laborales con estructuras desfavorables a los jóvenes–, son también ellos mismos los que inducen esta forma de experimentar la juventud.
Conclusión Vista una sociedad, ¿a partir de qué momento se es adulto? ¿Dónde se sitúa la frontera legítima entre el niño y el padre, entre el individuo dependiente y el ciudadano integrado? Este artículo ha mostrado que la edad sigue constituyendo una idea política y social y que existe una huella profunda de las sociedades sobre esta etapa de la vida. Según los modos de intervención estatal, los sistemas educativos y los tipos de mercado laboral que se establecen, cada sociedad tiende a institucionalizar distintas formas de paso a la edad adulta y a generar experiencias e imágenes específicas de esta trayectoria vital. Sin embargo, la comparación invita a no descuidar el papel de los valores culturales y de las herencias religiosas en las divergencias observadas entre los jóvenes europeos. La multitud de trayectorias de juventud no se puede considerar como una simple consecuencia de las características institucionales del sistema educativo, del mercado laboral y del Estado providencia. Lejos de reducirse a factores de tipo económico, las trayectorias y las imágenes de los jóvenes adultos responden de igual modo a raíces culturales y religiosas más profundas. En este punto, el mapa de Europa es chocante: la precocidad de la salida y de la unión en pareja opone totalmente a los países protestantes y a los católicos, incluida Irlanda. (4) Las herencias protestantes y católicas marcan de igual modo con su impronta los comportamientos, especialmente familiares, de los jóvenes adultos. Así, a la hora de internacionalizar los sistemas educativos y los mercados laborales, cuando se plantea la cuestión de la convergencia potencial de las formas de paso a la edad adulta en Europa, esta comparación invita a pensar que la multiplicidad de destinos en esta “generación europea” resistiría –al menos parcialmente– a la armonización de las políticas educativas y a la globalización económica. (4) Cécile Van de Velde (2004), Devenir adulte. Sociologie comparée de la jeunesse en Europe, Thèse de Doctorat, Institut d’Etudes Politiques de Paris.
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Vincenzo Cicchelli y Maurizio Merico, Vincenzo Cicchelli: Profesor de conferencias, CERLIS, Paris Descartes/CNRS (Francia) Maurizio Merico: Investigador, Dipartimento di Sociologia e Scienza della Politica, Universidad de Salerno (Italia)
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Estudio del paso a la edad adulta de los italianos: Entre atravesar los umbrales de forma ordenada y la individualización de las trayectorias biográficas
Este artículo analiza los aspectos específicos de la transición de los jóvenes italianos a la edad adulta. Si se ha observado un alargamiento de la juventud en toda Europa, la prolongación de la permanencia de los jóvenes en el domicilio paterno alcanza en Italia (y en el sur de Europa) proporciones mayores que en otros lugares. Asimismo, los sociólogos italianos centran su atención sobre las transformaciones de las relaciones entre generaciones insistiendo en las grandes libertades de las que se benefician los jóvenes y en la relativa ausencia de limitaciones. Por el contrario, quedan de algún modo poco analizados factores como la debilidad de las políticas públicas dirigidas a los jóvenes y las estrecheces del mercado de los alquileres. Aunque exista un amplio consenso sobre la importancia de la socialización familiar de los jóvenes, las modalidades de paso a la edad adulta enfrentan a los investigadores que defienden el surgimiento de una individualización de las trayectorias con los que consideran que las etapas de esta transición quedan en la mayoría de los casos ordenadas conforme a una secuencia precisa: final de los estudios, incorporación al mercado laboral, salida del domicilio paterno, matrimonio y nacimiento del primer hijo. Palabras clave: Jóvenes adultos, familia «prolongada», secuencias «típicas», secuencias «atípicas»
1. Introducción El objetivo de este artículo consiste en analizar las modalidades que reviste la transición de los jóvenes italianos a la edad adulta poniendo de manifiesto sus especificidades con respecto al contexto europeo. Aunque se haya observado un alargamiento de la juventud en toda Europa, la prolongación de la permanencia de los jóvenes en el domicilio paterno alcanza en Italia (y en la Europa del sur) proporciones mayores que en otros lugares (Cavalli y Galland, 1993). Para analizar este fenómeno a menudo se han citado explicaciones que lo atribuyen a las grandes dificultades de inserción de los jóvenes en el mercado laboral. No obstante, se ha abandonado esta referencia al paro juvenil debido a la elevada proporción de contratos indefinidos entre los jóvenes que aún viven con sus padres. Asimismo, muchos autores han centrado su atención en la familia y su funcionamiento interno para estudiar esta mayor permanencia de los jóvenes. Se han acuñado las expresiones famiglia lunga (familia prolongada) y giovani adulti (jóvenes adultos) para caracterizar esta larga pertenencia a la familia de origen (Donati, 1988). Si el análisis del paso a la edad adulta ha generado un gran número de investigaciones en el campo de la familia, otros factores explicativos han quedado en la sombra, especialmente los que se refieren a la falta de políticas sociales dirigidas a favorecer la independización de los
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jóvenes y a la crisis del mercado de los alquileres. Además y por paradójico que pueda parecer, hace mucho tiempo que no existe un debate público sobre los efectos sociales de la dependencia de los jóvenes de sus familias de origen. Aunque haya comenzado a surgir hace poco, es deplorable el desinterés por parte de la Administración y de los poderes públicos con respecto a los análisis que proponen las ciencias sociales (Rauty, 1989; Cavalli, 2002). Tras haber recordado las distintas versiones de las teorías sobre el paso a la edad adulta, este artículo presentará las que han permitido a los sociólogos italianos describir este fenómeno. Centraremos nuestra atención en los 5 estudios llevados a cabo mediante cuestionarios por el Instituto de Investigaciones IARD entre 1983 y 2000 (1) sobre otros estudios cuantitativos realizados por grandes organismos. Es importante destacar de entrada que, aunque utilicen los mismos protocolos, las interpretaciones sobre la individualización de las trayectorias biográficas del tránsito a la edad adulta divergen en estas investigaciones. Por el contrario, existe un amplio consenso entre los estudiosos sobre los temores relativos a las eventuales consecuencias sociales y demográficas derivadas del alargamiento de la juventud.
2. Teorías nuevas y antiguas sobre la transición a la edad adulta Tras una primera fase de investigación sociológica sobre la juventud dedicada al conflicto generacional y a las formas de la cultura juvenil (entre 1940 y la primera mitad de la década de 1970), durante los últimos treinta años la cuestión de la transición a la edad adulta ha adquirido un lugar destacado (Saraceno, 1986; Cicchelli y Merico, 2001; Merico, 2002; 2004). Incluso se puede afirmar que este enfoque ha logrado atraer casi de manera exclusiva la atención de la sociología de la juventud, aunque una gran parte de esta última tienda en la actualidad a confundirse con el estudio de esta transición.
(1) Debemos expresar nuestro más sincero agradecimiento a los responsables de los estudios IARD por haber tenido la amabilidad de poner a nuestra disposición los datos presentados en este artículo.
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Resulta interesante destacar que la mayoría de los estudios dedicados a este fenómeno haya adoptado el punto de vista adelantado por John Modell, Frank Fustenberg y Theodore Hershberg (1976) consistente en estudiar el paso a la edad adulta analizando el momento en que se traspasan cinco umbrales: la salida del sistema educativo, la incorporación al mercado laboral, el abandono de la familia de origen, el matrimonio y la constitución de una nueva familia con el nacimiento de los hijos. En lo sucesivo la figura de referencia estará constituida por estos umbrales. Sin embargo, estos tres autores insistían sobre el hecho de que aunque no sea seguro que todos los individuos compartan el mismo calendario de paso a la edad adulta, es heurístico afirmar que cada sociedad define las normas relativas a lo que constituye la edad adulta y la forma en que se alcanza. Estos umbrales han servido por una parte para situar la “secuencia” que durante mucho tiempo ha caracterizado las trayectorias normalizadas, es decir, socialmente reconocidas y legitimadas de transición a la edad adulta (Hogan, 1978; Marini, 1984) y por otra parte para analizar este paso haciendo referencia a dos ejes: el primero familiar y matrimonial y el segundo educativo y profesional (Galland, 1990, 2000). Los últimos avances de la investigación han subrayado las profundas transformaciones que ha experimentado la entrada en la edad adulta a partir
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de la posguerra (Hogan y Astone, 1986). De este modo, se ha destacado un aplazamiento de las edades a las cuales se atraviesan los umbrales, lo que provoca un alargamiento de la juventud (Keniston, 1968, 1971). Aunque con temporalidades y modalidades distintas, este fenómeno ha terminado por afectar al conjunto de los países occidentales (Fussel, 2002). Más concretamente, asistimos a una transformación significativa de la superación de fases que conducen a la edad adulta: la transición a lo largo de dos ejes (educativo-profesional y familiar-matrimonial) ya no se realizará de forma sincronizada, ya que el paso por el primero se efectúa por lo general mucho antes que por el segundo (Modell et alii, 1976; Galland, 2000; Iedema et alii, 1997). De manera más general, salta a la vista que la localización de una “biografía normal” no puede dejar de tener en cuenta las variaciones de género, de posición social y de orígenes étnicos (Pisati, 2002). Otro punto de vista centra la atención sobre la individualización de las trayectorias biográficas (Beck, 1986) y sobre las transformaciones relativas a las temporalidades juveniles (Leccardi, 2005a, 2005b). Tres elementos apuntan a la imposibilidad por parte de los marcos sociales de determinar en lo sucesivo y en última instancia los destinos individuales. Primero, la creciente fragmentación de las experiencias de los jóvenes conduce a una multiplicación de los recorridos posibles. Esto engendra una fuerte incertidumbre en cuanto al futuro y puede crear en el individuo la impresión de que no controla su destino (Evans y Furlong, 2000). Segundo, las trayectorias se hacen reversibles porque el cruce de un umbral ya no es definitivo, pudiendo hacer un individuo viajes de ida y vuelta entre situaciones que parecían antaño exclusivas ya sea sobre el eje educativofamiliar ya sea sobre el familiar-matrimonial. Algunos sociólogos emplean la expresión trayectorias yo-yo para definir esta oscilación constante (Egris, 2001; du Bois-Reymond y López Blasco, 2004). Tercero, en este contexto de gran diferenciación de los sistemas sociales, el aumento del paro, de la flexibilidad y de la inadecuación entre la formación y el mercado laboral, los jóvenes pueden continuar a la vez con una formación escolar al tiempo que realizan prácticas u ocupan empleos precarios, por ejemplo. En pocas palabras, allí donde se encuentran secuencias ordenadas y normalizadas en los pasos a la edad adulta se ven en la actualidad una multiplicidad, una reversibilidad y una simultaneidad de las situaciones de jóvenes adultos.
3. El punto de vista de los investigadores sobre el paso a la edad adulta en Italia En la sociología italiana de la juventud, los estudios relativos a la transición a la edad adulta ocupan un puesto destacado. Esta transición casi siempre se identifica con el paradigma de las secuencias, ya sea abarcando todo el siglo XX o tomando como lapso temporal los últimos treinta años. Aunque exista un amplio consenso sobre el aplazamiento del abandono del hogar paterno y sobre el papel que desempeña la familia en este acompañamiento hacia la edad adulta, surgen diferencias en cuanto a la eventual transformación de las trayectorias vitales. Algunos afirman que también en Italia aparecen trayectorias biográficas más individualizadas, mientras que otros rechazan abiertamente esta hipótesis. Lo que se ha de subrayar es que ambas tesis se oponen en el fondo, especialmente en cuanto a la interpretación de los datos; no obstante, las dos recurren a las mismas pautas de investigación que equiparan una trayectoria biográfica a un recorrido por etapas delimitadas, ordenadas y, en última instancia, exclusivas.
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3.1. Un siglo de transiciones a la edad adulta Desde 1997 se han llevado a cabo estudios longitudinales entre las familias italianas (ILFI). Estos datos permiten analizar las transformaciones del ritmo de la transición a la edad adulta en este país durante el siglo XX (Schizzerotto, 2002). Se constata entonces (cf. Tabla 1) que no todos los indicadores clásicos del paso a la edad adulta (no se ha tenido en cuenta la salida del hogar paterno) siguen la misma evolución cuando se cotejan los datos de los grupos de italianos nacidos entre 1910 y 1927 con los de los nacidos entre 1958 y 1967. Tanto en el caso de los hombres como en el de las mujeres, el eje de la formación y de la profesión siguen un crecimiento lineal: la edad media de salida del sistema educativo y la edad media de incorporación al mercado laboral se elevan de forma regular (2). Por el contrario, el eje conyugal y familiar sigue una curva en U. Así, hasta 1950 asistimos a un rejuvenecimiento de la edad media para la formación de una nueva unión y el nacimiento del primer hijo. A continuación, estos dos hitos comenzaron a verse aplazados. Cuadro 1. Edad media de obtención del diploma, del primer empleo, del matrimonio, del nacimiento del primer hijo (por generaciones y sexos). Edad media al salir del sistema educativo
1910-27 1928-37 1938-47 1948-57 1958-67 1968-79 Total
Edad media al obtener el primer empleo
Edad media al contraer matrimonio
Edad media en el nacimiento del primer hijo
Hombres
Mujeres
Hombres
Mujeres*
Hombres
Mujeres
Hombres
Mujeres
12,1 13,7 15,1 18,1 18,7 19,6 17,3
10,7 11,2 13,6 15,7 18,1 19,7 15,1
15,8 16,6 17,4 18,8 20,2 21,5 19,4
15,7 17,6 18,2 18,7 19,6 ** 18,5
28,6 28,2 27,2 26,6 28,5 ** 27,8
24,8 24,4 23,8 22,9 24,8 ** 24,4
30,5 30,2 29,1 29,0 31,9 ** 30,2
26,5 26,3 25,6 25,0 28,3 ** 26,5
Fuente: Pisati, 2002 * Estos datos se refieren únicamente a las mujeres que han tenido al menos un puesto de trabajo. ** No se dispone de estos datos porque más de la mitad de los entrevistados no ha pasado todavía por los umbrales sometidos a estudio. (2) En realidad, estos resultados sólo convergen si se tiene en cuenta a las mujeres que trabajan, ya que los promedios relativos a toda la población femenina tienen un movimiento no lineal de crecimiento y reducción de la incorporación al mundo laboral. (3) La «amplitud» indica aquí el periodo comprendido entre la edad media cuando se sale del sistema educativo y la edad media cuando se tiene el primer hijo (Pisati, 2002).
Si los jóvenes italianos parecen aplazar hoy día su entrada en la edad adulta en el aspecto familiar es por comparación con las generaciones nacidas después de la Segunda Guerra Mundial. Estos datos también permiten realizar otra consideración. Si se toma como indicador la «amplitud» (3) de la juventud, la curva en U que se sigue parece debilitar la tesis según la cual la prolongación de esta etapa de la vida es un fenómeno ligado a los tiempos actuales; por el contrario, se puede formular la hipótesis de que la prolongación de la juventud es una característica de los periodos de recesión, mientras que se aprecia una duración reducida durante los periodos de crecimiento económico y de bienestar social (Pisati, 2002). 3.2. La larga permanencia de los jóvenes en el domicilio paterno
(4) Este instituto realiza desde 1983 y cada cuatro años un estudio mediante cuestionario sobre el estado de los jóvenes en Italia (Cavalli et alii, 1984; Cavalli-de Lillo, 1987; 1992; Buzzi, Cavalli y de Lillo, 1996; 2000). La edad de los entrevistados estaba comprendida entre los 15 y los 24 años en los estudios realizados en 1983, 1987 y 1992; entre los 15 y los 29 años en 1996 y entre los 15 y los 34 años en 2000.
La tendencia a retrasar la entrada en la edad adulta que aparece hacia la mitad del siglo XX se confirma cuando se tienen en cuenta los estudios que recogen datos de grupos más recientes. Para empezar, vamos a remitirnos a los estudios que ha llevado a cabo el Instituto IARD (4). Asimismo, a partir de la década de 1980, si se tienen en cuenta las generaciones nacidas a finales de la década de 1950, asistimos a un aplazamiento en la edad adulta referido a todos los indicadores (cf. Tabla 2). Hasta la edad de veinte años, los jóvenes italianos que salen del sistema educativo constituyen una minoría que se reduce de manera constante a partir de los treinta años. Dentro del siguiente grupo de edades (20-24 años), los porcentajes de permanencia en
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la enseñanza superior son globalmente estables y se diferencian en los grupos de edades siguientes: también es cierto que en el año 2000 el 12,5% de quienes tenían más de treinta años aún continuaban recibiendo una formación. Se constata así una entrada cada vez más tardía en el mundo laboral y la cuarta parte de los jóvenes con más de treinta años declara que todavía no tiene un empleo (Buzzi, 2002). La salida del hogar paterno se caracteriza por un aplazamiento cada vez mayor: en el año 2000 sólo habían abandonado el domicilio paterno tres de cada diez jóvenes de edades comprendidas entre los 25 y los 29 años, mientras que en 1992 el porcentaje era del 40%. Asimismo, casi un tercio de los jóvenes de 30-34 años vivía con sus padres cuando se efectuó la última encuesta. Se observa una diferencia neta en estos comportamientos entre los jóvenes italianos y sus homólogos que se marchan antes en los países de la Europa continental, septentrional e insular y una semejanza con los jóvenes de otros países de la Europa meridional (Chambaz, 2001; Corijn y Klijzing, 2001). Estos datos sobre la salida tardía del hogar paterno quedan confirmados en el apartado que dedica a Italia el estudio retrospectivo Family and Fertility Survey (FFS): del grupo de 1946-1950 al grupo de 19611965, la edad media de salida pasa de 24,6 años a 27,1 entre los chicos y de 22,8 a 25,2 entre la chicas (Billari y Ongaro, 1999). Desde la segunda mitad de la década de 1950, han sido los varones los que han comenzado a postergar su salida del hogar paterno y las mujeres les han seguido cinco años más tarde. En cuanto a los individuos nacidos entre 1946 y 1975, tanto hombres como mujeres, la salida aplazada coincide en la gran mayoría de los casos con la constitución de una familia. En 1995, las tres cuartas partes de quienes se habían marchado de casa de sus padres lo habían hecho porque habían formado su propia familia, el 10% por motivos de trabajo, el 9% por razones vinculadas a sus estudios y el 7% por motivos distintos. Contrariamente a otros países en donde la oposición entre continuación en el hogar paterno e independencia residencial pierde poco a poco su pertinencia debido a su complejidad morfológica (Cicchelli, 2001a), en Italia sigue estando vigente. La salida del hogar paterno coincide con el matrimonio y los jóvenes italianos pasan casi siempre de su familia de origen a la de procreación sin experimentar las fases de la vida en solitario o en unión libre en un domicilio independiente (Ongaro, 2001; Rusconi, 2004). Según un estudio llevado a cabo por el Istituto di Ricerche sulla Popolazione (IRP), en 1998, los varones de 20-34 que vivían solos únicamente sumaban el 5%, porcentaje que en el caso de las mujeres era del 3%. Estas proporciones no varían significativamente cuando se hace referencia a los jóvenes empleados (6% y 5% respectivamente). La convivencia con amigos o colegas es, por otra parte, casi inexistente: 2,5% entre los varones y 2% las mujeres (Bonifazi et alii, 1999). Asimismo, las uniones libres son escasas y poco frecuentes (Castiglioni, 1999), ya que los italianos prefieren el matrimonio como forma de unión (Angeli, Pillati y Rettaroli, 1999). Los datos del IARD confirman este modelo dominante de paso de la familia de origen a la de procreación sin otras formas de cohabitación, lo que confirma una regresión de la nupcialidad juvenil en Italia (Buzzi, 2002). Así, se comprende que en 2002, casi cuatro de cada diez entrevistados no tuviesen aún hijos. Además, «si se estima grosso modo, pero probablemente muy eficaz, el paso de tres etapas como indicador de que se ha alcanzado la categoría de adulto, se debe considerar que no son aún adultos el 98% de
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los jóvenes italianos entre 18 y 20 años, el 94% entre 21 y 24 años, el 73% entre 25 y 29 años y el 35% entre 30 y 34 años» (Buzzi, 2002, p. 27). El análisis de estos datos permite confirmar la hipótesis según la cual durante los últimos treinta años también en Italia se asiste a un aplazamiento de las edades en las cuales se atraviesan los umbrales y a una prolongación de la juventud. Más concretamente, asistimos no solamente a un deslizamiento del paso de los umbrales, sino también a su reestructuración: entre 1996 y 2000, el tiempo necesario para encontrar un trabajo tras la salida del colegio se había reducido mientras que aumentó el tiempo entre la incorporación al mundo laboral y la formación de una nueva familia. Cuadro 2. Aplazamiento de la entrada en la edad adulta ((% de entrevistados que ha atravesado el umbral). Etapas de transición 15-17 años
Edad de los entrevistados 18-20 años
21-24 años
25-29 años
30-34 años
Salida del sistema educativo 1983 16,7 1987 11,0 1992 5,6 1996 7,2 2000 6,8
39,4 30,8 25,8 32,1 29,8
46,1 44,6 38,0 49,7 49,2
53,1 75,6 70,9
87,5
Inserción en el mundo laboral 1983 5,4 1987 4,6 1992 4,6 1996 1,5 2000 2,3
18,1 15,6 15,1 10,7 21,2
29,7 32,7 35,0 26,6 39,2
49,7 43,9 57,4
74,1
Salida del hogar paterno 1983 0,1 1987 0,3 1992 0,0 1996 0,0 2000 0,3
2,3 2,5 3,0 2,4 2,4
13,5 12,5 10,2 8,5 6,1
39,0 36,2 30,3
67,7
Matrimonio/cohabitación 1983 0,0 1987 0,1 1992 0,0 1996 0,0 2000 0,3
20,2 15,3 11,4 6,8 4,8
20,2 15,3 11,4 6,8 4,8
35,5 31,9 23,7
61,9
Nacimiento del primer hijo 1983 0,0 1987 0,4 1992 0,0 1996 2,0 2000 0,0
12,2 10,4 5,0 5,0 3,0
12,2 10,4 5,0 5,0 3,0
20,6 21,6 12,2
45,2
Fuente: Buzzi, 2002, 26
4. Del paro juvenil al clima de las relaciones: la familia prolongada ¿Cómo se puede explicar esta prolongación de la juventud italiana y, sobre todo, el aplazamiento de la salida del hogar paterno? Existe sin duda una serie de factores en Italia iguales a los de otros países europeos como el alargamiento de la formación y la democratización de la enseñanza superior, la mayor precariedad del empleo y las incertidumbres del mercado laboral, una transformación de las relaciones intergeneracionales en el sentido de un debilitamiento del autoritarismo y un mayor margen de maniobra para los jóvenes (de Singly, 2000; Cicchelli, 2001b; de Singly y Cicchelli, 2003; Biggart et alii, 2004). Las proporciones especialmente elevadas del paro juvenil, sobre todo entre las mujeres jóvenes y en las regiones meridionales del país (Pugliese, 1992; Cortese, 2000) obligan a tener en cuenta este factor; sin embargo, existen cuatro consideraciones que invitan a los investigadores a buscar otras explicaciones. En primer lugar, la elevación de la edad a la que se contrae
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matrimonio y se tiene el primer hijo es mayor en las regiones italianas más ricas (Buzzi, Cavalli y de Lillo, 2002). En segundo lugar, el 40% de los jóvenes que viven en casa de sus padres declaran que tienen un empleo (Bonifazi et alii, 1999; Facchini, 2002). En tercer lugar, dos quintas partes de los entrevistados en el último estudio IARD creen que su salario les bastaría para vivir en un piso independiente, pero sólo el 23% de ellos declararon haber intentado llevar a la práctica esta posibilidad (Facchini, 2002). Por último, en 1998, la frase más repetida por uno de cada dos italianos que vivían en el domicilio paterno (18-34 años) fue «estoy bien así y tengo mi autonomía». Solamente el 17% de los entrevistados justificó su permanencia haciendo referencia a la falta de un trabajo remunerado (Carrà Mittini, 2001). Se entiende por ello que los sociólogos dirijan la mirada hacia el funcionamiento de la esfera familiar. Desde este punto de vista, a partir de la adolescencia y en tanto que el individuo sigue perteneciendo a su familia de origen, se entiende la socialización familiar como un proceso de inserción de los más jóvenes en el seno de las generaciones, proceso que ve tanto a los padres como a sus hijos entrar en una asociación compleja que exige un fuerte apoyo recíproco. Los investigadores se han interesado por las formas de interacción entre los jóvenes y sus padres y por el terreno del que los primeros disponen en sus familias de origen (Scabini y Rossi, 1997). El replanteamiento de las relaciones intergeneracionales se puede comprender bien por los amplios márgenes de libertad de los que se benefician los jóvenes adultos y por su escasa participación en las obligaciones domésticas (Facchini, 2002). Concretamente, las proporciones de jóvenes que pueden alojar a sus amigos en casa, escoger a sus amigos sin injerencia alguna de sus padres y elegir de manera autónoma los lugares que frecuentan oscilan en torno al 80%. Existen, no obstante, diferencias de género, de edad y de región de residencia, pero la imagen que surge sugiere más bien una gran libertad de movimiento tanto en el entorno doméstico como en la esfera pública. Cuanto mayor es el grado de libertad, mayor es la proporción de jóvenes que se declaran satisfechos de vivir con sus padres. La implicación de los jóvenes en la vida doméstica cotidiana adquiere tintes muy modestos, especialmente en el caso de los hombres: menos de tres de cada diez jóvenes participan cuando se trata de las compras, la cocina, la plancha, la limpieza, los recados y las gestiones burocráticas (Facchini, 2002, 176). Además, la aportación de los jóvenes empleados al presupuesto familiar parece limitada. Asimismo, pero sin olvidar que existe un gran número de jóvenes para quienes su continuación en el hogar paterno está dictada por limitaciones socioeconómicas, en el caso de otros jóvenes se trata de una elección más bien vinculada al clima de relaciones vigente en la familia (Scabini y Cigoli, 1997).
(5) Sin embargo, estudios de demografía histórica han mostrado que es muy difícil hablar de un modelo italiano de edad del matrimonio, por ejemplo, debido a las grandes diferencias regionales (Rettaroli, 1992).
Podemos plantearnos la pregunta de si existe una alternativa al modelo de la familia prolongada y la respuesta es negativa. Sin embargo, el último estudio del IARD muestra que no se pueden olvidar las situaciones marginales. De este modo, siguen existiendo una salida del hogar paterno y el matrimonio a una edad precoz, elementos básicos de un supuesto modelo italiano tradicional de paso a la edad adulta (5). Estos comportamientos se refieren con mucha frecuencia a jóvenes que pertenecen a entornos humildes, que viven en pueblos pequeños y que se incorporan rápidamente al mercado laboral. Además, como ya hemos visto, existen jóvenes que viven en su propia vivienda y que no han contraído matrimonio (Facchini, 2002). Se trata sobre todo de jóvenes pertenecientes a las clases medias y superiores de la sociedad italiana, que viven en los centros urbanos de las regiones central y meridional. Obviamente, es demasiado pronto para conjeturar si
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este nuevo comportamiento constituirá una alternativa a la familia prolongada, lo cual, en caso afirmativo, haría de esta última una etapa intermedia entre el modelo tradicional y el del futuro.
5. «Secuencias típicas», «secuencias atípicas» ¿Ha venido acompañada esta prolongación de la juventud de una modificación en el calendario del paso a la edad adulta? Algunos autores calculan que esta transición se efectúa en Italia según un itinerario estrictamente ordenado: «El recorrido ideal hacia la obtención de la autonomía en Italia está constituido por distintas etapas: para empezar, el final de los estudios y a continuación la incorporación al mundo laboral y, por último, el matrimonio. Este conjunto de acontecimientos tiende a formar hoy día más que nunca una sucesión que sigue un orden cronológico riguroso e inalterable con un modelo de paso a la edad adulta más lineal y menos flexible que el existente en otros países» (Decanini y Palomba, p. 10). Se pueden citar dos fuentes que confirman la existencia de una «biografía normal» constituida por secuencias seguidas por la gran mayoría de los jóvenes. La primera corresponde al análisis de los grupos propuestos por el estudio ILFI. Este último ha intentado comprobar de manera efectiva si, con el correr de los decenios, el itinerario que comienza con el final de los estudios, seguido por la incorporación al mercado laboral y el matrimonio y finalizado con el nacimiento del primer hijo seguía siempre o no el mismo orden. Se denominan «secuencias típicas» las trayectorias que respetan el calendario antes citado y «secuencias atípicas» el resto de los casos. Así, si se comparan los grupos de varones italianos nacidos entre 1910 y 1927 con los demás hasta 1958-1962, salta a la vista que el conjunto de secuencias típicas es el más importante: aunque oscilen un poco, sus valores se sitúan en torno a los siete casos de cada diez. En el caso de las mujeres, se confirma que el modelo dominante es el que respeta el calendario aunque, siendo esto lo que distingue sus trayectorias de las de los varones, el porcentaje de secuencias típicas aumente regular y significativamente: 21% en el caso de las mujeres nacidas antes de 1927 a 33% en el caso de las nacidas entre 1958 y 1962. Ahora bien, este aumento se debe sobre todo al hecho de que un número mayor de mujeres haya accedido al mundo laboral antes de continuar sus estudios (y, por tanto, de casarse y de tener un hijo) (Pisati, 2002, p. 136). La segunda fuente corresponde a un empleo secundario de los datos IARD. Si se excluye a los individuos que no hayan atravesado ningún umbral, el porcentaje de los que han seguido una trayectoria regular o lo están haciendo es del 53,2% en el caso de los varones y del 45,3% en el caso de las mujeres. El 10,7% de los varones y el 18,8% de las mujeres siguen un itinerario regular. Al margen de este modelo dominante, no obstante, es posible confirmar algunos elementos importantes que ponen de relieve una transformación de las trayectorias de paso a la edad adulta en el sentido de una mayor individualización. Para empezar y suponiendo que el resto de las circunstancias no cambien, la variable más discriminativa sobre el hecho de acceder a la vida adulta siguiendo una trayectoria «atípica» es el certificado escolar. El hecho de poseer un diploma de laurea (cuatro o cinco años de enseñanza superior según la carrera) aumenta esta posibilidad 30 puntos porcentuales entre los hombres. En el caso de las mujeres, estos efectos son incluso más importantes, ya que el mismo diploma aumenta estas posibilidades 44 puntos porcentuales (Pisati, 2002). Asimismo, algunas respuestas al cuestionario IARD constituyen valiosos indicadores de una modificación del aplazamiento del futuro en el sentido de la concesión de
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una mayor importancia a la necesidad de un porvenir abierto y a las opciones alterables: así, 7 de cada 10 entrevistados consideran las opciones definitivas como un riesgo («en la vida, más vale dejar abiertas siempre muchas puertas») y 6 de cada 10 que siempre es posible volverse atrás («hasta las opciones más importantes nunca son eternas, siempre se puede volver atrás»). Por otra parte, la multitud de situaciones que viven los jóvenes se traduce en la posibilidad de definirse en plural: así, se definen como estudiantes el 15% de los trabajadores que viven con sus padres, el 21% de los que viven con su nueva familia sin ocupar un puesto de trabajo y el 9% que están en la misma situación y que, no obstante, trabajan. Un estudio cualitativo reciente de Monica Santoro (2004) confirma que estos datos indican mediante indicios el grado de la simultaneidad de las situaciones vividas y cómo son reversibles las secuencias. En el ámbito italiano, caracterizado desde hace algunos años por una oferta de formación muy variada, los jóvenes asumen cada vez con mayor frecuencia posiciones intermedias entre la juventud y la edad adulta que aúnan diversas condiciones de los mercados laborales y de la formación.
6. Temores de los investigadores, puntos flacos del debate social En Italia, el mundo de la investigación intenta impulsar el debate social sobre los efectos de la prolongación de la dependencia de los jóvenes con respecto a sus padres, ya que los medios de comunicación italianos parecen bastante insensibles a esta cuestión. Estos últimos centran la atención sobre todo en la adolescencia y en sus formas de violencia más brutales (incluidos los casos de parricidio que saltan con frecuencia a la prensa) o de apatía más desconcertante. Cuando se cita la cuestión de los medios que se han de proporcionar a los jóvenes para que se conviertan en un recurso para la sociedad del mañana, se hace referencia al agente tradicional que se hace cargo de la juventud italiana: la familia. El Estado está ausente de este debate debido a la extrema debilidad de las políticas familiares en este país desde que se instauró la República y al papel marginal de los poderes públicos en la definición de la vida privada. Si se hace abstracción de los grandes cambios del derecho de familia que ha conocido Italia en el transcurso de la década de 1970 –al igual que otros países europeos–, el Estado italiano interviene menos que sus homólogos de la Europa continental en esta tarea de categorización de la vida privada (Saraceno, 1998). Esto se ve con claridad en el hecho de que los subsidios familiares son menos generosos (Lévy, 1998). Aunque la tasa de fecundidad italiana se halle entre las más bajas del mundo y ello haya sido objeto de debate por parte de los demógrafos (Dalla Zuanna, 2000), no se han puesto en marcha ayudas para corregir esta situación. La cuestión del joven adulto se plantea en relación con el problema de la natalidad, ya que una entrada más tardía de las mujeres en la maternidad tiene consecuencias negativas sobre su descendencia final (Palomba, 1999). Esto lo hemos observado: en Italia, la gran mayoría de las mujeres tienen un hijo después de casarse, ya que la convivencia fuera del matrimonio está poco extendida y el acceso al vínculo jurídico rara vez viene precedido por una fase de abandono del hogar paterno (De Sandre, Pinelli et Santini, 1997). Por ello, se trata de replantear la natalidad en el marco de una reflexión más amplia sobre las relaciones entre generaciones. Puesto que la familia es uno de los recursos necesarios para llevar a cabo el paso hacia la edad adulta, se convierte en una institución ambivalente de facto. A falta de otras instituciones y mecanismos reguladores, es la única que aporta recursos
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materiales e identificativos sólidos y ve cómo le confían tareas inéditas de socialización, de apoyo material, afectivo y simbólico. De este modo, se produce a la vez la constitución de una asociación conjunta entre padres y jóvenes que se basa en el diálogo y la atención recíproca al tiempo que se generan grandes complejidades sobre los efectos sociales de este acercamiento. Muchos temen que un exceso de familia impida una separación entre generaciones e influya sobre la capacidad de los jóvenes para integrarse en el mundo de los adultos y de los padres para poner un plazo a su labor de socialización (Cavalli, 1997; Scabini y Rossi, 1997). Una familia demasiado acogedora amenaza así con no ofrecer a los jóvenes las condiciones para que alcancen la independencia definitiva. Los jóvenes que son incapaces de alcanzar una verdadera transición generacional que garantice su acceso a la categoría de padres viven en este estado de ingravidez social sin preocuparse de los riesgos en términos de cambio intergeneracional. Estas cuestiones se enmarcan en un diagnóstico más general sobre el debilitamiento de la relación con el futuro, sobre la ausencia de un proyecto entre los jóvenes y cómo se repliegan sobre el presente (6).
7. Algunas consideraciones finales Nos gustaría terminar este artículo sobre las formas del paso a la edad adulta de los jóvenes italianos reflexionando sobre algunos datos de investigación. Los datos que manejan los sociólogos italianos para estudiar este fenómeno se obtienen de un protocolo de investigación que atribuye la mayor parte a la localización de secuencias durante el transcurso de la vida. Si se estudian las trayectorias en función del paso de los umbrales convencionales bien conocidos, son pocos los elementos que permiten observar bifurcaciones en las trayectorias, retrocesos o el hecho de que se reúnan varias categorías a la vez. Un joven puede tener un empleo precario y continuar sus estudios, dejar de estudiar para obtener una situación más estable o puede dedicar todo su tiempo a una nueva formación antes de incorporarse de nuevo al mercado laboral. Pueden ser a la vez autónomos y dependientes (de Singly, 2000; Cicchelli y Martin, 2004). La complejidad de las situaciones a las que se puede enfrentar de manera simultánea un joven, incluida la esfera de la vida privada, escapa a los cuestionarios que se inspiran en el paradigma secuencial del paso a la edad adulta. Así, es posible que la herramienta a la que recurren los investigadores desde hace treinta años para analizar las modalidades de paso a la edad adulta en Italia haya ocultado el surgimiento de una mayor individualización de las trayectorias biográficas, fenómeno que, por otra parte, se ha detectado por indicios.
(6) La sociología italiana de la juventud ha trabajado mucho sobre la relación de los jóvenes en el tiempo. Véase Cavalli, 1985; Garelli, 1984; Donati y Colozzi, 1997; en el caso de las mujeres, Leccardi, 1996.
Se puede imaginar que la sociedad italiana también está sometida a los mismos cambios históricos que atraviesa el resto de los países europeos; no tener en cuenta este elemento significaría condenar a los jóvenes italianos a una alteridad invencible que impediría hallar cualquier punto común con otras áreas culturales. No obstante, es necesario moderar esta postura universalista con una gran dosis de particularismo, ya que seguramente no se puede aminorar el papel que ha desempeñado la historia de este país. Pongamos dos ejemplos de esta necesidad de adoptar una postura equidistante entre universalismo y particularismo (Breviglieri y Cicchelli, próxima publicación). En primer lugar, si en el caso italiano, como en el resto del sur de Europa, la prolongación de la juventud no contempla la existencia de un periodo de vida entre la familia de origen y la de procreación, los investigadores han de realizar un esfuerzo para idear la construcción de la autonomía de los jóvenes en un marco donde falten los elementos invocados por otra parte para designar la
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fase de ingravidez social y de experimentación de los papeles antes de la entrada institucionalizada en la edad adulta. Así, caben dos posibilidades: o bien en Italia los jóvenes acceden directamente a la vida adulta sin experimentar su libertad, de modo que no son jóvenes en el sentido francés, alemán o británico del término, o bien se puede vivir esta fase de libertad sin pasar por una ausencia de socialización familiar. Por ello, es necesario revisar la definición continental e insular de la experimentación social para comprender la realidad italiana (Cassano, 1998; Cicchelli, 2001c). En lugar de defender que la definición atribuida a la autonomía como base del individuo no sea en absoluto la misma que en otros países debido a un paso incompleto de Italia a la modernidad, proponemos que se siga otro camino: quizá el sentido que se les da a los vínculos y a su mantenimiento sea diferente y no haya ningún contraste entre autonomía y dependencia. ¿Cómo se explica entonces el hecho de que los jóvenes italianos no se quejen de su dependencia prolongada por una parte y que no parezca que hacen de la necesidad una virtud por la otra? En segundo lugar, como ya se ha visto, la traducción local del fenómeno europeo de prolongación de la juventud se produce en nombre de una especificidad familiar que ya se había tenido en cuenta desde hace tiempo y se había condenado en otros campos como un rasgo cultural italiano (7). Ahora bien, se debe impedir que esta explicación se convierta en una asignación a una especificidad cultural porque si éste fuera el caso se dejaría de tener en cuenta el papel que desempeñan factores fundamentales que se han dejado mucho tiempo de lado como la gran ausencia en Italia de políticas públicas dirigidas a la juventud o la insuficiencia de la oferta de viviendas en alquiler. Dicho con otras palabras, es necesario tener en mente que el empleo de la categoría de familia prolongada reactiva y confirma ciertas concepciones sobre el papel de la esfera privada en la socialización de los jóvenes, sobre el lugar de las intervenciones de la esfera pública para tratar las disfunciones de esta última y sobre el contrato (en términos de deberes y obligaciones) entre generaciones.
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Mircea Vultur Instituto nacional de investigaciones científicas. Observatorio Jóvenes y Sociedad
EL TEMA
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Las estructuras difuminadas de la edad adulta: transformación de las relaciones sociales y «prolongamiento de la juventud» en Rumanía
Este artículo tiene por objeto presentar la forma particular que adopta el paso a la edad adulta de los jóvenes en Rumanía. Tomando como marco de referencia la definición de “objetivo” de entrada en la edad adulta que estableció Galland (1993), pondré de manifiesto el proceso de “prolongación de la juventud” que se está produciendo. Para ello, estudiaré las situaciones y los comportamientos de los jóvenes en relación con el colegio y el mercado laboral que marcan el paso a su independencia, la forma en que las transformaciones estructurales de la economía rumana los está moldeando, el fenómeno de la cohabitación de los jóvenes con sus padres y los factores que contribuyen a ello, así como las modificaciones en la formación de la pareja que se han producido en Rumanía desde 1990. Palabras clave: Jóvenes, Rumanía, edad adulta, individualización, escolarización, inserción profesional, familia.
Introducción Si se puede estudiar la juventud como edad de la vida, es decir, como estado que conduce a estudiar las opiniones de los jóvenes y su forma de vida, también se puede analizar como un proceso que conduce a la edad adulta (Vincens, 1997; Brannen y Nilsen, 2002). Este último enfoque, al que daré prioridad en este artículo, consiste en analizar la lista de rasgos que caracterizan la categoría de adulto y los factores que prolongan o acortan el periodo durante el cual un individuo permanece en la «edad de juventud». Conforme a este enfoque, la entrada en la vida adulta se presenta como un tránsito que, según Galland (1993), se lleva a cabo sobre dos ejes principales: el eje escolar-profesional y el familiar-matrimonial. Se pueden identificar sobre estos dos ejes cuatro límites “objetivos” que definen la entrada en la edad adulta: el fin de los estudios, el inicio de la vida profesional, la salida del domicilio familiar y la vida en pareja. Estos límites o umbrales se caracterizan 1) por fuertes sincronismos especialmente propios de las sociedades tradicionales o de las modernizadas de tipo colectivista y 2) por tendencias a la relación o a la desconexión que caracterizan en especial a las sociedades modernas o a las que están en vías de modernización. Desde este punto de vista, el tránsito a la edad adulta está marcado por especificidades y tradiciones nacionales, aunque no se puede –como hacen los «globalistas»– atribuir estas diferencias al “espíritu nacional”. La persistencia de las especificidades y de las tradiciones en el paso a la edad adulta se explica sobre todo en el marco del individualismo metodológico, ya que procede básicamente de aquello que los jóvenes utilizan del pasado y de las situaciones del presente (que son obviamente diferentes de un país a otro) para definir sus estrategias de futuro y para entrar en la vida adulta.
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Aunque el marco en el que se produce la transición a la edad adulta esté definido por las estructuras y las normas sociales de cada país, son los propios jóvenes quienes eligen los caminos de participación en el sistema institucional con el fin de adoptar los papeles en su vida como adultos. La permanencia de las tradiciones o los cambios sociales se produce por las representaciones y los diseños individuales. En Rumanía, tras la caída del régimen comunista en 1989, cambió el ambiente social en el cual evolucionaban los jóvenes y las transformaciones que han marcado la vida social han modificado la configuración del proceso de entrada en la vida adulta. Durante el régimen dictatorial que mantuvo en Rumanía una sociedad modernizada, pero de tipo tradicional y patriarcal estático (Magyari-Vincze, 2004), el fin de los estudios, el inicio de la vida profesional, la salida del domicilio familiar y la formación de una pareja tendían a coincidir. El desarrollo de un joven estaba muy regulado e institucionalizado en todas sus fases, desde la escuela primaria hasta la obtención de un empleo. La tendencia era a cerrar tan rápidamente como fuera posible la juventud mediante el matrimonio, que además concedía el derecho a una vivienda. De este modo, se pasaba de una situación de dependencia familiar a la vida adulta; es decir, a una situación de independencia económica, residencial y afectiva casi sin transición; lo importante venía marcado por el ritual del gran paso que constituía el matrimonio.
(1) El modelo teórico de Galland adoptado como marco de referencia en este texto sirve más como orientación al análisis que para proporcionar una explicación exhaustiva del fenómeno de “prolongamiento de la juventud”. Su función heurística se desprende de la importancia que concede a las relaciones objetivas en el establecimiento de los comportamientos individuales de los jóvenes.
Los problemas de la entrada en la edad adulta aparecen hoy día bajo una luz distinta. Los umbrales de autonomía en los términos definidos por Galland ya no coinciden y las fronteras entre la fase juvenil y la adulta se difuminan. Se crean espacios intermedios entre estos umbrales y la democratización en marcha desde la década de 1990 ha desencadenado entre los jóvenes rumanos un proceso de “individualización” social (Machado País, 2000) que ha dado lugar a una gran variabilidad de momentos y modalidades de paso a la vida adulta. Las tendencias a la relación y a la desconexión de los umbrales de entrada en la vida adulta marcan la sociedad rumana actual, que presenta una serie de especificidades que la diferencian y, al mismo tiempo, la hacen parecida a otras sociedades europeas.
(2) En otoño de 2005 creé tres focus group, cada uno de ellos constituido por una decena de jóvenes con edades comprendidas entre los 20 y los 30 años, seleccionados según el método de la “bola de nieve” en tres poblaciones rumanas (Bucarest, ClujNapoca y Bistrita) con el fin de recopilar información sobre el estado adulto como fenómeno representativo.
El objetivo de mi artículo es el de presentar la forma particular que adopta la transición hacia la edad adulta en Rumanía. Tomando como marco de referencia la definición “objetiva” de entrada en la vida adulta establecido por Galland, pondré de manifiesto el actual proceso de “prolongamiento de la juventud” en Rumanía. (1) Para ello, presentaré varios aspectos del paso hacia la edad adulta según los dos ejes anteriormente citados (el eje escolarprofesional y el familiar-matrimonial) analizando los procesos de escolarización y de inserción profesional de los jóvenes, la salida del domicilio familiar y el inicio de la vida en pareja. Más exactamente, estudiaré las situaciones y los comportamientos de los jóvenes en relación con el colegio y al mercado laboral que marcan el paso a su independencia y la forma en que los moldean las transformaciones estructurales de la economía rumana, el fenómeno de la cohabitación de los jóvenes con sus padres y los factores que contribuyen a ello, así como las modificaciones en la formación de la pareja que se han producido en Rumanía desde 1990. Estos análisis se fundamentan en datos estadísticos, en resultados de otros estudios y en datos empíricos de tipo cualitativo recopilados entre jóvenes rumanos. (2)
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Estudios normalmente más largos Tras la caída del comunismo, el fenómeno de la escolarización ha experimentado en Rumanía un periodo de desarrollo contradictorio. Entre 1992 y 2002 (años de censos sucesivos) se ha constatado, por una parte, un ligero descenso de la escolarización de grado secundario y, por otra, un fuerte aumento del grado de enseñanza superior y universitaria. De este modo, el índice de asistencia a la escuela secundaria entre los jóvenes de 15-19 años ha disminuido al pasar del 92,5% en 1992 al 83,3% en 2002 (tabla 1). Esta evolución indica que algunas familias 1) no son capaces de afrontar económicamente la escolarización de sus hijos debido a la subida de los precios, lo que contrasta con la situación existente durante el régimen comunista, cuando los colegios de grado secundario eran casi gratuitos o 2) atribuyen una menor importancia a la educación como medio para alcanzar el éxito social y financiero porque no ven más que el paro a la salida del sistema educativo o los casos de individuos sin ninguna formación (deportistas, hombres de negocios, comerciantes, etc.) de cuyo éxito se hacen eco los medios de comunicación llenando las pantallas de televisión. (3) Este fenómeno de ligero descenso de los índices de escolarización en el grado secundario se compensa, no obstante, por un aumento significativo de los índices de escolarización del grado superior y universitario. Entre 1992 y 2002, el número de diplomados de enseñanza superior aumentó un 41,7%. En relación con 1992, el porcentaje de jóvenes de 20 a 24 años que han cursado estudios superiores ha aumentado 2,3 puntos porcentuales (pasando del 0,3% al 2,6%) y el de jóvenes que han alcanzado el grado de estudios universitarios casi se ha duplicado, pasando del 1,2% al 4,1%. En la horquilla de edades de 25 a 29 años, los aumentos fueron de 3,2 y 4,5 puntos porcentuales respectivamente (siguiente tabla). Cuadro 1. Estructura de la población rumana según el grado de instrucción, 1992 y 2002 (en %). Grupo de edades universitaria Total 15-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64 65 et +
1992 5,5 1,2 8,2 9,7 9,8 9,7 8,1 5,6 4,5 4,6 7,0
2002 7,7 4,1 12,7 10,0 10,5 10,6 10,6 10,4 8,7 6,1 4,6
superior 1992 2,1 0,3 0,6 1,3 4,1 6,4 5,0 3,9 2,3 1,2 1,2
Grado de instrucción secundaria 2002 3,2 2,6 3,8 2,4 2,0 2,4 5,4 7,6 6,0 4,7 1,7
1992 67,8 92,5 95,2 87,4 83,9 79,4 73,0 59,2 51,6 44,7 45,3 59,8
2002 69,8 83,5 84,2 77,9 83,8 83,2 81,2 76,6 70,0 56,0 48,7 39,3
primaria 1992 19,7 6,0 1,9 2,3 3,7 5,3 9,5 25,8 34,8 40,9 40,5 51,8
2002 14,9 13,2 6,0 3,6 2,4 2,7 4,1 5,8 10,1 26,3 34,7 40,4
Fuente: Instituto nacional de estadística de Rumanía (3) Las fortunas amasadas en pocos meses o años por especuladores casi analfabetos, pero hábiles despiertan entre muchos jóvenes rumanos la envidia y la admiración. Ganar dinero por cualquier medio y hacer ostentación de él sin complejos –rasgo característico de la acumulación primitiva de capital– constituye un elemento esencial del ideal social que se propone a los jóvenes en Rumanía.
Esta situación se debe a la supresión del sistema de “cuotas” que, durante el régimen comunista, limitaba el número de estudiantes que podían inscribirse en los estudios superiores, así como por el surgimiento de la enseñanza privada que, especialmente en el grado universitario, ha experimentado una fuerte expansión durante el periodo posterior al comunismo. Existen actualmente en Rumanía 56 universidades estatales y otras tantas instituciones de enseñanza privadas, siendo la tasa de inscripción en estos últimos centros del 28% en 2000 con relación al 10,6% de 1990. Asimismo,
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advertimos que el índice bruto de escolarización (4) en el grado de enseñanza superior ha pasado del 21% en 1998 al 35% en 2003 (UNESCO, 2005) y entre los jóvenes de 18 a 35 años la proporción de estudiantes ha pasado del 11% en 1993 al 21% en 2003 (Roharik, 2004). Como tendencia general se constata así una prolongación de la escolarización que abarca a todos los estratos sociales (Neagu, 2004).
(4) El índice bruto de escolarización representa el número de alumnos en un grado de enseñanza determinado, cualquiera que sea la edad de aquéllos, expresado en porcentaje de la población del grupo de edad oficial que corresponda a este grado de enseñanza. En el caso de la enseñanza superior, la población observada agrupa a los últimos cinco años siguientes a la edad de salida del instituto, lo que sucede en Rumanía a los 18 años.
Esta prolongación de los estudios por una parte cada vez mayor de los jóvenes rumanos se encuentra en relación directa con los cambios institucionales en la oferta de formación y es también el resultado de una gran valorización de los diplomas por parte de la mentalidad colectiva. Los diplomas se ven como signo de categoría elevada y garantía de obtención de un puesto mejor en el mercado laboral. De este modo, existe entre los jóvenes rumanos una especial propensión a acumular títulos que encuentra un firme apoyo por parte de sus padres. Los diplomas y los estudios prolongados hacen creer a los jóvenes que el saber acumulado “da derecho a…”, “garantizan la preeminencia sobre…”. Sin embargo, es necesario observar que las empresas no reconocen el valor de sus calificaciones y que las redes de influencia son más eficaces para la obtención de un buen puesto que los años de estudios certificados por un diploma que a menudo se relegan a la categoría de “periodo para pasar el tiempo y divertirse”, como decía uno de los jóvenes entrevistados. Esta situación ha dado lugar a un tipo de figura particular de joven que se denomina “enganchado a los estudios”. Este tipo de figura viene ilustrada por los jóvenes entre 18 y 30 años que “no han salido del sistema educativo, no viven en pareja, no tienen hijos, no ejercen ninguna actividad remunerada y continúan viviendo con sus padres” (Roharik, 2004, 120). Entre 1993 y 2003, la proporción de personas asociadas a este grupo establecido a partir de dos estudios en torno a muestras representativas de la población rumana de 15 años en adelante (5) se ha elevado del 16% al 25%.
(6) Esta postura refleja la influencia siempre dominante en la sociedad rumana de la división por géneros del trabajo que atribuye al hombre el papel de fuente de ingresos.
En el plano del acceso a la edad adulta, esta escolarización prolongada mantiene durante más tiempo a los jóvenes alejados de la vida activa en un estado de dependencia material con respecto a sus padres que, en Rumanía, son quienes sufragan por lo general los estudios de sus hijos. La continuación de los estudios mantiene los lazos de dependencia, especialmente económica, con la familia, de manera que esta última prolonga “el registro de infancia”. En el caso de la mayoría de los jóvenes estudiantes que han participado en los debates de los focus group, la pertenencia al mundo de los adultos con la categoría de estudiante resulta equívoca (“joven y adulto” al mismo tiempo o “ni joven ni adulto”). Es principalmente la independencia económica la característica privilegiada según los encuestados a la hora de identificar la categoría de adulto, pero esta situación no es un rasgo de los jóvenes que siguen estudiando. Resulta interesante destacar que, para muchos jóvenes, el dinero es un valor importante, definitorio de un “auténtico adulto” y esto es lo más frecuente en el caso de los varones. (6) Incluso si prosiguen sus estudios, los jóvenes a los que he entrevistado no parecen conceder al conocimiento un valor en sí. De manera pragmática, buscan prioritariamente los aspectos más útiles de la oferta de formación y entre las razones que invocan los jóvenes a la hora de elegir el tipo de enseñanza y de profesión se cuentan la remuneración económica y la baja tasa de paro asociada a la profesión para la cual se preparan. Son especialmente las finanzas, la banca, los seguros, el transporte, ciertos sectores industriales como el del tabaco y la extracción
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(5) Se trata del Estudio sobre los valores de los rumanos de 1993, que entrevistó a 1.103 personas y el Barómetro de opinión pública que se realizó sobre 2.100 individuos. Para un análisis detallado de estos estudios en relación con los distintos indicadores de autonomización de los jóvenes, véase Roharik (2004).
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los que garantizan los mejores ingresos (en torno a 300 euros mensuales frente a un salario mensual medio de 180 euros en 2003).
El inicio de la vida laboral: entre la precariedad y la flexibilidad
(7) El régimen comunista ocultó de hecho el paro para no entrar en conflicto con los principios de la ideología marxista y los de la Constitución sobre el derecho de trabajo. Existía un exagerado sobredimensionamiento del número de empleados en las grandes empresas industriales en todo el país. Según los estudios de la OCDE (1993) aproximadamente el 30% del tiempo de trabajo total correspondía a un mantenimiento “artificial” de mano de obra. Este fenómeno no es obviamente ajeno a la crisis económica del régimen y a su hundimiento. (8) Esta observación es válida para el conjunto de los países de Europa central y oriental. Según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2000, la tasa media de paro entre los 15 y los 24 años ascendía al 30% en los 18 países en transición; es decir, el doble que la tasa global de empleo. Más del 40% de estos jóvenes estaba en paro desde hacía más de un año. Existen, no obstante, grandes variaciones en el interior de esta región geográfica, con aproximadamente el 7% de jóvenes en paro en la república checa frente al 49% en la antigua república yugoslava de Macedonia, el 27% en la Federación rusa, 30% en Croacia y Polonia, 32 % en Eslovaquia y el 33% en Bulgaria.
Desde 1990, el mercado laboral rumano ha experimentado una gran reestructuración, lo que ha conducido a una modificación de las posibilidades y las perspectivas de empleo. Esta reestructuración ha creado un mundo profesional inestable en el que la imprevisibilidad de la coyuntura de transición ha precarizado numerosos empleos y ha dejado obsoletos profesiones y conocimientos. Esto también ha conllevado una gran dosis de inseguridad y de riesgos para la evolución profesional de los jóvenes. Si durante el régimen comunista no se conocía el paro en el sentido occidental del término, (7) durante el periodo que ha seguido a su caída, las políticas macroeconómicas inadecuadas y el entorno institucional que no fomentan la creación de puestos de trabajo privados han contribuido plenamente a la disminución de las posibilidades de acceso de los jóvenes al mercado laboral. Debido especialmente a su falta de experiencia, el paro ha afectado con toda su dureza a este sector de la población. (8) La tasa de paro de los jóvenes rumanos de 15 a 24 años era del 18,7% en 2003, que es muy superior a la de la población de 15 o más años, cuya tasa de paro se situó el mismo año en sólo el 6,6%. En relación con el conjunto de parados registrados en 2003, los que tenían 15-24 años representaban una proporción del 31,4%. La transición democrática ha abandonado a los jóvenes a su suerte y les ha obligado a buscar nuevas orientaciones sin ningún apoyo institucional, a aprender a superar la inseguridad, a considerar su situación como dependiente del mercado, de sus propios esfuerzos o de sus circunstancias familiares. Esta evolución del mercado laboral ha generado nuevos caminos de transición de la juventud a la edad adulta. Así, se constata en primer lugar una tendencia a retrasar más la entrada en el mercado laboral o en una carrera estable tras los estudios. La fase de inserción profesional de los jóvenes rumanos se caracteriza en la actualidad por formaciones que no desembocan en ningún empleo. La contratación de jóvenes que salen del sistema de formación se ha hecho más difícil en las empresas estatales, cuyas dimensiones se han reducido enormemente, mientras que el sector privado no crea suficientes empleos nuevos. De este modo, el paro afecta cada vez más a los jóvenes con más estudios. En 2003, por ejemplo, el 37% del conjunto de parados tenía un diploma de enseñanza superior y universitaria y no se había integrado aún en el mercado laboral (PNATR, 2003). Asimismo, se constata entre los jóvenes diplomados la extensión de un fenómeno de “regreso al estado precedente”. Más exactamente, “se trata de un regreso al colegio que se produce varios años después de la salida del sistema educativo por parte de jóvenes que no han podido encontrar un trabajo y retoman los estudios de grados superiores (diplomatura y doctorado)” (Roharik, 2004: 119). Esta situación explica por qué, en el marco de los focus group que he realizado, una mayoría de jóvenes ha señalado la adquisición de un empleo estable y de una independencia económica como rasgos prioritarios del estado adulto. “Mientras no haya trabajado no me consideraré un adulto, aunque haya terminado los estudios.” Ser adulto significa “tener dinero propio, no depender de nadie y tener un trabajo indefinido” (varón, 26 años).
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En segundo lugar, se señala una creciente inadecuación de las cualificaciones y de los empleos que éstas procuran. El fenómeno indicado de aumento de la formación de los jóvenes no crea más empleos ni mejora necesariamente las salidas profesionales, sino que contribuye más bien al fenómeno de cambio de posición social (9) que en 2002 afectaba al 12,5% de los jóvenes ocupados entre 15 y 24 años (Neagu 2004). Las causas de este fenómeno se deben principalmente a la escasa profesionalización del mercado laboral y a la rigidez del sistema educativo, aislado del mundo económico y muy encerrado aún en su propia lógica de reproducción. Los jóvenes rumanos viven de este modo una situación que muestra una inadecuación entre la concepción instrumentalizada de la educación como inversión productiva y un mercado desregulado presa de fuerzas imprevisibles (en especial del poder de las redes de influencia y del clientelismo). Esta situación se refleja en su posición con relación al colegio. El 25% de la población de 15-29 años considera que el colegio responde en muy escasa medida a las necesidades del mercado laboral (PNATR, 2003) y hace que uno de los jóvenes entrevistados declare en el marco de los focus group realizados que: “La aptitud para memorizar conocimientos muertos que desarrollan los profesores entre nosotros no tiene mucho que ver con la capacidad de insertarse en el mercado laboral en su situación actual”. Sin embargo, para este joven, “ser adulto consiste en conseguir mis objetivos profesionales porque si no trabajo en el campo para el que me he preparado y si mi empleo es inferior a lo que me gustaría hacer, no me considero un adulto pleno” (varón de 25 años). La identidad de adulto de este joven se articula entonces en torno a una carrera profesional planificada con antelación que implica una correspondencia trabajo-formación, incluso si se basa en el aplazamiento de su realización. Advirtamos aquí que los resultados de las encuestas de opinión muestran que una parte cada vez mayor de los jóvenes rumanos se muestra sensible al éxito profesional a través de la correspondencia entre el trabajo y los estudios. Así, en un sondeo nacional realizado en febrero de 2001, el 30% de los jóvenes de entre 18 y 25 años consideraba que trabajar en el campo para el que han recibido su formación es un indicador muy importante de su éxito profesional. Esta proporción aumentó al 34,4% en 2003 (The Gallup Organisation, 2004).
(9) El cambio de posición social se define como la situación en la cual un joven tiene una mayor titulación académica en relación con la formación necesaria para el puesto de trabajo que ocupa. Este fenómeno no existía en el régimen comunista que, mediante un control estricto de la relación formación-empleo, atribuía a cada joven un empleo correspondiente a su grado de titulación.
En tercer lugar, se constata la aparición en Rumanía de un fenómeno inexistente durante el régimen comunista que es el trabajo compaginado con los estudios, especialmente en el grado universitario. El carácter flexible del mercado laboral permite a un número creciente de estudiantes que trabaje durante los fines de semana o las vacaciones estivales, lo que no sucedía antaño. Para los estudiantes encuestados sobre este punto en el marco de los focus group, además de permitirles que ganen dinero de bolsillo, la consecución de un trabajo mientras estudian no es una decisión socialmente neutra. Al elegir el trabajo durante los estudios, los jóvenes afirman que acceden a una independencia y entran en los arcanos del mundo adulto. De este modo, alcanzan una forma de emancipación institucional y paterna a la que tenían pocas posibilidades de acceder si permanecen únicamente en el sistema escolar. “Tuve la sensación de que era alguien, un adulto, cuando vi en las manos mi primer sueldo por trabajar durante el segundo año de universidad” (varón de 27 años). Para este joven, el trabajo durante los estudios tiene un valor simbólico de independencia. Sin embargo, esta independencia está fuertemente ligada al aspecto instrumental del trabajo que concierne a las ventajas materiales
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que ofrece un empleo. Por otra parte, esta dimensión ha sido la más citada por los jóvenes que he entrevistado en los focus group. Su manera de pensar se enmarca así claramente en una lógica de tipo «Adam Smith», es decir, que manifiesta de forma muy clara el deseo “de mejorar su suerte” mediante “un aumento de la fortuna”. Un sondeo de The Gallup Organisation Romania para el British Council realizado en 2004 muestra, por otra parte, que el 84% de los jóvenes rumanos considera que el sueldo es el primer criterio en la elección de un empleo y sólo el 30% le da importancia a los aspectos expresivos del trabajo como el medio o las relaciones con los compañeros (The Gallup Organisation, 2004). También es necesario advertir que, en el contexto rumano, país que pasó de un “socialismo de subdesarrollo” a un “capitalismo de subdesarrollo” y donde el nivel de vida sólo alcanza el 27% del promedio de la Unión Europea, muchos jóvenes procedentes en especial de la clase media urbana y de los puebles con edades medias de 25 a 35 años se han visto obligados a emigrar, a menudo de manera ilegal, hacia distintos países occidentales para ganar el dinero necesario que les proporcione una vida decente. El clientelismo y el nepotismo en las relaciones socioprofesionales y la incorrecta aplicación de las leyes han creado entre estos jóvenes una sensación de impotencia para “ganarse la vida” en Rumanía. A este efecto, observemos que entre 1990 y 2001, 1,6 millones de jóvenes rumanos habrían abandonado el país para trabajar en Occidente y que, según los datos de un sondeo realizado en 2003 por el Centro de sociología urbana y regional de Bucarest, el 4% de los rumanos declara haber trabajado en el extranjero y el 9% que tiene miembros de su familia que trabajan fuera del país (Capelle-Pogacean, 2003). La experiencia del trabajo «dincolo» («en el otro lado») representa para estos jóvenes un ritual de paso a la vida adulta en el sentido de que varios meses o varios años pasados en el extranjero permite la realización más rápida de los proyectos de vida como son la compra de una casa que favorece a continuación la formación de una pareja. La marcha al extranjero para trabajar (en especial hacia países como España, Italia o Irlanda), la instalación en una “carrera migratoria” (Diminescu, 2004) es el origen entre muchos jóvenes de una diferenciación social en relación con los que han permanecido en el país. Quienes han conseguido alcanzar el “paraíso occidental” especialmente por vías ilegales y han regresado más ricos consideran esta experiencia “como el auténtico paso a la edad adulta”. “He experimentado en mi paso al oeste mi capacidad de ser un verdadero hombre. Después de volver, me he sentido un adulto” me dice uno de los jóvenes que me ha contado todas las dificultades que ha experimentado durante su periodo de “trabajo ilegal” en la Unión Europea que ha mantenido entre 1990 y 2002 a Rumanía en la “lista negra” de países cuyos ciudadanos necesitaban un visado de viaje y de trabajo
Una cohabitación prolongada con los padres En 2002, en Rumanía, el 78% de los jóvenes de 15-29 declaraban que vivían con sus padres (PNATR, 2003), una situación intermedia entre Italia (donde el 80% de los jóvenes de 15-29 años viven con sus padres) y Francia (en torno al 65%). Esta situación de “familia prolongada” se explica por la acción conjunta de dos factores combinados. Se trata primeramente de una característica tradicional de la cultura rumana que asigna a los padres un papel importante en la protección de sus hijos aunque ya sean adultos. En
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segundo lugar, se advierte la explicación utilitarista o económica que viene al caso en la situación actual de Rumanía caracterizada por la ausencia escandalosa de viviendas accesibles para los jóvenes, lo que constituye un serio obstáculo para su vida independiente. El elevado coste de los alquileres, que rebasan las posibilidades financieras de muchos jóvenes, y la ausencia de un sistema financiero que permita la compra de una vivienda dificultan el acceso de los jóvenes en Rumanía a una independencia residencial. (10) Así, la posibilidad de obtener un crédito hipotecario no existía antes de 2001, ya que los bancos consideraban que el riesgo era demasiado elevado para prestar este servicio a la población. Las personas con ingresos netamente superiores al salario medio tenían que ahorrar el dinero para alcanzar la suma necesaria con la que comprar una vivienda, mientras que para los demás era casi imposible. La Administración ha intervenido para resolver la escasez de vivienda creando la Agencia nacional de la vivienda, un organismo que gestiona la construcción de viviendas para jóvenes a precios subvencionados y que permite la adquisición de una casa mediante un préstamo hipotecario con un plazo de 15 a 25 años. No obstante, incluso en estas condiciones, la gran mayoría de los jóvenes se encuentra en la imposibilidad de pagar una hipoteca. Asimismo, como el número de viviendas disponibles es insuficiente, han ganado fuerza los criterios políticos de asignación de éstas por la agencia administrativa. Los medios de comunicación revelan con frecuencia casos de fraude en el sistema a favor de personas importantes del gobierno o de otras instituciones estatales que se hacen con las posibilidades ofrecidas. El clientelismo, característico de los sistemas tradicionales y comunistas, demostró una gran capacidad de supervivencia durante el periodo de transición democrática y desempeña todavía un papel importante en la sociedad rumana. Por lo que se refiere a la salida del domicilio familiar, en Rumanía adopta formas específicas que también se encuentran en otros países europeos. Por ejemplo, se trata de lo que Buck y Scott, (1993) denominan el living away, es decir, vivir fuera del domicilio familiar conservando los vínculos con este último. Éste es el caso concreto de los estudiantes que residen durante la semana en un lugar diferente (residencia universitaria o apartamento) pagado por los padres y que regresan al hogar familiar los fines de semana. Este tipo de descohabitación también se da entre los jóvenes de las clases más acomodadas (los “nuevos ricos” surgidos de las ruinas del comunismo) muchos de los cuales tienen a su disposición una vivienda que paga la familia.
(10) Un sondeo del Ministerio de la juventud y deportes de Rumanía revela que en 2001 el 94% de los jóvenes de 18 a 29 años entrevistados consideraban que la obtención de una vivienda representa para ellos el mayor de los problemas.
En el caso de los jóvenes que permanecen con sus padres, la cohabitación se adapta de manera progresiva al avance de la sociedad rumana hacia la modernidad. Así, los jóvenes que viven con sus padres y que se encuentran en la imposibilidad de emanciparse de su familia negocian espacios de autonomía dentro de esta última. La cohabitación no significa que queden sometidos a las reglas de un modelo familiar tradicional caracterizado por la autoridad del padre y el control de sus actividades. Los jóvenes que viven con sus padres se benefician de una gran autonomía que se manifiesta en la posibilidad de salir por las noches sin restricciones, de no rendir cuentas a sus padres sobre sus amistades, de tener relaciones con jóvenes del otro sexo sin el control de los padres, etc. Una tendencia hacia la independencia creciente de los jóvenes se manifiesta cuando aún están en el hogar paterno. El modelo familiar está así marcado por una
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(11) Resulta interesante mencionar en este marco, que, con independencia de la estructura del mercado laboral, el paro elevado de los jóvenes en Rumanía se puede explicar por el papel de la protección dentro de la familia y por la posibilidad de los jóvenes de quedarse o de regresar a casa de sus padres y vivir sin apenas gasto. “Como vivo con mis padres, me permito en la actualidad estar en paro, declara un joven. De otro modo, habría tenido que trabajar para pagar todas mis necesidades” (joven de 29 años). (12) El hecho de que la familia sustituya ciertas funciones que les correspondería a las instituciones sociales (la de paliar las disfunciones del mercado laboral, por ejemplo) conlleva una doble moral entre los jóvenes. Las obligaciones hacia las instituciones o las autoridades públicas son más débiles que las que se les deben a la familia. Esta situación conduce a la existencia de un elevado grado de capital social en el interior de las familias, pero una relativa pobreza de este mismo capital fuera de ellas. (13) Este índice queda muy lejos de los que se encuentran en la mayoría de los países occidentales, donde el porcentaje de jóvenes que viven como pareja de hecho rebasa el 15%. A este respecto, advirtamos que las posturas de los jóvenes rumanos a la cuestión de la convivencia sin casarse indican una “disonancia cognitiva” entre los valores expresados y la adhesión a estos valores. Así, la gran mayoría de los jóvenes a los que he entrevistado se muestra muy favorable a esta forma de vida en pareja, pero indica al mismo tiempo que un matrimonio celebrado tras un periodo de convivencia “tendrá todas las posibilidades de romperse rápidamente”. “Yo prefiero, me confiesa un joven, el matrimonio sin convivencia previa”. “La cohabitación es buena para adquirir experiencia, pero no para preparar el matrimonio”. “Según usted, ¿sería buena la convivencia prematrimonial porque los miembros de la pareja podría juzgarse mejor mutuamente antes de comprometerse oficialmente?”, la mayor parte de los jóvenes encuestados ha respondido negativamente.
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preocupación y por un control estricto de los estudios (que pagan mayoritariamente los padres), pero también por una vigilancia mucho menor del empleo del tiempo, de las relaciones y de la vida privada de los jóvenes, lo que contribuye en parte a debilitar la tendencia a abandonar el hogar familiar. Por otra parte, esta tendencia está reforzada por el hecho de que los jóvenes que tienen un empleo asalariado no ayudan con los gastos del hogar familiar. Así, estos jóvenes tienen la posibilidad de ahorrar una mayor parte de sus ingresos exclusivamente para ellos y, al estar exentos de los gastos de subsistencia, pueden gozar de una capacidad de consumo de elementos de la cultura juvenil mucho mayor que sus homólogos “autónomos” obligados a subvenir totalmente sus necesidades. Se puede decir que el impulso hacia la autonomización está parcialmente ralentizado por las ventajas prácticas que se desprenden de la cohabitación con la familia de origen. (11) La cohabitación y, consiguientemente, la importancia concedida a la familia no tienen mucho que ver con la persistencia de los valores tradicionales, sino más bien con una lógica de adaptación a la situación. Si existe entre los jóvenes rumanos una lealtad y un apego mayor con respecto a la comunidad, ello se reduce a menudo a consideraciones de interés. Así, los jóvenes que nos han manifestado su sentimiento de pertenecer a la familia y a sus principios de funcionamiento lo hacen menos por influencia de una tendencia al conformismo y a la tradición que porque estos principios tengan para ellos un valor funcional. Se sienten miembros de la familia y persisten en este sentimiento no por un efecto mecánico de inercia, sino porque los valores de la familia sirven a sus intereses. De este modo, pueden quedarse con sus padres tanto tiempo como deseen o pueden refugiarse con ellos en periodos de paro. El joven tiene la impresión de que todo problema social encuentra su solución en el marco familiar y esta creencia aumenta la importancia de la familia. Sus ideas y creencias legitiman la familia y sirven al mismo tiempo a sus intereses. (12)
Una vida de pareja emergente que reviste muchas formas El análisis de ciertas dimensiones sobre la vida en pareja en la mentalidad de los jóvenes rumanos permite constatar la importancia del matrimonio como medio de acceso a la edad adulta, especialmente en el caso de las chicas. En Rumanía, las jóvenes tienen muy desarrollado un cierto culto al matrimonio y ello explica de manera verosímil por qué el 21% de las jóvenes rumanas se casan antes de los 19 años (el mayor porcentaje de Europa). Sin embargo, aun estando la institución conyugal altamente valorada, la edad media del primer matrimonio ha pasado entre 1990 y 2000 de los 25 a los 27 años entre los hombres y de los 22 a los 23,6 años entre las mujeres. Al mismo tiempo, están surgiendo nuevas formas de cohabitación como la pareja de hecho o las familias monoparentales. Así, en 2001, por ejemplo, según una encuesta del Ministerio de la juventud y los deportes, el 0,7% de los jóvenes rumanos de 15 a 24 años vivían con su pareja sin casarse. (13) De igual modo, entre 1992 y 1998, la proporción de jóvenes solteros de 15-29 años aumentó del 60% al 63,4%, mientras que la proporción de casados se ha reducido del 37,7% al 34,9%. Se constata entre los jóvenes, tras la caída del comunismo, una disminución progresiva de la tasa de nupcialidad (excepto entre las mujeres de 20 a 24 años) tal como muestran los datos del gráfico:
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De este modo, si en 1990 la tasa de nupcialidad de los hombres de 20 a 24 años era de 105,4 matrimonios por cada 1.000 habitantes, en 2000 se situaba en sólo 47,4 matrimonios por cada 1.000 habitantes. Durante el mismo periodo, esta tasa se ha reducido entre las mujeres de 25 a 29 años del 62,4% al 31,3%. Sólo se observa un aumento en el grupo de mujeres de 20 a 24 años, en el que la tasa de nupcialidad ha pasado del 24,5% al 63,3%. Esta situación se podría explicar por el efecto de las estrategias que aplican las jóvenes de estas categorías quienes, según las investigaciones de Brinbaum y otros (2003), parecen conceder una mayor prioridad a la vida en pareja con el fin de poder dejar a sus padres, a diferencia de los hombres que tienden a integrarse primero en el mercado laboral antes de vivir en pareja. En el marco de los focus group, las mujeres que estaban en la veintena eran las más inclinadas a designar el matrimonio como el símbolo de adquisición del estado adulto, mientras que para la mayoría de los varones se trataba más bien del acceso a un empleo y la independencia económica lo que se consideraba el punto de referencia del estado adulto. El propio matrimonio, si lo valoran los varones, aparece como indicador secundario del estado de adulto sin que tenga una función prioritaria “para abrirse camino en la vida”. Gráfico 1:
Fuente: Instituto nacional de estadística de Rumanía. Datos recopilados por el autor.
Gráfico 2:
Fuente: Instituto nacional de estadística de Rumanía. Datos recopilados por el autor.
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La disminución del número de matrimonios viene acompañada de un aumento de la tasa de divorcios. Los datos del gráfico 2 indican una tendencia entre los jóvenes a divorciarse más si se compara con el año 1990. Este fenómeno refleja las dificultades de las relaciones entre los jóvenes enfrentados a la crisis económica propia de un periodo de transición: ingresos insuficientes, paro, escasez de vivienda. Igualmente, son el resultado de las modificaciones en el comportamiento de los jóvenes en el contexto del paso al capitalismo liberal. Este contexto ofrece a los jóvenes nuevas posibilidades de elegir opciones que favorezcan el auge del individualismo que se convierte, en muchos casos, en una forma de solipsismo (Vultur y Fecioru, 2004). A esto se une el efecto cada vez más importante de la redefinición de los papeles en el seno de la pareja y la dificultad de encontrar la persona adecuada en un mundo incierto y cambiante desprovisto del objetivismo axiológico propio de las sociedades reguladas por la tradición o el Estado. También se observa entre los jóvenes una transformación profunda del sentido atribuido a la relación de pareja. El orden sentimental de los jóvenes reposa sobre valores colectivos, pero también y cada vez más sobre una aspiración individual a construir su identidad. Por ejemplo, la fidelidad “mientras dure el amor” sustituye poco a poco la fidelidad “impuesta por el matrimonio”. Las esperanzas de los miembros de la pareja evolucionan. Lo que buscan en las relaciones afectivas de la pareja es, cada vez más, el intercambio de las condiciones de su plenitud personal: más allá de las normas, desean la sinceridad, la autenticidad y la solidaridad en la libertad. La familia-referencia que dicta las normas deja progresivamente lugar a una familia-refugio a la que no se sufre, sino que es una compañía y un apoyo.
Conclusión La presentación de algunos elementos constitutivos del proceso de “entrada en la vida adulta” de los jóvenes rumanos nos lleva a presentar la hipótesis de un “prolongamiento de la juventud” cuyo denominador común es la desconexión de los umbrales de adquisición de la independencia económica, residencial o afectiva. El perfil temporal de la escolarización, de la entrada en la vida activa, de la salida del domicilio familiar y de la instalación en pareja parece hoy día en Rumanía más variable que en el caso de las generaciones anteriores cuyo destino ha estado marcado por las formas de regulación social de tipo tradicional y colectivista. La posición y la sucesión en el tiempo de la educación, de la vida activa y de las relaciones familiares se han hecho menos previsibles y más duras para los jóvenes rumanos. El capitalismo emergente incide con fuerza sobre el escalonamiento del momento de decisiones durante el transcurso de la vida como la de abandonar el sistema educativo, realizar la carrera deseada, fundar una familia, etc. Estamos en Rumanía ante la emergencia de un “nuevo adulto” que combina campos de vida diferentes y para quien la elección pragmática y la adaptación a las situaciones son más importantes que la previsibilidad como elemento de seguridad en un futuro incierto. El éxito aleatorio y frágil de la democracia liberal en Rumanía estará inducido por estos “nuevos adultos” que, al reivindicar su derecho de obrar y de enriquecerse material y simbólicamente, se colocan en situaciones que implican reacciones innovadoras y multitud de estrategias de situaciones. Las formas de reproducción comunista por las que se transmitían de generación en
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generación las modalidades de integración en la sociedad han perdido hoy día su significado y el camino de los jóvenes ya no está estructurado por regulaciones objetivas y permanentes, sino que está sometido al peso cada vez mayor y concomitante de la individualización, la racionalización y las contingencias. Esta situación refleja la naturaleza de las transformaciones en la Rumanía contemporánea, así como las contradicciones y el policentrismo del sistema de mercado. Los jóvenes se constituyen en ejes centrales de las actuales transformaciones y son, en Rumanía y en el conjunto de Europa central y oriental, los vectores de la introducción de nuevas formas de vínculos sociales que han de consolidar el régimen democrático y la economía de mercado en esta región de Europa.
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Alessandra Rusconi, EMPAS, Universidad de Bremen (Alemania)
EL TEMA
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Irse de casa en Alemania: ¿Una nueva vía hacia la independencia?
Como en otros países, también en Alemania puede observarse un retardo en los acontecimientos que en la bibliografía se consideran cruciales para la adquisición de la condición de adulto. En este artículo argumentaré que un marcador especialmente importante es el establecimiento de un domicilio independiente del de los padres. La atención se centra, por tanto, en las oportunidades y limitaciones que afrontan los jóvenes durante su transición a la edad adulta y en los resultados de sus trayectorias residenciales al salir del hogar paterno. Dado que los jóvenes pueden irse de casa por diversas razones, no sólo el momento del abandono del hogar, sino también las diferentes vías que los adultos jóvenes siguen al establecer un domicilio independiente del de sus padres son aspectos centrales de este artículo. La idea principal es que no sólo hay oportunidades y limitaciones en la marcha del hogar, sino también oportunidades y limitaciones en la elección de una determinada vía de salida del hogar paterno. Utilizando datos de la Encuesta sobre Familia y Fertilidad, compararé empíricamente cuatro cohortes de nacimiento para descubrir semejanzas y diferencias en la conducta de marcha del hogar de los jóvenes alemanes desde mediados de los años 1960 a principios de la década de 1990. Palabras clave: Trayectoria vital, Juventud, Irse de casa, Transición a la edad adulta, Familia, Europa.
1. Introducción En las últimas décadas del siglo XX han tenido lugar en la transición de los jóvenes europeos a la edad adulta cambios considerables que se han caracterizado por una tendencia común al retraso de la emancipación (Galland, 1995, Bendit, 1999). También en Alemania puede observarse un retardo de los acontecimientos que en la bibliografía se consideran cruciales para la adquisición de la condición de adulto: finalización de la educación, acceso al mercado laboral, abandono del hogar paterno, y formación de una familia. Este artículo se centrará en los cambios en el comportamiento de abandono del hogar paterno de los alemanes occidentales nacidos entre 1953 y 1972. Son dos las razones a las que obedece la elección de esta transición en particular. En primer lugar, la importancia crucial que tiene la marcha del hogar en el desarrollo personal de los adultos jóvenes, que actualmente se ha convertido en el «indicador clave de la superación de la infancia» (Goldscheider and Goldscheider, 1993: 3). Dado que tener un domicilio independiente del de los padres es «una condición esencial para el reconocimiento social», todo cambio en el proceso de marcha del hogar familiar puede considerarse al mismo tiempo un síntoma y una causa de las dificultades de la integración social de los jóvenes (Cordón, 1997: 579). En segundo lugar, en un momento de convergencia general de las pautas económicas y sociales, la salida del hogar familiar es el indicador social que presenta las diferencias más notorias entre los países de la UE (Cordón, 1997, Corijn and Klijzing, 2001). Esta divergencia sólo puede comprenderse por referencia a los mecanismos institucionales y valores normativos que estructuran, juntos, las decisiones individuales sobre la marcha del hogar
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familiar. Así pues, al centrar la atención en el comportamiento de salida del hogar, se ponen de relieve las oportunidades y las constricciones que afrontan los jóvenes alemanes durante su transición a la edad adulta, así como los significados y expectativas a ella asociados. (1) El artículo está estructurado del siguiente modo: En primer lugar, me ocupo de la aparición de la primera edad adulta como fase importante de la vida, y de la función que desempeña la marcha del hogar paterno en la transición a la edad adulta. En un segundo paso, presentaré el diseño de mi investigación y los datos utilizados en los análisis empíricos. En la tercera sección se presentan y comentan los principales resultados empíricos acerca de cómo logran los jóvenes alemanes la independencia residencial respecto de sus padres. Por último, se coloca la situación alemana en el contexto europeo, y se pone de relieve la importancia de los marcos institucionales para alentar la independencia residencial de los jóvenes respecto de sus padres.
2. Hacerse adulto y dejar el hogar paterno
(1) Cuando no se especifique otra cosa, en todo este artículo se utiliza la palabra ‘Alemania’ como sinónimo de ‘Alemania Occidental’, es decir, de aquellos estados que constituían la República Federal de Alemania antes de la reunificación de 1990.
De acuerdo con los más reconocidos sociólogos de la trayectoria vital, un rasgo específico de las sociedades modernas es la distinción entre diferentes fases vitales. En dichas sociedades, las fases de la vida siguen siendo hechos biológicos, pero su significado se ha convertido en un «hecho o construcción social» (Elder, 1975). En consecuencia, el curso de la vida y la edad constituyen actualmente una «dimensión autónoma de la estructura social» (Kohli, 1986, Kohli, 1985). Las diferentes esferas vitales, sin embargo, están más o menos estrechamente ligadas a la edad: el grado más alto de institucionalización de los criterios de edad se encuentra en «la adscripción de las funciones y el estatus definida legalmente (por ejemplo, la escolarización obligatoria), mientras que los criterios de edad basados en consensos informales presentan el menor nivel de institucionalización (por ejemplo, la edad ‘adecuada’ para abandonar el hogar familiar) (Buchmann, 1989). Sin embargo, los estados y transiciones regulados oficialmente influyen en la secuenciación de las posiciones y funciones en las esferas vitales no institucionalizadas, probablemente «a consecuencia del reconocimiento práctico de los requisitos objetivos que el ritmo de la vida ‘regulado estatalmente’ impone al ámbito de acción individual» (Buchmann, 1989: 25). Dicho de otro modo: cada sociedad impone su propio esquema, y los individuos internalizan esos calendarios normativos, que utilizan para planificar su vida e interpretar su posición relativa respecto de los hitos familiares u ocupacionales, considerándola precoz, puntual o tardía (Hogan and Astone, 1986: 114). La aparición de fases concretas de la vida, por tanto, también está relacionada con procesos históricos que permiten que las diferentes fases vitales se desarrollen en su especificidad.
(2) Según otros autores, en la Europa de antes de la década de 1960, «la juventud (en el sentido de ‘la vida propia de los jóvenes’) era un privilegio de los varones. Y, en ciertos casos, de los varones de la clase media urbana.» (Bendit et al., 1999: 12)
No antes del comienzo del siglo XX, se produjo un aumento de la fase juvenil en todas las clases sociales, gracias a la creciente importancia de la formación académica o profesional (Nave-Herz, 1997). (2) Sin embargo, en los últimos veinte años, esa fase de la vida se ha extendido progresivamente, y la transición de un estatus al otro se ha desplazado hasta una etapa posterior de la vida. La transición a la edad adulta en estas sociedades se describe mejor, pues, como proceso que como un acontecimiento único. Con todo, los especialistas coinciden en la existencia de hitos críticos que han de ser superados con el fin de alcanzar el estatus de adulto: finalización de la educación, participación activa en el mercado laboral, adquisición de la
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independencia económica y cultural, establecimiento de un medio de vida independiente, y la formación de una familia procreadora propia (Kerckhoff, 1990, Billari, 1998, Shehan and Dwyer, 1989). En este artículo, la primera edad adulta se considerará un periodo crucial y formativo del ciclo vital, caracterizado, actualmente, por dos aspectos principales. Por un lado, es un momento de transición en el que se establecen la identidad personal y social y la independencia económica. Por otro lado, la primera edad adulta es también una etapa de la vida durante la que los jóvenes tienen que construir un mundo adulto propio. En este sentido, contar con un domicilio independiente es crucial para desarrollar una identidad y un estilo de vida propios (Bendit et al., 1999). Dados los significados y expectativas asociados al domicilio independiente, «el proceso de marcha del hogar se considera una parte integral del establecimiento de la independencia económica y emocional respecto del hogar paterno» (Holdsworth, 2000: 201). Al permitir a los jóvenes decidir independientemente qué, cómo y cuándo hacer lo que les plazca dentro sus propias cuatro paredes, simboliza la adquisición de la autonomía individual respecto de la familia de origen. También marca y permite la ocasión de organizar relaciones y establecer vínculos propios, ofrece una oportunidad de redefinir la relación con los padres, y proporciona infraestructura para llevar una vida autónoma (Gaiser, 1999: 55). Pero la salida del hogar paterno no sólo significa libertad y privacidad, también acarrea costes y responsabilidades. Es un proceso en el que uno aprende a hacerse cargo de las tareas domésticas, las finanzas del hogar, y la gestión del tiempo. Así pues, hay ventajas e inconvenientes tanto en quedarse como en marcharse del hogar paterno: baste pensar en lo mucho que un adulto joven puede ahorrar permaneciendo en casa de sus padres, sin pagar alquiler, electricidad, etc. De ahí que, para algunos jóvenes, establecer un hogar independiente pueda suponer sufrir un descenso considerable en el nivel de vida (Ainley, 1991, Piccone Stella, 1997, Rieser, 1997).
3. Propósito y diseño de la investigación La principal pregunta que se propone responder este artículo es: ¿Qué «desencadena» y qué «desalienta» la marcha del hogar paterno en Alemania? Así pues, la atención se centra en las oportunidades y las restricciones que afectan a los jóvenes en su transición a la edad adulta, así como en los resultados que obtienen en su trayectoria residencial una vez abandonado el hogar paterno. Dado que un joven puede irse de casa por diversas razones, son aspectos centrales de la cuestión no sólo el momento de la salida, sino también las diferentes vías que siguen los adultos jóvenes al establecer un domicilio independiente de sus padres. La idea básica es que no sólo existen oportunidades y constricciones a la hora de irse de casa, sino que hay también oportunidades y constricciones en el momento de elegir una trayectoria específica hacia la independencia residencial. Por un lado, tienen que ver con los recursos y expectativas que tienen, ante todo, los jóvenes, pero también «terceros interesados» (especialmente, los padres). Por otro lado, también están íntimamente relacionadas con las oportunidades estructurales de que disponen los jóvenes. Así pues, el juego recíproco entre los recursos, las normas y las instituciones da forma al proceso de la decisión personal de dejar el hogar paterno para formar una
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familia propia, empezar a trabajar, huir del desempleo, cursar estudios superiores, o, simplemente, vivir independientemente. Los análisis empíricos de este artículo están basados en la Encuesta sobre la Familia y la Fertilidad en Alemania (EFF) realizada en 1992 por el Instituto Federal de Investigación Demográfica (BiB). Se entrevistó, independientemente en la Alemania occidental y la oriental, a 10.000 alemanes de entre 20 y 39 años, con cuestionarios diferentes para los varones y las mujeres. La comparación con datos estadísticos oficiales alemanes confirma la representatividad de la muestra (Hullen, 1998). Dos preguntas se centran en la salida del hogar paterno: una pregunta es si el encuestado vive en el momento de la entrevista en el hogar paterno, y la otra es si lo ha abandonado y cuándo lo hizo por primera vez. En mi análisis se incluirán sólo las personas que vivieron al menos con uno de sus padres al menos hasta su 15º cumpleaños. La primera limitación excluye a todos aquellos que no se criaron con sus padres, ya que mi interés radica en la transición desde un hogar «regido» por los padres. La segunda limitación se debe a que la salida del hogar en un momento anterior, además de ser muy infrecuente o deberse a un error de los datos, implica posiblemente una transición a otro hogar dependiente o «semiautónomo» (Goldscheider and DaVanzo, 1986). Para iluminar la asociación entre la marcha del hogar y otros acontecimientos que caracterizan la transición a la edad adulta, y, así, determinar qué sucesos «desencadenan» la independización residencial, se creó una nueva variable que combinaba el momento de la marcha del hogar con el momento de otras transiciones de rol. Aunque hay disponible información mensual para todos los acontecimientos, decidí dejar un cierto margen temporal antes o después de la salida del hogar paterno. Este planteamiento es más realista, ya que solemos planificar nuestras decisiones, y uno puede decidir irse de casa porque sabe que va a casarse, tener un hijo, o empezar a trabajar dentro de unos meses. O es posible que haya tenido lugar un acontecimiento desencadenante específico, pero que sea necesario algún tiempo para encontrar un nuevo domicilio y trasladarse a él. Por tanto, todas las salidas se considerarán desencadenadas por un acontecimiento específico si éste tiene lugar 6 meses antes o después de irse de casa, con la excepción del nacimiento de un hijo (9 meses antes). En total, 2.372 mujeres y 1.594 varones nacidos en la Alemania occidental entre 1953 y 1972 están incluidos en el análisis.
4. ¿Independencia residencial a través del matrimonio o durante los estudios? No hay un único modo de irse de casa: la marcha del hogar paterno presenta una gran variabilidad según el género, el nivel de estudios, el lugar de residencia, así como entre cohortes. Las principales diferencias pueden vincularse a distintas vía de salida del hogar paterno, que dan lugar a diferentes momentos de salida. A continuación destacaré las principales características y diferencias. 4.1 Distintas trayectorias hacia la independencia Las mujeres alemanas logran la independencia residencial respecto de sus padres antes que los varones. Los expertos atribuyen esta diferencia de género, común a una amplia variedad de países, a una diferencia en el comportamiento matrimonial (Goldscheider and Goldscheider, 1993, Kerckhoff and Macrae, 1992, Rossi, 1997). Dado que las mujeres son
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normalmente más jóvenes que sus cónyuges al contraer matrimonio, las salidas motivadas por ese acontecimiento familiar reflejarán también esa diferencia de edad. En efecto, también en Alemania, la principal diferencia en cuanto al momento de irse de casa (casi dos años) se encuentra entre los varones y las mujeres que se marchan para cohabitar, ya sea casándose o sin casarse. Cuando los adultos jóvenes se marchan por otras razones («no familiares»), esa diferencia de edad desaparece casi por completo (Tabla 1). Cuadro 1. Tipología y edad mediana de salida del hogar Varones
Matrimonio / cohabitación Nacimiento del primer hijo Obtención del primer empleo Mientras aún cursa estudios Cuando ya ha finalizado los estudios Ningún factor en el periodo estudiado N
Mujeres
%
Edad
%
Edad
33,8 0,9 7,2 28,2 5,7 24,3
22,4 22,2 20 20,3 20,4 22,5
50,0 1,1 5,4 22,6 4,4 16,5
20,7 22,2 19,6 19,9 19,9 22,3
1256
2113
Fuente: Encuesta sobre la Fertilidad y la Familia en Alemania, cálculos propios
Sin embargo, en el caso de las mujeres, la simultaneidad entre la independización residencial respecto de los padres y un acontecimiento de tipo familiar es más frecuente que entre los varones (50% de las mujeres frente al 34% de los varones). Los varones adquieren más frecuentemente la independencia residencial respecto de los padres mientras aún están estudiando, y sin haber experimentado aún ninguna otra transición de rol en el segmento temporal de la salida. Así pues, mientras las mujeres pasan frecuentemente de un hogar familiar a otro (es decir, de convivir con los padres a convivir con un compañero), los varones viven entre ambas etapas algún tipo de experiencia residencial «no familiar» (ya sea viviendo solos o compartiendo piso con personas que no son familiares suyos). Pero, ¿puede atribuirse esta diferencia de comportamiento sólo a una diferencia en las preferencias en cuanto a la vía que debe seguirse al dejar el hogar paterno? Hay más varones que mujeres que aún viven con sus padres en el momento de la entrevista (21% frente a 11%), pero la permanencia de las mujeres en el hogar paterno parece estar más estrechamente ligada a la falta de recursos propios. Aunque más de la mitad de los encuestados que vivían en el hogar paterno en el momento de la entrevista declaraba que su principal fuente de ingresos era el dinero que ello(a)s mismos ganaban, la proporción era mayor entre los varones. Entre los adultos jóvenes que aún no se habían independizado residencialmente, eran menos las mujeres que habían tenido un primer empleo (el 61% de las mujeres frente al 71% por ciento de los varones), y menos las que declaraban que su principal fuente de ingresos era el dinero que ellas mismas ganaban o los subsidios estatales (especialmente becas de estudios), siendo más las mujeres que dependían del apoyo de su familia (32% de las mujeres frente al 19% de los varones). En cierta medida, estos resultados sugieren que la permanencia de las mujeres en el hogar paterno se debe con menos frecuencia que en el caso de los varones a una decisión libre: un número considerable de esas mujeres jóvenes depende también económicamente de sus padres. Con todo, el predominio de la corresidencia con los padres, aun cuando se tiene un primer empleo, y especialmente a pesar de disponer de ingresos propios, es un fenómeno notable. Como se ha expuesto antes, esa vía
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tradicional de marcha del hogar paterno se sigue aún frecuentemente, aunque no es predominante. El hecho de que aproximadamente el 40% de los empleos que obtienen los jóvenes alemanes que viven en el hogar paterno sean mediante contratos de formación es, posiblemente, otro factor de constricción. Aunque esos contratos proporcionan ingresos y cobertura de seguro social, el salario depende de la profesión elegida y constituye, en el mejor de los casos, sólo una fracción del sueldo normal de un adulto. Así pues, con frecuencia no bastan para mantenerse uno mismo, y mucho menos una nueva familia.
(3) Sólo se financian los estudios que conduzcan a una titulación, y sólo la primera titulación obtenida. En 1972, el 45% de estudiantes universitarios recibía ayuda. En 1982, cuando un cambio legislativo sustituyó la beca por un préstamo, sólo en 30% recibía ayuda. Desde 1990, el Bafög se compone en un 50% de subvención a fondo perdido y en 50% de préstamo; sólo en casos excepcionales es íntegramente una subvención. Sin embargo, sólo en torno al 25% de los alumnos cumple los requisitos para acceder a la ayuda. En 1997, sólo un tercio de todas las personas con derecho a recibirla había hecho uso de la ayuda. (Bundesministerium für Bildung und Forschung, 2001)
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La importancia de los recursos económicos, pero también de los culturales, se pone de relieve cuando se observa que, para ambos géneros, hay diferencias considerables en el comportamiento de salida del hogar familiar en función del nivel de estudios alcanzado. A medida que aumenta el nivel de cualificación, pierde importancia la formación de una familia como motivo para irse de casa, al tiempo que aumenta el número de quienes se van de casa mientras están cursando estudios. Mientras que el 60% de las mujeres con estudios elementales o secundarios se había ido de casa en el momento de establecer una cohabitación, con o sin matrimonio, sólo lo habían hecho por ese motivo el 32% ciento de las mujeres con educación terciaria. En caso de los varones, la proporción es parecida. La mitad de los varones y mujeres jóvenes alemanes con educación terciaria había obtenido la independencia residencial respecto de sus padres mientras aún cursaba estudios De acuerdo con el principio de subsidiariedad, en Alemania los padres están obligados a sufragar la educación de sus hijos hasta que obtengan su primera titulación profesional. Sin embargo, el Estado alemán proporciona ayuda económica para la educación y la formación (Bafög) a los jóvenes estudiantes (especialmente universitarios) cuyos padres no tienen capacidad para asegurar un mantenimiento suficiente. (3) La importancia de esta ayuda del Estado no tiene que ver sólo con los recursos económicos que proporciona, sino también con el hecho de que constituye un marco de referencia para las obligaciones familiares. Desde el punto de vista jurídico, lo mínimo que los padres están obligados a dar, y lo máximo que los hijos que cursan estudios pueden pedir (así como el tiempo durante el que pueden hacerlo) está ligado al Bafög. Evidentemente, es posible que algunos padres quieran (y puedan) prestar más ayuda y/o durante más tiempo, y que otros sólo quieran (o puedan) proporcionar menos. Además sólo una minoría de los estudiantes estaría dispuesta a exigir su derecho ante un juez. Aun así, esta definición clara de los deberes y derechos permite a los jóvenes alemanes decidir, independientemente, cómo gastar el dinero, y algunos pueden decidir marcharse del hogar paterno, tal vez suplementando la ayuda económica con trabajos de media jornada o con una ayuda paterna adicional. Los resultados muestran que los jóvenes alemanes aprovechan esta oportunidad para independizarse cuando aún están cursando la educación terciaria. Otro factor que facilita la marcha de los jóvenes que aún no tienen una posición consolidada en el mercado laboral y, por tanto, disponen de recursos económicos escasos, es el mercado de la vivienda. En comparación con el entorno internacional, el mercado de vivienda de alquiler en la Alemania occidental está «extraordinariamente bien desarrollado»: casi el 60% de las familias vive en viviendas de alquiler, y se dedican al pago de la renta aproximadamente el 10% de los ingresos (Hoffmann and Kurz, 2002: 3). Gracias a los subsidios y a la disponibilidad de viviendas de alquiler
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asequibles, en Alemania los modos no tradicionales de irse de casa, como, por ejemplo, el hacerlo cuando aún se está cursando estudios, son una alternativa asequible a la permanencia en el hogar paterno. La importancia del mercado de la vivienda se pone de manifiesto aún más claramente al observar la variación entre el entorno rural y el urbano. Especialmente en el caso de los varones, la proporción de adultos jóvenes que residía en el hogar paterno en el momento de la entrevista es mayor para quienes se criaron en zonas rurales o poblaciones pequeñas (aproximadamente el 25%) que para los que crecieron en ciudades de más de un millón de habitantes (12%). Estas diferencias pueden relacionarse con las distintas vías de salida del hogar paterno: los adultos jóvenes que crecieron en comunidades pequeñas se fueron de casa más frecuentemente para establecer una cohabitación, con o sin matrimonio, y en menor medida mientras aún cursaban estudios. Por el contrario, los adultos jóvenes que crecieron en zonas metropolitanas se fueron de casa en mayor proporción mientras cursaban estudios y coincidiendo con el primer empleo. Además, mientras que en general son más las mujeres que los varones que se van de casa para formar una familia, las mujeres adultas jóvenes que crecieron en zonas metropolitanas se fueron de casa por razones semejantes: sólo una cuarta parte se fue para establecer una cohabitación con o sin matrimonio, y más del 40% lo hizo mientras cursaba estudios. Aparte de los factores culturales, una posible explicación de la variación rural-urbano en Alemania puede radicar en la diferente situación del mercado de la vivienda de alquiler. 4.2 ¿Contratendencia hacia la posposición de la emancipación? Desde el punto de vista de las cohortes, ha habido sólo una ligera posposición, de aproximadamente un año, en la obtención de la independencia residencial (Fig. 1). Además, esa tendencia sólo puede observarse en las tres cohortes de mayor edad, sin que pueda confirmarse en la cohorte más joven (1968-72). Gráfico 1: Edades medianas de salida del hogar (estimación KM)
Fuente: Encuesta sobre la Fertilidad y la Familia en Alemania, cálculos propios
Cuando se sitúa la marcha del hogar en el contexto de una visión general de la transición a la edad adulta, y se consideran, por tanto, el momento de la finalización de los estudios, la obtención del primer empleo, y la formación de una familia, el tiempo dedicado estas fases de transición aumenta en todas las cohortes (de 5,4 a 7,5 años en el caso de los varones, y de 3,8 a 4,8 años en el de las mujeres). Además, los varones necesitan más tiempo que las mujeres para finalizar la transición a la edad adulta, y ese desfase entre géneros no se debe sólo a que los varones tarden más en formar una familia
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propia. Otra diferencia entre los géneros es que, en el caso de los varones, no hay una asociación clara entre la tendencia histórica de otros acontecimientos transicionales y la marcha del hogar, con la notable excepción de la formación de una familia propia. Aparte de la formación de la familia, la posposición de la independencia residencial en los varones no se refleja en un retardo paralelo de los acontecimientos que caracterizan la transición a la edad adulta. La situación en el caso de las mujeres es muy diferente: el retraso de la marcha del hogar tiene lugar en el contexto de una posposición general de la transición a la edad adulta. No obstante las importantes diferencias entre los géneros, eran más quienes se iban de casa antes de su 22º cumpleaños en el pasado que actualmente, y las razones para marcharse también eran distintas. (4) En todas las cohortes eran menos los jóvenes alemanes que se iban de casa para cohabitar con un compañero (con o sin matrimonio), y más los que se iban cuando aún cursaban estudios. La Figura 2 muestra que sólo disminuyó la salida del hogar por razones familiares, es decir las ocasiones en que coincidía con el matrimonio, la cohabitación sin matrimonio, y el nacimiento del primer hijo. Sin embargo, esta tendencia es contrarrestada parcialmente por el aumento de las vías alternativas. En especial, aumentan las ocasiones en que la marcha del hogar tiene lugar mientras los adultos jóvenes aún cursan estudios. Estas dos tendencias divergentes dan lugar a un pequeño aumento del número de jóvenes que residían con sus padres en el momento de su 22º cumpleaños (del 41% de la cohorte de 1953-57 al 51% de la cohorte de 196872). Así pues, el retraso en la formación de la familia se refleja en la disminución de las salidas del hogar motivadas por la formación de una familia propia, aunque los resultados residenciales de esta posposición son compensados parcialmente por un aumento en las vías alternativas de salida del hogar paterno (Figura 2). Gráfico 2: Diferencias entre cohortes en la proporción de las vías de abandono del hogar paterno y la proporción de aquellos que aún vivían en casa en su 22º cumpleaños
Fuente: Encuesta sobre la Fertilidad y la Familia en Alemania, cálculos propios
(4) Al comparar las diferentes cohortes de nacimiento, debe tenerse presente que los encuestados han sido censurados por la entrevista a diferentes edades. Un modo de solucionar este problema es considerar a los jóvenes en su 22º cumpleños, edad que había sido alcanzada por miembros de todas las cohortes.
En cuanto a las transiciones de rol experimentadas por los adultos jóvenes que residían en el hogar paterno en el momento de su 22º cumpleaños, son muy semejantes entre todas las cohortes en el caso de los hombres. Por el contrario, en las cohortes consideradas, eran menos las mujeres que habían tenido un primer empleo «normal», mientras que era mayor el número de las que habían tenido un contrato de formación o cursaban estudios sin haber tenido ninguna experiencia laboral. Por tanto, al parecer en Alemania actualmente la permanencia en el hogar paterno está más relacionada que en el pasado, especialmente en el caso de las mujeres, con una falta de recursos propios.
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Estos resultados descriptivos proporcionan información valiosa sobre el modo en que los jóvenes alemanes viven su transición a la edad adulta y, en particular, sobre cómo adquieren la independencia residencial respecto de sus padres. Un número considerable de salidas coincidió con la formación de una familia propia, aunque el matrimonio no era la vía predominante hacia la independencia residencial, y la cohabitación sin matrimonio ganaba terreno. Además eran pocos los jóvenes que se iban de casa mientras cursaban estudios y, en general, los que lo hacían por motivos «no familiares». La educación y el lugar de residencia durante la infancia parecen desempeñar una función importante en la decisión de cuándo y cómo irse de casa. Desde la perspectiva de las cohortes, hubo sólo un ligero retraso de la marcha del hogar, y fueron menos las salidas que coincidieron con acontecimientos familiares. Así pues, en la Alemania occidental el retraso de la formación de una familia propia ha venido acompañado de un aumento de las salidas del hogar paterno motivadas por razones «no familiares» y especialmente de las debidas a los estudios. En consecuencia, la posposición de la formación de una familia propia parece ser, al menos parcialmente, contrarrestada por el aumento de las salidas premaritales (prefamilares) del hogar paterno. Esta evolución es posible, entre otros factores, porque la regulación estatal proporciona un marco de referencia para las obligaciones familiares, dejando claros cuáles son los derechos y las obligaciones de padres e hijos. Así pues, esa regulación detallada de las obligaciones familiares abre alternativas «residenciales». Evidentemente, la decisión de aprovechar esas oportunidades y elegir una vía en lugar de otra seguirá dependiendo también de las preferencias del adulto joven. 4.3 ¿Qué favorece y qué desalienta la marcha del hogar? Con el fin de distinguir la influencia de los diferentes factores en el comportamiento de salida del hogar paterno, es necesario ir más allá los análisis bidimensionales (como los resultados presentados en lo que antecede) y computar modelos multidimensionales, tales como las regresiones de Cox, que estiman el aumento o disminución (proporcionales) de la tasa de transición (hacia una salida del hogar paterno) inducidos por covariables (Blossfeld and Rohwer, 1995: 229). Dichos análisis muestran que varios factores desencadenan o desfavorecen la independización residencial respecto de los padres, y que esos factores difieren parcialmente para las distintas vías de salida del hogar paterno (Rusconi, 2004). Querría resaltar en este punto dos de los principales resultados de este estudio. En primer lugar, como en otros países, también en Alemania el irse de casa ‘sigue’ a la obtención del primer empleo; es decir, para hacerse residencialmente independientes, los adultos jóvenes generalmente han de haber accedido al mercado de trabajo. Aun así, los modelos revelan también importantes diferencias en cuanto a género y vía de salida que reflejan la existencia de diferentes opiniones respecto del rol de los géneros en la sociedad germanooccidental. La obtención del primer empleo tiene una influencia positiva especialmente fuerte en el caso de los varones que se van de casa con ocasión del matrimonio y la formación de una familia propia. Las mujeres que se van por acontecimiento de tipo matrimonial o familiar están menos constreñidas por la disponibilidad de recursos materiales propios, ya que consideran aceptable depender de los de su compañero. Por el contrario, los varones que se van de casa para formar una familia han de disponer de recursos económicos propios. Cuando los jóvenes alemanes se van de casa por motivos distintos del matrimonio, aumentan con la
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obtención del primer empleo tanto las salidas de los varones como las de las mujeres. Así pues, cuando la marcha del hogar paterno sigue una vía no tradicional, también las mujeres han de contar con recursos materiales propios. Además, los modelos revelan también la importancia de otra expectativa social: la de que la formación de una familia propia debe tener lugar después de haber finalizado los estudios. Por ello, la tasa de salida del hogar por razones matrimoniales y familiares aumenta fuertemente cuando se han concluido los estudios, aunque este efecto es mayor en las mujeres. Esto refleja el hecho de que para los varones la finalización de los estudios podría no ser una precondición suficiente para la formación de la familia, ya que aún deben acceder al mercado laboral con el fin de obtener medios suficientes para sostener la nueva familia. El segundo gran resultado de los análisis multidimensionales indica que la obtención de una titulación superior favorece las salidas no motivadas por un acontecimiento familiar. Los jóvenes que tienen educación superior no esperan a casarse (o a otro acontecimiento familiar), sino que, por el contrario, presentan mayores tasas de salida por motivos de estudios, empleo u otros. Por un lado, esto podría deberse a que, con el fin de ingresar en la universidad, algunos adultos jóvenes tienen que cambiar de lugar de residencia (por ejemplo, cuando la universidad o la carrera que prefieren aplica un numerus clausus). Por otro lado, los adultos jóvenes con estudios superiores tienen una preferencia más marcada por la independencia. Es más, dado que la posposición del matrimonio es especialmente acusada en nivel de estudios, los adultos jóvenes de este grupo tienen sólo dos opciones. O permanecen en casa durante un periodo considerablemente largo a la espera de finalizar su estudios, encontrar un trabajo, y por último irse de casa con un compañero(a), o se van de casa mientras están estudiando (tal vez sólo temporalmente), formando un hogar «no familiar». Los resultados muestran que es esta segunda vía la que se sigue. Aunque es así tanto para los varones como para las mujeres, el efecto es más marcado en el caso de las mujeres. Esto podría explicarse por el efecto «emancipador» más fuerte que tiene la educación en el comportamiento de la mujer. Dado el reparto de las tareas domésticas entre los géneros, que desfavorece a las mujeres y las esposas, las mujeres ganan más – en cuanto a privacidad, libertad y tareas domésticas – pasando al menos un cierto tiempo en un hogar «no familiar».
5. Conclusiones A lo largo de las últimas décadas del siglo XX, se han retrasado importantes elementos de la transición a la edad adulta en los países industrializados occidentales. En especial, los adultos jóvenes experimentan una prolongación del tiempo dedicado a la educación, una posposición de la entrada en el mercado laboral, y un retraso del matrimonio (si es que no prescinden por completo de él). Además de entrar más tarde en el mercado laboral, los trabajos de media jornada y los trabajos temporales se están haciendo cada vez más comunes (Cook and Furstenberg, 2002). Dada la fuerte vinculación entre el matrimonio y la salida del hogar paterno, es importante centrar la atención en esas transformaciones. Desde mediados de la década de 1960, la tasa de nupcialidad ha descendido en la mayoría de los países occidentales: el matrimonio tiene lugar (cuando lo hay) a edades cada vez más avanzadas. Sin embargo, esta tendencia común ha estado acompañada de resultados residenciales diferentes: en algunos países, la vinculación entre el irse de casa y contraer matrimonio se debilita, y los jóvenes experimentan cada vez más salidas premaritales, mientras que en
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otros países prolongan la corresidencia con sus padres. Es notable que en la Europa occidental esta divergencia haya seguido la divisoria norte-sur: los norte- y centroeuropeos se van de casa antes, y con más frecuencia por razones distintas de la formación de una familia propia (y contraer matrimonio) que sus homólogos del sur de Europa (Billari et al., 2001, Cordón, 1997, Goldscheider, 1997). El objetivo de principio de mi trabajo era determinar las principales influencias en la decisión de los jóvenes alemanes de dejar el hogar paterno, y si la marcha del hogar era diferente – y, en tal caso, por qué – entre las distintas cohortes de nacimiento. Con el fin de obtener una comprensión completa del proceso de salida del hogar, era necesario reconocer que las decisiones de los jóvenes no sólo están influenciadas por diferentes tipos de recursos y normas de comportamiento, sino también por las oportunidades estructurales que se ofrecen a los adultos jóvenes. Es más, el irse de casa podía hacerse por diferentes vías, distinguiéndose especialmente entre las salidas por motivos «familiares» y las debidas a motivos «no familiares». Por último, en este artículo no se ha pasado por alto a aquellos que aún no han alcanzado la independencia residencial respecto de sus padres. Esta perspectiva ofrece información importante sobre las posibles razones que inducen a los jóvenes a permanecer en el hogar paterno. También en Alemania un número considerable de las salidas del hogar paterno tiene lugar coincidiendo con un acontecimiento de tipo familiar. Sin embargo, esa vía no es la predominante. Especialmente en el caso de los varones, las salidas por razones «no familiares» son más frecuentes que las desencadenadas por la intención de formar una familia propia. Y desde el punto de vista de las cohortes, ha aumentado especialmente la proporción de jóvenes que dejan el hogar paterno cuando aún están cursando estudios. Aun así, siguen habiendo algunas desigualdades de género: son más las mujeres que se van para formar una familia, y la permanencia de la mujer en el hogar paterno está ligada más frecuentemente a la falta de recursos propios. Esto se debe a que son menos las mujeres que acceden al sistema de formación doble, que proporciona salario y formación, y que, cuando lo hacen, más frecuentemente cursan formación para puestos de menos prestigio y menor remuneración. Así pues, son más las mujeres que tienen que depender del sostenimiento paterno, ya sea parcial o total, durante su formación profesional, y también cuando dan sus primeros pasos en el mercado laboral. El hecho de que sean en especial las mujeres con un nivel de educación elemental o secundaria las que se van de casa para formar una familia sugiere claramente que, también en Alemania, en ciertos entornos sociales la vía «aceptada» predominante para salir del hogar paterno sigue siendo la formación de una familia propia. Y que algunos padres pueden estar más dispuestos a apoyar una salida alternativa en el caso de sus hijos que en el de sus hijas, especialmente si éstas tienen escasos recursos propios. Aun así, estas diferencias de género desaparecen entre quienes han crecido en áreas metropolitanas y en el caso de los alemanes con estudios superiores, lo que indica que la educación superior tiene en Alemania un efecto emancipador más fuerte. Además, dado que la extensión de la educación secundaria y terciaria casi ha neutralizado las diferencias en participación según el género y que las subvenciones a los estudiantes no distinguen entre varones y mujeres, los estudiantes disfrutan de ese apoyo con independencia de su género. Así pues, las mujeres que cursan estudios superiores pueden negociar con sus padres desde la misma posición que los varones.
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Como en otros países europeos, también en Alemania la formación de una familia propia y el matrimonio se posponen cada vez más hacia etapas posteriores de la vida. Esta tendencia tiene una consecuencia importante en lo que respecta a la independización residencial respecto de los padres, y también en este país puede detectarse un ligero retraso del momento de irse de casa. Aún así, desde la perspectiva de las cohortes, en este artículo ha podido mostrarse que sólo las salidas que se producen coincidiendo con un acontecimiento familiar han disminuido. Es más, esa caída está parcialmente contrarrestada por un aumento en la proporción de adultos jóvenes que se van de casa cuando aún están cursando estudios. Así pues, no hay ni una disminución general de las salidas, ni un aumento general de las salidas premaritales. La tendencia del comportamiento de marcha del hogar paterno hacia la adquisición independencia residencial mientras aún se están cursando estudios está favorecida por las oportunidades estructurales que se ofrecen a los jóvenes alemanes. En este país, los padres están obligados a financiar la educación de sus hijos hasta que obtengan su primera titulación profesional, de modo que sus responsabilidades económicas están claramente especificadas en cuanto a su importe y duración. Si los padres no son capaces de garantizar un mantenimiento suficiente, el Estado alemán presta apoyo económico para la educación de esos jóvenes. Así pues, dependiendo de cuál sea el certificado de enseñanza secundaria que posea el adulto joven, podrá elegir «libremente» su posterior formación profesional y, al menos desde el punto de vista legal, podrá disponer independientemente del dinero que tenga derecho a percibir. La importancia crucial de la formación profesional remunerada y las becas de estudios se extiende más allá de los recursos (adicionales) que aportan, al llegar a conceptuar la enseñanza superior como un derecho individual y un bien público que merece recibir apoyo económico. Esa conceptuación deja claros los deberes y obligaciones de padres e hijos, emancipando a los adultos jóvenes de su rol de «hijos» dependientes de sus padres. Por último, es importante destacar que aunque en la Alemania occidental se registran cada vez más tipos de salida nuevos (alternativos) entre los adultos jóvenes, la secuenciación tradicional de la formación de la familia sigue siendo predominante: los adultos jóvenes que cursan estudios normalmente no fundan una familia. Siguen esperando hasta haber concluido sus estudios. Son especialmente los varones los que esperan hasta haber obtenido un empleo estable. Pero, en lugar de permanecer en el hogar paterno, un número creciente de ellos pasa ese periodo en hogares no familiares. Así pues, este comportamiento «nuevo» está basado en la expectativa «tradicional» de que el rol de compañero y padre sólo debe asumirse después de haber finalizado el rol de «alumno». Aun así, dado que en Alemania la adquisición del rol de adulto es, en cierta medida, inconcebible sin la independización residencial respecto de los padres, los jóvenes siguen, cada vez con más frecuencia, trayectorias residenciales y familiares divergentes. Y posiblemente porque los significados asociados a la independencia residencial y su importancia para la madurez personal de los adultos jóvenes son compartidos con carácter general por toda la sociedad alemana, este país proporciona un marco de referencia claro para las obligaciones familiares.
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François de Singly, Profesor de Sociología de la Sorbona
EL TEMA
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Las formas de terminar y de no terminar la juventud Merece la pena analizar las razones por las cuales la rama de la sociología dedicada a la juventud se decanta por su «final» frente a otras cuestiones. ¿A qué se debe esta cuasi obsesión por saber lo que limita la salida de la juventud? ¿Quizá simplemente porque esta entrada en la edad adulta se ha convertido en algo problemático puesto que, contrariamente a lo que sucede en las sociedades «globalistas», no existe ningún ritual de paso que se pueda tomar como indicador irrefutable de la entrada en la edad adulta? Por ejemplo, el matrimonio sigue siendo significativo a título individual –tanto los hombres como las mujeres pueden contraerlo como quieran a lo largo de su vida– sin que marque necesariamente la entrada en la vida conyugal y sin que se viva como una de las salidas de la juventud. Ninguna persona en Francia sostiene que una persona que viva con otra sin casarse sea menos madura que una persona casada. Esta confusión de las fronteras entre las edades, incluso de la noción de edad, determina en gran medida el hecho de que la sociología de la juventud se centre en «el final», retome ciertas preguntas formuladas por los individuos y los grupos y se haga eco de sus inquietudes. La tesis de este artículo, para dar cuenta de las dificultades que conlleva finalizar la juventud, se basa en la teoría del individualismo y de la individualización en las sociedades moderas avanzadas (Giddens, 1991) (Beck, Beck-Gernsheim, 2002) (Singly, 2005). En nuestro caso, en el marco de la segunda modernidad –periodo que, desde la década de 1960, rompe con la mayor parte de los frenos que existían durante el periodo de la primera modernidad para contener en especial la expresión del individualismo (Wagner, 1996; Beck, 2001)–, todos los individuos deben estar «individualizados»; es decir, deben demostrar ciertas competencias «personales». Entre estas últimas, se pueden distinguir tres: la primera es la de una cierta desafiliación necesaria frente a los padres; la segunda consiste en una cierta coherencia entre las dos dimensiones del proceso de individualización, la independencia y la autonomía y, por último, la tercera es la de una formación permanente del yo, imperativo contrario a la concepción clásica de la edad adulta. El efecto que tiene la combinación de estas tres exigencias es el de conducir a cada uno a no terminar sino de manera parcial con la juventud, incluso una vez alcanzada la edad adulta.
Salir de la infancia y de la juventud poniendo distancia con el vínculo de la filiación El proceso de individualización se basa necesariamente en una cierta «desafiliación», en un distanciamiento de la definición del yo como «hijo» o «hija» y en el derecho al inventario de la herencia y de la transmisión (Singly de, 2000b). Esta separación es visible con la evidencia para la gran mayoría de los habitantes del mundo occidental del rechazo al matrimonio
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«acordado» y aún más hacia el matrimonio «obligado». El amor ha impuesto de forma progresiva sus normas sobre la institución del matrimonio y ha desestabilizado su sentido casi universal; es decir, el hecho de que sea una alianza entre dos linajes familiares. Ahora bien, la invención del amor cortés, de la fantasía amorosa –como demuestran Tristán e Isolda– no tiene sentido sino con la formación de una concepción dual de la identidad. Un individuo siempre es «hijo de» o «hija de» sin que esta dimensión estructure en lo sucesivo la totalidad de su existencia con el fin de que pueda elegir como hombre o mujer «libre» y no en nombre de los intereses de su linaje familiar. Desde el siglo XII, el amor nace fuera del matrimonio por esta discrepancia: una mujer puede ser «esposa» al mismo tiempo que «hija de» y ser amada a título personal por otro hombre. Los cauces del amor rechazaban la confusión entre el marido y el amante porque consideraban que ambos vínculos conducían a funciones distintas. Cuando el amor entró en el matrimonio, este último reunió con mayor frecuencia a individuos que no habían sido elegidos por otras personas porque fuesen el «hijo de» o la «hija de». La libertad amorosa demuestra la fuerza del ideal de un individuo que debe desafiliarse mediante algunos de sus actos, lo que no le impide que siga siendo «hijo» o «hija de» (esto es posible si los padres aceptan esta separación). Esta individualización no es el resultado de un decreto, sino que se desprende de un largo proceso que comienza a partir de la niñez. Esto se traduce en un cambio de la educación entre la primera y la segunda modernidad. Durante la primera modernidad (de una forma esquemática desde finales del siglo XIX hasta la década de 1960), la educación se basaba en la obediencia y en la disciplina. El curso de Émile Durkheim sobre «la educación moral» (Durkheim, 1963) es un testimonio de este punto de vista. Durante la segunda modernidad, el valor de la autonomía –el niño debe evolucionar él mismo y para conseguirlo debe aprender a separarse de manera progresiva del mundo familiar, en especial de sus padres– compite con el valor de la obediencia.
(1) Recogido por Audrey Palma para su tesis de DEA (Palma, 2002).
Este imperativo del «individuo individualizado» (Singly de, 2001) dibuja los contornos de nuevas formas de patología. En aquellas sociedades en donde uno de los rasgos dominantes es la psicologización de la existencia, una de las fuentes del malestar individual puede residir en una «desafiliación» insuficiente, en una separación muy escasa de los padres. El análisis de un caso (1) permite conocer una de las modalidades de este proceso de emancipación frente a los padres. Se trata de una mujer joven, hija única, de veintitrés años. Sus padres son de origen humilde y han llegado a ocupar altos cargos. Después del bachillerato (fin de los estudios superiores), Aurora se matricula en la universidad, facultad de letras, su madre es catedrática de clásicas. Ella lo ve como una obligación, tiene el aspecto de «la buena estudiante» y alberga un gran temor: «Creo que hacía años que estaba programada, que no reflexionaba sobre lo que hacía, así que iba a clase, hacía lo que se me decía que hiciese, lo que yo creía que era una apariencia de normalidad… Siempre he tenido los automatismos que se me había dicho que tuviera… Al mismo tiempo, estaba terriblemente insatisfecha con esa vida, pero era incapaz de encontrar cualquier cosa que me… De hecho, si funcionaba como un autómata era para conservar a mis padres porque es lo que esperaban de mí». Aurora empieza a tener problemas de sueño, deja de asistir a clase y se refugia en los cafés y en los transportes públicos: «Me salvaba de mi vida… Todo el mundo creía que yo estaba en un lugar y yo me
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iba a otro. Me levantaba por la mañana y me convertía en otra persona. Así de insoportable se había hecho mi vida». El proceso «normal» de separación durante la adolescencia o de divergencia de identidad (es decir, de una identidad que oscila entre la dimensión de filiación y la personal) se produce con retraso en el caso de Aurora y esto parece tener como efecto que sea más difícil vivir, la crisis adopta una forma más «pesada» con este desfase. En lo sucesivo, ella intenta desdoblarse en «hija de» que sabe obedecer, conformarse, y en otra joven, la que le gustaría ser y que aún no ha encontrado. Según los términos de Le soi, le couple et la famille (Singly de, 1996), Aurora no logra formar una identidad personal porque está asfixiada por una identidad legal demasiado pesada (que se produce por una pertenencia demasiado fuerte a sus padres de origen). Aurora, tomando una de sus expresiones, vive «una apariencia de normalidad», la de una buena hija (de); no puede llegar al fondo de sí misma para descubrir el mito de las sociedades contemporáneas, el verdadero yo original que no se deja vencer por las presiones exteriores. No tiene amigos, el único «prójimo importante» a su disposición es su gato. Este último puede consolarla, pero no puede ayudarla en esta construcción personal. La construcción del «individuo individualizado» de las sociedades modernas no se lleva a cabo –se trata de una de las paradojas de una sociedad que se ha denominado rápidamente narcisista– sin la ayuda de alguien cercano o de un profesional. Perdida en su «falso yo» (2), Aurora cree que debe actuar: «Estaba dándome cuenta de que si quería romper con la forma en que se desarrollaba mi vida, hacía falta que tomase una iniciativa que tuviera que ver conmigo y que no tuviese que ver con el apoyo de mis padres». De este modo, decide solicitar que la hospitalicen: «Si quería construir mi vida, tener una vida, ser un individuo, eso era lo que tenía que hacer». Ella asocia claramente el cambio de identidad con un cambio de espacio; había probado con los cafés y los transportes públicos, que son espacios comunes considerados como lo contrario al espacio privado y familiar en cuyo seno ella es «hija de». Esto no había sido suficiente, así que Aurora optó por un espacio institucional sólido. Aurora emplea una metáfora para dar cuenta de este paso: «Es como si estuviera en un circuito automovilístico y de repente me metiese en el garaje. Eso es todo, paré la parte superestresante de dar vueltas y me fui a hacer una revisión general». Aurora recuerda el círculo (vicioso) del circuito olvidándose de mencionar la carrera a la que está sometida por parte de sus padres en ascenso social. Ella se detiene en el taller no para que la «reparen», sino para abandonar. El término de «revisión» tiene efectivamente otro sentido: la esperanza del descubrimiento, en definitiva, del sentido de su vida: ya no quiere seguir dando vueltas, quiere trazar su propio itinerario. La idea del «individuo individualizado» conduce a menudo al viaje, a la libertad de movimiento libre de las identidades legales impuestas y recibidas.
(2) En un sentido diferente del de Donald Winnicott.
Pese al coste social y psicológico del garaje y de la revisión, Aurora está contenta por haber cambiado de «motor» y de no seguir siendo un coche de carreras: «Por fin soy un individuo y no sólo la hija de mis padres. Por fin soy una persona». En otro momento de la entrevista, Aurora vuelve sobre este punto: «Empiezo a ser un verdadero individuo con una auténtica vida [su gato maúlla], y tengo un gato». Ha alquilado un piso para ella, ha cambiado de orientación profesional: quiere hacerse maquilladora de teatro, proyecto ante el cual se sonríen sus padres, incluso se ríen (¿de dientes para fuera?). ¿Maquilladora de teatro? ¡Aurora es una persona competente! Ella sabe que
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en otro nivel significa «guardar las apariencias». ¿Consiste la «verdadera vida» de Aurora en ayudar a los demás a guardar sus apariencias? El futuro lo dirá. Lo que cuenta, en el amanecer de su renacimiento, es el hecho de haber logrado romper con una identidad definida por los demás y haber afirmado una autonomía relativa. En la actualidad es imposible ser uno mismo en un mundo diseñado por los demás. Por ello, es necesario de una u otra forma ser el autor de la propia vida o al menos intentarlo. En este ámbito, salir de la juventud presupone alcanzar esta formación del yo, con frecuencia gracias a una tarea de distanciamiento de la propia filiación con su dimensión identificativa de hija o de hijo, lo que no excluye, según el contexto espacial e histórico, la defensa de las «raíces» (Ramos, 2006) y conservar relaciones estrechas con los padres sin dejar por ello de ser un joven adulto económicamente independiente (Gaviria, 2005). La posibilidad de finalizar la juventud acumulando autonomía e independencia La educación específica de la segunda modernidad oscila entre la lógica clásica de la transmisión y la lógica de la propia revelación. Según la primera, se debe disciplinar al niño, que no tiene sino que aprender las reglas de la vida en sociedad y socializar lo más completamente que pueda. Según la segunda, el joven debe aprender a crear un mundo personal (en el sentido estricto de «autonomía») sin esperar a haber alcanzado esta socialización. La función del segundo programa es una propia autoproducción, en parte bajo el control de los educadores y de las personas cercanas que lo rodeen (Singly de, 1996). El ajuste de la tensión entre las dos lógicas educativas produce a menudo una identidad dividida. En algunos momentos de su existencia, el joven está en un mundo que le es propio y en otros momentos circula por un mundo impuesto por sus padres (y también por sus profesores). La primera dimensión cae bajo la responsabilidad del joven, concierne a todo lo que se refiera a los amigos, a la vida sexual, al ocio y la segunda cae bajo la doble responsabilidad del joven y de sus padres e incluye sobre todo los asuntos escolares (Dubet, 1991) (Singly de, 1996). El alumno o la alumna de un instituto tendrán más derecho a escoger a su novia o a su novio que la rama de su bachillerato. Las fronteras del mundo personal no son estables, el joven pone en práctica «estrategias de destrucción lenta» (Ramos, 2003) para prolongar su dominio, tal como señala Frank: «Ellos [sus padres] lo hacen bien porque a la vez no me dan órdenes ni me ponen límites, sino que lo hago yo, es una auténtica interacción y yo, al mismo tiempo, intento no pasarme de los límites para que no haya problemas. Me dan libertad y a veces puedo presionar para que me den un poco más» (Ramos, 2003). (3) La divergencia de identidad –entre el capital educativo, controlado por los padres y la vida personal, netamente menos controlada por los padres– es una de las formas en donde se inscribe una divergencia de la identidad más teórica que existe entre la pertenencia a la familia y la expresión de uno mismo entre la identidad legal y la personal.
Esta separación de identidades (3) permite definir la especificidad de la juventud en la segunda modernidad. Esta interpretación se basa en la distinción entre dos nociones de la filosofía política, la autonomía y la independencia, confundidas con tanta frecuencia en los registros corrientes y cultos y expuestas como equivalentes (Renaut, 1989), (Renaut, 1995), (Chaland, 2001). La independencia se basa en la concepción monadológica de Leibniz: el individuo no tiene que rendir cuentas a nadie porque él dispone de recursos que le permiten evolucionar de forma independiente. Defendida por Kant, la autonomía es, por lo que se refiere a la misma, la
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capacidad de un individuo de otorgarse a sí mismo su propia ley, de formar una visión del mundo, un «mundo» en el sentido de la sociología constructivista. Gracias a esta distinción, hemos propuesto que la juventud se puede definir en la segunda modernidad como el periodo de la vida durante el cual se disocian las dos dimensiones de la individualización (Singly de, 2000a), (Singly de, 2004). Los jóvenes se hallan en las condiciones sociales y psicológicas que les permiten acceder a una cierta autonomía sin disponer por ello de recursos, especialmente económicos, suficientes para ser independientes de sus padres. En este ámbito, se puede comprender en teoría la ayuda financiera del padre y de la madre como una de las formas mediante las cuales se garantiza la necesaria protección del hijo. Los jóvenes pueden disponer de una cierta autonomía sin ser independientes. Desde este punto de vista, se deben reconsiderar los acontecimientos que la sociología de la juventud «clásica» considera como puerta de acceso a la edad adulta, ya que no todos son equivalentes en relación con la independencia y la autonomía. Algunos permiten una mayor independencia, otros sostienen la construcción de la autonomía. Así, para algunos jóvenes el permiso de conducir es un paso significativo, ya que permite acrecentar en parte una cierta independencia espacial. Incluso contar con una actividad asalariada o profesional suficiente para pagarse los gastos es un criterio decisivo de independencia. Esta última se debe definir en teoría como el elemento más significativo para no depender de alguien. En efecto, mientras el joven sea dependiente, será más difícil establecer el balance de su herencia familiar porque se le sigue definiendo objetivamente por su vínculo de filiación debido a esta dependencia económica. Por el contrario, si el joven tiene acceso a recursos económicos personales y relativamente estabilizados, puede poner en práctica su derecho al inventario y transformar, por ejemplo, la relación con sus padres como vínculo «heredado» en uno más «electivo». El acceso a la independencia económica no tiene por tanto el mismo sentido que mudarse a una casa que no sea la paterna. Esta salida del domicilio paterno (Maunaye, 1997) señala sobre todo un aumento del perímetro de un universo personal. Por esta razón, parte de los jóvenes dejan en casa de sus padres un buen número de objetos para que su nuevo mundo, su nueva «casa» no esté atestada del pasado y permita expresar con más facilidad una nueva autonomía. El hecho de ser «heredero» (aquí entendido como un yo prolongado por los bienes familiares) subraya bastante sus antiguos vínculos de dependencia. Para aceptar la herencia simbólica en las sociedades contemporáneas, es necesario con mucha frecuencia haber adquirido por uno mismo la propia independencia. Por el contrario, heredar una cierta suma de dinero de los abuelos o recibir una ayuda económica de los padres no es incompatible con la creación de un universo autónomo (Cicchelli, 2001). La autonomía no impide la vida en común con los padres, con un amigo, en un piso compartido o con el cónyuge siempre que su o sus «socios» le dejen la posibilidad de llevar a cabo este trabajo de apropiación de reglas y principios. Sin embargo, las personas que viven solas (Kaufmann, 1999) se convencen más fácilmente de que son «autónomos» en la medida en que la ausencia de negociación se vive como un indicador de la autodeterminación. Al crecer, y siempre bajo el régimen de dependencia, los jóvenes logran su
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autonomía de dos formas, ya sea negociando el contenido de las prácticas comunes con los otros residentes de la vivienda familiar, ya sea creando el «pequeño mundo» en el interior de su habitación (Singly de, Ramos, 2000) o en el exterior con los amigos. Así, los padres aceptan –la madre, encargada del buen mantenimiento de la casa, a menudo con mayor dificultad– el desorden que marca netamente la separación entre dos universos: el de la familia con los principios de orden y el del joven amenazado cuyos principios no son necesariamente perceptibles por los demás, sino su preocupación por desmarcarse, por que no lo confundan con «la familia». El éxito de la «cultura de los jóvenes» –especialmente con este o aquel tipo de música, revista, película, radio o emisora de televisión– se explica, por el lado de la recepción, por el hecho de que autorice a una clase de edad (cuyos contornos se difuminan) para que se afirme como tal en el seno de las esferas pública y privada. Esta cultura es uno de los soportes propuestos para que los jóvenes puedan reelaborar su mundo. Existen otros recursos para construirse y de este modo algunos estudiantes (aunque económicamente dependientes de sus padres) se van de viaje de estudios con el fin de facilitar la construcción de su mundo personal. Es el caso de Julia, que decide irse un tiempo a Londres para «coger las riendas». Con anterioridad, quizá para resistirse a sus padres y mostrarse autónoma, invertía poco en sus estudios y tenía la impresión de «dejarse llevar». Por este motivo, ha trazado este proyecto: «No sé, quizá necesitaba encontrarme a mí misma, encontrar referencias en otra ciudad y alejarme de todo. Creo que necesitaba una especie de pauta, una que no viniera impuesta, sino que me la impusiera yo misma. Es lo que he intentado hacer este año en Londres» (Moisset, 1996).
Los orígenes de la disociación La disociación entre autonomía e independencia se engendra por un doble mecanismo: la valorización de la propia expresión, de la expansión, de la autenticidad; dicho en pocas palabras, el individuo individualizado –más notable en occidente a partir de la década de 1960– y la prolongación de la educación en el caso de la mayoría de los jóvenes de toda extracción social y de ambos sexos (Terrail, 1990), (Baudelot, Establet, 1992) que constituye el nuevo capital de la familia (Singly de, 1992). Esta escolarización ha impedido por tanto la incorporación al mercado laboral (incluido el efecto paradójico para quienes la abandonan pronto sin cualificaciones puesto que se ven excluidos de este mercado) y, por tanto, en consecuencia el acceso a la independencia económica. Esta última, que sigue a la obtención de un capital educativo y de un empleo estable, se obtiene mucho después de la mayoría de edad legal. Cuanto se adopta un indicador más subjetivo, la respuesta a la pregunta «¿A qué edad has accedido a tu primer empleo real?», también se encuentra este límite: «Sea cual sea la categoría socioprofesional y sea cual sea el sexo, el empleo real se obtiene por regla general antes de los veinticinco años» (Rougerie, Courtois, 1997). Los jóvenes no esperan a esta edad para llevar una existencia autónoma. Es innegable que la disociación no forma por tanto un ideal. El modelo del individuo «completo» es hoy día el de una persona que logra conciliar la independencia (relativa) con la autonomía y se percibe la desvalorización del modelo de la «mujer en casa» (dominante durante la primera modernidad), mujer «adulta», dependiente y no obstante eventualmente autónoma. Se
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considera que la unión de ambas dimensiones autoriza más al individuo a que sea autónomo porque dispone de un grado mayor de independencia económica y cuenta con los medios para transformar eventualmente el universo y las relaciones que lo rodean.
El aplazamiento de la salida de la juventud percibido como fin de la formación de la identidad Desde el punto de vista de una sociología de la juventud en la segunda modernidad occidental, no se trata entonces de plantear la equivalencia entre todas las edades, de negar la especificidad de los jóvenes en relación con los adultos, sino que es necesario, al mismo tiempo, romper con la representación del sentido que se asocia por lo general a estas categorías de edad. La edad adulta sirve para ser «superior», lo cual es preferible por un lado, aunque también se puede percibir –por los propios individuos– como «inferior» por otro lado. De manera esquemática, el hecho de poder disponer de recursos propios y de no seguir siendo dependiente se considera algo positivo; la vinculación al trabajo asalariado se enraíza en esta dimensión. Así, se puede considerar que ser adulto es un riesgo, el de no volver a ser capaz de experimentar, de encerrarse en las rutinas, de autodestruirse por una identidad fijada que se vuelve no auténtica. La edad adulta, según esta dimensión, ya no es atractiva. Algunos denuncian esto con un término peyorativo –el «jovencismo»– y consideran que los jóvenes que acceden a un exceso de autonomía «maduran» muy rápidamente, e incluso son adultos demasiado jóvenes, y que los adultos obran en sentido inverso intentando volver a ser jóvenes demasiado viejos (Deschavanne, Tavoillot, 2004). (4) En lugar de lamentarse por lo que se construye como una regresión de los individuos y una amenaza para el buen funcionamiento social –cada uno debe estar en su sitio– intentemos comprender las razones de la atracción de la juventud por los «adultos». Para que sea inteligible este movimiento histórico de una juventud que todos lamentan abandonar, sería necesario desarrollar una teoría más completa de la modernidad y de las transformaciones del tiempo y de la relación con el tiempo.
(4) «Dans nos sociétés: l’infantilisme généralisée a étouffé l’adulte», entrevista de P.-H. Tavoillot, Enjeux, diciembre de 2005. (5) Un libro a recogido algunas de las secciones publicadas (Tuininga, 1996).
Nos limitaremos a algunas observaciones. Comencemos con la lectura de una sección de un semanario cristiano, La Vie, en la cual se plantearon durante años tres preguntas a distintas personalidades: «¿Qué es ser adulto? ¿Es usted adulto? ¿Le parece importante ser adulto en esta sociedad?». Las respuestas muestran el aprieto de la mayoría de las personas entrevistadas a la hora de afirmar con claridad que son adultas cuando su edad había rebasado hacía bastante tiempo la treintena. El término «adulto» no recibe una aceptación tan fácil tal como subraya, por ejemplo, Jacqueline Kelen, escritora: «¿Ser adulto? Yo prefiero el concepto de madurez que se refiere menos a un tipo de edad y expresa la capacidad de renovación del ser. Existe una expresión que me gusta y espero vivir: ‘Mantenerse en la juventud’». Quizá sea Jean-François Deniau, de la Academia Francesa, antiguo ministro, quien dio la respuesta más significativa de la relación contemporánea con la edad adulta: «Todo depende de la definición que se le dé a la palabra adulto. Si ser adulto quiere decir ser consciente de las responsabilidades, desde luego que espero ser un adulto. Si por el contrario acepta mi definición: ‘Ser humano que ha dejado de crecer’, espero sinceramente no serlo del todo. No hay que olvidar la infancia ni declararla terminada» (5). Incluso en la última etapa de su vida este hombre se niega a ser adulto en la medida en que no desea salir definitivamente de la infancia. ¿Por qué? Porque se perciben la
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infancia y la juventud como edades de posibilidades y, por tanto, de la esperanza. Así, se percibe al adulto como un ser acabado que no tiene nada por descubrir en el mundo y, sobre todo, de sí mismo. La sociología de la juventud también debería tener en cuenta el sentido social que se concede a la categoría que centra su análisis y escucha la advertencia de Georges Lapassade quien, desde 1963, criticó el término adulto insistiendo sobre lo incompleto que está el individuo (Lapassade, 1963). Adulto es una palabra cargada con varios sentidos, algunos positivos y otros negativos. Esto es lo que se descubre escuchando a un joven alemán de la calle: «Cuanto más trabajas, más conservador te vuelves. Por eso me gustaría tener un oficio en el que me sienta bien y me pueda realizar… porque de algún modo me da miedo hacerme adulto, hacerme de verdad adulto. Para mí hacerse adulto significa volverse conservador, eso quiere decir volverme como mis padres» (Zoll, 1993). Dicho con otras palabras, este joven expresa lo mismo que Jean-François Deniau. Para él, los adultos –tomando a sus padres como referencia– son a menudo individuos que de algún modo ronronean adormecidos por la rutina. No desea bajo ningún concepto volverse como ellos; quiere realizarse. Los sociólogos estiman que los imperativos de la modernidad, y en especial el que ordena al individuo que sea él mismo, no existen sino para los individuos mejor dotados social y culturalmente, y el enunciado de este joven (así como los resultados del estudio de Rainer Zoll en su conjunto) revela que es un error de interpretación: si las condiciones de la puesta en práctica de este imperativo experimentan fuertes variaciones, no siendo las sociedades modernas menos desiguales que las precedentes, algunas creencias pueden ser comunes; la de una edad adulta que se pueda equiparar al final del trabajo sobre uno mismo constituye una de esas creencias con la referencia a la creencia de un «yo» siempre parcialmente oculto que está por descubrir (Taylor, 1998). Un modelo basado en la incorporación a la edad adulta definida como objetivo prioritario no corresponde a las sociedades modernas avanzadas que funcionan conforme a otro mito, el de la búsqueda del yo que puede conducir a que se retomen los estudios, a abandonar a la pareja, a pasar por un periodo de vida «en solitario», a rehacer la vida común, a marcharse de la empresa para comenzar una nueva actividad. Así, en una entrevista, un hombre de treinta años que se acababa de casar tras el nacimiento de su primer hijo y de acceder a un puesto de trabajo estable como funcionario confesaba que se encontraba angustiado por lo que él señalaba bajo la imagen idílica de «la línea recta». Tenía la impresión de que su vida estaba acabada, confesó que soñaba con «zigzaguear». La depresión que provoca la sociedad contemporánea no nace necesariamente de un exceso de flexibilidad o de una competencia demasiado dura entre los individuos en el mercado del rendimiento, sino que también puede derivarse de una disonancia entre el deseo de una vida rica en acontecimientos y una realidad demasiado uniforme: el desarrollo de la carrera profesional y de la vida familiar. Los individuos –«jóvenes» o no– pueden temerle al encierro en una vida que no les permita ser ellos mismos más que con dificultad. Se trata de la historia que nos cuenta Douglas Kennedy en L’homme qui voulait vivre sa vie (1998). Ben Bradford ha tenido éxito en la vida; tiene treinta años, es abogado de un importante despacho, tiene mujer y dos hijos. A pesar de todo está insatisfecho y quiere hacer realidad su vocación: hacerse fotógrafo. Se
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encuentra con un amigo en un barco y siente la tentación de romper y dejar todo atrás: «No dejamos de soñar con una existencia más libre al tiempo que nos dejamos atrapar cada vez más por las obligaciones y las trampas domésticas. Nos gustaría marcharnos, viajar sin equipaje y, sin embargo, no dejamos de acumular más peso que nos lastra y nos inmoviliza. Es culpa nuestra porque más allá del sueño de la evasión, jamás renunciamos; además, está la irresistible atracción de las responsabilidades: la profesión, la casa, los escrúpulos paternos, las deudas, todo eso nos vuelve a poner constantemente los pies sobre la tierra… Eso sí, aunque todas las personas que conozco rabien en secreto por haber ido a parar a un callejón sin salida doméstico, seguimos entrando en él e instalándonos allí» (Kennedy, 1998). Ben Bradford decide dejarlo todo. ¿Pierde así su categoría de adulto y se convierte en un «postadolescente»? Esta conclusión sería absurda. Al contrario que algunas tesis que dicen que «el infantilismo generalizado ha asfixiado al adulto», lo que se ha de pensar es una nueva definición de la edad adulta (¿por qué la sociología de la juventud ha intentado comprender los nuevos significados de la juventud sin volver a cuestionar la categoría de «adulto»?). El mito del individuo, del tesoro escondido, de una identidad personal por construir sin parar, asociado al derecho a varias vidas lleva a la invención de una categoría «adulta» que no excluye ciertas características de la categoría de la «juventud». De ello es testigo el realizador Michel Blanc cuando evoca la trayectoria de su héroe en Mauvaise passe: «Se ha hecho profesor porque hay que ganarse la vida. A los 45, se encuentra con una cátedra de instituto, una mujer y un hijo. Eso no es lo que soñaba cuando era joven. De repente, se da cuenta de que es casi un viejo y que si quiere cambiar de vida, es ahora o nunca». El realizador y el héroe se parecen porque el primero evoca su propia vida tras el éxito de su película, Marche à l’ombre: «Tenía la sensación de que si continuaba por el mismo camino, habría sido una mentira. Eso habría querido decir: ‘Claro que sí, soy el que creéis, no soy más que el personaje que siempre he representado» (6).
(6) Entrevistado por Olivia de Lamberterie y Michel Palmiéri, Elle, 15 de noviembre de 1999. (7) Y. Michaud, « Pour le droit de vote à 12 ans », Psychologies, enero 2001.
La definición de la categoría de «adulto» es objeto de una lucha teórica e ideológica entre dos visiones del mundo, entre dos relaciones en la segunda modernidad. Para los partidarios de la primera, la existencia «normal» debería ser una sucesión de etapas de tipo institucional que conduce obligatoriamente a la edad adulta, lo que ya no permite «hacerse el niño» (Anatrella, 1988). Para los partidarios de la segunda, hay que replantearse las edades. Así, el filósofo Yves Michaud pide que se rebaje la mayoría de edad a los doce años (7): el niño debe tener el derecho de votar, incluso si no se le considera maduro. No es necesario «ser prisionero de la ilusión de la racionalidad perfecta de los ciudadanos». Los adultos se dejan manipular, no se les retira el derecho de voto a los viejos. Entonces, por qué ser exigentes de entrada: «la capacidad civil es variable y la grandeza de la democracia consiste en acomodarse a ella». El niño podría tener el derecho de voto no porque fuese «adulto» antes de lo establecido por la ley, sino porque las desigualdades de la madurez (que deben incluir las pérdidas de esta competencia) ya no dividen las edades. La edad adulta ya no es la gran puerta que se abre al mundo de los mayores. Los jóvenes cobran «anticipos de la madurez» gracias a sus decisiones de compra o a su acceso a la sexualidad. Los adultos quieren conservar «recursos» asociados a la juventud para poder no quedarse encerrados de una vez por todas en una identidad estabilizada con demasiada firmeza. El novelista Christian Bobin defiende en sus libros esta postura trasladando un enunciado de los Evangelios: sólo los niños irán al Paraíso. Los demás son muy serios, demasiado, para dejarse
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llevar por la locura de Dios, de los demás, de sí mismos. Adulto se convierte en un equivalente de «serio». Christian Bobin evoca con ternura la frase citada por la mujer amada: «Nadie está exactamente en su sitio y más vale porque una adecuación estricta sería inaguantable» (Bobin, 1999). Él niega que cada uno esté definido por el lugar que ocupa; debe haber juego (en todos los sentidos del término) para que nadie se quede en el lugar, para que la vida continúe: «La infancia continúa mucho tiempo después de la niñez: es lo que viven los enamorados, los escritores y los volatineros» (idem). Según este concepto, el individuo no está terminado – «¿Qué haces en la vida? Nada, aprender» (idem)–, se transforma sin cesar para encontrarse gracias a la mirada del ser amado, gracias al trabajo sobre sí mismo realizado en la escritura, gracias a que asume riesgos que le permiten no quedarse varado en la definición de sí mismo, a que sube a la altura del volatinero. Desde este punto de vista –muy conforme según nosotros con lo que exigen las creencias de la segunda modernidad– el adulto puede convertirse en una categoría poco atractiva. Este rechazo de la compleción de un individuo en el momento de pasar a la vida adulta, esta reivindicación de una «parte de la infancia» siempre presente no implican, sin embargo, la negación de un proceso, de un desarrollo personal (Singly, 2001a). El yo se transforma de forma continua e ilimitada. Lo que se exige es la conservación de una parte de la infancia en uno mismo no sólo con el fin de contar siempre con recursos de creación del mundo y de uno mismo, sino también para poder tener el sentimiento de unidad del yo elaborado con referencia a los propios orígenes. Los individuos contemporáneos no se niegan a crecer; sin embargo, no quieren renunciar a lo que simboliza la juventud: su propio nacimiento y a la vez la posibilidad de renacer. Los jóvenes pueden soñar con convertirse en «adultos» –entendido en el sentido de acceso a recursos económicos estables y suficientes – y los adultos pueden soñar con seguir siendo «jóvenes» –entendido en el sentido de una capacidad de experimentar su propio yo–. En este sentido, los individuos no desean terminar la juventud, sino que quieren tener siempre proyectos, un «por-venir», incluso si las condiciones sociales objetivas en las que viven limitan seriamente sus posibilidades.
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DOCUMENTOS MATERIALES
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Selección de referencias documentales. Autonomía de la juventud en Europa.
Esta relación está formada tanto por libros, como por artículos de revista o documentos de distinta procedencia, ingresados recientemente y seleccionados en la base de datos de la Biblioteca del Instituto de la Juventud Caso de estar interesados en alguno de los documentos pueden solicitar copia del material susceptible de reproducción, según la legislación vigente, así como la realización de otras búsquedas retrospectivas, dirigiéndose a: BIBLIOTECA DE JUVENTUD. Marqués de Riscal, 16.- 28010 MADRID. Tel.: 913637820-1; Fax: 913637811. E-mail: biblioteca-injuve@mtas.es
Miret i Gramundi, Pau ¿A mayor educación, emancipación más tardía?: Análisis longitudinal de la emancipación juvenil en España para las generaciones nacidas entre 1924 y 1968 / Pau Miret Gamundi. -- [Madrid] : [Federación Española de Sociología], 2004 - 24 h. Documento electrónico. Comunicación presentada al VIII Congreso Español de Sociología ; Grupo de trabajo 17: Sociología de la edad y ciclo vital ; coordinador Luis Garrido Medina. Se plantea discutir si se ha extendido la estrategia de dejar el domicilio familiar más tarde para poder dedicarse a estudiar con mayor intensidad, o si se aprovecha la situación de convivir más tiempo con los padres como contexto propicio para prolongar la educación. Casal i Bataller, Joaquim Capitalismo informacional, trayectorias sociales de los jóvenes y políticas sobre juventud / Joaquim Casal. -- [Madrid] : [Instituto de la Juventud], [2002] - 20 h. Análisis de los cambios ocurridos en las trayectorias sociales de los jóvenes en la última década, así como de las diferentes interpretaciones metodológicas realizadas por los sociólogos al estudiar la transición del joven a la vida adulta. Además de temas como el consumo o la precariedad laboral, se abordan las políticas públicas sobre juventud en esta etapa, distinguiendo entre nucleares/implícitas y periféricas/ explícitas llevadas a cabo por territorios y comunidades. Feixa i Pampols, Carles Del reloj de arena al reloj digital : sobre las temporalidades juveniles / Carles Feixa. Jóvenes : revista de estudios sobre juventud. -- n. 19 (julio-dic. 2003); p. 5-27. ISSN 1405-406X Interpretación de los mecanismos de medición del acceso a la vida adulta en la medida en que las edades son estadios biográficos construidos en un entorno cultural y social. En el artículo se analizan tres modelos alternativos
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de transición a la vida adulta y se propone un estudio de la evolución histórica del ciclo vital de los jóvenes y de la relación entre juventud y sociedad. Alvarez, Rosario Economía y juventud / [Rosario Alvarez, Mª José Azofra, María Cuesta]. -Madrid : Instituto de la Juventud, 1999 - 206 p. ; tab., gráf. Ver estudio en R.L. D02218 Incluye anexos Bibliogr.: p. 205-206 Si alguna característica define a la juventud actual es el retraso en su emancipación del hogar. En España este hecho alcanza a más de la mitad de los jóvenes españoles que, además, dependen económicamente de sus padres. Esta investigación se ocupa de esta problemática y de la situación económica general de los jóvenes, atendiendo también a cuestiones como su consumo o ahorro y terminando con una exploración de su universo socioeconómico. ISBN 84-89582-47-5 Moreno Minguez, Almudena El mito de la ruptura intergeneracional en los jóvenes españoles / Almudena Moreno Mínguez. -- [S.l.] : [s.n.], 2002. En:. Revista de estudios de juventud. -- n. 58 (septiembre 2002) ; p. 33-44 Pone de manifiesto cómo el estado de bienestar o la socialización familiar contribuyen a retrasar la edad de emancipación, produciéndose lo que se denomina familiarismo, caracterizado por la dependencia y la solidaridad familiar propia de los países mediterráneos. También defiende que se repiten los modelos familiares, por lo que no existe ruptura intergeneracional sino continuidad de valores. Gil Calvo, Enrique Emancipación tardía y estrategia familiar : el caso de los hijos que ni se casan ni se van de casa / Enrique Gil Calvo. -- Madrid : Instituto de la Juventud, 2002. En: Revista de estudios de juventud. -- n. 58 (Septiembre 2002) ; p. 9-18 El retraso cada vez mayor de la emancipación de los jóvenes es un tema preocupante sobre todo en los países del sur de Europa como Italia y España. Desde los años ochenta, y a pesar de periodos de reactivación económica, esta tendencia a permanecer en el domicilio paterno parece haberse enquistado. Se exponen varias teorías, económicas, culturales e institucionales que tratan de explicar este hecho. ISSN 0211-4364 Oinonen, Eriikka Extended present, faltering future : family formation in the process of attaining adult status in Finland and Spain / Eriikka Oinonen Young. -- v. 11, n. 2 (may 2003); p. 121-140. ISSN 1103-8830 Bibliogr.: p. 138-140 El matrimonio y la paternidad han sido tradicionalmente el principal indicador de la formación de la sociedad adulta. Actualmente, hay una tendencia entre los jóvenes nórdicos de postponer e incluso de rechazar esta idea de familia. La independencia económica o laboral es lo que marca ahora la transición a la vida adulta. Propone una comparativa entre los jóvenes finlandeses que se emancipan tempranamente y los españoles que retrasan
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mucho su emancipación y siguen además en su mayoría el clásico modelo del matrimonio. Gerzer-Sass, Annemarie Familie und arbeitswelt : familienkompetenzen als potential für eine innovative personalpolitik / Annemarie Gerzer-Sass, Jürgen Sass DJI Bulletin. -- n. 65 Winter 2003); p. 4-7. ISSN 0930-7842 La familia es un buen punto de apoyo en la tarea de individualización de los jóvenes y en la asunción de las competencias que se les presentan en el paso a la vida activa. Martinez Sanmarti, Roger Formes de vida i cultura juvenil, avui : l'espai juvenil com a renovació social / Roger Martínez Sanmartí. -- Barcelona : [s.n.], [1998] 30 p. Bibliogr.: p. 29-30 Análisis de las formas de relaciones sociales que imperan en la juventud en la actualidad y que afectan al conjunto de la sociedad. Las condiciones objetivas de estas nuevas relaciones son: el alargamiento de la transición entre la infancia y la edad adulta, mayor preparación académica y el aumento y diversificación del consumo. Get in! : report on the Youth Convention on Social Exclusion and Employment / organised by the European Youth Forum at the European Economic and Social Comitee on 21 February 2000. -- [Brussels] : [Youth Forum Jeunesse], [2000] 75 p. La idea de organizar una convención sobre empleo y exclusión social de los jóvenes europeos, nace de la preocupación en el Foro Europeo de la Juventud por el desempleo juvenil, la tardía emancipación y el escaso nivel de participación social de los jóvenes en las decisiones políticas. Se crea pues un foro de intercambio de ideas, y los participantes exponen cómo ven ellos el futuro de Europa, y sobre todo, cómo influirá el trabajo, las claves son: la movilidad geográfica, la temporalidad e inestabilidad laboral, y la creciente integración social de los jóvenes emigrados. Barraca Mairal, Jorge Hijos que no se van : la dificultad de abandonar el hogar / Jorge Barraca Mairal. -- Bilbao : Desclée De Brouwer, 2000 240 p. : tab.. -- (Colección Crecimiento personal. Serendipity ; 47) Anexo Bibliogr.: p. 227-240 Analiza por qué los jóvenes retrasan cada vez más su emancipación y las repercusiones que este retraso en la salida de la casa paterna puede tener en la convivencia de padres e hijos. Entre las múltiples causas y factores que influyen en el retraso del abandono del nido familiar se contemplan la precariedad laboral, el problema de la vivienda, los estudios inacabados, la comodidad del hogar, etc. Informe técnico sobre: las consecuencias demográficas del retraso de la emancipación de los jóvenes / Colegio de Ciencias Políticas y Sociología. -[Madrid] : [Injuve], 2002 254 p. : tab. -- (E-86/2002) Bibliogr.: p. 235-254 Se abordan las circunstancias de tipo social, económico y familiar, que inciden en la emancipación y creación de nuevos hogares constituidos por jóvenes en España, así como sus perspectivas de descendencia en función
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de dichas circunstancias. Se aportan también datos estadísticos de las variables socioeconómicas y familiares que tienen como consecuencia una tardía nupcialidad y, por tanto, una baja natalidad. Jóvenes adultos y permanencia en el hogar de origen : El fenómeno de la "no emancipación" de los hijos en los hogares españoles : Evolución 20012003 / Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología ; Dirección Estudio: Lorenzo Navarrete Moreno. -- Madrid : Injuve, 2003 334 p. : tab. -- (Estudios y biblioteca ; E-95/2003). En cub.: Programa de estudios 2003 Bibliogr.: p. 170-176 Pretende aclarar algunas de las características sociológicas más relevantes, que configuran y explican la permanencia en sus hogares familiares de origen, de las personas pertenecientes al grupo de edades de entre 30 y 44 años en España. Estudiando la parte alta del trayecto "no emancipativo" podremos mejorar el conocimiento de la parte media de las trayectorias (entre 20 y 30 años), y esto posibilitará la mejora de las propuestas oportunas para superar las problemáticas sociales derivadas del retraso en la emancipación. Bendit, René Jugendliche in Europa auf dem weg in die selbstständigkeit / René Bendit, Kerstin Hein DJI Bulletin 63. -- n. 63 (Sommer 2003); p. 4-7. ISSN 0930-7842 Bibliogr.: p. 7 Ofrece datos sobre la emancipación de los jóvenes y la cuestión de la vivienda en Alemania. Hace análisis comparativos de esta situación con el resto de Europa, y analiza la evolución de este problema en los últimos años. Requena, Miguel Juventud y dependencia familiar en España / Miguel Requena. -- [S.l.] : Instituto de la Juventud, 2002. En:. Revista de estudios de juventud. -- n. 58 (septiembre 2002) ; p. 19-32 Analiza la dependencia familiar de los jóvenes españoles y su contexto social. Se trata de una generación que alarga en el tiempo su juventud y retrasa el momento de asumir las responsabilidades de un adulto. Como consecuencia de esto, los periodos de formación se retrasan, así como la consecución de un puesto de trabajo remunerado y por tanto el acceso a una vivienda. Baizán Muñoz, Pau La difícil integración de los jóvenes en la edad adulta / Pau Baizán Muñoz. - [Madrid] : Fundación Alternativas, 2003 43 p. : tabl., gráf. -- (Documento de trabajo ; 33/2003) Bibliogr.: p. 37-40 Se muestra cómo el proceso de integración de los jóvenes a la sociedad se ha ido alargando en las dos últimas décadas. Transiciones clave como la formación de un hogar independiente, un empleo estable y la formación de una familia no se alcanzan hasta más allá de los 30 años. Esta situación es anómala internacionalmente y con consecuencias sociales importantes. En este trabajo se presentan resultados de estudios recientes sobre algunos de los mecanismos implicados. Finalmente se hacen propuestas de políticas públicas para contrarrestar esta situación. ISBN 84-96204-33-2
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Moreno, Pilar La situación actual de los jóvenes en Europa / Pilar Moreno. -- [S.l.] : [s.n.], 001. En: Entrejóvenes. -- n. 66 (junio-agosto 2001); p. 5-7 Resume algunas de las aportaciones más interesantes que realiza el "Estudio sobre la Situación de la Juventud y Políticas de Juventud en Europa". Concluye que en Europa tenemos la juventud mejor formada de la historia de occidente, la que ha disfrutado de más medios durante su infancia y adolescencia, pero la que sin embargo tiene peores expectativas en comparación con la juventud de hace veinte años. Rodriguez Victoriano, José Manuel La sorpresa no era la emancipación adulta : autonomía y dependencia real en la juventud española de la década de los noventa / José Manuel Rodríguez Victoriano. -- [S.l.] : [s.n.], 1999. En: Revista de estudios de juventud. -- n. 45 (junio 1999); p. 103-111 En un contexto dominado por la precariedad laboral, la sociología de la juventud utiliza términos como "autonomía expresa" y "dependencia real" para describir una situación en la que se renuncia a analizar en profundidad las condiciones de dependencia socio-económica de los jóvenes. Se presenta al neoliberalismo como responsable de que la juventud sólo pueda acceder a una especie de autonomía virtual. Además, se reflexiona sobre la metodología de la sociología de la juventud postmoderna y las políticas de juventud. ISSN 0211-4364 García Moreno, José Manuel Las redes sociales y su influencia en la transición a la edad adulta / José Manuel García Moreno y Laura Feliciano Pérez. -- [Madrid] : [Federación Española de Sociología], 2004 24 h. : tab. Documento electrónico Comunicación presentada al VIII Congreso Español de Sociología ; Grupo de trabajo 17: Sociología de la edad y ciclo vital ; coordinador Luis Garrido Medina Describe la importancia que el empleo tiene para los jóvenes, cuáles son los mecanismos de acceso, como es la socialización y como se desarrolla el proceso de transición a la edad adulta, a partir de la utilización estratégica de las redes familiares. Termina con las conclusiones de la investigación, obtenidas a partir del análisis cualitativo de una serie de entrevistas en profundidad realizadas. Gaviria Sabbah, Alejandra Le processus de construction identitaire des jeunes espagnols et français : du domicile familial à la vie de couple / Alejandra Gaviria Sabbah, François de Singly (dir. de la tesis). -- París : Universidad de París, Facultad de Ciencias Sociales de la Sorbona, 2002 471 p. Trabajo de investigación de las juventudes española y francesa que define las diferencias sustanciales entre ellas, a pesar de su cercanía geográfica. Mientras los jóvenes franceses se van de casa a una edad temprana, lejos de la familia y sin pretensiones de formar una nueva, los españoles no abandonan el hogar parental hasta mucho más tarde, suelen vivir cerca de los suyos y, normalmente, es para formar su propia familia.
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MISLEADING trajectories : integration policies for joung adults in Europe? / Andreas Walther, Barbara Stauber [eds.]... [et al.]. -- Opladen [Alemania] : Leske + Budrich, 2002 194 p. : gráf., tab. Bibliogr.: p. 179-189 Análisis comparativo de la situación de los jóvenes en Europa y las diversas políticas que se llevan a cabo en varios países de la Unión Europea para la incorporación social de este colectivo. Se hace un estudio específico en materia educativa, analizando conceptos, perspectivas y trayectorias de cada país, así como sus ventajas e inconvenientes y la relación de la formación con el mercado de trabajo. ISBN 3-8100-3450-9 Casal i Bataller, Joaquim Modalidades de transición profesional, mercado de trabajo y condiciones de empleo / Joaquim Casal Bataller. -- [Barcelona] : [s.n.], [1998] [36] p. Incluido en: Cuadernos de relaciones laborales.- n. 11 (1997) ; p. 19-54 La juventud es una etapa de transición: el paso de una "adolescencia social" hacia la emancipación completa. En este proceso se incluye la formación escolar-contextual, las experiencias prelaborales, la transición profesional, el ejercicio de las prácticas como ciudadano y los procesos de autonomía familiares. La precariedad en el empleo es el atributo principal de la juventud, lo que significa ser adulto más tarde. Suecia. Ministerio de Cultura [On their terms : a youth policy for democracy, justice and belief in the future] / Ministry of Culture. -- Stockholm : [Riksdagen tryckeriexpedition], [1999] 89 p. Antecede al tit.: Swedish Government Bill 1998/99:115.- Tít tomado de la cub. Exposición de las líneas generales de la política de juventud que va a aplicar el gobierno sueco en los próximos años. Los objetivos principales se pueden resumir en tres: ofrecer a la juventud oportunidades para vivir su vida de manera independiente, aumentar la capacidad de los jóvenes para participar e influir y, por último, ofrecerles herramientas para que sean creativos a la par que aumenta su capacidad crítica. Jurado Guerrero, Teresa ¿Por qué los jóvenes franceses se van antes de casa que los jóvenes españoles? : El papel de las políticas sociales / Teresa Jurado Guerrero. -Barcelona : [s.n.], [1998] 36 p. : gráf. Aunque en todos los países de la UE se observa un retraso en la emancipación familiar de los jóvenes, en España es aún más tardía. Mediante un análisis comparativo de los jóvenes españoles con los franceses, se explican las causas de este retraso. Destaca, como punto diferenciador, la ayuda del estado francés a su juventud en materia laboral y de subsidios. Gaviria Sabbah, Sandra Retener a la juventud o invitarla a abandonar la casa familiar : análisis de España y Francia / Sandra Gaviria Sabbah. -- [S.l.] : Instituto de la Juventud, 2002. En:. Revista de estudios de juventud. -- n. 58 (septiembre 2002) ; p. 45-52 Los jóvenes españoles y franceses se van de casa de los padres en momentos y en circunstancias diferentes. Esto no es debido únicamente a
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razones materiales como el paro o la vivienda, sino a concepciones distintas de las relaciones padres e hijos cuando estos son adultos. Los jóvenes de los dos países no construyen su identidad siguiendo la misma lógica ni los mismos objetivos; mientras los españoles buscan la protección y seguridad, los franceses prefieren la autonomía y el riesgo. ISSN 0211-4364 SISTEMAS educativos en sociedades segmentadas : "Trayectorias fallidas" en Dinamarca, Alemania Oriental y España / Mathilde Morch... [et al.]. -[S.l.] : [s.n.], 2002. En: Revista de estudios de juventud. -- n. 56 (marzo 2002); p. 31-54 Gráficos, tablas Bibliograf.: p. 77-86 Análisis de las condiciones y estructuras que hacen posible el éxito de los sistemas de transición de los jóvenes a la vida adulta para su integración social. La investigación se centra en Dinamarca, Alemania Oriental y España, y se divide en cinco apartados: fase juvenil y trayectorias de transición a la vida adulta como parte de planes educativos, relación con la lógica de segmentación de la sociedad, análisis de los sistemas educativos y los mercados laborales, papel de la educación y desarrollo de los sistemas educativos mediante procesos de modernización, y análisis de los riesgos sistémicos y subjetivos inherentes a las trayectorias de los "jóvenes adultos". ISSN 0211-4364 Romero, Martín J. "Tardojóvenes" acomodados / [Martín J. Romero] Misión joven. -- n. 327 (abril 2004) ;p. 35/3 del Cuaderno joven n. 183. ISSN 1696-6432 Reproducción de un artículo de El Periódico en el que se habla de la tardía emancipación de los jóvenes en la actualidad, apuntándose como causas principales de esta situación la precariedad laboral y la carestía de la vivienda. "TRAYECTORIAS fallidas", entre estandarización y flexibilidad en Gran Bretaña, Italia y Alemania Occidental / Andy Biggart... [et al.]. -- [S.l.] : [s.n.], 2002. En: Revista de estudios de juventud. -- n. 56 (marzo 2002); p. 1129 Bibliograf.: p. 77-86 Se comparan algunos de los factores de los que depende la transición escuelatrabajo en el caso de los jóvenes de Gran Bretaña, Italia y Alemania Occidental. Se examinan las trayectorias fallidas en tres puntos: diferencias institucionales y estructurales entre los países analizados, perspectivas subjetivas de los jóvenes sobre las transiciones, e integración de la dimensión estructural subjetiva a la hora de generar riesgos de exclusión social. ISSN 0211-4364 Casal i Bataller, Joaquim TVA y políticas públicas sobre juventud / Joaquim Casal Revista de estudios de Juventud. -- n. 59 (dic. 2002); p. 35-49 . ISSN: 0211-4364 Investigación sobre la "transición a la vida adulta" y la "nueva condición juvenil" enfocada en dos partes: una relativa al marco teórico sobre el análisis sociológico de la juventud en cuanto al cambio social y la participación, y otra, el debate sobre el papel del Estado y las instituciones en el desarrollo de los campos de acción de las políticas integrales de juventud.
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Wendebiographien : zur _konomischen, sozialen und moralischen Verselbst_ndigung junger Erwachsener : ergebnisse der Leipziger L_ngsschnitt-Sutdie 3 / Walter Bien, Ralf Kuhnke, Monika Reibig (Hrsg.). -Munich : Deutsches Jugendinstitut, cop. 1999 246 p. Incluye anexos Bibliogr.: p. 237-246 Investigación sobre el proceso de cambio económico, social y moral de los jóvenes en fase de madurez y en proceso de emancipación. ISBN 3-87966-384-X Arnett, Jeffrey Jensen Young peoples conceptions of the transition to adulthood / Jeffrey Jensen Arnett. -- [S.l.] : [s.n.], 1997. En: Young & Society. -- v. 29, n. 1 (September 1997); p. 3-23 Tablas Bibliogr.: p. 21-23 Se analizan las percepciones de una muestra de jóvenes acerca de lo que significa ser un adulto. Roles frecuentes en este tipo de investigaciones, como matrimonio, finalización de la educación, entrada en el mercado de trabajo, etc. son rechazados como criterios. De los resultados se destaca que las nuevas generaciones jóvenes conceptualizan la transición hacia la vida adulta en términos intangibles, graduales, psicológicos e individualísticos. ISSN 0044-118X Jurado Guerrero, Teresa Youth in transition : housing, employment, social policies and families in France and Spain / Teresa Jurado Guerrero, Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid. -- [Hampshire] : Ashgate, 2001 358 p. : gráf., tab. Incluye anexo Bibliogr. p.: 339-353 Estudio comparativo de los intereses de los jóvenes europeos, en el que se analizan las diferencias entre la forma de afrontar el ingreso en la vida adulta de los jóvenes españoles y los franceses, y las distintas políticas de participación que se llevan a cabo. ISBN 0 7546 1816 1
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COLABORAN EN DOCUMENTOS ESTE NÚMERO
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Enrique Gil Calvo Profesor de sociología política. Su área de interés incluye los estudios de edad y género. Ha publicado más de 15 libros. Los más recientes son El miedo es el mensaje (Alianza, 2003) y Máscaras masculinas (Anagrama, en prensa). Magdalena Jarvin Doctora de sociología de la Universidad René Descartes – Paris V (2002). Ha obtenido una beca de investigación posdoctoral en la Universidad de Ottawa, Canadá (2004) y en la actualidad (2005) es profesora en una escuela de trabajadores sociales (IRFASE) en la región de París. Su primer campo de especialización es la sociología de la juventud, la socialización y la vida nocturna, así como los hábitos de consumo (alimenticios y de alcohol) desde un punto de vista intercultural. Ha publicado una primera obra sobre este tema titulada Regards anthropologiques sur les bars de nuit. Espaces et sociabilités, bajo la dirección de D. Desjeux, M. Jarvin, S. Taponier, Paris, Editions l’Harmattan, 1999. Su segundo campo se refiere a las relaciones de poder, a la relación comercial, a los juegos de rol y a la noción de confianza. Acaba de coordinar una obra colectiva (con N. Hossard) sobre los usos de los espacios urbanos en las ciudades europeas, africanas y americanas titulada C’est ma ville! De l’appropriation et du détournement de l’espace public (Editions l’Harmattan, 2005). Sandra Gaviria Profesora Titular de sociología en la universidad de Le Havre y doctora en Sociología por la Universidad de la Sorbona. Miembro del centro de investigación CIRTAI (Universidad de Le Havre-CNRS) y miembro asociado del CERLIS (Universidad de Paris 5-CNRS). Entre sus publicaciones figura: Quitter ses parents (PUR, 2005), Se construire comme jeune adulte en Espagne et en France: L’installation en concubinage (Agora, 2005), Deux formules pour devenir adulte en France et en Espagne (Dialogue, 2001). Ha trabajado en investigaciones relacionadas con la juventud y la familia: emancipación de los jóvenes, reparto desigual de las tareas domésticas. También sobre las tendencias económicas y sociales de España (DSA Stoclet). Lia Pappámikail Socióloga licenciada en 2000 en el Instituto Superior de Ciencias Sociales de la Empresa. Desde 2004 es doctora, becaria de la Fundación “Fundação para a Ciência e Tecnologia” e investigadora asociada junior del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, donde también participa en las actividades de divulgación de las ciencias sociales del observatorio “Observatório Permanente de Escolas”. Entre 2001 y 2004 colaboró con el
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ICS, bajo la dirección del Profesor Doctor José Machado Pais, en el equipo portugués del proyecto europeo FATE - Families and Transitions in Europe, sobre el apoyo familiar a las transiciones a la vida adulta en Europa, en el cual participaron 8 países. Actualmente, está investigando sobre los procesos de autonomía familiar de los jóvenes en Portugal, desde una perspectiva intergeneracional. Cécile Van de Velde Profesor de conferencias de la Universidad de Lille3 Membre du GRACC (Université de Lille3), Miembro del Laboratorio de Sociología Cuantitativa (CREST-INSEE), Investigador asociado al Centre Maurice Halbwachs (ENS/EHESS), París. Vincenzo Cicchelli Profesor de conferencias en la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la Sorbona e Investigador del Centro de Investigaciones sobre los Vínculos Sociales (CNRS, Paris Descartes). Trabaja sobre las relaciones intergeneracionales, la historia de la sociología de la familia, sobre la adolescencia y la juventud, sobre la ciudadanía y las participaciones sociales entre los jóvenes, sobre la movilidad internacional de los jóvenes, sobre los adolescentes y la ficción cinematográfica. Junto con Marc Breviglieri ha dirigido una investigación internacional sobre los adolescentes y sus relaciones en las sociedades civiles de la Europa meridional y del Magreb. Entre sus publicaciones destacamos: Les théories sociologiques de la famille (con Catherine Cicchelli-Pugeault, La Découverte, 1998), La construction de l’autonomie (Presses Universitaires de France, 2001) y Ce que nous savons des jeunes (editor con Catherine Pugeault-Cicchelli y Tariq Ragi, Presses Universitaires de France, 2004). Maurizio Merico Investigador del Dipartimento di sociologia e Scienza della Politica, Universidad de Salerno, Italia. Trabaja en la historia de la sociología de la juventud, sobre la juventud en la sociedad contemporánea, sobre la participación de los jóvenes, sobre la cultura y la religión en la Italia meridional. En 2005 recibió el Fulbright American Study Institute por “Religion in the US: Pluralism and Public Presence” de la Universidad de California (Santa Bárbara). Entre sus publicaciones se encuentran: Ernesto de Martino, la Puglia, il Salento (ESI, Nápoles, 2000), Giovani come. Per una sociologia della condizione giovanile in Italia (Liguori, Nápoles, 2002), Giovani e società (Carocci, Roma, 2004). Alessandra Rusconi En 1997 obtuvo un máster en ciencias políticas (Universidad de Florencia / Italia) y en 2003 se doctoró en sociología (Universidad Freie de Berlin / Alemania). Desde 2004 es catedrática asistente en el Instituto de sociología empírica y aplicada (EMPAS) de la universidad de Bremen e investigadora senior en el Centro colaborador de investigación 597 “Transformation of the State”. Sus áreas de especialización incluyen: Curso de la vida y cambio institucional, Estudios comparativos, Transición a la adultez, Carreras duales y Políticas de educación internacionales. Entre sus más recientes publicaciones se encuentran: Rusconi, A. (2004) «Different pathways out of the parental home: A comparison of West-Germany and Italy.» Journal of Comparative Family Studies, 35, 627-649; Solga, H., Rusconi, A. and Krüger, H. (2005) «Gibt der ältere Partner den Ton an? Die Alterskonstellation in
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Akademikerpartnerschaften und ihre Bedeutung für Doppelkarrieren» In «Wenn zwei das Gleiche tun...» Ideal und Realität sozialer (Un-)Gleichheit in Dual Career Couples (Eds, Solga, H. and Wimbauer, C.) Verlag Barbara Budrich, Opladen, pp. 27-52; Martens, K., Rusconi, A. and Leuze, K. (Eds) (2006, in press) New Arenas of Education Politics - The Impact of International Organizations and Markets on Educational Policymaking, Palgrave, Houndsmill. François de Singly Profesor de sociología de la facultad de ciencias humanas y sociales de la Sorbona. Dirige un importante laboratorio – el centro de investigación sobre los vínculos sociales, (Centre National de la Recherche Scientifique et Université de Paris 5 Descartes). Es un especialista reconocido en el campo de la sociología de la familia, del género y de la educación. Ha publicado numerosos libros como: Fortune et infortune de la femme mariée ; Le questionnaire ; Sociologie de la famille contemporaine ; Le Soi, le couple et la famille ; Libres ensemble. L’individualisme dans la vie commune ; Quand l’individualisme crée du lien, Les uns avec les autres ; L’individualisme est un humanisme. Se sitúa desde la perspectiva de una sociología de la segunda modernidad, poniendo en un primer plano el proceso de individualización y la construcción de la identidad. De esta forma contribuye a la elaboración de una sociología del individuo. Dentro de ese marco teórico, trabaja en estos momentos sobre la preadolescencia y la adolescencia. Mircea Vultur Profesor de economía y sociología en el instituto nacional de investigación científica de Québec y miembro del observatorio “l’Observatoire Jeunes et Société.” Es autor de un libro titulado “Collectivisme et transition démocratique“ (Presses de l’Université Laval, 2002) y coordinador de la obra colectiva “Les jeunes en Europe centrale et orientale“ (Les Éditions de l’IQRC y Presses de l’Université Laval, 2004). Entre sus publicaciones se encuentran: “Vocational integration and relationship to work among Quebec youth without high-school diplomas” (con Claude Trottier y Madeleine Gauthier) y con Laurence Rouleau-Berger (dir.), “Youth and work in the Post-Industrial City of North America and Europe” (Academic Publishers Brill, Boston, 2003); “La inserción social y profesional de los jóvenes en Québec. Evolución y situación actual”, con José Antonio Pérez-Islas (dir.), “Nuevas miradas sobre los jóvenes en México y Québec,” (Instituto Mexicano de la Juventud, Mexico, 2003) y “Os jovens e os programas de inserção profissional no Quebec: entre a lógica do ator e a normatividade institucional” con Lucia Rabello de Castro y Jane Correa (dir.), “Juventude contemporânea: perspectivas nacionais e internacionais,” (NAU Editoria, Rio de Janeiro, 2005).
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