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Palabras de Miguel Ceara Hatton. Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo

PALABRAS DE MIGUEL CEARA HATTON.

MINISTRO DE ECONOMÍA, PLANIFICACIÓN Y DESARROLLO

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Muchas gracias al Instituto Nacional de Migración y la Universidad Iberoamericana por la invitación, así como al resto de las instituciones que han participado en la realización de este evento; especialmente a Willy, mi amigo, que me invita, no sé para qué, porque no soy experto en estos temas. Yo creo que, al hablar de las virtudes de las remesas, no hay mucho que discutir. En la República Dominicana, el 11.8 % de los hogares recibe remesas, estos son datos de 2020-2021. Respecto a los hogares que reciben remesas por quintil: el quintil más pobre de los hogares recibe remesas; los hogares que están en el segundo quintil reciben el 10 % y los que están en los quintiles cuarto y quinto reciben el 13 % y el 14 %, respectivamente. El 57 % de las remesas se concentra en el 40 % de los hogares más ricos; los hogares que reciben remesas tienen una tasa de pobreza del 46 % del promedio nacional. Las remesas representan alrededor del 3.1 % del ingreso del promedio de todos los hogares del país; en los más de 400 mil hogares que reciben remesas, estas representan alrededor del 26 % de sus ingresos totales. Hay una diferencia de un año de educación promedio para los hogares que reciben remesas con relación a los que no reciben. En cuanto a la diferencia del porcentaje de, por ejemplo, el acceso a internet entre los hogares, el 44 % que recibe remesas tiene internet, y eso es más de 15 puntos porcentuales con relación a los hogares que no reciben remesas. Es decir, hay virtudes, temas de equidad, distribución, etc.

Pero a mí lo que más me preocupa, vinculándolo al tema de desarrollo, es por qué, en una encuesta que hizo Latinobarómetro en 2018 se decía que el 53 % de los dominicanos quería marcharse del país. La pregunta fue la siguiente: «¿Usted y su familia han pensado en la posibilidad concreta de ir a vivir a otro país?». El que tenía más alto porcentaje era Venezuela (53.2 %) y luego República Dominicana (53.1 %). Lo peor era que entre la juventud, el 63.7 % de los que tenían entre 15 y 25 años querían irse del país. Por encima de nosotros estaba Venezuela (68 % de los jóvenes). En la campaña de 2019 nos tocó trabajar en una serie de análisis y se hicieron unas encuestas con preguntas diferentes, que nos daban, en ese momento, que el 70 % de la población quería marcharse del país. Y dices: «Bueno, pero ¿por qué?». Según la encuesta de 2018, el primero es Venezuela, que está más alto que nosotros; luego República Dominicana y después el resto de América Latina. Por ejemplo, el que está más cerca de nosotros es El Salvador (37.4 %), le sigue Honduras (37 %), Bolivia (29 %), Uruguay (29 %), Brasil y Nicaragua (28 %), Colombia (27 %), Costa Rica (23 %) y así.

Uno se pregunta por qué. A fin de cuentas, creo que la inmigración es en principio el resultado de la incapacidad que tiene una economía y una sociedad, y en este caso la dominicana, para garantizarle una vida digna a la población. Es cierto que la gente se va porque se enamoró, porque

estudió y aprendió a vivir fuera. Eso ocurre. Pero no explica por qué tantos dominicanos quieren marcharse de este país. Creo que el origen de este problema está básicamente en la incapacidad que ha tenido esta sociedad para darle oportunidad a su gente. Y lo más dramático de todo esto es que dices: «Bueno, es un país subsahariano que no genera recursos, que tiene tasas de crecimiento muy bajas». O ves el caso de México, que tiene el 19.5 % de la población y la economía que no ha crecido, estancado los últimos años. Pero en este país venimos creciendo desde 1950 y crecemos por encima del 5.4 %; solamente 6 años han sido recesivos en estos últimos 30 años, bueno 7 con 2020. Entonces, dices: «Bueno, ¿qué ha pasado?». Que el ingreso está mal distribuido, que el ingreso no ha creado oportunidad, que el crecimiento no ha creado oportunidad para la gente, que los servicios públicos son deficientes. Y cuando uno piensa en lo que significa calidad de vida, significa que los servicios funcionen, básicamente. Contaré una anécdota. Cuando estábamos trabajando en las campañas de 2018 y 2019, fui varias veces a discutir con los dominicanos en Nueva York y, al final, estábamos discutiendo el paradigma de la calidad de vida: ¿qué era eso?, ¿cómo lo íbamos a implementar? Me di cuenta, a partir de los déficits que ellos mostraban con relación a la República Dominicana, que la mejor forma de establecer lo que es calidad de vida son los servicios públicos. Ellos se fueron a los Estados Unidos porque tenían acceso a servicios que aquí no tenían: agua, electricidad, transporte, seguridad. Y eso es calidad de vida, pero nosotros no hemos sido capaces de garantizarle eso a los ciudadanos de la República Dominicana. Todavía estamos trabajando el tema de la electricidad; desde que tengo uso de razón y ya cumplí 67 años —Willy es mayor que yo y él se debe acordar de eso—; desde esa época uno está oyendo el problema eléctrico y el problema del agua, y cada día se ha ido deteriorando más el problema de transporte y la seguridad y la oportunidad de un trabajo digno. Yo creo que ese es el principal problema que hemos tenido: no hemos mejorado la calidad de vida, no porque no haya habido recursos, ha habido recursos, sino porque no se utilizaron de la manera adecuada.

Y el tercer elemento que uno vislumbraba de esto es que, al final, la migración ha contribuido a darle estabilidad al modelo de exclusión. Porque la presión se va afuera, la gente se va y, entonces, a fin de cuentas, hay una idea de que el desarrollo es una aventura personal, y se reproduce esa idea cuando el desarrollo debería ser una aventura colectiva. Porque si bien es cierto que son las personas quienes se desarrollan, se necesita una institucionalidad que provea salud, educación, transporte, seguridad, servicio de justicia, y eso no lo hemos tenido en República Dominicana, no lo hemos tenido. Es decir, como sociedad, hemos sido incapaces de garantizarles una vida digna a nuestros conciudadanos. Ha sido un proceso de largo alcance, que ha venido asociado a los estilos de desarrollo de la República Dominica, no desde hace 5 años, sino desde la década del 30, del 40, del 50, del 60, del 70, del 80. Por diferentes lógicas, en un momento fue un modelo de acumulación concentrada en una familia; en otros, una estrategia de crecimiento basado en sustitución de importaciones, salarios bajos, alta protección; luego fue un modelo de servicios basado en una competitividad de salarios, etc. Pero, por diferentes razones, todo eso ha contribuido a dejar este gran vacío, y este es el desafío que tenemos ahora nosotros: ¿cómo cambiamos esto?, ¿cómo modificamos esta realidad? Hay dos maneras, hay dos elementos fundamentales en todo esto: generar empleos productivos, de calidad, y proveer servicios. En cuanto a generar empleos, eso tiene

que hacerlo el sector privado, y el Estado tiene que crear las condiciones para que el sector privado invierta y pueda crecer y pueda generar una producción en condiciones de alta productividad para pagar mejores salarios. El Estado tiene que proveer salud, tiene que proveer educación, tiene que proveer agua potable, tiene que garantizar cuidados, ciudades vivibles, energía, seguridad pública, protección del medioambiente, justicia. Tiene que garantizar bienestar a la gente. En eso hemos fracasado, y es lo que tenemos que cambiar ahora, de modo que, si la gente se quiere ir, perfecto, que se vaya, que tenga la libertad de irse, pero que no sea porque este país ha sido incapaz de darle la posibilidad de una vida digna. Ese es el desafío que tenemos. La migración, es cierto, es un acto de libertad, pero también es la expresión de la falta de oportunidades. Y eso es lo que hay que tratar de cambiar, muchas gracias.

El Estado tiene que proveer salud, tiene que proveer educación, tiene que proveer agua potable, tiene que garantizar cuidados, ciudades vivibles, energía, seguridad pública, protección del medioambiente, justicia. Tiene que garantizar bienestar a la gente. En eso hemos fracasado, y es lo que tenemos que cambiar ahora, de modo que, si la gente se quiere ir, perfecto, que se vaya, que tenga la libertad de irse, pero que no sea porque este país ha sido incapaz de darle la posibilidad de una vida digna. Ese es el desafío que tenemos. La migración, es cierto, es un acto de libertad, pero también es la expresión de la falta de oportunidades. Y eso es lo que hay que tratar de cambiar […].

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