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historias encuentros amores Marcelo Alarcón A.
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1. Me sedujiste... y me dejé seducir2 Toda historia de amor sabe de mirarse, de buscarse, de desearse; de “mariposas” en la barriga, de gustos compartidos, de amistad y complicidad, de amor y ternura, de querer compartir la vida, como dice el poeta, llenándola de razones para respirar...3 De vez en cuando ocurre que al conocernos quedemos recíprocamente “flechados”, pero es más usual que uno de el primer paso, busque al otro, lo corteje con su mejor ingenio, lo busque y le exprese paulatinamente su admiración, gusto, cariño, compromiso y amor... La aventura cristiana es también una historia de amor. Sus inicios están dados por un encuentro entre dos personas. Una de ellas sale en búsqueda de la otra porque la quiere. La llama, se comunica, insiste, pareciera que su gozo depende de que la otra vuelva su mirada y acepte la propuesta amorosa4. La otra persona es capaz de oírla, intuir su presencia, notar que la buscan y, si quiere, responder acogiendo o decidir alejarse. Es el encuentro entre Dios y nosotros. Es el inicio de la fe, si la amistad prospera. Por eso, lo primero que los cristianos confesamos es que creemos en alguien, en una persona que nos ha buscado antes de que lo imagináramos, que nos ha seducido con toda clase de amorosas estrategias. Es el propio Dios que ha venido tras nosotros, a veces dolientes y perdidos, otras esperanzados y gozosos5. Aparecida recogió así esta buena noticia: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, Material elaborado para el XIII Encuentro Diocesano de Catequistas, Diócesis de Valdivia. Futrono, Domingo 27 de octubre. Marcelo Alarcón es Secretario Ejecutivo del Área de Formación Teológico-Pastoral del Instituto Pastoral Apóstol Santiago. Coautor del programa de Catequesis Familiar de Iniciación a la Vida Eucarística. 2 La referencia está tomada del libro del profeta Jeremías 20,7. 3 Mario Benedetti, “Yo no te pido”. 4 Cfr. San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4,20,7. 5 Cfr. DA, 242. 1
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una orientación decisiva”.6 La experiencia original del cristianismo es que tiene por Dios a una persona que por amor nos tomó por el centro de la propia vida, por nuestra profunda raíz interior, por lo mejor de nosotros mismos... Alguien que siendo nuestro Señor, es nuestro mejor amigo7. En este documento queremos reflexionar sobre el núcleo, el punto de partida, la experiencia donde nace el discípulo de Jesús y cómo se transforma paulatinamente en misionero, hasta que lo uno y lo otro parecen como dos caras de la misma medalla.8 Dicho de otra manera, no hablaremos sobre qué tiene que hacer un discípulo de Jesús y cómo lo hace. Hablaremos del por qué lo hace, qué ha vivido que no puede guardárselo para sí. Lo haremos repasando algunos encuentros entre Jesús y personas de su tiempo. Mira, observa con detención, se testigo de algunos momentos que cambiaron para siempre la vida de Jesús y de esas personas. Al hacerlo, acepta la invitación a recordar tu propio encuentro con Jesús si es que lo has vivido, de modo que puedas re-crearlo trayendo al presente lo que significó en tu vida. Si no te has encontrado con el Señor, no olvides que siempre está a la puerta llamando y, créeme, ¡conviene abrir! Si has abierto la puerta entonces ten presente esta pregunta: ¿Qué ocurrió para que hoy puedas decir que Jesús es el mejor regalo que podrías haber recibido… que haberlo encontrado es lo mejor que te pasó en la vida… y que darlo a conocer es tu gozo?9
TODO COMENZÓN CON UN ENCUENTRO. Para enamorarnos tuvimos que encontrarnos, conocernos, mirarnos, tocarnos. Algo semejante ocurrió entre Jesús y muchas de las personas que se encontraron con Él, aunque no todas tuvieron final feliz. En algunas el apego a los bienes no permitió que prosperara la amistad (joven rico, Lc 18,18ss), en otras generó un seguimiento mediocre, que quería reservarse sólo al ámbito privado, sin los malos ratos o la vergüenza de la exposición pública (Nicodemo, Jn 3,1ss). Sin embargo para otros significó un vuelco total en su vida, en la comprensión del mundo, de las personas y de Dios.
Benedicto XVI. Deus caritas est, 12. Citado en Aparecida 243. Esteban Gumucio, sscc. “Sigo a un hombre llamado Jesús”. 8Aparecida, Discurso inaugural, 3. 9 Cfr. DA, 29. 6 7
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1. El amor todo lo cura. «En su viaje a través de Samaría llegó a un pueblo llamado Sicar, cerca del terreno que dio Jacob a su hijo José. Allí estaba también el pozo de Jacob. Jesús, fatigado por la caminata, se sentó junto al pozo. Era casi mediodía. En esto, una mujer samaritana se acercó al pozo para sacar agua. Jesús le dijo: dame de beber. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar alimentos. La samaritana dijo a Jesús: ¿Cómo es que tú, siendo judío te atreves a pedirme agua a mí, que soy samaritana? (Hay que señalar que los judíos y samaritanos no se trataban). Jesús le respondió: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, sin duda que tú misma me pedirías a mí y yo te daría agua viva. Contestó la mujer: Señor, si ni siquiera tienes con qué sacar el agua, y el pozo es profundo, ¿de dónde vas a sacar esa agua viva? Nuestro padre Jacob nos dejó este pozo del que bebió él mismo ¿Acaso te consideras más importante que él? Jesús contestó: Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial que conduce a la vida eterna. Entonces la mujer exclamó: Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed y no tenga que venir hasta aquí a sacar agua. Jesús le dijo: Vete a casa, llama a tu marido y regresa aquí. Ella le contestó: No tengo marido. Jesús continuó: Cierto; no tienes marido. Has tenido cinco y ese, con el que ahora vives, no es tu marido. En esto has dicho verdad. La mujer contestó: Señor, veo que eres profeta…». (Juan 4,4-19) El camino se ha hecho largo y agotador. Jesús está cansado y se sienta junto al manantial de Jacob, cerca de la aldea de Sicar. Una mujer llega cargando su cántaro en busca de agua y, entonces Jesús comienza a hablar con ella… de todo un poco, incluso de lo que lleva en el cántaro de su corazón…
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Dame de beber abre la conversación e inicia la polémica: ¡que cómo tú que eres judío! ¡Si supieras quien te pide agua! ¡Y cómo vas a sacarla si no tienes cántaro! La mujer, con justa razón, le recuerda los conflictos que separan a judíos y samaritanos. La conversación parece no prosperar. Al parecer no hay punto de encuentro, hasta que… Jesús le pregunta por su marido. Ha tenido cinco y con el sexto la cosa no va muy bien. La mujer ya no lo llama judío, ahora Jesús es profeta. ¿Qué ocurrió? La conversación se transformó en encuentro, es decir, aquello que puede ocurrir entre dos personas cuando la conversación toca el núcleo vital; la razón última de sus búsquedas, desvelos, anhelos, amarguras, gozos. ¿Quién es esta mujer? Estamos ante una persona que ha intentado infructuosamente amar y ser amada. Cualquiera de las razones por las que ha fracasado ya cinco veces es parte de una biografía de frustraciones y amarguras. No sabemos porque viene al pozo en la peor de la horas, cuando arrecia el calor. Ha tenido cinco maridos, con el sexto anda mal, pero cuando aparece el séptimo, encontró por fin en Él el amor que le había sido tan esquivo. Después de cinco fracasos y una sexta relación incierta, aparece Jesús (el séptimo) y en Él encuentra un amor que todo lo cura. Ya no volverá a tener sed. Jesús comprendió el lenguaje de esta mujer. Un lenguaje que entiende cualquiera que sabe de cansancio, soledad, sed de felicidad, miedo, tristeza, fracasos. Un conocido refrán reza El tiempo todo lo cura. El encuentro entre esta mujer y Jesús nos comprueba que es “El amor el que todo lo cura”. Con cualquier persona podremos hablar de Dios si reconocemos que somos necesitados, que todos tenemos sed de gozo y de amor y que esta sed sólo se sacia en el encuentro con una persona: Jesucristo. Aquí hay una raíz de superación de toda diferencia y una apertura al don de Dios.
2. La primacía de la compasión. «Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de los que recaudaban impuestos para Roma y rico; quería conocer a Jesús, pero como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío. Corriendo se adelantó y se subió a un árbol para verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo: - Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al verlo, todos murmuraban diciendo: -Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.
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Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: -Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces-. Jesús le dijo: -Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». (Lucas 19,1-10) Zaqueo era jefe de los recaudadores de impuestos para Roma en su pueblo. Por esta razón era odiado por el resto de sus vecinos a causa de la pobreza que generaba en ellos los fuertes tributos que debían pagar. Odiado, excluido, había oído hablar de Jesús y tenía interés en conocerlo. Habrá intuido que podía encontrar en Él a alguien que lo acogiera, que fuera capaz incluso de ayudarlo a reorientar su vida y encontrar el cariño y la amistad que hasta ahora, por su propia conducta, le habían sido esquivos. ¿Qué noticias tenía de Jesús? ¿Qué había escuchado? No lo sabemos. Pero quería encontrarse con Él; no lo conoce, pero quiere verlo; no sabe cómo reaccionará, pero cifra en este encuentro la esperanza de un trato compasivo. Trepa a la higuera no sólo porque es pequeño de estatura, sino porque también se siente excluido, pequeño y frágil. Entre las ramas carga con sus sueños y sus esperanzas, con sus miedos y frustraciones. También con su pecado. Al pasar, Jesús fija los ojos en él, lo mira con cariño y se compadece. Sabe de sus búsquedas. También sabe que ha pecado y es mucho el daño que ha causado a sus vecinos. No podría imaginar Zaqueo lo que vendría luego: Jesús lo sorprende con una invitación: quiere quedarse en su casa, es decir,compartir su vida. Jesús sabe bien quién es y no le pide que rectifique su vida para quererlo, como si le dijera: Zaqueo, mi cariño no depende de tu conducta. Este amor desinteresado y gratuito de Jesús, tocará profundamente el corazón de Zaqueo y se iniciará para él otra aventura. Producto del amor cambiará de vida, nunca volverá a ser el mismo, ha encontrado lo que buscaba. El primer momento de esta nueva historia quedó expresado así: “bajó a toda prisa y lo recibió muy contento”. De labios del propio Jesús saldrá la síntesis de este encuentro: “Hoy ha llegado al salvación a esta casa”. Este encuentro nos ayuda a comprender que el amor de Dios está por sobre la conducta ética de las personas. Que Dios nos ama porque es bueno, no porque lo merezcamos, y que nos seguirá amando incluso cuando nosotros decidamos alejarnos de Él. Su amor ofrecido gratuitamente es el principal motor de nuestra conversión y la razón de todos nuestros esfuerzos por vivir como sus hijos, procurando que cada día llegue la salvación a nuestra casa. DIÁLOGO EN PAREJAS: ¿He experimentado ese amor gratuito de Dios en mi vida?
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¿Cómo vivo mi relación con Dios cuando he pecado, lo siento lejano y castigador o como un Padre que me ama , espera y perdona siempre? Siguiendo el ejemplo de Jesús, ¿acojo y quiero a los demás sin importar su comportamiento moral?
3. Incluir sana/salva. “Si tan sólo pudiera tocarlo”. «Una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con los médicos, que había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno y más bien había empeorado, oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues se decía “si logro tocar aunque sea su manto, quedaré sana”. Inmediatamente se seco la fuente de sus hemorragias y sintió que había quedado sana. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta en medio de la gente y preguntó: “¿Quién ha tocado mi ropa?”. Sus discípulos le contestaron: “Ves que la gente te está apretujando ¿y preguntas quién te ha tocado?” Pero él miraba alrededor a ver si descubría a la que lo había hecho. La mujer entonces, asustada t temblorosa, sabiendo lo que había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó la verdad. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz, estás liberada de tu mal”». (Mc 5,25-34) Hay una mujer que observa en silencio, escondida entre la muchedumbre. Jamás se atrevería a pasar a la primera fila. Sabe que el resto de las personas la hará a un lado pues para ellos es una mujer impura, está en pecado. Es una mujer con flujo de sangre producto de una menstruación irregular. Padeceesta condición desde los inicios de su vida fértil. Desde hace doce años dice Marcos, dando entender que el problema lo ha llevado siempre consigo. Según el libro del Deuteronomio 12,23 “la sangre es la vida”. Una mujer que pierde sangre, derrama la vida. De ahí que las prescripciones del Levítico sean durísimas para ella durante la menstruación y más duras si el flujo se produce varios días fuera del período menstrual o del tiempo normal. En cualquiera de estos casos el libro del Levítico señala que la mujer “quedará impura durante siete días. El que la toque quedará impuro… El lugar en que duerma o se siente quedará impuro… El que toque su cama… El que toque un objeto cualquiera sobre el cual ella se haya sentado… El que toque lo que está sobre su cama o su asiento… El que se acueste con ella… quedará impuro” (Cf. Lv 15,19ss).
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Además de excluida por impura, la mujer es pobre. Se ha gastado todo lo que tenía buscando remedio sin éxito. Excluida, pobre, sola. Es difícil pensar que tenga marido, pues éste se hallaría también en permanente impureza, excluido socialmente como ella. Como cualquiera ha querido amar y ser amada, vivir querida y acompañada y al parecer no ha podido. Jesús se aproxima y su corazón late más fuerte pues ha puesto muchas esperanzas en este encuentro. “Si tan sólo pudiera tocarlo…” piensa. Y lo hace. Desde la lógica de la ley, Jesús debía haber quedado impuro. Pero con Jesús estamos ya en la experiencia del Reino de la Vida: ella se sana físicamente (“se secó la fuente de su hemorragia”) y se restaura interiormente (se coloca al frente de los demás y es visibilizada por Jesús estando ahora sana). La mujer esta sana física y espiritualmente. Ahora, los que la habían excluido pueden darle su lugar en medio del pueblo. Ya no pesan sobre ella las duras prescripciones del judaísmo que la excluían por su impureza. Para Jesús es más importante la inclusión del excluido que la pureza o impureza que recaiga sobre él. El amor de Jesús incluye a los que no merecen nada ni por sus obras pecadores-, ni por sus bienes -pobres- (Cfr. Lc 8,42b-48). ¿Qué mejoró en mi vida a partir del encuentro con Jesús? ¿Qué me ocurre con los excluidos? ¿Qué me pasa con las personas que son diferentes? ¿Cuáles son los excluidos de mi entorno? ¿Cómo puedo incluirlos? Conclusión: El horizonte de la misión: El Reino de Dios Toda la vida de Jesús, sus acciones y gestos; sus palabras y actitudes quieren ayudarnos a comprender que lo decisivo en la vida es amar. Dios es un Padre que nos ama, que hombres y mujeres son hermanos y su relación está marcada por la fraternidad y, por último, que los bienes de la tierra están para ser compartidos y no para acapararlos egoístamente. He aquí lo que latía en el corazón de Jesús cuando anunció: “El Reino de Dios llegó, conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). De aquí se desprende toda labor de Jesús en favor de las personas, especialmente los empobrecidos, vulnerados y excluidos de su tiempo. Sólo si amamos, los hombres y mujeres de hoy podrán decir que Dios reina en su favor. La Samaritana, La hemorroísa, Lázaro y muchos experimentaron que la vida tiene la última palabra y no la muerte, que el dolor y el sufrimiento no son definitivos y que a todo el que crea en Jesús e intente vivir como Él el Padre lo resucitará como lo hizo con su Hijo… Esto que es lo que los cristianos no podemos callar por desborde de alegría. Es el punto de partida, todo lo demás viene después. Recuerda: 7
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva”10
¿Nos hemos encontrado con Jesús? ¿Cómo fue nuestro encuentro? ¿Qué significó en nuestra vida? ¿Qué transformaciones ha producido? ¿Qué admiro de Jesús? ¿Qué he aprendido de Él?
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DA, 12(citando Deus caritas est, 1).
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