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Pedagogía para la transmisión de la Fe

Material del curso “Pedagogía para la transmisión de la fe”, Curso pedagógico para formadores, Nivel I, modalidad Online. Instituto Pastoral Apóstol Santiago.

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TEMA 6.

CONSTRUIR PEDAGÓGICAMENTE EL ESPACIO SAGRADO “Moisés subió hacia el monte de Dios y el Señor lo llamó desde el monte, y le dijo: Habla así a la casa de Jacob, diles a los hijos de Israel”. Ex 19,3. Confesar al Señor y dejarse instruir por Él. Francisco en la fiesta de san Pedro y Pablo, 2013.

1. Introducción A lo largo de todo este proceso de formación pedagógica se ha podido constatar la importancia que tiene el formador como mediador en el proceso de aprendizaje de sus formandos. Al referirnos a la intención pedagógica, afirmamos que uno de los elementos que caracteriza la tarea del formador es su competencia para construir un conocimiento enseñable que permita alcanzar los objetivos de aprendizaje propuestos. Para lograr este desafío es fundamental que el formador se pregunte por el sentido de lo enseña, es decir, debe formularse la pregunta del “para qué” del proceso de formación y de cada una de las intervenciones que realiza. En esta perspectiva ya hemos mencionado que nuestro ideal o mejor dicho del “para qué” de la formación es “confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo…”. Más aún, nuestros Obispos dicen que toda experiencia cristiana comienza “desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo (…) que suscite hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad…”1. Entonces: ¿Qué características tiene este encuentro personal con Cristo, que funda la vida cristiana suscitando hombres y mujeres nuevos? ¿Qué elementos pedagógicos son los más pertinentes para provocar un espacio sagrado apto que favorezca el encuentro con la persona de Cristo?

2. Contenido temático Los Obispos han realizado un novedoso llamado en Aparecida: “confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio como discípulos misioneros de Cristo”. En esta misma línea el Papa Benedicto XVI nos pide “aprender a Pensar de Manera Profunda (cf. LF 18). Qué significa eso -se pregunta el Santo Padre-. Lo dice san Pablo: es necesario aprender a comprender la voluntad de Dios, de modo que plasme nuestra voluntad, para que nosotros queramos lo que Dios quiere (LF. 15), porque reconocemos que aquello que Dios quiere es lo bello y lo bueno2”. Un poco más adelante en esta misma homilía sostiene que: 1

DA, 11. Benedicto XVI. Clausura el Año Paulino en San Pablo Extramuros. En las Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, Roma, domingo 28 de junio de 2009 (ZENIT.org). 2

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“Se trata, por tanto, de un viraje de fondo en nuestra orientación espiritual. Dios debe entrar en el horizonte de nuestro pensamiento […] Debemos aprender a participar en la manera de pensar y querer de Jesucristo. Entonces seremos hombres nuevos en los que emerge un mundo nuevo”. Lo central será, entonces, aprender por medio de los procesos de formación a participar de la manera de pensar y querer de Jesucristo, porque “Dios no está en un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde él es amado y donde su amor nos alcanza”3. A partir de estas reflexiones se nos abren pistas para comprender que el proceso de formación religiosa necesita crear espacios propicios para la comunicación interpersonal iluminada por la presencia de Cristo, de tal forma que nuestra manera de pensar se vea impregnada por la voluntad de Dios. Cristo mismo quiere establecer con nosotros una relación de amistad (cf. Jn 15,14-17) y habitar en nuestra vida cotidiana (cf. Jn 1,14-18). Él quiere suscitar auténticos adoradores según su propio Espíritu revelado en el Espíritu del Evangelio (cf. Jn 4,23-24). A estos espacios de comunicación interpersonal, en que pedagógicamente intencionaremos la experiencia de ser hijos amados de Dios y amigos de Jesús, los llamaremos «espacio sagrado». Este es quizá el desafío más importante en el proceso de enseñanza/formación que debe enfrentar un formador en el ámbito religioso: tenemos que propiciar un ambiente donde sea posible la vivencia de la experiencia sagrada de la persona al encontrarse con Cristo (cfr. LF. 21). Es en el espacio sagrado donde Dios se manifiesta a la persona dándole una orientación única y definitiva a la vida (cf. Ex 20,1-6). Vivir la experiencia de la presencia de Dios en la vida cotidiana de cada discípulo es lo que da sentido y coherencia al proceso de formación de un cristiano. Para que esto se produzca necesitamos de espacios de encuentro sagrado, intencionados pedagógicamente, porque en ellos nos disponemos a recibir a Jesús, testigo del Padre, en un ambiente adecuado que nos facilita la escucha creyente de la Palabra; en este ambiente es posible la experiencia de apoyarnos en Él y el pleno reconocimiento de que es Jesús a quien nos confiamos. Por lo tanto, cabe hacer la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las características del espacio sagrado que se constituye en un ambiente pedagógico propicio y que el discípulo de Cristo ha de favorecer? Lo central en la experiencia sagrada es la experiencia teofánica, es decir, la experiencia de encuentro real con Dios, que se nos revela y manifiesta. Dios se hace presente en la vida personal y comunitaria, revelando su voluntad, y por lo tanto, dando una orientación espiritual definitiva a la vida. Así lo experimentó, por ejemplo, Abraham cuando Dios le pidió detener su mano antes de darle muerte al hijo de la promesa (cf. Gn 22,1-19). Es semejante a la experiencia de Moisés (cf. Ex 19,16-25) En el Nuevo Testamento, se nos revelan encuentros notables con lo sagrado por medio de la persona de Jesucristo. Es la experiencia de la mujer Samaritana al borde del pozo de Jacob en conversación franca con Jesús (cf. Jn 4,1-42) o la del ladrón en la cruz (cf. Lc 23,39-43).

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Benedicto XVI, Spe salvi, 31.

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El espacio sagrado es el ámbito en que Dios se hace presente y acompaña la realización de la vida humana según un acto o momento creacional, en que Él mismo nos explica el sentido de la vida y la relación de la persona con el mundo social y natural (cf. Lc 24,25-27.44-49). Por otro lado, el espacio sagrado es el ámbito donde, a través de la repetición ritual, Dios se hace presente en la vida de la comunidad, asegurando un fundamento y un sentido de vida para quienes participan de ella4. Esta es la enseñanza de san Pablo para la comunidad de Corinto (cf. 1Cor 11,17-29) cuando les solicita celebrar la Cena del Señor según el sentido que Él mismo le dio. La cena se celebra en memoria de Cristo como signo de la Nueva Alianza, para que todos los “que coman de este pan y beban de esta copa, proclamen la muerte del Señor hasta que vuelva”. La construcción de este ambiente de encuentro con Dios a través de la sacralidad de la vida humana impregnada por el acto creacional de Dios es fundamental en el proceso educativo/formativo. Lo central en la enseñanza religiosa es que Dios nos habla y nos invita a ser sus discípulos/testigos/misioneros para este tiempo y en las actuales circunstancias. En esta línea el Directorio General para la Catequesis nos dice: “La formación orgánica es más que una enseñanza: es un aprendizaje de toda la vida cristiana (…) que propicia un auténtico seguimiento de Cristo, centrado en su persona. Se trata, en efecto, de educar en el conocimiento y en la vida de fe, de forma que el hombre entero, en sus experiencias más profundas, se vea fecundado por la palabra de Dios”5. Se puede afirmar que el desafío educativo de un formador, es decir, el “para qué de la formación, es: •

Enseñar lo necesario para conocer a Jesús (cf. Hch 1,1-2): sus palabras y gestos que dan testimonio de su vida. Para esto tiene que saber y enseñar a leer la Palabra de Dios comprensivamente, apoyado del saber teológico y el magisterio de la Iglesia. Ser pastor, es decir, conducir a sus formandos a la experiencia de ser amigos de Jesús, para que ellos vivan en su cercanía. Así se darán las condiciones para que Él nos transforme con su modo de pensar y de amar. Transmitir la necesidad de dedicar tiempo para estar con el «Maestro» en actitud de apertura dócil al «Espíritu Santo», el cual fortalece el corazón con su amor, ilumina la mente con sabiduría e inteligencia y forma auténticos discípulos capaces de ser testigos de la experiencia que proclaman (LF 39).

Como conclusión, podemos decir que lo esencial del razonamiento pedagógico es guiar intencionalmente el proceso de formación para tomar conciencia que el desafío educativo en la formación religiosa, es decir su “para qué, implica el desarrollo de estrategias de enseñanza y aprendizaje para facilitar el encuentro con el mundo sagrado de Jesús (cfr. Gal. 2, 20), en un ambiente que permita el desarrollo del pensar profundo en el discípulo/testigo/misionero intencionando la apertura del corazón a la gracia transformadora del Espíritu (cf. 1Cor 2,6-16). 4

Cf. Antonio Bentué, Concepciones del espacio sagrado en algunas religiones no cristianas en Revista Teología y Vida. Vol. XLIV (2003), 235-249. 5 Directorio general para la catequesis, 60.

Material del curso “Pedagogía para la transmisión de la fe”, Curso pedagógico para formadores, Nivel I, modalidad Online. Instituto Pastoral Apóstol Santiago.

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