Benedicto XVI y la Puerta de la fe

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Benedicto XVI y “La puerta de la fe”

Marcelo Alarcón A. “A su llegada reunieron a la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los pueblos paganos”. (Hch 14,27)

El 10 de octubre de 2011 el Papa Benedicto XVI publicó la Carta Apostólica en forma de Motu Propio “La puerta de la fe” (Porta fidei) convocando con ella a la celebración de un Año de la fe que se realizaría entre 2012 y 2013. Las reflexiones del documento están dirigidas a los católicos con el deseo de que el Año de la fe sea “una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe” (PF,4). El Papa se preocupa de aclarar cuál es el contenido central de la fe: “Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cfr. 1 Jn 4,8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor” (PF,1). En este sentido podríamos afirmar siguiendo a Mt 25 que sólo el amor salva y ese amor se expresa en el querer de Dios de que todas las personas vivan plenamente y se salven. Se trata de esa experiencia trinitaria y salvadora a la que la persona responde con el acto y la profesión de fe. He aquí la experiencia sagrada que el cristianismo puede ofrecer a las personas hoy, que como tiene su origen en el amor desbordante de Dios, es capaz de suscitar un acto de fe igualmente amoroso. Esto es lo que hay que creer y esta fe sólo se fortalece creyendo, dice el Papa. La fe que busca ser comprendida -­‐de San Anselmo-­‐ hoy es, por cierto una fe que busca ser experimentada. “La fe sólo se fortalece creyendo. No hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”. (7) Podríamos preguntarnos: ¿Cuáles con los mejores espacios sociales –y por eso también eclesiales-­‐ para una experiencia sagrada de este tipo? ¿Dónde encontramos hoy un justo equilibro entre una fe que puede ser experimentada y comprendida?

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La pregunta por los espacios “sociales” o “culturales” para la fe, aunque sea al modo de anticipo, no es antojadiza. En una época marcada por el positivismo y la secularización el Papa nos recuerda que: “No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aun no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre». (PF,10) El reconocimiento de la vida misma, con sus múltiples vicisitudes como un lugar de encuentro con Dios, supone una invitación permanente para reconocer la acción de Dios en los espacios no estrictamente católicos y a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido. “La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro” (PF,10). ¿Qué hay que hacer? ¿Para qué un Año de la fe? El Año de la fe es una “invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor (PF,6); volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado” (PF,13). Se trata de volver –y recuperar-­‐ el amor del principio, reconocer de donde hemos caído y ponerse en pie una vez más (Ap 2,4ss). En este sentido tiene un gran valor el pasaje que da título a esta Carta (Cfr. Hch 14,27), pues nos recuerda que es Dios quien abre la puerta de la fe y no nosotros. Que la realización de una fe que se expresa en el amor es más obra de la gracia que de las capacidades humanas, que el Año de la fe puede ser una ocasión para avanzar desde una espiritualidad meritocrática hacia una auténtica salvación por la fe (Cfr. Rm 1,17). ¿Cómo vivir este Año de la fe? (PROFESAR) “Que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza” (PF,9). (CELEBRAR) “Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza” (PF,9). (TESTIMONIAR) “Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año” (PF,9).

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Ligado a una vuelta a la experiencia de encuentro con Dios, que funda y da origen al creyente, el Año de la fe es una invitación a profundizar sistemáticamente en el contenido de la fe. Se trata de “redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica” (PF,11) en cuanto expresión de aquel encuentro donde cobran sentido. En el mismo sentido “durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe: en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano”. Y como esta experiencia nos desborda, “el Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad” (PF,14).

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