LAS BIENAVENTURANZAS1
1. Introducción Como ya vimos, muy posiblemente el significado original de las bienaventuranzas sea el anuncio de que los oprimidos son bienaventurados, porque ya ha llegado el nuevo Rey que establecerá la justicia y el derecho. Anuncian la llegada del Reino de Dios, como una buena noticia para los que actualmente son los más desgraciados. Nos manifiestan quién es Dios: no es neutral; está del lado de los pobres. Son los predilectos de Dios, no por méritos propios o porque sean mejores que los demás, sino porque así es Dios: ama gratuitamente a quien lo necesita y quiere velar por los que se encuentran desamparados de toda ayuda humana. Pero de esta forma, se nos manifiesta también que el Reino de Dios que inaugura Jesús, es la construcción de una nueva sociedad y de unas nuevas relaciones humanas. El mensaje de las bienaventuranzas es la proclamación de un don (el amor, gratuito e incondicional, de Dios por los más desvalidos, que se hace presente y real en Jesús) y se convierte en tarea para los seguidores de Jesús, enviados a continuar la construcción del Reino. Por eso, las bienaventuranzas se convierten también para el cristiano en programa de vida, en el programa del Reino. “Dios renueva y potencia al hombre comunicándole su propia vida (el Espíritu); dotado de ella, es tarea y responsabilidad del hombre crear una sociedad verdaderamente humana. El primer paso para la creación de la nueva humanidad es el cambio de vida, la conversión que pide Jesús en conexión con el anuncio del Reino. Sin un cambio profundo de actitud por parte del hombre, que lo lleve a romper con el pecado y la injusticia, no hay posibilidad de comenzar algo nuevo. Pero la opción del hombre por el Reino de Dios supone además un compromiso personal, como el que hizo Jesús en su Bautismo, de entregarse por amor, para construir una humanidad diferente, de acuerdo al proyecto de Dios. Y, como en el caso de Jesús, el compromiso de entrega a los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la respuesta de Dios es la comunicación de su Espíritu, la infusión al hombre de su fuerza de vida y amor, que lo capacita para esta tarea” .
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Tomado del Módulo de Cristología I, del Plan de Formación para Laicos, Arquidiócesis de Santiago.
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2. Las Bienaventuranzas: el programa del Reino Veamos, pues, siguiendo el Evangelio de Mateo (5,3-10), en qué consiste este programa para la construcción del Reino, para la realización de la nueva sociedad donde reine Dios. “Las condiciones para que se realice la nueva sociedad son dos: la renuncia a toda ambición, expresada en la opción por la pobreza (5,3: Dichosos los que eligen ser pobres), y la fidelidad a esa renuncia a pesar de la oposición que suscita (5,10: Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad). La opción por la pobreza, es la puerta de entrada al reino de Dios, es decir, abre la posibilidad de una sociedad nueva, porque extirpa la raíz de la injusticia, la ambición humana que lleva a la acumulación de la riqueza, a la búsqueda del prestigio social y al dominio sobre otros (cf. 1Tim 6,10). Optar por la pobreza significa tomar partido por Dios y, con Él, por el bien del hombre y la propia plenitud (cf. 6,24; Col 3,5)” . La comunidad de personas que ha realizado esta opción y se mantiene fiel a ella, “irá suscitando en la humanidad un movimiento liberador. Los oprimidos encontrarán en el nuevo tipo de relación humana una esperanza y una alternativa a su situación. La liberación se expresa de tres maneras: los que sufren por la opresión encontrarán el consuelo (cf. 5,4); los sometidos heredarán la tierra, es decir, gozarán de plena libertad e independencia (cf. 5,5); los que ansían justicia verán colmada su aspiración (cf. 5,6)” . Después de abrir el horizonte de la liberación, las bienaventuranzas describen las relaciones humanas propias de la nueva sociedad, que crean a su vez la nueva y verdadera relación con Dios. Esta comunidad se caracteriza por la solidaridad activa (y experimentarán la solidaridad de Dios –cf. 5,7), por la sinceridad de conducta que nace de la ausencia de ambiciones (y experimentarán la presencia continua de Dios en su vida – cf. 5,8) y por la tarea de procurar la felicidad de los hombres (y tendrán la experiencia de Dios como Padre y lo harán presente en el mundo – cf. 5,9) . “La sociedad injusta centra la felicidad en el egoísmo y el triunfo personal; la alternativa de Jesús, en el amor y la entrega. Mientras la primera, a costa de la infelicidad de muchos va creando la "felicidad" de unos pocos, encerrados en sí mismos e indiferentes al sufrimiento de los demás, en la sociedad nueva el esfuerzo se concentra en eliminar toda opresión, marginación e injusticia, procurando la solidaridad, la fraternidad y la libertad de todos. De este modo, Jesús invita a romper con el sistema injusto y a esforzarse por crear la nueva relación humana, sin la cual es imposible la relación auténtica con Dios. Jesús proclama "hijos de Dios" a los que procuran la felicidad de los hombres, mostrando así que Dios es incompatible con la opresión, el sometimiento y la injusticia” .
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3. En conclusión Las bienaventuranzas no son un discurso bonito de Jesús. Tampoco expresan solamente la bienaventuranza que Dios nos promete para el más allá. Y desde luego no pueden ser un motivo para la resignación, la pasividad y la indiferencia, dejando todo para el futuro mejor que Dios ha prometido. “El Reino de Dios está ya aquí en medio de vosotros” (Lc 17,21). Dios quiere “que tengamos vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Las bienaventuranzas son la proclamación del programa del Reino, del proyecto de Dios para nosotros. Son un don y una tarea. En Jesús y el Espíritu, Dios se hace don para nosotros, nos entrega su vida y su amor gratuito e incondicional. Y enriquecidos por su Don, nos confía, a los seguidores de Jesús, la tarea de continuar la construcción del Reino; la tarea de construir una sociedad nueva, la familia de Dios, donde todos seamos y vivamos como hijos y hermanos, con la dignidad y plenitud de vida que Dios quiere para todos sus hijos, y por la que nos entregó a su propio Hijo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
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