Rarezas de la Mente III: “Sobre la Licantropía Clínica”

Page 1

IKO

Rarezas de la Mente III “Sobre la Licantropía Clínica”

Jöel Holgado Prévost Diplomatura de Postgrau en Criminalista. Infoanàlisi i Tècniques avançades en Ciències Forenses Universitat Autònoma de Barcelona


Rarezas de la Mente III “Sobre la Licantropía Clínica”

En los últimos tiempos un sinfín de cosas se han sucedido; han surgido nuevos países y naciones, aparecido prodigiosas tecnologías, cultivado, distribuido y, finalmente, comido gran variedad de nuevos alimentos, asimismo, han brotado nuevas corrientes de pensamiento y, tal vez influenciado por un poco de cada cosa, también nos han invadido una oleada desbordante de modas. En este contexto han surgido desde movimientos artísticos hasta culinarios, actitudinales, literarios, entre una infinitud más que, para bien o para mal, para mayor o menor tino y, probablemente vergüenza de las más brillantes mentes del ayer, han encontrado su máximo exponente, la temática más insistentemente repetida en un fenómeno sobrenatural que, en esta época se ha centrado básicamente en: hombres lobo, vampiros y, ahora, zombis; dejando de lado a estos últimos que, probablemente, citaré en otra futura entrega, lo cierto es que, la licantropía así como el vampirismo, aparte de suscitar estúpidas pasiones, reflejan una serie de curiosos trastornos, que, como en la entrega anterior mencioné, guardan un cierto parentesco con la psicosis Windigo y, se pueden amparar bajo una única y amplia terminología conocida como licantropía clínica. Dicho de una forma resumida, la licantropía clínica, viene a referirse a aquel trastorno que padece un sujeto que cree transformarse en lobo. Si bien es cierto que esta es la definición original de la licantropía según la significancia del propio vocablo que surgió, obviamente, en los siglos pasados, en la vieja y oscura Edad Media, donde la superchería y la cegadora creencia en cultos misticos inspiraron la creencia del hombre-bestia o, como es más conocido, hombre lobo, la verdad es que,


cuando se refiere a la patología clínica el termino incorpora prácticamente infinitas variantes que van desde gallinas, cerdos y conejos, hasta gatos, cocodrilos e, incluso, abejas, en plural, siendo este caso, además, un agravado con trastornos de personalidad múltiple o disuasoria y pérdidas exageradas en el reconocimiento del “ego”; a todos estos, se les añaden, además, los curiosos casos de animales inventados o indescriptibles. Siendo, llamativamente, los casos de licantropía clínica versados en la temática lupina, osuna o cánida, los menos comunes del repertorio general. Pese a lo cómico o esperpéntico de la situación, lo cierto es que, la licantropía clínica es una enfermedad severa que, a pesar de su catalogación dentro del ámbito de las enfermedades mentales más raras, resulta de todas estas una de las más comunes, procediendo de causas tan dispares como la psicosis severa, esquizofrenia (principal causa reconocida), patologías maniático-depresivas, intoxicación por alimentos o productos alucinógenos tal y como cierta variedad de fúngicos y sustancias tales como el LSD y derivados, trastorno bipolar de la personalidad tipo mixto, entre otros. Como consecuencia de ello no hay un tratamiento único y exclusivo para enfrentar la licantropía clínica, aunque, al curarse, medicarse o, simplemente desaparecer la causa originaria, la patología la precede y se desvanece, empleando, por tanto, muy distintos medios y herramientas en el desempeño del tratamiento. Entre su singular sintomatología destaca el cambio conductual del paciente quien, acostumbra a padecer sus brotes licantrópicos bajo situaciones o presiones muy concretas, tales como la presencia o llegada de un ciclo lunar o ante un entorno o individuo de naturaleza hostil. En este sentido se desarrollan la gran mayoría de los casos, aunque existe una pequeña minoría que experimenta su situación licantrópica de forma permanente, a diferencia de los casos comunes, en los que el paciente sufre un brote que desencadena su transformación conductual. A propósito de esto, diversos estudios médicos, realizados mediante neuroimagen, una técnica que procesa el comportamiento cerebral y plasma los movimientos anómalos, se ha descubierto que en los sujetos estudiados con diagnóstico de licantropía clínica, algunas áreas del cerebro, sobre todo aquellas que, comprometían la correcta


percepción personal del cuerpo del individuo, funcionaban de manera extraña e hiperactivada demostrando que, la experimentación de la transformación por parte del paciente no era sólo un reducto psicológico o una vivencia ilusoria derivada de la enfermedad principal, sino que, en realidad, contaba con su propio proceso biofisiológico lo que atestiguaba cierta veracidad a la sensación de transformación. Respecto a la cuestión anterior, se conocen casos de licantropía de estatus permanente que se contemplan como las variantes más extremas de dicha patología y, sin duda, la más difícil de tratar, ya que, suele ser originaria de demencia, trastornos de personalidad múltiple, disgregación del “ego”, dominación del “ello”, fallos en la percepción visual, trastornos obsesivo-compulsivos, actitud impulsiva y automática que puede ocasionar temeridad y elevados grados de violencia, distorsión masiva de la realidad vinculante, entre muchos y muy diversos tipos de agravantes más. Asimismo, en estos casos, suele añadirse la dificultad añadida por la brecha comunicacional, es decir, la imposibilidad, ante el lenguaje de gruñidos y onomatopeyas animales, de establecer un dialogo o cualquier tipo de comunicación racional con el paciente. Esta circunstancia no es solo propia de estos casos tan extremos, al contrario, suelen ser el denominador común de la mayoría de diagnosticados con el trastorno de la licantropía clínica, no obstante, lo que más difiere entre el paciente habitual y el que no, radica en el hecho de que, si bien, la comunicación

médico-paciente

es

prácticamente

imposible

durante

la

transformación, en los casos normales, al cesar esta, el paciente vuelve a su ser cognoscible, humano, por así decirlo y, por tanto, “tratable”, dentro del radio de acción que su enfermedad primigenia permita, cosa que, en los diagnósticos más severos, al tratarse de un estado permanente, del cual el afectado no puede salir, es, por decir poco, soberanamente difícil el tratamiento. Tanto es así que se han llegado a documentar casos de licantropía clínica con una gravedad tal que se han prolongado por algo más de una década. Además, dentro de la rareza de esta enfermedad, destacan lo que yo llamo como multimorfos, aquellos, de los que se conocen pocos casos, que son “capaces” de transformarse en más de un animal, siendo el más destacado de estos cierto paciente que, durante una


sola sesión de terapia, aseguró transformarse en caballo, perro y gato, antes de regresar a su estado humano. A estos “multimorfos”, probablemente se les añadiría: fragmentación de personalidad, pensamiento difuso y escapista, trastorno narcisista, egocentrismo, dificultad de concebir un único “ego”, entre otras muchas patologías que pueden llegar a explicar esta condición tan única de cambiaformas. En compendio general de estas cuestiones, es interesante, añadir, que según la perspectiva psicoanalítica, los trastornos pueden: proceder, derivar o generar traumas psicológicos, los cuales actuarían como extensión de la enfermedad, punto de partida de la misma o agravante, según el contexto particular de cada paciente. Tal fuerza posee esta teoría que muchos psicólogos y neurólogos, tratan a los pacientes mediante una terapia específica, creada exclusivamente con la finalidad de sacar a relucir los traumas internos y eliminar los procesos de sublimación de carácter animal que los ocultan. Siendo, en este aspecto, los pacientes, seres humanos corrientes con formas de procesar, camuflar, o asimilar un tanto radicales que verían en la transformación animal su única vía de escape, tanto si esta se produce a nivel consciente o no; coincidiendo, en cierta medida, con los postulados Nietzscheanos de la “fuerza vital” o el “superhombre”, dos conceptos que vienen a defender, expuesto de una forma sencilla, que la verdadera naturaleza humana es afín a la animal y que, su destino, si desea trascender y vivir con libertad acorde a su propia esencia, debe remitir directamente a la perdida de los tabúes sociales, a la desinhibición personal y pública y al seguimiento ciego del instinto, lo que para Nietzsche, se traduciría, en una eliminación definitiva de la mentira en todas sus variantes y expresiones: tanto social, como personal, como humana y biológica; emergiendo así el hombre, como un superhombre sin miedo a nada, que se comprende a sí mismo, que entiende el mundo, y domina ambas esferas sin miedo, reconociéndose como un ser cierto y sincero, formado por “la fuerza vital”, el instinto de sobrevivir y advertir nuestra propia existencia como un producto casual, propio de sí mismo, cuyo potencial dominamos y al que encaminamos según la fuerza de nuestra propia voluntad. En este aspecto, se podría malinterpretar, que el hombre licantrópico es verdaderamente el genuino, pues asume su carácter bestial y se deja poseer por él, desinhibiéndose y sin padecer miedos o remordimientos, aun pese a ello, el pensamiento Nietzscheano, no contempla este proceso como parte de


una enfermedad mental, ni como una actuación esperpéntica, anárquica y carente de lógica, por lo cual, si bien se asemeja en su primer estadio, no trasciende al necesario para consolidar la figura del “superhombre”, que es negar a Dios y a cualquier fuerza divina, centrar la mirada en uno mismo y su propia fatalidad y, con una mentalidad consciente y activa, superar el desánimo de nuestra especie y encarrilar las acciones de nuestra existencia a un bien mayor, todo ello mediante un proceso enteramente de conocimiento personal y racional. En esta línea de curiosidad, me parece muy interesante el reflexionar sobre el hecho de que, en la actualidad, le debemos el nombre de la patología a las leyendas del medievo, aunque, tras el estudio profundo de la licantropía clínica, lo cierto es que, lo más probable sea que, en lugar, de leyendas y posesiones, aquellos mitos ignotos en realidad resultasen ser, ni más ni menos, que los primeros casos de esta enfermedad, lo que, como decía, resultaría ser una anécdota graciosa, pues, la licantropía clínica se habría terminado nombrando a si misma a través de la manifestación de su sintomatología en el pasado. Además, dentro, pero al mismo tiempo fuera, de la licantropía clínica, se conocen, frecuentemente documentados o explotados por la literatura universal, casos particulares de seres humanos que creen ser animales pero cuya situación no es provocada ni por daño cerebral, ni por traumas psicológicos ni por ninguna dolencia de ninguna clase, sino más bien, por las casuales circunstancias de haberse criado en una situación fuera de lo común, tal y como algunos casos de salvajismo conocido, o por las obras que han inspirado, de las que destacan Tarzan, el Libro de la Selva, entre otros, que exponen una realidad en la que un ser humano es cuidado por animales, con los que crece y convive de una manera harmónica y de igual a igual. Este hecho que es, si más no, anecdótico, en realidad ha sido teorizado en muy diversos contextos y, al parecer, se ha llegado a documentar en la vida real. Finalmente, como he venido diciendo tanto en la entrega anterior como en esta, la licantropía clínica es muy parecida a la psicosis Windigo, de la que difiere al despejarse el canibalismo de la cuestión. No obstante, en este caso el asunto está sujeto a debate, pues, si un individuo que cree transformarse en Windigo no es canival, ¿Sería licántropo clínico?


Y en el mismo sentido, si un licántropo en uno de sus brotes comete antropofagia, ¿Se trataría de un caso de psicótico Windigo o bien padecería alguna de sus variantes? La línea, en este caso es muy, muy fina, tanto, que una enfermedad podría absorber a la otra, siendo, la licantropía clínica, tal vez, la que posiblemente tendría más éxito, al fin y al cabo, la probabilidad de que un hombre que se cree animal ataque, mate y devore a otro ser humano durante su periodo de trance parece ser mucho más probable y verosímil, aun siendo infrecuente, que no la alternativa; un paciente creyendo ser el insaciable espíritu del bosque Windigo, aunque en este caso, vegetariano. Asimismo, como siempre, es vital, reconocer, estudiar y tratar de comprender indagando cada vez más y con mayor profundidad en los recovecos más lúgubres de la mente humana, pues, nunca, se puede anticipar el posible ataque de un hombre Windigo, o aun peor, un imprevisible licántropo clínico, que tanto podría aullar a la luna y arañar tus muebles como arrancarte un dedo a dentelladas o despedazarte con sus afiladas zarpas humanas. De modo que, pese a lo que en este particular, abunden, sean hombres caballo, oveja, o, incluso, pez, nunca está de más prepararse para lo extraordinario, en este, nuestro convulso tiempo de prodigios, progresos y temibles fans de Crepúsculo.

Jöel Holgado Prévost


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.