Rarezas de la Mente IV “Sobre el Síndrome Strangelove" witizia
Jöel Holgado Prévost Diplomatura de Postgrau en Criminalista. Infoanàlisi i Tècniques avançades en Ciències Forenses Universitat Autònoma de Barcelona
Rarezas de la Mente IV “Sobre el Síndrome Strangelove”
Dada la naturaleza de las entregas anteriores que versaban, en los dos últimos casos, sobre psicosis cuyo principal foco de acción era el temor, creencia o sentimiento de ser poseídos por una fuerza superior, espíritu o criatura, creo interesante aprovechar el tirón y mostrar un caso peculiar, realmente extraño u, aún desde cierta distancia, un tanto relacionado. Desde el nacimiento de nuestra especie hemos creído en lo sobrehumano; dioses, monstruos y fenómenos inexplicables que se hacen las delicias de todo aquel amante de lo abyecto que disfrute de lo más inaudito de la parapsicología y tenga como posible ídolo a Iker Jiménez y toda su comitiva de científicos de lo extraño. Nuestra mente ha creado seres superiores, bestias infames e infinita cantidad de rarezas que pueden o no, servir para justificar un fenómeno que aún no comprendemos; así, alumbramos a Zeus, Odín, al Sandman, a los gigantes o, incluso, a los extraterrestres que, por cierto no, no niego que existan o puedan hacerlo, aunque si cuestiono su conexión con los imperios maya y azteca y su “vital” papel en la construcción de sus colosales infraestructuras. De hecho, la cosa es que, puesto que aún desconocemos como una sociedad, aparentemente, tan poco sofisticada como la precolombina ha logrado alcanzar semejantes logros arquitectónicos, ideamos, o al menos algunos no tan escépticos como yo y probablemente mucho más imaginativos, la teoría del alienígena que comparte su tecnología con los pueblos americanos preconnquista española; de la misma forma que se lo atribuimos a los círculos en las cosechas o la construcción del archiconocido Stonehenge.
El asunto, como puede entreverse, estriba en posesiones y en extraterrestres, dos términos que, no de forma casual he incluido y tratado de destacar ligeramente. ¿El motivo? Sencillo, y no se trata de una conspiración gubernamental o alienígena para controlar mi cerebro y conseguir que haga propaganda del nuevo orden mundial y facilitar la transacción mediante la cual los alienígenas se adueñaran de nuestras cuerpos, tal y como conjeturan diversas novelas y películas sobre este género, sino que se trata de algo mucho más simple, la enfermedad de la que quiero hablar se relaciona con la posesión y, como dato curioso, se la ha llegado a llamar varias veces como “la mano alienígena”. El término que parece muy sobrenatural de buenas a primeras, tiene su razón de ser básicamente según dos puntos:
-El primero es que, se menciona alienígena por la sensación de posesión inteligente que padecen las víctimas de este síndrome.
-La segunda, es una mera cuestión lingüística pues, la mano alienígena, en un sentido símil al de “mano ajena” trata de describir un comportamiento coherente aunque “lejos” del habitual, tal y como son los alienígenas, seres que imaginamos inteligentes pero operantes fuera de nuestro radio de acción, nuestra cotidianidad o, lo que es lo mismo, nuestro propio mundo. Dicho esto, debemos comprender que, igual que en el ejemplo anterior, los dolientes del síndrome del Doctor Strangelove, viven una cruda dicotomía, una dualidad casi platónica, en cierto sentido parecida a la propia del doctor Jekyll y Mr Hyde, que enfrenta su “yo” operante y el rebelde es decir, entre la parte del cuerpo que controlan y la mano que no. Este aspecto de pérdida de control, en realidad forma parte de nuestro día a día, aunque no solemos ser conscientes; con frecuencia, las personas corrientes experimentan actos psicomotrices involuntarios que, no por ello, resultan peligrosos
o consecuencia de alteraciones cerebrales preocupantes. En ellos, en las actividades involuntarias incluimos: los tics que, pese a que pueden surgir del proceso de sublimación de traumas más severos, lo cierto es que de por si no destacan por su gravedad, también, añadiríamos los movimientos inmediatos postdespertar que acostumbran a venir programados ya de serie en nuestro cerebro, las crisis atónicas, menos corrientes pero de breve duración, espasmos, fallos temporales en la masa muscular durante la efectuación de un movimiento que se resuelve con la creación por inercia de otra, síndrome de las piernas inquietas, entre otros posibles de mucha menor gravedad y mayor rareza si cabe. No obstante, para los enfermos del curioso Síndrome del Dr. Strangelove, el asunto trasciende a un algo bastante más serio, pudiendo llegar a ser una temible enfermedad. Los afectados, lejos de sufrir una sintomatología leve, padecen lo que según ellos describen: posesión maligna de la extremidad no dominante. Y digo maligna e insisto en ello porque la mano afectada parece vivir empecinada en deshacer todo cuando hace su tocaya opuesta, pudiendo llegar a realizar
tareas
tan
complejas
como
abotonar/desabotonar
una
camisa,
apagar/encender interruptores, usar herramientas, etc. Las
acciones
suceden
conscientemente
pero
involuntariamente
a
la
intencionalidad del paciente, de ahí que éste sienta la extremidad como un organismo externo y ajeno a él o a su voluntad, lo cual, en casos graves genera miedo, frustración, desconcierto que, en casos extremos, aún sin ser un rasgo muy propio de la enfermedad pueden derivar en paranoia, demencia y esquizofrenia; tres enfermedades que, curiosamente, en un menor número de casos son las causantes de las alteraciones en el puente de conexiones cerebral que provoca este síndrome. No obstante, el principal culpable de su aparición es el daño cerebral, casual o voluntario, producido por enfermedades neurológicas, infecciones, aneurismas, neoplastias o, operaciones cerebrales para tratar la epilepsia extrema. El caso que, ahora, a simple vista, puede parecer meramente anecdótico puede llegar a ser realmente trascendente pues puede degenerar en un sinfín de conductas delictivas difíciles no solo de juzgar sino de identificar y tratar. De hecho, como
consecuencia del Síndrome de la Mano Loca,
nombre por el que también es
conocido, se han producido casos de cleptomanía, agresión, masturbación publica y compulsiva e, incluso, el sonado caso de una anciana de 81 años, cuya mano trató de estrangularla aún pese a los soberbios intentos de la otra por refrenarla. Tal es la violencia que puede despertar este síndrome que, incluso, los propios pacientes, al ser conscientes de estos hechos y verse incapaces de contenerlos, lo temen; y no es para menos, pues, pasarte la vida sintiéndote impotente con el control de tu cuerpo y temiendo constantemente por aquellos actos involuntarios que realizan no puede dejar de ser al menos un tanto desesperanzador. De cualquier manera, aún pese a la inexistencia de tratamiento, la mayoría de los casos, que son más bien escasos, no alcanzan tales extremos y el paciente puede terminar por acostumbrarse o, si más no, adaptarse a su singular situación. No obstante, aún pese a ello, he aquí la verdadera cuestión; el hecho no estriba tanto en la gravedad o carencia de la misma de esta enfermedad, ni siquiera en su abundancia, o la capacidad de mantenerla a raya de los propios pacientes, si no en la potencialidad oculta tras esta enfermedad, pues deja una puerta entreabierta al delito de cualquier hijo de vecino lo suficientemente astuto como para fingir los síntomas con éxito y librarse de los cargos y las acusaciones sobre su voluntariedad al cometer actos criminales. Asimismo, también hay que tener en cuenta y considerar que, si bien, lo más grave que se ha notificado, pese a tratarse de un caso extremadamente excepcional, ha sido un intento de autoasesinarse, no debemos obviar que aún existe la posibilidad que algún aquejado de este síndrome pierda el control de su mano maligna y cometa un homicidio, en cuyo caso, se debería elaborar todo un nuevo protocolo de intervención a fin de tratar de encasillar el acto dentro de una categoría pues de darse, en este actual estatus, la línea entre el homicidio involuntario, el asesinato (con la actuación frenética de la mano loca, podría añadirse incluso ensañamiento) y el homicidio por enajenación mental o demencia psicológica se vuelve extremadamente delgada y puede afectar en sobre manera la distribución de las penas y el orden natural del juicio.
Por todo ello, una vez más, me reitero en mi conclusión; debemos conocer el mal y debemos hacerlo en todas sus formas; no obstante, con el mal mental debemos tener aún mayor cautela pues se oculta en la oscuridad el pensamiento y la conducta humana, motivo por el cual nos debemos mantener permanentemente alerta y debemos seguir indagando, día a día, exponiendo la enfermedad a la luz hasta que no tenga sombra tras la que ampararse.
Jöel Holgado Prévost