EL FUTURO PREVISIBLE

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EL FUTURO PREVISIBLE Mediado el quincuagésimo año del tercer milenio de nuestra era

Ricardo Idiazábal Escribá


Registro de la Propiedad Intelectual: Nº GU-029-2019 -10 h 17’


“A Greta Thunberg mi más sincero reconocimiento” “Especial mención a quienes viven la vida sin pretender que ningún otro ciudadano, se comporte, decida y piense conforme a sus deseos”

Mis disculpas a todas las personas no hispanoparlantes. Me resulta imposible expresar mis percepciones y sentimientos en un idioma distinto del materno.



PRELUDIO Año vigésimo del tercer milenio

Entre la pléyade de información que nos llega desde nuestra instalación en la globalidad del mundo actual con su vario pinto recorrido por asuntos que no nos interesan o no comprendemos, hace algún tiempo en un informativo de una de las cadenas de televisión de difusión nacional -haciéndose eco de otra cadena de implantación en el país más rico del mundo, supongo-, se leyó una reseña que anunciaba la avanzada investigación sobre la aplicación industrial de la propiedad que ciertas rocas tienen para absorber anhídrido carbónico; no siendo yo científico ni por aproximación, entendí que se trata de poner remedio al problema admitido por todos, al que se etiqueta como “calentamiento global”. En mi percepción, esta investigación llegará a buen término si los estudios de rentabilidad demuestran que es atractiva para los inversores; en consecuencia, si se consigue aminorar las emisiones del elemento al que se atribuye el problema, se irá erradicando éste. Asimismo forma parte de la percepción que digo, lo beneficioso de cuanto existe en este mundo en que vivimos; nada es sustancialmente malo: lo pernicioso está en la dosis. Dicen los estudiosos de los ecosistemas que nuestro “planeta azul” cuenta de forma intrínseca, con resortes equilibradores de las descompensaciones que puedan producirse durante la evolución de su propio proceso. Es decir: el propio planeta llegaría al equilibrio necesario para evitar el mal que se avecina; pero los tempos son otros, y la dosis de emisión es desmesurada, por tanto la “repara5


ción” expresada en tiempo sería proporcional a ésta, y la inmediatez necesaria para nosotros —los humanos— no es de recibo. Otro proyecto en estudio, parece ser, -a juzgar por la aparición de imágenes de un iceberg con formas geométricas perfectas, visto en una sola ocasión en los informativos de las cadenas de televisión- es la explotación de los recursos que permanecen bajo el hielo de los polos una vez desaparecido éste. Para la rentabilidad de la inversión en tal proyecto sería preciso que el calentamiento evolucionara con mayor rapidez. Con la aplicación de la rentabilidad material de cuanto se hace desde que la especie humana sustituyó el nomadismo por el sedentarismo; con el avance del conocimiento científico y con las dosis mal entendidas, ha ascendido al poder el “Rex Mundi de la creencia cátara” en su versión más tirana posible -el “Poderoso Caballero Don Dinero” de nuestro inmortal Quevedo-. Así el poderoso caballero (Me resisto a escribirlo con mayúsculas) ha dado lugar a lo que todos sabemos, y a lo que no sabemos pero intuimos. Hagámonos una idea de lo que pudiera suceder si la solución del problema del calentamiento global se afrontase con la propuesta de la investigación inmersa en “las teorías de nueva frontera” —entendidas como ungüento amarillo cuyo principal ingrediente es la inversión rentable—: llegaríamos a almacenar tal cantidad de anhídrido carbónico en algún depauperado lugar del Planeta, que la liberación instantánea del mismo sería apocalíptica. ¿Lo sabe el poderoso caballero?: sin ninguna duda, pero claro está que la solución al nuevo problema sería de una rentabilidad sin precedentes. No obstante, por si en la evolución apareciera alguna contingencia no solucionable con inversiones beneficiosas, “los tocados” por el “poderoso caballero” llevan años investigando sobre las posibilidades de vida, tal como la conocemos, fuera de nuestro mundo. Si en la globalidad virtual de nuestra actualidad hay “tocados”, tendrá que haber “no tocados” —lógico—. Aparece de nuevo en mi percepción el asunto de las dosis: la consecuencia directa de las cantidades obscenas de “poderoso caballero” que acumulan “los 6


tocados”, es el aumento, también obsceno, de las mini porciones de éste, en manos de “los no tocados”. Pero en este punto será necesario matizar todo esto del “planeta en que vivimos”: La especie humana no puede ni podrá cambiar un ápice el proceso evolutivo del planeta que como parece natural, está ligado al proceso que sigue el propio Universo. Entonces; ¿qué es eso del calentamiento y sus previsibles consecuencias?: Es la modificación de las condiciones que se han creado a lo largo de millones de años, para la aparición de la vida tal y como la conocemos. Si las hacemos desaparecer, despareceremos nosotros del planeta —un nosotros aplicado a cualquier forma de vida—. Pero esto tampoco es exacto porque existe una capacidad de evolución y adaptación que no podemos prever. En esta situación, con las rentabilidades que proporciona “el poderoso caballero” a sus tocados, es más que probable que éstos, tengan prácticamente decidido el sitio donde podrán ir cuando las “nuevas teorías de frontera” se hayan agotado. A todo lo dicho se unen los asombrosos avances relacionados con la inteligencia artificial —IA— que, según dicen, será capaz de sustituir al hombre en trabajo, organización, mercadotecnia, diseño de objetivos, etc… Ahora, en el momento por el que circulamos, se ha empezado a enseñar la consecuencia de la aplicación química de los hidrocarburos y claro, no le va a la zaga a lo ya dicho; ¡Madre mía, el plástico! La solución urgente -parece ser- es la progresiva sustitución por el papel; ¡Madre mía, la masa forestal! También se asegura que la propia IA podrá sustituir, ¿por qué no?, en ingenio, imaginación y creatividad cultural en todas sus manifestaciones, al ser humano. Cierto es que existe una tímida reacción de las instituciones mundiales al respecto desde hace décadas, a través de reuniones programadas por “los países más ricos del mundo”. Nunca han llegado a conclusiones definitivas; algunos han abandonado las reuniones por considerar que si se pone coto a sus emisiones quedarán descolgados de lo conseguido ya por los que dominan el cotarro. Otros, ante la perspectiva de perder la hegemonía ya conse7


guida, con lo que significa tal contingencia para su dominio del “Rex Mundi”, se han unido a los primeros. Eso sí, los que no se han marchado se han repartido entre ellos, cuotas de contaminación sostenible y han abierto la puerta a una nueva especulación; podrán “ceder” el sobrante del cupo que les ha correspondido a países que no cumplan con lo acordado —mayor dosis de “Rex Mundi” todavía—. Bueno pues todo lo dicho deja claro, creo, el camino por el que se circula. Pues con todo lo que acontece, mi percepción es optimista: ¿por qué no ha de ser posible un desarrollo sostenible para todos? Al menos, de forma tímida, grandes corporaciones comienzan a incluir mensajes con el concepto “Sostenibilidad” en sus diseños de mercadotecnia y difusión publicitaria. Intento explicarme con fidelidad a la convicción que me invade; cuanto sucede está inmerso en un camino encorsetado del que será imposible salir: “El Futuro previsible” se hará presente en el desenlace de la fábula que a continuación comienzo.

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LA ADAPTACIÓN DE LOS NO TOCADOS Basada en la obra homónima de teatro estrenada en el transcurso del año 2005

Texto original de

Martín Arzoz



Mediado el septuagésimo año del tercer milenio de nuestra era

LA EXISTENCIA DE LOS NO TOCADOS INMERSOS EN LA ADAPTACIÓN YA CUMPLIDA

En esta noche de Luna llena, en la parte más occidental de una extensa meseta desértica entre cerros, sobre una roca basáltica de dos metros de altura, un camaleón de considerable tamaño mimetizado con su entorno, observa tranquilo la extensión de terreno que la luz del satélite natural permite ver. Sin motivo aparente levanta la cabeza, la mueve a derecha e izquierda y adquiere una tonalidad verdosa que deja de confundirle con la roca; iluminado por la claridad que proporciona el reflejo lunar se muestra nítido a cualquier mirada. (“El camaleón”: Se trata de un magnífico ejemplar muy parecido —prácticamente igual— a aquellos que otrora poblaron los ecosistemas terrestres. Dos singularidades muestran su evolución con respecto a aquellos: su gran tamaño, y su capacidad de comunicación con el resto de las especies que aún moran en la Tierra. Estas dos características reconocidas por todos le dotan de gran predicamento, y es de práctica común escuchar sus relatos de los acontecimientos que antaño fueron el origen de la devastación de ogaño, entre los individuos de las distintas especies adaptadas a las condiciones de vida actuales del que una vez fuese Planeta Azul). No tardando mucho aparece la silueta de un humanoide erguido sobre sus dos pies que camina con lentitud. Llegado a la roca se sienta en el suelo y el camaleón, mostrando gran alegría, baja a la arena resaltando su tonalidad verde para hacerse más visible: 11


—¡Bonita noche! —exclama el recién llegado, a forma de saludo. —¿Miras a la Luna? —pregunta, el Camaleón, a forma de devolución del saludo. —¿Sabías que los primeros humanos que llegaron allí, dijeron que la única obra hecha por el hombre que podía verse, era La Muralla China? —pregunta, el visitante. —Algo de eso tengo entendido —responde, el Camaleón. —Ahora, después de lo sucedido, la única obra hecha por el hombre que se ve, no está en la Tierra: es esa de ahí arriba —dice, el recién llegado. —Sí, la veo —afirma, el Camaleón—; refleja la luz como si de un candil macabro se tratase. ¿Tú crees que será una fiel reproducción de lo que un día fue nuestro Planeta Tierra? —pregunta. (“El Dominante” —así se conoce al recién llegado—: Es el resultado de la evolución y la adaptación humana a las condiciones posteriores a la marcha de los “tocados”, una vez que la vida en el planeta perdió cualquier rentabilidad y el “poderoso caballero” dejó de ser “Rex Mundi” para marchar al nuevo sitio con los “tocados”. Tiene aspecto humanoide y camina erguido; de estatura y masa corpórea más o menos cercana a la estética al uso de comienzos del siglo XXI, ha perdido capacidad física, se mueve lentamente y con dificultad como consecuencia de la escasez de oxígeno. La distancia entre la cuenca de los ojos ha aumentado considerablemente—lo que sin duda facilita una visión práctica de trescientos sesenta grados, con movimientos leves de cabeza—, y la agudeza visual ha adquirido cualidad de nictalopía. La sensibilidad auditiva ha aumentado en gran porcentaje, respondiendo a frecuencias más bajas, los pabellones auditivos han disminuido de tamaño, y la piel ha perdido humedad tornando ajada. Es considerado —junto con el resto de los de su especie— guía espiritual de la totalidad de los supervivientes, y suele acompañar al Camaleón en sus aserciones). El recién llegado, mira hacia un punto luminoso que, por cercanía, brilla tanto como la propia Luna y se encoje de hombros: —No lo sé —dice—; pero imagino que con esa capacidad de modificar los designios de La Naturaleza, con que se dotaron, llegaron a creer que podían sustituirla. Cuando aquí las cosas se pusieron feas, previendo la 12


debacle, construyeron ese… no sé cómo llamarlo, digamos sitio; se fueron, y ahí están, al menos como tránsito hacia el planeta sobre el que han centrado sus inversiones. Pienso que aun sirviéndoles para vivir, no será una reproducción exacta de las extintas condiciones de vida aquí: para mí, eso es imposible. —Bueno, pero… se habrán basado en sus conocimientos de la propia Naturaleza, ¿no? —razona, el Camaleón. —A la vista está el reflejo de la luz que le llega. Lo que percibimos desde aquí es una imagen distante y global de lo conseguido; cómo es, cómo lo han organizado, cómo evoluciona, no llegaremos a saberlo. Aunque para mí, nadie, ni tan siquiera el sabio más grande que se pueda imaginar, es capaz de adquirir un conocimiento exacto del funcionamiento de La Naturaleza; y mucho menos prever las consecuencias de cualquier intervención puntual en alguno de sus resortes para el equilibrio de su funcionamiento —dice, el Dominante—. El resultado será una gigantesca ilusión colectiva, como lo fue entonces; mercadotecnia pura y dura. Verás: a la leche, base del alimento de los mamíferos, hubo un momento en que por mor de una alimentación más equilibrada y más sana, se la desnató, se la descremó, se la sometió a procesos de conservación, envasado, y transporte; apareció entonces la industria de los derivados lácteos con sus propios procesos de producción masiva, publicidad, distribución y rentabilidad. Por motivos que escapan a mi raciocinio, cuanto se había quitado se le fue añadiendo sintetizado por la industria; más tarde aparecieron nuevos productos que fueron presentados como alimentos con mejoras muy beneficiosas; y digo yo: si la leche venía ya con todo lo necesario para alimentar a los humanos —en cuanto mamíferos— de forma natural, ¿por qué se hacía todo eso? —Ya; pero eso se hizo con la totalidad de cuanto ponía a nuestra disposición la propia Naturaleza —dice, el Camaleón—. Fue de tal magnitud que, en aras de una hipotética mejora de la calidad de vida, fueron modificándose los equilibrios naturales de millones de años; así comenzaron a desparecer los bancos de coral, responsables en gran medida de la formación de la Atmósfera; se explotaron los recursos de los mares con criterios de rentabilidad desmesurada, —llegaron a afirmar que eran infinitos, con rotundidad—. 13


Los mismos criterios fueron empleados para la agricultura: se utilizaron rejas que removían la tierra a mayor profundidad para producir cosechas nunca conocidas. En no más de una década desaparecieron los nutrientes que durante millones de años había acumulado la tierra: el resultado fue la desertización de grandes extensiones de terreno. La solución al efecto sobrevenido por la necesidad de dar rentabilidad a las inversiones, no fue disminuir la producción; fue añadir a la tierra fertilizantes sintetizados por la industria en laboratorios. La gran multinacional del sector de la agricultura modificó la genética de las plantas, de forma que las cosechas aumentaron en progresión geométrica. La gran producción cegó al sector agrícola, se utilizaron las semillas de la gran multinacional; pero el grano cosechado no era útil como semilla y… si se quería seguir produciendo, no había otro remedio que acudir a los almacenes de “la gran multinacional” y pagar por las semillas el precio que marcaba ésta. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) propuso la creación de un banco de semillas naturales que paliara una posible época de malas cosechas. Ahora pienso que, de alguna forma, aquella propuesta no fue otra cosa que una consideración a futuro, de las consecuencias de la rentabilidad económica de los transgénicos. —Yo —ataja, el Dominante— soy más crítico; aquel banco se creó con el apoyo de las grandes empresas multinacionales, aprovechando la buena voluntad del organismo internacional, en previsión de mantener el objetivo de rentabilidad de la actividad que desarrollaban. —Comenzó una época de calentamiento de nuestro Planeta; circunstancia favorable para la explotación de recursos como los combustibles fósiles almacenados en el interior de los casquetes polares —explica, el Camaleón —. ¿Fue de especial trascendencia para recorrer el camino que nos trajo hasta lo que tenemos en la actualidad? —pregunta. —Sin ninguna duda responde, el Dominante —. Se vio en una ocasión —solo en una ocasión—un descomunal iceberg desprendido del Circulo Polar Ártico con forma de rectángulo perfecto que daba a entender la intervención humana, mediante la utilización de tecnología láser, por la perfección geométrica en sus lados y sus ángulos. En el convencimiento de la 14


falta de líneas rectas y ángulos de noventa grados en desprendimientos de bloques de hielo de los círculos polares o de los grandes glaciales, unidos ambos efectos a la corta difusión mediática que tuvo tal singularidad, es fácil discernir que el proyecto de explotación diseñado era de una rentabilidad sin precedentes y… aplicación de “teoría de nueva frontera”. —¿Por aquel entonces el proyecto de ahí arriba ya estaba en marcha? —pregunta, el Camaleón, señalando hacia el punto luminoso. —¡Claro! —exclama, el Dominante— Ya llevaban décadas en ello. Amigo, va llegando el momento de retirarse; el Astro Rey empieza a iluminar nuestra finca. Te emplazo a la nueva aparición de la luna; veremos si sigue brillando el artilugio siniestro o ha partido ya hacia su destino final. La luz del Sol, con sus tonos rojizos, comienza a aparecer por el horizonte para ir enseñoreándose de cuanto se ve, de forma paulatina. El Camaleón se acerca a su roca, se pega a ella, e inmóvil, se mimetiza con el entorno que lo rodea hasta desaparecer a la vista de cualquier observador, mientras el Dominante —con su marcha pausada—emprende camino a su lugar de descanso. Mientras esto sucede, a tres lunas de camino hacia el Oeste, un cuadrúpedo dispuesto a evitar la radiación solar, se dirige hacia la oscuridad de la gran cueva donde se protege de la exposición a los rallos del Astro Rey. (“El Cuadrúpedo” es descendiente de aquellos caballos conocidos por “mesteños” que los conquistadores españoles llevaron al nuevo continente; pequeños, rudos, fieles a sus dueños, y con gran capacidad de trabajo. Ha perdido masa corporal y camina con lentitud y dificultad para coordinar movimientos). En su camino se cruza con un humano enfundado en un traje de última generación —versión actualizada de los utilizados por los primeros que pusieron el pie en la Luna—, que con palpables muestras de impaciencia mira en todas direcciones buscando algo. Al verle, lo llama: —“¡Eh, tú!” —dice— “¿Qué quieres?”—responde, el Cuadrúpedo, deteniendo la marcha. El enviado de los tocados por el “Rex Mundi” se acerca con rapidez, e inquiere: 15


—Estoy buscando a los Robots, ¿los has visto? —No, apenas se mueven; hay poca energía para ellos. Deben ahorrar y viven en actitud estática —responde, el Cuadrúpedo. (“Los Robots” son los descendientes de aquellos que en su momento protagonizaron los maravillosos avances de los programas de inteligencia artificial que tan boquiabiertos dejaban a los humanos de la globalización. Presentaban imagen humanoide y eran capaces de reconocer personas, cosas y situaciones. Su misión era ayudar a los primeros a llevar una vida más fácil, más tranquila, y más “feliz”). —¿Sabes dónde puedo encontrarlos? —pregunta, el Enviado. —Espera ahí; en cuatro o cinco lunas, alguno pasará —responde, el Cuadrúpedo. —¿Cuatro lunas…? ¡Tú estás loco!; yo no puedo esperar cuatro lunas — asegura, incrédulo, el Enviado. —Bueno; pues márchate —contesta, le Cuadrúpedo, encogiéndose de hombros. —¡No puedo irme, tengo necesidad imperiosa de verlos! —exclama, el enviado, en tono amenazante. —Serio dilema tienes: no puedes esperar para verlos, y no puedes irte sin verlos. Necesitas la concurrencia de un Dominante capaz de arbitrar una solución —razona, el Cuadrúpedo. —¿Y dónde hay un Dominante? —pregunta, el enviado, con muy mal estilo. —Pasará por aquí en cuatro o cinco lunas —responde, indiferente, el Cuadrúpedo. —¿Te mofas de mí? —No —asegura el Cuadrúpedo —; pero si experimentas tal sensación, un Dominante podrá aclarártelo. —Bien, bueno vale; no quiero ver Dominantes – dice, el enviado —. Necesito que me indiques la dirección en que debo de caminar para encontrar a los robots. —¡Puf…! ¿Buscarlos tú?; eso es imposible —asegura, el Cuadrúpedo. —¿Por qué? —pregunta, el enviado, con extrañeza. 16


—¡Coño…! Porque nadie sabe dónde están —responde, el Cuadrúpedo. —Entonces… si necesitáis verlos, ¿qué hacéis? —Ya te digo; sentarnos ahí y esperar que pasen. —¿Y si no pasan? —Esperar que pase un Dominante y solicitar su consejo. —¡Pero bueno! ¿Es qué aquí nunca tenéis prisa? —pregunta, colérico, el enviado. La respuesta del Cuadrúpedo es dar media vuelta e iniciar su marcha lenta para alejarse del lugar, ciertamente atufado por la conversación con el llegado. Alejado un par de metros se vuelve y proyectando la voz, dice: —¡Solo se tiene prisa cuando hay alguna propiedad que proteger! —¿Qué pasa; no tenéis nada? —No. —Vamos…; tú me engañas. ¿Algo tendréis? —Vienes de ahí arriba, ¿verdad? —Sí. —Pues… “amigo”; no dejasteis nada; nada hay. —Pero… ¿trabajaréis, no? —Nos procuramos el sustento. —¿Compraréis lo que necesitáis? —Compartimos lo que tenemos. —No comprendo; ¿Aquí no hay normas? ¿No manda nadie? —Normas que regulen, ¿qué? —Hombre…; la convivencia, los derechos comunes e individuales, los… —Aquí, ahora, la norma fundamental es la supervivencia, y dentro de ella, la subsistencia. Con tal premisa no necesitamos a nadie que mande; y si nadie manda, ¿Quién dicta normas? —¿Entonces no tenéis delincuencia? —¿Eso qué es? —Pues… verás: La delincuencia… Las normas… ¡No comprendo cómo podéis…! 17


—No te esfuerces; ¿cómo quieres comprender algo tan sencillo y “natural”, si teniéndolo en la mano os encargasteis de destruirlo? Si lo hubierais comprendido estaríais aquí disfrutando de lo que perdimos todos. Venga me marcho que ya cansa este dialogo para besugos. Marcha el Cuadrúpedo en dirección Oeste, con la lentitud de marcha que caracteriza a todos los sobrevivientes del planeta; el enviado hace intención de detenerle pero, poco contento con el resultado del encuentro, decide cambiar su estrategia y emprende camino en dirección Este. No muy lejos de allí, subido en una roca de pequeña altura el Lunático arenga a un nutrido grupo de descendientes de los que dejaron los “tocados”: —¡Ah… inmenso Cielo! Maravillas veremos de las que hablarán nuestros descendientes. —¿Qué dices Lunático? —pregunta, un Dominante —¿Qué hables con tu lengua de Loco? No interrumpas la calma; descansa. (“El Lunático” descendiente de aquellos que vieron con claridad el inexorable camino que en su momento emprendió “La Humanidad”, cuando el progreso tecnológico fue entendido desde la certidumbre de su rentabilidad económica. Alto, espigado, brazos largos, manos delgadas, estrecho de caderas, piernas a juego con los brazos, pies anchos y largos; cabeza terciada de tamaño, cuello delgado, voz potente y bien timbrada, hombros estrechos y columna arqueada. Visto de perfil asemeja la imagen de cuarto menguante de Luna; de ahí el nombre por el que le conocen todos). —¿Qué sería de todos vosotros si yo descansara? ¡Debemos permanecer vigilantes; el peligro vuelve a acechar! —responde, en tono confidencial. —¿Qué peligro puedes ver tú desde esa roca en la que moras? —Están aquí, merodean; y con ellos su concepto de inversión rentable y su servidumbre incondicional a la riqueza material. —razona, al Dominante, en voz baja— ¡Quieren llevar esclavos ahí arriba, necesitan quien trabaje para ellos! —apuntilla, proyectando la voz. —¡Cada vez estás más loco! ¿Cómo has dado en pensar así? —pregunta, el Dominante, incrédulo. —No es un pensamiento, es una premonición —asegura, el Lunático. 18


—Te pediré un favor: cuando la premonición torne a realidad, avísame —dice, el Dominante, endureciendo la expresión de la cara. —¡Resulta imposible dilucidar entre premonición y realidad cuando de los de ahí arriba se trata! —sentencia, el Lunático, proyectando la voz. —¿Pero tienes algún indicio? — No soy yo quien considera a ultranza los indicios; investiga tú —aconseja, el Lunático, para apostillar: —Que es preciso estar preparados para cualquier contingencia imprevista. Se baja el Lunático de su roca, y el Dominante se aleja muy despacio; con la lentitud que la caracteriza. * * * El enviado de “los tocados”, muy contrariado, sin llegar a comprender lo hablado con el cuadrúpedo, y sin un plan de acción definido, ha permanecido impotente en las cercanías del sitio en que mantuvo la conversación. Mirando al punto luminoso del que ha venido, valora la posibilidad de regresar sin haber cumplido la misión que le han encomendado, preocupadísimo por las consecuencias del incumplimiento. Instalado en semejantes cuitas no percibe la presencia de un artilugio mecánico —último modelo de inteligencia artificial— que quedó en la finca conocida en el pasado como “Planeta Azul”. El artefacto al verle, entre contento y dolido, exclama: —¡Bonito encuentro! ¿Qué hace aquí el enviado de nuestros creadores? —Traigo una propuesta de mis superiores. —¿Tus superiores se acuerdan de nosotros después del tiempo transcurrido? —Todos nos acordamos de vosotros; somos vuestros creadores. ¿Cómo íbamos a olvidaros? —asegura, sonriente, el enviado. —Una creación y una fabricación para un solo uso —dice, el Robot—: nos fabricasteis y nos utilizasteis; cumplimos con vuestros deseos y necesidades, colaboramos con vuestro proyecto, y cuando hubo terminado no tuvimos sitio en vuestras naves: nos quedamos viendo como partíais “al nuevo Paraíso”. 19


—Eso no es exactamente así —responde, el enviado. Olvidando las congojas que hasta el momento le han invadido, éste, pone en práctica la verborrea y los argumentos en que ha sido instruido para presentar las inmejorables bondades de que el inmenso artilugio brillante de arriba es poseedor y pasar sin solución de continuidad, a proponer su oferta: Al mejor estilo de un anuncio publicitario —sin mencionar la letra pequeña que conforma la totalidad del contrato que se dispone a proponer— comienza su exposición: —Por eso he venido; ahora, con los objetivos de nuestra primera fase cumplidos, formáis parte fundamental —siempre habéis estado en el organigrama de nuestro proyecto— en el desarrollo de la segunda fase. En este estadio de nuestro progreso tendréis la oportunidad de compartir como parte imprescindible —no podía ser menos— el desarrollo y los nuevos objetivos que darán paso a la tercera y definitiva fase. Es pues menester que con la mayor urgencia posible os incorporéis mediante la firma del pertinente contrato cuyas clausulas generales son: Primera; contrato de permanencia indefinida. Segunda; retribución a nivel de responsables de proyecto. Tercera; inclusión en todos los beneficios sociales inherentes al puesto que desarrollareis. Cuarta; derecho a vacaciones anuales retribuidas. Quinta; plan integral de retiro para el momento en que finalice vuestro periodo de actividad. Y sexta; derecho a acceder a cualquier mejora y actualización de vuestro software. En cuanto a las especificaciones que aparecen en el anexo, se trata de cláusulas necesarias para cumplir la vigente “Ley General de Contratos” que regula las relaciones contractuales entre Empresa y trabajadores, en todas sus escalas de responsabilidad. —Es agradable escuchar tus palabras —dice, el Robot—, pero olvidas que nosotros somos máquinas creadas por vosotros; nuestra inteligencia es artificial y, salvo el apartado sexto de tu exposición, las otras cinco propuestas no son aplicables a nuestras características. —Ya; te comprendo —responde, el enviado—; pero comprende tú que hay establecidas normas generales que regulan las relaciones contractuales entre empresa y trabajador, y que son de obligado cumplimiento. Vuestra singularidad es motivo de cláusulas adicionales: estaréis encuadrados en el 20


diseño y organización de servicios fundamentales de la segunda fase del proyecto. —Eso suena bien —responde, el Robot, mientras observa a su interlocutor— ¿Por qué vas armado? —pregunta. —Pertenezco a las fuerzas del orden y la seguridad. —Orden y seguridad; ¿de qué enemigo tenéis necesidad de defenderos? —Pues…; de los enemigos de lo ajeno, de los que lanzan proclamas, de los que no respetan las zonas privadas, de los que transgreden las normas de convivencia, de los inadaptados, de los que hacen uso indebido del sexo, de los que consumen productos catalogados como prohibidos; de los que no cumplen con el fisco, de los que hacen caso omiso de los preceptos divinos… —¿Tendréis mucho trabajo? —ataja, el Robot. —Cierto; pero como somos muchos, cumplimos con rapidez y eficacia —responde, ufano, el enviado. —Por curiosidad; ¿qué hacéis con quienes caen en vuestras redes? —Ponerlos en manos de la Justicia. —¿Para qué caiga su peso sobre ellos? —¡Sí señor, así es! —¿Y pesa mucho vuestra justicia? —¡Qué importa eso ahora! —exclama, el enviado—. Decide sobre mi propuesta porque llevo dos lunas en esta ocupación, y ya no puedo esperar más. —Lo pondré a la consideración de los demás —dice, el Robot—. Pasadas cuatro lunas tendré en mi poder una aproximación de la decisión que se tomará… —¿Cuatro lunas…? —interrumpe, el enviado—. ¡Tendrá que ser antes, no puedo esperar! —exclama. — ¿Qué tiene que ver el tiempo? —pregunta, el Robot—. Lo importante es la decisión que se tome. —Cada Luna de retraso, con la estructura de servicios fundamentales que tenemos, se disparan los costes de forma exponencial —razona, el enviado—. Con la espera a que me sometes será imprescindible modificar la previsión e incrementar el importe con lo que tiene de perjuicio para vosotros. —¿Para nosotros? 21


— ¡Solo se puede repercutir en las partidas dedicadas a vuestras retribuciones, y a vuestras ventajas sociales! —sentencia, el enviado. —No puedo hacer nada; es lo que hay. Marcha el enviado en dirección Oeste y el Robot se sienta pensativo sobre la roca más cercana. En tal situación acierta a pasar por allí el “Mutante Tecnológico”: —Muy pensativo te veo —dice. —Tengo un serio dilema; debo tomar una decisión de suma importancia. —¿Hay algo transcendente en la desolación en que vivimos? —¡Claro que lo hay! —exclama, el Robot, muy enfadado. —Bueno, bueno; no te enfades —dice, el Mutante Tecnológico, conciliador. —Disculpa, no me enfado; es que ha venido un enviado de “los tocados”. —¡Sorpresa…! ¿Qué quiere? —Que nos vallamos con ellos. —¿Ahora… después de los que aconteció? ¿No te resulta sospechoso? (“El Mutante tecnológico” fue el resultado de la comercialización masiva de robots a bajo coste, operando por Internet. El objeto de estas operadoras, diseñado para llevar a cada hogar alguno de sus productos a través de las redes, consistió en inundar los mercados de cualquier mercancía fabricada con poca o ninguna garantía de duración más allá de la novedad que representaba —obsolescencia programada—. Así los mutantes fueron los más numerosos de cuantos quedaron en el desértico Planeta Tierra. Ajados, oxidados, descoloridos, faltos de energía, dieron lugar a la mayor acumulación de chatarra jamás conocida —llegaron a superar la que resultó del desecho de los motores de combustión de cuatro tiempos, y de la totalidad del de la industria automovilista—). —No; creo que por fin somos dueños de nuestro destino —razona, el Robot. —Bien —concluye, el Mutante Tecnológico—; no seremos nosotros quienes pongamos pegas a vuestros deseos. Transcurridas ocho lunas, los robots, parten con el enviado hacia el sitio brillante que los humanos han fabricado en el Firmamento. 22


* * * Con la Luna en el zenit de su recorrido, el Dominante camina con su lentitud habitual con la intención de mantener uno de sus frecuentes contactos con el Camaleón. A lo lejos aparece un punto luminoso que aumenta de tamaño de forma progresiva; detiene su marcha y centra su atención en quien se aproxima. Conforme la luz se acerca comienza a percibir el sonido de un artilugio metálico impulsado por un motor de explosión que produce el conocido efecto Doppler en su percepción auditiva. Detiene la marcha, y espera la llegada del artilugio: —¡Mucho tiempo sin verte, Motero! —saluda, una vez junto al recién llegado. —Desde la última vez; si no me engañas —responde, el Motero. (“El Motero”, último reducto de lo que un día fueron los vehículos a motor, ha evolucionado por mor de la escasez de combustible fósil, y representa a quienes se mueven algo más deprisa que el resto cuando, subido en su máquina, se desplaza bajo la luminosidad lunar. De baja estatura, utiliza un carcomido y ajado casco de cuero, y a duras penas se comunica con el resto de “no tocados”). —Necesito tu ayuda —dice, el Dominante. —¿Qué puedo hacer yo con mi moto y mis costumbres que te sirva de ayuda? —Tus costumbres son tuyas; yo no tengo nada contra ellas. Tu moto es tuya y deberá seguir siéndolo, que no es interés de nadie quererla ni utilizarla —responde, el Dominante. —Pues di entonces cuál es tu necesidad por si fuera de mi interés prestarte ayuda. —Quiero pedirte que tú, ya que te mueves con mayor rapidez que el resto de nosotros, preguntes e indagues si alguien tiene noticias de los “tocados”. — No es mi costumbre andar por ahí inquiriendo y entrometiéndome en la vida de los demás; ya tengo suficiente con ajustar la mía —responde, el Motero, mostrando mal genio. 23


— Lo que te pido no es intromisión en la vida de nadie; no te pido que digas a los demás lo que deben hacer. Solo quiero que me avises si te enteras de la razón por la que han venido los de ahí arriba. —Puedo considerar tu petición pero no me comprometo a nada; si cuadra la cosa, algo te diré. Marcha el Motero mientras el Dominante continúa su camino. En lugar de dirigirse a su sitio de descanso, decide caminar mientras reflexiona sobre los recientes acontecimientos. En un momento de su paseo percibe la presencia de un grupo de adaptados; se acerca y, sin que los reunidos se percaten, escucha las palabras del Lunático. Éste, distanciado de su lugar habitual mantiene sus predicciones en relación a los humanos del Firmamento: —No los queríais abandonar —dice —pero ellos pertenecen al otro mundo para eso fueron creados; sus descendientes no forman parte del proyecto. —¿Qué intentas decir? – pregunta, el Mutante, ciertamente contrariado. —Que no sois parte del proyecto; pero no sufráis porque terminada la fase, cuando los Robot dejen de ser útiles… ¡vendrán a por vosotros! No existe mano de obra más barata. —¡No señor!; hemos sido nosotros quienes les hemos abandonado. Nuestro espíritu es similar al de ellos. —Apreciado Mutante; para los de ahí arriba no existe el espíritu cuando de rentabilidades se trata. Y repito; vendrán a por todos porque este erial siniestro en el que estamos fue un día su casa y, aun habiéndola abandonado, siguen teniéndola como suya; esa certidumbre les da derecho a remover los restos. —No te soporto más; me voy. Marcha el Mutante hacia el Este, bajo la atenta mirada del Lunático; momento que aprovecha el Dominante para acercarse desde el Suroeste. Conforme se aleja, el orador se dispone a continuar con una nueva aserción, pero el recién llegado se adelanta, para decir: 24


—¡No pasa nada! Los Robots se han ido con ellos porque así lo han querido. A éstos, no les han propuesto nada. Además; con decir no, asunto concluido. —¿Cómo sabes que no les han tentado? —Porque me informa el Motero —aclara, el Dominante—. No puedo entender que quieran llevarnos; no comprendo cómo después de lo acontecido alguien esté dispuesto a aceptar marcharse con ellos. —Con los de ahí arriba no sirven negativas, no se puede elegir; lo hacen ellos por ti —razona, el Lunático, en tono confidencial—: ¡Alguien volverá y glosará maravillas de lo que allí acontece! —Es lógico que los Robots se hayan ido, los demás no tenemos por qué hacerlo; quien no quiera ir, debe negarse. —El sistema, querido Dominante, consiste en que los derechos reconocidos en las normas fundamentales sean de imposible aplicación, porque es de necios elegir una opción que se presenta como perniciosa para uno mismo, aun a costa de la norma. Y, claro, ya saben ellos cómo demostrar que todo lo de aquí es muy malo, en contraposición a todo lo de ahí arriba, que es muy bueno. —Pero la necedad también es una forma de ser —asevera, el Dominante. —No es necio quien reivindica el derecho a serlo —razona, el Lunático—. Mas ese derecho íntimo a mejorar que todos tenemos, será manipulado y utilizado de forma magistral por “los tocados” para crear falsas expectativas que faciliten la consecución de sus objetivos. Hasta tú, paradigma de sabiduría, equilibrio, y libertad de pensamiento, terminarás sucumbiendo. —Aseguras que sucumbiré —razona, el Dominante— y con sinceridad, aun no queriendo, admito que puedan aparecer fisuras en mi convicción. Pero responde a mi pregunta: ¿También tú terminarás cómo predices que lo haré yo? —¡Yo soy lunático; estoy loco! Y amigo Dominante, la locura nunca sucumbe; es el único estado mental imposible de manipular o cambiar, incluso es inmune a influencias exteriores… de ahí arriba. Mas queda tranquilo; terminaré diciendo mis locuras desde una roca del punto luminoso. 25


—De cualquier forma analizas cuanto acontece desde una óptica en exceso pesimista; ¡no será tan fiero el León como lo pintan! —No pasará nada, pero tú habla con todos, adviérteles, haz que vean quienes somos nosotros y lo que son ellos; por si podemos evitar que llegado el momento nos engañen; como es costumbre hecha Ley, a fuerza de considerarla cultura ancestral —concluye, el Lunático. * * * Doce ciclos lunares más tarde. EL Dominante y el Camaleón, en su sitio habitual de encuentro, mantienen una reunión extraordinaria con la intención de analizar los últimos acontecimientos relacionados con “los tocados”, de los que llegan noticias vagas: —¿Continuas preocupado por la marcha de los Robots? —pregunta, el Camaleón. —Ni me preocupa ni deja de preocuparme —responde, el Dominante— En definitiva ha sido una elección libre, y como comprenderás nosotros no somos quien ni tan siquiera para criticarla. No obstante estoy en la certidumbre que es nuestra obligación informar a los demás de lo que creemos significa aceptar las proposiciones de “los tocados”, por si la propuesta llega a alguien más. —Yo creo que adaptarse a una nueva situación, dado nuestro devenir vital, no resultará difícil: si se ponen las cosas duras, nos iremos. —Conforme; pero eso no nos exime de cumplir con nuestra obligación. Nos repartiremos la tarea: tú informa a cuantos veas desde aquí hacia el Oeste, yo haré lo propio hacia el Este. De común acuerdo ambos compañeros emprenden su misión informativa. Cumplidos sus compromisos, ciertamente fatigados, se retiran a sus lugares de descanso a la espera de la nueva puesta de Sol. * * * 26


Con la llegada de la noche, el Dominante busca al Lunático con el fin de mantener actualizada la información inherente a los acontecimientos de última Luna. Lo encuentra sentado sobre la roca desde la que, de forma habitual, arenga a quien se acerca: —Hemos informado a todos —explica, el Dominante— Ya saben lo que puede suceder si deciden aceptar. —¡Eso, querido amigo, es muy poco! —¿Qué más se puede hacer? —¡Obligarles a decir que no! —Pero, ¿en qué cabeza cabe que impongamos nuestros criterios a los demás? —En la certeza que irse es una decisión mal tomada —concluye, el Lunático. Escuchan un ruido acercándose de forma paulatina: se trata de un artilugio que se mueve con facilidad valiéndose de la poca densidad atmosférica que ha permitido la “adaptación de los no tocados”. Una vez posado en el suelo, dice: —No corren buenos tiempos para vosotros. —¿Y para ti? —pregunta, el Dominante. —Para mí ya corrieron —responde, el Pájaro de Mal Agüero— Ahora no son buenos ni malos; simplemente no corren. —¿De qué intentas advertirnos? —pregunta, el Lunático. (“El Pájaro de mal Agüero”: es el nombre con que se conoció a los inventos bélicos aparecidos a finales del siglo décimo noveno que fueron perfeccionándose durante las dos grandes guerras del vigésimo, que se aplicaron al negocio del transporte civil, y generaron, generan y generaran beneficios económicos de magnitud desconocida. El nombre identificativo se lo dieron los “no tocados” porque amen de lo dicho, trajeron, traen y traerán destrucción, desgracia, dolor, sufrimiento y desesperación en nombre de la imbecilidad humana justificada por adicción a distintas creencias trascendentes a la vida, según su propio interés. Su presencia en el Planeta devastado —debido a la poca densidad de la masa atmosférica—fue sustituida por el “maravilloso invento” de menor peso y menor consumo, que conocieron todos los humanos 27


de la Globalización en su versión bélica, como “Dron”. No mucho más tarde aparecieron como níscalos en otoño, en su versión de bajo coste: éste, es un ejemplar de aquellos). —¿Qué intentas decirnos? —pregunta, el Dominante. —Vengo de arriba; necesitan mano de obra para realizar las funciones que consideran denigrantes para hacerlas ellos mismos. Los robots trabajan en paupérrimas condiciones y, aun retribuyendo su trabajo con cantidades que pueden resultar atractivas, les cobran cuantos servicios les presentaron como ventajosos; así se ven abocados a realizar esfuerzos por encima de sus posibilidades para afrontar los gastos; ya han sucumbido gran parte de ellos. Los “Tocados” responsables del cumplimiento de los objetivos, ya ha considerado la necesidad de bajar a por los descendientes de los desdichados robots. Empero, no termina ahí la cosa: de un concienzudo estudio de capacidad e ingenio se desprende que los descendientes directos de los humanos que aquí quedaron, son más creativos y tiene mayor intuición que las inteligencias artificiales. Así es que ya tienen proyectado bajar a por todos vosotros. Dicho esto, emprende vuelo y se va perdiendo en dirección al punto luminoso de arriba. El Lunático reflexiona —después de un silencio—, diciendo: —Todo es cíclico; cuando La Naturaleza creó el ciclo del agua, siendo bueno, dotó de esa característica a toda la Creación. Ahora, querámoslo o no, comprendámoslo o no, comienza un nuevo ciclo: el inmediatamente posterior a la destrucción. —Que nosotros no estemos de acuerdo con su organización, no significa que ellos no hayan aprendido de errores anteriores —razona, el Dominante. —Los tocados por el Rex Mundi solo piensan en ellos mismos, en su riqueza, y en la progresión geométrica de ésta. Cuando el ciclo que ahora comienza ronde su final harán otra construcción más lejana y se irán; se llevarán a una divinidad menor que los proteja —como hicieron antes de la madre de todas las catástrofes— y… ¡Atención!: durante el nuevo proceso habrá aparecido otra divinidad menor de los que ahora se llevan. —¿La de los Robots? 28


—¡No: la de los que subiréis! —Si llegásemos a subir, quienes lo hagamos, no tenemos protección de ninguna divinidad. —¡La necesidad os la creará! Se acerca el Motero a velocidad inusualmente rápida. Los rodea sin detener la marcha, y grita: —¡Se están llevando a los mutantes tecnológicos! —¿Contra su voluntad? —pregunta, el Dominante. —¡Parece que van tranquilos y contentos! —dice, mientras se aleja. —No tardaremos mucho en enfrentarnos a la propuesta; que no flaquee tu voluntad —concluye, el Lunático. * * * Transcurridos trece ciclos lunares nuevos, con la población de “no tocados” diezmada, una nave de “los tocados” se posa en la parte más occidental del devastado Planeta; bajan a tierra quince humanos ataviados con uniforme de fuerzas de seguridad, portando armas de última generación, y uno vestido sin uniformidad aparente que coordina misión, movimientos y formas. Sin solución de continuidad emprenden camino hacia el Este, a paso ligero —forma nunca vista por los habitantes del Planeta devastado—. Llegados a la gran meseta desértica catalogada como la más extensa del Planeta; el no uniformado ordena al resto la búsqueda de “no tocados” que continúan habitando la desértica “finca”. En esta ocasión la prisa no parece condicionar a los humanos; varios ciclos lunares más tarde consiguen reunir a la totalidad de los adaptados a las condiciones de vida, que restan. Así llega el momento de la arenga del responsable humano a los “no tocados. Sobre un practicable artificial —de imagen atractiva, debidamente iluminado con técnicas de espectáculo de campo de fútbol— comienza a exponer la propuesta que, como portavoz, trae de arriba: 29


—¡Vengo a ofreceros una vida mejor, más cómoda y en paz! Nuestra Sociedad, modelo de organización, ha conseguido unos niveles de bienestar y progreso que no tienen parangón a lo largo de la historia en vuestro Planeta. Hemos erradicado la pobreza; la oferta de puestos de trabajo supera con creces la demanda de asalariados, el avance de la tecnología centuplica las posibilidades de nuestra Sociedad. En la actualidad está diseñada la tercera fase de nuestro proyecto con una inversión prevista de diez billones de unidades de cambio, que una vez concluida, nos llevará a un nuevo Planeta. En esta situación, con el futuro más prometedor de cuantos ha conocido La Humanidad; no queremos permitir que teniendo en la mano enumerar a todos, os quedéis aquí soportando penurias y malviviendo. Por eso venimos a buscaros para que os integréis con nosotros; para que seáis como nosotros; para que no existan diferencias. ¡¡Vosotros estáis considerados como nuestros mayores!! Dicho esto, el orador hace una pausa a la espera de la reacción positiva de cuantos le han escuchado —siempre ha creído que después de una arenga como la que acaba de soltar, el silencio incita a una gran ovación—, no se produce el efecto deseado y un silencio dramático se enseñorea de la “muchedumbre”. Para añadir mayor contrariedad en el ánimo del enviado responsable, la iluminación artificial sufre un fallo debido a un erróneo funcionamiento de la inteligencia artificial que la controla, el ambiente luminoso creado para su actuación torna al que es normal para los “no tocados” y el silencio unido a la oscuridad se hacen presentes en la realidad y en el ánimo de éste. La capacidad de reacción de sus subordinados ante lo inesperado es más lenta de lo deseado y los asistentes comienzan a marchar. De improviso, una voz potente y bien timbrada, rompe el silencio. Los que han iniciado la marcha, vuelven; los humanos, sorprendidos, polarizan su atención en el nuevo orador para… pasar a oír y no ver. —¡Ah, bendita Luna! ¡Ya se les ha conmovido el corazón! ¡Ya nos enumeran a todos; ya quedamos “todos” incluidos! ¡Ya podremos nosotros, los “no tocados”, acceder a los privilegios de los “tocados”, ya comeremos sus majares, ya gozaremos de su progreso, ya formaremos parte de su organiza30


ción, y ya podremos acogernos a sus normas! Pero dime, enviado; ¿nos mezclaremos con vosotros? ¿Podrán ir nuestros hijos a vuestras escuelas para recibir la misma educación que vuestros descendientes? ¿Podremos hablar el idioma de nuestras madres, o deberemos hacerlo en el de las vuestras? Vuelve a hacer presente la luz artificial; la imagen del Lunático haciendo preguntas aparece diáfana ante todos. El responsable de los enviados, atufado, dice: —Muchas preguntas que dejan ver muchas condiciones son esas. —¿Es necesario recordar ya, que los que venís sois vosotros, que nadie os ha llamado? ¿Es verdaderamente cierto que aquí no quedará nadie? —Comprendo tus recelos; comprendo tu desconfianza a nuestra tecnología, por eso, en aras de una mayor fluidez en la realización de nuevo proyecto que nos ocupa, voy a pedir al responsable de sistemas que nos acompaña te lleve a la nave y te explique con detalle el sistema actual de rastreo de vuestro —nuestro— Planeta, mientras aquí se organiza el traslado conforme al plan diseñado. Cinco ciclos lunares después de la reunión en la explanada de mayor tamaño del desértico planeta Tierra, cualquier tipo de vida humana o adaptada a los pretéritos tiempos ha desaparecido. Ya es lo mismo la luz del solar que la lunar; ya no importan periodos de sequía ni glaciaciones; seísmos, maremotos, corrientes oceánicas, cambios de eje, auroras boreales, dan lo mismo; carecen de importancia combustibles fósiles, energía eólica, térmica, hidráulica o de mareas. Dan lo mismo crecidas de ríos e inundaciones, que desiertos; cabos, bahías, marismas, cumbres nevadas, placas tectónicas; qué más da enumerar ahora todas y cada una de las maravillas naturales que a lo largo de millones de años hicieron de nuestra “Finca”, ese lugar idílico en el que un día se desarrollaron las virtudes y defectos de la raza humana, junto con la existencia de los demás seres vivos.

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REMATE No transcurridos muchos años, con pequeñísimos destellos luminosos lanzados al Espacio, el asentamiento humano de arriba comenzó a dar muestras de gran actividad, diera la sensación de estar disponiendo el salto definitivo a otro Planeta, o que ante el potencial peligro representado por la posibilidad de impacto de algún cometa se puso en práctica el ambicioso proyecto desarrollado para modificar la trayectoria de éste, y como de gravedad se trata, se modificó la de algún que otro más. Así, un día como otro cualquiera, un gran resplandor acompañado de un ruido ensordecedor y de la caída de despojos del que fuera el sitio brillante humano, sorprendió el silencio y la tranquilidad que reinaba en el Planeta Tierra. Una lluvia de meteoritos se precipitó sobre el suelo terrestre, el polvo y el humo invadió los restos de la casi desaparecida atmósfera, que se sumió en una noche cuasi eterna. En algún punto indeterminado de lo que quedó, entre montañas —no más de tres o cuatro valles por debajo del nivel de los océanos—, corroborando la imperfección de la tecnología, la inteligencia artificial, y cuantos inventos desarrollaron sus congéneres; dos familias de humanos asentados desde siempre en el reducto natural, son los garantes del comienzo del nuevo ciclo de millones de años. ¿Llegarán al mismo grado de insensatez y majadería al que llegaron los que conformaron el que ahora termina?




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