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EQUALS #COLUMNA ESPECIAL MEDIOAMBIENTE
Justicia ambiental, territorial y de género: la igualdad en el centro.
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Por Rodrigo Mallea Cardemil
@rodrigomalleac
El mundo está cambiando y lo hace a pasos agigantados. La globalización, la complejización de las relaciones sociales y la modernización de la producción se encuentran en una carrera a toda velocidad. A primera vista, ello implica un éxito de la raza humana: más tecnología, más desarrollo y más progreso. Sin embargo, desde los movimientos ambientalistas se ha puesto una alerta sobre los costos de la productividad sin límite que versa sobre el desgaste medioambiental, la contaminación y erosión, como también el agotamiento de recursos naturales que nos responden a todas las personas. Este perjuicio es inmediato y lo vivimos a diario: el alza de la temperatura atmosférica, la toxicidad del mismo aire y la depredación de áreas verdes. Si tuviéramos que resumir el pesar del medio ambiente en una sola palabra, mi elección sería “extractivismo” (con un cercano segundo lugar ocupado por la “globalización”). Aquél concepto se refiere a una estructura de extracción y depredación veloz de recursos materiales, afectando y destruyendo la zona respectiva. Dicho proceso se caracteriza por ser realizado por terceras personas, ajenas al lugar arruinado, con el único objetivo de realizar la sustracción de valor y después migrar hacia un siguiente destino. Pero además, este proceso se desenvuelve en una forma y en un plazo que es completamente destructivo de los ciclos de la naturaleza, pues por regla general impiden que la naturaleza por sí misma pueda volver a componerse. Es decir, la destrucción es irreversible y las consecuencias de aquello las sufrimos todes. Sin duda alguna las temáticas medioambientales tienen una perspectiva de género ineludible. Desde la historia muchas veces se consideró a la mujer como quien debía trabajar la tierra: en la división social del trabajo, fruto del patriarcado y los sistemas de explotación económica, el género femenino tenía un rol clave dentro de lo que no implicara el uso de la fuerza. Ya en comunidades pre-históricas así lo era: mientras el hombre se dedicaba a la caza y a la guerra, la mujer a la tierra y los cuidados. Esa reproducción que constituyó relaciones sociales entre el hombre y la mujer (generando subordinación, y lo público versus lo privado) y que a la vez “producían” (es decir, determinaban) a los mismos, no se ha desprendido hasta el día de hoy. Pero también existen voces disidentes, donde el activismo ecológico ha tomado cuerpo y voz de mujer. No es de extrañar, así, que sean ellas las que han vivido y revivido la crueldad de quienes han hecho pagar con sus vidas la defensa de la tierra, la naturaleza y el medioambiente. Macarena Valdés en Chile, Diana Isabel Hernández en Guatemala o Nora López en México. La división sexual de la vida se vive en los territorios y en la resistencia ambiental. Las luchas socioambientales también son luchas de géneros. Y como bien sabemos: la unión de nuestras luchas hace la fuerza.